REFRANES Y SABIDURÍA POPULAR. -Psicoanálisis y Folklore- FERNANDO ROMERO AGUIRRE

REFRANES Y SABIDURÍA POPULAR. -Psicoanálisis y Folklore- FERNANDO ROMERO AGUIRRE. LA IMPORTANCIA DE DECIRLO. Dale al necio una cuerda y él se colg

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REFRANES Y SABIDURÍA POPULAR. -Psicoanálisis y Folklore-

FERNANDO ROMERO AGUIRRE.

LA IMPORTANCIA DE DECIRLO.

Dale al necio una cuerda y él se colgará. Viejo proverbio ingles.

Ámame cuando menos lo merezca ya que Es cuando más lo necesito. Viejo proverbio chino.

La mejor manera de aprender es asumiendo Una actitud humilde. Confucio.

Hace ya más de una centuria, en “La interpretación de los sueños”, Sigmund Freud (1900) el creador del Psicoanálisis, aseveró que soñamos porque soñar es el “producto” de un trabajo mental; aún cuando nos encontremos durmiendo y fuera del estado de vigilia, la mente continúa trabajando. A Freud se debe la posibilidad de interpretar los sueños a través de la técnica de las “asociaciones libres”, porque el pensar ocurre justamente por asociación de ideas. Dos elementos de un sistema netamente humano: pensamiento y lenguaje. Se interrelacionan, intercomunican y son interdependientes. Es decir, funcionan como una totalidad dinámica junto con la percepción y los diferentes tipos y formas de memoria. A esa grupalidad, podríamos denominarla, tal vez, como la base de la función yóica de “inteligencia”. Freud encontró que los sueños eran ricos en simbolismos y eso le sirvió para fundamentar su técnica de “asociaciones libres” al interpretarlos agregándole el significado universal de los símbolos. Originalmente había propuesto las “asociaciones libres” para develar el significado de los síntomas; ante una dificultad suya para hipnotizar a sus pacientes les pedía que hablaran libremente de lo que se les ocurriese. Ahora pedía al soñante que hablara de lo que se le ocurriese a propósito de su sueño. Luego complementó la información así obtenida enriquecida con los significados simbólicos que siempre están presentes en los sueños. Esto lo condujo a una interpretación más precisa y, de hecho, también de carácter universal.

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Se hace evidente que para la adecuada interpretación de los sueños, no se puede prescindir ni de las ocurrencias del soñante ni de las “asociaciones libres”, porque es desde la propia historia del que sueña, donde surge la información mediante la cual se puede entender la particular manera como se emplearon los símbolos universales. El significado de los símbolos se ve determinado por la forma como los emplea cada quien, desde su inconsciente, al procesar información más o menos traumática y/ ó experiencias que constituyeron cierto grado de conflicto, mismo que aflora al soñar, con una intención resolutiva y/ o de “realización del deseo”. Queda claro, entonces, que los símbolos son estructuras de que se vale la psique en el proceso de figurabilización y “metabolización” de la información, a través de lo que Freud denominó: “trabajo del sueño”, y no son producidos por el sueño mismo. Para Freud, es dentro del folklore de los pueblos, desde sus mitos, proverbios y refranes, donde se puede encontrar el ámbito por excelencia para abordar el estudio tanto del origen de los símbolos, como de su significado más general. Y a propósito de los refranes, recientemente los estudiosos de la lengua se han interesado a nivel mundial (Pérez, 2003) por el estudio de proverbios y refranes. Así, surgió la Paremiología como una parte de los estudios de la lengua que se ha abocado a investigarlos. Los refranes aluden mediante la palabra, a representaciones concatenadas, cuyo agrupamiento alcanza la categoría de simbolizaciones. Por su parte, las representaciones, unidades de estructuras simbólicas, son una función del Yo y son la base del sistema cognoscitivo. Las representaciones, decimos que son estructuras de carácter intelectual-verbal y al asociarse forman símbolos que se integran con otros y generan lo que podríamos denominar “guiones representacionales”. A estos “guiones” llegó la gente común, el pueblo y su inventiva, a fin de poder “procesar” ciertas cantidades de energía que era capaz de provocar traumatismos; energía instintiva de un tipo que compartimos con todos los animales y que sólo poco a

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poco, con intención, y como tarea humana, se aprendió a domesticar. En el origen, por necesidad seguramente, y, quizás con ayuda de alguna mutación, un día se alcanzó la posibilidad de desarrollar el lenguaje. El ser humano, necesitado de convivir comunitariamente, en grupo, tuvo que “inventarlo” en aras de la supervivencia y con miramiento por la determinación y salvaguarda funcional de reglas, normas y requerimientos sociales que la habilidad para la comunicación, hizo posible en términos de organización social y comunitaria. Después de todo: “Hablando se entiende la gente”. La palabra fue algo fundamental para ponerse de acuerdo respecto de lo necesario y conveniente, dada la desventaja evidente frente a los animales mejor dotados físicamente y además feroces. Quizás primero a través de gritos y gruñidos, previos a las palabras y pudiendo registrar la experiencia en una forma de memoria de imágenes susceptible de ser desarrollada, se hizo posible pensar. Seguramente que a la vuelta de miles de años y a través de un esfuerzo sistemático y constante, se logró al fin estructurar el lenguaje tal como lo empleamos hoy. Por tanto, la creación de refranes debe ser una práctica muy reciente, acaso de unos cuatro o cinco mil años, y se deduce en ellos la presencia de la energía necesaria y característica de la psique humana, aquella que se refiere a los procesos mentales: pensamiento, lenguaje, y luego, razonamiento. La energía psicológica, se obtiene en primera instancia, de la alimentación. Al metabolizarlos, esa energía es convertida en energía psíquica y se la “organiza”. De hecho, después se la debe administrar. La energía “bruta” o de impulsos instintivos, la “convertimos” en el cerebro, tras una serie de complicados y complejos procesos mentales, en una forma depurada de energía para poder luego emplearla en funciones superiores como percepción, memoria, representación, pensamiento, lenguaje, motricidad fina y propositiva, etc., y después puede

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ser utilizada como o en conducta inteligente, la cual es necesaria para enfrentar y resolver situaciones difíciles y aspectos dolientes propios de la realidad cotidiana en general y de las relaciones humanas en particular. Por eso es que nos parece útil emplear refranes para explicar diferentes hipótesis psicológicas y psicoanalíticas respecto de la conducta y las emociones. Con relativa facilidad se puede probar que proverbios y refranes, constituyen “herramientas” en función de las cuales se puede interpretar la realidad de instituciones y personajes involucrados desde los roles jugados como protagonistas. Asimismo, pueden ser aplicados como un recurso preliminar para la interpretación psicodinámica, en tanto que ayudan a superar algunas de las resistencias típicas que se observan en algunos pacientes durante el proceso terapéutico. Esto es porque funcionan dentro de la forma de estructuración más común del discurso, y, por tanto, como un complemento para la comunicación “emocional-vincular” que se emplea en la interpretación terapéutica de corte interaccional-interpersonal, para estimular la integración de lo emocional con lo lógico racional, ante situaciones en que hubo que echar mano de la disociación para no perder el control. Los conceptos psicoanalíticos más cercanos a esta tarea, se refieren a las funciones del Yo encargadas de representar, integrar y sintetizar la vivencia, desde lo energético-impulsivoemocional y lo sensorial-perceptual-cognoscitivo, valiéndose de los mecanismos de defensa que por lo regular comanda el mecanismo de la proyección: poner en otro algo propio que provoca conflicto, para luego salvaguardarse uno mismo al satanizarlo en aquél sobre quien se hizo la proyección. Por ejemplo alguien que se metió en dificultades por beber en exceso, encuentra consuelo expresándose con dureza de quienes beben con frecuencia. A fin de integrar diferentes modelos teóricos, resulta útil buscar apoyo en los modelos cognoscitivistas; eso nos permitiría probar que el ser humano ha logrado a través de la heurística del refranero, organizar un importante montante de energía

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de impulsos instintivos que lo han preservado de “actuar” de manera reactivo-impulsiva. En ese proceso, ha sido de ayuda la “experiencia de vida”, como un subsistema de vivencias sobre las cuales se ha podido reflexionar y se han convertido en vivencias yóicas registradas en la memoria. Se trata de información “archivada” en los diferentes tipos de memoria: “anecdótica” o “episódica” que alude a recuerdos afectivos y emocionales y otra “procedimental” o de las acciones, que guarda información de la motricidad. Toda esta información es pertinentemente organizada y estratificada (Ruiz Vargas, 1994) en función de lo cual no necesitamos hacer esfuerzo psíquico para recordar todo aquello que empleamos con frecuencia o que entra dentro de lo mecánico y/ ó habitual por realizarse sistemáticamente; o como andar en bicicleta una vez que ya se hubo aprendido. Ambos tipos están al servicio del desarrollo de la inteligencia lógica formal (Piaget, 1964) en donde, memoria e inteligencia, son estructuras “producto” del crecimiento: la madurez y el desarrollo. No olvidemos que sólo en cierta medida, y mínima por cierto, esos contenidos son conscientes. Por ejemplo, la experiencia emocional el Yo la “regula” reprimiendo su mayor parte y, enviándola al inconsciente. De no ser así, al recordar no se podría hablar de los recuerdos, nos veríamos inundados por los sentimientos y emociones en pleno. Algo, no obstante un poco enigmático en lo que se refiere a la conducta motriz, es lo que entra dentro de un ámbito como de respuestas en automático: los hábitos. En su mayor parte son inconscientes, aún cuando impliquen conductas muy especializadas, por eso es que se puede hablar de una forma de memoria “declarativa” o semántica, y otra, que es “no declarativa” (Bleichmar, 2001) respectivamente. Parece que las diferentes formas de memoria han acumulado genéticamente, a su vez, diferentes tipos de información. De modo que la información se acrecienta como verdadero “bagaje” de la humanidad, en relación con los desarrollos culturales de todos los lugares y en todos los tiempos. Se puede pensar, por tanto, que los contenidos que se encuentran en los refranes, trascienden las propiedades intrínsecas del lenguaje, superan la dinámica y la economía típicas de lo consciente y explotan capacidades

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que han surgido como resultado del ejercicio de diferentes estructuras intrapsíquicas y funciones yóicas muy específicas. Es decir, como resultado del desarrollo evolutivo netamente humano. Y, entonces, como un producto de la inteligencia humana dentro del contexto social. Mao Tsetung (1971/ 1974), el filósofo, dijo que: “… la práctica social del hombre es el único criterio de la verdad de su conocimiento del mundo exterior”, y que “Si el hombre quiere obtener éxito en su trabajo,… lograr los resultados esperados, tiene que hacer concordar sus ideas con las leyes del mundo exterior objetivo; si no consigue esto, fracasa en la práctica”. Para nosotros es claro que acá el sabio alude al proceso de integración de los contenidos de información registrados en los dos tipos de memoria: la procedimental y la anecdótica, como requisito para el desarrollo intelectual. Y a partir de este juicio Mao explica el significado de un refrán: “El fracaso es madre del éxito” que se podría complementar con otro: “Paso a paso se va lejos” y uno más: “La prisa es enemiga de la perfección”. Asimismo, valida una aseveración del mismo Mao, proferida simbólicamente: “Cada fracaso nos hace más listos”. Después de todo, como dijera un día J. Lennon: “La vida es aquello que sucede mientras planeamos el futuro”. Los refranes son sólo una de tantas “construcciones” prácticas que la gente, desde diferentes ámbitos y basándose en la experiencia cotidiana, desarrollaron con la mejor intención de procesar experiencias potencialmente “tóxicas” que se ven estimuladas ya por excitación ya por frustración, y que, antes del recurso creativo, fueron inductoras de reacciones más o menos impulsivas e irracionales. El deporte es otro recurso con intención similar, sólo que éste pertenece a otro ámbito, el de la inteligencia “cinéticocorporal” (Gardner, 1994), y, el “nuevo circo romano” de los norteamericanos lo ha convertido en un “producto”, en una mercancía; mientras que los refranes son creaciones de la inteligencia intelectual, lingüístico-verbal y emocional, bajo la presión social, jurídica y moral.

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En ese sentido, y como mencionamos antes, dichos y refranes informan del esfuerzo por procesar traumatismos: situaciones conflictivas y/ ó estresantes, cargadas de emociones, que impactaron y cuya energía tiende a ser descargada a través de actos impulsivos y/ ó a través de reacciones vegetativas sobre el propio cuerpo, como ocurre por ejemplo con los trastornos gastrointestinales frente al estrés o los fenómenos vasculares como los infartos, al corazón o al cerebro; la descompensación del páncreas ante impactos emocionales de cierta magnitud y que al último provocan diabetes. En efecto, algunos traumatismos, ante ciertas circunstancias, devienen manifestaciones o trastornos psicosomáticos. Pero siendo que dichos y refranes se ubican dentro de la forma de simbolización que caracteriza la palabra hablada, tienen un valor catártico inherente. Por otro lado, dichos y refranes, pueden ser vistos como sustitutivos de síntomas, ejemplos claros de “formaciones de compromiso” para el “drenaje” de energía instintiva. Formaciones de compromiso exitosas que si no alcanzan la categoría de sublimación están muy cerca de lograrlo: recursos del Yo útiles para recuperar equilibrios fisiológicos y emocionales, sin tener que descargar sobre el cuerpo la energía de emociones. Otto Fenichel, compilador y cronista de la psicopatología freudiana, observa al respecto del síntoma: “... el impulso censurable encuentra alguna vía sustitutiva de desahogo...”, entonces “... puede ayudar a rechazar los restos del impulso originario” (Fenichel, 1966) En otra línea, el Yo encontró al crear refranes, una fórmula análoga a la que Freud observó en los chistes (1905) para recuperar una cierta cantidad de energía psíquica invertida en represión, gracias a que permite una descarga por vía sustitutiva. Así, logra optimizar la energía invertida en represión que es producto de un deseo reprobable, pero sin dejar de contener al impulso, y con la conveniencia de un menor “costo” energético. Algo muy parecido ocurre justamente con la sublimación que es la forma de actividad “inhibida en su fin” y/ o artística. La sublimación se expresa merced al ingenio y la creatividad en la investigación, el trabajo, el deporte, la espiritualidad y en el arte: de lo agresivo -como en

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el “Guernica” de Picasso o en el refrán “Pequeño y vil, como cerebro de piojo”- u otro de Proverbios en la Biblia “Su pan es pan de maldad y vino de violencia es su bebida” ; de naturaleza sexual -como en el arte erótico en general y como se puede observar en el refrán: “Borracho con tu tepache endulzado con tu panocha”- y la defensa psíquica por excelencia pero en una forma, por cierto, no patológica de la peligrosa proyección. En el síntoma –“formación de compromiso” parcial, “costosa”, por fracasada o de éxito relativo, aún cuando en la fantasía y sólo en ella permita la “realización del deseo”- la diferencia es que se puede observar psicoanalíticamente el impulso y la defensa. Y, por lo general, “En el pecado se lleva la penitencia”, pues implica un costo energético, en ocasiones, también en forma de inhibición. En el síntoma, son justamente las funciones de integración y síntesis las que se ven degradadas. Tanto en la organización emocional como en el desarrollo intelectual. Y, en ellos, en mayor o menor medida, la sublimación se ve trastocada, pervertida o de plano “brilla por su ausencia”. El “ahorro” de energía se observa en la recuperación de una parte de la misma, mediante la investidura o energización de la representación por vía de la figurabilidad: integrar una imagen mental; y la condensación: comprimir la información, de diversos elementos presentes en la vivencia asociada al conflicto, de un modo similar a como ocurre con el trabajo del sueño: una imagen por lo común alude a un considerable contenido de información: “Una imagen dice más que mil palabras”. Desde otra perspectiva, los refranes son un producto de la capacidad metarrepresentacional que propone la Psicología cognoscitiva contemporánea (Perner, 1988) Dicho proceso anoticia de la capacidad de discriminación y comprensión de representaciones y guiones representacionales como unos contenidos pensados, a lo sumo comunicados verbalmente, por contraposición con aquellos que fueron “actuados”, y a los cuales sustituye, porque provocaron ciertas consecuencias trascendentemente desagradables en el pasado: en la realidad interna (sufrimiento emocional), o en la externa (abandono, rechazo, agresión o castigo)

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La capacidad metarrepresentacional, allana el camino a la manifestación simbólica de las situaciones de conflicto. Así, la mayor parte de energía psíquica referente a emociones, se descarga de la misma manera que en los sueños y los chistes. Esas vivencias, a juzgar por el significado simbolizado por el refrán, anteriormente devenían reacciones del tipo “acting”: actos sin pensar, inducidos por ira u otro tipo de ansiedades proclives a ser descargadas mediante la acción. En tanto que impulsivas, sin ningún miramiento por la realidad, ni por sus costosas consecuencias. Tratándose de reacciones, por lo común, frente a situaciones cotidianas digamos “normales”, dada su frecuencia en la vida diaria, sólo gradualmente parecen haber sido cuestionadas por la forma reactivoimpulsiva de “resolverse”. De tal suerte, que el valor de los refranes radica en el hecho de que son una producción simbólica resultado de la “neutralización” de las energías sexual y agresiva. Caso muy diferente del que ocurre con la inhibición que provoca la represión sola y que, no obstante, hace posible el “pensar serio” con el consabido riesgo de una sobrevaloración del pensamiento. Corrobórese, por ejemplo, con las ideas obsesivas que son más o menos conscientes y pueden llegar a resultar displacenteras y energéticamente “costosas”. Sobre todo cuando la persona obsesiva “avanza” hacia temores fóbicos de contagio, compulsiones motrices, rituales y ceremoniales. Es diferente también de la energía mental que se descarga a través del humor, como sucede con el chiste; el cual, por lo común, posee un significativo contenido inconsciente, incluso en ocasiones simbolizado, pero de mínimo valor sublimatorio y cuya finalidad particular es la de procurarse una descarga compartida, social y culturalmente placentera aunque poco útil. En ese sentido, parafraseando al Freud de “El humor” de 1927, los refranes parecen ser más un producto del desarrollo de la capacidad de “sentido del humor”: función del Superyó para atenuar el sufrimiento que la cultura y sus prohibiciones, que le significan renuncias al Yo en aras de la civilización.

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El refrán es, pues, una forma de sublimación paradójica: no es tan elaborado como la poesía, ni tan “poco importante” como el chiste. El creador de refranes logra cierto grado de sublimación y tanto él como el que lo aplica, “se proyectan”, logrando una cierta descarga parcial de energía instintiva, al mismo tiempo que se contienen, en buena medida y con miramiento por la ley y lo moral, de reaccionar sin pensar. Además, resulta trascendente, transcultural y duradero por ser universal y de dominio público. Por populares, los refranes son mejor conocidos que varias obras poéticas, algunas de las cuales, suele ocurrir que fueron la “cuna” que los vio nacer por ejemplo: “Vamos pasando, luego entonces, los perros ladran”, que, entre muchos otros, es un refrán que se encuentra en “El Quijote” de Cervantes. De la proyección se valen los tres recursos; la literatura, pues “objetiva” lo intrasubjetivo: toda obra es “autobiográfica”; el refrán porque su significado, así como la agudeza para aplicarlo oportunamente, refleja el ingenio, profundidad y experiencia del que lo aplica, aunque él mismo se proyecte, pues como dice el refrán: “El que da razón del camino andado lo tiene”. El chiste, porque en la proyección, “tolerada” por consenso dado que se ve aprovechada por todos de manera vicaria, está implícita la descarga, misma que además logra evadir la prohibición, puesto que se trata de algo sancionado por las “buenas costumbres”, ya por inmoral, ilógico, tergiversado; ya por “atrevido”, y no necesariamente relacionado con algo que se pueda considerar culturalmente deseable. En el diccionario Larousse, (1992) se encuentran las siguientes definiciones: refrán: “proverbio sentencioso; luego, del latín proverbium: sentencia, adagio o refrán, expresado en pocas palabras”. Y en seguida: “Los proverbios son el eco de las experiencias”. Asimismo, se los considera como “sinónimo de pensamiento”. Y en ese sentido, son un producto verbal del “trabajo mental”, en la perspectiva de la función yóica de síntesis. Es decir, de neutralización de las energías instintivas, desarrollo cognoscitivo y entreveramiento con lo emocional concomitante.

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Acerca de los dichos: “del latín dictus participio pasado irregular de decir”. “M. Frase o sentencia. Ocurrencia. Chiste”. En esta acepción, considerados como “chistes”, pareciera que se intenta atenuar, a manera de defensa, su contenido inconsciente relacionado con el conflicto que denuncia y que estimuló su invención. Quiere decir que los refranes procesan la vivencia en un nivel intermedio entre el pensar serio, el artístico elaborado y el que permite el chiste. Por eso es necesario que se los entienda como un medio o como una forma, vigente de hecho, que transmite experiencia de vida. A diferencia de los refranes los “dichos” son construcciones un poco menos profundas (Pérez, 2002), cuya intención parece específicamente jocosa u ornamental, expresiva, y con un toque agresivo; como según se observa en: “Qué cosas hace Dios para sus hijos y sus hijos tan pendejos”, o en expresiones del tipo “¡Ay chaparros como abundan, parece que los escupen!” o “¡Y hay chaparras que hasta las manos arrastran¡”. Sin embargo, y como observa Pérez (2002), de todas maneras, “lapidaria”, como epitafios: frases u oraciones muy breves y concisas análogas a las que se inscriben en las lápidas, con el sentido de “fin”, de “enterramiento”. O como cuando en una discusión alguien, que ostenta algún poder, determina: “y punto final”. Porque lo dicho es verdadero; no sería muy apropiado aplicar un dicho como el primero a una chica deforme o como los dos siguientes a una persona alta. En ese sentido, son confrontativos, critican, y, con frecuencia, resultan clara y abiertamente agresivos. Como sea, dichos y refranes, coinciden en que ambos sentencian: “-Del latín sententia: máxima, pensamiento corto, sucinto y moral-” (Larousse, 1992), porque están basados en la ponderación de al menos una premisa respecto de una realidad, situación o contexto, y en ese sentido son coherentes con el modelo retórico aristotélico, pues instrumentan la posibilidad de llegar a una sentencia concluyente, como en un juicio no formal, breve, pero lógico y verdadero.

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En suma, dichos y refranes denuncian, “acusan” y sentencian, tanto algunas características de personalidad por defectos, errores, faltas a la lealtad, la verdad, el respeto, la confianza, la justicia y los valores, como situaciones que los resaltan. Traslucen el conflicto inconsciente de quienes los crean, ya sea inseguridad, tristeza o coraje, por alguna sensación de injusticia y que se “procesa”, en gran medida por una vía creativa y con intención de proteger o resarcir la autoestima. Por añadidura, facilitan el drenaje de remanentes de energía instintiva, merced al mecanismo defensivo de la proyección. La “desventaja”, presente en quien se convierte en “blanco” del “ataque”, puede ser natural o congénita. Tal es el caso de defectos físicos, alguna limitación mental o intelectual. Pueden ser cuestiones circunstanciales como la condición racial, ser rechazado o estar en el lugar equivocado; injustas como en ocasiones sucede cuando se es despedido sin razón o en algunas formas de engaño, etc., o como en ocasiones suele suceder, que se es despedido y además engañado. En situaciones así resulta apropiado un refrán como el que versa: “Le llovió en su milpita”. Sin embargo, una experiencia así, puede servir para motivar a que alguien invente un refrán. Esto emparenta al creativo con el “blanco” de la aplicación. El que inventa un refrán, podríamos decir que a quien primero lo aplica es a sí mismo y la oportunidad para aplicarlo a otro y drenar la energía impulsiva por frustración o por un agravio sufrido, se presenta en cualquier momento. En el dicho: “¡Ay chirrión que tren tan largo, nomás el cabús le veo!”, que quiere parecer, en principio, un piropo, resulta, en realidad, agresivo y vulgar. El cabús son las nalgas. Se le está diciendo ambiguamente a otro, mujer u hombre, dependiendo del tipo de impulso que se necesite descargar, que tiene la parte trasera muy grande; independientemente de que, el que lo diga pudiera estar agrediendo o “cachondeando”. Pero entonces, por lo mismo, permiten una descarga parcial de energías particulares a ciertas emociones pues lo que nos pasa puede ser consecuencia de fallas en el juicio lógico o

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crítico; o bien producto de resentimientos, y puede terminar provocando culpa o tristeza, dependiendo, por un lado, de las circunstancias y por otro, de quién se hable: del que lo aplica o del que se lo aplican, puesto que sus sentencias aluden a fallas o características humanas más o menos frecuentes, de las que no escapa ni el mismo creador del refrán. “Con la vara que midas serás medido”. En eso se parecen a la interpretación psicoanalítica clásica, también de ella nadie escapa. Y aunque: “Mal de todos, consuelo de tontos”, de ahí que parte de los remanentes de energía, encuentren trámite mediante la proyección. Además, comparten con la interpretación psicoanalítica, el hecho de que también tienen la particularidad de estimular para la reflexión y la toma de consciencia, pues advierten de la necesidad de conocernos mejor y aceptarnos. Asimismo, de la necesidad de reparar, como se observa implícitamente en algunos a veces pensados con mucha claridad para confrontar, como se observa en: “El que las hace no las tolera”. Este podría ser un claro ejemplo técnico para la “confrontación”, como según la propuso el psicoanalista: Ralph Greenson, (1967-1976) En alguna ocasión con un paciente bastante resistencial, que con frecuencia llegaba tarde, faltaba sin avisar, pedía cambios de horario, incluso de día de sesión, un día se me olvidó que tenía su sesión porque no era su horario normal, pero también porque ya me había contratransferencialmente molestado, todo su “juego” y yo aún no lo había hecho consciente. Cuando me percaté de que había “actuado la molestia”, fue porque escuché su mensaje en la grabadora, en el cual me reclamó que vino y no estuve, y me confirmó que nos veríamos la siguiente sesión a su horario normal. Cuando lo vi me volvió a reclamar. Y simplemente se me ocurrió contestarle, algo que a mi mismo me había dicho en su momento mi analista: Pues si hombre, discúlpame, pero…es que pues “Una de cal por las que van de arena”. Como yo, se rió y trató de defenderse. Pero la risa, igual que a mi, lo había delatado. En adelante, como conmigo en mi momento, y él ahora, se pudo trabajar mejor la resistencia al análisis.

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Otros proverbios reconocen o pregonan actitudes positivas, y de consuelo: “A Dios rogando y con el mazo dando” o como su variante: “Pide a Dios y a los santos, y echa estiércol a tus campos”, que pueden ser utilizados al interpretar, para estimular a que un paciente contacte con su propia pasividad e incongruencia entre sus expectativas y sus acciones. O reconocer empáticamente un esfuerzo realizado: un insight, propuesta o reflexión logrados en relación con su actitud y la calidad de su propia actividad productivo-propositiva. Los refranes, pues, integran y sintetizan conocimiento de vida, experiencia acumulada. La integración y síntesis les otorgan a algunos, un claro matiz de espiritualidad práctica, “sabiduría” popular. De manera que cubren una función de carácter cultural al servicio de la civilización a la cual, no obstante, cuestionan desde sus contradicciones. Y con otra “bondad” desde la acepción vincular, pues de preferencia se transmiten por medios no formales, de manera oral y de generación en generación. Eso los hace “tolerables” y de dominio público. Se pueden decir cosas muy duras a otro a través de un refrán. Sólo se requiere tener razón en lo que se le dice. Y, en el mejor de los casos, que exista confianza suficiente para que, no obstante lo confrontativo, le signifique un aporte iluminador de su propio carácter al que se le dice. Por eso es que se pueden emplear para interpretar diferentes situaciones y personajes contemporáneos, y complementar las interpretaciones con psicoanálisis aplicado. Otros pueden ser sustentados con base en las teorías de la inteligencia de Piaget, e incluso evaluarse a partir de los aportes recientes de la psicología cognoscitivista. Recapitulando, los refranes se observan como resultado de una actividad que privilegia estructuras y funciones yóicas. Por ejemplo, defensivas del tipo proyectivo, como en: “Piensa mal y acertarás”, de Integración y síntesis como: “No porque hay lodo hay que atascarse” o: “Entre casados y hermanos, ninguno meta las manos”; y uno de los objetivos de las funciones yóicas, de integración y síntesis, consiste en depurar de incongruencias entre (Bellak, 1994;

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Hartmann, 1927-1939-1959) representaciones; por ejemplo, entre éstas y lo representado; las ideas, en su relación con las emociones y las conductas; la forma como se manifiestan, y, entonces, teniendo en cuenta consecuencias y realidad. Desde esta perspectiva se deduce el papel que desempeñan en la “prueba de realidad”: capacidad para discriminar lo interno de lo externo, lo pensado o imaginado de lo real traducido o traducible en conducta. Pero otra forma de decirlo sería, que las funciones de integración y síntesis permiten “capitalizar” la experiencia, desde una perspectiva integral. Es decir, las conductas manifiestas, más las verbalvocales, las gestual-corporales y actitudinales en su contexto intersubjetivo de intercambios relacional-afectivos, más la capacidad para ir “Aprendiendo de la experiencia” (Bion, 1963-1966) Algunos son, específicamente de un contenido agresivo más o menos justificado: “Una cosa es la amistad y otra cosa es Juan Domínguez”. Que se complementa implícita o explícitamente con: “Una cosa es Juan Domínguez y otra cosa es no me chingues”. O pueden no ser tan claros, indirectos: “El carnicero de hoy es la res de mañana”, puesto que un día todos moriremos y pasaremos a ser “carne” de “otros” carniceros. O claro y directo como se observa en aquel que dice: “En manos de pendejos, ni la pólvora arde”. Otros resaltan la sublimación y la conducta responsable como: “El camino del deber es el camino de la dicha”, que es como un corolario de la necesidad de reparar como: “El buen hijo, es buen padre” o del proceso de ego-sintonización como: “El que no tranza no avanza” o su variante “El que agandalla no batalla”. E incluso de formaciones reactivas, como se puede observar en otros como: “No hay cusca ni ladrón que no tengan devoción”, ni “narcos”, por eso se ha acusado a algunos curas de “lavar dinero”. Muchos poseen un claro matiz poético, en otros sobresale el componente humorístico, a veces muy cercano a la forma del chiste (Freud, 1895-1900-1930), como es obvio en los refranes regionales: “Tres cosas come un poblano: cerdo, cochino y marrano”, o “Tapatíos y zamoranos van cogidos de las manos”.

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¿La finalidad?: atenuar la ira, la impulsividad, la minusvalía, el temor, las dudas, etc., ligando el impulso a través de la representación y la figurabilidad, permitiendo una descarga parcial sustitutiva y proyectando el remanente, cuando se puede ver la falla en los otros pues: “Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el propio”. Al respecto, Joan Riviére, (1937), en su artículo “Amor, odio y reparación” observa que “En todas las situaciones en que se utiliza la proyección, en que la maldad se admite en el otro y no en uno,… el rival,… receptáculo de nuestros rasgos indeseables y peligrosos, viene a transformarse, inconscientemente, en nuestra parte mala, en el [“ominoso” por tanto] de ese aspecto nuestro”. Es decir, como se decía antes, siempre el acto denuncia dificultades típicas y fallas del quehacer social y cotidiano; de las relaciones amorosas, interpersonales y de la conciencia moral; problemas, en fin, comunes. Más adelante, continua diciendo la misma autora que “Es improbable que toleremos en los demás lo que no podemos tolerar en nosotros mismos. Al condenarlos, agregamos a la gratificación directa de descargar impulsos agresivos, la seguridad que obtenemos al obedecer y enaltecer cánones de rectitud y perfección. La justa indignación puede ser una de las formas más crueles y vindicativas de placer agresivo. Es dable observar esta importante expresión de impulsos agresivos en la vida civilizada”. (Riviére, 1937) Como cualquiera otra forma de construcciones psíquicas intelectuales o cognoscitivas, el refrán con sus respectivos matices emocionales, es susceptible de ser estudiado, analizado e interpretado, porque relaciona significantes y significados (Pérez, 2002), sentidos y referentes, así como contenidos inconscientes y conscientes. Es decir, latentes y manifiestos, como los presentes en los sueños (Freud, 1900) y en la fantasía inconsciente (Klein, 1935), a los cuales, además, puede interpretar, como en: “El león cree que todos son de su condición”, puesto que los sueños son intentos de “realizaciones de deseos” del que sueña y en ellos está implícita la fantasía inconsciente. Pero, en último de los casos, todo lo presente en el sueño, escenificaciones, personas, lugares, situaciones y

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acciones, son representaciones de quien sueña, desplazadas, condensadas y simbolizadas. Las similitudes del refrán con el sueño se hacen evidentes, desde los procesos emocionales involucrados en su creación, hasta las situaciones social-interpersonales que sancionan. Situaciones que se asocian con diversidad de experiencias: deseos impuros que provocan excitación, afectos agresivos, sufrientes, dolorosos, culposos o enojosos, que, en ocasiones son producto de limitaciones personales o transgresiones; pérdidas, desilusiones, decepciones, ultrajes, fracasos y/ o humillaciones. Se abocan a depurar montantes de energía de investidura, con miramiento por el “ahorro” de energía invertida en la represión de representaciones que pudieron o no haber alcanzado la simbolización respecto de vivencias que resultaron dolorosas, traumáticas o cuasi-traumáticas. Otra forma de decirlo sería que persiguen de manera natural la posibilidad de “desempacharse” de emociones tóxicas, llevándolas, por el rumbo de lo intelectual, hasta la categoría de simbolizaciones. Este proceso, fuera del sueño, es posible por tres vías: a) El sentido del humor, como se observa en los chistes y algunos albures -En el diccionario se define al albur como un “retruécano, equívoco”, es decir, “juego de palabras del folklore rural mexicano”- (Larousse, 1992); pero también los encontramos en el folklore citadino de barriada. –Hoy día hasta en la televisiónb) La denuncia y/ ó sentencia no jurídica respecto de transgresiones, conflictos y dificultades de carácter social, político, económico, etc., como se observa de manera institucionalizada en la prensa y los diarios, de los cuales el refrán se apropia la función denunciante de una manera espontánea y no formal. Asimismo, presente también en otras prácticas artísticas populares, a la manera representada por merolicos y el “pelado de barriada” de las carpas, con sus chistes políticos y tendenciosos, y dentro de los cuales no podían faltar tampoco los albures. La intención de estos artistas es cubrir una función similar a la de la prensa, pero

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ridiculizando la figura de “importantes” abusivos, corruptos, injustos, tontos, etc., y una intención humorístico-elaborativa, drenando así un cierto montante de agresión producto de la indignación que provocan de manera, más o menos general. Y c) La más formal, del más alto nivel sublimatorio, la cual se vale de una mayor habilidad para la expresión, pues invierte reflexión, trabajo y esfuerzo sistemático al otorgar estructura poética y literaria a la forma de expresar las vivencias que son así simbolizadas, por medio de una creación artística. De hecho, muchos refranes están contenidos en la literatura y obras poéticas. Pero también es frecuente que el artista las tome del pueblo. Sin embargo, las representaciones “dolientes”, en sí mismas, no son resueltas en ninguno de los tres casos, en un sentido estricto, porque todo trámite a través de la sublimación va dejando un cierto montante de energía instintiva, que se acumula y, tarde o temprano, demanda su descarga normal y directa. En la tercera forma, el nivel más alto que se refiere a poetas y literatos, sus creaciones se sustentan desde una habilidad especial para auto-observarse a profundidad, evaluar la realidad exterior, recrearla. En ocasiones, re-inventarla, ideal o irónicamente, y hacer traspolaciones metafóricas entre la realidad exterior y su realidad interna. Pero no se contentan con centrarse en sí mismos, sino que, con apoyo en su sensibilidad, y un mayor o menor talento, los escritores desarrollan una habilidad especial, para “describir”, (del griego “descriptar”, entonces, desenterrar y así develar desde sus raíces. Testimonio verbal del maestro Hugo Cansino. UIC. México, 2003) comprender, representar y simbolizar tanto problemas cotidianos como vicisitudes del vivir y de la naturaleza humana. En un segundo nivel se puede incluir a los creadores humorísticos, y a los “pensadores” ocasionales o populares. Eso, quizás, obedece sólo a las circunstancias. Para los estudiosos de la lengua, los refranes son el producto de una propiedad del lenguaje y para su estudio crearon la

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“Paremiología”, según observa el Dr. Herón Pérez (2002) en los “Refranes del hablar mexicano en el siglo XX”. Se podría agregar que por ciertas inhibiciones y limitaciones de diversa índole, como lo son la carencia económica, la falta de motivación y/ o de modelos de identificación en las familias, suelen quedar condicionadas las posibilidades de libertad y autonomía, tanto para tomar decisiones vocacionales, como para contar con oportunidades para la educación formal o académica. Cuando no es de talento para la expresión de lo que se carece, la falta de educación institucionalizada no es un impedimento determinante. Una capacidad promedio para la reflexión y la necesidad estructural y estructurante de “representar” virtualmente la realidad, permite a la mayoría acceder a la simbolización de lo, incluso, potencialmente “irrepresentado” por traumático y, entonces, por ende, “no simbolizado”. Así. se estimula que, eventualmente, se pueda incluir el pueblo en general en la alternativa creativa, simbolizadora, en aras de la salvaguarda del equilibrio emocional, que hace posible la palabra hablada por vía de este tipo de construcciones. Estas estructuras logradas a través del trabajo intelectual preconsciente y de manifestación verbal, en ocasiones, también en forma escrita, hacen posible el drenaje de energía impulsivo-instintivo, incluso vicariantemente a unas mayorías: los que no los crearon pero los utilizan y logran con ello una metabolización al “hacer consciente” (Freud, 18951900) algo “inconsciente” o alcanzando la simbolización con lo cual logran disminuir la inhibición que provoca la represión, una descarga parcial a través de la proyección y, además, resulta divertido e “iluminador”, cuando un refrán se aplica con oportunidad e ingenio. Por eso es que se pueden considerar paradigmas del desarrollo cognitivo, la capacidad “metarrepresentacional” (Perner, 1988) y simbólica. El que un conocimiento no se logre instrumentar y no se observe “corrigiendo” la realidad o en su perspectiva de aplicación al servicio del cambio y el desarrollo ético y moral; es decir, sintetizando experiencia emocional con la cognitivoconductual y con la social, ese es otro problema que pasa

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más bien por el ámbito ideológico de los intereses que promueve, valida y permite la estructura del sistema en el poder y las instituciones que lo representan, pues con la intención de controlar y preservar que todo siga igual, limitan, condicionan, prohíben y coartan la libertad de actuar espontáneamente, lo cual induciría los cambios normales propios del crecimiento y la evolución. Quizás ese tipo de contradicciones sirvan de ejemplo para comprender las situaciones cotidianas que provocan las regresiones “normales” a favor de la validación de la llamada “Teoría de las posiciones”: posición esquizoparanoide y posición depresiva (Klein, 1925-1935), la primera de las cuales propone que ante situaciones desconocidas, de peligro o de cambios abruptos, provoca, por regresión la reactivación de formas de funcionamiento mental muy primitivo en donde las personas nos sentimos como perseguidos, con pocos o nada de recursos, amenazados; la segunda posición, la depresiva, se refiere a que toda situación de pérdida, reactiva viejas y primitivas pérdidas infantiles, propias de la época de la lactancia que provocan ahora la reedición o reactivación, como allá y entonces, de sensaciones de soledad y desamparo. Dependiendo de las emociones involucradas y su intensidad, la sensación de amenaza o de desolación, podrían estimular la exacerbación de reacciones narcisistas como defensa y profundizar, en la regresión, hasta una economía mental de escisiones: presencia simultánea de representaciones, impulsos, deseos y reacciones opuestas e incompatibles. Así es como se podrían entender muchas de las contradicciones en la cultura, las leyes y las instituciones, y el por qué ni la inteligencia ni la capacidad reflexiva han podido garantizar la congruencia entre conducta, realidad y necesidades sociales en sus niveles más altos de organización lógica, al servicio del cambio: aquellas que podrían asociarse con una actividad pro-vida intrapsíquica, social y cultural y sus necesarios matices ético, moral y espiritual. Será, tal vez, por el grado de dificultad “normal” inherente a las relaciones humanas o por el complejo interjuego en la dinámica de los diferentes roles, que como veíamos, son con

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frecuencia contradictorios, y que las personas tienen que desempeñar diariamente en una sociedad individualista y competitiva que se rige por una economía de dinero y posesiones materiales; en donde, además, lo afectivo parece interpretarse, más bien, como signo de debilidad. ¿Naturaleza humana? ¿Costo del desarrollo tecnológico? Es evidente el importante retrazo en materia de organización social, pero es aún mayor en las esferas moral y espiritual. Los refranes denuncian y sentencian dificultades y conflictos, a muchos de los cuales, hasta la fecha, la gente ha tenido que “acostumbrarse” de manera más o menos consciente. Y es que también pregonan costumbres culturales, algunas anacrónicas. Y como: “A la tierra que fueres, haz lo que vieres”... se conservan vigentes. Por eso este tipo de construcciones, de manera análoga a los “chistes” pero mejor logradas, probablemente por su matiz moral, resultan parcialmente contenedoras de reacciones provocadas por la frustración y el abuso y que, en ocasiones, pueden llegar a provocar “desentreveramiento” y “desneutralización” de la energías de los instintos, y, entonces, “mezclas” de energía de los impulsos: “agresivización de lo sexual” como en ocurre en violaciones y “sexualización de lo agresivo” como en los secuestros. Tal vez más claro de captar en los albures, por tolerados, desde el evidente papel que juegan dentro del folklore, por sus obvios contenidos principalmente investidos por energías sexuales y agresivas de naturaleza perversa y pregenital, pero que, no obstante, también preservan, de alguna manera y en cierta medida, de un pasar automático a las acciones, al “actuar” impulsivamente. Por eso es que es posible interpretar a trasluz de la “verdad” de los refranes, tanto eventos, situaciones sociales, grupales e individuales, como figuras protagónicas del arte, la política y la economía mundiales contemporáneos. Y, en tanto que son motivados por la necesidad de atenuar los riesgos de reacciones impulsivo-instintivas ante dificultades propias de la naturaleza humana: desequilibrios íntra e ínter-psíquicos; sociales, organizacionales; políticos y económicos; éticos y

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morales, pueden ser un auxiliar para deducir e interpretar, merced a su sabiduría, en dónde y por qué han ocurrido desviaciones en lo individual, o por dónde hace falta avanzar, para evolucionar hacia formas superiores de organización humana y social. En materia de técnica terapéutica de corte dinámico relacional e interaccional-comunicacional, resultan útiles para estimular la reflexión sobre conflictos interpersonales, con la ventaja de lo impersonal. Por ejemplo, los problemas asociados al consumismo que la ideología “vende” como representativos del “estatus”, resaltan las diferencias y estimulan competencia y envidia. Cuando se cuenta con recursos yóicos, intelectuales y éticos y las circunstancias ayudan, pues es energía “buena” para la motivación de logro, pero no tiene garantía de preservarse de un devenir destructivo. Y eso resulta algo nada fácil de analizar con la técnica psicoanalítica clásica de la intervención individual. En las relaciones de pareja, los refranes simbolizan situaciones como en las que se observa competencia e inversión de roles: “Donde reina la mujer, el diablo es primer ministro”; y las que han llegado a provocar rompimientos: “Dos cueteros no se huelen”. Estas situaciones reflejan sólo algunos de los problemas que han brotado por la crisis que cruza la institución familiar y que ha provocado incremento y proclividad a los divorcios. Un refrán aconseja: “Dos, para quererse, deben parecerse”, tal vez porque si dos se parecen, “Se agarran respeto”. Así, a la desintegración familiar se asocian problemas de adicción, y de regresiones en la esfera psicosomática: “Donde entra el sol, no entra el doctor” o como se observa en: “Si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría”. Respecto de problemas de disparidad e injusticia económica y social, se dice: “Más vale vivir veinte años de rico, que sesenta de pobre”. Y este juicio es representativo, de uno de los factores más importantes en juego para entender y explicar la inseguridad creciente por incrementos en la agresión y la delincuencia; pero también estimula para pensar la etiología y auge del terrorismo, que puede ser visto como “activismo”, como una forma de “resistencia” -ante procesos de dominación, usura y usufructo de que hacen objeto a los países pobres, todos los países poderosos- contra el coloniaje financiero y la explotación.

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Situación muy diferente a como la interpretan los poderosos pues: “Al que parte y re-comparte, le toca la mayor (y la mejor) parte”. Permiten, asimismo, ver de manera un poco más neutral el movimiento de los “globalifóbicos”, dando pié, sin embargo, a la posibilidad de interpretarlos, como con intenciones, quizás no del todo conscientes, del tipo: “Contra los ricos y poderosos hasta igualárnosles”. Con Joan Riviére (1937) nuevamente, encontramos que: “En innumerables situaciones de la existencia cotidiana el objeto de una disputa es probar que tenemos razón. Pero es mucho más común que el verdadero objetivo… consista en probar que el otro está equivocado. Las persecuciones religiosas parten de este mecanismo, y otro tanto sucede con la agresión altisonante del orador o escritor famoso. El clima de la vida política y gran parte del trabajo destructivo efectuado en sociedades científicas tienen ese origen. Lo mismo ocurre con las recriminaciones que se hacen los amantes y los matrimonios”. Finalmente, observa que lo opuesto a través de una: “… tolerancia excesiva hacia las imperfecciones y la falta de méritos ajenos… se logra el mismo fin por diferentes caminos: transar con cierta forma de dependencia para obtener en cambio más seguridad y paz mental”. Observar que perviven estancamientos o desviaciones en los procesos yóicos de integración y síntesis, no obstante que los refranes (estructuras de confección popular) los denuncian, podría llevarnos a pensar que no cumplen ningún cometido. La verdad es que eso no les resta valor como construcciones psíquicas y desde su carácter portador de verdades. Acaso cuestionan la naturaleza humana, pues somos pasibles ante ciertas vivencias y capaces de hasta simbolizarlas, pero no podemos todavía resolver, deshacernos de una tendencia al apasionamiento, irresponsabilidad y confusión para aprender de la propia experiencia. Sobre todo, cuando la tarea implica la renuncia de comodidades ideologizadas y trascender el individualismo egocentrado y materialista. Denuncian, por tanto, dificultades que podríamos denominar “normales” para el “descentramiento” (Piaget, 1964) o para

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elaborar y superar unos resabios “narcisistas”, (Freud, 19101911) los cuales operan como contratiempo, lastre o ancla, contra las aspiraciones para alcanzar una forma de desarrollo en un orden superior: respetuoso de los derechos humanos, más humano, justo y equitativo. En el desarrollo normal, el ser humano se ve exigido por el crecimiento y la realidad a renunciar al autocentramiento, justamente porque el desarrollo mismo demanda, en un momento dado, una orientación hacia el medio exterior circundante. Ahí, en la realidad exterior, se encuentran los satisfactores y la posibilidad de aprehender a obtenerlos. Es decir, depender menos y lograr autonomía, primero respecto de la madre “objeto original”, pero luego, de los demás y de cualquier cosa que uno sienta necesidad de liberarse. La separación nos rescata de la esfera omnipotente “nirvánica” (Freud, 1920) en tanto que un equilibrio estático resulta, evidentemente, pro-muerte; e inclusive más allá del “milieu intérieur simbiótico” (Mahler, 1952) que niega la realidad de la separación (proto-símbolo de castración y, entonces de salud potencial) en detrimento de la “individuación”. Que las personas puedan asumir sin demasiada incertidumbre y angustia, la individuación, base de la autonomía, es fundamental para la construcción de estructuras y garantía de crecimiento. Y a nivel de naciones, es el cimiento para la independencia relativa y la necesidad de una soberanía: “Tres glorias como el becerro: mamar y comer zacate y bramar en el chiquero”. Con todo y sus riesgos. De otra manera ¿a qué se aspiraría? Y, como en todos los procesos humanos, también en el desarrollo psicológico quedan siempre algunos “bastiones” de formas de gratificación infantil, que son lo que informa de los orígenes, del propio pasado, y, en forma de -fijaciones-, cuyo efecto mayor se registra cuando algo provoca el tener que recurrir a ellas, -regresión-, aún cuando el recurso, generalmente, resigne potencialidades. Ese es el “costo” de la estrategia que, preferentemente, se observa a niveles de autoestima; pero también en la eficiencia de conducta orientada a objetivos, así como en las relaciones con los demás, en ocasiones, con la realidad,

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desde lo interpersonal, social y laboral. Por ejemplo, cuando se accede al poder social, laboral, político o económico, el narcisismo suele, con frecuencia, exacerbarse. Y como sucede en los primeros meses de vida, se reinstala en las personas una forma que, más o menos, había sido “superada”: la forma “omnipotente” del funcionamiento mental (Freud, 1905-1914) coherente con el “Proceso primario”, que se rige por las leyes del “Principio del placer”, cuyas características son: una tendencia a la descarga total e inmediata, o sea, incapacidad de demora; voracidad, intolerancia ante la frustración, negación de la realidad, etc. El que llega al poder, en cualquiera de sus formas: político, económico, familiar, etc., por otra vía que no sea un proceso, de desarrollo y maduración lógicos, consciente y natural, en el mejor de los casos democrático, y llega sin experiencia y con una historia de carencias, le puede ocurrir una reacción “El que nunca ha tenido y llega atener, loco se quiere volver”- de grandiosidad, se le reactivan formas infantiles de funcionamiento mental estimuladas por una tendencia regresiva de organización de impulsos y riesgos de “desneutralización” o degradación de las formas de organización previa de la energía instintiva. Se separan las estructuras cognoscitivas de aquellas de la organización emocional, el raciocinio y los sentimientos: “desentreveramiento” (Romero, 2003), como un primer nivel de regresión del proceso de “neutralización de las energías instintivas” (Hartmann, 1939-1955), porque parecería que, por separado, pero aún pueden ambas pulsiones (agresiva y sexual) conservar cierto grado de “organización”, como se observa en los llamados “delincuentes de cuello blanco” que preservan su capacidad intelectual e incluso una cierta moral pero “conveniente” a sus intereses, una moral selectiva. Sin embargo, ese tipo de reactivación del narcisismo resulta riesgosa: “Todavía no es alcalde y ya quiere comer de balde”. Y todo fuera como eso, que sólo quisieran comer sin trabajar. Lo que pasa es que, como observara Joan Riviere en su artículo “Odio, voracidad y agresión”: “El poder no es necesariamente agresivo, tal vez ni siquiera de modo indirecto, pero tiene fuerte tendencia a serlo”. (Riviere, (1937)

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El ser humano se ciega con relativa facilidad por la pasión con respecto al placer de dominio y el control de otros; poco se requiere para que aparezcan “sentimientos de grandeza” y evolucionen hasta la forma de delirios. Aparece entonces una verdadera convicción, como es obvio en las monarquías, de que es decisión de “los mismos dioses”, el arribo al poder. Freud (1905) en los Tres ensayos, lo interpreta como placer de descarga de la “pulsión de apoderamiento”. Sin embargo, el deseo o necesidad de poder y control sobre otros, así como una tendencia compulsiva a la acumulación de riqueza y posesiones materiales, exacerbada, son síntoma evidente de desequilibrio. Implican, que la posibilidad de desorganización de las energías impulsivo-instintivas se potencie y avance hacia un segundo nivel de regresión en el sentido de la “desneutralización” de Hartmann: “reagresivización” de lo “desagresivizado” y “resexualización” de lo “desexualizado” (Hartmann, 1939-1955) Acá el peligro son las “mezclas” propiamente tales: agresivización de lo sexual y sexualización de lo agresivo. Tal fenómeno no es ya sólo factible, sino que parece la regla. Estas mezclas permiten explicar más claramente ciertos fenómenos, por demás graves en lo individual, aunque quizás, a juzgar por nuestras leyes, menos “trascendentes” en lo macrosocial, desde la perspectiva jurídica, que la idea de la represión total del Superyó (Coderch, 1975-1991) como ya se decía antes que ocurre con los “delincuentes de cuello blanco”, porque es un fenómeno que tiende a la egosintonía y la estructura ideológica promovida por la cultura en el poder, parece absorberlo. Tal vez por ahí habría que empezar a pensar que en México, la tristemente célebre “mordida” es toda una “institución” y por eso se observa, generalizada, una cierta tendencia a pretender “resolver” los problemas sin enfrentarlos. Es decir, ahorrándonos las consecuencias, sin encararlos y evadiendo el esfuerzo normal. Por lo demás, nuestras leyes consideran ese tipo de delincuencia como “delitos menores”. Pero eso es

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cosa de abogados y políticos dado que “El que hace la ley, hace la trampa”. No sería extraño que el pueblo hubiera encontrado, a manera de “revancha” en esa realidad, elementos para acuñar aquello de: “El que no tranza no avanza”, lo cual es una mera racionalización. Evidentemente, hay casos en que la personalidad no es una estructura propiamente tal, o, mejor dicho, no alcanza el nivel de comportamiento cohesivo, como totalidad intrapsíquica, cuyo funcionamiento pudiera entrar dentro del rango de los “sistemas abiertos” (Bertalanfy, 1962), particularmente “vivos”. Esto puede ser consecuencia de una condición organizada precozmente en la primera infancia, por patología en las relaciones tempranas de objeto (neonato-madre), a manera de una “a-estructurada” como observa Bergeret (1980), y predominar en la personalidad posterior, manifestaciones emocionales y de conducta, según las dinámicas kleinianas del tipo esquizoparanoide y depresiva (Klein, 1935), dadas las tendencias que provocan esas formas de preestructuración psíquica primitiva, a reactivar ante la menor frustración o mínima excitación, las formas de organización de los niveles más primitivos del funcionamiento mental, en los cuales la culpa nunca llega a ser registrada consciente y claramente como tal, sino acaso como de retaliación y provocando sentimientos de “necesidad de castigo”, (Etchegoyen, 1986) como se observan en la proclividad a los accidentes, las adicciones y ciertas formas de regresión psicosomática. ¿Con que fin? “purgar” o acallar precisamente esa culpa que no se “siente” conscientemente, pero que está ahí. El Superyó (parte de la personalidad que se encarga de la moral y la ética) en estas organizaciones no está consolidado como una “estructura” epistemológica y psicoanalíticamente habando: permanece fragmentado o sólo está esbozado y se divide con relativa facilidad (en sus predecesores: el Yo Ideal narcisista nirvánico como ocurre con los psicópatas y el Ideal del Yo objetal, desplazable y proyectable fuera del Self, como ocurre con los demás trastornos fronterizos) tornándose persecutorio y vengativo (Klein, 1926), incluso, “sanguinario”, provocando así una actitud de desconfianza e híper-alerta,

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reactivas, agresivo-destructivas, acordes con un narcisismo maligno, del que el sujeto se defiende incrementando la proyección y la identificación proyectiva. La reactivación de ansiedades primitivas, esquizoparanoides, es una consecuencia de la regresión hasta la economía de las escisiones, y, entonces, el sujeto, poco a poco, se sale del funcionamiento propio de la economía de la represión. En el caso que propone Coderch de “reprimir el Superyó total”, parecería que el sujeto se circunscribe más bien, de manera selectiva, al rango de lo que se “necesita” reprimir de las funciones del Superyó. Entonces la personalidad se disocia y una parte se preserva en la economía de las represiones observándose al sujeto como muy “normal” en su casa y fuera del ámbito donde “necesita insensibilizarse” moral y éticamente. Pero en la otra “parte” de la personalidad, la que se “insensibiliza” de todo lo ético y moral, puede “permitirse” cualquier cantidad de conductas, reacciones y transgresiones, pues se establece intrapsíquicamente en donde no opera la represión (escisión vertical) y dentro de una economía de escisiones en donde parece que se trata de otra persona. Porque desde antes de haber tenido que recurrir a ese recurso, es claro que el sujeto en cuestión, no era una personalidad preestructurada, mientras que el fronterizo evidentemente si lo es y nunca se rigió por la forma de funcionamiento según la economía de la represión (Romero, 2003) salvo que de una manera “como sí” según una afortunada estrategia caracteropática, al servicio de la adaptación, como también ocurre con el “delincuente de cuello blanco”, pero aquel con menos recursos que éste. El primer tipo es coherente con el concepto de “personalidades como si” (as if) descrito por Helene Deutsch (1925-1942) El preestructural incursiona dentro de lo pregenital y perverso como “en automático” y le resultan, en un momento dado, si es que llegó a emplearlas, insuficientes las formas de defensa neuróticas propiamente tales, por la hegemonía de la pulsión de muerte que predomina dentro de su Self mal conformado. En materia de comportamiento y conducta social, la diferencia entre ambas posibilidades es que mientras el

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“delincuente de cuello blanco” es “cabeza” y, por lo regular, logra evadir “el brazo la ley” por una mayor cantidad de recursos, -tanto intelectuales como culturales, económicos, en ocasiones de “experiencia” y “relaciones” en tanto que perteneciente a la “elite” en el poder- y dada su mayor cohesión intrapsíquica, los otros son “tropa” y funcionan, además, como “chivos expiatorios”. El nivel de “inteligencia” y control del impulso puede colocar a los delincuentes “tropa” en una infinidad de niveles dentro de la jerarquía: “comandante”, “punta de lanza”, o alguna otra forma de “especialidad” de rol. (Friedlander, 1981-1991; Feldman, 1977-1989) Y cuando son “poco inteligentes” o su capacidad intelectual se ve nulificada por su reactividad y endeble cohesión, de todas maneras son “útiles” en tanto que: “Son carne de cañón” (piénsese por ejemplo en Aburto, el supuesto asesino de Colosio) A la nomenclatura de los enfermos denominados “fronterizos” que son predominantemente agresivo-impulsivos, pertenecen muchos de los clasificados como “psicópatas sanguinarios”, algunos de los cuales, incluso, además padecen problemas orgánicos neuronales. (Friedlander, 1981-1991; Feldman, 19771989; Coderch, 1975-1991; Fromm, 1974-1975; Rascovsky y Liberman, 1963-1965) En fin, se podría argumentar que los refranes sólo “denuncian” y que las “sentencias” no garantizan las “ejecuciones”: reconvención, ajuste o cambio. Pero permiten una descarga que se acepta y se comparte al ser socializada, e intentan prevenir de consecuencias, fracasos y errores, producto de individuales, así como de rezagos social-comunitarios. Porque resuenan, lógicamente, en lo interpsíquico y en lo macrosocial característico de nuestro tiempo: un importante grado de desigualdad en muchos aspectos, y, en otros, infiltraciones perversas serias, inducidas, en ocasiones, por una simple incapacidad para gozar de lo cotidiano y dificultad para evitar caer en el aburrimiento, informan de una falla en la capacidad para la simbolización y una dificultad para salir de lo “imaginario” omnipotente, para decirlo en términos

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lacanianos, y procesar “lo real” con ayuda de “lo simbólico”. (Bruneau, 1990) Todo esto demuestra que lo emocional, social y moral, van a la zaga del desarrollo intelectual y tecnológico. Los equilibrios intrapsíquicos e interpersonales se alteran con relativa facilidad, y estamos llegando a un límite. La organización social, desfasada, rebasada e infiltrada por la impulsividad de la personalidad típica de nuestro tiempo, ya sea “estructural” o “preestructural”, provoca en el funcionamiento individual serias fallas morales, éticas y espirituales que se registran como verdaderos vacíos internos: “...hoyos en el continuo de las representaciones”, como observan Cesar y Sara Botella (julio de 2001) que, evidentemente, son algo más que simples sensaciones de vacío emocional o existencial, son una evidencia de lo “irrepresentado” o lo no simbolizado. En un momento determinado, como plantea el modelo lacaniano, “... el inconsciente se compone de palabras, que se insertan en el discurso,...” (Bruneau, 1990) pero este es el inconsciente reprimido, que es potencialmente declarativo o que está registrado en la “memoria semántica o declarativa” (Bleichmar, 2002) Para darle todo el crédito a esa forma de plantear el inconsciente, tendríamos que pensarlo inmerso en un inconsciente transgeneracional en el cual los contenidos son susceptibles, con el paso del tiempo, de ser “traducidos” a palabras, a posteriori. Y entonces, nada nos impediría pensar que dichos contenidos podrían ser de data ancestral. Porque el inconsciente ontogenético, empieza por registrar sensaciones: “registros neuronales” que, de alguna manera, se traducen en “huellas mnémicas”, (Freud, 1891-1895) o “representaciones de modelo único” (Perner, 1988); e imágenes: “representaciones cosa” (Freud, 1895); o “pictogramas” (Aulagnier, 1975-1982); o “representaciones de modelos múltiples” (Perner, 1988) imágenes de situaciones de relación sujeto-objeto, con roles específicos y matices emocionales, ante los cuales el sujeto “aprehendió” o desarrolló formas de reacción “conveniente”, en aras de su protección respecto del objeto mismo (madres enfermas)

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cuando éste resulta tóxico, u optimización de contacto vital, no obstante, con él. Los refranes, por ser construcciones simbólicas precedidas por la capacidad “metarrepresentacional”, -capacidad para discriminar entre la realidad y la fantasía porque se ha entendido que “la mente es un sistema de representaciones” (Perner, 1988)- permiten “oír” (reflexionar sobre) lo implícito, en contraposición con el “escuchar” lo explícito. El inconsciente tiene su propia gramática, observa Bruneau: las palabras que se pueden “oír” en el discurso, tienen el “poder”, en tanto que inconscientes, para provocar trastornos : “... afonía, perder la voz; perder el cabello de a mechones cuando ya no se puede decir quiero porque uno está sofocado, etc., gramática que no tiene en cuenta ni el sentido común, ni la lógica, ni la moral, ni la ortografía, sino un sentido escondido a manera de un jeroglífico [registros neuronales, “huellas mnémicas”, representaciones “cosa”, “pictogramas” o “protosímbolos” que ya forman parte del “inconsciente originario” de Bleichmar y que no es, necesariamente, “declarativo”] que hay que descifrar a través de las palabras”. (Bruneau, 1990) De manera que cuando se bloquea “... la cadena del desfile de significantes”, el sujeto ya “no existe”, el sujeto no es más un “sujeto”, nada lo sujeta, “repite... un pasado no superado”, que le impide “mantenerse fuera de sí mismo, y de su imagen”. (Bruneau, 1990) O sea, lo “no nombrado” puede tener diferentes ubicaciones en el inconsciente. Cuando no se “encuentran las palabras para decirlo”, resulta imposible para la persona retomar el continuo de los significantes. A esto es a lo que los Botella llaman “hoyos en el continuo de las representaciones” y proponen para la clínica, que el analista, el cual puede o no ser capaz, ha de permitirse una “regresión formal” que auxilie al paciente, primero con propuestas de posible “figurabilidad” o “figurabilización” que En alguna ocasión una supervisanda espantosamente resentida con su esposo, me contaba con enojo y enorme resentimiento, detalles del mal trato que había tolerado durante años; impresionado por el nivel de odio que destilaba e imposibilitado de poder interpretar directamente por no ser su analista, desarrollé un episodio de afasia que sólo remitió del todo hasta cuando ella se fue.

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allanen el camino hacia la posibilidad de la verbalización para que no se manifiesten en el cuerpo (Botella, C. y S., 2001) Y es que lo “no nombrado” puede ser “innombrable” porque haya ocurrido en inscripciones vegetativas, en el inconsciente escindido temprano, “no declarativo”. Y, paradójicamente, al menos eso se puede interpretar ni a partir de la segunda tópica ni del modelo lacaniano. Sin embargo, hay otros contenidos, ancestrales, que es factible esperar que pudieran ser nombrados. Porque no son información traumática, sino “equipamiento” humano, o como dice él, propiedades del discurso. Parafraseando a Bruneau, “Lo Real”, frecuentemente doliente y avasallador (“el cuerpo fragmentado”), puede ser evadido o negado, por medio de lo “Imaginario”: la omnipotencia narcisista. Al costo de la alienación que impide el “ex-istir” , salir del “Mi”. “Lo simbólico libera de la percepción de la imagen del espejo (Mí) como ilusión [omnipotencia], y de una identificación con su propia imagen,... [Narcisismo] abandonar la relación madre-hijo [asumir la “falta”, la propia incompletud] y existir como sujeto [de la carencia y la necesidad de complemento, por vía de la relación con “otro”],... y en la realidad... [A través de la relación con la sociedad y la cultura]” (Bruneau, 1990) asumir la separación. Aceptar que se es sujeto de la incompletud y, por tanto, “deseante”. Vanier recuerda la afirmación de Lacan “la ley del hombre es la ley del lenguaje”, pues la ley de prohibición del incesto se transmite por medio de un padre que a su vez la recibió del suyo (Vanier, 1998-1999) Literalmente, dice Lacan: “El padre... simbólico... el hombre que cuenta para la madre y el hijo... introduce una diferencia, una distancia entre los deseos y su realización, entre el principio del placer y el principio de realidad [arranca de la omnipotencia y separa-rescata de la simbiosis, del no ser] Sostiene... un corte, permitiendo al niño... existir y sentir

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placer, pero dentro de la prohibición de un goce inmediato. [Capacidad de renuncia y demora] Goce inmediato... significa: fantasía de ser todopoderoso, de eternidad, sin límites, todo de inmediato, (Lacan, 1966) [Ser uno y lo mismo con el objeto idealizado para Klein] Para Françoise Dolto esa es la castración simbolígena, “corte fuente de símbolos... paso de lo imaginario a lo simbólico, a las actividades, a las producciones. [...] no podrá realizar la totalidad de sus deseos, de su imaginario, de su yo. Esa falta... precipita... a la búsqueda de nuevos símbolos, del placer de emprender [de crear] y de crecer”. (Mencionada por Bruneau, 1990) Una cierta dificultad para simbolizar es resultado de una alteración sustancialmente importante en los procesos de integración y síntesis que son la base del equilibrio íntra e interpsíquico y el progreso social: evaluación correctiva, sistemática y debidamente instrumentada de cambios necesarios y deseables dentro de las instituciones, en aras de su saneamiento, actualización y revaloración. Bruneau, observa que “La sociedad de consumo se convierte en una cuchilla cortante, hiriente, humillante... [Castrante] deja poco lugar a quienes les cuesta soportarla”. (Bruneau, 1990) Desde una óptica psicoanalítica integral contemporánea, la realidad demanda, de manera cada vez más contundente y obvia, la necesidad de estimular un mejor, más coherente y cohesivo, desarrollo del Superyó en tanto que sistema de “internalización transmutativa de la ley”, (Kohut, 1971b), concepto, por lo demás, muy cercano al de la estructura del Self en un sentido junguiano: nuestro propio “Mandala” interno (Jung, 1934-1951) Los pendientes en materia de estasis de libido y agresión provocan infiltraciones, que condicionan la estructuración mental y, con ello, las formas de relación e intercambio en los vínculos, la organización social, la equidad, la ética y la moral. Esos pendientes, que en ocasiones provocan ciertos grados de desorganización, son los responsables del “juego”,

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en un sentido positivo, que motiva, por vía de la sublimación, a la creatividad en general y a la búsqueda y construcción de sistemas y estructuras, como la literatura y las artes en particular, que, en su sentido sublimatorio, alcanzan el nivel más alto en su género; y los chistes, dichos y refranes, más prácticos, pero que son accesibles a las mayorías. En un sentido negativo, cuando detienen y alteran la estructuración mental, y, por ende, quedan al margen de la sublimación, el papel que juegan esos pendientes, pueden llegar a ser factores importantes dentro de las múltiples causas que provocan trastorno severo y degradación social. Sabemos, gracias a Freud, que, en gran medida, las motivaciones del ser humano son inconscientes –de hecho, en su base más profunda, todas lo son- Asimismo, se sabe por la clínica, que todo acto psíquico, incluso los síntomas y trastornos, son formas de recuperación de los equilibrios perdidos, estas dos últimas, síntomas y trastornos, dan lugar a alternativas disfuncionales o patológicas de recuperación del equilibrio, en tanto que recurren a formas diferentes de inscripción, pero con la posibilidad, no obstante, de lograr cierta adaptación, en ocasiones, caracteropática que, resulta, por asintomática, menos sufriente para el enfermo en cuestión. Los chistes, dichos y refranes son formas simbólicas en contraste con otras como el deporte, digamos amateur por contraposición con el deporte profesional -que es más bien un “mercancía cinético-corporal” (Gardner, 1994)- las cuales, como válvulas de escape, permiten al ser humano unas ciertas descargas parciales sustitutivas de la energía instintiva por la vía motora. Los refranes son actividad mental y, por tanto, auxiliares en el esfuerzo normal que realiza el ser humano cotidianamente en su intento por no perder el control y verse determinado por sus impulsos. Cuando la tensión no se puede descargar, parece ser uno de los factores más importantes asociados al estrés, causa de las “neurosis actuales” según Freud (1908) y en ese sentido habría que pensar la hipótesis de los “hoyos en el continuo de

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las representaciones” de que hablan Cesar y Sara Botella. Reactivan “registros neuronales” y “huellas mnémicas”, o sea contenidos representacionales no simbolizados. La cuestión es que es difícil el evitar dejarse seducir por la mercadotecnia y la publicidad, que luego se vuelve persecutorio, porque enajenan con todo lo que promueven y “prometen” al servicio de la autoestima. Las limitaciones, en tanto que frustrantes, se acrecientan con los fracasos y dejan al sujeto promedio a merced de episodios de reactividad emocional o de una mayor proclividad a reaccionar sin pensar, en actos egoístas, y potencialmente corruptos, agresivos, destructivos, sexual-pregenitales, ventajosos, como ocurre en la seducción de menores, sea esta en forma violenta o no. Por ahí escuche hace algunos años una especie de “slogan”, el cual, dice con siniestra frialdad (de dominio público) que “En el siglo del SIDA, el sexo seguro es con menores”. Los refranes, como difícilmente podría serlo cualquier otra construcción, no son “la solución”, son un recurso psicológico y, para la técnica, apenas un “herramienta” auxiliar, específicamente propuesta para preparar la interpretación en el trabajo terapéutico de análisis de grupo, en el cual la interpretación transferencial del tipo “aquí y ahora”, entre nosotros y con el terapeuta, ha rendido buenos frutos según la propuesta interaccional-comunicacional. Pero también en el análisis de las resistencias desde la orientación psicoanalítica individual, e inclusive como interpretaciones en las formas vinculares, adoptadas por algunos enfoques de las teorías de las relaciones objetales. Reflejan el trabajo y esfuerzo de quien los crea, así como de los que los adoptan y usan para “contenerse” y procurarse ciertas descargas pulsionales. Por eso se los puede emplear en la técnica de interpretación psicoanalítica. Se justifica plenamente abordar el estudio formal de este tipo de construcciones, evaluar la veracidad de los mensajes que transmiten, y que los ha preservado en todos los pueblos y culturas a lo largo de siglos. Y una “ganancia” extra es que su análisis puede también permitirnos probar varios postulados teóricos psicoanalíticos como la voracidad, la envidia, los

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celos, la escisión la proyección, la represión, etc. Y estos, a su vez, se pueden relacionar con hipótesis de diferentes modelos, incluyendo las teorías que Jung concibió, lo cual le otorga una respetuosa y optimista intención de carácter integrativo al trabajo. Con el paso de los años, como es natural, las personas envejecemos y los viejos terminan sabiendo más de lo que tienen “consciencia” de saber, como se deduce al ver el progreso y la civilización; pero también por el descubrimiento de todos los tipos de memoria que ahora se conocen, las particularidades en la organización de las emociones y la evolución, más el desarrollo de la capacidad para la construcción de estructuras cognoscitivas a que accedemos por vía de las acciones. De esos conocimientos “vivenciales” del inconsciente personal que “se suman” con el desarrollo emocional y cognoscitivo y con la “sabiduría” del inconsciente trans-personal, dan cuenta la literatura, de todos los tiempos, y diferentes obras y producciones de estructuras creativas originales o no, y, dentro de éstas, los refranes, dichos, retruécanos, chistes y albures. Alguien podría decir que los refranes, tal vez, se parecen a los horóscopos –estructuras intuitivas por excelencia- los cuales se pueden interpretar de muchas maneras porque sus “verdades” suelen ser muy generales, pero a diferencia de éstos, los refranes están basados en experiencia de vida y la necesidad de recuperar equilibrios que se rompen por las transformaciones internas y de la realidad exterior por el simple hecho de que el tiempo pasa. Por lo demás, ocurre lo mismo con los sueños. Son ricos en símbolos, muchos de ellos universales, y eso no les resta que sean “la vía regia” (Freud, 1900) para incursionar en lo inconsciente. Los contenidos simbólicos en la interpretación de los sueños, algunos de los cuales son símbolos claramente universales, deben ser interpretados, no obstante, con miramiento en las asociaciones que hace el soñante como se comento en el principio, porque la forma “personal” como los emplea cada quien, informan de sus recursos intrapsíquicos y de su historia particular. Y, en el caso de los refranes, el pensamiento previo

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a la verbalización, hace esas veces, sobre una figurabilidad que es captada por el hecho de que son construcciones realizadas dentro de dinámicas interpersonales de relación humana y las vicisitudes del desarrollo del lenguaje, en el contexto de la cultura y dentro del continuo de la historia de la humanidad. Tanto los sueños como este tipo de construcciones, son matizados y se mimetizan con las estructuras íntra-psíquicas de la personalidad moldeada por la cultura de origen, a la cual, sin embargo, trascienden. Por eso se asocian con el “Inconsciente colectivo”. Reflejan y son significativamente influidos por la situación que este viviendo la persona, las condiciones de las instituciones sociales en el contexto de la ideología predominante, en un momento determinado de la historia, pero que se repite en diferentes tiempos y lugares. Procesos intrapsíquicos y contexto, producen la estructura del carácter. Dicha estructura puede compartir ciertos rasgos en una misma cultura y, sin embargo, dentro de la totalidad de la personalidad dada la infinita gama de diferencias humanas, algunos de esos rasgos son siempre individuales. Pero la caracterología, digamos obsesiva, de un chino, comparte rasgos con la caracterología obsesiva de un inglés o con la de un peruano. La parte caracterológica que proyectan los refranes alude, por tanto, a rasgos de carácter en esa misma sintonía, humana y, entonces, universal. Una tentativa técnica para interpretar los refranes con miramiento por la presencia de simbolismos universales, podría entonces, ser muy similar, incluso idéntica a la de la interpretación de los sueños, o acercársele mucho, si se pregunta a un grupos de personas lo que significa para cada una de ellas tal o cual refrán, a manera de “asociaciones” u “ocurrencias”, ejemplos personales, etc. Y, además, puede intentarse la coherencia interpretativa o enriquecimiento en la interpretación, al complementarla mediante el simbolismo onírico cuya sistematización debemos al psicoanálisis. En otra ocasión podría ser muy interesante y valioso planearlo así. Por ahora la intención es sentar las bases para analizar un buen número de refranes a la vuelta de varios trabajos, utilizarlos

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como instrumento para explicar fenómenos de dominio público; reflexionar analíticamente con respecto a la profunda sabiduría popular de la que son portadores, en lo particular y como sistema de simbolizaciones, de alguna manera, universal porque los hay en todo el mundo y son de uso cotidiano. Observar qué tanto, en efecto, permiten verdaderamente explicar. Después de todo, como observa Vanier, “... palabra y lenguaje asumen una función que va mucho más allá de la información” (Vanier, 1998) Pongo a consideración del lector que, en efecto, se demuestra en el presente trabajo, a la vez que lo justifica, que el empleo de los refranes, auxiliando al recurso del “análisis aplicado”, son “herramientas” válidas para complementar interpretaciones del discurso empleando los recursos que provee la teoría psicoanalítica, como argumentos que justifican ciertas conductas, reacciones y fenómenos. Incluso, rasgos de personalidad y del carácter; situaciones de la vida real contemporánea social, política y económica, mundiales.

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