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JUDERIA DE SEVILLA Organizado por CIPITISE realizamos la visita a la antigua Judería de Sevilla, recorriendo callejuelas y rincones, misterios y leyendas formando parte de la historia de nuestra ciudad.
Cuando Fernando III, reconquistó la ciudad el día 23 de noviembre en 1248, una delegación de judíos fue a su encuentro y le entregó las llaves de la aljama, con una leyenda que decía: "El Rey de Reyes abrirá, el Rey de toda la Tierra entrará". Esta llave se conserva hasta el día de hoy en el tesoro de la Catedral. Con este gesto, los hebreos reconocían al monarca castellano como rey de las tres religiones. Y así efectivamente fue. Y como prueba de ello se puede ver a los pies de la urna de San Fernando cuatro epitafios con el mismo texto en castellano, hebreo, latín y árabe. Tras la toma de Sevilla en 1248 y la entrada triunfal en nuestra ciudad del Rey Fernando III de Castilla el 22 de Diciembre de ese año, quedó organizado en la misma, el llamado Cabildo Eclesiástico de la ciudad de Sevilla bajo el título de: DEÁN Y CABILDO DE LA SANTA IGLESIA DE SEVILLA, para que los habitantes de la ciudad, fueran clasificados por su creencia religiosa; los Judíos, el grupo más numeroso, los Musulmanes, aquellos que no habían querido abandonar la ciudad y los Cristianos el grupo de menor número, en su mayoría procedentes de Castilla y de los territorios conquistados. Estos tres grupos, vivían separados, mas tarde musulmanes y cristianos se unieron, manteniéndose los judíos aislados, en su mayoría, hasta su expulsión por los Reyes Católicos hacia 1.470.
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¿Qué huellas quedan de la antigua judería? La llave simbólica que abría la judería; la llamada Puerta de las Cadenas que era el antiguo acceso desde la judería al Alcázar; la calle de la Pimienta así denominada por un árbol milagroso que se le apareció a un converso o las columnas de la sinagoga de Santa Cruz que hoy están en los jardines del pabellón de Chile de la Exposición Iberoamericana de 1929; un lugar visible es el lienzo de muralla de la calle Fabiola que separaba el barrio judío del resto de la ciudad, o el rastro que permanece oculto en las iglesias que fueron sinagogas. Arcos ocultos, disposiciones espaciales o azulejos dispersos suponen un auténtico juego de pistas para los que deseamos conocer ese pasado algo olvidado de la Historia de la ciudad, y para entrar atravesando hoy esa muralla imaginaria podemos contemplar la llave simbólica (ver la foto) que abría la Judería. La historia de la judería sevillana es una crónica de lugares aparentemente desaparecidos, de un mapa invisible que sólo sería posible reconstruir por medio de un complejo aparato documental. Una tarea de historiadores que ha sido posible gracias a la investigación del catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla Don Rafael Gómez en su monografía Sinagogas de Sevilla.
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Iniciamos nuestro recorrido por lo que fue la calle principal donde estaban los palacios, las casas importantes, las tiendas y una de las sinagogas. «Esa calle era la que aún va desde la Puerta de la Carne hasta la iglesia de San Nicolás, o sea la calle Santa María la Blanca y su prolongación en la calle San José». Continuamos junto a las Casas de la Judería, por la estrechas calles Verde, San Clemente y Virgen de la Alegría, nos topamos con la iglesia de San Bartolomé. «Enfrente de la iglesia de Santa María la Blanca, se encontraba el mikweh o baño ritual de la sinagoga, hoy sótano del bar de esquina que posee las características de un hamman».
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Tras la Reconquista, la muralla que rodeaba la judería era, por su lado exterior, la de la ciudad pero fuera del recinto destacaba la mole del Alcázar, así como el barrio de la mezquita y una parte de la Borceguinería; la judería quedaba limitada por el muro que, arrancando de la puerta del Alcázar, muy cerca de la calle de la Vida, penetraba en la calle de la Soledad, alcanzaba la zona donde se levanta hoy la iglesia de San Nicolás y corría a lo largo de la calle Toqueros y la del Vidrio para entrar en la de los Tintes por el callejón de Armenta (en otros tiempos de la Rosa) para unirse finalmente con el muro exterior de la Puerta de Carmona. Las tres puertas de la Judería… El barrio judío se comunicaba con el campo y su necrópolis propia por la Puerta de la Carne, a la que los árabes llamaban Bab Yahwar o Puerta de la Perlas. La segunda puerta tenía acceso a la calle Mesón del Moro. La tercera era la de San Nicolás, al principio de la calle San José. Había una puerta pequeña, llamada del Atambor porque por la noche se cerraba a los sones del tambor del cuerpo de guardia. Esta puerta daba a la calle Rodrigo Caro. Los judíos ayudan a reactivar la economía sevillana Durante el siglo XIII y XIV, los judíos contribuyeron a reactivar la economía sevillana. Muchos de ellos se convirtieron en servidores de la casa real, arrendadores de las rentas de la frontera, que debían recaudar los derechos reales del almojarifazgo de Sevilla por Fernando IV. Durante su reinado, Sevilla se convirtió en el centro del gran comercio internacional. Es muy posible que los hebreos participasen en todas las actividades relacionadas con los intercambios marítimos, aunque a falta de documentos, no se puede afirmar categóricamente. El término “almojarifazgo” provendría de “al-musrif” o supervisor encargado de cobrar los derechos aduaneros en la puerta de las grandes ciudades y puertos. De hecho cuando en el siglo XIV esta renta se transforme pasa a ser casi en exclusiva un derecho a cobrar sobre el comercio entre distintas provincias fiscales, al que llamaremos almojarifazgo aduanero o comercial (Véase almojarifazgo aduanero, almojarifazgo municipal, portazgo, pesos y medidas y tiendas). El origen del almojarifazgo, como fonéticamente parece evidente, hay que ponerlo pues en relación con la herencia islámica de las ciudades anexionadas al sur del Tajo, las cuales pertenecen al monarca, que mantiene sobre ellas un derecho de propiedad del que se derivan las rentas, los monopolios y regalías que junto a las exigencias jurisdiccionales conforman el mismo, aunque dicho origen no es sin embargo exclusivamente islámico, pues en él se conjugan las regalías tradicionales de la Corona sobre sus ciudades, las nuevas rentas feudales surgidas en torno al siglo XIII y la herencia fiscal andalusí, compuesta por el conjunto de exacciones que se perciben en las ciudades islámicas y que ahora pertenecen a su nuevo propietario.
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La judería sevillana alcanzó su apogeo bajo el reinado de Pedro I, rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte y gran mecenas de la Sevilla judía. Rodeado de gentes que lo traicionaban continuamente, don Pedro otorgó su confianza a su tesorero, Samuel ha-Leví. Samuel Leví alcanzó tal poder y prestigio que suscitó la envidia de la corte, quienes lo acusaron ante el rey de haber robado sus rentas. Éste lo mandó prender, y en las Atarazanas de Sevilla murió, después de haber sido atormentado, hacia 1361. Le fueron confiscados sus bienes, según se dice muy cuantiosos, ya que se le encontraron grandes cantidades de oro y plata, y se incautaron sus propiedades en Toledo y Sevilla. Esta decisión de Pedro I se ha explicado no sólo por las acusaciones que le fueron hechas a don Samuel, sino por un deseo de cambiar de política económica, a la vez que con ello se complacía al clero y acaballaba las murmuraciones que mostraban al rey como benefactor de los judíos. Como aspectos curiosos podemos considerar el rescate de algunos restos simbólicos que quedaron dispersos. Por ejemplo, los sellos hebreos que aparecieron en los jardines del Alcázar en 1780 y que hoy se encuentran en el Museo Británico o las columnas que sostenían los arcos de la sinagoga de Santa Cruz. En 1830 se llevaron al jardín botánico que se pretendía crear en el Colegio de Mareantes de San Telmo cuyos terrenos compró el duque de Montpensier. Aquellas columnas que asistieron a la historia de la judería, se encuentran hoy en una verja de los jardines del Pabellón de Chile de la Exposición Iberoamericana de 1929 como mudos testigos del paso de los siglos.
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Santa Cruz es el nombre con el que en la actualidad se denomina una parte de la antigua Judería. Antes de 1248, la judería de los musulmanes ocupaba ya el Barrio de Santa Cruz hasta la Puerta de la Carne. Referencias de la etapa almohade denominan la zona que se extiende desde la Puerta de Jerez a la Puerta de la Carne como Barrio del Alcázar de la Bendición. Una muralla, levantada en época medieval, otorgaba a la Judería cierta independencia. No existe constancia que aquella zona estuviera ocupada por judíos desde la etapa musulmana de la ciudad aunque existe una tradición que nos dice que cuando la ciudad fue conquistada por Castilla en 1248, los almohades entregaron la llave de la ciudad y los judíos la de la Judería al rey Fernando III. Aunque no es más que una tradición, las dos llaves que se conservan en el Tesoro de la Catedral parecen confirmarlo. Lo que sí que es cierto es que una vez conquistada la ciudad todas las mezquitas fueron entregadas a la iglesia excepto tres que se concedieron a los judíos. Las relaciones entre judíos y cristianos no siempre fueron pacíficas. La práctica de la usura levantaba odios y recelos en el resto de la población. El gran asalto que tuvo lugar en 1391 acabó con el carácter judío del barrio. Las casas incautadas a los judíos fueron entregadas a los cristianos y las sinagogas convertidas en iglesias cristianas. Iglesia de San Bartolomé El primitivo templo de San Bartolomé, debió estar, donde hoy se encuentra el Convento de la Visitación de Santa María, conocido popularmente por las Salesas, y al que los antiguos llamaban San Bartolomé el Viejo, conociéndose su existencia contemporánea a la de los judíos en su Sinagoga y cuyos hechos aparecen reflejados en una concordia de fecha 15 de Septiembre de 1.410, entre el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla y los Beneficiados de la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, cuyo original se encuentra en los Archivos Catedralicios. Aproximadamente en el año 1.470, tras la expulsión de los judíos, la antigua Parroquia de San Bartolomé el Viejo, se traslada a lo que era Sinagoga de la Judería, próxima a la muralla de Sevilla y situada entre la llamada Puerta de la Carne y la Puerta Carmona, ejecutándose una serie de obras de adaptación y ampliación, según consta en los documentos de la época, denominándose San Bartolomé el Nuevo, quedando totalmente adaptada al Culto en el año de 1.490, siendo derribado en 1.779. El nuevo templo se terminó en 1.786; el arquitecto autor de las trazas fue Antonio Matías de Figueroa, siendo Fernando Rosales y José Echamorro los arquitectos directores de la obra, y en 1.806 se consagró al culto. A la izquierda de la portada se encuentra un retablo cerámico de Facundo Peláez de Cerámicas Santa Ana, con la imagen de la Virgen de la Alegría, este encargo se realizó en 1972 para conmemorar el tercer centenario de la fundación de la Hermandad de la Alegría, la Virgen aparece con su manto granate, corona y ráfagas, iluminado por sendos faroles de forja.
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Exterior El exterior del templo resulta muy sencillo, y destacan la torre y la portada que se abre en el muro del Evangelio, simétrica a un acceso de menor relevancia existente en el muro contrario. Responde a los modelos clasicistas de fines del siglo XVIII, con el uso de pilastras toscanas. La torre, que se ubica a los pies de este muro, posee un entablamento dórico en su caña. Sobre él, y ante la ausencia de remate definitivo, se sitúa un cuerpo de campanas con alternancia de columnas y pilastras. Interior La iglesia presenta planta de cruz latina, con tres naves separadas por pilares cruciformes y coro en alto a los pies. A los costados de las naves y junto a la cabecera se adosan una serie de capillas y dependencias, de menor alzado que el cuerpo principal para permitir la iluminación de éste. La nave central, de doble anchura que las laterales, está cubierta por bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones, mientras que las laterales poseen bóvedas de arista. Este esquema se modifica en el crucero, pues mientras que los tramos laterales utilizan la bóveda de cañón con lunetos, en el central se alza una cúpula sobre tambor. Elementos decorativos El retablo principal del altar mayor, fechado en torno a 1800, está compuesto por banco, un cuerpo de tres calles y ático. Las principales esculturas son, en el centro San Bartolomé, flanqueado a sus lados por San Juan de Nepomuceno y San Félix de Cantalicio, por encima de ellas, en el ático, la Trinidad, todas datan del siglo XVII. En la capilla lateral de la izquierda se encuentra la Virgen de la Alegría, imagen de candelero, fechable en el siglo XVI e intervenida en el siglo XVIII, está atribuida a Roque Balduque, en la de la derecha se encuentra un retablo neoclásico con el Sagrado Corazón en el centro y a su lado esculturas de San Cayetano y San Jerónimo, completadas con un relieve de la resurrección en el remate. También encontramos la Capilla de San José, con una talla de gran valor artístico, siendo acompañada por las imágenes de Santa Águeda y Santa Lucía. Debajo de la hornacina, un pequeño nacimiento. El órgano de San Bartolomé es un instrumento de un rico sonido digno de escuchar. Sus graves están considerados como uno de los órganos de más riqueza armónica de Europa.
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Parte importante de la antigua Judería, en el barrio de San Bartolomé se puede disfrutar de calles sugerentes y llenas de atractivos, en su intrincado laberinto y en sus callejuelas. El tiempo no pudo escapar de este barrio y subyace en cada patio, surgiendo a borbotones y volcando su caudal de historia. El cerco de la antigua Judería se iniciaba en la calle Tintes, pasaba por la plaza de las Mercedarias, Conde de Ibarra y Federico Rubio hasta alcanzar Mateos Gago. Abarcaba las dos mitades de la Judería que son el barrio de San Bartolomé y el barrio de Santa Cruz. Para el tránsito las murallas se abrían en dos o tres postigos que comunicaban con los demás barrios; en el otro extremo la Puerta de las Perlas miraba al campo y al cementerio de la comunidad que puede localizarse por el sitio del actual mercado de la Puerta de la Carne. Las calles de Santa María la Blanca y San José son la columna vertebral del barrio que se ramifica en pequeñas callejuelas llenas de encanto como Cano y Cueto, San Clemente, Céspedes o Levíes. Los pulmones de San Bartolomé son dos plazas gremiales que tienen mucho que ver entre sí, Curtidores y Zurradores, además de la plaza de las Mercedarias. Alfonso X dona a los judíos tres mezquitas para convertirlas en sinagogas En 1252, Alfonso X donó a los judíos tres mezquitas en la Judería, para que las convirtieran en sinagogas. Estas sinagogas se corresponden con las iglesias actuales: Santa María la Blanca, San Bartolomé y la ya desaparecida Santa Cruz. Plaza de Santa Cruz Desde la Plaza de Alfaro llegamos a la Plaza de Santa Cruz. Esta plaza se encuentra rodeada por una pequeña zona ajardinada y arbolada y en torno a ella hay numerosas casas señoriales, entre ellas, la antigua casa del arquitecto Juan Talavera, uno de los autores más importantes de la arquitectura regionalista sevillana. Antiguamente estuvo en la plaza la parroquia de la Santa Cruz, que daba nombre al barrio. La iglesia, de estilo mudéjar, aprovechó una de las tres sinagogas que había en la judería sevillana y fue convertida en iglesia cristiana. La iglesia estaba en estado ruinoso cuando fue derribada en 1811 por el gobierno de ocupación francés, que emprendió un plan de reurbanización de la ciudad. La plaza ocupa el solar de la iglesia. En esta antigua iglesia estaba enterrado Murillo, y sus restos quedaron sepultados en el derribo, como atestigua una placa en la fachada oeste de la plaza.
En algunos edificios que están restaurados, observamos esta placa que indica: “los caminos de Sefarad” Sefarad literalmente es el nombre de España en hebreo, y quiere indicar que el edificio que lo tiene está incluido en la red de juderías de España.
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Cruz de la Cerrajería en Plaza Santa Cruz En 1921 se coloca en su centro la Cruz de la Cerrajería. Este monumento es de 1692, obra del rejero Sebastián Conde, y en su origen estaba situado en la confluencia de las calles Sierpes y Cerrajería (de ahí su nombre). Debido a las molestias que causaba en la circulación fue desmontada y vuelta a montar en numerosas ocasiones, hasta que finalmente en el siglo XIX se llevó al Museo de Bellas Artes. En 1921, con motivo de las reformas urbanísticas del barrio de Santa Cruz, se colocó definitivamente presidiendo el jardín de esta plaza.
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Antigua Sinagoga-Iglesia de Santa María la Blanca
En los trabajos de restauración terminados en enero de 2.013, los arqueólogos han encontrado por primera vez restos de estructuras, tanto de la mezquita como de la sinagoga judía, que apuntan a que el actual templo cristiano no se levantó a costa de destruir los anteriores, sino utilizando al menos parte de lo edificado. Se ha podido comprobar que el único templo de Sevilla que conserva restos de las tres religiones es Santa María la Blanca.
Edificada en el siglo XIII como sinagoga, fue transformada en templo cristiano en 1391, tras las matanzas en la Judería de Sevilla. El nombre y la advocación de Santa María de las Nieves se lo impuso el cabildo catedralicio, conocida hoy popularmente como Santa María la Blanca. La portada lateral, con acceso desde la calle Archeros, conserva dos fustes romanos coronados por sendos capiteles visigodos, que corresponden a la antigua sinagoga.
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La iglesia actual de Santa María la Blanca, en 1662 comienzan las obras con el canónigo Justino de Neve como restaurador y Pedro Sánchez Falconete dirige las obras que finalizaron en1665. En estilo barroco, presenta una planta dividida en tres naves, que se encuentra a su vez dividida por columnas de mármol rojo. Se han realizado varias restauraciones a lo largo de los siglos; ya en el s. XVIII y concretamente en el año 1741, se hace una nueva renovación en las fachadas, interviniéndose, principalmente en el piso bajo y en la portada principal. La leyenda que podemos contemplar con referencia al año 1741, nos permite datar la magnífica sillería almohadillada que sobre ocres y amarillos, con incisiones en negro cubría sus dos fachadas en su cuerpo bajo y, la portada hasta la altura de la cornisa.
El dogma de la Inmaculada El acto más importante emanado de la Santa Sede en el s. XVII, a favor de la Inmaculada Concepción, fue la bula Pontificia Sollicitude Omnium Ecclesiarum, del Papa Alejandro VII en 1661. En este documento, escrito de su propio puño y letra, el Pontífice ratifica y renueva las constituciones a favor de María Inmaculada, al tiempo que impone gravísimas penas a quien sustente o enseñe opinión contraria a los dichos decretos y constituciones. Incluía la restauración de templos, y uno de los elegidos fue la Iglesia de Santa María la Blanca. Lo que distinguiría (y sigue haciéndolo) a esta iglesia de las demás de la ciudad son las yeserías con motivos geométricos, vegetales, florones, ángeles, querubines y hasta una reproducción de la Giralda, que ocupan toda la superficie de las bóvedas, cúpula e intradós de los arcos. Estos adornos, junto con las pinturas murales y los azulejos de los zócalos, dotan al templo del sello innegable del más profundo barroquismo. Don Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla e importante mecenas era amigo personal de Murillo. Las yeserías, costeadas por sufragio popular en 1.662, están atribuidas a Pedro Roldán, según algunos estudiosos o, más probablemente, a los hermanos Pedro y Miguel de Borja, habituales colaboradores de Sánchez Falconete. En las pinturas murales, se sabe que intervino Murillo, en tanto que los azulejos son idénticos a los de la sacristía de la iglesia del Sagrario, realizados por Diego de Sepúlveda en 1.657.
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La entrada principal, hacia la calle Santa María la Blanca, se desarrolla en forma de torrefachada que, junto con la portada gótica es lo que queda del edificio de 1.391, año en que se consagró al culto cristiano. Presenta un arco apuntado abocinado, con apenas un par de arquivoltas, estando la más externa adornada con puntas de diamante. En la cornisa aparece la inscripción: “HAC EST DOMVS DEI ET PORTA COELI. 1741” Su significado es "Esta Es la Casa del Señor y Puerta del Cielo". Sobre ella se distinguen tres cuerpos: el primero presenta dos vanos de medio punto, sin ninguna decoración; en el siguiente se sitúa el campanario, con dos arcos de medio punto enmarcados por pilastras y rematado por un frontón partido; por último, aparece una espadaña compuesta por un vano de medio punto enmarcada por pilastras y coronado por remates cerámicos y una cruz-veleta de hierro forjado.
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Es difícil describir la sensación que produce la entrada a este templo. Primero queda uno sobrecogido por la abundancia de la decoración, aumentada por el hecho de que techos y bóvedas estén cubiertos por completo de adornos de yeserías y, por tanto, con volumen. Lo más llamativo o fundamental es que cumple el concepto barroco: "horror vacui" (literalmente "miedo al vacío"). Sus relieves de yeso es el triunfo definitivo de la estética barroca, que representan ángeles, flores, frutas o motivos geométricos, la hojarasca, los fondos iluminados con pan de oro y las pinturas murales con los que se entrelazan, y que a su vez abrazaban a los hoy ausentes cuadros de Murillo, forman el principal conjunto de decoración barroca de Andalucía. De hecho, la renovación emprendida en el templo a partir de 1662 dio lugar a uno de los interiores más bellos y fascinantes de la arquitectura barroca andaluza. Es como entrar dentro de un joyero revestido de una plástica celestial hasta el último rincón.
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En la Capilla Sacramental, contemplamos un retablo barroco. En él aparecen los titulares de la Cofradía del Sagrado Lavatorio de Nuestro Señor Jesucristo, Santo Cristo del Mandato y Madre de Dios del Pópulo. Realizó su última salida penitencial el Jueves Santo de 1.662, comenzando una decadencia que, tras consejo de don Justino de Neve, la lleva a fusionarse con la Hermandad Sacramental de Santa María de las Nieves. En las reglas elaboradas para la fusión se especifica que la cofradía no podrá realizar nunca Estación de Penitencia a la catedral. Su estado actual es inactiva, que no desaparecida, ya que estuvo funcionando hasta un momento indeterminado del siglo XX y no han transcurrido los cien años requeridos para tal eventualidad.
El Crucificado es obra de Diego García de Santa Ana (1.599) realizado en pasta de madera policromada. La Virgen del Pópulo se atribuye a Pedro Nieto hacia 1.640. De san Juan Evangelista ha existido desde siempre la tradición oral de considerarlo como la imagen del antiguo Señor del Lavatorio, aunque José Roda Peña ya demostró de forma documental en 1.985 que la hermandad pagó en 1.698 113 reales por “la cabeza, manos y vestiduras de san Juan”.
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El Retablo Mayor, barroco de finales del XVII, ocupa la totalidad del fondo del presbiterio, que se cubre mediante bóveda de cañón rotundamente decorada con yeserías como el resto de las cubiertas del templo. Preside el retablo la imagen de Nuestra Señora de las Nieves, obra de Juan de Astorga, discípulo aventajado de Molner, elaborada hacia 1.832. Como hecho curioso comentar que las dos columnas salomónicas que aparecen en el retablo fueron las primeras de ese tipo que se instalaron en la ciudad.
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En los laterales de la bóveda del crucero, se alojaban los dos famosos lunetos pintados por Murillo en 1.665, “El sueño del patricio Juan y su esposa” y “El patricio Juan revelando su sueño al pontífice Liberio”.
Los cuadros de Murillo, en forma de medio punto, representaban historias de la fundación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma los dos más grandes, situados en la nave central e iluminados por las claraboyas de la cúpula, y la Inmaculada Concepción y el Triunfo de la Eucaristía en los dos menores, dispuestos en las cabeceras de las naves laterales. La advocación de la iglesia era la misma que la de la basílica romana de Santa Maria Maggiore, en latín Sancta Maria ad Nives, es decir, Santa María de las Nieves, por lo que se combinaba en ella la alusión a la pureza inmaculadamente blanca de la Virgen con una fortuita pero feliz referencia al apellido de Justino (Nives-Neve).
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A Murillo se le encargó que representara, en dos grandes lunetos situados bajo la cúpula, los orígenes de la basílica romana, y, en otros dos lunetos más pequeños, para las naves laterales, una exaltación de la Inmaculada Concepción y del sacramento de la Eucaristía.
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Quince años antes ya había pintado para este templo “La Sagrada Cena”, creado para la Capilla Sacramental sobre 1650. Es de corte tenebrista, juega con los puntos de luz para destacar lo que más interesa como es la cara de Jesús. El apóstol a la izquierda de Cristo refleja la cara de Murillo como autorretrato.
En el banco de altar del Sagrario, se halla dentro de un fanal un Nacimiento, de pequeño formato, realizado en terracota, atribuible a Cristóbal de Ramos (1725-1789).
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Las nieves de agosto Trescientos cincuenta años después Sevilla, en su judería, sigue viviendo sus Nieves de agosto. Un milagro. Eso sería ver la imagen de una nevada en Sevilla cualquier día de agosto. Un milagro que nadie se atrevería a explicar… Pero algo así ocurrió en Roma. Cuenta la tradición que nevó el 4 de agosto del año 352. Constancio como Emperador en el trono y un nuevo Papa desde marzo, Liberio. Y en una de las siete colinas romanas, en el monte Esquilino, se producía el milagro. Cuenta la leyenda que la interpretación la dio la Virgen a un noble patricio, Juan. También su esposa conoció el por qué del milagro. La Virgen deseaba que en aquel lugar se le dedicara una basílica: era el milagro de la Virgen de Agosto. O de la Virgen Blanca. O de la Virgen de las Nieves. Con cualquiera de estas advocaciones la conocemos. En Sevilla también tendría templo, imagen, procesión y hermandad. La leyenda la pintó Bartolomé Esteban Murillo en dos lienzos para la Iglesia de Santa María la Blanca. En estos lienzos Murillo representó el sueño del patricio Juan, la explicación del sueño es la "Donación de sus bienes para el culto a la Virgen", el milagro de la nevada en el Monte Esquilino, la entrevista con el papa Liberio, el papa había tenido el mismo sueño, y la procesión para señalar el lugar en el monte Esquilino de la que sería la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Todo ello lo condensó en dos cuadros que serían una de las atracciones de la reforma barroca que se hizo a la iglesia en 1665. Lienzos que se adaptaban a los arcos, que se aparecían entre las yesería barrocas de las bóvedas, que explicaban la historia de la imagen titular del templo. Junto a estos dos lienzos, Murillo también pintó la Inmaculada Concepción, hoy en el Louvre, y el triunfo de la Eucaristía, hoy en tierras británicas. Tampoco permanecen en su lugar los lienzos que narran la milagrosa historia. Los invasores franceses, con el mariscal Soult a la cabeza, robaron los cuadros en 1810, llevándolos a Francia junto a varios cientos más. En Francia fueron adaptados como cuadros de formato rectangular. Se le añadieron unas enjutas doradas que muestran la planta y el alzado de la Basílica de Roma, según diseños del arquitecto francés Percier. La reclamación española tras la caída de Napoleón logró que los cuadros fueran devueltos, pero no a Sevilla (donde sólo volvieron para una exposición sobre Justino de Neve en los Venerables): se depositaron en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, y en el año 1901 pasaron al Museo del Prado. En la iglesia sevillana se colocaron en su lugar unas simples copias que nos traen la nostalgia de dos obras maestras que fueron robadas del lugar para el que se crearon. La advocación de la Virgen de las Nieves quedó representada en el retablo mayor del templo del s. XIX se supone de Juan de Astorga.
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Samuel Ha-Leví Samuel ha-Leví Abulafia funcionario público, Oidor de la Audiencia y Tesorero Real con Pedro I de Castilla, fue miembro de una influyente familia que ejerció como administrador con plenos poderes del caballero portugués Juan Alfonso de Alburquerque, antes de entrar a las órdenes del rey Pedro I para reorganizar la hacienda de Castilla. Hombre refinado, con conocimientos de astrología y adivinación, desempeñó diferentes cargos en la Corte, y jugó un papel decisivo en la implantación de Pedro I el Cruel frente a sus hermanos bastardos Trastámara. Su mayor recompensa fue la devolución a los hebreos de los bienes que habían perdido tras el saqueo a la judería de 1355 por los partidarios de los Trastámara, y sobre todo la construcción de la soberbia sinagoga que llevó su nombre. Sin embargo, tan poderoso magnate apenas vivió tres años para disfrutar de sus logros, ya que, acusado de defraudar a la hacienda real, los tormentos a los que fue sometido en las Atarazanas acabaron con su vida en 1361 que murió. Antigua sinagoga-Iglesia del Convento de las monjas dominicas Una cuarta sinagoga fue la iglesia del Convento de las monjas dominicas Madre de Dios de la Piedad, al fondo de la calle de San José. Fue comparada con la sinagoga del Tránsito de Toledo y hasta hay quien asegura que fue mandada construir por el mismo Samuel Ha-Levi, el tesorero de Pedro I, constructor de la sinagoga toledana. El convento fue fundado en 1447, pero no se ocupó hasta cuarenta años después. De la antigua estructura de la sinagoga pueden reconocerse todavía las armaduras mudéjares del artesonado.
En la calle Levíes contemplamos la Casa Palacio de D. Miguel Mañara, donde vivió hasta 1677 que se trasladó a vivir en una celda del Hospital de la Santa Caridad.
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En la portada, y apoyado en dos columnas, hay un friso formado por tres bucráneos, ornamento en forma de osamenta procedente de la cabeza de un buey, que representa la muerte, alternando con dos caras regordetas que representan la vida. En la pared cerca de la portada, podemos observar una bomba de cañón incrustada en la fachada del edificio. Fue en Julio de 1843. Esa fue la fecha en que el general Van Halen, afín a la causa del regente Espartero, bombardeó a la sublevada Sevilla. Hay constancia de que otra cayó con virulencia sobre las cubiertas de la Real Fábrica de Tabacos, y otra bomba también de cañón, está incrustada en la fachada del edificio que forma esquina con la calle Mosqueta y el arranque de San Esteban. Sevilla respondió con vehemencia al ataque en defensa a «las libertades» y a Isabel II. Tanto es así que su título de «Invicta» le llegó una vez superado este episodio bélico, del mismo modo que el Ministerio de Defensa avisó a Espartero de quedar considerado como «traidor a la patria» de no bajar las armas; se replegó al Puerto Santa María exiliándose en Inglaterra.
Recorremos callejuelas y rincones cargados de historia, por calles Céspedes, Plaza de las Mercedarias, Conde de Ibarra, contemplamos la fachada de la Iglesia de San José y por calle Madre de Dios llegamos a calle Fabiola pasando junto a la muralla que en nuestros días continúa en pie con sus almenas. Por Mateos Gago continuamos pasando por Mesón del Moro, y Ximénez de Enciso en cuyo zócalo izquierdo se embuten grandes ruedas de molino, nos lleva a una de las plazas más recoletas de Sevilla, la plaza de las Cruces por las tres que se alzan sobre sendas columnas clásicas de mármol.
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Por el estrecho callejón Mariscal llegamos hasta la plaza de los Refinadores de cuero, donde podemos observar un paño de muralla, paño coincidente con la muralla de la judería. Por la calle Mezquita, llegamos hasta la Plaza de Santa Cruz. La calle Gloria nos lleva a la Plaza de Doña Elvira, de atmósfera inimitable. Continuamos nuestro caminar, entusiasmados por las interesantes explicaciones documentadas que nos ofrece Sergio de Perfiles de Sevilla, por el Callejón del Agua, vemos la calle Pimienta, cuyo nombre tiene también su leyenda; en ella había un judío que tenía una tienda de especias, y estaba muy triste porque no contaba con el árbol de la pimienta, un cristiano le dijo que si le rezaba a su Dios, este le daría ese árbol, y aunque el judío no lo creyó, ya un día cansado, le rezó y a la mañana siguiente se encontró en su jardín un árbol de la pimienta, ya en flor. Seguimos hasta la calle Susona que también tiene su leyenda. Como bien conocéis, Sevilla tiene su contrapunto y también aquí tenemos una junto a otra, la calle Vida y la calle Muerte que en nuestros días es la calle Susona.
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La calle del Ataúd ya no existe, antiguamente la calle Vida terminaba en un callejón tan corto y estrecho que por su forma los sevillanos le llamaron del Ataúd... En el siglo XIX desapareció cuando se realizó la ampliación de la Plaza de Doña Elvira. Hay una leyenda referida a don Miguel Mañara, procedente de una familia adinerada, apuesto y finamente educado, que se dedicó durante una parte de su vida a gozar la vida, dando rienda suelta a sus instintos y adentrándose en la senda de la vida fácil y desenfrenada. Son varias las versiones que dieron motivo a su cambio en su forma de vida y su dedicación de todo su tiempo y dinero al Hospital de la Caridad. En resumen fue, que tuvo una visión de tal manera que contempló pasar por delante su propio entierro, se dice que ocurrió en la que era calle del Ataúd. La narración es típica de la época. El romanticismo está en pleno esplendor y este tipo de narraciones legendarias vive su máximo apogeo. El protagonista de esta historia recuerda enormemente al don Juan de Zorrilla, publicado pocos años antes. No es, ni más ni menos, que la historia de la conversión que sufre el personaje principal, desde su inicial inclinación hacia el goce hasta su posterior solidaridad manifestada por diversos actos de caridad.
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En 1.833 el rótulo que estaba en la que era calle del Ataúd, se colocó en el patio del Hospital de la Caridad.
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En la casa nº 10 de la calle Susona vemos el azulejo con la historia
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La bella Susona. Una mujer fatal del siglo XV. A finales del siglo XV, los Reyes Católicos cercaban el reino de Granada; los judíos de Sevilla, teóricamente judeoconversos debido a la presión ejercida por la Santa Inquisición, llegaban al límite de su paciencia; cansados de agravios y vejaciones, la rebelión para hacerse con el control de la ciudad estaba servida. El lugar elegido para las reuniones fue la casa de Diego Susón, cabecilla de la revuelta. Este banquero vivía con su hija Susana Ben Susón, conocida en la ciudad como “la fermosa fembra” por razones obvias. La judía recibía tantos halagos de sus numerosos pretendientes que soñaba con alcanzar un puesto en la vida social de la ciudad y comenzó a verse con un caballero cristiano, perteneciente a una de las más nobles familias de la ciudad. Una noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza. Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él para advertirlo del peligro que corría y que así éste pudiese ponerse a salvo. No se dio cuenta que con ello ponía en peligro a toda la colonia judía de Sevilla. Su amante informó inmediatamente al asistente de la ciudad, don Diego de Merlo, quien ordenó detener a los cabecillas de la misma. Pocos días después fueron ahorcados en Tablada, donde se ejecutaba a los facinerosos, parricidas y peores criminales. La lista de ajusticiados fue la siguiente: Diego Susón; Pedro Fernández de Venedera, mayordomo de la Catedral; Juan Fernández de Albolasya, el Perfumado, letrado y alcalde de Justicia; Manuel Saulí; Bartolomé Torralba, los hermanos Adalde y hasta veinte ricos y poderosos mercaderes, banqueros y escribanos de Sevilla, Carmona y Utrera. Posteriormente, y a causa de las investigaciones sobre el caso llevadas a cabo por el Santo Oficio, fueron ejecutadas otras dos mil personas. Salió muy caro el intento de la Bella Susona de labrarse una posición social.
Tras estos hechos, la joven recapacitó por la traición que había cometido y que causó la muerte de su padre, ya que no era por la conspiración en sí, más bien había sido por su egoísmo para salvar a su amado y poder mantener su amor. Algo que tampoco consiguió, ya que el chico la rechazó cuando se percató de lo que Susona era capaz de hacer por ese egoísmo y maldad que tenía. Y no fue el único, puesto que toda la comunidad judía de la ciudad la repudió por ser una traidora con su propia familia y con todos ellos en general. Sola y atormentada, la muchacha se dirigió a la Catedral para poder recibir el bautismo cristiano y confesarse. Allí es recibida por Reginaldo Rubino de Toledo, Obispo de Tiberíades, que la absuelve de sus pecados y la encomienda a ingresar en un convento, a lo que la joven accedió. Es esta parte de su vida la que alberga más versiones legendarias, ya que para algunos permaneció enclaustrada hasta su muerte, mientras que para otros abandonó el convento con el paso de los años y regreso a su hogar para llevar una tranquila vida cristiana hasta sus últimos días.
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Y por último, quienes dicen que su tristeza la llevó a salir del convento y llevar una vida llena de desdichas amorosas y de miseria que acabó con su muerte. Sea como fuere, lo cierto es que cuando le llegó su fin, a la muerte de la Susona y tras abrir su testamento, se encontró en él escrito: “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”. Se respetó su voluntad y, tras su muerte, durante más de un siglo, hasta bien entrado el 1.600, permaneció la cabeza en dicho lugar, dando lugar al nombre de calle de la Muerte. Tiempo después se colocó un azulejo con una calavera y se cambió el nombre de la calle, por el de Susona, que todavía permanece. Hace unos años se colocó un gran azulejo que relata la historia de la Susona.
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Matanzas en la Judería de Sevilla El comienzo del fin de la judería sevillana. En la primavera de 1391, el Arcediano de Écija, Ferrand Martínez anima el clima antisemita arengando y exhortando a los sevillanos en contra de los judíos que culminaría en el asalto a la judería. El 6 de marzo estalló al fin el odio sembrado, promoviéndose un motín popular, en el que el populacho entró al barrio de la Judería, saqueando las tiendas, maltratando y persiguiendo a hombres, mujeres y niños que fueron degollados sin piedad en las calles, en sus casas, y en las sinagogas. La primera consecuencia del pogromo de 1391 fue que la judería desapareció como espacio cerrado aunque conservara aún la muralla y su trazado urbano. Nota: "pogromo" es el saqueo y matanza de gente indefensa, especialmente judíos, llevado a cabo por una multitud.
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La matanza duró un día entero y perecieron la enorme cifra de cuatro mil criaturas. Los pocos supervivientes, huyeron a las fueras de Sevilla. Pasado algún tiempo, y no sin recelo, volvieron algunas familias judías y reconstruyeron sus tiendas y sus casas, pero esto, no hizo que volviera a ser el barrio considerado como judío, apenas quedaron judíos en Sevilla. Las sinagogas fueron incautadas y convertidas en parroquias cristianas. En 1395 cuando Enrique III alcanzó la mayoría de edad para reinar, uno de sus primeros actos de gobierno fue procesar y encarcelar al Arcediano de Écija Ferrand Martínez. También impuso una crecidísima multa al vecindario de Sevilla y a su Ayuntamiento, tan elevada que no fue posible pagarla de contado, y durante más de diez años estuvo el municipio de Sevilla abonando cantidades de oro, para pagar la pena impuesta por la destrucción de la Judería, según podemos ver en las cuentas del Libro del Mayorazgo en el archivo municipal. El 9 de enero de 1396, confiscó los bienes de los judíos y las tres sinagogas, concediéndoselas a su Justicia Mayor, Don Diego López de Zúñiga y a su Mayordomo, Don Juan Hurtado de Mendoza. Estas concesiones no llegaron a efectuarse porque el Cabildo Secular se incautó de las mismas y se las entregó al Cabildo Catedralicio. Sepulturas judías junto a la Puerta de la Carne de Sevilla Necrópolis judía En la calle Cano y Cueto, área extramuros de la ciudad medieval, estaba situada la necrópolis judía que ocupaba una gran extensión. Así se desprende de los hallazgos de tumbas durante diferentes excavaciones realizadas para la construcción del aparcamiento de la calle Cano y Cueto y del edificio de la Diputación. También se han encontrado evidencias hasta la calle Marqués de Estella, en el barrio de San Bernardo, a unos 500 metros de la muralla. La magnitud de la necrópolis es un exponente de la importancia de la comunidad hebrea en Sevilla. Se conserva una sepultura judía que hoy podemos contemplar en el interior del garaje junto a la calle Cano y Cueto. La expulsión apenas tiene repercusiones en Sevilla La decadencia de la Judería fue tal que a finales del siglo XV no había prácticamente judíos en Sevilla, por lo cual el decreto de expulsión de los judíos dictado por los Reyes Católicos en 1492 fue notado en todas las ciudades del reino, menos en Sevilla, de donde no se expulsó prácticamente a nadie, porque no había ya judíos en la ciudad. Se instala la Inquisición en Sevilla La Inquisición ocupa en la historia española y, naturalmente, en la sevillana, de los siglos XVI y XVII, un lugar muy importante no sólo por su poder, sino por la mezcla de terror y veneración que inspira su nombre y que hace que su presencia se deje sentir constantemente en la vida ordinaria. La Inquisición era, en realidad, una institución independiente de la Iglesia y respaldada por la Corona para perseguir a los falsos cristianos y a los herejes. Sevilla fue la capital espiritual de la Santa Inquisición en España, estableciéndose en 1480 y donde ya se conocen casos de condena del tribunal en 1481. El Tribunal del Santo Oficio inició su actuación teniendo como sede el convento de San Pablo de los dominicos. Pero pronto tuvo que trasladarse al Castillo de Triana, a orillas del Guadalquivir; aquí residió durante todo el siglo XVI.
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Desde la calle Vida y a través del Arco de la sinuosa Calle Judería llegamos al Patio Banderas, desde donde tomamos una de las fotografías más bonitas de la Giralda, enmarcada por este arquillo.
A la sombra de los naranjos, con el recuerdo de estas encaladas calles y contemplando la Giralda, terminamos nuestro paseo por LA JUDERÍA DE SEVILLA.
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Ojalá que hayas disfrutado recorriendo estas callejuelas y estos rincones cargados de historia de nuestra ciudad, y que ésta crónica sirva para mantener este bonito recuerdo de los misterios y leyendas de la Judería, en Sevilla. Un amigo: Adolfo Pastor Fuentes
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Fuentes Documentales: El C.D.E. Moisés de León - Cultura e historia Sefardí. Hemeroteca de El Mundo - Eva Díaz Pérez Historiarte Sevilla Caminos de Sefarad Sevilla Misterios y Leyendas Conocer Sevilla . Historia
Preparación y recopilación:
Adolfo Pastor Fuentes Ingeniero Técnico Industrial Sentimientos de siglos de jardines, recuerdos de Judería en los rincones de la Sevilla mía: Sobre las tapias de las casas encaladas, la blancura y el olor de los jazmines, soñolientos en la media tarde los jardines, cubriéndolo todo con sus ramas, ronroneo del agua de la fuente, con el embrujo azul de jacarandas, Sevilla se vive y se siente, asomada por tapias y barandas, he visto sonreír en primavera la cal y el azahar que reverbera Geranios y brillantes gitanillas tapizando de flores a SEVILLA.
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