Paz en la familia, paz en los pueblos: Convivir en tiempos de crisis

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“Paz en la familia, paz en los pueblos: Convivir en tiempos de crisis”.

Segunda Ponencia: “EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN, CAMINOS DE LIBERACIÓN PARA LA FAMILIA”. Ponente: Mag. María Belén Romá Romero. [email protected]

“El perdón no cambia el pasado pero sí el futuro” No podemos vivir “humanamente” sin el Perdón y la Reconciliación. Y es que en nuestra vida de seres humanos, llena de relaciones con nosotros/as mismos/as, con los otros/as, y con la naturaleza, las equivocaciones y los conflictos son inevitables. Y cuando hablamos de las relaciones familiares, esas dificultades son realidad cotidiana. La convivencia humana necesita constantemente del Perdón y de la Reconciliación para poder sobrevivir, para que el hecho cotidiano del vivir no duela tanto, pues de otro modo, se deshace y desaparece. Son múltiples las situaciones de la vida humana, y en especial entre los miembros de la familia, que reclaman el ejercicio del perdón: formas de comportamiento que molestan a los demás, malentendidos, problemas de la convivencia de cada día, falta de respeto, etc. Y así es que vivimos a veces manteniendo relaciones rotas y debemos darnos cuenta de que deben ser recompuestas. Por ello necesitamos del Perdón y Reconciliación, para poder pasar del dolor a la compasión. Y ante este vivir en ruptura de relaciones, en des-armonía conmigo mismo/a y con los otros/as, tenemos tres opciones o caminos: la violencia como solución; el ocultamiento, disimulo u olvido (que es tapar la herida); y el Perdón y la Reconciliación como camino de restauración de relaciones, de sanar desde el fondo y de reconstruir relaciones, en vez de ahondar abismos. Pero vayamos paso a paso, entendiendo que pasa en nuestras familias cuando nos ofendemos unos/as a otros/as, y que podríamos hacer: A. ¿QUÉ OCURRE EN NOSOTROS/AS CUANDO NOS SENTIMOS OFENDIDOS/AS? Una de las experiencias que más afectan nuestro sentido de vida es ser víctima de alguna violencia y/o ofensa, por los efectos que producen en nosotros/as (físicos, psicológicos y espirituales). Y ¿qué nos ofende?, podríamos peguntarnos. Son muchas las situaciones que causan “ofensas”: desde la violencia armada, que genera conflictos, guerras, secuestros, desplazamientos forzados, o la violencia social, tan cotidiana en nuestras ciudades (robos, asaltos, inseguridad ciudadana) y hasta la violencia estructural (pobreza, la exclusión, el racismo, el machismo, la discriminación). 1

Sin embargo hay otras situaciones que siguen sembrando rabias, rencores y deseos de venganza, y esas son las que abordaremos hoy día: aquellas que podemos vivir día a día en el interior de las familias, en nuestras casas y con los más cercanos, que van desde las infidelidades, maltratos físicos, sexuales y psicológicos, hasta nuestras violencias cotidianas (mentiras, malas contestaciones, “guerras frías”, pequeñas “venganzas cotidianas”, la falta de consideración, agresividad..), es decir, todo aquello, que aún sin intención negativa por parte del otro/a, lo interpretamos como ofensa o maltrato a nuestra dignidad. ¿Qué efectos generan las ofensas en nosotros/as? Las ofensas que nos causamos en la familia dejan en nosotros/as heridas “emocionales” en nuestra piel psíquica. Podemos hablar de heridas en las tres “S”:  La Seguridad en mí mismo/a: una persona agredida, ofendida puede sufrir lesiones en su propia identidad, llegando a manifestar graves problemas de seguridad en los diferentes escenarios en que su vida se desenvuelve. Se suele escuchar: “No soy capaz de hacer nada, no sirvo para nada, me van a herir u ofender otra vez”, “ya no tengo seguridad en mí mismo/a”, “no soy una persona, un hijo, querible, valioso”.  La Seguridad en los otros/as: cuando se recibe maltrato se gana en desconfianza, la interacción cotidiana y el trabajo o vida en común se dificultan por la sospecha. Los vínculos grupales se afectan. Se puede llegar a escuchar: “No puedo confiar en nadie, mejor me callo, me quedo a un lado sin colaborar o tratar con nadie”. Se cierra uno/a en sí mismo/a y coloca un muro de protección, imposibilitando de esta manera la comunicación y las relaciones interpersonales.  El Significado de la vida: quienes han sufrido una ofensa pierden a veces el sentido y el significado de la vida, no se comprende bien el hacer y el trascender, la motivación para el actuar se ve disminuida. Se suele escuchar: “Ya no vale la pena vivir, mi vida no tiene sentido, lo que hago no sirve para nada.”, “para que creer en el matrimonio”. Se pierde el horizonte, se pierde el proyecto de vida. Y ¿qué le ocurre a una persona que ha sido violentada, ofendida, o cree haberlo sido, y se siente afectada en alguna de las tres “s”? Las personas tenemos mecanismos que nos predisponen a reaccionar por reflejo, especialmente en circunstancias que percibimos como amenazadoras. Son reacciones heredadas, diseñadas desde un mundo en que el día a día era en términos de vida o muerte, de supervivencia en un mundo de caza y recolección. Ahora el mundo no es así, pero las reacciones ante la amenaza no han cambiado: ante la amenaza se activa esa parte del cerebro. Antes eran más amenazas físicas a la integridad, ahora siguen esas amenazas, pero la mayoría son más amenazas psicológicas a nuestra dignidad y bienestar. No cabe duda de que hemos evolucionado a partir de seres inferiores a la forma compleja que poseemos actualmente. Pero…aún tenemos en nuestros cerebros las partes más primitivas o “cerebro primitivo, parte que compartimos con nuestros amigos los animales y que a veces controla nuestra vida emocional y la mayoría de nuestras relaciones instintivas. Es por eso que cuando nos sentimos ofendidos, algunos de nosotros/as peleamos y otros huimos. Lo que es común, es la repulsión que sentimos por experimentar tales amenazas a la dignidad y el sentimiento de humillación que la acompaña: Interpreto que alguien viola mi dignidad, mi cerebro primitivo reacciona, “se enfada”, pelea o huye se paraliza; sentimos ira (lo que es una reacción natural), justa indignación, que “justifica” el deseo de venganza; Pero, el tema es más complejo porque si reaccionamos desde la ira, siendo justificable, veremos que no necesariamente es útil o digno….y complica nuestras relaciones. Jim Gilligan ha establecido una conexión directa entre el ser “irrespetado”, la experiencia de humillación y vergüenza y el uso de la violencia para recuperar la dignidad y el respeto perdidos. Pensemos cuantas veces en nuestras familias sale nuestra violencia hacia los otros/as por habernos sentido antes violentados/as o no bien tratados/as. ¿Y si nos han ofendido mucho en nuestra vida? A más experiencias tempranas de amenazas, más arraigadas estarán las reacciones programadas y esa huella emocional temprana está incrustada en nuestro cerebro más primitivo. Muchos de nosotros/as tenemos una experiencia temprana de “asaltos” a nuestra dignidad, que han dejado heridas emocionales poderosas y destructivas que afectan directamente como reaccionamos hoy ante situaciones, que pueden hacernos hipersensibles a las amenazas y a veces más vulnerables a ser esclavizados por la reacciones programadas, por medio de una reacción violenta o retirándose (pelea, o huida) y con violencia hacia sí mismo/a. 2

¿Qué sentimos y que hacemos? Sabemos que son varias las emociones involucradas en la experiencia de una ofensa: Ira, rabia, enojo, miedo, tristeza, angustia, siendo la rabia la primera manifestación somática de la necesidad de dignificación cuando una persona es maltratada. Como veremos después, no significa, que si decidimos perdonar tenemos que reprimir los sentimientos, pues el perdón está siempre al final de la cólera y no al principio. Para poder perdonar tienes que permitirte expresar el dolor que el otro/a te ha causado, de una manera que NO ATENTE CONTRA LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS O A TI MISMO/A. Si entendemos las ofensas como heridas, la pregunta es ¿qué hacemos con nuestras heridas? Sabemos que si hurgamos en ellas nos perjudicamos y si no curamos esas “heridas” pueden infectarse, ¿hay maneras de sanarlas? ¿Y si no se manejar la ira?, ¿Y si el dolor, la ira se queda por tiempo? , ¿Qué pasa en nosotros/as? Cuando percibimos una amenaza a nuestro bienestar o una ofensa a nuestra dignidad también nos convertimos en potenciales ofensores/as de la dignidad de los otros/as. Necesitamos ser conscientes de los peligros que se esconden detrás de reacciones instintivas de supervivencia ante una amenaza. La rabia y el dolor se manifiestan en la vida dificultando el intercambio social, al mantener formas poco propositivas en la solución de conflictos y en el trámite de las posturas emocionales. Y si guardamos la rabia, por no saber o no querer manejarla bien, será como “dejar basura dentro de mi casa”, pues la rabia acumulada…..es como, “tomar veneno esperando que el otro muera”, ya a quien perjudica principalmente es a quien la siente y a la alimenta. Y así podríamos entrar en el Círculo de la Violencia: Rabia - Resentimiento - Deseos de venganza - Venganza. El resultado frecuente del enojo es el deseo de venganza, que no disminuye hasta que los sentimientos asociados son procesados. Sin una decisión consciente de abandonarlo, el enojo permanece y se acumula para hacer irrupción en el futuro, y así, la rabia, el rencor y los deseos de venganza son repetición de lo mismo. Encadenan a sus víctimas en el pasado y bloquean el camino a futuros nuevos. Sabemos que un alto porcentaje de los victimarios antes fueron víctimas…. y buena parta de los adultos “violentadores”, fueron niños/as violentados. Nos preguntamos, ¿Por qué las víctimas se vuelven victimarios/as?: 1. 2. 3. 4.

Las rabias y odios se acumulan en el tiempo, no se esfuman solas Nadie les ayudó a elaborar sus rabias y sus odios Las rabias y los rencores son tanto individuales como colectivos Las rabias y rencores paralizan seriamente la dinámica interna de las personas y de los grupos humanos.

Y ¿por qué guardamos la ira? Con frecuencia guardamos la ira, porque nos genera “ganancias”: nos da sensación de poder y dominio, nos evitar comunicarnos, nos sirve para autoprotegernos, los utilizamos para controlar a los otros/as, también para aferrarnos al recuerdo y victimizarnos, y también como forma de impulsar cambios. Sin embargo antes las ofensas, no sólo tenemos el camino de la violencia al (hacia nosotros/as o hacia mí mismo/) o la negación consciente o inconsciente de lo ocurrido…También podemos optar por el Perdón. Vemos entonces, que junto con las razones de índole estructural, como la pobreza y la exclusión, la manifestación del rencor y el deseo de venganza son también causas de la violencia, y ante esta situación, el Perdón y, si es oportuna la Reconciliación, enmarcadas en la ética del cuidado, nos abren una puerta a la sanación de las heridas y a la construcción de una cultura de paz, en la familia y en la sociedad. B. ENTENDIENDO QUÉ ES Y QUE NO ES EL PERDÓN En ocasiones, comenzar definiendo un concepto por lo que no es ayuda a entenderlo mejor. Por eso comenzaremos, recordando que perdonar no significa: 3

Justificar, excusar los comportamientos negativos Olvidar Negar o reprimir la rabia ni el dolor aparentando que todo está bien, cuando en realidad nos sentimos disgustados/as y molestos/as. Ser pasivo/a y mantener un trabajo o una relación que evidentemente no funciona o nos hace daño. Es importante tener muy claros los propios límites. Si permitimos repetidos comportamientos inaceptables en nombre del “Perdón”, lo más probable es que estemos utilizando el “Perdón” a modo de excusa para no asumir la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos/as o para evitar hacer cambios. Cambiar necesariamente nuestros comportamientos y actitudes frente a las personas que nos han agredido. Condicionar el proceso de perdón al cambio de comportamiento y actitud del ofensor/a. Reconciliarme con el otro/a. Este es un proceso posterior, que puede darse o no

¿Cómo entender el perdón? “Perdón es la voluntad para dejar de lado el derecho al resentimiento, al juicio negativo y a la conducta indiferente hacia uno mismo/a o hacia otro/a que nos ha ofendido y alimentar, en su lugar, sentimientos de compasión y generosidad hacia uno mismo/a o hacia el ofensor/a”. Enright, Freedman y Riqueee

La experiencia de perdón, es un proceso de sanación de sí mismo/a, de las heridas emocionales. Es un ejercicio personal para sacarse el veneno de adentro. Al entender que si uno/a se queda reciclando venenos, se hace daño a sí mismo/a, el perdonar se convierte en un ejercicio de salud personal. De esta manera el perdón es una experiencia de liberación interior, es optar por cortar el círculo de odio, del rencor, del sufrimiento sin sentido, pues opera un cambio de corazón y nos liberarnos del pasado. Así podemos ponerle fin al ciclo del dolor por nuestro propio bien y por el bien de los demás (por eso decimos que siendo una reparación subjetiva, tiene siempre un beneficio social). Podemos decir que es un regalo que me hago, lo hago por mí, no por el otros/a porque no quiero dejar “basura” dentro de mi casa. Nos permite recuperar el equilibrio emocional y nos reconstruye la identidad: términos de dignidad. Y es que nos conviene perdonar porque la rabia y el rencor son emociones muy fuertes que desgastan nuestra energía de muchas maneras, nos debilita física y emocionalmente, y al perdonar podemos liberarnos de los efectos dañinos de la rabia y el rencor permanente o crónico. Y no olvidemos que el perdón sólo lo da la víctima. En una adaptación que hemos realizado en el Instituto de Fe y Cultura del texto de Robin Casarjian, Perdonar, puerta hacia la paz mental, recogemos distintas maneras de definir el Perdón, que les presento: Es una decisión, la de ver más allá de lo que muestra o manifiesta la persona, de sus miedos, modo de vida y errores. Es la decisión de verla en su esencia, en su interior, en lo más profundo de su ser y que siempre es digna de respeto y amor. Es optar por una visión del ser humano como ser bueno a pesar de estar desfigurado por su situación o condicionada por su historia personal de vida. Es una actitud, que supone estar dispuesto a aceptar la responsabilidad de las propias percepciones, comprendiendo que son opciones, no hechos objetivos. Es la actitud de elegir mirar a una persona que tal vez uno ha juzgado automáticamente y advertir que en realidad es algo más que la persona “espantosa” o insensible que vemos. El perdón nos capacita para percibir, que bajo un comportamiento insensible, existe un/a niño/a herido/a, con condicionamientos pasados y pidiendo auxilio, amor y respeto. Es un proceso, que nos exige cambiar nuestras percepciones una y otra vez. No es algo que sucede de una vez por todas. Nuestra visión habitual está empañada por los juicios y percepciones del pasado proyectados al presente; en esto las apariencias nos engañan con facilidad. Cuando elegimos cambiar nuestra perspectiva por una visión más profunda, más amplia y abarcadora, podemos reconocer y afirmar la mayor verdad de quiénes somos y quiénes son los demás. Como resultado de este cambio surge una mayor comprensión y compasión por nosotros/as mismos/as y por los demás. El Perdón suele experimentarse 4

como un sentimiento de dicha, paz, amor y apertura del corazón, alivio, confianza, libertad, alegría y una sensación de estar haciendo lo correcto. El Perdón es una forma de vida, que nos convierte gradualmente de víctimas de nuestras circunstancias en poderosos y amorosos cocreadores de nuestra realidad. En cuanto forma de vida, supone el compromiso de ver cada instante como algo nuevo, con claridad y sin temor. Es la desaparición de las percepciones que obstaculizaban nuestra capacidad de amar. Muchas personas, cuando piensan en el Perdón, creen que es algo que ha de hacerse de situación en situación, de rabia en rabia. En último término es esencial perdonar en cada momento determinado, si deseamos ser libres, sanar y ser capaces de avanzar. En su sentido más amplio, el Perdón es una manera de relacionarnos, en forma más compasiva y comprensiva y es además una opción siempre presente, que incluye también la posibilidad de perdonarse a sí mismo/a Deseo terminar este apartado, subrayando que el perdón es la respuesta moral de una persona a la injusticia que otra ha cometido contra ella. Es un regalo que debemos entregar a nuestros hijos/as. Y por eso, es necesario APRENDER A PERDONAR y ENSEÑAR A PERDONAR C. ENTENDIENDO QUE ES LA RECONCILIACION Conciliar, del latín conciliare significa agrupar, convocar, congregar, aglomerar; re-conciliar, supone que ese agrupamiento, en algún momento se fracturó y requiere re-estructurarse. Es decir, en algún momento existió una relación previa que espera volver a unirse y decide reiniciar una nueva relación. La reconciliación es un camino que se desarrolla a través del re-encuentro con el otro/a, con el ánimo de restaurar la confianza y construir una nueva relación que les posibilite el desarrollo de proyecto de vida y sentido de la existencia; en esa medida es una ruta más que orienta la posibilidad de construir paz, pues permite que las personas en divergencia, conozcan otras formas de tramitar los conflictos y asuman posiciones menos tensionantes que favorezcan vías no violentas de encuentro y reconocimiento. La reconciliación, a diferencia del perdón, supone el acercamiento hacia aquella persona con quien se ha tenido un disgusto, una ofensa o un distanciamiento. En esa medida el proceso de dar o recibir excusas, si son verdaderas es ya una muestra de reconciliación. Supone un acuerdo hacia futuro, y el ir cumpliendo paulatinamente con los comportamientos y acciones que soportan dicho acuerdo. En esa medida, implica tanto tiempo y paciencia (o en ocasiones más) como el que implicó el conflicto. Si las ofensas van a continuar igual, una reconciliación que suponga cercanía no es una buena opción, pues daña a las personas involucradas. Es por eso que puedo perdonar (trabajo personal), y no necesariamente reconciliarme (trabajo con otros/as). O puedo reconciliarme, pero a “distintas distancias”, de acuerdo a mi decisión, a nuestra decisión. CONCLUSIÓN El perdón y la reconciliación son componentes esenciales del capital social de los pueblos y de las comunidades y por lo mismo, elemento indispensable en la construcción de la convivencia y la paz duradera. Si se fortalece la convivencia, automáticamente se fortalece el progreso de las comunidades. Es por eso que el perdón y la reconciliación deben ser aprendidos, experimentados y celebrados en la familia. En el día a día, con los gestos de escucha, de acercamiento, con una comunicación asertiva, dulce y sanadora, con la capacidad de pedir disculpas y perdón y de aceptar el perdón podemos hacer en nuestras vidas y en nuestras casas, esos milagros cotidianos: TRANSFORMAR EL ODIO POR AMOR No olvidemos que los papás y mamás tenemos tres herramientas fundamentales en nuestro trabajo educativo: el afecto, el ejemplo y la comunicación. No podemos exigirnos ser “familias perfectas”, lo que buscamos es poder generar el clima que favorezca la felicidad y la solidaridad en nuestras casas, con afecto, ejemplo y comunicación y para eso el Perdón y Reconciliación son ingredientes indispensables. Y es que, como canta Silvio Rodríguez, creemos que “Sólo el amor alumbra lo que perdura, sólo el amor convierte en milagro el barro”. Fuentes: Módulos de Escuelas de Perdón y Reconciliación, Espere. Instituto de Fe y Cultura 2010. Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Contacto www.uarm.edu.pe (link Instituto de Fe y Cultura ) y teléfono 3324647 Materiales de la Fundación para la Reconciliación, Bogotá, Colombia. www.fundacionparalareconciliacion.org Robin Casarjian, Perdonar. Ediciones Urano S.A. 199

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