Que imagen tengo de Dios?

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Que imagen tengo de Dios? CON FRECUENCIA TENGO UNA IMAGEN ENFERMA DE DIOS Cuando lo entiendo como el dios contable, el dios arbitrario, el dios del rendimiento, el dios castigador, severo; aquí mi religiosidad se ve marcada por esta imagen, entonces siento que tengo que hacer siempre algo más por ese dios, que tengo que cumplir todos los deberes para que mi saldo en su contabilidad sea positivo. Un Dios terrible lleva a una religiosidad terrible en la que somos demasiado duros con nosotros mismos Por eso tengo que plantearme con frecuencia cuál es la imagen que inconscientemente marca mi vida. Lo mismo ocurre con la imagen que tengo de María, con frecuencia es el reflejo de mi madre, La imagen que tengo de mi madre es la que proyecto sobre la Virgen María. QUIÉN ES DIOS Dios es ante todo Padre; quizás tenga que purificar mi imagen de Padre: Dios es bueno, protector, ejemplo, modelo, misericordioso, dispuesto siempre al perdón, busca mi bien en todo momento, quiere que sea feliz, libre, autónomo, confiado. La palabra que mejor define a Dios es: DIOS ES AMOR, así lo define San Juan y así lo expresa Benedicto XVI en su última encíclica:”DEUS CÁRITAS EST”. Dice el Papa en uno de sus párrafos: “La imagen de Dios como amor es tesoro común de todos los cristianos, es la clave de nuestras creencias y estímulo para el ecumenismo”. Y en otro momento al hablar de Dios como amor nos mueve, ante todo, a responder con amor, lejos de una obligación externa y del temor o el interés personal. A la vez nos estimula a mar al prójimo, objeto también del amor de Dios. Dios tiene una única misión: Amar, perdonar, hacer que sus hijos nosotros, nos desarrollemos como personas. La MISERICORDIA DE DIOS es el modo como Dios cumple con sus obligaciones de fidelidad; ésta procede de la iniciativa gratuita de Dios. La Misericordia de Dios tiene un carácter de DON gratuito. Así cuando el pueblo Judío realiza la experiencia de pecado, constata que Dios permanece fiel, que Dios es compasivo, que Dios es paciente, que Dios perdona. La misericordia de Dios se presenta siempre en Dios como un Dios salvador, que se inclina sobre los débiles, los pecadores para otorgarles su gracia. La Biblia hebrea cuando habla de la misericordia emplea la palabra HESED. Se dice del “hesed” de Dios y el sentido que le da es de: Amor gratuito, de Alianza, de ternura hacia el pobre, de perdón para con los pecadores. El HESED de Dios sería su misericordioso amor hacia el hombre. Es un amor que se concreta hacia el hombre y que se traduce en actos y no tanto en sentimientos. La misericordia de Dios en el Antiguo Testamento prepara así la revelación del “ágape” de Dios en Jesucristo; invita al cristiano a entregarse a sí mismo a la misericordia. Algunos Textos Sal.33,5-22 - Sal.107 - Sal.57.10-11 - Sal.118,1.29 - Sal.136,1-26 - Os.2,21-22 - Os.11,1-6 - Jer.33,11 Miq.7,20 - Jl.12,12-14 La misericordia es un Don gratuito y misterioso que Dios otorga conforme le place. Dios es el “Padre de las misericordias”, en el sentido de que El nos ha amado primero. Ex.33,19 - Rom.9,14-18 - 2Cor.1,3-7 – Ef.2,4-8 “Sean misericordiosos, como el Padre de Uds. es misericordioso.(Lc.6,36) Imágenes de Dios en el Antiguo Testamento Is. 54,8 ”con amor eterno te he compadecido...”

Ex.34,6 “Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor mil generaciones, que perdona la iniquidad...” Sal.100,5 ”Porque es bueno Yahvé, para siempre su amor, de edad en edad su lealtad” Ex19,1 - Ex.20,22 - Jer.31,31 - Is.55,3 - Ez.36,27 - Alianza Noé, Abraham, Moisés Dios es bueno en el Nuevo Testamento La bondad de Dios se revela, ante todo por sus beneficios en el orden de la creación y en el de la salvación. Los profetas ven en este amor de Dios el aspecto electivo y gratuito. En el Antiguo Testamento se señala de forma especial la paternidad de Dios amoroso. Dios es bueno porque hace felices y colma de beneficios a los patriarcas Gen.15,1-18 - Jer.31,12-17 Jer.32,40-44 - Sal.136.9 - Sal.25,7-10 El amor de Dios es absolutamente gratuito, ya que el pueblo no tiene en sí nada de amable. La razón de este amor debe buscarse solo en Dios. Dt.7,7-15 - Ez.16;36; - Ez.23-32 - Is.48,9-11 El amor de Dios es electivo, descarta de su horizonte lo que no sea objeto de esa elección. Dt.9,4-6 – Is.2,2-4 - Is.19,18-25 - Is.60,10-15 Este amor está fundado en la alianza y en la promesa hecha a los patriarcas. El lazo que une a Dios con su pueblo es un lazo de amor, como la alianza conyugal, que no se revoca cualquiera que sean las circunstancias. Dt.7,6-9 - Dt.9,6-29 - Os.2,3 - Jer.2,1-13 - Jer.2,23-25 - Jer.3,1-13 - Is.40,1-6 – Os.11,1-4 Dios es bueno en el Nuevo Testamento Este amor es electivo; elige al propio Hijo de Dios como objeto. Es el amor de un Padre que comunica vida a los hijos, reconciliados por su amor misericordioso. En el Nuevo Testamento Dios ya no se orienta a un pueblo como tal, sino que se dirige, por mediación de su Hijo, a cada una de las personas que son sus hijos. Además el Amor paternal de Dios no se limita a comunicar privilegios, sino que da su propia vida, hasta la muerte, y nos promete su propia gloria en la vida Trinitaria. Mc.1,11 - Mc.9,7 - Mc.12,6 - Jn.5,19-26 El amor del Padre por su hijo se manifestó plenamente el día que el Padre Resucitó a su Hijo de la muerte. Mc.27,39-44 - Hch.2,23-26 El amor es recíproco entre el Padre y el Hijo. Jn.5,19,21 Dios ama a su Hijo y con ese mismo amor, ama a los hombres a los que su Hijo asoció a SI en su muerte y Resurrección. Este amor se traduce en Vida Eterna. Jn.3,16,17 - Ef.1,3-14 - Col.1,13-20 Jesús es la imagen visible de Dios en medio de los hombres Parábola del Hijo Pródigo. El Padre misericordioso. Lc.15,11-32 La oveja perdida Lc.15,1-7 La moneda perdida Lc.15,8-10 Algunos textos más significativos: Mc.1,41

”Compadecido de él, extendió su mano, lo tocó...”

Mc.5,28

”Si logro tocar aunque no sea más que sus vestidos, me sanaré...”

Mc.5,30

”Quién me ha tocado...”

Mc.5,41

”Tomando la mano de la niña, le dijo: Talitá Kum...”

Mc.7,33

”Le metió sus dedos en los oídos...”

Lc.15,11-32

”El padre...se echó a su cuello, lo besó efusivamente...”

A MODO DE RESUMEN Uno de los títulos más hermosos del Dios de la Biblia es el de Dios de los pecadores -Neh 9,17No es un Dios vengativo y cruel, sino un Dios clemente y compasivo, lleno de amor y fiel, que mantiene su amor eternamente y perdona la iniquidad y el pecado –Ex.34, 6-7Por muchas que sean las infidelidades del hombre o del pueblo, si reconocen su pecado y se convierten sinceramente, Dios perdona. –Dn.9,4-19; Sal.103,1-14; Sab.11,23-26- porque no quiere que el pecador perezca, sino que se convierta y viva. –Ez.18,21-23Esta voluntad divina de perdonar siempre que el hombre se lo pida sinceramente, se hace maravillosamente presente en Jesucristo en quien el Padre ha manifestado toda su misericordia. -Lc.15,11-32El Nuevo Testamento nos presenta al mismo Jesús , perdonando sin recortes ni limitaciones -Lc.5,20-24; Lc.7,47-50; Lc.23,34Mandando a los discípulos que perdonen con total generosidad. -Mt.6,14; 2Cor.2, 7-10; Lc.6,36-38Concediendo a la Iglesia el poder de perdonar -Mt.18,18; Jn.20,23LA VISIÓN QUE TENGO DE DIOS ME DA LA VISIÓN QUE TENGO DEL HOMBRE 1Jn.3,2 ... “Ahora somos hijos de Dios....” El hombre es un ser creado a imagen y semejanza de Dios. Con frecuencia la imagen que nos hacemos de Dios condiciona la imagen que nos hacemos del hombre. Por eso todo intento de comprender la psicología humana fuera de Dios, nos dará una visión parcial, exterior y condenada al fracaso. Una visión clara de Dios, equilibra nuestra psicología, nuestra manera de ser y de actuar. Porque El es quien nos da nuestra identidad. En Jesús encontramos el modelo, el hermano. El camino, la Verdad y la Vida En el Antiguo Testamento vemos cómo Dios va guiando a su pueblo y para ello comienza destruyendo los ídolos que lo alejan de El, porque eso significa que es la única forma de que el hombre se encuentre consigo mismo. Es bueno que repasemos algunos ídolos que hoy condicionan la visión auténtica del hombre, que no nos dejan ser esa imagen de Dios a la que estamos llamados a reproducir en nuestra vida.

LOS ÍDOLOS ¿Qué es un ídolo? Es una falsificación de la verdadera imagen de Dios. Es sustituir al Dios verdadero por una cosa o una criatura. El hombre en su limitación para encontrar la verdad, está inclinado a la idolatría. Con frecuencia esos ídolos no están materializados, los adoramos sin saberlo, nuestro corazón se siente inclinado a rendirle adoración a algo que no es el verdadero Dios. El tener, el poder, el placer son los más conocidos en nuestra vida o los más comunes. Algunos ídolos: Ofrecemos sacrificios a:

El dinero cuando ponemos en él toda la confianza. Por él se proyecta el porvenir de uno y de los suyos “para que nunca les falte nada”. A él se dedica el cuerpo y el alma. Por él se roba, se mata, se destruyen los valores. Por él se sacrifica la vida. El cuerpo como objeto de adulación, se idolatra el cuerpo cuando por él hacemos todos los sacrificios de tiempo, de dinero, de trabajo, cuando por el cuerpo estamos dispuestos a no comer (anorexia - bulimia) a sufrir, cuando por ser más bella/o me someto a toda clase de sufrimientos, operaciones (otros)

La búsqueda desordenada del placer y del gozo El deseo desordenado de superar las propias marcas, el deporte, la fortaleza sin importa el camino para alcanzar el éxito (droga – doping) El trabajo o el éxito social, por el se sacrifica la vida familiar, nuestros hijos, la vida afectiva. Por él nos levantamos temprano y nos acostamos tarde, por él sacrificamos el tiempo de descanso, el sueño, los ritmos biológicos de la naturaleza. Damos nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra salud, sacrificamos todo por el éxito. Un hijo se puede convertir en ídolo para su madre; hay muchas madres que al no encontrar en su esposo lo que las plenifica, se proyectan en su hijo, esperan todo de él. El peligro es muy común, con frecuencia “ahogan” al hijo, se lo infantiliza y se lo incapacita para la vida.

El coche cuando vivo para él, cuando es un medio para mostrarme a los demás. El televisor cuando es mi única referencia con el mundo. Cuando me fío y quedo atrapado por el ocultismo, esoterismo y la superstición Cuando confío en la magia y la hechicería. Cuando me fío de amuletos, fetiches y talismanes. Cuando hacemos de la vida un engaño constante Cuando la violencia nos domina y todo lo conseguimos bajo ese signo (guerra) La envidia, el odio, el materialismo, la injusticia, la soberbia, son otros tantos ídolos que pueden anidar en nuestro corazón y a los que tenemos que estar atentos para no darles culto. El Nuevo Testamento señala algunos “ídolos” que nos pueden conducir a la perdición cuando acaparan al hombre. Son “dioses” a los que prácticamente se adora, cuando se convierten en el “absoluto” por lo que el hombre lucha y a cuyos pies está dispuesto a poner todo. El dinero: Mt.6,24; Lc.16,13

El vino: Tit.2,3

La impureza, la codicia: Col.3,5; Ef.5,5

El poder político: Ap.13,1-8

El placer, la envidia, el odio: Tit.3,3; Rom.6,19

El pecado: Rom.6,6

La observancia material de la ley, si resulta esclavizante e inhumana por falta de espíritu: Gal 4,8-11 Sin darnos cuanta nos vamos creando ídolos a los que sacrificamos nuestra vida, nuestros bienes y vamos dejando a Dios de lado. Cuando esos ídolos de barro se desplomen, nos encontraremos vacíos de todo. Abandonar nuestros ídolos significa Renunciar a todo aquello en lo que ponemos una confianza absoluta y no es Dios. Vincularnos solo con el Dios verdadero, unirnos a Jesús y creer en Jesús como el Hijo de Dios, el que Vive, el que ha Resucitado. Como el único mediador entre Dios y los hombres Esperar todo de Jesús y de María como mediadora que nos lleva a Jesús. Rezar el Credo para descubrir en quien debo creer y estar unido para dar sentido a mi vida.

Necesito descubrir mi identidad Yo soy Hijo de Dios, esta es la gran afirmación, significa que “he sido creado a su imagen y a su semejanza” He recibido de El mi identidad más profunda, soy conocido por El desde lo más profundo de mí ser y en lo más profundo de mi inconsciente habita El. Yo [mi nombre] tengo sed de un conocimiento de mi mismo que me lleve a una auténtica comunión con Dios que vive en mí. En la medida que me voy conociendo, voy percibiendo el Don de la Vida. Dios me conoce y se une a mi para comunicarme lo que El es, El me da la Vida, el ser. El hecho de sentirme amado me reafirma en mi mismo, me hace salir de mi mismo para encontrarme con el otro y poner sobre mí y sobre el otro una mirada de bondad, la mirada que tiene Jesús de mí y de los demás. Mi identidad surge bajo la mirada del Padre Dios Si me dejo mirar por la mirada de Dios como Padre, puedo olvidar todas las miradas que vienen de fuera que me pesan y aprisiona. La mirada del Padre en mi, es auténtica, real, sanadora, llena de amor y de paz. Esta mirada tierna y amante me autoriza a ser lo que soy sin tener que inventar personajes para ser aceptado por los demás. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, tengo que despojarme de lo que no es verdadero en mí, de todo lo que me fue impuesto desde el exterior y que yo no amo y no me hace sentir cómodo. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, tengo que levantar mi mirada para ir al encuentro de la mirada de El. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, tengo que abrir mi corazón para dejar que El me comunique su vida y su ser. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, poco a poco voy percibiendo mi verdadera identidad. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, su mirada me sana de toda falta de amor, me libera de toda otra mirada que pueda perturbarme. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, me siento amado y reconciliado conmigo mismo, con mi prójimo. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, me reconozco a mi mismo, porque esa mirada me revela quien soy y me ayuda para que yo responda de mí mismo. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios recibo mi auténtica identidad y me visto con un nombre nuevo, me quiero a mi mismo desde Él. Si me dejo mirar por la mirada del Padre Dios, podré ser lo que soy, sentirme conocido, aceptado y amado, y así podré entrar en la plenitud de mi libertad. El que se libera de la mirada de los otros sin entrar en la mirada del Padre Dios corre el riesgo de perderse y perder a los demás. Si no respeto a Dios en mi vida, tampoco respetaré a los demás. Muy pronto caeré en manipulador, dictador. La libertad que no me conduce al amor es muy peligrosa y me puede llevar a la autodestrucción. Solo quien me ha creado puede responder por mi y revelarme quien soy.

Mi identidad la descubro mirando a Jesús Desde esta realidad el hombre llega a su interioridad, a lo más profundo de su espíritu. Cuando el hombre se conoce desde Dios, puede relacionarse, comunicarse en serio, con el otro. Solo el hombre desde su interioridad es capaz de crear intimidad, porque la intimidad es el poner en común dos interioridades gratuitamente.

El gran drama del hombre de hoy es que vive una vida vacía porque no sabe comunicarse desde su interioridad más profunda. El hombre de hoy necesita urgentemente salir de su superficialidad, entrar en su ser para encontrase con su felicidad, esa felicidad que lleva dentro de sí y que intenta encontrarla fuera. El camino para el cristiano es abrir su corazón al Espíritu para que sea el Espíritu quien ponga y crea la necesidad del encuentro con el Padre Dios por la oración. Mirar a Jesús es descubrir que ora y ama, ora y perdona, ora y salva, ora y reconcilia, ora y nos devuelve en gratuidad la filiación Divina. Ora y su sangre se hace cáliz de salvación. Ora y su vida es entregada por todos nosotros. Ora y muere abandonando su vida en las manos del Padre. Jesús ora con el último grito hecho abandono, confianza sin límites. Ora sin ver nada en la oscuridad de la noche y clama: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. Jesús nos dice: No os turbéis, no tengáis miedo abrid el corazón al amor del Padre y vuestra vida tendrá luz y fuerza. Abridlo y haréis del fracaso, la angustia, la ansiedad y la frustración camino de salvación. Entregad a Dios Padre vuestro corazón, vuestra vida y El os hará hombres nuevos, llenos de esperanza. Mi identidad está arraigada en el Espíritu de Dios Jesús, su Palabra es quien nos recrea, nos reconstruye, nos modela a su imagen. El hombre es morada del Espíritu Santo y desde el Espíritu podemos recibir todos sus dones y gozar de todos sus frutos. Desde el Espíritu somos reconfortados por su presencia. El Espíritu es quien nos da la seguridad de ser hijos de Dios (Rom.8,14-16) El hombre es templo del Espíritu y desde ésta realidad es el Espíritu quien ora, ama, perdona en cada uno de nosotros. El corazón del hombre es la morada del Espíritu, es el lugar donde nos envuelve la mirada del Padre y nos reconstruye la Palabra del Hijo. Es el lugar donde el nombre de Dios es glorificado. Por eso Jesús pudo decir: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre yo lo haré realidad (Jn.14,13-14) Mi identidad se ve marcada por la aceptación de mi nombre Yo conozco al otro por su nombre, decimos de alguien que le conocemos cuando podemos llamarlo por su nombre. Yo me doy cuenta que soy conocido cuando escucho que me llaman por mi nombre. El nombre es la identidad, es lo que de alguna manera expresa la esencia de lo que uno es. En la Sagrada Escritura el nombre tienen todo un simbolismo y está asociado en algunos casos con la vocación a la que uno es llamado. Antiguamente en las congregaciones religiosas al hacer la consagración definitiva al Señor, se cambiaba de nombre, lo que significaba el reconocimiento de un cambio y de una nueva misión. Nombrar, poner el nombre, es dar identidad. Lc.1,31 - Lc.1,60 - Mt.16,18 - Ap.2,17 El Cristiano al recibir el nombre en el bautismo, recibe la identidad del mismo Dios, del mismo Jesús. Esto me dice de la necesidad de querer mi nombre, respetar mi nombre, valorar mi nombre. Mi identidad está marcada por la de mis Padres. Heridas que pueden darse en mi vida Los padres cumplen un rol clave en mi vida, ellos en la mayoría de los casos me han dado lo mejor de ellos desde su cultura, su situación económica, su tiempo. Aquí trataré de hacer una valoración de los roles que ellos desempeñan en la vida de sus hijos, cada uno verá la forma de aplicárselo según su realidad concreta.

Los aquí presentes (o los que leemos este documento), somos hombres y mujeres y llevamos en nosotros como “dos” heridas; una en relación a la madre y otra en relación al padre. Lo que aquí pretendo es tomar conciencia de nuestra realidad, ver esas heridas para sanarlas y convertirnos en seres libres y no determinados por las circunstancias de la vida. En toda familia normal los roles del padre y de la madre están bien diferenciados y contribuyen cada uno en su medida a la elaboración de la personalidad del niño. El Padre es el que ayuda a crecer. Por esta razón, recibe de Dios una autoridad que le permite ser capaz de ejercer su paternidad. (Rom.13,1) La imagen que tenemos de Dios como Padre, la vamos formando según la relación que hemos tenido con nuestro padre ya que él ha representado la autoridad. El papel clave de la madre es conducirnos al padre. Todos necesitamos de la mujer, ella nos da su carne y su sangre, nos da su vida para que tengamos vida, nos ha llevado en sus entrañas, alimentado con sus pechos, acunado en sus rodillas, nos ha rodeado de ternura. Nos dio su tiempo sin medida para ayudarnos a ser felices. Sin duda la madre nos dio lo mejor de sí. Pero no siempre ese amor de madre por bello y desinteresado que haya sido, fue suficiente para comunicarnos la certeza de ser dignos de amor. Porque las madres no siempre son objetivas, somos como la prolongación de su propia carne, pero a la vez tenemos necesidad de otro reconocimiento que venga del exterior que confirme que lo que ella dice es verdad. ¡Aquí aparece el rol del padre! Al comienzo de la vida, el niño no hace diferencia entre su madre y él mismo, el encuentro con el padre va marcando el encuentro con el “otro”, y a través de él con “los otros”. El padre tiene la misión de separar al niño de la fusión con la madre. En las distintas etapas del crecimiento del niño, el padre es quien debe ir cortando nuevamente el cordón umbilical, las dependencias con la madre y lo que ella representa, para que el niño sea cada vez más autónomo hasta alcanzar el estado de madurez suficiente para vivir su propia vida, y convertirse a su vez en padre o madre. Hay diferencias entre el padre y la madre: La Madre es la que protege. Su tentación será tener miedo por sus hijos y llevarlos a una superprotección que a la larga asfixia el crecimiento del hijo. Ella es la que crea un medio cálido lleno de ternura y de paz. La Madre es la que nos alimenta, nos consuela, nos rodea de ternura, en sus brazos rehacemos nuestras fuerzas, por ella nos dejamos llevar, con ella tenemos momentos de reposo y de ternura, ella es la imagen de María para nuestro crecimiento espiritual El Padre es el que empuja hacia la vida. El protege pero de distinta manera a la de la madre. Con su presencia da seguridad, pero no quita los obstáculos, porque mira más lejos, sabe que al afrontar las dificultades, el niño se va fortaleciendo interiormente, para que un día pueda él dar respuestas a la vida y encuentre dentro de sí la fuerza para vivir. El Padre nos ayuda a crecer y pasar del estado infantil al de la madurez. Sacamos de la fuerza del padre el coraje para avanzar en el dinamismo de la vida. El Padre nos protege no en su regazo, sino con su fuerza para lanzarnos a la vida como flechas. Su mirada nos acompaña siempre donde vamos. El padre es el que nos empuja, como el águila empuja a sus aguiluchos fuera del nido para que aprendan a volar. Los empuja al mismo tiempo que los acompaña. Con la Madre nos sentimos seguros, porque nos pone fuera del peligro, pero la seguridad que nos da el padre nos permite afrontar el mundo y sanar nuestros miedos. La Madre nos da la vida, pero el padre nos empuja a la vida. La Madre evoca la inmanencia de Dios, Dios presente en nosotros. El Padre indica la trascendencia de Dios. Toda herida con relación a la madre esconde otra más profunda con relación al padre.

Heridas Cuando la madre ocupa demasiado espacio en la vida del niño Cuando hay una superprotección sobre el niño Cuando no ha favorecido el acceso al padre Una relación desarmoniosa entre el padre y la madre, puede causar una inestabilidad emocional Una imagen negativa sobre el hombre, ensombrece la visión del niño sobre el padre y el rol que un día tendrá que ocupar él mismo Si esto le ocurre, el niño tendrá muchas dificultades para encontrar su identidad. La relación con el padre es indispensable en la estructura de la personalidad. El niño necesita una imagen positiva de la paternidad y de la maternidad, más allá de las fragilidades de uno y de otro. Es de suma importancia la mirada positiva de la madre sobre el padre, esta mirada positiva comunica al niño una sana relación con la paternidad divina y le ayudará a un crecimiento armonioso en lo humano y en lo espiritual. Un padre bueno y amante, nos confirma en nuestra identidad personal y a la vez nos confirma la imagen de Dios como Padre. Si tenemos la seguridad de que Dios es Bueno y amante de sus hijos, que su bondad se derrama sobre cada uno de nosotros, cada vez que elevamos nuestra súplica a El, nos sentiremos acogidos por El. Esta actitud, será la salvación para la familia en cada uno de sus miembros. Con frecuencia los problemas de identidad se arraigan en una falta de presencia paterna que tratamos de compensar. Dice Vandeur:”La santidad de Dios Padre es ser Padre; la santidad de Dios Hijo es ser Hijo; la santidad de Dios Espíritu Santo es ser Espíritu Santo” podríamos añadir nosotros: “La santidad de la mujer es ser mujer, la santidad del varón es ser varón” Mi identidad la expreso en mi sexualidad El Hombre es un ser sexuado; varón y mujer, se expresan de distinta forma y se dan diferencias en su identidad. Somos de la misma carne, pero a la vez distintos, juntos somos imagen de Dios. La diferencia sexual significa que el hombre y la mujer tienen maneras diferentes de sentir, de vivir las cosas, de pensar, de reflexionar, de resolver problemas, también de amar, de entrar en relación con Dios. Si negamos estas diferencias podemos caer en malentendidos en el matrimonio, porque pensamos que el otro tiene que ser como yo, esto me desconcierta y puede producir en mi reacciones adversas que pesan más tarde sobre la vida familiar, sobre el matrimonio, sobre el noviazgo y simplemente es porque reacciona de distinta forma a como reacciono yo. Mi identidad la voy expresando en la eficacia, la fecundidad y el amor El hombre y la mujer están llamados a reinar sobre la creación, pero lo hacen de distinta forma, según sean varón o mujer y según los dones recibidos. El varón tiende a la eficacia. La mujer hacia la fecundidad. El varón está dotado de mayor fuerza, es eficaz, de acción inmediata. Su inteligencia está estructurada para una visión de conjunto. La mujer va más al detalle con el riesgo de quedarse en él.

La mujer es fecunda, su esfuerzo no se ve inmediatamente, como lleva al niño en su seno durante 9 meses, lleva también muchas cosas en su corazón antes de llevarlas a la vida práctica. Su acción es escondida, se destaca en el orden, va más a lo invisible. La mujer entraña el maravilloso misterio de la maternidad, esto la hace más frágil, necesita ser cuidada, protegida, querida. El cuerpo de toda mujer es algo sagrado, todos hemos nacido de una mujer, hemos sido llevados durante 9 meses en su seno. La misión del varón será la de guardar, proteger ese tabernáculo que está en el cuerpo de la mujer. Acercarnos a la mujer, es descubrir la sabiduría de Dios. Su belleza nos habla de las maravillas de Dios, no podemos acercarnos a la mujer, sin acercarnos al misterio de la vida, y la vida hace relación a Dios. Acercarnos a la mujer con el deseo de posesión, es apagar la luz que hay en ella, es herirla en lo más profundo de su ser, es convertirla en objeto. Esto nos habla de un aprendizaje en el amor, del dominio de uno mismo y de las pulsiones que anidan en el hombre. Toda actitud no clara frente a la mujer, corre el riesgo de herirla en su capacidad de amar y de obstaculizar su futuro, el futuro de la familia. La absolutización del placer buscado por el mismo placer impide la profundidad del encuentro, impide la expresión de la ternura e incapacita al desarrollo pleno del ser. Ese desarrollo se va gestando a través de las miradas, las caricias y las palabras de amor que hacen que la unión de los cuerpos sea el resultado de la unión de los corazones, de las almas, de todo el ser. Cuando el varón y la mujer se unen en el amor y bajo la mirada de Dios, es decir con ternura y respeto, ahí se experimenta a Dios. Preservar la identidad: “El pudor” El relato bíblico del paraíso, nos clarifica estas palabra, “el pudor”. Nos dice el relato, en forma mítica, que Adán y Eva estaban desnudos y no sentían vergüenza, después de la caída comenzaron a sentir vergüenza y corren a esconderse por temor a ser descubiertos. La vergüenza está vinculada con la pérdida de la luz que les envolvía, esa luz era Dios mismo, su ternura, su mirada, de repente quedaron librados a la mirada del otro, se sintieron amenazados en su propia identidad, perdieron la protección de quien les permitía ser ellos mismos y de estar uno ante el otro sin temor, sin vergüenza. El pudor es la conciencia de que el misterio de la persona no puede ser entregado más que en una comunión de amor. La persona lleva en sí misma el secreto de lo que ella es, su bien más íntimo, su bien más preciado. El cuerpo revela la intimidad de la persona, su secreto, por eso el cuerpo debe ser cubierto. La falta de pudor revela que el cuerpo está vacío, no hay persona, no hay misterio y el cuerpo se convierte simplemente en objeto vulgar e instrumento de seducción. Fortalecer la identidad Una forma de fortalecer mi identidad, es aceptar no tener lo que el otro tiene, no ser autosuficiente, sino depender de otro para ser pleno, para fortalecerme. Volviendo otra vez a la Biblia, en el relato mítico de la creación de la mujer, nos dice que Dios sacó a la mujer del costado del hombre, interpretamos que ha quedado un vacío. El varón ha perdido una parte de sí mismo, que está en la mujer, por eso hay una atracción hacia ella. Ella es para él una ayuda indispensable, el uno y el otro tienen necesidad de vivir una comunión de amor para realizarse. Cuando el hombre y la mujer se separan de Dios, experimentan una ausencia y un vacío interior que nadie puede llenar, solo Dios. Todos nosotros estamos marcados por el pecado, por eso llevamos dentro un vacío que se traduce en angustia y buscamos llenarlo de mil maneras, por eso nos inclinamos hacia las criaturas intentando descubrir nuestra identidad en ellas y olvidamos que solo podemos recibir esa identidad de nuestro Creador. En la mujer este vacío lo experimenta de forma más profunda, por eso la vuelve más vulnerable que el hombre. La mujer es más religiosa, más abierta a Dios. El vacío es parte de nuestra existencia, el peligro es intentar llenarlo con algo que no sea Dios. Siempre tendremos miedo a perder cosas, bienes materiales, personas.

En el campo de la afectividad es donde más nos cuesta vivir la pobreza, aceptar el sentimiento de carencia. La sanación de nuestra afectividad comienza cuando aceptamos la privación, cuando aceptamos nuestra pobreza, con la sed en nosotros, sabiendo que Dios colmará toda expectativa. Con frecuencia tenemos miedo a que nos falte el amor. Hemos sido creados para ser amados y para amar infinitamente, pero el egoísmo ha alterado en nosotros ese amor y toda falta de amor nos duele profundamente. Nos cuesta no sentirnos amados y esto nos conduce a buscar compensaciones. La compensación viene por el poder, el tener, el saber, la riqueza, la seducción y otras muchas manifestaciones: bulimia, anorexia, gana irresistible de comprar cosas, ropa, libros u otros objetos. La sanación viene por la aceptación de la carencia y su superación, en ofrenda de nosotros mismos a Dios. Jesús quiere para nosotros lo mejor, El nos ayuda a superar los miedos, los egoísmos, hace de nuestra miseria la clave de las Bienaventuranzas, que son los secretos de la felicidad del más allá: nos hacen experimentar la felicidad de aquellos que por amor a El superan el temor y se dejan encontrar en su pobreza. (Mt.5,3) Nuestros deseos no pueden ser nunca saciados aquí, sólo Dios puede llenar nuestro vacío y cuando a veces El se esconde y nos deja experimentar la privación, es para despertar en nosotros el deseo de El. Nos vacía para poder entregársenos mejor. Nuestras carencias se convierten en tesoros cuando nos ayudan a reconocer nuestra necesidad de Dios y Él puede así manifestar su Poder que viene siempre en auxilio de nuestra debilidad. María consolida nuestra identidad. Nos conduce al Padre Nuestra meta es el encuentro con el Padre, la misión de María es la de conducirnos inmediatamente al Padre, Ella nos introduce en el corazón de la Trinidad. Dios envía a su Hijo para revelarnos que tenemos un Dios que es Padre, las últimas palabras de este Hijo (Jesús) dirigiéndose a Juan fueron ”Hijo, he aquí a tu Madre”. Jesús nos revela al Padre, y nos muestra el camino para que lleguemos al Padre, al darnos a su Madre. Dios elige el seno de María para que el Verbo se hiciera carne, así nos invita a renacer en María, ser hombres nuevos, con identidad propia, la identidad que nos hace ser lo que tenemos que ser. Al recibir a María en nuestra intimidad, recibimos a la mujer por excelencia, la que puede sanar en nosotros la imagen herida de la madre. El Evangelio comienza con las palabras del Ángel primero a María. Lc.1,26-38 Dios por mediación del Ángel le dice: “!Alégrate! llena de gracia, el Señor está contigo...” enseguida ante el desconcierto de María añade el Ángel “No temas, María..” y la respuesta de María a la propuesta del Ángel:”Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” Es una invitación hoy a nosotros en las palabras del Ángel a vivir el gozo y la alegría por lo que Dios ha hecho en María y también en cada uno de nosotros. A no temer lanzarnos a la vida. Es una invitación a responder siempre sí a Dios como María, aquí está el secreto de la felicidad, en la entrega al plan de Dios. Aquí está el secreto para consolidad nuestra identidad. En Mt. Vemos cómo el Ángel se dirige a José: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María” (Mt. 1,20) María es ahora la que lleva la Vida, la plenitud de Dios en su seno Mirar hoy a María es descubrir el plan de Dios para cada uno de nosotros, Ella es el modelo, el paradigma a lo que cada uno de nosotros estamos llamados a ser y a vivir. El Evangelio termina con las palabras de Jesús a San Juan: “Ahí tienes a tu madre” (Jn.19,27). El hijo imitando a la Madre consolida su identidad plena, en María tenemos garantizada esa identidad. Toda palabra del evangelio dirigida a Jesús podemos nosotros hacerlas nuestras ya que estamos unidos a El por el bautismos, somos hijos de Dios hermanos en Jesús, aquí está la llave de nuestro nuevo nacimiento, de nuestra auténtica identidad.

En el Plan de Dios todo está dirigido, orientado al Padre, María en todas las etapas de la vida de Jesús no cesa de conducirlo al Padre. (Lc.2,22-23) María lleva en sus brazos a Jesús para presentarlo al Padre en el Templo de Jerusalén, el mismo lugar donde ella había sido consagrada a Dios. Podemos adivinar a María reviviendo aquellos momentos, sus plegarias al Padre para que enviara al salvador a su pueblo, y ahora se hacía realidad su oración. Cuando nos consagramos a María la recibimos como nuestra madre y ella continúa su labor, la de conducirnos al Padre, reconciliarnos con su paternidad, hacernos plenamente personas, devolvernos o consolidarnos en nuestra auténtica identidad. Nota: Algunas de estas notas están tomadas del libro: “El cuerpo, templo de la belleza” de Jo Croissant

El camino hacia la madurez ¿Qué es la madurez? No pretendo dar una definición precisa, por el abanico de matices que encierra y a la vez el alcance que cada uno puede darle según la edad, el sexo, el rol social, las capacidades que cada uno tiene. Intentar dar aquí una definición sería hacer realidad el sueño de Dios en nuestra vida, sueño lleno de amor que busca nuestra felicidad. Esto es imposible. Sí pretendo bajo distintos autores acercarme al misterio del hombre para poder verlo bajo distintas facetas. Facetas que van configurando la personalidad de cada uno de nosotros. En realidad la madurez no sería tanto un punto de llegada, sino una serie de metas que voy alcanzando en ese caminar existencial. Se puede decir que una persona va camino hacia su madurez cuando avanza en la vida de forma normal, bajo las distintas dimensiones humanas, fisiológicas, psíquicas afectivas, sociales, profesionales, espirituales. Algo común en todos los autores es que no podemos quedarnos con una visión “estática” sobre la madurez, hoy se ve más bien como un concepto dinámico de la persona en el proceso de su personalización. Por eso la madurez no es un punto de llegada, sino una serie de hitos vitales a recorrer a lo largo de toda una vida. Una mirada desde lo espiritual en este camino hacia la madurez podríamos afirmar que no se pone el acento tanto en lo de “arriba”: Sería una espiritualidad basada en figuras ideales, externas, con virtudes claves de perfección, con una visión estática de la madurez, como algo ya dado que tengo que alcanzar. (Modelos, tradiciones) Hoy el punto de partida va más hacia una mirada “desde abajo” es la que parte desde lo más profundo del ser, desde lo corporal, el mundo instintivo, el afectivo, los sentimientos, todo lo psíquico y desde allí a lo social y lo trascendente. Esta visión sigue la dinámica de la creación y de la encarnación. Es una espiritualidad atenta a lo que va pasando por el corazón de cada uno, los movimientos de las pasiones, los gemidos del corazón, que siente con el que sufre y a la vez íntima y silenciosa de la conciencia orante que escucha la voz de Dios a través de los hermanos. Cuando hablamos de “madurez espiritual” nos referimos a un proceso de madurez integral de la persona. “Persona” implica a todo el ser humano y sus relaciones, consigo mismo, con los demás, con el entorno natural y cultural, y por supuesto, con Dios. La persona nunca es un ser cerrado o aislado, es el varón o la mujer con todas sus dimensiones y con todas sus relaciones, con su pasado, su presente y su futuro. Aquí pretendo entablar un diálogo con el mundo de la psicología para ver qué pueden decirnos los distintos autores a los cristianos de hoy, para ayudarnos a crecer y madurar. La primera pregunta sería: ¿Qué es la madurez y qué nos aconsejarían para madurar y seguir creciendo? Sigmund Freud nos diría: Ser maduro implica desarrollar un “YO” fuerte, que sepa gozar de la vida y renunciar a lo que no nos hace ser felices. Fortalecer tu “YO” para liberarte de las ataduras del “SUPER-YO”, de los mandatos inconscientes, del mero deber ser. Capacitar tu “YO” para que esté atento a los impulsos del “ELLO”, muchas veces caprichoso y siempre insaciable. Invita a trabajar en el desarrollo de tu núcleo más profundo, para descubrir lo que te dice tu conciencia. Recuerda que esa conciencia no se identifica con el “IDEAL” que te impusieron de chico, sino con lo que tu quieres y puedes ser.

Nos pide reconocer nuestras necesidades y tratarlas con dulzura. No se trata de dar rienda suelta a tus deseos, sino que tienes que conocerlos y aprender cuales debes satisfacer y en que forma. Alfred Adler nos contestaría: Madurar significa superar el mundo de las compensaciones que surgen de nuestro sentimiento nato de inferioridad. Compensaciones que normalmente se expresan por el “poder” que a su vez se canaliza por el ejercicio de la autoridad, el sentimiento de superioridad, las manifestaciones de la propia sexualidad, la influencia sobre los demás. Desarrollar lo más profundo el mundo del amor. Ama mucho y bien. Desarrollar tus capacidades “culturales”, especialmente las que expresan toda la fuerza creativa. Carlos Rogers nos sugiere: Ponerte en contacto con tú “fuente vital” más profunda, esa que brota del interior y te hace ser tú mismo y no otro. La madurez es ir superando las heridas en la medida en que las ponemos en contacto con el agua que brota de lo más profundo, y que sin duda algo tienen de “divina” C. G. Jung se expresa así: El trabajo de la primera mitad de la vida, a eso llamamos proceso de maduración, se focaliza en desarrollar una personalidad bien formada y estructurada, que le permita al “YO PERSONAL” relacionarse correctamente con el mundo circundante sin perder su propia identidad. La segunda mitad de la vida madurar implicaría poder relativizar la propia persona y los propios logros conseguidos. Habrá que desmontar muchos elementos adquiridos para desempeñar el “rol” que hoy realizas, en pos de alcanzar tu “verdadero yo”. Esta tarea incluye el integrar todas tus sombras del pasado ( lo ignorado, lo no desarrollado, reprimido y muerto que hemos ido dejando en nuestro inconsciente) que llevas en tu interior. Se trata de reconciliar tu “Anima” y tu “Animus”1 y vivir en forma verdaderamente integrada todas las dimensiones de tu vida. Se trata incluso de aceptar que en tu horizonte vital está la muerte, y antes, la disminución de tus capacidades, el ser prescindible...etc. La experiencia demuestra que todas las exageraciones y los extremos, como decían los clásicos, no son buenos. Eric Erikson agregaría: Las señales de madurez se podrían reducir a tres: 1.- La capacidad de intimidad esto implica tener una autoestima segura y adecuada. 2.- La capacidad de generatividad, es el poder vivir para los demás con un sano equilibrio, dando pero sin descuidarse a sí mismo.

1 “Anima” es la dimensión femenina de todo ser humano: Maternidad, ternura, sentimiento, capacidad de relación y contención, de cuidado como también es la dimensión enredadora, intrigante, complicada de la vida. “Animus” es la dimensión masculina de toda persona: energía, inteligencia, voluntad, creatividad -pero también terquedad, violencia, tiranía y rusticidad. En el proceso de diferenciación sexual de la preadolescencia y de la identificación sexual de la adolescencia y la juventud en general, cada sexo asume roles propios de su género deseables para la cultura en que se vive, pero muchas veces esto implica dejar relegados y reprimir muchos aspectos esenciales para ser felices que “pertenecen” al otro sexo y en la segunda mitad de la vida es necesario recuperar. Cuando se exagera los propios se cae en personalidades desagradables, duras, rígidas, no integradas, que se expresan socialmente, por ejemplo, en el machismo, el maternalismo absorbente, etc.

3.- La capacidad de auto-integración es estar satisfecho mínimamente de la vida que tenemos, de nuestro rol social, nuestra gente, amigos, compañeros; no ser criticones que ven siempre la parte negativa de todo y no son capaces de disfrutar de lo que la vida nos regala con alegría. Fritz Perls, expresión de las terapias Gestálticas, diría: La madurez es la capacidad de autorregularse libremente percibiendo y aceptando correctamente los datos de la realidad que nos rodean. Muchas de las angustias y bloqueos en el proceso madurativo provienen de buscar una seguridad imposible de alcanzar, ya sea económica, relacional, ideológica. La libertad puede producir “miedo” inicialmente, pero es indispensable para poder vivir bien el aquí y ahora de mi vida de la mejor manera posible para mí y para los demás. Debemos vivir con naturalidad la tensión inevitable entre el ideal y la realidad, que se supera clarificando, lo que cada uno es, quiere y puede ser, respetando siempre el ser de los demás. Si quieres crecer no te cierres a ninguno de tus impulsos: los que vengan del pasado acéptalos y dales una “soldadura” hoy mismo para que allí se queden: los que vienen del presente recíbelos con admiración y fíjate qué puedes tomar de ellos para ser y vivir mejor. Abraham Maslow comenta sobre la madurez: No se trata, la madurez, de una definición, sino de un conjunto armónico de signos y señales que la persona emite por su conducta, sus pensamientos y sus valores. Elementos a destacar: 1.- Una buena captación y adaptación a la realidad 2.- Un trato amable y natural, libre de convencionalismos rígidos 3.- Tener capacidad de autonomía pero al servicio de los demás 4.- Tener relaciones humanas amplias y actitudes democráticas 5.- Tener sentido del humor, productividad y aprecio profundo por la cultura El autor nos aconseja: 1.- Crecer en la auto responsabilidad 2.- Tener sensibilidad por los demás y sus necesidades. 3.- Cultivar un profundo respeto por la vida. Víctor Frankl acota: La clave está en el “Sentido de la Vida”, significa tener un por qué y un para qué vivir, esto es lo que hace al desarrollo de las propias capacidades y a la maduración de la persona como tal. Es necesario el campo de los valores para motivar el crecimiento. Roberto Assagioli desde el psicosíntesis agregaría: En necesario trabajar todos los aspectos de la personalidad en toda su dimensión. Señala como lo más importante para él, desarrollar el “íntimo espiritual”, es decir, la relación con Dios en lo más profundo de nuestro ser que clama por la trascendencia. Resumiendo Esto ha sido un repaso rápido por distintos autores, algunos conocidos. Hay en todos un denominador común: Una invitación a integrar todas las dimensiones de la persona. A “soldar” nuestro pasado en forma armónica con nuestro presente y tener una actitud abierta hacia el futuro que movilice nuestras capacidades creativas y armoniosas. Se nos pide una sana sospecha de las ideas y conductas que damos por “obvias” en nuestra vida.

Toda persona que quiera madurar verdaderamente, debe replantearse muy a fondo, cada tanto, el por qué y para qué de las propias palabras, pensamientos, elecciones, conductas e ideales. No para caer en un revisionismo que sería enfermizo, sino para ganar en lucidez y libertad frente a las “adherencias” y “condicionamientos” que vamos arrastrando a medida que pasan los años. Toda revisión de la propia vida, tiene como motivación, no perder la libertad y la creatividad, ambas indispensables para un crecimiento humanizante y para un discernimiento en fidelidad a la propia persona y al Evangelio.

Temperamento y Carácter Conocer a un animal es conocer a todos los animales de esa especie; pero conocer a un hombre apenas es conocerle a él mismo. Los hombres iguales: No hay “hombre”, hay “hombres”. Ahora bien, cada hombre está definido por su temperamento y carácter. Temperamento es un conjunto de elementos anatómicos y fisiológicos, innatos, que influyen en la conducta humana. Como es innato, el temperamento no se puede modificar. Carácter es la “fisonomía psíquica”, es decir, el modo de ser de una persona en el orden psicológico. El carácter se basa en el temperamento. Sobre él se acumulan los hábitos, los influjos ambientales y de educación; de este modo se constituye el carácter. Por eso, el carácter es educable. Que carácter tengo yo? Ya te das cuenta que es muy importante conocer el propio carácter para poder educar y servirse de él convenientemente. En la actualidad, el estudio del carácter ha avanzado mucho. Los mejores estudios son los de Heymans, Le Senne, Berger y Le Galle. Distinguen diversos factores del carácter: Emotividad: (E) Capacidad de conmoción psicológica, impresionabilidad ante los estímulos exteriores. Actividad: (A) Capacidad de pasar rápidamente a la acción, a la realización de ideas y proyecto. Primaridad o secundaridad: Primaridad: (P) Tendencia a obrar con estímulos presentes (lo que ahora veo, pienso, me dicen); los estados de ánimo se borran fácilmente y varían mucho. En cambio, el que es Secundario (S) es capaz de obrar en ausencia de los estímulos, y en él las impresiones calan mucho y son duraderas. Combinando estos tres elementos salen los ocho caracteres fundamentales. Sus características se expresan en una fórmula: EAP, EAS.. La ausencia de un factor se indican por n. Se encuentran resumidos en el cuadro que se encuentra debajo. Hay “tests” sencillos para averiguar con certeza el propio carácter. Personalidad “Tener personalidad”. “¿Tengo yo personalidad?” – “¿Qué es tener personalidad?” – “¿Qué puedo hacer para tener una personalidad?¸ Son las preguntas que te habrás hecho con gran frecuencia. En el sentido que nos interesa a nosotros, personalidad es: Una voluntad enérgica al servicio de unas convicciones sólidas.

La personalidad supone, pues: Ideas: que sean claras; que sean grandes (amor a la Verdad, a Dios, Patria, Prójimo); que arrastren. Ideal: “una idea clara; que arrastra y que unifica en nuestra vida.” “Nosotros, los jóvenes, tenemos la necesidad de algo que nos absorba y nos arrebate.” Federico Ozanam Voluntad enérgica: que se forja con el trabajo y el sacrificio. “A los 17 años hay que tener el coraje de obedecer a Dios. Es la gran edad en la vida del hombre. Es la edad en que se elige” Juana de Arco. Dominio de sí mismo: No tiene personalidad quién es esclavo de sí mismo. El dominio de sí da la verdadera libertad. Para el que se posee a sí mismo, la obediencia, el respeto a los mayores, la sumisión no es una esclavitud. Generosidad: La prueba suprema de la personalidad es la abertura hacia los demás. Sólo los miserables se cierran sobre sí mismos. Recuerda estas dos frases de Cristo: “Quién pierde su vida, la ganará” - “Más dichoso es dar que recibir”

El camino hacia la madurez (2da parte) ¿Qué nos dicen algunos autores espirituales de nuestro tiempo para madurar espiritualmente? Como línea común, podemos afirmar que todos ellos han integrado ese mundo interdisciplinar al campo de la teología espiritual, poniendo énfasis en la necesidad de un trabajo conjunto entre lo psicológico/sociocultural y lo espiritual. Javier Garrido, nos dice: •

Si asumimos con seriedad la existencia y hemos pasado por las distintas etapas de la vida sin saltarnos ninguna, vamos camino hacia la madurez.



Si descubrimos que la persona es un don y a la vez una tarea, nos hacemos personas nos “personalizamos” con nuestras opciones, acciones, actitudes, aprendizajes, fracasos, errores... es probable que estemos satisfechos con nuestra vida y sin embargo sentimos la sana tensión de “ir por más”, vamos camino hacia la madurez.



Descubriremos que ideales y convicciones que antes eran pilares fundamentales hoy se pueden tambalear y solo nos queda un puñado de principios existenciales, asúmelo y caminarás hacia la madurez.



Ahora es el momento de dar un salto para aferrarse al Señor, cuando todo tambalea, es el momento para dejarnos tomar por Él para que nos conduzca en el camino de la madurez.



Todo esto nos exigirá una mayor confianza en el Señor.



Es el momento de decidir por uno mismo llevado de la mano del Espíritu.

Anselm Grún, nos señala: •

Hacia la mitad de la vida la personalidad debe haber cuajado en un compromiso social y religioso.



Desde esta madurez el camino se vuelve otra vez intenso pero en direcciones nuevas, impensadas en la primera mitad de la vida.



Debemos reconciliarnos con todas las dimensiones de nuestra persona que hemos reprimido y / o silenciado en nuestra lucha por conquistar nuestro lugar.



Tenemos que reconciliarnos con nuestras debilidades, nuestras zonas oscuras, con nuestras capacidades no desarrolladas, con nuestra corporeidad, con nuestras debilidades.



Se trata de ser menos activos pero más “sabios”.



Dejarnos invadir por la presencia de Dios y compartir con los demás generando relaciones de intimidad y profundo respeto.

Henri Nouwen, nos sugiere: •

Perdonarse uno a sí mismo.



Descubrir las huellas y las heridas que la vida fue dejando en ti, en tu cuerpo, en tu mente, en tu corazón.



Trata esas heridas con cariño y dulzura y desde ellas ama a los demás, incluso en sus debilidades



No te guardes en tu corazón, aquello que te avergüenza y te hace sufrir.



Dios te ama de verdad y gratuitamente y eso te permite liberarte de las expectativas de los demás, del que dirán, de la dependencia afectiva.



Dios te ama gratuitamente. Esta es la liberación vital y la salvación que nos viene de Jesús.



Esto mismo tienes que descubrirlo en los demás y de forma especial en los más débiles de este mundo.

Federico Ruiz, para él: •

El concepto de madurez es esencialmente dinámico.



Viene a decirnos que se crece en forma de “espiral ascendente”.



Se avanza en medio de pasos hacia delante y muchas veces se retoma el sendero ya pisado y que creíamos que eran “temas cerrados”.



Madurez humana y espiritual hoy se implican mutuamente.



Una buena relación con Dios impulsa el crecimiento humano integral.



Todo esto nos abre a la verdadera trascendencia, sin condicionamientos patológicos.

Ignacio Larrañaga nos invita a: •

Aprovechar todos los medios que tenemos a nuestro alcance para crecer y sanar.



Nos dice que debemos ir al profesional para pedir ayuda: sacerdote, religioso...



La respuesta última y definitiva está, nos dice, en nuestro interior, en la soledad trasformada. “En la noche infinita y azul encontrarás al AMADO”.



Si descubrimos que nunca estamos solos, que Dios está en mí, siempre es posible un nuevo amanecer.

Amadeo Cencini nos dice que: •

Hablar hoy de madurez implica necesariamente remitirse con seriedad, no exclusiva, al mundo afectivo y emocional, aquí se dan los mayores desafíos..



Todo esto exige estudio, análisis y revisión permanente.



Debo preguntarme: o

¿Qué siento y por qué?

o

¿De donde me vienen las tristezas, enojos, rencores y envidias?

o

¿Por qué esta insatisfacción vital?

o

¿Cómo puedo explicar el origen de esta adicción o esta dependencia?

o

¿Qué puedo hacer al respecto?



El proceso de maduración exige hoy una tarea permanente sobre nosotros mismos, sin desechar las ayudas profesionales.



El trabajo del sustrato humano es esencial para asegurar y permitir una sana relación con Dios que nos posibilita amar cada vez más.

Carlos Cabarrús nos invita a: •

Recuperar el contacto con nuestra fuente primordial de la que mana nuestra vida.



Recuperar nuestras raíces antropológicas y culturales.



Entrar en contacto con nuestro olvidado cuerpo y todas sus energías interiores.



Descubrir que Dios está en mí, en lo más profundo de mi inconsciente y en cada una de las expresiones que salen de ese manantial que es mi cuerpo, mi vida...



La mesa del Reino se llena en la medida en que varones y mujeres se redescubran adultos y protagonistas de ese banquete, y trabajen para que nadie quede excluido de él.

Jean Monbourquette nos invita a: •

Reconciliarnos con nuestras sombras para liberarnos de ellas y liberar todas las energías que ellas contienen.



Las sombras se han ido forjando a lo largo de nuestra vida, nos quitan libertad, creatividad y gozo de vivir.



Las sombras pueden bloquearnos, pueden ser las dificultades a nivel inconscientes que dejaron en nosotros nuestros padres, nuestros mayores, con frecuencias dolorosas, a veces despreciando dimensiones de nuestra personalidad y que hemos ido reprimiendo para poder ser aceptados y queridos.



Otras sombras pueden haber sido; dones, capacidades, talentos actitudes que no pudimos o no supimos desarrollar en nuestro proceso de crecimiento y están dormidas en nosotros, aletargadas, esperando que las despertemos y las pongamos al servicio de los demás.



Toda sombra no descubierta y asumida, “nos pasará factura” y se trasformará en energía destructiva, por medio de proyecciones en los demás, juicios críticos y amargos, incapacidad para disfrutar, baja autoestima, desprecios.

Herbert Alphonse nos recuerda: •

Dios nos hizo totalmente libres, pero tiene un sueño único y personal para cada uno de nosotros, un regalo eterno.



Este regalo es tu “vocación personal”. Estamos llamados a descubrirla, pues no se construye, se la descubre.



Sería como el reflejo divino que cada uno aporta en forma única y exclusiva en la historia de la salvación.



Es como nuestra misión en la vida.



Mi tarea es dar a conocer ese destello o brillo de Dios como Amor.



La madurez llega cuando comenzamos a vivir todo desde nuestro nombre propio, dando a todas las acciones que realizo ese sesgo personal a favor de los demás.



La madurez es la clave que va unificando todos los actos de mi vida.



La madurez es como un manantial que no deja de abrevarme hasta la eternidad.



La madurez es lo que dará sentido pleno a cada instante de mi vida porque vivo la vida a pleno.



La madurez está íntimamente unida a la vocación a la que el Señor me llamó, por eso vocación y madurez se van construyendo y descubriendo juntas.

Víctor Manuel Fernández nos dice: •

Es fundamental ser consciente de las influencias del medio cultural a la hora de revisar nuestras opciones y actitudes.



La madurez pide lucidez para ser conscientes en que medida los criterios ambientales nos condicionan.



Una verdadera espiritualidad encarnada, pide discernimiento vital para cualquier dimensión de nuestra vida.



Cualquier maduración espiritual exige un grado importante de intimidad con Dios, en tiempo y lugar, adaptadas a las distintas realidades vitales de edad y estado de vida.

Beato Guillermo José Chaminade: El Beato Chaminade, fundador de la Familia Marianista, fue un experto acompañante espiritual y conocedor profundo del corazón humano. El Beato elaboró algunas pautas que hoy nos pueden ayudar en esta andadura hacia la madurez humana y cristiana, él lo llamó “Sistema de virtudes”. Señala: •

Una primera etapa que él llama de Preparación. Coincide con los años de formación, estudios, inicio laboral y ubicación social-matrimonial, profesión.



Hacia los 40 años (las edades son artificiales) los varones y las mujeres nos enfrentamos con la realidad de una “vida construida” más o menos parecida a la que habíamos soñado en nuestra primera juventud.



A esta etapa vital, coincidente con la plena madurez social, le salen al encuentro múltiples preguntas, dificultades, crisis, cansancios, pecados, junto con los primeros “síntomas” de que nuestras capacidades físicas han comenzado la curva decreciente, aunque solo sea por “pequeños signos”.



Habla enseguida de una segunda etapa que denomina de “purificación espiritual” sin connotación moralista o ascética. Sólo se mantienen vitales (maduros) quienes aceptan esa curva biológica natural que tiene en el horizonte el final la vida.



Esta “purificación” es indispensable para que la madurez no se estanque.



Ahora la persona ya no se siente protagonista exclusiva de su crecimiento, sino que la misma vida con sus golpes, la va modelando.



Espiritualmente es dejar que el Señor actúe en nuestra existencia.



Es una invitación a aceptar activamente las contradicciones, sufrimientos, tentaciones, debilidades, caídas, propias de la existencia humana, y darles sentido.



Es el momento de dejarnos modelar por el Espíritu, porque ahora ya no tenemos el control total de nuestras vidas como en la etapa de la juventud.



Es el momento de construir algo nuevo y diferente desde la reflexión, la oración, el acompañamiento del Espíritu.



Es el momento de aceptar y confiar un poquito más en aquel que nos creó por Amor y nos salvó por fidelidad a su sueño de felicidad para cada uno de nosotros.



Es el momento de invitar al Señor a entrar en nosotros mismos y recorrer con El toda nuestra existencia, sus luces y sus sombras, entrar también en aquello que nos avergüenza, pero que su presencia es capaz de vivificar, salvar.



Es el momento de reconciliación con nosotros mismos y con los demás, con la naturaleza, la vida.



Es el momento de aceptación de nuestra corporeidad, nuestro inconsciente, nuestras expresiones, nuestros dones, nuestros logros y fracasos, nuestra verdadera imagen, lo que somos en realidad, y no con aquella que creíamos necesario mantener para que los otros nos aceptaran y quisieran.



Es el momento de reconciliarnos con el Padre que nos ama infinitamente como somos y así como somos nos invita a dejarnos abrazar por El y nos envía a abrazar a los demás, convencidos de que “nada ni nadie podrá separarnos jamás del amor de Dios en Cristo Jesús”. (Rm.8,39).



Ahora somos más conscientes que no podemos desentendernos de los demás y del mundo, por eso el trabajo en esta etapa lo hacemos en el mundo.



Es el momento de dejar de lado las idealizaciones propias de la adolescencia, la crítica de la juventud que en un momento fue necesaria para afianzarnos en nuestra identidad y lanzarnos a ser creativos.



Ahora partimos del dato de la realidad como “realmente” es o a lo sumo, como creemos en esperanza que se pueda modificar respetando los ritmos propios de la historia.



Se va creciendo en este camino de maduración porque el crecimiento se va haciendo en la medida que voy trabajando y creciendo con los demás, superando el egocentrismo juvenil.



Tanto más persona seremos (maduros), cuanto más tengamos a los demás, y especialmente a los que sufren, a los débiles y a los pobres, en nuestro horizonte vital de discernimiento.



Es el momento de evitar toda tentación de “fugarnos del mundo” porque nos parece duro, cruel e incluso injusto con nosotros, sabiendo que el único trabajo de maduración cristiana puede hacerse si estamos bien “encarnados” en este mundo, presencia del Reino de Dios, “poblado por el amor de sus ojos” que son nuestros hermanos y hermanas.

Conclusión A estos autores con sus escuelas y métodos, hoy habría que agregar otros más que por espacio de tiempo no lo podemos hace aquí, señalo simplemente: El Eneagrama, la Programación Neurolinguistica, el Análisis Transaccional, la Terapia Iniciativa, el Diario Progoff, la Biodanza, el Psicodrama. Todas aportan elementos en la línea de expresarnos, de ponernos en contacto con nuestras dimensiones olvidadas o relegadas, como es el caso de nuestra corporeidad o nuestra sexualidad. El denominador común en todas estas escuelas, sigue siendo la “integración armónica” de nuestra persona. Para el cristino hay algo claro: “La gracia supone la naturaleza” hoy la podríamos enriquecer así: “La gracia es en la naturaleza y nunca fuera de ella”. Con esto se insiste en el accionar de Dios y del hombre en forma 2 cooperativa, desde dentro y desde abajo.

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Algunas de estas notas sobre los distintos autores están tomadas de un estudio realizado por el P. Javier de Aguirre S.M. Yo he tratado de sintetizarlas.

Crecer hacia la plena madurez Necesidades: Todo Ser humano para crecer armónica y equilibradamente, necesita cubrir una serie de necesidades básicas. Satisfacer estas necesidades es una de las mejores ayudas en su crecimiento hacia la adultez. Estas son: • • • • • • • • • •

Subsistencia Protección Afecto Identidad Educación Libertad Participación Creatividad Tiempo libre Espiritualidad

Crecer es el mayor riesgo del ser humano. Es pasar de la niñez a la adultez, siguiendo una serie de etapas bien definidas. Crecer es recuperar nuestro mundo vital, lleno de asombro y aprendizaje que, alguna vez floreció en nosotros. Crecer es estar abiertos a la vida, a trabajar sin cesar sobre mi mismo. Crecer es dejar de lado la soberbia de lo ya aprendido, por la disponibilidad de aprender cada día algo nuevo y distinto. Crecer es aprender a ser humildes y honestos y decir “no se“ antes que acorazarme con falsas certezas. Crecer es aceptar el cambio, porque la esencia de la vida es el cambio. Crecer es elegir la vida, y quien elige la vida elige el cambio, el constante desarrollo aunque implique dolor. Crecer es despertar a lo que acontece a mi lado. Crecer es atravesar cada etapa de mi vida totalmente despierto. El niño necesita vivir plenamente su niñez para dar paso en él a la adolescencia. El adolescente debe experimentar su adolescencia enteramente para poder despedirse de ella e ir al encuentro de la juventud y adultez. Vivir a pleno cada etapa es la mejor garantía para alcanzar un día la madurez. Las carencias en cualquiera de las etapas, generan retrasos madurativos en el crecimiento y desarrollo de la personalidad y por ente en la madurez. El niño, el adolescente, el joven, se desarrollan normalmente cuando poseen un hondo sentido del propio valor y cierto grado de confianza en la seguridad de su existencia. La plenitud de cada etapa vital, promueve la madurez y las carencias solo generan retrasos madurativos en el crecimiento. El sentimiento de ser valioso es fundamental para la salud mental, esto proviene de los padres. Ningún niño ni joven puede alcanzar la madurez psicológica en una atmósfera insegura, amenazada por el desamor, o por la falta de compromiso afectivo de los padres o el abandono por parte de estos.

En la inmadurez de muchos adultos se percibe la profunda ausencia de ese sentimiento interno de la propia valoración y la consiguiente sensación de inseguridad. Así la vida se convierte en un proceso penoso. La tarea educativa sería despertar en el individuo, su inteligencia y su sensibilidad a la vez que su capacidad creativa frente a la vida. La maduración afectiva requiere varios duelos. •

Ver a los padres reales que uno ha tenido y no los que creyó tener (idealizados) aquí tomamos conciencia de lo que hemos recibido y de lo que nos faltó



Reconocer nuestros límites y carencias



No depositar en otros la responsabilidad de nuestras vidas



Despedirnos de nuestros padres de la infancia, esto nos habilita para emprender el camino como adultos



Ser coherente entre decir lo que se piensa y hacer lo que se dice



Tomar decisiones propias



Hacer elecciones personales



Afrontar constructivamente los problemas en lugar de evitarlos



Parirse a sí mismo



Saber que mi vida está en mis manos



Despejarme de culpas: “Donde hay culpa no hay amor” Por lo general la culpa es una forma de dependencia de mi propia libertad. Esto aprisiona mi libertad

El amor como signo de madurez El que ama establece vínculos de complementariedad y no de sometimiento y dependencia. Sometimiento y dependencia es inmadurez. El que ama crea lazos de unidad, el que ama comprende al otro, escucha y acepta al otro (1Cor.13) La persona madura accede al amor del encuentro. La madurez exige estar vivo y asumir un compromiso personal en la línea de la libertad y del amor. En la raíz de toda depresión, angustia, miedo o cualquier tipo de padecimiento psicológico, hay una desesperada sensación de impotencia para afrontar adultamente la propia existencia que solo es sanada por el amor. El viaje por la auténtica adultez debería ser una experiencia liberadora y de jubilosos hallazgos en la línea del amor. La adultez implica ser fiel a uno mismo y es desde ahí donde nos desprendemos de los condicionamientos sociales o individuales, esto hace que nos brote en el alma una alegría serena y fresca que nace de una libertad asumida y aceptada en el amor. Todos deseamos ser amados pero no todos maduramos en nuestra propia e insustituible capacidad de amar. El desarrollo espiritual es inseparable de la madurez psicológica y esta pasa a través de la adultez que se nutre del amor que uno da y recibe. No hay una verdadera espiritualidad, que viva en el amor, sin madurez afectiva y psicológica. Sólo desde un proceso sano de madurez, integrado en el amor, adquirimos la capacidad de ver el mundo y el lugar que ocupamos en él, de manera realista.

La alegría, el amor, la libertad no es algo extraordinario, se manifiesta en nosotros cuando recuperamos la 3 integridad de nuestro ser. La persona madura tiene siempre en el horizonte de su vida el amor porque sabe que el amor: alienta, sonríe, atrae, confía, enternece, canta, tranquiliza, guarda silencio, edifica, siembra, espera, consuela, suaviza, aclara, perdona, vivifica, es dulce, es pacífico, es veraz, es luminoso, es humilde, es sumiso, es manso, es espiritual, es sublime. La persona madura comienza a manifestar estos signos en su vida. Pero el signo más claro de madurez será cuando nos hayamos identificado con Jesús y esta identificación nos lleve a “gastar nuestra vida por los demás”. LA MADUREZ CRISTIANA (Madurando con Jesús) ¿Cuál es la voluntad de Dios sobre mí? Dios quiere que crezca, que ame, que me deje amar por Dios y por mis semejantes, que sea libre, responsable de mis actos. Dios no quiere que el hombre sufra. Jesús curaba a los enfermos, se acercaba a los más desprotegidos. Dios es Amor, Vida. Misericordia y Bondad. Madurar es hacerme cargo de mi vida, de mis elecciones, del desarrollo de mis capacidades e incluso de la ayuda para la “liberación” de los demás. Todo esto para el cristiano supone 100% de gracia junto a nuestro 100% y todo medido por la libertad humana y las posibilidades de la naturaleza. La voluntad de Dios es siempre dinámica, creativa, respetuosa, abierta, dialogante, compañera del ser humano y nunca en contra de él. Dios hará todo lo que pueda para liberarnos, pero lo hará en la medida en que “nos arremanguemos” y lo hagamos con El. Dice H. Bergson: “Dios crea creadores”. La última palabra y acción salvífica, como la primera, será sólo obra de El. La resurrección por fidelidad a su plan salvífico, como la creación por amor, es gracia pura, es amor gratuito. La Madurez Cristina es:  Una esperanza de todo ser humano, realizarse, el cristiano encuentra un modelo vivo, en Jesús, para llegar a la plenitud  Descubrir a Dios como Padre, Creador y Salvador.  Hacer presente el Reino entre nosotros en la medida del amor fraterno.  La consumación del sueño de la humanidad, teniendo a Cristo como centro.  Creer en la esperanza “una esperanza contra toda esperanza”. (Rom.4,18)  Lo que da sentido a nuestro caminar; la imagen Pascual de Jesús.  Lo que vamos tejiendo en el entramado de la Fe, la Esperanza y el Amor que son los que dan sentido al crecimiento de todo ser humano.  El gran desafío, a vivir aquí y ahora en total plenitud con los demás, como si fueran los últimos momentos, incluso los únicos de la existencia, sabiendo que ni siquiera así seremos colmados plenamente pues nuestro “corazón no descansará hasta que repose en Dios”

3 Algunas de estas notas está tomadas de la revista “Criterio” del artículo: “La adultez” de Ángela Sannuti

Si pudiera vivir nuevamente mi vida En la próxima trataría de cometer más errores. No intentaría ser perfecto, me relajaría más. Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.. Sería menos higiénico. Correría más riesgos, subiría más montañas. Nadaría más ríos. Iría a algunos lugares donde nunca he ido, comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios. Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolijamente cada minuto de su vida; claro que tuve momentos de alegría. Pero si pudiera volver atrás trataría de tener sólo buenos momentos. Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, sólo de momentos, no te pierdas el ahora. Yo era de esos que nunca iba a ninguna parte sin un termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas. Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano. Si pudiera volver a vivir, comenzaría a andar descalzo a principio de la primavera y seguiría hasta el otoño, contemplaría los amaneceres y jugaría con los niños, si tuviera otra vez la vida por delante. Pero ya lo ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo. Jorge Luis Borges (Murió al año siguiente)

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