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Retiros sobre las Moradas Moradas I -V Proporcionados por el Equipo de Formación de la Provincia Virgen de la Esperanza
PRIMERAS MORADAS
Para conocernos y conocerle, para aprender a amarle… “Alma, buscarte has en Mí, y a Mí buscarme has en ti.” Con estas palabras nos recibe el Señor este día. Palabras que Teresa ha escuchado en lo secreto de su corazón y que también nosotras podemos escuchar si abrimos la puerta, y entramos con Él en la “casa” que siempre habita. Somos invitadas a vivir un día más intensamente atentas a la PRESENCIA que nos acompaña siempre y de la que tenemos “noticia oscura y amorosa” (San Juan de la Cruz) En alguna medida esto es orar: “Estar con Quien sabemos nos ama”, pero de una manera: permaneciendo atentas, percibiendo su presencia, acogiendo su amistad, recibiendo su Vida, avivando la fe, la esperanza y el amor… No se trata de pensar mucho sino de amar mucho. Y así nos disponemos para buscar y encontrar lo que nos despierte a amar, entendiendo también qué es amar “que no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios” 1. Me dispongo Me doy tiempo para silenciar mi ser entero, despertar los sentidos internos y la fe…
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RECONOZCO que no sé orar como conviene pero el Espíritu ESTÁ en mí y ora con gemidos inefables... Yo bajo1 a mi centro a encontrarle. Él me susurra y me “in-voca”: “Estoy en ti, ven más adentro… soy tu huésped interior, tu descanso… la Fuente que enriquece tus raíces, la Luz que enciende tu noche, quien te da fuerza en el desaliento. Gozo que enjuga tus lágrimas, tu consuelo, tu cimiento. ¡Ven más adentro! Soy Silencio y soy Palabra, soy Casa, Lugar de encuentro… soy el Amigo del alma, tu Dios, tu Fuerza, tu Aliento… Entra, baja… más adentro…
2. De la mano de Teresa El texto de las primeras Moradas nos lleva a hacernos tres preguntas: ¿Quién soy yo, quién es Él y cómo me comunico con Él? 2.1. ¿Quién soy yo, Señor? En las I Moradas Teresa nos hace una fuerte llamada a vivir con Dios. Y abre la redacción del texto invitándonos a conocer quiénes somos para que Dios quiera hacernos sus interlocutores, sus amigos. “¿Qué es el hombre para que Tú, Dios mío, te acuerdes de Él?” ¿Quién soy yo para que Tú, mi Señor, vengas a regalarte conmigo? Cuando Enrique de Ossó nos habla de la importancia de conocernos y conocerle está sentando las bases para que se dé un auténtico encuentro interpersonal. En todas las Moradas estará presente ese CONOCERME y CONOCERLE, pero Teresa insistirá de manera especial 1
Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa 2
en esta primera morada en la grandeza del ser humano y también en su miseria cuando desconoce o se incapacita para vivir lo que ES. Teresa insiste en la capacidad que nos ha dado nuestro Dios para conocerle, reconocerle en nuestro interior y amarle. Y también nos avisará del peligro que tenemos de vivir ajenas a Dios y a la realidad, encerradas en nuestro egoísmo. Si queremos orar tenemos que acostumbrarnos a relacionarnos con los demás y nosotras mismas desde la escucha atenta. Aunque sea de noche, tendremos que caminar hacia nuestro corazón, guiadas por la sed de vivir más conscientemente la vida. Teresa nos convoca a entrar dentro de nosotras mismas. Y propone un camino para llegar al corazón: reconocer “la hermosura y dignidad de nuestras almas”. Allí nos encontramos con el huésped que siempre nos habita y nos enseña a SER. “Considerar mi alma como un castillo, todo de diamante o muy claro cristal… Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima. Pues consideremos que este castillo tiene como he dicho muchas moradas, unas en lo alto, otras en lo bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. (1,1-3a) Reconozco que mis ojos no son el único criterio para saber quién soy. La fe ilumina mi misterio. Me miro en las manos de Dios-artesano que va haciendo su obra con un amor que no puedo abarcar ni entender por mucho que mi inteligencia se esfuerce. Lo más mío es lo que he recibido. Él es mi verdad más honda. 3
Me recibo de sus manos de Padre y escucho su Palabra: “Tú eres mi hija, en ti me deleito” (Lc.3,21) “El reino de Dios está dentro de ti” (Lc. 17,21) “Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano, te formé…” (Is,45,6) Y me escucho dentro como el eco de Dios: “El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre” (Is. 49,1a) ¿Me vivo como imagen de Dios? ¿En qué pongo mi identidad: en la inteligencia, en el trabajo, en lo que soy? ¿Ha ido cambiando la conciencia de mi identidad y va siendo cada vez más real, menos aparente, más firme, humilde…? Miro las distintas dimensiones de mi persona: mi identidad, mi físico (con sus limitaciones y enfermedades), mi trabajo, mis relaciones, mi corazón, mi propio misterio… Descubro lo que me hace valiosa y a QUIEN me hace valer dándome el ser. Reconozco que la capacidad de amar es lo más importante que hay en mí. Me contemplo a mí misma como una habitación con luces y sombras, pero me abro a la luz que me da la verdadera libertad de hija. Dejo también aflorar lo más débil y vulnerable en medio de la riqueza que poseo. Dios me ama con todo, tal como soy. 2.2 ¿Qué me impide entrar dentro de mí? “Hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas exteriores, que no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí” (Moradas 1,1,6). “No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en 4
estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos alma. Mas qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos.” (1,2) Y así en varios números de este primer y segundo capítulo nos habla de “almas tullidas… metidas en el mundo aun con buenos deseos… con mil negocios y asidas a ellos… no atinan con “la puerta”,… entran dentro alguna vez con las sabandijas y no pueden sosegar…” Es la ausencia de luz y de vida, enredo en las cosas y en nosotras mismas cuando nos apropiamos de lo que hacemos con “apariencia de bien”. Ella nos dirá en 2, 1-2 que el bien que no nace de las Fuentes de Vida (Dios en nosotros) carece de autenticidad. Algunas señales nos avisan del peligro de vivir en las cosas exteriores que dice Teresa. Descubrirlas nos ayuda a hacer verdad. * Nos daña vivir deshabitadas de nosotras mismas, sin enterarnos de la vida que discurre y que vivimos. Ajenas a la realidad, centradas en las necesidades personales... con el peligro de vivir llenas de nosotras y de nuestra codicia. ¿Reconozco mis “hambres” y mis codicias? * Esclavizadas por un activismo arrollador que no encuentra tiempo para detenerse y preguntarse: ¿qué o quién me motiva para vivir?, ¿qué me llena y me da vida?, ¿qué me bloquea y deprime? Cuando vaciamos la vida de significado, tendemos a llenarla de actividades. ¿Me doy tiempo para encontrar en mí misma el alimento que da sentido a mi actividad? * Desconfiamos de nuestra valía. Cuando desconfiamos de nosotras mismas y dudamos de si somos queribles, cuando creemos que nuestras habilidades para vivir son insuficientes, es fácil que nos encontremos ante situaciones que nos superan. ¿Vivo necesitando recibir de fuera lo que no encuentro dentro? ¿Necesito ocultar mi vulnerabilidad y mis limitaciones? Sentirnos queridas por Dios y capaces de amar y servir es uno de los mejores antídotos contra el vacío. * Por último, también nos hace daño una percepción distorsionada de las situaciones. El pacto o la conversación con los 5
pensamientos negativos: la capacidad para exagerar todo cuanto vemos y quedarnos únicamente con lo negativo o con aquello que nos supera; llamar catástrofe a lo que nos ocurre, y la facilidad para generalizar un hecho, sacándolo del contexto y tomándolo como justificación para estar permanentemente vacías, frustradas y estresadas. (Adaptación de ANA GARCÍA-MINA FREIRE en www.cipecar.org).
2.3 ¿Quién es este Dios que nos llama? Teresa fue conociendo al principio “de oídas” y “muy de cerca” después, al Dios de la Escritura: al Padre y a Jesús su Hijo, que “se hizo a nuestra medida” para hacernos interlocutoras suyas, amigas, discípulas, seguidoras... Conocerle de cerca, de tú a tú, nos vuelve a dar noticia de nosotras mismas. El conocimiento propio y el de Dios se dan la mano porque “Jamás nos acabamos de conocer si no conocemos a Dios” (IMor.2,9). Pero no se trata de estrujar la mente sino de suplicar el don de poder “ver su rostro” allí donde Él quiera hacérmelo visible. Para Teresa Dios es un misterio de comunicación y amor deseoso de relacionarse con sus criaturas, las cuales somos capaces de acogerlo por haber sido creadas a su imagen y semejanza. Ésta fue la experiencia de Teresa, cada vez más perceptible en la vivencia de la relación. En la oración y en la vida se le iba dando a conocer: Dios como Fuente de la VIDA, Sol resplandeciente que está en el centro del alma y no pierde su resplandor y hermosura… El que nos muestra amor y paciencia: “¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra misericordia.”(V.4,4) El Dios bueno y misericordioso: “Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines 6
e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía…”(V.4,10) Dios fiel, que no se cansa de dar: “Bendito seáis por siempre, que aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo, como ahora diré. “ (V.6,9) El que nos sufre y nos regala: “¡Oh bondad infinita de mi Dios!... ¡Oh regalo de los ángeles, que toda me querría, cuando esto veo, deshacer en amaros! ¡Cuán cierto es sufrir Vos a quien os sufre que estéis con él! ¡Oh, qué buen amigo hacéis, Señor mío! ¡Cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga a vuestra condición y tan de mientras le sufrís Vos la suya! ¡Tomáis en cuenta, mi Señor, los ratos que os quiere, y con un punto de arrepentimiento olvidáis lo que os ha ofendido! (V.8,6) Pido al Señor que se me revele, que se me dé a conocer y me diga quién es Él para mí, porque “nadie conoce al Padre y nadie conoce al Hijo sino aquél a quien Dios se lo revela”. Reconozco las posibles imágenes distorsionadas de Dios y me pregunto: Cómo recibo su mirada. Cuándo me siento incómoda con Él. Cómo vivo ante Él mi incapacidad de responder al AMOR gratuito. Cómo resuelvo la distancia entre su grandeza y mi complejidad; su claridad y mis tinieblas. Me doy tiempo para reconocer, agradecer, pedir y acoger su presencia silenciosa.
3.
Para permanecer en el Amor.
Desde las primeras Moradas, Teresa nos muestra la razón de hacer este camino interior: vivir la vocación de servicio, como el Maestro. No oramos para sentirnos mejores que los demás, ni para buscar consuelo en nuestras decepciones, ni para solucionar nuestros conflictos 7
de autoestima, ni para “perdernos” en Dios fusionándonos con Él y olvidando nuestras heridas. Dios nos salva, pero no responde inmediatamente a nuestras necesidades. Muchas veces está donde no estamos nosotras, o se manifiesta donde no le buscamos o no esperamos encontrarle. El plan de Dios de comunicarse con el ser humano es maravilloso pero es un camino de fe y de obediencia, de confianza y humildad. Es la relación entre dos libertades. Dios, que es en nosotras presencia interior, integradora y centradora de nuestro ser, explora y nos muestra nuestro mejor “yo” para convertirlo en don. Con Él, nos hacemos osadas, atrevidas, fuertes..., nos disponemos a grandes cosas. "Nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y más aparejado para todo bien tratando a vuelta de sí con Dios" (IM. 2,10). Las obras son fundamentales en la mística teresiana, ya que la meta de la unión con Dios es participar de su misión y transformar el mundo y la realidad. La mística teresiana no nos saca nunca de la realidad, sino que, muy al contrario, nos mete en ella, nos hace comprometernos con ella desde la interioridad, y nos ayuda a transformarla. Buscar el rostro de Dios en el de los demás: “Si no nos acercamos a mirar de cerca su rostro (el de los pobres), no sabremos quiénes somos. Cultivar el propio conocimiento "al margen de los pobres” (al margen de cualquier otro) es un producto burgués. Nuestra ‘sentada silenciosa' debe estar habitada por el ‘nosotros solidario" (Irene Vega). 1 Mor.2, 17-18 Buscar espacios donde dar vida (cf Mc 4,1-9): Nuestra oración no puede germinar, ni florecer ni dar fruto, si no está inserta en la trama de nuestra existencia cotidiana. Esta es la tierra buena, en la que hay que buscar el manantial. Una oración sin historia origina una historia sin Dios.
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SEGUNDAS MORADAS “Permaneced en el encuentro, permaneced en el Amor”
1.
Mantener la puerta abierta “Contemplé una puerta abierta en el cielo y oí la voz que me había hablado al principio…” (Ap. 4)
Teresa nos habla también de una puerta que es necesario atravesar para entrar en el interior del castillo. Si la puerta permanece abierta, la oración es algo más que “ratos sueltos que nos vamos dando cada día”. La puerta nos conduce al conocimiento y a la amistad, al discipulado y al seguimiento, y el Señor va dejando de ser Aquél con quien tengo que estar en orden, para convertirse en Amigo y Maestro, con autoridad de amor.
¿Cómo está “mi puerta”? Me doy tiempo para mirar mi interior y contemplar si, como dice el Apocalipsis, mi puerta está abierta para escuchar la Voz del que me habla desde el principio. No me extraño de las dificultades que pueda encontrar para abrir mi puerta, para entrar más adentro. Lo importante es partir de mi realidad actual, tal y como es. Dios quiere estar conmigo, no con una “imagen” del yo que me fabrico. Dios solicita mi presencia, la mía propia, sin maquillaje que me favorezca, sin “poses” engañadoras.
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Dios me quiere en mi fragilidad y en mi fortaleza, en mi inutilidad y en mi riqueza, en mi ser de puertas abiertas o cerradas, de puertas libres para dejar actuar a su GRACIA o de puertas atrancadas por la dureza, la desconfianza o la torpeza de mis relaciones. Él me ama como soy y me espera hasta el infinito de su paciencia.
Me reconozco en mi realidad y suplico con humildad la capacidad de abrirme al DON que se me ofrece. Suplico la capacidad de orar como conviene, de responder a la invitación de Jesús que me dice:
“Mira que estoy a tu puerta y llamo, si me abres entraré, me sentaré contigo y cenaremos juntos” (Ap.3,20)
La condición “si me abres” es una prueba de la libertad que Él mismo me ha otorgado. Es muy respetuoso nuestro Dios. Aún así es posible experimentar la incapacidad de abrir como quisiéramos. Cabe siempre pedir más, insistir en suplicar el don. No en vano estamos en las moradas de la perseverancia, como dice Teresa.
2.
Aproximación al texto
(para situarnos)
Las segundas Moradas constan de un solo capítulo porque dice Teresa que ya lo ha dicho todo en otras partes, y nos remite a ellas (V 1113 y C 19-20). Son las moradas del combate espiritual, en las que Teresa vivió mucho tiempo. Combate porque, aunque el Señor nos llama a voces y se nos adelanta incansablemente en el amor, el “mal espíritu” hace lo posible para frenar nuestra respuesta. Y combate porque aún no hemos dejado del todo los impedimentos que nos estorban: El egoísmo que nos repliega y nos cierra en el propio interés, la dispersión que nos distrae y nos evade, la necesidad de poseer y de poder que nos esclaviza… 10
La segunda morada nos introduce en la esencia de la vida espiritual: el conocimiento de Jesús. Aquí tiene lugar la llamada personal que Jesús nos dirige a cada una para mantener con nosotras una historia de amistad. El rostro de Jesús y sus palabras se nos hacen “familiares”, pero no por eso sentimos fácil el camino de seguimiento. Comenzamos a entrever las consecuencias de caminar por sus caminos. Aquel venid y veréis lo que digo y lo que hago, tiene concreciones en la vida diaria. Nuestro “sí” sólo tiene consistencia cuando se apoya en el “sí” amoroso que recibe de parte de Jesús, pero duda y se tambalea cuando cuenta con las propias fuerzas y no encuentra más que debilidad de arena.
Nos reconocemos en esta morada:
Cuando miramos a Jesús y lo sentimos Maestro y Amigo verdadero, Camino, Verdad y Vida. “El entendimiento acude con darle a entender que no puede cobrar mejor amigo”. “La voluntad se inclina a amar adonde tan innumerables cosas y muestras ha visto de amor.” (4) Cuando sentimos que nos llama personalmente porque quiere atraernos más a su amistad, y nos invita a entrar más adentro. “…Éstos entienden los llamamientos que les hace el Señor; porque, como van entrando más cerca de donde está Su Majestad, es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad, que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados (…), con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar para que nos acerquemos a Él; y es esta voz tan dulce que se deshace la pobre alma en no hacer luego lo que le manda; y así como digo es más trabajo que no lo oír.” (2) Cuando vamos tomando conciencia de nosotros mismos y a la vez tenemos miedo a la propia verdad. “Porque aquí es el representar los demonios estas culebras de las cosas del mundo y el hacer los 11
contentos de él casi eternos, la estima en que está tenido en él, los amigos y parientes, la salud en las cosas de penitencia (que siempre comienza el alma que entra en esta morada a desear hacer alguna), y otras mil maneras de impedimentos.” (3) ¡Oh Jesús, qué es la baraúnda que aquí ponen los demonios, y las aflicciones de la pobre alma, que no sabe si pasar adelante o tornar a la primera pieza! Porque la razón, por otra parte, le representa el engaño que es pensar que todo esto vale nada en comparación de lo que pretende…” (4)
Cuando intuimos los impedimentos y no nos “determinamos” a darlo todo por miedo a ese salto en el vacío que pide la fe. Es el momento del “sí, pero...” “¡Ah Señor mío!, aquí es menester vuestra ayuda, que sin ella no se puede hacer nada. Por vuestra misericordia no consintáis que esta alma sea engañada para dejar lo comenzado. Dadle luz para que vea cómo está en esto todo su bien, y para que se aparte de malas compañías; que grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto; allegarse no sólo a los que viere en estos aposentos que él está, sino a los que entendiere que han entrado a los de más cerca; porque le será gran ayuda, y tanto los puede conversar, que le metan consigo. Siempre esté con aviso de no se dejar vencer; porque si el demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón y no de los que se echaban a beber de bruces, cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino que se determine que va a pelear con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la cruz.” (6)
3. a)
Dos modos de orar con las segundas Moradas
Leer el capítulo único de 2as Moradas y dejarme llevar paso a paso por lo que el Señor me va sugiriendo al hilo de las palabras de Teresa. Irán saliendo algunas claves para vivir mi relación con Dios y para descubrir mis tensiones entre “la carne y el espíritu”, entre el 12
“dentro y fuera”. Aquí se va clarificando cómo por una parte llama Dios y cómo por otra “atan” las cosas de mundo. (Cfr. V 7,17) Cómo nos despierta a amar lo mucho que recibimos y captamos de la bondad de nuestro Dios, y cómo nos impide amar libremente nuestra naturaleza acostumbrada a andar a su placer y con justificaciones razonables para hacer lo que le va. b)
Otro modo de orar
1. ME
DOY TIEMPO PARA ENTRAR, silenciarme y volver todas las veces que sea necesario sobre mí misma reconociéndome lugar de encuentro. “¿Puede haber mayor mal que no nos hallemos en nuestra misma casa?” “Representad a este Señor junto con vos…” “Mira que te mira… Mira que nunca se quita de contigo este verdadero Amador…”
Centro la mirada en el interior para poder encontrarme con Jesús.
Si Teresa nos habla en este momento de la importancia de PERMANECER, hoy podemos expresar nuestra adhesión a Jesús manteniéndonos presentes a Él y abiertas a su acción; dándole lo único que podemos darle: nuestro tiempo. Y esto, “no a fuerza de brazos” sino “con suavidad” (10). Determinémonos a hacer callar la olla de nuestros pensamientos importunos tantas cuantas veces sea necesario.
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2. TERESA NOS ILUMINA “Tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y procuremos su compañía, que una vez y otra no nos deja de llamar para que nos acerquemos a Él (...) en especial se le pone delante cómo nunca se quita de con él este verdadero Amador, acompañándole, dándole vida y ser” (4)
La aventura personal de la relación con Jesús abarca toda nuestra vida; nos va cogiendo por entero. Seguirle a Él es vivir su Evangelio; estar con Él nos va llevando a vivir como Él; escucharle en la oración nos va capacitando para seguir escuchándole más allá del momento oracional. Todo se va convirtiendo en espacio sagrado de encuentro. Y nuestro hacer va adquiriendo sus formas porque el corazón descubre que su modo nos convence, nos suena a VERDAD y VIDA.
¿Qué palabras del mismo Jesús me revelan quién es Él y cómo está en mi vida? Las escucho en mi corazón y las escribo. Escucho dentro y escribo las llamadas concretas y personales que Jesús me hace desde la realidad. ¿Percibo la invitación a vivir mi vida en profunda conexión con Él y seguir esta llamada desde mi situación actual, en mis relaciones, en mi trabajo, en medio de la rutina? ¿Dónde encuentro a Jesús fuera del momento concreto de oración? ¿Dónde no me es posible encontrarlo? Miro, reconozco, agradezco, pido con humildad… me dejo amar.
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3. PERMANEZCO EN EL ENCUENTRO Permanecer en el encuentro es tanto como permanecer en el amor porque el encuentro, si de verdad lo es, se prolonga en el hacer diario y en el tiempo.
Permanecer en el amor supone fiarse, aguardar con esperanza la promesa, agradecerle ser colaboradoras en su misma misión… y esto pase lo que pase, sintamos o no la alegría de servir.
Pero es fácil que la rutina y el cansancio nos visiten de vez en cuando; que no encontremos “gusto” en el seguimiento y que el mensaje central del evangelio -las bienaventuranzas- llegue a parecernos cosa de locos.
Teresa nos enseña a hacer de la crisis oportunidad de crecer, de amar, de seguir adelante. La transformación viene a menudo en nuestra vida en forma de crisis, de lucha entre lo que nos llena por dentro y lo que nos satisface más externamente. Llegar a vivir unificadas no es fácil. Es un largo camino hecho de caídas y levantadas...
La Santa desde un principio nos presenta la meta, pero no simplifica ingenuamente el camino: “Toda pretensión de quien comienza ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pueda, a hacer su voluntad conformar con la de Dios. Estad muy cierta que en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual... que en esto consiste todo nuestro bien”. (8)
Nuestras capacidades no están preparadas para un encuentro que dure y que lo arriesgue todo. “Entienden las exigencias de Dios y 15
experimentan su impotencia para responder” (2) “Estamos con mil embarazos e imperfecciones, y las virtudes aún no saben andar” (7).
Nos vemos así cuando nos sentirnos divididas queriendo conjugar “contrarios” (vida espiritual y gustos o pasatiempos personales), cuando vivimos con la pretensión de tener siempre la razón, cuando aplazamos renuncias, cuando no escuchamos con atención la auténtica sed del corazón; cuando cuidamos extremadamente del “yo”…
Si hacemos un ejercicio de sinceridad, descubrimos que no somos coherentes del todo y no acabamos de encontrar nuestro centro, pero en el fondo del corazón sabemos qué es lo que nos hace felices, qué es lo que nos va ayudando a ser más personas: más libres y más suyas a la vez.
“Tentadas de comodidad, de soluciones rápidas y fáciles, de reducir la radicalidad del Evangelio a los cánones de un humanismo bonachón” (Tomás Álvarez), tenemos que recordar que la vida, como el acero, se templa en el fuego.
“Siempre esté con aviso de no dejarse vencer; porque si el demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón y no de los que se echaban a beber de bruces, cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino que se determine que va a pelear con todos los demonios y que no hay mejores armas que las de la cruz” (6).
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4. LA PALABRA ES LUZ También Pablo experimentó en su propia carne la incapacidad y el desaliento (Rom. 12,7-10) pero se apoyó en el que tenía fuerza para sostenerlo y pudo asegurar que cuando era débil, entonces era fuerte. En la carta a los romanos se preguntará: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”... y enumera posibles dificultades personales y del ambiente. Concluye con certeza de fe: “Estoy persuadido que ni muerte ni vida, ni ángeles ni poderes, ni presente ni futuro, ni altura, ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.” (Rom. 8, 31- 39)
Y en la carta a los Efesios propone las siguientes armas: “el cinturón de la verdad, la coraza de la honradez, el escudo de la fe, el calzado de la paz, la espada de la palabra de Dios“(Ef. 6,10-17)
“Es momento de comenzar a labrar un tan precioso y grande edificio” (7)
¿Cómo vivo los tiempos malos o de crisis? ¿Sobre qué cimiento edifico mi vida? ( Mt 7,24-28) ¿Qué condiciones pongo a mi “sí”?
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Las palabras que escucho a Jesús:
Sus llamadas concretas desde mi realidad
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TERCERAS MORADAS
¿De dónde ha de venir la confianza? Tú, Señor, eres mi roca y mi baluarte... la roca de mi refugio, el alcázar que me salva
Las terceras Moradas proyectan una luz muy clara sobre nuestra vida y nos ayudan a ponernos en verdad. En este retiro Teresa nos va a invitar a ser lúcidas y críticas con nuestro camino espiritual y a caer en la cuenta de nuestros posibles engaños. El orante de terceras moradas está contento con su camino espiritual y puede incluso estar apegado, sin darse cuenta, a su modo concreto de relacionarse con Dios y de vivir la fe, sentirse demasiado seguro de sí mismo, y satisfecho de sus prácticas. La vida espiritual tiene el peligro de convertirse en piedra de tropiezo cuando nos oculta lo que no acabamos de entregar del todo. Por eso orar con terceras Moradas nos ayuda a descubrir si nos hemos subido a un pedestal hecho de perfecciones y ya nos sentimos tranquilas. Si nos dejamos conducir con humildad, la misma lectura del texto nos irá conduciendo a la verdad. Jesús nos acompaña.
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¿De dónde ha de venir la confianza? ¿Dónde apoyarnos para continuar el camino comenzado? La seguridad no nos pertenece a los que lo hemos recibido todo de balde. Si hemos iniciado una aventura de encuentro, permanecer no es sólo cosa nuestra. Teresa comienza el primer capítulo de las terceras Moradas avisándonos “de la poca seguridad que podemos tener mientras se vive en este destierro aunque el estado sea subido, y cómo conviene andar con temor”. Lejos de ella la pusilanimidad y el encogimiento; lejos de ella, y de nosotras también, las dudas y los temores malsanos. Se trata de poner la confianza del todo en el que puede hacernos fuertes, y libres de nosotras mismas. CREER que “Para todo poseo la fuerza del que me da fuerzas”. (S. Pablo) pero también “andar con aviso” porque “no hay seguridad en esta vida”... Y ES PRECISO SABER DISCERNIR dónde o en quién ponemos la seguridad.
1. “BENDITO EL SEÑOR, MI ROCA, QUE ADIESTRA MIS MANOS PARA EL COMBATE, MIS DEDOS PARA LA PELEA” (SAL 143,1) Teresa deja en terceras Moradas el símil del castillo y en su lugar aparece el de la fortaleza, íntimamente asociado a aquél. “Siempre hemos de andar como los que tienen los enemigos a la 20
puerta, que ni pueden comer ni dormir sin armas, y siempre con sobresalto si por alguna parte pueden desportillar esta fortaleza”(1,3)
¿Quiénes están en terceras Moradas? Quienes han vencido las primeras dificultades del camino y han permanecido en el encuentro. Quienes hacen bien su trabajo, se preocupan por los demás y llevan una vida ordenada y responsable. Quienes dedican un tiempo a estar con Dios, a conocer a Jesús y leer su Evangelio... Quienes se esfuerzan en identificarse con Jesús, en actuar como Él. ¡Una situación ejemplar... y deseable! Probablemente nos sentimos identificadas con algunas o todas estas características. ¿Qué les falta? Es la pregunta que le hizo a Jesús el buen joven rico, que Teresa recuerda en estas Moradas y que podemos dirigir hoy a Jesús en alguno de nuestros ratos con Él: ¿Qué me falta, Señor? ¿Dónde estoy yo?
Orar con terceras Moradas nos pide entrar más adentro, donde ya tenemos experiencia de estar y vivir acompañadas, y reconocer lo que queda aún sin evangelizar en nosotras, lo que pide renovación de raíz. Hay algunos datos orientativos a lo largo de los dos capítulos.
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2. LA HORA DE HACER VERDAD. ¿Cuáles son nuestras trampas? ¿Qué trampas puede haber en este camino de fe y crecimiento interior?
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Tenemos el peligro de creernos mejores que los demás porque ya tenemos hecho un camino de seguimiento y vivimos con una estructura y unos medios que nos dan seguridad. A lo mejor nos conformamos con las buenas obras y con las metas conseguidas, y no vivimos despiertas y determinadas a amar más y mejor. Más “cumplidoras” que “entregadas sin medida”. Quizás vivimos con desazón las sequedades y el silencio de Dios, cuando en realidad, nada de lo hecho nos da derecho a nada. “Se tenga por siervo inútil”, dice Teresa. Dios no viene detrás de nosotras “pagando”. Va delante abriendo camino de gracia, y a nuestro lado apoyándonos, pero al amor maduro le corresponde la gratuidad y no anda ansioso esperando satisfacciones espirituales y sensibles. Miguel Márquez, ocd, dice que en estas moradas la persona ha pasado la prueba del enemigo pero ahora tiene que sostener la prueba del Amigo. A veces confundimos las ideas claras, la comprensión del evangelio y los buenos deseos, con la realidad que vivimos. Creemos que ya vivimos lo que vemos claro. Necesitaremos escuchar aquello que dice Jesús en el evangelio: “No todo el que dice ‘Señor, Señor’ se salvará...” No por hacer largas y bellas plegarias estamos más cerca de Dios. “...Aún es menester más para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó al mancebo cuando le dijo el Señor si quería ser perfecto.” (1,5) “Este amor, hijas, no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras” (1,7). 22
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Creemos que ya nos lo sabemos todo sobre el seguimiento de Jesús y que nadie nos puede enseñar. De este modo, el evangelio no tiene más novedad que lo ya sabido o aprendido y ha perdido la fuerza desestabilizadora que le caracteriza. “Darles consejos no hay remedio, porque como ha tanto que tratan de virtud, paréceles que pueden enseñar a otros...” (2,1). Con frecuencia quienes están en terceras moradas, están tan contentos de sí mismos que desean y esperan reconocimientos y valoración por parte de los demás. Es, muchas veces, la forma velada que tenemos de exigirle a Dios. ¿Qué nos sucede cuando a los demás se les olvida agradecernos o valorarnos? “No pidáis lo que no tenéis merecido; ni había de llegar a nuestro pensamiento que por mucho que sirvamos lo hemos de merecer...” (1,6) “Si se les ofrece algo de que los desprecien o quiten un poco de honra... allá les queda una inquietud que no se pueden valer ni acaba de acabarse tan presto” (2,5). “Almas concertadas” o lo que es lo mismo: “entregarnos, sí, pero con límites, sin pasarse...”. Estar muy programada, bien organizada, quizás llevando las riendas de la propia vida sin dejarse del todo en las manos de Dios. “No hayáis miedo que se maten porque su razón está muy en sí; no está aún el amor para sacar de razón; más querría yo que la tuviéramos para no contentarnos con esta manera de servir a Dios, siempre a un paso paso, que nunca acabaremos de andar este camino.” (2, 7) Juzgar a los demás, que tiene mucho que ver con ese “creernos mejores que los demás” “Miremos nuestras faltas y dejemos la ajenas, que es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo” (2,13).
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PEDIMOS LUZ al Señor para que nos ayude a correr el velo que nos está ocultando lo que hay detrás de nuestra fachada, y humildad para reconocer nuestras defensas.
NOS PREGUNTAMOS por las motivaciones que están detrás de nuestras actitudes y actuaciones, la razón de nuestros “recortes” en el amor y en la entrega, las justificaciones que más empleamos, los diálogos interiores que mantenemos respecto a los demás.
3. EL AMOR ESTÁ DESPIERTO Y NUNCA DICE BASTA “¿Qué les diremos -se pregunta Teresa- a los que por la misericordia de Dios han vencido combates y con la perseverancia han entrado en las terceras moradas, sino “dichoso quien teme al Señor”? (1,1).
1. Vivir con una actitud agradecida por todo lo recibido hasta ahora. Reconocerme como una persona amada y salvada, a-graciada por Dios, puesta en su camino... Descubrir la fuerza que tiene en mí el don de Dios. 2. Seguir avanzando. Teresa lo repetirá muchas veces: “entrad, entrad, hijas mías, en lo interior; pasad delante de vuestras obrillas, que por ser cristianas debéis todo esto y mucho más...” porque puede haber más de apariencia que de realidad y necesitamos una reorientación a fondo, que no podremos hacer por nosotras mismas. 3. Hacer una cura de humildad avanzando en el propio conocimiento: “Una cosa os aviso, que no por ser tal (religiosa) y tener tal madre estéis seguras... ni hagáis caso del encerramiento y penitencia en que vivís, ni os asegure el tratar siempre de Dios y ejercitaros en la 24
oración tan continuo y estar tan retiradas de las cosas de mundo y tenerlas a vuestro parecer aborrecidas... Todo esto no basta para que dejemos de temer... (1,4). Dentro de nosotras hay una mujer creyente a la que hemos de escuchar, pero también llevamos en el sótano a la mujer increyente que se rebela siempre, se resiste y acumula objeciones a la radicalidad del encuentro con Dios. Lo verdaderamente importante, la liberación del yo, está por hacer. ¡Estamos tan puestas en razón!, todo tan concertado, medido, elaborado en nuestro pensamiento... ¿Dónde queda el amor radical que lleva a la desposesión, al olvido de sí, a vivir sólo para Él? La verdadera liberación empieza de verdad a producirse cuando nos abandonamos incondicionalmente en movimiento de amor. 4. Rendir nuestra voluntad a la de Dios: “El negocio está en rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo” (2,6). Es el interior, la “voluntad”, lo que hay que curar. Y la persona se cura por la apertura total y radical a Dios. Rompe el cerco del yo en un movimiento de amor y donación. Éste es el “negocio”, no obras externas. Se re-crea el yo íntimo por una salida de sí, por una confianza absoluta que también es don suplicado y recibido. La vida misma, cuando nos pone a prueba, es una auténtica formadora. Allí aprendemos a vernos en nuestra grandeza y miseria, y aprendemos a aceptar la Voluntad del que nos ama.
PARA TERMINAR Volvamos a la pregunta inicial, la del joven rico a Jesús: ¿Qué me queda por hacer?
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Queda lo más importante: Dejarnos hacer, ir más allá de nuestras obras. Jesús, en el desierto, deja paso al asombro ante el amor que le ha oído al Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11) y vive desde ahí su misión. Abrirnos al amor es dar con las fuentes de la vida. El amor nos llama a una nueva identidad, más allá de esas “madrigueras y nidos” (Lc 9,57-58), en las que uno se agazapa y encuentra seguridad, se siente a gusto y protegido. A veces nuestras buenas obras nos tapan el camino para entrar más adentro de Dios. Nos vemos más a nosotros que a Dios. No olvidemos que la tentación más sutil y peligrosa en las personas espirituales es la que se da bajo apariencia de bien. Cuando tomamos conciencia de lo frágil que es nuestro seguimiento y que “tenemos los enemigos a la puerta”, lo mejor es revivir la experiencia de luz, el respeto y la conciencia amorosa del papel que juega Dios en la vida. Sólo la confianza ilimitada en el Señor podrá salvarnos de la inestabilidad e inseguridad permanentes. La humildad, tan necesaria para todo el camino, consiste en aprender a recibir. Recibirnos de Dios es dejar que él obre gratuitamente en nosotros y tome la iniciativa más allá de nuestros proyectos de generosidad. Pero dejemos la pregunta abierta, sin cerrar del todo: ¿Qué me falta, Señor? ¿Qué me sobra?
Textos bíblicos que nos iluminan: Mt. 19,16-22 ; Lc. 18,9-14; Sal. 138
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AGRADEZCO:
¿Cuáles pueden ser mis trampas o engaños?
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CUARTAS MORADAS El Señor es mi Pastor 1. Nos situamos Aunque el Señor es siempre el protagonista principal de la relación de amistad iniciada en I Moradas, la persona que le busca con insistencia, tiende a creer que todo depende de ella en este encuentro. En IV Moradas se reconoce llamada desde su “hondón” a entrar más adentro, a quitar obstáculos y a vaciarse de todo lo que le impide crecer en el amor. Es consciente de que nada puede hacer sin Él, pero no percibía hasta ahora la acción de Dios con tanta claridad. La persona orante ha tenido que hacer esfuerzos de búsqueda y ha tenido que aprender a aplazar el cumplimiento de sus deseos... ha experimentado la desgana, el cansancio, la duda de que el gozo prometido pueda convertirse en realidad. Ha tenido que desasirse de apegos, permanecer en la aridez de la oración, buscar a Dios -presente siempre pero escondido- a pesar de la sequedad persistente. En IV Moradas el Señor se hace notar más claramente y es percibido como el gran protagonista de la relación. Es el comienzo de la mística con la oración de recogimiento infuso. Hasta ahora sabíamos de oración vocal, oración mental “con consideración”, oración afectiva y recogimiento adquirido. Teresa nos hablará de recogimiento infuso o recogimiento interior. Es fruto del “silbo del pastor” que llama a las ovejas. Pasamos de sabernos habitadas a experimentar que Él nos habita permanentemente. El Buen Pastor se deja sentir, nos da muestras de la realidad de su presencia. Y es éste el primer fruto de una oración que Teresa califica como sobrenatural. 28
2. Nos disponemos Aunque se puede hacer una lectura reposada de los tres capítulos, no conviene que nos detengamos en la distinción y comprensión de la tipología oracional y en las diversas manifestaciones: gustos, contentos... Lo importante, como en cada retiro, es encontrarnos con el Señor ayudándonos de la mediación de Teresa, y en esta ocasión, con textos de IV Moradas. Los textos evangélicos que ella evoca también nos pueden servir de marco referencial: Jn 10, 1 y ss. / Jn 7,37- 39
Puesto que “no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho”, pedimos al Señor que nos capacite para descubrirle presente en nuestro interior. Hacemos silencio y pedimos la gracia de una humilde apertura a su acción. Invocamos al Espíritu y dejamos que Él “nos invoque” desde dentro. “Visto ya el gran Rey, que está en la morada de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia quiérelos tornar a Él, y como buen pastor, con un silbo tan suave que aun casi ellos mismos no lo entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada; y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas exteriores, en que estaban enajenados, y métense en el castillo.” (3,2)
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“Es bien que se acuerde que está delante de Dios y Quién es este Dios” (3,8)
Si El nos da a sentir su presencia, agradecemos el descanso en Él y nos
quedamos reconociendo su amor activo y misterioso que nos renueva y da nuevas fuerzas para servir. “...estarse atentos a ver qué obra el Señor en el alma” MIRO qué me ofrece, qué sugerencias me hace, en qué me asegura. Si no lo encuentro sensiblemente, permanezco humilde esperando y creyendo porque Él se da a sentir a quien quiere y como quiere. ¿Qué hacer cuando el Manantial que vive en nosotras no da señales de agua viva? Avivar la fe porque “sé de quien me he fiado” y el terreno que piso, aunque lo sienta árido, es SANTO:
“...humildad, humildad; por ésta se deja vencer el Señor a cuanto de Él queremos. Y lo primero en que veréis si la tenéis es en no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor, ni los habéis de tener en vuestra vida. Diréisme que de esta manera que ¿cómo se han de alcanzar no los procurando? A esto respondo que no hay otra mejor de la que os he dicho, y no los procurar por estas razones: la primera, porque lo primero que para esto es menester es amar a Dios sin interés; la segunda, porque es un poco de poca humildad pensar que por nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande; la tercera, porque el verdadero aparejo para esto es deseo de padecer y de imitar al Señor, y no gustos, los que, en fin, le hemos ofendido; la cuarta, porque no está obligado su Majestad a dárnoslos (...) y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. (...) Suyas somos, hermanas; haga lo que quisiere de nosotras; llévenos 30
por donde fuere servido; bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere (digo de verdad, porque no ha de ser por nuestros pensamientos, que muchas veces nos engañan, sino que estemos desasidas del todo) que no dejará el Señor de hacernos esta merced y otras muchas que no sabremos desear.” (2,10)
3. Donde Él nos lleve
“Algún día vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio” (León Felipe).
“Cuando por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar, pues nos ha dejado estar cerca de Él, y no será malo no procurar obrar con el entendimiento, si podemos digo.” (3, 5)
Si se me concede el don, puedo dejar obrar al amor porque: “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y ansí, lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho, porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiéramos no le ofender, y rogarle que vaya siempre adelante la honra y la gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Éstas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa y que si os divertís un poco va todo perdido.” (1,7)
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”Quiere el Señor que le pidamos y consideremos estar en su presencia, que Él sabe lo que nos cumple.”
No hay más que hacer que volver reiteradamente a su Presencia, dejarnos conducir y pedir capacidad de recibir:
“Dilátame el corazón para que quepan los otros, para que la vida me toque con su fuerza y su pobreza; para que el dolor del mundo me interrumpa en mis días monótonos y grises. Recuérdame que en la vida me precedes y acompañas y mis pasos van siempre al paso de otros pasos hermanos. En ellos me buscas, me esperas, me alientas. Junto a ellos me quieres en pie y bien despierta. Toca mi vida para que sea tuya y de ellos.”
Puedo traer al corazón a los pobres que conozco. Ellos me ponen
en la pista de la humildad.
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4. Pistas para discernir el camino
El Espíritu despierta en mí deseos de vida nueva:
ESCUCHO: “Ensancha el espacio de tu tienda” (Is 54,2).
Ensanchar el espacio significa creer que los milagros son posibles en nuestra vida. Con la tienda ensanchada olvidamos al yo como centro y medida de todo, y acogemos a los demás con sus gozos y dolores. Y entonces nos encontramos con Jesús que nos invita a vivir la dinámica del amor. Estamos a la espera de una presencia, con el silencioso deseo de una comunión. No sabemos en qué momento de la noche llegará Aquel que nos trae un nombre nuevo, pero lo que sí sabemos es que “es muy bueno este Bien nuestro” El amor de Jesús, que nos dilata por dentro, sólo pide ser acogido. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos…” ...
Quien recibe el don de adentrarse en las cuartas Moradas se capacita para comprender el protagonismo de Dios y comprende que Él lleva siempre la iniciativa. Llevadas por Él, podemos apostar ya en el presente por un futuro que tiene toda la fragilidad de lo que aún no existe. La confianza en Él nos asegura que un pequeño grano llega a convertirse en arbusto, porque aquí comienzan las “cosas espirituales” (1,1), nos allegamos “adonde está el Rey... y hay cosas tan delicadas que ver y que entender” (1,2). 33
El ingreso en la experiencia mística no está marcado por un cambio de conducta ética por nuestra parte. Es obra de un nuevo tipo de gratuidad amorosa por parte de Dios. “Comienza de Dios y acaba en nosotros” (2,4). La humildad es necesaria para distinguir las cosas y poder alabar al Señor; nos ayuda a entender lo que tenemos por gracia. El humilde sabe colocarse en su lugar y dejar a Dios ser Dios. “Por la humildad se deja vencer el Señor a cuanto de él queremos, y lo primero en que veréis si la tenéis, es en no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor ni los habéis de tener en vuestra vida” (2,9).
Caminamos con las vidas levantadas (talita kumi) y con pies orientados hacia los pobres, con vidas abiertas (effetá) creadoras de posibilidades para los demás, con vidas asombradas por el encuentro amoroso (Abbá) capaces de vivir la comunión y la comunicación. El amor gratuito con los demás es señal de que estamos en el camino por el que hay que ir.
Poco a poco, sin culpabilizarnos por el hecho de que en nuestra vida concreta no se asome de momento la novedad, sabemos que el don y la presencia de Jesús van cambiándonos la vida, para poder decir con María: “Aquí estoy, hágase en mí según tu Palabra”. Como el terreno que pisamos es desconocido, necesitamos que el Espíritu nos ayude a superar nuestros niveles de pensamiento y amor para pasar a los pensamientos y sentimientos de Jesús.
¿Noto que crece en mí el amor hacia todos, que nadie queda excluido de mi compasión y amor? ¿Percibo que voy entrando en una comunión más profunda con toda la humanidad? 34
¿Descubro a Jesús en las personas marginadas, en las débiles, las que sufren? Todo es gratuito, regalo inmerecido. En el mismo centro de nuestro ser está la voz más profunda de todas, que es la del Espíritu. Su presencia nos embellece y enciende en nosotros el fuego del amor. “Parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni aun el alma sabe entender qué es lo que se le da allí. Entiende una fragancia como si en aquel hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes” (2,6).
Abandono confiado. “Suyas somos, hermanas; haga lo que quisiere de nosotras; llévenos por donde fuere servido. Bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere, que no dejará el Señor de hacernos esta merced otras muchas que nos sabremos desear. Sea por siempre alabado y bendito. Amén” (2,10)
La fuente brota dentro o la promesa de Jesús
Teresa habla de dos fuentes. Una simboliza el esfuerzo de la persona por alimentar la vida de oración. Esta agua está situada fuera, la extrae de manantiales precarios y lejanos y la conduce por un artificio de arcaduces que no la libran de derrames ni de polvo, ni de fango. La otra fuente tiene un origen muy distinto. “Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo 35
muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo” (2,4).
El texto teresiano recuerda aquel pasaje evangélico que se desarrolla en el templo, en el día en que se celebraba la fiesta del agua, una fiesta que discurría entre cantos de alegría y acción de gracias. Jesús en aquella ocasión proclama: “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva” (Jn 7,38). Podemos orar con el texto y pedirle a Jesús poder reconocer el manantial que brota en nuestras entrañas. Aceptar la invitación que nos hace el Espíritu para vivir al estilo de Jesús. Con la palabra de Teresa digo al Señor: OH VIDA QUE LA DAIS A TODOS NO ME NEGUÉIS ESTA AGUA QUE PROMETÉIS A LOS QUE QUIEREN Yo la quiero, Señor, y la pido y vengo a Vos, no os escondáis Señor, pues sabéis mi necesidad y que es verdadera medicina del alma llagada por Vos. Oh Señor, qué de maneras de fuegos que hay en la vida. Unos consumen el alma, otros la purifican, para que viva siempre gozando de Vos. Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis, y qué seguro irá por los peligros de esta vida el que procurare sustentarse de este divino licor. 36
QUINTAS MORADAS
“Muera ya este yo y viva en mí otro que es más que yo. Él viva y me dé VIDA” Ex. 17
1. MIRO MI VIDA Y AGRADEZCO Llamada a descubrirme habitada por Dios (I Mor) y a vivir desde Él, voy adentrándome en el conocimiento y amor de Quien se me revela Amigo y Compañero de camino, Señor y Maestro (II Moradas). Siento la llamada a permanecer en el encuentro, a identificarme con su modo de sentir y vivir, de estar, de amar… Experimento alguna vez el cansancio del seguimiento, las dudas sobre la propia capacidad para responder y necesito escuchar la VOZ interior que me asegura en Él, cimiento y roca de mi existencia. (III Moradas). 37
Cuando me parece que ya llevo un buen trecho de camino y que su Palabra y mensaje se me hacen entrañables y familiares, él encuentra un resquicio de luz para hacer verdad en mí y darme a conocer que soy todavía una aprendiz lenta del amor. Voy descubriendo que “sólo puedo presumir de su misericordia” y que no puedo dar si no me abro a recibirlo todo humildemente. Aún así, nada de lo que hago me da derecho a nada. Además, tantas veces descubro que mis obras están incompletas y marcadas de protagonismo... Mi verdad se aclara en el cara a cara con Él y con los demás. Cada día experimento lo difícil que es amar, y aunque a veces lo considero una carga, con frecuencia se me hace perceptible la voz que me asegura: “Podemos amar porque Él nos amó primero” y continúo “esforzando la fe” para CREER que Dios se hace en mí Fuente y Manantial de amor para seguir intentándolo cada día. Desde las I Moradas, y sin tregua posible, estoy iniciada en el propio conocimiento a la vez que me adentro en Su conocimiento: conocerLE y conocerME; conocerME y conocerLE son las dos columnas que sostienen mi edificio interior. Puedo definirme a mí misma “a su imagen y semejanza”, hecha para acoger a Dios, “capaz de Él”, su casa y su morada, embellecida por su presencia permanente. Y junto a tanta riqueza interior, pues nunca se quita de mí este verdadero Amador, acompañándome y dándome vida y ser, (II Moradas 4) la miseria del caminar lento, el “concierto” de una entrega medida, las pequeñas “obrillas” de las que me hago dueña, las “razones” con las que me protejo para que Su Amor no me desborde y “me saque de razón”. “El negocio, para seguir adelante y no parar está en rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo...” (III Moradas 2,6) Me curo de mi mediocridad por la apertura radical a Él, rompiendo el cerco del “yo” en movimiento de amor y donación. Éste es el “negocio”, no la acumulación de obras. Y la humildad: la aceptación de mí misma, de mi verdad interior conocida en su totalidad por Él, para quien nada está oscuro. Con Él puedo mirarme en mi grandeza y mi miseria, recibirme, perdonarme, levantarme. Agradezco al Señor “los silbos amorosos” que me recogen en mi centro y me atraen hacia Él: invitaciones a seguirle por el camino que Él mismo recorrió, deseos de servirle y vaciarme de mí misma, Cuando Él sale 38
a mi encuentro -en el momento menos pensado y sin procurarlo a veces; en la calle, en medio de las ocupaciones o tareas cotidianas, o en la plaza de la verdad de la oración- se DILATA mi espíritu y se me ensancha la capacidad de recibir y de desear. Entonces sé que “todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil.4,13) y para todo poseo su fuerza. Bebo el agua viva, que en mi propio pozo, brota de una FUENTE que no es mía. Y agradezco. Me pregunto si ya voy entendiendo que “Amar no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios” (IV Moradas 1,7)
¿Qué referencias de esta historia de amistad hay en mi vida? ¿Cómo y dónde me sitúo en mi relación con Él? ¿En qué noto si mi vida, mis ocupaciones, mis relaciones, mi oración, están afectadas por su Presencia o su ausencia? ¿Qué me mueve en mi actuar cotidiano? ¿Cómo expreso el gozo de pertenecerle y vivir de su amistad?
2. ORAR MORADAS
CON
QUINTAS
En las V Moradas nos jugamos lo esencial de la vida cristiana. Son las Moradas de la conversión adulta, del Tesoro escondido, de un conocimiento más profundo de Dios y de una donación de Dios más generosa, de una unión más regalada. En un día de retiro no vamos a pedir a Dios manifestaciones extraordinarias ni vamos a preguntarnos en qué morada estamos. No se trata de analizar nuestro recorrido espiritual sino de dejarnos amar y llevar 39
por Dios. Los textos teresianos pueden ser una mediación para encontrarnos con Él y comprender su acción en nosotras. Descubrir también a dónde nos quiere llevar; qué horizonte se vislumbra.
Partiendo de que “la experiencia espiritual cristiana no es sólo la gratificante y la entusiasta, sino también, o más bien, la misma vida de Cristo en nosotros, y puede ser la de la soledad, la cruz, el abandono o la serena y cotidiana paz en el cumplimiento de la voluntad de Dios” (Jesús Castellano) nos adentramos en el silencio acogiendo su VIDA. “Cavar hasta encontrar el tesoro, pues le hay en nosotras mismas” (1,3); “¿qué no dará Quien es tan amigo de dar y puede dar todo lo que quiere?” (1,5) ¿Cómo estar ante Él? Calladas y abiertas; despiertas y humildes: “creed de Dios mucho más y más” (1,8), “con simpleza de corazón y humildad servir a Su Majestad y alabarle por sus maravillas” (1,8). Vamos a dejarnos conducir por Él, pidiendo con humildad que, si Él quiere, nos lleve a la bodega, que en esto “no somos parte”; no depende de nuestro empeño: “Llevóme el rey a la bodega del vino, o metióme”, creo dice. Y no dice que ella se fue. Ésta entiendo yo es la bodega por donde nos quiere meter el Señor, cuando quiere y como quiere, mas por diligencias que nosotros hagamos no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar Él en el centro de nuestra alma...” (1,13) La bodega es para Teresa el lugar donde Dios ordena el amor, pero necesita mi aceptación. No me imposibilita para comprar sus riquezas (1,4) pero me pide rendirme a su voluntad (2,12). “No quiere que os quedéis con nada”. “Todo lo quiere para sí”. “Es necesario que muera este gusano”. El amor de Dios, siempre buscando tener a quien dar, me despierta a amar, pero necesito conocerlo para que me enamore. Su donación activa y acelera, facilita y radicaliza mi disposición para darme, pero no me dispensa de una fuerte ascesis. Su AMOR conocido por experiencia saca de mí amor de respuesta. ¿Qué conozco -con certeza impresa en las entrañas- de este Dios amador? ¿Tengo experiencia de sentirme “regalada” por Él? ¿Qué se despierta en mí cuando me hago permeable a su amor? ¿Descubro las llamadas que Él me hace para ser más suya? 40
¿Cómo ando en generosidad? ¿Qué límites pongo en mi entrega?
3. LA VERDADERA UNIÓN Estoy llamada. Los dones extraordinarios nos fascinan pero nos asustan. Tenemos a menudo la sensación de que se escapan de nuestra experiencia y de nuestras posibilidades. Teresa es consciente de ello. Y proclamará con fuerza que toda persona está llamada a la unión con Dios. Que nadie “quede sin esperanza” (3,3). La unión mística es alcanzable sin el atajo de las gracias místicas. “Poderoso es el Señor de enriquecer las almas por muchos caminos y llegarlas a estas moradas y no por el atajo que queda dicho” (3,4) Cristo es el gran don. El gran proyecto de Jesús es que sus amigos “sean uno” con Él (Jn 17,11) como lo es Él con el Padre y el Espíritu. Y para esto “no ha menester el Señor hacernos grandes regalos; basta lo que nos ha dado en darnos a su Hijo, que nos enseñase el camino” (3,7). No necesitamos más dones habiendo recibido el DON. Unión que tiene por finalidad transformarnos en Él. Cristo “es la casa” que vamos edificando en el proceso espiritual. Es nuestra vida (2,4). Nos hacemos “uno” con Dios amando, viviendo el “amor de Su Majestad y del prójimo... Guardándolas con perfección, hacemos su voluntad y estamos unidos con Él” (3,7).
El amor a los hermanos como medida. “La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas cosas, es guardando bien la del amor al prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos; mas el amor del prójimo, sí... En pago del amor que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a Su Majestad por mil maneras. En esto yo no puedo dudar” (3,8). El amor al prójimo garantiza el amor a Dios. No tenemos otra posibilidad. “Si entendieseis lo que nos importa esta virtud (amor del prójimo), no traeríais otro estudio” (3,10). Todo está perdido si falla este amor. “Si 41
hubiese en ello quiebra, vamos perdidas, y aunque tengáis devoción y regalos... no habéis llegado a unión.” Dios en la fuente de todo amor. Al amor de Dios le corresponde ser la raíz de todo amor humano. “Si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo” (3,9). “No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirad lo que costó a nuestro Esposo el amor que nos tuvo, que por librarnos de la muerte, la murió tan penosa como muerte de cruz” (3,12).
¿Creo, de verdad, que estoy llamada a vivir una unión con Dios absoluta, semejante a la de Jesús, que me vacía de mí misma y me abre a los otros y a la vida sin desconfianzas? ¿Cómo resuelvo mis incoherencias con el AMOR?
Algunos textos clave: Mt. 13,44 y ss; Mc. 12, 28-34; la primera carta de Juan, sobre todo 3 y 4.
El capítulo 3 de V Moradas es una buena ayuda para aprender el amor o mejor para conocer la calidad del amor que damos. Escuchamos a Teresa: “Impórtanos mucho andar con gran advertencia cómo andamos en esto, que si es con mucha perfección, todo lo tenemos hecho... Pues tanto nos importa esto, hermanas, procuremos irnos entendiendo en cosas aun menudas, y no haciendo caso de unas muy grandes, que así por junto vienen en la oración, de parecer que haremos y aconteceremos por los prójimos y por sola un alma que se salve; porque si no vienen después conformes las obras, no hay para qué creer que lo haremos. Así digo de la humildad también y de todas las virtudes. Son grandes los ardides del demonio, que por hacernos entender que tenemos una, no la teniendo, dará mil vueltas al infierno. Y tiene razón, porque es muy dañoso, que nunca estas virtudes fingidas vienen sin alguna vanagloria, como son de tal raíz; así como las que da Dios están libres de ella ni de soberbia. 42
Yo gusto algunas veces de ver unas almas, que, cuando están en oración, les parece querrían ser abatidas y públicamente afrentadas por Dios, y después una falta pequeña encubrirían si pudiesen, o que si no la han hecho y se la cargan, Dios nos libre. Pues mírese mucho quien esto no sufre, para no hacer caso de lo que a solas determinó, a su parecer; que en hecho de verdad no fue determinación de la voluntad, que cuando ésta hay verdadera es otra cosa; sino alguna imaginación, que en ésta hace el demonio sus saltos y engaños... Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello. Ésta es la verdadera unión con su voluntad, y que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que si te loasen a ti. Esto, a la verdad, fácil es, que si hay humildad, antes tendrá pena de verse loar. Mas esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla. Mucho he dicho en otras partes de esto, porque veo, hermanas, que si hubiese en ello quiebra vamos perdidas. Plega al Señor nunca la haya, que como esto sea, yo os digo que no dejéis de alcanzar de Su Majestad la unión que queda dicha. Cuando os viereis faltas en esto, aunque tengáis devoción y regalos, que os parezca habéis llegado ahí, y alguna suspensioncilla en la oración de quietud (que algunas luego les parecerá que está todo hecho), creedme que no habéis llegado a unión. (3,9-12)
“Pedid a nuestro Señor que os dé con perfección este amor del prójimo, y dejad hacer a Su Majestad, que Él os dará más que sepáis desear, como vosotras os esforcéis y procuréis en todo lo que pudiereis 43
esto; y forzar vuestra voluntad para que se haga en todo la de las hermanas, aunque perdáis de vuestro derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, aunque más contradicción os haga el natural; y procurar tomar trabajo por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere... (3,12)
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