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POEMAS DE PRINCIPIOS DEL XX 4º ESO
ESTIVAL La tigre de Bengala, con su lustrosa piel manchada a trechos está alegre y gentil, está de gala. Salta de los repechos de un ribazo al tupido carrizal de un bambú; luego a la roca que se yergue a la entrada de su gruta. Allí lanza un rugido, se agita como loca y eriza de placer su piel hirsuta. La fiera virgen ama. Es el mes del ardor. Parece el suelo rescoldo; y en el cielo el sol, inmensa llama. Por el ramaje obscuro salta huyendo el canguro. El boa se infla, duerme, se calienta a la tórrida lumbre; el pájaro se sienta a reposar sobre la verde cumbre Siéntense vahos de horno; y la selva indiana en alas del bochorno, lanza, bajo el sereno cielo, un soplo de sí. La tigre ufana respira a pulmón lleno, y al verse hermosa, altiva, soberana, le late el corazón, se le hinche el seno. Contempla su gran zarpa, en ella la uña de marfil; luego toca el filo de una roca, y prueba y lo rasguña. Mírase luego el flanco que azota con el rabo puntiagudo de color negro y blanco, y móvil y felpudo; luego el vientre. En seguida abre las anchas fauces, altanera como reina que exige vasallaje; después husmea, busca, va. La fiera exhala algo a manera de un suspiro salvaje Un rugido callado escuchó. Con presteza volvió la vista de uno y otro lado. Y chispeó su ojo verde y dilatado cuando miró de un tigre la cabeza surgir sobre la cima de un collado. El tigre se acercaba. Rubén Darío (Fragmento de "ESTIVAL", de Azul...)
¿QUIÉN anda por el camino esta noche, jardinero? —No hay nadie por el camino… —Será un pájaro agorero. Un mochuelo, una corneja, dos ojos de campanario… —Es el agua, que se aleja por el camino solitario… —No es el agua, jardinero, no es el agua… — Por mi suerte, que es el agua, caballero. —Será el agua de la muerte. Jardinero, ¿no has oído cómo llaman al balcón? —Caballero, es el latido que da vuestro corazón. —¡Cuándo abrirá la mañana sus rosadas alegrías! ¡Cuándo dirá la campana buenos días, buenos días! … Es un arrastrar de yerros, es una voz hueca, es una… —Caballero, son los perros que están ladrando a la luna… Juan Ramón Jiménez: «Jardines místicos», en Jardines lejanos, 1903-1904. BAJO al jardín. ¡Son mujeres! ¡Espera, espera...! Mi amor coje un brazo. ¡Ven! ¿Quién eres? ¡Y miro que es una flor! ¡Por la fuente; sí, son ellas! ¡Espera, espera, mujer! … Cojo el agua. ¡Son estrellas, que no se pueden cojer! Juan Ramón Jiménez: «Jardines galantes», en Jardines lejanos, 1903-1904. Dios está azul. La flauta y el tambor anuncian ya la cruz de primavera. ¡Vivan las rosas, las rosas del amor, entre el verdor con sol de la pradera! Vámonos al campo por romero, vámonos, vámonos por romero y por amor… Le pregunté: «¿Me dejas que te quiera?» Me respondió, radiante de pasión: «Cuando florezca la cruz de primavera, yo te querré con todo el corazón.» Vámonos al campo por romero, vámonos, vámonos por romero y por amor… «Ya floreció la cruz de primavera. ¡Amor, la cruz, amor, ya floreció!»
Me respondió: «¿Tú quieres que te quiera?» ¡Y la mañana de luz me traspasó! Vámonos al campo por romero, vámonos, vámonos por romero y por amor… Alegran flauta y tambor nuestra bandera. La mariposa está aquí con la ilusión… ¡Mi novia es la virjen de la era y va a quererme con todo el corazón! Juan Ramón Jiménez: Baladas de primavera, 1907. ¿CÓMO pondré en la hora tu vago sentimiento? ¡Hacia la aurora! ¡Más! ¡Hacia el ocaso! ¡Menos! Siempre le falta un poco… Le sobra siempre un dedo… —Tu reír suena, fino, muy cerca… desde lejos—.
Juan Ramón Jiménez: Diario de un poeta recién casado, 1916. Vino, primero, pura, vestida de inocencia; Y la amé como un niño. Luego se fue vistiendo de no sé qué ropajes; y la fui odiando sin saberlo. Llegó a ser una reina, fastuosa de tesoros… ¡Qué iracundia de yel y sin sentido; …Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía. Se quedó con la túnica de su inocencia antigua. Creí de nuevo en ella. Y se quitó la túnica y apareció desnuda toda. ¡oh pasión de ni vida, poesía desnuda, mía para siempre!
Juan Ramón Jiménez: «Verdor», en Estío, 1915.
Juan Ramón Jiménez: Eternidades, 19161917
¡New York solitario ¡sin un cuerpo!... Y voy despacio, Quinta Avenida abajo, cantando alto. De vez en cuando, me paro a contemplar los enormes y complicados cierres de los bancos, los escaparates en transformación, las banderolas ondeantes en la noche…Y este eco que, como dentro de un aljibe inmenso, ha venido en mi oído inconsciente, no sé desde qué calle, se acerca, se endurece, se ancha. Son unos pasos claudicantes y arrastrados como por el cielo, que llegan siempre y no acaban de llegar. Me paro una vez más y miro arriba y abajo. Nada. La luna ojerosa de primavera mojada, el eco y yo. De pronto, no sé si cerca o lejos, como aquel carabinero solitario por las playas de Castilla, aquella tarde de vendaval, un punto, un niño, un animal, un enano… ¿qué? Y avanza. ¡Ya!... Casi no pasa junto a mí. Entonces vuelvo la cara y me encuentro con la mirada suya, brillante, negra, roja y amarilla, mayor que el rostro, todo y solo él. Y un negro viejo, cojo, de paletó mustio y sombrero de copa mate, me saluda ceremonioso y sonriente, y sigue, Quinta Avenida arriba… Me recorre un breve escalofrío, y, las manos en los bolsillos, sigo, con la luna amarilla en la cara, semicantando. El eco del negro cojo, rey de la cuidad, va dando la vuelta a la noche por el cielo, ahora hacia el poniente…
QUISIERA que mi libro fuese, como es el cielo por la noche, todo verdad presente, sin historia. Que, como él, se diera en cada instante, todo, con todas sus estrellas; sin que niñez, juventud, vejez quitaran ni pusieran encanto a su hermosura inmensa. ¡Temblor, relumbre, música presentes y totales! ¡Temblor, relumbre, música en la frente —cielo del corazón— del libro puro. Juan Ramón Jiménez: Piedra y cielo, 19171918. Toda la noche, los pájaros han estado cantándome sus colores. (No los colores de sus alas matutinas con el fresco de los soles. No los colores de sus pechos vespertinos al rescoldo de los soles. No los colores de sus picos cotidianos que se apagan por la noche, como se apagan los colores conocidos de las hojas y las flores.) Otros colores, el paraíso primero que perdió del todo el hombre, el paraíso
que las flores y los pájaros inmensamente conocen. Flores y pájaros que van y vienen oliendo volando por todo el orbe. Otros colores, el paraíso sin cambio que el hombre en sueños recorre. Toda la noche, los pájaros han estado cantándome los colores. Otros colores que tienen en su otro mundo y que sacan por la noche. Unos colores que he visto bien despierto y que están yo sé bien dónde. Yo sé de dónde los pájaros han venido a cantarme por la noche. Yo sé de dónde pasando vientos y olas, a cantarme mis colores. Juan Ramón Jiménez: «Canciones de La Florida», en En el otro costado, 1936-1942. PAISAJE GRANA LA cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa. Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre. El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo hace extraño, ruinoso y monumental. Se dijera, a cada instante, que vamos a descubrir un palacio abandonado… La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable… —Anda, Platero… Juan Ramón Jiménez: Platero y yo
(RETRATO) Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario —, mas recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gaytrinar. Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada. Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía. Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. Antonio Machado: Campos de Castilla, 1912.
(A UN OLMO SECO) Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario, en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hacia la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. Antonio Machado: Páginas escogidas, 1917.
(DEL PASADO EFÍMERO) Este hombre del casino provinciano que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados por melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado, y un cordobés color de caramelo, pulido y torneado. Tres veces heredó; tres ha perdido al monte su caudal: dos ha enviudado. Sólo se anima ante el azar prohibido, sobre el verde tapete reclinado, o al evocar la tarde de un torero, la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta la hazaña de un gallardo bandolero, o la proeza de un matón, sangrienta. Bosteza de política banales dicterios al gobierno reaccionario, y augura que vendrán los liberales, cual torna la cigüeña al campanario. Un poco labrador, del cielo aguarda y al cielo teme; alguna vez suspira, pensando en su olivar, y al cielo mira con ojo inquieto, si la lluvia tarda. Lo demás, taciturno, hipocondríaco, prisionero en la Arcadia del presente, le aburre; sólo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente. Este hombre no es de ayer ni es de mañana, sino de nunca; de la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido, esa que hoy tiene la cabeza cana. Antonio Machado: Poesías completas, 1917.
(PROVERBIOS Y CANTARES) Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. ¿Para qué llamar caminos a los surcos del azar?... Todo el que camina anda, como Jesús, sobre el mar. Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
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El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve.
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Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala.
Baeza, 29 abril 1913
Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo, y suele ser tu contrario. En mi soledad He visto cosas muy claras, que no son verdad. Poned atención: un corazón solitario no es un corazón. Abejas, cantores, no a la miel, sino a las flores. Antonio Machado: proverbios y cantares
A José María Palacio
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libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra...
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Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!... ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh, mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entre las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas
Periodista en Soria y en Valladolid. Fundó El Porvenir Castellano, periódico de Soria en el que colaboró Machado, y dirigió Tierra Soriana, donde también colaboró nuestro poeta. Palacio era amigo y medio pariente de Machado.
TRABAJO PREVIO PARA LOS ALUMNOS Busca en la antología que te he entregado los siguientes poemas: Algo que parece un striptease La añoranza de un hombre por los pájaros de su tierra. La conversación entre un hombre que tiene miedo de la oscuridad y un jardinero que quiere tranquilizarlo. La descripción de un árbol La descripción de un tigre La descripción de una puesta de sol. La mirada brillante de un hombre negro La vida de un jugador de cartas Una autobiografía Una carta a un amigo Una romería