Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones, conlleve frutos de paz y justicia

DESAFÍOS PARA LA HUMANIDAD Y LA MISIÓN DE LA IGLESIA INTENCION UNIVERSAL - ENERO Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religione

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DESAFÍOS PARA LA HUMANIDAD Y LA MISIÓN DE LA IGLESIA INTENCION UNIVERSAL - ENERO

Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones, conlleve frutos de paz y justicia. […] «la libertad religiosa […] no es sólo un don precioso del Señor para cuantos tienen la gracia de la fe: es un don para todos, porque es la garantía fundamental para cualquier otra expresión de libertad […]. La fe nos recuerda mejor que nadie que, si tenemos un único creador, todos somos hermanos. La libertad religiosa es un baluarte contra todos los totalitarismos y una aportación decisiva a la fraternidad humana» (Mensaje a la Nación de Albania, 25 de abril de 1993). Pero inmediatamente es necesario añadir: «La verdadera libertad religiosa rehúye la tentación de la intolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de respeto y diálogo constructivo» (ibid.). No podemos dejar de reconocer que la intolerancia con los que tienen convicciones religiosas diferentes es un enemigo particularmente insidioso, que desgraciadamente hoy se está manifestando en diversas regiones del mundo. Como creyentes, hemos de estar atentos a que la religión y la ética que vivimos con convicción y de la que damos testimonio con pasión se exprese siempre en actitudes dignas del misterio que pretende venerar, rechazando decididamente como no verdaderas, por no ser dignas ni de Dios ni de los hombres, todas aquellas formas que representan un uso distorsionado de la religión. La religión auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede usar el nombre de Dios para cometer violencia. Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio. Discriminar en nombre de Dios es inhumano. Desde este punto de vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza únicamente el sistema legislativo vigente –lo cual es también necesario–: es un espacio común –como éste–, un ambiente de respeto y colaboración que se construye con la participación de todos, también de aquellos que no tienen ninguna convicción religiosa. Me permito indicar dos actitudes que pueden ser especialmente útiles en la promoción de la libertad religiosa. La primera es ver en cada hombre y mujer, también en los que no pertenecen a nuestra tradición religiosa, no a rivales, y menos aún a enemigos, sino a hermanos y hermanas. Quien está seguro de sus convicciones no tiene necesidad de imponerse, de forzar al otro: sabe que la verdad tiene su propia fuerza de irradiación. En el fondo, todos somos peregrinos en esta tierra, y en este viaje, aspirando a la verdad y a la eternidad, no vivimos, ni individualmente ni como grupos nacionales, culturales o religiosos, como entidades autónomas y autosuficientes, sino que dependemos unos de otros, estamos confiados los unos a los cuidados de los otros. Toda tradición religiosa, desde dentro, debería lograr dar razón de la existencia del otro.

La segunda actitud es el compromiso en favor del bien común. Siempre que de la adhesión a una tradición religiosa nace un servicio más convencido, más generoso, más desinteresado a toda la sociedad, se produce un auténtico ejercicio y un desarrollo de la libertad religiosa, que aparece así no sólo como un espacio de autonomía legítimamente reivindicado, sino como una potencialidad que enriquece a la familia humana con su ejercicio progresivo. Cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más libre es. Miremos a nuestro alrededor: cuántas necesidades tienen los pobres, cuánto les falta aún a nuestras sociedades para encontrar caminos hacia una justicia social más compartida, hacia un desarrollo económico inclusivo. El alma humana no puede perder de vista el sentido profundo de las experiencias de la vida y necesita recuperar la esperanza. En estos ámbitos, hombres y mujeres inspirados en los valores de sus tradiciones religiosas pueden ofrecer una ayuda importante, insustituible. Es un terreno especialmente fecundo para el diálogo interreligioso. Y además, quisiera referirme a una cosa que es siempre un fantasma: el relativismo, “todo es relativo”. A este respecto, hemos de tener presente un principio claro: no se puede dialogar si no se parte de la propia identidad. Sin identidad no puede haber diálogo. Sería un diálogo fantasma, un diálogo en el aire: sin valor. Cada uno de nosotros tiene su propia identidad religiosa, a la que es fiel. Pero el Señor sabe cómo hacer avanzar la historia. Cada uno parte de su identidad, pero sin fingir que tiene otra, porque así no vale y no ayuda, y es relativismo. Lo que nos une es el camino de la vida, es la buena voluntad de partir de la propia identidad para hacer el bien a los hermanos y a las hermanas. Hacer el bien. Y así, como hermanos, caminamos juntos. Cada uno de nosotros da testimonio de su propia identidad ante el otro y dialoga con él. Después el diálogo puede avanzar más sobre cuestiones teológicas, pero lo que es más importante y hermoso es caminar juntos sin traicionar la propia identidad, sin ocultarla, sin hipocresía. A mí me hace bien pensar esto. […] ENCUENTRO CON LOS LÍDERES DE OTRAS RELIGIONES Y OTRAS DENOMINACIONES CRISTIANAS  FRANCISCO  21 de septiembre de 2014    Ver el texto completo:    http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2014/september/documents/papa‐ francesco_20140921_albania‐leaders‐altre‐religioni.html    © Copyright 2014 ‐ Libreria Editrice Vaticana      COMENTARIO  

Cómo se construye el diálogo    El diálogo se construye con humildad, incluso a costa de «tragar quina», porque es necesario evitar que en nuestro corazón se levanten «muros» de resentimiento y odio. Lo dijo el Papa Francisco en la misa que celebró el viernes 24 de enero.

El punto central de la homilía fue el pasaje del primer libro de Samuel (24, 3-21), que narra el enfrentamiento entre Saúl y David. «Ayer —recordó el Papa— escuchamos la Palabra de Dios» que «nos hacía ver lo que hacen los celos, lo que hace la envidia en las familias y en las comunidades cristianas». Son actitudes negativas que «llevan siempre a muchas peleas, a muchas divisiones, incluso al odio». Pero «hoy la Palabra de Dios —prosiguió el Papa— nos muestra otra actitud: la de David», quien «sabía muy bien» que se encontraba «en peligro; sabía que el rey quería matarlo. Y se encontró precisamente en la situación de poder matar al rey, y así se terminaba la historia». Sin embargo, «eligió otro camino», prefirió «el camino del acercamiento, de la aclaración de la situación, de la explicación. El camino del diálogo para hacer las paces». En cambio, el rey Saúl «rumiaba en su corazón estas amarguras», insultaba «a David porque creía que era su enemigo. Y ésta aumentaba en su corazón». Por desgracia, afirmó el Papa, «esas fantasías aumentan siempre cuando las escuchamos dentro de nosotros. Y levantan un muro que nos aleja de la otra persona». Así terminamos por quedar «aislados en este caldo amargo de nuestro resentimiento». He aquí que David, «con la inspiración del Señor», rompe ese mecanismo de odio «y dice no, yo quiero dialogar contigo». Es así, explicó el Pontífice, como «comienza el camino de la paz: con el diálogo». Pero, advirtió, «dialogar no es fácil, es difícil». De todos modos, sólo «con el diálogo se construyen puentes en la relación, y no muros, que nos alejan». «Para dialogar —precisó el Papa— es necesaria, ante todo, la humildad». Lo demuestra el ejemplo de «David, humilde, que dijo al rey: mira, habría podido matarte; habría podido hacerlo, pero no quise. Quiero estar cerca de ti, porque tú eres la autoridad, eres el ungido del Señor». David realiza «un acto de humildad». Por lo tanto, para dialogar no hay necesidad de alzar la voz, «sino que es necesaria la mansedumbre». Y, además, «es necesario pensar que la otra persona tiene algo más que yo», tal como hizo David, quien, mirando a Saúl, se decía a sí mismo: «él es el ungido del Señor, es más importante que yo». Junto «con la humildad y la mansedumbre, para dialogar —añadió el Pontífice— es necesario hacer lo que hemos pedido hoy en la oración, al comienzo de la misa: hacerse todo a todos». «Humildad, mansedumbre, hacerse todo a todos» son los tres elementos básicos para el diálogo. Pero aunque «no esté escrito en la Biblia —puntualizó el Santo Padre—, todos sabemos que para hacer estas cosas es necesario tragar mucha quina; debemos hacerlo, porque las paces se hacen así». Las paces se hacen «con humildad, con humillación», siempre tratando de «ver en el otro la imagen de Dios». Así muchos problemas encuentran solución, «con el diálogo en la familia, en las comunidades, en los barrios». Se requiere disponibilidad para reconocer ante el otro: «escucha, disculpa, creía esto…». La actitud justa es «humillarse: es siempre bueno construir un puente, siempre, siempre». Este es el estilo de quien quiere «ser cristiano», aunque —admitió el Papa— «no es fácil, no es fácil». Sin embargo, «Jesús lo hizo, se humilló hasta el fin, nos mostró el camino». MISAS MATUTINAS  FRANCISCO  24 de enero de 2014 

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - ENERO

Para que mediante el diálogo y la caridad fraterna, con la gracia del Espíritu Santo, se superen las divisiones entre los cristianos. «¿Está dividido Cristo?» (1 Co 1,13). La enérgica llamada de atención de san Pablo al comienzo de su Primera carta a los Corintios, que resuena en la liturgia de esta tarde, ha sido elegida por un grupo de hermanos cristianos de Canadá como guión para nuestra meditación durante la Semana de Oración de este año. El Apóstol ha recibido con gran tristeza la noticia de que los cristianos de Corinto están divididos en varias facciones. Hay quien afirma: «Yo soy de Pablo»; otros, sin embargo, declaran: « Yo soy de Apolo»; y otros añaden: «Yo soy de Cefas». Finalmente, están también los que proclaman: «Yo soy de Cristo» (cf. v. 12). Pero ni siquiera los que se remiten a Cristo merecen el elogio de Pablo, pues usan el nombre del único Salvador para distanciarse de otros hermanos en la comunidad. En otras palabras, la experiencia particular de cada uno, la referencia a algunas personas importantes de la comunidad, se convierten en el criterio para juzgar la fe de los otros. En esta situación de división, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto, «en nombre de nuestro Señor Jesucristo», a ser unánimes en el hablar, para que no haya divisiones entre ellos, sino que estén perfectamente unidos en un mismo pensar y un mismo sentir (cf. v. 10). Pero la comunión que el Apóstol reclama no puede ser fruto de estrategias humanas. En efecto, la perfecta unión entre los hermanos sólo es posible cuando se remiten al pensar y al sentir de Cristo (cf. Flp 2,5). Esta tarde, mientras estamos aquí reunidos en oración, nos damos cuenta de que Cristo, que no puede estar dividido, quiere atraernos hacia sí, hacia los sentimientos de su corazón, hacia su abandono total y confiado en las manos del Padre, hacia su despojo radical por amor a la humanidad. Sólo él puede ser el principio, la causa, el motor de nuestra unidad. Cuando estamos en su presencia, nos hacemos aún más conscientes de que no podemos considerar las divisiones en la Iglesia como un fenómeno en cierto modo natural, inevitable en cualquier forma de vida asociativa. Nuestras divisiones hieren su cuerpo, dañan el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo. El Decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II, refiriéndose al texto de san Pablo que hemos meditado, afirma de manera significativa: «Con ser una y única la Iglesia fundada

por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; ciertamente, todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido». Y, por tanto, añade: «Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). Las divisiones nos han hecho daño a todos. Ninguno de nosotros desea ser causa de escándalo. Por eso, todos caminamos juntos, fraternalmente, por el camino de la unidad, construyendo la unidad al caminar, esa unidad que viene del Espíritu Santo y que se caracteriza por una singularidad especial, que sólo el Espíritu santo puede lograr: la diversidad reconciliada. El Señor nos espera a todos, nos acompaña a todos, está con todos nosotros en este camino de la unidad. Queridos amigos, Cristo no puede estar dividido. Esta certeza debe animarnos y sostenernos para continuar con humildad y confianza en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los creyentes en Cristo. Me es grato recordar en este momento la obra del beato Juan XXIII y del beato Juan Pablo II. Tanto uno como otro fueron madurando durante su vida la conciencia de la urgencia de la causa de la unidad y, una vez elegidos Obispos de Roma, han guiado con determinación a la grey católica por el camino ecuménico. El papa Juan, abriendo nuevas vías, antes casi impensables. El papa Juan Pablo, proponiendo el diálogo ecuménico como dimensión ordinaria e imprescindible de la vida de cada Iglesia particular. Junto a ellos, menciono también al papa Pablo VI, otro gran protagonista del diálogo, del que recordamos precisamente en estos días el quincuagésimo aniversario del histórico abrazo en Jerusalén con el Patriarca de Constantinopla, Atenágoras. La obra de estos Pontífices ha conseguido que el aspecto del diálogo ecuménico se haya convertido en una dimensión esencial del ministerio del Obispo de Roma, hasta el punto de que hoy no se entendería plenamente el servicio petrino sin incluir en él esta apertura al diálogo con todos los creyentes en Cristo. También podemos decir que el camino ecuménico ha permitido profundizar la comprensión del ministerio del Sucesor de Pedro, y debemos confiar en que seguirá actuando en este sentido en el futuro. Mientras consideramos con gratitud los avances que el Señor nos ha permitido hacer, y sin ocultar las dificultades por las que hoy atraviesa el diálogo ecuménico, pidamos que todos seamos impregnados de los sentimientos de Cristo, para poder caminar hacia la unidad que él quiere. Y caminar juntos es ya construir la unidad. […] CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS EN LA SOLEMNIDAD DE LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL SAN PABLO FRANCISCO HOMILÍA 25 de enero de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papafrancesco_20140125_vespri-conversione-san-paolo.html

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COMENTARIO

La comunidad cristiana en tres pinceladas Armonía, testimonio, atención a los necesitados: «tres pinceladas» de la imagen que representa a una comunidad cristiana, obra del Espíritu Santo según el modelo del «pueblo nacido de lo alto», personas «que aún no se llamaban cristianos» pero sabían dar testimonio de Jesucristo. Es la imagen presentada por el Papa el martes 29 de abril, por la mañana, durante la misa en Santa Marta. Se refirió a un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (4, 32) para subrayar cómo la Iglesia, tras recordar durante toda la semana de Pascua el sentido del «renacer de lo alto», presenta ahora la imagen de lo que era «la comunidad de los nuevos cristianos»: un «pueblo recién nacido», formado por personas que «aún no se llamaban cristianos». «La multitud de aquellos que se habían convertido en creyentes —destacó— tenía un solo corazón y una sola alma: y este es el primer rasgo». El segundo lo constituye el hecho de que se trataba de una multitud que «con gran fuerza daba testimonio del Señor Jesús». El tercero es que entre ellos «nadie pasaba necesidad». Son las «tres peculiaridades —explicó el Santo Padre— de este pueblo renacido: la armonía entre ellos, la paz; el testimonio fuerte de la resurrección de Jesucristo y los pobres». Sin embargo, «no siempre funcionó así», añadió. En efecto, con el paso del tiempo «llegaron las luchas internas, las luchas doctrinales, las luchas de poder entre ellos. Incluso en la relación con los pobres surgieron problemas; las viudas se lamentaban de que no se las atendía bien»: en resumen, no faltaban dificultades. Sin embargo, esta imagen muestra cómo deber ser realmente «el modo de vivir de una comunidad cristiana», de quienes creen en Jesús. Ante todo, destacó el Papa Francisco, es necesario construir un clima en el que reine «la paz y la armonía. “Tenía un solo corazón y una sola alma...”. La paz, una comunidad en paz. Esto significa —añadió— que en esa comunidad no había espacio para las murmuraciones, las envidias, las calumnias, las difamaciones», sino sólo para la paz. Porque «el perdón, el amor, lo cubría todo». Para calificar a una comunidad cristiana de este modo —especificó el Papa Francisco— «debemos preguntarnos: ¿cuál es la actitud de los cristianos? ¿Son mansos, humildes? ¿En esa comunidad hay luchas entre ellos por el poder, conflictos por la envidia? ¿Se critica? Entonces no van por la senda de Jesucristo». La paz en una comunidad, en efecto, es una «peculiaridad muy importante. Tan importante porque el demonio trata de dividirnos, siempre. Es el padre de la división; con la envidia, divide. Jesús nos hace ver este camino, el camino de la paz entre nosotros, del amor entre nosotros» […] MISAS MATUTINAS FRANCISCO 29 de abril de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2014/documents/papafrancesco_20140429_tres-pinceladas.html © Copyright 2014 - Libreria Editrice Vaticana

INTENCION UNIVERSAL – FEBRERO Que cuidemos de la creación, recibida como un don que hay que cultivar y proteger para las generaciones futuras. 1. «Laudato si’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»[1]. 2. Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura. 67. No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor » (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra » (Lv 25,23). 159. La noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en

otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica de la recepción. Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a la generación siguiente»[124]. Una ecología integral posee esa mirada amplia. 160. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra. 161. Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo, sobre todo si pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán soportar las peores consecuencias. CARTA ENCÍCLICA  LAUDATO SI’    FRANCESCO  24 de mayo de 2015    Ver el texto completo:    http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa‐francesco_20150524_enciclica‐ laudato‐si.html    © Copyright 2014 ‐ Libreria Editrice Vaticana       COMENTARIO

Hacer camino en la creación.  […] Nuestra época no puede desoír la cuestión ecológica, que es vital para la supervivencia del hombre, ni reducirla a una cuestión meramente política: ella, en efecto, tiene una dimensión moral que toca a todos, de modo que nadie puede desinteresarse de ello. Como discípulos de Cristo,

tenemos un motivo más para unirnos a todos los hombres de buena voluntad para la conservación y la defensa de la naturaleza y del medio ambiente. La creación, en efecto, es un don confiado a nosotros por las manos del Creador. Toda la naturaleza que nos rodea es creación como nosotros, creación juntamente con nosotros, y en el destino común tiende a encontrar en Dios mismo su realización y finalidad última —la Biblia dice «cielos nuevos y tierra nueva» (cf. Is 65, 17; 2 P 3, 13; Ap 21, 1). Esta doctrina de nuestra fe es para nosotros un estímulo aún más fuerte con vistas a una relación responsable y respetuosa con la creación: en la naturaleza inanimada, en las plantas y en los animales reconocemos la huella del Creador, y en nuestros semejantes su imagen. Vivir en estrecho contacto con la naturaleza, como lo hacéis vosotros, implica no sólo el respeto de la misma, sino también el compromiso de contribuir concretamente para eliminar los derroches de una sociedad que tiende cada vez más a descartar bienes que aún se pueden utilizar y que se pueden donar a quienes pasan necesidad. […] DISCURSO AL MOVIMIENTO ADULTOS SCOUTS CATÓLICOS ITALIANOS (MASCI) PADRE FRANCISCO 8 de noviembre de 2014

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - FEBRERO Para que aumente la oportunidad de diálogo y de encuentro entre la fe cristiana y los pueblos de Asia. En este vasto continente, en el que conviven una gran variedad de culturas, la Iglesia está llamada a ser versátil y creativa en su testimonio del Evangelio, mediante el diálogo y la apertura a todos. ¡Éste es su desafío! Verdaderamente, el diálogo es una parte esencial de la misión de la Iglesia en Asia (cf. Ecclesia in Asia, 29). Pero al emprender el camino del diálogo con personas y culturas, ¿cuál debe ser nuestro punto de partida y nuestro punto de referencia fundamental para llegar a nuestra meta? Ciertamente, ha de ser el de nuestra propia identidad, nuestra identidad de cristianos. No podemos comprometernos propiamente a un diálogo si no tenemos clara nuestra identidad. Desde la nada, desde una autoconciencia nebulosa no se puede dialogar, no se puede empezar a dialogar. Y, por otra parte, no puede haber diálogo auténtico si no somos capaces de tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos, con empatía y sincera acogida. Se trata de atender, y en esa atención nos guía el Espíritu Santo. Tener clara la propia identidad y ser capaces de empatía son, por tanto, el punto de partida de todo diálogo. Si queremos hablar con los otros, con libertad, abierta y fructíferamente, hemos de tener bien claro lo que somos, lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que espera de nosotros. Y, si nuestra comunicación no quiere ser un monólogo, hemos de tener apertura de mente y de corazón para aceptar a las personas y a las culturas. Sin miedo: el miedo es enemigo de estas aperturas. No siempre es fácil asumir nuestra identidad y expresarla, puesto que, como pecadores que somos, siempre estamos tentados por el espíritu del mundo, que se manifiesta de diversos modos. Quisiera señalar tres. El primero es el deslumbramiento engañoso del relativismo, que oculta el esplendor de la verdad y, removiendo la tierra bajo nuestros pies, nos lleva a las arenas movedizas de la confusión y la desesperación. Es una tentación que hoy en día afecta también a las comunidades cristianas, haciéndonos olvidar que «bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre» (Gaudium et spes, 10; cf. Hb 13,8). No hablo aquí del relativismo únicamente como sistema de pensamiento, sino de ese relativismo práctico de cada día que, de manera casi imperceptible, debilita nuestro sentido de identidad. Un segundo modo mediante el cual el mundo amenaza la solidez de nuestra identidad cristiana es la superficialidad: la tendencia a entretenernos con las últimas modas, artilugios y distracciones, en lugar de dedicarnos a las cosas que realmente son importantes (cf. Flp1,10). En una cultura que exalta lo efímero y ofrece tantas posibilidades de evasión y de escape, esto puede representar un serio problema pastoral. Para los ministros de la Iglesia, esta superficialidad puede manifestarse en quedar fascinados por los programas pastorales y las teorías, en detrimento del encuentro directo y fructífero con nuestros fieles, y también con los que no lo son, especialmente con los jóvenes, que tienen necesidad de una sólida catequesis y de una buena dirección espiritual. Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse, la práctica de las virtudes se vuelve formalista y el diálogo queda reducido a una especie de negociación o a estar de

acuerdo en el desacuerdo. El acuerdo en el desacuerdo… para que las aguas no se muevan… Esa superficialidad nos hace mucho daño. Hay una tercera tentación: la aparente seguridad que se esconde tras las respuestas fáciles, frases hechas, normas y reglamentos. Jesús luchó mucho con esa gente que se escondía detrás de las normas, los reglamentos, las respuestas fáciles… Los llamó hipócritas. La fe, por su naturaleza, no está centrada en sí misma, la fe tiende a “salir fuera”. Quiere hacerse entender, da lugar al testimonio, genera la misión. En este sentido, la fe nos hace al mismo tiempo audaces y humildes en nuestro testimonio de esperanza y de amor. San Pedro nos dice que tenemos que estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a quien nos lo pidiere (cf. 1 P 3,15). Nuestra identidad de cristianos consiste, en definitiva, en el compromiso de adorar sólo a Dios y amarnos mutuamente, de estar al servicio los unos de los otros y de mostrar mediante nuestro ejemplo no sólo lo que creemos sino también lo que esperamos y quién es Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12). […] Finalmente, junto a un claro sentido de la propia identidad cristiana, un auténtico diálogo requiere también capacidad de empatía. Para que haya diálogo tiene que darse esta empatía. Se trata de escuchar no sólo las palabras que pronuncia el otro, sino también la comunicación no verbal de sus experiencias, de sus esperanzas, de sus aspiraciones, de sus dificultades y de lo que realmente le importa. Esta empatía debe ser fruto de nuestro discernimiento espiritual y de nuestra experiencia personal, que nos hacen ver a los otros como hermanos y hermanas, y “escuchar”, en sus palabras y sus obras, y más allá de ellas, lo que sus corazones quieren decir. En este sentido, el diálogo requiere por nuestra parte un auténtico espíritu “contemplativo”: espíritu contemplativo de apertura y acogida del otro. No puedo dialogar si estoy cerrado al otro. ¿Apertura? Más: ¡Acogida! Ven a mi casa, tú, a mi corazón. Mi corazón te acoge. Quiere escucharte. Esta capacidad de empatía posibilita un verdadero diálogo humano, en el que las palabras, ideas y preguntas surgen de una experiencia de fraternidad y de humanidad compartida. Si queremos llegar al fundamento teológico de esto, vayamos al Padre: él nos ha creado a todos. Somos hijos del mismo Padre. Esta capacidad de empatía lleva a un auténtico encuentro, –tenemos que caminar hacia esta cultura del encuentro–, en que se habla de corazón a corazón. […] ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE ASIA PADRE FRANCISCO 17 de agosto de 2014 Ver el texto completo:  http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/august/documents/papa‐ francesco_20140817_corea‐vescovi‐asia.html    © Copyright 2014 ‐ Libreria Editrice Vaticana  COMENTARIO  

La importancia del diálogo  Hoy me centraré en el viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas, que realicé la semana pasada. Tras la visita a Corea de hace algunos meses, fui nuevamente a Asia, continente de ricas tradiciones

culturales y espirituales. El viaje fue sobre todo un gozoso encuentro con las comunidades eclesiales que, en esos países, dan testimonio de Cristo: los confirmé en la fe y en la misionariedad. Conservaré siempre en el corazón el recuerdo de la festiva acogida por parte de las multitudes —en algunos casos incluso inmensas—, que acompañó los momentos destacados del viaje. Además, alenté el diálogo interreligioso al servicio de la paz, así como el camino de esos pueblos hacia la unidad y el desarrollo social, especialmente con el protagonismo de las familias y los jóvenes. El momento culminante de mi estancia en Sri Lanka fue la canonización del gran misionero José Vaz. Este santo sacerdote administraba los sacramentos, a menudo en secreto, a los fieles, pero ayudaba indistintamente a todos los necesitados, de toda religión y condición social. Su ejemplo de santidad y amor al prójimo sigue inspirando a la Iglesia en Sri Lanka en su apostolado de caridad y educación. Indiqué a san José Vaz como modelo para todos los cristianos, llamados hoy a proponer la verdad salvífica del Evangelio en un contexto multirreligioso, respetando a los demás, con perseverancia y humildad. Sri Lanka es un país de gran belleza natural, cuyo pueblo está buscando reconstruir la unidadtras un largo y dramático conflicto civil. En mi encuentro con las autoridades gubernamentales destaqué la importancia del diálogo, del respeto de la dignidad humana, del esfuerzo por implicar a todos para encontrar soluciones adecuadas en orden a la reconciliación y al bien común. Las diversas religiones tienen un papel significativo que desempeñar al respecto. Mi encuentro con los exponentes religiosos fue una confirmación de las buenas relaciones que ya existen entre las distintas comunidades. En tal contexto quise alentar la cooperación ya iniciada entre los seguidores de las diferentes tradiciones religiosas, también con el fin de volver a curar con el bálsamo del perdón a quienes aún están afligidos por los sufrimientos de los últimos años. El tema de la reconciliación caracterizó también mi visita al santuario de Nuestra Señora de Madhu, muy venerado por las poblaciones tamil y cingalesa y meta de peregrinaciones de miembros de otras religiones. En ese lugar santo pedimos a María, nuestra Madre, que alcanzara a todo el pueblo esrilanqués el don de la unidad y la paz. De Sri Lanka me dirigí a Filipinas, donde la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio. Es el principal país católico de Asia, y el pueblo filipino se destaca por su fe profunda, su religiosidad y su entusiasmo, incluso en la diáspora. En mi encuentro con las autoridades nacionales, así como en los momentos de oración y durante la masiva misa conclusiva, destaqué la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de inspirar una sociedad digna del hombre, en la cual hay sitio para la dignidad de cada uno y las aspiraciones del pueblo filipino. AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO 21 de enero de 2015

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INTENCION UNIVERSAL – MARZO Para que las familias en dificultad reciban el apoyo necesario y los niños puedan crecer en ambientes sanos y serenos. En nuestra época el matrimonio y la familia están en crisis. Vivimos en una cultura de lo provisional, en la que cada vez más personas renuncian al matrimonio como compromiso público. Esta revolución en las costumbres y en la moral ha ondeado con frecuencia la «bandera de la libertad», pero en realidad ha traído devastación espiritual y material a innumerables seres humanos, especialmente a los más vulnerables. Es cada vez más evidente que la decadencia de la cultura del matrimonio está asociada a un aumento de pobreza y a una serie de numerosos otros problemas sociales que azotan de forma desproporcionada a las mujeres, los niños y los ancianos. Y son siempre ellos quienes sufren más en esta crisis. La crisis de la familia dio origen a una crisis de ecología humana, porque los ambientes sociales, como los ambientes naturales, necesitan ser protegidos. Incluso si la humanidad ahora ha comprendido la necesidad de afrontar lo que constituye una amenaza para nuestros ambientes naturales, somos lentos —somos lentos en nuestra cultura, también en nuestra cultura católica—, somos lentos en reconocer que también nuestros ambientes sociales están en peligro. Es indispensable, por lo tanto, promover una nueva ecología humana y hacerla ir hacia adelante. Hay que insistir en los pilares fundamentales que rigen una nación: sus bienes inmateriales. La familia sigue siendo la base de la convivencia y la garantía contra la desintegración social. Los niños tienen el derecho de crecer en una familia, con un papá y una mamá, capaces de crear un ambiente idóneo para su desarrollo y su maduración afectiva. Por esa razón, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, he puesto el acento en la aportación «indispensable» del matrimonio a la sociedad, aportación que «supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja» (n. 66). Es por ello que os agradezco el énfasis puesto por vuestro coloquio en los beneficios que el matrimonio puede dar a los hijos, a los esposos mismos y a la sociedad. En estos días, mientras reflexionáis sobre la complementariedad entre hombre y mujer, os exhorto a poner de relieve otra verdad referida al matrimonio: que el compromiso definitivo respecto a la solidaridad, la fidelidad y el amor fecundo responde a los deseos más profundos del corazón humano. Pensemos sobre todo en los jóvenes que representan el futuro: es importante que ellos no se dejen envolver por la mentalidad perjudicial de lo provisional y sean revolucionarios por la valentía de buscar un amor fuerte y duradero, es decir, de ir a contracorriente: se debe hacer esto. Sobre esto quisiera decir una cosa: no debemos caer en la trampa de ser calificados con conceptos ideológicos. La familia es una realidad antropológica, y, en consecuencia, una realidad social, de cultura, etc. No podemos calificarla con conceptos de naturaleza ideológica, que tienen fuerza sólo en un momento de la historia y después decaen. No se puede hablar hoy de familia conservadora o familia

progresista: la familia es familia. No os dejéis calificar por este o por otros conceptos de naturaleza ideológica. La familia tiene una fuerza en sí misma. Que este coloquio pueda ser fuente de inspiración para todos aquellos que tratan de sostener y reforzar la unión del hombre y la mujer en el matrimonio como un bien único, natural, fundamental y hermoso para las personas, las familias, las comunidades y las sociedades. DISCURSO A LOS PARTICIPANTES EN EL COLOQUIO INTERNACIONAL SOBRE LA COMPLEMENTARIEDAD DEL HOMBRE Y LA MUJER, ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE PADRE FRANCISCO 17 de noviembre de 2014

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COMENTARIO

La familia ‐  Los niños  […] Numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. ¡Esto es vergonzoso! No descarguemos sobre los niños nuestras culpas, ¡por favor! Los niños nunca son «un error». Su hambre no es un error, como no lo es su pobreza, su fragilidad, su abandono — tantos niños abandonados en las calles; y no lo es tampoco su ignorancia o su incapacidad—; son tantos los niños que no saben lo que es una escuela. Si acaso, estos son motivos para amarlos más, con mayor generosidad. ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o de los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos? Quienes tienen la tarea de gobernar, de educar, pero diría todos los adultos, somos responsables de los niños y de hacer cada uno lo que puede para cambiar esta situación. Me refiero a la «pasión» de los niños. Cada niño marginado, abandonado, que vive en la calle mendigando y con todo tipo de expedientes, sin escuela, sin atenciones médicas, es un grito que se eleva a Dios y que acusa al sistema que nosotros adultos hemos construido. Y, lamentablemente, estos niños son presa de los delincuentes, que los explotan para vergonzosos tráficos o comercios, o adiestrándolos para la guerra y la violencia. Pero también en los países así llamados ricos muchos niños viven dramas que los marcan de modo significativo, a causa de la crisis de la familia, de los vacíos educativos y de condiciones de vida a veces inhumanas. En cada caso son infancias violadas en el cuerpo y en el alma. ¡Pero a ninguno de estos niños los olvida el Padre que está en los cielos! ¡Ninguna de sus

lágrimas se pierde! Como tampoco se pierde nuestra responsabilidad, la responsabilidad social de las personas, de cada uno de nosotros, y de los países. […] Con demasiada frecuencia caen sobre los niños las consecuencias de vidas desgastadas por un trabajo precario y mal pagado, por horarios insostenibles, por transportes ineficientes... Pero los niños pagan también el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables: ellos son las primeras víctimas, sufren los resultados de la cultura de los derechos subjetivos agudizados, y se convierten luego en los hijos más precoces. A menudo absorben violencias que no son capaces de «digerir», y ante los ojos de los grandes se ven obligados a acostumbrarse a la degradación. […] AUDIENCIA GENERAL PAPA FRANCISCO 8 de abril de 2015

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - MARZO Que los cristianos discriminados o perseguidos a causa de su fe, se mantengan firmes en las pruebas guardando la fidelidad al Evangelio, gracias a la oración incesante de toda la Iglesia.

Hoy los cristianos mártires y perseguidos son más que en los primeros tiempos de la Iglesia. Tanto que en algunos países está prohibido incluso rezar juntos. Sobre esta dramática realidad el Papa Francisco basó su meditación el viernes 4 de abril. El pasaje del libro de la Sabiduría (2, 1.12-22), proclamado en la liturgia, revela «cómo es el corazón de los impíos, de las personas que se han alejado de Dios y se han adueñado en este caso de la religión». Y cómo es su «actitud respecto a los profetas», incluso hasta la persecución. Son personas, dijo el Pontífice, que saben bien lo que tienen que hacer con un justo. Tanto que la Escritura refiere así su pensamiento: «Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar». No pueden aceptar que haya un hombre justo que, afirma el Antiguo Testamento, «se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos echa en cara las transgresiones contra la educación recibida». Palabras que

trazan el perfil de los profetas, perserguidos «en toda la historia de la salvación». Jesús mismo, recordó el Pontífice, «lo dijo a los fariseos», y es explícito, «vuestros padres —dice— han matado a los profetas, pero vosotros para quitaros la culpa, para limpiaros, habéis edificado un hermoso sepulcro a los profetas». También Jesús fue perseguido. Querían matarlo, como revela el Evangelio de la liturgia (Jn 7, 12.10.25-30). Él ciertamente «sabía cuál sería su fin». Las persecuciones comienzan enseguida, cuando «al inicio de su predicación regresa a su país, va a la sinagoga y predica». Entonces, «inmediatamente después de una gran admiración, comienzan» las murmuraciones, como refiere el Evangelio. En una palabra, es la misma actitud de siempre: «desacreditan al Señor, desacreditan al profeta para quitarle autoridad». Y «el profeta lucha contra las personas que enjaulan al Espíritu Santo». Precisamente por esto «siempre es perseguido». En la Iglesia, en efecto, están los «perseguidos desde fuera y los perseguidos desde dentro». Los santos mismos «han sido perseguidos». En efecto, notó el obispo de Roma, «cuando leemos la vida de los santos» nos encontramos ante muchas «incomprensiones y persecuciones». Porque, siendo profetas, decían cosas que resultaban «demasiado duras». De esta manera «también muchos pensadores en la Iglesia fueron perseguidos». Y al respecto el Papa afirmó: «Pienso en uno ahora, en este momento, no muy lejano de nosotros: un hombre de buena voluntad, un profeta de verdad, que con sus libros reprochaba a la Iglesia de alejarse del camino del Señor. Enseguida fue llamado, sus libros fueron colocados en el índice, le quitaron la cátedra y este hombre terminó así su vida, no hace mucho tiempo. Ha pasado el tiempo y hoy es beato». ¿Pero cómo —se podría objetar— «ayer fue un herético y hoy es beato?». Sí, «ayer los que tenían el poder querían silenciarlo porque no agradaba lo que decía. Hoy la Iglesia, que gracias a Dios sabe arrepentirse, dice: no, este hombre es bueno. Aún más, está en el camino de la santidad». De este modo, la historia nos testimonia que «todas las personas que el Espíritu Santo elige para decir la verdad al pueblo de Dios sufren persecuciones». Y aquí el Pontífice recordó «la última bienaventuranza de Jesús: bienaventurados vosotros cuando os persigan por mi nombre». He aquí que «Jesús es precisamente el modelo, el icono: ha sufrido mucho el Señor, ha sido perseguido»; y al actuar así «ha asumido todas las persecuciones de su pueblo». Pero «aún hoy los cristianos son perseguidos», advirtió el Papa. Y son perseguidos «porque a esta sociedad mundana, a esta sociedad tranquila que no quiere problemas, dicen la verdad y anuncian a Jesucristo». De verdad «hoy hay mucha persecución». Incluso hoy en algunas partes «existe la pena de muerte, existe la prisión por tener el Evangelio en casa, por enseñar el catecismo», destacó el Papa, confiando luego: «Me decía un católico de estos países que ellos no pueden rezar juntos: ¡está prohibido! Sólo se puede rezar a solas y en secreto». Si quieren celebrar la Eucaristía organizan «una fiesta de cumpleaños, aparentan celebrar el cumpleaños y allí tienen la Eucaristía antes de la fiesta». Y si, como «ha sucedido, ven llegar a la policía, enseguida ocultan todo, continúan la fiesta» entre «alegría y felicidad»; luego, cuando los agentes «se van, terminan la Eucaristía». En efecto, reafirmó el Pontífice, «esta historia de persecución, de incomprensión», continúa «desde el tiempo de los profetas hasta hoy». Este, por lo demás, es también «el camino del Señor, el camino

de quienes siguen al Señor». Un camino que «termina siempre como para el Señor, con una resurrección, pero pasando por la cruz». Así, pues, el Papa recomendó «no tener miedo a las persecuciones, a las incomprensiones», incluso si por causa de ellas «siempre se pierden muchas cosas». Para los cristianos «siempre habrá persecuciones, incomprensiones». Pero hay que afrontarlas con la certeza de que «Jesús es el Señor y éste es el desafío y la cruz de nuestra fe». Así, recomendó el Santo Padre, «cuando esto suceda en nuestras comunidades o en nuestro corazón, miremos al Señor y pensemos» en el pasaje del libro de la Sabiduría que habla de las acechanzas que los impíos ponen a los justos. Y concluyó pidiendo al Señor «la gracia de seguir por su camino y, si sucede, también con la cruz de la persecución» MISAS MATUTINAS PAPA FRANCISCO 4 de abril de 2014

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COMENTARIO  

Martirio de guante blanco  Hoy es todavía tiempo de mártires: los cristianos son perseguidos en Oriente Medio donde son asesinados o se ven obligados a huir, también «de modo elegante, con los guantes blancos». En el día que la Iglesia hace memoria de los mártires de los primeros siglos, el Papa Francisco invitó a rezar «por nuestros hermanos que hoy viven en persecución». Porque, afirmó, hoy «no hay menos mártires» que en tiempos de Nerón. Precisamente al martirio, a su actualidad y a lo que lo caracteriza, el Pontífice dedicó la celebración eucarística del lunes 30 de junio. «En la oración de inicio de la misa —dijo el Papa— hemos invocado al Señor de este modo: “Señor, que has fecundado con la sangre de los mártires los primeros brotes de la Iglesia de Roma”». Es una invocación apropiada, explicó, para la conmemoración de los «primeros mártires de esta Iglesia». Sobre todo, añadió, «sus huesos están cerca, aquí, no sólo en el cementerio, a pocos metros bajo tierra había muchos» y «quizá algunos aquí debajo». Es particularmente significativo, señaló el Papa, que «el verbo que usamos para invocar al Señor es fecundar: “Tú has fecundado los brotes”». Por lo tanto «se habla de crecimiento y de una planta: esto nos hace pensar en las numerosas ocasiones que Jesús dijo que el Reino de los cielos era como una semilla». También «el apóstol Pedro, en su carta, nos dice que “hemos sido regenerados a partir de una semilla incorruptible”». Y ésta «es la semilla de la Palabra de Dios. Esto es lo que se siembra: la semilla es la Palabra de Dios, dice el Señor. Se siembra».

En una palabra, Jesús explica precisamente que «el Reino de los cielos es como un hombre que arrojó la semilla en la tierra, luego va a su casa, descansa, trabaja, vela, de día y de noche, y la semilla crece, germina, sin que él sepa cómo». La cuestión central, afirmó el Papa, es preguntarse, «cómo se hace para que esta semilla de la Palabra de Dios crezca y se convierta en el Reino de Dios, crezca y llegue a ser Iglesia». El obispo de Roma indicó «las dos fuentes» que llevan a cabo esta obra: «el Espíritu Santo —la fuerza del Espíritu Santo— y el testimonio del cristiano». Sobre todo, explicó el Papa, «sabemos que no hay crecimiento sin el Espíritu: es Él quien hace a la Iglesia, es Él quien hace crecer a la Iglesia, es Él quien convoca a la comunidad de la Iglesia». Pero, prosiguió, «es necesario también el testimonio del cristiano». Y «cuando el testimonio llega a su fin, cuando las circunstancias históricas nos piden un testimonio fuerte, allí están los mártires: los más grandes testigos». Y he aquí, pues, que «la Iglesia se riega con la sangre de los mártires». Precisamente «ésta es la belleza del martirio: comienza con el testimonio, día tras día, y puede acabar con la sangre, como Jesús, el primer mártir, el primer testigo, el testigo fiel. Pero para ser verdadero, el testimonio «debe ser sin condiciones», afirmó el Pontífice. El Evangelio propuesto por la liturgia del día (Mateo 8, 18-22) es claro al respecto. «Hemos escuchado lo que dice el Señor» al discípulo, que para seguirle pide una condición: «Señor déjame primero ir a enterrar a mi padre». Pero «el Señor lo detiene: ¡No!». En efecto, precisó el Papa, «el testimonio es sin condiciones, debe ser firme, debe ser decidido, debe tener el lenguaje, tan fuerte, de Jesús: ¡sí sí, no no!». Es exactamente «este el lenguaje del testimonio». Mirando a la historia de «esta Iglesia de Roma que crece, guiada por la sangre de los mártires», el Papa invitó a pensar «en los numerosos mártires de hoy que dan su vida por la fe: cristianos perseguidos». Porque, afirmó, «si en aquella persecución de Nerón hubo muchos, hoy no hay menos mártires, cristianos perseguidos». Los hechos son conocidos. «Pensemos en Oriente Medio», dijo, «en los cristianos que deben huir de la persecución» y «en los cristianos asesinados por los perseguidores». Y «también en los cristianos expulsados de un modo elegante, con guante blanco: también esa es una persecución». En nuestros días, repitió el Papa, «hay más testimonios, más mártires en la Iglesia que en los primeros siglos». Y «haciendo memoria en la misa de nuestros gloriosos antepasados aquí en Roma», invitó a pensar y a rezar también por «nuestros hermanos que viven perseguidos, que sufren y que con su sangre hacen crecer la semilla de muchas Iglesias pequeñitas que nacen». Sí, concluyó, «recemos por ellos y también por nosotros. MISAS MATUTINAS PAPA FRANCISCO 30 de junio de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2014/documents/papafrancesco_20140630_martirio-guante-blanco.html © Copyright 2014 - Libreria Editrice Vaticana

INTENCION UNIVERSAL - ABRIL

Que los pequeños agricultores, reciban una remuneración justa por su precioso trabajo.

129. Para que siga siendo posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran variedad de sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la mayor parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal. Las economías de escala, especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a los pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de producción más diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de conectarse con los mercados regionales y globales o porque la infraestructura de venta y de transporte está al servicio de las grandes empresas. Las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que haya una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política. La actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien común. CARTA ENCÍCLICA  LAUDATO SI’  FRANCISCO  24 de mayo de 2015    Ver el texto completo:    http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa‐francesco_20150524_enciclica‐ laudato‐si.html    © Copyright 2015 ‐ Libreria Editrice Vaticana       

COMENTARIO  

Los proyectos de "créditos rurales"  […] Es laudable el empeño del FIDA por promover las oportunidades de empleo en las comunidades rurales, con el fin de que, a largo plazo, no dependan de la ayuda exterior. La asistencia dada a los productores locales sirve para construir la economía y contribuye al desarrollo global de la nación implicada. En este sentido, los proyectos de "créditos rurales", destinados a ayudar a pequeños granjeros y trabajadores agrícolas que no tienen tierras propias, pueden relanzar la economía global y proporcionar mayor seguridad alimentaria para todos. Estos proyectos ayudan también a las comunidades indígenas a prosperar en su propia tierra y a vivir en armonía con su cultura tradicional, en lugar de verse obligadas a desarraigarse para buscar empleo en ciudades masificadas, llenas de problemas sociales, donde a menudo tienen que soportar condiciones de vida miserables. Este enfoque tiene el mérito particular de volver a situar el sector agrícola en el lugar que le corresponde dentro de la economía y del tejido social de las naciones en vías de desarrollo. A este propósito, pueden dar una valiosa contribución las organizaciones no gubernamentales, algunas de las cuales están estrechamente vinculadas a la Iglesia católica y están comprometidas en la aplicación de su doctrina social. El principio de subsidiariedad requiere que cada grupo de la sociedad sea libre de dar su contribución al bien general. Con demasiada frecuencia, a los agricultores de las naciones en vías de desarrollo se les niega esta oportunidad, cuando su trabajo es explotado con codicia y su producción se desvía hacia mercados lejanos, con poco o ningún beneficio para la propia comunidad local. Hace cerca de cincuenta años, mi predecesor el beato Papa Juan XXIII, a propósito de la tarea de labrar la tierra, dijo: "Los agricultores deben poseer una conciencia clara y profunda de la nobleza de su trabajo. Viven en plena armonía con la Naturaleza, el templo majestuoso de la creación. (...) El trabajo del campo está dotado de una dignidad específica" (Mater et Magistra, 144-145). Todo el trabajo humano es una participación en la providencia creadora de Dios todopoderoso, pero el trabajo del campo lo es de modo destacado. Una sociedad verdaderamente humana siempre sabrá cómo apreciar y recompensar adecuadamente la contribución que da el sector agrícola. Si se lo apoya y equipa como conviene, puede sacar a una nación de la pobreza y poner los fundamentos de una creciente prosperidad. […] DISCURSO AL CONSEJO DE GOBIERNO DEL FONDO INTERNACIONAL DE DESARROLLO AGRÍCOLA* BENEDICTO XVI 20 de febrero de 2009 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2009/february/documents/hf_benxvi_spe_20090220_ifad.html © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana

INTENCION POR LA EVANGELIZACION - ABRIL Que los cristianos de África en medio de conflictos político‐religiosos, sepan dar testimonio de su amor y fe en Jesucristo.

[…] Podemos alabar a Dios por el testimonio auténtico de la muerte y resurrección de Jesús ofrecida por la Iglesia en Zimbabue, que floreció al inicio de la historia cristiana en África meridional. Vuestros predecesores en el episcopado, junto con sus sacerdotes, religiosos y colaboradores laicos —muchos de ellos misioneros procedentes de países lejanos— entregaron su vida para que la fe pudiera arraigarse y prosperar en vuestra tierra. En todo Zimbabue las estaciones misioneras han crecido hasta convertirse en parroquias y diócesis. La Iglesia ha llegado a ser indígena, un árbol joven y fuerte en el jardín del Señor, lleno de vida y de frutos abundantes. Generaciones de zimbabuenses —entre los cuales muchos líderes políticos— fueron educados en escuelas de la Iglesia. Durante muchos decenios hospitales católicos se hicieron cargo de los enfermos, ofreciendo curación física y psicológica. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa surgieron de vuestra tierra, y estas vocaciones continúan. Por todas estas gracias, y a pesar de los numerosos desafíos, nuestra oración de acción de gracias se eleva al Señor como un sacrificio vespertino. La Iglesia en vuestro país estuvo al lado de su gente tanto antes como después de la independencia, también en estos años de inmenso sufrimiento en los cuales millones de personas han dejado el país por la frustración y la desesperación, donde muchas vidas se han perdido y muchas lágrimas se han derramado. En el ejercicio de vuestro ministerio profético, habéis ofrecido una voz firme a todas las personas en dificultad en vuestro país, especialmente a los oprimidos y a los refugiados. Pienso en especial en vuestra Carta pastoral de 2007, Dios escucha el grito de los oprimidos: «El pueblo que sufre en Zimbabue está gimiendo en agonía: “centinela, ¿cuánto queda de la noche?”». En la misma habéis mostrado cómo la crisis es espiritual y al mismo tiempo moral, extendiéndose desde los tiempos coloniales al presente, y cómo las «estructuras de pecado» introducidas en el orden social están, en último término, radicadas en el pecado personal, exigiendo de todos una profunda conversión personal y un sentido moral renovado iluminado por el Evangelio. Los cristianos están presentes en todos los ámbitos del conflicto en Zimbabue, y, por lo tanto, os exhorto a guiar a todos con gran ternura hacia la unidad y la sanación: se trata de un pueblo, tanto negro como blanco, algunos más ricos, pero en la gran mayoría más pobres, de numerosas tribus; los seguidores de Cristo pertenecen a todos los partidos políticos, algunos en posiciones de autoridad, muchos no. Pero juntos, como único pueblo peregrino de Dios, necesitan conversión y sanación para llegar a ser cada vez más plenamente «un solo cuerpo, un solo espíritu en Cristo» (cf. Ef 4, 4). Que a través de la predicación y las obras de apostolado, vuestras Iglesias locales puedan demostrar que la «reconciliación no es un acto aislado sino un largo proceso gracias al cual

cada uno se ve restablecido en el amor, un amor que sana por la acción de la Palabra de Dios» (Africae munus, n. 34). Mientras que la fidelidad de los zimbabuenses es ya un bálsamo sobre algunas de estas heridas nacionales, sé que muchas personas han superado los propios límites humanos y no saben a qué parte volcarse. En medio de todo esto, os pido que alentéis a los fieles a no perder nunca de vista los modos con los cuales Dios escucha sus súplicas y responde a sus oraciones, porque, como habéis escrito, no puede no escuchar el grito de los pobres. En este tiempo de Pascua, mientras la Iglesia en todo el mundo celebra la victoria de Cristo sobre el poder del pecado y la muerte, el Evangelio de la resurrección, cuya proclamación os ha sido encomendada, debe ser predicado y vivido de modo claro en Zimbabue. No olvidemos nunca la lección de la resurrección: «En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia» (Evangelii gaudium, n. 276). Proclamad sin miedo este Evangelio de esperanza, llevando el mensaje del Señor a la incertidumbre de nuestro tiempo, predicando incansablemente el perdón y la misericordia de Dios. Seguid alentando a los fieles a renovar su encuentro personal con el Señor Resucitado y a volver a los sacramentos, especialmente a la Reconciliación y la Santa Eucaristía, fuente y culmen de nuestra vida cristiana. […] DISCURSO A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ZIMBABUE EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM" PADRE FRANCISCO 2 de junio de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/june/documents/papafrancesco_20140602_ad-limina-zimbabwe.html © Copyright 2014 - Libreria Editrice Vaticana

COMENTARIO

La evangelización compete a todos los fieles cristianos  Como indicó claramente el Concilio Vaticano II, la obra de evangelización no está reservada al clero o a los religiosos, sino que compete a todos los fieles cristianos, que están llamados a proclamar el amor salvífico que han experimentado en el Señor Jesús (cf. Apostolicam actuositatem, 6). Aprecio los esfuerzos que habéis realizado para crear nuevas oportunidades con vistas a la formación catequística de los fieles y para salir al encuentro de los jóvenes, que se encuentran en ese momento decisivo de la vida en el que sienten el desafío de profundizar su relación con Cristo y con su Iglesia y en el que tratan de formar una familia propia. Frente a los numerosos desafíos de la sociedad contemporánea, entre los cuales una cultura cada vez más secularizada y cada vez con menos oportunidades de trabajo digno, es fundamental que hombres y mujeres laicos sabios y comprometidos guíen a los jóvenes para que disciernan la orientación que darán a su vida y

garanticen su futuro. Para un enfoque catequístico más eficaz también es importante seguir identificando y preparando a líderes cualificados, a fin de ayudar a formar a los fieles y, de este modo, hacer presente «la fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal» (Evangelii gaudium, 169). Queridos hermanos obispos, junto con los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los fieles laicos de vuestras Iglesias locales, estáis llamados a difundir esta fragancia de Cristo en Etiopía y Eritrea (cf. 2 Cor 2, 14). Muchos años de conflicto y de tensiones constantes, además de una pobreza difundida y condiciones de sequía, han causado mucho sufrimiento a la gente. Os agradezco los generosos programas sociales que, inspirados en el Evangelio, ofrecéis en colaboración con las distintas instituciones religiosas, caritativas y gubernativas, destinados a aliviar dicho sufrimiento. En particular, pienso en los numerosos niños a los que asistís, los cuales sufren hambre y han quedado huérfanos a causa de la violencia y la pobreza. También pienso en los jóvenes que, de lo contrario, como muchos de sus amigos y familiares, querrían escapar de su país en busca de mayores oportunidades y corren el riesgo de perder la vida en viajes peligrosos. Y, naturalmente, siempre debemos recordar a los numerosos ancianos que, en medio de tantas dificultades, podrían ser así fácilmente olvidados. Vuestros esfuerzos por ellos, que dan un testimonio muy grande del amor de Dios entre vosotros, son una gracia extraordinaria para la gente. Que en vuestra amorosa preocupación por los pobres y los oprimidos sigáis buscando nuevas oportunidades para cooperar con las autoridades civiles en la promoción del bien común. DISCURSO A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ETIOPÍA Y ERITREA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM" PADRE FRANCISCO 9 de mayo de 2014 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL – MAYO

Para que en todos los países del mundo las mujeres sean honradas y respetadas y sea valorizado su imprescindible aporte social.

[…] Doy gracias con vosotras al Señor por todo el bien que el Centro italiano femenino ha realizado durante sus casi setenta años de vida, por las obras que ha llevado a cabo en el campo de la formación y promoción humana, y por el testimonio que ha dado sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la comunidad eclesial. En efecto, en el curso de estos últimos decenios, junto a otras transformaciones culturales y sociales, también la identidad y el papel de la mujer, en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, ha conocido notables cambios y, en general, la participación y la responsabilidad de las mujeres ha ido creciendo. En este proceso ha sido y es importante también el discernimiento por parte del Magisterio de los Papas. De modo especial se debe mencionar la carta apostólica Mulieris dignitatem de 1988, del beato Juan Pablo II, sobre la dignidad y vocación de la mujer, documento que, en línea con la enseñanza del Vaticano II, ha reconocido la fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual (cf. n. 30); y recordamos también el mensaje para la jornada mundial de la paz de 1995 sobre el tema «La mujer: educadora para la paz». He recordado la indispensable aportación de la mujer en la sociedad, en particular con su sensibilidad e intuición hacia el otro, el débil y el indefenso. Me alegra ver cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales con los sacerdotes, en el acompañamiento de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica; y desea que se amplíen los espacios para una presencia femenina más amplia e incisiva en la Iglesia (cf. Exhort. ap.Evangelii gaudium, 103). Estos nuevos espacios y responsabilidades que se han abierto, y que deseo vivamente se puedan extender ulteriormente a la presencia y a la actividad de las mujeres, tanto en el ámbito eclesial como en el civil y profesional, no pueden hacer olvidar el papel insustituible de la mujer en la familia. Los dotes de delicadeza, peculiar sensibilidad y ternura, que abundantemente tiene el alma femenina, representan no sólo una genuina fuerza para la vida de las familias, para la irradiación de un clima de serenidad y de armonía, sino una realidad sin la cual la vocación humana sería irrealizable. Esto es importante. Sin estas actitudes, sin estos dotes de la mujer, la vocación humana no puede realizarse. Si en el mundo del trabajo y en la esfera pública es importante la aportación más incisiva del genio femenino, tal aportación permanece imprescindible en el ámbito de la familia, que para nosotros cristianos no es sencillamente un lugar privado, sino la «Iglesia doméstica», cuya salud y prosperidad es condición para la salud y prosperidad de la Iglesia y de la sociedad misma. Pensemos en la Virgen: la Virgen en la Iglesia crea algo que no pueden crear los sacerdotes, los obispos y los Papas. Es ella el auténtico genio femenino. Y pensemos en la Virgen en las familias. ¿Qué hace la Virgen en una

familia? Por lo tanto la presencia de la mujer en el ámbito doméstico se revela como nunca necesaria para la transmisión a las generaciones futuras de sólidos principios morales y para la transmisión misma de la fe. En este punto surge espontáneamente preguntarse: ¿cómo es posible crecer en la presencia eficaz en tantos ámbitos de la esfera pública, en el mundo del trabajo y en los lugares donde se toman las decisiones más importantes y, al mismo tiempo, mantener una presencia y una atención preferencial y del todo especial en y para la familia? Y aquí está el ámbito del discernimiento que, además de la reflexión sobre la realidad de la mujer en la sociedad, presupone la oración asidua y perseverante. Es en el diálogo con Dios, iluminado por su Palabra, regado por la gracia de los Sacramentos, donde la mujer cristiana busca siempre responder nuevamente a la llamada del Señor, en lo concreto de su condición. La presencia maternal de María sostiene siempre esta oración. Ella, que cuidó a su Hijo divino, que propició su primer milagro en las bodas de Caná, que estaba presente en el Calvario y en Pentecostés, os indique el camino que hay que recorrer para profundizar el significado y el papel de la mujer en la sociedad y para ser plenamente fieles al Señor Jesucristo y a vuestra misión en el mundo. Gracias. DISCURSO A LAS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL DEL CENTRO ITALIANO FEMENINO PADRE FRANCISCO 25 de enero de 2014 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

Las mujeres y su imprescindible aporte social    Comparto con vosotros, si bien brevemente, el importante tema que habéis afrontado en estos días: la vocación y misión de la mujer en nuestro tiempo. Os agradezco vuestra aportación. La ocasión ha sido el 25° aniversario de la carta apostólica Mulieris dignitatem del Papa Juan Pablo II: un documento histórico, el primero del Magisterio pontificio dedicado totalmente al tema de la mujer. Habéis profundizado en especial ese punto donde se dice que Dios confía de modo especial el hombre, el ser humano, a la mujer (cf. n. 30). ¿Qué significa este «confiar especialmente», especial custodia del ser humano a la mujer? Me parece evidente que mi Predecesor se refiere a la maternidad. Muchas cosas pueden cambiar y han

cambiado en la evolución cultural y social, pero permanece el hecho de que es la mujer quien concibe, lleva en el seno y da a luz a los hijos de los hombres. Esto no es sencillamente un dato biológico, sino que comporta una riqueza de implicaciones tanto para la mujer misma, por su modo de ser, como para sus relaciones, por el modo de situarse ante la vida humana y la vida en general. Llamando a la mujer a la maternidad, Dios le ha confiado de manera muy especial el ser humano. Aquí, sin embargo, hay dos peligros siempre presentes, dos extremos opuestos que afligen a la mujer y a su vocación. El primero es reducir la maternidad a un papel social, a una tarea, incluso noble, pero que de hecho desplaza a la mujer con sus potencialidades, no la valora plenamente en la construcción de la comunidad. Esto tanto en ámbito civil como en ámbito eclesial. Y, como reacción a esto, existe otro peligro, en sentido opuesto, el de promover una especie de emancipación que, para ocupar los espacios sustraídos al ámbito masculino, abandona lo femenino con los rasgos preciosos que lo caracterizan. Aquí desearía subrayar cómo la mujer tiene una sensibilidad especial para las «cosas de Dios», sobre todo en ayudarnos a comprender la misericordia, la ternura y el amor que Dios tiene por nosotros. A mí me gusta incluso pensar que la Iglesia no es «el» Iglesia, es «la» Iglesia. La Iglesia es mujer, es madre, y esto es hermoso. Debéis pensar y profundizar en esto. […] También en la Iglesia es importante preguntarse: ¿qué presencia tiene la mujer? Sufro —digo la verdad— cuando veo en la Iglesia o en algunas organizaciones eclesiales que el papel de servicio —que todos nosotros tenemos y debemos tener— que el papel de servicio de la mujer se desliza hacia un papel de servidumbre. No sé si se dice así en italiano. ¿Me comprendéis? Servicio. Cuando veo mujeres que hacen cosas de servidumbre, es que no se entiende bien lo que debe hacer una mujer. ¿Qué presencia tiene la mujer en la Iglesia? ¿Puede ser mayormente valorada? Es una realidad que me interesa especialmente y por esto he querido encontraros —contra el reglamento, porque no está previsto un encuentro de este tipo— y bendecir vuestro compromiso. […] DISCURSO A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS CON OCASIÓN DEL XXV ANIVERSARIO DE LA "MULIERIS DIGNITATEM" PADRE FRANCISCO 12 de octubre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - MAYO Para que se difunda en las familias, comunidades y grupos, la práctica de rezar el santo Rosario por la evangelización y por la paz. 1. La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, se pavonea de esto y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre en verdad se reconoce necesitado del perdón de Dios, de la misericordia de Dios. La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, «sube hasta las nubes» (Si 35,16), mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad. A la luz de esta Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: Pero ¿cómo se hace? Se hace como el publicano, es claro: humildemente, delante de Dios. Cada uno con humildad se deja ver del Señor y le pide su bondad, que venga a nosotros. Pero, en familia, ¿cómo se hace? Porque parece que la oración sea algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo, en familia… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y todas las familias tenemos necesidad de Dios: todos, todos. Necesidad de su ayuda, de su fuerza, de su bendición, de su misericordia, de su perdón. Y se requiere sencillez. Para rezar en familia se necesita sencillez. Rezar juntos el “Padrenuestro”, alrededor de la mesa, no es algo extraordinario: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar también el uno por el otro: el marido por la esposa, la esposa por el marido, los dos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es rezar en familia, y esto hace fuerte la familia: la oración. […] SANTA MISA DE CLAUSURA DE LA PEREGRINACIÓN DE LAS FAMILIAS DEL MUNDO A ROMA EN EL AÑO DE LA FEDE HOMILÍA PADRE FRANCISCO 27 de octubre de 2013 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

Las oración del santo rosario  […] El Señor nos habla en la intimidad de nuestra conciencia, nos habla a través de la Sagrada Escritura, nos habla en la oración. Aprended a permanecer en silencio ante Él, a leer y meditar la Biblia, especialmente los Evangelios, a dialogar con Él cada día para sentir su presencia de amistad y de amor. Y aquí quisiera subrayar la belleza de una oración contemplativa sencilla, accesible a todos, grandes y pequeños, cultos o poco instruidos; es la oración del santo rosario. En el rosario nosotros nos dirigimos a la Virgen María para que nos guíe hacia una unión cada vez más estrecha con su Hijo Jesús para identificarnos con Él, tener sus sentimientos, actuar como Él. En el rosario, de hecho, repitiendo el Ave, María, nosotros meditamos los misterios, los hechos de la vida de Cristo para conocerle y amarle cada vez más. El rosario es un instrumento eficaz para abrirnos a Dios, para que nos ayude a vencer el egoísmo y llevar paz a los corazones, a las familias, a la sociedad y al mundo. Queridos jóvenes, el amor de Cristo y su amistad no son un espejismo —Jesús en la Cruz muestra cuán concretos son— ni están reservados a pocos. Vosotros encontraréis esta amistad y experimentaréis toda la fecundidad y la belleza si le buscáis con sinceridad, os abrís con confianza a Él y cultiváis con empeño vuestra vida espiritual acercándoos a los sacramentos, meditando la Sagrada Escritura, orando con constancia y viviendo intensamente en la comunidad cristiana. Sentíos parte viva de la Iglesia, comprometidos en la evangelización, en unión con los hermanos en la fe y en comunión con vuestros pastores. ¡No tengáis miedo de vivir la fe! Sed testigos de Cristo en vuestros ambientes cotidianos, con sencillez y valentía. A quienes encontréis, a vuestros coetáneos, sabed mostrar sobre todo el Rostro de la misericordia y del amor de Dios, que siempre perdona, alienta, dona esperanza. Estad siempre atentos a los demás, especialmente a las personas más pobres y más débiles, viviendo y testimoniando el amor fraterno, contra todo egoísmo y cerrazón. […] MENSAJE CON MOTIVO DE LA SEXTA JORNADA DE LOS JÓVENES DE LITUANIA CELEBRADA EN KAUNAS PADRE FRANCISCO 21 DE Junio DE 2013] Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL – JUNIO

Para que los ancianos, marginados y las personas solitarias encuentren, incluso en las grandes ciudades, oportunidades de encuentro y solidaridad.

[…] La vejez, de modo particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de quien tiene necesidad... Los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es fuerte, es poderosa. A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128, 6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! Dichosas esas familias que tienen a los abuelos cerca. El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces en esos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en esos países fueron los abuelos quienes llevaban a los niños a bautizarles a escondidas, quienes le dieron la fe. ¡Bien! ¡Fueron buenos en la persecución y salvaron la fe en esos países! Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos, y no para los intereses de otro! No deben de haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidados. Me siento cercano a los numerosos ancianos que viven en estos Institutos, y pienso con gratitud en quienes les visitan y se preocupan por ellos. Las casas para ancianos deberían ser los «pulmones» de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser los «santuarios» de humanidad donde el viejo y el débil es cuidado y protegido como un hermano o hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Mirad a nuestros chicos: a veces les vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres! Pero existe también la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descartan a los ancianos con actitudes de abandono que son una auténtica eutanasia a escondidas! Es el efecto de esa cultura del descarte que hace mucho mal a nuestro mundo. Se descartan a los niños, se descartan a los jóvenes, porque no tienen trabajo, y se descartan a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico «equilibrado», en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta venenosa cultura del descarte! Nosotros los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no tiene necesidad de descartar al débil de cuerpo y de mente, es más, una sociedad que mide su «paso» precisamente en estas personas.

Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este desafío. Un pueblo que no custodia a los abuelos y no los trata bien es un pueblo que ¡no tiene futuro! ¿Por qué no tiene futuro? Porque pierde la memoria y se arranca de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡vosotros tenéis la responsabilidad de tener vivas estas raíces en vosotros mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que también en la vejez no dejan de dar fruto. Una de las cosas más bellas de la vida de familia, de nuestra vida humana de familia, es acariciar a un niño y dejarse acariciar por un abuelo y una abuela. ¡Gracias! ENCUENTRO DEL PAPA CON LOS ANCIANOS PADRE FRANCISCO 28 de septiembre de 2014 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

La mesita del abuelo  […] «Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo —repitió el Santo Padre— pero se descartan porque molestan». Sin embargo «los ancianos son quienes nos traen la historia, la doctrina, la fe y nos lo dejan como herencia. Son como el buen vino añejo, es decir, tienen dentro la fuerza para darnos esa herencia noble». Con este fin, el Papa se refirió al testimonio de otro gran anciano, Policarpo. Condenado a la hoguera, «cuando el fuego comenzó a quemarle» —recordó— se percibió a su alrededor el perfume del pan recién horneado. Aquí el Pontífice volvió con la memoria a su infancia: «Recuerdo —dijo— que cuando éramos niños nos contaban esta historia. Había una familia, un papá, una mamá y muchos niños. Y estaba también un abuelo que vivía con ellos. Pero había envejecido y en la mesa, cuando tomaba la sopa, se ensuciaba todo: la boca, la servilleta... no daba una buena imagen. Un día el papá dijo que, visto lo que sucedía al abuelo, desde el día siguiente tendría que comer solo. Y compró una mesita, la puso en la cocina; así el abuelo comía solo en la cocina y la familia en el comedor. Después de algunos días el papá volvió a casa y encontró a uno de sus hijos jugando con la madera. Le preguntó: “¿Qué haces?”. “Estoy jugando a ser carpintero”, respondió el niño. “¿Y qué construyes?”. “Una mesita para ti papá, para cuando seas anciano como el abuelo”. Esta historia me hizo mucho bien para toda la vida. Los abuelos son un tesoro». Volviendo a la enseñanza de las Escrituras respecto a los ancianos, el Papa Francisco hizo referencia a la Carta a los Hebreos (13, 7), donde «se lee: “Acordaos de vuestros guías, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe”. La memoria de nuestros

antepasados nos conduce a la imitación de la fe. Es verdad, a veces la vejez es un poco fea por las enfermedades que comporta. Pero la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que debemos recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, que no respeta a los abuelos no tiene futuro porque ha perdido la memoria». «Nos hará bien pensar en tantos ancianos y ancianas, en quienes están en las residencias y también en los muchos que —es fea la palabra pero digámosla— están abandonados por sus seres queridos», agregó luego el Santo Padre, recordando que «ellos son el tesoro de nuestra sociedad. Recemos por ellos para que sean coherentes hasta el final. Éste es el papel de los ancianos, éste es el tesoro. Recemos por nuestros abuelos y por nuestras abuelas que muchas veces desempeñaron un papel heroico en la transmisión de la fe en tiempos de persecuciones». Sobre todo en los tiempos pasados, cuando los papás y las mamás a menudo no estaban en casa o tenían ideas extrañas, confusas por las ideologías en boga de esos tiempos, «fueron precisamente las abuelas las que transmitieron la fe». MISAS MATUTINAS PADRE FRANCISCO 19 de noviembre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - JUNIO Que los seminaristas y los novicios y novicias tengan formadores que vivan la alegría del Evangelio y les preparen con sabiduría para su misión.

[…] La verdadera alegría no viene de las cosas, del tener, ¡no! Nace del encuentro, de la relación con los demás, nace de sentirse aceptado, comprendido, amado, y de aceptar, comprender y amar; y esto no por el interés de un momento, sino porque el otro, la otra, es una persona. La alegría nace de la gratuidad de un encuentro. Es escuchar: «Tú eres importante para mí», no necesariamente con palabras. Esto es hermoso… Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender. Al llamaros, Dios os dice: «Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo». Jesús, a cada uno de nosotros, nos dice esto. De ahí nace la alegría. La alegría del momento en que Jesús me ha mirado. Comprender y sentir esto es el secreto de nuestra alegría. Sentirse amado por Dios, sentir que para él no somos números, sino personas; y sentir que es él quien nos llama. Convertirse en sacerdote, en religioso o religiosa no es ante todo una elección nuestra. No me fío del seminarista o de la

novicia que dice: «He elegido este camino». ¡No me gusta esto! No está bien. Más bien es la respuesta a una llamada y a una llamada de amor. Siento algo dentro que me inquieta, y yo respondo sí. En la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia. Santo Tomás decía bonum est diffusivum sui —no es un latín muy difícil—, el bien se difunde. Y también la alegría se difunde. No tengáis miedo de mostrar la alegría de haber respondido a la llamada del Señor, a su elección de amor, y de testimoniar su Evangelio en el servicio a la Iglesia. Y la alegría, la verdad, es contagiosa; contagia… hace ir adelante. En cambio, cuando te encuentras con un seminarista muy serio, muy triste, o con una novicia así, piensas: ¡hay algo aquí que no está bien! Falta la alegría del Señor, la alegría que te lleva al servicio, la alegría del encuentro con Jesús, que te lleva al encuentro con los otros para anunciar a Jesús. ¡Falta esto! No hay santidad en la tristeza, ¡no hay! Santa Teresa —hay tantos españoles aquí que la conocen bien— decía: «Un santo triste es un triste santo». Es poca cosa… Cuando te encuentras con un seminarista, un sacerdote, una religiosa, una novicia con cara larga, triste, que parece que sobre su vida han arrojado una manta muy mojada, una de esas pesadas… que te tira al suelo… ¡Algo está mal! Pero por favor: ¡nunca más religiosas y sacerdotes con «cara avinagrada», ¡nunca más! La alegría que viene de Jesús. Pensad en esto: cuando a un sacerdote —digo sacerdote, pero también un seminarista—, cuando a un sacerdote, a una religiosa, le falta la alegría, es triste; podéis pensar: «Pero es un problema psiquiátrico». No, es verdad: puede ser, puede ser, esto sí. Sucede: algunos, pobres, enferman… Puede ser. Pero, en general, no es un problema psiquiátrico. ¿Es un problema de insatisfacción? Sí. Pero, ¿dónde está el centro de esta falta de alegría? Es un problema de celibato. Os lo explico. Vosotros, seminaristas, religiosas, consagráis vuestro amor a Jesús, un amor grande; el corazón es para Jesús, y esto nos lleva a hacer el voto de castidad, el voto de celibato. Pero el voto de castidad y el voto de celibato no terminan en el momento del voto, van adelante… Un camino que madura, madura, madura hacia la paternidad pastoral, hacia la maternidad pastoral, y cuando un sacerdote no es padre de su comunidad, cuando una religiosa no es madre de todos aquellos con los que trabaja, se vuelve triste. Este es el problema. Por eso os digo: la raíz de la tristeza en la vida pastoral está precisamente en la falta de paternidad y maternidad, que viene de vivir mal esta consagración, que, en cambio, nos debe llevar a la fecundidad. No se puede pensar en un sacerdote o en una religiosa que no sean fecundos: ¡esto no es católico! ¡Esto no es católico! Esta es la belleza de la consagración: es la alegría, la alegría… No quisiera hacer avergonzar a esta santa religiosa [se dirige a una religiosa anciana en la primera fila], que estaba delante de la valla, pobrecita, y estaba propiamente sofocada, pero tenía una cara feliz. Me ha hecho bien mirar su cara, hermana. Quizás usted tenga muchos años de vida consagrada, pero usted tiene ojos hermosos, usted sonreía, usted no se quejaba de esta presión… Cuando encontráis ejemplos como este, muchos, muchas religiosas, muchos sacerdotes que son felices, es porque son fecundos, dan vida, vida, vida… Esta vida la dan porque la encuentran en Jesús. En la alegría de Jesús. Alegría, ninguna tristeza, fecundidad pastoral. Para ser testigos felices del Evangelio es necesario ser auténticos, coherentes. Y esta es otra palabra que quiero deciros: autenticidad. Jesús reprendía mucho a los hipócritas: hipócritas, los que piensan por debajo, los que tienen —para decirlo claramente— dos caras. Hablar de autenticidad a los jóvenes no cuesta, porque los jóvenes —todos— tienen este deseo de ser auténticos, de ser coherentes. Y a todos vosotros os fastidia encontraros con sacerdotes o religiosas que no son auténticos.

Esta es una responsabilidad, ante todo, de los adultos, de los formadores. Es vuestra, formadores, que estáis aquí: dar un ejemplo de coherencia a los más jóvenes. ¿Queremos jóvenes coherentes? ¡Seamos nosotros coherentes! De lo contrario, el Señor nos dirá lo que decía de los fariseos al pueblo de Dios: «Haced lo que digan, pero no lo que hacen». Coherencia y autenticidad. Pero también vosotros, por vuestra parte, tratad de seguir este camino. Digo siempre lo que afirmaba san Francisco de Asís: Cristo nos ha enviado a anunciar el Evangelio también con la palabra. La frase es así: «Anunciad el Evangelio siempre. Y, si fuera necesario, con las palabras». ¿Qué quiere decir esto? Anunciar el Evangelio con la autenticidad de vida, con la coherencia de vida. Pero en este mundo en el que las riquezas hacen tanto mal, es necesario que nosotros, sacerdotes, religiosas, todos nosotros, seamos coherentes con nuestra pobreza. Pero cuando te das cuenta de que el interés prioritario de una institución educativa o parroquial, o cualquier otra, es el dinero, esto no hace bien. ¡Esto no hace bien! Es una incoherencia. Debemos ser coherentes, auténticos. Por este camino hacemos lo que dice san Francisco: predicamos el Evangelio con el ejemplo, después con las palabras. Pero, antes que nada, es en nuestra vida donde los otros deben leer el Evangelio. También aquí sin temor, con nuestros defectos que tratamos de corregir, con nuestros límites que el Señor conoce, pero también con nuestra generosidad al dejar que él actúe en nosotros. […] ENCUENTRO CON LOS SEMINARISTAS, LOS NOVICIOS Y LAS NOVICIAS PADRE FRANCISCO 6 de julio de 2013 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

Religiosas y sacerdotes libres de la idolatría […] La meditación del Pontífice se inspiró en el tema del pasaje evangélico que relata el encuentro de Jesús con el joven rico (Mc 10, 17-27). Es «una historia», dijo, que «hemos escuchado muchas veces»: un hombre «busca a Jesús y se postra de rodillas ante Él». Y lo hace «delante de la multitud» porque «tenía muchas ganas de escuchar las palabras de Jesús» y «en su corazón algo lo impulsaba». Así, «de rodillas delante de Él», le preguntó que debía hacer para heredar la vida eterna. El corazón de este hombre, destacó el Papa, estaba movido «por el Espíritu Santo». Era, en efecto, «un hombre bueno —explicó trazando su perfil— porque desde su juventud había cumplido los mandamientos». Ser «bueno», sin embargo, «no era suficiente para él: quería más. El Espíritu Santo lo impulsaba». En efecto, continuó el Pontífice, «Jesús fijó la mirada en él, contento al oír estas cosas». Tan fue así que «el Evangelio dice que lo amó». Por lo tanto, «incluso Jesús sentía este entusiasmo. Y le hace

la propuesta: vende todo y ven conmigo a predicar el Evangelio». Pero, se lee en el relato del evangelista, «el hombre, al escuchar estas palabras, frunció el ceño y se marchó triste». Ese hombre bueno «había venido con esperanza, con alegría, a encontrarse con Jesús. Hizo su petición. Escuchó las palabras de Jesús. Y tomó una decisión: marcharse». Así, «aquella alegría que lo impulsaba, la alegría del Espíritu Santo, se convierte en tristeza». Marcos cuenta, en efecto, que «se marchó de allí porque poseía muchos bienes». El problema, comentó el Papa, era que «su corazón inquieto» por obra del «Espíritu Santo, que lo impulsaba a acercarse a Jesús y a seguirlo, era un corazón que estaba lleno». Pero «no tuvo el valor de vaciarlo. E hizo la elección: el dinero». Tenía «un corazón lleno de dinero». Y eso que no «era un ladrón, un malhechor. Era un hombre bueno: jamás había robado, jamás había estafado». Su dinero «era dinero honesto». Pero «su corazón estaba encarcelado allí, estaba atado al dinero y no tenía la libertad de elegir». Así, al final, «el dinero eligió por él». El Evangelio de Marcos continúa con el discurso de Jesús sobre la riqueza. Pero el Pontífice se centró en particular en el discurso de la vocación. Y dirigió el pensamiento a todos aquellos jóvenes que «sienten en su corazón esta llamada a acercarse a Jesús. Y están entusiasmados, no tienen miedo de ir ante Jesús, no tienen vergüenza de postrarse». Precisamente como hizo el joven rico, con un «signo público», con «una demostración pública de su fe en Jesucristo». Para el Papa Francisco también hoy son muchos los jóvenes que quieren seguir a Jesús. Pero «cuando tienen el corazón lleno de otra cosa, y no son tan valientes para vaciarlo, dan un paso atrás». Y así «esa alegría se convierte en tristeza». Cuántos jóvenes, constató, tienen esa alegría de la que habla san Pedro en la primera carta (1, 3-9) proclamada durante la liturgia: «y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe». En verdad, estos jóvenes son «muchos, pero hay algo en medio que los detiene». En realidad, destacó el Pontífice, «cuando pedimos al Señor» que envíe «vocaciones para que anuncien el Evangelio, Él las envía». Está quien dice desconsolado: «Padre, pero que mal va el mundo: no hay vocaciones religiosas, no hay vocaciones sacerdotales, estamos perdidos». En cambio, subrayó el Papa, vocaciones «hay muchas». Pero entonces —se preguntó— «si hay muchas, ¿por qué debemos rezar para que el Señor las envíe?». La respuesta del Papa fue clara: «Debemos rezar para que el corazón de estos jóvenes se pueda vaciar: vaciarse de otros intereses, de otros amores. Para que su corazón llegue a ser libre». He aquí la auténtica, gran «oración por las vocaciones: Señor, envíanos religiosas, envíanos sacerdotes; defiéndelos de la idolatría de la vanidad, de la idolatría de la soberbia, de la idolatría del poder, de la idolatría del dinero». Entonces, «nuestra oración es para preparar estos corazones para poder seguir de cerca a Jesús». Volviendo al pasaje evangélico, el Santo Padre no ocultó que la figura del joven rico suscita una cierta participación, que nos lleva a decir: «Pobrecito, tan bueno y luego tan infeliz, porque no se marchó feliz», tras el diálogo con Jesús. Y hoy hay muchos jóvenes como él. Pero —y ésta fue la pregunta del Papa— «¿qué hacemos por ellos?». La primera cosa que se debe hacer es rezar: «Ayuda, Señor, a estos jóvenes a ser libres y no esclavos», de modo «que tengan el corazón sólo para Ti». De este modo «la llamada del Señor puede llegar, puede dar fruto». El Papa Francisco concluyó su meditación invitando a recitar con frecuencia «esta oración por las vocaciones». Con la consciencia de que «las vocaciones están»: nos corresponde a nosotros rezar y

hacer que «aumenten, que el Señor pueda entrar en esos corazones y dar esta “alegría indecible y gloriosa” que tiene toda persona que sigue de cerca a Jesús». MISAS MATUTINAS PADRE FRANCISCO 3 de marzo de 2014 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL – JULIO

Que sean respetados los pueblos indígenas amenazados en su identidad y hasta en su misma existencia.

4. Una de las finalidades del Estado de derecho es que todos los ciudadanos puedan gozar de la misma dignidad e igualdad ante la ley. No obstante, la existencia de minorías como grupos identificables dentro un Estado plantea la cuestión de sus derechos y deberes específicos . Muchos de estos derechos y deberes conciernen precisamente a la relación que se establece entre los grupos minoritarios y el Estado. En algunos casos, los derechos han sido codificados y las minorías gozan de una tutela jurídica específica. Pero a veces, incluso donde el Estado asegura dicha tutela, las minorías sufren discriminaciones y exclusiones de hecho; en tales casos, el Estado mismo tiene la obligación de promover y favorecer los derechos de los grupos minoritarios, pues la paz y seguridad interna podrán ser garantizadas sólo mediante el respeto de los derechos de aquellos que se hallan bajo su responsabilidad. 5. El primer derecho de las minorías es el derecho a existir. Este derecho puede no ser tenido en cuenta de modos diversos, pudiendo llegar hasta el extremo de ser negado mediante formas evidentes o indirectas de genocidio. El derecho a la vida, en cuanto tal, es un derecho inalienable, y un Estado que persiga o tolere actos que ponen en peligro la vida de sus ciudadanos, pertenecientes a grupos minoritarios, viola la ley fundamental que regula el orden social. 6. El derecho a existir puede también sufrir menoscabo mediante formas más sutiles. Algunos pueblos, particularmente los calificados como autóctonos o aborígenes, han tenido siempre con su tierra una relación especial, que está unida a su misma identidad, a sus tradiciones tribales, culturales y religiosas. Cuando las poblaciones indígenas se ven privadas de su tierra pierden un elemento vital de su existencia y corren el riesgo de desaparecer como pueblo. 7. Otro derecho que se debe salvaguardar es el derecho de las minorías a defender y desarrollar su propia cultura. No es infrecuente el caso de grupos minoritarios en peligro de extinción cultural. De hecho, en algunos lugares se ha adoptado una legislación que no les reconoce el derecho al uso de la propia lengua. A veces, se han impuesto también cambios patronímicos y toponímicos. En algunas ocasiones, las minorías ven ignoradas sus expresiones artísticas y literarias, y no encuentran espacio suficiente en la vida pública para sus fiestas y otras celebraciones; todo esto puede llevar a la pérdida de una rica herencia cultural. En íntima relación con este derecho está el de mantener relaciones con los grupos que tienen una herencia cultural e histórica común y que viven en territorios de otros Estados. MENSAJE PARA LA CELEBRACIÓN DE LA XXII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ JUAN PABLO II 8 de diciembre de 1988

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COMENTARIO

Cuidar la fragilidad  209. Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños (cf. Mt25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero en el vigente modelo «exitista» y «privatista» no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida. 210. Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc. Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por ello, exhorto a los países a una generosa apertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales. ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro! EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM FRANCISCO 24 de noviembre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - JULIO Que la Iglesia de América Latina y el Caribe, a través de la misión continental, anuncie con ímpetu y entusiasmo renovado el Evangelio.

«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas palabras, Jesús se dirige a cada uno de ustedes diciendo: «Qué bonito ha sido participar en la Jornada Mundial de la Juventud, vivir la fe junto a jóvenes venidos de los cuatro ángulos de la tierra, pero ahora tú debes ir y transmitir esta experiencia a los demás». Jesús te llama a ser discípulo en misión. A la luz de la palabra de Dios que hemos escuchado, ¿qué nos dice hoy el Señor? ¿qué nos dice hoy el Señor? Tres palabras: Vayan, sin miedo, para servir. 1. Vayan. En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde. La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9). Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo vayan, sino que dijo: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio, de la voluntad de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no nos dio algo de sí, sino se nos dio todo él, él ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios. Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a personas libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor. ¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor. En particular, quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina, comprometidos en la misión continental promovida por los obispos. Brasil, América Latina, el mundo tiene necesidad de Cristo. San Pablo dice: «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» (1 Co 9,16). Este continente ha recibido el anuncio del evangelio, que ha marcado su camino y ha dado mucho fruto. Ahora este anuncio se os ha confiado también a ustedes, para que resuene con renovada fuerza. La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza. Un gran apóstol de Brasil, el beato José de Anchieta, se marchó a

misionar cuando tenía sólo diecinueve años. ¿Saben cuál es el mejor medio para evangelizar a los jóvenes? Otro joven. ¡Éste es el camino que ha de ser recorrido por ustedes! 2. Sin miedo. Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación especial, ¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». Querido amigo, tu miedo no se diferencia mucho del de Jeremías, escuchamos en la lectura recién, cuando fue llamado por Dios para ser profeta: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño». También Dios les dice a ustedes lo que le dijo a Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,6.8). Él está con nosotros. «No tengan miedo». Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va por delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también para nosotros. Jesús no nos deja solos, nunca deja solo a nadie. Nos acompaña siempre. Además, Jesús no dijo: «Andá», sino «Vayan»: somos enviados juntos. Queridos jóvenes, sientan la compañía de toda la Iglesia, y también la comunión de los santos, en esta misión. Cuando juntos hacemos frente a los desafíos, entonces somos fuertes, descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos. Jesús no ha llamado a los apóstoles para que vivanaislados, los ha llamado a formar un grupo, una comunidad. Quisiera dirigirme también a ustedes, queridos sacerdotes que concelebran conmigo esta eucaristía: han venido a acompañar a sus jóvenes, y es bonito compartir esta experiencia de fe. Seguro que les ha rejuvenecido a todos. El joven contagia juventud. Pero es sólo una etapa en el camino. Por favor, sigan acompañándolos con generosidad y alegría, ayúdenlos a comprometerse activamente en la Iglesia; que nunca se sientan solos. Y aquí quiero agradecer de corazón a los grupos de pastoral juvenil, a los movimientos y nuevas comunidades que acompañan a los jóvenes en su experiencia de ser Iglesia, tan creativos y tan audaces. ¡Sigan adelante y no tengan miedo! 3. La última palabra: para servir. Al comienzo del salmo que hemos proclamado están estas palabras: «Canten al Señor un cántico nuevo» (95,1). ¿Cuál es este cántico nuevo? No son palabras, no es una melodía, sino que es el canto de su vida, es dejar que nuestra vida se identifique con la de Jesús, es tener sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones. Y la vida de Jesús es una vida para los demás, la vida de Jesús es una vida para los demás. Es una vida de servicio. San Pablo, en la lectura que hemos escuchado hace poco, decía: «Me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles» (1 Co 9,19). Para anunciar a Jesús, Pablo se ha hecho «esclavo de todos». Evangelizar es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús. Tres palabras: Vayan, sin miedo, para servir. Vayan, sin miedo, para servir. Siguiendo estas tres palabras experimentarán que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe, recibe más alegría. Queridos jóvenes, cuando vuelvan a sus casas, no tengan miedo de ser generosos con Cristo, de dar testimonio del evangelio. En la primera lectura, cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder para «arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar» (Jr 1,10). También es así para ustedes. Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Queridos jóvenes: Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes. Que María, Madre de Jesús y

Madre nuestra, los acompañe siempre con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Amén. SANTA MISA PARA LA XXVIII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD HOMILÍA PADRE FRANCISCO 28 de julio de 2013 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

Enardecer el corazón de la gente […] La tentación del clericalismo, que tanto daño hace a la Iglesia en América Latina, es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado. El clericalismo entraña una postura autorreferencial, una postura de grupo, que empobrece la proyección hacia el encuentro del Señor, que nos hace discípulos, y hacia el encuentro con los hombres que esperan el anuncio. Por ello creo que es importante, urge, formar ministros capaces de projimidad, de encuentro, que sepan enardecer el corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus ilusiones y sus temores. Este trabajo, los Obispos no lo pueden delegar. Han de asumirlo como algo fundamental para la vida de la Iglesia sin escatimar esfuerzos, atenciones y acompañamiento. Además, una formación de calidad requiere estructuras sólidas y duraderas, que preparen para afrontar los retos de nuestros días y poder llevar la luz del Evangelio a las diversas situaciones que encontrarán los presbíteros, los consagrados, las consagradas y los laicos en su acción pastoral. La cultura de hoy exige una formación seria, bien organizada, y yo me pregunto si tenemos la autocrítica suficiente como para evaluar los resultados de muy pequeños seminarios que carecen del personal formativo suficiente. Quiero dedicar unas palabras a la vida consagrada. La vida consagrada en la Iglesia es un fermento. Un fermento de lo que quiere el Señor, un fermento que hace crecer la Iglesia hacia la última manifestación de Jesucristo. Les pido a los consagrados y consagradas, que sean fieles al carisma recibido, que en su servicio a la Santa Madre Iglesia jerárquica no desdibujen esa gracia que el Espíritu Santo dio a sus fundadores y que la deben transmitir en toda su integridad. Y ésa es la gran profecía de los consagrados, ese carisma dado para el bien de la Iglesia. Sigan adelante en esta fidelidad creativa al carisma recibido para servir a la Iglesia. […] VIDEOMENSAJE CON MOTIVO DE LA PEREGRINACIÓN Y ENCUENTRO "NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, ESTRELLA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN EN EL CONTINENTE AMERICANO"

PADRE FRANCISCO 16 de noviembre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL - AGOSTO

Que el deporte fomente el encuentro fraternal entre los pueblos y contribuya a la paz en el mundo. Estoy contento de reunirme con vosotros con ocasión del partido interreligioso por la paz, que jugaréis esta noche en el Estadio olímpico de Roma. Os doy las gracias porque os habéis sumado con prontitud a mi deseo de ver campeones y entrenadores de diversos países y de diversas religiones jugando en un encuentro deportivo, para testimoniar sentimientos de fraternidad y amistad. Mi reconocimiento se dirige en especial a las personas y a las realidades que han dado su aportación para la realización de este evento. Pienso especialmente en la «Scholas occurrentes», que tiene su sede en la Academia pontificia de ciencias, y en la «Fundación Pupi Onlus». El partido de esta noche será ciertamente una ocasión para recaudar fondos de ayuda para los proyectos de solidaridad, pero sobre todo para reflexionar sobre los valores universales que el fútbol y el deporte en general pueden favorecer: la lealtad, el compartir, la acogida, el diálogo, la confianza en el otro. Se trata de valores que invitan a cada persona a prescindir de la raza, la cultura y el credo religioso. Es más, el evento deportivo de esta noche es un gesto altamente simbólico para hacer comprender que es posible construir la cultura del encuentro y un mundo de paz, donde creyentes de religiones distintas, conservando su identidad —porque cuando he dicho «a prescindir» esto no quiere decir «dejar a un lado», no— creyentes de distintas religiones, conservando su propia identidad, pueden convivir en armonía y en el respeto mutuo. Todos sabemos que el deporte, en especial el fútbol, es un fenómeno humano y social que tiene mucha importancia e incidencia en las costumbres y en la mentalidad contemporánea. La gente, especialmente los jóvenes, os mira con admiración por vuestras capacidades atléticas: es importante dar un buen ejemplo tanto en el campo como fuera del campo. En las competiciones deportivas estáis llamados a mostrar que el deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe ser valorizado mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad de estrechar vínculos de amistad y la apertura de unos hacia otros. También con vuestras actitudes cotidianas, llenas de fe y de espiritualidad, de humanidad y de altruismo, podéis dar un testimonio en favor de los ideales de pacífica convivencia civil y social, para la edificación de una civilización fundada en el amor, en la solidaridad y en la paz. Esta es la cultura del encuentro: trabajar así. Que el encuentro futbolístico de esta noche reavive en quienes participarán la consciencia de la necesidad de comprometerse para que el deporte contribuya en dar una aportación válida y fecunda a la pacífica coexistencia de todos los pueblos, excluyendo toda discriminación de raza, lengua y religión. Vosotros sabéis que discriminar puede ser sinónimo de despreciar. La discriminación es un desprecio, y vosotros con este partido de hoy, diréis «no» a toda discriminación. Las religiones, en especial, están llamadas a convertirse en canales de paz y nunca de odio, porque en nombre de Dios hay que llevar siempre y solamente el amor. Religión y deporte, entendidos de este modo auténtico, pueden colaborar y ofrecer a toda la sociedad las señales elocuentes de esos tiempos nuevos en el que los pueblos «ya no alzarán la espada los unos contra los otros» (cf. Is 2, 4).

En esta ocasión tan especial y significativa, como es el partido de fútbol de esta noche, deseo entregar a todos vosotros este mensaje: ¡ensanchad vuestro corazón de hermanos a hermanos! Este es uno de los secretos de la vida: ensanchar el corazón de hermanos a hermanos, y es también la dimensión más profunda y auténtica del deporte. DISCURSO A LOS DEPORTISTAS Y A LOS ORGANIZADORES DEL PARTIDO DE FÚTBOL POR LA PAZ PADRE FRANCISCO 1 de septiembre de 2014 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

“Citius, altius, fortius”  "Desde siempre el deporte ha favorecido una universalidad caracterizada por la fraternidad y la amistad entre los pueblos; de concordia y paz entre las naciones; de respeto, tolerancia y armonía de las diferencias”. Lo ha asegurado este viernes el santo padre Francisco en su discurso a los dirigentes y atletas del Comité Olímpico Nacional Italiano (CONI), con ocasión del centenario de su fundación. Asimismo ha asegurado que todo acontecimiento deportivo, sobre todo las olimpíadas, “donde se enfrentan representantes de naciones con historias, culturas, tradiciones, credos y valores diversos, puede convertirse en una fuerza ideal capaz de abrir nuevos caminos, a veces inesperados, para superar conflictos causados por la violación de los derechos humanos''. El Pontífice ha recordado el lema olímpico “Citius, altius, fortius” y ha asegurado que “no es una incitación a la supremacía de una nación sobre otra, de un pueblo sobre otro pueblo y tampoco de la exclusión de los más débiles y menos tutelados”, sino que representa el reto al que todos estamos llamados, “asumir la fatiga, el sacrificio, para alcanzar las metas importantes de la vida, aceptando nuestros límites sin dejarnos bloquear por ellos, sino intentando superarlos”. El Santo Padre ha animado los miembros del CONI a continuar en este camino, en el trabajo educativo que hacen en las escuelas, en el mundo del trabajo y de la solidaridad, “para favorecer una deporte accesible a todos, atento a los más débiles y a las franjas más precarias de la sociedad”, así como “un deporte inclusivo de las personas con distintas discapacidades, de los extranjeros, de quien vive en las periferias y necesita espacios de encuentro, socialización, compartir y juego”; es decir, “un deporte no dirigido hacia lo útil, sino al desarrollo de la personas humana, con estilo de gratuidad”. Por otro lado, el Papa ha señalado que desde hace cien años el CONI promueve y organiza el deporte en Italia no solo en función de las Olimpiadas sino valorizando su dimensión popular, social,

educativa y cultural y lo hace ''inspirándose en los principios de la Carta Olímpica, que coloca entre sus objetivos principales la centralidad de la persona, su desarrollo armonioso, la defensa de la dignidad humana, además del de contribuir a la construcción de un mundo mejor, sin guerras ni tensiones, educando a los jóvenes a través del deporte practicado sin discriminación de ninguna clase… en un espíritu de amistad, solidaridad y lealtad''. Finalmente, el Papa ha recordado que el CONI fue el primer comité olímpico nacional --al que siguieron más tarde otros-- que acogió en su organización un capellán olímpico. ''Es una presencia amiga que manifiesta la cercanía de la Iglesia inculcando también entre los deportistas un sentido fuerte de entrenamiento espiritual”, ha asegurado. De hecho, ha señalado, hay algunas palabras típicas del deporte que se pueden referir a la vida espiritual. “Lo entendieron muy bien lo santos que supieron interpretar la pasión, el entusiasmo, la constancia, la determinación, el reto y el límite con la mirada dirigida hacia un más allá, más allá de sí mismos hacia el horizonte de Dios'', ha concluido el Obispo de Roma. DISCURSO A LOS DIRIGENTES Y ATLETAS DEL COMITÉ OLÍMPICO NACIONAL ITALIANO PADRE FRANCISCO 19 de diciembre de 2014 Ver el texto completo:

http://www.zenit.org/es/articles/el‐deporte‐favorece‐la‐amistad‐entre‐los‐pueblos‐indica‐el‐santo‐padre  Traducción (ZENIT.org) Redacción

INTENCION POR LA EVANGELIZACION - AGOSTO Para que los cristianos vivan la exigencia del Evangelio dando testimonio de fe, honestidad y amor al prójimo.

Durante su discurso el Santo Padre les ha invitado, en el contexto de la celebración del centenario de su fundación, a "renovar el compromiso de vivir la fe y comunicarla", en particular a través de las herramientas editoriales y multimedia que forman parte de su carisma. Asimismo ha animado a los presentes a proseguir el camino que su fundador abrió y que la Familia ha recorrido hasta ahora "siempre con la mirada puesta en vastos horizontes". Además, ha pedido "no olvidar nunca que la evangelización está estrechamente unida con la proclamación del Evangelio a los que no conocen a Jesucristo o lo han rechazado siempre". Y es que, ha recordado el Santo Padre "todos tienen el derecho de recibir el Evangelio". Y "los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a ninguno". A propósito ha recordado que "este impulso hacia las gentes pero también

hacia las periferias existenciales, este empuje católico lo lleváis en la sangre, en el ADN, por el hecho mismo de que vuestro fundador se inspiró en la figura y en la misión de san Pablo". Por otro lado, el Pontífice ha advertido que "nuestro ser Iglesia en camino, mientras nos crea raíces en el compromiso de anunciar a Cristo y su amor por cada Criatura, nos impide quedarnos prisioneros de las estructuras terrenas y mundanas; mantiene abierto el espíritu y nos hace capaces de prospectivas e instancias que encontrarán su cumplimiento en la beatitud del Señor". Francisco también les ha pedido que todo su trabajo y su celo apostólico este lleno del amor por la unidad de la Iglesia. "Nunca favorecer los conflictos, nunca parodiar esos medios de comunicación que buscan solo el espectáculo de los conflictos y provocan el escándalo en las almas. Favorecer siempre la unidad de la Iglesia", ha pedido el Papa. El beato Alberione veía en el anuncio de Cristo y del Evangelio a las masas populares ''la caridad más auténtica y más necesaria que se pudiera ofrecer a los hombres y mujeres sedientos de verdad y justicia'', tal y como ha recordado el Papa. "También vosotros -ha añadido- estáis llamados a servir a la gente de hoy según os indique el Espíritu, con creatividad y fidelidad dinámica a vuestro carisma individuando las formas más idóneas para que Jesús sea anunciado". Y así, ha precisado que "la fantasía de la caridad no tiene límites y sabe abrir caminos siempre nuevos para llevar el hálito del Evangelio a las culturas y los ambientes sociales más dispares". Finalmente, el Pontífice ha afirmado que "sólo corazones abiertos a la acción de la Gracia son capaces de interpretar los signos de los tiempo y recoger los llamamientos de la humanidad necesitada de esperanza y de paz". DISCURSO A LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA PAULINA PADRE FRANCISCO 27 de noviembre de 2014 Ver el texto completo:

http://www.zenit.org/es/articles/francisco‐a‐los‐paulinos‐no‐parodiar‐los‐medios‐que‐buscan‐el‐ espectaculo  Traducción (ZENIT.org) Redacción

COMENTARIO

«La paga del discípulo»  El Pontífice retomó el 28 de mayo la reflexión sobre el diálogo de Jesús con el joven rico. Recordó que Pedro había oído las advertencias de Jesús respecto a las riquezas, que hacen «tan difícil entrar en el reino de Dios». Tras las palabras del Señor, Pedro le pregunta: «Está bien, ¿y nosotros? Nosotros hemos dejado todo por Ti. ¿Cuál será el salario? ¿Cómo será el premio?». La respuesta de Jesús, tal vez, «es un poco irónica: pero sí, también tú y todos vosotros que habéis dejado casa, hermanos, hermanas, madre, hijo, campos, tendréis el ciento por uno de esto». Sin embargo les advierte que deberán afrontar «la persecución», descrita como el salario o «la paga del discípulo». «El cristiano sigue a Jesús por amor, y cuando se sigue a Jesús con amor, la envidia del diablo hace muchas cosas —alertó—. El espíritu del mundo no tolera esto, no tolera el testimonio. Pensad en la

Madre Teresa, considerada como una figura positiva que hizo tantas cosas hermosas por los demás... El espíritu del mundo nunca dice que la beata Teresa todos los días, muchas horas, estaba en adoración; nunca. Reduce la actividad cristiana al hacer un bien social. Como si la existencia cristiana fuese una pintura, un barniz de cristianismo. Pero el anuncio de Jesús no es un barniz», penetra en los huesos, va directo «al corazón; va al interior y nos cambia —constató el Papa—. Y esto, el espíritu del mundo no lo tolera; y por ello vienen las persecuciones». De ahí la invitación a pensar en la respuesta de Jesús: «Nadie que haya dejado casa o hermanos, hermanas o madre o padre o hijos o campos por causa mía o por causa del Evangelio, que no reciba ya ahora, en este mundo, cien veces más, en casas, hermanos... junto a las persecuciones. No lo olvidemos», insistió el Santo Padre. Seguir a Jesús con amor paso a paso: éste es el seguimiento de Cristo. Pero el espíritu del mundo seguirá sin tolerarlo y hará sufrir a los cristianos. Se trata, sin embargo, de un sufrimiento como el que soportó Jesús: «Pidamos esta gracia: seguir a Jesús por el camino que Él nos mostró, que Él nos enseñó. Esto es hermoso: Él no nos deja nunca solos, nunca —afirmó—. Él está siempre con nosotros». MISAS MATUTINAS PADRE FRANCISCO 28 de mayo de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL - SEPTIEMBRE

Para que cada uno contribuya al bien común y a la construcción de una sociedad que ponga al centro la persona humana. […] Hoy, la promoción de los derechos humanos desempeña un papel central en el compromiso de la Unión Europea, con el fin de favorecer la dignidad de la persona, tanto en su seno como en las relaciones con los otros países. Se trata de un compromiso importante y admirable, pues persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos. Efectivamente, ¿qué dignidad existe cuando falta la posibilidad de expresar libremente el propio pensamiento o de profesar sin constricción la propia fe religiosa? ¿Qué dignidad es posible sin un marco jurídico claro, que limite el dominio de la fuerza y haga prevalecer la ley sobre la tiranía del poder? ¿Qué dignidad puede tener un hombre o una mujer cuando es objeto de todo tipo de discriminación? ¿Qué dignidad podrá encontrar una persona que no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o, todavía peor, que no tiene el trabajo que le otorga dignidad? Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos. Es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos. Existe hoy, en efecto, la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales – estoy tentado de decir individualistas –, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una «mónada» (μονάς), cada vez más insensible a las otras «mónadas» de su alrededor. Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma. Considero por esto que es vital profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común, con ese «todos nosotros» formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[3] En efecto, si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande, termina por concebirse sin limitaciones y, consecuentemente, se transforma en fuente de conflictos y de violencias. Así, hablar de la dignidad trascendente del hombre, significa apelarse a su naturaleza, a su innata capacidad de distinguir el bien del mal, a esa «brújula» inscrita en nuestros corazones y que Dios

ha impreso en el universo creado;[4] significa sobre todo mirar al hombre no como un absoluto, sino como un ser relacional. Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor. Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social. Se puede constatar que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas. Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz. Por lo que los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones. A eso se asocian algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres. Se constata amargamente el predominio de las cuestiones técnicas y económicas en el centro del debate político, en detrimento de una orientación antropológica auténtica.[5] El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer. Este es el gran equívoco que se produce «cuando prevalece la absolutización de la técnica»,[6] que termina por causar «una confusión entre los fines y los medios».[7] Es el resultado inevitable de la «cultura del descarte» y del «consumismo exasperado». Al contrario, afirmar la dignidad de la persona significa reconocer el valor de la vida humana, que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio. Ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad, de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la «cultura del descarte». Cuidar de la fragilidad de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad.[8] Por lo tanto, ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes

generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes? Para responder a esta pregunta, permítanme recurrir a una imagen. Uno de los más célebres frescos de Rafael que se encuentra en el Vaticano representa la Escuela de Atenas. En el centro están Platón y Aristóteles. El primero con el dedo apunta hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, podríamos decir hacia el cielo; el segundo tiende la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, la realidad concreta. Me parece una imagen que describe bien a Europa en su historia, hecha de un

permanente encuentro entre el cielo y la tierra, donde el cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas. El futuro de Europa depende del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos. Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también aquel «espíritu humanista» que, sin embargo, ama y defiende. Precisamente a partir de la necesidad de una apertura a la trascendencia, deseo afirmar la centralidad de la persona humana, que de otro modo estaría en manos de las modas y poderes del momento. En este sentido, considero fundamental no sólo el patrimonio que el cristianismo ha dejado en el pasado para la formación cultural del continente, sino, sobre todo, la contribución que pretende dar hoy y en el futuro para su crecimiento. Dicha contribución no constituye un peligro para la laicidad de los Estados y para la independencia de las instituciones de la Unión, sino que es un enriquecimiento. Nos lo indican los ideales que la han formado desde el principio, como son: la paz, la subsidiariedad, la solidaridad recíproca y un humanismo centrado sobre el respeto de la dignidad de la persona. […] DISCURSO AL PARLAMENTO EUROPEO PADRE FRANCISCO 25 de noviembre de 2014 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

«Para que los políticos nos gobiernen bien»  Un buen cristiano participa activamente en la vida política y reza para que los políticos amen a su pueblo y le sirvan con humildad. Es la reflexión que propuso el Papa Francisco en la Eucaristía del lunes, 16 de septiembre. Comentando el pasaje del Evangelio de Lucas (7, 1-10), donde se narra la curación, por obra de Jesús, del siervo del centurión en Cafarnaún, el Pontífice subrayó «dos actitudes del gobernante». Él debe ante todo «amar a su pueblo. Los ancianos judíos dicen a Jesús: merece lo que pide porque ama a nuestro pueblo. Un gobernante que no ama no puede gobernar. Como mucho puede poner un poco de orden, pero no gobernar». Y para explicar el significado del amor que el gobernante debe a su pueblo, el Santo Padre recordó el ejemplo de David que desobedece a las reglas del censo sancionadas por la ley mosaica para subrayar la pertenencia de la vida de cada hombre al Señor (cf. Éxodo 30, 11-12). Pero David, una vez comprendido su pecado, hizo lo posible para evitar el castigo a su pueblo. Y ello porque, si bien era pecador, amaba a su pueblo.

Para el Papa Francisco el gobernante debe ser también humilde como el centurión del Evangelio, que habría podido aprovecharse de su poder si hubiera pedido a Jesús que fuera adonde él, pero «era un hombre humilde y dijo al Señor: no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo. Y con humildad: di una palabra y mi siervo quedará sano. Estas son las dos virtudes de un gobernante, así como nos hace pensar la palabra de Dios: amor al pueblo y humildad». Así que «cada hombre y cada mujer que asume responsabilidades de gobierno debe hacerse estas dos preguntas: ¿yo amo a mi pueblo para servirle mejor? ¿Y soy humilde para oír las opiniones de los demás a fin de elegir el mejor camino?». Si ellos —subrayó el Pontífice— «no se hacen estas preguntas, su gobierno no será bueno». Pero también los gobernantes deben tomar sus opciones para llevarlas a cabo. ¿Entonces qué hay que hacer? Tras observar que nosotros «como pueblo tenemos muchos gobernantes», el Papa recordó una frase de san Pablo tomada de la primera carta a Timoteo (2, 1-8): «Ruego, pues, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto». Esto significa —puntualizó el Papa Francisco— que «ninguno de nosotros puede decir: pero yo no tengo que ver, son ellos quienes gobiernan. No; yo soy responsable de su gobierno y debo hacer lo mejor de mi parte para que ellos gobiernen bien, participando en la política como puedo. La política, dice la doctrina social de la Iglesia, es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común. Y yo no puedo lavarme las manos: cada uno de nosotros debe hacer algo. Pero ya tenemos la costumbre de pensar que de los gobernantes se debe sólo parlotear, hablar mal de ellos y de las cosas que no van bien». Al respecto el Santo Padre notó que en la televisión y en los periódicos se recurre sobre todo a «bastonazos» para los políticos; difícilmente se hallan observaciones como que «este gobernante en esto ha actuado bien; este gobernante tiene esta virtud; ha errado en esto, en esto y en esto, pero esto otro lo ha hecho bien». De los políticos en cambio se habla «siempre mal y siempre en su contra. Tal vez el gobernante es un pecador, como lo era David. Pero yo debo colaborar, con mi opinión, con mi palabra, también con mi corrección: no estoy de acuerdo por esto y por esto. Debemos participar en el bien común. A veces hemos oído decir: un buen católico no se interesa en la política. Pero no es verdad: un buen católico toma parte en política ofreciendo lo mejor de sí para que el gobernante pueda gobernar». ¿Qué es entonces «lo mejor que podemos ofrecer» a los gobernantes? «Es la oración», respondió el Pontífice, explicando: «Es lo que san Pablo dice: orad por los reyes y por todos los constituidos en autoridad». Pero «se dirá: ese es una mala persona, debe ir al infierno. No; reza por él, reza por ella, para que pueda gobernar bien, para que ame a su pueblo, para que sea humilde. Un cristiano que no reza por los gobernantes no es un buen cristiano. Hay que orar. Y esto —precisó— no lo digo yo. Lo dice san Pablo. Que los gobernantes sean humildes y amen a su pueblo. Ésta es la condición. Nosotros, los gobernados, damos lo mejor. Sobre todo la oración». «Roguemos por los gobernantes —concluyó el Papa Francisco—, para que nos gobiernen bien. Para que lleven a nuestra patria, a nuestra nación, adelante, y también al mundo; y que exista la paz y el bien común. Que esta Palabra de Dios nos ayude a participar mejor en la vida común de un

pueblo: los que gobiernan, con el servicio de la humildad y con el amor; los gobernados, con la participación y sobre todo con la oración». MISAS MATUTINAS PADRE FRANCISCO 16 de septiembre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - SEPTIEMBRE Para que los cristianos, participando en los Sacramentos y meditando la Sagrada Escritura lleguen a ser siempre mas conscientes de su misión evangelizadora.

20. En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. Abraham aceptó el llamado a salir hacia una tierra nueva (cf. Gn 12,1-3). Moisés escuchó el llamado de Dios: «Ve, yo te envío» (Ex 3,10), e hizo salir al pueblo hacia la tierra de la promesa (cf. Ex 3,17). A Jeremías le dijo: «Adondequiera que yo te envíe irás» (Jr 1,7). Hoy, en este «id» de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva «salida» misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio. 21. La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera. La experimentan los setenta y dos discípulos, que regresan de la misión llenos de gozo (cf. Lc 10,17). La vive Jesús, que se estremece de gozo en el Espíritu Santo y alaba al Padre porque su revelación alcanza a los pobres y pequeñitos (cf. Lc 10,21). La sienten llenos de admiración los primeros que se convierten al escuchar predicar a los Apóstoles «cada uno en su propia lengua» (Hch 2,6) en Pentecostés. Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto. Pero siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá. El Señor dice: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido» (Mc 1,38). Cuando está sembrada la semilla en un lugar, ya no se detiene para explicar mejor o para hacer más signos allí, sino que el Espíritu lo mueve a salir hacia otros pueblos.

22. La Palabra tiene en sí una potencialidad que no podemos predecir. El Evangelio habla de una semilla que, una vez sembrada, crece por sí sola también cuando el agricultor duerme (cf.Mc 4,2629). La Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas. 23. La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión «esencialmente se configura como comunión misionera».[20] Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie. Así se lo anuncia el ángel a los pastores de Belén: «No temáis, porque os traigo una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo» (Lc 2,10). El Apocalipsis se refiere a «una Buena Noticia, la eterna, la que él debía anunciar a los habitantes de la tierra, a toda nación, familia, lengua y pueblo» (Ap 14,6).

Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar 24. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM FRANCISCO 24 de noviembre de 2013

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COMENTARIO

''La Iglesia no es una niñera''  Comentando la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (8, 1-8), el Papa recordó que «después del martirio de Esteban, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén»; «la Iglesia gozaba de tranquilidad y paz, vivían la caridad entre ellos, las viudas eran atendidas. Pero luego llega la persecución. Esto es en cierto sentido el estilo de la vida de la Iglesia: entre la paz de la caridad y la persecución». Y sucede esto porque, como explicó el Santo Padre, así fue la vida de Jesús. A causa de la persecución todos huyeron excepto los Apóstoles. Los cristianos, en cambio, «se marcharon. Solos. Sin sacerdote. Sin obispos: solos. Los obispos, los Apóstoles, estaban en Jerusalén tratando de hacer resistencia a estas persecuciones». Sin embargo, los que habían huido «se movieron de un lugar a otro, anunciando la Palabra». Suscitaban curiosidad: «Pero... ¿quiénes son estos?». Y ellos lo decían: «Hemos conocido a Jesús, hemos encontrado a Jesús, y lo anunciamos». «Tenían sólo la fuerza del bautismo —observó el Santo Padre—. Y el bautismo les daba la valentía apostólica, la fuerza del Espíritu». La reflexión del Papa se centró entonces en el presente, porque con demasiada frecuencia la gracia del bautismo se deja un poco de lado. «A veces pensamos: “No, nosotros somos cristianos: hemos recibido el bautismo, la confirmación, la primera comunión... y así el documento de identidad está en orden. Y ahora, dormimos tranquilos: somos cristianos”. Pero, ¿dónde está esa fuerza del Espíritu que te lleva adelante?», se preguntó el Papa. «¿Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras? Cuando hacemos esto, la Iglesia se convierte en una Iglesia Madre que genera hijos», hijos de la Iglesia que testimonian a Jesús. «Pero —fue la alerta del Papa— cuando no lo hacemos, la Iglesia no se convierte en madre, sino en Iglesia baby-sitter, que cuida al niño para que duerma. Es una Iglesia amodorrada. Pensemos en nuestro bautismo, en la responsabilidad de nuestro bautismo». MISAS MATUTINAS PADRE FRANCISCO 17 de abril de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL - OCTUBRE Para que los periodistas, en el ejercicio de su profesión, estén siempre motivados por el respeto a la verdad y un fuerte sentido ético.

El papel de los medios de comunicación ha ido creciendo cada vez más en los últimos tiempos, hasta el punto de que se hecho imprescindible para relatar al mundo los acontecimientos de la historia contemporánea. Expreso, pues, un agradecimiento especial a vosotros por vuestro competente servicio durante los días pasados – habéis trabajado ¡eh!, habéis trabajado – en los que el mundo católico, y no sólo el católico, ha puesto sus ojos en la Ciudad Eterna, y particularmente en este territorio cuyo «centro de gravedad» es la tumba de San Pedro. En estas semanas, habéis tenido ocasión de hablar de la Santa Sede, de la Iglesia, de sus ritos y tradiciones, de su fe y, sobre todo, del papel del Papa y de su ministerio. Doy gracias de corazón especialmente a quienes han sabido observar y presentar estos acontecimientos de la historia de la Iglesia, teniendo en cuenta la justa perspectiva desde la que han de ser leídos, la de la fe. Los acontecimientos de la historia requieren casi siempre una lectura compleja, que a veces puede incluir también la dimensión de la fe. Los acontecimientos eclesiales no son ciertamente más complejos de los políticos o económicos. Pero tienen una característica de fondo peculiar: responden a una lógica que no es principalmente la de las categorías, por así decirlo, mundanas; y precisamente por eso, no son fáciles de interpretar y comunicar a un público amplio y diversificado. En efecto, aunque es ciertamente una institución también humana, histórica, con todo lo que ello comporta, la Iglesia no es de naturaleza política, sino esencialmente espiritual: es el Pueblo de Dios. El santo Pueblo de Dios que camina hacia el encuentro con Jesucristo. Únicamente desde esta perspectiva se puede dar plenamente razón de lo que hace la Iglesia Católica. Cristo es el Pastor de la Iglesia, pero su presencia en la historia pasa a través de la libertad de los hombres: uno de ellos es elegido para servir como su Vicario, Sucesor del apóstol Pedro; pero Cristo es el centro, no el Sucesor de Pedro: Cristo. Cristo es el centro. Cristo es la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia. Sin él, ni Pedro ni la Iglesia existirían ni tendrían razón de ser. Como ha repetido tantas veces Benedicto XVI, Cristo está presente y guía a su Iglesia. En todo lo acaecido, el protagonista, en última instancia, es el Espíritu Santo. Él ha inspirado la decisión de Benedicto XVI por el bien de la Iglesia. Él ha orientado en la oración y la elección a los cardenales. Es importante, queridos amigos, tener debidamente en cuenta este horizonte interpretativo, esta hermenéutica, para enfocar el corazón de los acontecimientos de estos días. De aquí nace ante todo un renovado y sincero agradecimiento por los esfuerzos de estos días especialmente fatigosos, pero también una invitación a tratar de conocer cada vez mejor la verdadera naturaleza de la Iglesia, y también su caminar por el mundo, con sus virtudes y sus pecados, y conocer las motivaciones espirituales que la guían, y que son las más auténticas para comprenderla. Tened la seguridad de que la Iglesia, por su parte, dedica una gran atención a vuestro

precioso cometido; tenéis la capacidad de recoger y expresar las expectativas y exigencias de nuestro tiempo, de ofrecer los elementos para una lectura de la realidad. Vuestro trabajo requiere estudio, sensibilidad y experiencia, como en tantas otras profesiones, pero implica una atención especial respecto a la verdad, la bondad y la belleza; y esto nos hace particularmente cercanos, porque la Iglesia existe precisamente para comunicar esto: la Verdad, la Bondad y la Belleza «en persona». Debería quedar muy claro que todos estamos llamados, no a mostrarnos a nosotros mismos, sino a comunicar esta tríada existencial que conforman la verdad, la bondad y la belleza. ENCUENTRO CON LOS REPRESENTANTES DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN PADRE FRANCISCO 16 de marzo de 2013

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COMENTARIO

“El papel de los medios de comunicación”  2. Por esto —y es el segundo elemento que desearía subrayar— al presentar los eventos vuestra óptica no puede ser nunca «mundana», sino eclesial. Nosotros vivimos en un mundo en el que prácticamente no existe casi nada que no tenga relación con el universo de losmedia. Instrumentos cada vez más sofisticados refuerzan el papel cada vez más penetrante que juegan las tecnologías, los lenguajes y las formas de la comunicación en el desenvolvimiento de nuestra vida cotidiana, y esto no sólo en el mundo juvenil. Como recordaba después de mi elección como Obispo de Roma, precisamente encontrando a los representantes de los medios de comunicación social presentes en Roma con ocasión del Cónclave, «el papel de los medios de comunicación ha ido creciendo cada vez más en los últimos tiempos, tanto que se ha hecho imprescindible para relatar al mundo los acontecimientos de la historia contemporánea». Todo esto se refleja también en la vida de la Iglesia. Pero si no es algo sencillo contar los eventos de la historia, aún más complejo es relatar los acontecimientos ligados a la Iglesia, la cual es «signo e instrumento de la íntima unión con Dios», es Cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios, Templo del Espíritu Santo. Ello requiere una responsabilidad particular, una fuerte capacidad de leer la realidad en clave espiritual. En efecto, los eventos de la Iglesia «tienen una característica de fondo peculiar: responden a una lógica que no es principalmente la de las categorías, por así decirlo, mundanas, y precisamente por esto no son fáciles de interpretar y comunicar a un público amplio y diversificado» (Discurso a los representantes de los medios, 18 de marzo de 2013). Hablar de responsabilidad, de una visión respetuosa de los acontecimientos que se quieren relatar, significa tener también la conciencia de que la selección, la organización, la emisión y la distribución de los contenidos requiere una atención particular porque usan instrumentos que no son ni neutros ni transparentes. Esta conciencia recorre hoy el CTV, empeñado en una reorganización según

paradigmas tecnológicos capaces de servir mejor a todas las latitudes del mundo, contribuyendo a favorecer la respiración de la catolicidad de la Iglesia. Desearía dar las gracias de corazón a usted, monseñor Dario Edoardo Viganò, y a todo el personal del CTV, por la capacidad de tejer relaciones con realidades diferentes de todo el mundo, para construir puentes, superando muros y fosos, y llevar la luz del Evangelio. Todo ello según la indicación de Inter Mirifica que precisa cómo también en el mundo de los medios, la eficacia de la actividad apostólica requiere «unidad de propósitos y de esfuerzos» (n. 21). Converger en lugar de competir es la estrategia de las iniciativas mediáticas en el mundo católico. MENSAJE POR LOS TREINTA AÑOS DEL CENTRO TELEVISIVO VATICANO PAPA FRANCISCO 18 de octubre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION POR LA EVANGELIZACION - OCTUBRE Para que la Jornada Mundial de las Misiones renueve en todas las comunidades cristianas la alegría y la responsabilidad de anunciar el Evangelio. Hoy en día todavía hay mucha gente que no conoce a Jesucristo. Por eso es tan urgente la misión ad gentes, en la que todos los miembros de la iglesia están llamados a participar, ya que la iglesia es misionera por naturaleza: la iglesia ha nacido “en salida”. La Jornada Mundial de las Misiones es un momento privilegiado en el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los territorios de misión. Se trata de una celebración de gracia y de alegría. De gracia, porque el Espíritu Santo, mandado por el Padre, ofrece sabiduría y fortaleza a aquellos que son dóciles a su acción. De alegría, porque Jesucristo, Hijo del Padre, enviado para evangelizar al mundo, sostiene y acompaña nuestra obra misionera. Precisamente sobre la alegría de Jesús y de los discípulos misioneros quisiera ofrecer una imagen bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23). 1. El evangelista cuenta que el Señor envió a los setenta discípulos, de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús. Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera e inolvidable experiencia misionera. El Maestro Divino les dijo: «No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo. En aquella hora, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra...” (…) Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: “¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!”» (Lc 10,20-21.23).

Son tres las escenas que presenta san Lucas. Primero, Jesús habla a sus discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a hablar con ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado. 2. Los discípulos estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido: «porque vuestros nombres están inscritos en el cielo» (Lc 10,20). A ellos se le ha concedido experimentar el amor de Dios, e incluso la posibilidad de compartirlo. Y esta experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de Jesús. Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión trinitaria: «Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo», dirigiéndose al Padre y glorificándolo. Este momento de profunda alegría brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre, Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños (cf. Lc 10,21). Dios ha escondido y ha revelado, y en esta oración de alabanza se destaca sobre todo el revelar. ¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre Satanás. Dios ha escondido todo a aquellos que están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo. Están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios. Uno puede pensar fácilmente en algunos de los contemporáneos de Jesús, que Él mismo amonestó en varias ocasiones, pero se trata de un peligro que siempre ha existido, y que nos afecta también a nosotros. En cambio, los “pequeños” son los humildes, los sencillos, los pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los que Jesús ha llamado “benditos”. Se puede pensar fácilmente en María, en José, en los pescadores de Galilea, y en los discípulos llamados a lo largo del camino, en el curso de su predicación. 3. «Sí, Padre, porque así te ha parecido bien» (Lc 10,21). Las palabras de Jesús deben entenderse con referencia a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y benevolente del Padre hacia los hombres. En el contexto de esta bondad divina Jesús se regocija, porque el Padre ha decidido amar a los hombres con el mismo amor que Él tiene para el Hijo. Además, Lucas nos recuerda el júbilo similar de María: «Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador » (Lc 1,47). Se trata de la Buena Noticia que conduce a la salvación. María, llevando en su vientre a Jesús, el Evangelizador por excelencia, encuentra a Isabel y cantando el Magnificat exulta de gozo en el Espíritu Santo. Jesús, al ver el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su alegría, se regocija en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración. En ambos casos, se trata de una alegría por la salvación que se realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la Trinidad. El Padre es la fuente de la alegría. El Hijo es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador. Inmediatamente después de alabar al Padre, como dice el evangelista Mateo, Jesús nos invita: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera» (11,28-30). «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1).

De este encuentro con Jesús, la Virgen María ha tenido una experiencia singular y se ha convertido en “causa nostrae laetitiae”. Y los discípulos a su vez han recibido la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el Evangelio (cf. Mc 3,14), y así se ven colmados de alegría. ¿Por qué no entramos también nosotros en este torrente de alegría? 4. «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Por lo tanto, la humanidad tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo. Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser portadores de la alegría del Evangelio. Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización. Los obispos, como principales responsables del anuncio, tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes, como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio, donde hay más personas pobres que esperan. En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Por tanto, animo a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. Entre éstas no deben olvidarse las vocaciones laicales a la misión. Hace tiempo que se ha tomado conciencia de la identidad y de la misión de los fieles laicos en la Iglesia, así como del papel cada vez más importante que ellos están llamados a desempeñar en la difusión del Evangelio. Por esta razón, es importante proporcionarles la formación adecuada, con vistas a una acción apostólica eficaz. 5. «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). La Jornada Mundial de las Misiones es también un momento para reavivar el deseo y el deber moral de la participación gozosa en la misión ad gentes. La contribución económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar al Señor y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se convierte en un instrumento de evangelización de la humanidad que se construye sobre el amor. Queridos hermanos y hermanas, en esta Jornada Mundial de las Misiones mi pensamiento se dirige a todas las Iglesias locales. ¡No dejemos que nos roben la alegría de la evangelización! Os invito a sumergiros en la alegría del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra vocación y misión. Os exhorto a recordar, como en una peregrinación interior, el “primer amor” con el que el Señor Jesucristo ha encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino para perseverar en la alegría. El discípulo del Señor persevera con alegría cuando está con Él, cuando hace su voluntad, cuando comparte la fe, la esperanza y la caridad evangélica. Dirigimos nuestra oración a María, modelo de evangelización humilde y alegre, para que la Iglesia sea el hogar de muchos, una madre para todos los pueblos y haga posible el nacimiento de un nuevo mundo. MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2014

PADRE FRANCISCO 8 de junio de 2014

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COMENTARIO

“Esa paz rumorosa”  No se puede pensar en una Iglesia sin alegría, porque Jesús, su esposo, estaba lleno de alegría. Por lo tanto, todos los cristianos deben vivir con la misma alegría en el corazón y comunicarla hasta los extremos confines del mundo. Es esto, en síntesis, el sentido de la reflexión del Papa el martes 3 de diciembre en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta, en la memoria del gran evangelizador san Francisco Javier. «La Palabra de Dios —exhortó— nos habla hoy de paz y de alegría. Isaías en su profecía (11, 1-10) nos dice cómo serán los días del Mesías. Serán días de paz». Porque, explicó, Jesús traerá la paz entre nosotros y Dios, y la paz entre nosotros. Por lo tanto, la paz que todos deseamos es la que trae el Mesías. El Evangelio de Lucas (10, 21-24) proclamado durante la liturgia ayuda a comprender algo más sobre Jesús. «Podemos entrever —especificó el Pontífice— un poco el alma de Jesús, el corazón de Jesús. Un corazón gozoso». En efecto, estamos acostumbrados a pensar en Jesús mientras predica, mientras cura, mientras va por la calle hablando a la gente, o cuando sube a la cruz. Pero «no estamos muy acostumbrados —dijo el Obispo de Roma— a pensar en Jesús sonriente, alegre. Jesús estaba lleno de alegría». Una alegría que derivaba de la intimidad con el Padre. Es precisamente de esta relación con el Padre en el Espíritu Santo de donde nace la alegría interior de Jesús. Esa alegría, añadió el Santo Padre, que «Él nos da. Y esta alegría es la verdadera paz. No es una paz estática, quieta, tranquila: la paz cristiana es una paz gozosa», porque gozoso es Jesús, gozoso es Dios. «En la oración al inicio de la misa —prosiguió— hemos pedido la gracia del fervor misionero para que la Iglesia se alegre con nuevos hijos». No se puede pensar en «una Iglesia sin alegría», porque «Jesús quiso que su esposa, la Iglesia, fuera alegre». Y «la alegría de la Iglesia es precisamente anunciar el nombre de Jesús» para poder decir: «Mi esposo es el Señor, es Dios» quien «nos salva» y «nos acompaña». En este gozo de esposa, la Iglesia «se convierte en madre. Pablo VI —afirmó el Papa Francisco recordando la enseñanza de su predecesor— decía: la alegría de la Iglesia es precisamente evangelizar» y transmitir esta alegría «a sus hijos». Comprendemos así que la paz de la que «nos habla Isaías —prosiguió— es una paz de gozo, una paz de alabanza, una paz, digamos, rumorosa en la alabanza. Una paz fecunda en la maternidad de

nuevos hijos, una paz que viene precisamente de la alegría de la alabanza a la Trinidad y de la evangelización, es decir, de ir a decir a los pueblos quién es Jesús». Paz y alegría, por lo tanto. «La alegría, siempre, porque —explicó el Santo Padre— deriva de una declaración dogmática de Jesús que dice: tú has decidido así, revelarte no a los sabios sino a los pequeños. También en las cosas muy serias, como esta, Jesús es alegre». Así también la Iglesia deber ser alegre. Siempre, incluso «en el período de su viudez», añadió, ella «es gozosa en la esperanza». «Oremos para que el Señor —concluyó— nos dé a todos nosotros esta alegría». MISAS MATUTINAS PADRE FRANCISCO 3 de diciembre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL - NOVIEMBRE

Que los países que acogen a gran número de refugiados y desplazados, sean apoyados en su esfuerzo de solidaridad. Jesús es «el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 209). Su solicitud especial por los más vulnerables y excluidos nos invita a todos a cuidar a las personas más frágiles y a reconocer su rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de pobreza y esclavitud. El Señor dice: «Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36). Misión de la Iglesia, peregrina en la tierra y madre de todos, es por tanto amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados; entre éstos, están ciertamente los emigrantes y los refugiados, que intentan dejar atrás difíciles condiciones de vida y todo tipo de peligros. Por eso, el lema de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año es: Una Iglesia sin fronteras, madre de todos. En efecto, la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los pueblos, sin discriminaciones y sin límites, y para anunciar a todos que «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Después de su muerte y resurrección, Jesús confió a sus discípulos la misión de ser sus testigos y de proclamar el Evangelio de la alegría y de la misericordia. Ellos, el día de Pentecostés, salieron del Cenáculo con valentía y entusiasmo; la fuerza del Espíritu Santo venció sus dudas y vacilaciones, e hizo que cada uno escuchase su anuncio en su propia lengua; así desde el comienzo, la Iglesia es madre con el corazón abierto al mundo entero, sin fronteras. Este mandato abarca una historia de dos milenios, pero ya desde los primeros siglos el anuncio misionero hizo visible la maternidad universal de la Iglesia, explicitada después en los escritos de los Padres y retomada por el Concilio Ecuménico Vaticano II. Los Padres conciliares hablaron de Ecclesia mater para explicar su naturaleza. Efectivamente, la Iglesia engendra hijos e hijas y los incorpora y «los abraza con amor y solicitud como suyos» (Const. dogm. sobre la IglesiaLumen gentium, 14). La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable. Si vive realmente su maternidad, la comunidad cristiana alimenta, orienta e indica el camino, acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras de misericordia. Todo esto adquiere hoy un significado especial. De hecho, en una época de tan vastas migraciones, un gran número de personas deja sus lugares de origen y emprende el arriesgado viaje de la esperanza, con el equipaje lleno de deseos y de temores, a la búsqueda de condiciones de vida más humanas. No es extraño, sin embargo, que estos movimientos migratorios susciten desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales, antes incluso de conocer las circunstancias de persecución o de miseria de las personas afectadas. Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado.

Por una parte, oímos en el sagrario de la conciencia la llamada a tocar la miseria humana y a poner en práctica el mandamiento del amor que Jesús nos dejó cuando se identificó con el extranjero, con quien sufre, con cuantos son víctimas inocentes de la violencia y la explotación. Por otra parte, sin embargo, a causa de la debilidad de nuestra naturaleza, “sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270). La fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad permite reducir las distancias que nos separan de los dramas humanos. Jesucristo espera siempre que lo reconozcamos en los emigrantes y en los desplazados, en los refugiados y en los exiliados, y asimismo nos llama a compartir nuestros recursos, y en ocasiones a renunciar a nuestro bienestar. Lo recordaba el Papa Pablo VI, diciendo que «los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás» (Carta ap. Octogesima adveniens, 14 mayo 1971, 23). Por lo demás, el carácter multicultural de las sociedades actuales invita a la Iglesia a asumir nuevos compromisos de solidaridad, de comunión y de evangelización. Los movimientos migratorios, de hecho, requieren profundizar y reforzar los valores necesarios para garantizar una convivencia armónica entre las personas y las culturas. Para ello no basta la simple tolerancia, que hace posible el respeto de la diversidad y da paso a diversas formas de solidaridad entre las personas de procedencias y culturas diferentes. Aquí se sitúa la vocación de la Iglesia a superar las fronteras y a favorecer «el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014). Sin embargo, los movimientos migratorios han asumido tales dimensiones que sólo una colaboración sistemática y efectiva que implique a los Estados y a las Organizaciones internacionales puede regularlos eficazmente y hacerles frente. En efecto, las migraciones interpelan a todos, no sólo por las dimensiones del fenómeno, sino también «por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional» (Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 29 junio 2009, 62). En la agenda internacional tienen lugar frecuentes debates sobre las posibilidades, los métodos y las normativas para afrontar el fenómeno de las migraciones. Hay organismos e instituciones, en el ámbito internacional, nacional y local, que ponen su trabajo y sus energías al servicio de cuantos emigran en busca de una vida mejor. A pesar de sus generosos y laudables esfuerzos, es necesaria una acción más eficaz e incisiva, que se sirva de una red universal de colaboración, fundada en la protección de la dignidad y centralidad de la persona humana. De este modo, será más efectiva la lucha contra el tráfico vergonzoso y delictivo de seres humanos, contra la vulneración de los derechos fundamentales, contra cualquier forma de violencia, vejación y esclavitud. Trabajar juntos requiere reciprocidad y sinergia, disponibilidad y confianza, sabiendo que «ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014). A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación, para que se humanicen las condiciones de los emigrantes. Al mismo tiempo, es

necesario intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas para garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a pueblos enteros a dejar su patria a causa de guerras y carestías, que a menudo se concatenan unas a otras. A la solidaridad con los emigrantes y los refugiados es preciso añadir la voluntad y la creatividad necesarias para desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más justo y equitativo, junto con un mayor compromiso por la paz, condición indispensable para un auténtico progreso. MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2015 PADRE FRANCISCO 3 de septiembre de 2014 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

“Dios no olvida a ninguno de sus hijos”  […] Los refugiados, como ustedes, se encuentran a menudo carentes, a veces durante mucho tiempo, de los bienes primarios: vivienda digna, asistencia sanitaria, educación, trabajo. Tuvieron que abandonar no sólo bienes materiales, sino, principalmente, la libertad, la cercanía de los familiares, su entorno de vida y las tradiciones culturales. Las condiciones degradantes en las que muchos refugiados tienen que vivir son intolerables. Por eso es preciso hacer todo esfuerzo para eliminar las causas de esta realidad. Hago un llamamiento para una mayor convergencia internacional para resolver los conflictos que ensangrientan sus tierras de origen, para contrarrestar las otras causas que obligan a las personas a abandonar su patria y promover las condiciones que les permitan quedarse o retornar. Aliento a todos los que están trabajando generosa y lealmente por la justicia y la paz a no desanimarse. Me dirijo a los líderes políticos para que tengan en cuenta que la gran mayoría de sus poblaciones aspiran a la paz, aunque a veces ya no tienen la fuerza ni la voz para pedirla. Muchas organizaciones están haciendo mucho por los refugiados; me alegra particularmente la obra eficaz de los numerosos grupos católicos, que ofrecen ayuda generosa a tantas personas necesitadas sin discriminación alguna. Deseo expresar vivo reconocimiento a las autoridades turcas por el gran esfuerzo realizado en la asistencia a los desplazados, especialmente los refugiados sirios e iraquíes, y por el compromiso real de intentar satisfacer sus exigencias. Espero también que no falte el apoyo necesario de la comunidad internacional. Queridos jóvenes, no se desanimen. Es fácil decirlo... pero hagan un esfuerzo para no desanimarse. Con la ayuda de Dios, sigan esperando en un futuro mejor, a pesar de las dificultades y obstáculos que ahora están afrontando. La Iglesia Católica, a través de la valiosa labor de los

Salesianos, les es cercana y, además de otras ayudas, les ofrece la oportunidad de cuidar su educación y su formación. Recuerden siempre que Dios no olvida a ninguno de sus hijos, y que los niños y los enfermos están más cerca del corazón del Padre. Por mi parte, junto con toda la Iglesia, voy a seguir dirigiéndome con confianza al Señor, pidiéndole que inspire a los que ocupan puestos de responsabilidad, para que promuevan la justicia, la seguridad y la paz sin vacilación y de manera verdaderamente concreta. A través de sus organizaciones sociales y caritativas, la Iglesia permanecerá a su lado y seguirá apoyando su causa ante el mundo. SALUDO A LOS JÓVENES REFUGIADOS ASISTIDOS POR LOS SALESIANOS PADRE FRANCISCO 30 de noviembre de 2014 Ver el texto completo:

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  INTENCION POR LA EVANGELIZACION – NOVEMBER Para que en las parroquias, sacerdotes y laicos, colaboren juntos en el servicio a la comunidad sin caer en la tentación del desaliento. […] La misión de los laicos en la Iglesia tiene, de hecho, una notable importancia, puesto que contribuyen a la vida de las parroquias y de las instituciones eclesiales, sea como colaboradores, sea como voluntarios. Es bueno reconocer y apoyar su compromiso, aun manteniendo la distinción clara entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio del servicio. Sobre este punto, os aliento a proseguir la formación de los bautizados respecto a las verdades de la fe y su significado para la vida litúrgica, parroquial, familiar y social, y a elegir con cuidado a los colaboradores. De este modo, permitiréis a los laicos insertarse verdaderamente en la Iglesia, ocupar el lugar que les corresponde y hacer fecunda la gracia bautismal recibida, para ir juntos al encuentro de la santidad y trabajar por el bien de todos. Además, la misión recibida del Señor nos invita a salir al encuentro de aquellos con quienes nos ponemos en contacto, aunque por su cultura, su confesión religiosa o su fe se distingan de nosotros. Si creemos en la acción libre y generosa del Espíritu, podemos comprendernos bien unos a otros y

colaborar para servir mejor a la sociedad y contribuir de modo decidido a la paz. El ecumenismo no sólo es una contribución a la unidad de la Iglesia, sino también a la unidad de la familia humana (cf. Evangelii gaudium, 245). Favorece una convivencia fecunda, pacífica y fraterna. Pero en la oración y en el anuncio común del Señor Jesús debemos prestar atención a que los fieles de todas las confesiones cristianas vivan su fe de manera inequívoca y libre de confusión, y sin retocar suprimiendo las diferencias en detrimento de la verdad. Por ejemplo, cuando escondemos nuestra fe eucarística con el pretexto de ir al encuentro, no tomamos suficientemente en serio ni nuestro patrimonio ni el de nuestro interlocutor. Del mismo modo, la enseñanza de la religión en las escuelas debe tener en cuenta la particularidad de cada confesión. Os animo a expresaros juntos de manera clara sobre los problemas de la sociedad, en un tiempo en el que diversas personas —incluso dentro de la Iglesia— se sienten tentadas de prescindir del realismo de la dimensión social del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 88). El Evangelio posee una fuerza originaria propia para hacer propuestas. Nos corresponde a nosotros presentarlo en toda su amplitud, hacerlo accesible sin ofuscar su belleza ni disminuir su fascinación, para que llegue a las personas que deben afrontar las dificultades de la vida diaria, que buscan el sentido de su vida o se han alejado de la Iglesia. Desilusionadas o abandonadas a sí mismas, se dejan tentar por modos de pensar que niegan conscientemente la dimensión trascendente del hombre, de la vida y de las relaciones humanas, especialmente ante el sufrimiento y la muerte. El testimonio de los cristianos y de las comunidades parroquiales puede iluminar de verdad su camino y apoyar su búsqueda de la felicidad. […] DISCURSO A LOS OBISPOS DE ZUIZA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM" PADRE FRANCISCO 1 de diciembre de 2014 Ver el texto completo:

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COMENTARIO

“No a la acedia egoísta”  28. La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas»[26]. Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad

generosa, de la adoración y la celebración[27]. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización[28]. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión. 81. Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre. Hoy se ha vuelto muy difícil, por ejemplo, conseguir catequistas capacitados para las parroquias y que perseveren en la tarea durante varios años. Pero algo semejante sucede con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a que las personas necesitan imperiosamente preservar sus espacios de autonomía, como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante. EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM FRANCISCO 24 de noviembre de 2013 Ver el texto completo:

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INTENCION UNIVERSAL - DICIEMBRE

Para que en ninguna parte del mundo existan niños soldados. El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo. El ángel dijo a los pastores: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…». También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo “diagnóstico” para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano. Recordemos la labor que realiza el Instituto Effetà Pablo VI en favor de los niños palestinos sordomudos: es un signo concreto de la bondad de Dios. Es un signo concreto de que la sociedad mejora. Dios hoy nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Y aquí tenéis la señal», buscad al niño… El Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno materno. En este mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño. Y nos preguntamos: ¿Quién somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quién somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de “perder tiempo” con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas? Y aquí tenemos la señal: «encontraréis un niño…». Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay

niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas (cf. Mt2, 18). «Y aquí tenéis la señal»: encontraréis un niño. El Niño Jesús nacido en Belén, todo niño que nace y crece en cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación. De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso, consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de participación y de amor. PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA HOMILÍA PADRE FRANCISCO 25 de mayo de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2014/documents/papafrancesco_20140525_terra-santa-omelia-bethlehem.html © Copyright 2014 - Libreria Editrice Vaticana

INTENCION POR LA EVANGELIZACION - DICIEMBRE Para que los pueblos de Europa redescubran la belleza, la bondad y la verdad del Evangelio que dan alegría y esperanza a la vida. Le dirijo mi cordial saludo a usted, a los obispos, a los responsables nacionales y a los jóvenes reunidos durante estos días en Roma para el iv Congreso europeo de pastoral juvenil, organizado por el Consejo pontificio para los laicos en colaboración con el Consejo de Conferencias episcopales de Europa sobre el tema: Una Iglesia joven, testigo de la alegría del Evangelio. Después de tres encuentros de los años noventa, volvéis a «caminar juntos por los caminos de Europa». Os invito a tener presente que, a lo largo del camino, mientras conversamos y discutimos juntos, Jesús en persona se acerca y camina con nosotros (cf. Lc 24, 15). Como los discípulos de Emaús, dejemos que Él nos abra los ojos para reconocerlo, ayudándonos a encontrar en Él mismo el sentido de esta difícil pero apasionante etapa de la historia que se nos concede vivir juntos.

Vosotros, que trabajáis en el campo de la pastoral juvenil, realizáis una tarea valiosa para la Iglesia. Los jóvenes tienen necesidad de este servicio: de adultos y coetáneos maduros en la fe que los acompañen en su camino, ayudándoles a encontrar el sendero que conduce a Cristo. Mucho más que en la promoción de una serie de actividades para los jóvenes, esta pastoral consiste en caminar con ellos, acompañándolos personalmente en los contextos complejos, y a veces difíciles, en los que están insertados. La pastoral juvenil está llamada a captar los interrogantes de los jóvenes de hoy y, a partir de ellos, a comenzar un diálogo verdadero y honrado para llevar a Cristo a su vida. Y en este sentido, un verdadero diálogo lo puede entablar quien vive una relación personal con el Señor Jesús, que se expresa en la relación con los hermanos. Por este motivo os habéis reunido, para crear una «red» de conocimientos y amistades a nivel europeo, gracias a las cuales los responsables de la pastoral juvenil del continente puedan compartir las experiencias vividas «sobre el terreno» y las cuestiones que derivan de ellas. Sabemos muy bien que hay mucho por hacer. Os pido que nunca os canséis de anunciar el Evangelio con la vida y con la palabra: ¡La Europa de hoy tiene necesidad de redescubrirlo! Por lo tanto, deseo animaros a considerar la realidad actual de los jóvenes europeos con la mirada de Cristo. Él nos enseña a ver no sólo los desafíos y los problemas, sino también a reconocer las tantas semillas de amor y de esperanza esparcidas en el terreno de este continente, que ha dado a la Iglesia un gran número de santos y santas, y ¡muchos de estos son jóvenes! No olvidemos que hemos recibido la tarea de sembrar, pero que es Dios quien hace crecer las semillas que sembramos (cf. 1 Co 3, 7). Mientras sembráis la Palabra del Señor en este vasto campo que es la juventud europea, tenéis la ocasión de testimoniar las razones de la esperanza que hay en vosotros, con dulzura y respeto (cf. 1 P 3, 15). Podéis ayudar a los jóvenes a darse cuenta de que la fe no se contrapone a la razón, y así acompañarlos para que lleguen a ser protagonistas felices de la evangelización de sus coetáneos. MENSAJE A LOS PARTICIPANTES EN EL IV CONGRESO EUROPEO DE PASTORAL JUVENIL PADRE FRANCISCO 11 de diciembre de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2014/documents/papafrancesco_20141211_messaggio-pastorale-giovanile.html © Copyright 2014 - Libreria Editrice Vaticana

COMENTARIO

“Europa confundida acerca de su identidad”  Este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la promulgación del decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, que inauguró una nueva era de relaciones ecuménicas y de compromiso en la búsqueda de la unidad de los discípulos de Cristo.

Para todos nosotros, el trabajo de la Comisión internacional de diálogo católica-veterocatólica desempeña un papel significativo en la búsqueda de una creciente fidelidad a la oración del Señor «que todos sean uno» (Jn 17, 21). Fue posible construir puentes de entendimiento recíproco y de cooperación práctica. Se realizaron acuerdos y detectaron diferencias de manera cada vez más precisas, situándolas en contextos nuevos. Si, por una parte, nos alegramos cada vez que podemos realizar ulteriores pasos hacia una comunión más firme de fe y de vida, por otra, nos entristecemos al tomar conciencia de los nuevos desacuerdos que surgieron entre nosotros en el curso de los años. Las cuestiones eclesiológicas y teológicas que acompañaron nuestra separación son ahora más difíciles de superar por causa de nuestra creciente distancia sobre temas concernientes al ministerio y al discernimiento ético. El desafío que católicos y veterocatólicos tienen que afrontar es, por consiguiente, el de perseverar en un diálogo teológico sustancial y continuar caminando juntos, rezando juntos y trabajando juntos con un espíritu más profundo de conversión a todo lo que Cristo quiere para su Iglesia. En nuestra separación existieron, por ambas partes, pecados graves y debilidades humanas. Con un espíritu de mutuo perdón y de humilde arrepentimiento, ahora necesitamos fortalecer nuestro deseo de reconciliación y de paz. El camino hacia la unidad inicia con una conversión del corazón, con una conversión interior (cf. Unitatis redintegratio, 4). Es un viaje espiritual desde el encuentro a la amistad, de la amistad a la fraternidad, de la fraternidad a la comunión. A lo largo del recorrido, el cambio es inevitable. Tenemos que estar siempre dispuestos a escuchar y seguir las sugerencias del Espíritu que nos guía hacia la verdad plena (cf. Jn 16, 13). Mientras tanto, en el corazón de Europa, tan confundida acerca de su identidad y su vocación, existen muchas zonas en las que católicos y veterocatólicos pueden colaborar, tratando de responder a la profunda crisis espiritual que afecta a los individuos y a la sociedad. Hay sed de Dios. Hay un profundo deseo de redescubrir el sentido de la vida. Y hay una urgente necesidad de dar un testimonio creíble de las verdades y de los valores del Evangelio. En esto podemos apoyarnos y alentarnos mutuamente, sobre todo a nivel de parroquias y de comunidades locales. En efecto, el alma del ecumenismo consiste en la «conversión del corazón» y en la «santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos» (Unitatis redintegratio, 8). Orando unos por otros y unos con otros, nuestras diferencias serán aceptadas y superadas en la fidelidad al Señor y a su Evangelio. DISCURSO A UNA DELEGACIÓN DE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE OBISPOS VETEROCATÓLICOS DE LA UNIÓN DE UTRECHT PADRE FRANCISCO 30 de octubre de 2014 Ver el texto completo: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/october/documents/papafrancesco_20141030_vescovi-veterocattolici.html © Copyright 2014 - Libreria Editrice Vaticana

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