NOVENA A MARÍA SANTIFICADORA. Aprobada por Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo. Obispo de la Diócesis de Sonsón Rionegro (1982)

IV NOVENA A MARÍA SANTIFICADORA Aprobada por Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo. Obispo de la Diócesis de Sonsón – Rionegro (1982) María Santificadora:

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1982,
TRIBUNAL DE CUENTAS Nº 1095 INFORME DE FISCALIZACIÓN DE LOS SERVICIOS PRESTADOS EN MATERIA DE MATADEROS Y MERCADOS EN EL SECTOR PÚBLICO LOCAL, EN COO

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IV NOVENA A MARÍA SANTIFICADORA Aprobada por Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo. Obispo de la Diócesis de Sonsón – Rionegro (1982) María Santificadora: “Ruega por nosotros y santifícanos”

Oración para todos los días

E

sposa del Espíritu Santo, que recibiste la corona que Dios Padre te había preparado desde la eternidad, y reinas con tu Divino Hijo Jesús, queremos venerar tu

memoria y agradecerte el oficio que te ha encomendado el Señor de acercar las almas a Jesús, como Santificadora de la humanidad. Tú quieres con tus mensajes, acabar nuestra vida de pecado. No apartes de nosotros tus ojos misericordiosos ni de todos los que por la sangre o la amistad están ligados a nuestra vida. Líbranos del mal por la sangre de Jesús, haz que participemos de su Cruz y vivamos los sacramentos. Que llevemos una vida santa por la guarda de los mandamientos. Por último, queremos tenerte a nuestro lado a la hora de nuestra muerte con tu esposo San José y tu Divino Hijo y Redentor nuestro. Amén.

Día primero

V

irgen María, hija predilecta del Padre, tú que creíste en el mensaje del Señor y por la fe dijiste Sí al plan del Altísimo, alcánzame una fe grande en los designios

que la Providencia tiene sobre mí y la aceptación amorosa de cuanto me exige. Por el bautismo se me ha dado una nueva vida: La vida divina. Haz que esta vida sobrenatural, por mi cooperación a la gracia, dé abundantes frutos. Señora, ¡qué grande tu fe al recibir en tus brazos a un niño desvalido y le reconociste por tu Dios!. Le buscaste llena de angustia cuando a los 12 años se perdió de tu presencia tres días y, al hallarlo, creíste y adoraste sin comprender los designios del Padre, meditándolos en tu corazón. En la vía dolorosa y en la Cruz tu fe era la única luz que alumbró al pie de tu Hijo, al oscurecerse el sol el Viernes Santo.

María: Que mis obras y mi amor a tu Jesús en mis hermanos, muestren la fe que me enseñaste y que quiero tener, así cueste toda mi sangre. Y ya que me he consagrado a ti para alcanzar mi santificación, más fácilmente logre, acompañado de ti, una muerte santa. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

Día segundo

M

aría, ser privilegiado y llena de gracias del Señor, conocía y meditaba desde niña al servicio del Templo la palabra de Dios en las Escrituras y esperaba ya

próxima la venida del Mesías Redentor, llena de ansiedad y de gozo. Dicha espera la hacía meditar y saborear las maravillas anunciadas en serena oración. Un día, su humilde aposento se llena de luz. Gabriel, el Ángel Mensajero de Dios, la saluda: «Dios te salve, María, llena de gracia». Ante la extrañeza de la Virgen, el Ángel le explica que es la Elegida del Señor y dará a luz a Emmanuel, Dios con nosotros, a quien llamará Jesús. Ella, ante la grandeza de la elección y sabiendo que su virginidad quedaba a cubierto por la sombra del Altísimo, exclama: «He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Toda su vida estuvo llena de esperanza y, de modo especial, los meses de expectativa para verlo y estrecharlo contra su corazón. Desde el anuncio de Simeón al presentar al niño en el templo, su corazón también esperaba con angustia la realización dolorosa de la Redención hasta verla coronada en el Calvario y Ella, anegada en un mar de dolor. Ya resucitado el que era su vida y su amor, y subido al Cielo, empieza en Ella esa esperanza viva de unirse para siempre a Cristo, corona inmortal, inmaculada, inmarcesible.

María, Madre de la Esperanza, aunque nuestros pecados nos agobian, haz nacer el deseo y la esperanza de que, por la gracia de tu Hijo, viviremos contigo la eterna contemplación de la Divina Trinidad. Amén.

Día tercero

E

spíritu Santo, Amor eterno del Padre y del Hijo, enséñame algo del amor con que encendiste el alma de María para ser tu esposa y Madre de Jesús.

La Anunciación del Ángel a Nuestra Señora, la exquisita solicitud de María por visitar y servir a su prima Isabel, y el inspirado himno de alabanza al Todopoderoso en el Magnificat; el gozo inefable al nacer el Niño Divino en el establo de Belén, son las manifestaciones externas del fuego ardiente de su amor, lo mismo que el gozo en la difícil obediencia cuando la huída a Egipto. El hallazgo del niño en el templo y toda su vida de oración y de entrega a Nazaret. Su presencia real pero oculta durante la vida pública de Jesús, encerrada entre dos paréntesis que nos narra el Evangelio ( las bodas de Caná y su permanencia al pie de la Cruz), son el índice de su inigualable fidelidad a su divina misión y del amor soberano que sólo puede dar su corazón. ¡Oh María: Alcánzame la gracia de amar a Jesús como tú, con obras más que con palabras, ayudando a mis hermanos y viviendo con paz mi cruz, único camino para poder llegar a la patria celestial!. Amén.

Día cuarto

U

na sola es la causa del mal, del dolor, del sufrimiento, de la muerte: El orgullo, cuyas manifestaciones son la desobediencia, la rebeldía, el odio. Uno solo sería

el remedio a todos los males del pecado: El amor de un Dios que se hace pequeño, se

humilla, un Dios que se llega a nosotros, se hace de los nuestros, sufre y muere, para triunfar glorioso en la Resurrección. María, que con Cristo había de aplastar la cabeza del soberbio luzbel. Única que no fue anegada en las pestilentes aguas del pecado, participó también de esa sublime humildad de Jesús. María recibe del Ángel un mensaje del Señor, que es llena de gracia y que va a ser Madre del Mesías. Y sólo tiene palabras para exclamar: «He aquí la Esclava del Señor». Isabel la llama «Bendita entre todas las mujeres». Y su alma se repliega sobre sí misma y luego prorrumpe en alabanzas al Creador «que ha mirado la bajeza de su Sierva». En efecto, María presta a Isabel los más humildes servicios durante tres meses. Ella comprende su papel en la salvación y ora, medita, intercede en el silencio por los que seríamos los verdugos de su Hijo. Luego, aceptará ser nuestra Madre y ¡qué de amores y ternuras ha derramado en nuestras vidas!. ¡Oh María: Comunícanos esa virtud de la humildad que practicaste durante toda tu existencia y te mereció la corona de Reina que hoy ostenta tus sienes, porque Dios derriba del trono a los soberbios y enaltece a los humildes!. Amén.

Día quinto

E

l mundo ha sido siempre escenario de guerras y odios, de enemistades y venganzas entre los hombres y los pueblos.

Dios es la paz perfecta. Quien tiene a Dios, goza de la única paz posible en el mundo. Pero paz no quiere decir exención del dolor, al menos en esta vida. Porque Cristo, el príncipe de la paz, fue llamado Varón de Dolores. Pero su alma, inundada del Espíritu Santo era, aun en la tribulación, tabernáculo de paz.

María, la llena de gracia, el ser humano más vinculado a la Augusta Trinidad, no podría carecer, en grado sumo, de ese don inefable de la paz. Y la iglesia, entre los nombres con que la saluda, la llama Reina de la Paz, Virgen Santa. Nuestras almas y nuestras vidas están llenas de sobresalto y temores, de dudas y remordimientos. Madre Santificadora: Alcánzanos de tu Divino Esposo, nuestro Consolador, el don de la paz para que apacigüe nuestras tormentas, como se calmaron las tempestades a la voz de Jesús. Amén.

Día sexto

E

l pecado original desquició al hombre en sus relaciones con Dios, en su equilibrio en todas las actividades, pero donde ha tenido más humillaciones y derrotas es

por el recto dominio de su cuerpo. Ya en sus orígenes, los hombres se apartaron de Dios por la corrupción de la carne y sobrevino un castigo universal: El diluvio. Sodoma y las otras ciudades de la pentápolis se alejaron de las vías del Señor, pues sus ojos se habían vuelto a esta clase de pecados. Toda la historia está llena de crímenes por el pecado impuro. Hoy el mundo se encuentra en la orgía del materialismo. Los medios de comunicación - televisión, radio, prensa, internet -, han hecho la revolución del pecado contra el sexto mandamiento, y el aire pestilente que producen ha infestado el santuario de la familia, la juventud y la niñez. Hasta la vida religiosa y el mismo sacerdocio han sentido el flagelo de este cáncer mortal. Sólo tú María te viste libre, única en la historia, de esta plaga. Concebida Inmaculada, cautivaste la mirada de Dios, que envió a su Verbo Eterno para que, por obra del Espíritu Santo, tomara nuestra naturaleza humana de tu carne y sangre virginal.

Mira con bondad la niñez. Santifica por tu Divino Hijo el matrimonio, la vida consagrada a Dios por los votos y el sacerdocio, para santificar el mundo. Amén.

Día séptimo

S

i el mundo se pierde por la corrupción, la Eucaristía, el pan de vida bajado del Cielo, es semilla eficaz de pureza y de santidad.

Moisés, al conversar con Dios en el Monte Sinaí, bajó con el rostro radiante por toda su vida. Quien come el Cuerpo de Cristo pan bajado del Cielo, vive en Jesús y Jesús en él, lo ha asegurado a sus discípulos y al pueblo. Su palabra, su trato, su compañía, irradia luz pura, despide fragancia de santidad. Y el hombre se hace capaz de realizar grandes ideales en pro de sus hermanos, de los pobres, de los ancianos, de la juventud y la niñez desamparada. Es el vigor, la fortaleza misma de Dios, que reside en el pan vivo y nos lanza a la conquista del mundo para el Señor, así haya que sentir las espinas de la cruz. Madre nuestra: Concédenos tener hambre de Eucaristía para transformarnos en Jesús y transformar por Él al mundo. Amén.

Día octavo

L

a felicidad del paraíso está simbolizada en la Biblia por el jardín bellísimo y por el trato familiar con Dios todos los días.

Cometido el pecado, se rompe la amistad y aquellos diálogos con el Creador terminan. Sin embargo, Dios promete ya desde entonces el perdón. Y entre los dolores, espinas y abrojos, florece la esperanza. Por la oración, se reanudan los encuentros

con el Creador, que luego habla y escucha a los patriarcas, en la promesa a Abrahán, en la escala de Jacob, entre las zarzas y en el Sinaí a Moisés, quien un día escucha el nombre del Señor de sus mismos labios: «Yavé, Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad, que perdona hasta la milésima generación de la culpa, el delito y el pecado». Dios reanuda la amistad con quienes lo buscan, y multiplica los signos con quienes lo invocan. Una mirada a la Biblia: La oración llena de fe de Ana alcanza un hijo en la vejez, que fue el profeta Samuel; aquel muchacho rubio, David, ora antes de atacar a Goliat, y le vence con la honda de pastor; el mismo David, ya rey pecador, reconoce su pecado y levanta a Dios aquel estupendo grito de dolor: «Pequé, Señor, ten piedad de mí según tu gran misericordia». Y el Señor le perdona. Elías, Daniel y mil más, nos muestran en la antigua alianza, la eficacia de la oración o trato con Dios. En la nueva alianza, es la oración extasiada de una Virgen de Nazaret la que atrae el Cielo a la tierra, y el VERBO toma carne en sus entrañas. Es la oración poderosa de Jesús la que devuelve la vida a Lázaro. Y es la que transforma el pan y el vino en su Cuerpo y en su sangre. María, maestra de la oración, enséñanos a orar. Amén.

Día noveno

D

ios restauró en el mundo el fracaso de la humanidad por su Plan de Redención, dándonos en su Hijo la Vida Eterna. Esto se llevó a cabo por la fe y la esperanza

en la promesa, y luego por la entrega en el amor. En todo esto, María es el puente

entre el Creador y la humanidad, por la Maternidad Divina. De ahí provienen todos sus títulos y sus méritos, ya que el Altísimo la creó Inmaculada. Y al dar luego Ella el Sí que la realiza como Madre, en la visita a Isabel, Cristo santifica con su presencia a Juan El Bautista aunantes de nacer. Y María es la portadora de Jesús. María enseña a hablar al que es el VERBO de Dios, que por su palabra iba a anunciar el Reino de los Cielos y a predicar al mundo su nueva doctrina de amor, de perdón, de santificación. Si, María es la Madre del Cuerpo Místico de Cristo, la iglesia de todos los que por divina dignación somos miembros de Jesús. María fue quien nos engendró al tiempo que su Hijo moría en el Calvario. María, la Corredentora, es Santificadora con el Hijo del Hombre que Ella formó en sus entrañas. Virgen Santificadora: Henos aquí, a tus pies, para que esa sangre de tu Hijo nos bañe y purifique, nos haga agradables al Padre por obra del Espíritu Divino, y podamos llamarte Madre de la Divina Gracia. Porque derramas a manos llenas la vida que nos da Jesús. Amén.

Gozos a la Virgen MaríaSantificadora Coro Madre Santa de Jesús, de su fulgor suave aurora constituida en la Cruz Virgen Santificadora. Aplastaste con tu Hijo al enemigo infernal quebrantaste su cabeza con tu planta virginal.

Virgen que en dulces coloquios te mantienes con tu Dios enséñanos a imitarte en tu confiada oración.

Sin pecado concebida engendrada antes que el sol concebiste al que es la vida fuiste la Madre de Dios.

Blanco lirio de pureza fuente clara cual cristal nuestros pechos purifica danos de tu manantial.

Llena de gracia te llama el Enviado de YAVÉ. ¡Bendita entre las mujeres! canta tu prima Isabel.

Tú la Madre de la Iglesia forma sacerdotes santos que trasformen en dulzura las amarguras y llantos.

Tú proclamas ser la sierva: ¡Gran misterio de humildad!. El VERBO también se humilla nace en oscuro portal.

Títulos bellos ostentas de los Cielos !Oh Señora!: Virgen del Carmen, Loreto Fátima y Auxiliadora.

Santificas el trabajo con Jesús y San José. Tu casa se vuelve un templo y un rito hacer de comer.

En Chiquinquirá eres Reina, de Colombia Protectora y en el Alto de la Virgen nuestra Santificadora.

Oración a María Santificadora

O

h, María Santificadora!. El Señor ha dispuesto que por tus manos pasen todos los bienes que ha de repartir a los hombres y para ello te ha confiado todos los

tesoros y riquezas de su gracia. ¡Oh, Señor Jesucristo!, medianero nuestro delante del Padre, que nos diste a la siempre Bienaventurada María Santificadora por Madre nuestra y medianera delante de ti, haz que cuantos a ti acudieran para pedirte beneficios, se gocen de haberlo conseguido todo por su medio. Señor Jesucristo: Llama viva de mi corazón. Permíteme gritarte como lo hizo aquella humilde mujer dentro de la multitud: «¡Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron!». María, María, María Santificadora: Soy tan pobre y desolado, que lo único que tengo para ofrendarte son mis gemidos y mis lágrimas. Por mis pecados temo morir. ¡Oh Santificadora nuestra!: Fortaléceme para no ofender al Padre ni a tu Hijo ni al Espíritu Santo que continuamente mora en mí. ¡Fuente bautismal, seno materno de María!: Bendícenos en el nombre de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo. Así sea.

Oración a La Santísima Trinidad

D

ios Padre Todopoderoso que has enviado al mundo la Palabra de Verdad y el Espíritu de la Santificación, concédeme profesar la fe verdadera, conocer la

Gloria de la Eterna Trinidad y adorar su inefable unidad. Dios y Señor nuestro: Tu Hijo prometió su presencia a cuantos se reunieran en su nombre. Haz que lo sintamos ahora presente entre nosotros y que, en la verdad

y el amor, experimentemos en nuestros corazones la abundancia de su gracia, de su misericordia y de su paz. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Magnificat

M

i alma glorifica al Señor. Y mi espíritu está transportado de gozo en el Dios Salvador mío, porque ha puesto sus ojos en la bajeza de su esclava.

Por tanto, desde ahora me llamarán Bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes Aquél que es Todopoderoso, cuyo Nombre es Santo y cuya misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. Él Hizo alarde del poder de su brazo. Deshizo los planes del corazón de los soberbios. Derribó del trono a los poderosos. Y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, acogió a Israel, su siervo, según la promesa que hizo a nuestros padres, a Abrahán y a su descendencia, por los siglos de los siglos. Amén.

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