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Resumen del pensamiento del autor El método El descubrimiento y la justificación de un nuevo método, que esté fundado en la unidad y la simplicidad de la razón y sea aplicable a todos los campos del saber, va a ser la primera y principal preocupación de Descartes. Un método para la invención y el descubrimiento y abierto a todos, que participan de la razón y del sentido común. El método matemático es un buen ejemplo para lo que busca, pero no se trata de tomarlo ciegamente, sino de probar previamente su valor universal y de justificarlo. El método propuesto por Descartes consiste en un conjunto de reglas ciertas y fáciles: 1) no admitir nada como verdadero que no se sepa con evidencia que lo es, 2) dividir cada dificultad en cuantas partes sea posible y requiera su solución, 3) conducir ordenadamente los pensamientos desde los más simples y fáciles de conocer a los más complejos y 4) hacer recuento y revisión para estar seguro de no omitir nada.
M é t o d o . Es el camino propuesto por Descartes para descubrir la verdad. Se basa en que todos los seres humanos participan de la razón y del sentido común, en que todos son seres racionales. El método cartesiano se funda en no admitir ninguna cosa que no se haya probado evidentemente como verdadera. A partir de estas verdades iniciales intuidas se deduce el resto del conocimiento.
La duda metódica y la evidencia del sujeto pensante Descartes busca una verdad que pueda ser creída por sí misma y de la que las demás se deriven deductivamente aplicando el método. Este afán de claridad y de precisión, de encontrar un conocimiento cierto, verdadero, más allá de toda duda, le lleva a plantear la duda metódica: es necesario dudar (suspender el asentimiento) de todo y considerar provisionalmente como falso todo lo que es posible poner en duda. Esto no significa que no exista nada o que nuestra razón no pueda conocer nada con seguridad, sino que es el paso previo para comenzar a buscar la verdad sin que con el conocimiento se mezclen juicios erróneos o superfluos. La duda es absoluta y universal, alcanza a todo el saber, pero no es escéptica ni nihilista, porque no niega que se pueda conocer la verdad o que exista algo. Solo a partir de ella surge la verdad. Puedo dudar de todo, pero de lo que no es posible dudar es de que soy un sujeto que piensa, porque, al dudar, es cierto que pienso. Incluso aunque todo lo que piense o sobre lo que dude no exista, es indudable que pienso, y, por tanto, existo. Este es el significado de la conocida frase de Descartes «Pienso, luego existo». Esta es la evidencia primera, la primera idea clara y distinta. Sobre esta certeza, que es originaria y necesaria, se ha de fundar cualquier otro conocimiento.
Las ideas y sus clases La primera verdad es, pues, que existe un sujeto que piensa, pero no se puede asegurar nada más, por ejemplo, la existencia del mundo exterior (de nuestro propio cuerpo), luego el hombre quedaría encerrado en la interioridad del yo. Para
D u d a . Es el fundamento de la filosofía de Descartes. Este pretende alcanzar un conocimiento verdadero, más allá de toda duda. La duda es universal, porque se aplica a todo el saber que la razón no haya examinado y reconocido como verdadero, y es metódica, en el sentido de que no es escéptica, no niega que exista la verdad, sino que, como primer paso del método, pretende evitar que se consideren verdaderos juicios dudosos y así poder alcanzar un conocimiento absoluto y seguro. S u j e t o . Es el ser humano considerado en tanto que ser que piensa. En la búsqueda de una primera verdad más allá de toda duda, Descartes se reconoce como un sujeto que piensa, pues, aunque lo que piense sea falso, es cierto que piensa. El atributo del sujeto es, por tanto, el pensamiento. El cuerpo no forma parte del sujeto, sino que es una sustancia distinta, aunque en el caso del hombre está estrechamente unida al alma, a la razón. El pensamiento, igual que el cuerpo, también es una sustancia.
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abrirse al mundo, el sujeto solo cuenta con las ideas, que son el objeto del pensamiento y, por ello, indudables (aunque no sé si existe mi cuerpo, sí tengo la idea de cuerpo). Toda idea tiene una realidad subjetiva, mental, aunque no por ello tiene una realidad objetiva. Examinando las ideas con el objetivo de romper el aislamiento del sujeto, Descartes distingue tres clases: 1) innatas, que forman parte del pensamiento, y, por tanto, no provienen de la experiencia ni se construyen a partir de otras ideas; 2) adventicias, que parece que provienen de la experiencia (aún no se ha demostrado la existencia de ninguna realidad exterior al sujeto) y 3) facticias, las construidas a partir de otras ideas (por ejemplo, en el texto que analizaremos habla de la quimera). Solo a partir de las ideas innatas es posible demostrar que existe aluna realidad distinta del sujeto, pues ni sabemos si existe la realidad exterior ni si las ideas construidas son ciertas.
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I d e a . En Descartes, las ideas son el objeto del pensamiento y como tales ideas indudablemente existen en él, aunque esto no quiere decir que se correspondan con una realidad exterior. Son representaciones del sujeto, no cosas del mundo externo. Se dividen en innatas, adventicias y facticias. A partir de las ¡deas innatas, de la idea innata de infinito, el sujeto supera el aislamiento demostrando la existencia de Dios y, a través de este, del mundo.
La existencia de Dios y del mundo La demostración de la existencia de Dios parte de la idea innata de infinito: yo, que soy un ser finito, tengo en mí la idea de infinito, pero esta idea no puede provenir de un ser finito, de mí, sino de un ser infinito; luego, tal ser infinito ha de existir independientemente de mí. Descartes acaba de deducir la sustancia infinita, cuyo atributo es la infinitud. Para demostrar la existencia del mundo exterior al sujeto (incluso de mi propio cuerpo), Descartes recurre a Dios, que acabamos de demostrar que existe, como garantía de que las ideas que tengo en mí del mundo exterior provienen de un mundo que existe realmente fuera de mí, pues Dios no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe. Esta es la deducción de la sustancia corpórea, cuyo atributo es la extensión (tiene dimensiones y es divisible).
S u s t a n c i a . Según Descartes, es aquello que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir. De acuerdo con esta definición, solo Dios sería verdaderamente sustancia, pero Descartes propone la existencia de tres: la sustancia Infinita, omnisciente y creadora (Dios), la sustancia pensante (el alma, la mente, el espíritu del hombre), que no tiene partes, y la sustancia extensa (nuestro cuerpo y los cuerpos en general), divisible.
El problema del hombre y la libertad El hombre, a diferencia de los animales, tiene un alma racional, que está estrechamente relacionada con su cuerpo. Pero el cuerpo y el alma son sustancias distintas con propiedades distintas. Mientras que el alma, la razón, se caracteriza por pensar, el cuerpo es una realidad extensa, es una máquina que, como los animales, está sometida al férreo mecanicismo del mundo físico. Así surge un grave problema para explicar la comunicación entre ambas sustancias. Según Descartes, esa relación se establece a través de la glándula pineal, en la que el alma tiene su sede. El alma sufre la influencia de las pasiones, que son involuntarias y causadas por el cuerpo, y que pueden impedir que el hombre actúe racionalmente. El progresivo dominio de la razón permite que el hombre llegue a ser dueño de su voluntad y haga uso de la libertad, que no consiste en elegir arbitrariamente entre varias acciones posibles (libertad de indiferencia), sino en elegir y actuar de acuerdo con la razón.
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El texto y el autor El texto que vamos a analizar pertenece al Discurso del método, obra en la cual Descartes examina el conocimiento para tratar de liberarlo de los errores y de los contenidos superfluos debidos al gran número de personas que intervienen en su conformación y, sobre todo, a la admisión de muchos principios dudosos. En concreto, comentaremos las partes II y IV; en la primera de ellas expone el método que es necesario seguir para evitar esos errores, mientras que en la segunda, después de poner en duda todo el conocimiento, llega a una verdad incontrovertible, el sujeto pensante, a partir de la que se demuestra la existencia de Dios y del mundo. Esta es una obra amena en la que Descartes nos va contando en primera persona las circunstancias personales que le impulsaron a emprender su redacción y a elaborar su filosofía, y hace un recorrido por los aspectos fundamentales de su pensamiento. Descartes es el pensador que inaugura la Modernidad, en la que la reflexión filosófica se concentra en torno a la noción de sujeto. Dios, omnipresente en la visión teocéntrica medieval, es desplazado por el hombre, entendido como sujeto racional, razón que todos los hombres comparten y que permite alcanzar la verdad. La cuestión está en saber usarla bien. Por esto, lo primero que busca Descartes son garantías contra el error. Esta es la función del método. Poner en duda las opiniones recibidas es el primer momento del método. En el conocimiento logrado en su época, Descartes detecta que, mezcladas con el verdadero saber, hay multitud de opiniones dudosas y otras superfluas. Por ello, la primera labor del filósofo es limpiar el terreno para levantar sobre él, de nuevo, el edificio del conocimiento. Esa limpieza consiste en desechar nuestros prejuicios, nuestras opiniones dudosas. En definitiva, Descartes nos presenta un proyecto de reforma completa del saber. En este sentido se han de interpretar sus comparaciones del conocimiento con un edificio, una ciudad y un Estado. Si rechazamos las opiniones dudosas es porque tenemos un criterio sobre lo que es verdadero: la evidencia. La razón intuye sin ninguna duda que un juicio es verdadero. Como señala más adelante, ya en la parte IV, los sentidos no nos proporcionan seguridad, pues algunas veces nos engañan; luego, solo la razón conoce la verdad. A partir de estas verdades intuidas, y aplicando el método, que descompone los problemas complejos (análisis) y, una vez comprobadas las partes simples, los recompone de nuevo (síntesis), y aplicando sobre ellas la deducción se alcanza el conocimiento verdadero. Rechazada la información de los sentidos, la existencia de la realidad e incluso la certeza de las matemáticas, Descartes descubre la verdad indudable de que es un sujeto que piensa, aunque lo que piense sea falso, y, por tanto, existe. Este es el principio del conocimiento, y a partir de él demuestra la existencia de Dios, como ser infinito, y del mundo, cuya existencia la garantiza la bondad divina.
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Evidencia. Es el criterio de verdad planteado por Descartes. Una proposición es verdadera cuando la razón intuye que lo es; dicho de otra manera, cuando la razón concibe de forma clara y distinta sin ningún género de duda que tal proposición es verdadera. La evidencia es, por tanto, un acto del pensamiento, de la razón, no de los sentidos, pues estos nos engañan.
10. Guía de lectura El texto que te presentamos a continuación pertenece a la obra Discurso de. método, y h a n sido seleccionados fragmentos correspondientes a la 2S y 4~ parte de este libro. En la segunda parte Descartes ve conveniente abandonar todas las opiniones que hasta entonces había aceptado, porque tenían muy diverso origen y aquellas que proceden de uno solo son más perfectas porque tienden al mismo fin. Toma come norma no aceptar más que aquellas opiniones que han sido sometidas al juicio de la razón y establece cuatro reglas para dirigir bien nuestro pensamiento. Inmediatamente postula el modelo matemático ("esas largas cadenas de trabadas razones simples v fáciles" de los geómetras) y está admitiendo un presupuesto no demostrado: acepta que la razón es un instrumento infalible y que si se la usa bien puede alcanzar cualquier verdad. El método matemático incluye unas verdades generales intuidas y nc demostradas (axiomas) y tiene la ventaja de poder utilizar en las demostraciones posteriores todas las verdades ya descubiertas (teoremas). Lo que más le gusta del método es que usa la razón de la manera más eficaz posible y la acostumbra a estudiar los objetos muy clara y distintamente, es decir, con evidencia. El método vale para todas las ciencias, pero como las demás ciencias toman sus principios de la filosofía, lo que hay que hacer es usar el método para fundamentar los principios de la filosofía. En la cuarta parte, Descartes establece la duda metódica como instrumento para alcanzar la seguridad en nuestros pensamientos y detalla los motivos de duda. De esta manera nos hace ver que no podemos estar seguros de nada y parece caer en el escepticismo. Pero inmediatamente encuentra la primera verdad ("pienso, luego soy"), que le sirve como primer principio (primer axioma) de la filosofía que buscaba, su mathesis universalis. Deduce a partir del cogito la noción del yo, como sustancia cuya naturaleza entera consiste en pensar. Analizando después la proposición "pienso, luego soy" encuentra la evidencia como criterio de verdad. Demuestra después la existencia de Dios y lo utiliza como un Deus ex machina para garantizar que las ideas evidentes son verdaderas.
I Bloque II: Filosofía moderna
Texto comentado Discurso del método,II- IV SEGUNDA PARTE
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Me encontraba entonces en Alemania, país al que había sido atraído con ocasión de unas guerras que aún no han finalizado. Cuando retornaba hacia la armada, despues de haber presenciado la coronación del emperador, el inicio del invierno me obligó a detenerme en un cuartel en el que, no encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por otra parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me inquietasen, permanecía durante todo el día en una cálida habitación donde disfrutaba analizando mis reflexiones. Una de las primeras fue la que me hacía percatarme de que frecuentemente no existe tanta perfección en obras compuestas de muchos elementos y realizadas por diversos maestros, como existe en aquellas otras que han sido ejecutadas por uno solo. Así es fácil apreciar que los edificios emprendidos y construidos bajo la dirección de un mismo arquitecto son generalmente más bellos y están mejor dispuestos que aquellos otros que han sido reformados bajo la dirección de varios, sirviéndose para ello de viejos cimientos levantados con otros fines. También éste es el caso de esas viejas ciudades que, no habiendo sido en sus inicios sino pequeños burgos, han llegado a ser con el tiempo grandes ciudades; están generalmente muy mal trazadas si las comparamos con esas otras ciudades que un ingeniero ha diseñado según le dictó su fantasía sobre una llanura. Y si bien, considerando cada uno de los edificios aisladamente, se encuentra tanta belleza artística o aún más que en las ciudades trazadas por un ingeniero, no obstante, al comprobar cómo los edificios de las viejas ciudades están emplazados, uno pequeño junto a uno grande, y cómo sus calles son desiguales y curvas, podría afirmarse que ha sido la casualidad y no la voluntad de unos hombres regidos por una razón la que ha dirigido el trazado de estos planos. Y, sin embargo, si se considera que siempre han existido oficiales encargados del cuidado de los edificios particulares, con el fin de que contribuyan al ornato público, fácilmente se comprenderá cuan difícil es, trabajando sobre obras realizadas por otros hombres, finalizar algo perfecto. De igual modo imaginé que los pueblos que a partir de un estado semisalvaje han evolucionado paulatinamente hacia estados más civilizados, elaborando sus leyes en la medida en que se han visto obligados por críme-
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Comentario Como puedes ver, el Discurso del método está escrito en primera persona. como una autobiografía en la que Descartes nos desvela las circunstancias personales e intelectuales en las que se encontraba al emprender su redacción. Esto permite que su lectura sea amena y, unido a que originalmente está escrito en francés (cuando la lengua científica de referencia era el latín), favorece su divulgación.
Comerrtario Descartes comienza comparando el estado de confusión y desorganización del saber en su época con un edificio en el que durante su construcción han intervenido varios arquitectos, con lo que su perfección y belleza se resienten, y con una ciudad que ha ido creciendo desordenadamente a lo largo del tiempo sin responder a un plan diseñado por un ingeniero. A continuación, y en el mismo sentido, lo compara con la estructura de un estado cuyas leyes se han ido promulgando según las necesidades ele cada momento, a diferencia de Esparta, cuyas leyes, al ser redactadas por un solo hombre, responden a un mismo fin.
:>; : - - :". ':: nes y disputas que entre ellos surgían, no están política45 mente organizados como aquellos que, desde el momento en que se han reunido, han observado la constitución realizada por algún prudente legislador. Es igualmente cierto que el estado de la verdadera religión, cuyas leyes han sido dadas únicamente por Dios, está incomparable50 mente mejor regulado que cualquier otro. Pero, hablando solamente de los asuntos humanos, pienso que si Esparta fue en otro tiempo muy floreciente, no se debió a la bondad de cada una de sus leyes, pues muchas eran verdaderamente extrañas y hasta contrarias a las buenas cos55 tumbres, sino a que fueron elaboradas por un solo hombre y estuvieron ordenadas a un mismo fin. Así pensé que las ciencias expuestas en los libros, al menos aquellas cuyas razones solamente son probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y progresiva6o mente engrosadas con las opiniones de muchas y diversas personas, no están tan cerca de la verdad como los simples razonamientos que un hombre dotado de buen sentido puede naturalmente realizar en relación con aquellas cosas que se presentan. Es más, también consideré que 65 es casi imposible que nuestros juicios puedan estar tan carentes de prejuicios o que puedan ser tan sólidos como lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos estado en posesión del uso completo de nuestra razón y nos hubiésemos guiado exclusivamente por ella, pues 70 como todos hemos sido niños antes de llegar a ser hombres, ha sido preciso que fuéramos gobernados durante años por nuestros apetitos y preceptores, cuando, con frecuencia, los unos eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros nos aconsejaban lo mejor.
Comentarario El conocimiento humano está en la misma situación que los edificios, las ciudades y los Estados en cuya creación intervienen muchos hombres, tan confuso que es imposible afirmar nada con certeza. Descartes, no obstante, distingue las ciencias compuestas ele proposiciones (o juicios) demostrables con razones ciertas, por ejemplo, las matemáticas, en las que sí cabe hallar verdades, de aquellas otras, por ejemplo y sobre todo, la filosofía, no demostrables y solo apoyadas en argumentos probables, en las que la confusión de opiniones es total. El desconcierto tiene dos causas, que actúan desde la infancia: los prejuicios que arrastramos por nuestra educación poco rigurosa y los apetitos que desvían nuestra razón.
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Verdad es que jamás vemos que se derriben todas las casas de una villa con el único propósito de reconstruirlas de modo distinto y de contribuir a un mayor embellecimiento de sus calles; pero sí se conoce que muchas personas ordenan el derribo de sus casas para edificarlas de 80 nuevo y también se sabe que, en algunas ocasiones, se ven obligadas a ello cuando sus viviendas amenazan ruina y sus cimientos no son firmes. Por semejanza con esto me persuadí de que no sería razonable que alguien proyectase reformar un Estado, modificando todo desde sus c¡85 mientes y abatiéndolo para reordenarlo; sucede lo mismo con el conjunto de las ciencias o con el orden establecido en las escuelas para enseñarlas. Pero en relación con todas aquellas opiniones que hasta entonces habían sido creídas por mí, juzgaba que no podía intentar algo mejor 90 que emprender abiertamente y a la vez la supresión de las
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mismas, bien para pasar a creer otras mejores o bien las mismas, pero después de que hubiesen sido ajustadas mediante el nivel de la razón. Llegué a creer con firmeza que de esta forma acertaría a dirigir mi vida mucho mejor que s¡ me limitase a edificar sobre antiguos cimientos y me apoyase solamente sobre aquellos principios de los que me había dejado persuadir durante mi juventud sin haber llegado a examinar si eran verdaderos. Aunque me percatase de la existencia de diversas dificultades relacionadas con este proyecto, pensaba, sin embargo, que no eran insolubles ni comparables con las que surgen al intentar la reforma de pequeños asuntos públicos. Estos grandes cuerpos políticos muy difícilmente pueden ser erigidos de nuevo cuando ya han caído, muy difícilmente pueden ser mantenidos cuando han llegado a agrietarse y sus caídas son necesariamente violentas. Además, en relación con sus imperfecciones, si las tienen, como la sola diversidad que entre ellos existe es suficiente para asegurar que bastantes la tienen, han sido sin duda alguna muy mitigadas por el uso; es más, por este medio se han evitado o corregido de modo gradual muchas de sus imperfecciones a las que no se atendería de forma tan adecuada mediante la prudencia humana. Finalmente, esas Imperfecciones son casi siempre más soportables para un pueblo habituado a ellas de lo que sería su cambio; acontece con esto lo mismo que con los caminos reales: serpean entre las montañas y poco a poco llegan a estar tan lisos y a ser tan cómodos, a fuerza de ser utilizados, que es mucho mejor transitar por ellos que intentar seguir el camino más recto, escalando rocas y descendiendo hasta los precipicios.
Por todo ello no aprobaría en forma alguna esos caracteres ligeros e inquietos que no cesan de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han sido llamados a la administración de los asuntos públicos ni por su naci125 miento ni por su posición social. Y si llegara a pensar que se dio la menor razón en este escrito por la que se me pudiera suponer partidario de esta locura, estaría muy enojado por haber permitido su publicación. Mi deseo nunca ha ¡do más lejos del intento de reformar mis propias opiniones 130 y de construir sobre un cimiento enteramente personal. Y si mi trabajo me ha llegado a complacer bastante, al ofrecer aquí el ejemplo del mismo, no pretendo aconsejar a nadie que lo imite. Aquellos a los que Dios ha distinguido con sus dones podrán tener proyectos más elevados, pero me 135 temo, no obstante, que éste resulte demasiado osado para muchos. La resolución de liberarse de todas las opiniones anteriormente integradas dentro de nuestra creencia no es
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Comentario Una vez expuesto el estado calamitoso del conocimiento en su época, Descartes declara abiertamente su proyecto de reforma, que consiste en revisar todo el saber para eliminar de él todo aquello que se ha admitido sin un examen suficiente y edificarlo de nuevo sobre unos cimientos más sólidos, sobre verdades indudables. Aunque la clave del pensamiento de Descartes está en determinar qué se considera verdadero: como él dice, lo que ha sido considerado como tal por la razón. Descartes es racionalista porque considera que el criterio de verdad es la razón, y desconfía de los sentidos porque pueden ser fuente de errores.
Comentario Descartes, por su propio temperamento y por evitar que se le confunda con un «revolucionario» o con un hereje, señala que esta reforma que va a emprender es solo una tarea personal, e incluso considera que no todos los hombres están preparados para afrontar este trabajo, sea, como dice en este párrafo, porque se consideran más capacitados de lo que realmente están, sea porque solo pueden guiarse por las opiniones de otros.
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una labor que deba ser acometida por cada hombre. Por el contrario, el mundo parece estar compuesto principalmente de dos tipos de personas para las cuales tal propósito no es adecuado en modo alguno. Por una parte, aquellos que estimándose más capacitados de lo que en realidad son, no pueden impedir la precipitación en sus juicios ni logran concederse el tiempo necesario para conducir ordenadamente sus pensamientos. Como consecuencia de tal defecto, si en una ocasión se toman la libertad de dudar de los principios que han recibido, apartándose de la senda común, jamás llegarán a encontrar el sendero necesario para avanzar más recto, permaneciendo en el error durante toda su vida. Por otra parte están aquellos que, teniendo la suficiente razón o modestia para apreciar que son menos capaces para distinguir lo verdadero de lo falso que otros hombres por los que pueden ser instruidos, deben más bien contentarse con seguir las opiniones de éstos que intentar alcanzar por sí mismos otras mejores. Sin duda alguna hubiera sido uno de estos últimos si no hubiera conocido más que un solo maestro o no hubiera tenido noticia de las diferencias que siempre han existido entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo conocido desde el colegio que no podría imaginarse algo tan extraño y poco comprensible que no haya sido afirmado por alguno de los filósofos; habiendo tenido noticia por mis viajes de que todos aquellos cuyos sentimientos son muy contrarios a los nuestros, no por ello deben de ser juzgados como bárbaros o salvajes, sino que muchos de entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que nosotros; habiendo reflexionado sobre cuan diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio fuese criado desde su infancia entre franceses o alemanes, en vez de haberlo sido entre chinos o caníbales, y sobre cómo hasta en las modas de nuestros trajes observamos que lo que nos ha gustado hace diez años y acaso vuelva a producirnos agrado dentro de otros diez, puede, sin embargo, parecemos ridículo y extravagante en el momento presente, de modo que más parece que son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden y no conocimiento alguno cierto; habiendo considerado finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto para decidir sobre la verdad de cuestiones de difícil indagación, pues más verosímil es que sólo un hombre las descubra que todo un pueblo, no podía escoger persona alguna cuyas opiniones me pareciese que debían ser preferidas a las de otra y me encontraba por todo ello obligado a emprender por mí mismo la tarea de conducirme.
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Comentario Descartes observa la variedad de los saberes y de las costumbres, y reconoce, si queremos implícitamente, que el escepticismo y el relativismo tienen cierta base, al menos si no profundizamos en la búsqueda de la verdad, que no se puede hallar en el acuerdo entre las opiniones ni él encuentra el modo de optar por una concreta. Por ello, emprende la tarea de buscarla por sí mismo.
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Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos, me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por 190 completo alguna de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método 195 con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.
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Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las matemáticas, el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté de que en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro cuestiones ya conocidas o también, como sucede con el arte de Lulio, contribuyen más a hablar sin juicio de aquellas cosas que se ignoran que a investigarlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con éstos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos; de modo que es tan difícil distinguir unos de otros, como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no se refieren si no a muy abstractas materias, que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercitar el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte confuso y oscuro, capaz de distorsionar el ingenio, en vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa de que pensase que era preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve de excusa para los vicios, de tal forma que un estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.
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Comentario A partir de este punto, Descartes centra el tema que aborda en esta parte del Discurso en el método, es decir, en el establecimiento de una serie de reglas ciertas y de fácil aplicación mediante las cuales, si las seguimos paso a paso y partimos de proposiciones evidentes, verdaderas, alcancemos infaliblemente la verdad. El método tiene como objeto superar el relativismo y el escepticismo y eliminar de las ciencias los principios superfluos y los erróneos.
Comentario Si recordamos, Descartes había distinguido las ciencias demostrables con razones ciertas de las que utilizan argumentos solo probables, como la filosofía. Esas ciencias son la lógica y las matemáticas (la geometría y el álgebra), cjue si bien son útiles, también están llenas de errores y de principios superfluos, además de ser excesivamente abstractas. Por tanto, sus métodos no son válidos y es preciso buscar otro que se reduzca a una pocas (cuatro) reglas sencillas, para evitar confusiones.
Descartes El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la 235 prevención y admitir exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda. El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y 24o necesario para resolverlas más fácilmente. El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, y supo245 niendo también orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros. Según el último de estos preceptos, debería siempre realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada. 250
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Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de Imaginar que todas las cosas que caen bajo el conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuáles era necesario iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No perseguía utilidad alguna si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse con falsas razones. Ahora bien, no llegué por ello a tener el deseo de conocer todas las ciencias particulares, comúnmente conocidas como matemáticas; y viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo todas estas ciencias tienen en común el considerar solamente las diversas relaciones y posibles proporciones que en los mismos se dan, juzgué que poseía un interés mayor que
Comentario La primera regla del método, el primer precepto, es no admitir ninguna proposición, ningún juicio, que no sea evidente; es decir, que no se conciba de forma clara y distinta. Claro es todo aquello que se presenta a nuestra razón nítidamente, podríamos decir, en todos sus detalles, y distinto, lo que no se confunde con ninguna otra cosa. Concebido de esta forma, no queda lugar a la duda, y ese juicio es verdadero. La evidencia será el nuevo criterio de verdad sostenido por Descartes, y consiste en que nuestra razón, y solo nuestra razón (es preciso rechazar los sentidos y la imaginación), concibe, intuye, directamente que un juicio es verdadero sin ningún género de duda. Lo que caracteriza a la evidencia es que elimina la duda. La segunda regla del método es el análisis, que consiste en descomponer los problemas en las partes más simples posibles para poder comprobar su verdad, su evidencia. La tercera es la síntesis, que consiste en, una vez comprobada la verdad de las partes, reconstruir el problema recorriendo ordenadamente el camino de lo más simple hasta lo más complejo. Finalmente, solo nos queda revisar todos los pasos de nuestra demostración y comprobar que no hemos olvidado nada.
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Este método, inspirado en la geometría, puede servir de modelo para todo el saber. Si lo aplicamos correctamente, admitiendo solo lo que es indudable y siguiendo el método ordenadamente, no puede haber nada que no podamos conocer.
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examinase solamente las proporciones en general y en relación solamente con aquellos objetos que servirían para hacerme más cómodo su conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor a todos aquellos a los que pudieran convenir. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria, estimé que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban en líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera presentar con mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante cifras, lo más breves que fuera posible. Por este medio entendía que asumía lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una de estas ciencias mediante los procedimientos de la otra. Y como, en efecto, la exacta observancia de estos preceptos que había seleccionado me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones tratadas por estas dos ciencias, que en dos o en tres meses que empleé en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más generales y siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones por qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas pertinentes, puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar exactamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética. Pero lo que me producía más agrado de este método era que, siguiéndolo, estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que estaba a mi alcance. Por otra parte,
Anotaciones
Comentario. Descartes, que ha tomado por modelo del saber las matemáticas, empieza por aplicar su método en este campo, pues en él se han alcanzado, señala, algunos juicios ciertos y evidentes, verdaderos. El éxito es rotundo, pues el método se adapta perfectamente a las reglas de las matemáticas.
Descartes 325 me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y, puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias, 330 al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiendo apreciado que sus prin335 cipios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que esto era lo más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que 340 más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no se hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las 345 malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más.
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CUARTA PARTE No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones seguir opiniones muy inciertas tal y como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal y como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro
Anotaciones
Comentario Esta aplicación del método a las matemáticas permitió a Descartes perfeccionar su manejo y habituarse a utilizar la razón rigurosamente (ya que solo la razón puede proporcionar un conocimiento evidente, verdadero), pero aún no se sentía preparado para aplicarlo a la filosofía, en la que no encuentra ningún principio seguro.
Comentario Aunque en el ámbito de la moral, de las costumbres, Descartes admita la necesidad de seguir las opiniones inciertas, retoma la aplicación del método, rechazando todo lo dudoso, en la búsqueda de una verdad que pueda ser creída por sí misma y de la que se deriven las demás deductivamente. El afán de claridad y de precisión le lleva a plantear la duda metódica: es necesario dudar de todo y considerar provisionalmente como falso todo lo que es posible poner en duda. Es una duda absoluta, no escéptica, pues, tomada como punto de partida, se espera hallar la verdad. El escepticismo, por el contrario, niega la verdad.
estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerando que hasta los pen375 samientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando estamos dormidos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de 380 mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las 385 más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin temor alguno de errar como el primer principio de la filosofía que yo indagaba. Posteriormente, examinando con atención lo que yo 390 era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evi395 dente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o 400 naturaleza reside en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque 405 el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto ella es. Analizadas estas cuestiones, reflexioné en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensé que 4io también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome percatado [de] que nada hay en pienso, luego soy, que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que, para pensar, es necesario ser, juzgué que podía admitir como regla general que las cosas 415 que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente.
Anotaciones
Comentario ¿Hasta dónde alcanza la duda? En primer lugar, a los sentidos, pues, como alguna vez nos engañan (por ejemplo, los espejismos), no nos podemos fiar de ellos. Pero tampoco de las matemáticas, pues muchos se equivocan hasta en las operaciones más sencillas. Incluso podría suceder que estuviésemos confundiendo la realidad con el sueño. En resumen, todo es dudoso y debe ser considerado falso. Pero, en este estado, surge la primera evidencia: yo, que pienso, existo. Aunque lo que piense no exista, no se puede dudar de que estoy pensando ni, por tanto, de que existo. Este es el primer principio de la filosofía, la verdad sobre la que se puede levantar el edificio del conocimiento. Comentarioo• La naturaleza del sujeto es puramente racional, no es un cuerpo. En tanto que pienso, que dudo, me reconozco indudablemente como un sujeto que piensa, pero no como un cuerpo. La realidad queda dividida en dos ámbitos: la sustancia pensante, el sujeto, y la sustancia corpórea, la materia. Sustancia es, en Descartes, aquello que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Pero de momento, solo sabemos que existe el sujeto pensante, no la materia. Sigamos adelante.
Comentario Como ya comentamos al hablar de las reglas del método, el criterio de verdad es la evidencia, que yo intuya de forma clara y distinta, sin ningún género de duda, que una proposición es verdadera. En el descubrimiento de la primera verdad incontrovertible tiene su origen dicho criterio.
Descartes
A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y 420 que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto, pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de al425 guna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de otros seres que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no me preocupaba en igual forma por conocer de dónde provenían puesto que, no constatando 430 nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mí. Pero no po435 día opinar lo mismo de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era manifiestamente imposible y puesto que no hay repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existente en 440 que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y también que tuviese en sí todas las perfecciones 445 de las cuales yo podía tener alguna ¡dea, es decir, para explicarlo con una palabra, que fuese Dios. A esto añadí que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era nece450 sariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con Independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, 455 hubiese podido, por la misma razón, tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de 460 realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna ¡dea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ¡deas que indican imperfec465 ción estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y
Anotaciones
Comentario Hasta ahora. Descartes solo ha demostrado la existencia del sujeto pensante, pero no ele los cuerpos, como ya hemos señalado, ni tampoco de Dios. Esto es lo que va a hacer a continuación. Si yo, puesto que dudo (no conozco), soy imperfecto, y en mí tengo la idea de perfección, esta no puede venir de mí, pues lo perfecto no puede provenir de lo imperfecto, sino de un ser perfecto, que está fuera de mí, que no soy yo. Este ser perfecto que implanta en mí la idea de perfección es Dios, pues las ideas que tengo de los demás seres exteriores a mí (el cielo, la luz, etc., que de momento solo son pensamientos, pues aún no se ha demostrado su existencia; el propio Descartes dice que puede que no sean verdaderos, sino resultado de un defecto mío) no son más perfectas que yo, luego ellas provienen de mí. Queda, pues, demostrada la existencia de Dios, y, además, de él depende el sujeto. Este último detalle es importante, pues, si aplicamos estrictamente la definición de sustancia —lo que no necesita de ninguna otra cosa para existir—, solo Dios sería una sustancia.
cosas semejantes no podían convenir a Dios puesto que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía ideas de varias cosas 470 sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteli475 gente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios el estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el con480 trario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que estas naturalezas no podían subsistir sin él ni un solo momento. 485
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Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían tener diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé alguna de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye no está fundada sino sobre que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten de un centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría. Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y también en conocer la naturaleza de su alma es el que ja-
Anotaciones
Comentario Descartes atribuye a la naturaleza de Dios, en la medida en que nuestra razón puede conocerla, todas las perfecciones y le niega las imperfecciones. Dios no puede ser de naturaleza corporal, pues esta no constituye ninguna perfección, sino más bien al contrario, la dualidad de naturaleza pensante y corporal es un defecto. Análogamente a la sustancia pensante, la sustancia corporal también depende de Dios.
Comentario Si Dios es un ser sumamente perfecto, si contiene todas las perfecciones, como acabamos de ver, es preciso que exista como una realidad independiente del sujeto (no es solo un pensamiento), pues la existencia es una de esas perfecciones. Este argumento («argumento ontológico») ya lo utilizó San Anselmo para demostrar la existencia de Dios. De la sustancia corpórea, de la que se ocupan los geómetras, aún no se ha demostrado su existencia.
DESCARTES
más elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y 515 que están hasta tal punto habituados a considerar sólo lo que sean capaces de imaginar (modo de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable les parece que no es inteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los 520 mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos; no obstante, las ideas de Dios y el alma nunca ha[n] impresionado los sentidos. Y me parece que los que desean emplear su 525 imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de los ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído de los suyos, mientras 530 que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviene en ello.
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En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y de cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguros el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo [que] puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero), sólo es seguro si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y dis-
Anotaciones
Comentario Los que tras estas demostraciones aún dudan de la existencia de Dios es porque no son capaces de elevarse por encima de la imaginación, que solo se representa imágenes de las cosas sensibles. En concreto, Descartes reproduce la fórmula sostenida por los empiristas, de inspiración aristotélica, para referirse a ellos: nada hay en el entendimiento que no haya entrado por los sentidos. Ahora bien, de Dios y del sujeto pensante (del alma) no hay impresión sensible, luego es un error tratar de comprenderlos recurriendo a los sentidos y a la imaginación. Además, como hemos visto, los sentidos no son fiables.
Comentario Ahora emprendemos la demostración de la existencia de los cuerpos. Descartes no afirma que los cuerpos no existan, lo que sería una extravagancia, como señala él mismo; de ello tenemos una «seguridad moral». Lo que él sostiene es que no tenemos una «certeza metafísica», es decir, que desde el punto de vista racional no es evidente su existencia, pues, como ya comentamos, podría ser que todos esos cuerpos no fueran más que pensamientos nuestros, sin realidad independiente. Es Dios quien asegura que las cosas, el mundo, existen, como constataremos a continuación.
tintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto sólo puede ser en aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es 565 decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la nada. 570 Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.
Reconocida la existencia de Dios, el criterio de evidencia encuentra su última garantía: Dios, por su perfección, no puede engañarme. La facultad de juzgar que he recibido de Él no me puede inducir a error si la empleo rectamente. Esta consideración evita toda posibilidad de duda sobre los conocimientos evidentes. Dios es aquí la fuente de veracidad, principio y garantía de toda verdad. El error proviene de nuestra imperfección.
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Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños, consistente en representarnos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos, como sucede a aquellos que padecen de ictericia, que todo lo ven de color amarillo, o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues bien estemos en estado de vigilia o bien durmamos, sólo debemos dejarnos persuadir por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque veamos el sol muy claramente, no debemos juzgar por ello que posea el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con perfecta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra, sin que sea preciso concluir por ello que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo sea verdadero. Por el contrario, la razón nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya colocado en nosotros careciendo del mismo. Y puesAAnotaco i nes:.- -•
:Comentario"
No debemos dudar de la existencia del mundo, de las cosas, y confundirlo con un sueño, pues si soñamos algo cierto Cía demostración de un geómetra, señala el propio Descartes), no deja de ser cierto por ser un sueño, y porque la similitud entre las imágenes de los sueños y las representaciones de los sentidos no significa nada, ya que los sentidos también nos engañan (por ejemplo, cuando padecemos algunas enfermedades, o sobre el tamaño de los cuerpos). Solo la razón nos conduce a la verdad, ni los sentidos (el tamaño del sol) ni la imaginación (la quimera).
Descartes to que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunólo que algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que, no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos onmiperfectos, lo que existe de verdad debe de encontrarse infaliblemente en aquellos 615 que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos, (Trad., Guillermo Quintas Alonso, Alianza Editorial, Colección Materiales/Filosofía y Pensamiento, Madrid, 1999)
COMENTARIO
Dios asegura la coincidencia entre las evidencias y las existencias, garantiza que mis ideas sobre la realidad exterior tienen existencia independientemente de mí, pues, en tanto que ser perfecto y veraz, no puede permitir que me engañe pensando que tales cosas existen si no fuera así. Así, Descartes, que pretende ser un pensador realista, consigue evitar el solipsismo, el aislamiento del sujeto con la apertura de la conciencia a la realidad corpórea.
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