NIEVE Y SANGRE. El lagrimeo constante de sus ojos irritados empañaba su visión, pero durante aquella

NIEVE Y SANGRE El lagrimeo constante de sus ojos irritados empañaba su visión, pero durante aquella nevada imprevista que recubría todo el terreno co

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NIEVE Y SANGRE

El lagrimeo constante de sus ojos irritados empañaba su visión, pero durante aquella nevada imprevista que recubría todo el terreno como una alfombra de terciopelo blanco, mantenía perfectamente camuflageada a la pequeña criatura, mientras el ardor de la resequedad resquebrajaba su piel con el frio. Quedaba impresionado al ver en el espejo todos los vasos rotos dentro de sus ojos, y la hinchazón desde los parpados llegando casi hasta los pómulos resecos como piel vieja de serpiente después de la metamorfosis. De no ser porque se sabía de memoria su casa, habría tropezado con el marco de las puertas o con las paredes del pasillo por donde caminaba limpiándose los ojos de lágrimas. Llegó al baño y se lavó las manos con rapidez, pues las legañas secas en la piel aún más seca causaban una creciente desesperación por limpiarse y humectarse. La pomada y las gotas de manzanilla eran su alivio durante aquel gélido octubre que jamás olvidaría. Observaba la jaula vacía dentro de su cuarto con una mirada borrosa de la cuál escurrían gotas por el agrietado cauce, desde el inflamado lagrimal hasta la comisura de su boca. Con los ojos cerrados tallaba suavemente los parpados, resistiendo con vehemencia el tallarlos con fuerza para saciar la comezón infecciosa. Cesó, y unas últimas gotas de manzanilla e infección brotaron. Continuó mirando la jaula con un suspiro de exaltación de sus ojos vidriosos, mientras se ponía la pomada que su piel absorbía como agua en un desierto. Guardó los goteros en sus respectivas cajas y las puso en su buró, y colocó la pomada a un lado de su cama. Permaneció unos instantes sentado al filo de la misma, con los ojos cerrados; algunas imágenes plasmaron su mente en aquellos segundos, pero la más importante fue la de aquella criatura blanca como la nieve. Volvió a abrir los ojos por la picazón que causaba el tenerlos cerrados, para volver a ponerlos en la jaula abandonada.

Pese a estar acompañado se sentía solo dentro de la casa, solo con su enfermedad y sus pensamientos. El frío aumentaba con la oscuridad del día, y retomó la imagen de la criatura inmóvil en la nieve, pero tal imagen difusa terminó por desvanecerse al escuchar las pequeñas garras caminar por el azulejo de su cuarto, y cuándo miraba debajo del sillón, pasó su tío rumbo a la cocina, repitiendo varias veces la última frase que su mente alcanzo a escuchar del televisor antes de pararse de su cama para dejar los trastos sucios en el fregadero, estas palabras sin aparente sentido eran un habito del cual no se desprendería jamás, incluso las seguía repitiendo aún cuándo lavaba los trastos. Al pasar por el pasillo se asomó en el cuarto de su sobrino para repetir: “The Walking Dead” y se metió de nuevo a su cuarto, cerrando esta vez la puerta. Sin más que ardor y lagrimeo, terminó aquel día y se acostó a dormir. Al pasar algunos minutos del mediodía cuándo se despertó, después de ponerse las gotas de manzanilla y medicina, se veía en el espejo de su cuarto para colocarse la pomada alrededor de sus ojos, notando que estos se encontraban aún mas inflamados, solo una delgada línea horizontal de abertura le permitía ver. Sus ojos le habían ocasionado un cambio en sus facciones, de occidental a oriental, hinchado, despellejado, con los ojos llenos de sangre. Se abrigo y salió al patio para encender el boiler, había decidido bañarse, el piso de cemento se encontraba casi en su totalidad cubierto de nieve, a escaso un metro de la pared posterior al boiler estaba mojado por nieve derretida y se podía ver el piso, en el resto del patio había la suficiente nieve como para mantener inadvertida a la pequeña criatura; pero no ante sus ojos, que con ayuda de una menor densidad en la superficie de nieve estaban tan claros, sus centelleantes ojos rojos: se quedaron varios segundos observándose en pleno silencio. Finalmente el cosquilleo inminente de sus ojos hacía mella con un parpadeo constante que impediría el seguir observándose mutuamente. Al fruncir el ceño por la picante

comezón, seguía mirando a la criatura en la nieve, la mantenía plasmada en su mente mientras se rascaba y, al momento de tratar de abrir con gran batalla sus ojos de tomate, ya no veía a nadie más a su alrededor. Se acercó al área dónde lo había visto sin poder disimular una mirada precisa, logró notar una pequeña manchita roja sobre la nieve. Aunado a un estornudo las quijadas apretadas ayudan a mantener la mayor cantidad de mucosidad dentro, y disfraza el ruido de las personas que estornudan tan fuerte como él. Justo al cerrar la puerta del patio ocurrió esto, y al estar cortando papel higiénico del baño para sonarse, la sensación de extrañeza por lo que había observado en su patio se propagaba por su mente, sonó el teléfono y distraía su imaginación furtiva a causa de la manchita roja, pensaba en su madre mientras terminaba de sonarse y caminaba a contestar. Que curiosa imaginación poseía, pues al estar dando información sobre el retorno de su madre por teléfono a uno de sus tíos, la manchita roja sobre la nieve aparecía de nuevo, pero esta vez alzo un poco más la voz y se concentro en formular mejor sus palabras para continuar respondiendo. El hambre arreciaba y a falta de ingenio y provisiones para cocinar, le dificultaba conciliar que comería. Finalmente decidió terminarse la bolsa de patatas congeladas, opto freírlas y calentar el arroz que quedaba, para después meterse a duchar tras un par de días sin hacerlo. Al haber abierto el refrigerador un chillido proveniente de la jaula dentro de su cuarto lo preocupo al grado de interrumpir lo que estaba haciendo, y sacó el recipiente de plástico que contenía la comida de sus cobayitos y se dirigió a su recamara. Terminó de

verterles

suficiente zanahoria con pepino en su platito color naranja, y les acaricio su hociquito mientras comían vorazmente. Después comió él, y al terminar se metió a bañar. Contemplando una luz quebradiza que se refractaba como espinas dentro de sus ojos mojados, a través de un espejo roto que metía para rasurarse en la ducha, se afeitó. Se

alistó y se abrigó para salir en busca de aire fresco para relajarse y apartarse del reclusorio de su cuarto, avisó a su tío y tomo las llaves del coche. Manejó por entre la poca nieve que quedaba en la calle, y al dar vuelta en el parque de su fraccionamiento miró de reojo la escarcha que recubría la banqueta dónde había árboles y plantas durante el verano, ahora todo estaba semicongelado, ¡pero había un pequeño bulto debajo de una banca! Frenó de inmediato y se orillo, apagando el motor, se bajó dando un portazo, caminó despacio, estaba solo a unos pasos de aquella bola de pelos, se detuvo cuando por fin lo vio. Se inclinó suavemente para no asustarlo, la nieve volteo un poco y fijó sus absolutos ojos rojos mientras movía su nariz rosada para que sus bigotes recogieran cualquier partícula de olor emitida por aquel humano. Al brotar una lágrima escurriendo, huyó, dejando sus huellas manchadas de rojo. Una vez más el desconcierto. Subió al coche y continuó conduciendo rumbo a casa de Alfredo, unos de sus amigos, mientras su tío yacía en la cama repitiendo en su cerebro el título de una miniserie anunciada en televisión...”The Walking Dead”, con el reflejo del televisor alumbrando sus gafas por entre las persianas semi abiertas de su cuarto azulado. A falta de mas tiempo para simular un estado alérgico cualquiera, de esos que son tan típicos en los cambios de estación, no pudo más con la infección y se despidió diciendo que le era necesario descansar para recuperarse pronto, suspirando cada poro de su cuerpo para contenerse y no arrancarse los ojos para rasgarlos de comezón. Sin dejar de contestarle su amigo Alfredo, que debía hacerlo, ya que en verdad los traía muy inflamados y rojos, a lo que sumó en su despedida el consejo de que con las pastillas todo se solucionaría, así que no le quedo nada más que marcharse fingiendo solo una breve comezón, cuando en realidad se le deshacían los ojos espinosos. Al ir conduciendo de vuelta a casa replicaba el empeoramiento de sus ojos, la comezón aumentaba pero debía resistirse, la doctora lo dijo cuando le hablo, ya que él no se había atrevido hacerlo por su absurda vergüenza y porque subestimó la

infección, de no haber sido por su tío Juan Antonio quien le hablo a ella, quizá estaría ciego. Al llegar a casa sintió un poco de alivio, las gotas tranquilizarían el suplicio. Pero al untarse lentamente los parpados cerrados, una molestia le impedía mantener los ojos cerrados, pensó que era una pestaña, y abrió el ojo como pudo para checarlo en el espejo, pero no encontró nada, intento cerrar el ojo de nuevo, pero un piquete se lo impedía, de nuevo abrió a duras penas el ojo con sus dedos y levanto el parpado para checar en todo el globo ocular, solo lograba observar algunas legañas en su lagrimal y dentro de sus ojos, pero ¡nada que explicara esa sensación espinosa al momento de cerrar el ojo! No podía creer que le molestara tanto el intentar cerrarlo, le era casi imposible cerrar su ojo, parecía que sus parpados contenían astillas en su interior. Volvía a observar desesperadamente su ojo en el espejo, y pudo ver en la zona donde se concentraba la molestia, una oblicuidad en la retina, junto a la pupila. Pensó de manera angustiosa que se volvería crónica su enfermedad, rogó por curarse. Logró parpadear a final de cuentas al cesar rascarse por unos instantes, y conforme su membrana mucosa le permitía un descanso para poder conciliar el sueño, trataba de llegar a una conclusión del porque de la sangre en la nieve, del porque lloraba sin cesar. Quizá el despido de ella de su corazón para no seguir hiriéndola, preferir repudió y resentimiento como correspondencia, eso era mi gratificación por no saber amarla como merecía, quizá ella este llorando todo lo que tiene que llorar antes de marcharse pronto al otro lado del mundo, y esto sea solo parte de mi entierro. La línea imaginaria tramó sus hilos en la construcción de la sangre en aquel animal, en verdad es irreal, se repetía para auto convencerse. Después de un rato se quedó dormido. Trató de abrir sus ojos pero algunas legañas se lo impedían, y se quito las pequeñas secreciones secas con los dedos para terminar por despertar. El fulgor filtrando sus rayos por las hendiduras de las persianas, hacia bailar la piel muerta con el polvo suspendido que entraba por su ventana. Asumió que ya no habría nieve, así como nada por llorar de parte de

su amada, por lo tanto habría una mejoría en su salud. Con tal ímpetu, tomó un vaso con leche acompañado de pan dulce, y se tomó la pastilla que la mayoría de los días había olvidado tomar, después salió al porche para sentir al Sol. Había mirado sus ojos y lo despellejado era su principal molestia, el lagrimeo se había reducido, abrió la puerta de su casa y salió a observar el follaje de los árboles desprender algunas de sus hojas mientras lo calentaba el Sol. Toda ilusión se borraría al girar la cabeza en dirección a la otra línea de arboles que rodeaba su casa: se espantó al ver al animal blanco como la nieve soltar un hilo de sangre de su hocico. Palideció y volteó a ver si encontraba alguna víctima o indicios que le resolvieran el porqué de la sangre, sin encontrar nada, quiso acercarse a la pequeña bestia para revisar si estaba herida, pero salió de prisa dando brinquitos colándose por la abolladura de una cochera de uno de sus vecinos. El muchacho regresó rastreando cualquier evidencia de sangre, se detuvo en un árbol para detener su búsqueda quedándose absorto. Se metió a su casa pensando en el hilo de sangre oscura que pendulaba como sus ojos dormidos narrando un sueño de una pequeña bestia blanca como la nieve, mientras sus parpados infectados le palpitan leyendo esta historia bizarra. Despertó con pocas legañas, sin ardor, solo resequedad, derramaba lágrimas solo de vez en cuando y su hinchazón había disminuido. Finalmente había ganado la batalla a la infección, salió caminando con unas gafas oscuras a comprar cerveza, y tras 15 minutos venía de regreso, al estar abriendo la reja rechinante de su porche, encontró a la pequeña criatura de nieve con el hocico empapado de sangre.

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