PREGON DE NAVIDAD. Rvdo. Sr. Cura Párroco de Rafal Ilmo. Sr. Alcalde Miembros de la Corporación Municipal Señoras y Señores Queridos amigos:

1 PREGON DE NAVIDAD Rvdo. Sr. Cura Párroco de Rafal Ilmo. Sr. Alcalde Miembros de la Corporación Municipal Señoras y Señores Queridos amigos: Inmerso

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PREGON DE NAVIDAD Rvdo. Sr. Cura Párroco de Rafal Ilmo. Sr. Alcalde Miembros de la Corporación Municipal Señoras y Señores Queridos amigos: Inmersos en el Año de la Fe, es para mí un gran placer dirigirme, en el pueblo que me vio nacer, y en el Templo donde fui bautizada, a las personas que constituyeron mis referentes en la niñez y con las que forjé los cimientos de mi vida. Es por ello que agradezco al Sr. Alcalde el honor que me brinda de pregonar el repetido y siempre renovado acontecimiento de la Navidad en este Año del Señor de 2012 y en mi querido pueblo de Rafal. La verdad es que encuentro difícil el cometido, pues por mucho que estemos familiarizados con lo que aparentemente representa la Navidad, es decir, las luces, música, fiesta, reuniones familiares y sociales, adornos en las casas, etc., de lo que se trata realmente es de traducir a palabras el gran acontecimiento de la venida de Dios al mundo terrenal. Dios. Antes de valorar lo que supone su venida, deberíamos reflexionar un poco acerca de Él mismo. Mucho se ha pensado y escrito a lo largo de la historia sobre su existencia, a favor y en contra, pero creo, en definitiva, que cada cual debe mirar hacia dentro de sí y descubrir que la capacidad de amar, la capacidad de valorar lo bello, la justicia, la libertad, la verdad, el ser uno consciente de su propio yo, la solidaridad con los que sufren, el disfrutar con las artes, con los niños, y tantas otras capacidades de la persona, no pueden provenir de nuestra propia materia, la cual es sólo pura mecánica biológica. Y, si miramos fuera de nosotros mismos, nos encontramos con la Naturaleza y el Universo. El avance en el conocimiento de ambos ha sido enorme en los últimos tiempos, pero el hombre no deja de sorprenderse en cada nuevo descubrimiento de la grandeza de las realidades que nos rodean; demasiado perfectas y bellas como para haber surgido de manera espontánea sin la intervención del diseño inteligente de un Creador.

2 Este Creador ha dispuesto que las personas fuésemos el centro de su creación (no centro físico, pero sí intelectual), y no ha dejado de asistirnos a lo largo de la historia respetando nuestra libertad para actuar de una u otra forma. La Revelación de Dios a los hombres alcanza su punto culminante en el momento histórico en el que envía a su Hijo Único a la Tierra para darse definitivamente a conocer a la Humanidad, y para redimir nuestras culpas por emplear mal la libertad. Dios envía a su Hijo haciéndolo Hombre en todas sus facetas excepto en el pecado. Por eso ha de nacer de una mujer, ha de vivir y ha de morir. Lo que estos días celebramos es su Nacimiento; un nacimiento sencillo y humilde para hacernos ver cuáles son los verdaderos valores importantes de la vida, trastocando así la idea equivocada de que las riquezas, los honores y los primeros puestos en la escala social deben ser nuestras metas. Dios se hace pequeño, indefenso; nace en el palacio de los pobres y desasistidos. Es por ello que en este tiempo de la Navidad parecen florecer los sentimientos de hermandad, la ayuda, la ternura, la paz. Porque es Paz lo que Dios nos trae; el problema es que existen muchas nieblas o brumas que enturbian esta paz, y es necesario que tratemos de limpiar el ambiente para acceder hasta ella. No es fácil, pero tenemos que intentarlo una y otra vez, y así, a veces, vislumbramos la luz calmante de Dios.

La Navidad es la fiesta del Niño, para todos aquellos que se hacen como Él: humildes, pequeños, débiles en su fortaleza, alegres en la adversidad. Él no tiene plata ni oro que ofrecer. Siendo rico se hace pobre a fin de que nos enriquezcamos con su pobreza. Y es que Jesús quiere con su venida curarnos de nuestra pasión posesiva, de nuestras ansias de tener, de nuestra locura consumista. Quiere enseñarnos que los verdaderos tesoros no son las cosas, sino las personas.

3 Que la verdadera riqueza no está en acumular, sino en llenarse de amor. Y Él es el amor más grande, el que más És. Nuestro Papa, en su reciente libro “La Infancia de Jesús” trata de forma pormenorizada todo lo concerniente a la concepción y nacimiento de Jesucristo según las Escrituras. Jesús no ha nacido en un tiempo indeterminado, en la intemporalidad del mito. Él pertenece a un tiempo que se puede determinar con precisión, y a un entorno geográfico indicado con exactitud. Es el evangelista S. Lucas quien enmarca históricamente el nacimiento de Jesús, refiriendo un censo durante el mandato de Quirino, gobernador de Siria y en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto. A ese censo iba a inscribirse José con María, su esposa, que estaba encinta: “Mientras estaban en Belén le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su Hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada”. El decreto de Augusto para registrar fiscalmente a todos los ciudadanos lleva a José, junto a su esposa María, a Belén, y así sirve para que se cumpliera la promesa del profeta Miqueas, según la cuál el Pastor de Israel habría de nacer en esa ciudad. Sin saberlo el emperador contribuye al cumplimiento de la promesa. También el evangelista Lucas trata previamente la concepción de Jesús por anuncio del ángel Gabriel a María, quien le comunica que el Espíritu Santo vendría sobre ella y la fuerza del Altísimo la cubriría con su sombra, y que el Niño que dará a luz tendrá los títulos de “Hijo del Altísimo” e “Hijo de Dios”, que reinará por siempre. Este reino no está construído sobre un poder mundano, sino que se fundamenta únicamente en la fe y el amor. Su misión será librar a su pueblo de los pecados. Con esto se asigna al Niño un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Jesús remite ya desde su nacimiento al cambio de valores. Él no pertenece al mundo importante y poderoso. Y, sin embargo, precisamente este Hombre irrelevante y sin poder, se revela como el realmente Poderoso, como Aquél de quien a fin de cuentas todo depende.

4 Así pues, el ser cristiano implica salir de los criterios dominantes, para entrar en la luz de la verdad sobre nuestro ser y, con esta luz, llegar a la vía justa. María puso a su niño recién nacido en un pesebre. San Agustín ha interpretado su significado. Es ahí donde los animales encuentran su alimento. Y ahora yace en él quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo. El alimento que da al hombre la vida eterna. El pesebre se convierte en una referencia a la mesa de Dios. Se ha querido polemizar con la referencia que hace el Papa al buey y al asno del nacimiento. De ninguna manera el Santo Padre quiere eliminar estos elementos de los belenes. Lo que nos quiere transmitir es el origen de esta tradición, que atribuye a la profecía de Isaías que dice: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”. Los primeros testigos del gran acontecimiento son pastores que velan. Ellos representan a los pobres de Israel, a los pobres en general: los predilectos del amor de Dios. El ángel del Señor se presenta a los pastores y les anuncia una “gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es El Mesías, el Señor”. También les anunció una señal: encontrarían a un “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”; el verdadero signo es la pobreza de Dios. Los pastores vuelven con alegría. Dan gloria y alaban a Dios por lo que han visto y oído. Y para completar el rápido recorrido por las Escrituras, nos queda hablar de los Reyes Magos, que aparecen en el evangelio de San Mateo únicamente como “Magos procedentes de Oriente”, que ofrecen al Niño “oro, incienso y mirra”. En el siglo VIII, el monje benedictino inglés, que fue santo y doctor de la iglesia, Beda “el Venerable” los describe de este modo: “El primero de los magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera blanca y luenga barba, fue él quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven, imberbe, de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el Hijo del hombre debía morir”.

5 Los sabios de Oriente representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, y también representan el anhelo interior del espíritu humano, la marcha de las religiones y de la razón humana al encuentro de Cristo.

Siempre que evocamos la Navidad recordamos las que pasamos en nuestra infancia por todo lo que tienen de ternura y de entrañables. A los ojos de una niña de unos cuatro o cinco años, impresionaba la atronadora salida al escenario infernal en la obra “Los Pastores de Belén”, de un enorme Lucifer con sus cuernos y rabo y su potente voz. Esto ocurría en el teatro que llamábamos de “la Pía” allá por los años sesenta del pasado siglo. Al igual que vivía con ilusión la puesta del Belén en el aparador de mi casa, para lo que mis hermanas y yo traíamos chinas y tierra de la calle, que por entonces no estaba asfaltada. Las figuritas de barro se habían ido comprando a los vendedores ambulantes que ponían sus puestos en “La Parrala” los domingos por la mañana. El río se elaboraba con papel de plata de las tabletas de chocolate, y simulábamos la nieve con harina espolvoreada. Nos quedaba bien el Belén, pero nada que ver con el que se instalaba en casa de mi tío Antonio “el cartero”. ¡Eso si que era un Belén!, grande, con su desierto, palmeras y camellos, y sus árboles naturales hechos con ramas variadas. !Qué maravilla y qué gusto daba contemplarlo!. Yo he tratado de continuar la tradición montando el Belén cada Navidad en mi casa mientras mis hijos fueron pequeños. Cuentan los historiadores que la representación del Belén surge gracias a la feliz idea de San Francisco de Asís, quien desde hacía mucho tiempo alimentaba el proyecto de escenificar el suceso evangélico. Para ello escogió Greccio, con su montaña poblada de árboles que dominaba el espolón roqueño de la aldea. En un saliente de la muralla de piedra, Francisco había fundado una pequeña ermita, utilizando una de las grutas que le brindaba la propia naturaleza, y que fue transformada en capilla. A petición suya se instaló allí un pesebre con abundante paja, y luego situaron el buey y el asno de carne y hueso.

6 En plena noche se encendieron las antorchas, y la gente de los alrededores subió por todos los lados a través de los árboles, hachón en mano, de modo que los senderos de la montaña palpitaban como torrentes de luz. Se celebró la misa en el pesebre convertido en Belén. Francisco leyó el evangelio y cuentan que muchos de los presentes creyeron ver que tenía en brazos al Niño Jesús resplandeciente. Aquella noche era de tan excepcional dulzura que jamás se olvidaría. Las humildes gentes del lugar se encontraron por primera vez en la Historia con la representación plástica del misterio. Y así, en el año 1.223 se asistió al nacimiento del Belenismo. La Navidad es tiempo de familia. Dios vino a la Tierra en el seno de una familia, señalando así su importancia. Y es que esta institución es la más íntima e inmediata para la persona, donde puede absorber fácilmente los valores básicos que deben guiarnos. En la familia se aprende a convivir, a ceder, a respetar, a ser solidario, a amar sin contrapartidas y a no rebasar los límites de nuestra libertad si se perjudica a otros. Es en la familia donde encontramos consuelo en los momentos difíciles, ayuda, comprensión y tantas otras cosas. Por eso hay que apoyarla, reforzarla, cuidarla; porque constituye el centro transmisor de los valores que tanta falta hacen en la sociedad. Es con la familia principalmente con quien se celebra el día de Nochebuena En mi casa, mi madre preparaba la cena con un inmenso amor, y una vez que terminábamos de cenar nos disponíamos a abrigarnos para ir a la Misa del Gallo. Esta Misa es otro de mis gratos recuerdos, porque la cantábamos desde bien pequeñas en el Coro de la Iglesia, al que se accedía por la tortuosa escalera del campanario. El Coro tenía entonces su suelo ligeramente curvado por el tiempo. “¡Cuidado no pises por ahí que esto se va a esclafar!” nos decíamos unos a otros, ó “¡No te apoyes en la baranda que se cae!”, Felizmente, con la restauración del templo esto habrá pasado a la historia. La Misa Pastoril de Nochebuena es una auténtica joya de nuestro pueblo. Gracias a mi amigo Ángel, D. Ángel Lasheras, he sabido que fue compuesta para coro por D. José Valero Urios, que desde 1.896 la acompañaba al órgano, como organista

7 que era del pueblo, pero no escribió la partitura. Fue D. Joaquín Gómez Juan quien escribió la partitura y la instrumentó en 1949. Las niñas de mi generación la aprendimos alrededor del año 1969 ensayándola con cantores mayores por iniciativa del entonces párroco D. Francisco Blasco, para darle continuidad en el tiempo y que no se perdiera. Muchas veces me sorprendo tarareándola y me enorgullece conocerla desde tan temprana edad. Estas y otras vivencias agradables han contribuido a que para mí estas fechas sean alegres y entrañables, pero entiendo que hay quienes se entristecen al llegar los días de Navidad, tal vez porque no tienen con quién o con qué celebrarla. O quizás porque se recuerda a seres queridos que ya partieron y no están con nosotros. Pero la esperanza de los cristianos es su profunda creencia de que ya están en la casa del Padre, en el convencimiento de que ellos pueden estar celebrando en su otra dimensión la más hermosa de las Navidades. La Esperanza es también un sentimiento integrante de estas fechas. La necesitamos para seguir creyendo que todos los esfuerzos de la vida verdaderamente merecen la pena. Necesitamos esperanzas de paz en el mundo; paz allá donde hayan guerras y hambre, esperanzas de paz en una sociedad competencial y depredadora, esperanzas de empleo en medio de la crisis, y esperanzas de paz en los lugares sagrados donde transcurrió la vida, pasión y muerte de Jesús, y donde ahora existen dos pueblos separados por el odio y dando continuas muestras de la crueldad que puede encerrar ese horrible sentimiento. Para que esta esperanza de paz pueda hacerse realidad tiene que ser Navidad en nuestros corazones todos los días del año; porque cuando acompañamos al que está solo, cuando alentamos al marginado, al que se siente impotente ante los problemas de la vida, a tantos y tantos que nos necesitan; cuando vaciemos nuestro corazón de nuestras “riquezas”, y lo llenemos de la sencillez y pobreza de Dios Niño; cuando por fin digamos Sí a Dios con alegría; en ese momento, en ese día nacerá Dios y será Navidad. Y cada día podremos decir ¡Feliz Navidad! Y para terminar, me gustaría que en este Año de la Fe que cité al principio, mis últimas palabras de este pregón hagan profesión de ella, y ningunas mejores que las que constituyen este párrafo de Benedicto XVI:

8 “El parto virginal de la Virgen y la Resurrección real del sepulcro de Jesús son piedras de toque de la Fe. Si Dios no tiene poder sobre la materia entonces no es Dios. Pero sí tiene ese poder, y con la Concepción y Resurrección de Jesucristo ha inaugurado una nueva creación. Por eso la Concepción y el Nacimiento de Jesús de la Virgen María son un elemento fundamental de nuestra fe y un signo luminoso de esperanza”. Muchas gracias y Feliz Navidad.

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