Pobre gente!... los ricos «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente»

Lección 6 3 al 10 de febrero ¡Pobre gente!... los ricos «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente».

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Lección 6 3 al 10 de febrero

¡Pobre gente!... los ricos

«Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente». Eclesiastés 5: 10

Sábado 3 de febrero

Hermano, ¿te sobran unas monedas? INTRODUCCIÓN Eclesiastés 5: 10; Marcos 10: 17-22

Si la situación no cambia radicalmente, debido a la desnutrición, este año morirán más de diez millones de niños. Casi la mitad de la población mundial subsiste con menos de dos dólares diarios. Según aumenta la tecnología, la ciencia y el saber humano, el abismo entre los ricos y los pobres crece en una forma fuera de toda proporción. Sin embargo, ¿quiénes pueden detener la aparentemente incesante miseria que tiene su causa en la pobreza? Con toda seguridad no es por falta de recursos. De hecho, el año 2000 con menos del uno por ciento de lo que se gastaba en la compra de armamentos, se podría haber enviado a todos los niños del mundo a la escuela.1 Jesús le dijo al joven rico que tenía que darle todas sus posesiones a los pobres, pero él se dio vuelta y se marchó. La suma del producto nacional bruto de 48 países es menor que la riqueza de tres de las naciones más poderosas del mundo.2 El 20% de la población de las naciones más ricas consume el 86% de los bienes de producidos en todo el mundo. ¿Podría suceder algo este año que pueda hacer que varíen estos datos? ¿Habrá treinta multimillonarios dispuestos a donar las tres cuartas partes de su fortuna para darle una mejor educación a los niños del mundo? Las sociedades opulentas tienen en sus manos los medios para erradicar la pobreza. No es en absoluto un asunto de producción de alimentos. En el mundo se producen suficientes para que todos sus habitan-

tes se mantengan en forma saludable. Sin embargo, millones de personas no tienen los recursos para adquirir alimentos, o no tienen acceso a ellos. «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!» (Ecl. 5: 10). Los recursos monetarios pueden salvar millones de vidas. De acuerdo con las Naciones Unidas, 13.000 millones de dólares anuales servirían para satisfacer las necesidades nutricionales y de salud de los pobres a nivel mundial.4 Mark Twain dijo en cierta ocasión: «Me opongo los millonarios, pero sería peligroso ofrecerme ese puesto». El Señor le dijo al joven rico que vendiera sus posesiones y repartiera el importe entre los pobres (Mar. 10: 21). Tenemos los medios en nuestro poder. Tenemos los recursos. Ahora bien, ¿estamos dispuestos a compartir una parte sustancial de ellos con nuestros hermanos que están en necesidad? ¿Qué lujos estamos dispuestos a abandonar? Si no hacemos nada, este año más de diez millones de niños morirán por causas relacionadas a la alimentación. «He visto un mal terrible en esta vida: riquezas acumuladas que redundan en perjuicio de su dueño, riquezas que se pierden en un mal negocio. Y si llega su dueño a tener un hijo, ya no tendrá nada que dejarle» (Ecl. 5: 13, 14). «Lo más absurdo de lo absurdo, dice el Maestro, lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo!» (Ecl. 1: 2). _______________ 1. New Internationalist, “State of the World”, febrero 1997. 2. I. Ramonet, Le Monde Diplomatique, noviembre 1998. 3. 1998 Human Development Report, Programa de las Naciones Unidas de Desarrollo. 4. The Hunger Project, www.thp.org.

Julio C. Muñoz, Beltsville, Maryland

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Domingo 4 de febrero

LOGOS Eclesiastés 5

Adoración ¿Qué significa estar en la presencia de Dios? ¿No estamos acaso en todo momento delante de él? Si esto es así, ¿no debían todas nuestras decisiones reflejar un profundo respeto por el Señor? Adorar a Dios mientras estamos en la iglesia no significa tratar de sentirnos bien espiritualmente, o algo parecido. Más bien, implica encontrarnos con Dios en unión con los demás creyentes. Nuestra adoración no debe consistir tan solo en palabras vacías, sino en conceptos que se manifiesten en acciones que glorifiquen al Dios a quien servimos. No solamente hemos de adorar en la iglesia, sino que tenemos que reconocer que estamos en la presencia de Dios en todo momento y en todo lugar. Consecuentemente nuestras vidas deben reflejar eso mismo.

Promesas Al poner de manifiesto que estamos en la presencia de Dios, hemos de recordar que las promesas que le hacemos son sagradas. Permítanme parafrasear lo anterior: las promesas que le hemos hecho y que hemos expresado en oración deben ser sagradas. Dios espera que nuestras promesas las consideremos en oración, utilizando la inteligencia que nos ha dado para que reflexionemos cuidadosamente antes de prometer. Las promesas hechas a tontas y a locas no son más que, pues eso, tonterías y locuras. 58

La vida como la recuerdo Cumplir una promesa no es lo único importante, sino la meditación y la oración que hacemos respecto a la misma. Dios nos ha dado el don de la inteligencia, utilicémoslo.

Palabras La adoración tiene que ver con la comunicación. Si hablas tanto que no puedes escuchar la respuesta de Dios, tus palabras están creando una interferencia que impide la comunicación. Trata de que lo que digas tenga significado. Predicar, orar y participar en la iglesia tiene todo que ver con palabras: más resultados y menos verbo. Es más, tus palabras son una especie de ofrenda a Dios, no a la congregación. Concéntrate en él, y presenta tu sacrificio correspondiente. Piensa en la viuda que únicamente tenía dos monedas (Mar. 12: 42-44). Sobre todo, piensa antes de hablar y prometer. No quiere decir esto que tienes que ponerlo todo por escrito; sino más bien que debes dedicar a Dios tu cerebro y tu boca, dejando que su Espíritu actúe en ti.

Corrupción El autor de Eclesiastés, aunque con sensatez, ve al mundo a través de los ojos de un cínico. Es como si dijera: «La corrupción es algo común. Hay que saber tratar con ella. Siempre habrá gente corrupta dentro y fuera de la iglesia. No hay nada que podamos hacer al respecto. Luchar en contra de la corrupción es una batalla perdida». Esto no es un consejo para los entendidos, sino las observaciones de un hombre

que probablemente trató durante toda su vida de hacer algo para cambiar a un mundo lleno de pecado (y terminó atrapado en sus redes), y que en su edad madura llegó al convencimiento de que todo lo que había hecho había sido en vano.

No te compares con nadie. Tú eres único y tu vida es valiosa en sí misma. Nos agrada hacer declaraciones generalizadas. Sin embargo, nuestros actos de bien tienen un peso mayor. La corrupción quizá no desaparezca, pero puede disminuir, debido a que alguien está dispuesto a hacer algo al respecto. Si tenemos la idea que estamos perdiendo la batalla no es motivo para rendirnos. Según dijo Pablo, debemos pelear la buena batalla y guardar la fe (2 Tim. 4: 7). La bondad no siempre ha de triunfar, pero alivia considerablemente el dolor y el sufrimiento. Aunque la edad nuble nuestra memoria, no debemos entregarnos a la desesperación o al cinismo. Mantengamos la fe y creamos, aunque sea un poco frustrante, que Dios enfrenta la corrupción a su modo.

Riquezas y fortunas El cinismo del Predicador se refleja en las obras de algunos autores contemporáneos. Aunque en ellas no se cita apropiadamente a las Escrituras, debido a que no toman en cuenta que es el amor al dinero la raíz de todo mal. Nuestra sociedad cree

que el dinero todo lo puede. Esta idea aparece una y otra vez en la cultura popular. Para muchos de nosotros «lo único que de veras importa es el dinero». Este es un punto donde el Predicador se dedica a impartir sabiduría. El dinero no es malo en sí mismo. Son las decisiones incorrectas que hacemos las que nos corrompen. Si tú eres rico o adinerado, ¡enhorabuena! Vive bien, prospera y no te olvides de mantener viva tu fe. Dios te ha bendecido, y tú eres responsable por el buen uso de esas bendiciones. La gente de buenos sentimientos duerme a sus anchas, sin importar lo mucho o lo poco que tengan. Como son personas nobles, están satisfechos con lo que la vida les ha dado. No te compares con nadie. Tú eres único y tu vida es valiosa en sí misma. Sin embargo, en algo somos iguales: al final todos hemos de morir. Esa es la suerte que nos toca a los humanos. Nacer, vivir lo mejor posible y morir. Cuando lleguemos al cielo también nos tocará una suerte parecida. Hasta entonces, vive con la seguridad de que “las cosas pasan”. Mientras tanto, tu adoración deber ser reverente, tus palabras juiciosas, tus promesas justas, tus acciones correctas, y tus negocios limpios. Dios está en el cielo y tú en la tierra, y aun así conoce todo lo que llena tu mente. Y te ama a pesar de ese conocimiento. Mantén viva tu fe, y recuerda que siempre hay un tiempo, un lugar, un momento para cada cosa debajo del sol. ¡Ahora es el momento para hacer el bien!

Falvo Fowler, Burtonsville, Maryland

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Lunes 5 de febrero

¿Grandes riquezas? ¿Grandes preocupaciones?

TESTIMONIO Eclesiastes 5: 12

Jesús recriminó al joven rico en Marcos 10, porque pensaba que al guardar los mandamientos tenía garantizada la vida eterna. Jesús le aconsejó que abandonara su fortuna y luego lo siguiera; pero el joven no estaba dispuesto a hacerlo. «Si hubiese comprendido el valor del don ofrecido, se habría alistado prestamente como uno de los discípulos de Cristo. Era miembro del honorable concilio de los judíos, y Satanás le estaba tentando con lisonjeras perspectivas de lo futuro. Quería el tesoro celestial, pero también quería las ventajas temporales que sus riquezas le proporcionarían. Lamentaba que existiesen tales condiciones; deseaba la vida eterna, pero no estaba dispuesto a hacer el sacrificio necesario. El costo de la vida eterna le parecía demasiado grande, y se fue triste “porque tenía muchas posesiones”».1 Los desastres no solo afectan a quienes poseen poco en la vida, sino también a los que tienen mucho. Por lo tanto, la única forma de aseguranos la felicidad y la seguridad es depositando nuestra confianza en Dios. «En el tiempo de angustia, de nada valdrán a los santos las casas ni las tierras, porque entonces tendrán que huir delante de turbas enfurecidas, y en aquel entonces no podrán deshacerse de sus bienes para hacer progresar la causa de la verdad presente. Me fue mostrado que la voluntad de Dios es que, antes que venga el tiempo de angustia, los santos se libren de cuanto los estorbe y hagan pacto con Dios por medio de sacrificio. Si ponen sus propiedades sobre el altar y preguntan fervorosamente a Dios cuál es su deber, les enseñará cuándo deberán deshacerse de aquellas cosas. 60

Entonces estarán libres en el tiempo de angustia y no habrá trabas que los detengan».2 Al leer las anteriores declaraciones no debemos llegar a la conclusión que la riqueza es mala o pecaminosa. «A quien Dios le concede abundancia y riquezas, también le concede comer de ellas, y tomar su parte y disfrutar de sus afanes, pues esto es don de Dios» (Ecl. 5: 19). Dios no desea que llevemos la carga de acumular “tesoros terrenales” para disfrutar de felicidad y seguridad. Todo lo que tenemos que hacer es confiar, y él proveerá para nuestras necesidades. «Les aseguro —respondió Jesús— que todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o terrenos, recibirá cien veces más ahora en este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna» (Mar. 10: 29).

PARA COMENTAR 1. ¿Qué pudo haber logrado el joven rico si le hubiera entregado su fortuna a los pobres y seguido a Jesús? 2. ¿Deseaba Cristo que aquel joven fuera pobre? ¿Cómo podrías explicarle tu respuesta a una persona adinerada? 3. ¿Qué podremos lograr tú y yo al simplificar nuestras vidas y colocar nuestra confianza en Dios y no en nuestras posesiones? _______________ 1. Review and Herald, 12 de enero de 1905. 2. Consejos sobre mayordomía, p. 64. 3. Ibíd., p. 166.

Jennifer Blondo, Clarksville, Maryland

Martes 6 de febrero

Sacrificio EVIDENCIA Eclesiastés 5: 1-7

¿Por qué hacemos promesas cuando en realidad nadie puede cumplirlas? ¿Cuándo fue la última vez que alguien hizo un voto y lo cumplió de todo corazón, y no sencillamente porque se sintiera obligado a hacerlo? Es frustrante cuando alguien no cumple lo que nos ha prometido. En esas ocasiones nos preguntamos: ¿Qué habrá pasado con la idea que dice que debemos hacer con los demás lo mismo que nos gustaría que hicieran con nosotros? Quizá pienses respecto al individuo informal: Cumplí con mi parte del trato. ¿Y tú qué? Parece que no me respetas suficiente. ¿No valgo nada para ti? Y, claro, te sientes traicionado y por la persona que no te cumplió. Si esta la forma cómo solemos cumplir nuestras promesas, ¿por qué le prometemos cosas a un Dios todopoderoso? La mayor parte de las veces le prometemos cosas a Dios cuando estamos decaídos y no vemos una salida a nuestra situación. Dios quiere que acudamos a él, pero no desea que le hagamos promesas vanas. Es muy fácil decir: «Te prometo», pero cuánto nos cuesta a menudo cumplir la promesa. Las promesas lo afectan todo. Afectan a nuestra reputación y a la confianza que los demás depositan en nosotros, y afectan la forma en que te pueden valorar. Dios nos ama y nos perdona. Esto es algo que sabemos. En algunas ocasiones necesitamos tratarlo en una forma más apropiada y respetuosa. Después de todo él nos creó. Qué diferente hubiera resultado todo

si Dios le hubiera dicho a Abraham: «¿Ves las estrellas? Tus hijos serán tan numerosos como ellas. Bueno, en realidad, ¡tan solo es un chiste! Es que ahora eso se me hace difícil. De hecho, tengo que irme pues debo ir a destruir a Sodoma y Gomorra». Ni siquiera estaríamos aquí si Dios se comportara de esa manera, y la razón para nosotros haberlo seguido de seguro hubiera sido muy diferente. Cuando Dios hace alguna promesa, la cumple. Hay quienes mantienen firme lo que le prometen a Dios. Hubo alguien para quien esto fue muy doloroso. Le prometió al Señor que si regresaba con bien de la guerra, sacrificaría a la primera persona que saliera a recibirlo. La primera en encontrarlo fue su hija, y aunque es triste decirlo, se piensa que la inmoló (Jue. 11: 30-40). Aquella fue una promesa alocada, algo que Dios no había pedido, ni podía aprobar. Pero aquel personaje estuvo dispuesto a cumplir su palabra, aun cuando su promesa fuera expresión descabellada. Debemos tratar cada promesa que le hacemos a Dios como si fuera el sacrificio de algo que amamos en extremo. Después de todo, ¿no es lo mismo que Dios hizo cuando envió a Jesús para darnos la vida eterna?

PARA COMENTAR 1. Si tienes abundantes recursos, ¿tendrás realmente que dar en abundancia? Explícate. 2. ¿Nos da Dios sus bendiciones porque le prometemos algo a cambio? Razona tu respuesta.

Nicole Perkins, Silver Spring, Maryland

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