Reseñas de lecturas sobre geopolítica y economía global

59 Reseñas de lecturas sobre geopolítica y economía global The China Model: Political Meritocracy and the Limits of Democracy Bell, Daniel A., (201

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Reseñas de lecturas sobre geopolítica y economía global

The China Model: Political Meritocracy and the Limits of Democracy Bell, Daniel A., (2015), Princeton University Press, New Jersey. “Hay muchas formas de ejercer poder – en los trabajos, colegios, hospitales, prisiones, etc. – y la asunción natural es que sus máximos dirigentes necesitan experiencia previa para poder ejercer poder…Sin embargo, existe una excepción en el poder político: se puede seleccionar a un dirigente sin previa experiencia política siempre y cuando haya sido electo bajo la premisa de ‘una persona, un voto’.”

Sinopsis En Occidente existe la tendencia de dividir la política a escala internacional en “buenas democracias” y “malos” regímenes autoritarios. Sin embargo, para Daniel Bell, el modelo político de China (“The China Model”) no encaja en ninguna de estas dos categorías. Durante las tres últimas décadas, China ha ido evolucionando hacia un sistema político que, según el autor de The China Model, puede describirse mejor como “meritocracia política”. La idea de abogar por un sistema político que procure seleccionar y promover líderes con una habilidad y virtud superior es central en la teoría y práctica política de China y Occidente. La razón parece obvia: pedimos personal cualificado y con experiencia para posiciones de liderazgo en el mundo empresarial, de la ciencia y del Derecho. ¿Por qué no requerir entonces lo mismo en la institución más importante de todas? Pensadores políticos desde Confucio, Platón y Zhu Xi hasta John Stuart Mill, Sun Yat-sen y Walter Lippmann buscaron identificar maneras de seleccionar a los mejores líderes posibles, capaces de tomar decisiones inteligentes y morales sobre una gran variedad de asuntos. Pero tales debates vieron su fin tras la Segunda Guerra Mundial. En China pararon porque el maoísmo valoró las contribuciones políticas de guerreros, trabajadores y granjeros por encima de intelectuales y profesores. En Occidente finalizaron debido a la hegemonía intelectual de la democracia electoral. Una democracia solo pide que la ciudadanía elija a sus líderes; por tanto corresponde a los votantes elegir los méritos de los candidatos. Pero dos acontecimientos recientes han vuelto a situar de nuevo la meritocracia política en el mapa. Por un lado, la crisis de gobernanza de las democracias occidentales ha minado la fe ciega en la democracia electoral y ha abierto el espacio a alternativas políticas. Por otro lado, el ascenso de China ha dado un fuerte impulso a la meritocracia política.

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Aunque el autor reconoce que el modelo chino está plagado de imperfecciones, el mundo está observando el experimento del país con la mencionada meritocracia. Entre aquellos que siguen con atención la evolución de este modelo se encuentra el propio Bell, que realiza una crítica provocadora del sistema de “una persona, un voto” como mecanismo de seleccionar a los principales dirigentes y se muestra partidario de la meritocracia política como solución de muchos de los problemas a los que se enfrentan hoy en la día las democracias occidentales. En The China Model, Bell argumentará al lector por qué considera que las democracias occidentales presentan graves deficiencias, analizará las ventajas e inconvenientes de la meritocracia política, y evaluará el modelo político de China y sus implicaciones para el resto del mundo. Pero, sobre todo, Bell intentará contribuir a un debate más profundo sobre los normas necesarias para juzgar el progreso (y retroceso) político, inspirar reformas meritocráticas y aportar mayor simetría en la información. En opinión del autor, pese a la libertad de información de la que gozan las democracias occidentales, éstas suelen ser bastantes desconocedoras del modelo meritocrático chino –algo que no sucede en China con respecto al modelo de democracia occidental–.

El autor Daniel A. Bell es catedrático del programa de estudios Schwarzman en la Universidad Tsinghua de Beijing y director del Berggruen Institute of Philosophy and Culture. Entre sus libros destacan Spirit of Cities (El espíritu de las ciudades), China’s New Confucianism (El nuevo confucianismo de China), Beyond Liberal Democracy (Más allá de la democracia liberal) y East Meets West (Oriente se encuentra con Occidente) y es el editor de la serie de Princeton sobre China.

Idea básica y opinión La idea de que los líderes políticos deben ser elegidos según el principio de una persona, un voto se da por hecho en tantas sociedades que, para Bell, cualquier intento de defender la meritocracia política requiere comenzar con una crítica de la democracia electoral. ¿Es la democracia el menos malo de los sistemas políticos? La respuesta, para Bell, no es tan unívoca si se tienen en cuenta los principales problemas de la democracia electoral: la tiranía de la mayoría, la tiranía de la minoría, la tiranía de la comunidad con derecho a voto, y la tiranía de los individualistas competitivos.

Los principales problemas de la democracia electoral En una democracia electoral, el poder de voto se traduce en poder político. Quizás la crítica más común de la democracia es que la mayoría de los votantes pueden usar su voto para oprimir al resto, y que los votantes no deberían ser tan egoístas: tendrían que ejercer el derecho a voto pensando no solo en uno mismo, sino en los otros miembros de la comunidad política. Pero el principal problema, en opinión de Daniel Bell, es que la mayoría de los votantes intenta maximizar sus propios intereses. Pero no solo eso:

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además, señala el autor, la mayoría carece a menudo del conocimiento que le permitiría lograrlo. Sin embargo, no se trata de una simple cuestión de falta de tiempo. Adquirir conocimientos es costoso y difícil. Por tanto, si uno supiese que su voto va a ser decisivo, invertiría más tiempo y esfuerzo en adquirir el conocimiento político. No obstante, incluso si los votantes tuvieran el tiempo y la motivación para aprender sobre política, puede que tampoco se libraran de los errores de razonamiento que distorsionan nuestra comprensión del mundo, como el exceso de confianza (por ejemplo, pensar que siempre controlamos la situación) o el optimismo desmesurado (tender a creer que somos superiores o mejores que la mayoría). El autor añade a estos argumentos el hecho de que podemos acudir a las urnas sin tener ninguna obligación de informarnos previamente. Por ejemplo, el 79% de los votantes estadounidenses no es capaz de identificar a los senadores de su estado. La solución a esta ignorancia es clara: educar a los votantes. El problema, reconoce Bell, es que no hay evidencia de que programas de educación pública eliminen tales sesgos. Además, estos programas son caros y en el contexto de la actual cultura política de Estados Unidos (anti-gobierno y anti-élite), resulta difícil imaginar su implementación. Por otra parte, la influencia del dinero en la política es la lacra de la mayoría de las democracias actuales, siendo Estados Unidos quizás el caso más flagrante. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la desigualdad en Estados Unidos ha ido en aumento hasta llegar al punto de que, en 2009-2010, cuando la economía estaba recuperándose, el 93% de las ganancias en los ingresos fue al 1% de la población. El motivo, según el autor, está en una larga serie de cambios políticos en el gobierno que ha beneficiado desmesuradamente a unos pocos, en detrimento de muchos. Si el sistema democrático puede ser capturado tan fácilmente por grupos organizados que promueven los intereses de la élite, ¿es posible tomar medidas para reducir la desigualdad sin cuestionar la democracia electoral? Para Bell, el modelo electoral de gobierno popular falla en la rendición de cuentas de las élites políticas. Incluso si la democracia electoral funcionase como debería, la igualdad política termina en las fronteras de la comunidad política: los de fuera son olvidados. El problema es que las políticas de un gobierno afectan también a los no votantes, a las generaciones futuras y a los extranjeros. Pero si hay un serio conflicto de intereses entre los votantes y los no votantes, con casi toda la certeza ganará el primer grupo. Por último, en opinión de Bell, la democracia electoral puede exacerbar, en vez de aliviar, el conflicto social. Las campañas negativas son un rasgo de muchas elecciones, en las que los políticos y partidos presentan falsas e infundadas alegaciones para atraer a un mayor número de votantes. En el peor de los casos, los líderes políticos representan los intereses de la mayoría y apelan a la solidaridad étnica y racial para tiranizar a la minoría. En una sociedad compuesta por individualistas competitivos, la ruptura de la armonía social es algo que acaba sucediendo. Yo lucho por mis intereses o mi interpretación del bien común; tú luchas por los tuyos; y que gane el mejor. Los optimistas democráticos proponen soluciones para mejorar un comportamiento que mire hacia el otro y vele por la armonía social. El problema es que no hay nada que impida que los políticos no se beneficien de tales tácticas y hay poco evidencia de que los argumentos de teóricos

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políticos bienintencionados hayan logrado promover un discurso político que evite el individualismo competitivo. El énfasis en las debilidades de la democracia actual no significa, para el autor, un posicionamiento a favor de la meritocracia política frente a la democracia electoral, sino que más bien intenta desacralizar el ideal de “una persona, un voto” intentando mostrar que las democracias electorales no funcionan necesariamente mejor que las meritocracias políticas. Como poco, el estilo de meritocracia política debería ser visto como un gran experimento político con el potencial de remediar algunos de los defectos clave de las democracias. Con este enfoque, es de esperar que Bell argumente que: 1) es bueno para una comunidad política ser gobernada por excelentes líderes; 2) el sistema de partido único de China no está al borde del colapso; 3) el aspecto meritocrático del sistema es parcialmente bueno; y 4) puede mejorase.

Cómo seleccionar buenos líderes Para el autor, qué habilidad importa más para las autoridades públicas, depende del contexto. En los tiempos de guerra incesante, las habilidades físicas eran primordiales. Sin embargo, en el mundo de hoy, las habilidades intelectuales importan más. Un líder político debe comprender argumentos complejos y tomar decisiones basadas en el conocimiento de los últimos acontecimientos y en varias disciplinas interconectadas: la economía, ciencia, relaciones internacionales, psicología, etc. La idea de recurrir a exámenes como mecanismo para buscar talento político puede resultar extraño en Occidente, pero tiene raíces profundas en la cultura política de China. Es cierto que a principios del siglo XX el mundo occidental comenzó a abrazar los exámenes meritocráticos como mecanismos para modernizar el sistema político. Sin embargo, los exámenes se configuraron para funcionarios públicos encargados de implementar las decisiones de los líderes políticos. Hoy, los exámenes para acceder a posiciones gubernamentales en China son más similares a un test de inteligencia con el objetivo de filtrar a aquellos con habilidades analíticas superiores. De hecho, enfatiza Bell, sería bastante improbable que alguien como Sarah Palin o el anterior alcalde de Toronto, Rob Ford, pudieran pasar tal examen. También realizan preguntas políticas, para identificar a candidatos que puedan abordar asuntos complejos desde diferentes perspectivas y no solo a través de unas lentes ideológicas rígidas. Aunque el sistema de exámenes también presente debilidades, en una sociedad de grandes escalas, los exámenes constituyen la mejor forma de identificar a aquellos que no reúnen las habilidades intelectuales necesarias para la toma de decisiones. Es importante que los líderes políticos posean una habilidad intelectual –pero puede que no sea la cualidad más importante–. Es bastante probable que el “nerd académico”, en término acuñado por Bell, no sea un líder político efectivo. Además de la habilidad intelectual, se necesita, sobre todo, habilidad social. En el mundo de los negocios, la empatía es una característica fundamental. El hecho de que los líderes políticos de los grandes países tengan que tratar con un grupo de actores aún mayor que la mayoría de los líderes empresariales significa que puede que las habilidades sociales sean aún más

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importantes en la política. Una de las ventajas de la democracia es que es difícil ser electo sin habilidades sociales superiores. Según el autor, en China los resultados sobre el rendimiento de los líderes a escala local ofrecen un indicador importante sobre las habilidades sociales requeridas para lograr buenos resultados a niveles más altos del gobierno. Sin embargo, dado que el principal indicador de rendimiento es la reducción de la pobreza, hay que introducir formas más objetivas de medir estas habilidades. No obstante, un líder con habilidades intelectuales y sociales superiores puede ser el peor líder posible, ya que puede encontrar la manera de llevar a cabo propósitos inmorales. Por ese motivo, Bell aboga por la virtud como principal cualidad de un líder. La pregunta entonces es cómo se aumenta la probabilidad de seleccionar dirigentes con la motivación de promover el bien para la ciudadanía, y con qué tipo de mecanismos. En las sociedades con una herencia confuciana, la fluidez verbal no está muy bien considerada: mientras que el poder de la oratoria tiene raíces profundas en la historia de Occidente, en el Este asiático el énfasis está en la acción y no en las palabras. En una meritocracia política sin elecciones democráticas y sin tradición de discursos elocuentes, ¿qué mecanismos pueden aumentar las posibilidades de elegir líderes que busquen promover el bien de la ciudadanía? Para el autor, una condición mínima debe ser eliminar cualquier opción de cargo público a aquellos que tengan antecedentes penales. Otra es valorar el voluntariado realizado en zonas rurales remotas y pobres. Además, Bell propone introducir un apartado en el examen que pruebe el conocimiento sobre los clásicos de Confucio e introducir un sistema de evaluación por superiores, pares y subordinados para determinar el carácter moral del candidato, con énfasis en la revisión por pares para que el candidato tenga mayor incentivo en dedicar su tiempo al bien común y no a su proceso de promoción.

Los problemas de la meritocracia, y cómo combatirlos En teoría, la meritocracia política parece una buena idea, siempre que se diseñe para elegir a dirigentes con habilidades y virtudes superiores. Sin embargo, las buenas ideas pueden ser desastrosas si se llevan a cabo por gente imperfecta con diferentes valores e intereses, y compitiendo por recursos escasos. Por la tanto, la pregunta fundamental que se plantea en The China Model es si es posible implementar la meritocracia política sin acabar mal, y si es posible solucionar los desafíos que presenta –de nuevo, con China como referente–. El principal problema que Bell contempla es la corrupción. Si los dirigentes no son escogidos por los ciudadanos, y si la población no puede cambiarlos, ¿qué les impide servir sus propios intereses en lugar de los intereses colectivos? No es sorprendente que la corrupción en China provenga en su mayor parte de los cargos públicos, un verdadero problema político en los últimos años. La principal causa de corrupción es la ausencia de controles independientes del poder del gobierno. En China, la comisión central de inspección disciplinaria del Partido Comunista Chino (PCC) es la principal institución para luchar contra la corrupción. En los últimos años ha actuado de forma enérgica: solo en 2011 investigó 137.859 casos que resultaron en acciones disciplinarias o penas contra cargos del partido –casi cuatro veces

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más que en 1989–. Pero está claro que se necesitan cambios substanciales si se quiere evitar que la corrupción represente una amenaza para la supervivencia del régimen. Por eso, para Bell, el primer paso sería institucionalizar una agencia anti-corrupción independiente, como existe en Hong Kong, comenzando con instituciones independientes en los niveles inferiores del gobierno; y esto dado la dificultad de monitorear a oficiales en un país tan vasto y diverso como China. La segunda causa de corrupción se encuentra en el control estatal de la economía y el proceso de privatización del país, que aumenta las actividades de captación de renta. En una economía público-privada, los oficiales tienen el poder de vetar y aprobar peticiones de adquisición de tierras y proyectos de construcción. Las empresas estatales, por su parte, luchan para mantener su posición de monopolio, y gastan mil millones de dólares para distribuir y avanzar sus agendas. Una medida drástica sería limitar la interacción social entre cargos públicos y del mundo empresarial. Las políticas que introduzcan más competición en los mercados también podrían ayudar a reducir la corrupción. Además, lo que parecen prácticas corruptas deberían legalizarse: es decir, establecer límites e indicaciones claras sobre los regalos que pueden recibir los dirigentes. La tercera causa de corrupción son los bajos salarios de los cargos públicos. El salario anual del Presidente de China Xi Jinping es de $19.000, mientras que el del Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, es de $400.000. El anterior presidente, Wen Jiabao, cobraba un salario similar al actual y eso no le impidió a su familia acumular una riqueza de $2.7 mil millones. Por ese motivo, emulando el sistema de Singapur, que ofrece salarios competitivos con el sector empresarial, Bell propone una subida de sueldos para reducir la tentación de prácticas corruptas. Sin embargo, el dinero por sí solo no basta para disuadir la corrupción: la ética también es importante. Esto lleva a Bell a proponer que se reviva el confucianismo en la educación de cargos públicos. El segundo problema que Bell observa con la meritocracia política es la osificación. El ideal meritocrático es que cada uno tenga las mismas oportunidades para acceder a un cargo público, independientemente de sus orígenes. Sin embargo, en China las jerarquías políticas cada vez están más compuestas de una pequeña élite, lo cual genera varios problemas. En primer lugar, se está perdiendo talento en el proceso de selección. En segundo lugar, una élite política convencida de ser elegida por su inherente superioridad puede acabar mirando con desprecio a al resto. Para corregir esta situación, Bell aboga por reducir la diferencia de salarios y oportunidades, de forma que aquellos que provienen de familias adineradas tengan menos oportunidades en una competición meritocrática por el poder. Y es que la meritocracia política depende en un alto grado de una economía igualitaria. No obstante, incluso si los líderes provienen de diferentes entornos, existe el problema de osificación si siguen siendo seleccionados mediante definiciones rígidas de mérito. Por esa razón, el autor de The China Model defiende que el PCC promueva múltiples opciones de alcanzar las posiciones de máximo liderazgo basadas en diferentes ideas de mérito.

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Por último, la meritocracia política se encuentra con el problema de la legitimidad. Puede que sea más fácil justificar un gobierno fuerte cuando la mayor parte de los líderes y ciudadanos comparten la prioridad clave: la eliminación de la pobreza. ¿Pero qué sucede después de que el gobierno consiga con éxito asegurar el bienestar material básico de la población? A largo plazo, a medida que aumenta la variedad y complejidad de intereses, también crecerá la necesidad de reemplazar la estructura monopolística de intereses por una estructura competitiva. A corto plazo, no es probable que el buen rendimiento de los líderes asegure por sí solo la estabilidad del país, por lo que será más necesaria la opinión de la ciudadanía en forma de participación institucionalizada. Por supuesto, el sistema meritocrático también necesita ser más transparente, para que los ciudadanos tengan una mejor comprensión del sistema y mayor respeto por aquellos que lograron pasar una criba ultra-competitiva de selección de talentos. De momento, el enfoque chino hacia las reformas políticas necesarias se ha centrado en una versión de un modelo vertical de meritocracia democrática, con democracia en el nivel inferior, donde los líderes son electos por la población; con experimentación en el nivel medio, donde se prueban políticas a escala regional que pueden ser aplicadas posteriormente al resto del país; y meritocracia en el nivel superior. En algún momento no tan lejano, este enfoque que el autor define como “el modelo chino” tendrá que introducir la libertad de expresión, la democracia en niveles más altos de gobierno y mayor independencia en las organizaciones sociales. Para Bell, el modelo chino de meritocracia en el nivel superior del gobierno y democracia en el nivel inferior es la mejor manera de conciliar meritocracia política y democracia electoral en un vasto país como es China. Y, aunque existe una gran brecha entre la teoría y la realidad de la meritocracia en China, si el país lleva a cabo las reformas propuestas, es posible que reduzca esa brecha sin tener que recurrir a la democracia electoral en el gobierno central.

La extensión del modelo chino Ahora bien, ¿es posible exportar este modelo? La principal limitación que encuentra el autor es que el modelo de China es el producto híbrido de la historia del país. La democracia electoral se inventó y se tomó prestada de Occidente y la experimentación a escala local se llevó a cabo en la China imperial, pero fue el PCC el que la sistematizó. La idea y práctica de la meritocracia política es central en la cultura de China y se restableció de nuevo en la era de reformas. Según Bell, se trata de un modelo que puede funcionar en un país vasto y diverso, comprometido con un desarrollo económico y social pacífico bajo el liderazgo de figuras seleccionadas meritocráticamente. Pero las diferentes facetas de su modelo en función del rango de gobierno también pueden ser adoptadas de forma selectiva por países con otras realidades. De hecho, subraya Bell, las cualidades positivas de los líderes políticos en los sistemas meritocráticos pueden inspirar las preferencias de votantes en sistemas democráticos. Sin embargo, quizás la mayor esperanza para los defensores de la meritocracia política es el hecho de que muchos países tienen que consolidar aún su democracia electoral en el nivel superior de gobierno. En estos casos, China puede

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ayudarles a poner en práctica reglas meritocráticas. En última instancia, concluye Bell, la meritocracia política de China solo funcionará como “poder blando” si el país establece un buen modelo para otros. En otras palabras: debe practicar la meritocracia en casa.

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