Relato de su historia rigurosamente documentado para estimular el patriotismo de la juventud. Escrito en ocasión de conmemorarse el primer Centenario

Anexión-Restauración Relato de su historia rigurosamente documentado para estimular el patriotismo de la juventud. Escrito en ocasión de conmemorarse
Author:  Isabel Ruiz Toro

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Anexión-Restauración

Relato de su historia rigurosamente documentado para estimular el patriotismo de la juventud. Escrito en ocasión de conmemorarse el primer Centenario del 16 de Agosto de 1863

Archivo General de la Nación Vol. CLXXXIV Academia Dominicana de la Historia Vol. CI

César A. Herrera

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Relato de su historia rigurosamente documentado para estimular el patriotismo de la juventud. Escrito en ocasión de conmemorarse el primer Centenario del 16 de Agosto de 1863

Parte 1

Santo Domingo 2012

Cuidado de la edición: Andrés Blanco Díaz Diseño y diagramación: Juan Francisco Domínguez Novas Cotejo de originales: Jacqueline Abad Blanco Ilustración de portada: El batallón de cazadores de Isabel II, cargando a la bayoneta a los patriotas dominicanos en Santiago de los Caballeros. (Emilio Rodríguez Demorizi, Lugares y monumentos históricos de Santo Domingo).

Primera edición, 2012

De esta edición © Archivo General de la Nación (Vol. CLXXXIV), 2012 © Academia Dominicana de la Historia (Vol. CI), 2012

ISBN: 978-9945-074-76-5 Impresión: Editora Búho, S. R. L.

Archivo General de la Nación Departamento de Investigación y Divulgación Área de Publicaciones Calle Modesto Díaz, núm. 2, Zona Universitaria, Santo Domingo, República Dominicana Tel. 809-362-1111, Fax. 809-362-1110 www.agn.gov.do Academia Dominicana de la Historia Calle Mercedes, núm. 204, Zona Colonial Santo Domingo, D. N., República Dominicana Tel. 809-689-7907, Fax. 809-221-8430 [email protected] www.academiahistoria.org.do

Impreso en República Dominicana / Printed in Dominican Republic

César A. Herrera.

ÍNDICE

En la puerta.............................................................................. 19 CAPÍTULO I. La Anexión Primeras gestiones. Tratado Domínico-Español. Efectos de la matrícula de Segovia. Ingerencia del cónsul español en el gobierno. Gestión del Dr. Álvarez de Peralta Portes. Proyecto de convenio del general don Felipe Alfau y su exposición al ministro de Estado. Misión del brigadier Rubalcava. Nota del capitán general y gobernador de Cuba al ministro de Estado del día 11 de noviembre de 1860. Carta del ministro Ricart al general Serrano.................................. 23 CAPÍTULO II Despacho del 8 de diciembre de 1860, de O’Donnell al general Serrano. Datos importantes de la Colección Herrera acerca de un documento incompleto recogido por el general Gándara. Misión del general Lavastida al Cibao. Texto de las instrucciones que llevó. Los pronunciamientos de la Anexión. Carta de Serrano a Santana sobre la propuesta de Anexión. La proclamación. Alocución de Santana. Crónica de los actos de la Gaceta Oficial............ 51

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CAPÍTULO III Carta de Santana a la Reina. Carta de Ricart a Serrano. Carta del cónsul Eugenio Molinero al capitán general de Cuba........................................................ 71 CAPÍTULO IV. Capitanía del general Santana. (Algunos sucesos culminantes) Asume Santana el gobierno interino de la colonia. Estructuración del gobierno. Primeros movimientos revolucionarios en contra de la Anexión. Visita del brigadier Rubalcava. Visita del general Serrano, sus gestiones oficiales. Clasificación de los diversos organismos del gobierno. Nómina de los primeros gobernadores y tenientes-gobernadores. Restauración de la Real Audiencia, sus componentes. Aceptación de la renuncia de Santana como gobernador de la colonia....................................................... 77 CAPÍTULO V. Gestión gubernativa de don Felipe Ribero y Lemoine. (Algunos sucesos culminantes) Asume la capitanía general de la colonia el general don Felipe Ribero y Lemoine. Adopción del Código Civil español. Abolición del Servicio del Registro Civil. Llegada del prelado don Bienvenido Monzón y Martín. Organización del cabildo eclesiástico. Movimiento revolucionario de febrero de 1863. Gran conmoción cívica de Santiago de los Caballeros. La insurrección de Capotillo. Progresos de la insurrección de Agosto de 1863. Deportaciones del gobernador Ribero.......................................................... 85 CAPÍTULO VI. Gestión gubernativa del mariscal don Carlos de Vargas y Cerveto (algunos sucesos culminantes) Asume la capitanía general de la colina don Carlos de Vargas y Cerveto. Dos alocuciones del gobernador

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don Carlos de Vargas. El terror de Pedro Florentino. Marcha de Valeriano Weyler sobre San Cristóbal. El general don Antonio A. Alfau en Guanuma. Batalla de San Pedro. Deplorable estado de las tropas españolas. Abandono del campamento de Guanuma. Resentimiento de Santana por el abandono de Guanuma, carta de Santana a Lavastida con este motivo. Batalla de El Paso del Muerto. Pierde la vida el Cid Negro, Juan Suero................................................ 89 CAPÍTULO VII. Gestión gubernativa del general Gándara y Navarro. (Algunos sucesos culminantes) Asume la capitanía general de la colonia el general don José de la Gándara y Navarro. Antecedentes de su expedición a Santo Domingo. Su proyecto de campaña militar para apaciguar el Cibao. Frustración de su plan. Cartas de Gándara y Ribero acerca de este proyecto de campaña. Siete mil hombres sobre Monte Cristi. Aparición de Duarte en Guayubín. Profundas desavenencias entre Santana y Gándara. Las Tentativas de las negociaciones para el canje de prisioneros y la concertación de la paz. Entronización de la guerra civil. Asesinato de Salcedo................................. 99 CAPÍTULO VIII. Estructura del espíritu revolucionario contra la Anexión Proclama de Francisco del Rosario Sánchez. Proclama del general Santana. La Junta Revolucionaria de Curazao, su carta a Sánchez..................................................... 109 CAPÍTULO IX. Estructura del espíritu revolucionario contra la Anexión Baecismo contra santanismo. Tres componentes secundarios del complejo revolucionario. Nota de Sumner Welles. Renuncia del general Santana como capitán general de la Colonia................................................ 119

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CAPÍTULO X. Estructura del espíritu revolucionario contra la Anexión Desaciertos del arzobispo Monzón. Violaciones al principio de la libertad de conciencia y cultos. Ataques al clero dominicano, a los metodistas y a la masonería. Desastres del regímen fiscal y del papel moneda. Intento de desalojo por la fuerza de los poblados de los valles del Guayamico y del Artibonito......... 125 CAPÍTULO XI. Guerra de la Restauración Amplitud del significado de la palabra Restauración. Movimientos revolucionarios del Sur. Sánchez como símbolo y como apóstol de la revolución. Entrada de Sánchez en el territorio nacional y sus compañeros. Las tres rutas de los expedicionarios. Insurrección de Moca. Primer patíbulo. Opinión del historiador don Ramón González Tablas acerca de esta insurrección. Opinión del historiador don José de la Gándara. Asaltos del Cercado y de Las Matas. Fracaso de Tabera en Neiba. Relato del historiador Ramón Lugo Lovatón........................................................... 141 CAPÍTULO XII. Guerra de la Restauración Tendencioso carácter de invasión haitiana que la maledicencia le atribuyó a la expedición de los patriotas. Efectos de esa propaganda. La proclama del general Eusebio Puello para desacreditar la invasión. Fracaso de la expedición. Defección del general Cabral. Proclama del general Cabral para justificar su defección. Emboscada del Mangal. El patíbulo de San Juan. Declaración del 4 de Julio como día de duelo nacional. Discurso del vicepresidente de la República don Manuel María Gautier con motivo de ese duelo.......................................... 153

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CAITULO XIII. Guerra de la Restauración Cooperación de Geffrard, su protesta contra la Anexión. Contrabando de armas por la frontera. Acción de milicianos haitianos en connivencia con los invasores dominicanos. Violación de los principios de la neutralidad. Ofensa a la bandera española. Dos proclamas del presidente Geffrard. Instrucciones del general Serrano al vicealmirante Rubalcava para exigir las debidas reparaciones al gobierno haitiano................................................................... 169 CAPÍTULO XIV. Guerra de la Restauración Movimientos revolucionarios de Guayubín y Sabaneta. Actividades del Club Revolucionario de Sabaneta. Una carta de Juan Luis Franco Bidó, Ulises Espaillat, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen y Pablo Pujol, a los jefes de la revolución. La rebelión de Santiago de los Caballeros el 24 de febrero de 1863. Crónica de González Tablas acerca de esos episodios................................................................................ 181 CAPÍTULO XV. Guerra de la Restauración Retirada de Las Matas y otros episodios. Conquistas y estado de la revolución. Acción del general Hungría sobre Sabaneta. Presencia de Buceta en Monte Cristi. Debelación de la revolución. Amnistía burlada. Constitución del Consejo Militar Ejecutivo y enjuiciamiento de los caudillos del motín del 24 de febrero de 1863...................................................................... 209 CAPÍTULO XVI. Guerra de la Restauración Defensa de don Juan Luis Franco Bidó. Defensa de don Pedro Ignacio Espaillat. Documento relativo al proceso instruido contra don Juan Luis Bidó, don Carlos de Lora, don Pedro Ignacio Espaillat y don Eugenio Perdomo como cómplices de la rebelión

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del 24 de febrero. Conmutación de la pena de muerte de don Juan Luis Franco Bidó. Ejecución de la sentencia. Alocución del capitán general don Felipe Ribero......................................................................... 215 CAPÍTULO XVII. Guerra de la Restauración Movimientos de agosto de 1863. Ataque de Guayubín. Pleitos de Macabón y Sabaneta. Combate de San José de las Matas. Pleito de Guayacanes, relato de Manuel Rodríguez Objío. Combate de Quinigua............ 231 CAPÍTULO XVIII. Guerra de la Restauración Vicisitudes de Buceta, su diario. Relato de don Ricardo Balboa acerca del desarrapado aspecto de Buceta a la salida de la manigua. Retorno a Santiago de los Caballeros.................................................................... 239 CAPÍTULO XIX. Guerra de la Restauración Batalla de Santiago y asedio del Fuerte San Luis. Sondeos de armisticio. Circulares de Salcedo y Luperón. Fuga y Persecución de Buceta. Carta de Luperón a don Ulises E. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y Francisco Bonó. Instalación del primer Gobierno Provisorio bajo la presidencia de Salcedo. Acta de Independencia............................................ 249 CAPÍTULO XX. Guerra de la Restauración Nombramiento, y renuncia de Luperón como gobernador de Santiago. Asume el general Gregorio Luperón la jefatura general de la compaña del Sur y del Este. Gravedad de la situación frente a los reaccionarios. Fusilamiento del coronel Galdeano. La revolución en los desfiladeros de la cordillera Central. Santana amenaza con invadir el Cibao. Otros episodios...................................................................... 267

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CAPÍTULO XXI. Guerra de la Restauración Ratificación de las potestades de Luperón como general en jefe del Sur y del Este. Providencias de Luperón para aprovisionar a sus tropas. La situación enojosa creada por el general Mejía. Desplante del Gobierno Provisorio y justo resentimiento de Luperón. Oficios del Provisorio y respuesta de Luperón. Otros episodios...................................................... 275 CAPÍTULO XXII. Guerra de la Restauración El Provisorio acepta los actos de Luperón como general en jefe. Pleito de Arroyo Bermejo. El presidente Salcedo destituye a Luperón y asume la jefatura del ejército. Profunda desavenencia entre ellos. Peligro de Guanuma. Carta de Luperón a Benito Monción. Luperón reasume el mando...................... 283 CAPÍTULO XXIII. Guerra de la Restauración Episodios y reveces del Sur. Marcha de Luperón a San José de Ocoa. Insurrección de Perico Salcedo. El general Florentino, instrumento de intrigas. Dos documentos interesantes acerca de este asunto. Otros incidentes interesantes............................................................ 295 CAPÍTULO XXIV. Guerra de la Restauración Efecto moral producido en el ejército por la destitución de Luperón. El general Matías Ramón Mella en el escenario de la guerra. Preminencia de Florentino en el Sur. Luminoso documento de Luperón acerca de sus actividades guerreras. Otros episodios................................................................................ 305 CAPÍTULO XXV. Guerra de la Restauración Ofensiva de Gándara y Puello en el Sur. Vergonzosa derrota del general Florentino. Inestabilidad de las posiciones adquiridas. Reveses lamentables. La

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derrota de Gándara en San Cristóbal. Desastre de Weyler en Haina. presidente Salcedo ruega a Luperón acompañarlo en la campaña del Sur y del Este. La patética proclama del general Mella. Síntesis de los episodios de esta campaña............................. 315 CAPÍTULO XXVI. Guerra de la Restauración Episodios de la campaña del Este. Insurrección del general Manuel Rodríguez (El Chivo). Designación de Luperón como Segundo jefe. Batalla Campal de San Pedro, 21 de enero de 1864. Parte de guerra a Luperón. Primera tentativa de armisticio. Mariano Aburres y presbítero Quezada. Ataque de Arroyo Bermejo por los generales Antonio A. Alfau y Juan Suero. Parte de guerra de Luperón....................................... 325 CAPÍTULO XXVII. Guerra de la Restauración Desaliento de Santana. Fracaso de la Invasión del Cibao por los desfiladeros de la cordillera Central. Derrota de Juan Suero. Parte del gobierno acerca del estado del país. Retorno del presidente a Arroyo Bermejo, asume la jefatura Superior de las operaciones. Aparición de Duarte. Fermento de sediciones. La revolución amenaza a Santo Domingo. Oficios del gobierno sobre plan de ataque a Monte Cristi. Incongruencias de Salcedo. Acción de Guerra y Yerba Buena.......................................... 337 CAPÍTULO XXVIII. Guerra de la Restauración Enervamiento en los frentes españoles. Derrotismo. Pronunciamientos de optimismo. Proclama del presidente Salcedo. Pleito de Los Llanos. Cambio de táctica del general Gándara. Despacho del gobierno sobre el particular. Incubación de la guerra civil. Reemplazo de Luperón. Oficios acerca del incidente.......................................................................... 345

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CAPÍTULO XXIX. Guerra de la Restauración Sustitución de Ribero y muerte de Santana. Expedición de Gándara sobre San Cristóbal. Ofensiva contra Monte Cristi. Circular del gobierno acerca del ataque a Monte Cristi. Acción reconfortante de Luperón................................................................................. 353 CAPÍTULO XXX. Guerra de la Restauración La sentencia contra el general Antonio García y la actividad criticable del presidente Salcedo. Sublevación de Polanco y derrocamiento de Salcedo. Ataque de Puerto Plata. Combates del Este. Desocupación de El Seibo. Sentido cívico de una hoja volante de Santiago con motivo de una conferencia para concertar la paz.............................................................. 359 Índice onomástico....................................................... 367

EN LA PUERTA

¡Saludo, joven!, dilecto amigo, pasa adelante, pero antes de entrar en el sendero que el pensamiento te abre en estas páginas debes saber que este libro, más que historia, es una oblación y un mensaje. Es una ofrenda que la Universidad Autónoma de Santo Domingo hace en el santuario de Clío el día Centenario de la gesta del 16 de Agosto de 1863, como votivo homenaje a los homéridas de la libertad y del derecho, casi legendarios por la significación y sublimidad de sus proezas. Es un mensaje de civismo en que la Universidad recoge los rasgos de lo heroico, la ejemplaridad de los holocaustos y la inquebrantable fe en los destinos de la patria, que blasonaron la casta de aquellos patricios; todo, para emulación de la juventud. Ahora puedes entrar con el pensamiento de esas virtudes del patriciado como fanal, que alumbrando las pasiones descastadas de los unos y las claudicaciones y apostasías de los otros, la apolínea idealidad de esotros, alumbre en ti, tu conciencia de patria como «agonía y deber» para realzarla y ennoblecerla con tu ciencia, tu arte y tu religión eudomonista, para honra tuya y bienandanza de tus conciudadanos. Este libro, aquilatado por las honorables inquietudes de las generaciones de hace cien años, ha sido escrito para ti, con el pensamiento del autor puesto en lo que la Universidad te requiere, y en el destino que has de labrarte sin fiarte a las contingencias del azar, infuturando tu presente, ahora confuso y atormentado, con los 19

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recursos de tu ciencia de la verdad y tu ciencia de la vida y por cuantas enseñanzas puedas sacar de las experiencias de aquellos antecesores que llenaron de humanidad el tiempo que vivieron consagrados al bien de la patria. No repares en los defectos que afean este libro, porque anacronismos, reiteraciones, lugares comunes, redundancias, si pecados, quedan cohonestados por la noble singularidad del propósito que lo anima y por el empeño de poner en sus páginas algo del patrimonio de la verdad documental para sustento de cuanto aquí digo de lo bueno y de lo malo de aquella época y de aquellos hombres. Pocas serán las virtudes que tu benevolencia le confiera a este libro como historia de la Anexión-Restauración, porque sus méritos, estoy persuadido de ello, no pueden venir ni del diálogo polémico que clarifica hombres y hechos, ni de la canónica sagrada del arte de la historia, ni de la concatenación de los hechos que narra, y, porque además, ni elude fábulas, ni menosprecia la plácida sugestión de la leyenda, ni la tradición consuetudinaria que fija muchas veces las verdades de la historia… Pero, lo que no ha querido perder de vista es el proteísmo del ente humano que alentó debajo de los acontecimientos de la Anexión y de la Restauración; de ese ente, de quien ayer, hoy y mañana es la historia predicado; expresión de sus modos externos de ser y de existir, de la dialéctica de su natural perfectibilidad, si a veces cohibida por la voluntad omnímoda de un sátrapa fortuito y circunstancial, presente siempre y activa naturando a lo largo del tiempo su peculiar destino y atestiguando en cada hecho la lúcida conciencia de su responsabilidad histórica. En este libro no hay prelación de hechos, los porqué hacen los antecedentes que implican las razones de la Revolución Restauradora; técnica arbitraria si se quiere, pero necesaria para descubrir la consistencia de la revolución que es su tema radical, y del componente humano que la llevó a cabo. La Revolución Restauradora fue una unívoca en la variedad de sus episodios, desde los prístimos días del año de 1861 hasta el venturoso momento en que S. M. C. la Reina Isabel II abrogó el Real Decreto de la Anexión.

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Jalones de martirios marcan la sangrienta trayectoria hacia la redención. Aquí, en este libro, te hablarán con el leguaje del holocausto pavoroso los amotinados de Manuel Rojas, que en San Francisco de Macorís, el día 23 de marzo de 1861, cayeron con su bandera al pie del asta rota fulminados por la artillería de Juan Esteban Ariza; el patíbulo de Contreras y Germosén, en Moca; el suplicio de Sánchez con sus compañeros de martirios; los fusilamientos de Guayubín y Sabaneta y el cadalso de Pedro Ignacio Espaillat con otros, en el cementerio de Santiago de los Caballeros… Bloqueos, asedios, saqueos, incendios de ciudades, proscripciones y cautiverios en el presidio de Ceuta… y la Patria Dominicana, trasunto de Niobe, que si a esta le lastimaron el alma los dardos con que Apolo y Artemisa dieron muerte a sus hijos, no son menos atroces las desgarraduras que el corazón de la patria padeció en los tormentos horribles y cruentos de su pueblo… y tal vez si el pensamiento helenístico de los creadores de Laocoonte sirva al símil, de la angustia consunsina que le apagó la vida al principal protagonista de la Anexión, muerto con el alma estrangulada por las sierpes de las decepciones, de las desesperanzas y quizá… de profundos lancinantes remordimientos. Acéptame el símil, te lo encarezco, porque el simbólico patetismo de esos mitos paganos puede sugerir el hondo dolor de la patria; y el anonadamiento de quien se creyó augusto como los césares en el culmen del poder; el nefasto 18 de marzo de 1861, hasta el día de la hórrida miseria de sus potestades e infamadas con el baldón de Traidor a la Patria con que lo arrojó en el escarnio el gobierno de Salcedo... Santana fue la Anexión. ¿Por qué buscó con tan tenaz empeño la tutela de S. M. C. Da. Isabel II? ¿Acaso impulsado por el grito ancestral de su hispanidad contra las etiópicas huestes de occidente? ¿O por emular del preclaro Juan Sánchez Ramírez, lisonjeado adalid de nuestra reincorporación a España cuando venció a los soldados de Bonaparte en los campos de Palo Hincado? ¿Tal vez porque perdiera la fe en su poder y fuera para repeler victorioso las inminentes invasiones haitianas con la ominosa consigna de la «Una e indivisible»? ¿Acaso

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por la aberración de conservar el poder absoluto de su mando en provecho suyo y bienestar de sus áulicos? Esas son las conjeturas de la historia. La posteridad quiere saber la razón última de aquella sinrazón que el país ha condenado… Ahora te digo, sigue adelante, quizás tú, ¡oh juventud diligente!, puedas dar con la verdad perdida cien años ha… ¡Sigue adelante!; ahí… la Esfinge… y los papiros cerrados aún a la intelección de la verdad. César A. Herrera

CAPÍTULO I

LA ANEXIÓN

SUMARIO Primeras gestiones. Tratado domínico-español. Efectos de la matrícula de Segovia. Ingerencia del cónsul español en el gobierno. Gestión del Dr. Álvarez de Peralta por ante el ministro de Estado, Sr. D. Saturnino Collantes. Proyecto de convenio del general D. Felipe Alfau y su exposición al ministro de Estado. Misión del brigadier Rubalcava. Nota del capitán general y gobernador de Cuba al ministro de Estado del día 11 de aquel de 1860. Carta del ministro Ricart al general Serrano.

La Anexión constituye un fenómeno concreto y bien definido de nuestra vida política cuyo estudio obliga la revisión y el examen de los documentos que la explican. Si se estima como hecho en sí, como sujeto de especulación científica, entonces no deja de ser dificultosa la empresa de deslindar y apropiar para su estudio lo que es privativo de la «razón vital» del contenido humano que la creó con la satisfacción de sus exigencias de lo que concierne a la mera contemplación de lo simplemente histórico. El estudio del hecho y su historia se implicitan recíprocamente y, por eso, no es posible eludir ningún documento, ni dato alguno, por muy conocidos que sean, ya que sin los cuales como base, no es posible emprender el «estudio» que se quiere, y menos estimar 23

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la miscelánea de ideas en ellos contenidas para determinar el pensamiento rector de los acontecimientos en función de los valores eternos de la libertad y del derecho. Así, pues, nada hubiéramos podido hacer sin la consulta de cuantos documentos nos ha sido posible presentar y comentar para los fines de este libro que tanto como historia y estudio, quiere ser una ofrenda de la Universidad Autónoma de Santo Domingo a la memoria de los patricios de la Restauración al cabo de la centuria que se cumple en este 16 de Agosto de 1963. Y para que singularmente valga como ofrenda y, como estímulo de emulación de las juventudes universitarias de lo porvenir, hemos de acudir a la historia para tomar cuanto perdura del amor a la patria, la vida y los hechos de aquellos hombres que a la vez permita la revaloración, al cabo del siglo, de cuanto ilustró heroicamente aquel pasado glorioso que ahora conmemoramos. De las dos ideas dominantes, primordiales, radicales; la primera, de la Anexión, fue producto de la tendencia conservadora que comenzó en los albores de nuestro advenimiento a la vida de Estado libre e independiente. Esta idea proselitó a todos los políticos sin fe en los destinos del país que temieron perder el poder tan pronto como lo escalaron, ya por el dominio de la Isla por el imperialismo haitiano siempre amenazante; ya por los azares de las guerras civiles a que nos entregamos tan pronto nos sentimos sin la coyunda haitiana, con aquellas ciegas pasiones que tantas veces llegaron en su frenesí a pervertir el sentimiento de la nacionalidad, el amor a la patria y la reverencia a los principios de nuestra organización democrática y republicana. La idea anexionista está en la base de todas las apostasías y claudicaciones que propiciaron entonces nuestra reincorporación a España. La otra idea, la de la Restauración, aparece exaltada y vigorizada por la mística de la libertad; fue el alma, el principio motor de la revolución. Si la primera asoció a los dirigentes políticos en torno de un hombre y mediante proditorios intereses dio pábulo al conservadorismo que consumó la anexión; la segunda sacudio los pueblos, les infundio esa mística, armó y condujo al país a la guerra.

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Esta idea dio impulso a todas las inquietudes patrióticas y glorificó todos los martirios por la libertad; todos los holocaustos, todos los heroísmos que propiciaron la Restauración. La primera gestión de protectorado que se puso en marcha se encomendó a López de Villanueva un año antes de la Independencia. Las proposiciones fueron hechas a D. Jerónimo Valdez, siendo capitán general de la Isla de Cuba en 1834: «[...] y dice el general don José de la Gándara en su historia clásica Anexión y Guerras de Santo Domingo, quien estimó esas ‘proposiciones’ como un accidente de la conspiración tramada en Santo Domingo para libertarse de Haití». También para esa época anduvieron por Curazao y Puerto Rico, deligenciando la protección de España, los sacerdotes Gaspar Hernández, peruano y Pedro Pamiés, navarro, y el canario Pablo Paz del Castillo. El Agente de España en Curazao, por oficio del 25 de agosto, comunicaba al gobernador de Puerto Rico, que los padres Gaspar Hernández y Pedro Pamiés, «[...] expatriados por C. Hérard por perjudiciales a su causa, habían venido comisionados por el gobernador del arzobispado de Santo Domingo para ponerse en contacto [...] con Vuestra Excelencia tan pronto se presente buque para algún puerto de la isla [...] y que el padre Pamiés, cura de El Seibo, le había asegurado que tanto la parte mulata como la negra están decididas en favor del gobierno español y que si hay un envío de auxilio se pondrá a la cabeza seguro de triunfar y asegurarle para siempre aquella parte de sus dominios». No obstante haber desestimado de plano don Jerónimo Valdez la referida instancia de Anexión, el mismo año y sin ningún escrúpulo, volvimos a encarecer al señor D. Leopoldo O’Donnell, sucesor de Jerónimo Valdez en la capitanía general de Cuba, por mediación del Conde Mirasol, capitán general de Puerto Rico, sus buenos oficios para alcanzar en la Corte la ansiada incorporación a España. El primero de estos funcionarios, en una nota al gobierno de Madrid, le dijo: yo no veo este pensamiento con tan halagüeñas ventajas como se quiere presentar [...] no puede prestar interés a nuestra

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Metrópoli semejante proposición; pero no obstante esa opinión, O’Donnell informó a su gobierno de la propuesta y demandó se le diesen instrucciones al respecto, no sin opinar que tal vez no convenga la adquisición de obligaciones respecto al sostenimiento de nuevas colonias», a quienes desde luego tendría que socorrerlas con hombres, dinero y efectos de todas clases. Por los años de 1847 se dio otro paso con el mismo fin, pero la comisión enviada a la Corte de Madrid, después de siete meses de hacer antesala en espera inútil de una respuesta favorable, se retiró no sin antes pasarle una nota al gobierno español en la que le dijo altivo y acongojado: [...] nuestro gobierno, pues está plenamente justificado a los ojos de las demás potencias sobre su conducta actual con el de España, en el mero hecho de mantener en Madrid catorce meses a sus representantes, sin poder obtener la cordial inteligencia que debiera existir entre los pueblos unidos por vínculos tan sagrados [...] con el más profundo sentimiento, declaramos que nos retiramos de esta Corte para dirigirnos a otras naciones que han ofrecido su mediación para hacer cesar la injusta guerra que le hacen los haitianos. En 1849 no accedió tampoco el nuevo capitán general de Cuba, el Conde Alcoy, a la reiterada solicitud, y fue más tarde, en 1852, cuando el sustituto de este en la capitanía de Cuba don Valentín Cañedo, de carácter más dúctil y de temperamento más efusivo y complaciente que sus antecesores, vino a dar asideros a la esperanza de la Anexión, pues, en vez de rechazarla y criticarla tan prudencialmente como lo hicieron sus colegas, dispuso que pasase a Santo Domingo y a Puerto Príncipe con instrucciones secretas de averiguar la verdad de cuanto se aducía en pro de la incorporación, al señor don Mariano Torrente, quien fue recibido con gran solemnidad por los altos jerarcas de la administración pública, con ceremoniosa cortesía de parte del arzobispo y con grandes demostraciones

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populares de simpatía a la persona del ilustre visitante y al brillante séquito de su oficialidad. El historiador don Ramón González Tablas ha recogido en las páginas de su interesante historia, Dominación y última guerra de España en Santo Domingo, las palabras que pronunció entonces el venerable arzobispo de Santo Domingo que nos permitimos trasladar a este libro. Cuando el señor don Mariano Torrente con su oficialidad, acompañado por altos dignatarios de los poderes públicos y por el pueblo bullicioso llegó al atrio del templo, salió S. S. I., el venerable arzobispo de Santo Domingo visiblemente conmovido y dijo: Vea Ud. señor, ahí en el altar mayor, en lo alto, el noble escudo de las armas de la nación española, dominando todo como en los buenos tiempos de Santo Domingo, sin que nadie le haya tocado durante tantos años; respetado, venerado, porque todos esperamos que llegarán mejores días en que ese escudo vuelva a ser el nuestro, días de gloria, de paz y alegría que acaso yo, pobre viejo, no volveré a ver, por más cercano que estén, pero creo ha de conceder Dios a mi pobre país que vengan. Se sabe que en entrevistas; en conferencias particulares, dice Gándara, «[...] el presidente de la República y el mismo arzobispo instaron a Torrente para que abogase cerca del gobierno de Madrid por la incorporación, ya bajo forma de protectorado, ya bajo cualquier otra». Como las visitas del señor Torrente no tuvieron otro efecto que satisfacer la curiosidad del señor don Valentín Cañedo, sigamos los pormenores de estas gestiones pidiendo a nuestro lector tener muy presente en la memoria que esto ocurría sin que el gobierno de España hubiera reconocida a la República Dominicana como Estado libre e independiente. Encarecemos el recuerdo porque cuando Santana envió en 1853 a Ramón Mella a que solicitara del capitán general de Puerto Rico, señor don Fernando Norzagaray, recomendaciones para presentarse en Madrid a tratar del protectorado,

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se produjo conjuntamente con las recomendaciones una nota del señor Norzagaray en la que le dijo al gobierno de Madrid, entre otras cosas no menos categóricas: Esta misión tiene por objeto que España se declare protectora de la República Dominicana [...] No estando como no está reconocida por nosotros no me parece que es aceptable la pretensión de su actual gobierno, sin previo reconocimiento de su independencia; [...] apoyo las pretensiones del gobierno Dominicano, de que se le sostenga y garantice la estabilidad de su república, no en el concepto de que España se declare protectora, sino en el de que las naciones que poseen colonias en este Archipiélago se confederen por medio de un arreglo diplomático, en el sentido de que subsista firme el estado de cosas en la inmediata isla de Santo Domingo. El reconocimiento de nuestra independencia por España tuvo efecto dos años después, el 18 de febrero de 1855, pero un año antes fue parecer del ministro de Estado que se le diera largas al reconocimiento, y en cuanto a las específicas gestiones que llevaron a Ramón Mella a Madrid se le expuso de un modo tajante que no era posible la concesión del protectorado de la República. Hasta Calderón de la Barca, que como hemos vista había defraudado los propósitos de Ramón Mella, nada pudo alcanzar en su provecho la idea de la Anexión, pero se sobrevino un cambio en la política española; sustituyó a Calderón de la Barca don Joaquín Francisco Pacheco, y Santana quiere sacar ventajas de aquella situación y nombra como sustituto de Ramón Mella a don Rafael María Baralt como parte de un plan que le permitiera llevar hacia delante sus propósitos anexionistas. Señaló aquí que con la frustrada gestión de Ramón Mella terminó, según el consenso de los historiadores clásicos de la Anexión, el primer período de las negociaciones y fue con el reconocimiento de nuestra independencia por España, el día 18 de febrero de 1855, cuando se abrió el segundo período de las negociaciones en pro de la Anexión. Ese día firmaron un Tratado de Reconocimiento don

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Claudio Antón Luzuriaga, sustituto de Pacheco en el ministerio de Estado, y don Rafael María Baralt, plenipotenciario de la República. El tratado mismo y la manera como afectó su ejecución la política partidista del país fueron propicios a la Anexión. Para clarificar este juicio basta someter a la serena consideración del lector solo el artículo 7º del tratado, cuyo texto es el siguiente: Convienen ambas partes contratantes en que aquellos españoles que por cualquier motivo hayan residido en la República Dominicana y adoptado aquella nacionalidad podrán recobrar la suya primitiva, si así les conviniese, en cuyo caso sus hijos mayores de edad tendrán el mismo derecho de opción; y los menores, mientras lo sean, seguirán la nacionalidad del padre, aunque unos y otros hayan nacido en el territorio de la República. El plazo para la opción será de un año, respecto de los que existan en el territorio de la República, y dos para los que se hallen ausentes. No haciéndose la opción en este término se entiende definitivamente adoptada la nacionalidad de la República. Conviene igualmente en que los actuales súbditos españoles, nacidos en el territorio de Santo Domingo, podrán adquirir la nacionalidad de dicha República, siempre que en los términos mismos establecidos en este artículo opten por ella. En tales casos sus hijos mayores de edad adquirirán también igual derecho de opción; y los menores, mientras lo sean, adquirirán la nacionalidad del padre. Para adoptar la nacionalidad será preciso que los interesados se hagan inscribir en la matrícula de nacionalidad que deban establecer las legaciones y consulados de ambos Estados; y transcurrido el término que pueda prefijado, solo se considerarán súbditos, españoles y ciudadanos de la República Dominicana los que, procedentes de España y de dicha república, lleven pasaportes de sus respectivas autoridades y se hagan inscribir en el registro o matrícula de la legación o consulado de su nación.

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A fin de implantar el convenio, fue designado cónsul de Su Majestad Católica el señor don Antonio María Segovia e Izquierdo quien trajo, además del tratado, la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica para el general Santana, como símbolo del fausto acontecimiento en que S. M. C. Isabel II de España «renunciaba por siempre y del modo más solemne a la soberanía y derechos que le correspondían sobre el territorio americano, conocido antes bajo la denominación de Parte Española de la isla de Santo Domingo, actualmente República Dominicana...» En lo que hace al modo como el referido tratado influyó en el orden político de entonces, nada es más explícito, ni más elocuente de la situación en que colocó al santanismo respecto del baecismo, que la memoria que presentó al general Santana, muy preocupado por las amenazas de una nueva invasión haitiana, el secretario de Estado de Negocios Exteriores, señor don Miguel Lavastida. En esa memoria señaló el secretario Lavastida muchas de las circunstancias y consecuencias adversas al régimen gubernativo y a la política en general de Santana. En realidad todo lo preceptuado en el famoso artículo 7° del Tratado Domínico-Español vino como de propósito para que los adversarios de Santana, no solo incrementaran el partido de Báez, sino que fue el instrumento más poderoso de que podían disponer sus enemigos contra la prepotencia de Santana y para restringir las potestades dictatoriales omnímodas de que hacía uso para combatir y destruir a los opositores de su ideología política, a los adversarios sistemáticos de su régimen gubernativo, y aun a los amigos de Báez aunque no lo hostilizasen. Después de la vigencia y aplicación amplia del mencionado artículo 7°, disminuyeron a un mínimo de posibilidades los expedientes de las persecuciones, de los encarcelamientos, de los confinamientos, deportaciones, confiscaciones y fusilamientos. Casi todos sus adversarios se amparaban de la matriculación como españoles para librarse del servicio militar y todos para combatirlo impunemente. El cónsul parcializado estaba presto a la propuesta contra todo atentado o violencia de sus súbditos. Lavastida denunció en esa memoria que «el señor cónsul general y encargado de Negocios de S. M. Católica» matriculó a diestro y

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siniestro; que hizo españoles a cuantos dominicanos, que por rehuir el servicio de la patria, o por odios y rencores, o por instigaciones de él mismo renegaron de su nacionalidad»; y agrega: «vino un día en que el gobierno de la República se vio privado de un gran número de ciudadanos sin fuerza ni autoridad […] y todo ello en los momentos mismos en que corrían rumores que en el vecino imperio se preparaba una nueva y formidable invasión contra nosotros», y puso el énfasis más sombrío de sus palabras en esta síntesis: «Descontento general, guerra civil cierta, rumores de invasión haitiana, gobierno desautorizado, tal era la situación por todo extremo grave». Y no grave por los males que augura Lavastida; gravísima, porque el dictador se sentía acorralado, porque se sentía cohibido. En realidad, en el orden moral la matrícula de Segovia fue para la vesania de su satrapía como la camisa de fuerza para el frenético furor de los epilépticos. Y como no le bastó a Santana la amistad entre el ministro de Estado, don Joaquín Francisco Pacheco y don Rafael María Baralt y de nada, las quejas llegadas a la Corte contra Segovia, obsesionado hasta la más angustiosa preocupación con la idea de la Anexión, no soslayó nada para alcanzarla, primero, como defensa de sus ya restringidas potestades y, segundo, para la preservación de la patria contra el peligro del imperialismo haitiano que de continuo la amenazaba. Entre los documentos del Archivo de Sevilla, que hemos tenido la oportunidad de consultar en la Colección del historiador don César Herrera, hay una nota del cónsul don Mariano Álvarez al señor capitán general de la isla de Cuba en que se revela la manera discreta como intentó Santana mover el ejército para que le confiriese la investidura de dictador. Esta acción del ejército refleja la angustia que se apoderó del Libertador cuando vio restringidas las facultades extraordinarias con que venía gobernando al país. En la referida nota se pone de manifiesto a la vez hasta dónde habían en llegado la ingerencia en los negocios de Estado los representantes consulares de España. Nada es más elocuente de los alcances de esa ingerencia que la forma y el tono con que el cónsul Mariano Álvarez habló al señor

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vicepresidente de la República don Antonio A. Alfau y al gobierno. He aquí parte del texto de la nota que aparece en el anexo documental de este libro: Hace días tenía noticias de que se intentaba por el Ejército investir a Santana con la dictadura; para combatir tan perjudicial proyecto hice entender muy seriamente al vicepresidente Alfau y al gobierno que por mi parte me opondría a semejante disparate que ocasionaría la guerra civil y por término la caída de Santana. Debo hacer justicia al vicepresidente Alfau, a los Sres. ministros, al presidente del Senado y demás autoridades superiores, todos vinieron a verme y todos convinieron en todas mis apreciaciones respecto a las fatales consecuencias que la dictadura traería al país y han trabajado sin descanso para que el plan no se llevara a efecto […] Ayer mismo pedí una entrevista al presidente Santana, le hablé del particular y en colores muy vivos le expuse los peligros a que se exponían él y el país si tal cosa se realizase. Usando un lenguaje bastante enérgico y que comprendió muy bien este astuto y sagaz campesino, le hizo entender que no contase para nada con mi apoyo si el tal proyecto llegaba a realizarse. Santana me dio toda clase de seguridades, que él se oponía a ello, que todo lo espera de España sin cuyo apoyo no cree pueda marchar la cosa pública; pero me manifestó que los pueblos, cansados de la mala administración de justicia y de otros abusos en los demás ramos, querían investirle de una autoridad absoluta creyendo que por este medio se pondría coto a tales desmanes […] Al despedirse me aseguró que nada se haría sin la participación y consentimiento del gobierno de S. M. a quien tan agradecido se muestra. En otro documento, no menos explícito que el anterior respecto del deseo irrefrenable de poder dictatorial que quería conservar Santana y de la ingerencia del cónsul de España en nuestros negocios públicos, de fecha 31 de agosto de 1860, esto es, veintidós

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días después de la reprimenda y amenazas que este se permitió hacerle al Libertador, aparece una maniobra en la que intervinieron los ministros, el Senado y el propio cónsul señor D. Mariano Álvarez, para capear mediante un subterfugio, para nosotros inútil y baladí, la temeraria resolución de alcanzar la investidura de dictador que anhelaba el presidente Santana. El rodeo, o mejor, la escapatoria, pensaron hallarla en un proyecto de decreto que por consejo del cónsul se remitió al Senado, concebido del modo siguiente: El Senado Consultor, visto el mensaje del Poder Ejecutivo, Acuerda: El Poder Ejecutivo, cuando sea personalmente ejercido por S. E. el Libertador presidente durante el actual período constitucional, está facultado para tomar todas aquellas medidas que crea indispensables para la conservación de la República en los términos prescritos en el Artículo 35 atribución del 22 del Pacto fundamental. Dado etc. En buen romance, puede decirse que le doraron la píldora, que el señor cónsul esperaba se la tragase, a juzgar por lo que dijo al señor capitán general de la isla de Cuba… «[...] pero tengo la seguridad de que el anterior proyecto lo aceptará tal como está porque no encontrará observación que hacerle». Y aquí, el énfasis de su ascendencia en las altas esferas del gobierno: Mi influencia es completa y puede V. E. estar persuadido de que tanto el presidente Santana, vicepresidente Alfau y los ministros y senadores no desean en el día otra cosa sino coadyuvar a la idea, sea cual sea, que el gobierno de S. M. trate de llevar adelante en esta República. Bastaría pensar en las actuaciones de los cónsules D. Antonio María Segovia y D. Mariano Álvarez para comprender cuáles eran las circunstancias que permiten pensar que la Anexión se había alcanzado virtualmente. El primero con la famosa «matrícula», con

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la acomodaticia nacionalización española de tantos ciudadanos dominicanos había incrustado a España en el cuerpo de la República. El señor Segovia tenía con su consulado un «gobiernito»; alguien ha dicho que aquello era como un «Estado dentro de otro Estado»; y, ya han visto a don Mariano fungiendo de legislador y de consejero de Estado y queriendo poner freno a la pasión por la dictadura que obsesionaba a Santana y, luego veremos, después de las concesiones que la Corte dispensó al gobierno a instancia del ministro de Hacienda y Negocios Extranjeros, señor D. Pedro Ricart y Torres, cómo se bosquejó mejor definida la Anexión ya casi prometida, y prácticamente el protectorado a que automáticamente nos sometimos al aceptar la munificente ayuda que S. M. C. doña Isabel II dispuso contra todo evento que pusiera en peligro a nuestra patria. La asistencia moral de España a nuestra angustiosa situación entre las amenazas del imperialismo haitiano y el peligro que constituía el incentivo de la bahía de Samaná para los ideólogos que en Norteamérica sustentaban el principio expansionista del «destino manifiesto»; el suministro de armas, municiones y todo artefacto bélico, el servicio que su marina de guerra prestaba en nuestras costas, el entrenamiento militar por técnicos de las milicias españolas así como la ya señalada ingerencia de los cónsules en la órbita de nuestros negocios públicos, eran primicias del protectorado ya preludiando la Anexión, podría tener efecto, pero «que no creía, sin embargo, tan cercano el momento en que se decidiesen resueltamente a formar parte de la nacionalidad española», como dijo el general O’Donnell, presidente del Consejo de ministros, porque «el gobierno de S. M. no se halla todavía plenamente convencido de que al realizarse lo que se pretende no surgirán dificultades interiores que la colocaran a España en una situación sumamente embarazosa [...]. El gobierno de S. M. desea que se aplace la incorporación». Como se ve, eso era ya cuestión de tiempo y no tardaría porque la insistencia del general Santana no toleraba tregua, cuanto más, que las restricciones que a su potestad le habían impuesto los cónsules Segovia, con la amplia interpretación del artículo 7° del tratado de una parte; y de la otra, Mariano Álvarez con el consabido proyecto de decreto mencionado, vinieron a desmedrar la fuerza,

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lo único con que él sustentaba la estabilidad del poder, garantizaba el orden y sostenía la paz. Así, cuando se sintió debilitado y defraudadas sus esperanzas en cuantas diligencias hizo para poner en sus justos términos al cónsul Segovia, apeló a otro recurso que, a su parecer, debía ser decisivo para estimular las negociaciones de la Anexión y la realización de esta lo más pronto posible. Puso maliciosamente en plan de recuerdo el proyecto de Anexión de la República, de 1854, a los Estados Unidos de América con ocasión ahora de negociar un acuerdo con los yankees que les permitiera el trasiego en nuestro país de la cantidad de negros del Sur que se estipulase en el convenio. Eso, con las propagandas sobre arrendamientos de las bahías de Samaná y de Manzanillo y de la Anexión a los EE. UU. de A. que constituyeron un buen pretexto, a juicio de algunos historiadores, para introducir la Anexión en la Corte como término extremo de un dilema ineludible: nuestra reincorporación a España o a los yankees antes que haitianos. Esa fue la misión que llevó a Madrid al señor general don Felipe Alfau, delegado del Libertador cerca de S. M. Católica doña Isabel II de España. El general Gándara, robusteciendo el juicio de González Tablas al respecto, dice textualmente: Ya he dicho que antes de la época en que ocurrieran esos acontecimientos, Santana y sus parciales habían tratado de que los Estados Unidos se anexionaran la República de Santo Domingo; pero es esto lo extraño, sin que a la vez que estas gestiones de Lavastida con el gobierno de Madrid, se siguieran otras análogas con el gobierno de Washington. Pero estas también fracasaron. Los Estado Unidos querían que Santo Domingo abriese sus puertas a una gran emigración negra. Santana rechazó esa idea, mas supo convertirla en pretexto para mandar a Madrid a uno de sus generales, a D. Felipe Alfau, para que nos informara de la triste situación de la República, víctima a la vez de las encontradas pretensiones de los haitianos y de los angloamericanos.

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El día 23 de julio de 1859 el secretario de la Legación Dominicana en Madrid, señor Dr. Álvarez de Peralta, celebró una conferencia con el ministro de Estado, señor D. Saturnino Calderón Collantes, y puso en sus manos el proyecto de convenio de que había sido portador el legado del «Libertador», cuyas estipulaciones se redujeron a doce cláusulas, las siete primeras relativas a las concesiones de España, a las obligaciones que contraería respecto de la República Dominicana; los otras cinco, a nuestros compromisos con España. La formal estructura de las cláusulas son las siguientes: Obligatorias para España. 1°. Promesa solemne de conservar y ayudar a conservar la independencia de la República, así como asegurar la integridad de su territorio. 2°. Mediación de España, con exclusión de cualquiera otra potencia amiga, en las dificultades que puedan ocurrir entre la República y otras naciones; esto es, que sea S. M. C. el único árbitro en los asuntos internacionales de la República. 3°. Intervención y protección de Su Majestad Católica en cualquier eventualidad en que la independencia de la República o la integridad de su territorio puedan estar amenazadas. 4°. Que S. M. C. dé a la República los medios necesarios para fortificar aquellos puntos marítimos que más excitan la codicia, por ejemplo las bahías de Samaná y Manzanillo, así como el armamento que pueda necesitarse para guarnecer las plazas y puntos fortificados. Todo ello a título de pagar la República su costo en los términos que se convenga. 5°. Real venia de S. M. C. para que de Cuba y Puerto Rico vayan sargentos y oficiales de su ejército que instruyan al dominicano. 6°. Consentimiento de S. M. C. para que los soldados, cabos y sargentos del ejército de Cuba y Puerto Rico, cumplido el tiempo de su servicio, puedan si quieren en vez de venir a España, establecerse en la República, enganchándose en el ejército dominicano o ejerciendo las industrias que sepan o

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dedicándose a la agricultura, en cuyo caso se les darán terrenos en absoluta propiedad. 7°. Celebrar un convenio de inmigración con la República. Cláusulas obligatorias para la República Dominicana 1°. Promesa solemne a Su Majestad Católica de no ajustar tratados de alianza con ningún otro soberano o potencia. 2°. Hacer a España todas aquellas concesiones que puedan servir de garantía material a los nuevos compromisos que se contraen entre S. M. C. y la República, por ejemplo un astillero en Samaná. 3°. Concesión por tiempo determinado a España para que explote las maderas que puedan necesitarse en el artillero de Samaná. 4°. La República se compromete a no arrendar puertos o bahías, y no hacer concesiones temporales de terrenos, bosques, minas y vías fluviales a ningún otro gobierno, y fiada en la hidalguía y buena fe de su antigua metrópoli, aceptará todos los compromisos que S. M. C. tenga a bien proponer. 5°. Por último, las sumas que hayan de abonarse por armamentos, construcción de fortificaciones o por cualquier otro concepto, constituirán una deuda de la República con España, deuda que no pagará intereses y que se amortizará en los términos que se convenga. Y para ello se tendrá en cuenta, que aunque la República no tiene más que una deuda interior de unos cuatrocientos mil pesos fuertes, su tesoro está actualmente exhausto por haber tenido que hacer frente a una multitud de compromisos contraídos por las dos últimas administraciones. Pero el general D. Felipe Alfau no se contentó con solo la acogida favorable que en principio tuvo el proyecto de protectorado, sino que dos días después de la entrevista con el señor secretario de la Legación le envió un oficio al señor ministro de Estado pormenorizando ciertos detalles del proyecto y de la conferencia, pero haciendo hincapié en la necesidad de las

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fortificaciones y de los medios de defensa a que se contrae el artículo 4°. Sabido es que en la conferencia del ministro de Estado con el secretario «no se llegó a ninguna afirmación concreta y definitiva», dice la Gándara, y aunque nosotros sabemos que este proyecto de protectorado no era sino un paso más hacia la Anexión no hay duda de que la cláusula 4° revestía una necesidad irrefragable para Santana que, ante todo, lo que quería y buscaba con tanto empeño era conservar su mando de cualquier modo y a cualquier precio; y tal vez concibió la idea peregrina de que bajo el protectorado de la monarquía española podría disfrutar del Poder absoluto, ad vitam incompatible, por esencia y por tradición, con el régimen democrático, republicano, alternativo y responsable. Aunque ya hemos señalado algunos de los pasos que en busca del protectorado o de la Anexión dieron los agentes de Santana en la Corte española, no es ocioso que pongamos en estas páginas los párrafos de la exposición del general Felipe Alfau al ministro de Estado, que transcribimos de la ya citada obra de don José de la Gándara. No es de ahora, Excmo. Sr., que el gobierno del señor general D. Pedro Santana ha solicitado del de S. M. C. esa alianza íntima que a un tiempo garantizase a Santo Domingo su independencia y la integridad de su territorio y a España la tranquila posesión de sus colonias en el Archipiélago de Colón. Ya en 1846 (poco después de haber el pueblo dominicano sacudido el yugo de Haití le impuso en su momento de fácil e inopinada sorpresa), envió a esta Corte una comisión con el objeto de solicitar el reconocimiento de la República por su antigua Metrópoli, ofreciendo a esta cuantas ventajas desease. La referida comisión permaneció en Madrid mientras el general Santana se mantuvo en el poder, esto es, hasta el año 1848, época en que entró a ocupar la presidencia el señor general Jimenes. Posteriormente, en el 1854, habiendo sido nombrado otra vez presidente el señor general D. Pedro Santana,

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comisionó al señor general D. Ramón Mella para obtener del gobierno de S. M. C. el protectorado de España, y en caso de no conseguirlo, el reconocimiento de la República y una alianza íntima. Nada se logró ni en una, ni en otra ocasión. Tal ha sido siempre, sin embargo, el afán del señor general Santana por identificar a Santo Domingo con su antigua madre patria, en la persuasión de que solo íntimamente unidas podían cada cual y juntos hacer frente a la invasión tenaz y formidable de la raza angloamericana que no desanimado por las anteriores negativas, resolvió por tercera vez [...] etc. Esta tercera vez se refiere a la misión del señor Baralt de la cual ya hemos hablado, que vino a ser sustituido por el propio general D. Felipe Alfau. Acerca de este documento y de la insistencia del referido general de que el propósito del general Santana era «identificar a Santo Domingo con su antigua madre patria para afrontar juntas el peligro yankee», dice tajantemente el historiador Gándara: «no era cierto que Santana hubiese perseguido con afán la unión de Santo Domingo a España, para contrarrestar la ambición de los yankees: lo que Santana había perseguido fue la consolidación de su autoridad, y para lograrla, unas veces pidió protección a España y otras a la Unión Americana [...] No, no era cierto que para mantener la independencia de Santo Domingo y buscar el cumplimiento de los fines que ese estado de cosas pudiera llevar en el golfo de México, fuese preciso dar a Santana los medios de guerra que pedía para batir a sus adversarios». Pero la estipulación del artículo 4° fue para el general Felipe Alfau el asunto básico. En la serie de compromisos que celebró con el ministro de Estado, señor Calderón Collantes, «la preferencia de los puntos marítimos que más excitaba la codicia» y el suministro de «el armamento que pueda necesitarse para guarnecer las plazas y puntos fortificados» constituyeron el tema primordial de sus conversaciones; y el general Alfau, inquieto, esperó siempre su aprobación, y en su despacho del 19 de septiembre de 1859, a más

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de insistir en esos asuntos, solicitó del gobierno de S. M. C. como necesidades castrenses de la República. Dos mil carabinas Minié con sus correspondientes baleros. Ciento cincuenta mil cápsulas correspondientes a estas carabinas. Dos mil correajes completos, con mochilas, de los que usan los cazadores de Madrid. Doce piezas de campaña del último modelo y de los calibres que hoy usa la artillería ligera de España, con sus correspondientes cureñas y utensilios. Doscientos sables de caballería de la fábrica de Toledo. Más adelante veremos, en relación con los datos de esta solicitud tomados de historia de La Gándara, lo que se obtuvo según documento del Archivo de Indias de la Colección Herrera. En la nota del general Alfau se especificó, además, que el costo de esos artículos será el de la fábrica y conforme a la factura, que el trasporte sea sufragado por la República, que el gobierno de España nombre dos oficiales ingenieros que intervengan en la fortificación, a la mayor brevedad de Samaná y Manzanillo; que la entrega de los efectos «será inmediata», que la República pagará los créditos correspondientes anualmente por décimas partes; que el crédito de la fortificación y artillamiento de Samaná y Manzanillo será pagado del mismo modo; que el gobierno dominicano hipoteca al pago de las sumas que resulten de estos convenios «los bienes nacionales, consistentes en fincas urbanas y rústicas y el décimo de los productos de las aduanas». Los términos de la carta autógrafa que el general Santana dirigió a S. M. C. el día 27 de abril de 1860 vinieron no solo a robustecer las gestiones encomendadas al general Felipe Alfau sino también a persuadir a la Corte que había llegado el momento propicio de estrechar íntimamente los lazos que nos ligaban a España. En los términos de esa carta se presiente ya la entrega inminente; se hace manifiesta, en ellos, la resolución categórica y terminante del general Santana. La Anexión ya no se pide, se impone casi;

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si no ahora, tal vez nunca, es el sentido radical en que en esa carta insinúa y aclama perentoriamente por la reincorporación a España. Le dijo a S. M. C. Da. Isabel II de España, que después de haber luchado por implantar la paz tras incesantes discordias civiles, se ha preocupado por lo que le «falta a su pueblo para ser feliz», «la confianza en el provenir» y un orden más estable y duradero; «que nuestro origen, nuestro idioma, nuestra religión, nuestras costumbres y nuestras simpatías» nos llevan a buscar y «encontrar» esa estabilidad «en la unión más perfecta con la que fue nuestra madre»; «que nunca se presentará mejor oportunidad que la que nos ofrecen hoy las circunstancias»; esto es la paz y el orden de que disfrutaba el país entonces; que luego podrían venir «las convulsiones políticas a que están expuestas las nuevas repúblicas». Señala y pone énfasis en que las circunstancias favorables podrían desaparecer por las guerras civiles, por las luchas contra los invasores haitianos y hasta por el aprovechamiento que podría hacer en tal ocasión «la nación poderosa que desde el norte no aparta su mirada de águila sobre este codiciado país». Habla de su prestigio como garantía de la paz propicia para estrechar ahora los lazos que unen ambos pueblos; que si se pasaba esta oportunidad fueran adversas las circunstancias, «nuestros males no serían menos para los españoles que la tocan por sus extremos», se refiere a Cuba y Puerto Rico; que él «y la gran mayoría de la nación estamos dispuestos a aceptar la medida que sea conveniente para asegurar la felicidad del Pueblo Dominicano y los intereses de España en sus posesiones americanas; que se ha enviado a la Corte un Plenipotenciario para que expresa a S. M. C. los sentimientos, sus afectos «con más fidelidad» para inclinar «Vuestro Real ánimo, en favor de los que fueron vuestros hijos».13 Después de los frustrados sondeos y tentativas en pro del protectorado o de la Anexión durante más de diecisiete años a partir del venturoso año de 1844, con el Conde de Miraflores como mediador, cerca de O’Donnell, para proseguir luego en 1847 con don Buenaventura Báez, don Pedro Bobea y don Juan Esteban Aybar 1

El texto de esta carta en el anexo, Colección Herrera.

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por ante el Conde de Alcoy, don Ramón Mella en 1854, por ante don Ángel Calderón de la Barca; en 1855, con don Rafael María Baralt por ante don Claudio Antonio de Luzuriaga. Después, repetimos, de las frustradas misiones de esos cultos representantes dominicanos en la Corte de S. M. C. Da. Isabel II, de España, en 1859, consigue el general don Felipe Alfau entablar las conversaciones con el ministro don Saturnino Calderón Collante, ya referidas, para echar las bases de la Anexión, con las concesiones alcanzadas como ayuda, en primer término, de la dictadura del general Santana, y en segundo para la protección de nuestro país contra las amenazas que lo rodeaban. Pero, hemos visto que Santana con la carta a S. M. C. dio un paso más para acelerar el ritmo de los acontecimientos aprovechándose no solo de las propicias condiciones internas, como eran el anhelo de paz estable de los dominicanos, el interés de sus áulicos y prosélitos de mantenerse en el poder bajo su mando, el deseo de los más, de labrar su destino con el trabajo, sus contratiempos, librarse todos de las invasiones haitianas y, favorable a estas circunstancias, el clima de hispanismo que había creado la política de Segovia y la buena disposición de la política ultramarina del partido Unión Liberal, entonces dominante en España, propenso a las conquistas y auge del poderío colonial del Reino. Pero no bastaban los reiterados encarecimientos del amor de los dominicanos a España y a las cosas de España, con la invocación como prenda no desestimable, de nuestro abolengo hispánico y de la identidad de nuestra lengua, de nuestra religión y de nuestras costumbres, era menester confirmar la certidumbre de esas protestas de simpatía y de las halagüeñas promesas contenidas en esos documentos, era necesario que antes de acceder al tan solicitado protectorado, preludio de la Anexión, alguien viniera a palpar los hechos, a la intelección de la verdad del «caso dominicano» que hacía más de diecisiete años rodaba por las cancillerías de Europa. Fue encargado de esa delicada misión el brigadier don Joaquín Gutiérrez de Rubalcava, quien en su viaje a Cuba a ocupar el destino de comandante general del apostadero de La Habana, debía tocar en «Santo Domingo de Ozama», según las instrucciones secretas que se le dieran, y el día 5 de julio de 1860 dio fondo en la rada de

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esta, ciudad primada de América, el Pizarro, buque de la marina de guerra de S. M. C. que conducía al ilustre viajero, prestante personaje que vendría a desempeñar papel de extraordinaria importancia en la tragicomedia de la Anexión y en nuestra cruzada restauradora. Aunque la visita del insigne marino era oficiosa no obstante, tuvo el privilegio, en ausencia del jefe del Estado general Santana, de entrevistarse con el vicepresidente de la República, señor general don Antonio Abad Alfau, con los miembros del gabinete y se codeó en estrecha camaradería con otros altos dignatarios del gobierno y del clero. Así, en el breve tiempo de que dispuso, pudo ver y oír lo que necesitaba saber para rendir su informe acerca del «caso dominicano» que sin demora redactó en La Habana y remitió al ministro de Marina con fecha 10 de julio de 1860. Este informe fue totalmente favorable a la Anexión; por eso, y para edificar al lector al respecto, transcribimos aquí los párrafos más expresivos de la opinión que entonces ganamos en el pensamiento del distinguido visitante: Los dominicanos invocan repetidamente, que su emancipación de la Metrópoli no fue obra del país, sino de la audacia y ambición de unos pocos, la indiferencia de algunos y la ignorancia del mayor número; que todos menos los primeros, vivían contentos y felices bajo el gobierno español; que la generalidad de los dominicanos no abrigó nunca odio a los españoles, ni ha ofrecido el espectáculo de los demás disidentes que sacudieron nuestra dominación por medios violentos, conservándonos el rencor hasta ahora; que no habiendo aquella prevención en Santo Domingo, antes bien enorgulleciéndose la mayor parte de sus habitantes en llamarse españoles, incluso los hombres que han figurado a la cabeza de los diversos partidos que se han disputado el mando y, por último, a que comparaban aquellos tiempos de prosperidad, riqueza, bienestar que disfrutaban, con la desgracia, miseria y desventura que les rodea, no puede menos de palparse su sinceridad y buena fe al expresar la parte más

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noble y numerosa de la población que desearían a todo trance volver al dominio de los españoles, o, cuando menos, el ser protegidos por su gobierno, en términos de no ser la vez primera que se ha deliberado por los que componen el de la República, y, últimamente, por el presidente Santana, sobre arbolar el pabellón español, y ponerse a disposición de España, aún sin su anuencia. Hoy mismo esta es la idea culminante que abrigan, que me ha sido explícitamente manifestada por el vicepresidente Abad Alfau y los ministros de que dejo hecho mención, notándose su abatimento al expresarles que mi misión no era otra que entregar el pliego de que era portador, enterarme de algunos particulares y dar cuenta al gobierno de S. M. que no me había facultado para otra clase de conferencias o estipulaciones. El general Gándara, que comenta peyorativamente este informe, dice sin rodeo ni reticencias que el brigadier se dejó sorprender, que fue asediado y «le hicieron respirar aquella atmósfera ficticia», que «lo abrumaron con sus exclamaciones y encarecimientos [...] que Rubalcava tomó la expresión de los sentimientos que manifestaban los amigos del dictador por voto del país y por opinión de la mayoría de los ciudadanos» y hasta reputó de exagerado el referido informe no obstante haber tenido el respaldo de la autoridad nada menos que don Francisco Serrano y Domínguez, gobernador capitán general de la isla de Cuba, figura con la de don Leopoldo O’Donnell de más relieve del partido Unión Liberal, quien de su parte vino a mediar con discreción, tacto y prudencia en las negociaciones en pro de la Anexión, no sin expresar su leal parecer en cuanto a los beneficios y las desventajas que reportaba a España el protectorado o la Anexión. Veremos más adelante cómo se producen las ideas de Serrano en sus relaciones con la persona y el pensamiento de don Pedro Ricart y Torres cuando este lo visitó en La Habana para impulsar las negociaciones del protectorado. Pero antes hemos de comentar la memoria que rindió al referido capitán general de Cuba, el jefe de su Estado mayor brigadier

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D. Antonio Peláez de Campomanes acerca de la gestión que le encomendó en la República Dominicana. La nota que el capitán general de la Isla de Cuba pasó el día 11 de noviembre de 1860 al ministro de Estado, es una sistematización juiciosamente comentada del ideario de los informes que en relación con nuestro país y las propuestas anexionistas rindieron a su gobierno los brigadieres Rubalcava y Peláez, y el señor ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda, don Pedro Ricart y Torres. Lo primero que ocupa la atención del capitán general gobernador de Cuba, en esta nota, es la gravedad que, a su juicio, reviste la proposición del protectorado o de la Anexión que por su conducto hizo al gobierno de S. M. la Reina el de la República Dominicana. Se empeñó en hacer recordar al señor ministro de Estado lo que él le había comunicado en cuanto a nuestros problemas, a nuestras simpatías por España, sin perder de vista el «singular interés con que el gobierno de S. M. ha mirado todo lo que se refería a la República Dominicana», que «pruebas de este interés son los auxilios que ha enviado al gobierno de la República y los que se propone seguir proporcionando con el designio de ayudarla a consolidar una nacionalidad por tan contrarios elementos combatida»; que no debe ocultarse al ilustre gobierno de la Reina «el peligro» que sería para sus dos ricas colonias de las Antillas que nuestra isla fuese ocupada por el enemigo de la raza y del poder del gobierno, y se pregunta «¿qué ejemplo para Cuba y Puerto Rico, el espectáculo de una nacionalidad negra, establecida entre las dos islas y subyugadora de la raza blanca? Que si los norteamericanos se apoderan de nuestra isla quedarán expuestos a una vigilancia constante y obligados a estar siempre prestos a la defensa y que esa sesión determinaría una «competencia peligrosa para nuestra industria y comercio». Estas y otras consideraciones para llegar a la siguiente conclusión: «Santo Domingo yankee o haitiano es un dilema terrible, cualquiera de sus estremos no puede ser más funesto». Hace notar que el 12 de julio le manifestó al general Alfau que su pensamiento ha sido y será siempre que se ayude a Santo Domingo, «pero de una manera indirecta y aplazar para tiempos

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mejores la realización de una unión que reclama el mutuo interés de los países [...]. Pero hay dificultades que se mueven por sí mismas, sin que haya fuerza humana que pueda evitarlo [...],» que «De tal naturaleza es el que nos suscita el gobierno de Santo Domingo al proponer al de S. M. la incorporación de la República en la monarquía Española o el protectorado, que le evite los peligros que la amenaza». Dice haberle significado al ministro Ricart en la primera conferencia en La Habana, en que se habló de la incorporación, que aunque le eran gratos los sentimientos del españolismo de los dominicanos, «carecía de instrucciones de S. M. para un caso de tal naturaleza y que lo sometería a quien tenía facultades para resolverlo», y, encareció al Sr. Ricart, quien, de otra parte, había ido además con el propósito de contratar un empréstito, la mayor discreción en tan delicado asunto y que se valiese de su influjo para «evitar cualquier manifestación inoportuna que es muy de temer, atendido el impaciente deseo de aquellas gentes de izar la bandera española según general testimonio», pero le manifestó al ministro Ricart que innegablemente a España le convenía «la posesión de Santo Domingo para el aumento de su poder marítimo» y como «condición indispensable de su prosperidad y engrandecimiento futuro». De otra parte, consideró; como muy apreciables los datos sobre la situación y riqueza de nuestro país suministrados por el señor brigadier Peláez». Hace resaltar el españolismo de blancos y negros de quien le habló Rubalcava, que ahora le confirma Peláez. En Santo Domingo dijo Peláez en su memoria: «[...] la visita de un buque, de una bandera, de un uniforme español es siempre pretexto para proclamar a España». En esta nota insistió Serrano en creer en la posibilidad de una guerra con los EE. UU. de América, «en caso de que ocupemos a Santo Domingo», «que a ella debe apercibirse el gobierno de S. M. si se decide a llevar a cabo la empresa», y agregó a continuación: «hay un grave peligro en desaprovechar la ocasión que se nos ofrece [...]. Por lo demás, Excmo. señor, tarde o temprano, hemos de correr a los azares de esta guerra por la misma fuerza de las cosas [...]. Esta guerra será inevitable desde el momento que España

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intente tomar en este continente, la poderosa iniciativa a que sin duda está llamada […]» Y hace la rotunda declaración siguiente: No vacilo sin embargo en manifestar a V. E. que creo llegada la hora de correr el riesgo de una empresa de la cual depende que nuestra España llegue a ser un poder en América [...]. La cuestión dominicana es, Exmo. señor, la más vital que tiene la España en estas regiones: ante ella todas las otras desaparecen [...]. La ha traído la marcha misma de los acontecimientos y la nueva posición que España ocupa desde la gloriosa campaña de África. El ministro secretario de Estado en los Despachos de Hacienda, Comercio y Relaciones Exteriores de la República Dominicana, señor don Pedro Ricart Torres, puso en conocimiento al señor gobernador y capitán general de la isla de Cuba, señor don Francisco Serrano, que el señor presidente de la República «[…] tenía la convicción que las condiciones en que se encuentra el país» no es posible evitar que marche de día en día hacia la ruina y vaya a caer presa de una raza que ni hable nuestra lengua, ni profese religión alguna ni tolera en fin sobre suelo dominicano la existencia de lo que llevara este nombre, que desea asegurar la felicidad de la Patria, poniéndola a la sombra protectora de otra nación, cuyos usos, costumbres, lenguaje y religión son los nuestros y cree conveniente para el logro de este deseo proponer las bases en que semejante unión podría realizarse». Y agregó el señor Ricart: [...] que si se hiciese por Anexión, S. E. el presidente pediría 1°. Que se conserve la libertad individual sin que jamás pueda establecerse la esclavitud en el territorio dominicano; 2°. Que la República Dominicana sea considerada como una provincia de España y disfrute como tal de los mismos derechos; 3°. Que se utilicen los servicios del mayor número posible de aquellos hombres que los han prestado a la Patria desde 1844, especialmente en el ejército y que puedan prestarlo en lo sucesivo a S. M.; 4°. Que como una de las

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primeras medidas mande S. M. amortizar el papel actualmente circulante en la República; 5°. Que reconozca como válidos los actos de los gobiernos que se han sucedido en la República Dominicana desde su nacimiento en 1844. Que si la política de España prefiriese el Protectorado el presidente pediría 1°. Que S. M. garantizase el territorio de la República, cuyos límites son los que fija la constitución del Estado, esto es, los reconocidos por el tratado definitivo entre España y Francia, en Aranjuez el 3 de junio de 1777. 2°. Que así mismo garantice S. M. C. la independencia y soberanía de la nación dominicana y le facilite armamentos, pertrechos, buques de guerra y tropas si las necesitase en el caso que la República sea amenazada por una invasión haitiana u otra, como igualmente interponer sus buenos oficios, autoridad e influencia en cualesquiera dificultad que pueda ocurrir entre el gobierno Dominicano y los de otras potencias. 3°. Que S. M consienta que vengan de la Península, Cuba o Puerto Rico, sargentos y oficiales del Ejército como hasta ahora para la formación e instrucción del dominicano. 4°. Que S. M. consienta que se establezca una corriente de inmigración de las Islas Canarias o de otros puntos de la Península costeada por ella misma, reconociendo la República una deuda nacional por la suma a que ascienda esta operación». Por nuestra parte nos obligamos a 1°. Que la República no celebrará tratados de alianza ni convenios especiales de guerra ofensiva sino de acuerdo con España. 2°. Que no celebrará tratados con ninguna otra nación contrarios a la política y a los intereses de España. 3°. Que del mismo modo no arrendará puertos ni bahías ni hará concesiones temporales de ellos, ni de terreno, bosques, minas y vías fluviales a ningún otro gobierno. 4°. Que los oficiales y sargentos instructores a su llegada a la República, si tal fuese el beneplácito de S. M. C., se les dará el grado de ascenso inmediato. 5°. Que los puertos y bosques de la República se franquearán para el servicio de la Marina española.

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Esas son las bases sometidas por mediación del capitán general Serrano a la Corte por el presidente Santana, pero el señor ministro Ricart ha significado a continuación de estas bases «que el deseo preferente de S. E. el presidente, de su gobierno y de la mayoría de la nación dominicana, sería que el gobierno de S. M. C. admitiese la Anexión como medio más útil y provechoso para ambos países».

CAPÍTULO II

SUMARIO Despacho del 8 de diciembre de 1860, de O’Donnell al general Serrano. Datos importantes de la Colección Herrera acerca de un documento incompleto recogido por el general Gándara. Misión del general Lavastida al Cibao. Texto de las instrucciones que llevó. Los pronunciamientos de la Anexión. Carta de Serrano a Santana sobre la propuesta de Anexión. La proclamación. Alocución de Santana. Crónica de los actos de la Gaceta Oficial.

El despacho del día 8 de diciembre de 1860 que en relación con la propuesta del protectorado o Anexión dirigió el presidente del Consejo de Ministros, Sr. don Leopoldo O’Donnell al capitán general y gobernador de la isla de Cuba Sr. don Francisco Serrano y Domínguez y el oficio del Sr. don Pedro Ricart y Torres del 4 de marzo de 1861, son documentos claves en cuanto a que en ellos encontramos las razones que permiten explicarnos las causas de la extremada prisa como se produjo la Anexión y los procedimientos que se emplearon para cohonestar los designios de sus fautores y sacar libre de responsabilidades al Gobierno español e inmaculado el nombre venerable de S. M. Da. Isabel II de España ajena de los intríngulis y maniobras que se pusieron en práctica para lograrla con tan sorpresiva precipitación, no obstante el parecer del ministro de Estado Español de que no eran propicias las circunstancias del momento para que la Nación española echara sobre sus hombros 51

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«la responsabilidad de aceptar la incorporación a sus dominios del territorio que hoy constituye la República Dominicana»; que «la incorporación inmediata no sería hoy ni prudente ni acertada; y entre otras consideraciones, opinó que si se llevase a cabo sin complicaciones internas, todavía habría que tener presente la influencia que ejercería en las demás «Repúblicas hispanoamericanas y en la misma isla de Santo Domingo»; que a pesar de que «el general Santana y sus consejeros opinan que el país entero es favorable a la reunión a España, el gobierno de S. M. no se hallaba plenamente convencido de que al realizarse no surgirán dificultades internas que coloquen a España en una situación sumamente embarazosa [...] que si el partido opuesto a Santana levantase la voz contra la medida que se propone, si no hubiese completa unanimidad no solo se defraudarían las esperanzas del gobierno sino que se aplazaría indefinidamente la consecución del objeto apetecido [...] que de acuerdo con el parecer del Consejo de Ministros V. E. manifieste al gobierno de Santo Domingo la satisfacción con que mira sus deseos de volver a formar parte de la Monarquía»; pero, «que conviene aplazarla, sin embargo, en interés de tan noble empresa por el término, al menos de un año», y «que ha de hacer presente al Gobierno Dominicano en nombre de S. M. que el día que V. E. se convenza de que la incorporación es una necesidad perentoria, que no admite dilación, es condición indispensable para llevarla a cabo, que el acto debe ser y parecer completamente espontáneo para dejar a salvo la responsabilidad moral de España». Además de las buenas disposiciones de prestar a Santana y a los gobiernos la ayuda que fuese necesaria, se autorizó al capitán general de Cuba la contratación del empréstito gestionado por el señor Ricart. Pero el señor presidente de Consejo de Ministros le dijo que «[...] si los haitianos intentaban atacar de nuevo, debía darle al gobierno los auxilios de armas y pertrechos que necesite, ayudándolo llegado el caso, con subsidio de medio millón de reales e igual auxilio si una o más partidas de filibusteros de Norteamérica intentase apoderarse de cualquier punto de su territorio, que si las atenciones que tiene que cubrir la marina lo permitiesen dispusiera un servicio de uno o más buques para la vigilancia de varios de los

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puertos de la isla y proteger los puntos, personas y propiedades de los súbditos de S. M.; que si fuese imposible aplazar la incorporación y la no aceptación de la oferta del general Santana diese lugar a que los EE. UU. les ofreciesen su apoyo y se apoderasen de algún punto importante de la Isla, como por ejemplo la bahía de Samaná, deberá V. E. para evitarlo, usar de todos los medios que tiene a disposición». Y agregó el presidente del Consejo de Ministros: «La España no puede consentir jamás que los norteamericanos se apoderen de ninguna parte del territorio de Santo Domingo». El capitán general gobernador de Cuba no solo utilizó al señor Ricart para informar a Santana de los términos del documento de O’Donnell, sino que se lo comunicó mediante despacho privado y en términos muy afectuosos, y así quedó enterado por dos vías, de que el gobierno de S. M. estaba inclinado a aceptar más que el protectorado, la Anexión misma, pero según las condiciones señaladas en el oficio de O’Donnell a Serrano, cuyas cláusulas más importantes hemos expuesto y comentado ya; pero nos permitimos la libertad de subrayar en la copia del documento de la Colección Herrera, las dos cláusulas que el historiador Gándara echó menos en la publicación oficial del despacho que él ha trasladado a su historia con las siguientes observaciones: «[...] al publicar el despacho que acabamos de transcribir y comentar, se suprimieron dos cláusulas importantes cuyos términos exactos sentimos que no nos sea posible copiar aquí. Por la primera de ellas, imperativa y categórica, mandaba al general O’Donnell “aplazar la Anexión lo menos por un año, para que nuestro gobierno tuviese tiempo de apercibirse y esperar prevenido las eventualidades internacionales que pudiera acarrear el suceso”. En la segunda “se prevee la contingencia de que quisiera adelantársenos una nación poderosa en el continente americano”». Ambas cláusulas, como ya hemos dicho, se encuentran en la pieza de la Colección Herrera. «La nación poderosa» a que se refiere son los EE. UU. de América y «la contingencia que pudiera adelantarse al tratado de Anexión» era la posible gestión de protectorado o la posesión de alguna parte del territorio dominicano por los norteamericanos. En aquella época esas cláusulas fueron rigurosos secretos de Estado.

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Esa contingencia casi bastaba para precipitar la Anexión, y ocurrió no obstante el plazo fijado por O’Donnell y sin mucha demora a consecuencia de la alarma que produjo en los altos círculos de la política un incidente que podía «influir siniestramente» en la marcha de los asuntos, según expresión textual del ministro Ricart en su carta al capitán general Serrano. En esta carta se alude a la llegada a Santo Domingo de un personaje «M. P» [...] acompañado del «general C.» [...] y del «Coronel F.» que vinieron con la misión de contratar un empréstito de $500,000 a interés módico y a largo plazo; establecer una corriente de inmigración para poblar la bahía de Samaná; obtener privilegios para la navegación en los ríos Yuna y Yaque, establecer un astillero, explotar todas las minas de la República [...] y por si fuera poco, uno de los emisarios le expresó al ministro Ricart «que hoy más que nunca [...] estaba dispuesto su país a emprender negociaciones con Santo Domingo, cuya suerte podía ser la más próspera si accedíamos a sus deseos». Ese país y esos nombres silenciados en la carta de Ricart, aparecen con toda la sugestión de su amplio significado histórico en la copia de uno de los documentos de la Colección Herrera, en el anexo. Ese país era los EE. UU. de América; esos misteriosos personajes son un tal Mister Patterson, el general William L. Cazneau, fundador de la Américan West India Company, el de la misión secreta de 1853, muy conocido de Santana, pionero del tratado domínicoamericano que promovió la protesta de Lord Clarendon, ministro de S. M. la Reina Victoria; y Joseph W. Fabens, tesorero de la misma compañía y asociado a los Spafford en el Affaire Hartmont, más tarde complicados ambos en las turbias negociaciones para la Anexión a los Estados Unidos, cuyo proyecto rechazó el Senado americano en época del general Grant. Este fue el primer incidente propicio a la Anexión según las condiciones de O’Donnell, el segundo lo constituyeron, entre otros episodios bélicos de poca importancia, la Revolución Regenadora comandada por Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y Fernando Tabera. Este movimiento que venía a contrarrestar las negociaciones en pro de la Anexión, aunque socorrida por Geffrard y algunos

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miembros de su gabinete, no era una invasión haitiana ni mucho menos, no obstante encontrarse en la fila de los dominicanos el general Carrier y otros milicianos de la vecina república. Refiriéndose don Pedro Ricart y Torres, en su carta al capitán general Serrano, a ese movimiento dice textualmente: El segundo de que cumple a mis deseos informar a V. E. es la actitud tomada por nuestros enemigos los haitianos en estos últimos días. Comprendiendo sin duda que la senda política por donde ha entrado el gobierno dominicano, conduce a este país a un punto de seguridad, donde no podrán conservar esperanza siquiera de inquietarnos; están preparándose de una manera formidable, según las noticias fidedignas que hemos tenido, tanto de nuestros agentes en Saint Thomas y Curazao, cuanto de nuestros espías en la frontera. Pretenden por lo visto impedir con un golpe decisivo la consecuencia de los planes que se trata de llevar a efecto, y que sin duda han podido traslucir. Cuanto hay de cierto es que sus esfuerzos son supremos, y que cuentan hoy con elementos de que antes habían carecido. Por estas razones estoy enteramente persuadido de que es de suma importancia que el gobierno de S. M. acorte el plazo fijado para la realización de nuestros deseos; de lo contrario el país, sin abrigo en los embates de diferente género a que está expuesto tal vez no pudiera resistirlo, por el tiempo señalado como plazo para su incorporación a la monarquía española. Estos dos incidentes fueron utilizados sagazmente para satisfacer las dos cláusulas fundamentales del despacho de O’Donnell, como se ha visto; anular el plazo de la Anexión y obtener la rápida aprobación de esta en la Corte en vista de los designios velados de la misión Patterson, Cazneau y Fabens y la presunta invasión haitiana tan cacareada, y con esa calificación para descartar el patriotismo de Sánchez y exaltar amañadamente el nacionalismo dominicano contra los patriotas que transpusieron la frontera del Sur para enarbolar la enseña nacional al grito de ¡Viva la República!

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Ahora se propone el presidente-dictador circunstanciar la otra radical estipulación del referido documentos de O’Donnell; esto es, que el acto de la Anexión debe « [...] ser y parecer completamente espontáneo, porque la unanimidad de miras debe ser el principal fundamento de la actitud de España». Para dejar satisfecha esa condición ordenó a su ministro de Guerra y Marina, señor don Miguel Lavastida, el día 2 de marzo, mediante el siguiente despacho: Señor ministro: Debiendo diputar una persona que merezca mi entera confianza para que pase a las provincias del Cibao a imponer a las autoridades y personas notables de aquellos lugares del resultado de las negociaciones se acaban de celebrar con el gobierno de S. M. C., conforme con los deseos que constantemente han manifestado los dominicanos, he resuelto comisionar a V. S. para que pase a desempañar esta importante misión. Sin embargo de que V. S. está plenamente instruido de todo cuanto se ha practicado sobre el particular, debo no obstante señalarle con toda precisión los puntos a que debe referirse en el desempeño de este encargo. Diga V. S. con franqueza a todos esos patriotas lo que el gobierno ha hecho y lo que definitivamente se ha convenido: 1º. Que en vista de las grandes dificultades que se han tocado siempre, y que hoy más que nunca se oponen para la consolidación del país, contándose ya diez y siete años de lucha, durante los cuales se han agitado revoluciones internas, cuyas dolorosas consecuencias se hacen sensibles cada día, el gobierno se ha visto en el caso de ocurrir al de S. M. Católica solicitando una protección eficaz que asegure los derechos y garantías del pueblo dominicano. 2º. Que al dirigirse este gobierno al de S. M. C. impetrando esta protección, se han tenido presentes las circunstancias de nuestro origen, de nuestro idioma, de nuestros usos y costumbres y de nuestra religión y tradiciones.

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3º. Que las señaladas simpatías que naturalmente en todos tiempos ha tenido el pueblo dominicano por todo cuanto depende de la España, y las que esta nación ha manifestado constantemente de que ambas partes se entendiesen y llevasen a cabo una convención que íntimamente las estrechase. 4º. Que atendiendo a todas estas razones, y con la seguridad de que los haitianos no desisten nunca de sus ideas de conquista y exterminio, a pesar de los esfuerzos hechos por las potencias mediadoras, el gobierno estableció sus proposiciones al Gabinete de Madrid, basadas de este modo: Protección directa y eficaz a la República Dominicana, o Anexión de la antigua parte española de la isla de Santo Domingo como una provincia libre. 5º. Que el gobierno de S. M. C., después de haber estudiado, meditado y aun consultado las conveniencias de estas proposiciones, ha resuelto decidirse por la Anexión, en vista de las dificultades que de ordinario ofrece un protectorado que no podría llevar el sello de la perpetuidad. 6º. Que resuelta y decidida como está la Anexión, por el acuerdo de ambos gobiernos, no resta ya otra cosa que hacer la solemne declaratoria. 7º. Que para que esta pueda llevarse a cabo con todo el orden posible, y que la expresión del pueblo dominicano sea libre, se tienen ya dadas las órdenes correspondientes para que vengan las fuerzas de mar y tierra a proteger la espontánea manifestación de los pueblos. 8º. Y último. Que las bases de la Anexión son las mismas que constan de la copia que por separado lleva V. S. para que las eleve al conocimiento de las autoridades y de las personas influyentes de aquellas provincias. Estas instrucciones, que deberá V. S. hacerlas entender a los pueblos del Cibao, para que sepan cuanto se ha podido practicar en favor del pueblo dominicano, revelan las buenas disposiciones que el gobierno de S. M. C. tiene por lo hijos de Santo Domingo. Ni México con sus siete millones de habitantes y su opulencia; ni Cuba, esa rica y codiciada

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isla, han logrado elevarse al rango en que se coloca hoy Santo Domingo. Yo me regocijo, me enorgullezco al ver coronada la obra de mis desvelos, de ver asegurada la libertad, los derechos y las garantías de mis compatriotas. Diga V. S. a los hijos del Cibao que les mando un abrazo y que los felicito por esa aurora de paz y de felicidad con que se asoma nuestro porvenir, asegurándoles que pueden siempre contar con el paternal afecto del caudillo de sus libertades. El señor ministro de Guerra y Marina cumplió a cabalidad y satisfacción del presidente Santana el cometido que lo llevó a las diversas provincias del Cibao y, por su parte, este transmitió las instrucciones que debían seguirse rigurosamente para los pronunciamientos en pro de la Anexión a las diversas autoridades provinciales, que lo hicieron, unos, festinadamente y otros después del 18 de marzo, como el de Hato Mayor, aquel día 15, al cual sucedieron los de Baní, Bayaguana y Monte Plata que tuvieron efecto el día 17. Así es que la formal y solemne reincorporación de la República Dominicana en los dominios de S. M. C. doña Isabel II de España, estaba hecha no sin que se produjeran algunas protestas y resistencias contra las órdenes casi imperativas e ineludibles; pero se hizo por mor de disciplina, o por instinto de conservación, o por no perder con el destino el pan de la prole y el sustento del hogar; aunque repudiada por algunos, por pudor y patriotismo como fueron los casos del coronel Tomás Bobadilla que se resistió a cumplir las instrucciones, el de Rafael Abreu, en Higüey y el de San Francisco de Macorís, ya aquí no fue un mero repudio, sino un movimiento popular en que un insurrecto en un arrebatado de férvido patriotismo arrancó la driza de las manos del general Ariza, aterró la bandera española y enhestó la enseña de la cruz. Este episodio memorable del patriotismo dominicano fue el primer acto de protesta colectiva armada contra la proterva obra de la Anexión y en que se produjo el primer holocausto preparatorio de cuantos se ofrendaron por la causa de la redención de la

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República en ocasión de las rebeliones y de los movimientos que en épocas y lugares diversos tuvieron efecto desde esa fecha. Dejamos a nuestro insigne historiador don José Gabriel García el testimonio del orden y de las autoridades que en sus respectivas localidades hicieron el pronunciamiento de la Anexión: Valentín Mejía acompañado del coronel Manuel Santana, el de Hato Mayor, el día 12; Manuel de Regla Mota, el de Baní, el día 17; Pedro Nolasco Brea, el de Bayaguana; el de Monte Plata, coronel Antonio Lluberes, el día 18; el de San Cristóbal, el general Modesto Díaz; el de San José de los Llanos, el general Bernabé Sandoval; el de Azua, el general Francisco Sosa; el de El Seibo, el general Eugenio Miches y el de Los Cevicos, el coronel Pedro E. de Soto; el 19 hizo el de San Antonio de Guerra el general Domingo Lasala; el de Barahona, el coronel Angel Félix, en sustitución de Tomás Bobadilla hijo que fue separado del cargo por negarse; el de Higüey, por Deogracia Linares; el día 20 en Samaná el general Pascual Ferrer; en San Pedro de Macorís, el coronel Florencio Soler; en San José de Ocoa, el general Juan Cherí Victoria; Lorenzo de Serra, en Neiba; y el general Puello en San Juan y Sabana Mula; en Yamasá, Eusebio Manzueta; el coronel Cosme de la Cruz, en Sabana de la Mar; el general Puello, Las Matas de Farfán y El Cercado; el día 23 en La Vega, el general Juan Álvarez Cartagena; en Moca, el general Bernardo Reyes y en San Francisco de Macorís el general Juan Esteban Ariza; el día 24 de Jarabacoa, el general José Durán; el de Bonao, el coronel Manuel Álvarez, el de Altamira y el general Santiago Pichardo, el de Santiago de los Caballeros; el 25 hizo el pronunciamiento de Monte Cristi el general Pedro Ezequiel Guerrero, el general Antonio Batista en Sabaneta y el general Fernando Valerio, en Guayubín; el 26, el de Puerto Plata, el general Gregorio de Lora, que fue la última población donde se enhestó la enseña de Castilla.

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Y agrega el Herodoto dominicano, el padre de nuestra historia, don José Gabriel García: Como se ve, bastaron catorce días de propaganda sorda y ocho de pronunciamientos simulados para que la República Dominicana se viera transformada en colonia española, lo que equivalía a levantar sobre cimientos de arena un edificio de cal y canto, extravagancia que había sido digna de menosprecio, si no hubiera causado el derramamiento en no lejano porvenir de muchas lágrimas amargas y de copiosos torrentes de sangre que han caído como anatema terrible sobre la cabeza de los obcecados promovedores. Consideramos procedente, antes de seguir, dar prioridad al examen del despacho que el capitán general Serrano remitió al ministro de Estado Español el día 14 de febrero de 1861. En este despacho no solo dio cuenta el capitán general de la petición urgente que hizo Santana, sino que de la manera discreta opinó favorablemente respecto de lo que, a su juicio, puede ser concedido sin comprometer el buen nombre de España, por la festinación o imprudencia en la empresa en que está empeñado más que España el propio general Santana cuya inquietud y desesperación se traslucen en los términos del despacho mencionado. El señor capitán general y gobernador de Cuba dijo en este documento que el general Santana le ha hecho saber que su administración está seriamente amenazada por «combinados manejos entre haitianos, baecistas y filibusteros», noticia esta que le fue confirmada por el señor López Molinuevo, cónsul interino de España en Santo Domingo; que para capear la mala situación quería la ayuda eficaz que a nombre del gobierno solicitó Ricart; un empréstito de $240,000, ministrado por anualidades de a $20,000 con la garantía de la cuarta parte de las rentas aduaneras, estimadas en unos $500,000 anuales, pero con la entrega inmediata de $25,000 para conjurar la situación grave que estaba confrontando el gobierno; que no solo el general Santana pide que se acorte el plazo fijado por el gobierno de S. M. para la definitiva resolución

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de la cuestión pendiente sino que propone se le autorice el reclutamiento de «uno o más batallones de voluntarios pagados con cargo a la deuda contraída»; que después de oír el voto de los señores comandante general de Marina y del intendente de Hacienda determinose a facilitar al gobierno dominicano la dicha suma de $25,000 perentoriamente solicitada como avance del empréstito, que lo hizo «teniendo presente las facultades que le otorga la R. O del 8 de diciembre» y por «razones de muy graves consideraciones»; que no quiere incurrir en la responsabilidad de que se frustren las ulteriores miras del gobierno de S. M. sobre Santo Domingo, si el gobierno se viere imposibilitado por no tener estos auxilios de «hacer frente a las dificultades que le rodean y expuesto a sucumbir ante los haitianos, que no solo se proponen atacar la frontera, sino que intentan atizar la rebelión en el interior del país». Es de opinión que en el general Santana y sus consejeros y «la celosa intervención del Sr. cónsul Mariano Álvarez» puede encontrar el gobierno de S. M. una garantía de que la inversión de la suma que anticipe ha de corresponder a un objeto nacional, y en cuanto al asunto que concierne a la organización de un batallón de voluntarios no le cree dificultoso pero es de su parecer y considera que está obligado a señalar que eso tiene los inconvenientes que lleva consigo, «por no poder hacerse en secreto y produciría dificultades y conflictos», sin estar todavía resuelta la cuestión; se declaró opuesto al acortamiento del plazo señalado para el pronunciamiento de la Anexión y muy «reacio a inclinar el ánimo del gobierno de S. M. la Reina» en ese sentido… Hay otros pormenores en este despacho de cierta importancia, pero como los datos a que nos acabamos de referir revelan ya el estado de madurez a que había llegado la idea anexionista antes de que Santana procediera tan festinadamente a que se hicieran los preparativos para los pronunciamientos. Todavía el 21 de febrero le recomendaba a Santana la mayor discreción y lo alentaba enfáticamente en su propuesta, he aquí la carta de Serrano a Santana:

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Muy señor mío: Acogidos por el gobierno de S. M. la Reina, como V. E. sabe, los votos y deseos del noble y generoso pueblo dominicano y mientras llega el momento deseado que por mi parte procuraré acelerar dando cuenta a S. M. de las ventajas mutuas que encierra la realización de tan grandioso pensamiento debido en gran parte a la poderosa iniciativa de V. E. desearía conocer para estudiarlo y proponerlo oportunamente, los medios que crea V. E. necesarios para la ejecución, tanto en el número de tropas de todas clases, como de material y pertrechos de todo género, buques, distribución de las fuerzas, punto de desembarco y de concentración, recursos de todo género y cuanto pueda convenir y deba prevenirse. Al mismo tiempo reitero a V. E. la necesidad de emplear la mayor circunspección y reserva hasta la resolución de la Reina, tratando de desvanecer la alarma que cunde y las exactas noticias que, bien ya por alguna indiscreción y por las sospechas que estos pasos difíciles hayan podido hacer nacer. Fdo. Serrano. Habana, 21 de febrero de 1861. Estimulado, sin duda, por los alientos que recibía de los áulicos, por el miedo a la conjuración de los dominicanos del ostracismo, y al espíritu revolucionario que antes de los pronunciamientos ya se había manifestado en el país, o sea por que contase ya con los recursos requeridos, se precipitaron los acontecimientos y se proclamó la Anexión antes de que la farsa del plebiscito se hubiese representado en todos los escenarios de la República. En ocasión de este inesperado acontecimiento escribió a Serrano el general don Antonio Abad Alfau el mismo día 18 lo siguiente: Exmo. señor don Francisco Serrano. Muy estimado señor y amigo: Por fin tuvo lugar el fausto acontecimiento que había anunciado a V. E. a pesar de los esfuerzos que ha hecho el gobierno

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para contenerlo por el espacio de tiempo que deseaba el gabinete de Madrid. El pabellón español ondea ya sobre nuestras fortalezas. De todas partes, claman por la realización y por fin empiezan los pueblos del Maniel y otros a pronunciarse y hubimos de hacerlo aquí. Nuestra obra está terminada, ahora empieza la de V. E. y sería de desear que la principiara cuanto antes. Yo felicito a V. E. por la parte que ha tenido en tan deseado acontecimiento y felicito también al pueblo dominicano por la era venturosa que le espera. Acepte V. E. los sentimientos de la más alta consideración con que tengo el honor de ser de V. E. atento y seguro servidor, Q. B. L. M. de V. E. Firmado Antonio Abad Alfau, 18 de marzo de 1861. Por las informaciones particulares y la crónica de la Gaceta de Santo Domingo, el acto de la proclamación fue muy lucido. Ya a las siete de la mañana el pueblo estaba en la calle movido por el acontecimiento que se había anunciado el día anterior mediante la difusión de hojas sueltas. Según los partes de Rubalcava, y del vicecónsul Molinero al capitán general Serrano, así como por las crónicas de aquel día, el acta de la proclamación revistió gran solemnidad y esplendor con la asistencia de los altos dignatarios del gobierno civil y eclesiástico, jerarcas del Ejército y la Marina, del cuerpo consular, de connotadas personalidades del mundo social y del público que desde muy temprano se había reunido en la Plaza de Armas, hoy Parque Colón. Como no estamos dotados de los recursos adecuados para presentar con fidelidad el colorido y fausto de aquel acontecimiento, nos vamos a permitir pasar a estas páginas el relato completo que hizo la Gaceta de Santo Domingo acerca de lo suntuoso de los actos que tuvieron lugar en aquel día de la proclamación de nuestra incorporación a los dominios de S. M. C. doña Isabel II, de Castilla. La crónica nos relata:

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Desde el amanecer circulaba por todas las calles de la capital un numeroso gentío, que revelaba la proximidad de un gran acontecimiento; ya a las siete veíase la Plaza de Armas invadida, por decirlo así, de toda clase de personas, y poco después empezaron a llegar las tropas que guarnecen esta población, todas sin armas y acompañadas de sus respectivos jefes oficiales. El valiente general Pérez, comandante de armas de la capital, vino seguido de su Estado Mayor a contemplar aquel cuadro interesante; pero aún faltaba la presencia del ilustre caudillo de los dominicanos y de sus leales y entendidos consejeros, a quienes se aguardaba con ansiedad, como que en la impaciencia que todos sentían en aquel momento deseaban precipitar la realización de sus dulces esperanzas. Apareció por fin S. E. con el brillante séquito de sus ministros, senadores, generales, la lucida oficialidad, las corporaciones todas y demás personas de distinción que debían asistir al acto, y poco después se presentó S. E. en el balcón principal del Palacio de Justicia, desde el cual, y en virtud de la franca y espontánea votación de los pueblos y de las infinitas representaciones que se le habían enviado pronunciándose decididamente por la incorporación de esta parte de la isla en la monarquía española, dirigió en alta e inteligible voz a sus conciudadanos la sentida alocución que en este mismo número verán nuestros lectores.

Alocución de Santana desde el balcón del Palacio de Justicia ¡Dominicanos! No hace muchos años que os recordó mi voz, siempre leal y siempre consecuente, y al presentaros la reforma de nuestra Constitución política, nuestras glorias nacionales, heredadas de la madre y noble estirpe a que debemos nuestro origen. Al hacer entonces tan viva manifestación de mis sentimientos creí interpretar fielmente los nuestros, y no me engañé,

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estaba marcada para siempre mi conducta, mas la vuestra ha sobrepujado a mis esperanzas. Religión, idioma, creencias y costumbres todo aún conservamos con pureza, no sin que haya faltado quien tratara de arrancarnos dones tan preciados; y la nación que tanto nos legara es la misma que hoy nos abre sus brazos cual amorosa madre que recobra su hijo perdido en el naufragio en que ve perecer a sus hermanos. Numerosas y espontáneas manifestaciones populares han llegado a mis manos; y si ayer me habeis investido de facultades extraordinarias, hoy vosotros mismos anheláis que sea verdad lo que vuestra lealtad siempre deseó. ¡Dominicanos! Solo la ambición y el resentimiento de un hombre nos separó de la madre patria; días después el haitiano dominó nuestro territorio; de él lo arrojó nuestro valor. ¡Los años que desde entonces han pasado muy elocuentes han sido para todos! ¿Dejaremos perder los elementos con que hoy contamos, tan caros a nosotros; pero no tan fuertes como para asegurar nuestro porvenir y el de nuestros hijos? Antes que tal suceda, antes que veamos cual hoy se ven esas otras desgraciadas repúblicas, envueltas incesantemente en guerra civil, sacrificando en ella, valientes generales, hombres de Estado, familias numerosas, fortunas considerables y multitud de infelices ciudadanos sin hallar modo alguno de constituirse sólida y fuertemente; antes que llegue semejante día, yo, que velé siempre por vuestra seguridad; yo, que ayudado por vuestro valor he defendido palmo a palmo la tierra que pisamos; yo, que conozco lo imperioso de nuestras necesidades, ved lo que os muestro en la nación española, ved lo que ella nos concede. Ella nos da la libertad civil que gozan sus pueblos, nos garantiza la libertad natural, y aleja para siempre la posibilidad de perderla; ella nos asegura nuestra propiedad reconociendo, válidos todos los actos de la República; ofrece atender, y premiar el mérito, y tendrá presente los servicios prestados al

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país; ella, en fin, trae la paz a este suelo tan combatido, y con la paz sus benéficas consecuencias. Sí, dominicanos: de hoy más descansaréis de la fatiga de la guerra y os ocuparéis con incesante afán en labrar el porvenir de nuestros hijos. La España nos protege, su pabellón nos cubre, sus armas impondrán a los extraños, reconoce nuestras libertades y juntos las defenderemos, formando un solo pueblo, una sola familia como siempre fuimos; juntos nos prosternaremos ante los altares que esa misma nación erigiera; ante esos altares que hoy hallarán cual los dejó, intactos, incólumes, y coronados aún con el escudo de sus armas, sus castillos y leones, primer estandarte que al lado de la cruz clavó Colón en estas desconocidas tierras en nombre de Isabel I, la grande, la noble, la Católica; nombre augusto que al heredarle la actual Soberana de Castilla, heredó el amor a los pobladores de la isla Española; enarbolemos el pendón de su monarquía y proclamémosla por nuestra reina y soberana. ¡Viva doña Isabel II! ¡Viva la libertad! ¡Viva la religión! ¡Viva el pueblo dominicano! ¡Viva la nación española! Cuando terminó la lectura de la alocución, según la reseña de la Gaceta de Santo Domingo... ... estruendosos vivas resonaron en el espacio, la música militar acompañó las voces de la multitud, una salve de artillería de 101 cañonazos dio la señal de que se enarbolara en nuestras fortalezas y edificios públicos y al lado de la bandera dominicana el glorioso pabellón de Castilla ... Inmediatamente pasaron todos a la Santa Iglesia Catedral, donde se había dispuesto un solemne tedeum en acción de gracias al Todopoderoso que tantos beneficios nos ha dispensado en nuestras atribulaciones; mas antes de principiar, el Ilmo.

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monseñor Gabriel Moreno del Cristo (obispo de Santo Domingo) bajó las gradas del altar, y puesto de frente al Excmo. señor D. Pedro Santana, le dirigió el expresivo discurso siguiente: Excmo. Sr.: En 1492 Cristóbal Colón, iluminado por intuición clarísima y apoyado en el brazo de Isabel la Católica atravesó el océano y desembarcó en esta isla, que fue desde entonces, por espacio de tres siglos, uno de los más bellos florones de la corona de España. La ciudad de Santo Domingo fue en particular para los Reyes Católicos el objeto de una predilección señalada. La ilustre Universidad de Santo Tomás de Aquino, de donde salieron una multitud de varones que por todas partes brillaron con vivísimo esplendor, conquistando a su patria el nombre de Atenas de las Antillas; esta soberbia gótica catedral, a cuya primacía rendían homenaje las Indias Occidentales, y los monumentos que aún adornan y enriquecen nuestra capital dan un alto y elocuente testimonio de esta verdad. Mas, estaba escrito en los decretos del Altísimo que nosotros, como en otro tiempo los hijos de Israel, sufriésemos un duro y largo cautiverio; la vara de hierro de los haitianos desgarró nuestras espaldas e hirió nuestros derechos. Superfluo y extemporáneo sería describir la lucha que emprendimos para sacudir un yugo tan ignominioso. Vos, ilustre general, desenvainásteis vuestra espada en los campos eternamente gloriosos de Azua y Las Carreras y merecísteis el título de libertador y padre de la patria. Una gloria, empero más espléndida os estaba reservada: habeis satisfecho hoy cumplidamente las vehementes aspiraciones de este pueblo; le habeis puesto bajo el amparo poderoso de S. M. C., asegurándole para siempre sus más caros intereses, su religión, su libertad y su única y bien entendida nacionalidad española. Aceptad, pues; en nombre de la Iglesia, una magnífica ovación. He dicho.

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Carta de Santana a Serrano con motivo del pronunciamiento de la Anexión Santo Domingo, 18 de marzo, 1861. Excmo. señor: Tengo el honor y al mismo tiempo la gratísima satisfacción de comunicar a V. E. que desde hoy tremola en nuestros muros y fortalezas el glorioso estandarte de Castilla, y acompaño a V. E. la carta que con este motivo dirijo a S. M. la Reina para que llegue a sus manos por el noble conducto de V. E., así como una copia por la cual podrá enterarse S. E. de su contenido. Por inesperado que pudiera parecer tan grave y trascendental suceso, el más importante de cuantos registra la historia moderna de estos países, no debe sorprender a V. E., a quien ya antes de ahora y muy particularmente en mi última comunicación, di alguna idea del entusiasmo con que los dominicanos se habían espontaneado para unir sus destinos a los de su antigua madre y patria y de la natural impaciencia con que deseaban realizar tan equitativas bases y con tanta generosidad e hidalguía se dignó aceptar a propuesta nuestra, el gobierno de S. M. (q. D. g). No era ya posible Excmo. señor, contener esos nobles arranques del pueblo dominicano, siempre adicto y jamás hostil, ni siquiera indiferente, a su primitiva nacionalidad, sin arriesgar ni comprometer el prestigio del gobierno de la República, su autoridad protectora y los mismos sagrados intereses que con tan peligrosa conducta hubiera querido ponerse a salvo. Las infinitas representaciones de los pueblos del interior y la franca decisión que manifestaban a verificar por sí y ante sí los pronunciamientos llegaron a constituir un gravísimo embarazo para el gobierno que procuró en vano persuadir a esos habitantes de la conveniencia que había en retardar algo más esa resolución.

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Forzado ya aquel por las circunstancias se ha visto en la penosa necesidad de deferir a tan justos deseos, y por consiguiente ha quedado desde esta fecha Santo Domingo bajo la ilustrada y fuerte y eficaz protección del gobierno de S. M. C. reanudado así, por la libre voluntad de sus hijos, los antiguos vínculos que por más de tres siglos los ligaron a la noble España. Al participar a V. E. tan grande acontecimiento, glorioso para este país y no menos fausto para el gobierno de S. M. C., siento en dar a V. E. las más expresivas gracias por la activa y decidida cooperación que se ha dignado prestar al gobierno de la República, para que cediendo a los deseos y conformándose con los sentimientos de los dominicanos, pudiese arreglar con el de S. M. los términos de una negociación tan interesante. A V. E. deben en mucha parte los hijos de este país el logro de sus nobles aspiraciones y este servicio importantísimo no solo empeñará nuestra gratitud, sino que llenará una de las páginas más brillantes de la historia política de V. E.. Mucho sería, Excmo. señor, nuestro contento si se dignase V. E. venir en persona a tomar posesión de estos dominios en nombre de S. M. Los portadores de esta comunicación serán los licenciados señores don Apolinar de Castro y don Manuel de J. Heredia, a quienes envío directamente a esa capital al objeto de que llegue cuanto antes a noticia de V. E. la novedad ocurrida y no se retarden los auxilios que me prometo de V. E. como representante el más autorizado en estos dominios de S. M. También he considerado oportuno y conveniente mandar otra persona a Puerto Rico, para participar al capitán general de aquella Isla el acontecimiento y no dudo que si las circunstancias de aquel país permitiesen al Excmo. señor general Echangüe proporcionarnos algunas fuerzas, lo hará muy gustoso tan digno jefe, propendiendo también por su parte, a que quede bien junto entre nosotros el estandarte que ya tremola y a que por un momento siquiera falta a estos nuevos súbditos de

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la magnánima Isabel, el apoyo, amparo y protección eficaz que de ella esperábamos todos. Con sentimientos de alta consideración quedo de V. E. atento seguro servidor, Q. S. M. B. Firmado Pedro Santana, Excmo. Señor don Francisco Serrano, gobernador y capitán general de la Isla de Cuba.

CAPÍTULO III

SUMARIO Carta de Santana a la Reina. Carta de Ricart a Serrano. Carta del cónsul Eugenio Molinero al capitán general de Cuba.

Carta de Santana a la Reina Señora: El pueblo que con el inmortal Colón levantó en la Española el estandarte de Castilla; el que más tarde reconquistó su antigua nacionalidad y devolvió a la Corona de España; el que después fue arrancado a su pesar de los brazos de la Patria, que siempre había mirado como madre amorosa, para ser entregado a un yugo opresor que tomó a empeño destruirlo; el que con heroico valor sacudió ese yugo y reconquistó su libertad e independencia; el que, en fin, os debió un lugar entre las naciones como un país soberano, viene hoy, señora, a depositar en vuestras manos esa soberanía y a refundir en las libertades de nuestro pueblo los suyos propios. El pueblo dominicano, señora, dando sueltas a los sentimientos de amor y lealtad, tanto tiempo ha comprimidos, os ha proclamado unánime y espontáneamente, por su Reina y Soberana; y el que hoy tiene la insigne e inmerecida 71

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honra de ser el órgano de tan sinceros sentimientos, pone a vuestros pies las llaves de esta preciosa Antilla. Recibidlas, señora, haced la felicidad de ese pueblo que tanto lo merece, obligándolo a seguir bendiciéndoos como lo hace y llenareis la única ambición del que es de V. M. el más leal y amante de vuestros súbditos.

Carta de Ricart a Serrano Santo Domingo, 18 de marzo de 1861. Excelentísimo señor don Francisco Serrano. Muy señor mío querido y respetable amigo: Aunque son breves los momentos de que puedo disponer y el Sr. general Santana participa a V. E. con esta fecha, y en la misma ocasión, el fausto y glorioso acontecimiento que a las 8 de la mañana de hoy se ha consumado en esta capital, no quiero privarme del indecible gusto de comunicarlo a V. particularmente para felicitarlo y felicitarme a mí mismo, no ya solo por la importancia del suceso, sino por la solemnidad, el orden, compostura y vivísimo entusiasmo con que por toda la población se ha celebrado. El general Santana dirá V. los justos motivos que vinieron a festinar el pronunciamiento, precedido como fue de otros muchos en el interior de la República, cuya importancia era fuera de límites, y así excusaré repetir a V. esos pormenores, por innecesarios, aparte de que la cortedad del tiempo y las graves ocupaciones que actualmente me rodean apenas me permitirán molestar la atención de V. con su referencia. Acabo de hablar con el general Santana y nosotros, el cónsul francés en esta y satisfecho de la espontaneidad con que el pueblo votó y proclamó unánimemente su incorporación a

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España, nos ha dado tal seguridad de que su gobierno, lejos de contrariarla ni oponerse a ella, la sabrá con gusto mediante las buenas relaciones que lo ligan con el de S. M. C. Fáltame solo dar a V., como dominicano y como buen español, las más expresivas gracias por la activa y eficacísima cooperación que V. ha prestado para que se llevara a feliz término este importante asunto; por las cordiales simpatías que le debemos todos los hijos de este suelo y por los nobles y buenos deseos que ha mostrado siempre en favor de la paz, bienestar y felicidad nuestra. Dios querrá que se vean cumplidamente satisfechas, para lo cual ruego a V. se digne enviarnos lo más pronto que sea posible los auxilios que necesitamos, lisonjeándome al mismo tiempo la idea de que el glorioso suceso que actualmente celebramos me proporcione, a mí en particular, y a todos los dominicanos generalmente la dulce satisfacción de abrazar y tener entre nosotros el dignísimo jefe a quien somos en gran parte deudores de tan señalado beneficio. Ruego a V. se sirva ponerme a los pies de la señora Condesa (C. P. D.) deseando que tanto ella, como la linda Conchita, gocen de perfecta salud. Pepa me encarga exprese a V. V. esos mismos sentimientos y ambos nos reiteramos V. S. S. S. Q. B. S. M. Firmado, Pedro Ricart y Torres.

Carta del cónsul Eugenio Molinero al capitán general de Cuba Santo Domingo, 18 de marzo de 1861. Excmo. señor B. L. M. de V. E. Muy señor mío: La bandera española acaba ser izada hoy en los muros de Santo Domingo. El fausto acontecimiento que tengo la

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honra de poner en conocimiento de V. E. se ha llevado a cabo libre, espontánea y pacíficamente tal como lo deseaba el gobierno de S. M. la Reina (q. D. g.) Incesantemente llegan a esta Capital las manifestaciones y actas que los pueblos de la nueva provincia española se apresuran a dirigir al Excmo. señor don Pedro Santana, única autoridad que, en nombre de S. M. queda al frente de los negocios públicos. Este Consulado General, sin instrucciones a que poder atenerse, sin precedentes que le sirvan de norma, por ser tal vez único caso como en el que se encuentra, juzgó conveniente que así se le participara de una manera oficial el acto que tengo el honor de poner en conocimiento de V. E., se consideraba ya como concluida su misión, y que después de participarlo por su parte al gobierno de S. M., como lo hará inmediatamente, debía aguardar sus órdenes, y el infrascrito además, las instrucciones de su digno e inmediato jefe señor Álvarez. La actitud decidida de los pueblos, las continuas e incesantes manifestaciones y actas de adhesión que se han anticipado a dirigir al Excmo. señor don Pedro Santana, han puesto a tan ilustre caudillo en la imperiosa necesidad de adelantar los acontecimientos; y considerando que sería muy conveniente que hubiese cuanto antes en el nuevo territorio español alguna fuerza militar que patentizara la seguridad y garantía que, en lo sucesivo han de disfrutar los leales dominicanos, el general Santana se dirige en esta misma fecha al Excmo. señor capitán general de Puerto Rico, rogándole se sirva enviar, ya que tan próxima se halla la isla de su mando, quinientos o seiscientos hombres solamente. Esta pequeña fuerza que es probable se halle en Santo Domingo, antes que V. E. se digne disponer el envío de las más numerosas que últimamente se pidieron con fecha 10 del corriente, será lo bastante para llenar los fines que apetece el general Santana. Dos goletas, ya, con bandera española, saldrán esta tarde llevando la una los presentes pliegos que en manos de V.

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E. pondrá el señor don Apolinar de Castro, hijo del último ministro de Gracia y Justicia. La otra sale para Puerto Rico, conduciendo al señor don Manuel del Monte, portador igualmente de pliegos para el Excmo. señor capitán general de aquella Isla. España tiene aseguradas sus Antillas; mayor influencia política en estas regiones; mayor su preponderancia en Europa; y si es cierto que hoy ha de hacer algunos sacrificios, pequeños son sin duda a los inmensos bienes que la posesión de este territorio ha de reportarle. Rica y esplendorosa brilla hoy la corona de Castilla, que al ser colocada en las augustas sienes de quien hoy la ciñe, no aparece sino que la Providencia manifiesta derramar sus dones sobre tan excelsa señora cual los derramó sobre la Primera Isabel. Réstame felicitar respetuosamente a V. E. por la gran parte que en esta empresa le pertenece; timbre será tal vez el más preciado de cuantos contare la vida militar y política de V. E. Dios guarde a V. E. muchos años. Su atento seguro servidor. Firmado, Eugenio Molinero. El señor ministro de Estado don Saturnino Calderón Collantes notificó al través de sus jefes de misiones a las diversas cancillerías la Anexión de la República Dominicana a los dominios de S. M. C. doña Isabel II de España, y el 19 de marzo se promulgó el Real Decreto cuyo texto es el siguiente: En consideración a las razones que me ha expuesto mi consejo de ministros, acogiendo con toda la efusión de mi alma los votos del pueblo dominicano, de cuya adhesión y lealtad ha recibido tantas pruebas, vengo en decretar: Art. 1°. El territorio que constituía la República Dominicana queda incorporada a la Monarquía. Art. 2°. El capitán general gobernador de la Isla de Cuba, conforme a instrucciones de mi gobierno, dictará las disposiciones oportunas para la ejecución de este Decreto.

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Art. 3°. A mi gobierno daré cuenta a las Cortes del presente decreto y de las medidas adoptadas para su cumplimiento. Dado en Aranjuez a 19 de mayo de 1861. Está rubricado de la Real mano. El presidente del Consejo de Ministros, Leopoldo O’Donnell.

CAPÍTULO IV

CAPITANÍA DEL GENERAL SANTANA. (ALGUNOS SUCESOS CULMINANTES) SUMARIO Asume Santana el gobierno interino de la colonia. Estructuración del gobierno. Primeros movimientos revolucionarios en contra de la Anexión. Visita del brigadier Rubalcava. Visita del general Serrano, sus gestiones oficiales. Clasificación de los diversos organismos del gobierno. Nómina de los primeros gobernadores y tenientesgobernadores. Restauración de la Real Audiencia, sus componentes. Aceptación de la renuncia de Santana como gobernador de la colonia.

La incorporación de la República Dominicana a los dominios de España era ya un hecho cumplido, y Santana, prevalido de las facultades dictatoriales de que se consideraba investido, asumió la interinidad del gobierno de la nueva provincia de la Monarquía española. En orden sucesivo, cuatro capitanes generales compartieron la gestión gubernativa de la colonia. El primero fue el ex-presidente de la República Dominicana y le siguieron en el mando los brigadieres don Felipe Ribero y Lemoine, don Carlos Vargas y el general don José de la Gándara. Aunque hemos dado preferente atención a los sucesos de la gran cruzada restauradora y en su relato nos hemos ocupado, de manera prolija, de aquellos hechos que los memorialistas y los historiadores han señalado como de más importancia y trascendencia, 77

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a riesgo de caer en cierta redundancia, vamos a presentar de manera sucinta algunos de esos hechos con el propósito de situarlos en el tiempo histórico que corresponde particularmente a los capitanes generales ya nombrados. En lo que concierne a la gestión de gobierno del general Pedro Santana en el lapso comprendido entre el día en que se proclamó la incorporación hasta la fecha en que fue sustituido por el brigadier Ribero, hay actos, que corresponden unos, a su interinidad y otros a su ejercicio como titular del cargo de capitán general y gobernador de la colonia. La naturaleza o la índole de las ejecutorias durante su interinidad definen por sí la jerarquía de las funciones ejecutivas que él se había arrogado sin haber recibido las potestades que más tarde le fueron otorgadas. Pero como S. M. C. la Reina doña Isabel II de Castilla aprobó todos sus actos, de nada valdría distinguir los que son de su interinidad de los que le corresponden como titular del cargo. Entre sus primeros actos cabe señalar, ante todo, la resolución por virtud de la cual le dio provisionalidad a las leyes, decretos y reglamentos y disposiciones vigentes en la República. Suprimió el servicio de relaciones exteriores y estructuró el gobierno con los siguientes secretariados: Justicia e Instrucción Pública, con don Jacinto de Castro; como titular, de Gobernación, con don Felipe Dávila Fernández de Castro; Hacienda y Comercio, con don Pedro Ricart y Torres y Guerra y Marina, con don Miguel Lavastida. No bien quedó constituido el gobierno interino se apresuró a notificar oficialmente la Anexión al cuerpo consular acreditado en la República, integrado entonces, por los señores Hood, de la Gran Bretaña; Zeltner, de Francia; Jonathan Elliot, de EE. UU. de América; David León, del Reino de Holanda y Abraham Coen, de Dinamarca; y, mediante dos comisiones, a los respectivos capitanes generales y gobernadores de Cuba y de Puerto Rico, ya, sus colegas en el mando de las tres grandes islas del Archipiélago antillano del dominio de España en América, la primera comisión fue integrada por los señores don Apolinar de Castro y don Manuel de J. Heredia, la otra se la confirió al señor don Manuel Joaquín del Monte.

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Pero el cometido de estos comisionados no se limitaba solo a eso, sino que llevaron instrucciones de gestionar por ante aquellas autoridades el envío, cuanto antes, de tropas, fuerzas de mar y tierra necesarias para respaldar, por lo menos moralmente, el acto que acababa de tener efecto en Santo Domingo, y aunque la proclamación fue precipitada, inesperada y sorpresiva, todo estaba previsto para el auxilio de cualquier emergencia en la isla, como se verá en algunos de los documentos citados en este libro, de suerte que antes de llegar los comisionados ya se había impartido las órdenes pertinentes a los requerimientos reiterados del general Santana. Así pues, los brigadieres don Antonio Peláez de Campomanes y Rubalcava no se hicieron esperar ya que en la primera semana del mes de abril surgieron en la rada de Santo Domingo las fragatas Blanca y Berengüela, los vapores Isabel La Católica. Velazco y Blasco de Garay, con más de dos mil hombres de tropa con equipo de artillería de montaña y otra clase de cañones, y el día 10 estaban ya desembarcados y en plan de distribución para las guarniciones de Samaná, Puerto Plata, Santiago y Azua. Como si fuera obra de un entendimiento previo, el brigadier Rubalcava, aprovechándose del informe que debía rendir al capitán general de Cuba de su viaje a Samaná y Puerto Plata, con grandes elogios acerca de las facultades de Santana como gobernante, le sugirió la idea de que sería de conveniencia y mucha utilidad que este quedase al frente del gobierno de la nueva colonia. Desde luego, esa designación no vendría a constituir sino la ratificación, por mera formalidad, del Real nombramiento y la posesión del título, de la investidura que él venía ostentando de facto y ejerciendo dictatorialmente. Entre los hechos notables del período de Santana, tal vez ninguno tenga la significación y trascendencia que el desbande y persecución de los expedicionarios de Sánchez y su fusilamiento con otros compañeros, en San Juan el día 4 de julio. Los dos primeros movimientos de la revolución fueron la sublevación de José Contreras el día 2 de mayo de 1861, en Moca y la expedición de Francisco del Rosario Sánchez en las postrimerías de mayo; por la frontera del Sur. El precio del primer movimiento

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revolucionario, el de Moca, fue el cadalso de José Contreras, José María Rodríguez, José Inocencio Reyes y Cayetano Germosén; el patíbulo de Sánchez el precio del segundo movimiento de la Revolución Restauradora. Las otras insurrecciones y sus consecuencias están relatadas en la parte de este libro que trata de la Restauración, conforme con los datos recogidos por la historia de aquellos acontecimientos cuyo primer centenario celebramos ahora en este venturoso 16 de Agosto de 1963. En Azua, con rumbo al escenario de los acontecimientos de San Juan, recibió Santana, de manos del teniente coronel don Antonio García Rizo, los pliegos en que le comunicaba el Conde de Santa Ana, futuro duque de La Torre, capitán general y gobernador de Cuba, don Francisco Serrano, que S. M. C. había aceptado la incorporación de la República a sus dominios. Cuando el general Santana asumió a su retorno de Azua el gobierno de la colonia, ya ostentaba la investidura de teniente general de los reales ejércitos de España, gobernador civil y capitán general de la Colonia. La probada ayuda del gobierno haitiano a los expedicionarios de Sánchez y otros incidentes en la frontera del Sur, dieron lugar a la nueva visita del brigadier Rubalcava a Santo Domingo, en marcha a Puerto Príncipe, hacia donde iba con instrucciones de exigir, por la fuerza si era necesario, las debidas reparaciones a las ofensas inferidas a España, no solo por la mera violación de la neutralidad, sino por el ultraje que un miembro del cuerpo de cazadores de Geffrard, había hecho a la bandera española frente al consulado del reino en aquella ciudad. Se verán en nuestro relato de la Revolución Restauradora las instrucciones que le fueron dadas al brigadier Rubalcava y el incidente de la bandera y otros pormenores del caso. Mientras se esperaba la visita del general Serrano en Santo Domingo, donde debía encontrarse con el brigadier Carlos de Vargas y Cerveto en representación del capitán general y gobernador de Puerto Rico, don Rafael Echangüe, se redujeron las cuatro secretarías a dos, destinada una al servicio político, de la cual quedó encargado don Felipe Dávila Fernández de Castro y la otra a los asuntos militares

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asignada a don Miguel Lavastida; y fue comisionado un oidor, español para organizar los departamentos de justicia y administración. La llegada del general Serrano y su séquito a Santo Domingo tuvo efecto el día 6 de agosto de 1861 en el Isabel La Católica y la fragata Blanca; tomó juramento y puso en posesión al general Santana como capitán general y gobernador de la parte española de Santo Domingo quien en esa ocasión recibió, ante el general Serrano, la condecoración de la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica que le impuso don Carlos de Vargas y Cerveto. Luego el general Santana tomó el juramento de ley al brigadier de estado mayor don Antonio Peláez, que había sido nombrado gobernador de la plaza y segundo cabo de la nueva colonia, y a las demás personas designadas para ocupar altos cargos en el gobierno. Se procedió a reorganizar el ejército interinamente conforme a los planes de Serrano y a las instrucciones que este trasmitió a los comandantes de Estado Mayor don Miguel Tuero y don Gabino Gámez; y toda otra organización se hizo según los modelos de Cuba y Puerto Rico y teniendo como base la división política en cinco provincias: Santo Domingo, Santiago, El Seibo, La Vega y Azua. El día 10 salió para La Habana en el vapor Isabel La Católica el general Serrano y para Puerto Rico el brigadier Vargas, después de implantadas las reformas de los servicios administrativos y militares de la nueva colonia. Serrano se llevó muy mala impresión del general Santana, a tal grado que modificó el juicio que tenía de él como militar y político; esa circunstancia pesó mucho en su futuro y hasta influyó en que se le aceptase la renuncia como capitán general y gobernador de la Colonia, y más tarde no hay duda, en la sustitución en el poco mando que le quedaba como jefe de las tropas de El Seibo, por el brigadier don Baldomero de la Calleja. Después que una Junta Clasificadora integrada por el brigadier Peláez y los generales Antonio Abad Alfau, José Pérez y Miguel Lavastida, rindió su labor de clasificación de los militares que habían servido a la República, se procedió a reorganizar provisionalmente el gobierno de conformidad con las instrucciones que había dejado

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el general Serrano. Los organismos gubernamentales fueron clasificados y organizados según las siguientes instituciones: Gobierno, Tenencia, Comandancia de Armas y Puesto Militar. Nos limitaremos solo a señalar aquí los gobiernos o gobernaciones y las tenencias de gobierno con sus respectivos titulares, a fin de dar al lector una idea de la estructura estatal de la colonia. Las seis gobernaciones y sus respectivos titulares fueron: Santo Domingo, sus gobernadores: el segundo cabo, para lo militar, y el general don Pedro Valverde y Lara para lo civil; Azua, con el general Francisco Sosa como gobernador; El Seibo, gobernador el coronel Manuel Santana; Samaná con el brigadier don Manuel Buceta; Santiago, el general Santiago Pichardo, gobernador y La Vega, con Juan Álvarez. Los tenientes gobernadores fueron, para San Cristóbal el general Modesto Díaz; para San José de los Llanos, el general Bernabé Sandoval; el general Manuel de Regla Mota, para Baní; para San Juan, Eusebio Puello; para Las Matas, el general Santiago Suero; para Neiba, el general Domingo Lasala; Deogracia Linares para Higüey; en Puerto Plata, el general Gregorio de Lora; en Guayubín, el general Juan Esteban Ariza y en Moca el general Juan Suero. (Ceferino Carmona, más tarde el Cid Negro de Gándara). El día 25 de septiembre de 1862 se promulgaron los nombramientos de teniente general, y mariscal de campo, del ejército español, respectivamente para Santana y Antonio A. Alfau y el día 26 el de subdelegado castrense a favor del entonces gobernador eclesiástico presbítero Calixto María Pina. Dos decretos, uno del día 16 y el otro del 17, ratificaron respectivamente las jerarquías del segundo cabo, al brigadier Peláez, y de capitán general y gobernador de la Colonia al general Pedro Santana; por el decreto del día 21 se adoptaron el Código Penal y el Código de Comercio vigentes en la Monarquía y el mismo día se promulgó el decreto por virtud del cual quedó creada la Real Audiencia con todas las atribuciones de las instituciones similares de las colonias, con las siguientes designaciones: regente, don Eduardo Alonso Calmenares; fiscal don José María Melo de Molina; teniente de fiscal, don Félix Marcano, y secretario Manuel

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de Jesús Heredia; magistrados, don Jacinto de Castro, don Tomás Bobadilla, el doctor don José María Morilla y don Ramón de la Torre Trassierra; para alcaldes mayores y promotores fiscales, respectivamente, don José Alfredo Rodríguez y don Emilio Cameño para Santo Domingo; Domingo Daniel Pichardo y don Enrique Menéndez para Santiago; Vicente Antonio Reyes y Ricardo Curiel para Puerto Plata; Cristóbal José de Moya y Manuel Joaquín Gómez para La Vega; Carlos Moreno y Juan Elías Salazar para Compostela de Azua; y Rafael Pérez y Joaquín Lluberes para Santa Cruz de El Seibo. Dos hechos de grave repercusión moral para el general Santana tienen lugar en esos días; son, por decirlo así, como el preludio de la aceptación de la renuncia que había presentado por causa de enfermedad según dijo, el día 7 de enero de 1862, nos referimos a la separación de sus cargos respectivos de dos de los amigos más íntimamente vinculados a la vida política de Santana, de los más eficientes servidores de alto rango en las funciones del poder, y tan comprometidos con él ante sus coetáneos y las generaciones de la posteridad como coautores de nuestra Anexión a España. Esos personajes son los exministros, don Felipe Dávila Fernández de Castro sustituido por don Victoriano García Paredes en el secretariado del gobierno superior civil, y don Miguel Lavastida, en la capitanía general, por el coronel don Mariano Cappa. Ambos ex-ministros, llamados a Corte inesperadamente. El pesar del general Santana o mejor la angustia, debió ser muy honda y aplastante. Se han frustrado muchas de sus caras ilusiones y apenas le quedan alientos para seguir sustentando ahora su arruinada existencia que le pareció predestinada para el poder omnímodo que siempre ejerció; esa angustia, permítasenos el símil, como las serpientes de Laocoonte, le estrangulaba el corazón y con él la vida ya un sarcasmo para su privanza de Libertador de la Patria… Por la Real Orden del 28 de marzo le fue aceptada la renuncia que había presentado el día 2 de marzo de 1862.

CAPÍTULO V

GESTIÓN GUBERNATIVA DE DON FELIPE RIBERO Y LEMOINE. (ALGUNOS SUCESOS CULMINANTES) SUMARIO Asume la capitanía general de la colonia el general don Felipe Ribero y Lemoine. Adopción del Código Civil Español. Abolición del Servicio del Registro Civil. Llegada del prelado don Bienvenido Monzón y Martín. Organización del cabildo eclesiástico. Movimiento revolucionario de febrero de 1863. Gran conmoción cívica de Santiago de los Caballeros. La insurrección de Capotillo. Progresos de la insurrección de Agosto de 1863. Deportaciones del gobernador Ribero.

El día 19 de julio llegó a Santo Domingo el general don Felipe Ribero y Lemoine, al siguiente asumió la capitanía general y gobernación de la colonia y fue sustituido el brigadier Peláez por el brigadier don Carlos de Vargas y Cerveto, que había llegado el 7 del mismo mes. Entre otras disposiciones dignas de mención merece el honor de la prioridad la traducción del Código Civil francés que hicieron a satisfacción de los asesores del gobierno en esta materia, los señores don José María Morilla y don Tomás Bobadilla; se emprendió la organización del ejército colonial y se formaron los batallones Victoria y San Marcial, y los escuadrones África y Santo Domingo; se publicó la Real Orden por virtud de la cual 85

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se habilitaban los defensores públicos a ejercer, previo registro y legalización de sus títulos; quedó abolido el servicio de Registro Civil y se encomendó a los curas y párrocos el asiento de los matrimonios, nacimientos y defunciones; se produjo el nombramiento de don Bienvenido Monzón y Martín como prelado de la diócesis de Santo Domingo y los miembros del cabildo eclesiástico que constituyeron don José Oriols Cots, como arcediano; don Blas José Díaz de Arcaya, como chantre; don Narciso Domenech y Parés como magistral; don Mariano Hernández y Guillén, como penitenciario; don Ramón Piérola, como canónigo de Merced, don Manuel Ochotorena; don José Tavernes y don Domingo Sierra y Caballero, como primeros racioneros y don Antonio María Lladó y don Alejo Peralta, como segundos racioneros. El comisario regional de hacienda señor don Joaquín Manuel Alba, dictó providencias para resolver el problema grave del papel moneda, más adelante incluimos este problema como una de las concausas de la Revolución Restauradora, así como el escándalo de la intolerancia religiosa y de las desacertadas reglas de moral, de la crítica afrentosa de la mancebía desde los púlpitos y los ataques insensatos contra la masonería y otras medidas dictadas por el prelado que produjeron gran irritación popular. Ese día 3 de febrero de 1863 tuvo lugar el ataque a la guarnición de Neiba por el patriota, general Cayetano Velázquez, preludio la sinfonía heroica que luego entonaron en Guayubín, Lucas de Peña, Norberto Torres, Polanco, Monción, Pimentel y Cabrera, según veremos en el relato de los acontecimientos de la Restauración; se produjo la gran conmoción popular en Santiago de los Caballeros la noche del 24 de febrero. En el anexo de este libro encontrará el lector el proceso completo de los patriotas que se inmolaron por la patria en aquel movimiento memorable, digno de mejor estudio; se publicó el decreto de amnistía del 27 de marzo, dado en Aranjuez. Fue en este tiempo cuando comenzó el movimiento de agosto o de Capotillo que asoció a la causa restauradora a todos los pueblos de la República hasta alcanzar la reivindicación de la Patria al precio de los más cruentos holocaustos, de inenarrables heroísmos, casi legendarios, que no

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superaron, en muchos casos, los más insignes campeones de las guerras de independencia en los más fragorosos combates. En esos días y antes de producirse el movimiento del 16 de Agosto, el capitán general Ribero envió a España a don Eduardo Alonzo de Colmenares para que informarse a la Corte de cuál era el verdadero estado del país y de la carencia de artefactos de guerra para afrontar la revolución que se estaba fraguando en el Cibao, pertrechos que no había podido obtener en Cuba ni en Puerto Rico. Se verá en nuestro relato cómo igualmente desesperó el general Gándara por los refuerzos que nunca le llegaron cuando más urgido estaba por su campaña del Cibao, singularmente en los días del asedio de Puerto Plata. En esos días obtuvieron los conjurados dominicanos más de mil fusiles en Capotillo francés y el día 15 de agosto ya estaban en pie de guerra Cabrera y Santiago Rodríguez, quienes marcharon contra Sabaneta con ochenta hombres y, de su parte Benito Monción sobre Guayubín; a las escaramuzas en el Paso del Guayabo siguió el pleito del Paso de Macabón donde las fuerzas del brigadier Buceta fueron atacadas por los flancos, de frente por los soldados de Benito Monción, y por la retaguardia por las guerrillas de Pimentel, y luego el encuentro de Doñantonia el día 17, más sangriento aún y en completo desbande Buceta que llegó a Guayubín acosado por nuestros soldados. El Cibao estaba casi totalmente conmocionado; se habían pronunciado Sabaneta, San José de las Matas, Jarabacoa, La Vega, Puerto Plata, San Francisco de Macorís y El Cotuí y como inmolación Santiago de los Caballeros ardió, como Numancia ante las huestes de Escipión el Africano, pero sí aterrada para los anexionistas intrépidos sus combatientes en la persecución de las mesnadas de Buceta en fuga desesperada en camino de Puerto Plata, que también se inmoló envuelta en llamas a la causa de la Restauración. Pero sigamos el proceso de esta síntesis con el señalamiento de que en este período de Ribero, se hizo la proclamación formal de Restauración y se instaló el primero Gobierno Provisorio bajo presidencia del general José Antonio Salcedo; la movilización de las fuerzas de El Seibo al mando del general Santana que el día 30

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de agosto llegó a Santo Domingo y conferenció con Ribero acerca del plan de campaña que había de seguirse; llegó a Puerto Plata de paso hacia Santo Domingo el general Gándara; Santana y Antonio A. Alfau dieron comienzo a la campaña de Guanuma; tuvo efecto la acción de Santana en Arroyo Bermejo; la marcha de Gándara a San Cristóbal, bajo terribles ataques de las guerrillas restauradoras. Ribero terminó su gestión de gobernante reduciendo a prisión el día 21 de septiembre a más de treinta personas distinguidas y que mandó a Puerto Rico como presos políticos bajo la acusación de conspiradores. Don José Gabriel García cita entre los deportados a los siguientes ciudadanos: general José María Cabral, coronel Damián Báez, Juan Nepomuceno Tejera, José María Leiba, Felipe y León Leiba, hermano de este; coronel Juan Ruiz, Juan José y Florentino Cestero, José Joaquín María Sánchez y Petijusto, Manuel María y Melitón Valverde, Pedro Perdomo, José Joaquín del Monte, Juan Bautista Pellerano y los hijos, Benito, Manuel María y Juan Bautista, José María Calero, Luis Betances, Luis Betances hijo, Manuel Guerrero y sus hijos Manuel y Wenceslao; Manuel Pereyra Hoyos, Sully Dubreil, Wenceslao Guerrero, Cayetano Rodríguez, Manuel Abreu, José Salado y M. Mella, personas, todas muy distinguidas por los señalados servicios que prestaron o prestaban a la sociedad ya como militares de alto rango, como legisladores, comerciantes e industriales; don Melitón Valverde, por ejemplo, había sido senador de la República.

CAPÍTULO VI

GESTIÓN GUBERNATIVA DEL MARISCAL DON CARLOS DE VARGAS Y CERVETO. (Algunos Sucesos Culminantes) SUMARIO Asume la capitanía general de la colonia don Carlos de Vargas y Cerveto. Dos alocuciones del gobernador don Carlos de Vargas. El terror de Pedro Florentino. Marcha de Valeriano Weyler sobre San Cristóbal. El general don Antonio A. Alfau en Guanuma. Batalla de San Pedro. Deplorable estado de las tropas españolas. Abandono del campamento de Guanuma. Resentimiento de Santana por el abandono de Guanuma, carta de Santana a Lavastida con este motivo. Batalla de El Paso del Muerto. Pierde la vida el Cid Negro, Juan Suero.

El general don Carlos de Vargas llegó a Santo Domingo en el vapor Pizarro el día 22 de octubre, nombrado por S. M. C. capitán general y gobernador de la nueva colonia en sustitución del general Ribero. Entre sus actos de más relieve y significación política ha de mencionarse ante todo su intervención, puede decirse oficiosa porque aún no había asumido su cargo, por ante el general Sans, entonces gobernador de Puerto Rico, para obtener la libertad provisional de algunas de las personas deportadas por Ribero, acto en cierto modo injusto porque dejó en los calabozos de aquella isla a los que no eran adictos a la política del general Santana. 89

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El general Vargas tomó las riendas del poder el día 23 de octubre, esto es, el siguiente de su llegada, y con ocasión de tan señalado acontecimiento le habló al pueblo y al ejército en las respectivas alocuciones siguientes:

D. Carlos de Vargas y Cerveto, mariscal de campo de los reales ejércitos, gobernador capitán general de la parte española de Santo Domingo Santo Domingo, 23 de octubre de 1863. Dominicanos: Cuando S. M. la Reina (q. D. g.) se dignó confiarme el mando superior civil y militar de esta isla, oí de sus augustos labios sentidas frases, encaminadas a vuestro sosiego y bienestar. Considerad, pues, cuán profunda herida abrirá en su magnánimo corazón la noticia de la inmotivada y escandalosa rebelión a que algunos de vosotros se ha dejado insensatamente arrastrar por falaces sugestiones de un corto número de ambiciosos, y mal avenidos con el sistema de orden y de prudente y racional libertad que se iba desenvolviendo en este país, hondamente trabajado hasta ahora, por repetidas discordias intestinas. Hombres desautorizados, falsos intérpretes de la opinión pública, sin razón y sin derecho, y esgrimiendo las armas de impostura y de la perfidia, han convertido en teatro de crímenes horrorosos y cubierto de ruinas y cenizas algunas de las más fértiles y ricas comarcas de esta, hasta ahora, infortunada Antilla, olvidando que nuestra Reina, sin pararse en sacrificios, ni en consideraciones interesadas, abrió sus brazos de madre al pueblo dominicano, cuando este en un momento supremo, pidió su reincorporación en la corona de Castilla, que desde entonces ha prodigado sus tesoros para abrir las cegadas fuentes de la riqueza dominicana, y sus valientes hijos para tener a raya a los enemigos de su reposo y propiedad.

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Pero vosotros, dominicanos leales, que sois los más y los mejores, tened confianza en la pureza y la justicia de nuestra magnánima nación, cuyas armas no pueden quedar deslucidas en una lucha con enemigos débiles en número y en recursos. Sí, muy en breve será restablecida la tranquilidad, para la cual cuento con vuestra cooperación como los más interesados que sois en que cese cuanto antes un estado de cosas que no puede convenir sino a los que se alimentan del desorden público. Dominicanos, oíd la voz de quien no pretende engañaros y que, como el que más, se interesa por la prosperidad de esta hermosa tierra; los que os hablan de que sea posible restablecer en ella la esclavitud, mienten a sabiendas, pues que ya una vez S. M. (q. D. g.) declaró abolido para siempre ese sistema en esta provincia; y mienten también los que de cualquier otro modo os infundan temores con respecto a las buenas intenciones de nuestro gobierno. Los hombres honrados y pacíficos que se han mantenido fieles, y los que deponiendo las armas inmediatamente vuelven tranquilos a sus hogares, pueden contar con la protección del gobierno; pero los que perseveren en sus pérfidos designios desconociendo la legítima autoridad de la Reina, sufrirán el castigo que merece su deslealtad. Desde hoy quedo encargado del gobierno superior de esta provincia y me desvelaré por restablecer en toda ella la tranquilidad y hacerla marchar de nuevo por la senda de la prosperidad y del progreso; así lo he ofrecido a S. M., y así lo ofrezco a los leales habitantes de Santo Domingo. ¡Viva la Reina! Carlos de Vargas.

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D. Carlos de Vargas y Cerveto, mariscal de campo de los Reales ejércitos, gobernador capitán general de la Parte Española de La Isla de Santo Domingo, y general en jefe del ejército de la misma Santo Domingo, 23 de octubre de 1863. Soldados del ejército y reservas dominicanas: La escandalosa rebelión que viene perturbando gravemente la tranquilidad de esta preciosa isla os ha proporcionado una ocasión más de patentizar al mando entero vuestros relevantes cualidades. La abnegación y el sufrimiento, la subordinación y el valor que habeis demostrado en aquel período, justifican vuestras virtudes militares y el merecido renombre que en todos tiempos y países obtuvo siempre el soldado que defiende el pabellón de Castilla. Yo me complazco en poder compartir con vosotros las glorias que os reserve el funesto estado en que unos cuantos revoltosos han puesto a esta desgraciada Antilla, digna de mejor suerte. Ingratos a los beneficios que recibieron de la mejor de las reinas, apelaron al incendio, al robo, al asesinato y a la devastación más espantosa para reconquistar una libertad que tenían asegurada. En su ciego frenesí han tratado de mancillar nuestra honra y de llenar de ignominia nuestra gloriosa enseña. ¡No comprenden que nuestro honor ofendido reclama la más cumplida satisfacción de tanto ultraje! Soldados del ejército y las reservas dominicanas: Esta satisfacción está próxima y yo bendigo a la Providencia que me ha reservado el honor de proporcionárosla. Que se distinga vuestro comportamiento como se ha distinguido constantemente por la más estricta subordinación y disciplina, por la más ciega obediencia a vuestros jefes, y que esto se señalará, no puedo dudarlo, teniendo a su frente al digno teniente general D. Pedro Santana y al bizarro general Gándara, cuya prudencia, valor y exactitud en el cumplimiento

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de las órdenes superiores, así como el de los demás jefes, son la mejor garantía de un triunfo seguro… Soldados del ejército y de las reservas, protección y amparo al hombre pacífico y honrado, al que vuelva inmediatamente tranquilo a sus hogares: ninguna contemplación a los rebeldes que hostilicen con armas a cooperar de otra manera a fomentar o mantener la rebelión, y cuando el pendón inmarcesible de Castilla vuelva a ondear en los mismos puntos en que la traición y la sorpresa lograron profanarla, vosotros, soldados del ejército y de las reservas dominicanas, unos y otros cubiertos de laureles, entonareis himnos de victoria al grito entusiasta de ¡Viva la reina! Carlos Vargas. Estas dos proclamas tienen importancia porque reflejan lo alarmante de la situación que atravesaba el país; y, por eso mismo, las palabras del nuevo gobernador de la colonia de Santo Domingo acusaron la insensatez de su jactancia o el supino desconocimiento de hasta dónde los acontecimientos amenazaban ya la estabilidad del gobierno que acababa de asumir. Con más cordura y más lúcida inteligencia entró en la historia el señor gobernador saliente, quien, como dice don Ramón González Tablas: «se marchaba proclamando la conveniencia de que España se desprendiera muy pronto de la pesada carga que se había impuesto con la posesión de Santo Domingo. Aquello entonces parecía una blasfemia; pero una total reunión de circunstancias hizo que Ribero reuniese el título de previsor a los muy envidiables que se había adquirido en su dilatada carrera». En este período de Vargas, subió de punto el terror de Pedro Florentino, quien hizo preso en Baní al general Gregorio Luperón hasta con las pérfidas intenciones de asesinarlo, acuciado, es verdad, por las rivalidades y las intrigas imperantes en aquellos días en que se vislumbraba ya el triunfo definitivo de la Revolución. Entre las víctimas del terror de Pedro Florentino, cuenta don José Gabriel García como fusilados por sus órdenes, a José María Báez y Luis Miranda, Juan Díaz de Vargas, el capitán Eulogio Fiallo y sus hijos Jesús María y Plácido; Marcos Hernández, Santiago del Rosario, José Raimundo, José Soto y un tal Vicente el neibero.

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Fueron memorables por los reveses que sufrieron, las marchas de Valeriano Weyler sobre San Cristóbal y la de el general Gándara contra Baní, ocasión en que tuvo efecto el sangriento combate de Sabana Grande contra el general restaurador don Aniceto Martínez y, algunos triunfos esporádicos con la acción pertinaz y angustiosamente sorpresiva de las guerrillas volantes. Santana dio el 30 de noviembre el pleito de Santa Cruz de Yamasá con los batallones de Bailén, San Quintín y Victoria, dos compañías de La Habana, sus fuerzas seibanas de la reserva, con las consecuencias que se verán más adelante. La guerra de guerrillas se recrudeció en todos los frentes, pero sobre todo en las líneas del Sur y del Este. No obstante los refuerzos con que auxilió el capitán general Vargas al general Santana, este se asentó de Guanuma, y dejó su ya diezmado ejército y muy debilitado por el rigor del clima, los torrenciales aguaceros que inundaban las sabanas, y las fiebres que padecían casi todos los soldados españoles. Al frente de este ejército desmedrado por la inclemencia del clima y las endemias tropicales, y ya sin fe en la victoria, quedó el general don Antonio Abad Alfau y ahí a la vista, casi al frente del campamento de Guanuma, en los desfiladeros y en la vertiente sur de la cordillera Central hormigueaban los intrépidos soldados de la Restauración agitando la bandera de la República. El campamento estaba casi aislado por las huestes del general Marcos Evangelista Adón que dominaban ya la navegación en los ríos Ozama y Yabacao y campeaban por las comarcas de Haina y La Isabela; en esos días libraron la memorable batalla de San Pedro los generales Alfau y Suero con los batallones de Bailén, La Reina, San Marcial y Fuerzas del África y del Santo Domingo, contra los aguerridos soldados del general Gregorio Luperón. Se verán en el relato de las guerras de la Restauración las incidencias desfavorables con que combatieron nuestros soldados en esta batalla en que tuvimos muchos heridos y dieciséis muertos, entre ellos los heroicos general Antonio Caba, coronel Florencio Hernández y el comandante Antonio Estrella. Otros sucesos de no poca importancia desde el punto de vista moral y militar, fueron dos resoluciones del Gobierno Provisorio,

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la una para solicitar a S. M. la nominación de un plenipotenciario pactase con el del gobierno los términos de la paz, y la que declaró al Marques de Las Carreras fuera de la ley y traidor a la Patria. Los sucesos militares fueron la aparición del general José María Cabral en el escenario revolucionario del Sur y el despliegue de su no bien encomiables actividades guerreras en toda esa línea, y la campaña en la provincia de El Seibo encomendada a Santana cuyas tropas fueron reforzadas con una columna de seis compañías del regimiento del Rey, cien milicianos de las reservas y dos piezas de artillería. Con esa fuerza dio el pleito de Los Llanos del día 17, con pérdida de siete muertos y ocho heridos y mientras tanto Luperón campaba con sus soldados en Arroyo Bermejo y ensanchaba su campo de operaciones por los caminos de Guerra, Monte Plata y Hato Mayor. La gravedad de la situación indujo al general Vargas a considerar la concentración de las fuerzas de Guanuma y de Monte Planta en la plaza de Santo Domingo. Santana había defraudado todas las esperanzas que en su prestigio y poder de persuasión había puesto en él, el confiado gobernante, a quien tenía perplejo el avance impetuoso de la revolución y la frustrada acometividad de Santana, ya sin el temple del gran capitán de las batallas del 19 de Marzo y Las Carreras. El caso no era para menos, porque es bueno anotar que de 22,554 hombres que habían llegado, a los cuatro meses solo quedaban hábiles para la guerra no más de 8,500; «nos consta» –dice González Tablas– «que pasan de cuatro mil las bajas que nos causó el fatal clima de Guanuma». El cuadro que pinta este historiador, del paraje de La Bomba, a dos kilómetros nomás del campamento de Guanuma, nos da la idea de cuál era el estado de aquellos soldados y de la manera como sufrían en los cantones en los días aciagos que precedieron al abandono de Guanuma. Refiriéndose el cantón de La Bomba, dice González Tablas: Era aquel destacamento el prólogo del libro que representaba el campamento. Ya los hombres allí parecían de otro

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ejército y hasta de otra especie. La tropa iba sucia, pálida, sin afeitarse y descalza. Por allí se veían vagar como escuálidos fantasmas a soldados envueltos en asquerosas mantas apoyados en largos palos y moviéndose trabajosamente. Había allí también una cosa que se llamaba hospital, y que no era más que un barrancón hecho de ramajes y palos, bajo cuyo abrigo descansaban los enfermos echados sobre el suelo. Para abril de ese año, 1864, por disposición del capitán general se efectuó la retirada del famoso campamento de Guanuma, que, dicho sea de paso, nunca constituyó una barrera infranqueable para el formidable avance de nuestros soldados victoriosos. Santana estuvo siempre sistemáticamente en contra del abandono de Guanuma, no accedió a dejar esa posición cuando Gándara se lo propuso para planear una acción conjunta y trasponer la cordillera e invadir el Cibao y ahora tampoco, no obstante las condiciones deplorables de los cantones, del cuartel general de Guanuma y de aquellos soldados abatidos por las enfermedades, el hambre y las bajas de la guerra. No solo se opuso enérgicamente sino que protestó y su protesta deterioró los vínculos de hondos afectos que lo ligaban al general Vargas. La verdad es que con las retiradas de las fuerzas del campamento de Guanuma, las tropas restauradoras amenazarían El Seibo, con casi nada que temer a la guarnición española de San Antonio de Guerra que quedaba a retaguardia. La concentración de las fuerzas de Guanuma y Monte Plata en Santo Domingo se ordenó el día 7 de marzo, y entonces subió de punto la constante irritación y mal humor que en esos días exaltaban a Santana, y falto de todo comedimiento escribió una carta a Lavastida en la que le dijo lo siguiente: Desde muy al principio de haberse encargado el general Alfau del mando de la columna de Guanuma ya presentía yo este suceso, porque desde entonces comenzó a hacer gestiones el expresado general para que se llevase a cabo esto,

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influido por el comandante de estado mayor que tenía allí, que fue precisamente el mismo que yo había despedido por la misma causa; y al fin se ha realizado fundándose en las enfermedades de la tropa y en las dificultades para el transporte de recurso envolviendo en esta disposición y bajo los mismos fundamentos, también la columna de Monte Plata. Tanto una como otra la instalé yo desde el principio de la campaña, las sostuve con perseverancia y en circunstancias apremiantes, cuando el enemigo, robusto de fuerzas, hostilizaba con tenacidad, teniéndolo próximo y la estación no muy favorable… es así que para mí no satisfacen las disculpas que se den después de efectuada la retirada, lo que no veo de otra manera sino como el resultado del procedimiento del general Alfau, dejándose llevar de esas perniciosas influencias y haciéndose eco de ellas, demostrando una vez más su impaciencia por retirarse de los embarazos y fatigas porque atravesamos todos, marchándose a gozar de una tranquilidad que no debiera apetecer interín no la dejara bien asegurada en este su país... (José Gabriel García). Por estos días hubo varios combates entre ellos, el del día 24 de marzo, en que se trabaron en batalla sangrienta los soldados del general Luperón y los del general Juan Suero, el Cid Negro, según la expresión de Gándara, en el Paso del Muerto del río Yabacao. En este pleito perdieron la vida el general Suero y dos oficiales; fue atacado Hato Mayor por las fuerzas del general Cesáreo Guillermo contra las del agresivo general Antonio Sosa, de las reservas, que sufrieron más de quince bajas; luego Luperón marchó sobre San José de los Llanos donde su columna recibió un severo castigo, pues tuvo trece muertos y más de treinta heridos. El fracaso de la marcha sobre el Cibao, el deplorable estado de las tropas, los triunfos de las fuerzas restauradoras en todos los frentes de batalla, el deterioro de las relaciones de Vargas y de Santana, la campaña de prensa de algunos periódicos de Madrid, alentada desde aquí por don José Gabriel García, don Emiliano Tejera, don Apolinar de Castro, entre otros distinguidos escritores

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dominicanos, pusieron de bulto en la Corte el fracaso aplastante del general Vargas y el ridículo con que lo afligió su fracaso ante S. M. a la que le había asegurado la pacificación de la Colonia; ese ridículo fue el precio de las intrigas palaciegas que él y Santana movieron para arrebatar el mando al general Ribero, no adicto a la Anexión y más bien contrario a ella, como miembro del Partido Progresista adversario del Unión Liberal tan comprometido en esa empresa que le costó a España 10,000 muertos y 30 millones de pesos. (Gándara).

CAPÍTULO VII

GESTIÓN GUBERNATIVA DEL GENERAL GÁNDARA Y NAVARRO. (ALGUNOS SUCESOS CULMINANTES) SUMARIO Asume la capitanía general de la colonia el general don José de la Gándara y Navarro. Antecedentes de su expedición a Santo Domingo. Su proyecto de campaña militar para apaciguar el Cibao. Frustración de su plan. Cartas de Gándara y Ribero acerca este proyecto de campaña. Siete mil hombres sobre Monte Cristi. Aparición de Duarte en Guayubín. Profundas desavenencias entre Santana y Gándara. Las tentativas de las negociaciones para el canje de prisioneros y la concertación de la paz. Entronización de la guerra civil. Asesinato de Salcedo.

No creemos atinado comenzar el señalamiento de los sucesos de más importancia del período correspondiente al gobierno del general don José de la Gándara sin antes decir algunas palabras acerca de las relevantes actuaciones de este ilustre personaje que precedieron a su toma de posesión como titular de la capitanía general de Santo Domingo. Decimos titular porque había estado al frente de los negocios públicos de la colonia cuando, por ruego de Peláez enfermo, cubrió el puesto que con evasivas más o menos justificadas declinó Santana, su legal sustituto, entonces ausente en El Seibo.

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El general Gándara tenía a su cargo la gobernación del Departamento Oriental de Cuba cuando los acontecimientos de Santiago. Las noticias de los desastres de Buceta sacudieron las fibras de su patriotismo y no se limitó a socorrer con soldados, pertrechos y los alimentos que pudo, a las fuerzas españolas de Puerto Plata sino que solicitó y obtuvo del capitán general Dulce, de Cuba, la anuencia para venir a combatir a los insurrectos, al frente de los soldados de S. M. C. Los antecedentes de su expedición a Santo Domingo de más valor histórico los constituyen los dos telegramas que mediaron entre él y el capitán general y gobernador de Cuba. He aquí algunos párrafos de las referidas cartas. El mariscal de campo don José de la Gándara al gobernador de Cuba. Excmo. señor: Aumenta la gravedad de los sucesos de Santo Domingo. Murió el coronel Arizón. No hay jefe de graduación que mande las fuerzas. Yo estoy cerca y si V. E. cree conveniente autorizarme, podría trasladarme a tomar el mando de ellas. Mando venir el escuadrón de Bayamo, para enviarlo a Puerto Plata, al coronel Cappa, que pide caballería, artillería, bagajes y transporte. Dispongo de dos piezas más de montaña que hay aquí para mandarlas, cien acémilas, raciones, municiones y botiquín, en la inteligencia de tener medios de transporte para todo. El día 4 de septiembre recibió la respuesta, en la que se le dijo: El Excmo. señor capitán general… admite el ofrecimiento de V. E. para el mando de las tropas expedicionarias a Santo Domingo. Además de los cuatro batallones y dos baterías de artillería que han salido ya. Va a marchar otro batallón, 200,000 raciones, municiones y otros pertrechos. El vapor que conduzca la fuerza tocará en esa para que V. E. se

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embarque, y por su comandante recibirá V. E. instrucciones del capitán general. Salió en el Velazco al amanecer del día 15 y llegó a las 2 de la tarde el 17 de septiembre de 1863 a la rada de Puerto Plata. Al siguiente día, sin pérdida de tiempo, se comenzó a desmontar toda la zona en que se ocultaban nuestros guerrilleros, a tirotear la ciudad y él mismo dice: Cortaduras y barricadas fueron formando un recinto provisional a manera de campo atrincherado, mientras se robustecían las defensas del fuerte de San Felipe. Bien pronto comprendió que la posición topográfica de Puerto Plata carecía de gran valor estratégico. Ni su situación, dominada por alturas cercanas; ni su capacidad, ni las condiciones de su puesto, ni sus comunicaciones, escasas por las aspereza y despoblación de la comarca, le dan importancia estratégica ni aún simple ventaja táctica y local. Fue en estos días, como veremos, cuando nuestras guerrillas volantes hostilizaron, hasta hacerla retornar a Puerto Plata, la columna con que Primo de Rivera intentó dos veces auxiliar a Buceta, acorralado en la ciudadela de San Luis en Santiago de los Caballeros. La topografía de Puerto Plata y las dos frustradas marchas de Primo de Rivera sobre Santiago le hicieron concebir su plan de campaña para combatir a la revolución desde un lugar adecuado a todos los movimientos necesarios y de fácil acceso de los abastecimientos. Este plan consistió en pacificar, primero el Cibao por la acción conjunta de dos fuerzas que marchasen la una de Santo Domingo a través de la cordillera Central y la otra desde un punto del mismo Cibao. Ese punto era Monte Cristi, hacia donde tenía resuelto trasladarse con 2,000 hombres, ocho piezas de artillería y cincuenta caballos, para establecer allí su base de operaciones. Pero una inesperada contrariedad vino a sumir un grave desaliento al

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general Gándara. En la carta de respuesta le manifestó el capitán general y gobernador de la Colonia alias Provincia de Santo Domingo, su opinión radicalmente adversa a su plan. Extractamos de esa carta, del 22 de septiembre de 1863, los siguientes párrafos: De Ribero a Gándara En ella me significa V. E. su pensamiento respecto al plan que en su concepto considera más conveniente para destruir al enemigo y restablecer el orden designando como base de operaciones el puerto de Monte Cristi, por carecer de importancia para este objeto Puerto Plata, atendidas las grandes dificultades que ofrece el camino que conduce a Santiago. Sobre este asunto importante deberé significar a V. E. que atendido el desarrollo que va tomando la revolución, en términos de haberse pronunciado a favor de ella el pueblo de San Juan de la Maguana, en la provincia de Azua, y haberse dirigido el enemigo sobre San José de Ocoa, que fue abandonado por las autoridades militares, y el espíritu en fin con que decididamente el país acoge su independencia, creo, después de haber meditado detenidamente sobre tan grave asunto, que para la ejecución de las operaciones que V. E. se propone debe esperarse la pacificación de la provincia de Azua [...]. Y en otro despacho, fechado el día siguiente es más precisa y perentoria su resolución, le dijo categóricamente: Santo Domingo, 23 de septiembre de 1863. Excmo. Sr.: La insurrección se ha propagado de un modo general en la provincia de Azua y parte de esta de Santo Domingo; esa circunstancia obliga por ahora a renunciar al proyecto de una expedición sobre Monte Cristi, y exige la reconcentración de todas las fuerzas posibles en esta capital, porque solo de este modo podrá dominarse la situación; en este concepto

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mandará V. E. que inmediatamente venga el batallón de Madrid y sucesivamente las demás fuerzas que no son necesarias para la conservación de ese punto, como asimismo las subsistencias posibles. Como esta disposición hace que la presencia de V. E. en Puerto Plata no sea compatible, dejará el mando al Excelentísimo Sr. brigadier D. Rafael Primo de Ribero, y se trasladará a esta capital con la última fuerza que deba venir. Quedan sin efecto, por consiguiente, mis disposiciones anteriores... El vapor Condal que conduce esta comunicación debe continuar a La Habana con los que lleva para el excelentísimo Sr. capitán general de la isla de Cuba... Dios guarde a V. E. muchos años. Felipe Ribero, Excmo. Sr. mariscal de campo D. José de la Gándara. Prosigamos la reseña de los sucesos que tuvieron lugar después de asumir el gobierno de la colonia. El general don José de la Gándara estaba en La Habana con rumbo hacia España cuando recibió su ascenso como teniente general y su nombramiento como capitán general y gobernador de Santo Domingo en sustitución del general Vargas. Después de dictar algunas providencias preliminares de su mando retornó a esta isla y el día 31 de marzo de 1864 tomó posesión del gobierno y el día 19 de abril salía de la capital una división de más de tres mil hombres bajo el mando del general don Antonio Abad Alfau hacia San Cristóbal sin otro resultado que el sugestionante aparato del desfile militar y la gallardía de la flamante oficialidad que marchaba a la guerra y que días después retornaron diezmados por las guerrillas volantes que la picaron casi constantemente en toda la ruta. A fines de este mismo mes de abril salieron de Santiago de Cuba siete mil hombres dotados de todo equipo de guerra y provisiones de boca y medicina, hacia Monte Cristi. La acción de guerra de esta formidable expedición como se verá en páginas adelante, no surtió ningún efecto decisivo, si bien la toma de Monte Cristi y los combates que se libraron en lugares aledaños fueron parcialmente

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desfavorable, a nuestras armas aunque efímeros, pero hondamente desalentadores para las fuerzas expedicionarias y al precio de diez muertos y más de ciento diez heridos. Otro acontecimiento digno de la cita fue la aparición del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, quien desde Guayubín, el 28 de marzo de 1864, se dirigió a los miembros del Gobierno Provisorio el siguiente patético mensaje que ha recogido el historiador García: ...arrojado de mi suelo natal por ese bando parricida que empezando por proscribir a perpetuidad a los fundadores de la República ha concluido con vender al extranjero la patria cuya independencia jurada defender a todo trance, he arrastrado durante veinte años la vida nómada del proscrito, sin que la Providencia tuviese a bien realizar la esperanza que siempre albergué en mi alma, de volver al país al seno de mis conciudadanos a consagrar a la defensa de sus derechos políticos cuanto aún me restase de fuerza y vida. Pero sonó la hora de la gran traición en que el Iscariote creyó consumada su obra; y sonó también para mí la hora de la vuelta a la patria. El Señor allanó mis dificultades y riesgos se presentaron a mi marcha, heme al fin con cuatro compañeros más en este heroico pueblo de Guayubín, dispuesto a correr con vosotros del modo que lo tengáis a bien, todos los azares y vicisitudes que Dios tenga reservados a la grande obra de la restauración dominicana, que con tanto denuedo como honra y gloria habeis emprendido [...] y no obstante esa férvida esperanza de vivir en la patria. (José Gabriel García). A causa del postergamiento de los generales Juan Rosa Herrera y Eugenio Miches, Santana se sintió ofendido y escribió una carta a Gándara amenazándolo con someter el asunto a la Corte. Creemos de provecho poner en esta página algunos de los párrafos de esa carta porque sus términos constituyeron la sentencia de muerte de la vida militar de Santana y fueron causas del abatimiento en que quedó sumido hasta el fin de su agitada existencia.

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Esta disposición –le decía– de nombrarme un segundo jefe brigadier del ejército peninsular existiendo como dejó dicho otro de igual clase en el ejército dominicano; da a entender que se desconfía de ellos, y esta desconfianza es muy infundada, pues no debe nunca abrigarse respecto de hombres que están dando pruebas de adhesión y patriotismo [...] al entregar yo a S. M. la reina doña Isabel II este país, como jefe que era de él cuando su reincorporación y la monarquía, celebré con el gobierno español un pacto por el cual se reconocían iguales consideraciones a los jefes y oficiales del ejército dominicano, que a las respectivas clases del ejército peninsular, y en virtud de esa circunstancia es para mí un deber, el hacer llegar mi voz hasta la autoridad superior de la isla cuando veo menoscabados los derechos de esos funcionarios, u ofendida su dignidad que es la mía propia [...]. La respuesta del general Gándara fue desconcertante, aplastante… consecuencia: la renuncia de Santana y la entrega del mando al brigadier don Baldomero Calleja el 5 de junio de 1864, y el día 14 a las 4 de la tarde expiró rodeado de familiares y de algunos amigos; en tanto que los soldados de la Restauración llegaban por el camino de Haina a los alrededores de San Gerónimo y de Güibia, por el camino de Manoguayabo a La Esperilla, o La Generala, lugares del entonces poblado de San Carlos. La situación había llegado a tal gravedad en todos los escenarios de la guerra que el general Gándara se convenció de que no quedaba otro recurso que apelar a un avenimiento con los restauradores que condujera a la paz, y con este objeto comenzaron los sondeos oficiosos, le siguieron las tentativas mediante parlamentos y luego las conferencias formales para el canje de prisioneros, pero siempre los dominicanos con obstinada decisión de negociar la paz a base de la desocupación, de la independencia absoluta, de la libertad, de la reivindicación de la patria y el restablecimiento de la República. Recogemos en este libro cinco tentativas que precedieron al convenio para el canje de prisioneros y para el logro de la abrogación

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del Real Decreto de Anexión de la República a los dominios de S. M. C. Da. Isabel II de Castilla. Aunque más adelante tratamos de estas negociaciones con cierta prolijidad, ahora nos limitamos a señalarlas entre los hechos notables del período del general Gándara. Estas tentativas fueron en orden sucesivo: la prudente y discreta gestión de don Federico Echinagusia, enviado ante Pujol, en las Islas Turcas, por el capitán general y gobernador Gándara; la que promovió el canje de un prisionero dominicano por el coronel Velazco; un parlamento de Gándara para proponer la designación de comisionados que traten del canje; mediación oficiosa del presidente Geffrard y, quinta tentativa, la del señor Van Halen con esa misma finalidad por ante el referido presidente haitiano. Jirones de sombras comienzan a empañar el alba de la libertad; el maligno espíritu de la guerra fratricida como el monstruo de la fábula aparece pavoroso en el escenario de la vida pública de los dominicanos; ahí está la Hidra de Lerna, el monstruo de siete cabezas de la anarquía de nuevo campea ominosa. Han derrocado al presidente Salcedo y lo han arrastrado al patíbulo… un Consejo de Guerra enjuicia luego a los miembros del gabinete de Polanco y este es sustituido por Benigno Filomeno de Rojas. Pero no obstante las intrigas, las desavenencias, las rivalidades y las perfidias prosiguieron adelante los trabajos en pro del ideal y se dio un paso memorable; la instancia de libertad a la Reina el 15 de enero de 1865 y, como consecuencia, el estudio en la Corte de un informe de Gándara del estado de la Colonia y luego la propuesta a la Corte del proyecto de abandono de Santo Domingo; y aquí, en el autoínterin la Convención Nacional ha ratificado la convocatoria de la Asamblea Constituyente y ha adoptado la llamada Constitución de Moca votada por la Asamblea Revisora el 19 de febrero 1858. Y, como uno de los últimos actos de Gándara, su carta del 2 de abril de 1865 en la que, a la vez que informaba al señor don Benigno Filomeno de Rojas del proyecto de abandono ya mencionado, le encarecía el nombramiento de comisionados que a nombre del gobierno tratasen con él para celebrar la paz y convenir la forma de la evacuación del territorio dominicano por las tropas de S. M. C.

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El gobierno, defiriendo a la solicitud del general Gándara, nombró como comisionados para esas negociaciones a los señores generales José del Carmen Reinoso, Melitón Valverde y presbítero Miguel Quesada, debidamente acreditados mediante la carta en la que se dijo: Rogamos se les dé entera fe y crédito a lo que en nuestro nombre y en el de la República digan y hagan; comprometiéndose nuestro gobierno a todo lo que nuestros enviados y comisionados especiales hicieren en virtud de estas cartas credenciales. Pero no obstante las facultades absolutas con que negociaron la paz, fueron desautorizados por el gobierno de Pimentel y rechazado por denigrante para la República el convenio de «El Carmelo».

CAPÍTULO VIII

ESTRUCTURA DEL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO CONTRA LA ANEXIÓN SUMARIO Proclama de Francisco del Rosario Sánchez. Proclama del general Santana. La Junta Revolucionaria de Curazao, su carta a Sánchez.

Tanto la metodología de la historia como el orden cronológico de los acontecimientos que configuran y definen el contenido humano de una época exigen que en la exposición de los hechos aparezcan las singulares concausas que las produjeran y las circunstancias que acondicionaron su peculiar desenvolvimiento histórico ya como fenómenos más o menos aislados, inconexos, pero su modo de expresión ya con la virtualidad formal de un fenómeno socio-histórico que implica otro. En ningún caso con más rigor han de aplicarse estos principios como al caso dominicano de la Anexión y Restauración, porque no son en su esencia misma un fenómeno que sigue meramente al otro; porque al hecho histórico de la Anexión le es implícita, consustancial, inminente la idea emancipadora, el sentimiento de la Restauración. La Restauración como movimiento antagónico, como sentimiento de protesta e inquietud y afanes de repudios heroicos contra la afrenta, afectó el espíritu público desde el nefasto día en que se proclamó nuestra incorporación a los dominios de Isabel II de España. 109

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El país entero, el pueblo dominicano todo desde el uno al otro confín de la República fue, más que un protagonista de aquella burda comedia de plebiscito, un espectador absorto de aquella tramoya de consulta en que se le hizo aparecer ante España y ante el mundo como enagenando su territorio y renunciando a la independencia y a la libertad que tantas vicisitudes y tanta sangre les había costado. Todas las condiciones y circunstancias que concurrieron para dar cima entonces a la vieja, combatida y desacreditada idea del protectorado, son suficientes elementos de juicio para presumir cuáles debieron ser la indignación y el repudio que conmovieron la conciencia pública dominicana; y esa indignación y ese repudio, cualesquiera que fueren sus modos de expresión, eran ya la guerra. La Anexión fue la obra de un hombre y de sus áulicos; de un partido, y ese partido adverso al santo idealismo febrerista de Duarte promovió con el hecho inconsulto de la Anexión la acción revolucionaria no ya contra el hecho mismo sino antes, contra la idea, contra las diligencias que se hicieron para llevarla a cabo con la indignación natural del pueblo que ya se sentía humillado. La Revolución antianexionista comenzó contra la idea, primero, y prosiguió luego con todos los medios que fueron posibles para restaurar la República. Si los estímulos primarios de la reacción revolucionaria fueron las censuras, las protestas y las compulsiones partidistas del baecismo, del antisantanismo, si se quiere; más tarde, y mientras los antagonismos de las disensiones políticas no comprometieron el ideal redentorista con la cerrazón de las luchas pasionales del personalismo, todos los actos de la Revolución, todos los actos de la campaña restauradora se produjeron estimulados, exaltados y sublimizados muchas veces por los más sacros sentimientos y altos ideales del patriotismo. Cuando todavía la Anexión no es en la conciencia caótica de Santana sino una idea pertinaz, ya Francisco del Rosario Sánchez era el símbolo y el logo a un mismo tiempo de la revolución; más que como antisantanista en el ostracismo, con el carisma del

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patriciado que iluminaba su nombre, asoció corazones, cerebros y músculos y fulminó como el rayo su anatema sobre la cabeza del traidor y se consagró magnífico con otros émulos en el martirio hasta el holocausto por el ideal de independencia y libertad. He aquí el logo, el fiat lux de la conciencia nacional, su palabra de execración y de combate que dos meses antes de la proclama de la Anexión dirigió al pueblo desde su exilio en Saint Thomas. Dominicanos El déspota Pedro Santana, el enemigo de nuestras libertades, el plagiario de todos los tiranos, el escándalo de la civilización, quiere eternizar su nombre y sellar para siempre nuestro baldón con un crimen casi nuevo en la historia. Este crimen es la muerte de la Patria. La República está vendida el extranjero y el pabellón de la cruz, muy presto no tremolará más sobre vuestros alcázares. He creído cumplir con un deber sagrado poniéndome al frente de la reacción que impida la ejecución de tan criminales proyectos y debéis concebir, desde luego, que en este movimiento revolucionario, ningún riesgo corren la independencia nacional ni vuestras libertades cuando la organiza el instrumento de que se valió la Providencia para enarbolar la primera bandera dominicana. Yo no os haría este recuerdo que mi modestia rechaza, si no estuviera apremiado a ello por las circunstancias; pero conocéis bastante mis sentimientos patrióticos, la rectitud de mis principios políticos y el entusiasmo que siempre he tenido por esa Patria y por su libertad; y no lo dudo me haréis justicia. He pasado al territorio de la República entrando por Haití, porque no podía entrar por otra parte, exigiéndolo así, además, la buena combinación y porque estoy persuadido que esta República, con quien ayer cuando era imperio, combatimos por nuestra nacionalidad está hoy tan empeñada como nosotros porque la conservemos merced a la política de un gabinete republicano, sabio y justo.

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Mas, si la maledicencia buscase pretextos para mancillar mi conducta, responderéis a cualquier cargo, diciendo en alta voz, aunque sin jactancia, que Yo soy la bandera dominicana. Compatriotas: las cadenas del despotismo y de la esclavitud os aguardan: es el presente que Santana os hace para entregarse al goce tranquilo del precio de vosotros, de vuestros hijos y de vuestras propiedades. Rechazad semejante ultraje con la indignación del hombre libre, dando el grito de reprobación contra el tirano. Sí, contra el tirano, contra Santana y solo contra él. Ningún dominicano –si alguno le acompaña–, es capaz de semejante crimen a menos que esté fascinado. Hagamos justicia a nuestra raza dominicana. Solo Santana, el traidor por excelencia, el asesino por instinto, el enemigo eterno de nuestra libertad, el que se ha adueñado de la República, es el que tiene interés en ese tráfico vergonzoso; él solo es capaz de llevarle a efecto para ponerse a salvo de sus maldades, él solo es responsable y criminal de lesa-patria. Dominicanos: ¡a las armas! ya llegó el día de salvar para siempre la libertad. Acudid, ¿no oís el clamor de la patria afligida que os llama en su auxilio? Volad a su defensa; salvad a esa hija predilecta de los trópicos, de las cadenas ignominiosas que su descubridor llevó a la tumba. Mostraos dignos de vuestra patria y del siglo de la libertad. Probad al mundo que haceis parte del número de esos pueblos indómitos y guerreros que admiten la civilización por las costumbres, por las palabras y por la idea, pero que prefieren la libertad a los demás goces con menoscabo de sus derechos, porque esos goces son cadenas doradas que no mitigan el peso ni borran la infamia. Dominicanos: ¡A las armas! Derrocad a Santana; derrocad la tiranía y no vaciléis en declararos libres e independientes enarbolando la bandera cruzada del veinte y siete y proclamando un gobierno nuevo que reconstituya el país y os dé las garantías de libertad, de progreso y de independencia que necesitáis! ¡Abajo Santana!

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¡Viva la República Dominicana! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia! (F. R. Sánchez). Ya casi a punto de la abjuración en el trance mismo de su apostasía cuya reprobación siente, requiere y predica Sánchez como un imperativo categórico del patriotismo dominicano, todavía en ese trance, saca Santana alientos, palabras y razones para, a nombre de la Patria que él ha mancillado, hablarle al pueblo que él ha burlado y engañado y cuya ciudadanía ha vendido en almoneda pública en mercados extranjeros. Francisco del Rosario Sánchez, arquetipo de emancipadores de pueblos, ha arrojado el guante al rostro de Santana, arquetipo de mancilladores… El duelo ha comenzado; a la tremenda acusación y reprobación de Sánchez, el apóstol de la libertad, se ha alzado Santana para responder iracundo con un alarido, helo aquí: ¡Dominicanos! El gobierno que vela siempre por la salud de la Patria no perdía de vista a los traidores, que desde el extranjero fraguaban sus planes liberticidas; seguía sus pasos y descubría sus secretos y se preparaba para inutilizar sus criminales esfuerzos. Ya hoy esa traición se manifiesta. El cobarde que jamás ha sacado la espada en defensa de la Patria, el que vocifera haber sido de los héroes del 27 de Febrero; el que toma por pretexto para su deslealtad la defensa de la nacionalidad dominicana, el ex-general Francisco Sánchez en fin, busca hoy a los haitianos para solicitar de ellos, tal vez, poner por obra los planes de Domingo Ramírez. ¡Dominicanos! Alerta, ya veis los lazos que os tienden, ya conocéis los planes de esos hombres que tanto alarde hacen de su dominicanismo; que tantas veces han implorado y obtenido gracia; ya lo veis, hoy, cuando el gobierno se preparaba a dar en su favor una amnistía casi general, encaminarse a Haití

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para demostrarnos sus verdaderas intenciones, su mentido patriotismo y hasta la falta de pudor político, que no ha permitido nunca a otros cambiar la nacionalidad dominicana, por la de sus perpetuos contrarios. Alerta, pues dominicanos alerta, compañeros de armas, pongámonos en guardia contra esa facción liberticida que sabremos escarmentar una vez más si quiere venir a turbar nuestro reposo. Confiad en la fuerza del gobierno, descansad en el acendrado amor a la patria del que por tantos años y en tantos combates lo ha sellado con su sangre, y esperad en fin, en esa Providencia que tantas veces nos ha dado la victoria. Ella protegerá nuestras armas; y con ella, como siempre, venceremos. Dada en el Palacio Nacional de Santo Domingo, a los 21 días del mes de enero de 1861. Si aceptamos con Alfredo Fouillée que toda idea es fuerza; si es preciso convenir, además, que el potencial de esa fuerza que es toda forma del pensamiento, depende siempre del género y grado de su componente efectivo, ha de presumirse el singular efecto moral que debió hacer sentir cada una de estas proclamas en la conciencia pública dominicana y en el clima político de aquellos días ya caldeados por las pasiones del partidismo; de ahí, pues, que la primigenia reacción revolucionaria que preludió la memorable empresa de la Restauración fue promovida y organizada fuera del país y en el país por facciones políticas adversas a los intereses del santanismo. El verbo de Sánchez exaltó, sin duda, el espíritu de la rebelión y le sucedieron esos primeros disturbios, asonadas y pronunciamientos armados más o menos aislados y esporádicos, que sustanciaron el primer período de la Guerra Restauradora con sus organismos o agrupaciones dirigentes, que precedieron a los gobiernos provisorios de los restauradores. A la proclama de admonición de Santana siguieron los aprestos militares, el desfile de tropas de línea y de reservistas de reciente entrenamiento… suspensión de garantías, sitios… atentados

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contra el honor y la vida… devastaciones, incendios, aplicación sin misericordia de la Ley sobre conspiradores del 26 de junio de 1855… ¡y el terror de los patíbulos! Entre los organismos rectores del espíritu revolucionario parecen tener prelación en el tiempo, «la existencia de un club de conspiradores» que, según anota don Ramón González Tablas, «conspiraba en las logias contra Santana»1 y la Junta Revolucionaria de Curazao creada contra los planes anexionistas por Sánchez desde Saint Thomas en vísperas de salir para Haití, por mediación diligente de Valentín Ramírez Báez según testimonio de Ramón Lugo Lovatón robustecido por el texto de Mariano Antonio Cestero, quien después de referirse a las «seguridades» que el gobierno haitiano dio al ilustre prócer de «ayudarle en su obra» testifica. (Sánchez, Ramón Lugo Lovatón). Una vez conseguido esto embarcose para San Marcos, no sin haber sufrido antes, en el momento de su partida, amargos sinsabores, fruto de la ingratitud de sus mentidos amigos, a quienes él alimentaba con sus escasos recursos. A su salida de Saint Thomas notificó a algunos patriotas de Curazao, por órgano de su amigo Manuel María Gautier, el paso que daba estimulándolos afirmasen en aquel punto una Junta revolucionaria la cual fuese el centro de donde irradiasen todas las combinaciones y a la que él mismo obedecería». (Este pensamiento se llevó a cabo formándose la Junta de este modo: Juan E. Aybar, presidente, Valentín Ramírez Báez, miembro, Manuel María Gautier Id., Francisco Saviñón, Id., Pedro Pina Id., Domingo García, secretario). Ya en Puerto Príncipe trató de hacer efectivo el concurso ofrecido por Haití y a este efecto recabó del gobierno que hiciera entrar a aquella playa todos los patriotas que de Curazao y de Venezuela deseaban acudir a entorpecer la Anexión. El gobierno haitiano estaba compuesto en su mayor parte, mejor dicho en su totalidad, de conservadores 1

Ramón González y Tablas, Historia de la dominación y última guerra de España en Santo Domingo, Madrid, Imprenta a cargo de Fernando Cao, 1870.

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rancios. La política boyerista era su ideal. Solo el ministro de lo Interior y el Cojo Lamothe disentían de ella. Él pertenecía al número de los que prefieren la muerte a la esclavitud y que no truecan una idea por un pedazo de pan. Él protegía a Sánchez y su concurso no le faltó nunca... Lo cierto es que para enero de 1861 ya estaba constituida la Junta Revolucionaria, según documento del archivo del historiador García utilizado por el historiógrafo Emilio Rodríguez Demorizi que traslada Lovatón a su obra ya citada. La importancia de este documento nos impone la cita textual en estas divagaciones históricas: Curacao, 22 de enero de 1861. Señor general Francisco Sánchez. Compatriota y amigo: Los que suscribimos tenemos la honra de participar a Ud. que habiéndonos impuesto del proyecto de regeneración que Ud. tuvo a bien hacernos comunicar y habiéndolo examinado detenidamente y habiendo pesado la muy poderosa razón que existe en estos momentos para llevarlo a efecto, nos hemos reunido en Junta con el objeto de dar un carácter más serio al compromiso que debíamos contraer y hemos jurado solemnemente llevar a efecto en la parte que nos toca y por todos los medios que estuvieren a nuestros alcances la revolución de la regeneración dominicana en conformidad con el proyecto mencionado. Reuniéndonos así en Junta hemos creído proceder más acertadamente pues de este modo habrá un Centro de acción en esta isla que procediendo con discreción y cautela pueda dar una dirección pronta y eficaz a las medidas que hayan de tomarse, ya para la propaganda revolucionaria en la República para la ejecución que por esos lugares haya de darse a una parte del proyecto.

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Como esperamos que esta comunicación lo encuentre ya en Haití, confiamos en el patriotismo de Ud. que al pactar con aquella República sabrá colocarse en esa situación en que se equilibre el apremio en que se haya la Patria con sus conocidos sentimientos. Comprenda que el porvenir de la República está, puede decirse, en sus manos, y que esta confianza extrema que depositamos en Ud. es el mayor homenaje que podemos tributarle. Y como para poner en ejecución la parte del proyecto que nos toca necesariamente hemos de necesitar, como Ud. debe suponerlo atendiendo a nuestra situación, de los recursos indispensables; y como naturalmente al pactar Ud. con el Gabinete de Haití, si este acepta sus proposiciones, ha de comenzar por presentar esos recursos. Esperamos que después que esto resulte la primera diligencia que Ud. haga sea la de indicarnos cuáles son aquellos con los que pondremos contar y el medio de cómo podemos con prontitud disponer de ellos. No obstante, esto no impedirá que antes de tener esta razón indispensable para conspirar en la posición en que nos encontramos hagamos todos los sacrificios posibles para dar los primeros pasos como lo hacemos en estos mismos momentos, tratando de dirigir un buque o un individuo a Puerto Plata, así para ponernos en comunicación con las personas de nuestra confianza allí, como para introducir los impresos que le incluimos, los cuales se habían hecho antes de recibir las comunicaciones de Ud. y deben estar a estas horas corriendo en Santo Domingo. Creemos estos documentos de muy buen efecto para desvanecer las ideas contrarias al buen sentido nacional de que Santana tratará de sacar partido. Aunque hacemos todo lo posible por ponernos en comunicación con el Cibao no está de más, y aun es necesario y acertado que Ud. trate de hacerlo por las fronteras. Sería muy importante que Ud. escribiese al general Fernando Valerio, muy detalladamente. Aguardaremos sus interesantes comunicaciones y podemos asegurarle que estamos resueltos a todo sacrificio noble y

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honroso, a trueque de asegurar la bandera y la independencia dominicana. No remitimos a Ud. más ejemplares del llamamiento a la Nación y de la proclama del ceneral Cabral por no abultar la correspondencia; pero si Ud. puede hacer reimprimir los dichos documentos para introducirlos por ambas fronteras, no estaría de más. Sírvase Ud. aceptar los sentimientos de la alta consideración con que tenemos el honor de suscribirnos. Amigos y compadres. El presidente de la Junta, Juan Aybar. José M. Cabral. P. A. Pina. D. Báez. Francisco Saviñón. V. Ramírez y Báez. M. M. Gautier. Secretario. El traslado de esa carta a este libro está plenamente justificado no solo por el extraordinario valor del documento como pieza histórica, sino también por la significación de su contenido como uno de los componentes de primer orden y de primordial importancia de ese complejo de causas y concausas que fue como la levadura de la reacción del espíritu público que dio vitalidad y estímulo a la Guerra Restauradora. Aunque Francisco del Rosario Sánchez le infundio la mística de su apostolado patriótico a la Junta Revolucionaria de Curazao, no puede soslayarse que la mayoría de los exiliados que la constituyeron eran adversarios políticos de Santana y que, en esa virtud, ese primer componente de matiz político no puede ser descartado como preeminente en el movimiento que comenzó a combatirlo con el repudio de su persona como traidor a la patria, y con la promoción de la cruzada nacional contra su obra. Ese componente político como fuerza reaccionaria contra la Anexión perduró, persistió y actuó como estimulante de la revolución en casi todo el proceso de su desenvolvimiento histórico; aunque aparentemente inexistente e inoperante como «partido», ahí estaba el baecismo como reacción. Contra Báez y los suyos, con el designio de contrarrestarlo, combatirlo y destruirlo, recurrió, no el santanismo, sino Santana al expediente proditorio de la Anexión.

CAPÍTULO IX

ESTRUCTURA DEL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO CONTRA LA ANEXIÓN SUMARIO Baecismo contra santanismo. Tres componentes secundarios del complejo revolucionario. Nota de Sumner Welles. Renuncia del general Santana como capitán general de la Colonia.

Pero ese componente no habría bastado para el sacudimiento de la conciencia nacional, no habría sido suficiente para el vigoroso sustentamiento de la protesta armada; no habría sido por sí solo capaz de aunar y coordinar tantos corazones y voluntades para propiciar con el sentimiento de la libertad y la acción heroica cuantas circunstancias, condiciones y elementos que fueron favorables al ideal de la redención nacional. Las proclamas de Sánchez y de Cabral habían inculcado ya en la conciencia pública del Sur y de gran parte de la frontera la idea de la rebelión, en los grandes núcleos sociales del país apenas si los pocos enterados daban pruebas ostensibles de su indignación, de sus congojas y de sus protestas, reprimidas más por instinto de conservación, que por conciencia de pudor patriótico, porque la verdad es que el pueblo repudió siempre todas las tentativas del anexionismo, todas las claudicaciones del patriotismo fuere quien fuere fautor de la idea. Los ánimos estaban ya predispuestos al arrebato del heroísmo; el hondo resentimiento de la parodia de plebiscito con que fue engañado y sorprendido, el pueblo estaba ya exaltado por las ideas germinales de la rebelión y el verbo que fue 119

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doctrina en las proclamas de Sánchez y de Cabral era ya consigna de conjuración, bandera de combate, y cuando se invocó la Ley sobre Conspiradores y se erigieron patíbulos para quienes enarbolaron esa bandera y la sangre del holocausto bautizó la causa de la Restauración, ya no pudieron contrarrestar la rebelión, ni el rigor del tirano, ni los medios represivos, ni los fusiles de milicianos españoles, componentes estimuladores del espíritu revolucionario que el análisis histórico descubre en la conciencia pública, unos en el momento mismo en que se hizo manifiesta la idea de la Anexión y otros en el agitado proceso de la revolución. Cada componente de ese complejo ideoafectivo que propulsaba la acción heroica con optimismo y fe en la santa causa de la reivindicación nacional tenía su singular manera de redoblar los estímulos en su propia esfera y sus peculiares proyecciones en su orbe social. El sucinto señalamiento de esos componentes o factores que hacemos a continuación puede clarificar y darle sentido preciso a nuestro pensamiento. En el primer momento la reacción tuvo un carácter simplemente político; baecismo contra santanismo, cuya acción persistió; pero ya en Francisco del Rosario Sánchez el sacudimiento de la protesta está exaltado por la mística de su patriotismo que él sublimiza con el holocausto de su vida y el estupor de su cadalso y de los primeros mártires que abonaron con su sangre patricia los fermentos de la rebelión, es otro de esos componentes sentimentales que en la revolución dominicana, como en todas las grandes revoluciones que en la historia de la cultura, hace el religamiento, la religión en pro ya de una verdad científica con sus mártires, llámense Giordano Bruno o Galileo; ya de una nueva ética fundada en la caridad, llámese Jesús de Nazaret; ya de una reforma político-social cimentada en la irrestricta igualdad de los derechos humanos, llámese Abraham Lincoln. Los estímulos de la exaltación del espíritu público, singularmente el pavor de aquellos patíbulos, pueden ser considerados como componentes primarios primordiales a los que vinieron a agregarse otros de carácter secundario aparejados a la contingencia

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de la mutación del régimen democrático republicano por el monárquico absoluto del coloniaje español. Entre los componentes secundarios que afectaron la conciencia popular, la historia señala tres que no podemos pasar por alto: 1 La imposición a los obreros y campesinos de la obligación de trasladar de una comarca a otra el equipo de los soldados en marcha. 2 Prestación personal forzosa en la apertura y mantenimiento de caminos vecinales. 3 Imposición a los contratistas de edificar conforme a las teorías del capitán general.1 En la obra del señor Sumner Welles, aunque sin llegar a una sistematización rigurosa, encontramos otros componentes secundarios que afectaron el orden burocrático, la vida religiosa, el régimen monetario, el sistema jurídico del país y la disciplina militar. No pudieron ser pequeños el descontento y el malestar que produjo la rapiña de las canonjías y prebendas en que se convirtieron los empleos públicos sobre los cuales cayeron los advenedizos procedentes de Cuba, Puerto Rico y España como una manada de lobos hambrientos sobre su presa, con desplazamiento inmisericordioso de los dominicanos que los servían con honestidad y eficiencia. Este mal comenzó con el discrimen de la clase militar criolla cuyos puestos de mayor jerarquía fueron otorgados a los milicianos españoles en desmedro del pundonor de los dominicanos. Acerca de esto se expresa el señor Sumner Welles del modo siguiente: Con el paso rápido de los días y los meses sin que se realizaran las reformas tan liberalmente prometidas, sin cumplirse siquiera las obligaciones específicamente contraídas, empeñó la reacción adversa a las autoridades españolas. Se notaron 1 Sumner Welles, La viña de Naboth, Santiago, Editorial El Diario, 1939.

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las primeras señales de descontento entre el elemento militar cuando los puestos más importantes en el ejército dominicano fueron conferidos a oficiales españoles en reemplazo de los oficiales nativos, que fueron retirados con un pequeño porcentaje de sus estipendios. Luego la experiencia de las autoridades militares dominicanas fue repetida por los oficiales de la administración civil, cuando una jauría hambrienta de paniaguados de O’Donnell y sus colegas vinieron a ocupar los puestos lucrativos que sus padrinos no pudieron darles en otra parte. Para satisfacer las demandas de estos caza-empleos de allende el mar los empleados dominicanos íbanse gradualmente eliminando a tal punto que cuando por Real Decreto del 21 de noviembre de 1861 la Real Audiencia de Santo Domingo fue creada de nuevo y se dificultó al mismo Santana la obtención del nombramiento de sus leales servidores y amigos don Tomás Bobadilla y don Jacinto Castro como magistrados de la Corona. La desventurada suerte de los compañeros de armas que se vieron despojados de sus posiciones militares y privados de la personería augusta que, por el heroísmo y las hazañas y el denuedo en los combates gloriosos les reconoció como timbre de honor, produjo en Santana profunda depresión y tormentos angustiosos que a la manera de las serpientes de Laocoonte comenzaron a morderle el corazón y a estrangularle con el alma la vida. Un retortijón más cuando sus dos últimos ministros, señores Felipe Dávila Fernández de Castro y Miguel Lavastida fueron destituidos sin tenerlo en cuenta y la serpiente le dio otro desgarrante mordisco al corazón. Entonces no pudo contener la tensión afectiva y su renuncia como capitán general fue la catarsis, el desahogo de su pesadumbre y congoja. Se le aceptó y fue sustituido el 20 de julio de 1862 por el general Felipe Ribero y Lemoine aunque concediéndole S. M. la Reina la jerarquía de general y otorgándole el título nobiliario de Marqués de las Carreras y la investidura de senador vitalicio del Reino. La carta en que Santana presentó su renuncia al ministro de Guerra y Ultramar, que trasladamos de la obra ya citada de don Ramón González Tablas, dará al lector ideas muy claras acerca de los

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quebrantos de la salud y de los efectos psicosomáticos del profundo estado depresivo que sin duda le fueron creando las decepciones que de continuo amargaban su vida. Santo Domingo, 7 de enero de 1862. Excmo. señor: Al manifestar a S. M. la Reina nuestra señora, en la carta que tuve la honra de dirigirle en agosto del año próximo pasado, que para decidir la cuestión de conveniencia, de estrechar los lazos que hubieran de unir a este pueblo dominicano a la madre patria se tuviese en cuenta el estado valetudinario en que me encontraba, presentía ya, que mi salud no me permitiría prolongar por largo tiempo los esfuerzos que el bien de los pueblos exigía de mí. No era, en efecto, un vano temor. Apenas ha transcurrido un año y medio, cuando ya se han hecho tan tenaces mis dolencias, que no me permiten un momento de descanso. Por fortuna la Divina Providencia oyó mis ruegos; por fortuna la excelsa reina de Castilla se dignó escuchar mi voz y de hoy más todas mis inquietudes han cesado, todas mis zozobras se han calmado. El cetro de doña Isabel II guarda el país y yo puedo bajar tranquilo a la tumba sin temor de legar a los hijos de este suelo las eventualidades de la guerra civil, ni la perpetua lucha con Haití. Una administración fuerte y bien ordenada extiende su acción por todo el país y le promete mejorar su condición. Fuerzas de mar y tierra, y más aún las glorias que en todas partes adquiere la nación la garantizan de las amenazas exteriores; todo pues, ha variado, todo ha mejorado; todo en fin, ha adquirido ese carácter de progreso que asegura un porvenir venturoso. ¡Yo, solo yo, soy el que paga el justo tributo a nuestra débil naturaleza! [...] Mis años y mis dolencias, Excmo. señor, han venido aumentándose hasta hacerme imposible la continuación de un servicio sedentario que aumenta las últimas. De largo tiempo atrás los hombres del arte y la experiencia me habían hecho conocer cuán nocivos me eran los cuidados del mando

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y las fatigas del despacho de los negocios públicos. La nación había reformado, a ruego mío, su pacto fundamental, creando una vicepresidencia que me permitiera retirarme a buscar en el aire libre de los campos y en el ejercicio de la vida privada una salud que no alcanzaba en el poder y solo de ese modo he podido prolongar una vida que las adjuntas certificaciones prueban hasta cuándo está amenazada. Pero hoy que los nuevos deberes que me ha impuesto la investidura que debo a la munificencia de mi soberana me privan de aquel recurso, mi salud decae, mis fuerzas se abaten y mi vida está muy amenazada. Mi deseo, Excmo. señor, es servir a mi reina, serle útil todavía y hasta tanto que no la haya pagado, si es que pagarse puede, la inmensa deuda que la gratitud me ha impuesto por multiplicados favores en que he sido colmado. Pero para poder hacerlo de una manera eficaz, es menester que recupere el vigor perdido; es preciso que me recobre de esas dolencias corporales que hoy me inutilizan; y esto, Excmo. señor, en la libertad solo de la vida privada puedo conseguirlo. El ejercicio continuo a caballo y la carencia de toda preocupación de mando es el único remedio conocido para mis crecientes i padecimientos. Respecto de ellos aún podré, bajo las órdenes de mi digno capitán general, ser útil, para cuanto sea necesario un hombre de acción que desea derramar su sangre en defensa de los derechos de su reina. La menor perturbación del orden o una amenaza extranjera, me hallarían pronto a obedecer las órdenes del jefe que me ordenase contenerlos, así como a prestar cualquier otro servicio que se exigiese de mí. Por todas estas razones, debo concluir rogando a V. E. se sirva impetrar de S. M. la gracia de admitir mi dimisión; que respetuosamente le presento, del cargo de capitán general de esta isla y permitirme descansar en el seno de mi familia los cortos días que la Divina Providencia se sirva contarme. Dios guarde a V. E. muchos años. Excmo. Firmado Pedro Santana. Excmo. señor ministro de Guerra y Ultramar.

CAPÍTULO X

ESTRUCTURA DEL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO CONTRA LA ANEXIÓN SUMARIO Desaciertos del arzobispo Monzón. Violaciones al principio de la libertad de conciencia y cultos. Ataques al clero dominicano, a los metodistas y a la masonería. Desastres del régimen fiscal y del papel moneda. Intento de desalojo por la fuerza de los poblados de los valles del Guayamico y del Artibonito.

La renuncia de Santana tiene doble valor en el recuento de los elementos preparatorios y quebrantadores del orden social en que ha de cimentarse todo régimen gubernativo; doble valor, decimos, por lo que en sí significa esa renuncia de la jefatura del gobierno que tanto ambicionó, y porque para beneficio de la causa de la Revolución Restauradora fue sustituido por don Felipe Ribero y Lemoine que, gracias a su estrechez de miras, a su falta de tacto político y a sus desacertadas y torpes disposiciones como capitán general, aumentaron el malestar público, echó combustible y atizó la candela de la insurrección con las más inoperantes e inadecuadas disposiciones dictadas con supino desconocimiento de los hábitos y de las costumbres del pueblo dominicano. Ninguno de los capitanes generales desbarró tanto como Ribero, ninguno contribuyó tanto al incremento del espíritu revolucionario, ninguno como él estimuló más la animadversión del pueblo contra la Anexión y singularmente contra los militares, los civiles, la clase clerical las 125

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sectas religiosas, los masones, las comerciantes, los hombres del agro y de las urbes y de cuantos se vieron afectados de algún modo por sus desaconsejadas e inopinadas disposiciones gubernativas y, sobre todo, por el régimen de fuerza que implantó en el país. Acerca de sus torpezas y de la brutalidad de sus actos escribió entre, otras cosas, el señor Agente Comercial americano al secretario Seward el 26 de octubre del 1863 lo siguiente: La imbecilidad de Ribero, la mala administración y el hecho de retener en cargos públicos a hombres como el general Buceta, reciente gobernador de Santiago y del Cibao, han sido las causas que han motivado esta última revolución, causando la ruina y la desolación del país. Al proseguir la reseña de las causas secundarias de la Revolución Restauradora, sobre todo de su segundo período que inauguró el 21 de febrero de 1863 la memorable rebelión de Lucas Evangelista de Peña, en Guayubín, debemos recordar que desde las postrimerías del gobierno de Santana, el arzobispo español don Bienvenido Monzón y Martín dio comienzo a sus ataques contra la francmasonería nacional, que hasta intentó cerrar las logias e incautarse de sus archivos, que en flagrante violación del principio de la libertad de conciencia y de cultos descargó la ira de su fanatismo religioso contra la iglesia metodista, que luego irritó hasta la exasperación a la clase clerical dominicana preterida por los sacerdotes españoles que los desposeyeron graciosamente de sus dignidades y de sus modestos recursos de subsistencia. El descontento del pueblo dominicano tuvo grandes proyecciones en el espíritu revolucionario. Recojamos en este libro el testimonio de la historia acerca de cuanto hicieron y del fervor patriótico con que se consagraron los clérigos a la causa de emancipación de la República y la aflictiva condición a que los redujo la autoridad del prelado español. Bastaría meditar un poco en el efecto que debió producir en la conciencia moral de la clase clerical dominicana la ingerencia y la fiscalización que ejerció el prelado en la vida de ellos, no sin

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herirlos con amonestaciones y reconvenciones contra la deshonestidad del apostolado sacerdotal y con la forma como se permitió humillarlos hasta destruir sus derechos humanos y enrarecer sus medios de subsistencia, ya que los redujo a vivir conforme a una dotación fija de cincuenta pesos y la prohibición de recibir ningún emolumento por los servicios pastorales que prestasen. La reacción contra el vituperio y contra la humillación a que fueron sometidos vino a robustecer la protesta general armada contra el odioso régimen de la anexión, desacreditado por las violencias de sus funcionarios, de cuyos desaciertos debían rendir cuenta a S. M. Isabel II de España al correr del tiempo para descargo de su responsabilidad y justificación de sus graves errores. Aunque la protesta asoma en los picos de la pluma, no asombra a los dominicanos ni deben lastimar al clero dominicano al cabo de cien años de sacerdocio honesto las palabras que para sincerarse pronunció en el senado el arzobispo señor Monzón el 26 de enero de 1865, de las cuales se hace eco sazonándolas el señor González Tablas: El clero que los españoles encontró en la isla no era por desgracia un clero virtuoso y digno según lo demostró con su autorizada palabra el arzobispo señor Monzón, en la sesión del Senado del día 26 de enero de 1865. Sus pasiones, sus vicios, sus intransigencias, su libertinaje, le hacían indigno a los ojos de todo el que no ignorase la gran misión que le está encomendada.1 Claro, a la hora de la rendición de cuentas no podía producirse de otro modo en aquella cámara el señor arzobispo español, pues él, con su desafortunada misión pastoral había contribuido al desastre que selló en la historia, con descrédito del régimen colonial español en América, el último dominio de España en Santo Domingo. A la hora en que las Cortes debían sancionar el abandono del territorio dominicano que Cánovas del Castillo la consideró como 1

Historia de la dominación, p. 57.

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«equivalente a una derrota», con la abrogación del Real Decreto del 19 de mayo de 1861 todos los que tenían alguna responsabilidad en el escandaloso fracaso de España en Santo Domingo invocaron todo género de razones para justificar sus hechos y hasta pretendieron echar sobre los hombros de otro el peso de sus propias responsabilidades. Al partido Unión Liberal, porque se dejó embaucar por Santana y condujo a España al ridículo; de la Gándara a Peláez, por inepto; y a Ribero por variar sus planes de campaña, Ribero a Santana por sus irrefrenables pasiones partidistas, Santana a los enemigos de la patria, por su convivencia con Geffrard y en su espera de acción, el arzobispo Monzón con sobradas razones al clero nacional por su colaboración en la causa de la revolución, la cual es acreedora a nuestro aplauso al cabo de esta centuria en que celebramos las gloriosas gestas de la Restauración. Copiamos de Gándara el comentario que hace a un informe del general Velazco acerca del general Hungría, por la referencia que contiene de la participación del clero del Cibao en la Guerra Restauradora. El testimonio del hoy general Velazco, consignado en sus numerosas comunicaciones oficiales y en los apreciables manuscritos que tenemos a la vista, daría gran fuerza a las opiniones de aquel distinguido jefe dominicano, aunque no los hubieran justificado los sucesos tan cumplidamente. La del país según él, nos iba por momentos volviendo la espalda, causa sobre todo de los manejos del clero, que impaciente por recobrar su antigua libertad trabajaba, e influía con los pedáneos para que exagerando la alarma, las precauciones y los atropellos aumentasen la irritación y el malestar que así pudieran generalizarse casi instantáneamente. No solo fueron –agrega– los eclesiásticos y los pedáneos agentes públicos de deserción entre los individuos de la reserva sino que ellos mismos los conducían después al campo rebelde...

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Asimismo, las diatribas del ilustre prelado español contra la fracmasonería salpicaron la historia de improperios indignos del recato de un ministro del señor. Sin embargo, fue más hiriente respecto de los clérigos a quienes trató como a gente disoluta y depravada, y tanto como a los prosélitos de la secta metodista a quienes calificó de heréticos sin parar mientes en la libertad de cultos y en los tratados internacionales que los amparaban. De la fracmasonería no se limitó a exponer, que conocía sus estatutos y sus ritos, que sabía cómo eran las insignias y los títulos según los grados y que por otros datos «pudo deducir» que la fracmasonería de Santo Domingo es la misma que ha sido condenada y anatematizada en diferentes ocasiones por la Iglesia; la misma que, como sociedad secreta, reprueban también las leyes civiles y castiga nuestro código penal vigente en aquella isla. Pero soslaya la consideración de la fracmasonería como institución de educación moral, para situarse de pleno en el campo de la política o intervenir en los debates del orden del día de aquella cámara, que era el fracaso de España en Santo Domingo. Y puesto que a él le tocaba gran parte de la responsabilidad de ese fracaso por sus ejecutorias como superior jerarca del clero, tenía que arrimarse con sus pronunciamientos políticos a los que vociferaban para eludir los reproches, las censuras y los cargos que los partidarios de la desocupación arrojaron sobre ellos. Textualmente copiamos de la obra de González Tablas: Y aún dado y no concedido, que fuese cierto, lo que han informado al señor Gándara, como para atenuar la importancia de la fracmasonería dominicana a saber: que había tenido en aquel país un carácter político más bien que religioso, resultaría que esto, sin disminuir en nada su gravedad y su malicia en el orden religioso, en el orden político el gravísimo peligro en que podría poner en casos dados al buen gobierno y la tranquilidad de la isla; pues que afiliados a la fracmasonería con carácter político los sujetos más influyentes del país, como se confiesa en el informe, mediando entre ellos las íntimas relaciones, compromisos y juramentos que sabemos median

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siempre entre los adictos de tales sociedades y teniendo en sus manos los grandes medios de comunicación y de acción que les proporciona su organización secreta y su ramificación en toda la isla pueden llegar a promover serios conflictos y, aun revoluciones y cambios políticos sin que las autoridades puedan prevenirlo y remediarlo a pesar de su celo y vigilancia. En estas consideraciones están las premisas de las conclusiones con que el señor González Tablas calza los comentarios de Monzón y que aparece la fracmasonería como el principal ingrediente de la revolución: Puede pues asegurarse que todo el cúmulo de conspiraciones, trastornos y delitos públicos que tanto han trabajado y empobrecido aquel país, fueron concertados en aquellas cátedras. Allí donde con tanto trabajo y lentitud se comunicaban las órdenes del gobierno que velaba por el orden, la tranquilidad y el bienestar público, existían medios para participarse rápidamente y por más especiales los acuerdos de las logias y así se fraguó la gran conspiración. Pero no menos que el tratamiento infamante del clero dominicano, la intolerancia de cultos y el ataque a la fracmasonería fue el incremento que el espíritu revolucionario ganó a causa de la perturbación social que produjeron, singularmente en los pueblos aledaños a la frontera, las pastorales contra los amancebamientos, el impiadoso discrimen de los hijos naturales y la afrenta que se arrojaron desde los púlpitos parroquiales al rostro de muchos fervorosos cristianos cuyo único crimen era haber procreado su prole al margen de la ley. Y como las mancebas no eran pocas y por centenares podrían contarse los hijos ilegítimos afrentados, no podemos dejar sin apuntar la repercusión que debieron tener en el espíritu revolucionario las ocurrencias y los desorbitados celos del arzobispo Monzón contra ese estado civil tolerado por la sociedad y por los gobiernos y en cierto modo explicable por la tradición y

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el hábito feudal de la pernada que los colonos trajeron de la parte haitiana de la isla e inculcaron a los abuelos de la mayoría de los pobladores de la zona fronteriza. Aquello conmovió las bases de la organización social y de esas familias trashumantes, ya radicadas en tierra dominicana y haciendo parte en la estructura étnica de los rayanos, y allí, y con las protestas y el escándalo cobró fuerzas e ímpetu del espíritu revolucionario para llevar hacia adelante la insurrección total del país contra la Anexión. El historiador señor Ramón González Tablas, después de hacer algunas consideraciones de ese estado social, dice: El número de hombres que poseían una sola mujer era muy escaso, comparativamente considerado con el de los que tenía dos, tres, cuatro, cinco y mayor número teniendo generalmente hijos, si no en todas ellas, en la mayor parte, particularmente en la raza africana, en las cuales la fecundidad es una de las condiciones naturales. En situación tan extraordinaria que no podía haber previsto ningún concilio ni legislador de las naciones católicas, la prudencia y la religión misma aconsejaban que se respetase lo existente que había adquirido condiciones de legalidad, por la costumbre sancionada por el tiempo y que se dictasen reglas para impedir que el mal continuase en lo sucesivo. Para que se tenga una idea exacta de las ocurrencias del arzobispo Monzón, trasladamos de la obra de Gándara algunos párrafos de su pastoral del 1 de enero de 1863, dirigida a los párrocos. A fin de que con mayor amplitud podáis ejercer tan santo ministerio en bien y provecho de las almas no solo os damos y confirmamos las facultades y licencias que al presente tenéis y han solido tener vuestros antecesores, sino que además, en uso de nuestra potestad ordinaria y de la extraordinaria que se ha dignado delegarnos temporalmente Su Santidad en la parte que podemos y debemos usarla, os damos y concedemos por el tiempo prorrogable de un año, la facultad de

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absolver de los reservados sinodales de este arzobispado, de habilidad ad petendum delitum conjugale a los casados incestuosos o que hayan contraído matrimonio con voto simple de castidad, de bendecir y aplicar a los moribundos verdaderamente arrepentidos una indulgencia plenaria guardando la fórmula del Papa Benedicto XIV, y para que mientras dure el cumplimiento la Iglesia de este año, que podréis anticipar o prolongar cuanto creyéreis necesario al bien de nuestros feligreses podáis absolver en el acto de la confesión sacramental de las penas y censuras eclesiásticas reservadas a Su Santidad en que indudablemente incurren los que se hallan afiliados en las sociedades secretas de los masones, carbonarios u otras semejantes reprobadas y condenadas por la Iglesia, y porque nos por nuestra parte también reprobamos, condenamos y anatematizamos y asimismo los que hayan prestado o presten su apoyo, favor y protección; con tal que verdaderamente arrepentidos de su culpa se separen enteramente de su sociedad secreta o secta, y la abjuren y entreguen en vuestras manos los libros, manuscritos e insignias que conserven en su poder pertenecientes a ella, los cuales procurareis transmitirnos con cautela y diligencia. Dice La Gándara: ...más adelante se ordenaba en esa misma pastoral a los párrocos que contestasen un interrogatorio en el cual había entre otras preguntas las siguientes: 9. Cuántos son los matrimonios legítimos que hay en la parroquia y de estos cuántos viven unidos y cuántos separados y por qué, cuántos son los que solo están civilmente y cuántos los que viven en notorio contubernio, o públicamente amancebados. Tanto de los matrimonios separados sin la debida autorización como de los casados civilmente y de los públicamente amancebados mandarán una lista nominal por separado a nuestra secretaría y gobierno para los usos y efectos convenientes.

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10. Si en el radio de la parroquia hay algunos herejes, cuántos sean en número, cuál su origen y procedencia, a qué sector pertenecen, si celebran públicamente su culto en alguna capilla o sitio determinado y si ejercen algún modo de propaganda entre los católicos; si sabe que hay algunos iniciados en las logias de masones carbonarios y otras sociedades secretas reprobadas por la Iglesia; y, por fin, si hay entre el pueblo alguna superstición, vana observancia a cualquiera práctica abusiva o costumbre escandalosa, ya con motivo de algunos bailes y reuniones nocturnas, ya con ocasión de bodas o esponsales, de fiestas y de funciones o de cualquier otro pretexto. Entre otros componentes que vinieron a sumarse al complejo del espíritu revolucionario y que consideramos como de tercera categoría porque no emanaron de las compulsiones del patriotismo puro, ni de las violaciones y vejámenes que se cometieron contra los derechos humanos, contra la vida, contra el honor y contra la libertad de conciencia y de cultos, sino que dependieron directamente, las unas, de las peculiares condiciones climatéricas y sanitarias del país y las otras, de las circunstancias financieras con las contingencias que en aquellos días afectaron el libre cambio de la moneda, los ingresos fiscales, el comercio externo e interno; con graves efectos los primeros, en el desmedro de la subsistencia y del espíritu combativo del ejército español; los segundos entorpeciendo las regulares operaciones comerciales y las rudimentales explotaciones agrícolas con gran prejuicio para el pueblo e irrefrenable excitación contra el gobierno. No tenemos que extendernos mucho en cuanto a las condiciones de insalubridad del país, ni a las peculiares circunstancias meteorológicas que nos son propias como tierra de la zona tropical que todo dominicano conoce, inhóspita singularmente para los soldados procedentes de España que tenían que salir de campaña, vadeando ríos, a veces desbordados, chapoteando ciénegas y marismas para después de trasponer dilatados valles, bosques sombríos y sierras enhiestas bajo aguaceros torrenciales dar caza

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a las bandas de insurrectos que enarbolaban la bandera de la cruz y de los Evangelios. La topografía, el rigor del clima, la fatiga de las marchas, la deficiente alimentación, la tensión nerviosa que producía en las tropas en marcha el guerrilleo sorpresivo, súbito y fugaz, que esperaban de continuo sufrir en cada vereda y por todos los caminos, las vigilias en los cantones siempre alerta fueron con las endemias, especialmente la malaria, la disentería, la fiebre amarilla, la buba, la úlcera tropical, de los grandes males que diezmaron aquellas tropas, disminuyeron su capacidad combativa y relajaron el denuedo del soldado español. Como dato más elocuente de cuanto podamos decir, basta citar para cierre de estos comentarios, la nota que el agente consular de los EE.UU. de América, señor Yaeger, pasó el día 3 de julio de 1862 al secretario Seward: El día 1 de julio llegaron 1,000 soldados procedentes de La Habana. De los 5,000 que desembarcaron anteriormente solo quedan unos 300; todos los demás han muerto de fiebre amarilla, y de los que quedan mueren diariamente de veinte a treinta. Debido a las incesantes lluvias y al estado asqueroso de la ciudad, no hay esperanza de que la fiebre desaparezca. Y agrega Sumner Welles: En el curso de los siguientes cinco meses mil más murieron, y los soldados venidos de Cuba y Puerto Rico los que debían estar aclimatados, morían por centenares. El holocausto era tan aterrador; los signos de descontento tan evidentes y formidables entre los dominicanos y las amenazas de un motín entre las tropas españolas eran tan desconcertantes que Ribero se alarmó. En cuanto al segundo grupo, esto es, los que sobrevivieron del rudimental estado y desorganización del régimen fiscal, vale

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decir, en síntesis, que todas las providencias que se dictaron, justas o injustas, afectaron en forma tal el comercio y el libre curso de nuestro papel moneda que redundaron en provecho del espíritu revolucionario. Las quejas que suscitó en casi todo el país la falta de equidad en la estimación de los capitales que sirvió de base para fijar las cuotas por concepto de patentes culminó en el cierre de muchos establecimientos comerciales; la prohibición del curso de la papeleta provocó que el comercio de Santiago de los Caballeros cerrara sus almacenes y hasta faltó la carne y los víveres del consumo diario. Aunque apresuradamente se suspendió la orden de prohibición, el escándalo cundió por todas partes y la irritación contra el gobierno no pudo evitarse. A los comerciantes quisieron también cargarles la responsabilidad de los graves errores que aumentaron el descontento y dieron más bases a la revolución. Contra esta clase que amasa con afanes y grandes sacrificios gran parte de la riqueza pública dice textualmente el señor don Ramón González Tablas: Como los mercaderes eran pocos y todos dispuestos a enriquecerse sin reparar en los medios, se asociaban para acopiar, en épocas inesperadas, el mayor número posible de papelmoneda y después que lo tenían en su poder, lo cual era fácil en un país tan pobre y donde no había metálico le daban un alza sorprendente para el desventurado que había de vender el fruto de su trabajo; cuando los billetes o, como en el país decían con propiedad, las papeletas habían salido de las tiendas, entonces era segura su baja para que volviera a manos de sus antiguos poseedores. Esto es positivo por más que parezca increíble, y nadie lo ignora entre los que conocen las cosas de Santo Domingo.2 Esta versión desconsiderada, que no confirman categóricamente la constante tradición, ni la historia, debe ser repetida por otros 2

Historia de la dominación, p. 57.

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hechos registrados en la historia que el señor González Tablas ha tenido a bien cubrir con el velo del silencio. Nada dice este ilustre historiador acerca de la reforma de la tarifa arancelaria por virtud de la cual se impuso un derecho de importación de 30% a los productos extranjeros y solo un 9% a los procedentes de España. En materia de tributación fiscal, veamos lo que dice en su carta del 2 de octubre de 1863 al secretario de Estado, el cónsul William W. Yaeger: Las exacciones arbitrarias y los impuestos excesivos que oprimen al pueblo de esta isla para mantener una horda de ociosos oficiales españoles han desanimado a los habitantes a tal extremo que la mayoría han abandonado sus labranzas y cortes de madera y aquellos se han convertido en «botados» de hierbas malas [...]. El comercio está muerto y la exportación de productos ha sido casi totalmente suspendida. La ruina se cierne sobre los comerciantes del país. En la serie de componentes o causas que acabamos de exponer y comentar como partes del complejo del espíritu revolucionario, hay un hecho que llegó a tener una importancia decisiva entre los que preparan los ánimos y le dieron vigor a la sublevación que en Capotillo encendio las llamas revolucionarias y anunciaron al correr de los días la apoteosis de la redención de la Patria. Sea por la ayuda que los haitianos daban a los revolucionarios, sea porque algunos de los más connotados cabecillas de las insurrecciones de Guayubín y Sabaneta habían atravesado la frontera y otros se ocultaron en los bosques y en las poblaciones que se habían apoderado de aquella zona; considerando el gobierno español que no sería posible consolidar el orden y la paz y por el peligro que representaba la ocupación haitiana de esas tierras, resolvió no tolerar más esa ocupación como lo habían hecho los gobiernos dominicanos, e invocando el Tratado de Aranjuez del día 30 de junio de 1777, determinó ultimar el desalojo a todos los haitianos radicados allí hacía más de treinta años y hasta se consideró de «urgencia»

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que las fuerzas haitianas desalojaron a Bánica, Las Caobas, Hincha y San Miguel. El cónsul español en Puerto Príncipe remitió una nota muy enérgica al presidente Geffrard que contenía conclusiones terminantes: Partant et vu ce qui vient d’otre exposé le soussigné espére que le Gouvernement de la République voudra bien ordenner les dispositions qu'il jugera convenables pour arriver a ce que ses détachements se retirent a sus anciennes limites.3 Señala Manuel Arturo Peña Battle: Que el gobierno haitiano envió al señor Thomas Madiou a Madrid en calidad de ministro plenipotenciario, con la misión especial de arreglar el diferendo pendiente. El ministro de Estado Español, después de las primeras conferencias, desistió de la reclamación de su gobierno y reconoció según afirman los autores haitianos el derecho de Haití. La noticia de la ejecución del plan llegó rápidamente a los caseríos de los valles del Guayamico y de Artibonito, cundió por las sierras y se extendió casi por toda la zona fronteriza. La resonancia de las protestas y del escándalo tuvo mucha repercusión por aquellos ámbitos y no bastaron las seguridades que dio al pueblo el entonces jefe de la frontera general Antonio A. Alfau de que «el día en que el gobierno de S. M. tomara posesión de los pueblos ocupados por los haitianos haría respetar las propiedades legítimamente adquiridas». Muy lejos estaban estas seguridades, fundadas en la legalidad de la posesión de estas tierras usurpadas, de acallar el frenesí de aquel escándalo cuya cólera subió de grado y se hizo tumultuosa cuando se supo que las compañías de granaderos y la de 3 St. Amand, citado de M. A. Peña Batlle, Historia de la cuestión fronteriza domínico-haitiana, Ciudad Trujillo, Luis Sánchez Andújar, 1946, p. 150.

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cazadores del batallón San Quintín habían salido de Santiago para ocupar, la primera a Dajabón, y la segunda a Capotillo y cuando Terminado el plazo de prórroga que se les dio para recoger los frutos que habían sembrado y desocupar los caseríos en que vivían desde treinta años antes [...]. Ya se ha visto que gracias a las gestiones del Plenipotenciario haitiano en Madrid, esa empresa emprendida con gran aparato de fuerza y simulaciones militares en la frontera no se llevaría al cabo, pero puede afirmarse que fue muy beneficioso para la causa de nuestra revolución –dice el general Gándara–: Ella dio a los conspiradores dominicanos agentes eficaces y a los pelotones rebeldes un contingente valiosísimo. No necesitaban los fronterizos haitianos de estímulos tan poderosos para querernos mal; pero hay que reconocer que aquella medida, una de las más torpes entre todas las que entonces se adaptaran y que son merecedoras de ese calificativo, les aumentó su odio a España y los convirtió en encarnizados enemigos nuestros [...]. Nada podía ser más odioso para aquellas gentes que la orden de despojo dada a los destacamentos de Dajabón y Capotillo, cumplida en los términos que hemos visto, obligándolos a que se alejaran de la extensa zona que poseían como dueños y la cual no se les permitió vivir ni como residentes. Los acontecimientos que relatamos en el capítulo próximo, todos preparatorios de los pronunciamientos y actos heroicos que en definitiva dieron cabal realización al ideal restaurador, permitirán el lector estimar la importancia de aquella conmoción popular en cuanto al vigor, alientos y empuje que dio a las guerrillas que en Capotillo sostenían enhiesta la bandera de la Revolución aparentemente debelada, aparentemente muerta. Sin embargo se hablaba en aquella parte de la frontera de la rebelión que se estaba fraguando y de los propósitos de que este movimiento fuese respaldado por todo el país, de que tuviese, como tuvo, el carácter de una revolución nacional.

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Los medios disponibles, la pericia y el valor de los generales que se pondrían al frente de la nueva insurrección, la de Agosto de 1863, la fe en el triunfo de las armas dominicanas y la cooperación decidida de todos esos pueblos lastimados por las drásticas órdenes «de abandono y desahucio» se hacían ostensibles en los alarmantes indicios de la conjura última que conduciría a todos los ciudadanos dominicanos a la guerra definitiva no contra España, sino contra el régimen colonial que le habían impuesto Santana y sus áulicos. Pocos eran los que ignoraban en aquella zona el progreso que había alcanzado la conspiración y el entusiasmo con que las guerrillas volantes de Capotillo, conforme a las consignas, aguardaban para entrar en combate al grito de ¡Viva la República! En un diario, recogido por el general Gándara en su libro ya citado, aparece la noticia de la rebelión en boca de una aldeana residuo de aquella clase social de la época del Imperio haitiano que se dio en llamar de la nobleza. En el diario dice D. Alejandro de Carpentier y Roig que se encontraba en el escenario de los acontecimientos de Capotillo en aquellos días… Los españoles que allí estábamos nos reuníamos con frecuencia en casa de Madama Hortensia, condesa de Tiburón y dama de honor que había sido en tiempo de Faustino 1 (Soulouque) [...]. Ella fue la que llevada por sus simpatías a los oficiales españoles les advirtió varias veces del peligro en que vivían y del conflicto próximo a estallar, pues resuelto estaba por los dominicanos de Haití emigrados y por los que habitaban en la frontera conforme al parecer de nuestro gobierno, llevar a cabo un levantamiento general que les devolviera su perdida independencia [...]. A estos trabajos –agrega Gándara– ayudaban con toda su fuerza, que no era escasa ni despreciable, los colonos de aquellos lugares, a quienes nosotros habíamos despojados de su fortuna obligándolos a abandonar sus casas y sus campos [...]. He ahí cómo se acumulaban materiales para la rebelión de Agosto de 1863.

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Las noticias y los fundados vaticinios de la gran rebelión ya a punto de estallar llegaron a ser tan alarmantes que se apresuró comunicar a su gobierno no solo que «la revolución era inminente y sería terrible» sino que «insinuaba la idea de que sería conveniente pensar en el abandono de la isla». Refiriéndose a ese oficio de Ribero a su gobierno, dice Gándara: Esta comunicación lleva la fecha del 11 de junio, y es un angustioso grito de alarma que cierra el primer período de nuestro gobierno en Santo Domingo, e inaugura aquella lucha terrible a cuyo término supo el país con certeza cuánto había perdido en esta incesante aventura. Y agregamos nosotros: en que metieron a España mediante la superchería más burda y de ningún modo justificable que registra la historia contemporánea del mundo, Santana, Serrano y O’Donnell.

CAPÍTULO XI

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Amplitud del significado de la palabra Restauración. Movimientos revolucionarios del Sur. Sánchez como símbolo y como apóstol de la revolución. Entrada de Sánchez en el territorio nacional y sus compañeros. Las tres rutas de los expedicionarios. Insurrección de Moca. Primer patíbulo. Opinión del historiador don Ramón González Tablas acerca de esta insurrección. Opinión del historiador don José de la Gándara. Asaltos de El Cercado y de Las Matas. Fracaso de Tabera en Neiba. Relato del historiador Ramón Lugo Lovatón.

Debemos ocuparnos ahora de la memorable Guerra de la Restauración que comenzó según nuestro parecer en el corazón de todos los dominicanos que en la hora misma en que bajaron la bandera de Febrero para enhestar en su lugar la enseña de España sintieron en el hondón del alma el desgarramiento que produce toda afrenta, ese inefable temblor con que la ignominia conmueve siempre la conciencia moral del hombre de vergüenza. El estupor que muchos sintieron en aquella hora, el dolor que los embargó, la indignación y el bochorno que les hirieron como de muerte las fibras del patriotismo y el resentimiento callado, eran ya la protesta cohibida; eran ya los primeros sacudimientos

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emocionales, la reacción confusa y todavía sin el lumen con el que el verbo ilumina en la conciencia las ideas y los sentimientos que hacen el alma de la acción heroica. Francisco del Rosario Sánchez fue para la conciencia pública dominicana, ya lo hemos dicho, el logos de la Revolución; él encarnó en su propio ser, viva y paciente hasta el holocausto, la idea de la libertad. Nos basta ese juicio como norma rectora para estimar como episodio de gran significación revolucionaria la presencia en la patria de Francisco del Rosario Sánchez y de sus iluminados compañeros. Clásico fue el día en que transpusieron la línea fronteriza y vinieron a desplegar en acción de guerra en los campos del Sur la bandera de la redención. Rendimos homenaje y reverenciamos a los historiógrafos y comentaristas de la Guerra Restauradora, pero se nos permita que sin menosprecio del restringido sentido del vocablo «restauración», aplicado hasta ahora solo a los episodios que se cuentan desde la gesta de Capotillo, usemos el término en un sentido tan amplio que abarque en su significación todo cuanto constituyó una protesta cívica o un acto bélico contra la Anexión. Nada se opone a la amplitud de nuestra comprensión. La palabra Restauración bien puede significar una meta: la redención de la patria; ya el último estadio de la guerra; ya el conjunto de los episodios de este período final que culminaron con el embarque de las tropas españolas y la restitución de la República a la plenitud de su soberanía. Pero siempre significan un movimiento nacional contra la Anexión. De otra parte, en el caso de esta guerra que ahora nos ocupa, todos los hechos que alcanzaron expresión de validez histórica, por inconexos que parezcan y cualquiera que sea la distancia de tiempo o de espacio que medió entre ellos, tuvieron todos, para valerme de un término aritmético, un común denominador. Ese común denominador era el espíritu de la Revolución Restauradora, el ánimo conturbado de la Patria, el alma unitaria de la República rediviva en todas las protestas, en todas las aclamaciones populares, en todos los gritos de guerra que llamaron a los dominicanos a la pelea, en

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Moca o en Neiba, en Guayubín o en Capotillo, en los desfiladeros aledaños a Guanuma o en los cerros de La Canela. Es ese común denominador el alma de la epopeya que en los arrebatos de la inspiración creadora dará al vate los alientos apolíneos del canto heroico de la proeza memorable. Hemos llamado día clásico de la Revolución Restauradora a aquel en que Sánchez y sus compañeros atravesaron la frontera y hollaron con sus plantas el territorio nacional. Todos los historiadores y comentaristas señalan el hecho y ponen énfasis en su importancia, pero unos silencian su fecha, otros discrepan en cuanto a su fijación precisa; el historiador don Emilio Rodríguez Demorizi, quien es acreedor a la mejor buena fe de los estudiosos y cultores de la historia porque su linterna ha clarificado muchos errores y no pocas verdades, dice categóricamente que la invasión se inició el 1ro. de junio a las 4 de la tarde. La verdad incuestionable es que un día de las postrimerías de aquel mes, Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y Fernando Tabera pasaron la frontera con una legión de patriotas que distribuidos convenientemente entraron en los pueblos de Las Matas, de Neiba y de El Cercado y dieron a la historia el segundo episodio memorable de la Guerra Restauradora. Dejamos a las exigencias del nacionalismo recalcitrante, tal vez exaltado por las pasiones partidistas, el mal que vieron en la entrada de nuestros héroes por Haití y en la cooperación que los expedicionarios recibieron de los combatientes haitianos que con ellos vinieron. La estatura patriótica de Sánchez y la sublimidad del ideal que lo trajo al palenque a luchar a muerte con los anexionistas podían resistir todos los ataques de la suspicacia y de la maledicencia, porque él, más que la bandera, era en esa empresa el verbo y la encarnación de la revolución. De la consustanciación en Sánchez de la idea de patria y el sentimiento de la libertad, le vino en aquella hora de tinieblas y de suprema resignación a la muerte la poderosa mística de la misión que le inspiró a la hora del sacrificio, las palabras memorables que ha recogido la historia; Tibi soli peccavi et malum coram te feci… Pero

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dejemos al hombre símbolo y vengamos al de carne y hueso, apóstol y combatiente, cruzado de la causa más restauradora que «regeneradora», si es que en el fondo de estos términos no palpita la misma idea de redención de Patria y Libertad. Con ese lema vino al combate, con esa consigna se acercaron a él y lo acompañaron en aquella empresa que nadie puede preterir el séquito de patricios que vinieron a poner en marcha el carro de la guerra. La Universidad Autónoma de Santo Domingo quiere alumbrar con el homenaje de gloria que rinde a los soldados de la revolución en el Primer Centenario de la Restauración a aquellos denodados adalides que vinieron con Francisco del Rosario Sánchez a darse a la tragedia y al sacrificio como ofrenda propiciatoria en aras de la Patria. Y ahí están en la historia, nimbados por los destellos de la gloria; ahí están en la espera, ya larga de cien años, de los émulos que han de venir a la regeneración definitiva del pueblo dominicano, hoy más atormentado que nunca por los odios y las discordias… ahí están los manes de aquellos legendarios que en vida fueron Gabino Simonó, Félix Mariano Lluberes, José Antonio Figueroa, Rafael Rodríguez, Pedro Alejandrino Pina, Timoteo Ogando, León Güílamo, Juan Erazo, Manuel Baldemora, Pedro Zorrilla, Benigno del Castillo, Francisco Martínez, Félix Mota, Domingo Piñeiro, Juan Gregorio Rincón, Miguel Saviñón, Domingo Ramírez, Rudescindo de León, Julián Morris, José de Jesús Paredes, Luciano Solís, José Corporán, Baltazar Belén y Pérez, Epifanio Sierra, Joaquín Báez, Rafael Aguirre, José Ciprián, Segundo Alcántara, José Curiel, Francisco Hungría, Antonio Suero, entre los más connotados, que según la historia se contaron quinientos entre haitianos y dominicanos. Las respectivas rutas de los tres dirigentes, los jefes de operaciones Sánchez, Cabral y Tabera fueron los de El Cercado, Las Matas y Neiba. Sánchez sacudió el 30 de mayo El Cercado, con el grito de José Contreras en Moca: ¡Viva la República! y enhestó gallarda la bandera de la cruz; el día 15 Cabral atacó y tomó no obstante la

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resistencia que se le opuso, Las Matas; Tabera tuvo que alejarse de Neiba acosado por las fuerzas españolas desplegadas contra él; pero todos habrán de retirarse y no importa. Son los protagonistas principales de este episodio regional de la revolución. Muchos de ellos, como José Contreras y Francisco del Rosario Sánchez, tendrán como precio de su heroísmo el suplicio que les ganó el beso de la gloria y de la inmortalidad. Aunque fugaz y de poca repercusión, el episodio de Moca vale menos por la prioridad que por el patíbulo con que inútilmente pretendió Santana escarmentar a los revolucionarios. El denodado José Contreras, que a los tres meses y días del manifiesto de Sánchez dio al Cibao el grito de guerra de ¡Viva la República! al pie de la bandera que enarboló en el puesto militar de Moca, pasó a la gloria por su proeza y su martirio. Lo fugaz y desventurado de los sucesos de Moca y de las poblaciones del Sur sacudidas por la empresa de los expedicionarios de Sánchez es memorable por el cadalso horrendo que los epilogó. Con José Contreras cayeron, fulminados por la descarga de la fusilería de Santana, José María Rodríguez, José Inocencio Reyes y Cayetano Germosén. A reserva de proseguir luego la narración de los cadalsos de Moca y de San Juan, no creemos desprovisto de cierto interés el relato de algunos de los incidentes que vinieron aparejados a estos pronunciamientos. Así se verá el contingente de tropas que se movió para contrarrestarlos, la conducta que observaron los dirigentes respecto de los inmisericordiosos fusilamientos y los juicios que merecieron de los historiadores coetáneos los rasgos de nobleza o de perversión moral que el análisis descubrió en aquellos acontecimientos. Pero, además, nos pueden servir esos juicios, ya parcializados por el interés de ocultar la verdad histórica o deformados por la sistemática tendencia de degradar nuestra cultura y nuestros valores, para calificar la honradez de aquellos historiadores. El señor don Ramón González Tablas cree que la conjuración de Moca fue fraguada en la Capital por los enemigos de Santana para que tuviera efecto en aquel pueblo como punto del corazón

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del Cibao; que en ella intervinieron unos doscientos hombres, que los sorprendidos en el puesto militar eran miembros de una guardia compuesta de diez y seis dominicanos comandados por el dominicano Juan Suero, general de la reservas, a la sazón ausente; que tan pronto como tuvo noticias del pronunciamiento voló al puesto, y aquí puede entrar la pintoresca reseña de la cual saca González Tablas a su héroe acuñado por una bravura y audacia poco común en la vida de aquellos militares. Tan pronto como Suero tuvo noticias de lo acontecido regresó a Moca; entró con sigilo en su casa, que estaba en un extremo de la ciudad. Allí su familia le dio cuantas noticias necesitaba para informarse bien de los sucesos, y se dirigió solo y disfrazado hacia el principal, para oír y hallar a los insurrectos [...]. Con la satisfacción de su propia superioridad, tuvo la audacia de mezclarse entre los conjurados oyéndoles sus planes y conversaciones de confianza. Descubierto a fin lo atacaron, haciéndole una gran herida de machete en la frente, y se trabó una horrible lucha, pero al oírse su voz se difundió el terror entre ellos y de una manera inexplicable terminó el motín, que tenía por objeto sublevar el país en masa contra la obra de Santana. No creo que los fusilamientos que motivaron la asonada fueron dictados más que por la razón de la justicia, por el rencor de Santana. Pienso que este procedió con ese extremado rigor porque con ese hecho local incipiente y fugaz, intuyó la verdad y porque había inquirido con todo ahínco; en su marcha precipitada de El Seibo al teatro de los acontecimientos [...]. El misterio que encerraba aquel suceso ha de parecer insignificante, pero muy grave en el fondo, pues consideraba que aquellos hombres que proclamaban una cosa que había dejado de existir legalmente y que así se atrevían a contrariar el orden de cosas y el poder de la nación española, no podían estar solos, por más que habían sido abandonados.

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Sin descontar su rencor, sus odios, en fin sus malas pasiones, pero singularmente la saña con que perseguía a sus enemigos políticos, no como los principales móviles de esos fusilamientos, los ejecutó con la idea de atajar el gran mal que venía sobre su nefanda obra, con un gran escarmiento que tuviera la magnitud necesaria para que sonara y repercutiese en todos los confines de la República. Grave error porque nada abona con más vitalidad, ni con tanto vigor el ideal de cualquier revolución como la sangre de sus mártires. El general Gándara participó de las presunciones de Santana en cuanto a lo grave de aquel suceso y a ese respecto dice en su obra Anexión y guerra de Santo Domingo, ya citada: El primero de estos hechos, la insurrección de Moca, revestía en medio de sus reducidas proporciones intrínsecas, extraordinaria gravedad. Moca era una población de 20,000 almas, de la provincia de La Vega, situada por lo tanto en el corazón del país. El hecho de que allí y no en un punto fronterizo hubiesen iniciados los descontentos su oposición armada, revelaba un estado de espíritu público poco satisfactorio. Además de esto, los sucesos de Moca ocurrieron a principio de mayo cuando la Anexión, bajo el punto de vista legal, se estaba consumando, lo que evidenció asimismo a todos que débil fundamento tenía la obra realizada; y lo que debió aconsejar a nuestro gobierno temperamentos y procederes distintos de los empleados. Santana apreció con exactitud estos hechos; porque les atribuyó desde luego excepcional gravedad... Por la gravedad del caso explica el general Gándara la terrible represión con que Santana sancionó el atentado contra su obra, pero antes de justificarla hace su crítica y la censura: Los insurrectos de Moca eran bastantes, y no se encontraban aislados. Santana creyó, sin embargo, cediendo a sus añejas preocupaciones de dictador americano, que aquel vagido podía ahogarse en sangre, y decretó algunos fusilamientos pero

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no curándose para nada de que lo hacía en nombre de un nuevo gobierno, cuyos primeros pasos para éxito de la obra anexionista no debió nunca coronar la violencia. Debelada y sellada con sangre patricia la insurrección de Moca del inolvidable 2 de mayo al 1861, pasemos a considerar el desenvolvimiento de los sucesos del Sur, sin lustre como hechos de armas, pero magníficos por la odisea o el martirio de sus protagonistas. Desde allá, desde el trémulo corazón del Cibao que acababa de ser hondamente conmovido por los fusilamientos de Moca, el tremebundo general Santana salió hacia las comarcas del Sur sacudidas por la presencia de Sánchez, de Cabral, de Tabera y de sus desventurados compañeros, tan pronto como se le notificó de Santo Domingo que una invasión había tenido lugar por aquella frontera. La noticia, que llegó a la Capital con una rapidez de relámpago, circuló en el pueblo abultada en forma diversa. La gente comentaba, conforme a las ficciones de su imaginación, cómo se había operado la irrupción, cuántos jefes venían comandando a los expedicionarios, quiénes eran, qué número de soldados había penetrado ya por aquellos bosques de la frontera y los combates que habían librado con las tropas españolas y los reservistas, y hasta se propaló la versión, con la consiguiente alarma de los más ingenuos y pusilánimes, de que los que nos habían invadido eran los haitianos con los designios de arrasar y saquear las propiedades conforme a sus tradicionales incursiones en nuestro suelo. Lo cierto es que el gobierno supo seguido quiénes capitaneaban a aquellos expedicionarios, que en las filas de estos había muchos haitianos, se estimó que el número de tropa era de unos quinientos hombres y hasta se dijo en las esferas oficiales que ya se habían «apoderado» de Neiba y de Las Matas. Nada podía ocultar al pueblo que el gobierno estaba contemplando un estado de guerra y pronto la curiosidad pública, los comentarios y las propagandas subieron de punto cuando viéronse atravesar por la Plaza de Armas pelotones de soldados, fusiles y frazadas terciados, mochila a la espalda, que salían para el Sur el

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bando del general Antonio Abad Alfau y como jefe de una brigada de españoles, de la misma División, el brigadier Antonio Peláez. Al frente de las tropas concentradas en Azua el día 16 de junio y listas para entrar en campaña, estaba el general Santana que, como dijimos, sin dilación se puso en camino hacia el nuevo escenario de la revolución, no sin que su marcha fuera retrasada por las lluvias torrenciales, el lodazal de los estrechos y tortuosos caminos en que las bestias se atollaban hasta la barriga y las procelosas avenidas de los ríos desbordados, pero salvadas esas y otras peripecias, y en conocimiento de la verdadera situación, dispuso que el general Alfau saliese por mar en el vapor Pelayo hacia Barahona a fin de que desde allí, conjuntamente con las tropas que salían por tierra al mando del general Francisco Sosa, marchase sobre Neiba. En la ciudad de Azua de Compostela y mientras sus tropas hostigaban a los expedicionarios de Sánchez y se disponía hacer ruta para San Juan de la Maguana, recibió con inusitada ufonía y extremado envanecimiento unos documentos de manos del teniente coronel don Antonio García Rizo, en los cuales le comunicaba el general Serrano que el gobierno de España, no solo había aceptado todos sus actos sino que al mismo tiempo le anunciaba que se le confería la capitanía general de la isla, el título de Marqués de las Carreras, una pensión vitalicia y la silla curul de los Próceres del Reino [...] Se da como razón, ciertamente vaga, que al saber Santana que los expedicionarios se habían concentrado en El Cercado, dispuso su salida de Azua para San Juan amenazado por los soldados de Cabral que habían tomado Las Matas y los de Sánchez que operaban en El Cercado. Como veremos más adelante, no parece cierto que Sánchez y sus soldados fuesen echados de El Cercado por el pueblo acaudillado por oficiales dominicanos, como dijo el general De la Gándara: Acaudillados por algunos oficiales dominicanos y algún otro que se despronunció, los vecinos del Cercado echaron de la población a los insurrectos acosándolos por los montes hasta que muchos repasaron la frontera, no sin dejar bastantes

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prisioneros entre los cuales merece citarse el general Sánchez que estaba herido de gravedad. Las causas del abandono de El Cercado y las razones expuestas por los memorialistas parecen hoy incontables, y ya que hemos tocado incidentalmente al abandono de El Cercado, dejemos a Santana detenido por el Yaque desbordado en su marcha hacia San Juan con el pensamiento puesto en el general Puello, que ha estado requiriendo refuerzos para repeler la ofensiva que preparan contra él, Sánchez y Cabral, y demos lugar a la reseña de los acontecimientos que tuvieron lugar en esa parte del país hasta la hora trágica en que tuvo fin aquella aventura, que si no aparece marcada en la historia por memorables hazañas lo está por la ejemplaridad del holocausto. Los tres grupos de expedicionarios, siguiendo a sus respectivos jefes, se internaron por la manigua para alcanzar por los caminos más apropiados los objetivos previamente convenidos que ya hemos señalado. Salvo algunos incidentes y episodios sin relieve histórico, los tres cumplieron con el plan de campaña que se había adoptado. Al finalizar el mes de mayo Sánchez asaltó el puesto militar de El Cercado, enarboló la bandera de Febrero y ocupó el pueblo con ostentación de no disimulado regocijo de muchos que aplaudieron la hazaña. El coronel Gabino Simonó, bajo el mando del general Cabral con denuedo memorable tomó el fuerte de Las Matas después de una lucha fiera en que perdió la vida el valiente Joaquín Báez y los defensores dejaron el pueblo en poder del general Cabral. Fernando Tabera fue menos afortunado, pues Neiba, ya con la presencia de las tropas, pudo repeler su ataque. El general Antonio Abad Alfau cayó sobre su grupo al frente de ciento veinte soldados bien entrenados, lo obligó a dejar el pueblo y lo persiguió hasta el pie mismo de las estribaciones de las sierras de Baoruco: nada favorecido por la suerte tuvo que habérselas nada menos que con la intrepidez y pericia de ese distinguido general dominicano al servicio de las fuerzas españolas. No queremos negar a Sánchez Guerrero las razones que tuvo para decir en ocasión de ese revés que tenía su historia de jefe colmado

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de errores autoritarios que le hicieron repulsivo. El historiador Ramón Lugo Lovatón, de quien es la cita, la desvirtúa en cierto modo con los párrafos que explican las circunstancias que fueron adversas al general Fernando Tabera, tal vez acreedor de las lisonjas que suele la historia tributar a aquellos desventurados dominicanos. El «además» que agrega Lugo Lovatón al juicio de Sánchez Guerrero a la verdadera causa del fracaso de la operación revolucionaria en Neiba: Además, a ello contribuyó también la medida bien calculada del gobierno, de enviar contra él, por tierra, al general Francisco Sosa. Los días 1 y 2 de junio respectivamente, salieron de Santo Domingo por tierra y por mar rumbo a Azua el general Antonio Abad Alfau y el brigadier Antonio Peláez en el vapor Pelayo con fuerzas del Batallón de Puerto Rico. Según González Tablas fue en la tarde del 31 de mayo cuando embarcaron las tropas españolas que unidas a la del país y bajo el mando de Alfau iniciaron las operaciones. En efecto, desembarcaron en Barahona. Se suman allí algunos criollos leales del gobierno y avanzan. Tabera tiene que desalojar a Neiba y hacer un primer repliegue hasta Barbacoa y bien, dice Lugo Lovatón, para concluir el párrafo. Entre la abrupta sierra neibera y las aguas del lago Enriquillo, en un escenario de angustia, un desastre se perfila para la revolución nacionalista de 1861 [...].

CAPÍTULO XII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Tendencioso carácter de invasión haitiana que la maledicencia le atribuyó a la expedición de los patriotas. Efectos de esa propaganda. La proclama del general Eusebio Puello para desacreditar la invasión. Fracaso de la expedición. Defección del general Cabral. Proclama del general Cabral para justificar una defección. Emboscada del Mangal. El patíbulo de San Juan. Declaración del 4 de Julio como día de duelo nacional. Discurso del vicepresidente de la República don Manuel María Gautier con motivo de ese duelo.

El abatimiento, la angustia y el fracaso no dependieron del carácter, ni de la falta de pericia militar, ni de la carencia de valor, ni de la poca fe, ni de ninguna batalla campal… Muchas fueron las causas y las circunstancias permanentes y fortuitas ya puestas en claro por nuestros historiadores… veremos… Ante todo hay un hecho que debe ser apuntado, y no de poca importancia en cuanto al clima moral adverso a nuestros expedicionarios. Recuerde el lector que entre el caudal de propagandas capitaleñas acerca de la expedición circuló la especie y hasta la prensa se hizo eco de ella, de que eran haitianos los que venían contra nosotros. Hay algo más alarmante, en la Proclama de Eusebio Puello, amenazado en San Juan por Sánchez y Cabral, aparece

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la especie como una verdad irrecusable sustentada por la voz oficial y robustecida por la autoridad histórica del pueblo. Transcribo de la obra de Lugo Lovatón el texto de esa Proclama y medítese en los efectos que debió producir y conjeture el lector hasta dónde pudo la pasión partidista poner en juego esa carta para vencer a Sánchez. Dudo, y debo decirlo sin ambages, que Puello creyera lo que dijo en esa Proclama, aunque estoy persuadido de que él conocía muy bien cuál sería el efecto del arma que esgrimía contra los expedicionarios dominicanos. He aquí la Proclama. San Juan, 9 de junio de 1861. ¡Habitantes de San Juan! Los tenaces enemigos de nuestro reposo y prosperidad han traspasado los límites de las fronteras con el criminal intento de talar vuestros campos y apoderarse de nuestras propiedades ya que no les es posible realizar sus planes de conquista. Vuestros ganados, los frutos de vuestras haciendas y todos los haberes que constituyen vuestras riquezas se encuentran en poder del enemigo que ya ha empezado a enviarlos a Haití para repartírselos más tarde. Marchemos pues, no solo a salvar nuestros intereses sino también a cumplir los sagrados deberes que nos impone la patria. ¡Soldados! Por momentos debe llegar un ejército que marcha en nuestro socorro y os lo advierto para que os apresuréis a batir el enemigo si es posible antes de que os llegue ese refuerzo, y deis así una nueva y esplendente prueba de vuestra intrepidez y heroísmo. Entonces vuestra será la gloria de haber vuelto a enarbolar el pendón de Castilla en la leal población de Las Matas, de donde por sorpresa lo han arrancado los audaces enemigos que tantas veces habeis vencido: vuestra será la recompensa que al valor y al heroísmo concede nuestra augusta soberana doña Isabel II. ¡Soldados! Yo estoy en medio de vosotros y os acompañaré hasta obtener la victoria: la Divina Providencia nos protege

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y por tanto es infalible el triunfo de nuestras armas siempre vencedoras. Eusebio Puello. Pero no obstante el descalabro de Tabera en Neiba y el infundio de esta Proclama difundida por todas las comarcas regionales con el consiguiente pánico de campesinos y de aldeanos, la Revolución no había cejado un palmo en lo que había conquistado y con fundado optimismo Sánchez y Cabral estaban ya preparados para el formal ataque de San Juan y esto lo sabía con manifestadas inquietudes el general Eusebio Puello a cuyo valor y responsabilidad se había confiado aquella plaza. La mala causa que defendían los soldados criollos enrolados en las filas españolas como reservistas, el reconocido patriotismo de Sánchez, de Cabral, de Pedro Alejandro Pina y de cuantos los acompañaban, y la topografía del escenario, eran condiciones más que suficientes para pensar con fundamento que la Revolución daría cima a los altos ideales que se había propuesto. En abono de este pensamiento Lugo Lovatón nos regala una serie de testimonios documentales del expedicionario Félix Mariano Lluberes en los cuales declara: Se trataba de atacar a San Juan habiendo sido combinado entre Sánchez y Cabral, que este mandaría una división de 100 hombres a las órdenes de Gabino Simonó por el camino de Las Matas para llamar la atención del enemigo. No lo hizo Cabral y Sánchez tuvo que retirarse. [...] El día antes de salir la tropa del Cercado fueron Sánchez y el que suscribe a Las Matas conviniéndose ese día que se efectuaría el ataque. Después de salir la tropa mandó Sánchez al suscribiente de nuevo a Las Matas con orden de que si no había salido todavía Gabino dispusiese Cabral que saliese inmediatamente. No había salido y Cabral dijo que era la razón estar esperando unas galletas del Puerto, pero que si estas no llegaban a las diez de la mañana de todos modos partiría la gente. [...].

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En el testimonio que sigue está explicado el fracaso del ataque conjunto de San Juan y el desbande de los revolucionarios. Lluberes escribe, dice Lugo Lovatón: Hallábase Sánchez en Vallejuelo de San Juan con una fuerza de 200 hombres, cuando supo por Benigno del Castillo, a quien había confiado el mando en El Cercado, que Cabral había abandonado a Las Matas. Cuando Sánchez recibió la noticia del abandono del ataque estaba en Vallejuelo de San Juan dando al momento de recibirla la orden a Carrié de contramarchar con la columna, saliendo con el que suscribe y los demás de a caballo para El Cercado. Las conjeturas y posiblemente la suspicacia que debió promover la defección de Cabral quedaron desvanecidas por los documentos fehacientes de Lluberes y de García, padre de nuestra historia, que respectivamente cita Lugo Lovatón. De vuelta al Cercado, permanecimos en la plaza unos tres días. En ella recibió Sánchez una comunicación de Cabral del Puerto, en que le llamaban diciéndole que el gobierno haitiano había convenido en embarcarlos ocultos, es decir, a Cabral, Sánchez y Pina. Sánchez rehusó noblemente abandonar a sus amigos y compañeros de armas llamando a la vez a Cabral a que se le reuniera. A lo que no obtuvo más respuesta. A los 6 días de la hecatombe de San Juan escribió el general José María Cabral en Curazao la siguiente proclama. Al mundo Cuando se ha levantado la voz para pregonar los principios de una revolución cuyas rendencias honran a los que tomaron las armas para sostenerla indispensable en el honor y a los deberes sociales del que la acaudilló, manifestar las causas

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que le han hecho volver atrás, para que no se le juzgue violentamente y pueda el mundo dar su fallo con conocimiento de causa. Dominado por puro patriotismo, por sagrado deseo de conservar la bandera dominicana bajo cuya sombra había conseguido gloria en los combates, no vacilé en desenvainar mi espada para ponerla al servicio de la Patria mientras el silencio de España dejaba la posibilidad de una reacción: he permanecido en esta actitud esperando la decisión de mis compatriotas; dispuesto a apoyar el patriotismo pero no queriendo tomar la iniciativa en una guerra desastrosa, porque quería que los dominicanos abrazasen con espontaneidad. Pero la aceptación de España a la Anexión de la República contándola desde el día 19 de mayo como parte integrante de la monarquía, cambia de tal modo la situación que lo que fue un deber sería hoy una temeridad. En tal situación he creído prudente plegarme a los acontecimientos respetando el hecho consumado aceptado por una nación poderosa y sancionada tácitamente por las demás naciones civilizadas y en su virtud he depuesto las armas y evacuado voluntariamente el día 16 de junio los pueblos que ocupaba, dando las órdenes de dispersión a mis compañeros de armas y volviendo al destierro con la frente limpia, serena, sin rencor y ageno a todo espíritu de partido.1 Con estos datos quedó planteada la suerte de la Revolución y de ahí que cuando el general Sánchez hacía mover su columna de vanguardia al mando del comandante José Carrié, en oposición a las tropas con que marchaba de Neiba el general Sosa; y el general Cabral tenía dispuesta la suya para marchar al encuentro de los [...] generales Puello y Santiago Suero, que habían estado manteniéndose firmes en San Juan mientras llegaba el general Santana con las fuerzas que estaba reuniendo en Azua, 1

José María Cabral. Curazao, hoja impresa, 6 de julio de 1861.

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hubiera de acobardarse el presidente Geffrard, intrigado por sus ministros Dupuy y Plaisance, y resolviera suspender a los revolucionarios la protección, que, siguiendo las inspiraciones del ministro Lamothe, les venía prestando con ahínco. Notificada la falta resolución a Manuel María Gautier que era el agente fiscal de los revolucionarios en Port-au-Prince, no tardó en transmitirla a Sánchez y a Cabral, para que supieran a qué atenerse y resolvieran lo que creyeran más conveniente. Muy lejos estaban Sánchez y sus compañeros de saber cuál era la magnitud de la presión que se estaba ejerciendo sobre el gobierno haitiano para que les negara su protección a los revolucionarios, y cuando creyó conocer la verdadera causa de la defección del general Cabral, ya no tenía otra disyuntiva que correr la misma suerte de sus compañeros y quizás, sin sospechar que todos los caminos y hasta la frontera misma les estaban cerrados. En una Junta de Guerra dispuso su retirada de El Cercado con la esperanza de ponerse a salvo con sus soldados; su marcha no la inspira ahora ningún plan de ataque… culebrea su tropa entristecida por la vereda que lo aleja del Cercado… y de súbito… una descarga atronó el silencio. Herido y preso Sánchez con otros compañeros; los demás en fuga despavorida por la manigua… Una emboscada… un asesinato… un atentado vulgar revistió todos los componentes de un crimen: designio pérfido, alevosía, intención maligna, acechanza… ¿Un acto de guerra? ¿Quién lo libró? ¿Soldados de Puello? como sugieren la Gándara y González Tablas. ¿Una conjura cobarde para cohonestar graves responsabilidades tal como se especuló con la complicación de Santiago de Óleo? Las dudas y las conjeturas han sido clarificadas por la posteridad… Santiago de Óleo, que había asistido a Sánchez en El Cercado, que siente comprometido sin medios de defensa ante las autoridades, percatado del total fracaso de la revolución y puesto en su conocimiento por el prófugo Pedro Ruiz la retirada de Sánchez y de los suyos, parece ser la clave de la conjuración.

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Apelamos de nuevo a la copiosa información que tanto avalora el tomo segundo de la obra de Ramón Lugo Lovatón acerca de esos episodios que conocieren a la gloriosa via crucis del más grande de los mártires de la Restauración. Refiriéndose el historiador García a la perfidia del prófugo Pedro Ruiz, dice: Llamando en seguida a Santiago de Óleo, uno de los hombres más influyentes de la localidad, lo puso en el secreto de todo, aconsejándole que se pusiera a la cabeza de la reacción para salvar al pueblo del compromiso en que lo habían metido. Sánchez Guerrero ratifica ese juicio y lo explica: Santiago de Óleo, general entonces el más influyente del Cercado, que con otros jefes se había ligado a Sánchez, concibe un plan infame para evadir la responsabilidad asumida por haber nutrido la expedición de los patriotas. Se adelanta por caminos extraviados hasta El Mangal que está al «pie de la loma de San Juan de la Cruz-camino de Haití y allí aposta sus hombres en emboscada». Para dar término a estas divagaciones copiamos textualmente lo que a manera de síntesis dice el propio historiador Ramón Lugo Lovatón: Cuando Sánchez llegó al Cercado su tropa fue engrosada por la gente de Santiago de Óleo, y esta población, además era puesto militar desde unos meses antes, con motivo de la revolución fracasada de Domingo Ramírez, que volvió a la lucha junto con Sánchez y permanecía con él. En consecuencia era grande la responsabilidad de Santiago de Óleo y los suyos. Entendió que solo la entrega de Sánchez le salvaría de una futura acusación. Había que justificarse ante Santana y para ello y estar seguro del buen éxito y de la presa la combinación fue la siguiente: Fernando de Óleo que sirvió de guía a la columna

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de Sánchez, volvería en su papel en el regreso a la frontera mientras Santiago de Óleo, apostado en un lugar convenido, aguardaría el paso de los patriotas Romualdo o Pascual Montero, íntimo de los Óleos, era cómplice en la acción. Fernando de Óleo, como guía, condujo a Sánchez y sus compañeros al prefijado lugar de la emboscada, El Mangal, y allí a la sombra del tupido follaje, ocultos en los matorrales y detrás de los troncos corpulentos, aguardaron Santiago de Óleo y su gente la hora fatal… Todo se cumplió, las descargas casi a quemarropa abatieron el patricio-caudillo caído del caballo con dos balazos pero quedó tiempo todavía, aunque breve, para la pelea y preparar la fuga; Sánchez se niega por segunda vez a dejar sus compañeros cuando el general Timoteo Ogando, llegado inesperadamente, le propuso llevarlo en la grupa de su caballo a la frontera. Ahora… al cadalso él y los que no pudieron escapar de la tenaz persecución de Santiago de Óleo. Entre los que pudieron escapar heridos se contaron Félix Mariano Lluberes, Rafael Rodríguez Aguirre, Miguel Saviñón y Antonio Pérez, los que escaparon ilesos: Pedro Pina, José Curiel, Francisco Hungría, Telésforo Volta, Alejandro Gross, Emilio de Bol, Manuel María Canó, Petit Justo y Miguel Pineda. Ramón Lugo Lovatón da la noticia, recogida por Juan Francisco Sánchez, hijo del patricio febrerista y mártir de la Restauración, de que el general José Cabrera fue de los que pudieron escapar de la emboscada. No sabemos si otros historiadores socorren la certeza de esa versión. De ser cierta, ganaría el preclaro héroe de Capotillo otra presea de singular valor; la de alcanzar la virtualidad del símbolo, la de encarnar en humanidad el verbo de la revolución nacional contra la Anexión; la de ser el mensaje vivo que escribieron con su sangre los mártires de El Cercado, el mensaje de guerra a muerte que puso sobre las armas a toda la República. Muchos fueron los comentarios que se hicieron en torno del sensacional suceso de El Cercado; en una carta el general Alfau dijo:

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Según los últimos partes los valientes habitantes del Cercado le han matado 20 hombres al enemigo y héchole 18 prisioneros de los cuales 12 han sido enviados a San Juan, y La Razón, periódico capitaleño santanista dirigido por Manuel de Jesús Galván, el 27 de junio insertó el suelto siguiente: «Los habitantes o vecinos del lugar conocido con el nombre del Cercado, situado hacia la frontera del Sur, han hecho prisioneros al ex-general Francisco Sánchez, quien a estas horas ha debido ser juzgado». Nosotros, que no tenemos sino una voz de enérgica reprobación para el traidor que tuvo la inconcebible audacia de atentar contra la patria, compadecemos hoy al desgraciado a quien condenan la justicia de Dios y de los hombres. Los periódicos partidarios de la Anexión dieron la noticia interesadamente deformada; entre otros, La Prensa de La Habana, se permitió arrojarle esta afrenta: El general antes dominicano y ahora haitiano Sánchez, y otros catorce creo que son o han sido conducidos prisioneros a San Juan. No pocas fueron las formas como la prensa de entonces al servicio de la política anexionista escatimó los hechos. Pero nada tan deplorable, tan deprimente para los dominicanos como la pérdida del sentimiento del honor nacional con que aparecen maculados en la historia algunos hombres venerables por su ilustración y su cultura. Diremos para reconfortarnos y darnos alientos de fe en los destinos del país, que fueron así porque padecían del gran mal nuestro, que todavía a los cien años corroe hasta las más entrañables fibras del civismo dominicano, el gran mal del politiqueo, esa sociopatía que tan hondamente está arraigada en la entraña de nuestro pueblo, que le corrompe todos los sentimientos con vilipendio de los principios de la moral y en desmedro alarmante de su civilidad y de su patriotismo.

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Retrotraído el pensamiento a los episodios que antes ocupaban nuestra atención, nos encontramos con que Santana está ya en San Juan de la Maguana impartiendo órdenes para que se instale el Consejo de Guerra y se juzgue a los patriotas conforme a la Ley de Conspiradores. Todo se ejecutó según sus personales instrucciones y en una tarima levantada en una sabana que llamaban «plaza pública» se constituyó el tribunal del modo siguiente: presidente, general Domingo Lasala; fiscal, coronel Tomás Pimentel; secretario, Alejo Justo Chanlatte; consejo de la defensa, postulante don Cristóbal José de Moya. Con esos titulares del Consejo de Guerra se instaló aquel tribunal político, que en razón a las pasiones partidistas y del personal resentimiento del general Santana debía juzgar la causa de más trascendencia y repercusión en la conciencia moral del pueblo dominicano. Su fallo condenatorio, más que pavor, cundió como lo que era: un crimen horrendo que conmovió de indignación hasta las fibras menos sensibles del patriotismo. Pero el sacudimiento tonificó el relajado sentimiento nacionalista de los dominicanos y se alumbró repentinamente la idea confusa de la nacionalidad y esta palabra, perdida, dio todo el sentido al mensaje de guerra que desde el patíbulo de San Juan llevaría a la cumbre de Capotillo el intrépido, el providencial general José Cabrera y cobraría todo su profundo sentido lógico la frase del Dr. Américo Lugo a que se refiere Ramón Lugo Lovatón: «Capotillo es hijo del Cercado». Si el hecho es cierto, Cabrera llevó a Capotillo el eslabón perdido en San Francisco de Macorís, Moca, Guayubín, Santiago, Sabaneta y El Cercado. Salvó la unidad de la revolución sin la cual carecerían de esencia heroica esos episodios que son sus modos expresivos y los mártires y las proezas que la sublimizaron con la santidad del patriotismo, desde aquel episodio digno de mejor memoria, «del propio día en que se arrió la bandera nacional»,2 cuando en San Francisco de Macorís el denodado Manuel Rojas al frente de sus cuarenta patriotas casi arrebató de las manos de Ariza la driza y 2

Leonidas García Lluberes, «Las víctimas de la Anexión», Listín Diario, 11 de julio de 1932.

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bajó del tope la bandera de España y cayeron al pie del asta rota con nuestra enseña a medio izar los tres primeros mártires, hasta la augusta inmolación de San Juan. Hemos dicho antes, que nos encontramos con Santana en San Juan, allí estaban también el brigadier Peláez, el general Antonio Abad Alfau, el coronel García Rizo con cuatro compañías del regimiento de La Corona, el instructor de las milicias dominicanas de reservistas José Gafas y don Antonio Luzón que con Peláez protestaron de aquel asesinato. El patetismo de los incidentes de la causa contra Sánchez y sus compañeros acusados de «conspiradores» y «traidores a la patria» así como del efecto de la sentencia y de su ejecución en el cementerio de San Juan, merece nuestra loa por el realismo y el colorido emocional de aquella hora que ha puesto en las páginas de su libro el historiador Ramón Lugo Lovatón. He aquí los nombres de aquellos mártires desventurados peregrinos del ideal que no derramaron su sangre inútilmente, que dieron con su muerte, inmortalidad al sacro y eterno mensaje de libertad con que las generaciones que se sucedan sustentarán siempre la existencia de la República: Francisco del Rosario Sánchez, Benigno del Castillo, Gabino Simonó Guante, Domingo Piñeyro Boscán, Félix Mota, Francisco Martínez, Juan Erazo, José Antonio Figueroa, Manuel Baldemora, Rudescindo de León (a) Medio Mundo, Juan Gregorio Rincón, José de Jesús Paredes o Pared, Julián Morris, Pedro Zorrilla, Luciano Solís, José Corporán o Ciprián, Epifanio Jiménez o Sierra, Segundo Mártir o Alcántara, Juan de la Cruz, Romualdo o Pascual Montero, Juan Dragón y León García. La crónica de González Tablas de estos sucesos es sombría, tenebrosa en cuanto a la saña con que se cumplió la sentencia de muerte que pronunció aquel Consejo de Guerra contra esos patriotas: Los prisioneros fueron conducidos a San Juan a donde se trasladó el general Alfau con su estado mayor y cuatro compañías del batallón de la Corona. Se hizo la parodia de un consejo de guerra y por más que los reos y el mismo general

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Sánchez pidieron como gracia especial ser defendidos por oficiales españoles, no hubo compasión y fueron sentenciados a muerte, ejecutándose la sentencia con circunstancias repugnantes pues unos fueron muertos a tiros, otros a palos y otros a machetazos; de cuyo horroroso atentado protestó enérgicamente el comandante de La Corona, don Antonio Luzón. A medida que fueron apaciguándose los odios y las pasiones que fomentaron y exaltaron los intereses mezquinos del partidismo político, la posteridad comenzó a rendir sus tributos de gratitud y reverencia a aquellos patricios venerados. Por decreto se consagró oficialmente el día 4 de julio como duelo nacional por conmemorarse el martirio; copiamos el discurso del señor vicepresidente de la República con motivo de esa votiva ofrenda póstuma. Palabras pronunciadas por el ciudadano Manuel María Gautier, vicepresidente de la República, al despedir en el Palacio Nacional el cortejo que acompañó al Poder Ejecutivo a los funerales que tuvieron lugar en la Santa Iglesia Metropolitana para dar cumplimiento al novísimo decreto del Congreso Nacional que declara día de duelo para la Patria el 4 de julio debiendo conmemorarse el día 3. Ciudadano presidente: Señores: Era tiempo ya de que la gratitud nacional se ostentara expansiva y justiciera pagando su tributo a los grandes sacrificios; era tiempo ya de que esta Patria, que ha pasado en menos de medio siglo, por tantas y tan rudas pruebas, por tanto y tan grandes atribulaciones y desventuras pensase en un día de reposo y recogimiento, consagrado a lamentar sus desgracias, y a buscar en las plegarias, en la elevación del alma hacia Dios la forma más hermosa y armónica con el sentimiento popular para dar a los mártires y redentores de nuestra nacionalidad,

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testimonios de que sabemos estimar la bondad de su obra, la inmensidad de sus sacrificios, condenando a la vez los errores que ya fueron solo del tiempo, pudieran mancillar nuestras glorias. Caminamos, sin sentirlo a penas operando una evolución saludable en nuestras costumbres que sin algunas notas discordantes que se manifiestan por desgracia, reacias, al sentimiento de la fraternidad, o porque no han podido medir aun con elevado criterio la saludable influencia de la concordia, ni sus inmensos beneficios, esa evolución habría avanzado a pasos gigantes, asegurando entre los hijos de este suelo la unión, base positiva y necesaria para el grande edificio de la libertad y la democracia, base positiva y necesaria para el ensanche de la fuerza moral y material de la Nación. Pero allá vamos, allá iremos rompiendo obstáculos y afirmando con paciencia y benevolencia los caminos. No queremos ya sentarnos a orillas de extranjeros ríos a llorar las ruinas de Sión; queremos sí prosternarnos ante los sepulcros de tantos varones esforzados para buscar en el secreto de la muerte la posible verdad de la vida y el aliento viril del verdadero patriotismo. Queremos en la comunidad de afectos, por la tolerancia mutua, por el olvido de agravios, por la execración del odio buscando a la razón y a la justicia como consejeras, conservar, completar, perfeccionar, si es posible, la obra de los grandes y cruentos sacrificios. Si no es este el ideal que perseguimos así pueblo como legisladores, como gobernantes; así amigos como adversarios, así los que se van como los que vengan, no tendrían este día de Duelo Nacional, objeto grande de enseñanza para la historia, ni podría de otro modo comprenderse ni estudiarse su grandeza en medio de la civilización del siglo. Si esto es un descanso para reposar, de la fatiga de la discordia, con cuánto entusiasmo ¡oh Patria! no debieron saludar los corazones elevados el advenimiento de este día y el principio de esa conmemoración.

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Así es como tenemos conciencia a esperar que alcen de sus sepulcros la cabeza y en espíritu nos contemplen y juzguen, los que dieran la vida y sufrieran el martirio abnegados y grandes por la santa idea de la redención nacional. De hoy más, todos los años vendremos a recordar a la Nación su duelo, los días de sus calamidades y aflicciones, los días de sus fatigas y dolores, y a estudiar con ahínco, libre el corazón de odios, limpia la conciencia de persecuciones el porqué de nuestras desgracias, la sinrazón de nuestras querellas, todas las locuras, todos los errores que han detenido nuestro progreso y han llenado de luto los hogares y de conturbación las familias; para con propósito de civismo y con desprendimiento y despreocupación, condenar el mal y dar paso a toda obra buena y a todo pensamiento generoso. De este modo será que podrá ser práctica la regeneración moral que para honra de todos es una aspiración que siente y aun aliento que cunde. Hay que ser fuertes para la verdad y por la verdad, hay que ser fuertes para matar en el alma el egoísmo y para condenar nuestros propios errores porque ¿quién de nosotros, quiénes de los que fueron, qué partido, qué individualidad por elevada que se halle, qué inteligencia por grande que sea, puede estar exento del error, esa herencia del linaje humano? Pues hagamos esfuerzos por condenarlo, por vencerlo, por dominarlo; y aunque sea la túnica de Neso, desprendámosla de nuestra conciencia, que esa será obra de virtud, obra de civilización, obra de patriotismo, digno holocausto a los hombres buenos que nos han precedido y que han dejado estela luminosa de gloria para guiarnos por el amplio camino del bien. El gobierno actual, que no tiene otro afán que el de identificarse con las aspiraciones nacionales, se enorgullece al ver al país en la senda de la cultura que ha de granjearle de día en día mayor estimación y consideraciones. Y ahora cuando debo expresaros a todos los presentes la satisfacción de veros reunidos a los unos, a los dominicanos,

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por el deber, y a los otros, extranjeros y representantes de naciones amigas, dándonos testimonios de simpatía, permitidme que vuelva la mirada hacia aquellos patriotas que la conmemoración del día pide en primer término nuestra gratitud. Siento que mi voz se embarga al recuerdo de aquellos días y aquellas horas de indescriptible tribulación, de aquellos sucesos tristísimos que han quedado para siempre estereotipados en mi alma, testigo, podría decir de ellos. Pero hay que tener aliento para traer siempre a vida memorias tan divinas que si apesadumbran, alientan la fe en todas las ocasiones. En aquellos días la tragedia salvó la gloria; el cadalso fue redención. Salve, sombra querida de Sánchez, salve manes ilustres del Cercado de San Juan, de Moca y de Santiago; vuestra apoteosis está completa; la posteridad la habeis conquistado. Cuando caísteis envuelto en vuestro sudario tricolor parecía que os llevábais a la eternidad las últimas vibraciones del alma patria, de nuestra amada República; pero henos aquí, al cabo de luengos años, después de haber realizado una epopeya y realizado vuestro ideal, después de habernos querido devorar en continuas querellas y desconocido nuestro destino histórico y ensangrentado el suelo sagrado de la Patria; henos aquí consagrados por un acto legislativo, que la posteridad habrá de conservar y aplaudir como la obra nacional de más esplendente gratitud, henos aquí congregados, como se congregan todos los demás ciudadanos en sus respectivas localidades, para rendir parias a vuestro patriotismo y mantener vivos en el corazón de los que aún sobrevivimos y en las generaciones del porvenir, el ejemplo de vuestras virtudes cívicas y el reflejo de vuestras glorias. Paz, honra y gloria a la Patria y por la Patria.3

3

Gaceta Oficial, año XVI, No. 776, 6 de julio de 1889.

CAPÍTULO XIII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Cooperación de Geffrard, su protesta contra la Anexión. Contrabando de armas por la frontera. Acción de milicianos haitianos en connivencia con los invasores dominicanos. Violación de los principios de la neutralidad. Ofensa a la bandera española. Dos proclamas del presidente Geffrard. Instrucciones del general Serrano al vicealmirante Rubalcava para exigir las debidas reparaciones al gobierno haitiano.

Tanto los memorialistas como los historiadores que se han ocupado en clarificar las causas del fracaso de la llamada «Revolución regeneradora», no discrepan en cuanto a la conclusión radical de que se debió a que Geffrard se vio obligado y constreñido hasta la humillación a retirarle toda la «simpatía», los «recursos», «la eficaz ayuda» y la tolerancia con que propició la conspiración que fraguaron en Por-au-Prince los patriotas dominicanos y su paso a través de la frontera el mando de Sánchez, Cabral y Tabera. Las promesas de Geffrard y, sobre todo, la fe que en ellas puso Francisco del Rosario Sánchez cifraron sus esperanzas en el triunfo de la empresa que emprendió desde Saint Thomas de común acuerdo con este, quien desde muy temprano le dio informes de las negaciones de Santana en pro de nuestra reincorporación a España. Por su repentina denegación de su ayuda a la causa de la 169

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Restauración, algunos periodistas lo han tildado de cobarde y hasta de traidor, para calificar así el inesperado retiro de la cooperación y del apoyo, que obligó al general Cabral a salir precipitadamente de Las Matas y a escribirle a Sánchez desde El Puerto, invitándole al abandono de El Cercado y a embarcarse con él rumbo al extranjero con la ayuda haitiana. Pudo la suspicacia de los dominicanos que no tuvieren la fe de Sánchez en la cooperación de Geffrard; tener como asidero la consigna de la «Una e indivisible», que fue sueño de conquista en la tradición de la historia política haitiana, para dudar de la sinceridad de las promesas y aún de los actos de Geffrard, muchos anexionistas dieron pábulo a esa duda y hasta los historiadores españoles se manifiestan prevenidos contra las «segundas intenciones» que supusieron detrás de las protestas del presidente haitiano y de su ayuda manifiesta a la causa de la Restauración. Pero la verdad es que el presidente Geffrard fue el único jefe de Estado que protestó contra la Anexión, y no reparó en los graves perjuicios que acarreaban a su país, a su gobierno y a su pueblo, cuanto hacía en contra de España al desafiar su poder y su influencia. Tal vez alguien mejor enterado que nosotros esté en condiciones de quitar todo valor a la ayuda que prestó a la causa, mediante pruebas de que abrigaba ulteriores propósitos de conquista. Quizá ese supuesto pueda probarse, pero no se podrá negar nunca la verdad de la simpatía manifiesta y de la cooperación prestada desde aquellos días patibularios hasta los en que ya España estaba decidida a revocar el decreto de la Anexión. Sometemos a la reflexión del lector las dos proclamas del presidente Geffrard acerca de nuestra incorporación a España.

Protesta del gobierno de la República de Haití contra la Anexión de Santo Domingo a España Fabré Geffrard, presidente de Haití: El general Santana, consumando el atentado que desde largo tiempo premeditaba, ha hecho enarbolar la bandera española

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sobre el territorio del Este de Haití. Unos actos emanados de ese general declaran este hecho, y una nota, con fecha 6 de abril de este año, del cónsul de S. M. Católica en Haití, lo notificó al gobierno haitiano. Ciertamente, el gobierno de Haití no podía esperar tal desenlace. Las relaciones amigables que la Corte de Madrid había contraído con él desde pocos años, acreditando cónsules cerca de él, no le habían preparado a ello; si, sobre las instancias de las potencias mediadoras, se había dado prisa en conceder a los dominicanos una tregua de cinco años, no era, sin duda, para que este desenlace fuese preparado a la sombra de esa tregua y de la mediación leal de la Francia y de la Inglaterra. ¿Con qué derecho España tomaría hoy posesión de la parte del Este? ¿Esa provincia no había cesado enteramente, desde largos años, de ser su colonia? ¿No aceptó de hecho, cerca de un cuarto de siglo, la incorporación voluntaria de la parte del Este a la República de Haití? En último lugar, ¿no reconoció la independencia de la República Dominicana, y no trató con ella de Estado a Estado? La España no tiene, pues, hoy ningún derecho sobre la parte oriental de Haití; no tiene más derecho sobre este territorio, que podría tener la Francia o Inglaterra; y la toma de posesión del Este por la España es un hecho tan enorme como si hubiese sido efectuada por la Francia o por la Inglaterra. Si fuera menester admitir que la España tuviese aún derechos sobre la República Dominicana, también sería necesario admitir que ella los tiene todavía sobre México, sobre Colombia, sobre el Perú, sobre todas las Repúblicas independientes de la América, que son de origen español. Además, ¿con qué derecho, por su lado, el general Santana y su facción entregan a la España el territorio dominicano? ¡Tal es la voluntad de las poblaciones!, dicen ellos. ¡Afirmación mentirosa! Esas poblaciones que tiemblan bajo el régimen de terror organizado por el general Santana, no pueden manifestar ningún voto libre. Buen número de ciudadanos honrados, esclarecidos, de patriotas adictos a la República

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Dominicana, arrojados fuera de su patria por el general Santana, protestan con toda su energía contra esta enajenación de su patria, que califican de cobarde traición. Nadie pondrá en duda que Haití tiene un gran interés en que ninguna potencia extranjera se establezca en la parte del Este. Desde el momento en que dos pueblos habitan una misma isla, sus destinos, respecto de las tentativas del extranjero, son necesariamente solidarios. La existencia política del uno se encuentra íntimamente ligada con la del otro, y están obligados a garantizarse el uno al otro su mutua seguridad. Suponed que fuese posible que la Escocia pasase de repente, sea bajo la dominación rusa, sea bajo la dominación francesa, ¿dirían que la existencia de la Inglaterra no se vería desde luego profundamente comprometida? Tales son los vínculos necesarios que unen las dos partes, oriental y occidental de Haití. Tales son los motivos poderosos por los cuales nuestras constituciones todas, desde nuestro origen político, han declarado constantemente que la isla entera de Haití no formaría más que un solo Estado; y no fue una ambición de conquista la que dictó esa declaración; fue únicamente ese sentimiento profundo de nuestra propia seguridad; porque los fundadores de nuestra joven sociedad declaraban, al mismo tiempo, que Haití se prohibía toda empresa que pudiese turbar el régimen interior de las islas vecinas. El gobierno haitiano, comprendiendo mejor las condiciones de la independencia y de la seguridad de las naciones, ha querido, pues, formar siempre con la población dominicana un Estado único y homogéneo. En el espacio de veintidós años, esa mira ingente se realizó por la libre y espontánea voluntad de las poblaciones del Este. Los dos pueblos se han mezclado, han vivido de la misma vida política y social, no han formado más que un solo y mismo Estado; y la administración de esa mitad de la patria común costó, en veintidós años, grandes sacrificios pecuniarios al gobierno haitiano.

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Si el pueblo del Este ha obrado una separación en 1844, jamás fue otro su objeto que el reivindicar la facultad de gobernarse a sí mismo. Al gobierno unitario quiso sustituir, por un sentimiento sospechoso de libertad, dos gobiernos distintos, sin desconocer, sin embargo, el vínculo íntimo y la comunidad de intereses de las dos poblaciones. La separación del Este jamás ha sido, en el fondo, sino una contienda sobre la forma del gobierno. Jamás esas poblaciones, tan celosas de su libertad, han entendido entregarse a una dominación extranjera, como también el gobierno haitiano nunca consentirá sino en esa autonomía, objeto de sus votos más ardientes, para mejor asegurar los intereses comunes y la independencia común de los dos pueblos. El gobierno de Haití protesta, pues solemnemente y a la faz de la Europa y de la América, contra toda ocupación por la España del territorio dominicano: declara que la facción Santana no tiene ningún derecho de enajenar ese territorio, bajo cualquier título que sea; que no reconocerá jamás semejante cesión; que hace altamente todas reservas a este fin, como se reserva el empleo de todos los medios que, según las circunstancias, podrían ser propios para asegurar y afianzar su más precioso interés. Dado en el Palacio Nacional de Puerto Príncipe a 6 de abril de 1861, año 58º de la Independencia. Geffrard. Por el presidente: El secretario de Estado, presidente del Consejo. J. Paul. El secretario de Estado de la Guerra y de la Marina. T. Dejote. El secretario de Estado de la Justicia, de los Cultos y de la Instrucción pública. F. E. Dubois. El secretario de Estado del Interior y de la Agricultura. Fs. Hn. Joseph. El secretario de Estado de Hacienda, del Comercio y de las Relaciones exteriores. V. Plaisance. El secretario de Estado de la Policía general. L. Lamothe.

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Proclama dirigida por el presidente de la República de Haití, Mr. Geffrard, al pueblo y al ejército, con motivo de los sucesos ocurridos en Santo Domingo el 18 de marzo de 1861 Al pueblo y al ejército1 Haitianos: A favor de infames intrigas y manejos reprobados, el gobierno español, engañando y seduciendo al general Santana, que rige los destinos de nuestros hermanos del Este de la isla, acaba de enarbolar su bandera sobre los muros de Santo Domingo. Sabéis que esa bandera autoriza y protege la esclavitud de los hijos de África. En Cuba y en Puerto Rico gimen desesperados, bajo la tiranía de un amo cruel, millones de nuestros hermanos y de nuestros ciudadanos, a quienes se considera más viles y miserables que las bestias de los campos y a quienes se maltrata sin piedad bajo la sombra de ese pabellón degradado, que al ondear en Santo Domingo nos presagia la desaparición y el término de nuestras libertades. ¡Haitianos! ¿Consentiréis que vuestra libertad se pierda y que se os reduzca a la esclavitud? Hoy, en pleno siglo xix, cuando Italia, Hungría y Polonia, pueblos oprimidos por un régimen menos terrible todavía que el que España impone a nuestros hermanos de sus colonias, luchan por emanciparse y conquistar la independencia, ¿podréis consentir que arraigue en nuestro suelo la autoridad de un gobierno extraño, decidido a conspirar contra nuestra libertad y a destruirla por la violencia o por la astucia? No; vosotros jamás sufrireis tal ignominia. La patria está en peligro, nuestra nacionalidad amenazada, nuestra libertad comprometida. ¡A las armas, haitianos! 1

Esta proclama se publicó en francés, que es el idioma de Haití. Nosotros hacemos una versión castellana.

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Corramos a las armas para rechazar con ellas las hordas invasoras. Que vuestra consigna sea aquella frase inmortal que sirvió de guía a los fundadores de nuestra República: la libertad o la muerte. Rechacemos la fuerza con la fuerza. No vacilemos ante ningún sacrificio, ni retrocedamos ante ningún obstáculo. Todos los medios son buenos cuando se trata de defender la libertad. Aunque lleguemos a ver nuestros pueblos reducidos a montones de escombros y el país entero convertido en un inmenso sepulcro, combatiremos sin tregua ni cuartel. ¡Dios hará triunfar a los haitianos! Después de haber exhalado el último de nosotros su postrer suspiro, España nada lograría porque ni Europa, ni América consentirían jamás que plantase su aborrecida bandera sobre el suelo de nuestra querida patria. ¡A la lucha! Es necesario que acabe la dominación de España en América. La expulsaremos de Santo Domingo y esa derrota será precursora de su expulsión definitiva del golfo de México. España anhela destruir nuestra nacionalidad y no sabe que al intentarlo abre su propia tumba. El porvenir justificará esta predicción. ¡A las armas, haitianos! Marchemos al combate y no las soltemos de las manos hasta que la autoridad española desaparezca del territorio de Haití. Si la suerte nos fuese adversa, lo que no es creíble, hagamos que el estandarte español ondee solo sobre nuestras cenizas y nuestros cadáveres. La historia y la posteridad aplaudirán nuestro heroísmo. Las naciones cultas vengarán nuestra derrota y nuestra ruina. Dado en el Palacio Nacional de Port-au-Prince el 18 de abril de 1861. Fabré Geffrard. No puede negarse la afrenta con que afligió a la patria haitiana la escuadra del brigadier Rubalcava, casi en los mismos momentos que subía al cadalso Francisco del Rosario Sánchez. La cosa no era para menos en verdad, porque además de la Proclama del gobierno haitiano en protesta de la Anexión, de la cooperación prestada, del tráfico de armas, de pólvora y de otros implementos de guerra en los mercados aledaños a la línea fronteriza, de la expedición de

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Sánchez y Cabral, se agregó, con mayúsculo escándalo e indignación del encargado de negocios y cónsul general de S. M. en Portau-Prince, el ultraje de la gloriosa bandera de Los Arapiles y Bailén en las mismas barbas del cónsul señor don Mariano Álvarez. Con toda la prudencia y discreción del periodista haitiano Pierre-Eugene de Lespinasse, que cita Lugo Lovatón, no pudo ocultar el grado del ultraje que sufrió la bandera española arrancada del asta y llevada como guiñapo nada menos que por un miembro de la guardia de cazadores de Geffrard que acompañó a Sánchez hasta nuestro lado de la frontera. Parte de esa cita, ilustrará mejor que nuestro comentario aquella afrenta que desencadenó toda la furia de España sobre Haití. Dice Lespinasse: Esta grave inobservancia a la neutralidad hubiera podido pasar inadvertida si la soldadesca hubiera regresado a sus cuarteles de noche y sin ruido. Pero ella no lo hizo así y descendiendo de una jira triunfal a Bel-Air y en pleno día, ella había tenido la desgraciada idea, fatalidad e imbecilidad, de traer a la boca calle Central y ante la Legación española una bandera que ella había tomado de la fuerte lucha de la parte del Este con los colores de España. El Encargado de Negocios de su Majestad Católica en Puerto Príncipe había asistido desde lo alto de su balcón al insulto gratuito hecho a su país. El precio de la protesta de Geffrard contra la Anexión y de su tolerancia y ayuda a los conspiradores dominicanos, fue la humillación que sufrió el referido presidente y con él la nación haitiana por instrucción emanada del general Serrano al Almirante Rubalcava. En vista de la estrecha relación que este incidente tiene con la historia de la Restauración y del homenaje que se quiere rendir al cabo de la primera centuria a cuantos hombres, proezas, circunstancias y acontecimientos fueron propicios al triunfo de aquella revolución, hemos creído procedente y a título de ofrenda, trasladar a las páginas de este libro inspirado en tan elevados propósitos, parte del documento que cita Gándara sobre ese escandaloso asunto.

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Aquí la exposición de los agravios de España y luego los siete puntos de las instrucciones en que se concreta la humillación padecida entonces por el presidente Geffrard y su pueblo. Serrano dice en su nota al brigadier Rubalcava en relación con el denunciado por el cónsul lo siguiente: Aunque los pormenores que determinaron el verdadero carácter de estos hechos no han llegado todavía a mi poder y deben contenerse en los pliegos que me envía desde Santo Domingo el general Alfau con fecha del 1, por la vía de Santiago de Cuba, sin embargo es conveniente y conforme al decoro e intereses de la nación española y al espíritu de las instrucciones del gobierno de S. M. tomar una actitud enérgica y decidida respecto del mal aconsejado gobierno haitiano, que abusando de nuestra generosa y circunspecta conducta se ha permitido demostraciones casi hostiles hacia España desde que tuvieron lugar los sucesos del 18 de marzo, ha seguido provocándonos después y ha llevado su osadía hasta el extremo de invadir un territorio que hace más de dos meses garantizan nuestras armas y hoy día debe considerarse como parte integral de la Monarquía. V. E. tiene ya conocimiento muy al pormenor de los hechos a que me refiero; V. E. sabe que el 6 de abril desde el momento mismo en que la noticia de haberse enarbolado en Santo Domingo la bandera española llegó a conocimiento del gobierno de Port-au-Prince, lanzó el presidente Geffrard una protesta que en realidad no era otra cosa que una proclama incendiaria dirigida a los leales habitantes de color de Santo Domingo, con la idea de invitarlos a la sedición despertando en ellos los feroces odios de raza, merced a las más pérfidas insinuaciones respecto de su condición futura. V. E. sabe también que el expresado gobierno de Haití ha hecho armamentos, ha dirigido tropas a la frontera, ha suministrado recursos a algunos emigrados impulsándolos a que encendiesen la guerra civil en Santo Domingo, ha permitido en sus periódicos ataques insidiosos contra España,

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y este después de saber que las tropas españolas ocupaban aquel territorio y no obstante habérselo hecho entender por nuestro cónsul en Port-au-Prince las buenas disposiciones del gobierno español y su leal propósito de respetar la independencia haitiana y continuar en sus cordiales relaciones. V. E. sabe que el expresado cónsul español ha reclamado en vano repetidas veces contra estos inconsiderados manejos, sin que haya obtenido otro resultado que frívolas respuestas, ni haya sido parte de hacer desistir en sus hostiles demostraciones al gobierno de Haití la presencia de tres buques de guerra que alternativamente han ido a aquellas aguas con dicho objeto. V. E. sabe, por último, que en vista de la inutilidad de sus representaciones el citado cónsul señor Escalante y el señor Cruzat enviado por V. E. en el Francisco de Asís en mayo último, determinaron dirigirse a esta a pedirme instrucciones y darme cuenta del estado de las cosas, como lo hicieron por escrito y en la junta de autoridades celebrada el 29 del mismo mes. En tales circunstancias y apurados ya todos los medios de la conciliación sería grave falta, no solo a los ojos del gobierno de S. M., sino del mundo civilizado y de esos mismos dominicanos acogidos al amparo de nuestra bandera, tolerar por más tiempo esa ya larga e injusta provocación de los haitianos, que si antes no ha sido reprimida se debe a miramientos que no han sabido comprender; y a que el constante designio del gobierno de S. M. en esta cuestión dominicana ha sido que todos sus pasos lleven el sello de la más estricta justicia. [...] Abundando V. E. en estas mismas ideas ha convenido conmigo verbalmente en dirigirse a Santo Domingo con algunas fuerzas navales y reunir con las allí existentes las que juzgue necesarias para emprender operaciones hostiles sobre Portau-Prince y demás poblaciones vulnerables de las costas de Haití. Al efecto que deberá V. E. arreglarse a las instrucciones siguientes.

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1. Se dirigirá V. E. a Santo Domingo de Ozama, y allí se enterará del estado de las cosas conferenciando con las autoridades y los jefes de las tropas, y tomando las disposiciones que juzgue más convenientes para el mejor éxito de un cargo atendidas las circunstancias que en ninguna parte mejor que allí puede considerar V. E. 2. Si la invasión del territorio se ha verificado por las tropas haitianas y continúan las hostilidades por cualquier punto del mismo V. E. se dirigirá inmediatamente a Port-au-Prince con los buques que crea necesarios y hostilizará aquel punto hasta destruir sus baterías y fortalezas, haciendo todo el daño posible, previos los avisos e intimaciones usadas en tales casos en favor de los residentes extranjeros. 3. Esto mismo se practicará en Jacmel, Cabo Haitiano y otros puntos vulnerables de la costa, siempre con la idea de causar el mayor daño posible al enemigo. 4. Al pronto tiempo tomará V. E. las disposiciones convenientes a fin de que sean apresados los buques de guerra, de cabotaje y de toda clase que lleven bandera haitiana conduciéndolos a cualquiera de los puertos españoles de las Antillas. 5. Si cuando llegue V. E. a Santo Domingo de Ozama ha sido rechazada y castigada por tierra la invasión como es de suponer, no por eso dejará V. E. de obrar por mar contra los haitianos. Pero en este caso antes de romper las hostilidades, se dirigirá V. E. en términos enérgicos al presidente Geffrard exigiéndole en un plazo perentorio la más completa reparación de los agravios recibidos y una segura garantía para lo futuro. En caso de negativa o de que lo que se ofrezca a V. E. no llene las condiciones que V. E. juzgue convenientes, hará V. E. retirar el pabellón de la casa consular y hechas las intimaciones de que se habla en el Art. 2, procederá V. E. a las hostilidades en la forma indicada en el mismo. 6. El cónsul de S. M. en Haití y D. Manuel Cruzat, que ya estuvo a las órdenes de V. E. durante su primera expedición a Santo Domingo, lo acompañarán ahora a fin de que bajo la

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dirección e instrucciones de V. E. presten el servicio que las circunstancias exijan. 7. Durante el curso de las operaciones es muy conveniente y recomiendo a V. E. que obre de acuerdo con las autoridades y jefes de armas de S. M. en Santo Domingo y siempre que le sea posible con el digno general Santana. Ante la escuadra española desplegada en zafarrancho de combate en la ensenada de Puerto Príncipe, el almirante Rubalcava hizo que las fuerzas haitianas enarbolaran y saludaran con la salve de rigor la bandera de España, obtuvo que el gobierno de Geffrard prometiera la custodia y vigilancia de la frontera para evitar las invasiones, y el pago, como reparación moral de 200,000 pesos fuertes al gobierno de S. M. C. la reina Isabel II de Castilla.

CAPÍTULO XIV

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Movimientos revolucionarios de Guayubín y Sabaneta. Actividades del Club Revolucionario de Sabaneta. Una carta de Juan Luis Franco Bidó, Ulises Espaillat, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen y Pablo Pujol, a los jefes de la revolución. La rebelión de Santiago de los Caballeros el 24 de febrero de 1863. Crónica de González Tablas acerca de esos episodios.

Vamos a ocuparnos ahora del segundo movimiento armado contra la Anexión, que abarca, históricamente hablando, las sediciones de Neiba, Guayubín, Sabaneta y los sucesos cívico-militares que conmovieron a Santiago de los Caballeros la noche memorable del 24 de febrero de 1863. Este movimiento no vino contra la idea de la Anexión, como la revolución del Sur con los generales Francisco del Rosario Sánchez, José María Cabral y Fernando Tabera como caudillos, sino contra la idea y el hecho ya consumado de nuestra inconsulta reincorporación a España. Como en aquella jornada guerrera, hay en estas, adalides prominentes de estirpe febrerista, y patriotas que descollaron por su heroísmo, su tenacidad, su denuedo, su fe, su constancia y su martirio. Como arquetipos de valor heroico ha recogido la historia los nombres esclarecidos de Lucas de Peña, Norberto Torres, Juan 181

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Antonio Polanco, Benito Monción y Juan de la Cruz, en Guayubín; Santiago Rodríguez, Gregorio Luperón, Ignacio Reyes, José Cabrera y Pedro Antonio Pimentel, en Sabaneta; Bartolo Mejía en Mao, Federico de Jesús García en Monte Cristi y otros. Tuvo sus mártires que sublimizaron su heroicidad en el amor a la Patria y a la Libertad con el memorable holocausto de sus vidas gloriosas. En el martirologio de ese movimiento están los nombres venerandos de los que subieron el cadalso el 27 de febrero como cabecillas de la insurrección de Santiago la noche del 24 de febrero de 1863. Ahí están nimbados de gloria Eugenio Perdomo, Carlos de Lora, José Vidal Pichardo, Pedro Ignacio Espaillat y Ambrosio de la Cruz y de los insurrectos de Sabaneta Antonio Batista, Pierre Tomás y Juan Inglés, que acogido a las garantías fue vilmente asesinado por Campillo. En este movimiento aparece más pura la idea de la Restauración, y el espíritu revolucionario en cada una de esas sediciones sin aquellos nexos y resentimientos partidistas que en gran parte alentaron a muchos de los que hicieron causa común con aquel desventurado movimiento del Sur llamado «Revolución Renovadora» con su organismo dirigente actuando desde Curazao. Este movimiento tiene ahora su centro de conspiración en el corazón mismo del Cibao, el Club Revolucionario de Sabaneta constituido por los caudillos que llevaron a la guerra los principios de la Revolución Restauradora y aparece mejor definido como otro episodio de la revolución que fermentaba en el país y con más arraigo en la conciencia pública, más respaldo popular, más espontáneo, más sincero y más constante que tuviera el movimiento del Sur. Pero aunque en este movimiento vibró el civismo con una reacción más pura del nacionalismo; el uno y el otro fueron modos de la revolución que comenzó desde el día mismo en que se proclamó la Anexión. Los movimientos revolucionarios de Guayubín, Sabaneta y de Santiago de los Caballeros la noche del 24 de febrero, tuvieron, sin duda alguna, más arraigo y profundidad en la conciencia pública dominicana, más significación histórica por el valor cívico y la magnitud de la conmoción popular.

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Este movimiento, singularmente con los episodios de Santiago, definió mejor la sensibilidad y las virtudes heroicas de nuestro nacionalismo y, lo que no deja de ser de gran importancia, gestó en sus entrañas a casi todos los prohombres de la Restauración. Algunos sucesos aislados, singularmente las tragedias de Moca y del Cercado, habían tenido gran resonancia en la conciencia pública. Pero puede decirse con buenos fundamentos históricos que en ninguna de las partes de la República como en Sabaneta cobró tanto aliento el espíritu revolucionario. Aquel pueblo fue el foco de la insurrección que propulsó el pronunciamiento de Guayubín y de todos los sucesos que fueron sus naturales consecuencias. Ya hemos dicho que allí había una junta, comité o Club Revolucionario que trabajaba un plan para organizar la sedición con la mayor amplitud posible. Para eso contaba ya con hombres de la prestancia y arraigo popular de Santiago Rodríguez e Ignacio Reyes y otros de mucha ascendiente en otras comarcas como Guayubín, Mao, Esperanza y otros pueblos, cuyos blasones vinieron a ganar lustre con ocasión de aquella guerra. Entre las providencias tomadas por el Club Revolucionario se cuentan las siguientes: Nombramiento como caudillo de la preparada sublevación a un militar ya distinguido por su denuedo en las guerras de Independencia, el general Lucas de Peña; delegaron una comisión que integraron Santiago Rodríguez y Gregorio Luperón, para que le informaran con detalle del plan que se había trazado para llevar al cabo la insurrección, y asociar mediante gestiones personales de algunos miembros del club y por cartas a nombres reconocidos por sus actuaciones y proezas en nuestra guerra independentista, así vinieron a quedar asociados al movimiento los generales Manuel Jiménez, Bartolo Mejía, hombre rico y de mucho prestigio popular en Mao, y los ilustres caballeros generales José Desiderio Valverde, a quien se le ofreció la presidencia de la República, y Juan Luis Franco Bidó; se planeó la acción contra Santiago por el camino de Entre Ríos, la marcha y ocupación de San José de las Matas, y la sublevación de Sabaneta, a cargo del mismo Club Revolucionario.

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Un inspirado acontecimiento sorprendió a los dirigentes sin que hubiesen acordado definitivamente la ejecución del plan. El señor Norberto Torres, que se había enterado de los proyectos de la sedición, se lanzó a ella y pronunció a Guayubín con un grupo de insurrectos que, capitaneados por él, ocuparon el paso del río, hicieron circular la versión de los pronunciamientos de Las Matas, de Santiago, Sabaneta y de Monte Cristi, llamaron a Lucas de Peña para que asumiera la jefatura de la insurrección como general en jefe. El Club Revolucionario secundó el movimiento de Torres con la prisión del general Batista, la marcha de Luperón a Mangá donde estaban acantonados los insurrectos, y con refuerzos de soldados de Lucas de Peña, Juan A. Polanco y Benito Monción. Estas fuerzas atacaron entonces a Guayubín e hicieron preso al jefe de puesto comandante Garrido, quien podía disponer de tropa suficiente para resistir la sublevación. Sin tiempo que perder, el general en jefe, Lucas de Peña, impartió órdenes a Polanco y a Federico de Jesús García de que abrieran marcha y tomaran a Monte Cristi que no pudo contrarrestar el ataque de los revolucionarios. Hasta este momento las armas dominicanas habían batido victoriosas las guarniciones de tropas españolas y reservistas destacados en aquellos puntos, y fue en esta ocasión de hurras y vivas a la revolución y a la república que en el campo de batalla, como parte del jubileo por los triunfos alcanzados, fueron promovidos a generales, con aplausos de los soldados, Ignacio Reyes y el coronel Pierret; a coroneles, Juan Antonio Polanco, Benito Monción y José Lasage; a comandantes, Juan de la Cruz Álvarez, Justo Carrasco, José Martí y Mundo Díaz, «primeras promociones gloriosas hechas en presencia de un gran palenque abierto a la Guerra Restauradora», agrega Manuel Rodríguez Objío. Para el día 25 de febrero de 1863 estaba ya constituido un Consejo Revolucionario integrado por el general en jefe Lucas de Peña y como miembros ayudantes los generales Norberto Torres, Ignacio Reyes y Gregorio Luperón. Esta junta decidió operar un movimiento sobre Puerto Plata y con ese propósito se dirigió al

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coronel José Antonio Salcedo, remitiéndole sendos oficios para los generales Lora y Benito Martínez, y al coronel Dámaso Nanita, para que se pusieran en acción contra aquella plaza. La empresa bélica no tuvo buen éxito, sea porque Juan Antonio Salcedo cayese prisionero lo mismo que el teniente Wenceslao Álvarez o por incidentes no conocidos, lamentable revés, que con otros presagiaban ya cuál sería la suerte de la sublevación iniciada a destiempo en Guayubín. Pero nada quebrantó la decisión de llevar hacia delante la campaña contra Santiago, la que emprendieron con más de quinientos hombres por el camino de Guayacanes los generales Norberto Torres e Ignacio Reyes; Mejía, con tropas de Mao y Luperón con fuerzas de Sabaneta, por otras vías, de suerte que las tres columnas operasen juntas el ataque y la toma de Santiago de los Caballeros ya convulsionado por la revolución y llevando como general en jefe de la columna, no el titular de la revolución como se había dispuesto, sino el general Batista quien había jurado fidelidad a la República. El general Gregorio Luperón, como ya dijimos, ayudante asistente del Consejo Revolucionario, expidio el siguiente oficio acerca de esto: Sabaneta, 26 de febrero de 1863. Señor general: En este momento los generales Rodríguez, Reyes, Pierre y yo hemos recibido el juramento de adhesión del general Antonio Batista y en vista tanto de su patriotismo, de su valor y antigüedad y pericia, le hemos confiado el mando en jefe de nuestra columna de operaciones. El que suscribe mandará la vanguardia, el general Reyes el centro y el general Batista la retaguardia con la caballería. Hemos cubierto todos los puntos y la plaza queda a cargo del general Pierre, bajo la inspección inmediata del general Rodríguez. Sírvase comunicarnos horas tras horas el resultado de sus operaciones utilizando para ello la vía de Mao recomendando los pliegos al general Bartolo Mejía. El

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fiscal español apresado en esa queda en la Casa del Cura, bajo la responsabilidad del señor comandante de armas. Sin otro particular Dios guarde a Ud. muchos años. Gregorio Luperón. La columna se puso en marcha forzada tan pronto como el consejo tuvo noticias por comunicado procedente de Santiago que el pueblo se había sublevado el día 24 y que los miembros del Ayuntamiento habían sido hechos presos en el fuerte San Luis. Fueron portadores de las alarmantes informaciones los señores Genaro Perpiñán, Vidal Pichardo, José Rosario e Ignacio Brizo quien llevó un comunicado a los jefes de la revolución firmado por Juan Luis Franco Bidó, presidente del Ayuntamiento, Ulises Espaillat, Máximo Grullón, Alfredo Deetjen y Pablo Pujol, vocales. Vamos a ver ahora cuál fue la reacción de las autoridades militares y cómo se desarrollaron los acontecimientos que tuvieron lugar en Santiago hasta la aparente pacificación de la provincia. Desde mediados de febrero el general en jefe de las reservas Gral. Hungría tenía conocimiento de que se preparaba una conjuración y hasta se le dijo el lugar escogido y que los promotores del movimiento eran el general de las reservas Sr. Concha y Belisario Curiel, miembro vocal del Ayuntamiento de Santiago. No se sabe si por negligencia, o porque no le diera crédito a las denuncias, o por que se sintiera con fuerzas capaces de sofocar cualquier movimiento sedicioso, lo cierto es que sus superiores jerárquicos se quejaron no solo de su demora en poner freno a las actividades revolucionarias, sino también por su flojedad y poca eficacia para mantener a raya la rebelión que, como hemos dicho, no solo tomó a Monte Cristi sino que cobró vigor y magnitud suficientes para librar una batalla fragorosa con las tropas españolas concentradas en Las Matas. Las noticias que recibió el general Hungría en Santiago no pudieron ser más alarmantes; se estimaron así pues el gobernador de Guayubín le comunicó el día 20 de febrero que no contaba sino con 30 hombres, que le mandara refuerzos y la alarma debió subir de grado cuando el día 21, después de haber destacado en su ayuda una fuerza de 25 hombres y bajo el mando de un oficial

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español, recibió un recado del mismo gobernador Garrido en que le comunicaba que Sabaneta se había pronunciado y que «unos 800 hombres habían proclamado la República». No hay duda de que esos acontecimientos demandaban una movilización de fuerzas bien equipadas y una acción tan rápida como fuera posible y por eso se dispuso que al otro día, 22, saliesen de Santiago de los Caballeros 100 hombres al mando del gobernador general Hungría, pero a las órdenes inmediatas del coronel Velazco, y para el día 23, el gobernador interino señor Michel supo que la guarnición del San Marcial, destacada en Guayubín, había capitulado ante los ataques del general Lucas de Peña. El gobernador Garrido pidió con urgencia, casi desesperado, 100 hombres más de refuerzo y los implementos necesarios para combatir y sustentar las tropas; los refuerzos le fueron enviados sin demora con el capitán de la Corona, señor Ulrich. La sensibilidad nacionalista de los santiagueses, su proverbial patriotismo, su nunca bien alabada disposición cívica a emular las memorables proezas por la libertad, fueron sacudidas por los actos heroicos que los patriotas de Sabaneta, Guayubín y Monte Cristi habían realizado para arrojar la coyunda de la Anexión. Ellos, los combatientes en las líneas de fuego, y el enardecimiento del pueblo de Santiago la noche del 24, con el despliegue de todo su proverbial civismo en el vigor de los tumultos y en el furor ciego, de aquella poblada casi incontenible, rugiente y terrorífica, en aquella hora de pasional y ferviente protesta, que esas tremolantes expresiones de repudio no pueden ser estimadas como meros episodios y menos conjugándolos con los sucesos que estaban conmoviendo el corazón de la República. Somos de parecer que si la sublevación de Guayubín y de Sabaneta incubaron a muchos de los prohombres de la Restauración, a no pocos de ellos les vino de la rebelión de Santiago ese plan heroico que los pueblos, en horas de convulsión sublime, suelen infundir a los predestinados a sus grandes causas. En el palenque mismo surgieron los que luego fueron insignes paladines de aquella guerra gloriosa emprendida no contra España, no contra sus huestes, sino contra el hombre que instauró aquel régimen con vilipendio de los

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principios republicanos, burla de la ciudadanía y deshonra para la patria. Todo eso era la Revolución en marcha con sus hombres templados por la radiante virilidad patriótica de Santiago. No importa cuánto pueda ocurrir ahora adverso a los designios de conquistar la libertad y de reivindicar la dignidad del pueblo dominicano… eso no sería sino una tregua, la tregua necesaria para cobrar los superbos alientos y dar cima a la epopeya restauradora sin quebrantamiento del esfuerzo heroico, y ni desmayos de la tenacidad hasta el triunfo de la idea restauradora. El desmedro de la guarnición del fuerte San Luis en donde quedaban unos 300 hombres a causa de los refuerzos que fue necesario destinar al escenario de los acontecimientos de Guayubín y Sabaneta, hizo propicia la ocasión para el levantamiento y fue planeado por los conjurados que se reunieron en el fuerte Dios como 300 hombres para tomar la ciudadela de San Luis. El comandante de la corona don Juan Campillo, cuando supo que se preparaba esa sublevación, dio órdenes urgentes para que se hiciese retornar a sus puestos los soldados que deambulaban en la ciudad y cuando estos regresaron unos heridos y otros desnudos por la agresión del populacho, dispuso reforzar lo que quedaba de la guarnición con los guardias de la cárcel no sin antes ordenar al Ayuntamiento que supliera los guardas de la cárcel y de requerir a sus miembros, que estaban en sesión, presentarse en el fuerte para que con las autoridades civiles y militares resolviesen el modo de apaciguar al pueblo y poner cese a los tumultos que promovían en la Plaza Mayor. Tal vez por el tono como se hizo el requerimiento a los señores concejales reunidos, quizás por lo caldeado del momento, el síndico del Ayuntamiento, señor Belisario Curiel, visiblemente exaltado, dio un puñetazo en la mesa y exclamó: el Ayuntamiento reunido es más que el gobernador, y tanto como este, vale cualquiera de los concejales que concurriesen allí y por lo tanto que los demás jefes y autoridades. Mientras en la plaza y en las puertas mismas de la casa consistorial tronaba el pueblo y acogía con desenfrenado entusiasmo la llegada en tumultuosa carrera de los conjurados del

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fuerte Dios que venían agitando los puños, blandiendo las armas y gritando a todo pulmón ¡Viva la República! Dice don Ramón González Tablas en el relato de estos sucesos:1 Los amotinados no bajaban de mil hombres armados y los capitaneaban un tal Juan Antonio Espaillat, con Vidal, Pichardo, Perdomo, Alix, Reyes y Gotier; y agrega: Todos menos Perdomo que era mercader, pertenecían a la clase de jefes y oficiales de la reserva, y empuñaban las mismas armas que se les había confiado para sostener el orden y los derechos de España. Consta, que después de lo que llevamos dicho, se unió a los sublevados en la plaza el general D. Juan Luis Franco Bidó y acompañado del regidor don Mariano Grullón se dirigió a la cárcel, abrió sus puertas y puso a todos los presos en libertad, diciéndoles: «Quedan ustedes en completa libertad. Se les va a proveer de armas en la confianza de que sabrán empuñarlas en defensa de la república». Ante esos acontecimientos y en vista de la agresión de que habían sido objeto los soldados heridos que llegaron, el comandante Campillo dispuso que el capitán D. José Lapuente saliese a atacar a los sediciosos, quien salió con cincuenta hombres, seguido como inmediata reserva de una compañía del batallón San Marcial al mando del comandante Aguilera. No bien se acercaron estas fuerzas a la Plaza Mayor, recibieron una terrible descarga de los amotinados que, llenos del mayor entusiasmo, gritaban al frente, al frente, que aunque sea con palos mataremos a los españoles. Los soldados de Lapuente siguieron a este en el ataque y a bayoneta calada entraron en la plaza trabándose una pelea que dejó cinco muertos y diez y seis heridos, muchos prisioneros, entre ellos Gautier. Pelea desigual entre soldados bien armados y un pueblo casi todo solo provisto de palos y piedras tuvo que huir. Pero no había llegado el capitán Lapuente a la plaza cuando ocurrió en el fuerte San Luis unos emisarios de tal significación Historia de la dominación, p. 60.

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en la historia de aquellas luchas en pro de la Restauración, que no podemos excusarnos de transcribir el relato del señor González Tablas: Interín el capitán Lapuente llegaba desde el fuerte a la plaza, se presentaron en San Luis los regidores Pablo Pujol y Alfredo Deetjen, reuniéndose con el gobernador Michel y los jefes de San Marcial. El comandante Campillo, que se hallaba fuera, cuidando a la cabeza de la guarnición de lo que ocurría, fue avisado por el coronel de la reserva Frómeta de que se presentara donde estaban reunidas las autoridades, pues se temía que se tramase por los individuos del ayuntamiento algún plan perjudicial para España. Se dirigió, en efecto, al punto indicado entrando en él, en ocasión en que Pujol decía, que se habían presentado en el salón de sesiones varias comisiones de la ciudad, pidiendo se enarbolase, desde luego, la bandera republicana y que toda la población sin excepción alguna estaba dispuesta a ello y que por lo tanto rogaba que no se mandaran fuerzas para evitar desgracias. El jefe de San Marcial contestó de una manera muy digna, pero habiendo insistido Pujol, en que por lo menos hasta la tarde del siguiente día no se rompiesen las hostilidades, ni se mandaran fuerzas a la plaza, y que por su parte el Ayuntamiento influiría con los sublevados para que no atacasen a la tropa, tomó la palabra Campillo y lleno de la más profunda indignación protestó de todo trato con los insurrectos, añadiendo que lo que cumple a las circunstancias, era atacar sin treguas ni descanso a la revolución, que por medio de artificios quería ganar tiempo, para que se reuniera la gente que el faccioso ayuntamiento había convocado, por medio de emisarios que habían mandado a recorrer el campo y los pueblos inmediatos.2 El gobernador Michel dio su asentimiento a las palabras de Campillo y dispuso atacar a los insurrectos, pero como ese mismo 2

Historia de la dominación, p. 60.

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día tuvo conocimiento de los graves sucesos de Guayubín y Sabaneta consideró pertinente remitir un oficio a Hungría y Velazco para informarles de los acontecimientos que estaban ocurriendo en Santiago. La sublevación de Santiago llegó a tener tal magnitud que cuando Hungría y Velazco, acompañados en Jaibón, recibieron el parte del gobernador interino Michel, resolvieron levantar el cantón y marchar sobre Santiago o seguir a Puerto Plata, caso de que no pudiesen vencer la resistencia que se les opusiese. Al otro día de la remisión del referido despacho, al rayar el alba unos mil quinientos hombres enarbolando la bandera de Febrero y gritando ¡Viva la República! ¡Grande por el espíritu de sacrificio de que dio pruebas el pueblo desarmado en su mayoría frente a soldados de línea bien equipados y capitaneados por oficiales de experimentada competencia en el arte de la guerra! ¡Grande por el heroísmo de los santiagueses! Grande por la virtualidad del civismo y grande por ser las más grande expresión colectiva popular contra la Anexión que registra la historia de la Revolución Restauradora. Pero a las diez de la mañana de ese mismo día, en junta de oficiales, se dispuso la marcha contra los motinados y salieron al frente una compañía de cazadores de San Marcial, cien hombres, de la Corona, cinco caballos, al mando de Campillo quien sorprendio y apresó una avanzada del lado Este del río y que cayeron presos por sorpresa mientras la columna de Lapuente, al redoblar de los tambores, se lanzó al río, bayoneta calada y cargó con las tropas acampadas del otro lado. Aquí lo inesperado, sin disparar depusieron los fúsiles, agitaron pañuelos blancos y se rindieron a discreción. Por ellos supo Campillo de la participación de los miembros del ayuntamiento en el motín. (Según González Tablas). Dice textualmente González Tablas: Siendo ya evidente la culpabilidad del ayuntamiento de Santiago y comprendiendo Campillo que interín aquella corporación pudiese reunirse, la conspiración continuaría, se dirigió a las casas consistoriales, en donde halló a los concejales

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que declaró facciosos, y constituyó en prisión en nombre de la ley y de la reina. Los infaustos acontecimientos de las márgenes del Yaque intimidaron a muchos de los grupos que circulaban por las calles de Santiago, otros fueron desintegrados o reducidos a prisión y al otro día se presentaron casi todos los que pudieron escapar de la persecución. Ha sido debelada la conjuración de Santiago con rapidez y en condiciones poco honrosas, pero en vez de restar validez a la magnitud cívica que alcanzó la poblada y la explosión del patriotismo, más bien honra y glorifica a aquel pueblo cuya mayoría, sin otras armas que las del derecho, no vaciló en proclamar al pie de su bandera que el amor a la patria no se había extinguido y que la República podía esperar con optimismo el sacudimiento total del pueblo que viniera a reivindicar todos sus principios e instrucciones como Estado libre e independiente. La derrota de un pueblo inerme, ni es afrentosa para el vencido, ni gloriosa para el vencedor… antes deslustra sus armas en grado inverso a su efectividad y prepotencia. Pero continuamos con las crónicas de los acontecimientos que tuvieron lugar en los días que siguieron a los sucesos de Santiago de los Caballeros a fin de que el lector aprecie según su particular estimación el valor del heroísmo desplegado en aquella jornada de la Revolución Restauradora, las causas no bélicas que contribuyeron al apaciguamiento de Guayubín y Sabaneta, principales escenarios de los sucesos, y la fe de los hombres dispersos que llevaron por valles y sierras, el mensaje de la Revolución.

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Soldado de la Restauración o mambí, dibujado del natural en los campos de batalla por el coronel español Adolfo García-Obregón y Caballero.

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Pedro Santana.

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José de la Gándara.

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José Hungría.

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Juan Suero.

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Buenaventura Báez.

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Miguel Lavastida.

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José Antonio Salcedo.

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Eusebio Puello.

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Pedro Antonio Pimentel.

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Joaquín Rubalcava.

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Gregorio Luperón.

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Gaspar Polanco.

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Valeriano Weyler.

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Felipe Alfau.

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Antonio Abad Alfau.

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CAPÍTULO XV

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Retirada de Las Matas y otros episodios. Conquistas y estado de la revolución. Acción del general Hungría sobre Sabaneta. Presencia de Buceta en Monte Cristi. Debelación de la revolución. Amnistía burlada. Constitución del Consejo Militar Ejecutivo y enjuiciamiento de los caudillos del motín del 24 de febrero de 1863.

Para coordinar nuestro relato preciso es que recordemos la llegada a Sabaneta de los señores Genaro Perpiñán, Vidal Pichardo, José del Rosario e Ignacio Brizo y de la carta en que se daba informes a los jefes de la sublevación de los acontecimientos de Santiago, porque en esos mismos días las tropas gobiernistas se aprestaron a defender sus posesiones y organizaron el ataque contra los puestos conquistados por los revolucionarios. Ya el general Hungría se había concentrado en Esperanza con más de 400 hombres y unas cuantas unidades navales al mando del general D. Manuel Buceta desembarcaron sus fuerzas en Monte Cristi y tomaron la comandancia no obstante la heroica resistencia que le opusieron los soldados del coronel Polanco. La toma de Monte Cristi y la caída de Guayubín quebrantaron tan hondamente la moral de nuestros soldados que las deserciones se contaron por centenares y no fueron pocas las deslealtades y las claudicaciones. Pero sin embargo esos desmayos y arterias, esas 209

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deserciones lamentables y, ni el pánico que habían fomentado las propagandas acerca de la formidable marcha de los españoles quitaron la oportunidad al coronel Monción y al general Luperón de acreditar su fe en la causa; en su heroísmo el primero, en la ruda resistencia que opuso en Mangá a las tropas españoles y el segundo, en el denuedo y tenacidad con que persiguió a los serranos en lucha memorable en las estribaciones de las montañas de Las Matas, hasta obligarlos a concentrarse en la famosa cumbre del Peñón. Fue precisamente en lo más recio de la lucha y cuando los generales Batista y Reyes coordinaban el rodeo de la loma para llevar la batalla hasta la cumbre cuando recibieron del general Rodríguez el parte de que Guayubín había caído y el ataque inminente de las tropas combinados contra Sabaneta. Ya no cabía otra cosa que la retirada que equivalía a una derrota aunque alabada por el orden con que se replegaron sus soldados, loados por su bravura en aquella memorable jornada y su marcha sobre Sabaneta todavía en poder de la Revolución para disponer la defensa de aquella plaza sede del Club Revolucionario centro de todas las actividades bélicas de aquella región del Cibao donde se gestaron los más importantes prohombres de la Guerra Restauradora. De Guayubín recordamos que el día 2 de marzo por la mañana marcharon las tropas españolas contra ese poblado, vadearon el río bajo el fuego de nuestros soldados y se lanzaron a su ataque a la bayoneta contra Mangá. Muy reñido fue el combate, nuestras tropas perdieron toda la artillería y fueron dispersadas y perseguidas hasta los bosques donde no fue posible continuar la persecución. El historiador González Tablas concluyó su relato con las siguientes notas: Testigos presenciales de este notable hecho de armas nos aseguran que en él rivalizaron en el mejor cumplimiento de su deber tanto los jefes oficiales, como los individuos de tropa, pero que la gloria principal cupo al capitán de ingenieros D. Elías de la Casa, al de infantería D. Eduardo Valenzuela y al teniente Julián Hermida. [...]

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Nuestras pérdidas consistieron en 16 heridos, entre los que se contaba de bastante gravedad el señor Valenzuela. Concluido el combate, en que 360 infantes y 30 caballeros habían derrotado cerca de 3,000 insurrectos y se entró en Guayubín conduciendo la artillería y las municiones tomadas. Puede decirse que solo estaban en poder de los revolucionarios Sabaneta y Monte Cristi, contra cuyos términos se dispuso en junta de generales, destacar a Velazco y Hungría, sobre Sabaneta; y a Campillo hacía Monte Cristi donde este entró el mismo día que Buceta era nombrado comandante general en el Cibao en relevo del general Hungría. El brigadier Buceta llegó a Monte Cristi la tarde del mismo día que le había ocupado Campillo y enterado de la situación del Cibao, dispuso salir con este sobre Sabaneta, pero Hungría se les adelantó y mediante una acción que no duró más de media hora tomó aquel poblado. Con la pérdida de esta plaza, prácticamente quedaba vencida la Revolución. Dispersos y vagando por la manigua sus soldados, Monción, Reyes y Rodríguez transpusieron la frontera y Cabrera se internó en Capotillo con su mensaje de libertad y con su bandera envuelta en la valija presto a izarla con sus compañeros en aquella cumbre y dar por allí el definitivo grito de guerra, el día 16 de Agosto de 1863. Después, la amnistía burlada y fusilados algunos de los que a ella se acogieron, como en el caso de Batista y Pierre; el funcionamiento del Consejo Militar Ejecutivo para enjuiciar a los complicados en la rebelión de Santiago y el recuerdo tremebundo de los patíbulos de Moca y del Cercado. Aunque en uno de los documentos anexos se encuentra el expediente completo de este escandaloso proceso, nos vamos a permitir hacer algunos comentarios de ciertos incidentes de las acusaciones contra el general Juan Luis Franco Bidó y don Pedro Ignacio Espaillat, así como el traslado textualmente del dictamen del fiscal, las defensas, las sentencias y algo de su ejecución en el cementerio de Santiago.

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Ante todo diremos que el Consejo Militar Ejecutivo estuvo constituido del modo siguiente: señor teniente coronel de artillería don Luis Bustamante, presidente; capitanes del batallón de San Quintín, don Fermín Daza y don Pablo Rodríguez Vera, los del batallón San Marcial, don Juan Delgado y don Francisco Montaner, el de La Corona, don José Lapuente y el del escuadrón de Santo Domingo, don José de los Ríos, jueces; capitán del San Marcial, don Francisco Diez, fiscal; y secretario, el teniente de la Corona don Benito Gimeno. En las declaraciones de este célebre y largo proceso aparece realzada de manera singular la estatura cívica de don Juan Luis Franco Bidó. Basta decir que en uno de ellos se le hace aparecer como el jefe del motín o insurrección del 24 de febrero de 1863. Llámese como se quiera, para nosotros ese movimiento superó por su significación en el proceso gestador de la Revolución Restauradora, a la misma sublevación de Sabaneta y a las proezas de Guayubín y Monte Cristi; las superó, decimos, por el componente cívico, por la súbita espontaneidad de las aclamaciones populares por la Patria y por la República, y, sobre todo, por el modo patético, solemne y trágico con que los santiagueros se echaron a la calle aquella noche para protestar por primera vez, más como ciudadanos que como militares, como pueblo, de aquel coloniaje tan injusto, como humillante. De los legajos del Archivo de Indias de Sevilla relativos a la guerra de la Restauración, cuyas copias hemos consultado en la Colección del señor Lic. César Herrera, Individuo de Número de la Academia Dominicana de la Historia, ninguno como el expediente de este proceso arroja tanta luz sobre la verdad de la insurrección de Santiago, de sus indudables conexiones con los revolucionarios de Sabaneta y de la estatura cívica de los hombres que intervinieron en ella. Veamos aquellas partes de las acusaciones en contra de don Juan Luis Franco Bidó que robustecen nuestro juicio. El testigo Manuel Rancaño, a quien se le preguntó quién era el jefe, dijo que lo era don Juan Luis Franco Bidó, que «desde que salió de la cárcel hasta el momento en que empezó el fuego, era el jefe de todos el ya citado, don Juan Luis Franco Bidó».

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En su declaración expuso el testigo señor Ramón Hernández, «que también recuerda que don Juan Luis Franco Bidó dio un Viva la República Dominicana» y les dijo que «estaban en libertad»; quien declaró eso es uno de los libertados, que fueron como setenta. Otro de los presos, el señor José Ache y Zapatería: «que al salir de la cárcel por dicha puerta encontró en ella a Pedro Ruiz, a Carlos de Lora y a José del Carmen Lantigua y un poco más separado de ella como unos cincuenta hombres armados de fusiles y machetes: que al salir los presos por la puerta echaron Lora y Lantigua un ¡Viva la República Dominicana! y ¡Viva el general Bidó!» El testigo José Echavarría es más explícito: «que al salir de la cárcel encontró en la puerta de ella al general Juan Luis Franco Bidó el que los arengó diciéndoles que quedaban libres para siempre todos los presos que se encontraban en dicha cárcel; y que a él debían su libertad». Y Manuel Rancaño dijo: «que algunos de los presos le pidieron en efecto armas diciendo que dónde irían desarmados, a lo cual les contestó don Juan Luis Franco Bidó que desde aquella hora hasta al otro día les darían cuantas quisieran». El día 13 de marzo, después que el señor fiscal asistido del secretario notificó a los presos que iban a ser puestos en Consejo de Guerra y de prevenirlos que eligieran sus oficiales defensores, quedaron constituidos como abogados: para defender a don Eugenio Perdomo, el abanderado de la Corona don Matías Ramos; para don Carlos de Lora, don Matías Fernández, subteniente del mismo cuerpo; para don Luis Bidó, don Ramón López y Marín, teniente del San Marcial; para don Pedro Ignacio Espaillat, don José Cuervo y Muñoz, ayudante del mismo cuerpo. De las declaraciones que se produjeron en contra de don Juan Luis Franco Bidó, en cierto modo imprecisas unas e incoherentes otras, surge su figura histórica nimbada con el mismo halo de glorioso patriotismo con que han pasado a la posteridad sus compañeros de aquella jornada, aunque le fuera conmutada la pena de muerte por la de prisión en Ceuta.

CAPÍTULO XVI

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Defensa de don Juan Luis Franco Bidó. Defensa de don Pedro Ignacio Espaillat. Documento relativo al proceso instruido contra don Juan Luis Franco Bidó, don Carlos de Lora, don Pedro Ignacio Espaillat y don Eugenio Perdomo como cómplices de la rebelión del 24 de febrero. Conmutación de la pena de muerte de don Luis Franco Bidó. Ejecución de la sentencia. Alocución del capitán general don Felipe Ribero.

Defensa de Juan Luis Franco Bidó: Santiago de los Caballeros, 20 de marzo de 1863. Vengo a la presencia de V. S. S., honorables miembros de la Comisión Militar permanente, a desempeñar una misión noble y sagrada, vengo pues a defender la causa de un hombre anciano y honrado, padre de una numerosa familia y cuya conducta pública y privada está exenta de toda tacha, don Juan Luis Franco Bidó, como miembro del Ayuntamiento, y su presidente interino, asistió a la sesión extraordinaria que en la noche del veinticuatro de febrero celebró la Corporación y tuvo la desgracia de verse casi forzado por sus compañeros para pasar a la plaza de armas, donde existían un grupo 215

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de hombres sublevados contra el legítimo de S. M. (q. D. g.) con el fin laudable de hablarles a nombre del Ayuntamiento a que se retirasen a sus casas, pero como sucede comúnmente en tales asonadas, el tumulto y la gran vocería eran tal que no pudo dirigirse al grupo y llamó a dos individuos para que impusiesen silencio y explicasen a los que allí estaban el objeto de su comisión, cuando de esto se trataba, se rompió el fuego, se persuadió el señor Bidó que nada podía ya hacer allí y se retiró a la Sala Capitular para dar cuenta a los demás miembros del Ayuntamiento. ¿Pero podía figurarse mi defendido que de una acción tan sencilla en apariencia y como él mismo la rebate, pudiera formársele una causa criminal pidiéndose contra él, por el señor acusador fiscal la pena Ccapital? Y no hay nada más cierto, pero como para apremiar las pruebas contra mi defendido es de rigurosa que estas sean deducidas de las declaraciones de los testigos que contra él deponen, entro de lleno a probar quiénes son estos testigos y cuál sea su moralidad; deponen contra don Juan Luis Franco Bidó y se llaman estos Manuel Rancaño, José Echavarría, José Ache, Ramón Hernández, Juan de la Cruz Ureña. El primero está acusado y procesado criminalmente por complicidad de robo de mercancías y efectos en la casa de comercio de don Pedro Tió de esta ciudad siendo dicho individuo el que ocultaba los efectos robados en su casa. El segundo, José Echavarría, está acusado y sumariado por robo de cerdos en complicidad con otros facinerosos, que en épocas pasadas tenían ranchería para robar cerdos en las Montañas del Limón, camino de Puerto Plata. El tercero, José Ache, está también encausado por heridas. El cuarto, Ramón Hernández, está sumariado por vago y ladrón cuatrero y el último está preso por sospechoso de hallarse en la rebelión. Los cuatro primeros estaban encarcelados y se les instruía su sumaria como lo demuestra el Oficio del señor alcalde mayor del partido que reverentemente acompaño. Concluyo suplicando a los señores del Consejo que por lo que dejo supuesto tengan compasión y caridad por mi

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defendido y por su larga familia que todas imploran por la vida de su querido padre, y se dignen a indultarle de pena capital, señalándole lo que en su ilustre criterio crean más justo y llevadero. Firmado: Ramón López.

Defensa de don Pedro Ignacio Espaillat Al presentarme por primera vez de mi vida militar ante este ilustrado Consejo a desempeñar un destino que, si bien por mi lado me honra, y me llena de la más completa satisfacción, por otro confieso que su gravedad me turba, confunde mi imaginación y hace que todo mi ser experimente un indescriptible e inusitado temor, no solo por la actitud imponente de tantos jueces cuya presencia me es tan respetable; no solo por la causa que da motivo a esta asamblea sino también por la convicción íntima que tengo que por fuerte que sea mi conciencia y sinceros mis deseos me acompaña a la vez para desempeñar tan difícil tarea la insuficiencia de mis luces y las flaquezas de mis fuerzas que se hacen sentir más que sensiblemente al reflexionar que de estos esfuerzos depende la suerte de un honrado padre de familia, la felicidad de una esposa, la subsistencia, la felicidad y el porvenir de unos infelices hijos, que entregados a mi impotente habilidad deba mi voz defender por ellos, en este día, todo lo que tiene más caro el hombre sobre la tierra, la vida, la honra y la familia. Pero toda esta intranquilidad, todos estos temores, señores, desaparecen por la sola consideración que el señor presidente y vocales que componen tan Ilustre Tribunal están animados de los más bellos y nobles sentimientos que distinguen el corazón humano y de las más grandes virtudes civiles y militares que adornan a un buen magistrado, descollando, por decirlo así, entre todos aquellos que particularmente distinguen a todos los españoles, y que es el más bello ornamento del hombre; quiero decir ...la consideración y la clemencia.

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Animado, pues, de tan consoladoras convicciones y poniendo toda mi confianza en la imparcialidad de los jueces y en la causa que patrocino como en el doble instante que la Providencia ha sembrado en el corazón de todos los hombres como en el amor de sus semejantes, manantial fecundo de todas las buenas actuaciones, vengo, pues, animado de estos deseos a identificarme, por decirlo así, con la suerte de mi cliente, para defenderlo con todo mi corazón y con todo mi entendimiento de la acusación que contra él pesa por ante V. V. S. S., señores presidente y vocales de esta respetable corporación. Está acusado, señor presidente y vocales, por ante V. V. S. S. el señor don Pedro Ignacio Espaillat natural de esta ciudad, de estado casado, padre de siete hijos, hombre honrado y laborioso e intachable en su conducta como lo prueban todos sus antecedentes, nada menos que del crimen de rebelión, ingratitud y de traición, y pide contra él el señor fiscal nada menos también que la pena de muerte. Señores: por grande que sea la confianza que tiene el hombre acusado de la integridad y capacidad de los señores jueces ante quien se le hace comparecer para ser juzgado, es un hecho de que el hombre no puede prescindir de discutir ante todo con respeto, acatamiento y reverencia, si la autoridad judicial que lo interroga, que le prende, que lo oye, que le condena o que lo absuelve; es aquella que la ley ha erigido y ha revestido con autoridad suficiente y con prioridad al hecho imputado. Es un principio de la constitución que nos rige (Art. 90) que ningún español puede ser ni sentenciado sino por el juez o tribunal competente en virtud de leyes anteriores al delito y en la forma que esta prescriben, dispone también el Art. 19 del Código Penal, que no será castigado ningún delito ni las faltas de que solo pueden conocer los tribunales con pena que no se halle previamente establecida por la ley, ordenanza o mandato de la autoridad a la cual estuviese conferida esta facultad.

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Es otro principio universal de jurisprudencia que ninguna ley tiene efecto retroactivo. Si esto es cierto ¿cómo ser atributivo de la jurisdicción militar hechos que si bien existiesen no lo serían nunca más que de la jurisdicción real ordinaria? La publicación de la Ley Marcial, la declaración del estado de sitio por la autoridad competente no substrae en ningún caso a los súbditos de S. M. la Reina (q. D. g.) de las garantías que la carta constitucional les confiere, por los errores que cometiesen en el estado normal de la sociedad, por la promulgación posterior en vista de circunstancias apremiantes, de fórmulas protectoras y de jurisdicciones en que tiene el hombre garantizados sus derechos por la amplitud de la defensa y la madurez del juicio. Si las medidas enérgicas y necesarias que puede y debe tomar la autoridad en casos dados y urgentes, implicasen el principio que sus efectos se extendiesen retroactivamente al porvenir, ¿dónde iría a tener la sociedad? La ley de diez y siete de abril de mil ochocientos veinte y cinco puesta en vigor por el bando del Excmo. señor capitán general de esta isla, y también los artículos 167 y segundo del Código Penal contiene idénticamente los mismos salvaguardias; el primero siquiera para establecer y definir jurisdicción, la publicación de un bando fijando un término corto a los habitantes revoltosos para que se retiren a sus hogares domésticos y por consiguiente al orden; por el segundo la autoridad gubernativa intimará hasta dos veces a los sublevados para que se disuelva; es esta intimación la que fija y determina la jurisdicción a que pertenece cada reo; el que después de ella, sea civil o militar, pertenece a los tribunales ordinarios, ya sea militar ya sea civil; en este último caso se encuentra mi defendido Pedro Ignacio Espaillat dejando, sin embargo, al sano criterio de V. V. S. S. la apreciación de estas razones que expongo como deber de que no puedo prescindir en obsequio de mi cliente. Entrando en materia diré: ¿qué pruebas hay en el proceso para apoyar esta acusación? No hay otra que la de haberlo

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visto aquella noche un testigo en la calle del Cementerio y otro en el Ayuntamiento, ninguno de ellos dice que mi defendido llevase armas ni que vociferase en sentido subversivo. A las siete de la noche del veinticuatro del mes próximo pasado se encontraba mi cliente en mangas de camisa en la esquina de la casa de don Gaspar Pou, inmediaciones donde el reo a quien defiendo tiene su purpería y familia, circunstancia que prueba algún tanto que Pedro Ignacio no pensaba en aquellos momentos más que en sus asuntos domésticos, se unió a la multitud revolucionaria, también se ve en el proceso que mi defendido, después de los primeros tiros en la Plaza de esta capital, se retiró a pasar la noche en una estancia a las inmediaciones de la ciudad, volviendo a ella a las primeras horas del siguiente día veinticinco para disponer la salida de su esposa e hijos al poblado con el nombre de Jacagua; lo que así ha verificado, marchándose él después en dirección al Palmar donde tiene un hermano, lo que verificó poniéndose en el camino para realizar este pensamiento, habiendo desistido de esta idea sobre su marcha, por haber pensado que la hospitalidad que iba a pedir a su hermano, podía en vista de las actuales circunstancias comprometerle; causa que lo obligó a retroceder y a dirigirse al punto de Jacagua donde tenía su esposa y demás familia, no pudiendo tampoco realizar este pensamiento, pues en el camino fue preso por el alcalde pedáneo José Ramón Gómez, cuya declaración de dicho pedáneo falta en el proceso instruido para con ello dar mayor fuerza a la circunstancia de haberse entregado sin la menor resistencia de dicha autoridad conduciéndole a este Fuerte de San Luis donde se encuentra. Estos son, señores, los hechos; y de ellos se desprende más que evidentemente la no tan grave culpabilidad de mi defendido, la falta de premeditación de conspirar, y finalmente la de no haber tenido predisposición alguna para declararse contra la autoridad de nuestra Augusta Soberana, puesto que hasta el momento de la ocurrencia, durante ella y después nada hay que pruebe intención hostil de rebelarse. No será

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superfluo llamar insistentemente la atención del Ilustre Consejo sobre los hechos del veinte y cuatro, me limitaré tan solo a decir que tan pronto como nuestros soldados se dispusieron a la defensa y que después de unos cuantos disparos y cargas a la bayoneta, consiguieron ver dispersa la nube que por un instante oscureciera el horizonte de esta tranquila población. Si desgraciadamente todo lo que he puesto no pesare en la mente de este respetable tribunal para exonerar a mi defendido de la grave acusación que contra él se presenta, si los argumentos que he creído de mi deber presentar en defensa del acusado fuesen insuficientes para escudarlo algún tanto de aquella. ¡Ay! Entonces vosotros que estáis constituidos como jueces, árbitros del destino de este infeliz padre de familia, de este honrado ciudadano, que son hábiles para absolverle o condenarle, dejaos penetrar anticipadamente al cuadro desoladar que presentaría una viuda cargada con el abrumante peso de siete hijos todos de tierna infancia anegada en llanto y con todo el miserable prospecto de la necesidad y de la pobreza. Sed, pues, señores, benévolos y clementes jueces para todas estas infelices criaturas, mirad Vs., señor presidente y vocales, algún tanto como consideración al infortunado padre de aquellos; no les quitéis de un golpe su consuelo, su apoyo y toda su felicidad dejándolos en la más desesperada orfandad; por todo lo cual pido y suplico a este respetable Consejo se digne eximir de la pena de muerte que por el fiscal se pide, y castigarle con la pena inmediata con arreglo de las ordenanzas militares, por el crimen que se le imputa a mi cliente Pedro Ignacio Espaillat. Santiago de los Caballeros, veinte de marzo de mil ochocientos sesenta y tres. Firmado: José María Cuervo.1

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Del Archivo General de Indias, Cuba 1014 B., No. 16. (Colección Herrera).

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Plaza de Santiago

Año de 1863

COMISIÓN MILITAR EJECUTIVA Proceso instruido contra el general don Juan Luis Franco Bidó, el coronel don Carlos de Lora, el capitán don Pedro Ignacio Espaillat y el paisano don Eugenio Perdomo, acusados de complicidad en la rebelión que estalló en esta ciudad la noche del 24 de febrero pasado. Juez fiscal El capitán de S. Marcial Don Francisco Diez

Secretario Teniente de la Corona Don Benito Gimeno

Comandancia General del Cibao El Excmo. señor capitán general con fecha 11 del actual mes dice lo siguiente: Por consecuencia de los últimos sucesos ocurridos en esta provincia han sido juzgados por la Comisión Militar ejecutiva y permanente el general de las reservas provinciales don Juan Luis Franco Bidó, alcalde ordinario de dicha ciudad, el coronel de las propias reservas don Carlos de Lora, el capitán de las mismas don Pedro Ignacio Espaillat y el paisano don Eugenio Perdomo y sentenciados todos cuatro con fecha 20 del mes pasado, a la pena de ser pasados por las armas cuya sentencia ha sido aprobada por mí con fecha 9 del que rige, previo dictamen de mi auditor de guerra. En este estado las cosas solo restaba ya ejecutar la sentencia, pero deseando a la par que hacer patente la justicia que castiga al delincuente, dar una prueba de los sentimientos piadosos de S. M. la Reina (q. D. g.) en vista de las facultades que me concede la Real Orden de 29 de mayo de 1855 y previo los informes de mi referido auditor de guerra y el voto consultivo del RI acuerdo que previene la disposición 2º de la mencionada RI orden de 29 de mayo, vengo en nombre

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de la Reina en indultar de la última pena conmutándola, en la inmediata que deberá cumplir en el presidio de Ceuta, al precitado don Juan Luis Franco Bidó, cumpliendo la sentencia por lo que respecta a los otros tres reos y en la forma decretada por mí en la causa de que llevo hecho mérito. En su virtud entregará V. E. al presidente de la comisión militar ejecutiva y permanente la precitada causa con traslado de este oficio para el cumplimiento de lo resuelto por mí en aquella, con la modificación que corresponde por el presente indulto, previniendo al referido presidente remita después a esta Capitanía General testimonio de la causa contra don Juan Luis Franco Bidó y correos para acompañarla al dar cuenta de este indulto para la soberana aprobación. Lo que traslado a V. para su conocimiento y a posible brevedad disponga tenga puntual cumplimiento lo preceptuado por la autoridad superior de la Isla reclamando de esta Comisión General cuantos auxilios considere necesarios. Dios guarde a V. Ms. SS. Santiago de los Caballeros, 15 de abril de 1863. El brigadier comandante general. Firmado: Manuel Buceta. Señor presidente de la Comisión Militar de esta plaza Certificado de la Ejecución de la sentencia. En la misma plaza de Santiago y a los diez y siete días del referido mes y año, yo el infrascrito secretario certifico: que en virtud de la sentencia de ser pasados por las armas, dada por el Consejo Ordinario de la Comisión Militar a don Eugenio Perdomo, don Carlos de Lora, general de las milicias de reserva de esta Isla y don Pedro Ignacio Espaillat, capitán de las mismas, y aprobada por el Excmo. señor capitán general de esta Isla, se les condujo en buena custodia dicho día y hora de las siete de la mañana a la explanada frente del cementerio de esta ciudad, donde se hallaba el capitán don [falta texto en el original] presentes, llevándolos luego a enterrar las personas al efecto nombradas acompañándolos al cementerio donde

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quedan enterrados; y para que conste por diligencia lo firmó dicho señor de que yo el secretario certifico. Firmado: Francisco Dié. Benito Gimeno.

Libertad de don Juan Luis Franco Bidó Gobierno Militar de la Plaza y Provincia de Santo Domingo. En virtud del Decreto del Excmo. señor capitán general de esta isla de fecha de hoy en el proceso formado por la Comisión Militar de la Provincia de Santiago contra don Juan Luis Franco Bidó, general de las reservas provinciales y alcalde ordinario de dicha ciudad, nombro a V. fiscal para que actuando con el teniente del batallón de San Quintín don Mariano Botia, como secretario se proceda a poner en libertad al citado don Juan Luis Franco Bidó comprendido en dicho proceso de conformidad con lo dispuesto por S. M. en su Real decreto de amnistía de 27 de mayo último y en los términos prevenidos en la circular del Excmo. señor capitán general de esta fecha. Dios guarde a V. Ms. as. Santo Domingo, 26 de junio 1863. Firmado: José P. Malo. Sor. 2º. Comte. don Francisco Catalá y Alonso del Bn. de Bailén...

Juramento de fidelidad del general don Juan Luis Franco Bidó Seguidamente el señor fiscal pasó acompañado de mí el presente secretario a la Torre del Homenaje de esta Plaza, donde compareció a su presencia el señor general de la Reservas Provinciales don Juan Luis Franco Bidó, preso en dicha Torre, quien fue enterado por el señor fiscal del Real Decreto de indulto de veinte y siete de mayo del corriente año y disposiciones dadas por el Excmo. señor capitán general de esta Isla para su aplicación después de lo cual el señor

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fiscal procedió a tomarle juramento según forma por el cual prometió decir la verdad en cuanto fue interrogado. Preguntando. Si jura a Dios y promete fidelidad a la Reina Nuestra Señora (q. D. g.) y no atentar contra la tranquilidad pública de este país o de cualquier otro español y de guardar las leyes establecidas o que en lo sucesivo pudiese mandar observar el gobierno y si antes por el contrario sostendrá dichas superiores disposiciones con su fuerza moral y material si las circunstancias lo exigiesen como es deber de todo ciudadano y más que todos los que como el declarante está investido del carácter militar, dijo: que jura y promete fidelidad a S. M. la Reina Nuestra Señora (q. D. g.) y observar con toda religiosidad todas las leyes que se publiquen y estén vigentes por el gobierno en esta Isla o cualquier otro país español que habite; y para que conste por diligencia lo firmó con el señor fiscal leída que hubo esta su manifestación y con el presente secretario de que certifico. Firmado: Francisco Catalá. J. Luis F. Bidó. Ante mí, Mariano Botia. Santo Domingo, 28 de junio de 1863. Puesto en libertad el general de las reservas provinciales don Juan Luis Franco Bidó, pase al señor auditor para que manifieste si se encuentra conclusa esta causa. Firmado: Ribero. Excmo. señor: Habiendo prestado el juramento a S. M. y a las leyes del Estado que determina el Art. 2º del RI decreto de amnistía, y puesto en libertad don Juan Luis Franco Bidó comprendido en esta causa, entiendo que es Francisco Diez, fiscal de esta causa y estaban formadas las tropas de la guarnición para la ejecución de la sentencia; y habiéndose publicado el bando por el sargento mayor interino de esta plaza según previene S. M. en sus Reales Órdenes, se pasó por las armas a los dichos don Eugenio Perdomo, don Carlos de Lora y don Pedro Ignacio Espaillat en cumplimiento de ella, delante de cuyos cadáveres desfilaron en columna inmediatamente las tropas de la guarnición que se hallaban de archivar en la capitanía general declarándola conclusa en todas sus partes por consecuencia del RI decreto de 27 de mayo último o lo que V. E. considere conveniente.

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Santo Domingo, 30 de junio de 1863. E. S. Firmado: Mauricio Hernando Novas. En relación con este suceso, el capitán general dijo en son de bando lo siguiente: Según el parte oficial que he recibido en el día de hoy del teatro de los sucesos, otro nuevo triunfo alcanzado por nuestros valientes soldados, ha venido a demostrar a los enemigos de la reina que no se ultraja impunemente el pabellón nacional. El enemigo ha sido arrojado en la tarde del día 5 del actual de Sabaneta, último baluarte de sus impotentes maquinaciones; por dos compañías del segundo batallón de la Corona, que al mando del digno general Hungría les atacaron enérgicamente a la bayoneta, habiéndoles causado tres muertos, varios heridos y prisioneros, y dejando en poder de nuestras tropas una bandera, armas, provisiones y correspondencia. Por nuestra parte ha habido, sin embargo, que lamentar la pérdida de un soldado muerto y algunos heridos. Media hora de combate ha bastado para consumar este brillante hecho de armas y obligar al enemigo a declararse en precipitada fuga por los barrancos contiguos a la población. La descabellada intentona de algunos ilusos puede darse por terminada.2 Ciertamente la revolución no quedó terminada con la toma de Sabaneta como ya hemos dicho. El indulto general que proclamó el capitán general a son de bando no produjo el efecto esperado, muchos soldados permanecieron en la expectativa sin acogerse a las garantías y algunos de sus más connotados generales, podría decirse, estaban en plan de guerra, si bien guerra callada, furtiva, pero con todos los alientos de la Revolución y dotados de la fe en el triunfo definitivo de la República. El cacareado viaje de Santana a Santiago acompañado del segundo 2

González Tablas, Historia de la dominación, pp. 64-65.

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cabo de la isla brigadier D. Carlos de Vargas fue baldío, pues nada había que hacer en el escenario de la guerra si bien podía influir en los sucesos de los promotores de la sublevación de Santiago que estaba ventilando la Comisión Militar Ejecutiva establecida en aquella población con esa específica finalidad. Hay fundamentos para sospechar de su influencia en la conciencia de aquellos jueces; acerca de este asunto dijo González Tablas: «La idea de que los siete fusilados en Santiago lo habían sido por influencia de Santana, fue un arma calumniosa de que se valieron sus enemigos». Más tarde, el 29 de mayo, la alocución que sigue acerca de aquellos sucesos. Alocución Santo Domingo, 29 de mayo de 1863. Dominicanos: habeis visto los acontecimientos que momentáneamente perturbaron el orden en esta isla. Vosotros los habeis condenado como yo; tal vez yo lo he lamentado más que vosotros. El escándalo ha sido grande, el castigo era indispensable, lo reclamaba la vindicta pública, lo exigía la ley dictada para la seguridad de la sociedad, lo pedía vuestro propio interés porque si habeis de tener paz, es preciso que los que atenten contra ella no queden impunes, la impunidad alienta los delitos. Desgraciado el país que esté regido por una autoridad que no sepa sobreponerse a sus sentimientos y hacer callar a su corazón cuando habla el deber. Comprendiendo yo este deber y llenándolo, he aprobado todas las sentencias que la comisión militar, sujetándose estrictamente a la ley, ha dictado contra los culpables. Entre estas sentencias once eran de la pena de muerte a individuos presentes, y diez y nueve a otros que se hallan prófugos; siete de los primeros han sido ejecutados, y cuatro en quienes he encontrado alguna menos culpabilidad, han sido

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indultados por mí, porque he querido conciliar la justicia con la clemencia. Que los castigos impuestos a los unos sirvan de escarmiento; que la clemencia usada por los otros sea apreciada. El más bello atributo de los reyes es el de perdonar. La reina siempre, buena con sus súbditos, ha transmitido estas facultades a los capitanes generales de ultramar: en su real nombre he concedido el indulto y sé de antemano que lo aprobará, porque de su corazón no brotan más que sentimientos generosos hasta con sus enemigos, de su alma solo piedad para los desgraciados. Las primeras palabras que la reina dijo al volver del desmayo que le causara la herida de una mano aleve fueron: perdón al asesino, rasgo sublime de caridad que consignará la historia para honra suya. La señora, que tan grande y generosa se mostrara con el que atentó a su vida, tendrá un placer en que en nombre suyo, haya salvado la de cuatro de los culpables. Dominicanos: amad a la reina como se ama a una madre, porque ella os ama, como se ama a los hijos, no permitáis que algunos ilusos hagan que se arrepienta de haberos abierto los brazos, cuando quisisteis volver a la familia común. Ya os lo he dicho otra vez; en esa familia habeis sido recibidos con regocijo y si alguno por aberración o por error no os hace justicia, sus apreciaciones son aisladas, y, bastante tiene con que los demás condenen su proceder. De vuestra cordura y sensatez, de vuestro buen juicio para saber apreciar lo que os conviene espero que me ayudareis a consolidar el orden, porque sabeis que sin él no hay ventura, no ha prosperidad, no hay porvenir; solo hay desgracias, lágrimas y confusión. El que manda tiene que acomodar su conducta a la que observan los habitantes sobre quienes ejerce la acción de su mando. Yo deseo el bien, deseo que los días corran sosegados, y no haya motivo de aplicar el rigor; por ese mando he tenido que castigar a algunos, he sentido un gran dolor, y cuando

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he podido perdonar a otros he sentido un gran placer, pero hay casos en que la clemencia solo se puede usar una vez, y la de hoy envuelve un compromiso para no poder emplearla mañana si se repitiese la rebelión. Mi carácter es humano, pero recto; mi conducta está guiada por estos sentimientos; y descansando en mi conciencia, la dejo al juicio público; juzgadme vosotros. Las circunstancias hicieron que el país se declarase en estado de sitio; esas circunstancias han pasado, y mi bando de hoy dispone que cese el estado excepcional. Dominicanos: siempre me veréis velando por vosotros, porque este es mi deber, y porque así cumplo con los deseos de S. M. la reina, que tanto se interesa por vuestro bien, y con las instrucciones de su gobierno, encaminados a lograr vuestra felicidad. Felipe Ribero.3

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González Tablas, Historia de la dominación, pp. 71-72.

CAPÍTULO XVII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Movimientos de agosto de 1863. Ataque de Guayubín. Pleitos de Macabón y Sabaneta. Combate de San José de las Matas. Pleito de Guayacanes, relato de Manuel Rodríguez Objío. Combate de Quinigua.

En las postrimerías de julio de 1863 estaba bien informado el comandante de la guarnición de Capotillo que los jefes dispersos en la manigua y los que habían atravesado la frontera en ocasión de la aparentemente debelada insurrección de febrero, entre ellos José Cabrera, Benito Monción, Santiago Rodríguez y Pedro Antonio Pimentel, estaban fraguando un nuevo brote de la revolución en aquella zona de Dajabón, Capotillo y La Joya, que entonces podía ser considerada como la tierra de nadie, en connivencia con Sylvain Salnave, general haitiano, que pugnaba por derrocar al presidente Geffrard, que estos generales habían llegado a un acuerdo en cuanto al lugar y la hora de la sublevación y sabía también que por aquellos parajes se hacía un comercio constante de todas clases de implementos de guerra. No solo le fueron confirmadas estas noticias al brigadier Buceta sino que, además, se le informó que unos barcos americanos mercantes y de guerra habían desembarcado por las costas haitianas aledañas a la frontera del Noroeste armas y municiones de las cuales habían participado los revolucionarios dominicanos. 231

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El brigadier Buceta no le dio mucho crédito a las alarmantes noticias que le llegaban de aquella zona, pues no se explica que habiendo planeado destacar hacia la frontera un batallón de la Corona, una sección de artillería y otra de cazadores de caballo, no solo desechó ese plan sino que se puso en marcha el día 12 de agosto acompañado de un cabo, cuatro soldados y el capitán de artillería don Ramón Alberola con el objeto de conferenciar con el general José Hungría, entonces comandante general de la frontera. En Dajabón se enteró el brigadier de la gravedad de la situación. Supo allí que el centro de operaciones de los revolucionarios era Capotillo francés, donde estaban prestos para pasar a Capotillo español y llevar al cabo el levantamiento a «más tardar dentro de veinte días». Su primera providencia fue dar órdenes al general José Hungría de que saliera a reforzar a Sabaneta con una compañía de San Quintín, pero enterado de que el coronel Polanco se había integrado a la revolución y estaba en pie de guerra, dispuso reforzar también la guarnición de Guayubín, y al efecto, el día 17 destacó hacia aquella plaza 40 hombres, y el 18 salió para Estero-Balsa en gestiones para el aprovisionamiento de las fuerzas. Cuando retornaba a Dajabón no solo se encontró con que una partida de revolucionarios le cerraba el camino, sino que uno de los soldados de los 40 que habían salido a reforzar a Guayubín vino con la noticia de que se habían visto obligados a devolverse de la mitad del camino por los ataques de los revolucionarios. Este hecho y las hostilidades que encontró en el camino a su retorno de Estero-Balsa le hicieron conciencia de la gravedad suma de los acontecimientos que ya lo rodeaban, cuando más que él, queriendo comprobar personalmente la verdad, salió con algunos soldados y tuvo que regresar en la noche precipitadamente acosado por los revolucionarios y que le aguardaba la noticia alarmante remitida desde el destacamento de Capotillo, de que había mucho movimiento de gente sospechosa «que entraban y salían» de Haití por aquella parte de la frontera. Confiado tal vez en la palabra del jefe de la frontera haitiana, Philantrope Noel, quien le aseguró que esa gente era de su policía

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«puestos en acecho de los revoltosos», resolvió retirar la guarnición de Capotillo y marchar con las fuerzas disponibles hacia Guayubín. Antes de seguir adelante con el relato de esta marcha de Buceta y de los memorables acontecimientos bélicos que tuvieron lugar entre mediados del mes de agosto hasta el día 1 de septiembre, fecha de la desocupación y fuga de las huestes del brigadier Buceta hacia Puerto Plata. En aquellos días de agosto, había en Sabaneta no menos de 400 hombres de puesto, y tanto Guayubín como Monte Cristi estaban reforzados con el fin de refrenar y repeler toda intentona de la revolución. Pero no obstante la rigurosa vigilancia de las fuerzas españolas, antes del 16 de Agosto de 1863, Monción y Cabrera se entrevistaron con algunos moradores del valle que media entre Guayubín, Monte Cristi y Sabaneta para fijar la fecha en que se debía dar comienzo a la rebelión. Pocos días después de estas gestiones y ya Monción en Haití allegando armas y municiones, se presentó Pimentel en Capotillo y con todo el sigilo que la circunstancia demandaba conferenció con Cabrera; y de allí salió hacia Haití, conversó con Monción y retornó casi de inmediato al escenario de la guerra para organizar el plan de la insurrección que fijó como fecha inicial, no obstante algunos episodios anteriores, el día 16 de Agosto de 1863 en que Polanco, Gómez, González y Barriento con no más de 30 hombres tomaron a fuego y sangre el poblado de Guayubín y apresaron a toda la guarnición española. El teniente don Antonio Lasso de la Vega, superviviente de aquella catástrofe, asevera que fueron ochocientos hombres los que atacaron a Guayubín; que el día siguiente del ataque fueron enterrados cuarenta cadáveres y que murieron en el combate, el general de las reservas don Sebastián Reyes, el teniente de San Quintín Montero y un alférez de nombre Notario, de cazadores de África. Antes de este acontecimiento se produjo un hecho de singular importancia que acreditó el espíritu organizador y la intuición de estratega de Pimentel. Este hecho fue la toma de posesión de Macabón con unos diez y seis hombres; punto estratégico que bien guarnecido, hacía imposible las francas comunicaciones entre las fuerzas destacadas en Beler, Sabaneta, Monte Cristi y Guayubín.

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Era tal el valor de esa posición que el general Hungría, que intentó pasar, fue rechazado por un puñado de patriotas al mando de Reyes, Cabrera y Rodríguez y se vio obligado a retirarse; y sin llegar a Sabaneta que creía en poder de los revolucionarios siguió marcha a San José de las Matas hostilizado, en casi todo el camino, por nuestros soldados. Sabaneta vino a caer en poder de la revolución después del pleito de Macabón atacada por los mismos soldados que desde este campamento siguieron por largo trecho guerrillando la retaguardia de la columna del general Hungría. El sangriento combate de Macabón, la toma de Sabaneta y la rota de las tropas de Monte Cristi que venían a reforzar a Beler, por los valientes de Monción fueron, entre otros episodios bélicos, el preludio de la jornada memorable del 16 de Agosto de 1863 que culminó con la toma a fuego y sangre de Guayubín. Del ataque de Guayubín dice Manuel Rodríguez Objío: Cuéntase que habiendo fracasado un primer ataque librado en la mañana, aquellos audaces soldados de la libertad,volvieron a la carga pasada la hora del medio día y obtuvieron un feliz resultado. Refiérese igualmente que siendo la artillería la que más contrariable el empuje de aquellos bravos, Polanco y González, movidos por un mismo impulso de fabuloso heroísmo, lanzáronse corriendo sobre los artilleros enemigos, abriéndose paso con sus sables y derribaron por tierra aquel obstáculo. Pocos días después se rindio Monte Cristi al ímpetu de las fuerzas del capitán Federico de Jesús García al cabo de un combate en que cayó prisionero el valiente defensor de aquella plaza general Ezequiel Guerrero. Fue en esos días cuando se presentó en el escenario de aquellos acontecimientos el general Salcedo; fugitivo de un angustioso cautiverio, pasaba de la cárcel al palenque de la Revolución Restauradora. Fue recibido con grandes manifestaciones de regocijo y vívidas explosiones de entusiasmo, que auguraban ya su prominente destino de primer presidente del gobierno Provisional que

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asumió la responsabilidad de empujar hacia la victoria el carro de la revolución. Pero no hay todavía un caudillo único; no hay un jefe propiamente hablando de la revolución, pero no obstante la falta de una voluntad coordinadora, de la carencia de la unidad de mando, la insurrección siguió su marcha de triunfos conforme al arbitrio de sus capitanes, según las contingencias de los acontecimientos y con la autoridad que era necesaria a cada uno de ellos en el campo de operaciones que se asignó a sus actividades bélicas. Las asignaciones fueron las siguientes: para la línea de Guayubín, Sabaneta, Monte Cristi, Dajabón y dependencias, como jefe superior Gaspar Polanco; Cabrera y Reyes para la Sierra y a los generales Pimentel, Monción y Salcedo quedaron encomendadas las operaciones contra la ciudad de Santiago de los Caballeros. El predominio que había alcanzado la revolución no le permitía a Buceta otro camino que huir hacia el pueblo de Santiago. Veamos cuál fue su suerte en esa ruta desesperada, cuyo relato tiene para nosotros mucha importancia porque las peripecias de su odisea en nuestra campiña y caminos de montería y al través de valles y sierras nos sirven para estimar la tenacidad de nuestros soldados, la extensión que ya tenía el movimiento revolucionario, el eficiente sistema de guerrilla y las cargas al machete que fueron nuestros característicos modos de combatir en aquella guerra desigual con el ejército español. En el parte de guerra que el general Hungría pasó al comandante de armas de San José de las Matas, retransmitido por este al capitán general Ribero, en que se confirmaba la caída de Guayubín en manos de los revolucionarios, su incendio y la destrucción casi completa de las guarniciones, le decía que no tenía noticias del brigadier Buceta, comandante general «cuyo paradero era ignorado desde varios días antes; que era muy crítica la situación de los destacamentos de Capotillo, Dajabón y Sabaneta, después de haber caído Guayubín en poder del enemigo». Y terminaba su parte pidiéndole todos los refuerzos que fuera posible sobre Sabaneta; a consecuencia de este parte se ordenó que saliese una columna en busca del comandante general Buceta.

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El coronel Abreu, gobernador interino de Santiago, por oficio del 22 de agosto informó al capitán general que comisionados por el general Hungría se habían presentado en el fuerte San Luis el subteniente de la Guardia Civil don Pedro González y un vecino de Sabaneta y le comunicaron las noticias que llevó al pueblo el subteniente de San Quintín don Pelayo Luengo de la guarnición de Guayubín que escapó del incendio de aquel pueblo. Don Pelayo Luengo dijo: «que el 18 de agosto los rebeldes atacaron y tomaron dicho pueblo a las pocas horas de una vigorosa resistencia», «que murieron muchos de los enfermos albergados en su hospital y el mayor número de sus escasos y valientes defensores ignorándose la suerte que hubiera cabido a los muy pocos... que lograron refugiarse en la manigua»; «que los rebeldes tenían cortadas todas las vías de comunicación por lo que era imposible saber nada del brigadier Buceta». Antes de poner en las páginas de este libro el relato de la odisea del brigadier Buceta, que él mismo describió, hemos de señalar como episodios de gran resonancia histórica que fueron: la batalla de Guayacanes, en la que entraron en combate al frente de su columna los intrépidos generales Monción y Pimentel, y el pleito también memorable de Quinigua dos días después de la acción de Guayacanes. Algunos trazos de esta batalla que ha dado a la historia don Manuel Rodríguez Objío, permitirán al lector aquilatar el denuedo de nuestros soldados: Una brillante columna española al mando del mismo Buceta marchaba a paso acelerado sobre los insurrectos; las dos armadas no debían tardar en encontrarse. Buceta acampó en Guayacanes el mismo día que los patriotas acompañaban en doña Antonia. Doce millas nada más los superaban. Al siguiente día la columna revolucionaria fue la primera que se puso en movimiento; dos horas después las avanzadas se hacían el primer fuego y a poco la acción estaba perfectamente empeñada. Ambas tropas hicieron esfuerzos inauditos; prodigios de valor distinguieron tanto a los oficiales de la libertad

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como a los de la opresión, pero la victoria se decidió por la buena causa. Una vez introducido el desorden en la armada española, Monción que ve a Buceta, lanza su caballo y sable en mano penetra en las filas enemigas; ya iba a descargar el golpe mortal sobre la cabeza del inhumano sultán y verdugo cuando el intrépido capitán Arberola, interponiéndose entre su jefe y el faccioso caudillo, descargó sobre este dos heridas que le hicieron rodar por el suelo; y allí el patriota Monción habría sido asesinado impíamente sin la intrepidez del audaz Pimentel, que viendo la situación lanzóse a escape y con solo algunos dragones precisa la fuga del enemigo, acuchillándolo sin tregua, y salva así a su ilustre compañero. Después de este combate las tropas dominicanas se acantonaron en Peñuela mientras el brigadier Buceta, caminando por entre la manigua, había ido a parar a Quinigua donde encontró refuerzos suficientes para hacer frente a sus perseguidores que venían reforzados con trescientos hombres al mando del general Polanco que pusieron en derrota a las huestes españolas. En este combate brillaron por su heroísmo Polanco, Pimentel, Barriento y González: «Se distinguieron como siempre en las primeras filas», agrega Manuel Rodríguez Objío cuyos relatos seguimos al pie de la letra. En el combate de Quinigua cayeron prisioneros unos doscientos soldados entre reservistas y españoles; la revolución tomó definitivamente a San José de las Matas y el día 26 las tropas revolucionarias se presentaron en los suburbios de Santiago de los Caballeros donde se habían concentrado los españoles. Pero ha de saber el lector que el señor comandante general del Cibao brigadier Buceta fue objeto de tenaz persecución desde su salida de Dajabón hacia Santiago, que cuando llegó con su columna a Guayacanes ya había perdido, entre muertos, heridos y extraviados, cuarenta individuos de infantería y siete caballos; que al llegar a Peñuela los emboscados guerrilleros lo hostilizaban todavía y en Barrancón sufrieron varias descargas de fusilería. De los episodios que finalizaron la famosa cuanto desventurada marcha del brigadier Buceta desde Dajabón a Santiago de los

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Caballeros, no podemos dejar de mencionar los que tuvieron lugar en el trayecto de Guayacanes a Quinigua; término de la odisea del comandante general del Cibao. En Barrancón los revolucionarios habían ocupado los cerros aledaños al camino real y desde ellos castigaron despiadadamente la ya maltrecha columna que, para franquearse el camino tuvo que hacer desesperados actos de heroísmo, tal como el ataque a la bayoneta del alférez D. Tomás Betagón al mando de veinte cazadores contra uno de los cerros para desalojar a los patriotas que castigaban la columna con sus certeras descargas, no obstante el fuego de dos piezas de artillería. En ese pleito cayeron heridos de muerte el jefe de la columna, comandante de caballería don Florentino García, el capitán de Victoria, don Alejandro Robles que lo había sustituido en el mando y el teniente de artillería don Valentín Doña Beite. Solo se debió la salvación del resto de la columna a la pericia del capitán del escuadrón de África en quien recayó la jefatura y pudo con una carga de artillería evitar el desastre de la retaguardia, con lo que el día siguiente, 23 de agosto, entra en Santiago ya amenazado por el avance de la revolución.

CAPÍTULO XVIII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Vicisitudes de Buceta, su diario. Relato de don Ricardo Balboa acerca del desarrapado aspecto de Buceta a la salida de la manigua. Retorno a Santiago de los Caballeros.

Antes de entrar en el relato de los sucesos de Santiago de los Caballeros y de la persecución del ejército español en el camino de Puerto Plata, nos vamos a permitir, para ilustrar al lector, poner ahora en estas páginas el diario que el mismo Buceta escribió acerca de su marcha de retorno a Santiago, el relato que hizo uno de los oficiales de su escolta dejado por muerto en la batalla de Guayacanes y la patética descripción que hizo don Ricardo Balboa del aspecto miserable que tenía el brigadier cuando salió a la manigua y se presentó a la tropa que había salido en su busca. Aunque es bien conocido y por muchas personas, el diario del brigadier Buceta, se justifica que al cabo de un siglo de las vicisitudes que relata, sea reproducido en este libro no solo porque en él se contienen algunos episodios que han escapado a nuestra reseña, sino también porque en sus notas se hacen manifiestas la vehemencia nacionalista con que los dominicanos se lanzaron a la lucha para las reivindicaciones de la patria, la inquebrantable decisión con que sus caudillos condujeron a sus soldados al combate y, sobre todo, el ostensible fervor patriótico de los pueblos que iban cayendo en 239

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poder de la revolución. Pasamos el referido diario del brigadier Buceta transcrito de la obra de Gándara.

Diario de Buceta Día 12. A las dos de la tarde de este día, en unión del capitán de artillería Sr. de Alberola, que voluntariamente se ofreció a acompañarme con un cabo y cuatro soldados de caballería que me servían de escolta, emprendí la marcha, pernoctando en Guayacanes, sin que ocurriese novedad ni recibiese en el tránsito noticia de importancia. Día 13. A las cuatro y media de la mañana emprendimos la marcha para Guayubín, llegando a aquella población de diez y media a once del día, sin ningún incidente en el tránsito, ni más noticias que a la de mi llegada me dio el comandante de aquel destacamento de haber sido aprehendido un paisano por haber conducido a Haití una carta que al efecto le había entregado uno de los amnistiados. Como nada me detuviese en Guayubín y el señor general Hungría se hallase en Dajabón, en la misma tarde de ese día avancé hasta Escalante, en donde sin más escolta que los cinco caballos pernocté sin novedad. Día 14. En este día a las ocho de la mañana llegué a Dajabón, recibiendo del señor general Hungría y del señor teniente coronel de San Quintín la satisfactoria noticia de que el general haitiano había estado el día anterior en nuestro destacamento dando terminantes seguridades de que nada en el territorio de la República se proyectaba contra nuestro país y que había recibido instrucciones de su gobierno que le recomendaban una activa persecución contra los bandidos de esta providencia que existían en aquel Estado. En la misma tarde se le anunció al expresado jefe mi llegada a aquel punto y contestó que al día siguiente me visitaría, transcurriendo la noche sin novedad. Día 15. En este día se presentó el expresado general y después de darme las mayores seguridades de que su gobierno

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deseaba sostener una completa amistad con el de nuestro país concluyó anunciándome que su policía tenía noticias de que sabiendo unos cuantos bandidos que por efecto de las muchas calenturas que se sentían en Sabaneta, se había retirado la compañía, destacada en aquella población, habían proyectado una invasión para incendiarla, y que al efecto se reunirían en las Lomas de David, pertenecientes al territorio de esta comandancia general. En vista de esas noticias ordené al señor general Hungría que marchase a aquel punto con la cuarta compañía de San Quintín para obrar según lo requirieran las circunstancias y que el capitán de cazadores del mismo batallón con cuarenta individuos de su compañía practicase un reconocimiento en las expresadas Lomas de David en el que debía invertir dos días, y sin novedad transcurrió la noche del mencionado día. Día 16. A las cuatro de la mañana las fuerzas nombradas para las expediciones a que hace mérito la relación del día anterior, emprendieron la marcha y transcurrió todo el día sin novedad. Día 17. En este día se recibió una comunicación de Guayubín manifestando a la autoridad municipal que se le había dicho que el coronel don Juan Antonio Polanco, recientemente amnistiado, tenía comprometidos algunos paisanos para sorprender aquella población. Con objeto de protegerla teniendo en consideración el que la compañía tercera de San Quintín que la guarnecía era la relevada de Sabaneta, por hallarse por lo menos cinco sextas partes de sus individuos inválidos por las calenturas, ordené reforzarla con un oficial subalterno y 40 individuos de tropa del destacamento de Dajabón. Día 18. En la mañana de este día marché acompañado del señor teniente coronel de San Quintín, un oficial subalterno del mismo cuerpo, el capitán de artillería Sr. Alberola y tres soldados de caballería a practicar un reconocimiento hacia Estero-Balsa, punto por donde el jefe del expresado cuerpo pensaba recibir las provisiones de Puerto Plata, y a nuestro

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regreso fuimos detenidos por una partida de 10 hombres montados y armados cuya dirección manifestaba claramente su salida en aquellos momentos del territorio haitiano y como a sus voces de ¡alto! ¿Quién vive? Se respondiese (por nosotros) con una carga decidida a pesar de nuestro corto número, se dispersaron, internándose por los bosques y veredas que los atraviesan. A las tres de la tarde llegó al destacamento de Dajabón un soldado de la partida que el día anterior había salido para reforzar a Guayubín, notificando que aquella fuerza había vuelto desde el camino y sorprendida en el bosque que separa a Sabana Grande de Sabana de Santiago, se batía con un grupo de paisanos de 30 a 40 hombres, todos desmontados. Acto continuo salí en aquella dirección con 30 soldados de San Quintín y como llegase al punto del encuentro al anochecer, mandó reconocer el paso por una descubierta de ocho soldados, con orden de que en el caso que existieran enemigos emboscados retrocediesen a los primeros tiros y se me incorpora [falta texto en el original] trar en la maleza se sintió una descarga como de unos veinte disparos de fusil, y algunos momentos después se me habían incorporado los descubridores. La permanencia de los enemigos en aquel sitio me hizo creer que era mayor su número del que en las invasiones anteriores se había reunido, y como la tropa no hubiera comido el rancho, retrocedí a Dajabón, suspendiendo el reconocimiento hasta el día siguiente. En este mismo día se me dio parte por el comandante del destacamento de Capotillo que en el territorio haitiano se había observado mucho movimiento de hombres a pie y a caballo, y preguntado al general de aquella nación la causa de aquella novedad, contestó ser su policía, que la había puesto toda en movimiento para perseguir a los malhechores españoles y alejarlos de la frontera, transcurriendo la noche sin novedad. Día 19. Al amanecer de este día, después de haber ordenado que la fuerza de Capotillo se reconcentrase en Dajabón, salí de este último punto en dirección de Guayubín con una columna de 50 infantes y 17 caballos, y al llegar al punto

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en que había hallado al enemigo la noche anterior encontré el paso cerrado con un parapeto formado con tres barricas llenas de tierra, cuya procedencia ignoro y palos cortados en el bosque, y al penetrar en la aspereza los 25 cazadores que se acompañaban fueron recibidos con un nutrido fuego por el frente y ambos flancos, que indicaba la existencia de 200 a 250 hombres que fueron desalojados de sus posiciones; mas al momento se desplegaron por los flancos y continuaron haciendo un nutrido fuego hasta salir a Sabana Larga. Desde este punto continuaron sin novedad el movimiento hasta Guayubín, y a la llegada a Escalante fui sorprendido con la noticia de que aquella población había sido invadida y quemada su mayor parte en la mañana del día anterior asegurándome que nuestra fuerza había hecho una heroica defensa entregándose después de haber concluido las municiones y que se hallaba desarmada y prisionera. Esta novedad me hizo comprender que mis fuerzas ya disminuidas por algunos muertos y heridos y escasas municiones, eran insuficientes para buscar el enemigo en Guayubín, y creí preferible dirigirme a esta ciudad. Un guía práctico de confianza dirigió mi marcha por un lado del Yaque hasta dos leguas más abajo de Guayubín; atravesando el río y marchando toda la noche por caminos extraviados logré salvar a Guayubín y entrar al amanecer en la carretera, dejando aquella población unas tres leguas a retaguardia. La fuerza contaba ya veinticuatro horas de continua marcha, y por falta de agua, todos los individuos, sin excepción de clases, sentían una sed abrasadora. Día 20. Después de entrado en el camino real continué la marcha sin novedad hasta las ocho de la mañana, en que dos disparos de fusil nos anunciaron las hostilidades de los habitantes del país, y desde aquel momento se vieron concurrir por todas partes paisanos a pie y a caballo que, interín los primeros se distribuían por manigua haciendo un fuego sostenido por vanguardia y los flancos, los últimos efectuaban lo mismo en retaguardia. El sol era abrasador; el polvo ahogaba

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la columna, los caballos se quedaban cansados, las municiones se habían concluido, las fuerzas enemigas se aumentaban de momento y momento y llegó a ser tal la sed, que los soldados de infantería, a pesar de conocer que la separación llevaba consigo una muerte cierta, se dispersaron por el bosque para dirigirse al Yaque con objeto de refrescarse en sus aguas. En aquella angustiosa situación después de cuatro horas de sufrimiento llegamos a Guayacanes, contando la columna de unos catorce infantes y próximamente igual número de caballos. En este punto se dio pienso a la caballería, pero no fue posible darle agua a pesar de la proximidad del río, porque los enemigos nos rodeaban por todas partes, aunque sin atacarnos. Imposibilitada ya la infantería de poder continuar por el cansancio y el hambre me fue forzoso abandonarla aconsejándole que procurasen evitar la muerte internándose en los bosques. Seguido solamente del médico de San Quintín el capitán de artillería Sr. Alberola, un subteniente del escuadrón de cazadores de África, unos doce caballos del mismo cuerpo y dos subalternos del expresado batallón de San Quintín, decidí hacer frente al enemigo y continuar si me era posible la marcha a esta población, y a nuestra entrada de la carretera fuimos cargados por un grupo de caballería mayor que la que nos había atacado durante la mañana, sostenida por otro de infantería que también había crecido durante nuestro descanso, y en la primera descarga que nos dirigieron a la distancia de unos cuarenta pasos, fue muerto un negro bagajero y dos acémilas. Nuestra salvación se debió a la imprudencia que habían cometido en situarse a retaguardia en vez de hacerlo a vanguardia, pero cargados por fuerzas tan superiores y sin municiones, fue preciso recurrir a la velocidad de los caballos y solamente el capitán Alberola, médico de San Quintín, el subteniente del escuadrón cazadores de África y unos seis jinetes del mismo cuerpo hemos logrado dejar a retaguardia a los perseguidores y llegar a las Peñuelas, punto donde habita el general don Gaspar Polanco, que es en su distrito el jefe

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de la sublevación. Al alcalde de este punto pregunté en qué estado se hallaba el país, y me manifestó que algunos guardias impedían la comunicación con Santiago, asegurándome maliciosamente que en un barranco que se halla antes del sitio que me designaba como asilo, existía una numerosa emboscada mandada por Polanco mismo. A nuestra llegada a la emboscada se nos hizo una descarga a la distancia de quince a veinte varas, y seguidamente apareció un grupo de paisanos montados como de unos treinta o cuarenta, y como estos se hallaban en la vanguardia y nos constaba que en Guayacanes seguían nuestros movimientos, fue preciso retroceder y dirigirnos al monte en cuyo movimiento solamente pudieron ya seguirme el médico de San Quintín que desapareció a los pocos momentos por tomar otra dirección, un cabo y un soldado de caballería. Día 20 al día 23. Desde la tarde del 20, en que ocurrió este último suceso, hasta la mañana del día de hoy (23 de agosto) en que me uní a la columna que había salido de esta capital en el mismo día en que tiene V. E. conocimiento, he permanecido por los bosques, perseguido el primer día, sin perseguir en lo sucesivo sin haber tomado desde la mañana del 18 más aliento que una tasa de leche, un plátano asado que me suministraron en una casa, tres guayabas recogidas en el bosque, dos cañas tomadas en un conuco, pero en cambio mi ropa se había destrozado completamente, mis manos se hallaban llenas de heridas causadas por espinas de los arbustos, y mi sombrero había quedado en poder del enemigo… aquí, Excelentísimo señor, concluye el diario que exactamente demuestra el estado del país pacífico a mi salida, y una parte de él en completa insurrección a mi llegada. Una columna española se abrió camino franco y continuó su marcha con su carga de heridos quejumbrosos, sedientos hasta la angustia y cansados los soldados casi hasta el agotamiento total. Marchan en la noche llena de amenazas, de sobresaltos y de temor rayano en el pánico; así, arrastrándose más que marchando

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les alumbró el alba y como a las ocho de la mañana alcanzaron el río Navarrete y por allí organizaron el vivac y los menesteres de la tropa al toque reglamentario de las cornetas. Esta es la maltrecha columna de 280 infantes, 50 caballos y dos piezas de artillería que habían salido a las órdenes del comandante Florentino García, en auxilio de Buceta, despachados desde Santiago por el gobernador interino don Francisco Abreu. Es aquí, en las márgenes del arroyo Navarrete, donde de súbito parece Buceta que ha escuchado las cornetas hiriendo el silencio de los bosques; se ha presentado «a la vista sorprendida de los alféreces Astudillo y Botegán, que con su gente varían de vanguardia, acompañado de los dos únicos soldados que con él escaparon de la catástrofe». Veamos ahora la impresión que le produjo el testigo ocular señor don Ricardo Balboa la inesperada aparición del brigadier Buceta y de su desharrapado séquito; bien vale el patetismo de la descripción que hace los honores de la cita: El entonces brigadier Buceta, dice, saliendo del bosque se nos presentó débil y demacrado, sin sombrero y en mangas de camisa, con la levita de uniforme de paño doblada debajo del brazo, el calzado destruido y faltándole media pierna del pantalón. No manifestó una gran sensación al encontrarse entre nosotros pero se le humedecieron los ojos y tartamudeaba un poco al dirigirnos la palabra pareciéndome ser ello efecto de coordinación de ideas más bien que de pronunciación; lo primero que pidió fue agua, bebiendo con ansia, y después pan del que comió muy poco, rehusando aceptar ninguna otra cosa de alimento; parecía que le era agradable estar al sol y al cabo de un rato dijo que se hallaba repuesto. El capitán Río le cedió su caballo, no sé quién un pantalón y yo, mi corbata y mi sombrero quedándome con la gorra de paño. Montó y al frente de las fuerzas entró en Santiago de los Caballeros, conservando el mando de la provincia hasta la retirada a Puerto Plata. El cabo y soldado del escuadrón, únicos que no se le habían separado, decían que era un hombre de valor, serenidad y

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sufrimiento a toda prueba; que recordaba y apreciaba las más insignificantes minuciosidades del terreno, como de cualquier cosa que pudiera sobrevivir, y que hacía deducciones tan exactas, que así logró conducirlos hasta donde fueron encontrados. Los insurrectos decían que sin conocer el terreno, solo un brujo podía escapar de entre tan esparcido número de ellos, todos prácticos a tanta distancia y siendo rebuscado tantos días infructuosamente. Ahí terminó la odisea del flamante comandante general del Cibao, el célebre brigadier Buceta alabado por sus actos de heroísmo, su bizarría y denuedo en los combates, pero ensombrecido en la memoria de los dominicanos por su impiedad y sus depredaciones. Ahora lo veremos acosados por la Revolución que le pisa los talones y luego acorralado en el fuerte San Luis en defensa inútil en el trance inminente de rendirse a discreción o de afrontar el cerco y abrirse paso a marcha forzada hacia San Felipe de Puerto Plata, único posible refugio que le quedaba a la combatida guarnición de Santiago. Para emprender la marcha a Santiago sin contratiempo el capitán del escuadrón de África, don José de los Ríos, que había asumido el mando de lo que restaba de la columna, ordenó una carga de caballería contra los sublevados que amenazaban la retaguardia, los que tuvieron que dispersarse, de suerte que la columna pudo sin novedades de importancia entrar en el pueblo el día 24 de agosto.

CAPÍTULO XIX

GUERRA DE RESTAURACIÓN

SUMARIO Batalla de Santiago y asedio del Fuerte San Luis. Sondeos de armisticio. Circulares de Salcedo y Luperón. Fuga y persecución de Buceta. Carta de Luperón a don Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y Pedro Francisco Bonó. Instalación del primer Gobierno Provisorio bajo la presidencia de Salcedo. Acta de Independencia.

Entre las atormentadas ideas que acudieron a la mente del comandante general en la hora pavorosa en que reasumió el mando, fue el perentorio pensamiento de organizar sus fuerzas y salir al encuentro de los insurrectos, pero no solo no disponía de soldados suficientes sino que carecía de las municiones indispensables para emprender un ataque contra más de seis mil combatientes que venían sobre Santiago con el designio, ya conocido por el pueblo, de tomar el fuerte San Luis, y ya el día 31 a las once de la mañana se hizo persistentemente el rumor de que seis mil o siete mil revolucionarios estaban listos para dar comienzo a la marcha sobre la ciudad. Consecuente con su primer pensamiento y después de haber reforzado y concentrado en el fuerte San Luis sus fuerzas, puso como gobernador de este reducto al teniente coronel de Vitoria, y se puso en marcha para combatir a los revolucionarios con dos 249

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compañías de infantería, sesenta y siete caballos de África y una pieza de artillería de montaña y marchó hacia el cementerio con los generales Hungría y Antonio A. Alfau a fin de cargar con la caballería y contener el formidable avance de los soldados dominicanos. Pero su plan de batalla quedó frustrado con mucho perjuicio para la defensa de Santiago, pues, estando la caballería puesta en batalla y no a más de doscientos metros de nuestros combatientes el capitán de la caballería señor don Cipriano Albert no correspondió a la orden de ataque que se le ordenó mediante los convenidos toques de corneta y se dio a la retirada sin que nuestros soldados hicieran un solo disparo. La infantería abandonada, sin la defensa y auxilio que debía tener en la acción de la artillería, tuvo que recular y retirarse precipitadamente ante la acometida impetuosa e incontenible de los dominicanos. La historia cita el rasgo de heroísmo de un sargento español que cayó fulminado por nuestra fusilería al pie del cañón abandonado por Albert. En marcha forzada hostigando con tesón las huestes de Buceta irrumpió en la ciudad nuestro ejército restaurador y de inmediato rodeó la fortaleza San Luis donde se había concentrado. La fusilería no cesó de castigar el reducto y ya en la mañana del día 3 de septiembre comenzó un bombardeo continuo mediante dos piezas que se consiguieron en los cuarteles de Moca y de La Vega. Ha quedado establecido formalmente el sitio de la fortaleza San Luis y encerrados en ella no solo los restos del flamante ejército español que vino de guarnición al Cibao, sino también muchas familias que prefirieron guarecerse allí en vez de salirse del pueblo como lo hicieron otras. El pueblo quedó totalmente abandonado y sombrío en el silencio solemne que preludian siempre los desastres inminentes; se iba a inmolar como se inmoló Guayubín y como se está inmolando Puerto Plata, entregada después de la ruta de nuestros soldados a dos horas de pillaje y degüello y a las llamas del voraz incendio que redujo a ceniza gran parte del poblado. Esta fue, dicho sea de paso, la macabra celebración de la victoria que tuvo la guarnición contra el general Lora después de su frustrada ofensiva al castillo San Luis. Después de desbandadas las fuerzas dominicanas se desplegaron en varias poblaciones no muy alejadas de Puerto Plata.

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Las que acamparon en Jácuba, comandadas por el capitán Vilo Matías y el comandante Juan Bonilla, fueron atacadas por dos columnas españolas y vigorosamente rechazadas dejaron en el campo una pieza de artillería. A los soldados del general Lora se habían incorporado los del joven Ramón Matías Mella, hijo del prócer del Conde, y tropas de El Chivo, señor Manuel Rodríguez, quien había sublevado a la Villa de Moca al grito de ¡Libertad! ¡Viva la República! Y enardecidos por el furor de la libertad abrieron marcha hacia Santiago de los Caballeros para engrosar las fuerzas de Gaspar Polanco, que ahora ostentaba la jerarquía de general en jefe del Ejército Revolucionario que sitiaba la cien veces heroica metrópoli del Cibao, Santiago de los Caballeros. Lamentable para Buceta fue la acometida, baldío el valor desplegado pues no solo fue heroicamente rechazado sino que nuestros soldados, después de la salida a la Sabana del cementerio lo persiguieron y hostilizaron en su retirada hasta inmediaciones del fuerte San Luis, habiendo quedado militarmente dueños de la ciudad y sitiando a Buceta con 1,500 hombres acorralados en aquel reducto, casi inexpugnable. Entre tanto el brigadier don Mariano Cappa y el general Suero habían burlado la vigilancia de Altamira y venían a marcha forzada en auxilio de Buceta, y el general Gregorio Luperón y el coronel Salcedo se incorporaban a las fuerzas sitiadoras. La llegada de Luperón y de Salcedo fue saludada con estruendosos vítores y efusivas exclamaciones por los viejos compañeros de armas, muchos de ellos iluminados por el almo sol de la victoria y clarificados sus nombres gloriosos en la historia de aquellas gestas memorables. Se intercambiaron pareceres, se armonizaron las opiniones y acordaron un plan de ataque contra la ciudadela de San Luis, atalaya terrible si no por su fábrica por su defensa contra toda posible acometida, casi inexpugnable por la bizarría, la mística heroica y el honor de las milicias que debían defenderla cobijados por el pendón glorioso de Lepanto. El 4 de agosto se encontraban, como ya hemos dicho, el general Luperón y el coronel Salcedo, entre las tropas restauradoras que

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campeaban en Santiago de los Caballeros. Al primero se le encomendó el mando de las tropas que debían entrar en acción contra la ciudadela de San Luis y entre las primeras providencias dispuso el ataque y la ocupación del Fuerte Santiago, cuya artillería podía castigar la fortaleza San Luis y en un combate arriesgado de gran exaltación de heroísmo fue tomado el referido fuerte por los soldados al mando de José Antonio Salcedo, Benito Monción y, entre ellos un extranjero, que cobró perfil de héroe en aquella jornada de la Restauración, nos referimos al norteamericano Lancaster, quien correspondió con eficacia a la misión que se le confió de bombardear con los cañones abandonados en el fuerte de la ciudadela de San Luis. Antes de emprender la batalla contra la ciudadela hubo una consulta de generales acerca del partido que debía tomarse en relación con los informes de que el brigadier Cappa y el general Suero venían sobre Santiago con unos dos mil hombres de tropa. El general Luperón fue de parecer que en vez de atacar la fortaleza se abriese marcha inmediatamente contra la columna de Cappa y Suero, pero su opinión no fue aceptada y se resolvió el ataque de la referida fortaleza. El clarín llamó formación y a la lumbre mágica de la estrella de la mañana levantáronse los cantones y se pusieron en marcha hacia el combate que debía trabarse en tres frentes. Los soldados de Moca y los de La Vega, al mando de Gregorio Luperón, atacaron el fuerte por el noroeste; las fuerzas de Santiago y Puerto Plata el frente, bajo el mando del general Lora, quien a su vez con las del Hato atacaría por el oeste. El general Benito Monción quedó encargado del fuego de la artillería desde el Fuerte Santiago contra la ciudadela tan pronto como comenzara el ataque. A las primeras claridades del alba que alumbraron las huestes enardecidas de los patriotas en marcha a paso de vencedores, las tres columnas casi a un mismo tiempo rompieron el fuego y entraron en combate pugnando con inusitado coraje por alcanzar la respectiva meta asignada y el dominio del objetivo común. El bastión enhiesto, inconmovible, resistió tres ataques casi simultáneos; acometidas infortunadas pero gloriosas por el heroísmo

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desplegado y el patriotismo de los que cayeron en el combate al pie de las trincheras. El fragor de la batalla, la vocería de los combatientes, las hurras a la República, el tronar de los cañones hicieron un estruendo ensordecedor; el ataque había llegado a su climax; lo heroico fue locura y la lucha un paroxismo furioso y el incendio con que se quiso dominar el fuerte se propagó al caserío crepitando las llamas y el humo denso y negro se expandió fulminando la silueta de los combatientes. La intrepidez de nuestras columna fue inútil; rechazadas las cargas casi a quemarropa de los que pugnaban por trasponer las trincheras y las barricadas. Luperón suplió en el mando de los soldados del general Lora que estaba herido, y cargó a caballo, cuyos cascos golpearon la plataforma de la ciudadela y acusó a los suyos al combate al pie mismo del caldeado bastión… y de súbito la estridencia aguda del clarín con el toque de ¡Alto el fuego! rasgó el estruendo de la pelea… el silencio… la retirada… y el desaliento y en algunos el pánico; ha cundido la noticia pavorosa de que el coronel Cappa y el general Suero con 3,000 hombres están a retaguardia en marcha forzada sobre Santiago. Las columnas de Cappa han traspuesto los reductos escalonados que habían construido los soldados de Polanco. Venían en columna cerrada, a la cabeza batallón Isabel II, luego la Corona, Puerto Rico y Cuba y después de sufrir los horribles disparos de la artillería salvaron al arma blanca todos los obstáculos, cayeron sobre Santiago y tomaron la iglesia y desde la torre sus mosqueteros, a punto metido acribillaban a los soldados de la Patria. La desintegración de las columnas era inminente, el desaliento general; comenzaban las deserciones y ya no bastaban los principios disciplinarios, ni la autoridad de los caudillos para imponer el orden; el grito de ¡Sálvese quien pueda! estaba a punto de estallar, la derrota parecía inminente. Pero… un recurso psicológico providencial se le ocurre al general Luperón… El clarín tocó ¡atención!... ¡alertas!… Luperón, agitando un papel, gritó a los soldados, ¡un parte! ¡un parte!... la capital de la República y la provincia de El Seibo se han pronunciado por la Revolución… El parte era falso… sublime infundio, loado estratagema.

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Luperón ha conjurado el pánico, redoblaron los tambores y la diana de los clarines exaltaron hasta el delirio la pasión heroica, y la mística que tonifica moral de los que luchan por un sacro ideal enardeció con un influjo reconfortante aquellos ánimos abatidos y prestos al desbande y la derrota. Ninguna arenga; la más patética ni la más adecuada para estimular el arrebato del heroísmo, habría podido producir el efecto prodigioso de esa estratagema de Luperón con que reconfortó la fe quebrantada, reorganizó sus tropas desarticuladas y, si se nos permite la frase, salvó una epopeya. No creemos ocioso interrumpir aquí el relato de los sucesos de Santiago para poner de pasada un trazo del informe que acerca de ellos rindió Buceta al capitán general a fin de que el lector pueda tener una idea de la magnitud y la intensidad del incendio del fuerte San Luis: Para explicar a E. S. el excesivo calor, me bastará decir que en una crecida extensión de los muros que constituían la defensa se incendiaban espontáneamente las ropas de los defensores; la nube de humo daba a la tierra un color oscuro el que imitaba una lóbrega noche. Ya hemos visto el estado de desmoralización a que habían llegado las tropas; los brotes de indisciplina, las deserciones que fueron causa del desmedro de la bizarría y acometividad de nuestros soldados, vimos cómo el general Luperón logró reorganizar, dar cohesión a la tropa y restablecer el entusiasmo para proseguir la campaña restauradora. Sin duda, las noticias de la llegada de los tres mil soldados del general Suero tuvieron perjudicial repercusión. Es cierto que corrieron rumores de que algunos movimientos reaccionarios se habían producido en lugares no distantes de Santiago, se mencionaban Moca y Mao, entre los pueblos que intentaban enarbolar la bandera española; se decía que por allí los reaccionarios hacían armas contra los patriotas. Fue entonces cuando en ocasión de estas versiones no absolutamente inciertas, el coronel Pedro

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Salcedo solicitó y obtuvo de Luperón el permiso de ir a Moca a debelar la insurrección contrarrevolucionaria, que con ser un infundido grosero en el caso particular de Moca, dio pábulo a las injustificables violencias y depredaciones a que sometió a aquel pueblo el maleante Pedro Salcedo, quizás sin otra razón que su instintiva inclinación al mal o tal vez como desquite del pillaje y saqueo de Puerto Plata. En otros lugares hubo amenazas de rebelión y hasta hechos de armas fehacientes del movimiento reaccionario que ponía en peligro a causa de los sucesos de Santiago, la solidaridad y la unión con que debía proseguirse la lucha por la libertad. El capitán Mata, por ejemplo, debeló uno de esos brotes en el pueblucho llamado La Cumbre, cumpliendo órdenes de Luperón que organizó un servicio de guerrilla para contrarrestar los brotes subversivos y mantuviesen en jaque a las bandas de maroteadores del enemigo mientras sostenía con vigor y cada vez más estrechó el asedio del fuerte San Luis. Entre los cantones de más importancia de aquel sitio ha señalado la historia el de Gurabito que era la sede del alto comando y que por su situación geográfica estaba fuera del radio de acción de los sitiados que casi diariamente salían a hostigar a los otros cantones como el de Marilópez y La Ceibita, mejor conocido por el feo nombre de El Meadero. De estos tres principales centros de operaciones el de Marilópez, a juicio de Luperón, tenía la ventaja estratégica que le daba su situación en el camino que estaba obligado Buceta a tomar para su huida a Puerto Plata. La retirada forzosa de la guarnición se esperaba de un momento a otro; estaba apremiada a ello por la falta de municiones de boca y por la disminución del pertrecho que de continuo se les escaseaba atacando o repeliendo las ofensivas de nuestros soldados. Entre los ataques a los cantones, la historia ha registrado como más sangriento el que tuvo lugar el día 8 de septiembre, fecha en la que el criollo al servicio de los españoles más celebrado por su bravura, el general Suero con fuerzas de más de mil hombres y una pieza de artillería arremetió al cantón de El Meadero, acción en que fue puesto en derrota con apreciables pérdidas, unos treinta y cinco

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bajas entre muertos y heridos, y en nuestras tropas catorce, entre ellas la muerte heroica del comandante León Merejo. Después de este memorable día de gloria para los soldados de la Restauración tuvieron efecto muchas escaramuzas y refriegas sin mayor importancia. Las fuerzas dominicanas continuaron estrechando el cerco, el entusiasmo resonando en las dianas de los vivaques del asedio y no le quedaba a la guarnición sino la alternativa de la capitulación incondicional o abrirse paso a fuego y sangre por entre las filas de los patriotas y arrostrar el mortífero fuego de las guerrillas a la columna en todo el trayecto de su ruta. Los parlamentos de paz no se hicieron esperar mucho tiempo en las circunstancias críticas que la carencia de alimentos y de fuerzas suficientes habían creado en el fuerte San Luis. Puesto que eran los sitiados, los diezmados, los desprovistos de medios de subsistencia, no cabe pensar que el primer parlamento o las primeras insinuaciones de paz, procediesen de nuestras filas como asevera el historiador González Tablas. No rechazamos de plano que algunos oficiales le dijeron al teniente coronel don Demetrio Quiroz que deseaban la paz, tal como afirma el historiador. Más bien nos inclinamos a creer que lo del teniente don Demetrio Quiroz no fue sino un mero pretexto para las negociaciones que el alto comando del fuerte San Luis encomendó al teniente coronel don José Velazco y al alférez don Miguel Musa; pero lo que nos cuesta a duras penas aceptar es el hecho que estos comisionados solo recibieron el encargo de don Mariano Cappa y del brigadier comandante general de «procurar alguna garantía a los heridos y familias que habían de quedar, por falta de medios de conducción al retirarse nuestras fuerzas». Pensamos que estos parlamentarios, despachados al cantón de Gurabito el día 13 de septiembre de 1863, fueron en realidad a sondear el ánimo de nuestros combatientes, a conocer la verdad de la versión de Quiroz y en un plan de tentativa para concertar la honorable evacuación de la plaza. En Gurabito, donde llegaron a son de trompetas y banderas blancas desplegadas, fueron recibidos por el general Salcedo quien se manifestó inclinado a una retirada con armas y bajales. Pero este

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no contaba con la oposición radical de Polanco que abogó, con el respaldo de los soldados y de otros oficiales, por la rendición y entrega de todas las armas. Se discutió el asunto y se adujo que si lo que interesaba era la posesión de la plaza, que se les estaba ofreciendo, no parecía aconsejable dilatar por más tiempo su abandono por aferrarse al extremo de una capitulación deshonrosa que aquellos soldados no aceptarían. Salcedo y Polanco, después de considerar serenamente, el caso llegaron a la conclusión de «que toda exigencia de su parte haría incompatible la marcha de la columna con el honor de las armas y sería, por consiguiente, rechazada y convinieron con el teniente coronel Velazco que la columna saldría sin hostilizar ni ser hostilizada, que los heridos, empleados en el hospital y familias refugiadas en el fuerte, quedarían bajo la de los dos jefes insurrectos», y quedaron, en que Polanco impartiese órdenes de retirar las fuerzas del camino de Puerto Plata y «despachara una escolta de caballería que marchase delante de las tropas para evitar toda ocasión de hostilidad por ignorancia o mala inteligencia de los sublevados que pudieran hallarse sobre la ruta». Pero aunque el presbítero Charboneau había entregado ya el pliego de lo pactado, los parlamentarios no solo fueron encarcelados a causa de la presión de unos cuantos soldados acaudillados por El Chivo, sino que hasta intentaron contra su vida; lo cierto es que la columna salió y fue hostilizada por nuestros revolucionarios. Lo que antecede es el juicio que nos mereció una parte del informe de Velazco acerca de aquella misión que a su modo comenta el historiador González Tablas. Otra es la versión que procede de los revolucionarios, según la cual, a nuestro entender, queda justificada la prisión de los parlamentarios y puesta en razón la actitud que asumieron luego Salcedo y Polanco en contra de lo convenido, que el presbítero Charboneau llamó «violación de lo pactado». Esta otra versión considera que las gestiones parlamentarias del presbítero Charboneau eran para encubrir los designios de Buceta, que quedaron descubiertos cuando aprovechándose de una de las

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entrevistas del referido presbítero intentó una ofensiva contra el cantón de Marilópez con la posible intención de abrirse camino franco hacia La Vega en connivencia con un teniente y un sargento que fueron pasados por las armas previa la calificación infamante de traidores de lesa patria. Después de los descalabros sufridos con la pérdida de la compañía de la vanguardia y en vista de la tesonera e inquebrantable decisión de los dominicanos de hostilizarlo, recurrió Buceta otra vez a sus parlamentos para resolver de la mejor suerte la desesperada situación en que se encontraba. En realidad, frustradas sus diligencias y parlamentos, parece que no le quedaba ya otro recurso sino un pacto de capitulación impuesto por el ejército triunfador. Eso querían y esperaban los caudillos de la Revolución fundados en la desesperada situación en que se encontraban los asediados en el fuerte San Luis y del dominio militar del pueblo de Santiago que tenía la Revolución. A consecuencia de las ulteriores propuestas del brigadier D. Manuel Buceta, el jefe de operaciones de El Meadero hizo circular la siguiente nota: DIOS, PATRIA Y LIBERTAD República Dominicana Señores generales Gregorio Luperón y A. Tolentino: En este momento se ha despedido al presbítero Charboneau, enviado del brigadier Buceta, para las negociaciones de un armisticio, mañana a las nueve volvería dicho padre trayendo una respuesta a las instrucciones que se le han comunicado. Suspenda todo ataque hasta mañana, pero no cese de vigilar el enemigo. El jefe de operaciones. José A. Salcedo. El general en jefe comunicó el día 13 a Luperón que había sido designado para que conjuntamente con Monción y Salcedo asumieran la representación de los revolucionarios en las conversaciones

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con el señor brigadier don Manuel Buceta para la capitalización de la ciudadela San Luis. El general Luperón propuso al general en jefe y demás compañeros aceptar la designación de los señores don Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y Francisco Bonó, para que en lugar de los jefes citados, representaran a la Revolución en las referidas negociaciones y con cuyo objeto redactó la siguiente resolución en la cual les sometió el nombramiento a los sustitutos del modo siguiente: DIOS, PATRIA Y LIBERTAD República Dominicana Marilópez, 13 de septiembre de 1863. Señores generales jefes de operaciones Gaspar Polanco, Benito Monción y José A. Salcedo. Compañeros y buenos amigos: Acabo de nombrar por oficio a los patriotas y amigos don Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y a Francisco Bonó mis verdaderos representantes en la conferencia tocante a la capitulación, que tendrá lugar hoy a las dos de la tarde. A ellos he dado mis instrucciones particulares, que deseo que se ajusten en todo con los sentimientos de Uds. Yo no quiero confiar un solo instante en los españoles y les invito a revestirse de la misma prevención en obsequio de la salud de nuestra causa. No olviden las falaces e insidiosas proposiciones de ayer, ni la intentona con que se pretendió burlarnos en la misma noche. No olviden que solo mi previsión y actividad frustraron sus planes y ni que a no haber arrestado la compañía, y hecho ejecutar los jefes, que so pretexto de rendirse venían a franquear el paso, el estado de la revolución sería muy comprometido. Consideren que en la situación de Buceta, Alfau y Suero sería para nosotros una gran vergüenza dejar escapar cuatro mil personas con armas

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y bagajes, y perder todos los elementos de guerra que encierra la fortaleza, solo por prestar oídos a capciosos y pulidos sermones del padre Charboneau. Bajo cualquier punto de vista que se considere la situación, y a despecho del orgullo tradicional español, esos hombres son nuestros prisioneros y somos nosotros quienes debemos dictar las condiciones. Tal es mi sentir: si no se rinden a discreción deponiendo las armas, que perezcan todos en el castillo; pues en cuanto a mí no les permitiré ni comer ni beber sin que jueguen la vida a cada paso. Refuercen sus campamentos y no descuiden ninguna avenida para no dejarles brecha por donde escaparse, y mantener con honra el derecho de la guerra y de nuestra independencia. Espero me comuniquen sin demora cualquier resultado. Quedo de Ud. compañero y amigo. G. Luperón. El documento siguiente explica el anterior y pone de manifiesto el temperamento, el carácter, la personalidad y en fin la autoridad con que asumió sus decisiones el general Luperón. Marilópez 13 de septiembre de 1863. Señores don Ulises F. Espaillat, Pablo Pujol, Ricardo Curiel y Francisco Bonó. Muy señores míos: El general en jefe acaba de invitar a los generales Benito Monción, José Salcedo y al que suscribe, a reunirse en el cantón general del Meadero, para recibir al presbítero Charboneau, comisionado del brigadier Buceta para tratar definitivamente sobre la capitulación de la fortaleza San Luis. Yo que siempre he desconfiado de mi enemigo, quiero hoy más que nunca guardar mi posición de Marilópez y he manifestado al general Gaspar Polanco y demás colegas que Uds. cuatro me representarán competentemente en las conferencias de este día.

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Debo prevenir a Uds. que, por lo que a mí toca, no aceptaré otro convenio sino la capitulación de Buceta, Alfau y sus tropas, sin más condiciones que la entrega de las armas como de los pertrechos que encierra la Fortaleza, y ser internados en su sitio conveniente, donde sean alimentados y respetados por la revolución hasta que el Gobierno Español reconozca nuestra independencia. Así, pues, confío en el notorio patriotismo de Uds. Y espero que sus claras inteligencias sabrán contrariar los sermones del padre Charboneau a fin de evitar un torrente de sangre y mayores calamidades. Quedo de Uds. afmo. y seguro servidor. Gregorio Luperón. En cuanto a ciertas contingencias que el genio de Luperón previó y advirtió y resolvió celosamente precavido y astuto, dos acontecimientos han merecido la cita de la historia porque pueden servir para señalarlo dotado de todas las características como pionero de aquella cruzada; como el más esquivo y comedido para la planificación de las estrategias y tal vez, como el más iluminado en las circunstancias que fueron propicias al buen éxito de la causa de la Restauración. Al día siguiente, en la noche de su llegada al campamento de Santiago, día en que fueron aclamados gloriosamente él y el coronel Salcedo y en que Luperón asumió por disposiciones del general en jefe la dirección de las operaciones coronada por la toma a fuego y sangre del Fuerte Santiago, se desestimó en consulta de generales, su opinión de que se saliese contra la columna del general Suero que venía sobre Santiago a fin de contenerlo y atraerlo hasta las inmediaciones del cantón general para batirlo y frustrar sus designios de auxiliar a los asediados en San Luis. Por lo contrario, fue resuelto, como hemos dicho ya, el ataque de Santiago, un error que frustró el plan de ataque que se había acordado. La otra previsión desestimada fue la que adoptó para imponer las condiciones de la rendición del referido fuerte, frustrada por un convenio de armisticio desconocido por él, que abrió amplia vía a la retirada de las fuerzas de Buceta. Fue el capitán José Mauricio Fernández quien le informó que los españoles evacuaban la ciudadela y que el general Polanco, disgustado, se había ausentado del Cantón General.

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Es de suponerse cuál debió ser la indignación que movería a este caudillo, después de contemplar el cuadro de la plaza vacía, a perseguir las huestes en retirada, y cuál sería su ira cuando se consideró burlado por el padre Charboneau, principal factotum de aquellas maniobras adversas a los intereses de la causa restauradora. El referido padre Charboneau se atrevió a amenazar con la excomunión a los soldados con tales consecuencias que algunos centenares desertaron. Luperón encontró en Gurabito a los principales conmilitares de las armas dominicanas; allí Salcedo, allí Benito Monción y oficiales del séquito marcial de estos generales cordializando con los españoles; inquirió las razones de aquel desalojo, de aquella inesperada desocupación contraria a sus instrucciones... sus recompensaciones y quejas coordinarían los ánimos y se resolvió la persecución pertinaz de la columna que se alejaba serpenteando por el camino real. Es la memorable persecución de diez y ocho leguas en las cuales no cesó de ser picada la retaguardia hasta Quinigua. Aquí convino con Benito Monción y Pimentel que continuasen la persecución Monción, Salcedo y el coronel Manuel Rodríguez que se había incorporado, herido, con sus tropas a los soldados victoriosos que perseguían las huestes de Buceta. En el interín, en Santiago de los Caballeros, los ciudadanos Benigno F. de Rojas, Ulises Espaillat, Pablo Pujol, Máximo Grullón, Pedro Francisco Bonó, Ricardo Curiel, planeaban la constitución del Gobierno Provisorio que, previo acuerdo de los jefes del movimiento, se instaló bajo la presidencia de Salcedo y la vicepresidencia de Benigno F. de Rojas. Aunque a Gaspar Polanco no se le dio participación en las deliberaciones, y no obstante haber expresado su enojo sin resentimientos, continuó con entusiasmo y lealtad la lucha por la causa de la Restauración. Después de los acontecimientos que hemos narrado y de otros no menos importantes que lo compendioso de este ensayo no nos permite comentar; después del despliegue de tanto heroísmo, de tantos holocaustos y de tantas angustias y privaciones como sufrieron aquellos prohombres del movimiento restaurador ya

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iluminados por los resplandores de la gloria, entre ellos, muchos de los más esclarecidos rectores del pensamiento del Cibao, no cabe sino poner aquí el Acta de Independencia, redactada por el abogado venezolano don Manuel Ponce de León, calzada con las firmas de los más ilustres próceres de las armas y de las letras del Cibao. Santiago de los Caballeros, 14 de septiembre de 1863. Nosotros los habitantes de la parte española de la isla de Santo Domingo manifestamos por medio de la presente Acta de Independencia ante Dios, el mundo entero, y el Trono de España, los justos y leales motivos que nos han obligado a tomar las armas para restaurar la República Dominicana y reconquistar nuestra Libertad. El primero, el más precioso de los derechos con que el hombre fue favorecido por el Supremo Hacedor del Universo, justificando así nuestra conducta arreglada y nuestro imprescindible obrar, toda vez que otros medios suaves y persuasivos, uno de ellos muy elocuente, nuestro descontento empleado oportunamente, no han sido bastante para persuadir al Trono de Castilla, de que nuestra anexión de la Corona no fue la obra de nuestra espontánea voluntad, sino el querer fementido del general Santana y de sus secuaces, quienes en su desesperación de su indefectible caída del poder, tomaron la decisión de entregar la República, obra de grandes y cruentos sacrificios, bajo el pretexto de anexión al Poder de España, permitiendo que descendiese el pabellón cruzado, enarbolado por el mismo general Santana, a costa de la sangre del pueblo dominicano, con mil patíbulos de triste recordación. Por magnánimas que hayan sido las intenciones y acogida de S. M. doña Isabel (q. D. g.), respecto del pueblo dominicano, al atravesar el Atlántico y al ser ejecutadas por sus mandatarios subalternos, ellas se han transformado en medidas bárbaras y tiránicas que este pueblo no ha podido ni debido sufrir. Para así probarlo, basta decir que hemos sido mandados por un Buceta y un Campillo, cuyos hechos son bien notorios.

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La anexión de la República Dominicana a la Corona de España ha sido la voluntad de un solo hombre que la ha domeñado; nuestros más sagrados derechos, conquistados con 18 años de inmensos sacrificios, han sido traicionados y vendidos; el Gabinete de la Nación Española ha sido engañado, y engañados también muchos de los dominicanos de valía e influencia, con promesas que no han sido cumplidas, con ofertas luego desmentidas. Pronunciamientos, manifestaciones de los pueblos arrancadas por la coacción, ora moral, ora física de nuestro opresor y los esbirros que los rodeaban, remitidas al Gobierno Español, le hicieron creer falsamente nuestra espontaneidad para anexarnos; empero, muy en breve, convencidos los pueblos del engaño y perfidia, levantaron su cabeza y principiaron a hacer esfuerzos gloriosos, aunque por desgracia inútiles, al volver de la sorpresa que les produjera tan monstruoso hecho, para recobrar su Independencia perdida, su libertad anonadada. Díganlo si no, las víctimas de Moca, San Juan, Las Matas, El Cercado, Santiago, Guayubín, Monte Cristi, Sabaneta y Puerto Plata. ¿Cómo ha ejercido España el dominio que indebidamente adquirió sobre esos pueblos libres? La opresión de todo género, las restricciones y exacción de contribuciones desconocidas e inmerecidas, fueron muy luego puestas en ejercicio. ¿Ha observado por ventura para con un pueblo que se le ha sometido, aunque de mal grado, las leyes de los países cultos y civilizados, guardando y respetando cual debía, las conveniencias, las costumbres, el carácter y los derechos naturales de todo hombre de sociedad? Lejos de eso; los hábitos de un pueblo libre por muchos años han sido contrariados impolíticamente, no con aquella luz vivificadora y que ilustra, sino con un fuego quemante y de exterminio. Escarnio, desprecio, marcada arrogancia, persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos, son los únicos resultados que hemos obtenido, cual corderos, de los subalternos del Tronco Español, a cuyas manos se confiara nuestra suerte.

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El incendio, la devastación de nuestras poblaciones, las esposas sin esposos, los hijos sin padres, la pérdida de todos nuestros intereses, y la miseria en fin; he aquí los gajes que hemos obtenido de nuestra forzada y falaz anexión al Trono Español. Todo lo hemos perdido, pero nos quedan nuestra Independencia y Libertad, por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre. Si el Gobierno de España es político, si consulta sus intereses y también los nuestros, debe persuadirse de que a un pueblo que por largo tiempo ha gustado y gozado la libertad, no es posible sojuzgársele sin el exterminio del último de sus hombres. De ello debe persuadirse la Augusta Soberana doña Isabel II cuya hermosa alma conocemos y cuyos filantrópicos sentimientos confesamos y respetamos; pero S. M. ha sido engañada por la perfidia del que fue nuestro presidente, el general Pedro Santana y la de sus ministros; y lo que ha tenido un origen vicioso, no puede ser válido por el transcurso del tiempo. He aquí las razones legales y los muy justos motivos que nos han obligado a tomar las armas y a defendernos como lo haremos siempre, de la dominación que nos oprime, y que viola nuestros sacrosantos derechos, así como de leyes opresoras que no han debido imponérsenos. El mundo conocerá nuestra justicia, y fallará. El Gobierno español deberá conocerla también, respetarla y obrar en consecuencia. Firmados: Gaspar Polanco, Gregorio Luperón, Benigno F. de Rojas, A. Deetjen, P. Pujol, José Salcedo, Benito Monción, Manuel Rodríguez, Pedro A. Pimentel, José A. Polanco, Genaro Perpiñán, Pedro F. Bonó, U. F. Espaillat, Máximo Grullón, R. Curiel, J. B. Curiel, Telésforo Pelegrín, I. Reyes, José Cabrera, Santiago Rodríguez, Federico de Jesús García, Eugenio Valerio, J. P. Tolentino, J. Lafí, C. Medrano, José Bermúdez y otra inmensa cantidad de firmas, recogidas en las diversas copias.1 1

Manuel Rodríguez Objío, El general Gregorio Luperón e historia de la Restauración, Santiago, Editorial El Diario, 1939, pp. 78-80.

CAPÍTULO XX

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Nombramiento, y renuncia de Luperón como gobernador de Santiago. Asume el general Gregorio Luperón la jefatura general de la campaña del Sur y del Este. Gravedad de la situación frente a los reaccionarios. Fusilamiento del coronel Galdeano. La revolución en los desfiladeros de la cordillera Central. Santana amenaza con invadir el Cibao. Otros episodios.

Unos de los primeros actos del Gobierno Provisorio de Salcedo fue expedir los despachos de gobernador y comandante de armas de Santiago a favor del general Gregorio Luperón cuyos nombramientos no fueron aceptados por las razones expuestas en el siguiente oficio: A los miembros que componen el Gobierno Provisorio de la República Dominicana. Presentes. Respetables señores: 1º. Tengo recibidos sus dos oficios y de este mismo día; el primero nombrándome comandante de armas y el segundo gobernador de esta provincia capital. Siento infinitamente no poder desempeñar ni el uno ni el otro cargo, porque ambos 267

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destinos se hallan en abierta oposición con mis deseos. Al lanzarme en la arena de la revolución solo he tenido por móvil el ansia de ver restaurada la República Dominicana, sus leyes y libertades. No me nueve más ambición que la de defenderla y combatir a sus opresores dondequiera que pisen nuestro suelo. Ya no hay españoles en Santiago y por consiguiente este lugar no es mi puesto y esos empleos no me sientan bien. Además, son las circunstancias excepcionales de una Revolución, las que me han decorado con el título de general; nunca he sido militar y prefiero ante todo el dictado de ciudadano. Aquí no faltan antiguos veteranos capaces de ocupar el puesto que Uds. me señalan, muy especialmente no habiendo enemigos que nos amenacen. Antes de la instalación de ese alto cuerpo y como jefe de operaciones he hecho organizar esta plaza y dictar diversas medidas que debo llevarlas al conocimiento de Uds. He reunido a todos los prisioneros en el local de la iglesia, y les he puesto una custodia de cien hombres bien armados a las órdenes de los comandantes F. González y Justo Martínez. He racionado por dos días prisioneros y custodia; he proveído a los médicos españoles apresados de todas las medicinas necesarias para la asistencia de sus compatriotas y compañeros de infortunio. He nombrado al señor Lancaster, comandante de Policía y al señor Molin su adjunto. Cinco carretas se ocupan en la limpieza de la población, y recogen los cadáveres que infectan las calles, mientras un número suficiente de hombres se ocupan de darles sepultura. Las fuerzas del Castillo las he encomendado al mando inmediato del general Andrés Tolentino y coronel José María Morel. He dado orden de marcha al coronel Rodríguez (Chivo) para reforzar, con su columna de mocanos la expedición sobre Puerto Plata, debiendo ponerse a las órdenes del general en jefe Gaspar Polanco a causa de la insubordinación cometida por dicho coronel Rodríguez con el coronel presidente, y a fin de evitar semejante desagrado. Por el camino de Yásica acaba de poner en ruta el resto de las tropas puertoplateñas al mando del comandante Reyes, que he promovido a coronel, y del capitán Reynoso promovido

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a comandante con orden de establecer un cantón en Yásica, debiendo ponerse en relación con el general en jefe Polanco y acatar su suprema autoridad. He depositado en la Iglesia veintinueve sacos de calderillas de dos quintales cada saco, que servirán al Gobierno para sus primeras atenciones. Me asegura además un oficial español que en el Castillo hay un entierro de la misma moneda dándome exactos detalles sobre el particular. El general Andrés Tolentino presentará a Uds. dicho oficial cuando lo tengan a bien. He puesto una guardia en el subterráneo del señor Tomás Rodríguez donde se me asegura haberse escapado del incendio una gran cantidad de mercancías y otros intereses a fin de preservarlos de pasar a manos extrañas, ya, que escaparon del fuego. El Gobierno tomará las medidas que crea más convenientes. Esperando una orden de ruta para incorporarme a mis compañeros, quedo de Uds. seguro servidor. Gregorio Luperón, Santiago 14 de septiembre. Luperón no podía aceptar esas designaciones no solo porque significaban un postergamiento del designio que inspiraba su vida como combatiente afortunado por la causa de la Restauración, sino por los acontecimientos que habían creado en todo el Cibao y en gran parte de la República las proezas victoriosas, la rota de los soldados de Buceta y la instalación del Gobierno Provisorio. Todo el Cibao estaba en pie de guerra; habían pronunciado en esos mismos días a La Vega, el general Manuel Mejía; el coronel Cayetano de la Cruz a Macorís, secundado por el comandante Manuel María Castillo, el capitán Olegario Tenares, capitán La Rosa, capitán Pablo Mota, capitán el comandante Pedro Robles; Jarabacoa por el coronel Durán; el Cotuí por Epifanio Márquez y el coronel Tomás Ramón Castillo y el Bonao por el Coronel Antonio Casimiro. Pero solo estos pronunciamientos requerían la acción personal de Luperón y de su preeminencia de Gran Capitán de la Guerra Restauradora, sino que la exigían con urgencia las inquietudes y el pavor que había infundido en el pueblo y aún en muchos soldados, la noticia de que el general Santana en persona marchaba al frente de un ejército sobre el Cibao.

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El Gobierno Provisional no solo le aceptó la renuncia sino que le dotó de plenos poderes para la campaña que debía emprender sin demora alguna, contrarrestar el pánico creciente y la desmoralización de las tropas y oponer un frente poderoso a la marcha del general Santana. De la comparecencia de Luperón en el seno del Gobierno en donde se expresó de modo más explícito y categórico respecto de la gravedad del momento y de la perentoria necesidad de coordinar las fuerzas, sostener las posiciones conquistadas y respaldar los movimientos revolucionarios del Sur y el Este para combatir a Santana nació el acuerdo de conferirle facultades de general en jefe, según el tenor de la resolución comunicada en el siguiente oficio: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio de la República. Comisión encargada del ramo de la Guerra. Señor general Gregorio Luperón. General: El Gobierno, deseando satisfacer los deseos de las Provincias del Sur y del Este de las cuales recibe a cada instante repetidos actos de adhesión, ha resuelto en esta fecha, en vista de ser Ud. uno de los héroes que más bizarramente ha iniciado la guerra de Independencia, comisionarlo para que, en compañía del general Juan Cartagena se dirija a aquellos puntos en donde su presencia sea más conveniente. Como representante del Gobierno Ud. tomará las disposiciones más oportunas para la consecución y establecimiento definitivo de la República. Santiago, 15 de septiembre de 1863. Dios guarde a Ud. muchos años. J. B. Curiel, P. Fco. Bonó. En razón de las potestades de que estaba investido, el general Gregorio Luperón asumió las funciones de general en jefe de las operaciones del Sur y del Este de la República de las cuales fue desposeído bien pronto a causa de las burdas intrigas que se urdían contra él, según se vislumbraban en los acontecimientos adversos a sus providencias contra los aprestos de las huestes enemigas y contra los amagos de la reacción libertaria.

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Su ruta hacia el nuevo escenario de sus operaciones tuvo como meta la ciudad de Santo Domingo y abrió la marcha para tocar en Moca e incrementar allí sus efectivos humanos con todos los refuerzos que le fue posible e hizo rumbo hacia La Vega al frente de sus aguerridos soldados estimulados por su heroísmo en cien combates y su inquebrantable decisión de combatir por la santa causa de la libertad, si preciso era hasta la muerte. En La Vega tomó providencias para contrarrestar la reacción que aunque furtiva, no escapó a su perspicacia de su instinto de patriota y de soldado. Ordenó la concentración de las tropas de Jarabacoa y de Moca en La Vega; saltó a Macorís, ascendió a general de brigada al coronel Cayetano de la Cruz y a coronel al comandante Castillo, destacó fuerzas hacia Cotuí y Cevicos para guarnecer los desfiladeros que abren el camino hacia Santo Domingo y volvió presto a La Vega; aquí la reacción ha quebrantado hondamente el sentimiento de la libertad y la causa de la Restauración estaba amenazada por las maquinaciones de los reaccionarios, por el temor al Gobierno y por los odios. No se cumplían o se cumplían con renuencia las disposiciones de Luperón; la carencia de entusiasmo, la negligencia, la indiferencia respecto de los aprestos urgentes ante la inminencia del peligro de la marcha de Santana sobre La Vega, inspiraron al general en jefe del movimiento restaurador soluciones drásticas y heroicas para levantar los ánimos e inspirar fe a quienes verían la causa con pesimismo y redoblar el vigor de quienes, teniéndola, estaban ya influidos por el pánico que despertaba la tradición heroica del general Santana. La situación era tan grave que en La Vega se daban por ciertas las noticias de que agentes reaccionarios habían perturbado en algunos sectores las milicias libertadoras, se comentaba de viva voz que el general Antonio Santana bajo la divisa de España y el comandante Santiago Núñez con tropas de Juana Núñez venían sobre La Vega, que, igualmente instigadas por la reacción marchaban tropas sobre ese pueblo desde Tabera, Jarabacoa y otros puntos; que entre los generales complicados en este movimiento reaccionario figuraban el comandante Santiago Núñez, el coronel Caba, el general Mejía y otros no menos distinguidos en las luchas por la Restauración.

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Un recurso psicológico circunstancial le deparó la suerte al general Luperón para reconfortar el espíritu revolucionario. En aquel momento aciago, pletórico de peligros para la causa restauradora, fue apresado el coronel español Galdeano que intentaba burlar la vigilancia para alcanzar la ciudad de La Vega; lo acusa de espionaje el rumor público en connivencia con el general Roca quien elude el infundio, pero Galdeano, sometido a Consejo de Guerra y juzgado sumariamente, fue fusilado a las 10 de la mañana no obstante la renuencia sospechosa del general Mejía a ejecutar la sentencia conminado por el general Luperón. A las tres de la tarde de ese mismo día, y después de haber hecho firmar a más de tres mil personas el acta de Independencia, a son de bando hizo una Proclama en que condenó la reacción y amenazó a los dominicanos que se le adhiriesen. No obstante las versiones llegaron como soldados de la revolución Antonio Santana y Santiago Núñez. El coronel Caba que llegó a La Vega con sus tropas fue promovido por Luperón a general de brigada y con él despachó sus primeras instrucciones a las autoridades de las provincias del Sur y del Este por el camino de Cotuí. Otro acontecimiento inesperado de provechosa resonancia vino en esos días a dar alientos al espíritu revolucionario, fue la feliz maniobra mediante la cual y con señalada audacia el coronel Basilio Gavilán, comandante del primer destacamento de Luperón, hizo prisionero al jefe de la vanguardia española, coronel Eusebio Manzueta, quien juró adhesión y fidelidad al ideal redentorista, pasando por disposición del general en jefe a ocupar la plaza de comandante de armas de Yamasá. Para el día 21 de septiembre Luperón había destacado fuerzas para todos los desfiladeros que abrían camino hacia el escenario de sus nuevas actividades. Se señala que el coronel Dionisio Troncoso partió para Cotuí y Cevicos con la representación del general Luperón y que el coronel Durán con la misma investidura fue destacado desde Jarabacoa, Constanza y San Juan. Pareció a los zoilos que el héroe de Sabaneta, el egregio paladín de la Restauración poseía ya demasiado poder y que era menester restringir la autoridad plena que en horas de incertidumbre le había

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confiado el Gobierno Provisorio, y entonces, sin meditar en las funestas consecuencias que pudiera acarrear a la causa la distracción del glorioso soldado del teatro de operaciones, la conjura contra él comenzó a socavar su autoridad en el seno mismo del Gobierno. Prueba palmaria de aquel clima de intrigas que dominaba en el seno del Ejecutivo provisional, fue la actitud que parece asumió contra la autoridad de Luperón el comisionado Troncoso, denunciada por el comandante de Cotuí; y que, conocida del Gobierno, le remitió al jefe de operaciones el siguiente despacho: Santiago, 19 de septiembre de 1863. Sección de Guerra. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio de la República. Señor general en jefe del Sur y del Este, Gregorio Luperón. Señor general: se ha recibido su oficio de fecha de ayer, y en lo referente al señor Troncoso, diremos a Ud. que las instrucciones que lleva se reducen pura y simplemente a reunirse con Ud. y recibir sus órdenes. Ud. podrá examinarlo y pidiéndole los despachos de que fue portador y los posteriores, se convencerá Ud. de que tales fueron las instrucciones que recibió. Como él conoce esos lugares, puede serle de mucha utilidad, por la manera de emplearlo la dejamos a su arbitrio. Dios guarde a Ud. muchos años. Pedro Francisco Bonó.

CAPÍTULO XXI

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Ratificación de las potestades de Luperón como general en jefe del Sur y del Este. Providencias de Luperón para aprovisionar a sus tropas. La situación enojosa creada por el general Mejía. Desplante del Gobierno Provisorio y justo resentimiento de Luperón. Oficios del Provisorio y respuesta de Luperón. Otros episodios.

Pero la ratificación de sus poderes y la prueba de confianza que significó este despacho no bastó a poner freno a las maquinaciones contra él. Las formas de este y otros comunicados no podían encubrir la animadversión, y los celos, y las inquinas, y la deslealtad que conspiraban contra Luperón para arrebatarle, si no los laureles conquistados en proezas memorables, para despojarlo de las prerrogativas que como gran capitán en el Sur y el Este de la República le había conferido el Superior Gobierno. Del proceso de los acontecimientos y de la situación conflictiva que se produjo a causa de su enajenación del mando pueden sacarse muy elocuentes conclusiones de los extremos a que llegaron las pasiones. Las congojas que le produjeron las advertencias que se le hacían respecto de las intrigas que tramaban contra él no quebrantaron en nada su propósito de llevar adelante los aprestos para oponerse a la marcha del general Santana, a quien el aura popular había 275

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exaltado hasta la idolatría y quien se proponía invadir el Cibao, no solo favorecido de esa mística que tanto realza al valor heroico de los guerreros, que no solo estaba prevalido de su alta jerarquía política y de la sugestión de sus proezas como paladín de las guerras de Independencia, sino que contaba con gran provisión de armas de todo género y con hueste numerosa de soldados rigurosamente disciplinados, mientras que Luperón no podía mover un ejército igualmente equipado y tropas que como las de aquel estaban envalentonadas por servir a un poder sólidamente constituido y sustentado por la fuerza del Gobierno de España. El general Gregorio Luperón, general en jefe de la Revolución en el Sur y el Este de la República, no se arredró, ni ante la sugestión que el general Santana producía en los pueblos y en los soldados, y menos ante la máquina guerrera que movía contra el Cibao, de ahí la providencia que con urgencia dictó mediante el nombramiento de un proveedor general de la Revolución que se ocupase en allegar recursos y las instrucciones que dio al comandante de La Vega en las cuatro siguientes disposiciones: La Vega, 20 de septiembre de 1863. Primera. El general comandante gobernador queda autorizado a mantener el orden y respeto por las autoridades revolucionarias, debiendo someter a un Consejo de Guerra al que contravenga a esta disposición. Segunda: No se tendrá ninguna consideración con los propagandistas o misioneros de la propaganda enemiga, que tanto influyen en la desmoralización de las tropas: los culpables de este crimen serán pasados por las armas. Tercera: Se ordena la circulación de la calderilla y los que la rehacen serán juzgados como cabezas de motín. Cuarta: Será considerado como enemigo de la Patria, todo individuo en salud que no se presente a la plaza demandando un fusil para marchar a combatir al enemigo. Quinta: Es obligatorio para toda persona que posea efectos útiles a la revolución ponerlos a la disposición de la autoridad. Firmado: Luperón.

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El Gobierno aplaudió sus providencias y contempló la urgencia del proveimiento de material de guerra y sobre todo de soldados pero no pudo hacerle ninguna remisión de pertrechos, ni tuvo efecto una concentración de tropas que se le ofreció, para que dispusiera de ellos en Cotuí, ni el gobernador Mejía de La Vega cumplió a cabalidad su cometido según la urgencia de las circunstancias. Con sus diligencias personales suplió la carencia de tropas y de implementos de guerra y promovió la renuncia de Mejía como gobernador contra el parecer de sus adversarios del Gobierno. Cuando sus avanzados habían transpuesto el desfiladero del Cotuí y se encontraban en las llanuras de San Pedro recibió un contingente de cincuenta y tres hombres. Franqueada la cordillera Central no había otra cosa que hacer que organizar las tropas y apercibirlas para emprender de un momento a otro la ofensiva o la defensiva entre las de Santana y librar la batalla que podía ser decisiva para las armas de la Revolución. Aunque Troncoso, correspondiendo a las instrucciones de Luperón, no solo reforzó la avanzada de Cevicos y aprovisionó de pertrechos, víveres y de hombres el cantón de Bermejo, informó al general en jefe que las fuerzas avanzadas eran insuficientes. Pero los acontecimientos que tienen efecto en el Sur eran promisorios de caras esperanzas, San Juan había enarbolado la enseña de Febrero, Piedra Blanca, paraje de la ruta de El Maniel, era ocupado por el coronel Norberto Tiburcio, pero se requirió al coronel Troncoso su presencia en Bermejo en donde la defección comenzó a cundir en las tropas. La marcha sobre El Maniel del jefe de operaciones desde Bonao fue frustrada por tropas volantes de Santana, tuvo que acantonarse en Piedra Blanca donde recibió refuerzos de La Vega y allí tuvo noticias Luperón de que conforme a sus disposiciones el Sur estaba correspondiendo al movimiento restaurador; que la bandera de los febreristas ondeaba ya en San Juan de la Maguana, y en Las Matas donde la había enarbolado al grito de ¡Viva la República! el coronel Francisco Meriño y un joven llamado Mariano Rodríguez; que el coronel Ángel Félix y Antonio Blas Cuello habían pronunciado a Neiba, capitaneadas por el general Pedro Florentino quien

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habiendo asumido las funciones de jefe superior de operaciones rindió a Azua de Compostela el 12 de octubre de 1863 después de combatir en las márgenes del río Jura las huestes españolas. Los acontecimientos felices del Sur le reconfortaron el espíritu abatido en cierto modo, por la forma como lo venía tratando el Gobierno Provisorio, y así explican el hecho de que no obstante el comunicado del 23 de septiembre de 1863 y las quejas contenidas en su despacho en respuesta, saliese al frente de sus tropas a establecer su cuartel general de Cevicos el día 23 de septiembre de 1863, próximo a uno de los desfiladeros de la cordillera Central que le abría el camino hacia las llanuras de San Pedro. Su decepción, en aquella hora apremiante del patriotismo, en que el Cibao estaba en riesgo de ser avasallado por la prepotencia de Santana, quedó justificada por los términos de los oficios que se cruzaron entre él y el Gobierno. Hay en esos despachos sustancia por justipreciar la posición moral del uno y del otro, sin hacer caso omiso de las circunstancias y la carencia de material de guerra que obligaban a Luperón a procurárselos por todos los medios expeditos usuales en la guerra y más aún cuando sus tropas están en trance de ser derrotadas por carencia de armas y de tropa suficiente, puede decirse casi en vísperas de entrar en combate con el enemigo, que ya mediante una proclama en que exhortaba a la rebelión y a la deserción de las milicias y a la adhesión a la causa de la Anexión. Para juzgar la trama de la conjura que maquinaba contra uno de los hombres de mayor estatura heroica de los restauradores y la desventurada suerte a que las intrigas expusieron entonces a los ejércitos libertadores que franqueaban la cordillera Central vale recoger en estas páginas algunos párrafos relativos a este asunto, los tomamos de la comunicación del Gobierno Provisional del 23 de septiembre, que Luperón recibió el día 26 del mismo mes; dicen textualmente:

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Santiago, 23 de septiembre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor general: El Gobierno tiene a la vista las cuatro comunicaciones que Ud. ha dirigido. Por la primera observa con sorpresa que ha nombrado Ud. al señor Cartagena para comandante de armas de La Vega, destituyendo al benemérito general Mejía, que tiene el mérito de haber sido el protagonista en La Vega en el cambio de bandera, mientras que el señor Cartagena al despedirse del general Roca le ofreció una y otra vez sacrificarse por España. No se oculta al Gobierno que el señor Mejía no se encuentra ni por su edad ni por su carácter a la altura de las circunstancias azarosas que atravesamos; pero por otro lado se debe tener muy presente que la gente de La Vega aprecia este hombre acostumbrado a mandarla y está identificada con su modo de pensar y de sentir. Además, todo el ahínco del señor Cartagena, cuando estuvo aquí, fue obtener esa Plaza, que el Gobierno por eso, y por otras razones le negó, nombrándolo como miembro de la comisión que con Ud. salía por ser el único puesto en que lo puede emplear hoy. El Gobierno desea que marche al destino que se le indicó; y si es preciso reemplazar al general Mejía el Gobierno elegirá un individuo con el tino que tan delicada materia requiera de acuerdo con los generales Polanco, Salcedo, Monción y Pimentel que están en continuo contacto con el Gobierno […] Esta autoridad extraña mucho que Ud. no cese de pedirle cosas que debe constarle que no existen a la mano, aunque por cortos días comandó Ud. esta plaza y conoce su arsenal. Cuando lleguen los fusiles y municiones no dude Ud. que irán. Otro sí; marchan para el cantón que tan dignamente Ud. manda todas las fuerzas de La Vega y Macorís, que

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juntos con los dajaboneros, que le expedimos armados, hacen un total de 2,000 hombres. Le encarecemos respeto a la propiedad no porque tengamos razones para ello, sino por haber visto en sus proclamas que Ud. habla de confiscación de bienes. Sea Ud. igualmente cauto en las medidas rentísticas, pues no es lo mismo un territorio que un cantón, y tal medida puede ser excelente para este y ruinosa para aquel. Haga Ud. requisiciones para el sostenimiento de las tropas. No olvide al entrar en campaña el sistema de guerrillas. Firmado: vicepresidente, Benigno F. de Rojas. La Comisión de Guerra, J. B. Curiel. Desde el cantón de Cotuí dio el general Luperón la respuesta que se contiene en el siguiente despacho: Cotuí, 27 de septiembre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Al Gobierno Provisorio de la República. Señores: Acabo de recibir su oficio del 23 y su contenido me fue tan extraño, que no pude menos de leerlo una vez más quedando estupefacto al comprender que se me hacen observaciones y reproches inmerecidos. Uds. no ignoran que fui yo el primero en tomar las armas y exponer mi vida en las desgraciadas tentativas de Sabaneta, que también nos hizo conocer la verdadera fiereza del carácter español, por las crueldades y abominaciones que le siguieron; saben que cuando estalló el segundo movimiento mi exasperación no se hizo esperar, olvidando mi familia y mi triste posición sin procurar como otros mejorarla; he salvado a cuantos dominicanos me ha sido dable; he hecho el bien sin debilidad pero he sido enérgico para salud de mi país.

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Notorios son, pues, mi buen deseo y mi insuficiencia, y en atención al primero creí se me pudiese perdonar la segunda. Si el Gobierno a quien respeto y acato está animado de celo por un buen y definitivo resultado ¡cómo no lo estaré yo siendo a justo título uno de los principales soldados del movimiento revolucionario! Así que hasta hoy a nadie he sido gravoso y ha sido mi mayor anhelo hacer respetar las propiedades dando yo primero el ejemplo; a tal punto que aun los efectos pertenecientes a los peninsulares los haga respetar y conservar para ser puestos a disposición de esa Superioridad a fin de que los utilice en beneficio de la causa general. Por tanto la cautela que se me recomienda sobre medidas rentísticas, es para mí un enigma, y a no ser por mi ferviente anhelo de concurrir al éxito de la revolución bastaríame esa indicación para abandonarla. Yo creo que no es tiempo de herir injustamente la ajena susceptibilidad sino antes bien de fraternizar y atraer los esquivos. La respuesta a mis «inoportunos» pedidos es también sensible, pues si bien es cierto que palpé la carencia de los almacenes de Santiago, creí que ya habían tenido ocasión de recibir algunos elementos de guerra, provocando esa creencia mi ansiedad de darle empuje a nuestra causa. Mi conducta es visible por dondequiera que transito, y he tenido ocasión de recoger los más leales testimonios de satisfacción y agradecimiento. La amenaza de confiscación tuvo por objeto hacer que los dueños de mercancías no se negaran a venderla al soldado, produciendo así un grave malestar. La medida, pues, ha dado sus resultados, porque ya nadie oculta sus efectos. ¡Vean Uds. qué siniestra interpretación le dieron! Efectos de guerra solo he recibido seis carabinas y siete cajitas de municiones; y hombres, solo hay en los cantones los que yo mismo he movilizado. ¿A quién pues debo dirigirme en solicitud de estos auxilios? Para la ración de las fuerzas a mi mando, como sé que no existe ningún metálico, he dictado algunos providencias sin por ello molestar la atención de Uds. Me es grato saber las atenciones que Uds. dispensan a mi familia. No

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echaré en olvido el recomendable sistema de guerrillas que Uds. me encarecen, pues prefiero, los más ligeros triunfos a la más honrosa derrota. Con respecto a la presencia de nuestros compatriotas en las filas enemigas, mis órdenes han de antemano previsto ese caso. Por lo que respecta a las medidas tomadas por Mejía, Uds. mismos confiesan su ineptitud, en cuanto a Cartagena me pareció de buena política utilizarlo viéndolo en nuestras filas, y en todo ello procedo de acuerdo con las facultades que Uds. mismos me confirieron. No he querido posponer los méritos de Mejía pero sí anteponerlos la salud de la Patria. Siento no tener ya a mi lado la compañía de dajaboneros, pues habrían acelerado mis planes. Les participo haberme comprometido con un amigo francés desde La Vega, racionándole y pagándole para ocuparlo en la habilitación de mejor armamento. Dios guarde a Uds. muchos años. G. Luperón. Aquí se presentó Luperón sumiso y respetuoso acatando la autoridad del Gobierno Provisorio tal como se lo demandaban la gravedad del momento, la enorme responsabilidad que había contraído con la causa de la Revolución y la conciencia de lo que valía su presencia al frente de las tropas que ya luchaban en el Sur y en el Este y, sobre todo, al frente de los soldados ya apercibidos para entrar en combate con el general Pedro Santana comandando soldados disciplinados y provisto de todo el material de guerra que era menester para su campaña en el Cibao. Su inquebrantable fe en el triunfo de la causa de la Restauración lo mantenía incólume y sobrepuesto a la maledicencia y la calumnia que, desacreditándolo y obstruyéndolo, desacreditaba y obstruía la heroica empresa de liberarnos del coloniaje español que la ambición de un hombre, de sus conmilitones y de sus áulicos habían implantado en el país mediante la comedia de un amañado plebiscito con que se traicionó la buena fe del pueblo y se vilipendió la doctrina republicana de los trinitarios.

CAPÍTULO XXII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO El Provisorio acepta los actos de Luperón como general en jefe. Pleito de Arroyo Bermejo. El presidente Salcedo destituye a Luperón y asume la jefatura del ejército. Profunda desavenencia entre ellos. Peligro de Guanuma. Carta de Luperón a Benito Monción. Luperón reasume el mando.

Aunque la serena y juiciosa nota de Luperón al Gobierno Provisional mereció una respuesta que envuelve más que una satisfacción, un sentido rectificador y la ratificación de sus potestades, no se podía ocultar a su perspicacia y a sus lúcidas intuiciones la animadversión que contra él fermentaba en el seno mismo del Gobierno. El oficio en respuesta a los suyos fue remitido en la misma fecha, 27 de septiembre, dice así: Santiago, 27 de septiembre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor general en jefe Gregorio Luperón. General: El Gobierno ha recibido sus oficios fecha de hoy y enterado de ellos y de las instrucciones dadas al general Mejía, los aprueba en todas sus partes. El Gobierno espera siga Ud. con el mismo acierto y actividad en la misión de que está encargado. Hoy se han integrado en arresto el teniente coronel Velazco y teniente 283

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Musa quienes están detenidos en el Fuerte de San Luis, por convenir así más bien que dejarlos en el campo donde podrían perjudicar. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente: Benigno F. de Rojas. El efecto reconfortante de ese oficio del vicepresidente Benigno F. Rojas perdió toda su generosa virtud por un acto contradictorio del ciudadano presidente del Gobierno Provisional general José A. Salcedo al ordenar el retiro de la vanguardia de Luperón los soldados dajaboneros, aguerridos, heroicos, disciplinados y adiestrados en el ejercicio de las armas en quienes cifraba Luperón toda su confianza, y segundo la recepción de una carta recriminatoria a la cual dio Luperón respuesta en momentos en que se disponía marchar con 3,000 de tropa para oponerse al avance de Santana anunciado de toda inminencia por los generales Trinidad y Manzueta. El presidente Salcedo le requirió una entrevista y en el oficio del general Castillo remitido desde Cotuí el 27 de septiembre de 1863 al general Gregorio Luperón se le dijo, entre otros pormenores, que Los dajaboneros se despachan hoy para Santiago según orden del general en jefe de operaciones don José Antonio Salcedo en manifiesta interferencia con las providencias estratégicas de Luperón; la cartarespuesta fue la siguiente: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor general Pdte. don José A. Salcedo. General: Acabo de recibir su oficio No. 7 y quedo impuesto de su contenido; en consecuencia diré a Ud. que en el puesto de Bermejo me encontrará mañana en la tarde. En cuanto a la manifestación que Ud. me hace de no haber recibido oficio mío, no es extraño, pues yo no he recibido ninguno de Ud. a que poder contestar. En cumplimiento de mi deber no puedo prescindir de ponerme en marcha sin tener el gusto de esperarlo, y aunque he recibido el oficio del Gobierno en que se me anuncia que trae Ud. una misiva verbal cerca de mí: Dios guarde a Ud. muchos años. G. Luperón. Cevicos 28 de septiembre de 1863, a las ocho de la noche.

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Al romper el alba los clarines de guerra resonaban en la sierra en tanto que la caballería se abría camino por las estrechas veredas que conducen al desfiladero conocido como Sillón de la Viuda; atestiguan las crónicas que a las siete de la mañana su vanguardia dominaba ya el desfiladero y tenían a vista de pájaro el campo en que debía combatirse a los soldados personalmente dirigidos por Santana quien viene a la carga sobre el Sillón donde, jadeantes y desmoralizados, han llegado algunos soldados huyendo de la batalla que ya se había trabado en Bermejo cuyo arroyo había transpuesto vencedor al general Santana. Pero Luperón no se inmutó, no recriminó a los soldados en fuga, antes los alertó, les infundió coraje, los emuló con su denuedo y su pasión de libertad y los arrastró impetuosos al combate al son de los clarines y a paso de vencedor descendio al valle, desplegó sus tropas en tres frentes y atacó a Santana cuyas tropas se vieron forzadas a retrovadear el Arroyo Bermejo y en retirada replegarse en la Sabana de San Pedro siempre hostigado implacablemente por los soldados de Luperón que prosiguieron combatiendo en tenaz persecución con las milicias de Santiago hasta la Sabana de La Luisa. Es en este momento glorioso, saludado con las dianas de la victoria y dueño del campo de batalla, cuando daba disposiciones y se aprestaba a cortar la retirada de Santana, tuvo lugar uno de esos acontecimientos que han merecido la reprobación de la historia, con tanta mayor razón que no se podía preveer cuál hubiera sido la suerte de Santana de haberlo batido en su contramarcha en las inmediaciones de Santo Domingo, ya que el plan de Luperón era atacarlo por el camino de Monte Plata. Cuando se libraba la batalla campal ya estaba despojado de su investidura de general en jefe de las operaciones del Sur y del Este, el general Gregorio Luperón. La destitución no solo fue transmitida a las autoridades y subalternas de Luperón sino que la trajo en persona el mismo presidente Salcedo quien llegó al campo de batalla todavía sacudido por la estridencia de los clarines victoriosos. La circular de Salcedo no podía ser más inconsiderada, ni más terminante, ni más desposeída de reverencia al paladín que se había

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cubierto de gloria, que era, por decirlo así, arquetipo de restauradores de las libertades en América. He aquí transcrita la despiadada comunicación: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. don José Antonio Salcedo, general en jefe en misión sobre las fronteras del Sur y del Este. A los comandantes de armas. Señor comandante de armas: A las doce de este día he llegado a esta población para tomar el mando del Ejército Libertador en las líneas del Este y del Sur; en esta virtud espero que en lo sucesivo mantenga Ud. correspondencia conmigo, sin perjuicio de la que debía tener con la Gobernación Militar de esta ciudad. Dios guarde a Ud. El general en misión. José A. Salcedo.1 El general Gregorio Luperón, victorioso en el combate de Río Bermejo que acababa de librar contra Pedro Santana, delirantemente aclamado por sus soldados y aún resonando el tableteo de la fusilería y rodando aún por la sierra lejana el eco retumbante de la artillería, tiene conocimiento por vías diversas de la referida circular. Se entrevista en el mismo campo de batalla con el presidente Salcedo quien le hizo reparos a sus providencias estratégicas para cortar la retirada de Santana y le transmitió verbalmente la orden de su disposición como general en jefe de operaciones de la Línea del Sur y del Este, que ahora ostenta con todas las potestades pertinentes a ese cargo. El presidente general Salcedo era opuesto a que prosiguiese la persecución de Santana y dispuso, prevalido de su autoridad, que se suspendiera la ofensiva y le comunicó sin rodeos al general Luperón que por disposición del Superior Gobierno quedaba destituido del cargo de general en jefe. Las tropas, cuya formación había ordenado para rendir honores al señor presidente de la República, escucharon el redoblar de los tambores y el toque largo del clarín, se ordenaba atención; se 1

M. Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 99.

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hizo un silencio solemne en el campo de batalla que acababa de ser estremecido por el estruendo del combate; la expectación es general, más de 3,700 combatientes a sus órdenes, todavía enardecidos por el aura de la victoria se empinaron ganosos de escuchar al jefe que va a hablarles erguido en su corcel de guerra junto al general Salcedo, caballero en su montura flamante de presidente de la República. ¡Soldados!, les dijo: «El benemérito general José Antonio Salcedo, presidente Provisorio y uno de los valientes héroes de la Restauración, viene a ocupar mi puesto; yo espero que lo acompañaréis y le acataréis como a mí mismo. Viva el presidente Salcedo». La estupefacción fue la respuesta, un ostensible rumor de indignación más que de protesta cundió en el ejército, los ánimos se inflaron para conservar el orden, la disciplina y la sumisión; este que no pudo contener su enojo, se encaró a Luperón increpándolo y diciéndole que «aquel era un escándalo preparado de antemano». El exabrupto de Salcedo y la forma como lastimó el pundonor de Luperón si no es por la intervención de algunos oficiales, hubiera culminado en un duelo a muerte ante estos egregios conmilitones de la cruzada Restauradora. Tres días después de este desagradable incidente escribió Luperón una carta a su compadre Benito Monción según el tenor siguiente: Puesto de San Pedro y octubre 1 de 1863. Mi querido compadre Benito: No he recibido carta suya y eso me es sensible. Ud. sabe que cuando dimos a luz esta revolución nuestro fin fue más grande y patriótico: salvar nuestra Patria de la tiranía. Hemos sacrificado nuestros míseros intereses; hemos jugado nuestras vidas y parece ser que el beneficio será para aquellos que nada han hecho y que nosotros verdaderamente hemos salvado. Los hombres que están a la cabeza del Gobierno por nuestra voluntad y acuerdo tratan ya de perdernos; he recibido la orden de abandonar este punto, confiriéndose a Pepillo Salcedo todas las facultades de que se me había investido; descubro en este acto desconfianza o envidia y a no ser

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porque la salud de nuestra Patria peligra, habríame alejado de aquí y producido de este modo una gran deserción. Vele pues por mí, que si bien no tengo ninguna ambición tampoco soy insensible al ultraje inmerecido ni a la ingratitud villana. Haga Ud. sentir lo que merece más no sea que, como en la primera época de la República Dominicana, se hagan desaparecer a sus fundadores. No olvide que aquellos caudillos fueron, unos proscritos, otros fusilados y otros pospuestos por el tirano Santana y sus esbirros; quizás eso mismo se intente y espere para Ud. lo que en mí vea. Nosotros nos hemos jurado y nos debemos una mutua protección y Ud. sabe que yo moriría por Ud. Escríbame y cuente con su amigo de corazón, Gregorio Luperón. Pero un cambio inesperado tal vez para reparar la injuria, se produce en la conducta de Salcedo, el día 2 de octubre revocó su resolución anterior e invitó a Luperón a reasumir el mando de sus soldados, a su orden respondió el insigne soldado con la honorable altivez que lo caracterizaba. Estímese en su verdadera significación el sentido moral de la carta de Salcedo. San Pedro, 2 de octubre de 1863. República Dominicana. don José Antonio Salcedo, general en Misión del Gobierno hacia las Líneas del Este y del Sur. General: A pesar de que el Gobierno pasa a Ud. orden de ponerse a su disposición, pero considerando yo que él ordenó la marcha de la tropa, como también, el particular gusto que experimenta esta con marchar estando Ud. a la cabeza; he creído conveniente disponer, en uso de mis facultades, que permanezca Ud. a la cabeza de este ejército y continúe siempre de la misma manera, como es deber de un buen dominicano, por lo que tendré el honor de recomendarle al Gobierno para su recompensa. Se hace de necesidad que me dé Ud. cuenta de sus operaciones para mi inteligencia y gobierno.

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Acompaño a Ud. una proclama, para que se sirva publicarla al ejército. Y finalmente sírvase acusarme recepción para los fines convenientes. Dios guarde a Ud. muchos años. A este oficio dio respuesta Gregorio Luperón del modo siguiente: San Pedro, 2 de octubre de 1863. Señor general José A. Salcedo. Presidente. Señor general: Tengo recibido su oficio de este día por el cual me encarga nuevamente del mando de las fuerzas de esta Línea a pesar de la anterior orden que me ha transmitido el Provisorio, mandándome ponerlas a su disposición y pasar a Santiago a recibir órdenes. Mis gracias, presidente, por la particular distinción que Ud. hace de mí para tan importante cometido, pero es de mi deber acatar antes que la suya la orden de la superioridad. Yo permaneceré aquí, no obstante, hasta que logre calmar la exaltación de la tropa provocada por dicha orden, y hasta obtener someterla completamente a su mando, y en seguida pasaré a satisfacer la superior disposición. Ud. me pide un estado de las fuerzas, helo aquí brevemente: en este cantón hay tres mil setecientos noventa y cinco hombres con mil seiscientos treinta y dos fusiles, dos piezas de a doce con doscientas nueve cargas completas y quince cajas de municiones. En «Maluco» al mando de los comandantes Olegario Tenares y E. Toribio, doscientos noventa y nueve hombres, los más armados, y cinco cajas de municiones, cubriendo el puesto avanzado de Monte Plata, y listos para operar a la primera indicación de esta jefatura. La avanzada sobre Guanuma bajo las órdenes del general Trinidad, coronel es Manzueta, Troncoso, José Abreu, Adames y Gavilán

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consta de mil hombres con setecientos nueve fusiles, una pieza de a doce con sesenta y nueve cargas completas y suficientes cartuchos. Además, había transmitido ya mis órdenes al coronel Pedro Antonio Casimiro para marchar sobre San Cristóbal con las fuerzas de la Sierra de Jarabacoa y del Bonao, pues tenemos indicios seguros de ser secundados por un pronunciamiento inmediato. También expedí una comunicación bajo las órdenes del coronel Vito de los Reyes, provista de recursos para operar los pronunciamientos de Hato Mayor y de las demás comunes de la provincia de El Seibo. Despaché otra comisión desde Macorís hacia la península de Samaná, dirigida por el coronel Eusebio Núñez; de La Vega expedí sobre San Juan al general Durán, con tropas de Jarabacoa, provistas de todo y ya se saben los resultados. He aquí, señor presidente, el resumen de mis operaciones. Estará Ud. informado que después de un combate bastante largo mantenido casi dos días en Bermejo contra el general Santana le he forzado a abandonar aquel punto y este, y si por las guerrillas destacadas en su persecución que se halla acampado en «San Guino», en el tránsito de Santiago a esta, Ud. se habrá penetrado de las órdenes que he dictado a las autoridades de La Vega, Macorís y Cotuí, para el abasto de esta Línea como para el mantenimiento y buen orden y respeto de nuestros principios en esas localidades. Antes de concluir permítame darle una vez más las gracias por las recomendaciones que promete hacer de mí al Superior Gobierno. Yo, general, cuanto he hecho ha sido en cumplimiento de mi deber, como uno de los más interesados y comprometidos en la obra de Independencia y Libertad de nuestra Patria; la satisfacción de mi conciencia me basta, general. Deseándole completa felicidad en su cometido, quedo de Ud. como siempre compañero y amigo. Gregorio Luperón. El presidente Salcedo, que ha hecho presencia en algunos de los puestos avanzados de la Revolución en Yamasá, comprobó el

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peligro que representaba Santana, quien acampado en Guanuna había podido rechazar las acometidas de nuestras vanguardias mientras se preparaba a emprender la contraofensiva reforzado por los contingentes de tropa y el abastecimiento de armas y víveres que recibe de continuo de Santo Domingo. Ese ostensible peligro de una parte, y de la otra la necesidad de llevar a las tropas dominicanas al entusiasmo perdido a causa de la destitución de su general en jefe, determinaron a Salcedo a llamar al frente de sus soldados a Luperón y con ese fin dictó el despacho siguiente: Santa Cruz, 3 de octubre de 1863. República Dominicana. Señor Gregorio Luperón, San Pedro. Señor general: Inmediatamente reciba Ud. se pondrá en marcha con la pieza y las dos terceras partes de sus tropas, dejando el resto a cargo de oficiales de confianza al cuidado de ese punto. Esto que sea el momento, y viniendo por el camino de la Jagua; también traerá Ud. toda la caballería. No olvide de hacer expiar incesantemente sobre Monte Plata. Dios guarde a Ud. muchos años. José A. Salcedo, D. Troncoso. El general Luperón, ante el peligro que representaban para la causa de la redención nacional las formidables fuerzas acampadas en Guanuma al mando del general Santana, y no obstante su propósito de acatar la resolución del Superior Gobierno, contra el querer del señor presidente se apresuró a cumplir sus órdenes y emprendió la marcha hacia el teatro de los acontecimientos y a operar contra los designios de Santana. Del cantón general de Santa Cruz de Yamasá hubo de retornar profundamente abatido, descorazonado, vencido por los celos que despertaron en el señor Pimentel, testimonios de cariño, la idolatría fanática, los hurras y aplausos con que lo vitorean sus soldados que lo creían alejado de su mando. Los pronunciamientos del enojado general Salcedo dieron a comprender al insigne paladín de la Restauración que él estaba de más allí, que su presencia era perjudicial a la santa causa

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en que estaba comprometida su juventud y entonces se determinó a retirarse y lo hizo acompañado solo del general de brigada Miguel Abreu, quien compartió con él el placer de las demostraciones de admiración, gratitud y simpatía que le prodigaban los pueblos del Cibao en casi todo el trayecto de su ruta, y de la bulliciosa muchedumbre que enarbolando la bandera de Febrero lo esperaba a la entrada de pueblos y ciudades. Se le había depuesto como jefe de operaciones de las Líneas del Sur y del Este, se le privó del comando de sus tropas cuando era más urgente su presencia al frente de sus soldados ya vencedores en muchas escaramuzas y combates. Pero el Superior Gobierno no quería renunciar a su contribución moral y bélica en pro de la causa, por eso no prescindió de todas las diligencias necesarias para atraerlo, reverenciarlo y conservarlo como campeón de las libertades dominicanas. Aunque las intrigas y la maledicencia queriendo hacerle daño lo realzaron y lo equipararon maliciosamente con la estatura heroica del procer Matías Ramón Mella. Véanse las cartas que el Superior Gobierno le escribió a raíz de su resolución de retirarse de Santa Cruz de Yamasá donde recibió la primera de las referidas cartas. Santiago, 28 de septiembre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio de la República. Sección de Guerra. Estimado general: Reposa en poder del Gobierno su muy favorecida fechada el 26 en el Cotuí de cuyo contenido se ha tomado la debida nota. Habiendo comisionado este Gobierno a su presidente señor general José Antonio Salcedo, Ud. se servirá al recibo de la presente trasladarse a La Vega, en donde un hombre de su actividad es por ahora sumamente necesario en razón que habiendo empezado a pronunciarse los pueblos del Sur y el Gobierno desea tenerlo a la mano para cualquier contingencia. Ya Ud. conoce a Mejía y las razones que expusimos a Ud. y otras que no se pueden conferir a la pluma, han obligado al Gobierno a volverlo a nombrar comandante

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de armas. Queda vacante la autoridad superior y en estos momentos, es más necesaria su presencia allí que en el Cotuí. De aquí se remiten todos los días pertrechos a La Vega, y no sabemos qué se hacen, porque son continuas las quejas de los puntos que debe abastecer aquel lugar. Nuestro ejército estrecha cada día a Puerto Plata; nuestras avanzadas están ya en Sabana Grande y San Marcos, de un momento a otro puede esperarse un combate y tal vez, estando ausentes Monción y Salcedo, puede ser la presencia de Ud. allí necesaria. En cuanto a las demás particulares de su correspondencia quedan anotadas. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente Encargado del Poder Ejecutivo, Benigno F. de Rojas. Refrendado: La comisión de Guerra J. B. Curiel. Tan pronto como recibió esa carta resolvió salir para Santiago acompañado, como ya es dicho, por el general de brigada Miguel Abreu, y fue después de entrevistarse con funcionarios del Gobierno cuando recibió la segunda carta cuyo texto dice: Santiago de los Caballeros, 8 de octubre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio. En atención a lo expuesto por el general Gregorio Luperón, el Gobierno ha resuelto concederle licencia por ocho días para que pase a Jamao en diligencias particulares. Las autoridades del tránsito le guardarán las consideraciones debidas y le prestarán auxilio en caso necesario. El vicepresidente, Benigno F. de Rojas. Refrendado: La Comisión de Guerra, P. Francisco Bonó. Aquí entran en juego ahora la maniobra de Benigno F. de Rojas en que aparece conjugado Luperón con el patricio febrerista Matías Ramón Mella residente en Jamao desde donde se le hace concurrir al seno del Gobierno para anteponerlo tal vez con qué designio al héroe de Sabaneta y Santa Cruz, y obligarlo a suspender viaje de retorno a su predio de Jamao.

CAPÍTULO XXIII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Episodios y reveses del Sur. Marcha de Luperón a San José de Ocoa. Insurrección de Perico Salcedo. El general Florentino, instrumento de intrigas. Dos documentos interesantes acerca de este asunto. Otros incidentes interesantes.

Desde que el presidente Salcedo asumió la jerarquía de general en jefe de la compaña de las Líneas del Sur y del Este y desde el día mismo en que hizo acto de presencia en el teatro de las operaciones para despojar a Luperón de los poderes que le había otorgado el Gobierno Provisorio, los más importantes acontecimientos que confronta el relato histórico de esa campaña aparecen afectados por cierto espíritu de indisciplina, de censurables antagonismos y escandalosas rebeldías que aunque no quebrantaron mucho la esforzada decisión de llevar hacia delante las luchas por la redención nacional, fueron partes de las causas de los reveses que sufrieron nuestras milicias y de la defección de militares distinguidos y experimentados en el arte de la guerra. Veremos en el curso del relato cómo se hacen manifiestas las pasiones, las rivalidades y las intrigas que tejieron la trama de cuanto alcanzó infausto relieve en la empresa libertadora en esta zona de la República.

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Conocemos ya las razones que determinaron a Gregorio Luperón a alejarse del frente de batalla que contenía el formidable avance de Santana, y hemos visto, en fin, las maniobras que se hicieron en Santiago para conservarlo como combatiente si bien con jerarquía de secundón. Ponerlo bajo el servicio de algunos menos inspirados por el patriotismo y con menos brillo era deprimir a Luperón y tal vez si el móvil de traer al palenque de la Restauración al insigne patricio del 27 de Febrero de 1844 obedeció, no a un acendrado sentimiento de patriotismo sino al velado propósito de suplantarlo con la gloriosa tradición de aquel soldado iluminado por la epopeya del Conde. De todos modos, nuestro pensamiento no pasa de los términos de la conjetura. Pero posiblemente el proceso y la significación de los sucesos quizá hagan un poco de luz en el oscuro panorama, y las crónicas, y determinados documentos concernientes a la campaña del Sur, permitan juzgar con imparcialidad la conducta de aquellos combatientes, que sus coetáneos de hace ahora cien años estimaron como impulsados por las rigurosas exigencias del patriotismo o por la exaltación de las pasiones incontenibles de las desveladas y enconadas rivalidades que tan perjudiciales fueron a la sacrosanta causa de la libertad. Sendas comisiones fueron encargadas la una, de poner en conocimiento del general Luperón que el Gobierno había cancelado su licencia para visitar a Jamao, y la otra para que fuera a ese paraje a invitar al general Ramón Mella a incorporarse a la causa restauradora. A continuación transcribimos el texto completo del oficio de que fue portadora la comisión que entrevistó en Moca al general Luperón y el destino de subalterno que fue obligado a aceptar en circunstancias adversas a su condición de preclaro capitán de la guerra de la Restauración. Santiago, 8 de octubre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio. Señor general don Gregorio Luperón. Señor general: Necesitando este Gobierno apoyar inmediatamente

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con la presencia de un jefe activo, enérgico e inteligente en los asuntos de Piedra Blanca y San José de Ocoa, las operaciones militares de los generales en jefe José A. Salcedo y Pedro Florentino, como igualmente dar el apoyo más pronto y posible al pronunciamiento de San Cristóbal, Ud. se pondrá en camino para aquellos puntos, obrando en todo de acuerdo con los generales José A. Salcedo y Pedro Florentino, con quienes se pondrá Ud. en comunicación a la mayor brevedad. Al mandarlo el Gobierno a esos puntos es por considerarlos de la más grave importancia estratégica, y ser allí la presencia de un jefe de las cualidades de Ud. de vital necesidad. Por la posición geográfica y militar de ambos puntos necesita Ud. saber con frecuencia de ambas líneas. Ud. se trasladará sin pérdida de tiempo y con los recursos que ponga a su disposición el gobernador civil y militar de La Vega, y los que están ya aglomerados en Piedra Blanca, y de tránsito a San José de Ocoa (Maniel) facilite Ud. las operaciones de los generales indicados y el pronunciamiento de los pueblos colindantes, como San Cristóbal, Baní, Azua, para lo cual es indispensable ocupar con toda prontitud a San José de Ocoa (punto céntrico e intermediario). Una vez puesto en comunicación con uno de aquellos dos generales se guiará Ud. en sus operaciones por las instrucciones que ellos le den, o que Ud. cambie con ellos. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente: Benigno F. de Rojas. Refrendado: La Comisión de Guerra; P. F. Bonó. Se puso en marcha hacia San José de Ocoa donde llegó el día 16 de octubre, donde supo que el coronel José de las Mercedes había sublevado a San Cristóbal, que iba sobre San José de Ocoa, con una columna de cuatrocientos soldados de Moca, el coronel Norberto Tiburcio; que el truculento general José Salcedo había depuesto del mando al coronel Tiburcio y sublevado los soldados contra él. En El Maniel mediante la persuasión, discretas reconvenciones y la cooperación de algunos oficiales, entre ellos el general Modesto Díaz, pudo apaciguar y reducir a obediencia y disciplina al ya

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célebre por sus depredaciones general Perico Salcedo. Se enteró de que los generales Puello y La Gándara al frente de poderosas fuerzas compuestas de milicianos españoles y dominicanos marchaban hacia el Sur, que San Cristóbal había sido tomada, que el general en jefe José A. Salcedo había sido derrotado, y quien le ordenó por oficio del 18 de octubre que marchara hacia esa común conjuntamente con el general Florentino. No era suficiente el contingente de tropas de que disponía Luperón para su ruta hacia Baní y socorrer al jefe de operaciones en derrota, y además sus diligencias fueron obstaculizadas en la marcha por Máximo Gómez y el general Mota; y se le comunicó que en Higuana y Pizarrete habían enarbolado la bandera de España, sublevado el comandante Santiago Rosario en Sabana Buey, pero Luperón, con la presteza que le era característica, aplastó esas reacciones y los promotores reducidos a prisión fueron perdonados e incorporados a la causa de la Restauración que prosiguió no obstante situaciones adversas según veremos a continuación. El general Pedro Florentino es el hilo de Ariadna en el dédalo de tantas intrigas, de actos de indisciplina, de las defecciones que entonces tantos daños causaron a la revolución de clásico combatiente contra las huestes haitianas, y prevalido de la jerarquía de general en jefe que le había discernido el Gobierno Provisorio, obstaculizó, contrarió y desmedró las fuerzas restauradoras con renuencia al envío de milicias sus evasivas a las llamadas de Luperón y los resentimientos personales que contra él abrigaban, entre otros combatientes, los coroneles Demetrio Álvarez y Vicente Valera y Álvarez y el general Modesto Díaz, que con lealtad, entusiasmo y ardor bélico había combatido por la causa al lado del general Luperón. Antes de copiar el texto de algunos documentos que atestiguan cuanto ha señalado la historia acerca de la conducta, durante esa campaña, del general Florentino, es oportuno recoger en este libro las palabras del historiador don Manuel Rodríguez Objío respecto de las actuaciones de este general, de la estimación de su valor como combatiente y de su persona como corresponsable de los reveses que padeció la empresa redentora en la Línea del Sur.

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Dice el restaurador Objío: El general Pedro Florentino no quería moverse de Azua. Este hombre que mereció una reputación de militar experto y valiente en la primera época de la República Dominicana, por lo que los pueblos del Sur le encomendaron su destino en la Revolución Restauradora, se ostentó en esta jornada cobarde, rapaz, sanguinario e inepto. No supo acometer ningún acto de heroísmo. Adueñóse de la revolución del Sur cuando estaba hecha, dirigióla triunfante mientras no tuvo que vencer obstáculos y, llegó, como veremos más tarde, al frente de más de tres mil soldados hasta de las inmediaciones de la Capital. Su antiguo renombre y su fortuna presente hicieron que el vicepresidente Rojas le juzgase como el personaje más importante: dióle poderes ilimitados que autorizaban sus desafueros y comprometieron la Revolución por largos días. Pues bien, ese hombre de nefasto recuerdo, al primer revés huyó desde las orillas del Haina hasta las márgenes del Artibonito. Ochenta leguas de espacio y allí uno de sus súbditos lo asesinó cobardemente. Triste pero justo término de una larga carrera sangrienta y oprobiosa. En los oficios fechados 21, 26 y, otro sin fecha, firmados de puño y letra del general Florentino se descubren a la luz de la historia sus amañadas excusas para rehuir el contacto con Luperón en Baní, veamos a continuación los despachos que conciernen a esa sospechosa renuencia a coordinar personalmente adversas que contemplaba la Revolución: Cuartel General de Azua, 21 de octubre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro Florentino, general en jefe de la Línea del Sur. Señor general Gregorio Luperón, Baní. General: En contestación a la comunicación de Ud. fechada a 20 por la cual me indica la necesidad de mi presencia en esa, debo manifestarle que las circunstancias no me permiten hacerlo por el momento. Ayer salió de esta el

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benemérito coronel don Epifanio Márquez, que lleva mis amplias instrucciones para obrar en todo aquello que reclame mi presencia. A las 3 de la tarde fondeó un vapor español en Tortuguero e hizo cinco disparos de cañón; he tomado medidas para defender ese punto en caso de tentativa por parte del enemigo. Según se me ha informado ya tenemos al frente del enemigo un número de mil trescientos hombres, con los cuales habiendo valor y buena disposición con los jefes, se debe disputar el terreno hasta tanto llegue yo con mis fuerzas que estoy organizando. Dios guarde a Ud. muchos años. Pedro Florentino. De una serie de despachos del mismo tenor de este, es el siguiente cuyo texto copiado a letra dice: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro Florentino, general en jefe al señor general Gregorio Luperón, Baní. General: Mañana que contaremos a 20 del actual sale mi vanguardia al mando del general Juan Rondón, otra columna marchará detrás, y yo con las demás tropas el miércoles, así evitaré la deserción; empéñese en mantener dispuesto el espíritu público y mantener en jaque al enemigo, pues para ello le mando suficientes municiones. Dios guarde a Ud. muchos años. El general en jefe: Pedro Florentino.1 Y no menos elocuente que estos oficios lo es mucho más, en cuanto a las desconcertantes interferencias de las órdenes de Florentino con las de Luperón, el despacho del día 28 de octubre de 1863, en que sin ambages se le dijo: Azua, 28 de octubre de 1863. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro Florentino, general en jefe. Al señor general don Gregorio Luperón, general en misión. Señor general: En contestación 1

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 114-115.

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a la de Ud. fecha 27 del actual, le diré que en relación con el señor coronel Casimiro y general Perico Salcedo, yo les he pasado mis órdenes, y que esas son las que deben ser ejecutadas, pues así lo exige la salud de la causa; aunque mi marcha se retarda no por eso dejaré de enviarle tropas todos los días. Deseo etc. Dios guarde a Ud. muchos años. El general en jefe, P. Florentino. Las armas y los refuerzos le llegaron como agua por gotero, y en relación con el despacho y curso de la correspondencia dictados por imperio de la necesidad y apremio de las circunstancias, cuentan las crónicas, fueron interceptadas por el presidente Salcedo y recibidas por Luperón en San Cristóbal al cabo de un mes. No obstante las noticias del avance arrollador del enemigo, de la falta de cooperación eficiente, de la carencia de pertrechos necesarios y de la diferencia considerable que había entre su ejército y las tropas disciplinadas y bien equipadas, lo veremos en San Cristóbal contrarrestando con su pujanza y su fe las maquinaciones de la intriga, y presto siempre a sostener incólume en los campos de batalla la bandera tricolor. Las evasivas de Florentino no habían cesado; en el oficio fechado el 29 de octubre le dijo: «el domingo sin falta emprendo mi salida de esta» (Azua); pero en el despacho que le sigue le declaró que «a causa de haber estado hace días indispuesto al verificarse mi viaje hacia esa común me vi en el duro caso de devolverme del camino»; mientras airados contra él y alejados de Luperón a quien acataban con devoción patriótica, Valera y Álvarez y Modesto Díaz, se defendían de sus persecuciones y combatían la Revolución. Luperón había ganado la voluntad y el sentimiento nacionalista de estos oficiales para la causa que con él habían cooperado para resolver algunos incidentes y se habían acogido al mando del insigne guerrero. Cuando Luperón se vio en el caso indeclinable de apartarlos de sí por disposición y orden expresa del Gobierno Provisorio deploró el error y presumió las fatales consecuencias que sobrevendrían si caían en manos de Florentino, enemigo implacable de ellos.

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Y ya están aquí los componentes que faltaban a los pérfidos designios de las intrigas: señalarlo como traidor a la patria, hundirlo como españolizado y presentar como pruebas, cuanto hizo por esos combatientes empujados a las filas contrarias por las incesantes pasiones de Pedro Florentino. Pero como ya hemos dicho, Luperón, que marchó a recuperar a San Cristóbal a fuego y sangre, se detuvo en Yaguate donde desplegó todos sus esfuerzos para reorganizar el Cantón General y estrechar el asedio de aquel poblado cuya guarnición era ya castigada por el fuego de las guerrillas destacadas desde Haina, Pedregal, Hatillo, Pontón, Guayubal, Sabana Toro, Cruz de Santiago, Samangola y Estancia Nueva capitaneados respectivamente por el comandante Mena, coronel Rudescindo Suero, comandante Pedro Morti, coronel Luis Francisco, teniente Francisco Guerra, comandante Alejo Campusano, capitán Facundo Mata, teniente Celestino y comandante Lucas Gómez. Gracias a esa táctica y con la cooperación y el apoyo moral de la Junta Revolucionaria de Baní y de su comandante de armas coronel Juan Bautista Tejera, Luperón entró victorioso en San Cristóbal el día 7 de noviembre de 1863. Luperón, el héroe máximo de la cruzada Restauradora del Sur, arquetipo de guerrilleros, emulado más tarde por el Generalísimo de la Independencia de Cuba Máximo Gómez, fue exaltado como ídolo del fervor del patriotismo y gracias a su estatura moral y heroica, salvó su vida de la tremenda sentencia del Gobierno Provisorio de que era portador solícito el ahora general en jefe Pedro Florentino de la causa Restauradora de la Línea del Sur, por disposición del Gobierno. Transcribimos a continuación los oficios que anublaron la conciencia de aquellos soldados, sus conmilitones en gestas victoriosas y la atónita protesta contra el instinto de la tragedia que empujó a Pedro Florentino a volar a Baní con mayor rapidez que le requirió tantas veces la causa de la Restauración en peligro. En uno de esos oficios comunícale a don Norberto Tiburcio en Baní, «que el Gobierno Provisorio de la República ha deslindado los poderes de los funcionarios públicos para evitar las malas

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consecuencias que su confusión pudiera atraer sobre las poblaciones; que el Gobierno confiere el mando superior de esta Línea exclusivamente al general Pedro Florentino; y que en esa virtud él le ha ordenado no acatar ni recibir más órdenes que las que emanen de su autoridad»; el otro redactado en estos términos: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Don Pedro Florentino. Señor don Gregorio Luperón, general en misión, general: Al recibo de la presente se servirá Ud. arreglar lo que tenga pendiente en esos lugares donde actualmente se encuentra, y se pondrá en marcha para Baní, donde me hallará Ud. a su llegada y donde me orientará Ud. de todo lo que desea, como también le comunicaré órdenes del Superior Gobierno. Espero acate Ud. mi disposición. Dios guarde etc. P. Florentino. Las órdenes del Superior Gobierno que el ahora general en jefe don Pedro Florentino tenía que comunicarle al general Luperón era la de «sumariarlo y ejecutarlo», según despacho firmado por el presidente general José Antonio Salcedo y por el encargado de la Comisión de Guerra P. Fco. Bonó. Por lo que vale este episodio para aquilatar otro aspecto de la contextura moral de Luperón, debemos recoger en estas páginas algunos párrafos del relato que ha legado a la posteridad Manuel Rodríguez Objío, quien textualmente escribe: ¿Qué motiva tan violenta y arbitraria medida?, sin duda la protección acordada por Luperón a Díaz y a Valera, que actualmente se hallaban en las filas españolas, pero ya se ha visto por qué y cómo esos dominicanos habían desertado su bandera. «¿Qué haría Ud. en mi lugar?» Preguntóle Florentino a Luperón. «Señor, ejecutaría la orden sin vacilar y si nuestra situación fuera a la inversa ya Ud. sería cadáver». Florentino, preciso es confesarlo, a pesar de sus instintos repugnó echar sobre sí la responsabilidad de tan injusto sacrificio; aquel hombre que no se ablandó ante los alaridos de

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las ciento ochenta víctimas que inmoló más tarde sin piedad comprendió la gravedad de la injusticia que se le exigía… Florentino determinó dar libertad a su prisionero el día 3 y le dijo: «Vaya Ud. al Cibao para que el Gobierno ejecute por sí mismo lo que me ha encomendado», fuele con todo prohibido pasar por San Cristóbal temiéndose una sublevación. Algunas horas después, Luperón galopaba hacia el Cibao por el camino de San José de Ocoa.

CAPÍTULO XXIV

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Efecto moral producido en el ejército por la destitución de Luperón. El general Matías Ramón Mella en el escenario de la guerra. Preeminencia de Florentino en el Sur. Luminoso documento de Luperón acerca de sus actividades guerreras. Otros episodios.

La indignación popular fue unánime, las protestas tuvieron visos de insurrección, singularmente en San Cristóbal que tronó contra la injuria hecha al héroe cuya apoteosis acaba de celebrar. El clima psicológico cargado de justo resentimiento era ostensiblemente hostil a la engreída personería del general Florentino, y así, no obstante su jactanciosa condición de general en jefe, recibió Luperón manifestaciones documentales acerca de su intachable conducta durante sus operaciones en el Sur y con la honorable y responsable testificación de la Junta de Gobierno de Baní, respaldada por notables representativos de la sociedad de aquella común; pronunciamiento de lealtad al bien y a la justicia robustecida por la primera autoridad de San José de Ocoa. Fuese a Santiago y seguido por un séquito de admiradores se presentó ante el Gobierno Provisorio y dijo en relación con la sentencia que pesaba sobre él, que iba «a que ellos lo ejecutaran ya que Florentino no tuvo valor para ello». Agrega Manuel Rodríguez Objío: 305

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Mella, que figuraba en la Sección de Guerra, se pasmó de su relato, lo mismo Espaillat y otros, pero considerando que algún gran motivo había movido al presidente Salcedo para obrar tan violentamente mandando retirar a Luperón, y, después de una larga consulta le remitieron la siguiente orden: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio. Sección de Guerra. Señor general Gregorio Luperón. Señor: Este Gobierno ha dispuesto que pase Ud. a Sabaneta y se presente al comandante de armas de aquel lugar, el señor Santiago Rodríguez, el cual recibirá a Ud. de cuartel hasta segunda disposición. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente del Gobierno, Benigno F. de Rojas. Refrendado La Comisión de Guerra. Ramón Mella. Allí en su confinamiento en la Comandancia de Armas de Sabaneta, escenario de sus primeras proezas memorables, le llegaron los rumores de los desgraciados sucesos de la campaña del Sur que siguieron casi de inmediato a su destitución. El envalentonado generalísimo don Pedro Florentino, antes renuente a los perentorios reclamos de Luperón, mezquino y tardío en la remisión de soldados y municiones, ahora al frente de tropas considerables, marcha sobre San Cristóbal, pero las fuerzas inferiores de Puello y Gándara, en precipitada retirada lo arrollaron hasta la línea fronteriza e inútil fue la acción memorable del coronel Francisco Moreno en « El Salado», en Azua, para resistir el avance de las tropa de Gándara. Se supo en el Cibao que el revés había sido catastrófico; que en la lucha, Díaz y Valera movidos por el odio a Florentino luchando como milicianos españoles hostigaron fieramente a los soldados de la Revolución y el eco de las dianas había saludado a la bandera de España en las astas en las comandancias de Armas de Baní, Azua, San Juan que aunque fueron recuperadas gracias a la pericia y denuedo de los revolucionarios, quedaron al fin en poder de las fuerzas españolas hasta el día mismo de la desocupación, Azua, Baní, San José de Ocoa y Yaguate no obstante la presencia casi inútil del sustituto de Florentino el general Juan de Jesús Salcedo.

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La reconquista de las posesiones de allende el río Yaque no se debió en manera alguna al generalísimo Pedro Florentino sino solo al patriotismo de los denodados combatientes Francisco Moreno, Timoteo Ogando, Ángel Félix y Antonio Blas Cuello, cuyos nombres aparecen en la historia salvando el concepto de nuestro maltrecho patriotismo en aquella hora luctuosa en que estaban desmembradas por los embates de una sola jornada bélica, las tropas que se habían cubierto de laureles en los campos de batalla del Sur al mando del Gran Capitán de la Restauración general Gregorio Luperón, el confinado de Sabaneta. El balance de las posiciones conquistadas por Luperón, ahora perdidas, no podía ser más elocuente de la pericia, visión de estrategia y del celo patriótico con que él había mantenido a raya al enemigo, sobre todo, al general Santana, contra quien no pudieron las armas de Salcedo y de Pimentel evitar que desde su cantón de Guanuma los hostigara hasta términos de la misma cordillera Central amenazando el corazón del Cibao, como Puello acantonado en Azua amenazaba todos los puntos vitales de la Línea del Sur. Podría decirse que en ausencia de Luperón, el Ejército Restaurador en el Sur y en el Este había perdido su acometibilidad y su ardor en los combates, y que hasta comenzaba a perder la fe que le había infundido el primordial legislador castrense de la causa libertadora Gregorio Luperón mientras estuvo comandándolo contra las tropas de España. La estimación del balance a que nos hemos referido requiere el traslado a estas páginas del luminoso documento que a instancias del general Ramón Mella dejó como patrimonio de su haber heroico el insigne soldado de la Restauración, sin duda el mejor instrumento utilizado por sus defensores para levantar su injusto confinamiento de Sabaneta. Antes de conocer los resultados de ese documento el 17 de diciembre de 1863 se dirigió al Gobierno en términos respetuosos pero enérgicos: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Señor don F. de Rojas, vicepresidente del Gobierno Provisorio. Santiago.

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Muy señor mío: Tengo que hacerle saber a Ud. como a sus demás colegas, que no estoy en manera alguna decidido a soportar más un acuartelamiento o arresto, sin causa legítima ni sentencia pública. Mi bondad, mi respeto y mi consideración hacia ese gobierno, y el amor a la Independencia y Libertad de la República, me han hecho hasta hoy ser sumiso y paciente bajo el peso de las injusticias que se me vienen haciendo desde la instalación de ese Gobierno. Yo exijo, pues, un juicio solemne en nombre de la República, en nombre de la Restauración y de sus leyes. Pido pronta justicia y libertad, bien entendido que no me moveré de esta antes de ser sometido a un consejo competente. Sin otro particular quedo de Ud. como siempre atento servidor, G. Luperón. Sabaneta, 17 de diciembre de 1863.1 A continuación, el relato de su campaña en las líneas del Sur y del Este, que en bien de su causa y de su justa reivindicación le solicitó la Comisión de Guerra y de lo Interior. Sabaneta, 15 de diciembre de 1863. Señor general don Ramón Mella, miembro de la Comisión de Guerra. Santiago. Señor general: Acogiendo la indicación que Ud. ha tenido la bondad de hacerme en su oficio de fecha 24 del mes pasado, y contando con su amistad e influencia cuya intervención Ud. me ofrece, empezaré por aceptar de lleno esa honra dándole mil y mil gracias por tan caballeroso procedimiento. Mis desgracias me afligen en verdad poco, porque ellas emanan de mis sacrificios como patriota, y la conciencia, que como se dice es en el hombre testigo, fiscal y juez, no me reprocha ningún acto; así, pues, no me inquieto nada de los tiros que me dirijan las malas pasiones o el genio fatal de las rivalidades políticas, de las precipitadas y extemporáneas ambiciones. Ud. quiere un relato de mis operaciones 1

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 132.

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durante la última campaña y voy a hacerlo, aunque privado de mis más importantes documentos, como también de un secretario apto para la redacción. Sin embargo, ensayaré por mí mismo, suplicándole de antemano excuse las miles faltas que deben ser consiguientes a una relación de hechos embrollados de por sí. El día 8 de octubre me hallaba en Santiago de regreso de San Pedro, acatando unas órdenes superiores. Comprendiendo las prevenciones que contra mí existían, solicité una licencia para retirarme a Jamao, con el propósito firme de oscurecerme totalmente. Mi patriotismo se resentía, a la verdad, de tal resolución, pero mi voluntad lo dominaba. La licencia fue acordada y partí para Moca donde debí tomar el camino de la costa, aquí me alcanzó un oficio del Gobierno, en que se me ordenaba terminantemente pasar a La Vega, organizar una pequeña fuerza, tomar el mando de la avanzada de Piedra Blanca destacada por mí y operar con toda brevedad sobre El Maniel (San José de Ocoa) y Baní a fin de secundar por la izquierda al general Florentino, que avanzaba hacia Azua, y por la derecha al general Salcedo, que prometía ocupar a San Cristóbal. Se me ordenaba que una vez en Baní me pusiese en comunicación con ambos jefes para asegurar el pronto y seguro triunfo de nuestra revolución, dejando a mi cargo las providencias que debiesen tomarse para el mejor resultado de la operación. Sin más recursos que mi patriotismo y buen deseo, después de dos horas de reposo me puse en camino y llegué a La Vega de noche; al siguiente día después de conferenciar con el general Mejía, oficié al comandante de armas del Bonao, coronel Paredes, y al coronel Norberto Tiburcio, jefe del puesto avanzado, para que emprendiese marcha con todas sus fuerzas por el camino del Maniel, acompañándolo las necesarias instrucciones. Ordenábales que una vez en Rancho Arriba, si yo no me les hubiese incorporado, hiciesen alto hasta mi llegada. No me fue posible durante dos días que me detuve en La Vega obtener más auxilios que cuarenta jinetes de Macorís, Moca

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y Santiago, con los que formé mi Estado Mayor, poniéndome en marcha para Bonao donde llegué el día 12. Aquí fui informado de que el benemérito coronel P. A. Casimiro, con el mayor número de hombres, por orden del general Salcedo, había marchado sobre San Cristóbal, que el coronel Tiburcio, acatando mis órdenes, marchaba por el camino del Maniel, con trescientos noventa y cinco hombres, mocanos en su mayor número, y que el general Pedro Pablo Salcedo (Perico) que se hallaba allí detenido de orden superior a consecuencia de la fuga que efectuó en Cotuí, marchase en compañía de Tiburcio, a despecho de las amonestaciones del comandante de armas. Esa misma tarde llegó el general Modesto Díaz acompañado de otro oficial que lo custodiaba; dicho general había sido arrestado en San Cristóbal, Común de su mando bajo el Gobierno español; pero habiéndose informado que no pesaba cargo sobre aquel oficial superior, sino de su excesiva influencia en aquella común, le hice venir a mi presencia y juzgándole como hombre de orden y útil a nuestra causa, le permití acompañarme al Maniel y a Baní para poner en prueba su ascendiente, siempre a reserva de acatar lo que el Gobierno en último resorte acordase sobre el particular. Mi salida del Bonao tuvo lugar el día siguiente 13, a las seis de la mañana; llegué a Piedra Blanca donde hallé 160 hombres al mando del coronel Monegro, dispuse que 60 quedasen fijos en aquel punto, bajo las órdenes del dicho coronel, y despaché los 100 restantes a incorporarse en las filas del coronel Casimiro. A los dos días, después de vencer las mil dificultades que ofrece aquel camino y contrariado por las lluvias, llegué a Rancho Arriba, donde supe que el día anterior, noticioso el heroico coronel Tiburcio de la adhesión del Maniel, a las intimaciones del coronel Casimiro, y que Florentino ocupaba a Azua, precipitó su marcha. Llegué al Maniel el 16, a las tres del día; el coronel Tiburcio lo había efectuado a las ocho de la mañana. La tropa presentaba el aspecto de la mayor desorganización y descubría tendencias perniciosas. Resultaba ello de que el general Perico desde la

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salida de Piedra Blanca les había arengado en estos términos: Muchachos, después de Dios yo, que soy el jefe de la Revolución. Desde este punto todos son españoles, si ellos se han de llevar lo que encontremos mejor es que lo utilicemos nosotros. La mitad me corresponde a mí. El coronel Tiburcio, a pesar de su honradez y rectitud, no tuvo fuerzas para contrarrestar aquel desbordamiento, y no teniendo la conciencia de su deber como soldado, hubo de abdicar en el derecho de autoridad. A mi aparición en El Maniel, mandó batir llamada a sus foragidos y pretendió fusilarme el citado Perico; aquello fue una verdadera rebelión. A fuerza de energía y afrontando la muerte a cada paso, logré aplacar el motín a las dos de la mañana, había sostenido una lucha de nueve horas. El Gral. Díaz, el coronel Norberto Tiburcio y el comandante Tiburcio Abad me secundaron poderosamente en este grave embarazo. Manifesté mis poderes a los habitantes y autoridades locales y por fin se restableció la confianza. Ese mismo día llegó un parte de Baní anunciando que Puello y La Gándara al frente de fuertes columnas españolas amenazaban a San Cristóbal, y exigiendo el envío de los refuerzos cibaeños que hubiese en El Maniel. Con tal motivo levanté la marcha a paso de carga. Debo decir a Ud. que las circunstancias me obligaron a reconocer a Perico jefe de aquella turba insurrecta, para lograr subordinarla. Llegado a Baní el día siguiente, hallé la población casi desierta y percibí una inquietud de mal agüero. Informéme acto continuo del estado de las fuerzas y de los espíritus, acuartelé mis gentes en la comandancia, mostré mis instrucciones a la Junta Auxiliar de la Comandancia creada por el coronel Casimiro; noticieme de la topografía de San Cristóbal, prometiéndole auxilio y ordenándole defender su posición. Durante mi permanencia en Baní, he aquí lo que acontecía: la Comandancia solo contaba con una guardia de veinte hombres, algunos vecinos patrullaban de noche; como cien militares del lugar cubrían el litoral, en este estado y al

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día siguiente de mi llegada se recibió el parte de la ocupación de San Cristóbal por cinco mil hombres al mando de Puello y la derrota total de nuestras tropas. Inmediatamente pasé orden al general Perico para movilizar su gente, racionarla de comida y municiones y marchar sobre el punto invadido. Dicho general estaba muy preocupado aumentándose su turbación con la presencia de dos vapores españoles en el puerto de Baní Agua de la Estancia, y el poco conocimiento que tenía de los lugares, así fue que, en vez de acatar mi orden formó su tropa en batalla y la arengó de este modo: «Muchachos, aquí todos somos españoles; si Luperón no nos da el pillaje libre nos volveremos a Moca, en donde no haya españoles». La tropa aplaudió esta arenga y el audaz general me hizo formalmente la propuesta de acceder a sus ideas. Díjele que mi misión era de combatir al enemigo y expulsarle del territorio dominicano pero en ningún modo las propiedades y las familias, que antes bien mi objeto era conquistar las voluntades de todos nuestros patriotas a la causa de la Independencia. Oyendo esta respuesta ordenó el desfile y desertó del campamento con su columna. Desde aquel instante solo sesenta infantes me quedaron, con los cuales hice frente a numerosas eventualidades. La situación se agravó mucho más; el enemigo avanzó hasta Nizao, 12 millas de Baní, los vapores amenazaban el litoral en Pizarrete, el general Regla Mota alzó la bandera de la reacción; a inmediaciones del Maniel el comandante Máximo Gómez y el capitán Santiago Pérez formaron un cantón reaccionario que interceptaba todas mis comunicaciones. Sabana Buey, camino de Azua, reaccionó también, y El Aguacate fue el Cuartel General de Puello y La Gándara. El general Florentino, que había aglomerado en su cuartel general de Azua todas las fuerzas de la Provincia en número de cuatro mil hombres, no quiso mandarme auxilios, pretextando que Azua era un punto muy importante y muy amenazado por mar. Al cabo envióme un batallón al mando del coronel Marcelo, otro al mando de Rondón, y otro al mando

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de Antonio Blas, pero con todo, estos cuerpos no excedían de trescientos hombres y sin duda había recogido Florentino las gentes más inútiles y rapaces. No fueron pocas las dificultades que hube de vencer para darles una ligera organización y encarrilarlas por el sendero del orden y obediencia militar. Con ellas comencé a desalojar a los enemigos de la Común que estaba literalmente circunvalada. Carecía de municiones pues Florentino no me enviaba; destapé una pieza vieja que hallé abandonada en el monte e hice de este mueble el espantajo de la playa, impidiendo con aquel cañón, apoyado de algunas guerrillas, que tuviese lugar un desembarque, varias veces intentado. Las gentes de San Cristóbal siempre patriotas, a medida que se les presentaba la ocasión, corrían a engrosar mis filas. Desde entonces el enemigo era batido en donde quiera que asomaba. En tanto el general Perico se entregaba en El Maniel a toda la brutalidad de sus instintos, y me vi precisado a comisionar cerca de dicha común al coronel Pedro A. Casimiro, que logró hacer respetar los habitantes de ella. Más aún: mis reiterados oficios al Gral. Salcedo no tuvieron ninguna contestación y estuve un mes sin recibir nuevas noticias del Cibao, ni de San Pedro. El general Florentino, mientras hubo en Azua una caja de jabón y una pieza de lienzo, no se resolvió a moverse. Felizmente, el enemigo se reconcentró en San Cristóbal, acosado por los diversos cantones que hice formar en el Haina, Sainaguá, Boca Nigua, Paya, Yaguate, Nizao, Pizarrete, Cambita, etc. y el día en que por fin con todas mis fuerzas a duras penas organizadas, hice desalojar al enemigo de San Cristóbal, recibí un oficio del general Florentino, por el cual me ordenaba pasar a Baní sin demora, donde me comunicaría órdenes del Provisorio concernientes al bien de la Patria. Creí en el primer instante de impresión que el Cibao se había perdido; encomendé al mando al general Aniceto Martínez y pasé a Baní dejando ya a San Cristóbal libre de españoles. El general Florentino no llegó hasta el siguiente día y después de una larga

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entrevista, comunicóme que tenía órdenes, así del Provisorio como del general Salcedo, para enjuiciarme y ejecutarme mostrándome efectivamente las mencionadas órdenes, y un oficio en que se le encomendaba el mando superior de toda la línea. Púseme a su disposición para que llenara aquel triste cometido, arrestóme, privóme de comunicación y, por último, no sé por qué motivos se me dio un pasaporte para pasar a Santiago y presentarme al Provisorio. Así lo hice, pero el Gobierno tampoco quiso juzgarme y se limitaron a expedirme una orden de cuartel en esta común. Y aquí me tiene Ud., general, esperando un juicio que decida de mi suerte. Si Ud. puede activarlo o desenmascarar la intriga que me persigue yo le quedaré profundamente reconocido. Gregorio Luperón.

CAPÍTULO XXV

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Ofensiva de Gándara y Puello en el Sur. Vergonzosa derrota del general Florentino. Inestabilidad de las posiciones adquiridas. Reveses lamentables. La derrota de Gándara en San Cristóbal. Desastre de Weyler en Juma. Presidente Salcedo ruega a Luperón acompañarlo en la campaña del Sur y del Este. La patética proclama del general Mella. Síntesis de los episodios de esta campaña.

El resultado de esta instancia, enérgica, responsable y respetuosa y de las diligencias que desplegó el general Mella, quedó substanciado en el siguiente oficio: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Sec. de Guerra. Señor general Luperón: Este Superior Gobierno ha tenido a bien suspender a Ud. la orden de acuartelamiento que se le dio, para que marche a Monte Cristi a ponerse a las órdenes del general Benito Monción que manda aquella plaza. Dios guarde a Ud. muchos años. Santiago. Refrendado, la Comisión de Guerra. P. Pujol. Las ofensivas de Santana en el Este y de Puello y Gándara en el Sur, muy alarmantes por cierto, fueron parte de que se

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suspendiese el confinamiento de Luperón y se sosegasen las pérfidas pasiones que la rivalidad y la envidia habían despertado contra él en perjuicio del ordenamiento del plan de campaña que ya había implantado para contener y atacar a Santana en defensa de los desfiladeros de la cordillera Central y ganar para la Causa Restauradora toda la línea del Sur. En general, todos los partes oficiales de los diversos frentes acusaban la inestabilidad de muchas posiciones conquistadas, alternativas de triunfos esporádicos, reveses calamitosos y el justificado temor de que las tropas enemigas operando desde Guanuma invadieran el Cibao de una parte y derrotaran las tropas de Pedro Florentino, de la otra, como al fin ocurrió, arrollado hasta el río Artibonito por la impetuosa ofensiva de Puello y Gándara. No obstante fueron alentadores los partes de guerra del 20 de septiembre de 1863, según comunicado fechado en San Juan, del general Pedro Florentino, anunciaron que el día 17 en la noche se pronunció la Común de San Juan, el 18 Las Matas y Sabana Mula; en otro parte, se da la noticia que el 21 el coronel Félix y el señor Blas Cuello pronunciaron a Barahona, Rincón y Petit-Trou, que el 12 de octubre Florentino tomó posesión de Azua por evacuación espontánea de enemigo. Transcribo el parte completo fechado en Yamasá a octubre 13 de 1863 que dice: El general Salcedo, jefe de operaciones del Sur y del Este, da parte que a las ocho de aquella mañana tuvo un encuentro con los enemigos y que después de tres horas de campaña tuvo que retirarse, vista la imposibilidad, pues mientras él tenía solo quinientos hombres las fuerzas contrarias montaban a cuatro mil soldados. Sin embargo, asegura haberles hecho mucho daño, deplora no haber podido salvar la artillería por el mal estado de las cureñas, y dice que con igual fecha pide a Cotuí la pieza y el obús que se le anunciaron.1 1

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 127.

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En un parte del día 15 de noviembre da cuenta el general Florentino, no solo que ha recuperado a San Cristóbal después de un combate que costó más de cien bajas al enemigo, dos banderas, fusiles y monturas sino que se dispone tomar la Capital aprovechándose de la desmoralización de las tropas derrotadas. De los otros frentes los partes atestiguan la misma inestabilidad y no pocos lamentables reveses. En San Marcos el 15 de octubre el general Gaspar Polanco libra un combate habiendo inflingido al enemigo numerosas bajas y pidió con urgencia municiones; el día 21 en Javillas derrotó al enemigo con muchas pérdidas cuya cuantía no conoce. El coronel Pedro G. Martínez desde Maluis, en comunicado del 30, anuncia que en un encuentro con el enemigo le hizo muchas bajas, que nuestras armas perdieron un subteniente del Segundo Batallón de Artillería y el mismo 30 de noviembre el general Polanco requiere la remisión de medicinas y armas y declara haber tenido siete heridos y haber fusilado los prisioneros de guerra; en otro parte de la misma fecha se habla de una batalla en que hubo más de doscientas bajas de parte del enemigo y en diciembre 20 comunicó que al despuntar del alba se trabó un combate de más de cuatro horas en que tuvo siete heridos y perdió la vida el teniente Mateo Suárez; en el amanecer de ese mismo día 20 el coronel Reyes Marión desde Maluis que fue atacado por tres divisiones a las que resistió con la fusilería y luego combatió con arma blanca; que tuvo que replegarse habiendo perdido una pieza de artillería, tres hombres y quince heridos y consideró que la catástrofe se debió a la falta de municiones. La carencia de los elementos de guerra cada vez era más perentoria, y ni los recursos económicos de que se disponía, ni las gestiones que se hicieron en el extranjero para obtenerlas fueron siempre seguidos de buen éxito y es de lamentar que no solo fracasasen las gestiones que con ese fin llevaron a Washington a los señores Pablo Pujol y Pedro Francisco Bonó a Puerto Príncipe, sino que por incuria o negligencia, o imprevisión, o impericia en el arte de la guerra, apresaron a la vista misma del presidente Salcedo en la bahía de Manzanillo la goleta que traía los recursos que a

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duras penas se habían adquirido para remediar en parte la falta de municiones que afligía al ejército restaurador. Fue aquí, en Monte Cristi y en ocasión de esa falta grave deparada tal vez por la Divina Providencia para abatir la soberbia del presidente Salcedo, que este dispuso y ordenó al general Luperón le acompañase a reemprender la campaña del Sur. Así lo dispuso el Superior Gobierno el día 8 de enero de 1864 y lo ratificó Salcedo en su nota a Luperón: República Dominicana. Don José Antonio Salcedo, general en jefe y presidente del Gobierno Provisorio de la República. Señor general don Gregorio Luperón. El que suscribe emprende su campaña sobre los pueblos del Sur, en bien del progreso y regularidad de nuestra gloriosa revolución; y necesitando a su lado jefes que con él cooperen al éxito de esta empresa, dispone que Ud. le acompañe poniéndose en disposición de marcha para mañana. De Ud. José A. Salcedo.2 Pero no se reemprendió la campaña del Sur como deseaba el presidente Salcedo porque ante el peligro manifiesto de que el ejército del general Santana franquease los desfiladeros de la cordillera Central y cayese sobre el Cibao, en Consejo de generales convocado para el caso se resolvió a propuesta de Luperón que se aprestasen todas las fuerzas disponibles para llevar al cabo una ofensiva en gran escala contra el general Santana a fin de debelar sus huestes y alejar el peligro que amenazaba el Cibao. El general Matías Ramón Mella, patricio venerable de la gesta del 27 de Febrero de 1844, un tanto senecto y enfermo, a quien el Gobierno Provisorio ciñó el sable de general en jefe de la campaña de la Línea del Sur, para suplir a Luperón, va a sufrir en su propio ser, en la carne viva de su pundonor las mismas angustias que este había padecido. No obstante sus achaques y el enervamiento que la edad avanzada acarrea, sobrepuesto a sus quebrantos y endiosado por el 2

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, p. 140.

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numen del patriotismo en sublime exaltación heroica, para asumir los elevados fines de su cargo en bien de la Patria irredenta, mediante la proclama del 16 de enero de 1864 llamó y conjuró a los soldados de las hazañas febreristas o que militaren con los ejércitos de España a que depusieran las armas contra la Patria y se alistasen en la cruzada de la Restauración. He aquí la Proclama, himno y oblación del postrer holocausto de su patriotismo que costaba a los dominicanos otra afrenta lastimosa aunque menos lamentable que el cadalso de Francisco Sánchez y el ostracismo de Duarte en las selvas de Río Negro. Ramón Mella, general de la República Dominicana. A sus conciudadanos dominicanos: La República nos ha llamado a las armas, y yo cumpliendo con mi deber he venido ha ocupar mi puesto entre vosotros. Yo soy soldado de la columna del 27 de Febrero, vosotros me conocéis y vengo a llamar a los pocos de los míos a quienes la mentira y la fuerza bruta de sus opresores retienen todavía separados de sus antiguas filas: Sandoval, Lluberes, Sosa, Maldonado, Juan Suero, Valera, Marcos Evangelista, Juan Sosa, Gatón, no olviden que la República que os dio gloria y fama, es el puesto de honor en que vuestros compañeros os aguardan; la República Dominicana nunca ha dejado de existir; ni la traición ni los patíbulos pudieron aniquilarla. Los héroes de Capotillo son también soldados del 30 de marzo de 1844; sus principios son hoy los mismos, ellos recogieron la bandera de la cruz que el desgraciado general Sánchez dejó plantada sobre su tumba en San Juan. Allí fue él, el primer mártir de la Independencia; allí está su sombra llamando ¡a las armas! y los Puellos, Duvergé y su hija Concha, Matías de Vargas, Pedro Ignacio, Perdomo, Vidal, Batista y sus compañeros sacrificados por Santana se levantan más allá del sepulcro pidiendo ¡venganza, venganza! Dominicanos: oíd ese llamamiento patriótico de tantos mártires de la Libertad, y tú, Eusebio Puello, oye a aquel que habla a tu conciencia para decirte: «deja las filas del asesino de tus hermanos... no profanes más la sangre que inocentes

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derramaron para dejarte una Patria libre». Seibanos, Duvergé y su hijo Albert y Dalmau os piden ¡venganza! Y vosotros, mis amigos de Santo Domingo, no olvideis que Santana fue el asesino de Trinidad Sánchez. ¡Venganza os pide la Patria! Dominicanos: yo no vengo cual perturbador armado del puñal del asesino alevoso, ni con la tea del incendiario salvaje; la misión que tengo y la que me he impuesto yo mismo es la de un soldado civilizado y cristiano. No es mi propósito excitaros a una inútil rebelión, pero sí es mi deber como ciudadano libre, haceros comprender que la insurrección no es un crimen cuando ella ha llegado a ser el único medio para sacudir la opresión; pero sí es crimen, no pequeño, el indiferentismo que la sostiene y alimenta. Dominicanos: los días llegaron ya en que la España, única nación que se obstina en conservar esclavos, debe perder sus colonias en las Antillas. La América debe pertenecer a sí misma; así lo dispuso Dios, cuando entre ella y la vieja Europa puso la inmensidad del océano. Si para convencer a España de esta verdad no ha bastado el escarmiento de Carabobo, Boyacá y Junín, ni el genio de Bolívar, aquí está el sable de nuestros soldados y el clima de Santo Domingo. Dominicanos: respeto al derecho y a la propiedad. Patria, honor y humanidad. Tal es la divisa con que os quiero ver llegar al templo de la fama. 16 de enero de 1864. R. Mella.3 Clamor de Patria afligida hay en ese mensaje, en esa oración gemebunda y de reproche que es como postrera ofrenda en ese perenne holocausto en que se inmoló en aras de la Patria, pues su caso no pudo ser más desconcertante, ni tan vejaminoso para su acendrado orgullo de militar iluminado por la epopeya en la historia de las libertades de América. Cuando Ramón Mella llegó a su destino, San Juan de la Maguana, encontró al frente del puesto que el Gobierno le había asignado en mérito a su tradición heroica, al general Juan de Jesús Salcedo quien 3

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 141-142.

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había asumido por disposición de Salcedo el mando de los ejércitos del Sur investido de todas prerrogativas y poderes que el Gobierno Provisorio había otorgado al paladín de las jornadas de Febrero del 44. Después de este inesperado agravio y con la honda congoja que lo acompañó hasta en la hora de la muerte, no le quedó otra solución que el retorno y silencioso y cabizbajo moralmente derrumbado emprendió por caminos extraviados de montería hasta el lugar en donde al cabo de los tres meses y siendo vicepresidente del Gobierno Provisorio vino la muerte a librarlo del escarnio que sufrieron los miembros de ese gobierno, acusados más tarde por un Consejo de Guerra como asesinos y traidores a la patria. Consejo instituido por la intriga y las pasiones políticas desorbitadas. En síntesis, del 1863 al 1864 todos los pueblos del Sur habían sido pronunciados por la revolución, lo había sido San Cristóbal por el general Eusebio Pereyra, contra quien destacó el capitán general Ribero al general Gándara con Puello con unos ochenta hombres y después de un encuentro en Bondillo, Guajimía y Manoguayabo, tomaron a San Cristóbal ya abandonado por la gente de Pereyra que fue atacado el mismo día por Puello, en Cambita. Por estos mismos días, el 13 se ausentó del país Ribero sustituido en su mando de capitán general por don Carlos de Vargas. Los soldados del general Pereyra siguieron hostilizando en las inmediaciones de San Cristóbal y algunos encuentros con Puello tuvieron lugar en Doña Ana y en El Toro, casi siempre con mayores bajas para las milicias de Gándara. En San Cristóbal tuvo noticias Gándara de que Valeriano Weyler, a quien había confiado una misión a Santo Domingo para el aprovisionamiento de las tropas, estaba sitiado y hostigado por los revolucionarios. En vista de estos reveses, maltrechos sus soldados, quebrantados por enfermedades, decidió volver a Santo Domingo. Esta retirada significó un nuevo triunfo para la causa libertadora. El propio Gándara, refiriéndose a esa retirada, dijo 20 días después: A las tres y media de la madrugada del 12, entre las tinieblas y el silencio más profundo, mi pobre división rompió

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la marcha con más apariencia de convoy fúnebre que de ágil columna de operaciones. Su general, como sus jefes todos marchaban a pie para dejar sus caballos a los enfermos. Pero repuesto en Haina, donde encuentro a Weyler que contaba con seis muertos y más de 30 heridos de los 120 de tropas con que había salido de San Cristóbal. Ponemos a continuación el patético fragmento de la Memoria de Weyler acerca de aquel episodio de nuestra Guerra Restauradora: Estábamos en San Cristóbal con cuatro batallones, y era necesario acudir en socorro de Gándara, el general en jefe de las fuerzas, al que tenía incomunicado el enemigo. La situación de Gándara era trágica. Metido en un anillo de fuego, los contrarios iban apretando la argolla hasta asfixiarlo. Sus soldados se baten con furor, pero no logran abrirse paso por la muralla de hierro que los atenaza. Ya están extenuados y a pique de sucumbir. Había que ponerse, pasara lo que pasara, en comunicación con aquellos valientes. Con objeto de llevar a cabo esta misión se efectuó un sorteo entre los tres comandantes que habíamos en San Cristóbal. Dos de ellos sacaron papeleta blanca y a mí me tocó la negra. Me dieron ciento treinta hombres. Cuando ya estaban preparados mis soldados, el general Puello, que conocía las fuerzas enemigas, al despedirse de mí, me abraza, diciéndome: «Usted no vuelve». Llegué al río Haina, que es muy caudaloso. Quise construir una balsa, pero se perdía mucho tiempo en esa faena y resolví pasar a nado el río con mis soldados. Aguijoneamos las caballerías hasta sacarles sangre con las espuelas, pero los caballos se niegan a entrar en el agua. Al mojarse las patas, retrocedían. Ni la fuerza ni la persuasión hacían mella en los animales. Irritado por aquella tozudez de las bestias, hice un esfuerzo violento y le quité el miedo al mío, que se tiró de pechos al agua, teniendo que llevar mi cabalgadura la cabeza levantada para no ahogarse. Pasé solo, sin mis soldados. Al cruzar a la otra orilla me saludaron con una lluvia de tiros. Yo me pegué

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como una lapa a la montura. La cortina de fuego era cada vez más densa. La bestia había recibido tres balazos, y se lanzó, desangrándose, a una carrera desenfrenada. Saltaba, con una agilidad de corza, por entre la maraña de las plantas y árboles, seguida siempre por el ruido de los disparos, que se fueron debilitando poco a poco. Pasé la zona de peligro y llegué a Santo Domingo, donde ejecuté la orden que me habían dado. El capitán general me recriminó cariñosamente por el acto de valor y me dio una pequeña columna. Salimos dispuestos a romper el cordón enemigo que envolvía el general Gándara. A poco de emprender la marcha los oficiales me dicen que han visto bastantes fuerzas enemigas. Acampamos. De madrugada fuimos atacados. Mis soldados pelearon con rabia. Llevábamos tres días sin comer, batiéndonos. Los hombres no podían ya sostener las armas. Escuálidos y hambrientos, a mis soldados los mantenía su espíritu. No se oyó una voz de pesimismo ni de tristeza. Nos quedaba, como último recurso, la lucha cuerpo a cuerpo. Formar un bloque con los residuos de la columna y lanzarnos sobre las fuerzas enemigas a vender cara la vida. Desde San Cristóbal oían el tiroteo, y después de un consejo de oficiales, en que todos estuvieron de acuerdo en que era muy peligroso acudir, mandaron una columna para ayudarme. Poco tiempo después llegó el general con toda la división y me encontró con mis soldados, que se mantenían en pie por un milagro de la voluntad. Toda la vida la tenían aquellos hombres en los ojos. Algunos no podían sostenerse y caían al suelo como cañas rotas. Otros tenían las manos convertidas en llagas por los fusiles, que eran carbones encendidos. Las tropas del general en jefe me rindieron honores de capitán general. Mi columna, al desfilar, semejaba una hilera de fantasmas barbudos y temblorosos.4 En aquella campaña las guerrillas no cesaron de tirotear casi 4

Vetilio Alfau Durán, «Weyler en Santo Domingo», Clío, año XXIII, No. 104, (julio-septiembre de 1955), pp. 138-139.

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todo el camino a las tropas de Gándara, sobre todo en Sabana Grande, en Palmar de Fundación, en el Paso de Nizao y en las proximidades de Paya. Las depreciaciones y los fusilamientos de Florentino fueron en gran parte causa de que pasaran a manos de las fuerzas españolas muchos puntos importantes del Sur, pero de un modo tan efímero que pronto fueron recuperados por los revolucionarios. Así fueron ocupadas Neiba y Barahona contra cuyos puntos había salido Gándara de Azua, el 31 de enero de 1864, habiendo tenido algunos encuentros en las márgenes del Yaque en Las Cabezas de las Marías con bastantes bajas para sus soldados. En el camino de Neiba a Barahona tuvo que librar algunos combates, entre ellos el día 7 en Los Salados. Como acción de la artillería cita la historia un cañonazo disparado después de salir de Cachón que produjo doce bajas y un disparo contra el buque Isabel La Católica que ocasionó cuatro bajas. Este buque y El León estaban destinados a las hostilidades en aquel puerto. Con esto damos término al breve relato de la campaña del Sur.

CAPÍTULO XXVI

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Episodios de la campaña del Este. Insurrección del general Manuel Rodríguez (El Chivo). Designación de Luperón como segundo jefe. Batalla campal de San Pedro, 21 de enero de 1864. Parte de guerra a Luperón. Primera tentativa de armisticio. Mariano Amburges y presbítero Quezada. Ataque de Arroyo Bermejo por los generales Antonio A. Alfau y Juan Suero. Parte de guerra de Luperón.

El presidente en marcha hacia el Este acompañado de Luperón en el poblado de Cevicos tuvo que arrostrar una sublevación capitaneada por el truculento general Manuel Rodríguez (El Chivo), quien indujo a sus adictos a abandonar el cantón de San Pedro en desacato y desafío a las disposiciones del general comandante de las tropas presidente Salcedo. Este no pudo personalmente refrenar el motín y someter al orden a Rodríguez y tuvo que apelar al ascendiente que tenía Luperón sobre los soldados y a la experiencia y el poder de persuasión que había desplegado en circunstancias similares, para debelar esa conjuración que tanto daño hacía a la moral de aquellos soldados movilizados para combatir los aguerridos soldados de Santana. El general Manuel Rodríguez, El Chivo, hizo resistencia a la orden de arresto que le llevó el coronel Hilarión Puello, comandante militar de Cevicos, que aunque con fuerzas suficientes, no con la 325

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sugestión necesaria que en esos casos se necesita para imponer el orden y la disciplina y no pudo someter la insolente bravuconería de El Chivo, ni la actitud con que se habían solidarizado a la rebelión sus oficiales, singularmente Favard y Francisco Pacheco. De súbito apareció a caballo Luperón que había tenido noticias del incidente, le reclamó sumisión y entonces El Chivo se apeó de su montura negose arrogante a la intimación, sacó su revólver y disparó contra Luperón que sin inmutarse revólver en mano avanzó contra su agresor que se echó veloz por un risco y se escurrió al amparo de tupidos matorrales… después la elocuencia muda de su sombrero abandonado en el camino real, una mula estática con el freno caído, un puñado de soldados con los fusiles a la funerala y unos oficiales cabizbajos en camino del arresto… luego la presentación inesperada del Chivo y su confinamiento a Monte Cristi mientras el presidente Salcedo abría marcha hacia San Pedro no sin antes premiar el acto con que Luperón, arriesgando su vida, acababa de asegurar el orden, la disciplina y la obediencia de las tropas con el siguiente ascenso: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana, Presidencia del Gobierno en campaña. San Pedro, 20 de enero de 1864. Señor general Gregorio Luperón. Esta jefatura superior, atendiendo a los precedentes de Ud. en nuestra gloriosa Revolución; a los servicios que actualmente le está prestando; a su conocido patriotismo; y por último a la lealtad que Ud. le tiene prometida bajo el honor de la palabra, ha tenido a bien nombrar a Ud. segundo jefe del Ejército Libertador Dominicano, a las órdenes de esta superioridad. Ya he ordenado lo conveniente para que Ud. sea reconocido como tal por las tropas, se espera que Ud. corresponderá con la lealtad de un militar honrado, a la confianza que en Ud. se deposita, confiriéndole dicho cargo. Soy de Ud. José A. Salcedo. Se imponía una exploración minuciosa de los términos aledaños al campamento de San Pedro y Monte Plata donde estaba

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acampado al mando de más de dos mil hombres el intrépido general Suero, celebrado por su denuedo en los combates en pro de la Independencia. No muy lejos de las avanzadas españolas, en una encrucijada propicia a la estrategia el general Luperón al frente de unos cincuenta soldados a caballo tuvo una refriega con un piquete que procedía de Guanuma en que tuvieron los españoles siete muertos y once prisioneros; diez y siete carabinas fueron tomadas. Esta escaramuza y otros episodios bélicos subsiguientes, en que terciaron tropas del general Suero, fueron como el prólogo de la encarnizada batalla que se libró al otro día, 21 de enero de 1864, en que el desbande de nuestro ejército no fue total gracias a la pericia del general Luperón. Pero el revés no pudo ser más catastrófico y de menos repercusión en todos los campamentos de las armas dominicanas. Detengámonos aquí y veamos el relato textual del evento desafortunado que hace el general Luperón al Gobierno Provisorio: Bermejo, 21 de enero de 1864. Señores miembros del Gobierno Santiago. Muy señores míos: El general José Antonio Salcedo, presidente del Gobierno Provisorio actualmente en la cima del Sillón, había sin duda dado a Uds. parte detallada de la acción de este día. Creo con todo, que es de mi deber, como subjefe de la Línea, informarles brevemente de lo ocurrido. A las cuatro de la mañana como de costumbre, tenía formadas mis fuerzas en línea de batalla, para revistar las armas, despachar las diferentes guerrillas que hacen diariamente la descubierta, recibir los partes de las avanzadas y marchar sobre Monte Plata con una columna de mil hombres. Ya el día anterior había efectuado una exploración sobre dichos

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puntos con resultados felices, lo que comuniqué a ese respetable Centro en la tarde de ayer. El presidente, que a la hora consabida se hallaba aquí, dormía profundamente, cuando mi descubierta por los lados de Guanuma entró precipitadamente al cantón general anunciándome la aproximación del enemigo en número considerable. Quise personalmente averiguar la verdad de la alarma, y en efecto descubrí en las sabanas de la Guía la numerosa hueste que avanzaba hacia nuestras posiciones. Participé al señor presidente el resultado de mi primera observación y volví a estudiar una vez más las fuerzas enemigas; calculé que su número pasaba en mucho de cuatro mil, y comprendiendo que aquella acometida era combinada entre las fuerzas españolas de Guanuma y Monte Plata; debiendo haber quedado ambos campamentos con muy escasa guarnición, regresé al seno de nuestro cantón, dije a las tropas que las fuerzas eran tan escasas que la victoria nos pertenecía de hecho en tanto que manifestaba lo cierto al general Presidente; lo excité para que despacharan dos expresos volando; uno a Yamasá en que ordenase a Manzueta apoderarse de Guanuma y quemarlo, y otro a Maluco, encargando a Tenares de hacer la misma operación sobre Monte Plata. Con esto habríamos obtenido el doble resultado de destruir dos campamentos enemigos y distraer la atención de las fuerzas combinadas que marchaban hacia San Pedro. El presidente no se prestó a mi indicación y quiso más bien que operásemos la retirada a Bermejo sin comprometer el combate. Tocóme pues hacerle comprender que para tropas indisciplinadas, toda retirada equivalía a una derrota, y que mejor sería despachar una pieza de artillería que apoyada por trescientos hombres cubriese nuestra retaguardia en la subida de Bermejo; que el grueso de nuestras tropas se desplegase en batalla en la misma meseta de San Pedro y que trescientos hombres bajo mi mando se avanzasen sobre el enemigo para desconcertar sus maniobras, atrayéndolo al punto en que debiera librarse la acción general. Aceptada esta idea quise rápidamente ejecutarla. El general presidente me facultó a

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hacer y deshacer lo que probaba desde luego que le faltaba el aplomo que el caso requería. Mandé también a asegurar una gran parte de las municiones en la retaguardia. Nuestras fuerzas montaban a dos mil seiscientos hombres de suerte que al avanzar mi guerrilla de vanguardia al encuentro de las columnas españolas, quedaron dos mil hombres y una pieza de artillería en el centro bajo el mando inmediato del general presidente. El enemigo se había detenido en la citada sabana de la Guía, para organizar el ataque, y allí empezó mi vanguardia a tirotearla; dos horas pude paralizar su marcha hasta que me vi envuelto por una carga de caballería; mis guerrillas se desorganizaron y replegaron al centro dejándome en poder de los dragones españoles. Salcedo, en vez de aceptar, el combate ordenó la retirada a Bermejo, la cual se verificó en total desorden, solo el capitán de artillería Pedro Boyer, con treinta valientes, mantúvose firme al pie del cañón, sin prestar oídos a las órdenes del presidente, diciendo que nadie lo haría retirar hasta no conocer la suerte del general Luperón. En tanto el denodado general Caba, que corrió a auxiliarme, recibía la muerte de los héroes, y yo después de una lucha cuerpo a cuerpo, de las más comprometidas, después de haber descargado mi revólver y recibido numerosos golpes de sable, perdida y recuperada mi mula acribillada de machetazos y sin silla, pude atravesar por en medio de mi escuadrón aprovechando el claro abierto por un cañonazo que el valiente Boyer disparó al reconocerme. Incorporado en las filas de mis leales soldados, tuve conocimiento de la fatal retirada. Trabé enseguida un reñido ataque alrededor de la pieza, pero no hubimos de abandonarla antes de disparar trece cañonazos que hicieron un destrozo incalculable en aquellas filas compactas que amenazaban ahogarnos. Literalmente hablando aquel cañón nos fue arrebatado de las manos, y en esa disputa temeraria sucumbieron el valiente coronel Florencio y dos oficiales más. Desde aquel instante comencé a pelear en retirada, rodeado del capitán Boyer y sus valientes, el coronel Favard y mi Estado Mayor protegiendo el grueso

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desmoralizado de nuestras tropas, en que el enemigo podía haberse cebado horriblemente. En el tránsito de San Pedro a Bermejo hallé abandonada la pieza que se había despachado antes de la acción, hícela tirar por un caballo con intención de salvarla, pero un cañonazo enemigo abatió la bestia de tiro y me vi forzado a derrumbarla en una barranca, después de haberla hecho girar y disparándola con mi propia carabina [...]. Llegando a Bermejo bajo la lluvia de descargas que no hacía el enemigo, me informó un capitán de cazadores que el presidente y toda la tropa se habían retirado al Sillón. En esta situación resolví hacer firme en aquella posición con la poquísima gente que me acompañaba, dispuesto a hacerme matar, antes que abandonar aquella llave de nuestras provincias del Norte. Tres horas duró aquí el ataque de las fuerzas enemigas, pero tuve la satisfacción de no permitirle ganar un palmo más de terreno. Despaché cerca del presidente a los bravos coronel Favard y comandante Santiago Núñez, en solicitud de auxilio que aún no me han llegado y que espero con impaciencia. Son cuatro y media de la tarde y hace media hora que el enemigo ha suspendido sus fuegos. G. Luperón.1 Plausible es que las crónicas exulten el arrojo, el denuedo y el heroísmo de los combatientes, singularmente de los capitanes que se distinguieron por sus proezas en el escenario de la batalla. Pasen a la historia con sus rasgos de extremado valor quienes se encararon a la muerte en momentos de peligro; descubrámonos reverentes ante los héroes y musitemos el ditirambo que pudo ser himno de apoteosis en la fastuosa celebración de la victoria. Pero nada puede hacer la fábula para encarecer una batalla perdida; nada puede fabricar la quimera para cohonestar con la fama de los capitanes y el denuedo de sus soldados la adversidad de los combates. Si bien la batalla de San Pedro del 21 de enero de 1864 no fue decisiva, sin duda alguna, la desordenada retirada del presidente Salcedo con más de dos mil combatientes dispuestos a ganar, tuvo 1

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 147-149.

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los perfiles de una derrota. En ese sentido es muy elocuente el parte de guerra del subjefe del ejército general Gregorio Luperón, cuyo valor e instinto lúcido de guerrero precavido pudieron evitar más grandes consecuencias. Si gloriosos fueron los arrestos del subjefe y de su valiente séquito, asombroso fue el modo como escapó en la grupa de un potro, arrebatado por un jinete casi de las manos de los que lo asediaban y no menos heroica la defensa de la pieza de artillería bajo la lluvia de los proyectiles. Vergonzante fue esa retirada, el desbande de los cuadros centrales del ejército que dislocó el plan de batalla que se había adoptado, desarticuló la acción del combate y culminó con el desastre en que pudo haber perdido la vida el general Luperón que pudo acantonar sus soldados en el reducto de Arroyo Bermejo hasta el cese del fuego del enemigo, dueño del campo de batalla sembrado de cadáveres y estremecido por el casco de los corceles que en desaforada carrera de gloria bajo el humo tremolaban el pendón de Isabel Segunda de Castilla al grito victorioso de ¡Viva España!... Después la desolación y el silencio de la catástrofe en el campo abandonado y los despojos exánimes de los bravos coroneles Antonio Caba y Florencio Hernández y arrasados los cuarteles humeantes como expresión objetiva del desastre que contemplaba tan contrariado como abatido, pero sin perder la fe en el triunfo definitivo de la redención nacional, el general Gregorio Luperón. El desconcertante repliegue del presidente Salcedo al Sillón de la Viuda, las deserciones que desmedraban las filas, el clamor de la derrota que se propalaba de pueblo en pueblo, la prepotencia y la marcha impetuosa que exaltaba la personalidad del general Santana y el amenazante peligro de que sus soldados enardecidos por el triunfo transpusieran invictos los desfiladeros y cayesen implacables en el corazón mismo del Cibao, conmovieron los cimientos de la República y el espíritu público quedó tan hondamente atribulado por las infaustas noticias que el Gobierno Provisorio, habiendo perdido la fe en el triunfo de la cruzada restauradora, se dispuso a emprender gestiones de armisticio para concertar la paz. Con ese propósito vinieron el señor Mariano Amburges y el presbítero Quezada a conversar con el presidente Salcedo, que habiéndose

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inclinado al armisticio hubo de cejar ante la presión moral que ejerció Luperón tanto sobre él como sobre los comisionados del Gobierno. Volviendo al fatídico 21 de enero de 1864, unos cuarenta y cinco minutos de haber cesado el fuego, poco más de las cinco de la tarde atacaron de nuevo a Arroyo Bermejo los soldados de Santana al mando del mariscal Antonio Abad Alfau sin que sus acometidas pudieran vencer la resistencia que les opusieron los milicianos de Luperón en aquel reducto inexpugnable en que ondeaba gallarda en el tope la bandera de la cruz que habían enarbolado en Moca el 2 de mayo de 1861 al grito de ¡viva la República! José Contreras, José María Rodríguez y Cayetano Germosén, que había cubierto más tarde los despojos mortales de Francisco del Rosario Sánchez, el mártir por antonomasia de la empresa gloriosa en contra de la Anexión. Rememoremos aquella jornada con el Parte de Guerra que emitió el subjefe del Ejército Dominicano al Gobierno Provisional de la República: Señores Miembros que componen el Gobierno Provisorio de la República. Santiago. Respetables señores: Transcribo a Uds. el parte que acabó de dar el general presidente; dice así: «A las cinco y media de la tarde de ayer el enemigo ensayó de nuevo lanzar todas sus fuerzas, forzar el paso de Bermejo, y al cabo de una hora de inútil lucha, se retiró sin poder realizar su intentona. En esta acometida no tuve que lamentar desgracia alguna. Sobre la marcha lancé en su persecución una guerrilla de setenta hombres al mando del coronel Leonardo Cepín y el comandante Simón Mieses, y a pocos instantes apercibiendo los fuegos que se hacían de ambas partes, encomendé el mando del cantón a los coroneles Favard y Pedro Antonio Casimiro, y me puse en marcha con cincuenta hombres y mi Estado Mayor, para inquietar por la derecha el cuartel general que Alfau y Suero habían establecido en San Pedro. Toda la noche ambas guerrillas sostuvieron un fuego tan mortífero que a las tres de la madrugada el enemigo levantó la marcha y se retiró a Guanuma.

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San Pedro pues está recuperado, bien que destruido completamente, quemadas todas las rancherías. La fetidez es insoportable; y al ocuparme en dar sepultura a nuestros muertos solo he descubierto cómo los bárbaros españoles los han dejado despojados de todo, acribillados de balazos, habiendo llevado su profanación al extremo de ejecutar sobre esos cadáveres actos que la moral no me permite referir; bástame decir a ustedes que les han sacado los ojos. Esos peninsulares son tan valientes como feroces, dignos descendientes de los conquistadores de América. En una cañada hemos hallado abalsados muchos cadáveres de españoles, que creo montarán a cien; parece que no tuvieron lugar para darles sepultura. He descubierto, sin embargo, algunas fosas recientemente cerradas, que por el tamaño parecen contener varios cadáveres, y supongo con algún fundamento que serían oficiales, dichas fosas se dejan en los caminos de Monte Plata y Guanuma. No he podido encontrar la pieza que derrumbé en la cañada cerca de Bermejo. Destaco en este momento dos fuertes guerrillas; una hacia Monte Plata y otra sobre Guanuma; y de sus resultados daré a Ud. cuenta oportunamente. Espero las instrucciones del señor Presidente en cuanto a lo que a bien tenga disponer. Según la revista que acabo de pasar, tengo aquí ochocientos sesenta y cinco hombres. Si Ud. no tiene los demás en el Sillón, la deserción ha sido considerable. Debo prevenirle que estamos desprovistos hasta de sol. He hecho fabricar algunos ranchos del lado allá de Bermejo para preservar las municiones y nosotros mismos de la lluvia frecuente que nos fatiga. Quedo pues a las órdenes de S. E. San Pedro, 22 de enero a las diez de la mañana, 1864». Todo lo que elevo al superior conocimiento de Uds. a fin de calmar las inquietudes que despiertan en sus ánimos las propagandas exageradas de los desertores que supongo monstruosas, pues todo soldado que abandona sus banderas en un combate, pretende siempre justificar su cobardía con la exageración de peligro. A pesar de las medidas que dictó el señor Presidente para socorrer este campamento, creo de mi deber decirles que mi

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tropa y su muy humilde servidor no comerán nada antes de recibir provisiones del Cotuí o Macorís. Sin otro particular, Dios guarde a Udes. muchos años. San Pedro. 2 de enero de 1864 a las once de la mañana, G. Luperón.2 Hay cierto anacronismo o mejor discrepancia en algunos historiadores en cuanto a la fecha precisa de esa batalla de San Pedro, pero nosotros nos hemos atenido a los documentos recogidos por don Manuel Rodríguez Objío, que vienen calzados con la firma del más autorizado de los protagonistas de aquella batalla perdida por la falta de decisión heroica del presidente Salcedo, carente casi siempre de esas intuiciones providenciales que han dado a los grandes capitanes la estrategia adecuada a cada caso, para alcanzar la victoria. Se desprende de los documentos transcritos que el presidente Salcedo, general en jefe, había acordado con Luperón el plan de batalla que se libró en San Pedro y que, en consecuencia, no puede invocarse para justificar su retirada a una deliberada resolución de combatir, no en batalla campal, sino conforme al plan de guerrilla que se había implantado con rigurosa recomendación oficial. No hay dudas que él se puso de acuerdo con Luperón para dar el combate en la Sabana de San Pedro según el plan que lamentablemente desarticuló y dislocó hasta el descalabro con la retirada que puso en peligro la suerte de la campaña restauradora. Disentimos del juicio de quienes justifican esa retirada invocando el riguroso plan de guerra de guerrillas que tan provechoso fue en esta guerra memorable, pero en esta ocasión preterido para dar frente al enemigo con no menos de dos mil combatientes, en un campo posiblemente no propicio a la victoria y evitar su marcha victoriosa hacia el Cibao. En la inminencia del combate con las tropas enemigas de frente ya a paso de carga, se replegó y abandonó el cuadro central, y después del descalabro, con su ejército diezmado por centenares de 2

Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, pp. 150-151.

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deserciones y profundamente abatido por la derrota, quiso y hasta planeó ir contra el sistema de guerrilla para atacar a Guanuma; dar una batalla campal que bien pronto abandonó en razón de los acontecimientos que parecían aconsejar el armisticio y la paz de que ya se venía hablando con el asentimiento de los prohombres del Gobierno Provisorio. Aunque parezca paradójico, la victoria de San Pedro fue causa de que se quebrantara más la privanza y el poder que le quedaba a Santana como soldado al servicio de España; y las dianas que pregonaron a son de trompetas el desbande de nuestras milicias agoreras fueron de los infortunios y pesares que gravitaron sobre su conciencia de malo o equivocado patriota hasta el instante mismo de su muerte. El juicio que acerca de su conducta como general dueño del campo de batalla con más de dos mil soldados de tropas disciplinadas y aguerridos, que ha pronunciado el general Gándara en el tribunal de la Historia es ineluctable. Compartimos el juicio que lo ha calificado de inepto, tal vez, la misma ineptitud que le ganó los justos reproches que se le hicieron, por el injustificable abandono del glorioso campo cuando la victoria del 19 de marzo de 1844.

CAPÍTULO XXVII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Desaliento de Santana. Fracaso de la invasión del Cibao por los desfiladeros de la cordillera Central. Derrota de Juan Suero. Parte del Gobierno acerca del estado del país. Retorno del presidente a Arroyo Bermejo, asume la Jefatura Superior de las operaciones. Aparición de Duarte. Fermento de sediciones. La revolución amenaza a Santo Domingo. Oficios del Gobierno sobre plan de ataque a Monte Cristi. Incongruencias de Salcedo. Acción de Guerra y Yerba Buena.

Si bien era una aventura peligrosa, después de arrollar al ejército restaurador, penetrar en el corazón del Cibao con solo dos mil hombres, no era despreciable la posibilidad de dominar los desfiladeros que por esta parte de la cordillera Central abría francas las vías para atacar la sede misma del Gobierno revolucionario. Si eso no era el objetivo, entonces no se explica a qué vino a redoblar el combate el mariscal Antonio Abad Alfau cuando todavía no se había oreado la sangre de los combatientes caídos. Los acontecimientos que sobrevinieron, el pánico que cundió por todas partes y la claudicación de muchos, entre ellos algunos miembros del Gobierno, justifican al general Gándara. Creemos que estos acontecimientos despertaron en Santana un sentimiento derrotista y marcaron el comienzo del desplome del régimen 337

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instaurado por él, y aunque parezca paradójico, aquí están ya los preludios de la epopeya restauradora cuyo verbo heroico va a pasar a la espada del general Manzueta en sus proezas del Este, y al mismo tiempo aparecieron los presagios anunciando el derrocamiento del Gobierno Provisorio de Salcedo y el eclipse de su estrella hasta el día nefasto de su muerte. El general Manzueta estuvo presente en la entrevista de los comisionados Amburges y Quezada con Salcedo y Luperón; secundó a este en el rechazo de la propuesta de la suspensión de armas. De otra parte, no es desechable el pensamiento de que por lo menos Santana debió sostener el combate hasta la toma del Sillón de la Viuda; que ese y otros desfiladeros aledaños debieron ser la meta de la batalla, parecen confirmarlo, no solo el redoblado y fiero ataque del mariscal Alfau contra Arroyo Bermejo, sino también las maniobras que hizo luego Suero tratando de burlar la vigilancia de los cantones, para atacar y caer sobre el Sillón. Derrotado Suero y frustrada esta nueva intentona quedó Luperón empeñado en hostigar cada vez más rudamente al enemigo, y hasta abrigó la idea de atacar en batalla campal con todas sus fuerzas el Cantón General de Guanuma, pero consecuente con el plan de guerrilla que se le aconsejaba se limitó a reforzar y estrechar los centros de operaciones del enemigo, gracias a esta plausible providencia, y después de tres días de tiroteo incesante fueron abandonados Guanuma y Monte Plata; luego atacó a Bayaguana y Boca de Yabacao y obligó al enemigo a concentrarse en Guerra. Es de notar que todos los aprestos y movimientos de Luperón obedecieron aquellos días al ambicioso plan de estrechar el cerco de Santo Domingo mediante la posible cooperación del coronel Cesáreo Guillermo desde Yerba Buena y de tropas de San Cristóbal principalmente. Actuando con sujeción a sus propias determinaciones y planes de guerra Luperón, con la cooperación del general Manzueta, comandante Pedro Guillermo, jefe del cantón de Yerba Buena; Marcos Adón en La Victoria y otros no menos valiosos oficiales había quebrantado la fuerza de aquellos campamentos que tanto amenazaban el corazón del Cibao, fuente y aliento de la Revolución Restauradora.

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En lo que concierne a las operaciones llevadas adelante por disposición del general en jefe Gral. Gregorio Luperón en este frente de combate, veamos lo que dicen los oficios que le fueron remitidos por el Gobierno Provisorio y lo que sobre el estado de la guerra del país dicen los partes oficiales: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio. Santiago, 2 de marzo de 1864. Señor general Gregorio Luperón, Bermejo. Se ha recibido su comunicación fechada 27 de febrero ppdo. y este Gobierno ha tomado la debida nota de su contenido. Se espera, señor general, que en lo sucesivo tenga Ud. la bondad de detallar extensamente todo lo que ocurre en su campamento, pues este Gobierno se complace en el relato minucioso de lo que pueda ocurrir en las partes donde se defiende el principio de la Libertad Dominicana. Complácese este Gobierno en las noticias que ha obtenido por seguro conducto y son las siguientes: En la plaza de Santo Domingo son tantas las enfermedades que han reducido su guarnición a trescientos hombres, habiendo sacado la mayor parte de las fuerzas para otros puntos más sanos. El Gral. A. Alfau ha salido para El Seibo con 1,500 hombres con objeto de pacificar dicha Provincia. La epidemia cunde de tal suerte en el ejército español que las bajas ascienden a 500 por semana. Todo lo que se le comunica para su satisfacción y fines que convengan. El Gobierno espera que Ud. se entere bien de la situación de El Seibo y le dé sus informes. Varias personas de Turks Islands han hecho una representación al gobernador de las Bahamas para que impida a los buques de guerra españoles apresar en lo sucesivo a los que naveguen con bandera inglesa. Dios guarde a Ud. muchos años. El vicepresidente Benigno F. Rojas. Refrendado. La Comisión de Guerra, Máximo Grullón. Gobierno Provisorio. Sección de Guerra. Santiago, 18 de marzo de 1864. Señor general Gregorio Luperón. Higüero. Señor general: El Gobierno tiene motivos fundados que el

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enemigo en su retirada puede envolver un plan estratégico, pretendiendo cercar nuestro ejército, o hacerle perder las ventajosísimas posiciones que ocupa. Ud. debe penetrarse de esto y, por consiguiente, no descuidar un momento la vigilancia; nada más sensible que perder una acción por seguir paso a paso los movimientos que el mismo enemigo indica; para estos casos se requiere cautela más que valor. Por fortuna Ud. reúne al brío la suficiente inteligencia para no dejarse engañar de los enemigos. Conviene que bajo ningún pretexto se abandonen los puestos de Santa Cruz de Yamasá y Bermejo. En esos lugares debe Ud. dejar una guarnición antes de avanzar los puestos. Nada nuevo ocurre por este momento que merezca ocupar su atención. Es bien para el triunfo completo de nuestra gloriosa revolución; que Ud. continúe esforzándose por operar el pronunciamiento de El Seibo. Dios guarde a Ud. etc. El presidente José A. Salcedo. Refrendado J. B. Curiel. Por esos mismos días han tenido lugar hechos de armas de innegable importancia porque en ellos se puso de manifiesto no solo el entusiasmo y coraje de nuestros soldados sino también cierta acometividad por parte del enemigo y más aún, cierta carencia de coordinación en los ataques. En un parte a Luperón se le dijo que el bombardeo de Monte Cristi por dos vapores no tuvo ninguna consecuencia que deplorar, que las tres divisiones de la guarnición de San Felipe de Puerto Plata que atacaron Maluis fueron puestas en derrota por los generales Carlos Medrano, Pedro Martínez y coronel Pedro Reinoso, aunque en el combate perdió la vida el denodado teniente Bernal Lantigua. El anunciado retorno de Arroyo Bermejo del presidente Salcedo tuvo efecto a las tres de la tarde del día 25 de marzo mientras el general Luperón consolidaba con sus precauciones y diligencias los puestos avanzados de Monte Plata y Bayaguana. El Señor Presidente que ahora reasumía las funciones de general en jefe de las operaciones de esta línea llegó acompañado del

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general Benigno F. de Rojas a quien había ascendido al rango de jefe de Operaciones de San Cristóbal. Después de más de cinco lustros de ostracismo en Venezuela aparece Duarte en el escenario con el designio de robustecer con su fe patriótica las luchas por la Libertad, pero ya estaba descartado el ideal redentorista de su género con las ambiciones personales del poder, que ya se advertía en el ambiente del mismo Gobierno Provisional el fermento de las pasiones políticas estimuladas por el laborantismo clandestino de los anexionistas y con la intervención de ciertos personajes como Teodoro Heneken, quien parece haber tirado algunos de los hilillos de las marionetas que aparecieron en esos días en el tinglado de la mala política, de la sórdida política de las pasiones y de las intrigas que alimentaron el espíritu sedicioso de la anarquía. Duarte fue alejado, y si la muerte piadosa no se hubiera llevado a Mella a tiempo hubiera sufrido el baldón de asesino y traidor que echaron sobre él los ministros del Gobierno de que había formado parte como vicepresidente. Pero prosigamos el proceso de los acontecimientos y veamos algunas de las contingencias que por la significación moral y por el sentimiento patriótico que arrastraron en el curso de la historia han de estimarse para valorizar a los campeones de aquella empresa memorable y para condenar de réprobos a quienes antepusieron sus ambiciones personales, sus odios y sus perfidias al ideal de independencia y libertad que constituyó la mística sublime de tantos holocaustos, de tantos patíbulos como padeció el pueblo dominicano desde 1861 a 1865. Estamos en el teatro de las operaciones de la campaña del Este con nuestros soldados amenazando ya la sede del Gobierno anexionista, después de haber hecho inexpugnable con su heroica resistencia el reducto de Arroyo Bermejo y los desfiladeros que intentaron franquear las huestes de Santana para combatir a la Revolución restauradora en el mismo corazón de Santiago, asiento del Gobierno Provisorio de Salcedo. Pero sí cierto aflojamiento que se hizo patente en las acometidas del enemigo en los frentes del Este, también fue notorio y

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alarmante el recrudecimiento de los ataques que tuvieron lugar en el Sur y, sobre todo, en el Norte y Noroeste del país, en cuyos frentes forcejeaban las tropas españolas para alcanzar el objetivo que no pudieron por el Sillón de la Viuda y otros desfiladeros de la cordillera Central. Es bastante explícito de cuanto acabamos de decir el parte del Gobierno a Luperón, jefe sobre Santo Domingo, y cuyo texto transcribimos de la obra ya citada de Manuel Rodríguez Objío. Gobierno Provisorio de la República Dominicana. Santiago, 7 de abril de 1864. Señor general Gregorio Luperón, jefe sobre Santo Domingo. Señor: Por oficio del gobernador de La Vega y un parte en comunicación del comandante de armas de Piedra Blanda, ha sabido el Gobierno que el enemigo prepara una fuerte invasión sobre las costas del Norte, pretende llamar nuestra atención sobre San Juan, San Cristóbal y Piedra Blanca, todo con la intención, según estos, de matar a la Revolución en su origen. El Gobierno no desmaya en tomar las medidas que tiendan a salvar la situación, pero al mismo tiempo cumple al deber del Gobierno participar a Ud. todos los amagos que puedan poner en peligro nuestra nacionalidad. Dios guarde a Ud. muchos años. El ministro de R. E. encargado de la vicepresidencia, firmado Ulises F. Espaillat. Refrendado, J. B. Curiel. Pero el parte del día 8 de abril trajo noticias más precisas al respecto y no menos alarmantes, dice así: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisional. Sección de Guerra. Santiago, 8 de abril de 1864. Señor general Luperón. Señor: Habiéndose propuesto el Gobierno mantener al corriente de todo a los prohombres de nuestra gloriosa Restauración, y siendo Ud. uno de tantos, se complace esta superioridad en participarle que en este momento (las nueve de la mañana), se acaba de recibir un oficio de Guayubín, en el cual se nos anuncia que por parte

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de Monte Cristi, se ha sabido por vía de Haití, que el enemigo atacaría aquella plaza con fuerzas considerables. Esta noticia se corrobora por la correspondencia que de diversos puntos ha recibido el Gobierno de algunos días a esta parte y más aún con la presencia de siete vapores en las mismas aguas de Monte Cristi y como es muy probable que al hacer el enemigo su último esfuerzo, nos ataque a la vez por todas las fronteras, se le avisa a Ud. para que estando prevenido tome las precauciones oportunas. Todo lo que se le comunica etc. Dios etc. El ministro de R. E. encargado de la vicepresidencia, Ulises Espaillat. Refrendado, J. B. Curiel. Algunos de los partes del presidente Salcedo entonces en San Cristóbal, revelaron no solo la volubilidad de sus decisiones sino también una manifiesta y lamentable incongruencia entre las experiencias que el ejercicio de las armas le había proporcionado y la acción, que en determinadas condiciones debió desplegar contra un peligro o para ganar una posición fundado en la razón lógica de los acontecimientos. Esta incongruencia estará a la vista del lector en el parte que el día 22 de abril pasó al presidente Salcedo, desde el Cuartel General de Higüero al general Luperón. Pero antes conviene recordar la propuesta que le hizo Luperón en ocasión de la batalla del 21 de enero de 1864 y como fue diferido su parecer de que fueran atacados y asolados los cantones de Yamasá y Monte Plata; como se opuso Salcedo sin meditar cuáles hubieran sido las posibles consecuencias del asolamiento de esos cantones provistos de escasa guarnición. Veamos los partes y hágase cargo el lector del contenido ideológico de ellos de suerte que le permitan comprobar las contradicciones entre sus resoluciones y sus actos, y explicarse así la razón de algunos de los episodios de relieve que matizan pasionalmente la campaña del Sur y del Este durante el régimen dictatorial de Salcedo. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Presidencia del Gobierno en campaña, Cuartel General de Higüeros. 22

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de abril de 1864. Señor general Gregorio Luperón, Bayaguana. En la guerra que sostenemos contra España, la experiencia ha demostrado que cuando el enemigo ataca un punto con fuerzas superiores, deja otro descubierto, máxime en las actuales circunstancias en que carece de fuerzas suficientes para atender a diversos puntos. Por estas razones, deduzco que habiendo caído el enemigo con fuerzas considerables sobre la línea de San Cristóbal (tercera vez), la del Este debe estar en la impotencia de resistir nuestra agresión. Así que, ordeno a Ud. de nuevo que con todas las tropas bajo su mando, y en combinación con el coronel Adón con las suyas, invada con la mayor prontitud la provincia de El Seibo. He ordenado al general Manzueta que le provea de municiones, igualmente que al coronel Adón; Ud. oficiará a este último el día y lugar en que debe incorporársele. El enemigo que invade a San Cristóbal se encuentra en Daca y los nuestros en Manomatuey. He destacado una fuerza que le acometa por retaguardia. Si el ataque de Ud. fracasare, repliéguese a sus líneas. Espero de su exactitud que nuestra empresa tenga un feliz éxito. Soy de Ud. José A. Salcedo. Tres días después desmintió una contraorden y Luperón tuvo que desmontar todos los aprestos con desmoralización de su ejército ya casi en marcha; en menos de quince días incurrió en una serie de contradicciones en perjuicio de la moral y de la buena disciplina de oficiales y clases incluso de su comandante en jefe. Pero Luperón, consciente de la responsabilidad que gravitaba sobre sus hombros, no soslayó ninguna de las ocasiones que se le presentaron para atacar y repeler las fuerzas enemigas. Días antes de recibir la orden de movilización hacia El Seibo, con una ronda de no más de 20 hombres puso en fuga al enemigo en las inmediaciones de Guerra, en el término de Mojarra, y todavía resonando el eco de la fusilería de sus ochenta soldados en Guerra, sostuvo un combate en Yerba Buena donde el enemigo tuvo siete muertos, muchos heridos y como trofeo de la victoria tomó una bandera y algunos fusiles.

CAPÍTULO XXVIII

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Enervamiento en los frentes españoles. Derrotismo. Pronunciamiento de optimismo. Proclama del presidente Salcedo. Pleito de Los Llanos. Cambio de táctica del general Gándara. Despacho del Gobierno sobre el particular. Incubación de la guerra civil. Reemplazo de Luperón. Oficios acerca del incidente.

Las peripecias de San Cristóbal y de muchos de los frentes del Sur y del Este siguieron denotando, si no todavía un sentimiento derrotista, cierto enervamiento en la ofensiva de los enemigos, y nada decían al buen juicio, los acontecimientos de esta parte del país, y menos los esporádicos alardes de reconfortamiento que solía hacer el enemigo para dar pábulo a las propagandas como guerra psicológica, o ya para impresionar a nuestros soldados que, sin embargo, se mantenían firmes al pie de sus banderas. Hay en cambio un pronunciamiento de optimismo en la proclama que en Yamasá lanzó al país el presidente Salcedo, porque no obstante las amenazas de ataque, los aprestos contra las costas norteñas, la añagaza de ciertos sondeos de avenimiento mediante una comisión haitiana, la llamada a Santo Domingo de los jefes españoles, el efecto de nuestra guerra de guerrillas, las dificultades que frustraron las cautelosas diligencias y sobornos con que se quizo incrementar la fila de los reaccionarios, las deserciones 345

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de los soldados criollos que pasaban a nuestro ejército exaltados por su patriotismo, las epidemias que azotaban las tropas españolas hicieron gran parte del optimismo y de aquel entusiasmo con que combatieron nuestros soldados en todos los frentes de batalla. He aquí la Proclama: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. José Antonio Salcedo. General de división en jefe del Ejército Libertador y presidente del Gobierno Provisorio. Al pueblo y al ejército dominicanos. Ya estaréis informados de los últimos acontecimientos ocurridos en San Cristóbal, ellos prueban que el pueblo dominicano está decidido a sostener su Libertad Nacional y sus derechos; ellos prueban que ni promesas ni dorados programas de gobierno, ni el brutal concurso de las bayonetas y el incendio podrán ahogar tan nobles aspiraciones. En sus despechos nuestros enemigos, ha recurrido a los medios más atroces para vindicar su honor comprometido. ¡Error! Ellos le habrían sacado ileso si al reclamar el pueblo sus derechos violados se los hubiesen devuelto, lejos de persistir en usurparlos. Y puesto que así lo quieren que sigan escribiendo su proverbial historial de barbarie; de nuestra parte se alzarán montones de cenizas, de la suya dejarán lagos de sangre y llevarán por todas partes el sonrojo de plegar su sanguinario estandarte ante nuestras pequeñas pero valientes huestes, que el fin enseñorearán triunfales el cruzado pendón de nuestras glorias. El mundo, al fallar en esta contienda, le hará de un modo poco honroso para España, pero altamente digno para nosotros. Dominicanos: Que el proceder de nuestros enemigos encienda más y más vuestro coraje; hagámosles una guerra sin tregua hasta lograr restablecer la Independencia Patria. Soldados: Si es cierto que carecemos de los recursos materiales con que cuenta el enemigo, esa misma hará más brillante nuestra gloria; con vuestros sables y los tiros certeros que les dirigís desde nuestros bosques. Ya le habéis aterrorizado.

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Soldados de la Independencia: Continuad como hasta aquí para que la Patria os mencione con orgullo; llevad a cabo la gran misión que ella os ha encomendado, y no temáis a un invasor que apenas conquista un palmo de terreno le abandona trémulo ante vuestra constancia. ¡Soldados!: No olvidéis que el Supremo Gobierno sabrá recompensar esa firmeza; él ve vuestras fatigas y sufrimientos y se esforzará en remediarlo muy pronto. Constancia pues en los peligros, sufrimientos en las fatigas: así es como todos los pueblos libres han conquistado su Independencia. Dada etc. en Yamasá a 29 de abril de 1864. José Antonio Salcedo. Para el día 30 de abril estaba en retorno en el Cantón de Yamasá el general presidente y es precisamente la noche de ese día cuando llegó a Los Llanos una columna enemiga de más de dos mil hombres que, ignorada por Luperón y conforme a informes recibidos durante el día, se enfrascó en un ataque desigual en que llevaron la peor parte las aguerridas tropas dominicanas. Esta empresa desafortunada mereció la reprimenda aunque comedida y respetuosa del Provisorio, sistemáticamente opuesto a batallas campales y siempre empeñado en que se prefiriese la guerra de guerrilla. Los aprestos para una ofensiva en gran escala continuaron alarmando al Gobierno Provisorio. Veamos la circular que el mismo día del descalabro de Los Llanos remitió en relación con esos aprestos el vicepresidente Espaillat, después pasaremos a las providencias que tomó Salcedo durante su reasunción de la jerarquía de jefe de operaciones en las Líneas del Sur y del Este. La circular del Gobierno dice así: Santiago, 1 de mayo de 1864. Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Gobierno Provisorio. Sección de Guerra. Circular. Señor general G. Luperón: Según las últimas correspondencias, los españoles (dicen ellos) suspenderán las operaciones militares hasta

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principios de octubre; enviarán a Cuba la mayor parte de las fuerzas que aquí operan, y en tanto se limitarán a reforzar el bloqueo; mientras que antes de abrir las nuevas operaciones, ya habrá estallado entre nosotros una revolución causada por la ambición y rivalidades de los jefes; y que en este caso la reconquista les será en extremo fácil. Aunque llegue a resultar que el enemigo retire la mayor parte de esas fuerzas, es indispensable mantener la misma vigilancia; y aún duplicarla, pues este plan ha sido sin duda imaginado con el objeto de provocar nuestros abandono, contándose con la proverbial apatía dominicana. Es pues así de absoluta necesidad que se mantenga la más perfecta unión entre todos los jefes superiores y subalternos, y aún entre los soldados. Es preciso vigilar y espiar a los traidores y a los malos consejeros: el enemigo quiere dividirnos para podernos someter. Seamos pues unidos y seremos invencibles. El vicepresidente, Ulises F. Espaillat. Refrendado: J. B. Curiel. Los términos de esa circular expresan con toda claridad algo más que los temores «a una nueva invasión ya señalada» como en marcha por las vías de Santa Cruz y Bermejo como parte del plan de ataque que debía tener efecto el día 1 de abril, según parte desde Yamasá del día 30 de Salcedo a Luperón. Hay en esa circular la palmaria denuncia de una posible conjuración contra el Gobierno Provisorio fraguada por las ambiciones y por la inmoralidad de algunos jefes alentadas por agentes de los invasores y, como se ha visto, recomendaba «vigilar y espiar a los traidores y a los malos consejeros». Puede decirse, ateniéndonos a los móviles de tan urgentes requerimientos contra los «malos consejeros y traidores», que los ánimos de algunos de los prohombres estaban ya sublevados, que el fermento de las pasiones políticas estaban incubando nuevamente las facciones que tan funestas han sido al país durante más de cien años de su historia política. Pero infructuosos fueron, como veremos en el curso de los acontecimientos, el clamor del Gobierno por el redoblamiento

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de esa vigilancia y sus encarecimientos para que se mantuviesen la armonía y «la más perfecta unión entre todos los jefes superiores y subalternos, y aún entre los soldados». Uno de los primeros actos del general presidente Salcedo a su llegada fue la sustitución de Rojas por el coronel Epifanio Márquez para el desempeño de la jefatura de operaciones de San Cristóbal y casi inmediatamente la designación para ese mismo cargo del coronel Wenceslao Álvarez con postergamiento de Márquez y posteriormente el nombramiento del general Benigno F. de Rojas como generalísimo de los Ejércitos del Sur y del Este con sorpresa de los generales Luperón y Manzueta que con tanta pericia y denuedo habían combatido las huestes de Santana y de Alfau. El reemplazo le fue notificado al general Luperón el día 8 de mayo de 1864 en los términos siguientes: República Dominicana. Jefatura de operaciones de las Líneas del Sur y del Este. Cuartel General de Monte Plata, 8 de mayo de 1864. Señor general G. Luperón: Habiéndose dignado S. E. el Señor presidente conferirme al mando en jefe de estas líneas, y atendiendo a su patriotismo, celo y actividad, vengo a rectificar el mando que Ud. ejerce como jefe de operaciones en estas comarcas. Para dar mejor organización a estos cantones, he venido en nombrar al general Eusebio Pereyra, jefe de operaciones de la Línea de Bermejo. Después de haber examinado el punto de Boyá y oído las observaciones de Ud. como las de S. E., he determinado que los diferentes puntos bajo su mando tengan por centro a Monte Plata y Boyá, según se dispuso ayer; y aunque no es probable que sea preciso replegar, si esto sucede, cubrirá Ud. con su gente los puntos de Bermejo y Maluco. Comunique esta disposición a los jefes bajo su mando. Dios guarde a Ud. muchos años. Benigno F. de Rojas. Ni la forma inopinada y sorpresiva como fue depuesto el general Luperón, ni el tono de los oficios que recibió de parte de Rojas se compadecieron con las exhortaciones de concordia, armonía

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y recíproca lealtad, que había demandado en todos los frentes el Gobierno Provisorio a los jefes, subjefes y soldados cuya unión, sin el menor quebrantamiento, era tan necesaria en esos críticos momentos porque atravesaba la Revolución Restauradora. Además de los amagos de la conjuración y de ese clima de sublevación en que estaban los ánimos estimulados por intrigas y pasiones exaltadas sin escrúpulos por agentes de la subversión, véase y conjeture el lector su significación, el énfasis y el sentido de los oficios de Rojas a Luperón que vinieron desacomodados a ese espíritu de concordia y a los anhelos de cohesión que inspiraron la circular del Provisorio. Al oficio anteriormente transcrito siguen otros cuando ya a Luperón se le había otorgado una licencia por quebrantos de salud que solicitó tan pronto como fue separado por oficio de su condición de jefe de operaciones. Así en el despacho del 9 de mayo de 1864 requirió Rojas a Luperón que le dijera «no tanto los puestos establecidos, como los jefes que los comandaban» si les inspiraban la confianza necesaria. En esa comunicación hay unas cuantas recomendaciones que más parecen reproches que anodinos consejos en bien del orden y de la marcha de la revolución. Ese oficio dice textualmente: Dios, Patria y Libertad. República Dominicana. Jefatura de Operaciones de la Línea de Bermejo. Cuartel de Bayaguana, 9 de mayo de 1864. Señor general G. Luperón: En atención de la quebrantada salud del coronel Guillermo, S. E., de acuerdo con esta jefatura, ha resuelto destinar al puesto de la Yerba Buena al coronel Antonio Guzmán, para que tome la iniciativa de las operaciones militares; todo esto sin producir choque con el primer jefe mientras permanezca allí. Al coronel Guzmán le daría Ud. las instrucciones siguientes: 1. Que pase a su destino a la mayor brevedad; 2. que procure obrar de acuerdo con el coronel Guillermo; 3. que active los movimientos militares dando preferencia al sistema de guerrillas constantes y ambulantes; 4. que inquiete día y noche al enemigo para abatir su salud y que intercepte los

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bagajes, etc.; 5. que procure datos exactos sobre el número de fuerzas enemigas que operan desde Guerra hasta Higüey; 6. que corresponda con Ud. y reciba sus órdenes y socorros; 7. que en caso de replegar, sea esta efectuada sobre Monte Plata. Prescríbale el respeto a la propiedad y que no despoje al soldado que se beneficie del campo enemigo. Podrá Ud. ampliar estas instrucciones si lo estima conveniente. Dios guarde etc. Benigno F. de Rojas. A las enfáticas y un tanto altaneras comunicaciones dio Luperón la categórica respuesta siguiente: Monte Plata, 9 de mayo de 1864. Señor don Benigno F. de Rojas, general en jefe de estas líneas. General: Tengo en mi poder sus oficios de ayer y de hoy. En el primero, aparte de las órdenes que me transmite me hace Ud. saber que ha sido nombrado jefe de estas Líneas de mi mando; y en las otras insiste Ud. en saber la replegada en caso de ataque, indicándome a Bermejo. Hoy debo por fin hacerlo comprender, que desde que me fue entregado el primer oficio extrañé tanto el contenido que pedí a S. E. general, que para nada conveniente al servicio de esta línea debe dirigirse a mí. Quedo como siempre su atento amigo. G. Luperón.

CAPÍTULO XXIX

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO Sustitución de Ribero y muerte de Santana. Expedición de Gándara sobre San Cristóbal. Ofensiva contra Monte Cristi. Circular del Gobierno acerca del ataque a Monte Cristi. Acción reconfortante de Luperón.

Además de la sustitución del general Luperón por el general Benigno F. de Rojas tuvieron lugar dos acontecimientos que repercutieron en las operaciones de las Líneas del Sur y del Este y produjeron grandes cambios en el escenario bélico de la República sobre todo en el Noroeste, con una serie de contingencias cuyo resultado, en último análisis, fue el enardecimiento del patriotismo dominicano y el desgano y el derrotismo que comenzaron a padecer las tropas españolas y las defecciones de los reservistas que huían de sus filas instados unos por los criollos, otros impulsados por la santa unción del patriotismo. Esa sustitución, que le fue comunicada a Luperón sin ningún miramiento al heroísmo desplegado por él, ni a la procera virtud de su acendrado patriotismo, ni a los servicios prestados a la Patria desde las proezas de Sabaneta; produjo, como era de esperarse, un malestar muy grande entre los soldados de su mando directo; y el descontento en las filas se dejó traslucir en el quebranto de la disciplina, disciplina que por sus encarecimientos mantuvieron 353

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los soldados que lo vieron irse atribulado por las decepciones y las perfidias. Los otros acontecimientos fueron el reemplazo del general Ribero y Lemoine como capitán general de la Colonia por el general don José de la Gándara y Navarro el día 13 de marzo, con el mariscal de campo don Juan José Villar y Flores como segundo jefe del Ejército y el fallecimiento del general Santana a las cuatro de la tarde del día 14 y sustituido en su mando por el brigadier Baldomero de la Calleja con relegamiento de sus segundones en las faenas de la guerra, generales Eugenio Miches, Juan Rosa Herrera y Antonio Sosa. Cuando a causa de su enfermedad consideró Santana que sería sustituido por Calleja, le significó a Gándara que debía tener en cuenta el tácito derecho de sucesión que tenían esos conmilitares. Hizo el viaje a Santo Domingo para protestar y reclamar eso y sufrió la honda depresión moral que precipitó su muerte y tal vez murió ignorando que el general Gándara había decretado su deportación el día 10 de junio a La Habana, en su cuartel general de Monte Cristi. Ya habíamos señalado cómo desde los días desdichados de la batalla de Arroyo Bermejo y de la censura de Gándara, comenzó Santana a perder lo que le restaba de su desmedrado poder y crédito dentro del Gobierno que su apostasía había erigido tal vez por aberraciones de sus sentimientos patrióticos o por emular a Juan Sánchez Ramírez, que en épocas pasadas, propicias entonces a la reincorporación rectificó la pretensa doctrina de la «Una e indivisible» contenida en la risible parodia «Ya no hay río Robouc» de la famosa frase «Ya no hay Pirineos» con que Luis XIV despidió al Duque de Anjou cuando salió de París a Gobernar a España. Los primeros actos de Gándara siendo ya capitán general de la Colonia fueron destacar cuatro columnas, dos desde Santo Domingo y dos desde Baní, para que a manera de tenaza estrecharan a San Cristóbal el día 21 de abril. Se produjo la ofensiva pero el pueblo estaba abandonado y el resultado fue muy penoso para sus tropas, que sufrieron tanto en la marcha de ataque como en la retirada muchas bajas entre muertos y heridos causados por el fuego

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de las guerrillas; la destinación al Seibo de Baldomero Calleja con instrucciones precisas de una ofensiva formal contra Monte Cristi. Unos veinte días después del frustrado doble ataque de San Cristóbal, el 15 de mayo, el general Gándara dio comienzo a la temida invasión del Cibao. Veinticinco buques desplegados en batalla maniobraron en la rada de Monte Cristi para el desembarco de 800 hombres de tropas, muchos de ellos bien equipados de todas armas y de técnicos en materia castrense procedentes de Cuba bajo las órdenes de Primo de Rivera como comandante en jefe. Las temibles maniobras en la bahía de Manzanillo bajo el humo de las chimeneas y de las descargas de las baterías que protegían el desembarco que terminó prácticamente el 17, día en que organizaron las tropas y salieron a marcha forzada sobre la ciudad de Monte Cristi, defendida por fuerzas de no menos de seiscientos hombres al mando del general Benito Monción y los generales Pedro Antonio Pimentel y Juan Antonio Polanco como ayudantes. En este combate las fuerzas españolas, ya picadas en su marcha por las guerrillas del general Federico de Jesús García, sufrieron cien bajas entre ellos el Marqués de Estrella, muerto y herido el general Fernando Primo de Rivera, tal vez abuelo del fundador de la Falange Española don José Antonio Primo de Rivera. Monte Cristi fue tomado y de inmediato salió en persecución de las tropas dominicanas con una caballería de cuarenta y cinco jinetes y cuatrocientos de infantería el coronel del Estado Mayor don Félix Ferrer quien batió en Laguna Verde a nuestros soldados que tuvieron que huir del campamento hasta los términos de El Duro y la Molina, mientras el general Gregorio Luperón disfrutaba de la licencia «sin término limitado» que le había otorgado al presidente Salcedo, pero el Gobierno Provisorio, aunque significándole que «por su estado de salud no debía informarle de la verdadera situación de la Patria, y temiendo que lleguen a sus oídos nuevas abultadas», le remitió la circular que pasó en relación con los sucesos acaecidos en la Línea. Copia circular. República Dominicana. Gobierno Provisorio. Santiago, 21 de mayo de 1864. Sosteniendo siempre el

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Gobierno el principio que ha tomado por norma, de mantener al corriente a los caudillos de todos los acontecimientos trascendentales que ocurren en la marcha de la guerra que sostiene el país, pasa a informarle de lo acaecido en la Línea del Noroeste. El día 15 del presente se acercaron a La Poza (bahía de Manzanillo), veinticinco vapores enemigos, con el plan acordado de efectuar un desembarque; el mismo día llevaron a cabo sus ideas, sin que los nuestros pudiesen impedir esta primera operación, y la guardia que allí había hubo de replegar al otro lado de la vieja embocadura del río Yaque, siendo imposible hostilizarlos en dicho punto. El 16 al amanecer emprendió su marcha el enemigo costeando la rivera del mar protegido por ocho vapores que se mantuvieron despejando el campo. Así llegaron hasta la opuesta orilla del cauce viejo, donde los nuestros detuvieron largo rato, pero forzados por el número abandonaron el pueblo, después de haber hecho al enemigo grandes daños; y han ocupado mejores posiciones en las inmediaciones de aquella plaza. El cantón general se ha fijado en Laguna Verde, donde se mandan fuerzas que renovarán incesantemente las hostilidades. Y concluye así: El presidente ha partido hoy a tomar el mando en jefe en el teatro de la guerra etc. Dios etc. F. C. jefe de Sección. Ya vimos cuál fue la suerte del cantón de Laguna Verde y el repliegue de las tropas mal armadas a El Duro y La Malena. Pero la guerra de guerrilla seguía hostilizando al enemigo desde los quebrados, las colinas y las veredas aledañas a los caminos reales. Con todo, la situación no podía ser más embarazosa ni más alarmante; era necesario levantar la moral de los combatientes, dotar de más soldados y bien armadas las fuerzas en constante repliegue, contrarrestar las deserciones y, sobre todo, poner cese a las desavenencias de los jefes y al clandestino trabajo de los reaccionarios, que habían comenzado a fomentar el caudillismo y las pasiones partidistas. Pero los reaccionarios, empujados al proselitismo por el señor Ponce de León y otros, soplaban las cenizas apagadas y

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apareció debajo el fuego de las discordias políticas. Sin duda alguna, el presidente Salcedo no era el más indicado para afrontar con buen éxito la solución urgente de los problemas que afectaban el país, anonadado en aquellos momentos en que corrían el riesgo de desplomarse no solo el Gobierno ya vacilante, sino cuanto se había hecho en toda la República por la causa de la Restauración. Pero la circular anteriormente transcrita arrebató el espíritu guerrero de Luperón a una sublime exaltación patriótica y se operó en él el milagro que sobrepujó sus dolencias físicas; voló al palenque y dotado de recursos casi providenciales levantó en los campos, aldehuelas y ciudades más de tres mil hombres, allegó con redobladas diligencias armas, municiones y caballería cuando el Gobierno había perdido ya su fuerza moral y su autoridad, ni era obedecido, ni respetado, no obstante la prestancia y honorabilidad de algunos de sus componentes. Al conjuro de sus exhortaciones patrióticas y de sus requerimientos el Cibao correspondió con todo cuanto fue menester a la causa restauradora en aquel momento de inminente peligro para la Patria, y como dijo Manuel Rodríguez Objío: «las autoridades todas, locales y generales, declinaron su poder en aquel joven soldado, que resumía todo el prestigio y toda la fuerza de aquella época». Era de esperarse esa demostración de confianza y de fe con que se premiaba el esfuerzo titánico con que había levantado un ejército de 3,000 combatientes; con su mística de soldado victorioso y de patriota, restableció la disciplina y detuvo las deserciones casi incontenibles. Oficialmente se le dio un testimonio de la confianza y de esa fe que en él había depositado el Gobierno. Gobierno Provisorio. Sección de Guerra. Santiago, 6 de agosto de 1864. Señor general don G. Luperón. Santiago. En este momento acaba de recibir esta Superioridad un oficio de S. E. el presidente del Gobierno con fecha 4 del presente y marcado con el No. 44, que entre otras cosas dice lo siguiente: «El orden con que se ha efectuado la marcha y entrada a esta de las tropas, ha sido enteramente satisfactorio y como

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era de desearse, etc. Quedo pues esperando al señor general don G. Luperón con las fuerzas que debe conducir él mismo etc. Por consiguiente sírvase alistarse para salir mañana para el campamento general de El Duro. Lo que le comunico para su cumplimiento. Dios etc. Ulises F. Espaillat. Vicepresidente. Refrendado J. B. Curiel. El día 7 de agosto salió para El Duro el general Luperón, desde Guayubín, donde se unió con Salcedo, se encaminó hacia su destino. Este nuevo contacto con el presidente iba a tener consecuencias fatales para la Revolución, para el Gobierno y aún para el mismo Salcedo. Las condiciones del temperamento del general presidente, irresoluto, voluble, enigmático en su modo de pensar y en el designio de sus resoluciones, se manifestaron bien pronto adversas a las inquietudes de Luperón. Este quería atacar, se adujo que no había municiones ni armas para ello, que cuando llegasen se movilizarían las tropas; pero casi inmediatamente supo Luperón que se habían adquirido 300 fusiles en Guayubín, y una vez habilitados los que estaban descompuestos por sus diligentes gestiones y actividades y ya los fusiles en el campamento, solicitó órdenes al presidente para atacar y este no se limitó a rehusar, sino que dispuso que pasara aquel a Santiago hasta segunda orden. A esa desavenencia vinieron a agregarse acontecimientos que aunque en verdad no fueron causa de la renuencia del general Salcedo a entrar en combate, ni la manera inesperada como ordenó a Luperón su retirada a Santiago, constituyeron elementos de juicio que permitieron abrigar sospechas de que Salcedo era desleal a la causa por sus connivencias con el enemigo y las murmuradas acusaciones subieron de punto por su intervención en defensa del señor Antonio García contra la condena a muerte que contra él pronunció el Consejo de Gobierno después de cumplir todos los requisitos de ley.

CAPÍTULO XXX

GUERRA DE LA RESTAURACIÓN

SUMARIO La sentencia contra el general Antonio García y la actitud criticable del presidente Salcedo. Sublevación de Polanco y derrocamiento de Salcedo. Ataque de Puerto Plata. Combates del Este. Desocupación de El Seibo. Sentido cívico de una hoja volante de Santiago con motivo de una conferencia para concertar la paz.

El presidente Salcedo, que había venido de Santiago, se opuso al dictamen del tribunal de guerra y gestionó inútilmente el perdón por ante los miembros del gobierno, entonces la otorgó él dictatorialmente y desde ese momento se dispuso a combatir a este en una pugna sistemática que había de redundar en su perjuicio. El presidente Salcedo había librado del patíbulo a García pero ese acto de absolutismo vino a complicarlo como presunto traidor a la causa y hasta se consideró ese acto, no solo como una deslealtad al gobierno sino a la Patria, y esto fue gran parte de los hechos que sirvieron para substanciar el proceso que se abrió contra él y aún más tarde contra los miembros del Gabinete. El régimen estaba ya desacreditado y ante la inminencia del derrumbe el repúblico don Ulises Espaillat buscó la salvación en la convocatoria de una Asamblea Nacional, creyendo capear así los males que se había acarreado el general Salcedo con la gracia que otorgó a Antonio de Jesús García. Entre esos males han de 359

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señalarse también como de suma gravedad la sospecha e infidelidad a la causa, y que se atribuyera a sus desaciertos la actitud que habían asumido los más connotados miembros de la Revolución para descartarlo como presidente Provisorio. Prácticamente para el 16 de agosto de 1864, ya Salcedo había dejado de ser el jefe máximo de la Revolución. La Asamblea Nacional fue convocada mediante decreto el día 30 de septiembre de 1864, pero lejos de conjurar las adversidades que abrumaban al presidente Salcedo, que se avino a esa convocatoria no de buen grado. La situación empeoró a causa de un intento de negociaciones sugeridas por Gándara oficiosamente a Pujol, en Turks Islands, por mediación de don Federico Echinagusia y tentativamente planeada en una conferencia en Monte Cristi celebrada con el beneplácito de Salcedo el día 30 de septiembre en la que representaron al Gobierno Provisorio los señores generales Alfred Deetjen, Pablo Pujol, Pedro Antonio Pimentel, Juan B. Curiel y coronel Manuel Rodríguez Objío. So pretexto de estas negociaciones, en las que no se llegó a nada, a la media noche del día 10 de octubre conjurados en el fuerte San Luis, los Polanco, Pimentel y García desconocieron la autoridad de Salcedo, derrocaron y proclamaron como presidente del Gobierno Provisorio al general Gaspar Polanco y vicepresidente al ciudadano Ulises Espaillat. Para justificar la conjura y casi a seguida del acto de proclamación, el presidente Polanco, en un manifiesto que lanzó al país, entre otras cosas dijo: «que la revolución había perdido el vigor de los primeros días por la inacción, alentando las esperanzas de los enemigos; porque el primer mandatario alejado siempre del centro gubernativo, destruía inconsultamente las mejores disposiciones del gobierno y las anulaba sin consideración; porque existiendo un Ejecutivo en campaña y otro en el asiento del gobierno no existía este; porque pensando merecer el título de magnánimo toleraba las demasías de los españoles; porque los representantes del gobierno español en vista de tales desaciertos llegaron a concebir la posibilidad de su sorpresa diplomática y militar e iniciaron negociaciones de paz, cuya malicia sorprendió la comisión dominicana que fue donde el general Gándara; porque descuidó completamente los cantones

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próximos a Monte Cristi; y, en fin, se daba a entender que se sospechaba de su fidelidad», y agrega el historiador Manuel Ulbado Gómez: «Realmente, el general Pepillo era disoluto, valiente y leal a la causa que defendía». Mientras tanto, después del desembarco y de los comienzos de la intentada invasión del Cibao con la toma del pueblo de Monte Cristi, tuvieron lugar en la costa Norte de la República entre escaramuzas, bombardeos de poca importancia, el ataque de Puerto Plata por tres vapores: el Hernán Cortés, el Ulloa y el San Quintín y el desembarco, la noche del 29 de agosto, de tres columnas al mando de los coroneles don Nicolás Argenti, don Demetrio Quirós y don Agustín Jiménez Bueno que dominaron y ocuparon los cantones de Punta Cafemba, Maluis y Los Campeches, con siete muertos y ciento cinco heridos de parte de los españoles, y de la nuestra, algunos heridos, y la muerte del general Benito Martínez y la pérdida de la artillería emplazada en Punta Cafemba. En las Líneas del Sur y del Este los acontecimientos daban aliento al mejor optimismo. El cerco gradual de Santo Domingo planeado sin duda por Luperón durante su mando como general en jefe de estas líneas daba ya sus frutos. Guerrillas volantes procedentes de San Cristóbal hostigaban las avanzadas del gobierno por San Gerónimo, por La Generala, en los altos de San Carlos y por las inmediaciones de Villa Duarte (Pajarito), los tiroteos esporádicos desconcertaban los cantones de avanzada… Se combatía en todo el Este: Guerra, Los Llanos, San Pedro de Macorís fueron escenarios de furiosos combates del día 3 al día 19 de julio. Entre las refriegas se cita la de Antonio Guzmán que asaltó un convoy como de doscientos hombres en el trayecto de Juan Dolio a Los Llanos, los españoles tuvieron cincuenta bajas entre muertos y heridos. Se atribuyen a la pérdida de este convoy, la desocupación de San José de los Llanos y de San Antonio de Guerra y la concentración precipitada de las tropas en la plaza de Santo Domingo, y en El Seibo, las de Hato Mayor y Guasa, que a los pocos días con las de Higüey, evacuaron el Este por el embarcadero de Gato.

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Para dar una idea acerca de las vicisitudes de los soldados españoles del Este transcribimos lo que en relación con su retirada dice el general Gándara: El estado de las tropas al evacuar a Higüey nada tenía de lisonjero: el segundo batallón del Rey, que fue al Seibo en enero con 850 plazas, quedó reducido a 97; el segundo de Nápoles que se incorporó a la división en abril con 760, solo contaba 78, el segundo de Tarragona que desembarcó a mediados de octubre 648 reembarcaban 324 a fines de diciembre. ¡Desconsuela y conduce a dolorosas consideraciones el pensar que casi todas las bajas eran definitivas! ¡Aterra el saber que eran muertos causados por el rámpano implacable! [...]. Aquí en el Este, todavía en las postrimerías del gobierno de Salcedo las tropas pregonaban de Luperón y sus capitanes el heroísmo en los campos de batalla. Se recuerdan con júbilo el combate de tres horas librado por Luperón en Monte Plata, el asalto de Marcos Adón del convoy en Sabana Grande, en que perdieron los españoles 35 hombres y se les hicieron 12 prisioneros y la acción del 28, Jueves Santo, en que los españoles tuvieron cuarenta heridos y muertos, el intrépido criollo al servicio de España, general Juan Suero; el repliegue a causa de la memorable resistencia y ataque de nuestras tropas de los 2,000 hombres que atacaron a Yerba Buena el día 3 de mayo, después de siete horas de combate; las proezas de Manzueta, maestro en el arte del guerrilleo campeando en la manigua de Isabela y Arroyo Hondo, de Higüero a Jaivita, de Santa Cruz, Sabana Grande y Yamasá, en defensa de los puestos contonales de nuestro Ejército Libertador los días 15, 16, 18, 21 y 26 de junio. No pasaba día sin que hubiera un asalto a un convoy, o un ataque inesperado y fugaz en camino abierto o una carga súbita al machete y constantemente el tiroteo de las guerrillas que de trecho en trecho salían a hostigar la marcha de las columnas enemigas. Los dos golpes asestados por el general Gándara; el ataque de San Cristóbal y el desembarco y toma de Monte Cristi no surtieron

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los efectos que él en realidad esperaba, pues en algunos frentes se recrudecieron los combates con más enardecimiento de nuestros soldados y nada más elocuente de la fe inquebrantable de los dominicanos en el triunfo de su causa y de su resolución de continuar la lucha que el fracaso de la conferencia sugerida por el jefe español para el cese de las hostilidades. La amenaza del formidable ejército de Gándara acampado en Monte Cristi, las batidas de los principales cantones de la revolución por el bizarro coronel de Estado Mayor don Félix Ferrer y el Conde de Balmaceda entre otros capitanes, nada habían quebrantado la moral y el patriotismo de los dominicanos en aquella hora sombría de su historia. Por eso no podemos dejar de transcribir en estas páginas el documento que tiene el valor de una profesión de fe patriótica que circuló en Santiago de los Caballeros en aquellos días atormentados por la guerra y por la conjuración que había derrocado el primer Gobierno Provisorio. He aquí el documento recogido por Manuel Rodríguez Objío en su ya citado libro Gregorio Luperón e historia de la Restauración que ponemos en estas páginas como férvido y justo homenaje, al cabo de los cien años, al civilismo y amor patrio reflejados en el pensamiento del suelto en que Santiago habló al país en 1864. El porvenir del mundo es la paz, pero ese bello porvenir, ese término definitivo de todas las revoluciones de la humanidad, esa visión hermosa de todos los políticos modernos, pertenecientes a la escuela progresista, se oscurece más y más a medida que el derecho público de las naciones se anula, por la violencia de las armas, y se pospone ante el utilitarismo que domina en el presente siglo, haciendo de la conveniencia y de la fuerza árbitros únicos del destino de los pueblos. La pregonada teoría de los hechos consumados, acatada y aún aplaudida, por el mundo civilizado, como término del progreso utilitarista, dice más altamente que ningún hecho cuán poco se tiene hoy en cuenta la moral de los sucesos políticos; cuán poco se atiende a la justicia o injusticia de ellos. Basta que la violencia, la intriga o la sorpresa, hayan consumado

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una obra inicua, bien que sea la muerte de una nacionalidad y la opresión de un pueblo ilustre para que esa obra sea consagrada por el nuevo derecho. De aquí, la persistencia tenaz que el Gobierno español se ha empeñado en desplegar por someter arbitrariamente a su capricho la voluntad de los dominicanos, tan espléndidamente manifestada en la revolución que durante trece meses han sustentado contra el poderío de aquella potencia. Y concluye así: Si existe, pues, de la parte de España el deseo sincero de rendir acatamiento a la justicia; si se considera que nuestras más ricas ciudades, han sido incendiadas por el ejército español; si no se desconoce que ese mismo ejército ha yermado los campos que ha corrido, a fin de agotar los recursos del país y aniquilar la revolución; si se ha penetrado al cabo el Gabinete de Madrid que su persistencia en dominarnos ha sido la causa principal y única de los crecidos gastos que la guerra ha ocasionado, ¿con qué derechos exigiría del pueblo dominicano una concesión indecorosa? Reconquistar su hollada independencia ha sido el deseo unánime de todos los pueblos que componen la traicionada República; si ha habido lucha y lamentables desgracias, cúlpese de ello a los traidores, y no a un pueblo heroico, que nacido y educado en la escuela de la libertad americana, no ha podido consentir en aceptar cobardemente la villana condición de esclavo. Sabemos que la Monarquía Española es fuerte, poderosísima en relación a un país que apenas cuenta con trescientos mil almas de población, y que se halla desprovisto de todo género de recursos; pero los que han sabido contrarrestar con honra ese mismo poderío durante trece meses sin haber abatido un momento el pendón glorioso que sirve de emblema a nuestra Patria, no consentirán nunca en celebrar un tratado que les mancille. La paz que ansiamos será una gran realidad, si la proverbial magnanimidad de la Nación Española no fuese con nosotros

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desmentida; el pueblo dominicano confía en ella pero lo repetimos, nunca consentirá en mancillar su honra con perjuicio de la fe política que ha jurado, y espera que ante todo se sentará como base de cualquier convenio, el reconocimiento de su libertad, independencia y soberanía.

Índice onomástico

A Abad, Tiburcio 311 Abreu, Francisco 236, 246 Abreu, José 289 Abreu, Manuel 88 Abreu, Miguel 291, 293 Abreu, Rafael 58 Ache, José 213, 216 Adames, Esteban 289 Adón, Marcos Evangelista 94, 338, 344, 362 Aguirre, Rafael 144, 160 Alba, Joaquín Manuel 86 Albert, Cipriano 250 Albert, José María 320 Albert, Juan María 320 Alcántara, Segundo 144, 163 Alcoy Roncali, Federico, conde de Alfau, Antonio Abad 32-33, 43-44, 62-63, 81-82, 88, 103, 137, 149151, 160, 163, 177, 208, 250, 259-260, 325, 332, 337-339, 349 Alfau, Felipe 35, 37-40, 42, 45, 94, 96-97, 207

Alfau Durán, Vetilio 323 Alix, Juan Antonio 189 Alonso Colmenares, Eduardo 82 Álvarez, Manuel 59 Álvarez, Mariano 31, 33-34, 61, 74, 176 Álvarez, Wenceslao 185, 349 Álvarez Cartagena, Juan 59, 82 Argenti, Nicolás 361 Ariza, Juan Esteban 21, 59, 82 Arizón (coronel) 100 Astudillo (alférez) 246 Aybar, Juan Esteban 41, 118 Aybar, Manuel 115

B Báez, Buenaventura 30, 41, 118, 198 Báez, Damián 88, 118 Báez, Joaquín 144, 150 Báez, José María 93 Balboa, Ricardo 239, 246 Baralt, Rafael María 28, 31, 39, 42 Barriento, José 233, 237 367

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Batista, Antonio 59, 182, 184-185, 210, 211, 319 Belén y Pérez, Baltazar 144 Bermúdez, José 265 Betagón, Tomás 238 Betances, Luis 88 Betances hijo, Luis 88 Blas Cuello, Antonio 277, 307, 316 Bobadilla, Tomás 83, 85, 122 Bobadilla hijo, Tomás 59, Bobea, Pedro Antonio 41 Bol, Emilio de 160 Bolívar, Simón 320 Bonilla, Juan 251 Bonó, Pedro Francisco 259, 260, 262, 265, 270, 273, 293, 297, 303 Botegán (alférez) 246 Boyer (capitán) 329 Brizo, Ignacio 186, 209 Bruno, Giordano 120 Buceta, Manuel 82, 87, 100-101, 126, Bustamante, Luis 212

C Caba, Antonio 94, 271-272, 329, 331 Cabral, José María 54, 88, 95, 118120, 143, 148-150 Cabrera, José 86-87, 160, 162, 182, 211, 231, 233, 235, 265 Calderón Collantes, Saturnino 36, 39, 42, 75 Calderón de la Barca, Ángel 28, 42 Calero, José María 88 Calleja, Baldomero de la 81, 105, 354 Cameño, Emilio 83

Campillo, Juan 182, 188-191, 211, 263 Campusano, Alejo 302 Canó, Manuel María 160 Cañedo, Valentín 26-27 Cappa, Mariano 83, 100, 251-253, 256 Carmona, Ceferino 82 Carrasco, Justo 184 Carrié, José 156-157 Carrier (general) 55 Cartagena, Juan Antonio 270, 279, 281 Casa, Elías de 210 Casimiro, Pedro Antonio 269, 289, 301, 310-311, 313, 332 Castillo, Benigno del 144, 156, 163 Castillo, Manuel María 269, 284 Castillo, Tomás Ramón 269, 271 Castro, Apolinar de 69, 75, 78, 97 Castro, Jacinto de 78, 83, 122 Catalá y Alonso, Francisco 224 Cazneau, William L. 54-55 Celestino (teniente) 302 Cestero, Florentino 88 Cestero, Juan José 88 Cestero, Mariano Antonio 115 Chanlatte, Alejo Justo 162 Charboneau, Francisco 257-258, 260, 262 Cipriano, Rafael 144 Clarendon, Edward Hyde, primer conde de 54 Coen, Abraham 78 Colón, Cristóbal 66, 71 Concha, Jacinto de la 186 Conchita 73 Contreras, José 21, 79, 144-145, 332

Anexión-Restauración

Corporán, José 144 Cruz, Ambrosio de la 182 Cruz, Cayetano de la 269, 271 Cruz, Cosme de la 59 Cruz Álvarez, Juan de la 163, 182, 184 Cruz Ureña, Juan de la 216 Cruzat, Manuel 179 Cuervo y Muñoz, José María 213, 221 Curiel, José 144, 160 Curiel, Julián Belisario 186, 188, 265, 270, 280, 293, 340, 342343, 348, 358, 360 Curiel, Ricardo 83, 259-260, 262, 265

D Dalmau, Pedro José 320 Daza, Fermín 212 Deetjen, Alfredo 186, 190, 265, 360 Dejote, T. 173 Delgado, Juan 212 Díaz, Edmundo (Mundo) 184 Díaz, Modesto 59, 82, 298, 301, 303, 306, 310, 311 Díaz de Arcaya, Blas José 86 Díaz de Vargas, Juan 93 Dié, Fernando 224 Domenech y Paré, Narciso 86 Doña Beíte, Valentín 238 Dragón, Juan 163 Duarte, Juan Pablo 104, 110, 319, 341 Dubois, F. E. 173 Dubreil, Sully 88

369

Dulce y Garay, Domingo 88 Durán, José 59, 290 Durán, Manuel 269, 272 Duvergé, Antonio 319

E Echangüe, Rafael 80 Echavarría, José 213, 216 Echinagusia, Federico 106, 360 Elliot, Jonathan 78 Erazo, Juan 144, 163 Escalante (señor) 178 Espaillat, Juan Antonio 189, Espaillat, Pedro Ignacio 21, 182, 213, 218-219, 221-223 Espaillat, Ulises Francisco 186, 259, 262, 265, 306, 342-343, 347-348, 358-360 Estrella, Antonio 94 Estrella, Marqués de 355 Evangelista, Marcos 319

F Fabens, Joseph H. 54-55, 173 Favard, Enrique 326, 329-330, 332 Félix, Ángel 59, 277, 307, 316 Fernández, Matías213 Fernández, Mauricio 261 Fernández de Castro, Felipe Dávila 78, 80, 83, 122 Ferrer, Félix 355, 363 Ferrer, Pascual 59 Fiallo, Eulogio 93 Fiallo, Jesús María 93 Fiallo, Plácido 93

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370

Figueroa, José Antonio 144, 163 Florentino, Pedro 93, 238, 246247, 297-306, 309-310, 312313, 316, 324 Fouillée, Alfredo 114 Franco Bidó, Juan Luis 183-186, 189, 212-213, 215-216, 222-225 Frómeta (coronel) 190

G Gafas, José María 163 Galdeano (coronel( 267, 272 Galileo Galilei, llamado Galileo 120 Galván, Manuel de Jesús 161 Gámez, Gabino 81 Gándara y Navarro, José de la 25, 27, 35, 38-40, 44, 53, 77, 82, 87-88, 92, ,94, 96-100, 102107, 128-129, 131-132, 138140, 147, 149, 158, 176, 195, 240, 298, 306, 311-312, 315316, 321=324, 335, 337, 345, 354-355, 360-363 García, Antonio 358 García, Domingo 115 García, Federico de Jesús 182, 184, 234, 265, 365 García, José Gabriel 59, 99, 93, 97, 104 García, León 163 García de Paredes, Victoriano 83 García Lluberes, Leonidas 162 García Rizo, Antonio 80, 149, 163 Garrido, Juan 184, 187 Gatón, Juan Andrés 319 Gautier, Manuel María 115, 118, 153, 158, 164, 189

Gavilán, Braulio 272, 289 Geffrard, Fabré 54, 80, 106, 128, 137, 158, 169-170, 173, 175177, 179-180, 231 Germosén, Cayetano 21, 80, 145, 332 Gimeno, Benito 212, 222, 224 Gómez, Francisco Antonio 233 Gómez, José Ramón 220, 233 Gómez, Lucas 302 Gómez, Manuel Joaquín 83 Gómez, Manuel Ubaldo 361 Gómez, Máximo 298, 302, 312 González, Francisco 268 González, Manuel 233, 237, González, Pedro 236 González Tablas, Ramón 27, 35, 93, 95, 115, 122, 127, 129-131, 135, 145-146, 151, 158, 153, 189-191, 210, 226-227, 256257 Gross, Alejandro 160 Grullón, Mariano 189 Grullón, Máximo 186, 262, 265, 339 Guerra, Francisco 302 Guerrero, Manuel 88 Guerrero hijo, Manuel 88 Guerrero, Pedro Ezequiel 59, 234 Guerrero, Wenceslao (hijo de Manuel Guerrero) 88 Guerrero, Wenceslao 88 Güílamo, León 144 Guillermo, Cesáreo 97, 338, 350 Guillermo, Pedro 338 Gutiérrez de Rubalcava, Joaquín 42 Guzmán, Antonio 350, 361

Anexión-Restauración

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H

L

Heneken, Teodoro Stanley 341 Heredia, Manuel de J. 69, 78, 83 Hermida, Julián 210 Hernández, Gaspar 25 Hernández, Marcos 93 Hernández, Mariano 86 Hernández, Ramón 213, 216 Hernández y Guillén, Mariano Hernández, Florencio 94, 331 Herrera, Juan Rosa 104. 354 Hortensia, Madama 139 Hungría, Francisco 144, 160 Hungría, José 128, 186-187, 191, 196, 209, 211, 226, 232, 234235, 240, 241, 250

La Rosa (capitán) 269 Laffite, Juan (Juan Nouesit) 265 Lamothe, L. 116, 158, 173 Lancaster (señor) 252, 268 Lantigua, Bernal 340 Lantigua, José del Carmen 213 Lapuente, José 189-190, 212 Lasage, José 184 Lasala, Domingo 59, 82, 162 Lavastida, Miguel 30-31, 35, 56, 78, 81, 83, 89, 96, 122, 199 Leiba, Felipe 88 Leiba, José María 88 Leiba, León 88 León, David 78 León, Rudescindo de (Medio Mundo) 144, 163 Lespinasse, Pierre-Eugene de 176 Linares, Deogracia 59, 82 Lladó, Antonio María 86 Lluberes, Antonio 59 Lluberes, Félix Mariano 155-156, 160, 319 Lluberes, Joaquín 83 Logroño, Arturo 157 López de Villanueva, Antonio 25 López Molinuevo (señor) 60 López y Marín, Ramón 213, 217 Lora, Carlos de 182, 213, 222-223, 225 Lora, Gregorio de 59, 82, 185, 250-253 Luengo, Pelayo 236 Lugo, Américo 162 Lugo Lovatón, Ramón 115, 151, 154-155, 159-160, 162-163, 176 Luis XIV 354

I Inglés, Juan 182 Isabel I La Católica 67 Isabel II de España 20, 21, 30, 3435, 41-42, 51, 58, 63, 66, 75, 78, 105-106, 109, 123, 127, 154, 180, 265

J Jimenez, Manuel 183 Jiménez Bueno, Agustín 361 Jiménez o Sierra, Epifanio 163 José María Segovia, Justo, Petit 160

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Luperón, Gregorio 93-95, 97, 182186, 204, 210, 251-255, 258, 260-262, 265, 267, 269-271, 280, 282-291, 293, 295-296, 298-308, 312, 314-316, 318, 325, 327, 329-332, 334, 338340, 342-345, 347-351, 353, 355, 357-358, 361-363 Luzón, Antonio 163-164 Luzuriaga, Claudio Antón 29, 42

M Madiou, Thomas 137 Maldonado, Blas 319 Malo, José P. 224 Manzueta, Eusebio 59, 272, 284, 289, 328, 338, 344, 349 Marcano, Félix 82 Márquez, Epifanio 269, 299, 349 Martí, José 184 Martínez, Aniceto 94, 313 Martínez, Benito 185, 361 Martínez, Francisco 144, 163 Martínez, Justo 268 Martínez, Pedro G. 317, 340 Mártir o Alcántara, Segundo 163 Mata, Facundo 255, 302 Medrano, Carlos 265, 340 Mejía, Bartolo 182-183, 185 Mejía, Manuel 269, 271-272, 275, 277, 279, 281, 283, 292, 309 Mejía, Valentín 59 Mella, Matías Ramón 27-28, 38, 42, 88, 144, 251, 292-293, 296, 305-308, 315, 318-320, 341 Mella hijo, Ramón Matías 251 Melo de Molina, José María 282

Mena, Pablo 302 Menéndez, Enrique 83 Meriño, Francisco 277 Michel, Aquiles 187, 190-191 Miranda, Luis 93 Mirasol, Rafael Aristegui Vélez, conde de 24 Molinero, Eugenio 63, 75 Monción, Benito 86-87, 182, 184, 210-211, 231, 233-237, 252, 258, 260, 262, 265, 279, 287, 293, 315, 355 Montaner, Francisco 212 Monte, Manuel Joaquín del 275, 278, 288 Montero, Pascual 160, 163, 233 Montero, Romualdo 260 Monzón y Martín, Bienvenido 86, 126-128, 130-131 Morel, José María 268 Moreno, Carlos 67, 83 Moreno, Francisco 306-307 Moreno del Cristo, Gabriel Benito 67 Morilla, José María 83, 85 Morris, Julián 144, 163 Morti, Pedro 302 Mota, Félix 144, 163 Mota, Manuel de Regla 59, 82, 298, 312 Mota, Pablo 269 Moya, Cristóbal José de 83, 162 Musa, Miguel 256

N Nanita, Dámaso 185 Noel, Philantrope 232

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Nolasco de Brea, Pedro 59 Norzagaray, Fernando 27 Núñez, Eusebio 290 Núñez, Santiago 271-272, 330

O Ochotorena, Manuel 86 O’Donnell, Leopoldo 25, 44, 51, 76 Ogando, Timoteo 144, 160, 347 Óleo, Fernando de 160, Óleo, Santiago de 158-160 Oriols Cots, José 160 86

P Pacheco, Joaquín Francisco 28-29, 31, 326 Pamiés, Pedro 25, Pared, José de Jesús 144, 163, 309 Paredes, Jesús 83, 163, 309 Patterson, Míster 54 Paul, J. 173 Paz del Castillo, Pablo 25 Peláez de Campomanes, Antonio 44-46, 79, 81-82, 85, 99, 128, 149, 151, 163 Pelegrín, Telesforo 265 Pellerano, Benito 88 Pellerano hijo, Juan Bautista 88 Pellerano, Juan Bautista 88 Pellerano, Manuel María 88 Peña, Lucas Evangelista de 86, 126, 181, 183-184, 187 Peña Batlle, Manuel Arturo 137

373

Peralta, Alejo 36, 86 Perdomo, Eugenio 88, 182, 189, 213, 222-223, 225 Perdomo, Pedro Ignacio 319 Pereyra, Eusebio 321, 349 Pereyra Hoyos, Manuel 88 Pérez, Antonio 64, 160 Pérez, José 81 Pérez, Rafael 83 Pérez, Santiago 312 Perpiñán, Genaro 186, 209, 265 Pichardo, Domingo Daniel 83 Pichardo, José Vidal 182, 186, 189, 209 Pichardo, Santiago 59, 82 Piérola, Ramón 86, 182 Pierre, Tomás 176, 182, 185, 211 Pimentel, Pedro 86-87, 182, 202, 231, 233, 235-237, 262, 265, 279, 291, 307, 355, 360 Pimentel, Tomás 162 Pina, Calixto María 82 Pina, Pedro Alejandrino 115, 118, 144, 155-156, 160 Pineda, Miguel 160 Piñeiro, Domingo 144 Piñeyro Boscán, Domingo 163 Plaisance, V. 158, 173 Polanco, Gaspar 86, 106, 205, 235, 237, 241, 244-245, 251, 257, 259-262, 268, 279, 317, 360 Polanco, Juan Antonio 182, 184, 209, 232, 233-234, 265, 355, 360 Ponce de León, Manuel 263, 356 Primo de Rivera, Fernando 355 Primo de Rivera, José Antonio 355 Primo de Rivera, Rafael 101, 103 Puello, Eusebio 59, 82, 150, 153, 155, 157-158, 201, 298,

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374

306-307, 311-312, 315-316, 319, 321, 325 Pujol, Pablo 106, 181, 186, 190, 259-260, 262, 265, 315, 317, 360

Q Quesada, Miguel 107

R Raimundo, José 93 Ramírez, Domingo 113, 144, 159 Ramírez Báez, Valentín 115, 118 Rancaño, Manuel 212-213, 216 Reinoso, José del Carmen 107 Reinoso, Pedro 340 Reyes, Bernardo 59 Reyes, Ignacio 182-185 Reyes, José Inocencio 80, 145 Reyes, Sebastián 233 Reyes, Vicente Antonio 83 Reyes Marión, Francisco 317 Ribero y Lemoine, Felipe 77, 85, 87, 89, 93, 98-99, 103, 122, 125, 128, 134, 140, 225, 229, 225, 321, 353 Ricart y Torres, Pedro 34, 44-47, 49, 51-55, 60, 73, 78 Rincón, Juan Gregorio 144, 163 Ríos, José de los 212, 247 Robles, Alejandro 238 Robles, Pedro 269 Roca, Esteban 272, 279 Rodríguez, José Alfredo 83

Rodríguez, José María 80, 145, 332 Rodríguez, Mariano 277 Rodríguez, Rafael 144, 160 Rodríguez, Santiago 87, 182-183, 231, 265, 306 Rodríguez, Tomás 269 Rodríguez Aguirre, Rafael 144, 160 Rodríguez Demorizi, Emilio 116, 143, 157 Rodríguez Objío, Manuel (El Chivo) 184, 234, 236-237, 251, 257, 265, 268, 286, 298, 300, 303, 305, 308, 317-318, 325326, 330, 334, 342, 357, 360, 363 Rodríguez Vera, Pablo 212 Rojas, Benigno Filomeno de 106, 262, 265, 280, 284, 293, 297, 306-307, 341, 349, 351, 353 Rojas, Manuel 21, 162 Rondón, Juan 300, 312 Rosario, José 186 Rosario, José del 209 Rosario, Santiago del 93 Rubalcava, Joaquín G. 42, 44-46, 63, 79-80, 175-176, 180, 203 Ruiz, Juan 88 Ruiz, Pedro 158-159, 213

S Saint Amand, J. 137 Salado, José 88, Salazar, Juan Elías 83 Salcedo, José Antonio (Pepillo) 21, 87, 106, 185, 200, 234-235, 252, 255-258, 260, 262, 265, 267, 269, 284-285, 287-294,

Anexión-Restauración

297, 301, 303, 306, 309-310, 313, 316-318, 325-327, 329331, 334, 338, 340-341, 343349, 357-360, 362 Salcedo, Juan de Jesús 306, 321 Salcedo, Pedro Pablo (Perico) 255, 301, 310 Sánchez, Francisco del Rosario 21, 54, 55, 79-80, 110, 113-116, 118-120, 141-145, 148-150, 154-159 Sánchez, Juan Francisco 160 Sánchez, María Trinidad 320 Sánchez Guerrero, Juan José 150151, 159 Sánchez Ramírez, Juan 21 Sánchez y Petijusto, José Joaquín María 88 Sandoval, Bernabé 59, 82, 319 Santa Ana, Antonio Mora Oviedo, conde de 80 Santana, Antonio 271-272 Santana, Manuel 59, 82 Santana, Pedro 21, 27-28, 30-35, 3840, 42-43, 49, 52-54, 58, 60-61, 67, 70, 72-74, 77-83, 87-89, 92, 94-97, 99, 104-105, 110, 112114, 117-118, 122, 124-126, 128, 139-140, 145-150, 1598159, 162-163, 169-171, 173174, 180, 194, 226-227, 263, 265, 269-271, 275-278, 282, 284-286, 288, 290-291, 296, 307, 315-316, 318-319, 325, 331-332, 335, 338, 341, 349, 354 Saviñón, Francisco 115, 118 Saviñón, Miguel 144, 160 Segovia e Izquierdo, Antonio María 30-31, 33-35, 42

375

Serra, Lorenzo de 59 Serrano y Domínguez, Francisco 44, 46-47, 49, 51, 53-55, 6063, 68, 70, 77, 80-82, 140, 149, 176-177 Sierra, Epifanio 144, 163 Sierra y Caballero, Domingo 86, Simonó Guante, Gabino 144, 150, 155, 163 Soler, Florencio 59 Solís, Luciano 144, 163 Sosa, Antonio 97, 354 Sosa, Francisco 59, 82, 149, 151, 157, 319 Sosa, Juan 319 Soto, José 93 Soto, Pedro E. De 59 Soulouque, Faustino 139 Spafford (los) 54 Suero, Antonio 144 Suero, Juan 82, 94, 97, 146, 197, 251, 255, 259, 261, 319, 327, 332, 338, 362 Suero, Rudescindo 302 Suero, Santiago 82, 157

T Tabera, Fernando 54, 143-144, 148, 150-151, 155, 169, 181 Tejera, Emiliano 97 Tejera, Juan Bautista 302 Tejera, Juan Nepomuceno 88 Tenares, Olegario 269, 289, 328 Tiburcio, Norberto 277, 297, 302, 309-311 Tolentino, Andrés 258, 268-269 Tolentino, Juan Pablo 265

César A. Herrera

376

Toribio, E. 289 Torre Trassierra, Ramón de la 80, 83 Torres, Norberto 86, 181, 184, 185 Troncoso, Dionisio 272-273, 277, 289, 291 Tuero, Miguel 81

V Valdez, Jerónimo 25 Valera y Álvarez, José Vicente 301, 303, 306, 319 Valerio, Eugenio 265 Valerio, Fernando 59, 117 Valverde, José Desiderio 183 Valverde, Melitón 88, 107 Valverde y Lara, Pedro 82 Van Halen (señor) 106 Vargas, Matías de 319 Vargas y Cerveto, Carlos de 77, 8081, 85, 89, 91, 93-97, 103, 277, 319, 321 Velazco, José 106, 128, 187, 191, 211, 256-257, 283

Vicente (neibero) 93 Victoria I de Inglaterra 54 Victoria, Juan Cherí 59 Villar y Flores, Juan José 354 Volta, Telésforo 160

W Welles, Benjamín Sumner 121, 134 Weyler, Valeriano 89, 94, 206, 321323

Y Yaeger, William W. 134, 136

Z Zeltner (señor) 78 Zorrilla, Pedro 144, 163

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Vol. I Vol. II Vol. III Vol. IV Vol. V Vol. VI Vol. VII Vol. VIII Vol. IX Vol. X Vol. XI

Vol. XII Vol. XIII Vol. XIV

Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944. Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945. Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947. San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1946. Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R. Lugo Lovatón, C. T., 1951. Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951. Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850. Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947. Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949. Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A. Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor. R. Lugo Lovatón, C. T., 1953. Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956. Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957. Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959. 377

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Vol. XV

Publicaciones del Archivo General de la Nación

Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959. Vol. XVI Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005. Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006. Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.

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Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XL Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I. Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II, Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III. Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.

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Vol. LII Vol. LIII Vol. LIV Vol. LV Vol. LVI Vol. LVII Vol. LVIII

Vol. LIX

Vol. LX

Vol. LXI

Vol. LXII Vol. LXIII Vol. LXIV Vol. LXV

Vol. LXVI Vol. LXVII Vol. LXVIII Vol. LXIX Vol. LXX

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Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008. La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008. Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008. Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda, Santo Domingo, D. N., 2008. El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2008. Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.

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Vol. LXXI

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Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras (Negro), Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez, Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XC Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.

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Vol. XCI

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Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCIII Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCIV Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCV Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCVI Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio, (Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. XCIX Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. C Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. CI Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. CII Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. CIII Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CIV Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CV Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CVI Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CVII Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CVIII República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas. J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CIX Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CX Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.

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Vol. CXI

Vol. CXII Vol. CXIII

Vol. CXIV Vol. CXV

Vol. CXVI Vol. CXVII Vol. CXVIII Vol. CXIX Vol. CXX Vol. CXXI Vol. CXXII Vol. CXXIII Vol. CXXIV Vol. CXXV Vol. CXXVI

Vol. CXXVII

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Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010. Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias del Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C. Rosario Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010. Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010. Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo, D. N., 2010. Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana. José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010. Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán. Santo Domingo, D. N., 2010. Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril. Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010. Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo Domingo, D. N., 2010. Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino, Santo Domingo, D. N., 2010. Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo, D. N., 2010. Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos). Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010. Años imborrables (2da ed.). Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N., 2010. El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,

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edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos, edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXIX Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948). Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010. Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos xv-xix, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXVII La caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia, 1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXL

Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLI

Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLIII

Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLIV

Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

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Vol. CXLV

385

Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLVI

Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLVII

Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial. Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011. Vol. CXLIX

Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CL

Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida. Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CLI

El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de 1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CLII

Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.

Vol. CLIII

El Ecuador en la Historia (2da ed.). Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLIV

Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLV

El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLVI

Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLVII

La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. II: 1501-1509. Fray Vicente Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLVIII

Vol. CLIX Vol. CLX Vol. CLXI

Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012. Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.

386

Vol. CLXII

Publicaciones del Archivo General de la Nación

El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXIII

Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXIV

Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXV

Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXVI

Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo. Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXIX Vol. CLXX Vol. CLXXI

La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 20126 El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen 5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen 6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXV

Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo xix: República Dominicana, Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo, D. N., 2012.

Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012. Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.

Publicaciones del Archivo General de la Nación

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Colección Juvenil Vol. I Vol. II Vol. III

Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007. Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. IV Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. V Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. VI Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008. Vol. VII Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009. Vol. VIII Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps (siglo xix). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.

Colección Cuadernos Populares Vol. 1 Vol. 2 Vol. 3

La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009. Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009. Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó. Santo Domingo, D. N., 2010.

Colección Referencias Vol. 1 Vol. 2 Vol. 3

Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011. Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos de Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012. Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.

Anexión-Restauración, de César A. Herrera, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, S. R. L., en noviembre de 2012, Santo Domingo, R. D., con una tirada de 1,000 ejemplares.

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