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Prólogo En tranvía y en tren “En política, los hechos son relevantes y el método tiene sustancial importancia…” Luigi Salvatorelli, 6 de agosto de 1922
Se había afeitado la barba y los bigotes, se había vendado la cabeza, sobre la calva se había puesto una peluca, y sobre la peluca una gorra de obrero. Así disfrazado, un hombre de cuarenta y siete años salió del apartamento donde se ocultaba desde hacía un par de semanas, subió a un tranvía casi vacío y asedió a preguntas a la mujer que lo conducía, para saber qué pasaba en la ciudad: según parecía, nada insólito sucedía. Después el hombre descendió del tranvía y siguió su camino a pie. Lo detuvo una patrulla de “soldados de Kerenski” que lo confundió con un borracho y lo dejó ir. Si lo hubiesen detenido, su sueño, acariciado de veinte años a esa parte, se habría desvanecido para siempre. El hombre que esa trasnoche entre el 24 y el 25 de octubre de 1917 transitaba las calles de Petrogrado se llamaba Vladimir Ulianov, conocido como Lenin; era el jefe del partido bolchevique y se dirigía al Palacio Smolni para conquistar el poder. Y lo logró. Él mismo se sorprendió por la rapidez del buen éxito. Hasta el día anterior el resultado era imprevisible, y grande el riesgo de fracasar. Pero Lenin había intuido que el momento era propicio: había que atrapar el instante huidizo; de otro modo, el poder se escaparía para siempre. Y lo aferró con una insurrección que no derramó sangre. El 25 de octubre, pasadas dos horas y treinta y cinco minutos del mediodía, León Trotski, el principal artífice de la revolución bolchevique junto con Lenin, anunciaba al Soviet de Petrogrado la conquista del poder: “Nos habían dicho que la insurrección ahogaría en torrentes de sangre la revolución. […] Nosotros no sabemos de una sola víctima”.1 “Las grandes masas no entraron
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en acción. No hay dramáticos enfrentamientos con las tropas. Nada de cuanto puede asociar a la idea de insurrección una imaginación educada en los acontecimientos históricos.”2 Ese 25 de octubre, nada sucedió como después lo representó la mitología del régimen bolchevique, con sus épicas escenas de furibundos asaltos efectuados por heroicas y gloriosas masas revolucionarias que se lanzaban a conquistar el Palacio de Invierno bajo el fuego de ingentes fuerzas enemigas, dejando centenares de muertos allí derribados. Cinco años más tarde, casi para esas mismas fechas, a últimas horas del 29 de octubre de 1922, un joven de treinta y nueve años, calvo y mal afeitado, con un modesto traje oscuro y una camisa negra, subió a un tren en Milán entre una multitud clamorosa: se llamaba Benito Mussolini, era el duce del partido fascista, y se dirigía hacia Roma para tomar el poder. También él estaba sorprendido por el buen éxito rápidamente obtenido. También para él, hasta el día anterior, el riesgo de fracasar había sido grande. También él había intuido que hacía falta atrapar el huidizo instante para conquistar un poder que, de otro modo, se escaparía para siempre. Y lo logró el 29 de octubre, después de liderar durante los dos días previos una insurrección que él mismo denominó “marcha sobre Roma”, casi sin derramamiento de sangre. En esas jornadas de la “marcha sobre Roma” nada sucedió como más tarde las representó la mitología del régimen fascista, con 300.000 escuadristas belicosamente armados, guiados por un duce indómito, decididos y resueltos, que con heroísmo arremetían en conquista de la capital, hasta el triunfo final. A las 10.50 del 30 de octubre, frente a la multitud que lo recibió en la terminal ferroviaria de Roma, Mussolini dijo: “Vine a Roma para dar un gobierno a la nación. Dentro de pocas horas la nación no tendrá sólo un ministro: tendrá un gobierno”.3 Sin embargo, desde el 30 de octubre Italia no tuvo sólo un gobierno: tuvo un régimen. En tranvía y en tren fueron a tomar el poder los jefes de las dos revoluciones antagonistas que marcaron profundamente la historia del siglo XX. En las dos revoluciones de octubre se originaron los primeros regímenes de partido único de la historia, que ya desde los años veinte se veían asimilados bajo la denominación “regímenes totalitarios”. Un cotejo entre esas dos revoluciones lo realizó en el momento mismo de la “marcha sobre Roma” un agudo diplomático y refinado intelectual alemán, el conde Harry Kessler, quien el domingo 29 de octubre de 1922, en Berlín, anotó en su diario: “En Italia los fascistas han conquistado el poder con un golpe de Estado. Si llegasen a conservarlo, entonces é��������������������������������������������������������� ���������������������������������������������������������� ste es un acontecimiento histórico que podrá tener consecuencias imprevisibles no sólo para Italia sino para Europa entera. Puede ser el
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primer paso hacia la victoria avanzada de la contrarrevolución. Hasta hoy los gobiernos contrarrevolucionarios actuaron –por ejemplo, en Francia– como si fuesen democráticos y amantes de la paz. En cambio, se consolida en Italia un tipo de gobierno francamente antidemocrático e imperialista. Puede compararse el golpe de Estado de Mussolini con el de Lenin en octubre de 1917, pero desde luego se dirige en el sentido opuesto. Y acaso desemboque en un período de nuevos desórdenes y de guerras en Europa”.4 Todavía no se intentó una historia comparada entre la revolución de octubre bolchevique y la revolución de octubre fascista. Sería una historia ciertamente útil para comprender las novedades del fenómeno revolucionario en el siglo XX y el nacimiento de los dos primeros regímenes totalitarios. Sin embargo, para que pueda escribirse una historia comparada de esa índole hace falta encarar una y otra revolución con idéntica actitud desprejuiciada, y situarlas en un plano común de adecuado conocimiento y comprensión de su individualidad específica y de su significado histórico. Desde hace décadas, la historiografía de la revolución bolchevique ha recusado la imagen mítica de la revolución de octubre, sin por ello reducirla a la realidad grotesca de un Lenin maquillado que va a tomar el poder viajando furtivamente en tranvía, al describirla como la “conspiración de una minoría insignificante” o la “aventura de un puñado de bolcheviques”.5 En cambio, en el caso italiano, pasados noventa años de la “marcha sobre Roma”, los estudiosos todavía están en gran desacuerdo acerca de su significado histórico. No una revolución sino una opera buffa: así la definió Gaetano Salvemini en los años cuarenta.6 Osciló entre seriedad y sarcasmo Antonino Repaci, autor del más voluminoso estudio hasta ahora dedicado a la “marcha sobre Roma”, publicado en 1963 y luego en 1972, en una nueva edición, revisada y aumentada: en su exordio afirmaba que “la conquista fascista del poder incluye en sí, ya desplegado por entero y en la plenitud de su madurez histórico-política, el fenómeno fascista y la entera problemática que gravita en torno de éste”; sin embargo, más adelante llegaba a una conclusión que reducía la “marcha sobre Roma” a “una kermesse tosca, burda”.7 Semejante oscilación de juicio despunta en la interpretación de la “marcha sobre Roma” como “puesta en escena” y “representación” en un ensayo que, pese a todo, la sitúa en el origen del desafío de los fascismos en Europa.8 Aun recientemente se escribió que la “marcha sobre Roma” fue en realidad “poco más que una desdeñable manifestación de idiotas útiles”.9 ¿Cómo pudo ser que una opera buffa, una burda kermesse, una desdeñable manifestación de idiotas útiles, llegase a generar uno de los fenómenos trágicos del siglo XX? Es ���������������������������������������������������������� ésta una pregunta fundamental����������������������������� que el sarcasmo historiográ-
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fico deja sin respuesta, repitiendo así el error (la incomprensión) cometido en su momento por la mayor parte de los antifascistas, que no tomaron en serio el fascismo y la “marcha sobre Roma”. Más tarde, derrotados y proscritos por el fascismo, se consolaron ridiculizando como una puesta en escena esa “marcha sobre Roma”, y proyectaron dicha imagen hacia la entera vivencia posterior del régimen totalitario: y no comprendían que así se ridiculizaban a sí mismos, porque se habían dejado arrastrar por los comediantes de una opera buffa, quienes permanecieron en el poder durante veinte años y fueron destronados sólo después de ser derrotados y destruidos por los ejércitos extranjeros en una segunda guerra mundial.10 Dados su hábito mental y su concepción del oficio historiográfico, el autor de este nuevo estudio no es propenso a usar el sarcasmo como categoría del juicio histórico ni a transmutar en farsa una tragedia. Al reconstruir la experiencia de la conquista fascista del poder se valió de las acciones de los protagonistas y los comentarios de los observadores contemporáneos más perspicaces en intuir las consecuencias de esas acciones. El método narrativo entrelaza los relatos de los hechos con las voces de los protagonistas y de los observadores, que se resaltaron en bastardillas para poner de relieve su autonomía dentro del contexto de los hechos narrados, con la finalidad de volver más inmediato el carácter dramático de las situaciones en que accionaron esos protagonistas, debiendo cotidianamente optar y decidir entre las múltiples posibilidades del presente, ignorando el futuro. Motivo que guía la narración es la compulsa entre el hombre de acción y el instante huidizo, esto es, el momento en que la decisión humana interviene en las circunstancias para elegir qué senda seguir, sin tener certeza alguna acerca del resultado, pero a la vez sabiendo que no puede evitarse la elección; y la incapacidad de atrapar el instante huidizo sería por cierto catastrófica. En sus reflexiones históricas acerca de la revolución bolchevique, Trotski supo evocar el drama de la elección del “momento justo” para capturar el instante huidizo, tal como lo vivenciaron quienes estaban en el comando del movimiento revolucionario: la tarea de mayor responsabilidad revolucionaria es saber detectar el momento en que la tentativa puede ser prematura y abortar, y también “el momento en que debe considerarse irremediablemente perdida una ocasión propicia”.11 La historia es una sucesión de acontecimientos, cada acontecimiento es una sucesión de circunstancias y de instantes, cada instante es una concentración de múltiples posibilidades entre circunstancias múltiples, en las cuales también el azar puede tener una importancia decisiva. Escande el ritmo de la
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historia la dialéctica entre las circunstancias, el instante y la decisión humana. En la sucesión de los acontecimientos que culminaron en la “marcha sobre Roma” hubo circunstancias e instantes en que los hombres del fascismo se vieron accionando entre las posibilidades del buen éxito y la posibilidad del fracaso. Sus opciones no fueron determinadas por anónimas fuerzas colectivas o por entidades abstractas, que emplean a los individuos como instrumentos inconscientes, sino que las efectuaron individuos reales que accionaban, como los demás, entre circunstancias e instantes de posibilidades múltiples. Ellos intuyeron que estaban frente al instante huidizo, evaluaron las circunstancias, las posibilidades, los riesgos. Y finalmente decidieron. Este libro es un estudio acerca de la génesis de una fuerza política original, organizada como partido milicia, que logró apoderarse del gobierno de un Estado parlamentario. Nada similar había sucedido vez alguna. El autor analiza, en las diversas circunstancias concretas en que ellos obraron, las opciones, las decisiones y las acciones de los fascistas en la gravísima crisis que acució a la democracia italiana después de la Gran Guerra, precisamente cuando más propicias parecían ser las condiciones para su desarrollo y consolidación. En apenas tres años de vida como movimiento, en un solo año como partido, con un grupo de jefes jóvenes sin experiencia alguna de administración y de gobierno, mediante la violencia el fascismo logró derrotar y desbandar a poderosas fuerzas organizadas que tenían tres décadas de vida; logró engañar a astutos políticos y gobernantes de larga trayectoria y consumada experiencia; logró quitar el monopolio de la fuerza, la autoridad y el prestigio a un Estado que había salido vencedor de la prueba de una guerra mundial, y finalmente consiguió conquistar el poder proclamando de manera abierta que lo usaría para destruir el Estado liberal y la democracia. Cómo pudo ocurrir, se relata en el presente libro, por medio de las conductas de los diversos protagonistas durante el desarrollo de los acontecimientos, en que decisión e incertidumbre, azar y necesidad, iniciativa e inercia, violencia y consenso, inteligencia e incomprensión, valentía y cobardía se enfrentaron, se entrelazaron, chocaron y se entramaron dramáticamente, en la sucesión de circunstancias y situaciones contingentes de resultados imprevisibles. Sobre estas prevaleció finalmente la voluntad de poderío y de dominio de los fascistas, aplastando a sus adversarios con la imposición de un régimen irrevocable, ante la indiferencia pasiva de la mayoría de la población. En esta historia de la “marcha sobre Roma”, hechos ya narrados por otros historiadores, incluido quien esto escribe, son reconstruidos desde una perspectiva nueva y original, después de una investigación más amplia y una reflexión
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más exhaustiva acerca de los hechos mismos. Así surgió una comprensión más pormenorizada de las actuaciones individuales y colectivas, que con relación a ciertas cuestiones importantes modifica sustancialmente lo que hasta ahora se daba por cierto y por sentado en la historiografía: por ejemplo, queda en claro que la actuación de Mussolini fue menos preponderante y determinante en las alternativas del fascismo durante esos tres primeros años –y durante los acontecimientos mismos de la “marcha sobre Roma”– de cuanto se pensó hasta este momento. En los años sobre los cuales versa este libro, de ningún modo Mussolini fue “el jefe indiscutido del partido fascista”12 ni se expresaba por ese entonces, en el fascismo, “una fe ciega en el jefe”.13 Así como la “marcha sobre Roma” no fue la obra maestra política exclusiva de Mussolini porque lo fue igualmente de Michele Bianchi, primer y más resuelto fautor del movimiento insurreccional; pero ni uno ni el otro habrían podido llevar a cabo su obra maestra política sin la fundamental ayuda del partido fascista con la masa de escuadristas. Además, se aparta netamente de las interpretaciones al uso la evaluación acerca del inicio del régimen fascista propuesta en este libro. Y su título original, E fu subito regime [Y pronto fue régimen], expresa claramente el juicio del autor: en cuanto nueva organización y conducta del poder político, el régimen fascista comenzó con la “marcha sobre Roma”, como consecuencia de la índole misma del partido fascista, en su condición de partido milicia, y del dominio que éste había conquistado ya en gran parte de Italia antes de extenderlo al Estado italiano. De este juicio el autor no reivindica paternidad alguna, visto que es un juicio ya formulado, y con extraordinaria lucidez tanto cuanto lucidez histórica, por algunos observadores contemporáneos, cuyas voces el lector oirá a menudo en las páginas que siguen. La mayor parte del relato se concentra en un solo año, 1922, porque fue el año decisivo de los instantes huidizos, para el fascismo, para sus adversarios y para la democracia italiana. En ese año aún podía ponerse freno al fascismo, y acaso aniquilarlo; todavía podía salvarse la democracia italiana, y acaso darle mayores fuerzas. Después de la “marcha sobre Roma”, día a día esta posibilidad se volvió un deseo cada vez más irrealizable. Un periodista estadounidense, Carleton Beals, que estaba en Roma los días de la insurrección fascista, recordó que el conde de Cavour había afirmado con orgullo que era gloria de Italia el haber alcanzado la unidad nacional sin sacrificar la libertad y sin padecer la dictadura de un Cromwell; así comentó, el 30 de octubre, la conclusión de la “marcha sobre Roma”: “Sean cuales fueren los iluminados beneficios que el nuevo régimen pueda traer aparejados, Italia ya
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no puede agitar ese orgullo. La Constitución, la legalidad en Italia pasaron a mejor vida. Desde hoy, 30 de octubre de 1922, la democracia política significa tan poca cosa cuanto bajo el dominio de Cromwell. Y no resulta diferente si el rebaño se sometió de buena gana al nuevo yugo. […] una nueva era ha comenzado en Italia, tal como inició en Roma con la dictadura de Sila. Los acontecimientos de estos días forman parte de una tendencia europea iniciada junto con la Gran Guerra, que incluye la revolución bolchevique y puede no tener una conclusión durante el transcurso de nuestra generación”.14 El periodista no era un profeta, sino sólo un observador realista de la realidad del fascismo. El libro concluye en una mirada general hacia la conducta política de Mussolini y de los fascistas durante los primeros meses en el gobierno –de la cual ya surgían las características originarias del nuevo régimen fascista que ellos estaban decididos a instaurar–, tanto cuanto hacia los comentarios de los pocos antifascistas, que de inmediato fueron conscientes de la realidad del nuevo régimen, mientras que muchísimos, entre aquellos que tenían confianza en la administración Mussolini y aquellos que eran sus adversarios, todavía pensaban que el fascismo en el poder, desprovisto de ideas, de programas y de cohesión, pronto naufragaría, disgregándose. Hace medio siglo, reflexionando acerca de “ese acontecimiento capital de nuestra historia” que fue la “marcha sobre Roma”, Nino Valeri se propuso dar respuesta “a un angustioso interrogante”; esto es, si el arribo del fascismo fue “consecuencia de un amontonamiento insólito y pasajero de motivos contingentes”, o bien si fue el último estallido de un mal arraigado en los italianos, hecho de acostumbramiento a la insubordinación, de falta de sentido cívico, de gusto por engañar y defraudar al gobierno, a cualquier gobierno, de deserción, de corrupción; vale decir: de vicios, nacidos de siglos de gobierno despótico”. Con la humildad del auténtico historiador, Valeri dudaba de poder dar “una respuesta exhaustiva a tal interrogante, que en verdad corta la respiración a los hombres pensantes. Lo que podré hacer, en cuanto estudioso de historia, es seguir los paulatinos desarrollos del propósito de marchar sobre Roma para castigar a los representantes de la vieja Italia legal e instaurar el dominio de las escuadras fascistas”.15 Con igual humildad, el autor de este libro se fijó una tarea análoga, y al igual que ese refinado historiador, que fue el primer docente de Historia Contemporánea que encontró al comienzo de sus estudios universitarios, también él se esforzó “por ver cómo sucedieron efectivamente los hechos, basándose sobre los datos corroborados por su sucesión misma”, para conocer y comprender mejor cómo el fascismo logró conquistar el poder. Si a
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partir de una reconstrucción más atenta del “cómo” el lector podrá contar con material nuevo para reflexionar y comprender también el “por qué”, el autor se sentirá satisfecho en su única ambición. Si con la “marcha sobre Roma” el fascismo no hubiese atrapado el instante huidizo que le permitió llegar al poder y encaminar la construcción de un nuevo régimen, el decurso de la historia habría sido distinto en Italia, en Europa y acaso en el resto del mundo. Con todo, el autor relata una historia que en verdad sucedió. E intentó, al relatarla, restituir a los hechos narrados el carácter dramático de los acontecimientos, que no tenían resultados ineludibles ni que se diesen por descontados; intentó hacer que reviviesen en los protagonistas la tribulación de opciones y decisiones, adoptadas entre incertidumbres y vacilaciones, en la imprevisible variabilidad de las circunstancias y de los instantes; y, por último, intentó hacer sentir al lector el dramático carácter de la historia en pleno transcurso de su devenir, sin valerse, en su juicio acerca de los acontecimientos y de los protagonistas, de su saber de persona póstuma que ya sabe cómo habría de terminar la historia. Porque los protagonistas de las alternativas relatadas en este libro no conocían por anticipado el final de su propia historia. Y también el lector debería fingir no conocerlo, si quiere comprender el sentido de la historia.
Notas L. Trotski, Storia della rivoluzione russa, vol. 2, Milán, Mondadori, 1969, p. 1138. Ibidem, p. 1131. 3 Il Giornale d’Italia, ed. corresp. al 31 de octubre de 1922. 4 H. Kessler, The Diaries of a Cosmopolitan 1918-1937, ed. al cuidado de Charles Kessler, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1971, p. 19. 5 Trotski, Storia della rivoluzione russa, op. cit., p. 1195. 6 G. Salvemini, Le origini del fascismo in Italia. Lezioni di Harvard, al cuidado de R. Vivarelli, Milán, Feltrinelli, 1979, p. 390. 7 A. Repaci, La marcia su Roma, Milán, Rizzoli, 1972, pp. 15 y 594. 8 H. Woller, Roma, 28 ottobre 1922. L’Europa e la sfida dei fascismi, Bolonia, Il Mulino, 2001, p. 13 [ed. orig.: Rom, 28 Oktober 1922. Die faschistische Herausforderung, Múnich, Deutsche Taschenbuch Verlag, 1999]. 9 D. Sassoon, Come nasce un dittatore. Le cause del trionfo di Mussolini, Milán, Rizzoli, 2010, p. 24 [ed. orig.: Mussolini and the Rise of Fascism, Londres, HarperCollins, 2007]. 10 Una corriente de interpretación del significado histórico de la “marcha sobre Roma” diferente, no condicionada por el sarcasmo historiográfico, se desarrolló durante el transcurso de las últimas décadas con los estudios de R. De Felice, Mussolini il fascista 1921-1925, Turín, 1 2
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Einaudi, 1966; P. Alatri, Le origini del fascismo, Roma, Editori Riuniti, 1971; A. Lyttelton, La conquista del potere. Il fascismo dal 1919 al 1929, Roma-Bari, Laterza, 1974 [ed. orig.: The Seizure of Power. Fascism in Italy 1919-1929, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1973]; E. Santarelli, Storia del fascismo, Roma, Editori Riuniti, 1981; E. Gentile, Storia del partito fascista. 1919-1922. Movimento e milizia, Roma-Bari, Laterza, 1989; G. Santomassimo, La marcia su Roma, Florencia, Giunti, 2000; G. Albanese, La marcia su Roma, Roma-Bari, Laterza, 2006. 11 Trotski, Storia della rivoluzione russa, op. cit., p. 1070. 12 Woller, Roma, 28 ottobre 1922, op. cit., p. 9. 13 Ibidem, p. 8. 14 C. Beals, Rome or Death. The Story of Fascism, Londres, John Long, 1923, pp. 297-298. 15 N. Valeri, “La marcia su Roma”, en Fascismo e antifascismo (1918-1936), Milán, Feltrinelli, 1961, pp. 103-119.