Poblado Naval de San Carlos

Historia de Cádiz. Barrios de San Fernando. Siglo XIX. Población carolina. Guerra de la Independencia. Edificios. Tesorería. Panteón de Marinos Ilustres. Escuela naval militar. Museo Naval. Edificio Carlos III. Casa del capitán general

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ORÍGENES DE LA POBLACIÓN MILITAR DE SAN CARLOS Y EL EDIFICIO CARLOS III

POBLADO MILITAR DE SAN CARLOS • INTRODUCCIÓN .. ..PÁG.1 • LOS ORÍGENES DE LA POBLACIÓN DE CAROLINA..PÁG.2 • LA POLÍTICA DE FORTIFICACIÓN EN LA BAHÍA...PÁG.3 • LA MODERNIZACIÓN DE LAS ESCUADRAS. EL PLAN DE ARSENALES..PÁG.5 • LA ACADEMIA DE GUARDIAS MARINAS.PÁG.8 • LOS TRASLADOS DEL DEPARTAMENTO MARÍTIMO A LAS ISLAS....PÁG.9 • LOS MOVILES IMPULSORES INMEDIATOS..PÁG.12 • LOS PROYECTOS SOBRE LA POBLACIÓNPÁG.14 • LA MATERIALIZACIÓN DE LA POBLACIÓN..............PÁG.16 10. LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA REACTIVACIÓN Y CAMBIO DE ENFOQUE ..PÁG.18 11. LA POBLACIÓN DE SAN CARLOS CON LOS BAJOS BORBONES..PÁG.19 12. LA CASA DEL CAPITÁN GENERAL Y DEL INTENDENTE...PÁG.21 13. LA CONTADURÍA Y TESORERÍA....PÁG.25 14. LA CASA DE TESORERÍA Y LA ACADEMIA DE PILOTOS.PÁG.28 15. LAS PROPUESTAS PARA CONCLUIR POR CONTRATA LAS OBRAS DE LA NUEVA POBLACIÓN...PÁG.30 1

16. EL CUARTEL−ACADEMIA DE GUARDIAS MARINAS..PÁG.32 17. PANTEÓN MARINOS ILUSTRES..PÁG.37 18. LA ESCUELA NAVAL MILITAR..PÁG.40 19.HISTORIA DEL MUSEO NAVAL DE SAN FERNANDO. EDIFICIO CARLOS III...PÁG.64 20. CONCLUSIÓN.PÁG.66 INTRODUCCIÓN Históricamente los primeros pobladores conocidos de la hoy ciudad de San Fernando, durante largo tiempo identificada con la Isla de León, son tartesos, fenicios y cartagineses, y cuando Cádiz es colonizada por los romanos, éstos se instalan también en la isla, cuyo nombre primitivo pudo ser el de Cimbis. De los romanos se conserva el Puente Suazo (reconstruido más tarde), obra posiblemente de Lucio Cornelio Balbo Minor, restos de calzadas y un acueducto, así como restos de edificaciones y mascarillas. A lo largo de toda la Edad Media la isla lucha activamente contra la invasión árabe , y a partir de la Reconquista de la bahía gaditana por Alfonso X, El SABIO se realiza hacia 1260 su proceso de delimitación, que puede considerarse consolidado sobre el siglo XV, aunque en el siglo XIV se establezca el dominio señorial en el llamado «logar de la puente», que, en 1408, fue cedido por JUAN II de Castilla a Juan Sánchez de Suazo. Durante el siglo XV serían tres los miembros de la familia Suazo los que ostentarían el dominio de la isla, que en 1490 pasa a la familia Ponce de León, que desde 1466 dominaban la ciudad de Cádiz. En 1492 los Reyes Católicos establecen capitulaciones por las que Cádiz se reintegraba bajo la autoridad de La Corona, quedando sin, embargo, la isla adscrita a la familia Ponce de León, que recibía desde esos momentos el ducado de Arcos, tomando la villa el nombre de Isla de León, precisamente en homenaje al apellido de su poseedor. Durante los siglos XVI y XVII lo duques de Arcos no dedican especial atención a la zona, donde las obras del puente fortificaciones e iniciativas de construcción naval recaen sobre el poder central, estando formada la ciudad en esos siglos por un corto número de casas agrupadas alrededor de Castillo de San Romualdo. En 1729 Felipe V decidió incorporar el dominio de la Isla de León a la Corona, no obstante las protestas de la casa de Arcos, y en 1786, con el inicio de las obras de la llamada población militar de San Carlos y la efectiva vinculación administrativa a la Corona, nace efectivamente la primera ciudad de la isla, con una corporación municipal independiente y su rápido desarrollo de servicios e instituciones. • LOS ORÍGENES DE LA POBLACIÓN CAROLINA El hecho real, crudo y amargo, del marasmo es el potencial bélico de la España Imperial de los Austrias, había una gran indefensión de los galeones y vulnerabilidad de las costas y ciudades marítimas, que quedó al descubierto con la Guerra de Sucesión a la Corona de España. Especialmente en los años de 1702 y 1703 cuando la escuadra anglo−holandesa atacó a la Bahía de Cádiz, bombardeó a la ciudad y saqueó las villas de Rota y El Puerto de Santa María. Muchas consecuencias se iban a derivar de aquella política desaprensiva que dominó en los reinados de los dos últimos Austrias, Felipe IV (1621−1665) y Carlos II (1655−1700), tal como se comprobó en las embestidas de las guerras del setecientos. Por eso, el marqués de Villadarias vio la necesidad de fortalecer la Isla de león, como resorte defensivo y de contraataque frente a los nuevos posibles desembarcos en la Bahía exterior. Y así lo elevó a sus mayores del 2

reino (17.06.1705). La respuesta eficaz de la nueva dinastía− aún no consolidada en España ya que la guerra no se había dirimido− fue contundente. Se dictaminaron normas para responder a dos necesidades inaplazables: fortalecer la Bahía e impulsar la renovación de la Escuadra. Una tercera, también necesaria por razones de ahorro, rapidez y emplazamiento, se adoptaría tan pronto como se hubiesen logrado los mínimos deseados en la fortificación de la Bahía. Nos referimos a los, trasladados a Cádiz de las instituciones comerciales, marítimas y defensivas de Andalucía. • LA POLÍTICA DE FORTIFICACIÓN EN LA BAHIA La Bahía y costas próximas contaban con una serie de fortificaciones. Calderón Quijano, y varios de sus colaboradores en la cátedra y en el instituto de estudios hispanoamericanos, realizaron un minucioso y exhaustivo estudios sobre la defensa del Golfo de Cádiz, en la Bahía gaditana, y las de la misma ciudad, que confiere el nombre al Golfo y a la Bahía. Estas defensas de la Bahía, que son las que interesan primordialmente para delimitar el alcance histórico de la Población de san Carlos eran siete: las murallas de Cádiz, con sus fuertes y castillos como los de San Sebastián y Santa Catalina, en el flanco derecho de la Bahía exterior, y el de Santa Catalina de el Puerto de Santa María en la zona paralelas de la misma; otros tres en las dos márgenes que vigilan la entrada a la resguardado bahía interior (Puntales, Matagorda y Fort−Luis); y dos en el costado oceánico meridional con La Cortadura y Sancti−Petri. A estas defensas se incorporaban los caños que constituían unos fosos naturales: el Río San Pedro o Caño de la Carraca, el Caño de Sancti−Petri y el de Trocadero. Este conjunto de baluartes se encontraban descuidadas e inutilizables como se comprobó, con amargura, en los inicios de la Guerra de Sucesión. Durante la misma guerra (1706) se adoptaron ya las primeras reformas, en cuanto a la fábrica, reconstruyendo los fuertes interiores (Puntales, Matagorda y Fort−Luis), y también modernizando sus baterías. Con estas reformas, una nave enemiga dificultosamente podría penetrar en la Bahía interior. Otras medidas previsoras se impulsaron en los años siguientes. El plan de fortificaciones de 1724 renovó el Castillo de Puntales con una dotación de modernos cañones. E igualmente otro, que data de 1739, reestructuró material y tácticamente los castillos del Puntal y de Santi Petri. • LA MODERNIZACIÓN DE LA ESCUADRA. EL PLAN DE ARSENALES. Otra amarga realidad, similar a la de las defensas, era la inexistencia de una escuadra para poder competir con la enemiga. Así, la política naval de Felipe V y su ministro Alberoni, atendió a remediar, con apremio, esta carencia de fuerzas defensivas y ofensivas, en gran medida basada en los planteamientos de José Patiño afincado ya en Cádiz tras su nombramiento como presidente de la recién trasladada Casa de Contratación (28.01.1717). Patiño, con recomendaciones especiales, centró su reorganización defensiva en tres proyectos: construcción de diques, fundación de la Academia de Guardias Marinas y traslado de las instituciones comerciales y marítimas. La política de diques y construcción naval fue iniciada por Patiño (1717−1736), el asesoramiento del gran constructor Gartañete, en el Castillo de Puntales y en el Arsenal de la Carraca, durante el reinado de Felipe V. Un exponente ejemplar de esta política fue la botadura del Hércules con setenta cañones, primer buque del astillero de Puntales. Igualmente, la prosiguió José del Campillo (1741−1744), de la Escuela de Patiño, que, en 1741, desempeñó la Secretaría de Guerra y Hacienda.No obstante, el gran impulsor fue Zeñón de Somodevilla, Marqués de la 3

Ensenada (1737−1754). Somodevilla desempeñó diversos cometidos en relación con la Marina, hasta que, en 1743, como premio a sus méritos, sustituyó a Campillo en la Secretaría de Marina e Indias y Hacienda.

Este gran ministro de Fernando VI poseía una idea fija: Sin marina no puede ser respetada la monarquía española, conservar el dominio de sus vastos estados, ni florecer la Península, centro y corazón de todo Pensó promocionar este añorado poderío naval, basculando sobre la Hacienda, al apoyarse en esta como palanca para impulsar la fuerza del mar. Esta llegada de Ensenada a la dirección de la Marina y la Hacienda ocasionó todo un renacimiento en el poderío naval del Reino. Y, de entre todas las zonas marítimas será la Bahía de Cádiz la más beneficiada, ya que iba a concentrar en el rincón más sur occidental de la Península casi todo el poderío naval que soñó para su país, tan solo compartido, y en niveles muy inferiores, con Cartagena, El Ferrol y La Habana. Completando estos proyectos la Bahía y prescindiendo de otras zonas metropolitanas o coloniales, los ambiciosos programas se van a centrar en el Arsenal de la Carraca. Elegirá como colaboradores a eficaces estudiosos españoles e insignes ingenieros extranjeros. Cinco sobresaldrán entre otros muchos: José de Carvajal, burócrata de la Corte; Jorge Juan de Antonio de Ulloa, marinos de la Academia de Cádiz; y los franceses Gauthier y Godín, consumados técnicos. Jorge Juan, antiguo guardiamarina y brillante científico por sus amplios conocimientos en las ciencias del mar, marchó pensionado a Londres, para estudiar las últimas técnicas de la construcción naval. A su regreso, cerró el Carenero del Puente con el fin de concentrar todas las energías e inversiones en el Arsenal de la Carraca que recibió un descomunal impulso. El ingeniero Gauthier realizó los planos para un nuevo modelo de navío español: El navío de línea, dotado con cuatro puentes, planchas de cobre, 120 cañones de bronce y hierro forjado y proyectiles que llegaban a 3000 metros de distancia. Se alcanzó votar cada año dos navíos − y seis entre los tres astilleros del Reino −, con miras a conseguir un conjunto naval que estaría compuesto por 50 navíos, 150 guardiamarinas, 1.000 artilleros y 4 batallones de Infantería de Marina.

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Ensenada no logró esta grandiosa empresa, tan temida por los ingleses ya que se les contrarrestaba sus intereses marítimos al ser destituidos por Fernando VI en 1754. Todo este montón de esfuerzos programados, y proseguidos con tesón, se coronaron en 1783 reinando Carlos III y siendo ministro Antonio Valdés, fecha en que se finalizaron los diques de La Carraca.

• LA ACADEMIA DE GUARDIAS MARINAS El complemento al plan de construcción naval no podía ser otro que el de la formación de una oficialidad de marinos expertos para que pilotasen la Real Armada. Con el fin de alcanzar estas metas se fundó la Real Compañía de Guardias Marinas, iniciativa del intendente general Patiño, quedando instalada en el Castillo de Cádiz. Comenzó a regirse conforme a la Real Instrucción (15−04−1718) que separaba las funciones del capitán comandante , al que le correspondía la educación militar de los alumnos, y del director de Academia, cuyo cometido fundamental era la formación científica. Para el cargo de director fue nombrado el francés Godin. El que le confirió un gran impulso a la Real Academia, como había ocurrido con la política de construcciones navales fue el Marques de La Ensenada, que en 1748, envió marinos pensionados a Inglaterra y Holanda para asimilar las últimas técnicas y enseñanzas. Jorge Juan, uno de los elegidos, a su regreso en 1752, le organizó la formación marítimo−militar con nuevos programas y un profesorado muy seleccionado. Todas estas innovaciones quedaron plasmadas en las Nuevas Ordenanzas, redactadas definitivamente en el reinado de Carlos IV (1793). Otros aspectos de las nuevas orientaciones se concretaron también en una serie de publicaciones, exponente del desarrollo investigador y docente: Godín escribió una Aritmética, Santiago de Zuloaga dos textos de maniobra y Jorge Juan un tratado de navegación con el título de examen marítimo. • LOS TRASLADOS DEL DEPARTAMENTO MARÍTIMO A LAS ISLAS Con la entronización de los Borbones las principales instituciones comerciales y marítimas se concentraron en la Bahía, y mayoritariamente en la Bahía de Cádiz, una fecha, la de 1717, fue la indicada para trasladar o fundar la Casa de Contratación, el Departamento marítimo y la Academia de Guardias−Marinas. Pero a medida que las instituciones iban afincándose en Cádiz, y simultáneamente a su progresiva instalación, cobraba cuerpo la idea de albergar diques, arsenales, escuadras y marino en la resguardada Isla de León. Ello suponía un nuevo traslado, esta vez más próximo y dentro del marco de la misma Bahía. Desde las primeras visitas, Patiño, intendente general y presidente de la Casa de Contratación, quedó maravillado de la situación estratégica de la Isla de León. Esta pequeña isla continental, aunque unida a la Península por el Puente Zuazo, ofrecía una inmejorable plataforma para materializar los postulados defensivos y ofensivos que el siglo imponía y el Reino necesitaba. Constituía un pedazo de tierra rodeado de caño, de tierras pantanosas dedicadas a salinas, del mar interior de la bahía y del océano exterior. Concretamente el Caño de Sancti−Petri era como un foso natural que le aislaba de la Península e, incluso, el Caño del Río Arillo le separaba de la isla de Cádiz para un caso de peligro.

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Esta realidad geográfica, envidiable dentro de los presupuestos estratégicos de la ciencia militar del siglo XVIII, convertirá a la Isla de León en un arsenal naval militar. Pero se oponían serios inconvenientes históricos y jurídicos. El principal radicaba en que la Bahía estaba seccionada entre villas de realengo (Cádiz− Puerto Real) y villas de señoríos (El Puerto de Santa María−Isla de León). Patiño que atisbó el problema sirvió de hilo conductor para realizar el cambio. Inició las gestiones (25−11−1727) para transformar una Bahía de señorío, desguarnecida de villas reales, en otra de realengo. Las preparó con minuciosidad, y lo alcanzó en 1729 con ocasión de la visita de los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio a las islas de la Bahía. La decisión real se logró en marzo del mismo año, al finalizar la visita, con el real decreto que rubricó el cambio de jurisdicción. Fue un 31 de mayo de 1729, cuando se incorporaron a la Corona las villas señoriales de El Puerto de Santa María, de los Medinaceli, y de la Isla de León de los Ponce. El otro impulso, para convertir La Isla de León en el fortín marítimo más sur occidental, provino del Marqués de La Ensenada, atendiendo a los informes de Juan José navarro, marqués de la Victoria, que sería con el tiempo, en el reinado de Carlos III, capitán general de la Armada. Durante los once años de Ensenada al frente del Gobierno, la Isla De león fue cobrando cuerpo de gran villa con la llegada de funcionarios, técnicos y obreros. Pero serán las tres décadas carolinas (1759−1788) las que transformarán a la Isla de león. Un hecho decisivo fue el real decreto de 24 de enero de 1766 por el que creaba el Ayuntamiento isleño independiente del de Cádiz. En tres años después se produjo el traslado del departamento marítimo a la conceder la autonomía a la Isla De León tenía como finalidad el crear un municipio que albergase, sin cortapisas de ningún tipo, todos los sueños y proyectos del Gran Rey. Y, precisamente, en 1769 tres años después del decreto fundacional del municipio isleño, Carlos III y su ministro el Conde de Aranda decidieron el traslado del Departamento Marítimo a la Isla de León. El capitán general de la Real Armada, marqués de la Victoria, organizó con rapidez la instalación del Departamento en la nueva sede. • LOS MOVILES IMPULSORES INMEDIATOS De este modo habían quedados instalados en la Bahía de Cádiz las fuerzas, organismos e instituciones marítimas y comerciales, dentro de una sabia distribución de competencias: La Bahía exterior, con sede en la ciudad de Cádiz, arropaba al centro comercial, y la resguardada Bahía interior cobijaba a todas las fuerzas de la Real Armada, convirtiéndose así la estratégica Isla de León en el corazón del Departamento marítimo del estrecho. Pero tan pronto como el Capitán general de la Real Armada, marqués de la Victoria, trasladó todos los efectivos a la Isla de León, se suscitó el grave problema de alojar a las tropas de mar y tierra. En el cabildo del 9 de octubre se habló de la necesidad de acomodar al Real Cuerpo de marina, y en el del 17 de septiembre del mismo año, 1769 el síndico y procurador Vicente de Iturriagaray y Aróstegui expuso la conveniencia de construir alojamientos con el doble fin de atender a aquellos, como de relevar a los vecinos de las continuas incomodidades. Esta ubicación de fuerzas militares no solo se refería a las del mar, sino que preveía también la fijación de contingentes de infantería y caballería en el término municipal Los primeros acomodamientos, se realizaron con dificultad alquilando fincas y edificios particulares. La Capitanía General se instaló en la casa 225 de la calle Real y los Caballeros Guardias marinas en las casas o colonia del Sacramento reformada para este cometido.

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Ante las numerosas dificultades existentes para aposentar con el debido decoro, las tropas y los organismos trasladados, fue creciendo la idea de construir nuevos alojamientos en el Norte de la isla, contiguos a la Carraca. Ya existieron proyectos anteriores localizados en ese norte isleño, como el de Ensenada que incluía iglesia, dos hospitales y dependencias secundarias, aunque no se pudo llevar a cabo porque el famoso ministro de Fernando VI fue destituido en 1754. Cuando cobró cuerpo y se materializó la iniciativa de construir nuevas dependencias fue ya muy entrada la década de 1770 con Carlos III.

También pudieron influir otros móviles más rastreros en la localización del proyecto. Estos serían los intereses especulativos de algunos Grandes, ricos propietarios de fincas rústicas, como el duque de Arcos, teniente general y capitán de la compañía española de los reales Guardias de los Corps, el marqués del Parque y don José Cazalla, después marqués de Casa alta, que poseían los terrenos en el Monte de Casa alta, elegidos por la Corona para situar la población de San Carlos y el Observatorio astronómico.

• LOS PROYECTOS SOBRE LA POBLACIÓN Se conocen varios proyectos, aunque todos ellos se vieron progresivamente recortados debido s los sucesivos apuros económicos que sufrió la Hacienda real del último siglo XVIII. El primer proyecto, ideado era de una grandiosidad urbanística y arquitectónica.

Todo un conjunto monumental que contaba con treinta y dos calles y cuatro plazas. Se atribuye a Francisco Sabatini que lo imaginó como un gran pentágono, configurando una planta de cinco cuerpos con amplios pórticos que proporcionarían magnificencia y grandeza al conjunto.

Completaban el proyecto, de acuerdo con la carta hidrográfica de Tofiño, una serie de caños y canales que comunicaba uno con el Arsenal, y el otro con la Bahía interior mediante una dársena con muelles de atraque. Estos cinco cuerpos, con calles y plazas, albergarían los edificios necesarios para llevar a cabo toda una estrategia militar y marítima de primer orden a nivel europeo intercontinental. Entre ellas se contaban: la 7

iglesia , la casa del capitán general, la Intendencia, la Tesorería, la Contaduría, el cuartel de Brigadas y la Academia de pilotos, el hospital y dos cuarteles para la tropa. No obstante, esta grandiosidad no duró mucho tiempo. Parece ser que ya, en tiempos de Carlos III, se había reducido el gran esbozo, de acuerdo con la real orden del 29 de abril de 1785 comunicada por el conde de Floridablanca. Este proyecto mermado fue realizado por Gaspar de Carbón, Marqués de Ureña y arquitecto−sucesor, que lo ideó como un tremendo paralelogramo, con calles y plazas, trazadas en forma de tablero. La iglesia fue uno de los edificios más afectados por la reducción, ya que desechó la cripta subterránea por su alto precio, pues en el proyecto original su coste ascendía a 7.733.507 reales. Para poner en práctica estos deseos, se creó una Junta de Planificación, presidida por el capitán general del Departamento Luis de Córdoba, siendo los ejecutores de la obra el capitán de navío Vicente Imperial Digerí, inspector principal del departamento, y el ingeniero de los diques de La Carraca, Julián Sánchez Bort. La primera piedra se colocó el 2 de julio de 1786 con el ritual de costumbre, en presencia de autoridades y corporaciones. En la Víspera de esta gran solemnidad, el vicario teniente bendijo una cruz de madera colocada en el lugar que ocuparían el tabernáculo y la nave central. En esta mínima víspera del inicio de las obras, con la colocación de la primera piedra, se promulgó una real cedula, fachada el 1 de julio de 1786, estatuyendo que la futura población se denominaría San Carlos en honor del monarca reinante Carlos III. En mi escrito sobre el conjunto arquitectónico de la Isla de León en el Cerco y en las Cortes (1810−1812) indicó que < recibe este calificativo todo el conjunto residencial que el rey Carlos III, y en cuyo recuerdo se denominaría San Carlos−, ordenó construir en el año 1786. Era un proyecto arquitectónico castrense de grandes miras, acariciado por el Despotismo ilustrado del Gran rey que yuxtaponía la población naval del Departamento Marítimo con la población de < artesanos>, para la industria militar. Pero fue a finales de siglo, en tiempos de Carlos IV, cuando definitivamente se sepultaron los grandes proyectos. Se arrinconó definitivamente el de Sabatini. También sufrió duros recortes el gran paralelogramo de Ureña. Ambas reducciones fueron ocasionadas por la penuria económica de la Hacienda Real en plenas Guerras revolucionarias. El resultado final fue la simplificación del < macro−paralelogramo> convertido en plaza alargada con edificios alineados, diseñada por Tofiño. Estos continuos retoques reducirían el aspirado proyecto, en opinión del almirante Juan Cervera, a un sueño como lo vemos en el día de hoy. • LA MATERIALIZACIÓN DE LA POBLACIÓN La primera piedra se coloco con solemnidad el 2 de julio de 1786, y desde esta dichosa fecha se iniciaron las obras con gran entusiasmo, dirigidas por el ingeniero Ignacio Imperial Digueri. Los avances en la excavación y la pavimentación fueron vertiginosos, y cobraron un impulso mayúsculo cuando fue nombrado superintendente de las obras el Marques de Ureña (28−7−1789) y colaborador adjunto el ingeniero capitán de fragata Francisco Ampudias. No obstante, el fantasma del paro no tardo en llegar. La crisis internacional y los gastos bélicos, principal mente los preparativos para la guerra ofensiva de los ejércitos legitimistas contra la Francia revolucionaria, arañaron créditos para la prosecución de las obras. Por eso, se fueron paralizando conforme avanzada el año 1793. Más experimentaron una total detención en los años 1794 y 1795, cuando se extendió por Europa la conflagración de los ejércitos de la Convención. No obstante, en el último lustro del siglo, aunque con lentitud, se proseguirían las obras, pero con una nueva rebaja presupuestaria de 8 millones de reales.

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A comienzos del siglo XIX, antes de iniciarse el nuevo ciclo bélico que daría al traste con todas las previsiones estratégicas de los Borbones españoles, especialmente tras la derrota de Trafalgar (1805), tan sólo se habían finalizado algunos edificios concretos del gran proyecto. Aparecían terminados el cuartel, el convento−casa de franciscanos, casi ultimadas la casa del capitán general y del intendente situadas a ambos lados de la iglesia; en cambio, el templo se encontraba muy atrasado con muros vacíos y todavía sin techar. Es decir, cuando acaece el hundimiento de la Marina Española en las cercanías de los gaditanísimos Caños de Meca, para la que se había proyectado la Gran Población de San Carlos, las obras se encontraban todavía en pañales, casi finalizada la casa del Capitán General, la del Intendente, la casa−convento y el cuartel de Infantería de Marina, muy retrasada la iglesia aunque sus obras ya se habían iniciado; y el resto de los edificios: Contaduría, Tesorería, Cuartel y Academia de Guardias Marinas, Cuartel de Brigadas y Academia de Pilotos, sin poner todavía la primera piedra. Así lo describe Antonio Ponz en una de sus visitas: De los edificios proyectados estaban en obras la Iglesia Parroquial y un cuartel de batallones. IX.LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA REACTIVACION Y CAMBIO DE ENFOQUE Con el hundimiento de la escuadra se paralizaran definitivamente todas las obras. El abandono de la población fue total. Ni siquiera se molestaron en desmontar los andamios, permanecerían en un estado semi ruinoso, con peligro de derrumbarse. La recién comenzada guerra de la independencia creo nuevos problemas, faltaban hospitales para atender a los heridos y concretamente se carecería de edificios adecuados para albergar a los prisioneros franceses heridos. Se acordó acondicionar la Población de San Carlos de la isla de león, para estos menesteres, alejada como estaba además de la inseguridad bélica. Las atenciones sanitarias eran bastante deficientes, ya que la marina se auto instalo el suyo propio en el arsenal de la carraca. La guerra de la independencia se conto con tres: el real hospital de la marina de Cádiz, el nuevo hospital de San Carlos y el provisional de La Carraca. Una defensa de emergencia, ocasionó que los edificios de la población dedicados a Academia y cuarteles albergaran también a varias instituciones políticas y militares que huyeron del invasor. Dos ejemplos: la academia militar del ejército de Toledo y la de artillería de Segovia. Así nació como una especie de academia militar isleña bajo la dirección de Mariano Gil De Bernabé, jefe de artillería. Los gobernadores militares de la isla de León, durante el cerco francés: el brigadier de la real armada Francisco Javier Uriarte y Borja, el duque de Alburquerque josa maría de la cueva y de la cerda, el capitán de navío diego de albear Ponce de león y el igual capitán de navío Irigoyen. • LA POBLACIÓN DE SAN CARLOS CON LOS BAJOS BORBONES El final de la Guerra de la Independencia marca igualmente el ocaso de la idealizada Población. La penuria económica, la crisis hacendística e incluso la represión política influyeron en un desenlace inesperado, y nunca vislumbrado. En los seis años de rancio absolutismo fernandino se encarpetaron proyectos y se paralizaron obras. Las esperanzas de antaño dieron paso a unas fincas ruinosas que amontonaron escombros y basura. La Población Carolina quedó reducida durante todo el reinado de Fernando VII, aún foco de inmundicias. Quizás pudiera ser otros de los castigos pensados y acariciados, del vengativo señor contra la Bahía de las Cortes y de las intentonas liberales, como los repitió varias veces en la ciudad de Cádiz. En cambió, todo se relanzó con la instauración definitiva del régimen liberal en España. Especialmente, con Isabel II, la hija del Absoluto, que ejerció un elogioso mecenazgo sobre Cádiz y también en la ya San 9

Fernando. ¡Quién sabe si desearía la joven reina restañar las venganzas de su padre! Sean cuales fueran las motivaciones del nuevo relanzamiento, en 1836, por real orden del 1 de Mayo, la reina gobernadora María Cristina de Borbón−Nápoles, en nombre su hija la reina Isabel, encomendó los hospitales militares del Departamento de los facultativos de la Armada. Este fue el origen de la autonomía del Cuerpo de Sanidad de la Armada que llegó a independizarse del Colegio de Cirugía, originando simultáneamente dos nuevas fundaciones: la futura conversión del Colegio de Cirugía de Cádiz en Facultad de Medicina y la vinculación del Hospital de la Marina San Carlos que han llegado hasta nuestros días. Cuando, por fin, el proyectado conjunto arquitectónico de Carlos III se configuró definitivamente, y se consolidó como principal institución de la Marina Española, fue a mediados del siglo XIX, con diversas reales órdenes. Se ultimó así una reorganización de la Población: la Casa del Intendente se convirtió en el Archivo General del Departamento, se confirmó la ubicación definitiva de la Academia de Marinos en el recién creado Colegio Naval (1845), y la iglesia, cuya fábrica estaba muy deteriorada y se convirtió por la real orden de 10 de octubre de 1850 en Panteón de Ilustres Marinos, modificándose el proyecto pero relanzando la ultimación del templo. Con esta real orden de Isabel II, la antigua Población de San Carlos, aunque hubiese perdido su grandiosidad inicial, quedó ennoblecida como lugar decoroso de perpetuo religioso descanso para los marinos ilustres que sirvieran a la Patria y al Trono. El director general de la Armada se dirigió, en estas fechas, a la Real Academia de la Historia para que investigara las sepulturas de célebres marinos españoles, muchos de ellos en peligro de perderse para siempre porque pudieran estar enterrados en conventos extinguidos e iglesias cerradas a causa de la Desamortización eclesiástica. A partir de 1851 fueron localizados y trasladados con honores militares, al recién inaugurado Panteón, diversos marinos ilustres. Entre otros: Gravina (1854); Churruca (1862). Jorge Juan, Antonio Ulloa y Méndez Núñez en 1883; Alacalá Galiano, el conde de Venadito, Ruiz de Apodaca, Hernán el Pinzón (1891); Pascual Cervera (1916) El edificio carlos IIi • LA CASA DEL CAPITÁN GENERAL Y DEL INTENDENTE A finales de noviembre de 1791, el Marqués de Ureña remitió a la Corte los planos y presupuestos para el levantamiento de los edificios que alojarán, respectivamente al Capitán General y al Intendente del Departamento, cuyas fachadas principales debían ser iguales y alineadas con la de la Iglesia Parroquial; pareciéndole al proyectista oportuno distinguirlas de las fachadas de los particulares, rematándolas con un frontón de 21 varas de cornisa, adornando con esculturas efectuadas en piedra de martelilla, con el fin de acompañar la perspectiva del templo, que quedaba entre ambas construcciones.

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Situó la Casa del Capitán General en la parte norte, de la manzana número 28 −como correspondía en el proyecto poblacional de 1786. Ureña pensó colocar a espaldas de la Casa del Capitán General la Academia de Pilotos. El resto de la planta baja se ocupaba con zaguán o casa puerta, Cuerpo de Guardia, común para la tropa, despensas, cochera, una caballeriza, guadarnés, y carbonera; todo con entresuelo encima con habitaciones para los oficiales de la guardia y los criados, alrededor de un rectangular patio porticado con pozo y aljibe. En el piso principal se localizaba un amplio salón, contiguo al cual se situaba el despacho del Capitán General y a su lado el correspondiente al del Secretario de la Dirección General de la Armada. Inmediato a este, seguía la Secretaría y el Archivo, una cocina, un gabinete, cuatro alcobas y un comedor. La Intendencia en su cuerpo bajo, posee un patio con esbeltas columnas dóricas y un pozo. Cuerpo de guardia, cochera, caballeriza, prisión, lavadero, pasadizo con puerta falsa, despensa, carbonera bajo la escalera principal, y leñera sobre el lavadero lo completan. En el piso principal están, una antesala, un gabinete, comedor, cuatro alcobas, y el despacho y seguido de la Secretaría de Intendencia, pasando por la cocina y el fregadero. El tercer cuerpo, con la misma habitabilidad que el segundo, está rematado con la azotea correspondiente. Los costos de la Casa del Capitán General se calcularon en 1.255.157 rs. Von. , y los de la Casa del Intendente en 951.368, que suman un total de 2.206.525 rs. Von. Planos y presupuestos recibieron la Real conformidad del 20.12.1791.

Fachada de Intendencia. Frontón triangular representándose a Hermes como Dios protector del comercio

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marítimo y de los beneficios que este proporciona.

El tercer cuerpo, con la misma habitabilidad que el segundo, está rematado con la azotea correspondiente. Para compensar la falta de espaciosidad que ocasionaban los portales en algunas de las piezas bajas de ambas edificios planeaba como recurso futuro cerrar cuatro arcos que daban a la calle. En Enero de 1792 las proposiciones de José Rodríguez (vecino, comerciante de Cádiz) y asentista de la madera para las obras hidráulicas de la nueva población fueron aceptadas junto con las dos gracias para sus dos hijos, a cambio de una reducción del importe de las obras de más de la mitad. Se fijó un plazo de tres años para el inicio de las obras. A finales de 1974 la Casa de Capitán General se encontraba con los balcones puestos y los bastidores de puertas y ventanas exteriores. El Edificio de la Intendencia comenzó a sacar la plana exterior en 1795.El Asentista José Rodríguez entregó a la Marina Ambas Casa el 8 de Octubre de 1797. El Capitán General nunca habitó la casa y a mediados del siglo XIX fueron alojados en él los inválidos de la marina. Después se convirtió en Escuela de Soldados jóvenes de Infantería de Marina y finalmente Archivo y Biblioteca del Departamento Marítimo hasta el Año 1976, en el que se incendió totalmente. La Intendencia tampoco se utilizó para los fines previstos. Cuando la invasión francesa sirvió de prisión de la Escuadra del Almirante Rosilly. En 1845 se realizaron reformas para establecer allí el Colegio de Aspirantes de Marina hasta que en 1908 se reintegro al lugar la Escuela Naval que permaneció hasta 1943, en que se traslado a Marín, quedando el conjunto hasta el presente como Escuela de Suboficiales de la Armada. • LA CONTADURIA Y TESORERIA. En agosto de 1792, el director de las obras remitió a la Secretaría de Estado de Marina los planos y presupuestos que había formado para la Tesorería y Contaduría en la contigüidad de la casa que en el momento se estaba fabricando para el Intendente del Departamento. Terrenos aptos para acomodar en ellos las casas de los tesoreros, ya que así se podrían abrir puertas a la Tesorería, quedando todo el Ministerio reunido. El edificio contiguo y tesorería constataba de tres cuerpos. La distribución del primer cuerpo se proyectó de la siguiente manera: − Zaguán de la Tesorería. − Cuerpo de guardia para cubrir la Tesorería. − Puerta de uso diario para el servicio de la Tesorería. − Despacho del Tesorero

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− Despacho del Cajero − Despacho de los Oficiales. − Patio de la Tesorería, con aljibe de 10x 6 x 6 varas. − Prisión de la Intendencia. − Escalera principal, proyectada y no construida, dando entrada a todas partes, con sus 166 escalones de jaspón, que fue sustituida por patio circular con dos escaleras en forma de espira en torno a un hueco abierto. La distribución del piso principal. − Salas para las correspondientes mesas de Batallones, Brigadas y Guardias Marinas, Buques Armados, Oficiales de Mar de sueldo fijo, Marinería, Depósito del Arsenal y Asignaciones. − Secretaría de Intendencia y despacho público del Intendente. − Despacho del Contador Principal − Despacho del Comisario Ordenador El tercer piso, destinado al Archivo, poseía idéntica repartición. El arquitecto insertó en la remesa de presupuestos y los planos la proposición del asentista José Rodríguez ( ya encargado de las Casas de Capitán General y del Intendente), por la que se ofrecía a levantar el edificio de LA Contaduría y Tesorería, por un precio de 990.000 rs, solicitando dos gracias por tal servicio, título de Castilla para sí y sus sucesores, y permiso para conducir al puerto de Veracruz 2000 balcones de papel y 3000 quintales de azogue en la fragata de su propiedad El Nuevo Matamoros, o que si a esto último no hubiera lugar, se le permitiese embarcar 2000tercios de ropas extranjeras sin obligaciones del equivalente nacional. El Marques de Ureña, apoyado la instancia de Rodríguez, advertía a la Secretaría de Marina que difícilmente existiría otro sujeto que pudiese efectuar un ofrecimiento más ventajoso. Pero, la Corte no se conformó con esta propuesta, advirtiendo que existía desproporción entre beneficios ofertados y las gracias solicitadas, especialmente en lo relativo al título de Castilla libre de tributos, e invitando a Rodríguez a proponer otras condiciones si quería entrar en la empresa. El 22 Enero de 1793 siendo director interino de las Rls, obras de la Nueva Población d San Carlos el ingeniero en jefe de la Marina Juan Smith, se admitió una nueva propuesta de José Rodríguez para el edificio de la Contaduría y Tesorería y las viviendas para los tesoreros y la Academia de Pilotos. Es asentista se comprometía a la labrar gratis la Casas de Tesoreros y la Academia de Pilotos, recibiendo por la Contaduría y Tesorería 1.400.000 rs. La obra empezó en 1794 concluyéndose, el edificio en mayo de 1798. • LAS CASA DE TESORERÍA Y LA ACADEMIA DE PILOTOS. Este edifico se comprometió el asentista a levantarlo gratuitamente en el conjunto de condiciones que propuso en enero de 1793 y que le fueron aceptadas. El edificio alrededor de un patio central de figura rectangular en disposición E/O; mientras que se encuentra descentrado hacia el fondo con arreglo al punto medio de eje vertical N/S, línea que divide al conjunto en dos 13

partes simétricas. La planta primera se distribuyo para los tesoreros en:

− Zaguán − Alcobas − Comedores − Cocinas − Fregaderos − Lavaderos − Escalera principal − Pasadizo de comunicación con la Tesorería y patio. El entresuelo de este edificio corredor alrededor del patio; − Salas, − Gabinetes para despacho − Cuartos de los criados − Escaleras que suben hasta las azoteas − Cuarto del portero. El principal y el tercer cuerpo los ocupó la Academia de Pilotos con el mismo número y disposición de las piezas: − Sala de exámenes − Sala de navegación − Sala de Dibujo

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− Archivo de Dibujo − Cuerpo de luces − Cuarto de globos − Sala de Geometría − Cuarto de instrumentos náuticos. En el alzado es de destacar la supresión del pórtico en la planta baja. La razón de ello se encuentra en un acuerdo tomado por la Junta Departamental por el que se propuso la eliminación de los pórticos en los edificios de la nueva población (que se habían aprobado en el plan general), a excepción de las casas de plaza principal. El proceso constructivo del edificio de las Viviendas de Tesoreros y Academia de Pilotos siguió parejo al de la Contaduría y Tesorería. No obstante las casas de tesoreros y Academia DE Pilotos se terminaron antes por su interior haciéndose entrega de ellas el 21 de enero de 1798. • LAS PROPUESTAS PARA CONCLUIR POR CONTRATA LAS OBRAS DE LA NUEVA POBLACIÓN (ENERO 1794− OCTUBRE 1795) Habiendo dictado la experiencia al Marques de Ureña el poco éxito que tuvo el establecimiento del fondo vitalicio de dos millones de pesos para invertirlo en las obras, y no pudiendo estas continuarse con la escasez de medios que ocurrían, halló como única salida para salvar la empresa, dar todos los trabajos de la nueva población por contrata. En enero de 1794 se abrió el proceso de ofertas de contratistas, y culminó en octubre de 1795. Propuso José Rodríguez en julio de 1795 tomar a su cargo la conclusión del Cuartel de Batallones, el convento de San Francisco, y la Dársena con sus bocas, bajo los siguientes artículos: 1.− Que las obras siguiesen bajo la dirección del Marqués de Ureña, el cual sería el responsable de cuales quiera nulidades o defectos que se notara; limitándose el exponente solo a costear de su peculio con arreglo a los presupuestos y al plan de condiciones. 2.− Que se concediesen las canterías que necesitase, tal como había ocurrido con las casas del Capitán General e Intendente, que se le habían proporcionado por el coste de la extracción de la piedra. 3.− Que se entregasen los andamios herramientas y demás utensilios que en el día tuvieran las obras, quedando en la obligación de devolverlos a la conclusión, en el estado en el que se hallasen. 4.− Que se le deberían franquear los pontones y bateas bien carenados y provistos de lo necesario para la saca de fangos, respondiendo de las faltas que hubiesen en los utensilios pero no de lo que se hubiera deteriorado. 5.− Que se le permitiesen poner maderas de Segura, si no pudiese facilitarlas del Norte. 6.− Que si las obras aumentasen en algo que no se hallase en los presupuestos, se le abonaría separadamente. 7.− Quedaría concluidas las obras del Cuartel, Convento y Bocas−Dársena en el término de treinta y seis meses, contados desde la Real aprobación; y la Dársena y Canal en de cincuenta y cuatro meses . 8.− Que rebajaría de los presupuestos de 13.800.000 rs, 5.300.000 quedando un líquido de 8.500 los cuales se 15

le pagarían en cinco años, Ya fuese por meses o en una o varias veces. 9.− Que la extracción de las aguas de la Dársena y de sus bocas, no habían de entrar en la contrata al ser imposible evaluar su costo. 10.− Que ofrecía concluir la Contaduría y Tesorería y las Casas de Tesoreros y Academia de Pilotos en el término de dos años. 11.− Con premio a las ventajas que hacia en la Real Hacienda, solicitaba las siguientes gracias: − Declarársele el primer poblador de la población de San Carlos. − Título de Castilla, libre de lanzas y media annata para sí, hijos y sucesores, con la denominación Conde del Parque. − Que a su hijo José caballero de Carlos III se le pusiese en posesión de la primera vacante de pensión. − Que a su otro hijo Nicolás se le promoviese al grado de Ordenador en propiedad. Consultado el Marqués de Ureña, manifestó que las cláusulas propuestas por Rodríguez las encontraba arregladas, pareciéndole muy difícil encontrar otro sujeto a quien se le pudiera fiar el éxito de la empresa. Se aceptaron en su totalidad las proposiciones del comerciante gaditano. Una vez formalizada la escritura de la contrata, en la que el propio Rodríguez se ofreció voluntariamente a presentar hipoteca proporcionada al cumplimiento al que se obligaba, la única fábrica que siguió por Administración fue la de la Iglesia, corriendo todas las demás obras por cuenta del contratista, según lo acordado. • EL CUARTEL−ACADEMIA DE GUARDIAS MARINAS. Se consideraron para este edificio distintas ubicaciones determinando al final (en mayo de 1792) colocarlo según los diseños del teniente general Francisco Sabatini, modificándose en parte por el Marques de Ureña. En diciembre de 1791 el arquitecto comunicaba al Capitán de la Compañía del Departamento de Cádiz que ya obraban en su poder los planos del artista italiano elaborados para el Cuartel−Academia de la Compañía de Ferrol, que le habían sido enviados desde la Secretaria de Estado de Marina. De cuidada elaboración le parecieron excelentes al Marqués de Ureña quien confiaba en poder acomodarlos al espacio asignado en San Carlos La dificultad mayor se presentó en lo relativo a la profundidad del edificio. El director de las obras de la Isla decidió alterarla prolongándola lo necesario hacia el frente que miraba a la villa, con el fin de regularizar el aspecto de San Carlos por su fachada S/O. Con el objetivo de disminuir gastos y adaptar el edificio a los condicionamientos climáticos del lugar tan diferentes a Galicia en lo relativo a las lluvias, Ureña efectuó las remodelaciones siguientes: 1. Suprimir el sótano. 2. Disminuir el grueso de las paredes. 3. Eliminar la buhardilla, que abría de sustituirse por azoteas. 16

4. Arreglar los pisos con los del Cuartel de Batallones El 28 de agosto de 1792 el Rey aprobó las proposiciones del Marqués de Ureña, ordenando que se hiciese el edificio con la azotea de ladrillos y se suprimiese la buhardilla y el techo de pizarra. El Real Observatorio de la Armada se eleva sobre el cerro de Torre Alta, visible desde toda la Bahía de Cádiz. Sus antecedentes se hallan en el Real observatorio de Cádiz fundado por Don Jorge Juan en 1753. El insigne marino y científico Jorge Juan, Capitán de la Compañía de Guardias Marinas desde 1751, propuso al Marqués de la Ensenada la idea de instalar un observatorio en el Castillo de la Villa (castillo del Pópulo), sede de la Academia de Guardias Marinas, a una altura superior a la de los edificios de la ciudad.

Con ello se pretendía que los futuros oficiales de la Marina aprendiesen y dominasen una ciencia tan necesaria para la navegación como era entonces la astronomía. El "Real Observatorio de Cádiz", se crea como una dependencia anexa a la Academia de Guardias Marinas. A partir de entonces, el nuevo observatorio, el más meridional de Europa, fue ganándose un merecido prestigio en el contexto astronómico europeo, gracias a los importantes trabajos desarrollados por personajes como Luis Godin o Vicente Tofiño y al apoyo técnico y científico prestado a las expediciones ilustradas del último tercio del siglo XVIII. Una vez realizada la elección del terreno, don Vicente Tofiño de San Miguel y el Marqués de Ureña se dispusieron a realizar sus primeras trazas pero debido a las diferencias entre ambos se decidió que cada uno presentara su propio proyecto. El proyecto de Tofiño era el de un edificio de planta rectangular rodeado por galerías en todos sus frentes dentro de una nueva visión racionalista de adecuar perfectamente el edificio a la finalidad destinada. Pero el proyecto que acabó siendo elegido fue el del Marqués de Ureña que presentaba una planta cruciforme siguiendo a la del Observatorio de Oxford, lo que corrobora la opinión de Bonet Correa sobre la influencia inglesa en la obra de este arquitecto. Las razones alegadas para esta elección fueron que esta planta poseía más divisiones, mayor luminosidad en las oficinas y por la elegancia arquitectónica del edificio. De esta planta original en forma de cruz poco queda en la actualidad ya que en ella se llevaron a cabo importantes modificaciones y reformas, como las que realizó el propio Marqués de Ureña una vez que el edificio estaba terminado en 1798. Después vinieron las reformas proyectadas por los arquitectos Torcuato José Benjumeda ó Jose Antonio Laveaga. La última y la mayor de las transformaciones se realizó en 1857 modificándose su planta cruciforme en rectangular tal como es en la actualidad. Además del edificio, toda la zona ha sufrido reformas que han llevado a conseguir una magnífica imagen en contraste con el descuido anterior. Los jardines especialmente se hallan muy bien cuidados.

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La fachada principal, o meridional, mantiene el pórtico y la misma configuración que diseñó el Marqués de Ureña, aunque ha perdido el tercer piso y la cúpula primitiva, mientras que la cúpula actual se levanta sobre lo que antes constituía el segundo piso. En el s. XIX se realizó la ampliación de los dos salones meridianos de los que sólo perdura el oriental. No obstante, el núcleo central de esta fachada es básicamente el realizado por el Marqués de Ureña. Como remate del edificio se encuentra la cúpula, construida a mediados de nuestro siglo, que muestra un tambor en el que alternan pilastras y ventanas. Hasta hace escaso tiempo esta cúpula se remataba por un pararrayos pero por la instalación de nuevos instrumentos fue reformada y, en la actualidad, de la media naranja surge una semi cúpula metálica giratoria, que una vez abierta permite las observaciones a cualquier punto del cielo. Esta dividida en 3 secciones: Astronomía, Geofísica y Hora. Aún hoy en día es uno de los centros científicos más importantes del mundo y donde se establece la hora oficial de España. De entre sus campos de investigación cabe destacar la Sección Hora, que consta de una batería de relojes atómicos los cuales, desde su instalación en 1973, establece y mantiene la Escala de Tiempo Universal Coordinado. (U.T.C.−R.O.A.). Debido a las deficiencias del Observatorio gaditano, al traslado del Departamento marítimo a la Real isla de León y a la creación de la nueva Población de San Carlos, se acordó edificar un nuevo observatorio en esta población pero la necesidad de un lugar elevado hizo que finalmente se construyera en el cerro de Torre Alta. El edificio constituye un bello ejemplo de arquitectura neoclásica, de gran simplicidad y pureza de líneas. Su sobria austera fachada se basa en el ideal de la arquitectura grecorromana, no hay ningún elemento superfluo, todo es orden y claridad. El trazado de su planta de 1791 se debe a Gaspar de Molina y Zaldivar, Marqués de Ureña. La primera piedra se colocó el 3 de Octubre de 1793, y entró en funcionamiento en 1797, no un año después como afirma la bibliografía en general. EL PANTEON DE MARINOS ILUSTRES

En la plaza del Hospital de las Anclas, situada al final del paseo Capitán Conforto y flanqueado por la Escuela de Suboficiales y el Hospital Naval, nos encontramos con lo que tendría que haber sido la iglesia de la Purísima Concepción Patrona de España y de las Indias, advocación a la que tenía gran devoción el monarca reinante, Carlos III, que ya el 17 de julio de 1760 la había propuesto para su aprobación a las Cortes del Reino. Esta iglesia formaba parte de los edificios a construir en la población de San Carlos y que por falta de presupuesto quedó, como tantas cosas, en agua de borraja. Se puso la primera piedra de la iglesia el 2 de julio de 1786, por el Capitán general del Departamento

D. Luis de Córdova y Córdova, y en cuyo interior se depositó un plano de la citada población, una vista general de ésta desde la Carraca, un estado general de la Armada y varias monedas en oro, plata y bronce. El día anterior se bendijo una tosca cruz de madera por el Teniente Vicario D. Domingo Villanueva que, 18

partiendo de la capilla del Cristo con la cruz alzada y acompañado en procesión por las autoridades correspondientes, la comunidad de franciscanos de la iglesia castrense, y cubierto el recorrido por fuerzas regulares, depositó dicha cruz en la nave central del futuro templo en el lugar que debería ocupar el tabernáculo. Al día siguiente, el 3 de julio, comenzaron las obras a las órdenes del Capitán de Navío D. Vicente Imperial Digueri, el teniente de fragata y arquitecto D. Antonio de Bada y los alarifes Ramón Estrada y Antonio Barrionuevo. Los primeros trabajos se hicieron con rapidez, pero pronto llegó la falta de caudales y la ralentización de las obras. A finales de septiembre de 1789 fue relevado Imperial Digueri por D. Gaspar de Molina, tercer marqués de Ureña, continuando las obras con más o menos prisa en función de los caudales y de las necesidades del departamento, hasta que se suspenden en 1794; pero una R.O. de 28 de abril de 1795 obliga a la terminación del sagrario para que sirviera de iglesia provisional y se continuaran en lo preciso para conservar lo realizado. Con motivo del desastre de Trafalgar en 1805 pararon del todo las obras y puso en olvido lo construido con tanto esfuerzo. La apertura del Colegio Naval Militar en 1845, y al no disponer éste de capilla propia, fue el motivo de la reanudación de las obras, pues la dirección del colegio, y a sus expensas, adecenta y reconstruye la capilla del sagrario, ya que el lugar se había convertido en un muladar con escombros, basuras y hasta cadáveres del cercano Hospital. Tienen que pasar cinco años más para que una R.O. de 10 de octubre de 1850 disponga que la iglesia que no se había construido " fuese lugar decoroso de perpetuo y religioso descanso de los ilustres marinos que sirvieron denodada y fielmente a la Patria", y, además, capilla para el Colegio Naval. Para dar cumplimiento a la citada ordenanza, se procedió al saneamiento del lugar y a la demolición de lo construido sobre cornisas y, por hacer menos gravosas las obras, se utilizaron como mano de obra barata a los confinados y reclusos del departamento y se modificó el plano original haciéndolo más sencillo, de tal forma que en ese mismo año se terminaron las dos capillas circulares y que originalmente eran la sacristía, una para el colegio naval y la otra para el culto diario. El 15 de noviembre de 1854 se dan por terminados los sepulcros de Jorge Juan, Navarro, Gravina, Córdova, Álava, Valdés y Rodríguez Arias y el día 19 de dicho mes, onomástica de la reina Isabel II, se procede a su bendición; pero la penuria económica por la que pasaba el país en esos momentos continúa haciendo estragos, por lo que los trabajos en el Panteón se lentifican hasta casi su paralización. A pesar de todo, el 2 de octubre de 1858 son llevados los restos del capitán general de la Armada D. Cayetano Valdés, quizás el primer marino que se deposita en el Panteón, y en meses sucesivos los de D. Gabriel Ciscar, D. Santiago Liniers, D. Juan Gutiérrez de la Concha y D. Andrés Reggio, depositándose provisionalmente en una de las capillas. Nuevos arquitectos como D. Isaac Nessi y D. Manuel García del Álamo continuaron, mal que bien, con las obras, de tal forma que en 1869 estaba cubierta las naves laterales, pero no así la central ni el crucero. La inauguración oficial del Panteón se debió a la insistencia del capitán general del Departamento D. Manuel Mac−Crohon Blake y tuvo lugar el 2 de mayo de 1870 siendo el primer capellán del Panteón D. Juan de Palma Isola. Poco se tocaría más a este monumento si no fuera para reparar los daños que se produjeron en 1873 cuando despojaron a la Virgen del Rosario de sus atributos de plata, o el robo en ese mismo año de sus piezas de altar, por lo que se tiene que esperar hasta 1942 cuando, a instancias del Ministro de Marina D. Salvador Moreno, la Armada se decide a terminar el lugar de reposo de sus más ilustres varones. El 31 de diciembre de ese año se presenta un proyecto de obras a realizar, aprobándose el comienzo de éstas y su ejecución por la Empresa Nacional Bazán en junio de 1943; pero... proyectos van y proyectos vienen, hay que contar con la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos y que sus apreciaciones se aprueben en el ministerio y son muchas las puntadas tales como el cubrimiento de la nave central, altar mayor, retablo, lapidario, cúpula, pinturas, monumentos funerarios, lámpara, óculos, imaginería... etc. Por lo que no es hasta el año 1959, y con un coste desde el año 1943 de 8.149.286,85 pesetas, cuando se dieron por finalizadas las obras. 19

LA ESCUELA NAVAL MILITAR El 22 de enero de 1844 se dispone que el Colegio Naval se establezca en el Departamento que señale el ministro de Marina. En vista de anteriormente expuesto, se realizaron obras de adaptación en el edificio construido bajo dirección del eminente ingeniero Francisco Sabatini y destinado, en su origen, a Casa de Intendencia, Contaduría Principal del Departamento y Academia de Pilotos. La fachada principal del mismo daba frente al Arsenal. Tanto en ésta como en las dos laterales figuraban hileras de arcos, que más tarde, al dársele otro destino al edificio, serían cegados. La fachada posterior daba a la población militar de San Carlos. En febrero de 1844 comenzaron a librarse unos cuantos miles de reales para realizar con urgencia obras que permitieran inaugurar el centro el 1 de abril de aquel año, lo que no pudo llevarse a cabo. El 4 de abril siguiente se aprobó un presupuesto de 397.501,50 reales para reparaciones y acondicionamiento del edificio como centro naval. En febrero de 1844 se había aprobado el reglamento del Colegio, redactado por D. Martín Fernández Navarrete. Debido a la ejecución de las obras no pudo inaugurarse el centro en abril, como se había previsto, ni en octubre, fecha que se señaló más tarde. La primera instancia que llegó fue la del malagueño de diez años Antonio Vivar y Pérez del Pulgar. La inauguración del centro tuvo lugar el 1 de enero de 1845. La apertura de sus clases se verificó el 8 de marzo del mismo año, optando a plaza 80 alumnos, de los cuales 53 fueron designados aspirantes del Cuerpo General. Uno de los admitidos se llamaba Cesáreo Fernández Duro. La distribución de las 80 plazas se había hecho del modo siguiente: 18 para hijos del Cuerpo General; dos para hijos del de Ingenieros; seis para hijos de los demás Cuerpos de la Armada; seis para hijos del Ejército de Tierra; seis para hijos de las demás carreras del Estado con patente; 36 para hijos de particulares; cuatro plazas de gracia para hijos del Cuerpo General, y otras dos de gracia, para los hijos de los demás Cuerpos de la Armada. Un Real Decreto de Isabel II de 18 de septiembre de 1844, siendo ministro de Marina el jefe de escuadra D. Francisco Armero y Peñaranda, Marqués del Nervión, establece en la población de San Carlos del Departamento Marítimo de Cádiz, el Colegio Naval Militar. El edificio de la antigua Intendencia en que se instaló constaba tres plantas. En la baja se hallaba la capilla, sala de recibo, sala de esgrima y baile, comedor, cocina, casa del alcalde de la población militar y de subalternos. En la primera estaban la dirección, administración, biblioteca, sala de juntas y alojamiento de los aspirantes. En la segunda se encontraban la enfermería, las habitaciones de los capellanes y las aulas. La autoridad principal del centro, en calidad de inspector, era el director general de la Armada, y subinspector, el capitán o comandante general del Departamento Marítimo de Cádiz (Por R. D. de 21 de diciembre de 1875 fueron delegadas en el capitán general del Departamento de Cádiz las facultades concedidas hasta entonces al director general de la Armada). El jefe a cuyo cargo estaba el Colegio debía ser brigadier o capitán de navío, con el título de director o primer jefe. Había además un capitán de navío o de fragata, subdirector o segundo jefe; un capitán de fragata tercer jefe, encargado del detall; cinco ayudantes −tres tenientes de navío y dos capitanes de Artillería−, un teniente de navío secretario, archivero y bibliotecario; un oficial del Cuerpo Administrativo, un médico cirujano; dos capellanes; un jefe de estudios; siete profesores de matemáticas y otros de física, química, dibujo, construcción, maniobra, francés, inglés, esgrima, gimnasia, natación y baile. Las clases de maniobra las impartía el conserje. El uniforme de los aspirantes, a los que se concedieron los cordones de guardiamarinas, se componía de casaca sin galones en los cantos y un anda en el cuello; levita y casaquilla corta; sable corto, sombrero apuntado sin galón y pantalón blanco o azul, según la estación. 20

Formaban cuatro brigadas con sus correspondientes brigadieres y subrigadieres. Los primeros llevaban dos galones, cada uno de la mitad del ancho de los asignados al uniforme del Cuerpo General, colocados diagonalmente sobre la manga. Los subrigadieres llevaban uno en la misma disposición. Estos galones los llevaban tanto en la levita como en la chaqueta. En 26 de enero de 1847 se dispuso la supresión de la casaquilla corta. Los aspirantes gozaban de los privilegios de los guardiamarinas. El Colegio en bloque se denominaba Compañía. Sólo formaba sobre las armas en el caso de que el Monarca o algún miembro de la Real Casa hubiese de entrar en el centro, así como por visita del ministro o capitán general. La Compañía no rendía honores sino al capitán general del Departamento y al director. Si la autoridad principal del Departamento ostentaba categoría inferior a la de teniente general, y entraba en el recinto, los aspirantes le recibían en formación sin armas. El llamado baluarte, construido en el Colegio para instrucción de los aspirantes, se inauguró en 9 de noviembre de 1846 con un saludo al cañón, tras el desfile de las tropas de batallones en el terreno contiguo conocido por llano del Cuartel, al objeto de solemnizar las bodas de Isabel II y de su hermana la Infanta María Luisa. El establecimiento del Colegio Naval aceleró la extinción del Cuerpo de Pilotos de la Armada, que había sido creado bajo el gobierno, régimen y estatutos de la Ordenanza Naval de 1748, en el reinado de Fernando VI. Durante un siglo fue un cuerpo muy nutrido de personal, decreciendo el ingreso en el mismo de tal forma que llegó a ser mínimo cuando se inauguró el Colegio de San Carlos. Una Real Orden de 23 de octubre de 1846 declaró a extinguir este cuerpo. De las tres categorías que lo formaban, los pertenecientes a la 1ª y 2ª ingresaron en el Cuerpo General con la antigüedad de sus nombramientos. Los de 3ª, una vez cumplidos ocho años de embarco en buques de guerra, sufrieron examen en el Colegio Naval de las materias exigidas a los guardiamarinas de 1ª clase, superado el cual, también se incorporaron al Cuerpo General. A los de 3ª clase suspendidos y a los meritorios sin desembarcar, se les concedió un plazo de seis meses para sufrir nuevo examen. Los que con esta oportunidad fueron desaprobados, cesaron en el servicio de la Armada con opción de recibir el nombramiento de pilotos particulares. Desde la fecha de la extinción del cuerpo, a los alumnos de los Colegios de Pilotos de San Telmo de Sevilla y Málaga se les prohibió el ingreso en la Armada. En enero de 1847 los libros, cartas y planos de las tres academias de pilotos pasaron a la biblioteca del Colegio Naval. Cuando se iniciaron las obras del Panteón de Marinos Ilustres se construyeron dos capillas circulares a ambos lados de la iglesia central, destinadas a sacristía de la futura basílica. Una de ellas fue habilitada para capilla del Colegio Naval y estaba presidida por la imagen de la Virgen del Rosario, que había sido donada a D. Juan de Austria por venecianos, para que la llevase a bordo de la galera real en la batalla de Lepanto. La imagen procedía de la cofradía de galeras del Hospital de San Juan de Letrán de Puerto de Santa María. Había además un cáliz que tenía grabadas las armas del almirante. La Real Orden de 10 de octubre de 1850 que disponía erigir el Panteón, decía al final: que aprovechando la proximidad al Colegio Naval, sería un templo en que el que el tal colegio recibiese digno ejemplo y retribuyese justo culto. El monumento era, pues, evidentemente, modelo y estímulo para los caballeros aspirantes que iniciaban su carrera junto a tan venerable lugar. Sabido es que a los que optaban a plazas de guardiamarinas se les exigían cuarteles de nobleza. Esta exigencia fue suprimida en 1813 y restablecida al año siguiente. En 1820 vuelve a derogarse para ser restablecida en 1823, quedando definitivamente suprimida en 1834. El 20 de diciembre de 1850 se ordenó que los documentos de nobleza que existían en los archivos de las antiguas Academias fuesen depositados en el Colegio Naval. Para ingresar en el Colegio, además de justificar tener la edad exigida y de presentar certificación de robustez −o hallarse en buenas condiciones físicas−, había 21

que acreditar la legitimidad y pureza de sangre, sin probanza nobiliaria alguna. La limpieza de sangre motivaba un expediente para probar que la familia del solicitante era considerada honrada por ambas líneas, sin que sobre ella nunca hubiese recaído nota que la infamase o envileciese, según las leyes vigentes. Los solicitantes podían pedir la admisión desde la edad de ocho años, valorándose la antigüedad de las solicitudes. La edad de ingreso varió según los distintos reglamentos. Osciló entre los once y diecisiete años. Eran excepción los hijos de tenientes de navío, como grado mínimo, o de pertenecientes a los demás Cuerpos de la Armada o del Ejército, de tenientes coroneles para arriba, a los que se les solía rebajar un año en la edad mínima. A los que correspondiéndoles determinado turno por la lista, desearan anticipar el ingreso, también se les rebajaba la edad de entrada. Existían ocho listas para inscribir a los agraciados, según el empleo y categoría de sus padres. La proporción era la siguiente: un 24 por 100 para hijos de miembros del Cuerpo General; un 2 por 100 para los del de Ingenieros de la Armada; un 8 por 100 para los de los demás Cuerpos; un 8 por 100 para los de los Cuerpos del Ejército; un 8 por 100 para los de otras carreras del Estado y un 42 por 100 para hijos de particulares. Había un número de plazas de gracia para los hijos de los oficiales de la Armada fallecidos en combate, naufragio o incendio y otro número variable de plazas supernumerarias, que eran de nombramiento real. Los designados, previa presentación y admisión de los documentos exigidos, sufrían un examen consistente en doctrina cristiana, ortografía, aritmética, gramática, geografía, nociones de historia y de dibujo y traducción del francés e inglés. Los exámenes se verificaban en los meses de junio y diciembre. Los suspendidos que deseaban solicitar de nuevo, habían de pedir gracia para volver a ser incluidos en las listas. Los aprobados tenían que presentarse en el centro acompañados de su tutor. Media docena de disposiciones ampliaron las normas relativas a las condiciones de ingreso. Así, en 8 de octubre de 1858 se dispuso no se considerase obstáculo la emisión del certificado de robustez, ya que los admitidos habrían de sufrir reconocimiento por los facultativos del Colegio. Los aspirantes de gracia otorgada por el Rey, con derecho a uso de uniforme, no podían ingresar en el Colegio si los interesados, después de tener cumplidos ocho años, no solicitaban su inclusión en las listas de pretendientes admitidos, según especificaba la Real Orden de 14 de enero de 1862. Los hijos de asesores de distrito y de oficiales graduados fueron incluidos en las listas de hijos de los Cuerpos de la Armada, según órdenes ministeriales de fechas 10 de marzo y 8 de noviembre de 1863, respectivamente. En 8 de marzo de 1866 se ordenó que los solicitantes que tuviesen concedido el derecho de ingreso podían diferir éste tantas veces como les conviniese, siempre que estuviesen comprendidos dentro de la edad fijada. Un Decreto de 9 de junio de 1848 había reorganizado el Cuerpo de Ingenieros de la Armada. Las edades para el ingreso estaban comprendidas entre los 17 y 22 años. El examen se verificaría en el Colegio Naval, por oposición, ante una junta presidida por el capitán general del Departamento, actuando como vocales el comandante general de La Carraca, el director del Colegio Naval, el primer profesor de dicho centro, el jefe del ramo de construcciones navales del Arsenal y el primer astrónomo del Observatorio. Como secretario actuaba el del Colegio Naval. La escuela se estableció en el antiguo Colegio de Guardias Marinas del Arsenal. En virtud de un decreto de 8 de febrero de 1860 se trasladaría esta escuela especial a Ferrol, estableciéndose en aquel Arsenal. El Cuerpo de Infantería de Marina tenía en San Fernando, desde el 10 de agosto de 1830, la Academia de la Brigada Real. De las ochenta plazas de aspirantes que ingresaron en la primera promoción del Colegio Naval, quince fueron para Infantería de Marina y doce para Artillería. El 8 de diciembre de 1858 se establecieron para los cadetes nuevas pruebas de ingreso.

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Los aprobados pasaban a servir durante seis meses en los batallones y superados favorablemente los estudios, eran nombrados subtenientes. Posteriormente, al clausurarse el Colegio, se formarían en la Academia General Central del Cuerpo, establecida en San Fernando por Real Decreto de 31 de mayo de 1879. El Cuerpo de Artillería se formaría en el Colegio Naval hasta el año 1857, en que se separaría del de Infantería de Marina. Establecería su escuela en el ala derecha del edificio del Cuartel de Batallones de la población militar de San Carlos. Muchos de los pretendientes a plazas de aspirantes al Colegio Naval no llegaron a pertenecer al mismo, por causas diferentes, como no ser llamados por exceder del límite de edad previsto, por haber sido desaprobados en los exámenes previos reglamentarios, o por renuncia de los interesados. Pero en casi su totalidad obtuvieron la gracia de aspirante. El período de formación facultativa y militar de los aspirantes, que era de tres años y medio, quedaría reducido a sólo tres a principio de 1858. Acabada la carrera eran promovidos a guardiamarinas o cadetes de Artillería, siendo embarcados en buques de guerra para terminar su aprendizaje. Eran materias principales de estudio: aritmética, álgebra, geometría, trigonometría, cosmografía y navegación. Como asignaturas accesorias se cursaban física, química, geografía, historia, moral, principios de construcción, maniobra, idiomas: francés e inglés, dibujo, esgrima, baile, gimnasia e instrucción militar, que comprendía el estudio de artillería y manejo de armas. Había, además, cursos de Estudios Mayores que duraban dos años y que proporcionaban a la Armada oficiales científicos, astrónomos, hidrógrafos y oficiales del Estado Mayor de Artillería. El curso general para todos los alumnos estaba distribuido de la siguiente forma: Primer año: aritmética, álgebra, francés, dibujo natural, instrucción militar con el conocimiento y uso de armas y las Ordenanzas Generales. El segundo año constaba de geometría elemental, trigonometría rectilínea y esférica, principios de topografía, inglés, dibujo lineal, topográfico de perspectiva, instrucción teórica y práctica de artillería y Ordenanzas Generales. En el tercer año se estudiaban cosmografía, navegación, principios de mecánica y sus aplicaciones a las maniobras de a bordo y máquinas de vapor. Estos tres años eran comunes a todos los alumnos. Después de haber sufrido el examen general de todas las materias que contienen, los aprobados optaban entre pasar a adquirir los conocimientos teórico−prácticos para el servicio de los buques de guerra, o continuar durante otros dos años el curso de estudios superiores preparatorio para artillería o ingenieros en el orden siguiente: Cuarto año: cálculo diferencial e integral; geometría analítica y aplicaciones teóricas de los cálculos, geodesia, geometría descriptiva, teoría de las sombras, topografía, delineación de artillería y de las tres arquitecturas: civil, hidráulica y naval. Quinto año: mecánica especulativa, mecánica aplicada, máquinas, física general, óptica y perspectiva aérea y química. Por la tarde asistían a los trabajos del Parque de Artillería y Arsenal. Al concluir el quinto año sufrían un examen general de todas las materias que comprendía el cuarto y quinto cursos, y una vez aprobados eran promovidos a alfereces alumnos de las academias especiales de Artillería e Ingenieros, en las que debían completar su formación durante dos años y, previo examen favorable, eran promovidos a alfereces de navío, o tenientes de Artillería o de Ingenieros. Una Real Orden de 6 de enero de 1846 dispuso que los cursos se verificasen por semestre. Durante los tres años y medio que, como dijimos, duraba la carrera, el último semestre era de repaso general antes de ser promovido a guardiamarinas. Los exámenes del último semestre se denominaban generales y eran públicos, presidiéndolos el director. Sólo tomaban parte en él los más aventajados, pudiendo el resto quedar repasando por más tiempo. Una Real Orden de 31 de diciembre de 1857 suprimió a partir del 1 de enero siguiente, el curso semestral de repaso general, el que se verificaría dentro de los tres últimos meses del curso anterior. Los guardiamarinas de primero eran considerados como sustitutos de los oficiales. Al año embarcaban en buques de vapor, nunca 23

antes habiéndolos de vela. La educación militar de los aspirantes corría a cargo de tenientes de navío o de capitanes de los demás cuerpos, lo que fue suprimido haciendo anexos al puesto de profesor los cometidos que aquellos oficiales desempeñaban. Aprobados los siete semestres, los alumnos embarcaban como guardiamarinas de segundo año en la corbeta de instrucción «Isabel II» donde tras cuatro años y previo examen eran ascendidos a guardiamarinas de primera, siendo distribuidos en los distintos buques hasta que hubiese vacante de oficial, regresando a la Escuela para su promoción a alférez de navío, siendo para ello condición indispensable que hubiesen permanecido durante seis años en buques armados. La clase se hallaba sobre el alcázar de la corbeta. El comandante ostentaba el empleo de capitán de navío o fragata. En 2 de mayo de 1858 se dispuso que ningún aspirante separado del Colegio, aunque fuese voluntariamente, podía ingresar en otros Cuerpos de la Armada. La Sección de Estudios Superiores se componía de un jefe de estudios, un profesor de matemáticas, otro de literatura e idiomas, otro de química e historia natural y otro de dibujo. Una orden de 27 de enero de 1845 decía que abierto el Colegio Naval, no se admitirán solicitudes de oficiales y guardiamarinas para cursar los estudios en sus casas, como estaba permitido, sino que deberán realizarlos en dicho colegio. Mientras tanto, los que aún lo efectúan, sufrirán examen ante la junta que se designe, dando cuenta del resultado al director del Observatorio. El 27 de marzo de 1848 fueron modificados estos estudios en el Colegio Naval. El reglamento de 7 de julio de 1885 decía que los alumnos de estos cursos serían seleccionados mediante examen especial y deberían haber navegado cuatro años como oficiales. Una Real Orden de 1 de junio de 1864 establecía que no obstante realizarse el curso en el Colegio Naval, las materias de astronomía y geodesia continuarían impartiéndose en el Observatorio. La Real Orden de 1 de enero de 1856 disponía poner en práctica el reglamento de esta fecha formulado por el jefe de escuadra y vocal del almirantazgo D. Juan José Martínez Espinosa y Tacón, quien en 1849 había escrito para uso del Colegio un diccionario marítimo, inglés español, que se había impreso en Madrid. En 11 de enero de 1859 se ordenó que los guardiamarinas efectuasen sus prácticas de navegación en el navío Rey Francisco de Asís, corbeta Mazarredo y bergantín Constitución. Algunos años más tarde las efectuarían en la corbeta Villa de Bilbao. En 1 de enero de 1861 la mitad de la dotación de marineros sirvientes del Colegio son sustituidos por soldados de Infantería de Marina. Ya dijimos al tratar de las condiciones de ingreso de los aspirantes, que oscilaron según los distintos reglamentos que tuvo el centro, los que según Fernández Duro tuvieron corta vida, pues muchas reales órdenes fueron derogando su articulado. El primero se autorizó en 26 de febrero de 1844, y en 18 de septiembre del mismo año fue reemplazado por otro. A éste siguieron sucesivamente el de 29 de noviembre de 1848, 8 de julio de 1850, 7 de julio de 1855, 1 de enero de 1856 y 28 de abril de 1858. El articulado de los reglamentos había de ir en consecuencia con las condiciones de los aspirantes, destacándose entre ellas la edad mínima exigida para el ingreso. Como dato curioso citaré en este sentido las normas que regían en el primer reglamento relativas a la clase de natación y el aseo personal de los alumnos: En la temporada de verano se les llevará al arsenal para que en un paraje apartado tomen lecciones de nadar de los buzos, que estarán obligados a dárselas mediante una corta gratificación a juicio de la junta directiva, que se cargará a gastos extraordinarios del establecimiento. Referente al aseo personal se decía: Vestirán sin afectación ni desaliño, con natural aseo y compostura, a cuyo efecto se lavarán las manos, brazos, cabeza y boca todos los días y con frecuencia el cuerpo y los pies. Se peinarán y cepillarán por sí mismos su vestido y calzado; se mudarán con frecuencia la ropa blanca interior y 24

la de cama; les cortarán el pelo los ayudas de cámara una vez al mes, y a los que lo necesiten los afeitarán, enseñándoles a ejecutarlo por sí mismos, por la utilidad que ello les ha de resultar en la carrera a que se dedican. El primer director que tuvo el Colegio Naval fue el brigadier D. José del Rio−Elijio de la Puente. Para su designación, el ministro, Marqués del Nervión, convocó a todos los generales y brigadieres de Marina residentes en Madrid, para consultar qué jefe reunía las condiciones para regir el centro. Por unanimidad fue elegido Del río, que por entonces ocupaba la Comandancia General del Arsenal de La Carraca. D. José del Río ingresó en la Academia de Guardias Marinas de Ferrol el 29 de abril de 1803. Por Real Orden de 11 de enero de 1836 fue nombrado comandante general de La Carraca, donde permaneció hasta el 30 de septiembre siguiente en que fue designado secretario del almirantazgo. Ascendido a brigadier el 3 de septiembre de 1839, fue por Real Orden de 4 de agosto de 1840 designado vocal de la Junta Superior de Gobierno de la Direción General de la Armada. Disuelta aquella corporación, al poco tiempo es nombrado vocal de la Junta del Almirantazgo que la sustituyó, cargo que ocupó hasta marzo de 1842, en que es nuevamente designado comandante general del Arsenal de La Carraca. En la dirección del Colegio solventó con exquisito tacto las dificultades que surgían con la instalación, organización y régimen del nuevo centro. Promovido a jefe de escuadra el 10 de octubre de 1846, cesa en el Colegio Naval el 4 de diciembre siguiente. Por Real Orden de 16 de diciembre de 1846 es nombrado segundo jefe del Departamento de Ferrol. Al cesar en el Colegio, la Superioridad le expresó su satisfacción por los 1os buenos servicios que contribuyeron al establecimiento del Colegio. Una Real Orden de 27 de marzo de 1847 le nombra comandante general del Departamento de Cartagena, en el cual cesó por enfermedad a mediados de 1848. Falleció en Cádiz a finales del año siguiente. En 13 de noviembre de 1844 es nombrado subdirector del Colegio Naval el capitán de navío D. Francisco Hoyos Larabiedra. Antiguo astrónomo el Observatorio y persona de vastos conocimientos, poseía una brillante hoja de servicios. En un par de ocasiones pidió el retiro del servicio y en otras la vuelta a activo. Como brigadier obtendría la Cruz Laureada de San Fernando, de tercera clase, y alcanzaría el empleo de jefe de escuadra. D. José Sánchez Cerquero procedía del Cuerpo del Ministerio, en donde había ingresado como meritorio el 14 de julio de 1798. En 12 de dicienbre de 1805 es destinado al Arsenal de La Carraca como alférez de fragata y ayudante de ingeniero. En 1816 es nombrado primer maestro de la Academia de Guardias Marinas de Cartagena, de donde pasa destinado al Observatorio de Marina. En 1841 es encargado de redactar el reglamento para el Colegio de Guardias Marinas que se proyectaba establecer en el Colegio de Pilotos de San Telmo de Sevilla, que llegó a ser publicado pero que no tuvo vigencia por haberse desistido de la creación del centro. También se le encomendó la redacción del plan de estudios del Colegio Naval, que fue aprobado por Real Orden de 8 de febrero de 1844. Uno de sus últimos trabajos fue la Explicación de las tablas de navegación y astronomía náuticas de D. José Mendoza Ríos, impreso en Madrid el año de 1851. El 17 de abril de 1848 ordenó Su Majestad que en tanto no hubiese director de la Academia de Guardias Marinas fuese encargado de examinar a los alumnos de Ingenieros. Su intensa dedicación a los trabajos científicos minó su salud, renunciando a la dirección del Observatorio, que a la sazón desempeñaba, siendo ascendido por sus méritos a Brigadier. Falleció en San Fernando el 21 de noviembre de 1850. El capitán de navío D. Saturnino Montojo Diaz fue encargado de Jefatura de Estudios del Colegio Naval, en comisión, hasta que fuese cubierto el puesto en propiedad. Había ingresado en la Academia de Guardias Marinas de Ferrol el 4 de septiembre de 1812. En el curso de Estudios Mayores obtuvo la calificación de sobresaliente, ampliando en Madrid sus conocimientos con igual resultado. Desempeñó la Jefatura de Estudios sin desatender su destino en el Observatorio. Contribuyó eficazmente en la organización del centro con sus consejos, ilustración e 25

influencias. Ocupó varias veces la dirección del centro con carácter interino. El 29 de mayo de 1847 es nombrado director del Observatorio por renuncia, debida a enfermedad de Sánchez Cerquero. Al año siguiente, por Real Orden de 22 de marzo de 1848, es comisionado por el ministro para redactar el curso de estudios elementales del Colegio Naval, tarea a la que no pudo dedicar la debida atención por sus muchas ocupaciones, que aumentaron con la radical reforma que ordenó el Gobierno llevar a cabo en el almanaque náutico español. El exceso de trabajo agotó su salud. Con referencia al Colegio Naval se le encomendó la confección de los tratados elementales de aritmética, álgebra y trigonometría. La primera y segunda se imprimieron respectivamente en 1849 y 1850 en la Imprenta de la Revista Médica Gaditana. Recién terminada la trigonometría le sorprende la muerte. Este texto no sería impreso hasta 1865, por la Imprenta y Librería Española de San Fernando. En su prólogo no decía que causas ajenas a la voluntad del autor impidiesen viese la luz en tiempo oportuno y que la familia deseaba su publicación por la utilidad que pudiese reportar. Montojo había traducido del inglés en 1844 el Tratado de Astronomía de Sir J. E. W. Herschel, que fue editado en Madrid por la Imprenta de la Sociedad Literaria y Topográfica. En 1851 se le concedieron honores de brigadier y en 1855 la efectividad del empleo, en atención al excelente trabajo efectuado en la reforma del almanaque náutico. Falleció el 13 de junio de 1856, relevándole en la dirección del Observatorio D. Francisco de P. Márquez Roco. La primera dotación de profesores y oficiales del Colegio Naval fue la siguiente: Tercer jefe y encargado del Detall, capitán de fragata Fernando Bustillo Barrada. Secretario, archivero y bibliotecario, teniente de navío Luis Palacios Balzola. Segundo jefe de estudios, teniente de navío Salvador Moreno Miranda. Profesores, alfereces de navío Evaristo García Quijano, Casimiro Ariño, Mariano de Arbiol, y subteniente de Artillería, Juan Antonio Ruiz. Contador, capellán y médico, eran respectivamente Francisco Vila, oficial primero del Cuerpo del Ministerio; Francisco de Paula Grossa, párroco castrense, y José Carlés. Eran ayudantes de profesores, los tenientes de navío Fernando Pareja, Olegario Solís de Cuetos, Francisco Chacón Orta, y el subteniente de Artillería Francisco Samper. Dos de estos profesores, Evaristo García Quijano Ruiz de Bustamante y Casimiro Ariño Trespardanes, permanecieron varios años en el centro. El primero cesó como profesor en 1864, pasando en este año, como capitán de fragata, a desempeñar la jefatura de la Sección de Estudios Superiores, hasta el cierre del Colegio. El segundo, tras un intervalo de cuatro años, de 1855 a 1859 en que desempeñó otros destinos, volvió al centro, continuando en él hasta su clausura. Varios profesores escribieron obras de texto para el Colegio. Así, el alférez de navío Mariano de Arbiol, hizo un Tratado elemental de Cosmografía, que dedicó a Francisco Armero y que en 1853 editó la Revista Médica. Aunque se consideró la utilidad para las Escuelas de náutica, no se llegó a estudiar en el centro, que siguió usando la Cosmografía y Navegación de Gabriel Císcar. Los principios teóricos y prácticos de Artillería los escribió el capitán de Artillería Manuel Baturone Castro, quien también lo dedicó al Marqués del Molins. La obra fue declarada de texto para el Colegio Naval y Escuela de Condestables y fue impresa por la Imprenta y Librería Española de San Fernando en 1856. Al inaugurarse el Colegio se encomendó el puesto de profesor auxiliar al guardiamarina Antonio Tomaseti Grosso −que efectuaba el curso de Estudios Superiores−, por sus excepcionales conocimientos de matemáticas. Años más tarde, en 1849, ya alférez de navío, sería nombrado profesor y en 1856, siendo teniente de navío, desempeñaría el cargo de secretario, archivero y bibliotecario. El 12 de diciembre de 1856 es nombrado profesor el alférez de navío Cesáreo Fernández Duro. De los dos 26

capellanes que tenía el Colegio, con los empleos de primero y segundo, uno era profesor de historia sagrada, moral y religión, y de geografía política, lógica y literatura, el otro. Las materias de dibujo, francés, inglés, esgrima y baile estaban por lo general a cargo de profesores particulares contratados. La clase de baile fue suprimida por Real Orden de 5 de enero de 1859, estableciéndose la de tiro de pistola, que fue impartida por el profesor ayudante, oficial de Infantería de Marina que tenía a su cargo la instrucción militar y manejo de armas. Una Real Orden de 8 de julio de 1850 establecía que los dos oficiales que formaban parte de la junta de exámenes fuesen extraños al Colegio. Por otra de 28 de febrero de 1856 fue suprimido el destino de jefe de estudios. Otra más de 7 de enero de 1858, dispuso que el profesor más antiguo fuese en lo sucesivo uno de los vocales de la junta de exámenes. El 23 de febrero de 1859 se aumentó en dos el número de profesores de matemáticas, que era de siete. Algunos de los reglamentos que tuvo el Colegio establecía que se concedería el ascenso al empleo superior a los profesores que desempeñasen el puesto por espacio de tres cursos consecutivos. Los directores que tuvo el Colegio Naval fueron los siguientes:1845, brigadier José del Río Elijio; 1847, brigadier José María Halcón Mendoza; 1854, brigadier José María Ibarra Autrán; 1856, capitán de navío Rafael Taberns Núñez; 1858, brigadier José María Ibarra Autrán (por segunda vez); 1859, brigadier Antonio Arévalo Guerra (interino) y de 1860 hasta que se cerró el Colegio, el brigadier José María Vázquez Butíer. Una Real Orden de 24 de agosto de 1866 decía que el número considerable de Guardias Marinas existente en los Departamentos de la península y Apostaderos de Ultramar, hacia difícil su distribución en los buques de la Armada.El 10 de marzo de 1867 el ministro de Marina, jefe de escuadra D. Joaquín Gutiérrez de Rubalcaba y Casal, determinaba que hasta nueva orden no se verificarían cursos semestrales para cubrir plazas de aspirantes.Cuando se convocasen plazas serían mediante oposición. Los trámites previos a la clausura del Colegio Naval se ordenaron por Real Orden de 13 de diciembre de 1867. El ministro de Marina, D. Severo Catalina del Amo, escritor y político, dispuso en 4 de marzo de 1868 la creación en el Departamento de Cádiz de una junta presidida por el capitán general, en la que actuaban como vocales el director del Observatorio, el jefe del Curso de Estudios Superiores y el comandante del buque−escuela de guardiamarinas, haciendo las funciones de secretario el del Colegio Naval. Esta junta tenía la misión de reformar el reglamento del centro, de 28 de abril de 1858. El 10 de mayo del citado año se fijaba la dotación afecta al Colegio a partir del 1 de julio siguiente, destinada a conservación y custodia de los edificios y el material en la población de San Carlos. La custodia del material científico quedaba a cargo de la Sección de Estudios Superiores. La dotación de personal era la siguiente: un capitán de navío como jefe del centro, que era a la vez comandante de guardiamarinas y gobernador de la población militar; un oficial primero del Cuerpo Administrativo, como contador, secretario, archivero y bibliotecario; un contramaestre en calidad de conserje y ocho marineros, número que, de ser necesario, podría aumentarse con los del depósito de La Carraca. El 13 de junio de 1868 se dispuso se conservasen en el Parque de La Carraca las armas y efectos de guerra del Colegio. Seis días después se ordenó que a partir del 1 de julio siguiente, los objetos de la capilla del Colegio quedasen a cargo del capellán del hospital. El 7de julio se determinó igualmente que la asistencia médica del personal del Colegio quedase a cargo de los médicos del hospital y dos días después, el 9 de julio, se ordenaba que la asistencia religiosa del centro quedase a cargo del capellán del hospital militar. En los 23 años de existencia había formado el Colegio Naval a 1.002 alumnos, distribuidos en 42 promociones. Las dificultades de la Hacienda y la revolución de septiembre de 1868 aceleraron su cierre. Un Decreto de 10 de septiembre de 1869, siendo ministro de Marina el jefe de escuadra D. Juan Bautista Topete y 27

Carballo, establece en la fragata Asturias, depontón en Ferrol, la Escuela Naval Flotante. En el edificio del Colegio Naval quedó la Comandancia de Guardias Marinas y el Gobierno militar de la población. Una Real Orden de 2 de enero de 1869 dispuso que todas las oficinas de la Armada del Departamento de Cádiz fuesen trasladadas al edificio del Colegio Naval. Otra Real Orden de 29 de enero del mismo año ordenaba que la Capitanía General, Mayoría y Contabilidad, se instalasen en el edificio y, si aún sobrase sitio, se trasladasen igualmente, la Auditoría, Juzgado y Archivo. Sólo disfrutaría de casa habitación en el edificio el capitán general con su familia. Por las Reales Ordenanzas de 1 de abril y de 13 de agosto de 1869 se ampliaba el uso de casa habitación en el edificio al primer secretario del capitán general, mayor general, comandante de guardiamarinas mientras desempeñase el cargo de gobernador militar de la población, auditor, teniente Vicario, inspector de Sanidad, ordenador de Pagos e interventor. Las obras que se efectuaron fueron las indispensables, al objeto de que en el futuro, de convenir al servicio, pudiera ser nuevamente ocupado por escuela o centro de instrucción. Para gozar de más espacio en el edificio destinado a dependencias y viviendas, se cubrieron los arcos de las dos naves laterales de la planta baja. Fernández Duro, en sus Disquisiciones náuticas, hace un interesante comentario de lo que significó el Colegio Naval para la Armada. Debido a lo amplio del mismo, no me es posible transcribirlo íntegro, por lo que sólo expongo un breve resumen: Veintitrés años duró, pues, el centro de enseñanza que tantos estudios, informes, planes y gastos había consumido antes que llegara a decidirse su instalación. El Colegio Naval fue varita mágica para la población de San Carlos; transformó los caseríos ruinosos, sin estar concluidos, que recordaban la soberbia concepción de los buenos tiempos del reinado de Carlos III, en edificios rematados; el arenal que lo sustentaba, en jardines con buenos caminos de comunicación con el Arsenal y ciudad de San Fernando; creó el Panteón de Marinos Ilustres en el local que servía para depósito de escombros y de cadáveres del hospital; dio nacimiento a otros caseríos y fábricas en las inmediaciones, al arbolado, a las tiendas, en una palabra, realizó en gran parte el ideal de la población con el conjunto de edificios lúcidos y rientes que daban agrado y atención al viajero. Cuarenta y cinco años más tarde volvería a su anterior destino de Centro docente naval. Un Real Decreto de 21 de octubre de 1911 autorizaba al ministro de Marina para proceder a la apertura de la Escuela Naval Militar en el Apostadero de Cádiz en el transcurso del año 1912, solicitando antes a las Cortes el crédito necesario para ello. Sólo en unos días se retrasó el cumplimiento de dicha disposición, inaugurándose el nuevo centro el 10 de enero de 1913. HISTORIA DEL MUSEO NAVAL DE SAN FERNANDO. EDIFICIO CARLOS III El proyecto de creación de un Museo Naval nace por Real Decreto de 28 de septiembre de 1792, dado por entonces Secretario de Marina, don Antonio Valdés y Fernández de Bazán, y según el cual el Rey Carlos IV, tuvo resuelto establecer en la Nueva Población de San Carlos, en la Real Isla de León, un Museo de Marina que, a más de la Biblioteca General, reunía todas las ciencias naturales que son necesarias para la completa instrucción del Cuerpo de la Armada, y consiguiente utilidad en ella. El cese de Valdés, el traslado de la Dirección General de la Armada a Madrid y los acontecimientos políticos y militares de la época dejarían sin realizar el proyecto. El museo Naval se inaugura finalmente en Madrid, el 19 de octubre de 1843, y es también en tiempos de Isabel II cuando se promulga el Real Decreto de 25 de septiembre de 1856, que reorganiza el Museo Naval. En su artículo 3º dice: Se formarán en los tres departamentos pequeños museos con bibliotecas exclusivamente de Marina, semejantes al de la Corte y dependientes de él. Pero no será hasta el 27 de Marzo de 1992 cuando se inaugure el actual Museo, como depositario de las 28

reliquias de nuestro patrimonio marinero y con la misión de adquirir, investigar, conservar, comunicar y exhibir para fines de estudio, educación y contemplación, piezas, conjuntos y colecciones de valor histórico, artístico, científico y técnico relacionados con la actividad naval, a fin de difundir la historia marítima de España, contribuir a ilustrar, relevar y salvaguardar sus tradiciones y promover la conciencia marítima nacional. Sus fondos proceden en gran parte de las dependencias de la Zona, del Museo Naval de Madrid y colecciones particulares, y se distribuyen por un total de 15 salas, y otras de nueva creación que se están acondicionando para temas monográficos. El 6 de julio de 1994 recibió la primera visita oficial de los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía. La creación del museo fue por orden del Rey Carlos IV. Vicisitudes políticas, hicieron que el edificio, actual Carlos III, fuera de todo menos museo, llegando incluso a ser usado como calabozo, aparte de escuela naval. CONCLUSIÓN. La población de San Carlos supuso la creación de un nuevo ayuntamiento en la bahía de Cádiz, un impulso económico. De nuevo se producía la repoblación de la Isla de León al haberse creado un baluarte defensivo en la bahía de Cádiz y el control del estrecho. Ello conlleva a la creación de grandes lazos entre nosotros los militares y el pueblo de San Fernando. Es verdad, que los avatares de la historia no permitían la consecución feliz de tan admirable proyecto, pero lo que sí es cierto es que ha dejado al pueblo de San Fernando una gran zona de expansión con una comunicación, además, fácil. 1

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