RETIRO JUNIO ESPIRITU SANTO, SIGNO DE AMOR VERDADERO Y PLENITUD DE VIDA

RETIRO JUNIO “ESPIRITU SANTO, SIGNO DE AMOR VERDADERO Y PLENITUD DE VIDA” 1.- Voces del tiempo. ** 20 de mayo: capítulos 13, 14, y 15 de Juan que pod

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RETIRO JUNIO “ESPIRITU SANTO, SIGNO DE AMOR VERDADERO Y PLENITUD DE VIDA”

1.- Voces del tiempo. ** 20 de mayo: capítulos 13, 14, y 15 de Juan que podemos relacionar con la vida y obra del P Kentenich como fundador del Movimiento de Schoenstatt y su pedagogía y espiritualidad de “Santuarios”. ** 31 de mayo: misión del amor y de los vínculos auténticos y estables. ** 5 de junio: Coronación de la Mater. (Buen idea!) ** 8 de junio: Pentecostés. ** Retiro de mayo: signos de vida, los sacramentos. ** Voz del tiempo nacional: despenalización del aborto en tres casos. ** 1 de junio: Ascensión del Señor.

Mensaje del Papa: “Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al Cielo, que se produjo cuarenta días después de la Pascua. Los Hechos de los Apóstoles relatan este episodio, la separación final del Señor Jesús de sus discípulos y de este mundo (Cfr. Hch 1, 2.9). En cambio, el Evangelio de Mateo, refiere el mandato de Jesús a los discípulos: la invitación a ir, a partir para anunciar a todos su mensaje de salvación (Cfr. Mt 28, 16-20). “Ir”, o mejor, “partir” se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y manda a los discípulos que partan hacia el mundo. Jesús parte, asciende al Cielo, es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Hizo su trabajo, y regresa al Padre. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y también nuestra mirada – a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo había dicho, que se habría ido para prepararnos un lugar en el Cielo. Sin embargo, Jesús permanece presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo vemos con los ojos, ¡Él está! Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre. ¡Está cerca de todos nosotros! Y Jesús, cuando va al Cielo, le lleva al Padre un regalo. ¿Pensaron en esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús lleva al Padre? Sus llagas. Este es el regalo que Jesús lleva al Padre. Su cuerpo es bellísimo, sin las heridas de la flagelación, no, todo hermoso, pero, ha conservado las llagas. Y cuando va al R E T I R O S

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Padre, le dice al Padre: Mira Padre, éste es el precio del perdón que tú das. Y cuando el Padre mira las llagas de Jesús, nos perdona siempre. No porque nosotros somos buenos, no. Porque Él ha pagado por nosotros. Mirando las llagas de Jesús el Padre se vuelve más misericordioso, más grande, ¡eh! Y este es el gran trabajo que hace Jesús hoy en el Cielo. Hacer ver al Padre el precio del perdón, sus llagas. ¡Qué cosa bella esta eh! No tengas miedo de pedir perdón. Él siempre perdona. ¡No tengas miedo! Porque Él mira las llagas de Jesús, mira nuestro pecado, y lo perdona. Jesús también está presente mediante la Iglesia, a la que Él ha enviado a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, una comunidad “en partida”. Es más: la Iglesia ha nacido “en salida””.

En este caminar en los sacramentos, como signos de vida, nos encontramos con que ellos nos alimentan y nos dan la fuerza santificadora y santificante para llevar adelante nuestro testimonio de fe. En este sentido, el Papa dio dos declaraciones que ayudan a reafirmar el valor de los sacramentos y también, como sacerdotes, a poder facilitar el acceso a ellos: Domingo 4 de mayo, Emaús (Lc 24,13-35) Homilía. “Hay siempre una Palabra de Dios que nos guía en nuestra desorientación. Y que, en nuestro cansancio y desilusión, hay siempre un pan partido que nos ayuda a ir adelante en el camino”. Jueves 8 de mayo, Homilía en Santa Marta. “Quien en la Iglesia está llamado a administrar los Sacramentos debe dejar espacio a la gracia de Dios y no poner obstáculos de tipo “burocrático”. No se puede evangelizar sin el diálogo. No se puede. Porque tú debes partir precisamente de donde está la persona que debe ser evangelizada. ¡Y cuán importante es esto! ‘Pero, padre, se pierde tanto tiempo, porque cada uno tiene su propia historia, viene con esto, con sus ideas...’. Y pierde tiempo… Más tiempo perdió Dios en la creación del mundo ¡y la hizo bien! El diálogo. Perder el tiempo con la otra persona, porque esa persona es la que Dios quiere que tú evangelices, a la que tú le des la noticia de Jesús, es más importante. Pero como es, no como debe ser: como es ahora”. “Pensemos en estos tres momentos de la evangelización: la docilidad para evangelizar; hacer lo que Dios manda, según el diálogo con las personas – pero en el diálogo, se parte desde donde ellas están – y tercero, encomendarse a la gracia: es más importante la gracia que toda la burocracia”.

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2.- Espíritu Santo; catequesis. a).- 2 ideas básicas. Docilidad y Unidad. Como Signo de vida, de resurrección, este tiempo de pascua, hemos visto los sacramentos y el deseo de Jesucristo de desentenderse de la muerte, de dejar el sepulcro y los signos de muerte. Un gran signo de vida es el amor, los vínculos, y en el mes de los vínculos, por la misión del 31 de mayo, queremos meditar sobre la fuente del Amor pleno y verdadero que es el Espíritu Santo, también por la cercanía de la fiesta de Pentecostés, que es el 8 de junio. Para ello tomaremos la catequesis del Papa Francisco al respecto y texto de nuestro padre fundador. Lo primero que propone el Papa es disponer el propio corazón a este Espíritu de Amor. La Docilidad al Espíritu, que sirve, dice, para vencer la soberbia. “El Espíritu Santo nos conduce con suavidad, y la virtud está en dejarse llevar por Espíritu Santo, no resistir al Espíritu Santo, ser dóciles al Espíritu Santo. Es el Espíritu el que le invita a ir en la dirección correcta. ¡Eso requiere docilidad! La docilidad al Espíritu Santo". “Existe dos tipos de gente: la gente de la dulzura, humilde, abierta al Espíritu Santo y, por otro lado, la gente orgullosa, soberbia, separada del pueblo, la aristocracia del intelecto que cierra las puertas y se resiste al Espíritu Santo; gente tozuda, de corazón duro, y esto es peligroso, porque no es gente alegre”. Docilidad que lleva a la alegría, que da la libertad de los hijos de Dios, y la paz y la unidad, paz y armonía que son grandes frutos del poder del Espíritu Santo. Esto lo explica el domingo 18 de mayo, con la discusión de los griegos y judíos: cada uno con lo suyo, según sus dones y talentos. (cfr. Hch. 6,1-7) “Fue también allí, que el Espíritu Santo coronó este entendimiento y esto nos hace comprender que, cuando nosotros nos dejamos guiar por Espíritu Santo, Él nos lleva a la armonía, a la unidad y al respeto de los diversos dones y talentos. ¿Han entendido?... ¡Nada de chismes! ¡Nada de envidias! ¡Nada de celos! ¿entendido?.... Que la Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos mutuamente y converger cada vez más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a las necesidades de los hermanos”. Texto PK: “El verdadero amor”, p.7-9. El Espíritu llena nuestros corazones del amor pleno de Dios, que nos permite amar como Él ama, y nos ayuda a lo más difícil del amor: a “permanecer en el amor”. (leer)

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Otros temas del Papa Francisco y el Espíritu Santo en estos días: Corazón bailarín v/s corazón firme (ser auténtico y no estar donde caliente el sol) Corazón en paz v/s corazón en paz que da el Espíritu Santo. (el poder). “Ésta es la paz de Jesús: es una Persona, es un regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede arrebatarnos la paz ¡nadie! ¡Es una paz definitiva! ¿Cuál es nuestro trabajo? Custodiar esta paz ¡custodiarla!”.)

3.- CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO PARA LOS 7 DONES DEL ESPÍRITU SANTO. Miércoles 23 de abril. SABIDURÍA “Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón. El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia... No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría. Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el R E T I R O S

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Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección. El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos: es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo, podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al Espíritu Santo. ¡Sí! Es lo que nos da el Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice: «Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante en paz: ¿esto es sabiduría? ¡Sí! He aquí, este es el don de la sabiduría”.

Reflexión: ¿he podido mirar mi vida, mi historia con la sabiduría de Dios, es decir, con los ojos de Dios? ¿Qué acontecimiento o evento de mi historia quisiera mirar más con esos ojos? Siguiendo la reflexión del Papa, ¿sé distinguir lo que es de Dios y lo que no es de Dios? (decisiones que tomo, estilo de vida, compras, entretención, etc) En el fondo… ¿soy capaz de juzgar las cosas con la sabiduría de Dios?

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Miércoles 30 de abril. INTELIGENCIA, INTELECTO. “En esta catequesis hablo del don de entendimiento. No se trata de una cualidad intelectual natural, sino de una gracia que el Espíritu Santo infunde en nosotros y que nos hace capaces de escrutar el pensamiento de Dios y su plan de salvación. San Pablo dice que, por medio del Espíritu Santo, Dios nos revela lo que ha preparado para los que le aman. ¿Qué significa esto? No es que uno tenga pleno conocimiento de Dios, pero sí que el Espíritu nos va introduciendo en su intimidad, haciéndonos partícipes del designio de amor con el que teje nuestra historia. En perfecta unión con la virtud de la fe, el entendimiento nos permite comprender cada vez más las palabras y acciones del Señor y percibir todas las cosas como un don de su amor para nuestra salvación. Como Jesús a los discípulos de Emaús, el Espíritu Santo, con este don, abre nuestros ojos, incapaces por sí solos de reconocerlo, dando de este modo una nueva luz de esperanza a nuestra existencia”.

Reflexión: ¿cómo está mi “inteligencia espiritual”? Es decir, ¿pido este don del intelecto al Espíritu Santo, para que me haga entender el plan de amor que tiene preparado para mí desde toda la eternidad? ¿O soy de los que piensan que todos los dolores de mi historia de vida son “castigos de Dios” o porque tengo “mala suerte” o porque soy una persona fatalista?

Miércoles 7 de mayo CONSEJO “Hemos escuchado en la lectura aquella parte del libro de los Salmos que dice “el Señor me aconseja, el Señor me habla interiormente”. Y este es otro don del Espíritu Santo: el don del consejo. Sabemos cuánto es importante, sobre todo en los momentos más delicados, el poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don del consejo, es Dios mismo, con el Espíritu Santo, que ilumina nuestro corazón, para hacernos comprender el modo justo de hablar y de comportarse y el camino a seguir. Pero ¿cómo actúa este don en nosotros? 1. En el momento en el cual lo recibimos y lo acogemos en nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza inmediatamente a hacernos sensibles a su voz y a orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios. Al mismo tiempo, nos lleva siempre más a dirigir la mirada interior sobre Jesús, como modelo de nuestro modo de actuar y de relacionarnos con Dios Padre y con los hermanos. El consejo, es entonces el don con el cual el Espíritu Santo hace que nuestra conciencia sea capaz de hacer una elección concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. Y de este modo, el R E T I R O S

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Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en posesión del egoísmo y del propio modo de ver las cosas. Así el Espíritu nos ayuda a crecer y también a vivir en comunidad. 2. La condición esencial para conservar este don es la oración. Pero siempre volvemos sobre lo mismo ¿no? La oración. Pero es tan importante la oración, rezar. Rezar las oraciones que todos nosotros sabemos desde niños, pero también rezar con nuestras palabras. Rezar al Señor: Señor ayúdame, aconséjame, ¿qué tengo que hacer ahora? Y con la oración hacemos lugar para que el Espíritu venga y nos ayude en aquel momento, nos aconseje sobre lo que nosotros debemos hacer. La oración. Jamás olvidar la oración, jamás. Nadie se da cuenta cuando nosotros rezamos en el autobús, en la calle: oramos en silencio, con el corazón. Aprovechemos estos momentos para rezar. Rezar para que el Espíritu nos dé este don del consejo. Es el Espíritu que nos aconseja. Pero nosotros debemos darle espacio al Espíritu para que nos aconseje, y dar espacio es rezar. Rezar para que Él venga y nos ayude siempre. 3. Y al igual que todos los otros dones del Espíritu, entonces, el consejo es también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor nos habla no solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, sino también a través de la voz y el testimonio de los hermanos. ¡Realmente es un gran don poder encontrar hombres y mujeres de fe que, especialmente en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor!”.

Reflexión. ¿Cuándo he dado buenos consejos; cómo los he dado, cómo me he sentido después de darlos? ¿Han sido consejos según el querer de Dios? ¿He ayudado a vincular a Dios a las personas a quien aconsejo, en el sentido de decirles que pongan en oración la decisión que tienen que tomar o el consejo que les di? ¿A quién reconozco como “buen consejero” en mi vida? ¿Qué quisiera imitar de esa persona?

Miércoles 14 de mayo FORTALEZA “En nuestra vida frecuentemente experimentamos nuestra fragilidad, nuestros límites y clausuras. Con el don de fortaleza, el Espíritu Santo nos ayuda a superar nuestra debilidad, para que seamos capaces de responder al amor del Señor. Hay momentos en que este don se manifiesta de modo extraordinario, como ocurre en el caso de tantos hermanos nuestros que no han dudado en entregar su vida por fidelidad al Señor y a su Evangelio. También hoy sigue habiendo muchos cristianos que, en distintas partes del mundo, dan testimonio de su fe, con convicción y serenidad, aun a costa de sus vidas. Esto sólo es posible por la acción del Espíritu Santo que infunde fortaleza y confianza. Sin embargo, no debemos pensar que este don es sólo para las circunstancias extraordinarias; también en nuestra vida de cada día el Espíritu Santo nos hace sentir la cercanía del Señor, nos sostiene y fortalece en las fatigas y pruebas R E T I R O S

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de la vida, para que no nos dejemos llevar de la tentación del desaliento, y busquemos la santidad en nuestra vida ordinaria. Pero para que todo esto sea realidad, es necesario que al don de fortaleza se le una la humildad del corazón”.

Reflexión. ¿Qué momentos de dificultad he vivido y que he podido sobrellevar con el don de Fortaleza? ¿Lo pido todos los días para los problemas de cada día? ¿Lo pido para las grandes dificultades de mi vida? Este es un don que tiene que ver más en mi relación conmigo mismo: ¿lo pido como una “autoayuda”, como fuente de autoconocimiento personal? (sabiduría, entendimiento, consejo y ciencia están para ayudarme en mi relación con el mundo, con los demás; piedad y santo temor de Dios, para mi relación con Dios y fortaleza, para la relación conmigo mismo)

Miércoles 21 de mayo CIENCIA “Hoy queremos resaltar otro don del Espíritu Santo, el don de ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer siempre mejor la realidad que lo circunda y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. Pero la ciencia que viene del Espíritu Santo no se limita al conocimiento humano: es un don especial que nos lleva a percibir, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura”.

1- Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu Santo, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. ¡Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud! Es la sensación que sentimos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: de frente a todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

2- Por este don de ciencia podemos ver que la creación es cosa buena y bella. Y con el don de la ciencia, por esta belleza, alabamos a Dios, agradecemos a Dios por habernos dado ¡tanta belleza! Y este es el camino. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo “vio que era cosa buena”, dijo que era “muy buena”, nos acerca a Él. Y a los ojos de Dios nosotros somos lo más bello, lo más grande, lo más bueno de la creación. El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con la Creación y nos hace partícipes de la limpidez de su mirada y de su juicio. R E T I R O S

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3. Al mismo tiempo, sin embargo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. El primero es el riesgo de considerarnos dueños de la creación. Porque la creación no es una propiedad, que podemos gobernar a voluntad; ni mucho menos, es una propiedad de sólo algunos pocos: la creación es un regalo, es un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud. Debemos cuidar la creación, es un don que el Señor nos ha dado, para nosotros, ¡es el regalo de Dios a nosotros! Nosotros somos custodios de la creación, pero cuando nosotros explotamos la creación, Una vez, yo estaba en el campo y escuché un dicho de parte de una persona simple, a la cual le gustaban tanto las flores y él cuidaba estas flores y me dijo: “debemos custodiar estas bellas cosas que Dios nos ha dado. La creación es para nosotros; para que nosotros la aprovechemos bien. No explotarla, custodiarla. “Porque, ¿usted sabe padre?” – así me dijo – “Dios perdona siempre”. Sí, y esto es verdad, Dios perdona siempre. “Nosotros seres humanos, hombres y mujeres, perdonamos algunas veces” . Y sí, algunas no perdonamos. “Pero la naturaleza, padre, no perdona jamás y si tú no la cuidas, ella te destruirá”. Esto debe hacernos pensar y pedir al Espíritu Santo: este don de la ciencia para entender bien que la creación es el más hermoso regalo de Dios. Que Él ha dicho: esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno y este es el regalo para lo más bueno que he creado, que es la persona humana. La segunda actitud equivocada es la tentación de quedarnos en las criaturas, como si éstas pudieran ofrecer la respuesta a todas nuestras expectativas. Y el Espíritu Santo con el don de la ciencia nos ayuda a no caer en esto”.

Reflexión: ¿cómo está mi capacidad de asombro frente a las cosas creadas por Dios que me rodean… mi conexión con la naturaleza, con la belleza…? ¿Cómo está mi capacidad de asombro frente a las cosas creadas por el hombre y que son increíbles: avances tecnológicos, en la medicina, contemplación de las obras de arte…? ¿Los doy por evidente? ¿Cómo está mi espíritu de contemplación, de admiración? ¿Cómo está mi adoración eucarística para agradecer por todo esto?¿Cómo está mi cuidado por las obras de Dios y de los hombres? (meditar mensaje del Papa sobre el Holocausto, del 26 de mayo)

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Miércoles 4 de junio PIEDAD “Queridos hermanos y hermanas: En la catequesis de hoy mencioné el don de la piedad. Esta palabra, “piedad”, no tiene aquí el sentido superficial con que a veces la utilizamos: tener lástima de alguien. No, no tiene ese sentido. La piedad, como don del Espíritu Santo, se refiere más bien a nuestra relación con Dios, al auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un hijo que habla con su padre. Es sinónimo de amistad con Dios, esa amistad en la que nos introdujo Jesús, y que cambia nuestra vida y nos llena el alma de alegría y de paz. Este es el don del Espíritu Santo, que nos hace vivir como verdaderos hijos de Dios, nos lleva también a amar al prójimo y a reconocer en él a un hermano. En este sentido, la piedad incluye la capacidad de alegrarnos con los que están alegres y de llorar con quien llora, de acercarnos a quien se encuentra solo o angustiado, de corregir al que yerra, de consolar al afligido, de atender y socorrer a quien pasa necesidad. Pidamos al Señor que este don de su Espíritu venza nuestros miedos y nuestras dudas, y nos convierta en testigos valerosos del Evangelio. Reflexión: ¿cómo está mi servicio desinteresado al otro, propio de los hijos de Dios? ¿Cómo está mi libertad, la verdadera, la de los hijos de Dios? ¿Cómo está mi confianza como hijo de Dios? ¿Cómo es mi relación de amistad filial con Dios? ¿Lo veo como un padre o como alguien que me puede castigar si me porto mal?

Miércoles 11 de junio TEMOR DE DIOS Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El don del temor de Dios, del cual hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad,

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con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho. Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre. He aquí por qué tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados. Cuando estamos invadidos por el temor de Dios, entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto, sin embargo, no con actitud resignada y pasiva, incluso quejumbrosa, sino con el estupor y la alegría de un hijo que se ve servido y amado por el Padre. El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza. Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón. Pero, atención, porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevar consigo al más allá ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo. ¡Nada! Sólo podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias

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de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los demás. Atención en no poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, porque todo esto no puede prometernos nada bueno. Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en el más allá? No, todo el fruto de su corrupción corrompió su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en quienes viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. ¿Pensáis que esta gente que trafica personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en quienes fabrican armas para fomentar las guerras; pero pensad qué oficio es éste. Estoy seguro de que si hago ahora la pregunta: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios. Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y producen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que deberán rendir cuentas a Dios. Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, juntamente con ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea. Reflexión: ¿Le tengo miedo a Dios? ¿Cómo demuestro lo contrario? Cómo es mi confianza a Él, madura o más bien superficial?

Anexo 1. Viaje a Tierra Santa del Papa Francisco. HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO, LUNES 26 DE MAYO DE 2014, EN EL CENÁCULO, PEREGRINACIÓN A TIERRA SANTA. “Es un gran don que el Señor nos hace al reunirnos aquí, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristía. Mientras los saludo con fraterna alegría, deseo dirigir un pensamiento afectuoso a los Patriarcas Orientales Católicos que se han sumado en estos días a mi peregrinaje. Deseo agradecerles por su significativa presencia, para mí particularmente preciosa, y les aseguro que tienen un lugar especial en mi corazón y en mi oración. Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con los Apóstoles; donde, Resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espíritu Santo descendió con potencia sobre María y los discípulos, aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de Amor en el corazón. Jesús resucitado, enviado por el Padre en el Cenáculo, comunicó a los Apóstoles su mismo Espíritu y con su fuerza los envió a renovar la faz de la tierra (cf. Sal 104,30).

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Salir, partir, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida custodia la memoria de aquello que ocurrió aquí. El Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido. El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies, que Jesús realizó como ejemplo para sus discípulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido. A aquél que me parece antipático, a aquél que me da fastidio. El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el Sacrificio. En cada Celebración Eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestros dolores…, ofrecer todo en sacrificio espiritual. El Cenáculo también nos recuerda la amistad. “Ya no los llamo servidores, –dijo Jesús a los Doce– (…) yo los llamo amigos” (Jn 15,15). El Señor nos hace amigos suyos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Sí mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y en modo particular del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús. Descubrir en su corazón que Él es Amigo. El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de reencontrarse con sus amigos. “Cuando vaya…, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes” (Jn 14,3). Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la Casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él. Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad –“¿quién es aquél que traiciona?”–, la traición. Y puede ser cualquiera de nosotros, y no sólo y siempre los demás quien haga revivir estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados. El Cenáculo nos recuerda el compartir, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al inicio es un arroyo y después se ensancha y se hace grande… Todos los santos han bebido de aquí. El gran río de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Santo Espíritu. El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia –Nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica– constituida por Cristo Resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen María. Las familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados todos los hijos de Dios de todo pueblo y lengua, todos hermanos e hijos de un Único Padre que está en los Cielos. Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Resucitado y de la Iglesia. De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo vital del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la espera de una renovada efusión del Espíritu Santo: ¡“Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”! (cf. Sal 104,30)”.

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MEMORIAL DEL HOLOCAUSTO, YAD VASHEM. PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO, 26 de mayo.

Frente a un memorial del Holocausto, el Santo Padre pronunció las siguientes palabras sobre la fuerza y el dolor del mal inhumano del hombre y las “estructuras del pecado”, que contrastan con la dignidad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios. ''Adán, ¿dónde estás?''. ¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido? En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”. Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo. El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande. Ese grito: “¿Dónde estás?”, aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo… Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco. ¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? ¿Cómo has sido capaz de este horror? ¿Qué te ha hecho caer tan bajo? No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos. No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno. No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado? ¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? ¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios. Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”. De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor. A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza. Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo. Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad. Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad. Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre. Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida. ¡Nunca más, Señor, nunca más! ''Adán, ¿dónde estás?''. Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer. Acuérdate de nosotros en tu misericordia''.

Anexo 2. SOCIEDAD DEL CANSANCIO (Artículo de “El Mercurio”, 12 de junio de 2014, Cristian Walkern) Se agradece cuando los filósofos bajan de su Olimpo para pensar el mundo. La filosofía no nació para ser un ejercicio académico ni para que sus cultivadores se miraran el ombligo encerrados en sus escritorios o facultades universitarias. Cada cierto tiempo, un heredero de la noble tradición de Heráclito o Platón se da un paseo por nuestras calles, se detiene a observar el devenir de los hombres en su tiempo, a iluminar nuestra cotidianidad fragmentada y muchas veces carente de sentido si alguien no la piensa. Byung Chul-han es un filósofo de origen coreano, pero escribe y piensa en alemán. Antes de estudiar filosofía fue obrero metalúrgico, un inmigrante más en la masa anónima de los trabajadores que luchan por sobrevivir día a día en la cansada Europa. Un día dejó la fábrica y comenzó a estudiar filosofía. Esas decisiones nos parecen extravagantes en estas latitudes, R E T I R O S

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donde las humanidades son un lujo asiático. De hecho, la filosofía está en retirada de los colegios y las universidades. Dicen que porque es inútil; yo creo que porque es peligrosa. Nadie quiere pensar nada hoy en día, lanzados como estamos en la carrera de un exitismo desenfrenado que no deja espacio para ninguna duda o cuestionamiento de fondo. Ese es el tema de Byung Chul-han: la nueva alienación. El hombre se ha convertido en el explotador de sí mismo por un propio afán desmesurado de competencia, de éxito, vivido como "realización personal". Uno se explota a sí mismo hasta el colapso. El sistema neoliberal ha sido internalizado hasta el punto de que ya no necesita coerción externa para existir. Y, por eso, el síntoma de nuestra época es el cansancio. "La sociedad del cansancio", ese es el título de uno de sus libros. Cansancio y también narcisismo. Porque nuestra relación con los otros es vista solo como competencia. Y la depresión -una epidemia hoy- es la otra cara del narcisismo. El mundo virtual, además, es un camino a la depresión, porque en el mundo virtual el otro no existe. Ahí está el mayor de los peligros. Con el narcisismo exacerbado comienza la agonía del "eros". Y sin eros, no hay pensar. El pensamiento nace del cultivo de la amistad, del diálogo socrático, de las conversaciones infinitas de Montaigne con Étienne de la Boétie, o de Jesús o Buda con sus discípulos. Exitismo patológico, narcisismo desenfrenado, depresión y también cáncer -según Byung-, otro síntoma de nuestra época: un cóctel fatal descrito por un obrero metalúrgico salvado de la alienación por la filosofía. ¿Y qué hacer? Salir a la calle a protestar contra el sistema no basta, puesto que nosotros mismos internalizamos la violencia del sistema. Tal vez el gran gesto de rebeldía sea hoy ir en busca del otro, salir de nuestras covachas y cavernas. Byung Chul-han, además, alerta sobre un mundo donde lo que vale no es el ser, sino el aparecer, donde lo invisible y el secreto han desaparecido. Y el placer exige cierto ocultamiento, lo contrario de esta desnudez y transparencia pornográficas, cuyo ejemplo más evidente sería Facebook. Del capitalismo, donde lo esencial era el tener, pasamos a una sociedad neoliberal exhibicionista, donde lo fundamental es "aparecer". Acumulamos información como nunca antes en la historia, pero la simple acumulación de información no es capaz de generar verdad. Para eso se necesita un saber hondo, reflexivo, que solo se cultiva en diálogo, en la philia , la amistad a que tanta importancia atribuyó Aristóteles en relación con la construcción de la ciudad y la filosofía, y con razón. Las últimas palabras atribuidas al filósofo griego antes de morir ("¡Amigos, ya no hay amigos!") podrían ser el grito de nuestro tiempo. Y de esa angustia, de la que el filósofo coreano-alemán se hace eco, podría atisbarse un despertar. ¿Pero quién quiere despertar, pensar, sentir a los otros, nuestros prójimos convertidos en competidores o sombras en nuestras pantallas autistas?

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