Para mujeres que se atreven a contar su historia. Taller DEMAC de Autobiografía. Faro de Oriente

Para mujeres que se atreven a contar su historia Ta lle r DE M AC d e Autobiografí a Fa ro d e O r i e n t e Año 16, No. 50 Verano 2014 DIRECTORIO

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Nº Martes 26 de julio de LA HISTORIA PARA CONTAR
1825-2015. LA HISTORIA PARA CONTAR Martes 26 de julio de 2016 AÑO DE LA CONSOLIDACIÓN DEL MAR DE GRAU JURISPRUDENCIA Año XXV / Nº 1018 7499 PODER

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Para mujeres que se atreven a contar su historia Ta lle r DE M AC d e Autobiografí a

Fa ro d e O r i e n t e

Año 16, No. 50 Verano 2014

DIRECTORIO

ÍNDICE

Tal l er DEMAC de Aut o bio g ra f í a Amparo Espinosa Rugarcía Directora Graciela Enríquez Enríquez Coordinadora editorial Amaranta Medina Méndez Araceli Morales Flores María Suárez de Fenollosa Ángeles Suárez del Solar Colaboradoras

Fa ro d e O r i e n t e 04

La voz de las palabras María Teresa Pérez Cruz

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¿Quién es Luz del Carmen? Luz del Carmen Chamorro Quiroz

Zurdo Diseño Diseño Editorial: Rodolfo Taboada Ilustraciones: Mariana Zúñiga

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¡Amigo! ¿Te gustan las habas? Luz del Carmen Chamorro Quiroz

Impreso en Nea Diseño Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores Cuauhtémoc 06720 México, D.F.

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Puerquito, mi alcancía María Luisa Javier Morán

demac Para mujeres que se atreven a contar su historia, es el órgano de expresión y difusión de Documentación y Estudios de Mujeres, A.C. Publicación trimestral. Año 16, Núm. 50 Fecha de impresión: junio de 2014 Con un tiraje de 2,000 ejemplares. Certificados de licitud de título y contenido: números 12493 y 10064 otorgados por la Secretaría de Gobernación. Certificado de reserva: número 04-2012-121817111500-102

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Mi nombre Beatriz Cristina López Saldaña

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El mundo desde la suela de mis Converse Beatriz Cristina López Saldaña

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Tengo Lilia Miranda Valdespino

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Tengo María de los Ángeles Moreno Camacho

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Mis huaraches Marcelina Gregoria Noyola Ventura

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Que tengo Verónica Graciela Ponce de León García.

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Mi compañera la soledad Carmen Sánchez Martínez

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Secretos del alma María Teresa Santiago Canarios

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El sueño María Teresa Santiago Canarios

Blanca Delgado Ocampo Secretaria

Recibimos la correspondencia en: José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel Álvaro Obregón 01040 México, D.F. Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208 Correo electrónico: [email protected] Internet: www.demac.org.mx Derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método, incluyendo electrónico o magnético, sin previa autorización del editor.

E ditori a l

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ntre los muchos retos que deben superar las coordinadoras de los Talleres Autobiográficos demac, indudablemente uno de los más arduos es, por la naturaleza misma de su labor, el de ganarse la confianza del grupo. Y esto fue precisamente lo que logró María Teresa Pérez Cruz en el taller que impartió en Faro de Oriente. Como ella dice: “fue una bendición terminar con nueve amigas más gracias a la escritura”. Los textos producidos por quienes asistieron a su clase, y que presentamos en este boletín, revelan realidades de las mujeres que pocas veces salen a la luz. En lo personal, uno de los párrafos que más llamó mi atención es de Beatriz Cristina López Saldaña que dice: “Mamé rechazo por haber nacido castrada y aquella leche me provocó tal náusea existencial que todas las mañanas despertaba con un asco de mí que derivó en misantropía”. Difícilmente quienes hayamos experimentado algo semejante podríamos describirlo de mejor manera. Sé que disfrutarán la lectura de este número ilustrado con maestría por Mariana Zúñiga. Amparo Espinosa Rugarcía Fundadora y Directora demac

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La voz

de las palabras

María Teresa Pérez Cruz

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esafortunadamente, han sido pocas las mujeres que se han apropiado de la escritura para contar su historia, su sentir y sus deseos, y muchos los obstáculos que han debido sortear para expresarse y plasmar su huella. Por esta razón, coordinar el grupo de mujeres que participó en el taller de escritura autobiográfica La Voz de las Palabras fue muy gratificante, pues se logró que sus integrantes descubrieran la importancia de la escritura en su vida, lo que significa dejar testimonio y conocimiento.

A lo largo del taller compartimos lecturas, vivencias y sentimientos, como dolor, angustia, miedo, amor y alegría; también nuestros deseos y sueños más preciados. Más de una vez terminamos la sesión con un nudo en la garganta, pero también con la esperanza de que las cosas sean diferentes, pues la escritura permite nombrar las cosas, liberarnos, conocernos, aprender, enfrentar y transformarnos para rescatar nuestra humanidad y darle sentido. Al inicio, las participantes manifestaban lo difícil que era escribir; sobre todo porque nunca

lo habían hecho para contar su vida. Les atemorizaba y apenaba puntuar mal, escribir con faltas de ortografía o no saber utilizar la computadora. Poco a poco esos sentimientos se fueron alejando para dar paso a la confianza. El grupo se integró rápidamente, pronto se sintieron hermanadas al compartir sus textos, al saber que su voz adquiría importancia. Junto con Beatriz Cristina, Luz del Carmen, Lilia, María Luisa, Marcelina Gregoria, Verónica Graciela, Carmen, María de los Ángeles y María Teresa, desentrañamos muchos aspectos que nos impiden trascender situaciones y conflictos que merman nuestro desarrollo personal, y también confirmamos que la escritura es como un mapa que permite visualizar los diferentes caminos que tomamos: los rectos, los sinuosos, las quebradas, las zonas de peligro, de derrumbes, pero también las de auxilio, donde podemos fortalecernos y seguir adelante. El reto más grande como coordinadora fue inspirar confianza al grupo, lograr que las participantes se sintieran en puerto seguro y que tuvieran la necesidad de regresar a la siguiente sesión. Todo se logró, y para mí fue una bendición terminar con nueve amigas más, gracias a la escritura.

María Teresa Pérez Cruz Nací en México, D.F., en 1965. Estudié hasta el octavo semestre de la Licenciatura en Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Fui alfabetizadora y asesora de educación primaria para adultos en el Instituto Nacional de Educación para los Adultos, más tarde fui empleada en una librería de ciudad Nezahualcóyotl, donde mi contacto con los libros se acrecentó. Cuando cursaba el cuarto semestre de la licenciatura, inicié mi labor como bibliotecaria, primero en la Biblioteca de México “José Vasconcelos”, donde trabajé por catorce años desempeñando varios cargos. Desde enero de 2004, soy la responsable de la Biblioteca Alejandro Aura del Faro de Oriente y de las dos aulas digitales. He obtenido algunos reconocimientos, entre ellos, el primer lugar en el concurso Premio al Fomento a la Lectura México Lee 2011, en la categoría de Bibliotecas Públicas, convocado por el Conaculta, y en 2010, mención honorífica en el mismo concurso. Actualmente estudio un Diplomado en Educación artística, cultura y ciudadanía en el Centro de Altos Estudios Universitarios de la Organización de Estados Iberoamericanos.

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¿Quién es Luz del Carmen? Luz del Carmen Chamorro Quiroz

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uz del Carmen es una mujer de complexión media, medio gorda y medio chaparrita; de edad media, medio joven e inmadura. Medio vieja y tradicionalista; de clase media; medio mensa y presumida; medio cursi y medio tierna. Es de la edad media no sólo por lo barroca y churrigueresca, sino por romántica posmoderna y amorosa bipolar. ¿Te has fijado cómo se viste? Parece que su ropa se la escoge su peor enemiga, aunque, obviamente, su peor enemiga es ella misma. Hay días en que creo que le roba la ropa a su hija o a sus sobrinas para no comprarse de su talla, y otros en que se pone la que le heredó su abuelita. Aunque a ella le parezca que tiene buen gusto, la moda retro no es lo suyo. A veces usa un perfume tan suave y exquisito que hace que te dé envidia o que te duela la cabeza, o si traes gripa, que se te destapen las fosas nasales. Seguramente debe sudar como Rarotonga y eso hace que se exacerben las feromonas. ¿La has visto cuando baila? Cómo las lonjas y otras protuberancias le escurren y le rebotan, parece gelatina a medio cuajar, aunque hay que reconocer su valor para ponerse los pantalones y subirse al escenario a divertirse como enana. De seguro que para ponérselos usa calzador o debe embarrarse crema reductora en la panza y acostarse para subirse el cierre. A su edad, es una proeza entrar en ellos. Dice que canta, que toca y que escribe la muy presumida, y que su familia es única, como si en verdad lo fuera, que son su más grande amor y su dolor más fuerte. Justifica su vida y su pereza diciendo que es muy sensible y que equivocó la carrera, que debería de haber sido artista; que

no ha terminado de hacer su casa porque es depresiva y le cuesta trabajo encontrar un motivo que valga la pena.

Yo digo que está medio loca y que, para que no la encierren en un manicomio, se va a la Fábrica de Artes y Oficios,

porque ahí hay muchos como ella. Hombres y mujeres en espera del salvador o del príncipe azul, a los que les afecta hasta lo que comen y que cambian con el clima, que sólo ven lo que quieren e ignoran olímpicamente aquello en lo que no quieren participar ni hacerse responsables. Por ejemplo, ella se las da de intelectual e hipercrítica, y no se da cuenta de que es una enojona y criticona que sólo ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, que su apatía hace que casi no tenga amigas. Bueno, yo soy muy parecida a ella y puedo compartir unas galletas y un café como si fuera un gran manjar, pasarme las horas en tremendo diálogo —o sea, en terrible soliloquio, como las niñas solas que, para no sentirse así, se inventan juegos y pláticas interminables—, justificándome de no salir a pasear porque no tengo dinero ni con quién salir, porque tengo miedo de volver a relaciones destructivas, como en el pasado; que vivo en el pasado y no logro superar el trauma de que el hombre al que amé me haya engañado, me haya bateado sin misericordia. Ella tiene miedo de que vuelvan a abandonarla, como lo hicieron sus hermanos, y también de lastimar con su enfermedad y con su inconsciencia, pero si la invitas a un concierto o a comer, ella ve cómo le hace, pero consigue lo que quiere y va; o sea, no es que la vida no le importe, más bien

es que hay muy pocas cosas que realmente le interesan. Muchos dicen que es egoísta, yo creo que así es como se defiende del egoísmo y del miedo en el que le tocó vivir; que si es vanidosa, voluble y cortante, extravertida, apretada y esto o lo otro, sus motivos tendrá, y si ella se da permiso de serlo y paga el precio, está bien que lo sea, porque mañana bien puede dejar de serlo si lo decide. Que si es hipocondriaca y le tiene miedo a la enfermedad y terror a la crítica, miedo a los escenarios y fobia al machismo, es porque bien los conoce; que si tiene cicatrices y es manipuladora, también puede ser solidaria y amorosa, independiente y amable; y si se burla hasta de ella misma, qué más da. Los que la conocemos sabemos que lo hace porque es una defensora del bienestar propio y ajeno, que si no deja que la conozcan fácilmente, es porque le duele que la humanidad se destruya y autodestruya, que tiene tanta necesidad de amar a tantos, que le teme a toda la humanidad porque reconoce que la humanidad entera es inconsciente; cree que la palabra es un arma de doble filo y que con una palabra puede destrozar, así como la han destrozado a ella, que sabe lo profundo y valioso que puede ser el silencio. Sabe también lo valioso que puede ser un abrazo, pero, al igual que la palabra, puede ser mal interpretado, y saber eso, lejos de hacerla más feliz, la pone más pensativa y burlona, porque eso sí le gusta, no por parecer muy fregona, sino por reconocer al fin quién es ella, y eso es algo más que cumplir con una tarea para entregar a la maestra, es una tarea para cumplir con ella misma.

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¡Amigo! ¿Te gustan las habas? Luz del Carmen Chamorro Quiroz

Ésa fue mi pregunta. Y el gesto de la cara frunció las cejas la fracción de segundo necesaria para que mi plan de conquista se derrumbase. ¿Por qué no simplemente llegué y le regalé un chocolate o algo más convencional? Por razones obvias, esta carta no llegará a tus manos, ni te enterarás del tiempo que he seguido tus movimientos, ni de que me encanta tu nariz afilada y que tus ojos color miel me recuerdan las tardes de octubre en el pueblo de mi padre, y que tu piel y mejillas de manzana son el fruto más deseable después de tu boca. Tampoco sabrás que te espío, que sigo tus gustos y tus gestos como quien estudia un mapa de carreteras para llegar a un destino desconocido en el que se ha puesto la ilusión de un buen descanso. Jamás, jamás, jamás, como dice el bolero, te cantaré al oído. Cantaré mi timidez al viento, con miedo de que me oigas. Cantaré lo que te he escrito en mis canciones y mis textos en las fiestas y nadie sabrá que los he escrito por ti. Seguiré buscándote en todos mis libros de poesía, en mis clases de pintura y te oleré en las tardes de lluvia. Te miraré en la mañana, en el alba y en los ocasos, para tenerte cada vez que se me antoje. Seguirás siendo mi amor ideal, mi amor innombrable, que, al fin y al cabo, para desgarrarme el alma me sobra tiempo; para escribirte, tinta, y para soñarte, cama. No sabrás de mis sueños contigo ni de mis desvelos por ti, de mis insomnios, de mis fantasmas, de mis dietas ni de mi modelar frente al espejo. No te esperaré en las noches para realizar mis fantasías, no sabrás de mis celos ni de mis derivas. No sabrás que espío tus pasos, que estoy al pendiente de tu mirada y de tus palabras. Tampoco te enterarás de que el miedo me paraliza y no me permite hablarte, conocerte tal cual eres ni intentar que me conozcas, por temor a la realidad.

Para mi serás siempre el ideal, el platónico que habita en lo más profundo de mis sueños, de mis instintos, de mis secretos. Serás el protagonista de las películas de amor que me hagan llorar cuando, ya vieja y bastón en mano, me arrepienta y llore como quinceañera al dormir sola por lo que hubiera sido y no fue. Tu recuerdo se quedará guardado para cuando escriba cartas de amor ridículas y empalagosas; vendrá a mí cuando me vaya de fiesta y mire hombres tan guapos como tú y que, del brazo de sus mujeres, sean también intocables. Tendré la ventaja de no sufrir por ti, de no competir contigo a diario para ver quién ama más y mejor, para ver quién muere menos. No compartiremos el dolor ni las pérdidas, la dicha ni el llanto. Pero no te preocupes, estas letras desaparecerán en un abracadabra, pues sólo son una manera de matar el tiempo mientras él no me mata, ¿Que soy trágica? Un poco. Por algo leí Romeo y Julieta hace apenas ayer y tanto de la adolescencia. Y todo por demostrar que en todos lados se cuecen habas. Y todo por no atreverme a salir de mis esquemas. ¿Será que seguirás siendo mi amor platónico? ¿Seguirás siendo el innombrable? Todo por no atreverme a invitarte una chela o un refresco. Y la pregunta sigue en el aire: ¿te gustan las habas?

Atentamente: Tu enamorada

Luz del Carmen C 1955 me vio n acer

hamorro Quiroz

en Tlalpan, D.F. Soy la cuar ta de siete herman os. Mi padre es sastre y mi madre ama de casa , ambos tlaxcalte cas emigrados al D.F. Estudié en fermería en la un am. Trabajé hospitales del se en ctor público y pri vado de 1989 a 2010, tiempo suficiente para estar en contact la vida y la muer o con te ajena y evadir la propia. El estrés de un divorcio y la pér dida del empleo me deprimieron tanto que tuve qu e cuestionarme el sentido de m i vida. En 2005 in gresé al taller d Música y creaci e ón ar tística en Fa ro de Oriente. Actualmente form o par te del cole ctivo Cuicacalli y asisto a diverso s talleres, entre el los el de escritura autob iográfica impar ti do por demac.

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Puerquito, mi alcancía María Luisa Javier Morán

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escribir un objeto como tal me será difícil; tengo muy presente el hábito del ahorro. Desde que llegamos a vivir a Los Reyes La Paz, mamá me obsequió una alcancía con la figura de un puerquito, era grande, de color negro y permanecía sentado. Estaba hecho de barro y me fascinaba su olor a tierra mojada. Cuando recibía una moneda, decidía guardarla toda. Llegué a romperla una vez llena, aunque gastalona nunca he sido. Recuerdo que mi padre me hizo una alcancía con cuatro azulejos cuadrados pequeños que tenían grabada la figura de unas flores color lila. En una cara hizo una ranura, el espacio suficiente donde cabría la moneda más grande de aquellos años. Algo que me pareció muy práctico fue que se podía abrir, y después pegarla con un poco de yeso blanco, como si nada le hubiera pasado.

Tuve distintos objetos para esconder mis ahorros, pero ninguno lo conservo. El último que poseo, y que traigo conmigo, es quizás el mejor recuerdo que representa un objetivo terminado.

Mi pequeña alcancía —y no por ello insignificante— atesoró en su pancita regordeta y dura la cantidad que mes a mes habría de pagar por el departamento. Sus orejas rígidas estaban pendientes para escuchar el sonido de las monedas al caer dentro de ella, o bien para esperar que pasaran por la ranura los billetes doblados. Sus ojos tenían una mirada alegre que me decía: “Bien por ti, por cumplir”. Su trompa, como un tapón en espera de ser quitado, sobresalía como símbolo de la lucha-victoria. Sus cachetes firmes, sonrosados, mostraban el entusiasmo: “No te des por vencida. Cada día, mes y año que transcurre, te acercas más a tu propósito”. El hocico abierto con

la lengua de fuera me daba las gracias; sus cuatro patas, bien firmes (no se doblan), simbolizan la salud, el trabajo, el amor y la familia. Mamá siempre ha sido una excelente administradora. De muchas formas trató de inculcarnos el hábito del ahorro. De cinco hermanos que somos, sólo tres lo tenemos: Luisa, Lety y Gonzalo. Ella nunca nos distinguió: compró cinco alcancías que le representaron un esfuerzo adquirirlas. Tenía un mueble en el comedor que adornaba con carpetas que ella tejía y con las fotos de sus hijos. Para que no hubiera pretexto, ahí mismo ponía las alcancías. Tenían la forma de un puerquito de color negro grande sentado. Algo muy característico del mío era su semblante serio, rígido, y su aire de autoridad. Mi madre eligió el tamaño de cada una de las alcancías por el lugar que ocupábamos en la familia, es decir, la mía era la más grande por ser la mayor. Como tengo las manos pequeñas, tenía que bajarla con mucho cuidado cada vez que guardaba una moneda, más bien la abrazaba contra mí para colocarla en el piso y así evitar romper mi tesoro.

María Luisa Javier Morán

cua64, en el D.F. Tengo Nací el 10 de abril de 19 y signo zodiacal es aries, renta y nueve años, mi a notas de los cursos los tengo el hábito de tomar y Metalistería (repujado) que asisto, como el de a tos. Soy miembro de un en m ali de n ció va er ns Co chos humanos y alumna asociación civil de dere rica de Ar tes y Oficios, del Faro de Oriente (Fáb aTaller demac de Autobiogr Oriente). Empecé con el . e una decisión acertada fía y, sin lugar a duda, fu controlar mis emociones Gracias a él, he podido e de la escritura como y sentimientos valiéndom un lizar mis impulsos hacia herramienta para cana plano de paz.

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Mi nombre

Beatriz Cristina López Saldaña

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oy Beatriz Cristina y mi vida nada tiene que ver con portar felicidad y seguir a Cristo, según induciría a pensar el significado de mis nombres. Lo que sí me atraviesa son los motivos por los que me llamo así. Mi madre deseaba tener un varón, pero como no se logró, me regaló a mí —que planeó que sería su última hija— el nombre que en las sociedades patriarcales se le da al primogénito: el del padre. Así me convertí en Beatriz (Bety) por Alberto (Beto), aunque mi padre me llamó Cristina, por ser ése el nombre de soltera de mi madre. Casi puedo asegurar que desde el momento en el que mis órganos y mi alma se convirtieron en Beatriz, no he podido aceptarme tal cual soy. Ahí comenzó mi insatisfacción por la vida. Al llevar el nombre que le hubiesen puesto a un varón, se anuló mi feminidad y, con ello, mi existencia. Mamé rechazo por haber nacido “castrada”, y aquella leche me provocó tal náusea existencial que todas las mañanas despertaba con un asco de mí que derivó en misantropía. Desde que nací hasta que cumplí catorce años, para mi familia y mis conocidos fui sólo Bety. Todo ese tiempo me rodeó una atmosfera nostálgica que, aparentemente, no tenía razón de ser. Recuerdo haberme escondido a los ojos de mis compañeros de escuela como queriendo no existir, no merecer nada. Luego la soledad fue tan pesada como una insoportable carga de 100 kilos. Como

si eso no bastara, somaticé mis conflictos emocionales: por más de diez años los dolores menstruales fueron igual de fuertes que el rojo intenso de mi sangre, y con frecuencia me hacían revolcarme en la cama, tal como lo hace una lombriz al quemarse con sal. Cuando entré a la preparatoria, me hice nombrar Cristina. Quería ser diferente y que me trataran de otra manera. Ésa era la oportunidad, pues dejaba las escuelas de la localidad para estudiar en el Distrito Federal, donde encontraría a personas que jamás había visto. Al mismo tiempo, sin proponérmelo, me di cuenta de que serviría para cerrar el ciclo de mi infancia; curiosamente, entré a la adolescencia con el nombre de soltera de mi madre. Aunque en casa me siguen llamando Bety —tal vez porque les resulta difícil aceptar que soy adulta—, no me pesa. Ahora me siento más Cristina, una joven en búsqueda de su autenticidad, siempre pendiente de no convertirse en su madre. En este momento de mi vida, sé que soy una mujer moldeada por la falocracia, pero eso no me determina. Como esclava de mi libertad, asumo que tengo capacidad para transformarme a cada momento, y lo hago con una fuerza rebelde, siempre a costa de mí misma, siguiendo la idea de que mis actos trascienden mi propia vida y que debo encarar la historia como un devenir.

El mundo desde la suela de mis Converse Beatriz Cristina López Saldaña

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i perspectiva de la vida cambió cuando adopté los tenis como calzado habitual. Fue en mi segundo año de bachillerato y, desde ese entonces, cada mañana que anudo las agujetas sé que me estoy amarrando a una clara ideología: mi vestimenta no será la del estereotipo femenino que trata de iniciar a la mujer en su “destino” pasivo y sumiso.

Aunque suene estúpido, la ropa nos marca una forma de ser y estar en el mundo. En mi caso, toda la educación y la cultura que recibí estuvieron orientadas a encadenarme a esa ropa incómoda con la que la mayoría de las mujeres “se arregla” para sentirse “bonita”.

Me refiero a esas blusas apretadas que dificultan la respiración, a esas faldas, vestidos o pantalones tan justos que impiden la movilidad, y a esas zapatillas de alto tacón con las que caminar es antinatural. Cuando era niña, nunca elegí mi propia ropa. Mi padre me la proveía. Le gustaba comprarme vestidos y zapatitos que me mantenían la mayor parte del tiempo estática, no se me fueran a ver los calzones o me fuera a resbalar. En esas circunstancias, cuándo se me iba a formar un carácter dominante si nunca pude dominar la naturaleza trepando árboles ni medir mis fuerzas en juegos rudos que me enseñaran a defenderme sin miedo. Tampoco me atreví a explorar el mundo alejándome de las faldas de mi madre, donde no podría conocer la independencia. Más tarde, en mi etapa de pubertad, aprendí —casi como regla— que la mujer debía vestir y calzar como si deseara torturarse. Recuerdo que, en reiteradas ocasiones, los zapatos de tacón me dejaron el pie ensangrentado después de caminar con ellos, durante horas, en el Centro. Era común Año 15. Número 50

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que buscara un “curita” porque los zapatos me lastimaban. Así, una vez más, pero ahora con los zapatos que tanto me cansaban y me hacían ver ridícula, me sometía a una estúpida pasividad que, al mismo tiempo, me alejaba de la libertad de pensamiento. Buscando una explicación de por qué algunas mujeres nos comportamos así, encontré que desde temprana edad nos empezamos a mirar como objetos en vez de sujetos. Afortunadamente, a los dieciséis años decidí comprar, por primera vez, tenis en vez de zapatos. Confieso que no lo hice por iniciativa propia, fue mi pareja de aquel momento quien me motivó a hacerlo, a quien puedo catalogar de feministo frustrado. La primera semana que me los puse y pude sentir la planta de los pies a ras del suelo conocí una seguridad que jamás había experimentado. Me di cuenta de que podía vestir cómoda y sentirme atractiva; por primera vez no tenía que sudar la gota gorda pensando cómo llegar de una esquina a otra sin cansarme ni caerme.

Empecé a usar tenis en un momento oportuno, pues estaba en una edad en la que lo único que quería era caminar y avanzar por la vida, acumular experiencias y recuerdos, crecer.

Con mi tenis puestos conocí la vida cultural de la ciudad de México, recorrí las calles de la mano de mi primer amor por las tardes lluviosas de junio, me los quité para tener mis primeras relaciones sexuales, me convertí en una comerciante de apellido autogestiva que debía vestir como comerciante autogestiva; ahora soy promotora cultural y periodista. Sólo hay un problema con mis tenis que, en un gesto de honestidad conmigo misma, no quiero ocultar: siempre han sido

marca Converse. Sé que cada vez que compro un par, contribuyo a la explotación laboral, pues está documentado que los obreros que los fabrican, que a veces son niños, sufren maltratos físicos y reciben un sueldo miserable. Para tener una idea de lo que hablo, se ha llegado a hablar de cincuenta centavos de dólar por hora. Irremediablemente soy producto de una sociedad patriarcal y capitalista, pero eso no me determina, puedo transformarme a cada momento.

Beatriz Cristina López Saldaña

es hija de un exiliado económico, periodista independiente y promotora cultural en el Faro de Oriente. Su interés por la escritura despertó cuando apenas tenía catorce años. En ese tiempo disfrutaba redactar las impresiones cotidianas que experimentaba en su arremolinado mundo adolescente. En su búsqueda por desarrollar la escritura, llegó al Faro de Oriente, donde no dudó en inscribirse al taller de Periodismo Comunitario. Acercarse a esta disciplina le sirvió para definir el rumbo que tomaría su vida. Decidió dejar atrás los textos existenciales para generar compromisos sociales, por eso estudió Comunicación y Periodismo en la fes Aragón. Por mucho tiempo su tema de interés ha sido el impacto emocional en la familia de los migrantes, así que al ser ella misma su principal objeto de estudio, se hurga a través de la autobiografía.

Tengo

Lilia Miranda Valdespino

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icatrices que se han ido desvaneciendo al sacar el dolor que me causaron. Una historia que, buena o mala, es mi historia. Tengo: Una vida por delante que espero vivir cada día con fe, esperanza y amor. Tengo: Un hijo que espera recibir el amor y las caricias que alguna vez le negué. Tengo: Unos brazos que buscan encontrar a alguien que reciba los abrazos que tengo para dar. Tengo: Una madre a quien perdonar por las cuentas pendientes. Tengo: Sueños que realizar. Tengo: Unas manos que me sirven para trabajar y que me sacarán adelante. Tengo: Un espíritu fuerte que, a pesar del dolor y el sufrimiento, no pierde la fortaleza que me mantiene en pie.

Tengo: Que darle las gracias al Ser Supremo porque, bien o mal, me dio una vida. De mí depende si florezco en medio del desierto o dejo que las arenas me sepulten.

Tengo: La esperanza de que día a día encontraré la mano de Dios para que tome la mía y me haga caminar a su lado bajo su protección. Tengo: Que darle las gracias a cada una de ustedes por brindarme su amistad y escuchar mis palabras.

Lilia Miranda Valdespino. Soy una mujer de treinta y nueve años, cursé hasta el tercer grado de secundaria. Por carencias económicas, no pude continuar con mis estudios. En la actualidad me dedico a los trabajos manuales, ya que esto me da una satisfacción enorme, pues soy capaz de crear cosas bellas, luego de vivir mucho tiempo con personas que me hacían sentir inútil. Hoy trato de ver la vida desde otra perspectiva, luchando contra mis miedos, sin dejarme vencer, viendo hacia el horizonte y siempre esperanzada de que día con día llegarán a mí cosas buenas. La escritura me ayudó a conocer mi verdadero valor y a descubrir mi capacidad para afrontar los retos de la vida.

Tengo: Que agradecerle a la escritura que me haya permitido desahogar mis penas, mis alegrías, mis tristezas, mis triunfos y mis fracasos, pero, sobre todo, que me dejara limpiar mi corazón y sentir que soy valiosa.

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Tengo

María de los Ángeles Moreno Camacho

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engo infinidad de sueños, ilusiones y fantasías que fueron mi refugio cuando más lo necesité, ahí todo es posible, hay amor, apoyo, comprensión y liderazgo. ¡Yo soy mi propia heroína!, entre muchas cosas más. Y no, no evado la realidad, porque de ser así, ya hubiese perdido la razón hace mucho tiempo. Soñar tiene muchas ventajas. Por ejemplo, me permite hacer planes que, al llevarlos a la práctica, no encuentran obstáculos que no pueda vencer. Me encanta esta parte, tanto, que podría decir que se ha convertido en mi especialidad, pues sueño despierta, dormida y hasta caminando. Soñar es tan indispensable para mí como comer. Lo empecé a hacer desde muy joven ante mi incapacidad de enfrentar situaciones difíciles. Primero fue con mi madre, de quien llegué a pensar que tenía los poderes de una bruja cuando me decía: “¿Crees que no sé lo que estás pensando?” Como respuesta puse en mi mente: “Mi madre tiene razón”, los demás pensamientos los dejé de lado, para que, con la complicidad de la noche, no los pudiera ver ella. Así… soñé y soñé con la imagen de lo que la tía Leonor le dijo a mi padre: “Un día vendrá su príncipe azul”, y de verdad lo creí (veía los cuentos de Cachirulo), lo visualicé como un joven atractivo, alto, amable, educado e inteligente. Lo de trabajador y responsable no sabía lo que era, mucho menos lo de machista y controlador-dependiente. Me lo imaginé vestido con un traje azul claro que brillaba como la diamantina, estilo militar, y hasta me di a la tarea de buscarlo cuando tenía yo doce o trece años. Para tener un referente, me fui a las iglesias cercanas los sábados, a la hora de las ceremonias religiosas, y vi puros trajes negros. Yo me decía: “El que espero ha de ser diferente”.

Tengo promesas no cumplidas, como ésa que hice estando en la vocacional: si no paso mis materias, me voy a meter de monja. No me fue muy bien, reprobé dos. No encontré la forma de hablarlo con mi padre, pero un día, a la hora de la cena, él comentó: “Lo que menos quiero en la vida es que mi hija sea monja o enfermera”. Pensé para mí: “Me lleva, ¿ahora cómo le hago para cumplir mi promesa si no sé a dónde ir ni cómo es eso de ser monja?” Así que abandoné la idea (éste es un secreto que por primera vez cuento).

A los dieciocho años, el mundo real era decepcionante para mí. Un día hice un comentario: “¿Por qué la vida no es como en los cuentos?” Mi padre respondió: “Ya estás grande, tienes que crecer”.

Tengo la suerte, o tal vez deba darle gracias a Dios, a la naturaleza o a mis padres, por haberme obsequiado, primero, tres hermanos a los que considero mis hijos, pues tuve que protegerlos y cuidarlos; y luego, a mis tres hijos, todos ellos maravillosos, a quienes debo agradecer su amor, paciencia, apoyo y comprensión a través de estos años. Hago particular mención de mi hijo, que, a pesar de su corta juventud, tuvo la madurez para dejarme valiosos mensajes de vida, y de mis hijas, esas hermosas mujeres llenas de ideas e ilusiones que siempre están ahí para alentarme. Tengo la fortuna de haber dejado, recientemente, una pesada carga que llevé por muchos años: haber idealizado tanto a mi padre que me exigí perfección. Tengo también la certeza de que todo lo que quiera cuesta tiempo, dinero y esfuerzo; la esperanza

de una vida mejor; miedo del futuro incierto, de las enfermedades, de perder la razón. Tengo un sentimiento de carencia de amor y afecto de mi madre, pero estoy muy enojada con ella, aunque también la quiero. Tengo que quitarme ese afán de demostrar que soy fuerte y capaz, y ese sentimiento de culpa por haber nacido. Finalmente, tengo muchos tengo, pero el más importante ahora es descubrirme, perdonarme y amarme. Tengo fe en que todo va a cambiar; si no, no podría seguir adelante. Tengo pánico de perder la vista, por lo tanto quiero verlo todo, lo más que pueda, y no lamentarme de lo que no intenté hacer.

María de los Ángeles Moreno Camacho Nací el 19 de mayo de 1953 bajo el signo de tauro, estudié la vocacional, enfermería y, actualmente, en el Faro de Oriente. Mi vida es como un rompecabezas en el que el tiempo ha ido colocando poco a poco las piezas en su lugar.

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Mis huaraches

Marcelina Gregoria Noyola Ventura

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iempre me han gustado los huaraches, siempre y cuando sean cómodos. Tengo varios, pero siempre me cansan, ya sea por la altura o por las correas que me aprietan, y luego ya no me los pongo, los regalo o los desecho. Hay unos en particular que me gustan. Ya están viejos, son blancos, mejor dicho: eran blancos, ahora son grises, están un poco cuarteados por el uso y dejan que se me asome un callo que me provocaron los zapatos apretados. Como me dijo un amigo: “Quieren sentirse guapas, aunque estén sufriendo, la vanidad las mata”.

Me encantan éstos en particular, porque con ellos puedo caminar kilómetros y kilómetros y no me cansan, me siento ligera, cómoda, y voy más rápido.

Se complementan perfectamente con mi pie, me siento acariciada por ellos, subo colinas, praderas, cerros, y esto me permite respirar el aire libre, tener un contacto directo con la naturaleza. Cuando los mojo en ríos, mares o lagos, cambian la temperatura de mi cuerpo en un momento y es agradable, no me percato cuando se secan, y además me dan seguridad, me siento guapa y sexy, pero, sobre todo, libre para desplazarme a

dondequiera sin ataduras. Tal vez me identifico con ellos porque no me gusta sentirme maniatada, angustiada; me gusta mi libertad. Respecto a la libertad, sin llegar a los egoísmos, me gusta compartir esos momentos con los amigos, por lo que viene a mi mente esta frase: “Amor es la realización de una persona en otra, conservando ambos su independencia”.

Marcelina Gregoria Noyola Ventura Nací el 26 de abril de 1954 en Pinotepa Nacional, Oaxaca. Mi signo zodiacal es tauro, quizá por eso soy tan terca. Mi color favorito es el verde, porque el verde es vida. Estudié dos carreras: Contaduría Privada y Cirujana Dentista en la fes Zaragoza. Trabajé en el gobierno federal de 1972 a 2012, la última dependencia en la que estuve fue la Semarnat. Soy pensionada y trabajo en mi consultorio particular. También tomo talleres en el Faro de Oriente: Computación Básica y de escritura autobiográfica demac, La Voz de las Palabras, el cual me permitió conocerme, empoderarme y valorarme como mujer.  

Que tengo

Verónica Graciela Ponce de León García.

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engo cincuenta y cuatro años y un hijo al que adoro; es parte importante en mi vida. Tengo dos nietos (Ingrit Arais y Fernando Ismael), a los que quiero mucho y con los que me gusta convivir. También tengo una nuera con la que llevo una buena relación; nos apoyamos mutuamente y tenemos una convivencia armoniosa. Tengo a mis padres, a los que quiero mucho y los cuido, estoy al pendiente de ellos. Tengo nueve hermanos y muchos sobrinos. Somos una familia muy numerosa y en los momentos difíciles nos apoyamos. Hemos tenido experiencias positivas y negativas, dolorosas y felices. Amo a mi familia y agradezco a Dios y al universo por todo lo que tengo.

Verónica Graciela Ponce de León García Nací el 9 de julio de 1965, bajo el signo de cáncer. Estudié Contabilidad administrativa. Trabajé como niñera, administrando un sanatorio. También estudié encuadernación y computación. Mi vida es como un bosque, me gusta la naturaleza, el olor de la tierra, el verde de los árboles, las flores, el canto de las aves y disfrutar de la tranquilidad junto con la familia.

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Mi compañera la soledad Carmen Sánchez Martínez

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n mis tiempos de juventud, cuando por primera vez fui mamá, recuerdo con mucho dolor el abandono de mi marido. Él andaba en sus parrandas y no llegaba a la casa. Yo, con mi niño chiquito, me sentía abandonada, ignorada y sin ningún valor.

A mis dieciocho años, mi marido significaba todo para mí, y al no tenerlo en esos momentos que para mi eran tan importantes, mi soledad era terrible, me angustiaba y lloraba sola entre las cuatro paredes del cuarto que rentábamos.

El olor a muebles nuevos me daba ansiedad, tristeza y mucho dolor. ¿De qué me servía tener cosas materiales si lo que yo quería era estar con él? ¡Qué tristeza poner en manos de otro tu valía!, pero ya me perdoné por eso y creo que lo superé. Ahora, aunque no tenga a nadie a mi alrededor, no me siento sola; he aprendido a estar conmigo, a disfrutar mi soledad, quizá también por mi edad. A estas alturas de la vida ya no me asusta. Ahora vivo la vida de otra manera. Gracias, soledad, existir y ser mi compañera siempre que te necesito.

Carmen Sánchez Martínez Nací en México, D.F., el 18 de mayo de 1960. Soy ama de casa y comerciante. En mis ratos libres me gusta leer, bailar y hacer ejercicio. Disfruto compartir experiencias de vida con las demás mujeres, por eso estuve muy contenta de tomar el Taller demac de Autobiográfia en la Biblioteca Alejandro Aura del Faro de Oriente. Viví mi niñez y adolescencia en color negro, pero desde que escribo, se va llenando de luz. He luchado con toda mi alma por cambiar esa oscuridad. No lo he logrado del todo, pero estoy en el camino.

Secretos del alma

María Teresa Santiago Canarios

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é, intuyo, que no es bueno desear la muerte de alguien, menos de alguien que conoces y que es de tu familia. Hace muy poco me descubrí con un sentimiento desconocido para mí: el odio.

Sería mucho decir que nunca lo había experimentado, recuerdo haber odiado a alguien que coqueteaba con mi pareja, pero no con tanta fuerza como esta vez. En verdad deseé que se muriera, más que nada por sus hijos y mis sobrinos. Esa persona es mi cuñada, la pareja de mi hermano menor. Se llama Cristina, es de Michoacán, y la mayor parte de su vida ha vivido allá. Sé, por mi hermana, cómo tratan a los niños en ese lugar. Ella ha ido varias veces por su esposo, que también es de allá. Decía que sólo traen al mundo a las criaturas, y que ellas se encargan de sobrevivir. Si lo logran, qué bueno, pero si no, a nadie le importa, al fin que seguirán naciendo más. Las niñas se van de sus casas a los catorce años, y después de un tiempo regresan con su bebé. Es una situación terrible. Aunado a la miseria y a la ignorancia, los niños ya tienen un gesto de desesperanza en sus pequeños rostros. También mi madre me relataba que alguna vez presenció el caso de una pequeña que, al enfermar, en lugar de llevarla al médico, la familia sólo esperaba ya el desenlace final. Decían que le habían hecho mal de ojo y que, en esos casos, los niños siempre mueren. Es de no creerse, pero así ocurre en algunos pueblos de ese estado. ¿Será ésa la mentalidad de mi cuñada? Como vive con nosotras —mi madre y yo—, no dejamos de notar cómo trata a sus hijos, mis sobrinos. No soporto ver que no los cuida, los regaña, les pega, les grita, los encierra, no les da de comer y un interminable etcétera. No puedo entender que una

madre trate así a sus hijos. Todo un caso. ¿Qué no le duelen sus hijos? Varias veces le he dicho que si no los quiere, que me los regale. Son unos angelitos; el mayor cumplirá cuatro años, el mediano tiene poco más de dos y medio, y el chiquitín, meses. Al más pequeño no he visto que le grite, pero noto que a veces no le da pronto el alimento, que pide como sólo los bebés pueden hacerlo. Además, no los defiende de su propia familia, de las burlas, las bromas, de que los fastidien, los hagan enojar en la casa de al lado, que es como le digo al lugar donde vive su madre y donde siempre está metida mi cuñada. Los siento desorientados, no saben si portarse como allá o como acá, sólo se me ocurre que se muera mi cuñada para que se queden con mi hermano. No sé qué haría él, pero yo los querría como si fueran míos. Tal vez sea una solución muy drástica, pero viendo como es mi cuñada, creo que sería lo mejor para ellos. Sé que existen otras soluciones, pero ésta me parece la mejor. ¿Es malo querer algo mejor para ellos? Ya he hablado con mi hermano, pero cree que exagero.

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El sueño

María Teresa Santiago Canarios

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na vez tuve un sueño en el que me veía cargando a un bebé en la entrada de una pequeña casa. El cielo era intensamente azul, con sus respectivas nubes blancas, y esperábamos al padre de ese bebé. Lo que más me quedó grabado, fue la sensación de plenitud, de completa armonía con el universo, en la que nada faltaba ni sobraba. Al despertar, tenía en la boca un sabor dulcísimo que nunca jamás he vuelto a experimentar. Fue un sueño feliz, y tal vez fue buscando ese sueño por lo que soporté muchas cosas que, finalmente, no me condujeron a nada.

Lo irónico es que, ahora que tengo cuarenta y siete años, ni tengo hijo ni creo cumplir ese sueño, pero siento que éste es un momento de reflexión en que los sueños cambian de perspectiva, color y significado.

Ahora iría en busca de esa plenitud, de esa paz y armonía en la que nada falta y nada sobra, de ser una con el universo y encontrar mi lugar en él. Aún siento que tal vez no he luchado por ello, pero gracias a este taller, La Voz de las Palabras, me ha dado la oportunidad de reflexionar acerca de varias situaciones que he vivido, y en las que no siempre tomé la mejor decisión para mí. Escri-

birlo me ha ayudado a verlo desde otra perspectiva; recordarlo me ha vuelto a causar dolor, llanto, pero cada vez duele menos, como que el dolor se exorciza al pasarlo al papel, y en él se queda. Tal vez el recuerdo no se vaya, pero el dolor, las cosas negativas, las que no nos dejan vivir, las que nos causan resentimiento, se van quedando en la escritura y alivian un poco nuestra alma de esa especie de carga que a veces nos empeñamos en llevar a cuestas. Ya alguna vez comprobé que al plasmar en papel el enojo, la molestia, además de que disminuyen, se ven desde otra perspectiva, y como que se queda ahí y ya no lacera el alma. Hay palabras que me han dicho y me las he quedado, me las he creído. Ahora pretendo deshacerme de ellas, reflexionar antes de aceptar que una sola palabra me etiquete. Ahora me veo como una mujer con muchas cualidades, a las que no les había reconocido ese carácter. Es muy importante la autoestima, y yo he carecido de ella por mucho tiempo. Nos ayuda a ser fuertes, a avanzar, a ser nosotras mismas, a trabajar día a día en ello. Es parte del trabajo que hemos de realizar, pero no como una obligación, sino como parte del crecimiento personal que nos ha de llevar al conocimiento de nosotras mismas.

María Teresa Santiago Canarios Nací en el D.F., en 1966. Fui la mayor de siete hijos, tres hombres y cuatro mujeres. He sido comerciante, cocinera y, actualmente, artesana. Estoy tomando el taller de vitrales en el Faro de Oriente, y antes estuve en el curso de computación y en el Taller de Autobiografía demac que imparte María Teresa Pérez Cruz en la Biblioteca del Faro. Quién me iba a decir que a mis cuarenta y siete años me preocuparía por saber de mí misma…, pero eso lo logré en el taller de escritura. Sé que me falta, pero ahí encontré las bases y perdí el miedo a muchas cosas que no me dejaban ser. Descubrí que había más mujeres que se encontraban en la misma situación y con las que me identifiqué plenamente. Encontré solidaridad, amistad, comprensión y compartí esas cosas que nos guardamos y que nos causan dolor, lo que nos ayuda a que éste sea menor, y al escuchar nuestra propia voz enunciando el problema, éste pierde poder sobre nosotras. Tal vez no deje de existir, pero lo vemos claro y quizá le encontremos solución.

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DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIOS DE MUJERES A.C.

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