Penique alterado con consigna sufragista

MACGREGOR, N., “Penique alterado con consigna sufragista”, La historia del mundo en 100 objetos, Debate, Barcelona, 2012, págs. 692-696. Penique alte

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MACGREGOR, N., “Penique alterado con consigna sufragista”, La historia del mundo en 100 objetos, Debate, Barcelona, 2012, págs. 692-696.

Penique alterado con consigna sufragista Penique de Eduardo VII, procedente de Inglaterra 1903-1918 d. C. Nuestra historia llega a comienzos del siglo XX. Hasta ahora hemos estado en gran medida en un mundo de objetos que fueron hechos, encargados o poseídos por hombres. El de este capítulo lleva grabada la imagen de un rey, pero en este caso concreto las mujeres se han apropiado de él, desfigurándolo con un eslogan en un acto de protesta femenina contra las leyes del Estado. Se trata de un penique británico con la efigie del rey Eduardo VII en un elegante perfil; pero su imagen ha sido alterada en lo que entonces era un acto delictivo. Estampadas sobre la cabeza del rey en toscas letras mayúsculas aparecen las palabras “VOTOS PARA LAS MUJERES”. Esta moneda sufragista representa a todos los que lucharon por el derecho al voto. Los recientes objetos que hemos examinado aquí tenían que ver con la producción y el consumo masivo en el siglo XIX; este tiene que ver con el auge del compromiso político masivo. Normalmente el poder no se cede de buen grado, sino que se arrebata por la fuerza, y tanto en Europa como en Norteamérica el siglo XIX estuvo salpicado de protestas políticas, con revoluciones periódicas en el continente europeo, la

guerra de Secesión en Estados Unidos y una lucha constante por ampliar el sufragio en Gran Bretaña. El proceso de redefinición de la nación política británica fue lento. Comenzó en la década de 1820, y en la 1880 alrededor del 60 por ciento de la población masculina tenía derecho al voto, pero no así las mujeres. La campaña por el sufragio femenino se había iniciado poco después de la denominada Gran Ley de Reforma de 1832, pero la batalla no empezó realmente en serio hasta principios del siglo XX, cuando surgió el movimiento sufragista y, con él, un nuevo nivel de autoafirmación femenina, de hecho incluso de violencia. He aquí las palabras de Ethel Smyth, que compuso “La marcha de las mujeres”, un himno de batalla de las sufragistas: Exactamente a las 5.30 horas de una memorable tarde de 1912, grupos de mujeres sacaron martillos de sus manguitos y bolsos y procedieron metódicamente a romper los escaparates en todas las grandes vías públicas de Londres, inspiradas por el conocimiento de que exactamente en ese momento la señora Pankhurst abría el baile con una piedra arrojada a una ventana del número 10 de Downing Street.1

Smyth fue encarcelada junto con muchas otras mujeres. Cierto día, un visitante de la prisión la encontró asomada a una ventana, utilizando su cepillo de dientes para dirigir a sus compañeras sufragistas, que cantaban su himno durante los ejercicios. La clase dirigente británica se hallaba estupefacta ante la visión de aquellas mujeres tan respetables que cometían delitos deliberadamente. Era un gran paso que iba más allá de los carteles, los panfletos, los mítines y las canciones que hasta entonces habían sido la norma. Alterar una moneda del reino era un delito más sutil —y sin víctimas evidentes—, pero quizá representaba un ataque más eficaz a la autoridad de un Estado que excluía a las mujeres de la vida política. La artista Felicitty Powell tiene un interés especial en las medallas subversivas: La idea es increíblemente inteligente, puesto que usa el potencial que poseen las monedas, un poco como Internet hoy en día, de tener una difusión muy amplia. Los peniques probablemente eran la moneda más utilizada, de modo que lograr propagar el

                                                                                                                “Scrapbook for 1912: Vera Brittain Introduces Dame Ethel Smythe”, National Programme, BBC, primera emisión 9 de marzo de 1937.

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mensaje, subversivamente, en el ámbito público, tanto a quienes debían de sentirse consolados por él como a quienes debían de sentirse escandalizados por él, constituye una idea brillante. Esta moneda concreta aprovecha plenamente el hecho de que las monedas tienen dos caras, no visibles a la vez, y en la otra aparece una imagen de Britania, que no ha sido alterada. La imagen de la mujer que se alza aquí, con gran firmeza, simbolizando la nación. Se da un potencial real de valor de choque, de verdadera subversión, cuando se ve lo que hay en la otra cara.

En el anverso está la efigie de Eduardo VII, parcialmente calvo, barbudo, de perfil y mirando fijamente hacia la derecha. Tiene poco más de sesenta años, ya que la moneda está fechada en 1903. A su alrededor, rodeando todo el borde de la moneda, aparece una inscripción en latín que reza: “Eduardo VII por la gracia de Dios, rey de toda Gran Bretaña, defensor de la fe, emperador de la India”. Un poderoso título, con reminiscencias tanto de antiguos derechos como de un nuevo poder imperial, todo un orden político forjado durante siglos y sancionado por Dios. Pero en la parte superior de la oreja del rey, y atravesando directamente su rostro en desalineadas letras mayúsculas, aparece la palabra VOTES; debajo de la oreja, FOR; y a la altura del cuello, WOMEN; es decir, “VOTOS PARA LAS MUJERES”. Alguna sufragista grabó las letras en la superficie del penique una a una, realizando una perforación independiente para cada letra. Ello debió de requerir una fuerza considerable; y el resultado es manifiestamente tosco, tal como describe Felicity Powell:

Es literalmente una desfiguración, directamente encima del rey. Y lo interesante para mí es el modo en que la oreja se convierte en un elemento central. Al remachar estas letras la oreja se ha dejado más o menos intacta, lo cual es un poco como decir: “¿Lo oye usted?”. De ahí saca su verdadera fuerza.

Nuestro penique de bronce de Eduardo VII fue acuñado el año de la constitución de la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU), entre cuyas fundadoras se contaban Emmeline Pankhurst y su hija Christabel. Anteriormente había habido ya otros grupos de presión pacíficos femeninos, pero ninguno había logrado su objetivo. Treinta y tres años antes, el marido de Emmeline había redactado el primer Proyecto de Ley de Sufragio Femenino para el Parlamento británico, que había logrado salir adelante en la Cámara de los Comunes hasta que el primer ministro, William Gladstone, se manifestó abiertamente en contra: No temo en absoluto que la mujer le usurpe el poder al hombre. Lo que temo es que nosotros la invitemos involuntariamente a pecar contra la delicadeza, la pureza, el refinamiento y la elevación de su propia naturaleza, que son las actuales fuentes de su poder.2

Al invocar la delicadeza y el refinamiento de las mujeres, Gladstone apelaba de manera calculada a las ideas tradicionales, represivas, acerca de cómo debía comportarse una señora. Así, aunque la campaña a favor del voto femenino continuó y el proyecto de ley volvió a llevarse repetidas veces al Parlamento, durante casi una generación la mayoría de las mujeres se abstuvieron de la acción directa y de cualquier usurpación, impropia de una dama, del poder establecido de los hombres. Pero en 1903 las Pankhurst y otras como ellas dijeron basta. Se da la curiosa circunstancia de que el término inglés con el que se denominaba entonces era suffragists, pero después de unos años de activismo el Daily Mail pasaría a denominar a las nuevas y combativas manifestantes suffragettes; ambos términos se traducen en español como “sufragistas”, pero es obvio el irrisorio matiz diminutivo del segundo, con el que se pretendía diferenciarlas de las mujeres que se habían atenido únicamente a medios pacíficos. Bajo el                                                                                                                 Female Suffrage: A Letter from the right Hon. W. E. Gladstone, M. P. to Samuel Smith, M. P., Londres, 1892.

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mando de la señora Pankhurst, las “nuevas” sufragistas pasaron a la acción directa. La alteración de monedas era solo una táctica entre muchas otras, pero la elección del penique resultaba particularmente ingeniosa; los peniques de bronce anteriores al sistema decimal, con un diámetro de aproximadamente igual al de la actual moneda de dos euros, eran lo bastante grandes para permitir inscripciones fácilmente legibles, pero también demasiado numerosos y de un valor demasiado bajo como para que a los bancos les resultara práctico retirarlos, de modo que estaba garantizado que el mensaje que se grabara en esa moneda gozaría de una circulación amplia e indefinida. Las sufragistas también abrazaron la causa mediante acciones personales; por ejemplo, interrumpiendo juicios en los tribunales para pedir el voto, tal como hizo la propia Emmeline Pankhurst: Las razones por las que las mujeres deben poder votar resultan obvias para cualquier persona imparcial. La Constitución británica estipula que la tributación y la representación vayan de la mano; por lo tanto, las mujeres contribuyentes tienen derecho al voto.3

La moderación de las palabras de la señora Pankhurst contrasta con la creciente violencia del movimiento. En una célebre acción, la sufragista Mary Richardson la emprendió a hachazos con el cuadro de Velázquez La Venus del espejo, que se exhibía en la National Gallery de Londres; Richardson justificó enérgicamente su decisión: He intentado destruir la pintura de la mujer más hermosa de la historia mitológica como protesta contra el gobierno por destruir a la señora Pankhurst, que es la figura más hermosa de la historia moderna.4

Las sufragistas emplearon muchas otras tácticas capaces de impresionarnos todavía hoy: se encadenaron a la verja del número 10 de Downing Street, introdujeron cartas bomba en buzones, y cuando las encarcelaban hacían huelgas de hambre. La acción más violenta fue la que emprendió Emily Davison contra sí misma cuando se arrojó a los pies del                                                                                                                

Transcripción de un discurso de Christabel Pankhurst, 1908 (Copyright © British Library) Mary Richardson, citada en “National Gallery Outrage. Suffragist Prisoner in Court. Extent of Damage”, The Times, 11 de marzo de 1914.

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caballo del rey en el Derby de 1913, lo que le causó la muerte. Las sufragistas se convirtieron en sistemáticas transgresoras de la ley a fin de cambiarla, y la alteración de nuestro penique representa solo un elemento más en una campaña que fue mucho más lejos de la mera desobediencia civil. ¿Hasta qué punto resulta permisible este tipo de violencia? La baronesa Helena Kennedy, abogada pro derechos humanos y reformadora, evalúa los límites aceptables: Alterar monedas va contra la ley, de modo que la cuestión es si es ético violar la ley en ciertas circunstancias. Mi argumento sería que hay veces en que, en aras de los derechos humanos, es lo único que la gente puede hacer. Como abogada se supone que no puedo decirlo, pero creo que hay ocasiones en que la opinión pública en general estaría de acuerdo, en que de algún modo uno tiene que dar la cara. Obviamente, tienen que haber límites a lo que consideramos aceptable en términos de desobediencia civil. Hay algunos actos políticos que uno nunca consentiría, y es difícil precisar la ética de dónde es apropiado y qué es apropiado. El coraje de aquellas mujeres era extraordinario en cuanto a que estaban dispuestas a sacrificar sus vidas. Hoy, desde luego, también ha gente dispuesta a sacrificar su vida, y uno tiene que considerar cuándo y dónde eso resulta apropiado. Y creo que la mayoría de nosotros diríamos que cualquier cosa que implique causar daño a otros tiene que ser inaceptable.

La campaña de las sufragistas se interrumpió al estallar la Primera Guerra Mundial, pero la propia contienda proporcionó argumentos poderosos, de hecho concluyentes, a favor de dar el voto a las mujeres. De repente, las mujeres tuvieron la posibilidad de demostrar su capacidad en ambientes tradicionalmente masculinos y claramente “impropios de una dama” —la medicina en los campos de batalla, la fabricación de munición, la agricultura y la industria—, y una vez que la guerra hubo terminado ya no se las pudo volver a encasillar en un estereotipo de delicado refinamiento. En 1918 se concedió el derecho al voto a las mujeres británicas de más de treinta años, y en 1928 la Ley de Igualdad de Sufragio extendió el voto a todas las mujeres a partir de veintiuno, en las mismas condiciones que los hombres. En 2003, cien años después de que se grabaran las palabras “VOTOS PARA LAS MUJERES” en nuestro penique, se acuñó una nueva moneda de 50 peniques para conmemorar el centenario de la Unión Social y Política de las Mujeres. En el anverso aparece la reina, una mujer en el reverso aparece otra mujer, una

sufragista encadenada a una verja y con un cartel al lado con las palabras, esta vez legítimamente grabadas: “DAD EL VOTO A LAS MUJERES”.

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