REFLEXIONES SOBRE LA SUBJETIVIDAD Y EL ENCUADRE 1

Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay “Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 200

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay “Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002

REFLEXIONES SOBRE LA SUBJETIVIDAD Y EL ENCUADRE 1 Lic. Isabel Le Brun Dr. Ezequiel A. Jaroslavsky Lic. Olga Piñeyro Dr. Jacobo Tacus

De la subjetividad: La subjetividad es inherente al sujeto singular. Es el estado de la realidad psíquica para un sujeto en un momento dado. Al decir de A.Green (1988), “la subjetividad se manifiesta a raíz de una meta pulsional que se ha de cumplir, de un objeto que se ha de conquistar...surge de las fuentes del cuerpo y que pone al ser en movimiento”. Para René Kaës (1986), en cambio es “el arreglo singular de la pulsión, de la fantasía, de la relación de objeto y del discurso...(y) está apuntalada sobre la experiencia corporal, sobre el deseo del otro, sobre el tejido de los vínculos, de las emociones y de las representaciones compartidas a través de las cuales se forma la singularidad del sujeto". Vista de este modo, la subjetividad se construye en correlación con la subjetividad de los otros. El sujeto emerge de dicha interrelación. Por otro lado existen otros determinantes de la subjetividad que son los contenidos negados, forcluídos, desmentidos y transgeneracionales que el sujeto recibe e inscribe diacrónicamente. Entendemos la intersubjetividad como el proceso de transcripción sincrónica que se produce como consecuencia del intercambio entre los sujetos. La intersubjetividad presupone una barrera entre los individuos y un espacio transicional donde se producen los procesos de transformación de los contenidos psíquicos. Este espacio interpsíquico es el lugar donde se articula lo diferente, se garantiza la continuidad del sí mismo y se posibilita la simbolización. La existencia de este “espacio potencial” (D. Winnicott, 1971) es lo que posibilita el encuentro con el otro y, en forma privilegiada, el encuentro con el otro - analista en la situación terapéutica. La tarea analítica tiene como finalidad básica la construccíon de lo simbólico, el reencuentro, el 1

Miembros adherentes de la A.P.A

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armado del sentido perdido, la “reunión de dos comunicaciones” dentro de un espacio potencial, limitado por el encuadre (A.Green, 1972) . La tarea exige al analista un esfuerzo de representación del modus operandi de la mente del paciente, que lo guíe en la tarea de complementar aquello que al paciente le falta. Se conforma, pues, un “objeto analítico” (A. Green 1972), con la condición esencial de que puedan establecerse relaciones de correspondencia analógica y complementariedad analista – analizando.

Del devenir de la subjetividad. La conceptualización freudiana parte de la existencia de situaciones de origen en la constitución del sujeto: la represión primaria, el narcisismo primario, la identificación primaria que conforman el inconciente no reprimido. Estos son algunos de los aspectos básicos de la subjetividad, los cimientos de la conformación del sujeto. En el armado de esta estructura subjetiva, según Piera Aulagnier (1975), es la madre, vehículo de la cultura, la que en el primer encuentro con el infans ejerce la necesaria “violencia primaria”. El infans es modelado por los enunciados identificatorios a través de la madre- portavoz, realiza su propia tarea de metabolización e ingresa al universo simbólico. Hay contenidos del inconciente no reprimido que pasan a formar parte de lo escindido del yo, sin acceso al preconciente o la simbolización. Estos elementos provienen del narcisismo primario, heredero del narcisismo parental y el deseo de los padres (N.C.Marucco,1998). Dichos aspectos escindidos forman parte de lo más

arcaico

y

regresivo

del

sujeto;

son

aspectos

simbióticos,

indiferenciados, no pasibles de representación, que tienen presencia negativa en los “aspectos mudos’’ del encuadre (J. Bleger, 1972). De estos contenidos más alejados del preconciente y la conciencia se nutre la compulsión a la repetición, la neurosis de destino, las transferencias más primarias. Con la emergencia del complejo de Edipo y el acceso a la palabra y la significación hay procesos represivos o de inconcientización (represión secundaria) que formarán parte del inconciente reprimido y sí podrán volverse concientes.

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Del apuntalamiento y la creación del espacio potencial. Elegimos la definición de apuntalamiento desde la traducción de la palabra francesa “étayage”: “sostener con estacas lo que amenaza caer en ruinas y reclama consolidación”(A.Zadunaisky,1998).

La

idea

de

apuntalamiento

se

corresponde con la concepción de un sujeto a quien le es menester la presencia de un soporte, necesitado de recibir ayuda y protección frente al desamparo; la sujetividad se sostiene y desarrolla a partir de la satisfacción de las funciones básicas para la vida; las pulsiones sexuales se apoyarán en las pulsiones de autoconservación. En el proceso de transcripción (reprise) de la necesidad de alimento a la pulsión sexual, se produce el proceso de transformación de un medio a otro. La subjetividad se apuntala en el vínculo con la madre, en el propio cuerpo, en el propio psiquismo y en la matriz grupal (R. Kaës. 1984). De la misma manera que la piel recubre, sostiene, moldea el cuerpo y oficia de continente, el vínculo con el otro refuerza, apoya y crea un espacio para el desarrollo de la subjetividad. Como si se tratara de una envoltura psíquica el individuo se apuntala en una red de solidaridades (recíprocas) que sostienen el funcionamiento de su psiquismo. Debemos señalar que los elementos en apoyo (madre- bebé, etc.) están en contacto y a la vez

abiertos y

separados, en un espacio encontrado - creado. En este espacio es donde “se ubica la experiencia cultural que aporta a la especie humana la continuidad que trasciende la experiencia personal, espacio potencial entre el individuo y su entorno” (D. Winnicott, cit. por Kaës, 1979). Es ese espacio intermedio, de frontera, transicional, el lugar en el que se

efectuan los

procesos de transformación. En la situación terapéutica oficia como espacio potencial del análisis, lugar de transcripciones y construcciones, sitio en el que se intentan suplir las carencias, suturar fisuras de la subjetividad, promover la mentalización. El doble juego de presencia (en la sesión) y ausencia (en el tiempo entre sesiones, en los silencios, etc.) irá armando el ritmo de la continuidad - discontinuidad, del apoyo y el “desapoyo”, la

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recreación de un espacio interno diferenciado y discriminado. En el espacio terapéutico el analista procura que el paciente tome conciencia del alcance del trabajo autodestructivo y limitativo, que ejerce sobre su propia actividad psíquica; el trabajo analítico intenta ser, pues, una experiencia reordenadora y enriquecedora, que abre la posibilidad de una aventura personal en un continente a medias desconocido, el de la subjetividad.

Del encuadre. Desde su nacimiento y a través del tiempo el sujeto sufre movimientos de apoyos y desapoyos, padece crisis y rupturas que ponen en peligro su estabilidad y que a veces llegan a arrasar la subjetividad, promoviendo la reaparición del fantasma del desvalimiento. Son diversas las formas del sufrimiento y se manifiestan ya sea en positivo (bajo la forma de síntomas, pasajes al acto, exclusión somática) o en negativo (escisión, formas diversas de desinvestidura e inhibición). Diferenciamos por un lado las así llamadas situaciones críticas a las que pueden estar sometidos todos los sujetos y por el otro lado los déficits de estructuración. El trabajo analítico une dos tipos de necesidad, la de permanencia y continuidad y la del cambio y

crecimiento. En este sentido el encuadre

analítico, como lo define J. Bleger (1972), constituye un fondo silencioso, mudo, una constante que permite una cierta flexibilidad a las variables del proceso. Este encuadre incluye el rol del analista, el conjunto de factores espacio- temporales, horarios, honorarios, etc. A.Green (1972) enriquece esta definición diciendo que “la situación analítica es el conjunto de los elementos comprendidos en la relación analítica, en cuyo seno es observable un proceso que tiene por nudos la transferencia y la contratransferencia, gracias al establecimiento y a la delimitación del encuadre analítico”. Para D.Winnicott el espacio análitico es el que permite el libre movimiento, la posibilidad del desarrollo de la fantasía, la construcción común de un espacio entre dos, entre el yo y el no- yo, entre adentro y afuera, entre pasado y futuro a partir de la existencia de un ambiente facilitador.

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Idéntica función a la del encuadre en el tratamiento psicoanalítico, la tiene la cotidianeidad en los vínculos humanos (término utilizado por I. Berenstein y J. Puget 1998). Lo cotidiano no es solo “lo que hacen habitualmente los miembros de un vínculo, sino, además, lo que tienen que hacer, en tanto miembros, para seguirlo siendo” (M. Bernard 1999). Es lo estable de todo vínculo humano, lo rutinario, las costumbres etc. En la situación analítica se encuentran dos subjetividades reunidas y al mismo tiempo separadas. Estas dos partes no mantienen contacto físico, pero el clima emocional es una forma de conexión. Otra forma es el silencio, aunque la palabra es la forma por excelencia de conexión entre analizando y analista. El producto del encuentro de esta dualidad fundamental es la actividad simbólica que se expresa a través del discurso. Dicho discurso expresa un compromiso entre lo inconciente y lo conciente y es el lugar donde “la transferencia sobre la palabra” se desplegará “habitada por la fuerza” sin estar reducida al sentido (A. Green, 2000). La situación analítica será un campo de fuerzas donde se despliegan las posibilidades representacionales del sujeto, la riqueza o la pobreza de su subjetividad y su posible proceso elaborativo. Es aquí donde el analista juega su “encuadre interno”, su dispositivo interno de análisis, cuya riqueza y posibilidades será proporcional a su pasión analítica, su talento clínico y su salud mental”. (M. Alizade, 1999). Es tarea del analista proveer a su analizando, en calidad de préstamo, objetos y representaciones útiles para el desarrollo del pensamiento y de procesos relacionales. Este conjunto de elementos es

parte de un modo de funcionamiento del pensamiento del

analista, que éste pone a disposición de su paciente. Desde esta perspectiva el encuadre tiene una función de apuntalamiento, incluyendo aspectos de estabilidad y presencia (la persona del analista, sus características personales, el espacio del consultorio,etc.) frente a lo variable que surge desde la transferencia del analizando. Se propone el ingreso a un interjuego creativo donde transferencia y contratransferencia van moldeando la escena terapéutica, La situación terapéutica opera entonces

más sobre la

constitución de la subjetividad del sujeto - analizando que sobre la resolución

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sintomática y en este sentido el encuadre funciona como apuntalador de dicha subjetividad y organizador de la identidad.

Del

terapeuta: La tarea analítica, como toda actividad humana tiene un

proceso y un desarrollo. Esta tarea debe llevarse a cabo dentro de un marco, un encuadre flexible y determinado por sus necesidades funcionales, un territorio de creación de lo pensable y procesable. En este sentido consideramos que

en el interjuego transferencia–contratransferencia

se

construyen las particularidades de ese marco, para permitir el desarrollo óptimo del quehacer analítico. En la actualidad la escena analítica suele transcurrir en un encuentro cara a cara y por esto se pone en evidencia una variante peculiar del “campo psicoanalítico” (W.Baranger,1969) en la que no se puede dejar de tomar en cuenta el impacto de la presencia, de la ausencia, la mirada, lo perceptual y la acción. Hoy más que nunca se hace carne la formulación empirista: ”Ser es ser percibido”. Esta realidad de nuestra clínica impone un esfuerzo al terapeuta quien debe “sostener” su tarea analítica de construcción del pensamiento en un encuentro con efectos de presencia más “reales”, con una corporeidad y expresividad que se depliegan de un modo diferente. Paciente y analista son sujetos de una dramática que se desarrolla según un ritmo que nace y se modula en la relación intersubjetiva. La presencia del analista, sus estados anímicos, su gestualidad, su modo particular de decir y de no decir, etc. se imponen en una dinámica que compromete a ambas partes y que sintetizaría la idea del ”encuentro”. Debido a este rasgo particular del quehacer analítico pensamos que éste opera predominantemente sobre la interiorización elaborativa y la construcción del pensamiento, en una combinatoria de ausencia - presencia, de las palabras y el silencio. En ese campo se pone en marcha un proceso de creación y construcción, una suerte de “vía de porre,” más que una resolución puntual del trauma o los síntomas. En esta circunstancia tiene un peso particular la formación analítica del terapeuta y el intercambio con sus colegas que funcionan como elementos de

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apuntalamiento y apoyo indispensables de su identidad profesional. La discusión del material clínico que llevamos a cabo en nuestros grupos de trabajo opera como una terceridad necesaria en el campo analítico (W. Baranger, 1969). La supervisión, lugas del cuestionamiento teórico- clínico permitirá

la

comprensión

de

los

aspectos

contratransferenciales

y

transferenciales en juego, motores fundamentales de toda experiencia de análisis. Para concluir coincidimos con A. Green, (1972): ”cuando el analista alcanza una suerte de dilucidación interior, a menudo antes de la verbalización, el malestar afectivo se trueca en un sentimiento de satisfacción por haber llegado a un modo de explicación coherente, que desempeña el papel de una construcción teórica...;lo que cuenta es haber logrado mantener lo informal y retenerlo en una forma”. De esta manera será ”función del encuadre tolerar las tensiones extremas y reducirlas por medio del aparato mental del analista “ (A. Green, 1972).

Resumen

La subjetividad se construye en correlación con la subjetividad de los otros, siendo la intersubjetividad el proceso de transcripción sincrónica que se produce como consecuencia del intercambio entre los sujetos. En el espacio interpsíquico se articula lo diferente, se garantiza la continuidad del sí mismo y se posibilita la simbolización. La tarea analítica permite la construcción de lo simbólico, el reencuentro del sentido perdido dentro de un espacio potencial limitado por el encuadre. Los contenidos del inconciente no reprimido (indiscriminados, escindidos, etc.) tienen presencia negativa en los aspectos mudos del encuadre. El individuo se apuntala en una red de solidaridades recíprocas que sostienen el funcionamiento de su psiquismo a la manera de una envoltura. Los elementos de apoyo están en contacto a través de un espacio transicional que en la situación terapéutica oficia como lugar potencial del análisis, lugar de transcripciones y construcciones, sitio en que se intenta

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suplir las carencias, suturar fisuras de la subjetividad, promover la mentalización. La situación analítica será un campo de fuerzas donde se despliegan las posibilidades representacionales del sujeto, su subjetividad y su posible proceso elaborativo y tendrá función de apuntalamiento y estabilidad.

Bibliografía

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