REVISTA DE HISTORIA NAVAL

INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑOLA REVISTA DE HISTORIA NAVAL Año XXIV 2006 Núm. 95 REVISTA DE HISTORIA NAVAL CONSEJO RECTOR:

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REVISTA HISTORIA NAVAL. Año VII Núm. 25 INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑOLA
REVISTA HISTORIA NAVAL Año VII Núm. 25 INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑOLA INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑO

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INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL ARMADA ESPAÑOLA

REVISTA DE

HISTORIA NAVAL

Año XXIV

2006

Núm. 95

REVISTA DE HISTORIA NAVAL CONSEJO RECTOR: Presidente:

Teodoro de Leste Contreras, contralmirante, director del Instituto de Historia y Cultura Naval.

Vicepresidente y Director:

Hermenegildo Franco Castañón, capitán de navío.

Redactor Jefe:

José Antonio Ocampo Aneiros, coronel de Máquinas.

Vocales:

José Cervera Pery, general auditor y periodista; Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, de la Comisión Española de Historia Marítima; Enrique Martínez Ruiz, catedrático de Historia de la Universidad Complutense de Madrid; José María Madueño Galán, capitán de navío, secretario técnico; Roberto García Moreno, coronel de Intendencia, Departamento de Cultura Naval; Miguel Aragón Fontenla, coronel de Infantería de Marina, Departamento de Historia Subacuática.

Redacción, Difusión y Distribución: Administración:

Ana Berenguer Berenguer; Paloma Molins Bedriñana. Juan José Hernández Fernández, comandante de Intendencia de la Armada; Rocío Sánchez de Neyra Espuch.

DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN: Instituto de Historia y Cultura Naval. Juan de Mena, 1, 1.a planta. 28071 Madrid (España). Teléfono: 91 379 50 50. Fax: 91 379 59 45. C/e: [email protected] EDICIÓN DEL MINISTERIO DE DEFENSA IMPRIME: Servicio de Publicaciones de la Armada. Publicación trimestral: cuarto trimestre de 2006. Precio del ejemplar suelto: 4 euros. Suscripción anual: España y Portugal: 16 euros. Resto del mundo: 25 euros. Depósito legal: M. 16.854-1983. ISSN: 0212-467-X. NIPO: 076-06-056-9 (edición en papel). NIPO: 076-06-057-4 (edición en línea). Impreso en España. - Printed in Spain. CUBIERTA ANTERIOR: Logotipo del Instituto de Historia y Cultura Naval. CUBIERTA POSTERIOR: Del libro Regimiento de Navegación, de Pedro de Medina (Sevilla, 1563). Las opiniones emitidas en esta publicación son de la exclusiva responsabilidad de los autores de las mismas.

SUMARIO Págs. NOTA EDITORIAL.............................................................................

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Mapas atribuidos a Cristóbal Colón, por Mario Ruiz Morales .......

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Formas de vida y ritos funerarios en Galicia. Los marinos en el siglo XVIII, por Margarita Gil Muñoz ............................................

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Rebeldes de la revolución haitiana en las naves reales de don Gabriel de Aristizábal, por Jorge Victoria Ojeda .......................

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Si en comisión de Marina te vieres... Las dificultades salariales y de promoción de un técnico comisionado de la Armada Real en el setecientos, por Manuel Díaz Ordóñez ..........................................

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Otra versión del intento de paso por el estrecho de Gibraltar del destructor José Luis Díez, por Hermenegildo Franco Castañón.

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La historia vivida: Saludo a la voz y al «mortero», por Hermenegildo Franco ......................................................................................

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Documento: Última carta de Gravina a Talleyrand (10 de enero de 1806) ............................................................................................

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La Historia Marítima en el mundo: Una nueva asociación: la Asociación de Descendientes de Marinos de Trafalgar, por José Antonio Ocampo ..........................................................................

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Noticias Generales ............................................................................

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Recensiones .......................................................................................

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COLABORAN EN ESTE NÚMERO Mario Ruiz Morales es perito topógrafo, ingeniero en Geodesia y Cartografía, licenciado y doctor en Ciencias Matemáticas e ingeniero geógrafo del Estado. Coordina la enseñanza de la Topografía, Fotogrametría, Geodesia y Cartografía en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad de Granada. Dirigió el Servicio Regional del Instituto Geográfico Nacional en Andalucía Oriental, entre los años 1977 y 2005. Entre sus últimas publicaciones destacan: Manual de Geode sia y Topografía (Proyecto Sur de Ediciones, 1998 [2.ª ed.]), Forma y dimensión de la Tierra: síntesis y evolución histórica (Ediciones del Serbal, 2000), Nociones de Topogra fía y Fotografía Aérea (Universidad de Granada, 2003), así como Los ingenieros geógra fos, origen y creación del cuerpo (Centro Nacional de Información Geográfica, 2003). Es miembro de la Real Sociedad Geográfica. Fue premio extraordinario fin de carrera y posee la Cruz de Alfonso X el Sabio. Margarita Gil Muñoz es doctora en Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Articulista sobre temas militares del siglo XVIII, colabora en varias revistas, destacando sus trabajos: «La oficialidad de Carlos III ante la muerte», en Cuadernos de Historia Moderna (núm. 10), 1989, de la Universidad Complutense de Madrid; «Religión y Milicia en la segunda mitad del siglo XVIII», en Ejército, Ciencia y Sociedad en la España del Antiguo Régimen (Instituto de Cultura Gil-Albert, 1995); Perfil humano de la oficialidad en el contexto de la Ilustración (Ministerio de Defensa, colección «Adalid», Madrid), y La vida religiosa de los mareantes. Devociones y prácticas (Ministerio de Defensa, Madrid). Ha sido premio Ejército de Investigación 1991 y 1996. Jorge Victoria Ojeda es licenciado en Arqueología y maestro en Etnohistoria, doctor en Antropología (UNAM) y doctor en Historia (Universitat Jaume I). Investigador del Archivo General del Estado de Yucatán y miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACyT, cuenta con varios libros publicados y numerosos artículos en revistas especializadas de México y otros países. Sus líneas de investigación son fortificaciones, negros e historia colonial del Caribe y de América. Entre sus publicaciones destacan: Tendencias monárquicas en la revolución haitiana. El negro Juan Francisco Petecou bajo las banderas de Francia y España (Siglo XXI, 2005). Manuel Díaz Ordóñez es licenciado en Historia Moderna por la Universidad de Barcelona. El trabajo que aquí recogemos es fruto de la investigación que está realizando para su tesis doctoral. Ha publicado otros trabajos en la misma temática, como La fabricación de jarcia en España. El reglamento de Jorge Juan, El Derecho y el mar en la España moderna (1995) y «La burguesía catalana y el conocimiento de América. El asiento de jarcia», en John R. Fisher (dir.): Actas del XI Congreso Inter nacional de Ahila (Liverpool, 1998). Además de esta labor como publicista, interviene con asiduidad en congresos y participa en foros virtuales a través de Internet. Hermenegildo Franco Castañón es capitán de navío de la Armada, especialista en Armas Submarinas. Fue profesor de Maniobra y Cultura Naval en el buque escuela Juan Sebastián de Elcano y en la Escuela Naval Militar, y colabora en el diario La Voz de Galicia, de La Coruña, el Diario de Avisos, de Santa Cruz de Tenerife, la Revista General de Marina y la REVISTA DE HISTORIA NAVAL. Es autor de los siguientes libros: La Marina española en Ultramar (Ferrol, 1989); Maniobra del buque escuela C u a t h emoc (Marín, 1982); Los apostaderos y estaciones navales en Ultramar (Barcelona, 1998); Sin perder el norte (tres siglos de historia en la Zona Marítima del Cantábrico) (Valladolid, 2003); Por el camino de la revolución. La Marina española, Alfonso XIII y la II República (Valladolid, 2004), y La razón de Trafalgar (Valladolid, 2005).

NOTA EDITORIAL Finaliza el año 2006, año colombino por derecho propio, al conmemorarse el 500.º aniversario de la muerte del Almirante, acaecida en Valladolid el 20 de mayo de 1506. Ríos de tinta se han vertido durante estos meses sobre la controvertida figura de Cristóbal Cólon, conferencias, exposiciones temporales y todo un enorme despliegue de medios para glosar y descubrir un poco más la enigmática figura del primer Almirante de las Indias. La Armada, a través del Instituto de Historia y Cultura Naval, no ha sido ajena a este acontecimiento, organizando unas jornadas extraordinarias de historia marítima y una exposición temporal titulada «Cristóbal Cólon y el mito colombino», que puede decirse pone el broche final a este evento. También nuestra REVISTA se une a la efeméride citada y abre sus páginas en este número con un artículo titulado Mapas atribuidos a Cristóbal Colón, de Mario Ruiz Morales, que por lo inédito y singular de su temática ocupa lugar en vanguardia. Le siguen: Formas de vida y ritos funerarios en Galicia, de Marg a r i t a Gil Muñoz; Rebeldes de la revolución haitiana en las naves reales de don Gabriel de Aristizábal, de Jorge Victoria Ojeda. Cierran como artículos los de Manuel Díaz Ordóñez, titulado: Si en Comisión de Marina te vieres..., y el de Hermenegildo Franco Castañón, director de la REVISTA: Otra versión del intento de paso por el estrecho de Gibraltar del destructor José Luis Díez. Por último, las secciones fijas de La historia vivida, «Saludo a la voz y al “mortero”»; Documento: Última carta de Gravina a Talleyrand (10 de enero de 1806); La Historia Marítima en el mundo: «Una nueva asociación: la Asociación de Descendientes de Marinos de Trafalgar», Noticias Generales y Recensiones.

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MAPAS ATRIBUIDOS A CRISTÓBAL COLÓN Mario RUIZ MORALES Doctor en Historia

A lo largo del presente año, se han venido celebrando diversos actos conmemorativos del quinto centenario de la muerte de Cristóbal Colón (14511506), un personaje enigmático que conmocionó al mundo con el relato de su primer viaje. Aunque sea cierto que es difícil aportar alguna novedad significativa que aumente el conocimiento que se tiene de su vida y obra, también lo es que algunas de sus aportaciones cosmográficas, especialmente las de índole cartográfica, no son conocidas más allá del círculo reducido de los especialistas. Una circunstancia que resulta un tanto paradójica, máxime si se tiene presente que sin tales conocimientos no hubiese sido posible su excepcional travesía. El que sería después Almirante de Castilla adquirió estos conocimientos principalmente con la lectura de clásicos como Tolomeo (90-168) o Estrabón (63 a.C.-21), y de otros más modernos como el cardenal francés D’Ailly (1359-1420). Cólon estaba, pues, convencido plenamente de la esfericidad de la Tierra, de su tamaño y de la posibilidad de alcanzar las Indias a través del Atlántico, tal como defendieron en su momento autores tan relevantes como Aristóteles (384-322 a.C.) y Eratóstenes (285-195 a.C.); este último llegó incluso a defender que, si la inmensidad del océano no lo impedía, se podría navegar de Iberia a las Indias a lo largo del mismo paralelo. No obstante, la fiabilidad de sus fuentes dejaba mucho que desear en lo que se refería al tamaño de la Tierra, pues tales fuentes aseguraban que su diámetro era del orden de 20.000 millas, de modo que el desarrollo de un grado de meridiano equivalía a 55 1/2 millas; asimismo, se sospechaba qe el territorio de Eurasia se extendía a lo largo de 280º de longitud. El razonamiento de Colón no ofrecía por tanto la menor duda: las costas del Catay se podrían alcanzar desde las hispánicas tras navegar aproximadamente 4.500 millas hacia Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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el oeste, es decir, una amplitud angular de 80º, de manera que, si en un día se recorrían 100 millas, se podría alcanzar la meta en poco más de un mes. Además, Colón insistía en sus planteamientos a la vista de las representaciones cartográficas de la época, que mantenían tales principios. El mapamundi de Paolo dal Pozzo Toscanelli (1397-1482) o el globo terráqueo de Martín Behaim (14591507) son dos de los más señalados. Como tanto en el mapa del astrónomo italiano como en el globo del cartógrafo alemán aparecía el océano Atlántico con anchura escasa, Colón no albergaba ninguna duda de que así se podía alcanzar su meta mucho antes que circunnavegando el continente africano. El globo terráqueo, construido en 1492, reflejaba tan bien Colón cosmógrafo. Cuadro del francés Emile Lasalle realizado en 1839. El rey Luis Felipe el pensamiento del genovés que cabe de Orléans se lo regaló a la catedral de Sevilla. pensar si Behaim estaría al tanto del

Toscanelli y una reproducción de su mapa centrada en el océano Atlántico. Las imágenes inferiores son de Behaim y de su globo terráqueo. 8

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MAPAS ATRIBUIDOS A CRISTÓBAL COLÓN

proyecto colombino, en su condición de miembro del consejo de sabios que asesoraba al rey Juan II de Portugal (1455-1495). Colón fue un prolífico y acreditado cartógrafo antes y después de la reconquista de Granada, al igual que su hermano Bartolomé (h. 14611514), hasta el punto de que ambos ejercicieron este oficio durante su estancia en Lisboa. No es nada aventurado suponer que Colón ejerciera una poderosa influencia sobre su hermano, similar a la que ejercería después sobre su propio hijo Hernando (1488-1539). Este conservaría en Modelo cosmológico centrado en una imagen su voluminosa biblioteca gran parte de la Tierra, tal como aparece en el llamado «mapa de Colón». de los libros heredados de su padre, con interesantes y reveladoras apostillas, como las que figuran en la obra Imago mundi, del ya citado P. d’Ailly. Lamentablemente, no se conservan mapas o planos que se puedan atribuir a nuestro personaje sin ningún género de dudas; la excepción a la regla la constituyen dos ejemplos que merecen ser reseñados con cierto detalle. El primero de ellos es conocido en la literatura cartográfica con el nombre de «mapa de Colón», desde que en 1924 se lo atribuyera el historiador francés Charles Marie de La Roncière en La Carte de Christophe Colomb, obra aparecida el mismo año en París. El pergamino lo descubrió en la Biblioteca Nacional, donde se conserva identificado con la referencia B.N. Cartes et Plans, Rés. Ge AA 562. El documento cartográfico lo componen el conjunto de los dos mapas, separados por una línea dorada y dibujados sobre un perg amino de 1,1 x 0,7 m. El de la izquierda es en realidad una carta celeste que refleja la concepción geocéntrica del universo imperante en aquel tiempo; el de la derecha, un portulano al uso en el que destacan el Atlántico y el mar Mediterráneo. En la carta celeste aparecen representadas, por tanto, las nueve esferas clásicas, sobre las que se situaban los planetas, es decir: la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno; la octava esfera es la de las estrellas (también llamada «de las fijas»), y la nona, la mansión de los bienaventurados, aunque el autor la dejase en blanco. Todas ellas rodeaban la Tierra, representada mediante un planisferio del Viejo Mundo cuyo centro correspondía a Jerusalén, aunque el autor anotase en el dibujo que la representación plana debía ser considerada esférica. La influencia religiosa se hace aún más evidente cuando se observa la imagen del paraíso terrenal, rodeado de montañas, en las costas del Catay de Marco Polo (1253-1324). El portulano está limitado por cuatro rosas de los vientos de las que parten las correspondientes líneas de navegación. Aparecen representadas la cuenca Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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mediterránea y el litoral atlántico, desde Escandinavia hasta la desembocadura del río Congo. Una de sus características más destacables en este contexto es la localización de las ciudades importantes del interior; el hecho de que figuren Granada y Santa Fe, con los pendones de Castilla y León, permite pensar que ha de ser posterior al 2 de enero de 1492. Dado que no aparecen representados los descubrimientos posteriores a esa fecha, no sería extraño que el dibujo se hubiese realizado en los primeros meses de ese mismo año, después de la toma de Granada y antes de que diese comienzo la travesía de Colón. Asimismo, debe reseñarse que en uno y otro mapa aparecen textos que guardan estrecha relación con las apostillas recogidas en los libros usados por Cristóbal Colón, en una de las cuales se remite al lector a cuatro mapas que Las islas descubiertas por Colón. Ilustración contenían esferas, costumbre poco de una edición de su carta (Basilea, Jacobo habitual en aquella época. Hay, pues, Wolff, 1493). sobradas razones para suponer que el Almirante fue el cartógrafo responsable, aunque todavía falte confirmación definitiva de tal suposición. A la vuelta de su primer viaje, el 15 de febrero de 1493, desde las islas Canarias, escribió una extensa carta a los Reyes Católicos en la que daba cuenta de su descubrimiento. Únicamente nos interesa resaltar de tan trascendental documento la identificación que se hace de una serie de islas en los siguientes términos: «A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a comemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios lo llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción; a la tercera Fernandina; a la cuarta la Isabela; a la quinta la isla Juana y así a cada una nombre nuevo». La carta fue rápidamente impresa y reeditada en numerosas ocasiones. Baste decir que en los cinco años siguientes se publicaron 10.000 ejemplares de la misma, siendo usual ilustrarla con mapas imaginarios de las islas. Es de suponer que Cólon los supervisaría en alguna medida; en cualquier caso, fueron las primeras imágenes renacentistas de sus descubrimientos. Hay otros documentos cartográficos relevantes que se atribuyen indistintamente a Cristóbal y a Bartolomé Colón; se trata en este caso de meros croquis en los que se representan también los territorios recientemente conquistados. 10

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Croquis de la isla Española (Haití y República Dominicana) y una imagen de satélite de la misma zona.

El primero de ellos, supuestamente dibujado entre 1492 y 1493, se conserva en el archivo de la casa de Alba (palacio de Liria, Madrid) y es la imagen cartográfica de una parte del litoral caribeño, concretamente la costa norte de la isla Española (Haití). La importancia de este descubrimiento, en el año 1894, para la historia de la cartografía es capital, al tratarse del primer mapa europeo del Nuevo Mundo. Su formato es de 56 x 39 cm. En él figuran varios topónimos, entre los que deben subrayarse «Nativida», por referirse a «La Natividad», esto es, a la primera colonia fundada por Colón al llegar al Nuevo Mundo, y «Civao», en alusión a Cipango (Japón); no debe olvidarse que Colón pensaba que había alcanzado aquellas costas. El segundo es indudablemente atribuido a nuestro protagonista, ya que figuraba en las márgenes de la carta que escribió al rey Fernando desde Jamaica, el día 7 de julio de 1503, para relatar su cuarto viaje; una copia de la misma fue llevada a Roma por Bartolomé con la intención de que el papa intercediera ante el rey para que le encargase a su hermano la colonización y evangelización de aquellas costas tropicales. Bartolomé Colón coincidió en Italia con el veneciano Alejandro Zorzi, el cual copió los croquis anteriores en la versión italiana de la carta y en otro manuscrito que escribió en torno al año 1522. En la Biblioteca Nacional de Florencia se conserva la copia de Zorzi en forma de tres láminas de 100 x 165 mm, cuyo contenido representa no sólo la franja ecuatorial de la Tierra, sino también el pensamiento geográfico del mayor de los hermanos Colón. Además del Nuevo Mundo, Zorzi realizó dibujos semejantes en los márgenes de su obra Miscellanea di cose geografiche, en los que incluyó, por ejemplo, la imagen de Cuba y de la Española. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Croquis de Alessandro Zorzi, copias de los previos realizados por Cristóbal Colón.

El último mapa a que nos vamos a referir contiene una prueba irrefutable de la actividad cartográfica de Cristóbal Colón y de que su influencia alcanzó a otras culturas bien diferentes. El cartógrafo turco de mayor renombre fue sin duda alguna el almirante Muhyiddin Piri Re’is (h.1470-1554), el cual pasó a 12

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El portulano de Piri Re’is y detalle ampliado del Caribe, copia de un mapa de Cristóbal Colón.

la posteridad gracias a un mapamundi coloreado sobre un pergamino en el año 1513; la representación debe ser catalogada como portulano, a pesar de los motivos decorativos que incluye tierra adentro. El mapa, que se conserva en el museo Topkapi Saray de Estambul, es realmente un fragmento del original, cuyas dimensiones son de 63 x 90 cm —se supone que el dibujo primitivo debía de medir alrededor de 140 x 165 cm—. En él figura una imagen cartográfica casi íntegra de la península ibérica y del borde más occidental de África, limitado al este por una línea que coincide sensiblemente con el meridiano de Almería. También figura una interesante representación del Nuevo Mundo que, comenzando en el cinturon ecuatorial, desciende hasta el extremo más meridional de Sudamérica. En el borde occidental del mapa figura un extenso texto harto elocuente, por cuanto el autor confiesa, entre otras cosas, que dibujó la representación del Caribe apoyándose en un mapa de Cristóbal Colón que había llegado a su poder y al parecer realizado en 1498. El párrafo en cuestión dice lo siguiente: «Las costas e islas [del Nuevo Mundo] de este mapa son tomadas del mapa de Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Imagen cartográfica de la línea agónica en el mapa del astrónomo Edmound Halley, publicado como resultado de la expedición Paramour Pink (1698-1700). Las brújulas superpuestas de la derecha son del siglo XVI; la que tiene alidada es del XVII.

Colón». La afirmación de Piri Re’is está muy bien documentada, puesto que su tío Kemal Re’is, el que se lo proporcionó, tras requisársela a un esclavo español que había sido tripulante de un barco que capturó la flota turca por él comandada, en 1501, en las proximidades de Valencia. Presentó el mapa Piri Re’is al sultán en 1517, y al parecer se archivó en el palacio de Solimán el Magnífico; allí permaneció en el anonimato hasta que Gustav Adolf Diessmann, en 1929, lo descubrió durante las investigaciones que estaban realizando para el futuro Museo Topkapi. Esta reivindicación apresurada de la figura de Cristóbal Colón desde el punto de vista cartográfico tendrá como epílogo la observación magnética sin parangón que realizó la noche del 13 de septiembre de 1492, cuando se encontraba 100 leguas al oeste de las islas Azores. Se constató en aquella ocasión un fenómeno de singular importancia en la historia de la ciencia, que se trató de aprovechar después para solucionar el secular problema de la determinación de las longitudes. El fenómeno se describió con todo detalle en el diario de a 14

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bordo: «Aquel día con su noche, yendo a su vía, que era el oeste, anduvieron XXXIII leguas, y contava tres o quatro menos. Las corrientes le eran contrarias. En ese día, al comienzo de la noche, las agujas noruesteavan y a la mañana nordesteavan algún tanto, de lo que conoció que la aguja no iba derecha a la estrella que llaman del Norte, o Polar, sino a otro punto fijo e invisible». Aunque ya por entonces se había que la declinación magnética variaba con la longitud geográfica, fue Colón el primero en comprobarlo fehacientemente pues, atendiendo a la descripción, es obvio que cruzaron la línea agónica o de declinación nula, con lo que pasaron de un valor oriental a otro occidental. Puede asegurarse sin exageración que ese día comenzó el estudio del magnetismo terrestre, gracias a las observaciones efectuadas por el Almirante. El cambio en la orientación de la aguja imantada de la brújula, que por cierto dio lugar a un intento de motín, confundió a Colón, puesto que llegó a creer en la existencia de un meridiano singular con unas propiedades cosmográficas análogas a las de la línea ecuatorial. La idea tuvo su repercusión en los años venideros, concretamente en los trabajos correspondientes llevados a cabo por Alonso de Santa Cruz (1500-1567), el cual trató de establecer una interrelación entre los parámetros magnéticos —inclinación y declinación— y las coordenadas geográficas —latitud y longitud. Bibliografía ALBERT S ALVADOR, B.: Expediciones marítimas españolas, la aventura de lo imposible. Lunwerg Editores, Madrid, 2000. BAGROW, L., y SKELTON, R.A.: History of Cartography. Precedent Publishing, Chicago, 1985. BROWN, L.: The Story of Maps. Nueva York, Dover, 1980. CEREZO MARTÍNEZ, R.: La cartografía náutica española en los siglos XIV, XV y XVI. CSIC, Madrid, 1994. CRONE, G.R.: Maps and their Makers. Archon Books, Hamden, 1978. HARLEY, J.B., y WOODWARD D.: The History of Cartography, 2 vols. The University of Chicago Press, Chicago, 1992. MOLLAT DU JORDIN, M., y La RONCIÈRE, M. de: Les Portulans. Cartes marines du XIIe au XVIIe siècle. Office du Livre, Friburgo (Suiza), 1984. NEBENZHAL, K.: Atlas de Colón y los grandes descubrimientos. Magisterio Español, Madrid, 1990. RUIZ MORALES, M., y RUIZ BUSTOS, M.: Forma y dimensiones de la Tierra. Síntesis y evolución histórica. Ediciones del Serbal, Barcelona, 2000. WHITFILD, P.: New Found Lands. Maps in the History of Exploraxion. The British Library, Londres, 1998. WIGAL, D.: Historical Maritime Maps (1290-1699). Parkstone Press, Nueva York, 2000.

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FORMAS DE VIDA Y RITOS FUNERARIOS EN GALICIA. LOS MARINOS EN EL SIGLO XVIII Margarita GIL MUÑOZ Doctora en Historia

En estas últimas décadas, la documentación notarial ha sido utilizada con el fin de conocer diversos aspectos de la vida diaria de ciertos individuos y de colectivos pertenecientes a un determinado ámbito geográfico, y al mismo tiempo, para acercarse a los sentimientos y rituales que acompañan a la muerte. Porque cada grupo social tiene ante la vida y ante la muerte sus principios de comportamiento, principios que hay que descubrir y analizar. Este trabajo tiene por objeto situar a un grupo de marinos en el marco urbano de la Galicia del siglo XVIII, lugar donde desempeñaban sus profesiones; descubrir el nivel de su pensamiento y de su sensibilidad a través de una doble vertiente: su estilo de vida, del que nos hablarán sus inventarios, y sus sentimientos y actitudes ante la muerte, expresados en los testamentos. Porque los datos que nos suministran los inventarios nos dan a conocer cómo vivían, cómo eran sus casas, cuál el ajuar doméstico, cuáles sus niveles culturales, aficiones, etc. En cuanto a los testamentos, junto con los certificados de defunciones suministran datos para conocer cuáles eran sus sentimientos ante la muerte, sus creencias y devociones, y cómo se desenvolvía el ritual de la muerte y de todos los aspectos que la acompañan. Porque tanto los inventarios como los testamentos, en conjunto, reflejan la vida y la muerte, que se dan recíprocamente sentido la una a la otra. Inventarios y testamentos son como una crónica de la vida diaria ligada al acontecimiento de la muerte, ya que su ceremonial se realizaba en tres escenarios: la casa, la calle y la iglesia, espacios que revelan una serie de comportamientos culturales, sociales y religiosos. Este grupo de marinos residía en Galicia como consecuencia de la política llevada a cabo por los Borbones. A principios del siglo XVIII, la Marina carecía de una organización centralizada, ya que cada reino, cada provincia marítima sostenía una escuadra particular al servicio del rey. Patiño, a su llegada al gobierno, emprendió la reforma de la Marina, ya que ésta contaba con nueve Armadas distintas y era necesario proceder urgentemente a su unificación. Para tal fin se creó, por real cédula de 21 de febrero de 1714, la Real Armada. Del mismo modo se impulsó la construcción naval, y para este fin Galicia fue uno de los lugares escogidos. Además del departamento Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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de Cádiz, establecido en 1717, se fundan en 1730 los de Galicia y Cartagena, donde residía el departamento principal de galeras, motivo por el que Galicia reúne gran número de marinos (1). En 1743 muere el rey Felipe V, y el marqués de la Ensenada propone al nuevo rey, Fernando VI, la construcción de una gran flota en los cinco astilleros de España. Para este fin se piensa en Ferrol, cuyo arsenal reunía unas condiciones excepcionales, con una amplia ría, de bocana estrecha, fácil para ser defendida por ambos puntos de la costa ante un eventual ataque del enemigo, lo que ofrecía seguro refugio para una gran flota (2). De este modo, el arsenal que existía desde principios de siglo en La Graña fue trasladado al nuevo emplazamiento de Esteiro, que con la instalación de las gradas atrajo a numerosa mano de obra desde 1749 hasta 1751. El barrio de Esteiro es el segundo poblamiento que se levanta en Ferrol. En él se hizo un gran trazado de calles y plazas, y se levantaron una serie de edificios oficiales, presididos todos ellos por la iglesia castrense de San Fernando, construida en el año 1755 y derribada en 1861. De este modo, el nuevo arsenal se convirtió en el centro de la burocracia militar y se acondicionó para ser el lugar de residencia de las principales autoridades de la Marina (3). Asimismo, en 1776 se incrementó la población naval con la creación de una academia de guardiamarinas que junto con la de Cartagena, creada al mismo tiempo, y la de Cádiz, creada en 1717, fue cantera de marinos dotados de gran cualificación profesional. Primera parte. El entorno vital Las fuentes que nos suministran los inventarios post mortem generalmente están orientadas al estudio de los niveles de vida de una persona, de un colectivo o de un núcleo geográfico determinado, en función de los niveles de consumo en un momento dado (4). Por nuestra parte, nos acercaremos a los niveles de

( 1 ) Sobre la Marina del siglo X V I I I : TO R M O , M.: La Armada en el reinado de los B o r b o n e s. Barcelona, 1995; MERINO NAVARRO , J.P.: La Armada española en el siglo XVIII. Madrid, 1981; CERVERA PERY, J.: La Marina de la Ilustración. Madrid, San Martín, 1986. (2) Cuando en 1743 se pensó en la construcción del nuevo arsenal, se recurrió a Inglaterra, por su excelente técnica constructiva. Para este fin se pensó en Jorge Juan, que fue enviado para conocer los arsenales, sus infraestructuras y logística y aplicarlos a los españoles. Partió Jorge Juan en enero de 1749 acompañado por José Solano, y a su llegada inició los primeros contactos con varios ingenieros navales, a la vez que intentó captar personal cualificado. Ver al respecto FERNÁNDEZ ALMAGRO, M.: Política naval de España moderna y contemporánea. Madrid, 1946; O’DOGHERTY, P.: Jorge Juan y la ciencia naval española en el siglo XVIII. Madrid, 1973. (3) MARTÍN GARCÍA, A.: «La política de construcción naval borbónica y el reino de Galicia: El Real Astillero de Esteiro (siglo XVIII)», en Actas de la VIII Reunión Científica de la Fundación Española de Historia Moderna, 2004. Madrid, Fundación Española de Historia Moderna, 2005, p. 747. (4) Véase al respecto TORRAS, J., y YUN, B. (dirs.): Consumo, condiciones de vida y comercialización: Cataluña y Castilla, siglos XVIII-XIX. Junta de Castilla y León, 1999. 18

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vida de este grupo profesional, aunque sea parcialmente, dado que los marinos, por su estilo de vida discontinua, no siempre reflejan la realidad vital. Sin embargo, la riqueza descriptiva de esta documentación nos da una idea muy precisa de cómo se desarrollaba su vida cotidiana. Nos ofrece, a veces, un recorrido por cada uno de los espacios de la casa; nos detalla, habitación por habitación, todos los objetos que se encuentran en la vivienda, el material de que están hechos, los ornamentos que pueden presentar, su estado de conservación y, a veces, su color. Una de las características del conjunto de los inventarios consultados es la poca uniformidad de los mismos. En unos se inventariaba un equipaje; en otros, el contenido de una habitación donde residía el oficial temporalmente, y en algunas ocasiones, el de una casa. Esta variedad denota las diferentes situaciones por la que pasaba cada uno de los marinos; por tanto, las conclusiones sobre los niveles económicos serán relativas, y sólo el inventario de una vivienda nos proporcionará una base segura al respecto. Los inventarios Un inventario post mortem es un instrumento legal que se entiende como la relación completa y detallada de los bienes de una persona, realizada públicamente ante notario por el tutor, el administrador, la viuda o viudo y los herederos cumplimentando las correspondientes solemnidades. Relaciona, en suma, aquellos muebles e inmuebles encontrados a la muerte del finado. A diferencia de otro tipo de protocolos notariales, se trata de un documento descriptivo, con un componente de subjetividad que se tendrá que considerar a la hora de matizar su valor como fuente histórica. Los militares y marinos tenían la obligación de testar y de hacer inventario de sus bienes tanto patrimoniales como personales, esto es, de aquellos bienes que tuvieran en el momento de la muerte, al contrario de la generalidad de la población, en que la realización de los inventarios post mortem, por su propia naturaleza legal, era emprendida mayoritariamente por aquellos individuos que contaban con un patrimonio a heredar, siendo minoritarios los documentos de esta clase pertenecientes a sujetos con una economía precaria. Tanto los militares como los marinos tenían regulada la forma de testar y de ejecutar los inventarios. En las ordenanzas militares de Carlos III, de 1768, se indicaba la obligatoriedad de testar y de hacer inventario de los bienes que poseí a el oficial o de las pertenencias que se le encontraran en el momento de morir (5). Pero para los marinos había además otra forma de testar cuando se encontraran a bordo de buque de guerra. Nos referimos al testamento marítimo, que se basa en la necesidad de testar de personas que se encuentran en circunstancias extraordinarias. Se trata de un testamento de circunstancias, pensado para el navegante que no pueda realizarlo según el método habitual. El origen (5) VALLECILLO, A.: Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio, t. III. Madrid, Imp. De Andrés y Cía., 1852. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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del testamento marítimo radica en las Ordenanzas de la Armada de 1748 (título VI, tratado VI, artículo 4), aunque tiene su precedente en el Digesto romano, en el que el beneficio del testamento militar se hace extensivo a los pilotos y capitanes de buques, a los remeros, a los marineros y a los que vigilan a bordo (6). En algunos inventarios figura la forma en que se verificaba el recuento de bienes. Así, en el del ingeniero Ricardo Rooth, «constructor de navíos de S.M. y Theniente de la Real Armada, morador en el Real Astillero de Esteiro», consta cómo el mismo día que murió, el 31 de mayo de 1761, el auditor de guerra de Marina mandó que fueran recogidas las llaves de los cofres, cajas y baúles, para que, «después de dársele sepultura, pasará a hacer formal inventario de lo que en dicha casa se hallare». Efectivamente, en la mañana del 1 de junio se personó el auditor en el domicilio de Rooth, y en presencia de su mujer y de un albacea se procedió a hacer inventario. Este marino fue uno de los ingenieros que Jorge Juan se trajo de Inglaterra entre el personal cualificado escogido para el nuevo proyecto de construcción naval (7). Otro caso es el del teniente de navío José Stermundi Arnao. Este marino residía en Ferrol, y murió el 7 de septiembre de 1789 de enfermedad «contagiosa». Inmediatamente, el auditor mandó al escribano recoger las llaves de los escritorios, de tres baúles y de una papelera (escritorio), pues al haber muerto de enfermedad contagiosa no se podrían usar las ropas y enseres de la casa. Pero el día 9, el primer cirujano de la Real Armada y de los Batallones de Marina, que asistió a Stermundi en su enfermedad, certificó que no murió de enfermedad contagiosa y sí de una «postema [acceso o tumor] que le engendró en el pecho y de resultas de no habérsele rompido (sic), por lo que no hay recelo alguno de que pueda hacérselo de sus ropas y alhajas». Después de esa declaración, ese mismo día pasó el auditor a la casa del oficial para proceder al inventario, en presencia de su viuda y de un alguacil de Marina (8). Otro testimonio figura en el inventario del alférez de fragata Eneas MacDonnell Estuardo. Este marino, que debía de ser soltero, vivía en una habitación alquilada en Ferrol y murió en septiembre de 1780. En este caso, el alguacil no recogió llave alguna antes del entierro, pues el inventario se practicó «luego que se dio sepultura al cadáver», en presencia del auditor con los albaceas del difunto, un coronel de Caballería y un comerciante (9). En otro caso se trata del capitán del puerto de La Coruña Miguel Garnica, que murió en esta villa en diciembre de 1796. A

(6) GUTIÉRREZ S OLAR, E.: «Testamentos a bordo de buques de guerra», REVISTA DE HISTORIA NAVAL, núm. 8, 1983, p. 45. (7) El ingeniero irlandés Rooth fue uno de los que Jorge Juan se trajo de Inglaterra. Parece que desde el primer momento manifestó interés por venir a España, al encontrarse muy disgustado con el trato dado a la minoría católica. Rooth era propietario de un arsenal a orillas del Támesis. Lo describen como un hombre extrovertido, poco dado a compartir sus conocimientos. Nunca llegó a sentirse cómodo en nuestro país, donde parece que tardó en integrarse. ANCA ALAMILLO, Alejandro: Jorge Juan y el Arsenal de Ferrol. Alicante, Fundación Jorge Juan, 2003; Archivo General Militar de Segovia (en adelante, AGMS), Sección 9, leg. R-210. (8) AGMS, sec. 9, leg. S-171. (9) AGMS, sec. 9, leg. M-1. 20

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las pocas horas de morir, el alguacil de Marina se personó en el domicilio de Garnica, donde no se dice que recogiera las llaves, pues su misión consistía en la custodia de la casa para que «no se hiciese ocultación ni extracción de bienes, alhajas ni otros géneros que en ella se hallaren existentes». Una vez que el capitán fue enterrado en la parroquia de San Jorge, se presentó en su domicilio el auditor, que en presencia de su viuda y de «otras personas presenciales» procedió al recuento (10). El capitán de fragata Pedro Sainz Sagardia vivía en La Coruña en una «posada». Debió de morir en el hospital, y durante cinco días en su casa estuvieron apostados un sargento y cuatro soldados, «para custodiar los efectos que quedaron del referido difunto» (11). La vivienda La relación de bienes del fallecido cuenta con una primera parte, o introducción al cuerpo del documento, donde aparecen los datos relativos a la vivienda, como la calle en que se localiza, el número de puertas o portales, si era de alquiler, y otras cuestiones. En los inventarios militares algunas de estas descripciones no suelen figurar, si bien a veces citan la calle o el cuartel donde el finado vivía. Lo que sí figura, siguiendo las mismas pautas que los inventarios civiles, es la descripción de la vivienda. Detallan, habitación por habitación, todos los objetos que se encuentran en cada una de ellas. De esta manera, con los numerosos detalles que describen, dan una idea muy precisa de cómo se desarrollaba la vida cotidiana de sus habitantes. Esta parte del inventario nos permite establecer, en referencia a la estructura de la casa, el uso que se le daba. Al mismo tiempo, la descripción del contenido de la vivienda, la ordenación y decoración de las estancias, el mobiliario, el vestuario, los colores, son otros tantos indicadores de estilos de vida. A este respecto, son de resaltar los referentes culturales, como la posesión de libros, las actividades profesionales, sus utensilios, herramientas, cuadros, etc. Son pocos los inventarios consultados que hacen descripción de la casa; algunos que hemos encontrado los expondremos como ejemplo de la riqueza descriptiva de este documento. La casa del ingeniero Rooth constaba de dos salas con sus correspondientes alcobas, más un dormitorio de servicio y la cocina. A una de las salas se la denomina «la principal»; daba a la calle y debía de ser muy espaciosa, por la cantidad de objetos que contenía. En las paredes figura «un reloj de sala con su caja acharolada de fábrica de Inglaterra»; dos espejos de «cuarto y media de alto cada uno con sus marcos dorados»; cuatro cornucopias con su marco dorado, «solamente el flete». Había también varios retratos que consistían en los del difunto y su mujer, «pintado en lienzo y los marcos negros»; había otro de la madre de la viuda, y otro «que se ignora de (10) (11)

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quién sea»; «un cuadro con su marco negro de la efigie de un Santísimo, pintado en vidrio de una tercia de alto»; otro cuadro de «dos cuartos de alto del retrato del príncipe de Gales con su marco negro de madera»; «dos espejos de cuarto, digo, negros». Los muebles de la sala eran numerosos. Había dos mesas de caoba, una de ellas con alas, y que «sirve para el servicio de tomar té y café»; la otra mesa era redonda, «para el juego de chaquete, damas y naipes». También había un «hogar para leña de ferro y bronce que se puede quitar y poner», sin duda de origen inglés, utensilio desconocido en España, donde se usaban como medio de calentar los braseros. También había una alacena, «donde se hallaron cubiertos, algunos de fábrica de Inglaterra, platos de China y otros objetos de vajilla». En la sala correspondiente o «gabinete de dicha sala» había una papelera de madera de nogal, y dentro, un peso para pesar monedas, «novecientos noventa y dos pesos y reales de plata en un bolsillo de seda, y dos doblones de a ocho»; una cama de madera de nogal, con su colgadura, cenefa y cielo raso de filipendi pajizo, usado; dos colchones de loneta de plumas. Además, se inventariaron una mesita redonda de caoba, adornos como una cornucopia, tres cuadros, en lienzo con su vidrio, con «asuntos de caza», un cofre viejo, una caja de madera negra con cerradura y, dentro, un poco de chocolate y café. En la otra sala había una mesa de caoba, 12 sillas, una chimenea, de seis cuartas de largo y 12 sillas de nogal con asientos de cordobán. En las paredes, cinco mapas grandes con sus marcos, de siete cuartas cada uno —esta costumbre de enmarcar los mapas se practicaba en los países de actividad marítima. Es frecuente verlos en los cuadros de Vermeer y de otros pintores holandeses y flamencos (12). Asimismo, en una alacena había mucha vajilla de porcelana de China y loza de Talavera. Además de los mapas, había cuatro estampas con escenas de caza con marcos negros y filetes dorados. Dos mesas, una para el juego de naipes, y una docena de sillas acharoladas «con sus asientos de redillas de esparto». Completaba el mobiliario de la sala un catre de caoba con dos colchones pequeños, de retor; una papelera de caoba con varias cintas y ropas de la viuda y su hija, y un tocador de caoba con cosas. En la otra alcoba había cofres con la ropa del finado, un catre con postes de madera de caoba, sillas, un estante «a modo de papelera,» y en las paredes, un cuadro o lámina de estampado con la imagen de Cristo crucificado, con sus marcos negros, otros cuatro cuadros de diferentes efigies, con marcos dorados y negros, algunos espejos y un arca con ropa dentro. En la cocina había una mesa usada, de madera de roble, y otra de pino, vieja, de servicio; un farol viejo de hojalata, dos gatos de hierro para el servicio de cocina, dos baldes, y utensilios de cocina. (12) El holandés Vermeer, de la ciudad de Delft, gran interiorista, pintó un cuadro llamado El militar y muchacha sonriente, conocido también como Muchacha sentada frente a un militar de visita, hacia 1657. En este cuadro aparece un mapa enmarcado (Frick Collection, Nueva York). Del mismo modo, en su cuadro Tañedor de laúd figura un mapa de Europa (Metropolitan Museum, Nueva York). 22

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Por último, en el inventario figura el «fayado» (desván) de dicha casa, en donde se inventarió un «medio catre chico de madera de roble y pino nuevo que sirve para la cama de la niñera», dos sillas viejas con asientos de paja, dos redes para pescar con sus aparejos «más que usados», una maleta de baqueta vieja y cinco barriles viejos vacíos, y una «mampara de bayeta vieja a modo de estufa» (13). La casa del capitán del puerto de La Coruña Miguel Garnica era más modesta. Constaba de dos salas con sus correspondientes dormitorios, un dormitorio de servicio y una cocina. El inventario igualmente va describiendo cada mueble, cada objeto, el contenido de muebles, armarios y los adornos de las paredes. La casa del teniente de navío Pedro Jiménez no se describe como tal, pero aportamos cómo se tasó por lo novedoso de este documento. Este marino murió en Ferrol en 1797, a edad avanzada. La casa la tenía en La Graña, calle de San Antonio, «con su huerta en la trasera, cercada de una muralla». Había dispuesto que la mitad de su coste fuera para sufragios por su alma, en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la parroquia de San Julián. También dispone que la otra parte la hereden sus sobrinos, pues su mujer había muerto y no habían tenido hijos, y que se les entreguen, además, los sueldos que al primer marido de su mujer, maestro que fue de la armería en el arsenal de La Graña, le adeudaban desde el reinado de Felipe V, y que ascendían a 7.000 reales, «si se han cobrar» (14). Tasa y reconocimiento que hicimos de la casa nº 9, en La Graña Por 237 varas cuadradas de terreno covierto a 9 rrs. Por 27 varas quadradas de terreno descovierto en el patio a. Por 77 brazas de paredes a 4rrs. Por 319 varas quadradas de armazón encluso la terra a 9 rrs. Por 219 varas quadradas de división de tabla a 6 rrs. Por escalera principal Por el balcón de la calle Por una alacena Por la puerta principal Por el balcón Por 13 luzes Por una escalera que sube a la casa de arriba Por tres chimeneas Por 34 piezas de canteria a 8 rrs. Por 67 varas quadradas de terreno de la huerta a 4 rrs. Por 27 varas quadradas de Muralla Por la escalera que sube a la huerta Total (13) (14)

2133 137 3080 2430 1314 400 300 100 150 90 700 200 600 272 964 108 300 17.265

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La decoración de la casa Es extraño que en ninguno de los inventarios se citen tapices y alfombras, y sólo alguna cortina, elementos a tener en cuenta en el nuevo afán de confort despertado en la España de la segunda mitad de siglo, y que era corriente en el marco de vida no sólo entre gentes adineradas, sino también en los niveles medios. Tampoco se nombran las esteras, muy corrientes en las casas pues no sólo eran un elemento de adorno, sino también una defensa contra el frío y la humedad. Suponemos que en Galicia no era costumbre su uso. Las habitaciones de las casas españolas del siglo XVIII tenían las paredes encaladas y se cubrían con tapices, cuadros, espejos, cornucopias y frisos. Estos elementos están presentes con mayor o menor frecuencia en los inventarios que nos ocupan. Se pueden encontrar cuadros de todos los tamaños y temas, sobresaliendo en número los piadosos. Los cuadros se nombran como lienzos con escenas o temas, y en ningún caso se cita al pintor. El capitán de fragata Luis A. Maestre tenía un lienzo con una Máter Dolorosa, «con un marco de ébano, su cristal y dos mecheros de metal», tasado en 200 reales. Además, tenía seis mapas y un plano del nuevo arsenal de Ferrol, todos enmarcados, además de 27 estampas de diferentes temas. Dos de las estampas eran de carácter religioso, con una Concepción y una Vi rgen del Valle; cuatro con escenas de batallas, apaisadas; ocho con el tema de las ciencias; otras dos con retratos del rey de Prusia y de Landonn. Otras estampas tenían los temas de los clásicos de la antigüedad, como Demócrito y Heráclito; los vicios y las virtudes era otro de sus temas preferidos, con dos estampas. La Historia era tema preferido del por entonces maestre, que tenía dos estampas con la historia de Alejandro y otra del mismo Alejandro en una batalla; otras dos con escenas sacras, con la historia de Job y un paraje del paraíso. Se completa la colección con dos estampas con figuras de mujer y otras dos con un calendario y un lunario, y es que las estampas tenían gran predicamento en estos años. Veintidós de «diferentes imágenes» tenía el capitán de navío Pedro Sainz, más otras dos con la Vi rgen de los Dolores y Nuestra Señora la Coronación. El jefe de escuadra Diego Quiroga y Ulloa tenía un cuadro de una Dolorosa, pintado sobre cobre con el marco de ébano guarnecido de plata, tasado en 40 reales, y otros dos con las imágenes de la Concepción de Nuestra Señora de las Hermanitas, todos con los marcos dorados (15). La casa del alférez de fragata José Pallés estaba situada «en las casas de los diques del Arsenal del Esteiro». No tenía muchos muebles ni enseres, pero sí una decoración lujosa, compuesta de cuatro cornucopias doradas, tres espejos de diferentes tamaños, los tres con marco dorado, y un cuadro de la Virgen de los Dolores (16). Otros ejemplos nos dan a conocer los retratos que tenían, como los del capitán Rooth, ya descritos, con los retratos del matrimonio, su suegra y del príncipe de Gales. (15) (16) 24

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Muebles, ropa, vajilla En cuanto a los muebles (llamados en los documentos «carpintería»), de los inventarios consultados se deduce que los marinos no tenían muchos, si exceptuamos al ingeniero Rooth, que tenía un número apreciable de ellos. Quizá se deba a que este marino inglés tenía un trabajo estable y no viajaba de un lado para otro como la generalidad de los marinos. Seguramente éste sea el motivo de que al estudiar los inventarios nos encontremos con distintos niveles en la posesión de bienes. Hay que recordar que muchos oficiales morían lejos de sus verdaderos hogares. Si eran solteros, aunque tuvieran un hogar, las pertenencias eran limitadas, mientras que otros vivían en pensiones o en habitaciones alquiladas, sin domicilio fijo, con continuos traslados, viajes largos y estancias en ultramar. Muestra de la realidad descrita es el inventario del teniente de fragata Eugenio Núñez. Este marino vivía en Ferrol. Sus pertenencias constaban de un catre de tijera, con su lona, valorada en 12 reales; dos sillas con asiento de paja, «mui usadas», y que fueron valoradas en seis reales cada una; un estante de madera de cedro; una cómoda, también de cedro, valorada en 20 reales, y nada más en cuanto a muebles se refiere. Además, tenía tres baúles, uno forrado de piel blanca, valorado en 100 reales; los otros debían de ser más ordinarios, pues su valoración fue de 60 y 50 reales, respectivamente. Como adorno sólo tenía un espejo pequeño (17). El caso del capitán de navío Pedro Sainz Sagardia es similar, y testimonia igualmente la vida discontinua que llevaban los marinos. Murió en La Coruña. Vivía en una «posada» (es como se nombra a la casa), según el inventario, con un criado y una criada. El alquiler de la casa la tenía pagada durante dos años. Sin embargo, parece que su domicilio habitual lo tenía en Ferrol, ya que deja dispuesto que se trasladen sus enseres a esta ciudad después de su muerte. En efecto, todas sus pertenencias fueron trasladadas en lancha, pertenencias que consistían en «un baúl cubierto de baqueta, otros dos más pequeños ídem, una caja aforrada (sic) de encarnado, con la vajilla de plata, otra caja grande de madera, una papelera chica, una fresquera, una escopeta, una caravina, siete taburetes de paja, incluso una silla grande de brazos, diecisiete platos de estaño, una flamenquilla de ídem, una olla de cobre de campaña, unos manteles de mesa, un catre de cama, dos colchones, una piel de color negro, un cubilete de cobre, dos varillas de fierro, una cabeza de pelucas, un farol de vidrio, una caja con tres pelucas, y un candelero de aramio». Se ha hecho esta relación por lo curioso de algunas pertenencias. Este marino tiene un inventario, hecho en Cartagena en 1741, donde figuran los cuadros y láminas citadas, además de muebles, libros y otros enseres domésti(17)

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cos. Se supone que posteriormente se trasladó a Ferrol, donde estableció su hogar (18). Los muebles que figuran en los inventarios suelen ser de maderas preciosas, como caoba, cedro, ébano y nogal. Se citan papeleras de estas maderas, así como estantes de libros; las sillas son de nogal, con asientos de cordobán o de paja; las hay también «acharoladas» (teñidas de barniz muy lustroso), con asiento de «redilla» (cuerdas tejidas en malla) de esparto; los «catres» o camas los había sencillos o con «postes» (columnas) de caoba o de nogal, con colgaduras de «filipendi o Indiana»; se citan baúles cubiertos de «piel de buey rojo, bien usado»; otros, de piel blanca. Las arcas eran de castaño o de nogal, con varios ferrados (cerraduras), donde se solía poner la plata. La vajilla de casa es otro de los elementos que varían de un inventario a otro. La mayoría tienen objetos de China, traídos sin duda de los viajes de la ruta de Acapulco. Algunos, como el ingeniero Rooth, reunían gran cantidad de vajilla de esta porcelana: 18 platos medianos, 7 escudillas, 6 platillos y 1 tetera, esto en una alacena; en otra había 40 jícaras «con asa», 36 platos azules, más 40 platitos y dos escudillas medianas, todo de China (19). La loza de Talavera era otro de los objetos que figuran, así como el peltre, aleación de estaño y plomo muy usada en la época, lo mismo para platos que para candelabros, palanganas y cafeteras, objetos que figuran en el inventario del comisario José Masena (20). En el recuento de los objetos de la cocina figuran asadores de hierro, calderos de cobre, cacerolas de «cobre viejo», ollas de «oja (s i c) de lata», soperas de estaño, tapas de «ferro», candeleros y platos de estaño, molinillos para el café, cafeteras de «oja de lata», de cobre, baldes de madera, «gatos de fierro para el servicio de cocina», baldes de madera, faroles de «oja de lata con vidrios», «balanza de ferro con su Gancho». La ropa de casa es otro de los elementos que suelen describir los inventarios con gran profusión. A esta partida se la llamaba «ropa blanca» y solía tasarla una costurera. Comprendía toallas, citadas como «paños de manos», sábanas y fundas de las almohadas; a los manteles se los nombra como «tablas». La cantidad que poseían los oficiales varía muchísimo de unos a otros, seguramente en función del tipo de situación familiar de cada uno. El alférez de fragata MacDonnell sólo tenía «dos sábanas, una funda de almohada y tres paños de manos» (21). Por el contrario, el alférez de fragata José Pallés tenía un número apreciable de ropa de casa. Es curioso cómo se detalla el nombre de algunas telas, hoy en desuso. Las 39 sábanas eran del lienzo «del país»; tenía 12 servilletas de «hamisco», con dos «tablas de manteles», 12 almohadas de lienzo de «Bretaña»; cinco «paños de manos», o sea, toallas; dos sábanas más, una de ellas lino; un colchón de Terliz (tela (18) (19) (20) (21) 26

AGMS, sec. 9, leg. S-14. AGMS, sec. 9, leg. R-210. AGMS, sec. 9, leg. M-145. AGMS, sec. 9, leg. M-1. REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

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de lino o algodón), con su lana, y una almohada (22). En el del capitán Garnica figuran dos docenas y media de almohadas de lienzo «del país», seis de ellas guarnecidas de encaje; una tabla de manteles con sus 12 servilletas; otras 12 servilletas «entre finas», y otras doce «ordinarias»; se hace asimismo recuento de otras cuatro tablas de manteles de «Busanilo y Alamaris»; las colchas eran de Damasco, de Indiana o de «algodón blanco acotonado». Las mantas suelen ser de «lana de Castilla»; los colchones, de paja o de lana (23). La ropa interior es otro de los apartados que se describen con minuciosidad. El inventario denota la preferencia de prendas de cada cual. El alférez de fragata Eneas MacDonnell tenía 19 camisolas nuevas de «baptista», cuyo coste era de 959 reales; además, tenía otras cinco «de lo mismo muy usadas a veinte rrs. cada una» (24). El capitán de fragata Maestre tenía preferencia por los pañuelos. En el inventario figuran, por una parte, 17 pañuelos de algodón usados, otros doce «más usados y otros doce blancos de olanda (s i c)». Los gorros eran sin duda otra de sus preferencias. Tenía en conjunto cincuenta y ocho, de los cuales ocho estaban guarnecidos de «olanda», cuatro con puntillas de encaje, otros quince de hilo, más dieciocho lisos y otros diez de hilo. Contaba asimismo con 12 corbatines de «olanda» y veintiocho más de «mosolina». Las camisas, por otra parte, también eran abundantes: contaba con treinta y una «lisas», otras once «más finas» y diez «más viejas» (25). Figura asimismo la ropa personal, repartida con desigualdad; se citan en todos los casos los uniformes. El teniente de fragata Eugenio Núñez tenía un uniforme «antiguo», compuesto de casaca y chupa, usado, valorado en 240 reales, y otro «grande», usado, tasado en 480 reales; charreteras de oro; otro de «lila del mismo color», sin charreteras; tres de paño azul, cada uno con sus charreteras de oro; dos chupas encarnadas, la una de lila y la otro encarnada, usadas, sin guarnición alguna. También se citan los capotes; son de «Barragán (tela de lana, impermeable) con aforro de Bayeta encarnada» o de paño azul con galón de oro; «una divisa entera»; sombreros con galones de oro; espadines con puño de «Similar» o «espada de ordenanza» (26). Plata, joyas, dinero El apartado relativo a la plata y las alhajas expresa con frecuencia los sistemas de inversión y ostentación a los que no debían de ser ajenos los marinos. Es más, creemos que eran adquisiciones hechas en A m é r i c a , (22) (23) (24) (25) (26)

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aunque sin descartar que tales objetos suntuarios tuvieran un origen familiar. El inventariado de la plata era valorado, en muchos casos, por un platero. El caso del teniente de navío Nicolás de León y Arispe sirve de ejemplo de cómo se efectuaba esta parte del inventario. Se dice que «el Director General de la Armada hizo llamar a Félix de Acorta, del contraste del oficio de plateros de esta villa [Ferrol]». Se pesó la plata en «marcos» (peso de ocho onzas para la plata, y de 50 castellanos para el oro), en onzas y en chavos. El peso total de los objetos de plata pertenecientes al marino fue de 18 marcos, 31 onzas y 24 ochavas, cuyo coste fue tasado en 30.954 reales. Uno de los objetos de mayor peso fue una palangana, «su echura (s i c) de contorno con bocado partido, fue de cuatro marcos, cinco onzas y una ochava». Se mencionan también cubiertos, cucharones, dos espadines, «tres cintillos de oro con piedras», dos botones de oro, otros dos de plata y una cruz (27). El brigadier José Pereda Boulette tenía mucha plata. Sus objetos eran los que se suelen repetir en los inventarios: cubiertos, cucharones, salseras, salvillas, platillos, etc. Su peso fue de 587 onzas y 54 adarmes, y su coste, junto con el valor de las alhajas, 18.992 reales (28). Otro marino que tenía numerosas piezas de plata era el jefe de escuadra Quiroga y Ulloa. Entre sus objetos había piezas muy valiosas, como una escribanía compuesta de tintero, salvadera, oblea y campanilla, cuyo peso fue de 49 onzas y 2 adarmes, tasada en 982 reales; también figura un juego de afeitar compuesto de jarra, palangana con «golellete» (gola) y jabonera, cuyo peso y coste fueron de 70 onzas y 1.410 reales, respectivamente. Otra de las partidas de consideración son los cubiertos, cuyo peso y coste fue de 322 onzas y 62 adarmes, y 6.376 reales y 64 maravedíes (29). Otros objetos de plata que figuran en los inventarios son los juegos de hebillas de zapatos —las había también de oro—, pasadores que igualmente podían ser de oro, cajas para tabaco, relojes y espadines. Otros objetos En la relación de los inventarios no es frecuente encontrar objetos relacionados con el aseo personal, si exceptuamos las palanganas, jarras y golas para el afeitado y que figuran al inventariar la plata. Ramón Mauri, en su estudio sobre los inventarios de Santander entre 1750-1850, ha observado que no hay ninguna referencia a cepillos de dientes o tijeras de uñas hasta 1839, cuando en Santander aparecen por primera vez estos objetos en los inventarios de géneros de tienda y almacenes (30). Este apartado lo hemos (27) AGMS, sec. 9, leg. L-48. (28) AGMS, sec. 9, leg. P-78. (29) AGMS, sec. 9, leg. Q-15. (30) «Vestir el cuerpo, vestir la casa. El consumo de textiles en la burguesía mercantil de Santander, 1750-1850», en Consumo, condiciones de vida y comercialización, p. 159. 28

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citado por lo excepcional de la posesión de utensilios de limpieza personal que figura en algunos marinos. De esta manera, MacDonnell tenía algo original: un limpiador de orejas de plata, «dentro de un estuche pequeño», y un «escarpidor» (peine de púas largas para desenredar el cabello) (31). Pero es verdaderamente curioso cómo el escribano que redactó el inventario del alférez de fragata José Palles reseña los utensilios de higiene. Figura un cepillo; un peine para rizos; una bolsa de cabritilla encarnada para navajas de afeitar; tres peines, dos de marfil y otro de madera; tres cintas negras para coletas; un cepillo pequeño para zapatos; otras tres cintas negras para calceta; dos papeles para polvos para pelucas; pinzas limpiadientes; una bacía (palangana) de plata para afeitar; media jabonera de plata con su borla; alfileres negros para el pelo. Son objetos usados, sin duda, por los marinos, pero novedosos en los inventarios (32). Otros objetos que figuran son los relacionados con la profesión, como el telescopio que tenía Sainz, «al vidrio de aumento», varios cuarterones de navegación y un cuaderno sobre evoluciones navales (33). También es frecuente encontrar fresqueras con frascos de «vidrio, vacíos»; anteojos, como los que tenía Pallés; compases de metal con puntas de hierro, como el que tenía Rooth, de «tapa verde», más cuatro mapas de las cuatro partes del mundo. Las deudas, préstamos y dinero puesto a interés Las deudas, durante el siglo XVIII, llegaron a constituir algo habitual en todos los sectores sociales, incluidos los oficiales. Con respecto a los oficiales, las Ordenanzas de 1768 (tratado VIII, artículo 18) preveían que «al tiempo de hacer testamento se advierta al militar que le otorga, que declare su nombre, filiación, estado, deudores y acreedores...» (34). Porque llegaron a ser las deudas algo tan usual y tanta la falta de responsabilidad de muchos, que muy avanzado el siglo se pusieron limitaciones, para terminar con tantos abusos. En consecuencia, se expidió una real cédula, de 16 de septiembre de 1784, en la que se manifestaba «ser notorio los perjuicios que las clases poderosas causaban a los artesanos porque sin atemperarse a sus rentas tomaban al fiado las obras y artefactos y dilataban la paga valiéndose muchos del fuero militar y otros [fueros privilegiados]...». En vista de lo cual se mandaba que esas deudas devengaran hasta un 6 por 100 de interés anual (35). En los testamentos de los marinos se acusa la declaración de deudas y débitos. El alférez de navío Francisco Mateos Álvarez estaba destinado en el astillero de Esteiro. Sus deudas son pocas, pero manda que se pague a un (31) (32) (33) (34) (35)

AGMS, sec. 9, leg. M-1. AGMS, sec. 9, leg. P-24. AGMS, sec. 9, leg. S-14. VALLECILLO, A.: Ordenanzas de S.M..., ob. cit. Novísima Recopilación, ley III, título XI, libro XX.

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administrador de víveres del navío Gallardo 35 pesos; a un capellán que murió en el navío Dragón, seis pesos para misas del batallón, que se entregarán a otro capellán (36). El teniente de navío José Morales pide se pague a un criado que tuvo 250 reales, y a un soldado, criado de un capitán, 60 reales «por haberle peinado» (37). En algunos de los casos que se nos presentan, no está claro si algunas cantidades, que a menudo se expresan como débitos, representan cantidades prestadas aparentemente sin fines lucrativos. Otras cantidades indican dinero puesto «a ganancia»; son cantidades a devolver por no haberse efectuado la operación, o deudas de los intereses percibidos por una determinada cantidad. Y es que el comercio era una actividad frecuente entre los marinos como consecuencia de una situación heredada desde el siglo XVII. Porque la situación creada en la Marina de esta centuria, a causa de la Corona y de los apuros de la Real Hacienda, redundó en la falta de profesionalidad de los oficiales, que se vieron obligados a comerciar para recuperar, en muchos casos, el dinero invertido en los viajes a Indias (38). Esta situación quedó reflejada en las Ordenanzas de 1633, al prohibir llevar mercancías a bordo y castigar «a los que se excediera[n] en esto» (39). A principios del siglo XVIII se seguía comerciando, por lo que José Patiño, en la instrucción que dio en 1718, se pronuncia sobre esta cuestión al decir que «no podrán bajo pretexto alguno, recibir mercancías a bordo, ni mezclar en Comercio alguno, pues además de ser indecente a su grado es contra el Real Servicio» (40). Sin e m b a rgo, según Salazar, hasta 1787 el rey concedía a los oficiales licencias para comerciar denominadas «anchetas o generalas», que convertían con frecuencia los buques de guerra en navíos mercantes, con gran detrimento de la disciplina (41). Cuando el rey quiso atajar un abuso que había llegado tan lejos, prohibió a los oficiales todo tipo de negocios, bajo pena de confiscar las mercancías y suspenderles de empleo. Las disposiciones no tuvieron la respuesta adecuada pues, una vez adquirida la costumbre, los oficiales siguieron comerciando so capa de la irregularidad en la percepción de los sueldos, ya que muy a menudo éstos tardaban meses y a veces hasta años en percibirse. Esta situación se ve reflejada en algunos testamentos; como el del teniente Francisco Mateos, quien dice que le deben «varias pagas y una Presa de Panzacola», y el del teniente de navío José Morales, quien dispone

(36) AGMS, sec. 9, leg. M-158. (37) AGMS, sec. 9, leg. M-152. (38) PÉREZ-MALLAINA, P., y TORRES, Bibiano: La Armada del Mar del Sur. Sevilla, 1987, p. 435. (39) Ordenanzas para el gobierno de la Armada Real del Mar Océano, despachadas por su Majestad, 1733. (40) Instrucciones que se han de observar en el Cuerpo de la Marina de España, 16 de junio de 1717, conocidas también como las ordenanzas de Patiño. Estas ordenanzas figuran en la obra de DE LA PUERTA Y DÍEZ, G.: Privilegios y antigüedades de los Cuerpos Militares de la Armada, Madrid, 1927, p. 597. (41) SALAZAR, E: Juicio crítico de la Marina. Ferrol, 1883, 2 vols., t. I, p. 249. 30

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que las dos pagas que había cobrado recientemente se las entreguen a un vecino de Cádiz (42). Es asombroso cómo el dinero se intercambiaba. El jefe de escuadra Lasterría debía 11.000 reales a un tesorero de Marina, 12.000 a un cura de Ferrol, y a «un individuo de Ferrol», 4.000 reales, más el 7 por 100 «de premio de unas partidas»; pero a él le debían unos vecinos de Montevideo 17.000 reales (43). El capitán de fragata Maestre debe 46 doblones a un s a rgento del 1. er Batallón de Marina destinado en Ferrol, y dice que se pague al matrimonio que «le asiste» los salarios atrasados, cifrados en 30.700 reales, y a Luis Valderrán, 9.000 reales que le dio «para ganancias, más otras tres mil»; debe también al capitán de fragata Manuel Barona 1.500 pesos que le dio «para negocios entre los dos», y aclara que un capitán de Galicia tiene en su poder 1.000 pesos en cacao que también pertenecen al capitán Barona (44). Sin duda también debían de ser débito de comercio los 9.000 reales que el jefe de escuadra Diego Quiroga manda que se paguen al mayordomo del teniente general José Díaz de San Vicente (45). Pero el que mejor refleja los negocios que se tenían entre manos es el capitán de navío Pedro Sainz Sagardía. Dice que «tengo en mi poder por perteneciendo al difunto don Jorge de Echevarría que falleció en el puerto de Tolón, cinco pesos de a ocho, de plata cada uno que produjo el 1/5 de los cien que produjo la venta de la ropa que tenía y que quedó su satisfacción a mi cargo en fuerza de orden de don Carlos de Rettamose, ya difunto, ministro que era entonces de la Real Escuadra». Además, debía a don Felipe Gutiérrez Camino, vecino de Cádiz, o a su apoderado don Manuel Salinas y Compañía, también vecino de ella, la cantidad de 378 pesos, «de que otorgué escritura en Cádiz en 1730 (...), cuya porción no se satisfizo a causa de haberse quedado los efectos en Indias[,] donde se debía pagar a Salinas y Compañía con quien estaba convenido pagar». Pide que se devuelvan a un piloto que a su vez le debía 200 pesos de a 15 reales de los 400 que le debía dado en Buenos Aires, pues el resto se lo había mandado al padre del piloto por medio del capellán. A su vez a él le debía un vecino de Puerto Real 1.110 pesos, «de cuyo crédito me tiene hecha escritura a pagarlos al contado lo que se remitió para este efecto a D. Antonio de la Torre, oficial mayor de la Contaduría de Cartagena de Indias, cuñado del difunto don Antonio Escuadra...». También le debe 500 pesos Miguel Milabrán y Compañía, «que son los mismos que dejé en casa a premio de Tierra según costumbre en Cádiz, del 7 por 100, cuyo papel pagaré se halla en poder de don Domingo Respaldiza, Piloto de la R. Armada de Cádiz (...). Es mi voluntad se cobre por mis herederos»; asimismo dice que tienen que pagarle «otras cantidades de dinero que se hallan anotadas en los libros que tengo en mi

(42) (43) (44) (45)

AGMS, sec. 9, leg. M-152. AGMS, sec. 9, leg. L-30. AGMS, sec. 9, leg. M-12. AGMS, sec. 9, leg. Q-15.

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papelera», cuyos créditos deben cobrar sus herederos (46). El alférez de fragata y piloto de número Froilán Lanza es menos explícito; dice que debe a un «reservado acreedor» 5.000 reales, y pide que se paguen (47). Y, para terminar, citaremos al capitán de navío Manuel López Bravo, que tenía dinero puesto a interés, a cuatro años, en los Cinco Gremios de Madrid, más un censo que incorporó al vínculo que le había dejado un tío; y en manos de «un sujeto de Cartagena», 33.000 reales, más otros 36.000 que no especifica si los tenía «puesto[s] a ganancia» (48). Y, por último, el capitán de navío José Morales debía al capitán de navío Pedro Winthuysen 2.000 pesos; dice que a un comerciante de Ferrol le den dos onzas de oro y que debe girárselas a otra persona, y que las dos pagas de su sueldo vencidas en septiembre pertenecen a un vecino de Cádiz. La cultura. Análisis de las bibliotecas La aproximación a la vida y pensamiento de un grupo social implica introducirse en sus lecturas. Por tanto, con el análisis de las bibliotecas de estos marinos vecinos de Galicia podemos aproximarnos a la personalidad de sus dueños y adentrarnos en el clima cultural de este grupo. Será interesante saber qué leían, qué temas eran de su preferencia, qué número de libros poseían. Son cuestiones que se plantean al estudiar las bibliotecas de un colectivo, por lo difícil que resulta adquirir libros y formar una biblioteca en toda época, ya que supone un gran esfuerzo, principalmente si los libros están editados fuera de España, y además requiere disponibilidad económica. En el caso de los oficiales se añaden a estas exigencias otras dificultades, como la vida discontinua y la actividad profesional, que no favorecían dedicar mucho tiempo para la lectura. Una cuestión que hay que tener en cuenta es que los temas de algunos de los ejemplares no siempre reflejan las preferencias por ciertas materias; en ocasiones pertenecen a algún miembro de la familia o se trata de libros heredados. Una de las dificultades con que se enfrenta el estudioso de las bibliotecas es la falta de precisión al enumerar los tomos. Tanto los notarios como los albaceas se centran en el valor material de los objetos a inventariar; por este motivo, cuando se trata de levantar relación de una biblioteca, el encargado de hacerlo no siempre anota el título completo, o no recoge el autor, y menos el lugar y la fecha de impresión. Cuando se trata de obras extranjeras, sólo figura el título, mal transcrito, lo mismo que el nombre del autor, cuando no se prescinde de él. Como es natural, hay excepciones y bibliotecas inventariadas de modo impecable. Por este motivo, para identificar muchas obras hemos consultado catálogos y repertorios bibliográficos (49). (46) AGMS, sec. 9, leg. S-14. (47) AGMS, sec. 9, leg. L-104. (48) AGMS, sec. 9, leg. L-80. (49) Muchas de estas obras no figuran con sus autores correctos; en muchos casos están incompletas, así como los títulos. Para identificarlos se ha hecho necesario consultar algunas 32

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El número de las bibliotecas estudiadas asciende a diecinueve, que comprenden un total de 400 títulos y 700 volúmenes. En este recuento hay imprecisiones en cuanto a títulos, ya que a veces se repiten, sin que se pueda precisar si se trata de ejemplares repetidos o tomos de la misma obra. A veces no se especifica de qué obras se trata, caso de las que tenía MacDonnell, del que se dice que tenía seis tomos de matemáticas de Besiout, un salterio y 18 tomos de «diferentes materias», o el caso de Pedro Sainz, que sólo tenía 13 tomos. También es importante advertir que, al hacer la clasificación de las obras por materias, y a pesar de la simplificación temática, las fronteras entre ellas no siempre resultan claras. La diferencia entre un contenido doctrinal, por ejemplo, y uno devocional dista a veces de ser nítida, y con mayor razón sucede esto con los contenidos históricos y políticos. Con respecto a las obras literarias, los clásicos latinos están representados por Vi rgilio, en un tomo en inglés; por los Discursos políticos de Tr a j ano —debe de ser la edición traducida al español por Diego Sousa—, y un ejemplar de las Décadas de Tito Livio; de los españoles, Cervantes figura con tres ejemplares del Q u i j o t e, edición de 1771 (50), y uno de La G a l a t e a; de Quevedo, sólo dos oficiales tenían un ejemplar de sus obras. El Teatro crítico de Feijoo figura en seis bibliotecas; se trata en todos los casos de la edición de 1735, en 14 volúmenes (51). También figuran las obras de Gerardo Lobo, en una biblioteca, y la de Salignac de la Mothe (Fenelon) las Aventuras de Telé maco (París, 1740). Hay varios ejemplares de diccionarios y gramáticas, lo que denota preocupación por el perfeccionamiento de la lengua, la escritura y el conocimiento de varias materias. En este apartado de diccionarios hemos incluido los que tratan de diferentes materias; como los del ingeniero Rooth, que poseía un Diccionario del jardinero; otro, «muy viejo», de latín e inglés, y un diccionario que figura en el listado como «Echambers» y que debe de tratarse del Diccionario de artes y ciencias, pauta y origen del enciclopedis mo del inglés, cuyo autor es Chambers. Por otra parte, el D i c c i o n a r i o obras: AGUILAR P IÑAL, F.: Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII. Madrid, CSIC, 1981-1986; La Biblioteca de Jovellanos (1778). Madrid, CSIC, 1984; ALMIRANTE, J.: Biblio grafía militar de España. Madrid, Imp. M. Tello, 1876; L. ÁLVAREZ SANTALÓ, Carlos: «Librerías y Bibliotecas en la Sevilla del siglo XVIII», en Actas de las I Jornadas de Metodología Apli cada de las Ciencias Históricas. Santiago, 1975; F ERNÁNDEZ NAVARRETE, M.: Biblioteca Marítima Española, 2 t. Barcelona, Palau y Dulce, 1995; GARCÍA DE LA HUERTA, V.: Biblioteca Militar Española. Madrid, Antonio Pérez de Soto, 1760; LLAVE, J. de la: «La biblioteca del marqués de Santa Cruz», en Reflexiones militares del vizconde del Puerto. Publicaciones de la Revista Científica Militar, Barcelona, 1885; SOLANO, F. de: «Reformismo y cultura intelectual. La biblioteca privada de José Gálvez, ministro de Indias», Quinto Centenario, núm. 2. Madrid, 1981; PALAU Y DULCE, A.: Manual del librero hispanoamericano, 28 t. Barcelona, 1948-1954. (50) Puede tratarse de la edición CERVANTES Y SAAVEDRA, M. de: Vida y hechos del inge nioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, 4 tomos. Madrid, 1771. (51) El título completo, Teatro crítico universal para desengaño de errores comunes. Madrid, 1735. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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geográfico está representado en dos bibliotecas. Debe de ser la obra de A. Galmace, cuya traducción hizo Juan de la Serna y que se editó en Madrid en 1760, o también puede tratarse del Diccionario geográfico de Laurent Lachard, cuya traducción se hizo a partir de la versión francesa de Vasgin, y cuya edición más antigua es de 1750. Un Diccionario militar, que debe de ser el de Raimundo Sanz Diccionario militar o recolección alfabética de los términos propios del arte de la guerr a. Asimismo hay tres ejemplares del Diccionario histórico, uno de ellos abreviado; y, para terminar con los diccionarios, hay algunos de la edición de la Academia Española de 1780. En cuanto a las gramáticas, figura un tomo de Los orígenes de la lengua e s p a ñ o l a, una gramática francesa y varios ejemplares de la lengua española, uno del Arte de la lengua bascongada y varios ejemplares para escribir cartas, como Formularios de cart a s, alguno en italiano, y Prontuario y clave de la correspondencia. Hemos incluido en este apartado Las cartas críticas de José Antonio Constantini, cuyo título completo es C a rtas críticas sobre varias cuestiones eru d i tas, científicas, phísicas y morales, a la moda y al gusto del presente siglo. Escrito en idioma toscano por el abogado... (trad. por Antonio Sañer Reguart, 1775-1778, 12 vols., 2.ª imp., 1781). Las obras jurídicas están poco representadas, y sobre todo mal repartidas, pues entre las 19 bibliotecas sólo se encuentran 27 obras, distribuidas de forma muy desigual, ya que hay oficiales que no tienen ninguna, mientras que otros, como el jefe de escuadra Quiroga Ulloa, tenían siete. También el brigadier Pereda Boulette, con una biblioteca discreta, de 42 títulos, poseía seis obras jurídicas. Las de carácter militar se componen de Ordenanzas del Ejército, con varios ejemplares, sobre todo las de 1768 y uno de las de 1728 (52), uno de las de Reales Guardias de Infantería española y algunos ejemplares de Colección de Ordenanzas de Portugués, en dos tomos (53). Hay dos ejemplares de las Instrucciones militares del rey de Prusia, y un ejemplar de las Ordenanzas y señales del marqués de Casa Tilly (54). En cuanto a las Ordenanzas de la Armada, hay varias de las de 1748 y 1793, y un ejemplar de la Instrucción de Marina de 1718, que deben de ser las ordenanzas de Patiño (55). Asimismo figura un ejemplar de las Ordenanzas de Arsenales, otro de Tratado político de presas de mar y tres ejemplares de Juzgados Militares, de Colón (56), y otra obra de este autor, Formularios de (52) Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de la Infantería, Caballería y Dragones de su ejércitos en guarnición y campaña, 2 t. Madrid, 1728. Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicio de sus ejér citos, 4 vols. E. Martín, Madrid, 1768. (53) PORTUGUÉS, J.A.: Colección general de la Ordenanzas Generales, sus innovaciones y aditamentos, dispuesta en diez tomos, con separación de clases, 11 vols. Imp. de Antonio Marín, Madrid, 1765. (54) TILLY, F.E. (marqués de Casa Tilly): Órdenes, señales y notas dadas a la escuadra de mando. Cádiz, 1776. (55) PATIÑO, Instrucción...; Los navíos de guerra. Madrid, 1772. (56) COLÓN DE LARRATEGUI: Juzgados militares de España y las Indias, 5 t. Vda. de Ibarra, Madrid, 1788. 34

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procesos m i l i t a re s. (57). Se completa este apartado con tres ejemplares del Tratado de las leyes penales y penas militares, de Andrés Barranquillas (58), y otros dos de Librería de Jueces (59), y un ejemplar de las Ordenanzas del Cuerpo de Ingenieros (60). El apartado de la historia está representada por 50 títulos, con ejemplares de la historia de España, la universal, algunas biografías y tratados de Indias. Hay varios compendios de la Historia de España, una Historia del P. Mariana, los Comentarios de la Guerra de España del marqués de San Felipe, con seis ejemplares (61), y un Compendio de la Historia de España del P. Duchesne, traducida del francés por el P. Isla, editada en Madrid, en 1764. En historia antigua figuran: La monarquía hebrea, Historias romanas y un Compendio de la antigüedad de los romanos, que creemos se trata del Compendio cronológi co de los Anales de Roma de Philipp Macquer, de 1756. El ingeniero Rooth tenía una biografía de la reina Isabel de Inglaterra; el alférez MacDonnell, La historia de Carlos XII, rey de Suecia, «por Mr. V. [Voltaire] Trad. del francés, Dublín, 1732» , y la Vida de Mauricio Saxe. La historia extranjera cuenta con dos ejemplares de la Historia de Portu gal, cuyo título completo es Historia del reino de Port u g a l, de Manuel de Faria y Sousa, editada en Amberes en 1730; Historia de las guerras civiles de F r a n c i a, de Dávila Enrico Caterino, de 1648; G u e rras de Flandes desde la m u e rte del emperador Carlos V hasta el fin del gobierno de Alejandro de Farnesio..., del P. Palomino Estrada, trad. en romance por el P. Melchor de Novoa (Colonia, 1682, 3 vols). Figuran dos ejemplares en cuatro tomos de la Historia de los sucesos memorables del mundo, y otro de la Historia del mundo de M. Cheureau (Amsterdam). Figuran asimismo obras de carácter económico, como el Proyecto econó mico de Bernardo Ward, editado en Madrid en 1782 (62), la obra de Gerónimo de Uztáriz Teoría y práctica del comercio y la marina, editada en Madrid en 1742, y el Comercio de Olanda. Figura asimismo Memoria de Comines, en dos tomos; sin duda se refiere a Las memorias de los hechos y empresas de Luis XI y Carlos VIII, reyes de Francia, de Felipe de Comines, editado en Amberes en 1648. Entre los textos sobre Indias sólo figura un ejemplar de la Conquista de México de Antonio Solís (63), otro de la Historia de la conquis (57) COLÓN Y LARRATEGUI, F.: Formularios y procesos militares, dividido en dos partes. Juan Dorge, Barcelona, 1781. (58) Debe de tratarse de la obra Leyes penales y penas militares, de BARRANQUILLA, A. (59) El título completo, Librería de jueces, utilísima para abogados, alcaldes mayores y demás individuos de tribunales ordinarios, 4 vols. Vda. Eliseo Sánchez, Madrid, 1768. (60) Ordenanzas para el servico del Cuerpo de Ingenieros de Marina en los Departamen tos y a bordo. artículo 16, Madrid, enero 1633. (61) CABALLAR, Vicente (marqués de San Felipe): Comentarios a la guerra de España, e Historia de su rey Felipe V, el Animoso, 2 vols. Génova, 1725. (62) WARD, Bernardo: Proyecto económico en que se proponen varias providencias diri gidas a promover los intereses de España, con los medios y fondos necesarios. Madrid, 1779. (63) SOLÍS, Antonio de: Historia de la conquista de México. Población y progreso de la América septentrional, conocida por el nombre de Nueva España. Madrid, 1768. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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ta de México de Ignacio Salazar (64), y La historia de la Florida de Garcilaso de la Vega. También hay algunas obras sobre numismática, como la que poseía el jefe de escuadra Lasterría, Medallas de las glorias de España, del padre Flórez (65) y, como obra curiosa, Masena tenía un ejemplar de las Cosas notables del reino de China. Los libros sobre moral, en los que hemos tenido en cuenta los referidos a la familia y a la educación, sólo están representados por la obra de fray Francisco Larraga Prontuario de la teología moral. Muy útil para los que se han de exponer en confesión y para la debida administración de sacramentos (1.ª ed., 1706) y, en lo que atañe a la teología, sólo el capitán Stermundi tenía un ejemplar de Pensamientos teológicos. En cuanto a los libros religiosos, son los más numerosos, con un total de 72 títulos en 114 volúmenes. El tema devocional establece una auténtica supremacía, mientras que los sermonarios y la historia sagrada, incluyendo las Biblias, están en inferioridad. La vida de los santos, comenzando por los colectivos, están en dos bibliotecas, y entre las vidas individuales figuran la de san Francisco de Sales, san Francisco de Borja, santa Rosalía y santa Clara. El grupo de títulos sobre la oración se refiere a los oficios parvos, a los oficios de Semana Santa, con cuatro ejemplares, El año cristiano y Semanario sobre la P a s i ó n. La obra de san Francisco de Sales Práctica del Amor de Dios figura en dos bibliotecas, y en una, la mística Ciudad de Dios, de san Agustín. Las obras de Bossuet aparecen en dos ocasiones, así como el Catecismo de Fleury. Las obras sobre san Ignacio figuran en dos ocasiones. Es extraño que no figure ningún libro sobre la preparación a la muerte, tan frecuentes en esos tiempos, pues la gente aprendió a «morir y estar» en el nivel religioso-devocional muchas veces a través de diseños leídos. El apartado de títulos de carácter político lo integran sólo seis ejemplares. El ingeniero Rooth tenía dos títulos: los Tratados de las Coronas de la Gran Bretaña, Francia y España, en dos tomos, y nueve tomos de las Disputas del Parlamento de Inglaterr a. Hay un ejemplar de Empresas políticas; el autor es poco legible —pone algo así como «Saduechs»—; figura el Testamento político del cardenal duque de Richelieu, en cuatro tomos, Índice de los discursos de gobierno moral, de Polo Aleli (?), y Los intereses de Inglaterr a , mal entendidos. El tema de las ciencias es escasísimo, extraño en un grupo cuya formación científica era de las más completa entre las academias militares. Sólo hallamos un ejemplar de los Elementos, de Euclides (66), y otro de la Geometría de Fernández (67). (64) SALAZAR, I.: Historia de la conquista de México, población y progreso de las Améri cas Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España, 2.ª parte. Córdoba, 1743. Esta obra es continuación de la de Antonio Solís. (65) Se trata de la obra del padre Flores Medallas de las colonias, municipios y pueblos antiguos de España, 2 vols. Madrid, 1727. (66) EUCLIDES, Elementos geométricos de Euclides, los seis primeros libros de los planos y los onceno y dozeno... Buerels, 1689. (67) FERNÁNDEZ, Antonio: Compendio sobre la geometría (en español), Sevilla. 36

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Las obras de carácter profesional también escasean. Sólo figura un ejemplar de la Táctica naval, de Mazarredo (68), otro de las Maniobras navales, de Zuloaga (69), El tratado de Cosmografía, de Cedillo (70); El tratado de navegación, de Bourger (71), y El marinero instruido, de Francisco Barreo (72). En las obras de carácter geográfico hemos incluido los libros de viajes, los más numerosos. Figura El viajero universal, en 25 tomos; la obra de Jorge Juan y Antonio de Ulloa Relación del viaje a la América meridional, hecho por orden de S.M. para medir algunos grados de meridiano terrestre (Madrid, 1748, 4 t.); el Atlas marítimo de España, confeccionado por una comisión de expertos, en cinco tomos (73). Hay un ejemplar de la Geografía histórica de Pedro Morilla, en 10 tomos. La Población general de España está representada por dos ejemplares, y por otros dos la obra de Vicente Tofiño Derrotero de las costas de España (74). Este ejemplar, más otros cuatro, obraba en poder del alférez de fragata Francisco Ramón Méndez, con un plano del «canal viejo»; encontramos también la obra de José Vargas Ponce Descripción de las islas Pitiusas y Baleares, con la carta marítima (Madrid, 1787); Cuarterones de la costa de España y Francia, y un ejemplar de la Costa de España y América septentrional. La obra Teatro del mundo se atribuye a Antonio Capmany Montpalau, pero este autor sólo agregó varios elementos a Teatro del mundo y de la nación, imperios, reinos, repúblicas y otros estados y pro v i n c i a s, obra de Lorenzo Echard y que fue traducida por J. de la Serna, editada en Madrid en 1787. El jefe de escuadra Diego Quiroga tenía un ejemplar del Viaje al estrecho de Magallanes, de J. Vargas Ponce (75), y otro de Viajes de Wanton a las tierras incógnitas australes y al país de los monos, de 1769 y traducido del inglés. Por último, figuran dos ejemplares de Descripción de la obra de El Escorial, del padre Massuet. (68) MAZARREDO, José de: Rudimentos de táctica naval (para instrucción de los oficiales subalternos de Marina). Madrid, 1774. (69) ZULOAGA, A. de: Tratado instructivo y práctico de maniobras navales para uso de los caballeros guardias marinas, Manuel Espinosa de los Monteros, Cádiz, 1766. (70) Se trata sin duda de la obra de Pedro Manuel Cedillo Tratado de Cosmografía, compuesto po D..., Director, por S.M. de la Real Academia de Guardias Marinas de esta ciudad de Cádiz, 1745. (71) BOURGER, J.: Traité complet de la navigation. Nantes, 1698. (72) BARRERO, Francisco de: El marinero instruido en el arte de navegación especulativo y práctico según se enseña en el Real Seminario de San Telmo de Sevilla. Sevilla, 1766. (73) La comisión estaba compuesta por un plantel de oficiales escogidos e instruidos, entre ellos, Vargas Ponce y Alcalá Galiano. Se le conoce también como Atlas hidrográfico de las costas de España. Sigue un escrupuloso levantamiento cartográfico, además de un derrotero muy detallado. (74) Su título completo: Derrotero de las costas de España en el Mediterráneo y su correspondiente de África. Madrid, 1787. (75) La obra de Vargas Ponce se titula Relación del último viaje al estrecho de Magalla nes de la fragata Santa María de la Cabeza en los años 1785-1786, al mando de Antonio de Córdoba... Madrid, 178. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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En el apartado de miscelánea, podemos encontrar un tomo de Arte de repostería, otro que se titula El verdadero entretenimiento, y varios libros de música, como los cuatros tomos de ópera que tenía el brigadier Pereda Boulette, y el libro de canciones del ingeniero Rooth, más un tomo de óperas. Además figura una obra de medicina muy conocida sobre las enfermedades venéreas, obra de Félix Galisteo (76). Segunda parte. El entorno de la muerte La realidad de la muerte ha sido y es una constante, universal y omnipresente. Esta realidad ha ido evolucionando, y la mentalidad del hombre al respecto ha cambiado; y así, desde el sentimiento masivo y antiguo de familiaridad con la muerte durante la Alta Edad Media se va abriendo paso un sentimiento más personal, sobre todo en las decisiones que se han de tomar ante cuestiones como la sepultura, mortaja, etc. Desde finales del siglo XVIII el hombre occidental da un sentido distinto a la muerte. Ésta se le aparece dramática e impresionante, pero al mismo tiempo está menos preocupado por su propia muerte, muy al contrario de los siglos XV y XVI, cuando la muerte es objeto de espectáculo y sufrimiento. La concepción del mundo que tiene la sociedad española del siglo XVIII es una concepción cristiana, pero también pesimista. El mal y su conclusión, la muerte, dominan la visión del «más acá», determinando y haciendo necesaria la esperanza en el otro mundo, dominio del bien, la verdadera vida. De este modo, el discurso religioso sirve al otorgante para reafirmarse en la fe, y al mismo tiempo para encomendar su alma a Dios y confirmar que se muere en el seno de la Iglesia católica (77). Este trabajo se inscribe en la historia de las mentalidades, definida por Bouthoul como «un conjunto de ideas y disposiciones intelectuales integradas en el mismo individuo, unidas entre sí por relaciones lógicas y de creencias« (78). Así, ateniéndonos a estos principios, tratamos de exponer el comportamiento del grupo de marinos que residían en Galicia, a través de las costumbres y ritos tal y como se desarrollaban en el siglo XVIII.

(76) El título completo, Tratado de enfermedades venéreas, 4 vols. Madrid, 1772. (77) Estas ideas sobre el bien y el mal las expresa Max Weber en su obra Economía y Sociedad. México, 1977, pp. 413-414. (78) BOUTHOUL, G.: Las mentalidades. Barcelona, 1971, p. 31. La historia de las mentalidades surgió de la mano de P. Ariés en la década de los sesenta, e incluiría a la muerte como objeto de los estudios históricos. La obra más representativa de este historiador francés es Essais sur l’ Histoire de la Mort en Occident du Moyen Âge à nos jours, traducida al castellano como La muerte en Occidente, Barcelona, 1982. En cuanto a la historia de las mentalidades en España, surgió en los años ochenta, con algunos precedentes de iniciación siguiendo una exitosa proliferación de obras referidas en su mayor parte a las más variadas zonas de nuestra geografía. La relación de estas obras se haría interminable, por lo que remitimos a GARCÍA FERNÁNDEZ, Máximo: Los castellanos y la muerte. Religiosidad y comportamientos colectivos en el Antiguo Régimen. Valladolid, Junta de Castilla y León, 1996. 38

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Los testamentos El testamento constituye un discurso personal sobre la muerte. Permite al historiador asomarse a la íntima actitud del hombre ante sus postrimerías, porque la riqueza de estas fuentes radica en su naturaleza, ya que no eran sólo, como sucede hoy, un mero acto de derecho privado que regula la transmisión de bienes, sino el medio de arreglar las cosas del espíritu ante Dios y la propia conciencia. Eran como un pasaporte para el cielo, a la vez que un legitimador del goce y posesión de los bienes terrenales, beneficios a los que el fiel correspondía con moneda temporal (como legados piadosos) y espiritual (misas y fundaciones caritativas). De ahí que el testamento comenzara con una protesta de fe, una serie de cláusulas piadosas y otras relativas a la distribución de la herencia. Además de los testamentos, es de gran interés la nota sobre el coste de la muerte, incluida con frecuencia en los inventarios. Este documento nos ofrece una riquísima información sobre el ritual de la muerte, con detalles como la forma y lugar de enterramiento, composición del cortejo fúnebre, funerales, misas y otros elementos que acompañan dicho ritual. Las fuentes utilizadas han sido los testamentos, certificados de defunción y notas del coste funerario. Son 55 documentos procedentes del Archivo General Militar de Segovia. Su ubicación en este archivo se debe a la legislación castrense, ya que las ordenanzas militares obligaban a todo el Ejército y la Marina a testar. En una serie de artículos se señalaba la forma de hacer testamento y se aconsejaba hacerlo estando sano. Los testadores debían señalar su identidad, herederos, deudas y todo lo que les identificara, con el fin de saber el destino que se debía dar a los bienes personales, sobre todo en aquellos casos en que por diversas circunstancias se ignoraba el paradero de los herederos (79). Además, tanto la legislación civil como la Iglesia recomendaban la ejecución de una escritura testamentaria como el mejor sistema o medio para solucionar legítimamente la distribución y participación de los bienes materiales y de asegurar la salvación. En conjunto, los testamentos expresan la vida y la muerte, son una crónica de la vida diaria, porque en las costumbres que reflejan se trasluce la relación de las diversas clases sociales con las instituciones religiosas de cada tiempo; por este motivo, hay que tener en cuenta la mentalidad de la sociedad. Los testamentos se inician con unas cláusulas confesionales, declaratorias, genéricas y prácticamente comunes, seguidas de las benéfico-religiosas y socio-económico-decisorias. Como ejemplo, exponemos el principio del testamento del brigadier Diego Quiroga y Ulloa: «In Dey nomine, Amén. Sepan quantos esta carta de manda, testamento, última y postrimera voluntad vieren como D. Diego de Quiroga y Ulloa, Caballero del Orden Militar de Santiago, Brigadier de la real Armada, con (79) VALLECILLO, A.: Ordenanzas de S.M. para el régimen, disciplina, subordinación y servicios de sus Ejércitos, t. III, título II, tratado VIII, capítulo XI. Madrid, 1860, p. 619. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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destino en este Departamento. Hallándome bastante indispuesto, agravado de algunos males, aunque a ratos en pie (...) recelándome de la muerte que es cierta a todo viviente y su hora dudosa, creyendo como firmemente creo en el alto y soberano Misterio de la Santísima Trinidad (...) que tiene, cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana, bajo cuya fe y creencia siempre he vivido, protesto vivir y morir como fiel y católico cristiano, para que mis cosas queden bien dispuestas y ordenadas» (80). Después de declarar las verdades principales de la fe católica, se preocupan de organizar todo lo referente al entierro, honras fúnebres, misas, limosnas y mandas si las hubiere. A continuación aparecen cláusulas referentes a herederos y a la distribución de los bienes y nombramiento de albaceas. Este esquema se repite de unos testamentos a otros, pero no resulta extraño que se hagan declaraciones y disposiciones personales. Una de las cuestiones que generalmente citan los testamentos es el estado de salud del testador en el momento de redactar las disposiciones. Tanto las ordenanzas militares como la Iglesia exigían buena disposición corporal para redactar los testamentos, cuestión que no siempre se cumplía y que generalmente se hacía momentos antes de morir. De este modo, de los 48 testadores que citan el estado de salud, diez lo hacen estando sanos, como el capitán de navío Manuel Emparán, que hizo su testamento el 18 de abril de 1801, a punto de zarpar en el buque San Hermenegildo, del que era comandante y en cuyo incendio murió (81). Cuatro marinos lo hacen con «achaques», seis enfermos, veintiuno graves, de los cuales diez no pudieron firmar, dos repentinamente y uno, el alférez de fragata José Pallarés, de accidente. Es curioso cómo se relata este suceso. Según parece, el oficial cayó en un foso de los diques de carena, en el arsenal de Esteiro. Lo recogieron y fue reconocido por un médico y un cirujano del hospital del arsenal, para ver si había sido víctima de violencia, pero los dos certificaron que se cayó y se ahogó y que en el reconocimiento no encontraron «malicia», pues no estaba magullado ni tenía golpes. Al tener noticias de este informe, el teniente capitán de la maestranza, con el permiso del auditor de guerra, dispuso su entierro «según su grado» (82). La casa El primer escenario de la muerte era la casa. Cuando la enfermedad se agravaba, la familia o la persona que estuviera a su lado se ponía en movimiento y hacía venir al sacerdote, al médico y al escribano. El médico se ocupaba de su salud física, pero debía recomendar al paciente que velara por su alma, aconsejándole que se encomendara a Dios; el sacerdote, por su (80) (81) (82) 40

AGMS, sec. 9, leg. Q-15. AGMS, leg. 1214. Monte Pío, año 1801. AGMS, sec. 9, leg. P-24. REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

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parte, le administraba los sacramentos y lo preparaba para bien morir, y el escribano debía recoger sus últimas voluntades y, si había tiempo, hacer testamento. En el caso de los militares, es frecuente que en los últimos momentos hagan testamento militar, esto es, ante dos o tres compañeros o algún capellán. El viático es raro que se cite. Se ignora si esta celebración se realizaba, pero por lo que respecta a los militares estaba previsto por las Ordenanzas, ya que era una de las tareas encomendadas a los capellanes castrenses. En uno de los artículos se decía de la obligación de la «asistencia y consuelo espiritual de los oficiales y soldados cuando están heridos o enfermos en los hospitales (...), lo mismo si están en cuartel u hospital militar o de la Marina, o en lugar público donde se cure la tropa, asista a él un capellán cada día» (83). Por lo que parece se llamaba al sacerdote para que hiciera al enfermo la recomendación del alma cuando llegaba el momento de morir, con textos que después del concilio de Trento alcanzaron un auge extraordinario (84). De la presencia de sacerdotes al lado de los marinos a la hora de la muerte tenemos escasos testimonios; son más bien deducciones, como el caso del ingeniero Rooth, que manda «al cura o religioso que me asistiere a bien morir la limosna acostumbrada» (85). El teniente de navío José Morales murió en Ferrol en 1789. Estando muy grave (no pudo firmar), hace llamar a un capitán de Infantería, a un subinspector del arsenal y a un religioso dominico, primer capellán del Regimiento de Infantería de Bruselas, para hacer testamento militar ante ellos. Consta que, aunque estaba grave, se hallaba en «su sano juicio, habiendo recibido los Santos Sacramentos» (86). Otro caso es el del alférez de fragata Froilán Lanza, que hizo su testamento en Ferrol en 1788 estando muy grave, no pudiendo firmar. Debía de tener un sacerdote al lado en ese momento, pues fue uno de los testigos que firmó por él (87). A veces los marinos morían en el hospital, en cuyo caso se solía trasladarlos a sus casas. El capitán de fragata Pedro Sainz Sagardía murió en el hospital militar de La Coruña. Como era preceptivo, el capellán castrense le asistió (88). Otro caso es el del oficial primero del Ministerio de Marina Ignacio García Pardo, que murió en el hospital de caridad de Ferrol e hizo testamento militar estando muy grave, firmando por él tres capellanes de la Armada y uno de los médicos militares del hospital (89). Pero el testimonio más directo con que contamos al respecto es el del comisario provincial de Vivero José Maseda, que (83) Según el tratado III, título I, artículo 4.º, cuando entraba el Santísimo en casa del enfermo, dos soldados debían «custodiar la entrada o salida de la casa del enfermo de regreso al templo, rendirán sus armas en la puerta externa y luego se acompañará al Santísimo». VALLECILLO: op. cit., t. I, p. 777. (84) MARTÍNEZ GIL, F.: Muerte y sociedad en la España de los Austrias. Ediciones de Castilla-La Mancha, Cuenca, 2000, pp. 36 y ss. (85) AGMS, sec. 9, leg. R-210. (86) AGMS, leg.1193, Monte Pío, año 1790. (87) AGMS, sec. 9, leg. L-11. (88) AGMS, sec. 9. S-14. (89) AGMS, 1183, Monte Pío, año 1785. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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pide «le asistan a bien morir dos frailes de San Francisco, con gran cuidado y aunque crean que he muerto prosigan con sus oraciones durante una hora» (90). Una vez llegado el desenlace, se procedía a amortajar el cadáver. Primero se lavaba el cuerpo, antes de envolverlo en un lienzo o sudario que sólo le dejaba entrever la cara, manos y pies, según costumbre en los países mediterráneos. Pero fue a partir de mediados del siglo XVI cuando los hábitos de las distintas órdenes religiosas, que gozaban de mucha popularidad, eran solicitados en los testamentos (91). De este modo, a partir del siglo XVII el lienzo blanco, en virtud de la generalización del hábito, acabó siendo atributo de los pobres. Por lo que respecta a los marinos, de los 40 testimonios consultados entre testamentos e inventarios, diecisiete eligen el hábito de San Francisco, dos lo dejan a la voluntad de los albaceas, tres eligen el uniforme y hábito de San Francisco y veintiséis no se pronuncian sobre la forma en que desean ser amortajados. Resulta extraño que 26 marinos no se pronuncien al respecto; no se sabe si se debe a la indiferencia de ser enterrados de una forma determinada, o si lo habitual era que los oficiales les amortajaran con el uniforme y que sólo se pronunciaran cuando su voluntad fuera de otra forma. Las Ordenanzas de 1768 no se pronuncian explícitamente sobre la cuestión; sólo al señalar cómo se debían celebrar las honras fúnebres de capitán general en plaza, se dice: «El cadáver del Capitán General sea revestido con sus insignias militares» (92). La acepción de «insignias militares» resulta algo confusa; no se sabe si se refiere al uniforme completo o a los atributos de mando. Algunos testimonios hacen pensar en la obligación o costumbre del uniforme como mortaja. El jefe de escuadra Diego Quiroga pertenecía a la Orden de Santiago y dice que le amortajen «militarmente y manto Capitular del referida Orden de Santiago y además se me ponga en el lugar que mejor convenga el Ábito (s i c) de Nuestro Padre San Francisco» (93). El mariscal de campo y jefe de escuadra Francisco Lasterría manda que le amortajen con el hábito de San Francisco y «las insignias militares» (94). El que resulta más explícito en cuanto el uniforme como mortaja es el comisario provincial de Vivero, José Maseda, que manda «sea de sayal, con escapulario y capilla de mi Padre Santo Domingo pues aunque según mi grado sea correspondiente enterrarme con el uniforme de mi uso, es mi voluntad se me amortaje en aquella forma» (95). La demanda del hábito de San Francisco, que era sin duda la preferida de los que escogían esta forma de mortaja, no se debía a la devoción, sino a las indulgencias que cada hábito llevaba aparejadas (96). De esta manera, no (90) AGMS, sec. 9, leg. M-145. (91) GARCÍA FERNÁNDEZ, M.: op. cit., p. 152. (92) VALLECILLO, A.: op. cit., tratado III, título V, artículo II, p. 418. (93) AGSM, sec. 9, leg. Q-15. (94) AGSM, sec. 9, leg. L-30. (95) AGMS, sec. 9, leg. M-145. (96) El papa León X había concedido indulgencia plenaria a los que se enterraran con él. años después, Sixto V instituyó en Asís la Archicofradía del Cordón, cuyos cofrades ganaban 42

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resulta extraño que el capitán de navío Manuel López Bravo pida ser «amortajado con el hábito de mi seráfico Padre San Francisco para ganar las Indulgencias que están concedidas» (97). González Lopo ha estudiado la evolución del uso del hábito como mortaja y llega a la conclusión de que, a lo largo del siglo XVIII, en Galicia su uso fue en aumento, pero a un ritmo tal que prácticamente la totalidad de los que testan solicitan como mortaja el hábito, entre el que va a predominar el de San Francisco (98). El cadáver era amortajado por algún familiar o amigo, y en otros casos se pagaba a una persona. En los gastos de entierro del capitán de fragata Pedro Sainz figuran los 112 reales que se pagó por el hábito de San Francisco y la cantidad que se le dio al «mozo» por «irlo a buscar y amortajar el cadáver» (99); en los gastos del brigadier José Pereda se incluyen los 50 reales que se le dio a la mujer que amortajó el cadáver (100); y en 1754 murió el capitán de fragata Antonio Pérez Domingo en el hospital de La Graña y se pagaron cuatro reales a la mujer que lo amortajó (101). Después de preparado y amortajado el cadáver, se purificaba la habitación y, generalmente, las paredes se cubrían con paños negros, al igual que el resto de la casa. Se transformaba la decoración antes de proceder al velatorio y duelo, se cambiaban de lugar los muebles y de los cuadros se colgaban bayetas y cortinajes negros, alquilados a veces y que después se devolvían a la parroquia, o se compraban las telas correspondientes. Es el caso de la viuda del brigadier Pereda, que pagó por 13 varas de bayeta negra 188 reales (102). Una vez amortajado el cadáver se procedía al velatorio. Aquél solía exponerse en la misma habitación donde había muerto, o en un salón preparado para el caso. Entre los nobles y personas adineradas era costumbre poner el cadáver sobre un ataúd, que en la mayoría de los casos era recuperado por la parroquia una vez depositado el cuerpo en la sepultura (103). Lo normal era poner el ataúd o caja (es como se le nombraba en Galicia) sobre una alfombra o en el mismo lecho, o sobre una tarima, cubierto por un paño, y entonces empezaba el velatorio. De los gastos de entierro del capitán de fragata Pedro indulgencias plenarias el día de su muerte, siempre que estuvieran «confesados y contritos y llevaran ceñido el cordón franciscano». MARTÍNEZ GIL: op. cit., p. 220. (97) AGMS, sec. 9, leg. L-104. (98) D. González Lopo ha estudiado la evolución del uso del hábito como mortaja y llega a la conclusión de que a lo largo del siglo XVIII en Galicia su uso fue en aumento, a un ritmo tal que prácticamente la totalidad de los que testan solicitan el hábito como mortaja, y de los diferentes hábitos el que va a predominar es el de San Francisco. «La actitud ante la muerte en la Galicia occidental de los siglos XVII y XVIII», en Actas del II Coloquio de Metodología de Histo ria aplicada, Santiago de Compostela, 1983, p. 128. (99) AGMS, sec. 9, leg. S-14. (100) AGMS, sec. 9, leg. p 78. (101) AGMS, sec. 9, leg. p 98. (102) AGMS, sec. 9, leg. p 78. (103) La palabra «ataúd», al parecer, es de origen árabe, pero según Martínez Gil apenas se empleaba en el Toledo del siglo XVI. La expresión más frecuente es la de «caja de madera», pero en el siglo XVIII la denominación de «ataúd» se hizo más frecuente (op. cit., p. 34). Sin embargo, en la Galicia del siglo XVIII se le denomina simplemente «caja». Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Sainz se sabe que por la caja se pagaron 75 reales, y por siete varas de «estameña franciscana compradas a once reales para cubrir la caja« (104), y el capitán Mestre pagó por la caja 90 reales, y por cuatro varas y media de bayeta para cubrir la caja, otros noventa, más por siete varas de cinta de seda negra para los lados de la caja, 14 reales (105). Otro caso es el del brigadier J. Pereda, que pagó por la caja y guarniciones (se debe referir al paño y cintas que se ponían en la caja) 180 reales, y además pagó por «Somonte» (paño ordinario), gasa y cinta 256 reales (106). Ya expuesto el cadáver, se solía poner cuatro blandones y cuatro hachas encendidas, que también se pagaban a la parroquia según consta en los gastos del capitán Sainz, en los que se dice que «por la conducción de los mecheros para las achas (sic) de velar hasta la posada [casa] y de ella a la iglesia, catorce reales» (107). La cera que se consumía en el velatorio y en las «funciones» que se efectuaban antes del entierro, también se pagaba a la parroquia, como los 583 reales que pagó la viuda del brigadier Pereda, donde están incluidos los «candeleros, la mesa y demás utensilios que se ponían en la iglesia delante del ataúd que sirvió para celebrar responsos» (108). También el capitán Pérez Domingo pagó «por la cera que tubo (sic) el cuerpo presente en achas (sic) y velas cincuenta y cuatro reales» (109), y el capitán Pedro Sainz pagó 11 libras en hachas y velas «que se consumieron a velar el cadáver y después de la Posada, hasta darle sepultura, después de la función, ciento ochenta y nueve reales» (110). El cuerpo era velado por familiares y amigos, que solían rezar sin cesar. Desconocemos el motivo por el que el cadáver del capitán Pedro Sainz fue velado por «cuatro hombres que con bestidos (sic) de luto, velaron el cadáver y lo llevaron a la iglesia», a los que se pagó seis reales por barba. Estaba regulado que el cadáver estuviera veinticuatro horas en la casa antes de efectuar el enterramiento. Este requisito se recordaba mucho en los testamentos —se temía ser sepultado aún con vida—. Y, mientras pasaban familiares y amigos por la casa, las campanas que habían tañido en la agonía volvían a hacerlo cuando llegaba la muerte. El toque de clamores o campanas estaba regulado por las sinodiales; en general, se hacía en tres momentos: en la agonía-muerte, durante el cortejo (clamores de paradas, que seguramente se realizaban durante las posas), y la tercera, durante el funeral. En la partida de gastos del capitán Sainz, donde están incluidas misas y otras partidas, figura la de las campanas, incluidas las de las otras iglesias. Por lo que parece, cuando moría alguien en La Coruña, que es donde lo hizo este marino, tocaban todas las campanas de las iglesias. (104) (105) (106) (107) (108) (109) (110) 44

AGMS, sec. 9, leg. S-14. AGMS, sec. 9, leg. M-14. AGMS, sec. 9, leg. p 78. AGMS, sec. 9, leg. S-14. AGMS, sec. 9, leg. p 78. AGMS, sec. 9, leg. p 98. AGMS, sec. 9, leg. S-14. REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

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La calle Pasadas las veinticuatro horas, y finalizado el velatorio, el cura de la parroquia se personaba en casa del difunto y le decía un responso, que consistía en el rezo de oraciones de difuntos, por lo común el salmo De profundis, y la lectura de algunos versículos bíblicos, y a continuación se iniciaba el entierro. Los diferentes pasos que debían conformar un entierro estaban rigurosamente detallados en el ritual romano, y conforme a éste se organizaba el cortejo fúnebre, y como ocurría en otros rituales, se efectuaba según las sinodiales de cada diócesis. En el siglo XVIII el cortejo fúnebre era numeroso, se convertía en un verdadero espectáculo, ya que cuando la situación económica era elevada, la necesidad de demostrar el rango mediante el fasto necesario y el boato debido a las apariencias, era el momento capital para hacer gala del prestigio, la posición y los caudales patrimoniales. Sin embargo, a lo largo de la centuria las pompas se fueron reduciendo, los principios de sencillez aumentaron, pero no falta la advertencia por parte de la Iglesia de que los entierros debían celebrarse conforme al «estado y calidad». El comienzo del entierro se iniciaba con el sacristán llevando la cruz, le seguían los pobres, si se habían solicitado, frailes de distintas órdenes, y si el difunto pertenecía a alguna cofradía asistían todos los cofrades con el hermano mayor al frente. El cadáver era llevado sobre unas «andas», si no llevaba caja, por unos familiares, amigos o frailes, le seguía el sacerdote, demás clérigos, y familiares. Todos cantando salmos y oraciones que se confundían con el tañer de campanas. Las «andas» eran una caja sin tapa, con cuatro asas para llevarlo como una camilla, y el cuerpo cubierto por un paño, que en el caso de Madrid le llamaban el «paño rico». Entre los acompañantes se repartían achas y velas, que tenían que estar encendidas todo el trayecto. En el camino hacia el templo se podían hacer «posas» o paradas, en las cuales se rezaba un responso y las campanas hacían un toque especial. El número de «posas» estaba en función de la distancia que separaba el domicilio del difunto del lugar de enterramiento. Las Ordenanzas de 1768 añaden al cortejo fúnebre elementos de carácter militar. Una serie de artículos señalaban la forma de ordenar la comitiva según el rango y grado de los miembros del Ejército y la Marina, así como el número de salvas y saludos en cada caso (111). Los datos que nos suministran los testamentos sobre el cortejo son escasos; sin embargo, a través de los gastos de entierro se conocen las peticiones que se hicieron sobre esta cuestión y por tanto, se puede reconstruir cómo se hacía en Galicia, sobre todo en Ferrol y La Coruña. Algunos marinos dicen que prescinden de ostentación en su entierro, como el capitán de navío Manuel López Bravo, que pide que su entierro sea «lo más (111) El tratado III, título V de las ordenanzas trata de los «Honores fúnebres que han de hacerse a las personas reales, oficiales generales y particulares y demás individuo de mis tropas» (VALLECILLO, op. cit., t. I, p. 418). Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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humilde posible» (112). Sin embargo, por los datos que nos suministran los documentos, los marinos gustaban de los cortejos lucidos. La petición que hacen muchos de ellos es que asistan todos los sacerdotes que pudieran, más las comunidades de San Francisco, pedidas por 12 testamentarios, y la comunidad de franciscanos del convento de Santa Catalina de Montefaro pedida por otros ocho Por otra parte, se percibe una relación inmejorable con los curas castrenses —son muchos los que solicitan expresamente la asistencia de ellos a los entierros—. Los pobres era otro de los elementos solicitados, con variaciones en cuanto al modo en que debían asistir. El brigadier Pereda fue conducido a la iglesia por seis pobres, a los que se les pagó 24 reales; otros 12 pobres llevaron las hachas acompañando el cadáver, a los que les dieron otros 24 reales (113); el oficial de Contaduría Pedro Bermúdez pide que asistan pobres, no dice cuántos, pero sí que les paguen dos reales a cada uno (114); el ingeniero Rooth señala pobres para su entierro, y dice se les pague de sus bienes (115); el teniente de navío Francisco Morales pide que su cadáver sea conducido por cuatro pobres vestidos de «Somonte« (paño basto, ordinario); se conoce quería dar sensación de sencillez (116). Después de finalizado el entierro y funerales, se les debía dar a los pobres una comida, según consta en los gastos del entierro del capitán de fragata Pérez Domingo, que pagó 90 reales (117). Por los datos extraídos de los gastos de entierro del capitán de fragata Luis Maestre se puede deducir cómo se efectuaron sus exequias en Ferrol. Después de la asistencia de toda la parroquia, figuraba la comunidad de San Francisco, a la que se le pagaron 489 reales. A la comunidad de Santa Catalina de Montefaro, a la que se le abonaron 350 reales, la debía seguir la Cofradía del Rosario y la de las Ánimas, cuyo gasto de cera fue de 374 y 102 reales, respectivamente. Le acompañó tropa, cuyos tambores y pífanos iban recubiertos por bayetas negras y gasa también negra, en las que se emplearon nueve varas para los tambores y dieciocho para los pífanos. Durante el trayecto hacia la iglesia se efectuaron «posas», para lo cual se trajeron del cuartel de Brigadas una mesa para los responsos, que fue traída y llevada por cuatros «mozos» a los que se les pagó seis reales, donde estaban incluidos, también, «la conducción de cera y candeleros» (118). De forma similar fue el entierro del brigadier José Pereda, también celebrado en Ferrol. En este caso, se especifica que asistieron 37 sacerdotes de la parroquia, más otros treinta y seis de otra parroquia, y a continuación la comunidad de San Francisco, a la que se le pagaron 224 reales. Como ya hemos indicado, este marino llevó pobres; asimismo, tuvo «posas», y a los que (112) (113) (114) (115) (116) (117) (118) 46

AGMS, sec. 9, leg. L-104. AGMS, sec. 9, leg. P-78. AGMS, leg. 1189, Monte Pío, año 1786. AGMS, sec. 9, leg. R-210. AGMS, sec. 9. leg.M-152. AGMS, sec. 9, leg. P-98. AGMS, sec. 9, leg. M-12. REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

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trajeron la mesa para el responso se les abonaron dos reales a cada uno (119). Otro testimonio es el del capitán de fragata Antonio Pérez, que murió en el hospital de La Graña y fue enterrado en la parroquia de San Andrés. El cortejo estaba compuesto por 20 sacerdotes de la parroquia, más 16 frailes de la comunidad de San Francisco de Ferrol y de la de Santa Catalina de Montefaro; les seguían seis religiosos de la Tercera Orden. También asistieron pobres, pero no se sabe cuántos, pues sólo figura el coste de la comida que se les dio después de los funerales. También asistió la tropa, cuyos tambores y pífanos fueron recubiertos de bayeta y «tafetán de lustre para la bandera», cuyo coste fue de 85 reales. Se sabe que las dos comunidades fueron traídas de Ferrol por cuatros lanchas por las que se pagaron 80 reales (120). De forma similar fue el entierro del capitán de fragata Sainz Sagardia, que murió en el hospital de La Coruña y, conducido a su casa, donde le velaron, a continuación fue llevado a la iglesia. Según consta en los gastos de entierro, debieron de asistir los sacerdotes de la parroquia de San Andrés, donde parece que fue enterrado; le seguiría la comunidad de San Francisco y la de los dominicos, más la Cofradía del Clero. La música que le acompañó procedía de la colegiata, y también tuvo «posas». Le acompañó la «tropa del Destacamento». Para cubrir las dos cajas de la tropa, las bandas de los tambores y pífanos hicieron falta ocho varas de «Bayeta de Inglaterra». El toque de campanas de la parroquia de San Andrés y «demás Parroquias» se pagó en la misma partida que las misas que se le dijeron, y cuyo importe fue de 471 reales (121). El contador de navío José Fernández Mauriño murió en El Grove en 1781. En su testamento pide un entierro similar: «Se me llamen la Comunidad de San Francisco de Cambados, con el Sr. Cura, con la debida decencia y los srs. Sacerdotes que haia (sic) en esta parroquia» (122). Otros entierros se llevaron a cabo de forma similar, como atestigua el testamento del oficial de Contaduría de Marina que murió en La Graña y mandó que asistieran el cura, el párroco castrense, los sacerdotes que puediesen, las comunidades de San Francisco y de Santa Catalina de Montefaro y pobres, a los que se les darían dos reales a cada uno (123). De forma similar se pronuncian el alférez de fragata Lamaza y el jefe de escuadra Quiroga. Piden que asistan el cura castrense, capellanes y los sacerdotes «que pudieran y las comunidades de San Francisco». Algunos, como Lasterría, aunque deja todo lo relativo a su entierro, pide que lo presida el cura castrense. Y es que, por lo que respecta a Ferrol, debía de ser costumbre, pues son muchos los que se pronuncian en este sentido. La iglesia El cortejo funerario entraba en la iglesia mientras doblaban las campanas. El cadáver se colocaba en una tarima, ya que las sinodiales prohibían levantar (119) (120) (121) (122) (123)

AGMS, sec. 9, leg. P-78. AGMS, sec. 9, leg. P-98. AGMS, sec. 9, leg. S-14. AGMS, leg. 1179, Monte Pío, año 1781. AGMS, leg. 1186, Monte Pío, año 1786.

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túmulos con muchas gradas. En la cabecera de la caja se ponía una cruz y, alrededor, blandones con hachas amarillas; a continuación, el sacerdote incensaba y rociaba el cuerpo con agua bendita, se rezaba un responso y, según los diferentes lugares geográficos, se hacía una ofrenda, que generalmente consistía en una cantidad de dinero. Pocos son los testimonios que nos indiquen algunos de estos elementos. Se sabe que al brigadier Maestre lo pusieron sobre un túmulo cubierto por bayeta negra y cintas, cuyo coste fue de 96 reales, más cuatro reales por las tachuelas y alfileres, que debían de servir para fijar telas y cintas. Del mismo modo, en el recibo de gastos del capitán de fragata Pérez figura el túmulo como «parva» y que pertenecía a los religiosos, que debían de ser de los de San Francisco. La cera que gastaron en el tiempo que tenían el cuerpo expuesto figura con gran profusión. La que consumieron las hachas y las velas también, que en el caso del capitán de fragata Pérez importó 126 reales, y en el del brigadier Pereda, 583 reales. Sobre el responso no hemos encontrado ningún testimonio, y sobre la ofrenda que se hacía después de los funerales, sólo el del contador de navío J. Fernández Mariño, que dice «se le dé al señor cura la ofrenda correspondiente a mi calidad» (124). La ofrenda era una costumbre muy generalizaba, y consistía en dejar sobre la tumba una cantidad de pan, vino y cera; posteriormente se hará en dinero, en una cantidad fijada por las Constituciones de algunos lugares y que generalmente era proporcional a la fortuna de cada difunto (125). Estando el cuerpo presente, empezaban las misas. En ese momento, el repertorio de exequias fúnebres era variadísimo. Vigilias, misas de cuerpo presente, de salvación, en sufragio por el alma, cantadas y otras. Las misas por el alma cobraron popularidad después del concilio de Trento, y generalmente se decían en un altar privilegiado, por poseer una mayor eficacia por la cantidad de indulgencias que tenían concedidas. Se cotizaban a un real más que las rezadas. Del mismo modo, las misas cantadas tenían un precio más elevado que las ordinarias, pues al valor de las misas añadían la gloria de la solemnidad. Por lo que hemos podido detectar en Galicia, generalmente se celebraban misas de cuerpo presente y del alma, ritos y oficios que no finalizaban al dar sepultura al cadáver. Le seguían misas de salvación, misas votivas y de otro tipo. Es el caso de Sainz Sagardia, que pidió 200 misas de cuerpo presente el mismo día del entierro (126). Estas misas de cuerpo presente eran celebradas en diferentes altares, en el mismo lugar donde estaba expuesto el cuerpo o en otras parroquias o conventos de la ciudad. Tal es el caso del comisario Florentino Pozo, que pidió 50 misas para el día del entierro. Con frecuencia se pedía a las comunidades que asistían al entierro que dijeran misas a continuación. El comisario Maseda pide le digan 300 por el alma y que se celebren en la

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AGMS, leg. 1179, Monte Pío, año 1781. Véase sobre el respecto MARTÍNEZ GIL: op. cit., p. 431. Sobre las misas votivas, ver en ibidem, p. 473. REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

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parroquia de los Santos, «donde soy feligrés», otra en el convento de San Francisco, y una más en el convento de Santo Domingo, «sin perder tiempo». Este comisario de Marina, al pedir que a su entierro asista la Cofradía de la Congregación de Sacerdotes (en otros documentos figura como la Cofradía del Clero), dice que, además de asistir a su entierro, le digan misas en su casa, petición poco frecuente. También pide siete misas votivas o de difuntos «al ángel de mi guardia, al Santo de mi nombre, a nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora del Rosario, del Carmen, San Antonio de Padua y a San Rafael». Encarga asimismo que le digan más tarde 900 misas por él, por sus padres y por su primera mujer, y se pagará por cada una tres reales. En lo que respecta a las misas votivas, tuvieron gran éxito antes de Trento, pero a partir de la segunda mitad del siglo XVI fueron desapareciendo, aunque se mantuvieron en algunos lugares como Galicia, no tanto por devoción cuanto por práctica elitista. Eran consideradas misas de una excepcional calidad, pues a la variedad de sus devociones añadían un amplio abanico de intercesiones (127). En lo que respecta a las misas por el alma, también eran muy solicitadas. El jefe de escuadra Quiroga dice que le digan la misa de alma que pudieran en los altares privilegiados de la parroquia y del convento de San Francisco, además de encargar que tanto los curas como los frailes que digan estas misas le digan las cantadas, vigilias y responso y toques de campanas, por lo que se dará a cada uno cuatro reales y «por quien tenga obligación»; además, pide que se distribuyan entre los conventos de San Francisco, Santo Domingo de Betanzos y el de santa Catalina de Montefaro (128). Por último, mostraremos los comportamientos relativos a los sufragios que solicitaban los marinos. Citaremos al alférez de fragata Francisco Morales, que murió en Esteiro y fue enterrado en convento de san Francisco. Este marino, aparte de pedir 24 misas votivas a ocho reales cada una, dedicadas a la Virgen de la Soledad, Regla, del Carmen, a san José y a la Purísima Concepción, manda se digan 20 misas por su alma, 20 por sus padres, mujer y hermanos, y 60 por las almas del purgatorio, las cuales se celebrarán la mitad en el convento de San Francisco y las restantes en la parroquia (129). En la Galicia del siglo XVIII, según González Lopo, ante el desmesurado aumento del número de sufragios se produjo tal saturación que la ejecución de los mismos debía de ser muy lenta, por lo que no resulta extraño que los testadores pidan a sus albaceas un rápido cumplimiento de lo que han dispuesto por el bien de su alma (130). Desde el altar donde se habían celebrado los funerales partía una procesión que abría el turiferario (persona que lleva el incensario) y el acólito con el acetre; seguían el subdiácono y el celebrante con ciriales o hachas, el diácono

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AGMS, leg. 1189, Monte Pío, año 1787. AGMS, sec. 9, leg. M-145. AGMS, sec. 9, leg. M-152. GONZÁLEZ LOPO: op. cit., p. 125.

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y el celebrante con bonete y capa negra. Se incensaba el cuerpo mientras se rezaba el Requiem aeternam eis domine, contestaban los presentes; entonces se procedía al enterramiento. Una de las cláusulas de los testamentos indicaba la elección del lugar de enterramiento, aunque este requisito a veces se dejaba a la voluntad de los albaceas. Las decisiones se repartían entre la parroquia o algún convento, siendo minoritarios los enterrados en los cementerios, a los que sólo acudían los pobres. Sin embargo, González Lopo opina que a lo largo de la centuria se produce un aumento en el número de personas que desean inhumación en un camposanto (131). Entre los marinos que murieron en Ferrol, diecisiete pidieron ser enterrados en el convento de San Francisco, once en la parroquia castrense de San Julián, uno en la parroquia de Santo Domingo y tres no se pronuncian sobre el caso. El alférez de fragata Froilán Lanza dice que le entierren en la iglesia que «sea más a propósito, pero que sea en el altar de la capilla del Carmen». Los cuatro marinos que murieron en La Graña fueron enterrados en la parroquia de San Andrés; el resto de los marinos elegían las parroquias correspondientes al lugar donde murieron. Como el capitán del puerto de La Coruña Garnica, que lo fue en la parroquia de San José, y Sainz, en la de San Nicolás de La Coruña. Las mandas pías forzosas y los legados piadosos Basándose en las cuotas pro anima, obligatorias en la Edad Media y aplicadas al bien del alma del difunto, se empezó a considerar obligatorio por parte de los legisladores modernos que todo testador tuviera que dejar alguna cantidad para determinadas obras de caridad. Se estipulaban como tales, especialmente, las referentes a la limosna por los Santos Lugares y Redención de Cautivos, todo ello como ayuda a la expansión y defensa de la fe católica, ya que la necesidad del rescate de cautivos frente a la actividad de corsarios y piratas berberiscos, amenaza constante en las zonas costeras, unido a los peligros de la navegación y las continuas escaramuzas en las posesiones o fortalezas africanas españolas serían motivo más que suficiente para ello (132). La cantidad asignada varía en importe y moneda. La más corriente son los reales de vellón, algunos sueldos y los pesos. La cantidad en reales oscila entre uno y seis, siendo el más alto el de diez. Normalmente, la limosna asignada se refería a ambas mandas. Pocos son los testimonios encontrados sobre esta cuestión, como si en Galicia faltara sensibilidad al respecto. Diez marinos dicen que den «la limosna acostumbrada». Desconocemos qué era lo (131) GONZÁLEZ LOPO: op. cit., p. 125. (132) PEÑAFIEL, A.: Testamento y buena muerte (un estudio sobre mentalidades en la Murcia del siglo XVIII). Caja de Ahorros de Murcia, Murcia, 1987, pp. 151-153. 50

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acostumbrado, pues sólo el ingeniero Rooth asigna para este fin 35 reales (133), y el capitán de fragata Sainz Sagardia, ocho reales de plata antigua a cada una de las mandas, «por una vez» (134). Los marinos Mateos y Maseda, a su vez, dejan a los padres de san Lázaro «la limosna acostumbrada» para enfermos. Igualmente existe otra clase de mandas pías, de carácter más espontáneo y concedidas por una sola vez, que a veces resultan curiosas. Es el caso de Sainz Sagardía, que manda le den al capellán de la Armada «un vestido de paño negro», y la décima parte del importe que resulte de la venta en almoneda de sus bienes, a la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, «por la especial devoción que le tiene». Resulta menos generoso con sus dos «asistentes», a los que dice «les den y entreguen la ropa más ordinaria y trastos de poca consideración... por lo bien que lo han hecho y están haciendo conmigo» (135). Por otra parte, el ingeniero Rooth deja a su sobrina «que vive en casa» 1.000 pesos para que tome el hábito de San Benito. Los hospitales suelen recibir mucha atención. El capitán de navío López Bravo dona al hospital de la caridad de Cartagena 6.000 reales; al que se está construyendo (1776), otros 6.000 reales, y al de San Antonio Abad, de Cartagena, 30 pesos (136). Pero el más generoso es el jefe de escuadra Quiroga, que deja 3.000 reales al párroco y al cura castrense para que lo distribuyan entre los pobres, y asimismo 12.000 reales al hospital del Espíritu Santo y de la Caridad, de Ferrol, «para que con sus intereses se compre aceite y se tenga perpetuamente encendida la lámpara del Santísimo y ante la imagen de María Santísima del Buen Viaje, para lo cual se pondrá dicha cantidad en el banco Nacional o en los Cinco Gremios Mayores de Madrid». Asimismo deja a los padres capuchinos de La Coruña 1.000 reales; a los agustinos de Betanzos, otros 1.000, y al convento de San Francisco de Ferrol también 1.000 reales, para ayudar al coste del retablo (137). Las cofradías son también motivo de atención. Sainz Sagardía ayuda a la de la penitencia de La Coruña con 80 reales de plata; a la Orden Tercera, con otros 80, y a la Archicofradía del Santísimo Sacramento, con dos libras de cera labrada, para ayuda del culto y veneración del Santísimo Sacramento (138). Asimismo el alférez de navío Mateos deja para los pobres 800 reales y lo que resulte de la venta de sus bienes en pública almoneda; además, deja 50 duros para distribuir entre los conventos de San Francisco y el hospital, «para ayuda de las obras que se están haciendo». Los legados a familiares era algo habitual. Este mismo oficial deja a una sobrina 1.000 reales, más un colchón, una manta, dos fundas de almohada y un catre, aparte de otros muebles que su hermana debía conservar hasta que «tome estado». También deja a otra sobri(133) (134) (135) (136) (137) (138)

AGMS, sec. 9, R-210. AGMS, leg. 1189, Monte Pío, año 1787. AGMS, sec. 9, leg. S-14. AGMS, sec. 50, leg. L-104. AGMS, sec. 9, leg. Q-15. AGMS, sec. 9, leg. S-14.

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na 800 reales, y a los pobres, otros ochocientos (139). Por poner otro ejemplo, el teniente de navío Miguel Cuetos manda den a un soldado del Batallón de Marina que tenía a su servicio una cantidad, «por el afecto que le profeso según lo merece sus buenos servicios» (140). Los documentos post mortem de los marinos que residieron en la Galicia del siglo XVIII nos han dado a conocer el ritual y el marco geográfico donde se desarrollaba la vida cotidiana. Por otra parte, la vivencia de la religión y el sentimiento familiar-religioso estaban íntimamente arraigados en la mayoría de los marinos. Tanto sus costumbres como sus modos de vida son idénticos a los del resto de la sociedad donde se insertaban.

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AGMS, sec. 9, leg. M-15. AGMS, leg. 1212, Monte Pío, año 1800. REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

REBELDES DE LA REVOLUCIÓN HAITIANA EN LAS NAVES REALES DE DON GABRIEL DE ARISTIZÁBAL Jorge VICTORIA OJEDA Doctor en Historia

Introducción La figura de don Gabriel de Aristizábal es conocida para los estudiosos de la historia del Caribe de finales del siglo XVIII; no obstante, existen algunos pasajes poco difundidos de su quehacer en esas aguas, pasajes cuyo conocimiento contribuye a proyectar más luz sobre algunas acciones puntuales de la participación de España en la guerra que libró contra Francia en La Española (17931795), así como a esclarecer la relación de las autoridades hispanas con los rebeldes de color iniciadores de la revolución de esclavos en Santo Domingo en 1791, y convertidos en súbditos tras una alianza entre españoles y aquéllos. Las presentes líneas pretenden presentar algunos datos históricos que enriquezcan aquella historia, y también aportar información a la biografía de Aristizábal, con la finalidad de puntualizar algún suceso, sin demérito de su valioso servicio en Santo Domingo. Para la exposición de los datos se ha dividido el artículo en cuatro apartados, principiando con la información biográfica de Aristizábal, seguida del inicio de la revolución de los esclavos y su alianza con los españoles, para despues mencionar la salida de los aliados, denominados «auxiliares», hacia Cuba, terminado con el viaje que el principal líder de los rebeldes hizo a Cádiz. Por último, se presentan algunas consideraciones pertinentes. Cabe destacar que tanto el traslado de Santo Domingo hacia Cuba como desde esta isla a la Península, el jefe de los auxiliares, acompañado de parte de su tropa, lo hizo en las naves reales comandadas por don Gabriel de Aristizábal. Notas biográficas de don Gabriel de Aristizábal La biografía del teniente general de Marina don Gabriel de Aristizábal y Espinosa (Madrid, 26 de marzo de 1743) indica que a los diecisisete años ingresó en la Real Academia establecida en Cádiz. Posteriormente navegó durante cinco años por las islas Azores y Filipinas. En febrero de 1766 fue ascendido a alférez de fragata; al año siguiente, a alférez de navío, y en 1769, a teniente de fragata. Estando en Filipinas, en 1770 fue nombrado comandante del arsenal y ribera del puerto de Cavite, y al año siguiente el gobernador de ese archipiélago le nombró comandante general de Marina de las islas. Los servicios prestados le valieron para que en 1774 se le nombrase teniente de Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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navío. En 1776 de nuevo ascendió, en esta ocasión a capitán de fragata; cuatro años más tarde ya era capitán de navío, y en 1782 se le nombró brigadier de la Armada. En agosto de 1783 fue designado para realizar un viaje a Constantinopla como muestra de amistad del rey de España al sultán otomano. Los logros obtenidos en ese viaje, realizado en 1784, le valieron para que de nuevo fuese ascendido, esta vez a jefe de escuadra, en 1785. Seis años más tarde, en 1791, fue elevado al rango de teniente general, nombrándosele en 1793 para el mando de una escuadra destinada a la América septentrional, donde permaneció hasta 1800 (1). Su primer contacto con el Caribe se dio en 1793, cuando se le envió desde Cádiz rumbo a La Habana con la intención de hostilizar a la colonia francesa de Saint-Domingue, cuyos corsarios hacían frecuentes incursiones por aquellas aguas. Ya en la isla de Santo Domingo (conocida desde antes como La Española), a mediados de enero de 1794 se dispuso a la conquista del puerto de Fuerte Delfín (Fort-Dauphine), que habían sometido a su dominio las fuerzas francesas. El 28 de enero tomó por sorpresa la población, la cual capituló al día siguiente. Esa victoria le valió a Aristizábal el nombramiento por parte del rey de gentilhombre de cámara con entrada (2). Por otra parte, se dice que el jefe de la escuadra española solicitó y obtuvo en diciembre de 1795 del gobernador general y del real arzobispo de la isla la exhumación de los restos mortales del descubridor de América, Cristóbal Colón, para transportarlos a La Habana, ya que el territorio español de la isla debía ser cedido a Francia, de acuerdo con el tratado de paz de Basilea, de 1795. El biógrafo destaca que Aristizábal ayudó sobremanera en la salida de españoles de Santo Domingo, transportando a varios miles de personas a Cuba, La Guaira, Puerto Cabello y Puerto Rico, desde noviembre de 1795 a julio del año siguiente; subrayan también el haber impedido una insurrección en la isla de Trinidad, la mencionada conquista de Fuerte Delfín y su posesión hasta que fue devuelta a Francia, «a pesar de la rebelión de los negros auxiliares». Sobresalen también, entre otras, las noticias de haber socorrido con sus buques a todos los puertos de la América septentrional situados entre la Florida y la Trinidad, así como el haber inutilizado las tentativas y esfuerzos de los corsarios por invadir las costas del imperio español en el Caribe (3). En mayo de 1802 se le concedió la Capitanía General de Marina del Departamento de Cádiz, destino del que tomó posesión en noviembre siguiente. A este mando renunció por enfermedad a fines de 1804. El 5 de junio de 1805, en la Isla de León, falleció a los sesenta y cuatro años de edad (4). De los datos indicados, uno de los más conocidos es el del transporte de los supuestos restos del descubridor de América de Santo Domingo a Cuba. (1) PAVÍA Y PAVÍA, Francisco de Paula: Galería biográfica de los generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron desde 1700 a 1868, 3 vols. Madrid, 1873-1874, t. I, pp. 79-86. (2) Ibidem, pp. 87-89. (3) Ibidem, pp. 90-91. (4) Ibidem, pp. 91-92. 54

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REBELDES DE LA REVOLUCIÓN HAITIANA...

Por nuestra parte, queremos hacer el apuntamiento de que cuando se menciona el éxito hispano en Fuerte Delfín, en enero de 1794, la historia se olvida mencionar la valiosa ayuda de los aliados de color, así como los posteriores viajes que un líder de la revolución haitiana y aliado de España hiciera con Aristizábal. Aunque hay que destacar que sí se les menciona en la biografía cuando se apunta, de manera ligera y sin relación aparente, que el sitio se mantuvo en poder de sus conquistadores «a pesar de la rebelión de los negros auxiliares». ¿Por qué se hace mención de esos «negros»? ¿Quiénes eran estos últimos sujetos y qué papel jugaron en Fuerte Delfín? ¿Qué relación tuvieron con el teniente general de Marina? Podemos adelantar que fueron rebeldes de la revolución haitiana que comenzó en 1791, y a los que Aristizábal acabó conociendo bastante bien. El alzamiento de esclavos y la alianza con España Al iniciarse el levantamiento de esclavos en agosto de 1791 en la parte norte de la colonia francesa de Saint-Domingue, el cabecilla principal de los «negros» rebeldes era Boukman. A los pocos meses, al ser asesinado, le sucedieron Jean François y George Biassou, principalmente (5). Después de varias peticiones de ayuda de los rebeldes a las autoridades hispanas de Santo Domingo, el 22 de febrero de 1793, y en espera de que cuando el mensaje llegase a su destino estuviese declarada la guerra, el monarca español envió una real orden a Joaquín García, su gobernador en la isla y presidente de la audiencia, en la que le mandaba relacionarse con los líderes «Juan Francisco, Biassou, Jacinto» y demás cabecillas, con el fin de tenerlos como aliados y que se dedicasen a atacar y hostilizar a la tropa y residentes de la colonia vecina, hasta que la corona española recuperase la totalidad de La Española. Para dichas intenciones se mandó a García proveer a los rebeldes de color de todos los auxilios posibles, y prometerles «libertad, goces y prerrogativas» y que el rey los recibiría como súbditos suyos (6). Al darse la alianza entre ambos bandos a mediados de ese año, los esclavos alzados (y aliados) pasaron a ser conocidos como «tropas auxiliares de Carlos IV», y de manera coloquial, simplemente como «auxiliares», reconociendo las autoridades hispanas a Jean François, ya conocido comúnmente como Juan Francisco, como su máximo dirigente (7). (5) JAMES, Cyril: Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la Revolución de Haití. Madrid, 2003, pp. 91 y 98; FRANCO, José Luciano: Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe, 1789-1854. La Habana, 1965, p. 21. (6) Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra (en adelante, AGS, SG), leg. 7157, exp. 19, 117, «El gobernador de Santo Domingo contesta la Real Orden de 22 de febrero». Santo Domingo, 25-IV-1793. (7) Sobre la historia de los auxiliares y de su líder, ver VICTORIA, Jorge: Tendencias monárquicas en la revolución haitiana. El negro Juan Francisco Petecou bajo las banderas francesa y española. México, 2005. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Un asunto que los aliados de España tomaron como algo de suma importancia, tanto en aquella isla como en su exilio posterior, fue el de los grados militares que ellos mismos se adjudicaron y que las autoridades hispanas respetaron mientras los auxiliares les fueron de utilidad para sus fines; posteriormente les fueron denegados, aunque varios investigadores opinen lo contrario (8). Sobre el tema, el gobernador de Bayajá, el marqués de Casa Calvo, dejaba claro su origen y consideración al señalar que los rebeldes «arbitrariamente» se los habían conferido, dejando entrever que el mantenimiento de aquellas designaciones —«gran almirante», «teniente general», «general en jefe del Ejército», «gran almirante y general de una parte de la isla de Santo Domingo», o «general», por parte de Jean-François, y «mariscal de campo», por Benjamín, entre otros— «había sido parte de las contemplaciones hacia los negros para atraerlos» (9). A los aliados de color también les fueron concedidas medallas con el real busto como elementos de ayuda en su adhesión a la causa española. Esas condecoraciones fueron recibidas por el gobernador de Santo Domingo a mediados de febrero de 1794. El envío se componía de tres medallas de oro para los cabecillas de las tropas, Juan Francisco, Biassou y Jacinto, y doce de plata para los segundos más sobresalientes; ante la súbita muerte de Jacinto, la medalla pasó a manos de Toussaint L’Ouverture (10). Antes de terminar el año 1793, los hispanos y sus aliados se habían hecho con una parte importante del territorio francés, y se podía pensar en una excelente relación entre los dos bandos (11). Sin embargo, la realidad no era tan idílica, ya que las autoridades de Santo Domingo veían recelosas al jefe rebelde. Al respecto, el gobernador García apuntaba que «esta arrogante exposición de Juan Francisco nace del conocimiento que tiene de nuestras débiles fuerzas (...) en toda la larga extensión de la frontera y que sus brazos son precisos para nuestro resguardo» (12). Ante esa situación, García pidió ayuda a Gabriel Aristizábal y Espinosa, teniente general de la Real Armada, quien le señaló (8) Por ejemplo, SCHOELCHER, Víctor: Vie de Toussaint L’ouverture. París, 1982, p. 41, señala que el líder auxiliar tuvo en Cádiz un trato de general. Por su parte, ZAPATERO, Juan: La guerra del Caribe en el siglo XVIII. Madrid, 1990, p. 289, asevera que la Corona reconoció a los rebeldes los títulos militares. (9) AGS, SG, leg. 7157, exp. 19, 136, «Carta de Juan Francisco a García», 6 de mayo de 1793; Archivo General de Indias (en adelante, AGI), Santo Domingo, leg. 1110, «De Juan Francisco de 8 de agosto de [17]93, en que promete subordinación a los jefes subalternos del presidente. Dajabon»; AGI, Estado, 5A, 23 (1.ª), «Carta del marqués de Casa Calvo a Luis de las Casas». Bayajá, 31 de diciembre de 179. (10) AGS, SG, leg. 7157, exp. 20, 247. «El gobernador de Santo Domingo recibe las medallas de oro y plata para los negros auxiliares. Santo Domingo a 18 de febrero de 1794»; AGS. S.G. leg. 7157, exp. 19, «El gobernador de Santo Domingo comunica la noticia del funesto fin que tuvo el negro Jacinto». Santo Domingo a 13 de septiembre de 1793. (11) AGS, SG, leg. 7157, exp. 19, «El gobernador de Santo Domingo instruye sobre haber sido apresado y represado el puesto de la Tenería». Santo Domingo, a 25 de septiembre de 1793. (12) AGS, SG, leg. 7157, exp. 19, «El gobernador de Santo Domingo da cuenta de la conducta de Juan Francisco». Santo Domingo, 12 de agosto de 1793. 56

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que por reparación de sus naves en La Habana le era imposible por entonces prestar el auxilio en Santo Domingo (13). En enero del año siguiente se dio la mencionada toma de Fuerte Delfín por parte de Aristizábal. Su biografía señala lo siguiente: «Uno de los hechos más gloriosos de su vida (...) fue la conquista de FuerteDelfín y sus fortalezas, que habían sometido a su dominio las armas francesas. Al efecto dispuso el bloqueo de la plaza con solo tres navíos, una fragata y algunas embarcaciones menores, para reducir a los enemigos a la sumisión, si le era posible con el aparato de guerra por una parte, y por otra sus proclamas prudentes y conciliadoras (...) el resultado fue (...) que sin desistir de su plan de triunfar pacíficamente, tomó noticias tan exactas de la verdadera situación y medios de defensa de la ciudad y fuertes, que logró tomar estos por sorpresa en la madrugada del 28 de Enero, y la plaza por capitulación al siguiente día 29, no sólo sin disparar un solo tiro, sino antes de que llegase el socorro de 1.800 hombres...» (14). Pero el asunto, al parecer, no fue tan sencillo y pudo tener otros matices, pues poco antes, y tras su llegada a La Española, Aristizábal envió a las autoridades francesas de Fuerte Delfín una nota donde indicaba que ofrecía una capitulación honrosa, con respeto a las propiedades de los habitantes y sus derechos. Agregaba que las fuerzas españolas los rodeaban por mar y tierra y que, por lo tanto, el hambre acabaría por vencerlos, y que «si no admitís las proposiciones que os hacemos de entregar la Plaza, y aceptar la protección del Rey poderoso, el bloqueo seguirá con el mayor tesón y si vuestra inflexibilidad nos obligase a atacarlos formalmente, entonces no se admitirá ninguna capitulación, sufriréis los rigores de la guerra, y seréis entregados al furor de nuestros negros auxiliares» (15). A los pocos días el teniente general repitió el mensaje, apostillando: «Yo no amenazo con los negros guerreros auxiliares (...) pero si llegan a atacarnos no estará en mi poder entonces contener a nuestros negros si llegan a entrar a vuestra Plaza» (16). En la táctica de combate en La Española, los aliados de color eran utilizados como fuerzas brutas que arrasaban con todo, asunto que mencionó Aristizábal para infundir temor a los franceses. Para el caso, hay que destacar que los auxiliadores no eran algunos cientos, sino varios miles de individuos. Para mediados de ese año, el gobernador García apuntaba que los aliados «eran (13) Archivo-Museo Don Álvaro de Bazán (en adelante, AMAB), Expediciones a Indias, leg. 16 (8/71), «Carta del gobernador García a don Gabriel Aristizábal». Santo Domingo, 19 de agosto de 1793; AMAB, Exp. a Indias, leg. 16 (8/74), «Joaquín García da cuenta de la respuesta de don Gabriel Aristizábal». Santo Domingo, 20 de octubre de 1793. (14) ANTEQUERA: op. cit., p. 38. (15) AMAB, Exp. a Indias, leg. 17 (24/102), «Propuesta de capitulación de don Gabriel Aristizábal». Manzanillo, a 8 de enero de 1794. (16) AMAB, Exp. a Indias, leg. 17 (24/102), «Propuesta de capitulación de don Gabriel Aristizábal». Manzanillo, a 14 de enero de 1794. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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como seis o siete mil hombres que sólo sirven para golpes de mano, sorpresa, saqueos y lo que es la guerra ofensiva devastando todo con incendio» (17). Agregaba que el «armamento» que aquellos utilizaban en sus batallas incluía palos para los que no contasen con sables o rifles, lo que, según indicaba, «da una idea de la brutalidad propia de esos malvados» y aliados (18). Tal vez en referencia a ello Aristizábal hizo la observación del «furor de los negros auxiliares» cuando quiso amedrentar a las autoridades francesas de Fuerte Delfín. Con los antecedentes mencionados cabe preguntarse cuánto influyó en el éxito de Aristizábal el miedo de los franceses a las ya conocidas «brutales» acciones de los auxiliares, quienes, dicho sea de paso, fueron los que lograron en verdad con su acoso físico (y psicológico, con la mención de su ferocidad por parte del teniente general) la capitulación del sitio. No obstante su participación, la historia los omite. En relación también con la cita del texto biográfico, cabe señalar que la mención de la «rebelión» de los «negros auxiliares» hace referencia a la matanza de cientos de franceses refugiados en Bayajá (nombre que recibió Fuerte Delfín después de su capitulación), realizada por los auxiliares con Juan Francisco a la cabeza (19). Aunque el suceso no tiene relación con Aristizábal, se apunta brevemente ya que la biografía consultada hace mención de él, si bien no aporta más explicaciones. El hecho consistió en el asesinato de los franceses refugiados en Bayajá, en la mañana del 7 de julio de 1794. Se dice que Juan Francisco entró al poblado acompañado de siete u ocho de sus capitanes y centenares de efectivos de su tropa. Entró en la casa del comandante, donde estaban reunidos los jefes españoles, y comenzó a recriminar la actuación de éstos por haber admitido en la plaza a varios emigrados, que para Juan Francisco eran antiguos enemigos que buscaban el cobijo de la corona hispana. Fueron vanos los intentos de hacerle ver el desacato que cometía contra la Real Autoridad y la imposibilidad de cumplir sus demandas de sacar del pueblo a los refugiados franceses en tan poco tiempo. Entonces, Juan Francisco dio señal para que sus acompañantes comenzaran a matar, «y tendiéndose por las calles, no dejaban franceses a vida de cuantos encontraban por ellas» (20). (17) AGS, SG, leg. 7160, exp. 80, 58, «Informe reservado del gobernador de Santo Domingo, referente al estado de la guerra de la isla». Santo Domingo, a 20 de marzo de 1795. (18) Instituto de Historia y Cultura Militar (en adelante, IHCM), rollo 65, 5-4-11-1, f. 165, «Detalles sobre la matanza que ha sucedido en Bayajá el 7 de julio de 1794». (19) AGS, SG, leg. 7159, exp. 494, «Informe de García a Campo de Alange». Santiago, a 1 de agosto de 1794. El arzobispo de Santo Domingo señaló que 600 franceses murieron en esa masacre, mientras que en otro documento se menciona que fueron 742. Las cifras de los auxiliares se cifraban entre 500 y 600 individuos, y otros apuntan 700 y 800. IHCM, rollo 65, 5-411-1, f. 165v, «Detalles sobre la matanza...», 1794. (20) AGS, SG, leg. 7157, exp. 21, 331. «El regente de Santo Domingo da cuenta de la horrorosa conducta del general Juan Francisco entrando con sus tropas en Bayajá, ejerciendo hostilidades». Santo Domingo, a 15 de julo de 1794; IHCM, rollo 65, 5-4-11-1, ff.150-150v, «Correspondencia sobre las ocurrencias de la isla de Santo Domingo con motivo de la guerra con los franceses. Año de 1795». 58

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Los auxiliares forzaron las puertas y almacenes, dedicándose al robo y al pillaje de la ciudad. Del respeto hacia los españoles y del grito «¡viva España!» se pasó a la trifulca, el desorden y el atrevimiento, hasta llegar a saquear los almacenes del rey, de los particulares súbditos de éste y de la Real Tesorería (21). Los españoles evacuaron la plaza esa misma noche, abandonando todos sus intereses y equipajes (22). La salida de los auxiliares se produjo con la entrega del poblado a fray Pedro de Cavello, alegando Juan Francisco que la plaza no fue tomada por él, sino que los españoles la dejaron desamparada (23). Con antecedentes como éstos, resulta entendible la petición de Francia de evacuación de los auxiliares una vez terminada la guerra, por el temor a sus acciones, y nos sirve también de introducción para justificar, en parte, una medida tomada por Aristizábal a los pocos años, cuando cruzaba el océano en la misma embarcación en compañía de una parte de las tropas aliadas. Cabe indicar que esa alianza, aunque nunca fue deshecha de manera oficial, se resintió del cambio de actitud por parte de España una vez firmada la paz con Francia, ya que los auxiliares, antes «amadísimos» colaboradores, se convirtieron en una pesada e incómoda carga para la Administración. La salida de Santo Domingo La derrota española en la guerra quedó sellada por el tratado de paz de Basilea, de julio de 1795, por el que la totalidad de La Española quedó en poder de Francia (24). Ante una situación no pensada cuando se entabló la alianza con los rebeldes, García dispuso el traslado a Cuba de las tropas auxiliares —según se ha sostenido—, para evitar la masacre que seguramente se hubiera producido entre ellas de haber caído en manos francesas (25). Sin embargo, en el tratado con la Francia revolucionaria se estipulaba que España contaba con un año de plazo para abandonar la isla a partir del momento en que se supiera la noticia en ella, y que Juan Francisco (26), «considerado militar», y todos los oficiales (21) AGI, Santo Domingo, 1035, «Desfalco de caudales en Bayajá». Santo Domingo, 1794. (22) Archivo Nacional de Cuba (en adelante, ANC), Correspondencia de los capitanes generales, leg. 47, 1, «Carta del gobernador de Cuba, a 11 de julio de 1794». (23) IHCM, rollo 65, 5-4-11-1, ff.161-168v, «Relación de lo acontecido en Bayajá». Bayajá, 8 y 13 de julio de 1794; IHCM, rollo 65, 5-4-11-1, f. 155, «Certificación que da Juan Francisco al padre Cavello, entrega de la plaza y conclusión de la escena». Bayajá, 13 de julio de 1794. (24) AGI, Estado, 5A, 19, «Sobre la publicación y diligencia de cumplimiento del tratado de paz con la Francia y sobre la cesión de la isla». Santo Domingo, 18 de octubre de 1795». (25) FRANCO, José Luciano: Historia de la revolución de Haití. Santo Domingo, 1971, p. 240. (26) Cit. en RODRÍGUEZ, Emilio: Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García, Roume, Hédouville, L’Ouverture, Rigard y otros, 1795-1802. Ciudad Trujillo (Santo Domingo), 1958, p. 10; AGI, Estado, 5B, 150, «Carta del gobernador de Santo Domingo al Príncipe de la Paz». Santo Domingo, a 22 de julio de 1796.

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de color que se hallaban bajo su mando estaban obligados a evacuar también la isla (27). García señaló que los franceses no querían que los jefes «negros» permanecieran en el territorio, debido a su belicosidad, infundada en mucho por los grados militares que ostentaban y por las medallas concedidas en el soberano nombre, lo que pudiese acarrear problemas en el territorio. Basándose en las promesas hechas a los antiguos rebeldes por real orden de 22 de febrero de 1793, el gobernador agregó que en ese éxodo forzado no le tocaba otra cosa que cooperar en plenitud (28). García apuntó que él no veía dificultad alguna en conservar esas tropas en alguna parte, siempre que estuviesen bajo la inspección del vicario José Vázquez y del presbítero Manuel Quezada, además de que ninguna otra isla española más que Cuba tenía el poder para sujetar, precaver y hacer respetar y aun aniquilar cualquier circunstancia que se suscitase en la isla de Pinos, donde podían ser enviados. García añadía que allí podían ser útiles en las labores de cultivo, además de que el rey podría «sacar compañías de Morenos disciplinados útiles en tiempo de guerra»; a ello se agregaba que muchos de los auxiliares sabían oficios mecánicos «de talento, destreza y habilidad» (29). La noticia del inminente arribo de los negros no fue bien recibida por las autoridades de Cuba. El Cabildo de La Habana celebró una reunión de urgencia el 4 de diciembre de 1795, sacando las siguientes conclusiones: «Podrá verse en este suelo la triste catástrofe que en los campos y ciudades del Guaricó la razón la dicta así, y la experiencia manifiesta, que no son recelos vanos sábese que este contagio moral se ha comunicado a la isla de Jamaica, que ahora tiene allí rebelión, por no haber usado en tiempo todas las precauciones convenientes, para que no fuesen transcendentales a sus siervos, aquellas ideas se han comprendido que algunos negros de este vecindario preparaban función de celeridad para el recibimiento de Juan Francisco y esa muestra de afección hacia él sin conocerle le es también del lugar que hallara en sus ánimos la imaginación más viva que ha de formarse con su presencia y la de sus oficiales se persuade este Ayuntamiento a que la innata sabiduría del trono calificará de juiciosas estas reflexiones» (30).

(27) Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN), Estado, 3407, «Esteban Laveaux general y gobernador de Santo Domingo a la Diputación de la República». Fuerte Delfín, a 22 de noviembre de 1795; AHN, Estado, 3407, «Correspondencia del gobernador de Santo Domingo, Joaquín García». Santo Domingo, a 26 de noviembre de 1795. (28) AGI, Estado, 5A, 41 (1), «Carta de Joaquín García a Luis de Las Casas». Santo Domingo, a 2 de febrero de 1796. MOYA, Frank: Historia colonial de Santo Domingo. Santo Domingo, 1977, pp. 353-354. Este autor señala de manera errada que los jefes auxiliares solicitaron su salida de Santo Domingo al producirse la cesión a Francia. (29) Ibidem; AGI, Estado, 5A, 36 (20), «Carta de Joaquín García a Luis de Las Casas». Santo Domingo, 25 de enero de 1796. (30) «Copia de los Libros del Cabildo». La Habana, 4 de diciembre de 1795, cit. en RODRÍGUEZ: op cit., p. 75. 60

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El gobernador de aquella isla, Luis de Las Casas, presionado por el Ayuntamiento y sin duda también influido por las posibles repercusiones de la Revolución francesa y, sobre todo, de las suscitadas en la cercana colonia de Francia, escribió alarmado a Manuel Godoy, secretario de Estado, apenas recibió la comunicación de García referente al envío de gente. En su escrito decía: «Esta noticia ha llenado de terror a los habitantes blancos de la ciudad y de la isla, cada vecino cree ver el momento de la insurrección de sus esclavos, y el de la desolación universal de esta colonia en el momento de la aparición de estos personajes, esclavos miserables ayer, héroes hoy de una revolución, triunfantes, opulentos y condecorados; tales objetos no son para [ser] presentados a la vista de un pueblo compuesto en la mayor parte de hombres de color que viven en la opresión de un número más corto de blancos...» (31). El temor del gobernador se fundaba en el rumor de que los cabildos «negros» de los barrios extramuros de La Habana, que tuvieron noticias del envío de los rebeldes a esa isla antes que las autoridades españolas, se organizaban para celebrar la llegada del general Juan Francisco. Según se había extendido, «algunos negros de este vecindario preparaban funciones de celebridad para el recibimiento de Juan Francisco y esa muestra de afección hacia él sin conocerle le es también del lugar que hallará en sus ánimos la imaginación más viva que ha de formarse de su presencia y la de sus oficiales» (32). Ante la imposibilidad de impedir el traslado, Las Casas convino con el comandante general de Marina preparar algunas embarcaciones para diseminar a los auxiliares, mandando algunos a Cádiz; otros a las islas Canarias, donde no ocasionarían problema por la ausencia de negros en ellas; unos más a la Florida, considerando que este envío no presentaba mucho riesgo siempre y cuando el número enviado no fuese elevado, y a la isla de Pinos, donde, señalaba, tampoco habría que remitir a muchos ya que toda era bosque y en ella «podría un número crecido de tales hombres hacerse fuertes y formarse en aquella isla un pueblo de piratas, como los berberiscos del Mediterráneo que fatigase la navegación mercantil de estos mares» (33). La mayor parte de las tropas auxiliares que partieron de Bayajá en varios buques llegaron al puerto de La Habana el 9 de enero de 1796. Una parte lo hizo en la escuadra española que, al mando del teniente general de la Real Armada Gabriel de Aristizábal y Espinosa, trasladaba al puerto cubano los supuestos restos de Colón (34). Días antes había viajado Biassou y su familia a bordo del navío de guerra San Lorenzo, que partió del puerto de Ocoa, al (31) AGI, Estado, 5B, 176, «Carta del gobernador de La Habana al Príncipe de la Paz». La Habana, 25 de enero de 1796. (32) AHN, Estado, 3407, «Carta del Cabildo de La Habana al gobernador y capitán general». La Habana, 4 de diciembre de 1795. (33) AGI, Estado, 5B, 176, «Carta del gobernador...». La Habana, 25 de enero de 1796. (34) AGS, SG, leg. 7161, exp. 24. «El capitán general da cuenta de los jefes y negros auxiliares que han llegado a la plaza de La Habana, 11 de enero de 1796»; AMAB. Exp. a Indias, leg. 21 (18/168). «Avisando de la entrada en La Habana de la balandra Ventura, procedente de Bayajá». La Habana, 15 de enero de 1796. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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sur de la parte hispana. Las Casas le propuso su inmediato traslado, junto con sus 23 familiares, a la isla de Pinos o a la Florida, siendo el segundo lugar el escogido por el general auxiliar (35). En el grupo de navíos reales que se embarcaron rumbo a La Habana, la distribución de gente fue la siguiente: en el Santiago la España viajaron Juan Francisco, Watable y Lefebre, todos acompañados de familiares (mujeres y niños) y «criados» de ambos sexos, sumando un total de 39 personas; en el San Gabriel hicieron lo propio Guillarm, Delisle y Basugnar, quienes al igual que los anteriores viajaron con familiares y «criados», hasta componer un total de 49 personas. En el documento se apunta que Delisle falleció en la travesía, pero se le incluyó en el total del recuento; en el navío San Juan navegaron 48 personas, encabezadas por Ambrosio Nocsy, Agapito y Pertero. Este último, sólo con su mujer; los dos restantes, con familia y «criados». El total de la suma realizada por el teniente Ignacio Acosta era de 136 individuos, divididos en 19 oficiales, 42 mujeres, 17 niños, 30 criados varones, 27 criadas y un niño (36). A pesar de ese recuento de emigrados, la suma debió de ser parcial, ya que el número de personas que las autoridades de Cuba señalaban como tropas de Juan Francisco, y que se encontraban en ese puerto, se cifraba en 780 individuos, aunque en realidad eran algunos más (37). Además de en las naves comandadas por Aristizábal, algunos otros auxiliares fueron embarcados en el navío Santa Magdalena; pero éstos no llegaron a La Habana ya que, según alegaron posteriormente, después de cuatro días de viaje perdieron el convoy a causa de un temporal y fueron a parar a la costa norteamericana de Vi rginia. Este grupo de seis auxiliares estaba encabezado por Luis Boef o Beff, antiguo compañero de Juan Francisco en Bayajá y beneficiario de una de las medallas de plata enviada por el rey a los aliados (38). Estos auxiliares fueron acusados de dar muerte al capitán del barco y, después de ser juzgados y declarados culpables, se les remitió a diversos sitios de las colonias hispanas. Ya en La Habana, el problema fue qué hacer con la numerosa gente de Juan Francisco. Las Casas propuso al líder rebelde pasar a España en compañía de su familia, en tanto que el resto de la tropa sería trasladada a la isla de Trinidad a título de colonos. Inicialmente el rebelde rechazó la idea del viaje a la metrópoli, optando por acompañar a los demás auxiliares hacia Trinidad, pero solicitando la posibilidad de pasar desde ahí a España (39). (35) AGS, SG, leg. 7161, exp. 24, «El capitán general da cuenta...». 11 de enero de 1796; ANC, Floridas, leg.14, 29. (36) AGI, Estado, 3, 10 (3c), «Estado que manifiesta las familias que de los negros caudillos auxiliares se han embarcado en los buques de S.M. Ignacio Acosta». La Habana, 22 de enero de 1796. (37) De las 780 personas, más del 42 por 100, sin contar a los registrados como niños, eran mujeres. AGI, Estado, 5A, 28 (1d), «Estado que manifiesta los oficiales y tropa auxiliar». La Habana, 13 de enero de 1796. (38) AGI, Cuba, leg. 169, «Autos criminales contra la muerte de Pedro Aspinal, capitán de la goleta Santa Magdalena». San Agustín de la Florida, 19 de diciembre de 1796. (39) AGS, SG, leg. 7161, exp. 24, «El capitán general da cuenta...», 11 de enero de 1796. 62

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Las autoridades del puerto cubano consideraron que lo mejor sería dividir a la tropa y separar a sus dirigentes, en espera de que el resto procediera con sumisión. Juan Francisco fue convencido para viajar a Cádiz en compañía de sus jefes militares, algunos oficiales, sus familias y servidumbre; en total, 136 personas repartidas en tres navíos de guerra (40). El resto de la gente se distribuiría en tres partes, para enviarlos a la isla de Trinidad, en la Capitanía General de Venezuela, adonde se remitirían 144 individuos; a los nuevos establecimientos de Trujillo, en el reino de Guatemala, 310 personas, y 115 auxiliares al puerto novohispano de Campeche, «donde se presume sean admitidos, y con más probabilidad yendo así divididos en corto número» (41). Poco después Portobelo, en el Virreinato de Nueva Granada, también fue incluido en los destinos de la diáspora, enviando a 90 auxiliares (42), permaneciendo en Cuba sólo dos individuos varones y una mujer por enfermedad (43). Según estos datos, la suma total ascendía a 795 personas. Los factores tenidos en cuenta para la elección de los lugares de destino fueron su situación marginal, la escasez de esclavos en ellos y su posible utilización en la economía y la defensa (44). Sobre este último punto, las ideas que se habían esparcido en todo el Caribe y tierras continentales del área acerca de los «terribles» sucesos ocasionados por los rebeldes de Santo Dominguo, provocaron que su utilización en las armas fuese desestimada como primer factor; así que las autoridades buscaron la forma de cumplir lo que el soberano había ofrecido a los auxiliares, y qué mejor si en ese cumplimiento se lograba también algún beneficio económico para la región. Pero no todos los grupos de auxiliares remitidos a los distintos puntos siguieron las mismas pautas. Algunos se dedicaron a la agricultura; otros, con el paso de los años, y sobre todo por las necesidades de los españoles, llegaron a tomar las armas en defensa del territorio hispano; unos más siguieron su vida con cierta indiferencia por parte del gobernador de la provincia donde se asentaron. De todas las fracciones en que fueron divididas las tropas auxiliares de Juan Francisco, los enviados a Trinidad de Barlovento fueron los únicos rechazados por las autoridades, las cuales, desobedeciendo las órdenes del influyente gobernador de Cuba, vieron en los recién llegados un problema difícil de digerir. (40) AGI, Estado, 3, 10, «Sobre la estancia en España del caudillo Juan Francisco», 1796. (41) AGS, SG, leg. 6824, exp. 15, 252, «El capitán general de Cuba da cuenta de la salida para los destinos que expresa de los negros auxiliadores que se hallaban en La Habana». La Habana, 1 de marzo de 1796; AMAB, Exp. a Indias, leg. 21 (18/168), «Sobre transporte a España desde La Habana del general negro Juan Francisco». Cádiz, 25 de marzo de 1796. (42) Archivo General de la Nación (Colombia), Colonial, Negros y Esclavos, D. 92, ff. 911-911v. El sitio no había sido barajado junto con los otros, pero la presencia en La Habana del gobernador designado fue ocasión para proponerle el envío. (43) AGS, SG, leg. 7152, exp. 34, 110, «Carta del capitán general de Santo Domingo al conde de Aranza». La Habana, 2 de septiembre de 1796. (44) GEGGUS, David: «Slavery, War and Revolution in the Greater Caribbean, 17891815», en A Turbulent Time. The French Revolution and the Greater Caribbean. Indiana, 1997, p. 27. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Juan Francisco y Aristizábal en la mar. Una condecoración en el olvido Juan Francisco y sus segundos fueron conducidos al puerto gaditano de nuevo en los navíos reales Santiago la España, que transportó a Juan Francisco, Watabe y Lefebre; en el San Gabriel, en el que fueron Benjamín, Guillarm, Delisle (fallecido en el trayecto) y Basugnar, y en el San Juan Bautista, que llevó a Bernardino, Panal, Ambrosio Noasy, Agapito y Pertero. El contingente fue dividido en «familias», encabezadas por 19 hombres y que comprendían a 42 mujeres y 17 niños; la lista de «criados» apuntaba 30 hombres, 27 mujeres y un niño, un total de 136 personas subdivididas en 78 « a m o s » y 58 sirvientes (45). Juan Francisco viajó «acompañado» del dinero en plata, oro, alhajas, añil, grana y tabaco que se mandaba a la metrópoli (46). Los comandantes de las naves reales que conducía a los auxiliares y familiares a España, viendo que los pasajeros tenían ciertos privilegios, solicitaron 12 reales de plata al día «por cada uno de los que debían dar mesa», ya que se les dijo que los tratasen «con la debida consideración», pero el rey autorizó únicamente ocho reales por cada persona (47). Se acordó socorrer con 100 pesos al líder «negro», y con 50 a cada uno de sus subalternos hasta el número de once, para adquirir algunos utensilios que creyesen indispensables para el viaje. El dinero fue entregado al capitán ayudante de la plaza, Ignacio Acosta (48). En el trayecto hacia Cádiz ocurrió un suceso hasta ahora desconocido, y fue la concesión a Juan Francisco por parte de Aristizábal del grado de teniente general, además del uniforme, divisa y la Cruz de Alcántara. Asimismo, a los auxiliares subalternos les concedió también divisas de la clase que decían tener (49). El hecho quedó registrado por un tal Juan de Herrera, que navegaba a bordo del navío San Gabriel, quien informó de que don Gabriel de Aristizábal y su segundo, don Francisco Xavier Muñoz, obraron a imitación del gobernador de Santo Domingo, quien, «por razones que hallaría convenientes», condecoró a los jefes rebeldes, otorgándoles las respectivas insignias (50). Es creíble, sin duda, que García y Aristizábal condecorasen a Juan Fran(45) AGI, Estado 3, 10, «Estado que manifiesta las familias que de los negros caudillos se han embarcado en los buques de S.M.». La Habana, 22 de enero de 1796. (46) AMAB, Exp. a Indias, leg. 20 (5/90), «Juan de Araoz a Antonio de Valdés participa la salida de los buques de la Armada a Cádiz» La Habana, 24 de enero de 1796. (47) AMAB, Reales Cédulas, leg. 6538, «Carta de Pedro Varela a Juan de Lángara». Aranjuez, 21 de marzo de 1796; AMAB: Exp. a Indias, leg. 21 (18/168), «Sobre transporte a España...». Cádiz, 25 de marzo de 1796. En otro documento se apunta que se otorgó un peso por cada individuo de color. AMAB. Exp. a Indias, leg. 21 (18/177), «Sobre las tropas auxiliares de Santo Domingo». La Habana, 23 de enero de 1795. (48) AMAB, Exp. a Indias, leg. 21 (18/177), «Sobre las tropas...». La Habana, 23 de enero de 1795. (49) AGI, Estado 3, 10, «Carta de don Juan de Álvarez al secretario del despacho de Estado». Palacio, 27 de julio de 1798. (50) AMAB, Exp. a Indias, leg. 21 (18/177), «Sobre las tropas auxiliares de Santo Domingo. A bordo del navío San Gabriel, al ancla en el puerto de La Habana, a 25 de enero de 1796».

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cisco, pero hay que subrayar que fue en el marco de lograr y mantener la «fidelidad» de los auxiliares, tal como se ha señalado, nunca con el objetivo de otorgarles un reconocimiento firme. Además, ambas autoridades sabían de sobra el «valor» real de esas concesiones. Para Aristizábal debió de ser una medida precautoria, ya que los rebeldes, además de su conocida belicosidad, llevaban consigo sus armas, y navegar con ellos de Cuba hasta la Península resultaba una situación embarazosa. Sin embargo, por el simbolismo de esos grados, que se unían a las promesas de «libertad», excepciones, goces y prerrogativas efectuadas a los rebeldes con tal de obtener su adhesión a la causa hispana, las concesiones no fueron olvidadas por los aliados de color, quienes exigieron en varias ocasiones su cumplimiento y el reconocimiento de su igualdad respecto de los españoles. Conocida su inminente llegada a Cádiz, las autoridades del puerto español estuvieron en estado de alerta y desconfianza hacia las auxiliares. Una real orden enviada al gobernador gaditano, el conde de Cumbre Hermosa, en el mes de febrero, mientras ellos navegaban hacia costas europeas, indicaba que se les ubicara a todos en una casa, observándose su conducta, encargando su cuidado y asistencia al comisario de guerra y ministro de la Real Hacienda, don Antonio de Cabrera (51). Otra misiva a la misma autoridad instruía que se averiguase «el modo de pensar y las ideas que tengan dichos jefes», especialmente de su principal, así como su conducta. Esas prevenciones se tomaron debido a la idea de que la permanencia en Europa de esos «negros» no era conveniente, y mucho menos su envío a Madrid (52). La Corona no quería que se quedasen en la Península, sino remitirlos lo antes posible a tierras americanas, por lo que el rey ordenó al juez de arribadas de Cádiz, aun antes de que los emigrados llegasen al puerto, que dispusiese en la ocasión más oportuna su embarque en las naves que salieran para los puertos inmediatos a aquellas costas, fueran mercantes o de guerra (53). La armada procedente de La Habana llegó a Cádiz en marzo de 1796, e inmediatamente Acosta escribió al Rey solicitando pasar a «esa Corte (...) llevando conmigo a dos jefes negros», como prueba del éxito de su comisión y, tal como le había señalado García, recibir una «gratificación» (54). Sin embargo, la solicitud de traslado no fue concedida, a pesar de la insistencia de Acosta por hacer notoria la ayuda prestada (55). No obstante su llegada al puerto gaditano, las autoridades españolas nunca pensaron en establecer a aquella gente de manera permanentemente en el sitio (51) AGI, Estado 3, 10, «Real Orden dada en Badajoz a 12 de febrero de 1796». (52) AGI, Estado 3, 10, «Carta al gobernador de Cádiz proveniente de Manzanares a 20 de marzo de 1796». (53) AGS. SG, leg. 7161, exp. 24, «El capitán general da cuenta...», 11 de enero de 1796. (54) AGI, Estado 3, 10, «Carta de Ignacio Acosta a Manuel Godoy». Cádiz, 25 de marzo de 1796. (55) AGI, Estado 3, 10, «Copia de la carta de Ignacio Acosta a Juan Manuel Álvarez». Aranjuez, 27 de junio de 1797.

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sino que, al igual que en los casos de los diversos grupos de auxiliares diseminados, su estancia se decía provisional. Esto fue notorio en la pronta disponibilidad de las embarcaciones para su regreso a América, en su ausencia de los registros de entradas de vecindario y transeúntes para el año de 1796, e incluso en el censo de población de inicios del siglo siguiente, que no da indicios de su presencia en Cádiz (56). Al arribo de las antiguas tropas auxiliares, el conde de Cumbre Hermosa, ante el desconocimiento de la existencia de alguna asignación para su mantenimiento, dispuso que se les diese una cantidad de dinero en calidad de socorro, pero no como sueldos. A pesar de ello, al mes siguiente se señalaba que los ex aliados recibirían las mismas pagas que en América, con la diferencia de tener entonces pesos sencillos por pesos fuertes, por lo que elevaron sus protestas, ya que lo suministrado no les alcanzaba para mantener a sus familias y sirvientes (57). Así, a Juan Francisco se le asignaron 350 pesos sencillos, para mantener a 36 personas; a Benjamín, 160 pesos, dependiendo de él 20 personas; a Bernardino, 100 pesos, con 25 personas a su cargo; a Pablo Mercurio, 40 pesos, con cinco familiares, etc. (58). La autoridad gaditana apoyaba la opinión señalada con anterioridad por el Consejo sobre la imprudencia de mantener en Europa a aquella gente de la revolución haitiana, por lo que aconsejaba su remisión a América, pero a regiones continentales, a Florida u otro lugar, pues en las islas se podría considerar arriesgado su envío por el crecido número de individuos de color en ellas (59). Por otra parte, la situación económica de Juan Francisco no era todo lo buena que él esperaba para poder mantener a su numerosa familia. Así se deja ver en la correspondencia cruzada entre Cumbre Hermosa y Godoy. En una carta se decía que Juan Francisco señalaba que «las mesadas que se les deben» no las habían cobrado «por haber dejado los últimos recibos en Santo Domingo», y solicitaba la devolución de los efectos que tenía retenidos en la Aduana de La Habana, con cuya venta esperaba socorrer sus necesidades inmediatas (60). El primero escribió que el jefe de los auxiliares había contraído una deuda de 850 pesos con diversas tiendas de Cádiz y solicitaba que el gobierno saldara lo que debía. Juan Francisco alegaba que, debido a lo raquítico del sueldo de sus segundos, era imposible que vivieran sin su ayuda. Para paliar la situación, el general sacó de la Aduana la plata labrada que llevó en el viaje y fue vendiéndola, debiendo satisfacer los derechos de venta, que

(56) Archivo Histórico Municipal de Cádiz (en adelante, AHMC) caja 4047, exp. 27, «Vecinos. Nueva entrada del año de 1796. Abecedario general de todas las naciones»; AHMC caja 4047, exps. 23, 26 y 27, «Franceses, 1796». (57) AGI, Estado 3, 10, «Carta del conde de Cumbre Hermosa a Manuel Godoy». Cádiz, 6 de abril de 1796. (58) AGI, Estado 3, 10, «Relación de los oficiales negros procedentes de las tropas de Santo Domingo». Cádiz, 4 de abril de 1796. (59) AGI, Estado 3, 10, «Carta de Cubre Hermosa a Godoy». Cádiz, 14 de mayo de 1796. (60) Ibidem. 66

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ascendieron a 981 reales de vellón, por lo que pidió que el rey se los perdonase. El soberano no accedió a esto último, aunque se comprometió a saldar la deuda del jefe auxiliar. A la vez, mandó recordar a Juan Francisco que tenía asignado un sueldo y no debía excederse del mismo en los gastos (61). Referente al pago retenido, el monarca resolvió que se abonase a Juan Francisco el sueldo «de la graduación que [se] le tiene declarada», descontando de su asignación la deuda con el comercio de Cádiz (62). El texto de la misiva parece indicar que había obtenido algún grado reconocido por la milicia. Sin embargo, para una aclaración sobre el asunto se mandó preguntar al entonces gobernador de Santo Domingo: «Diga si a (...) Juan Francisco le señaló de su propia autoridad alguna graduación o tuvo aprobación para hacerlo». La respuesta la dio el ministro de la Guerra, aclarando que «no consta en este ministerio que a Juan Francisco (...) se le señalase graduación militar ni sueldo alguno» (63). Ante la negativa de los informes, Juan Francisco solicitó al rey, en julio de1798, que se le reconociese entonces el título de teniente general, del cual lo había investido Aristizábal durante el derrotero a Cádiz (64). Ante tal petición y datos, el ministro Juan de Álvarez supuso, que si el hecho fue verídico, debió de suceder por orden del soberano, pero como no tenía noticia de ello, ya que el suceso hubiese ocasionado «notable escándalo en el Ejército», esperaba novedades al respecto. La petición, no obstante los alegatos ad hoc, no debió de ser exitosa, debido a la ausencia de documentación que avalase una respuesta del rey. Sin embargo, como hemos apuntado, sobre este particular existe la información señalada por Juan de Herrera sobre la concesión del título al rebelde por parte del teniente general de la Armada Real. En 1798 Aristizábal seguía en las aguas americanas, pero no sabemos si se le preguntó sobre el suceso en que se le involucraba. Del mismo modo, el teniente general regresó a España en 1800, y dos años más tarde se le concedió la Capitanía General de Marina de Cádiz, sitio donde se encontraban los auxiliares desde su arribo en 1796. Tampoco hemos encontrado en los archivos documentación alguna que indique relación o contacto entre Aristizábal y Juan Francisco. No obstante las quejas de las autoridades españolas sobre el título que utilizaban algunos auxiliares y la duda de su validez, en la documentación elaborada tiempo después de la solicitud de Juan Francisco éste mantenía en su léxico esos rangos militares, al indicar que los «oficiales» de color y sus (61) AHN, Estado, leg. 574 (2), «Sobre el jefe de negros auxiliares Juan Francisco». Cádiz, 28 de junio de 1796. (62) AGS, SG, leg. 7161, exp. 28, «Carta de Godoy a Miguel de Azanza». San Ildefonso, 20 de julio de 1796. (63) AGS. S.G. leg. 7161, exp. 28. «Carta del ministro de guerra al Príncipe de la Paz. San Ildefonso a 28 de julio de 1796»; AGS. S.G. leg. 7161, exp. 28, «Carta de Godoy a Diego de Gardoqui». San Ildefonso, 28 de julio de 1796. (64) AGI, Estado, exp. 3, 10, «Carta de don Juan de Álvarez...». Palacio, 27 de julio de 1798. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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familias que permanecían en Cádiz ascendían a 122 individuos, comenzando la lista con el «teniente general Juan Francisco». Aunque dudamos de alguna confirmación del título otorgado en la mar, Juan Francisco lo utilizó en este informe. Otros eran el mariscal de campo Benjamín, el inspector Bernardino y el brigadier Pablo Mercurio; también se hablaba de coroneles, comandantes, capitanes y tenientes, todos indicados con los grados que decían ostentar (65). Incluso dos años más tarde, el 23 de febrero de 1800, se informaba del fallecimiento del mariscal de campo Benjamín (66). Irónicamente, en el caso de la petición de la pensión para la viuda de Juan Francisco, en la misiva, fechada en 1806, se le señala únicamente como «Xefe que fue de los Negros auxiliares» (67). D. Geggus indica el 16 de septiembre de 1805 como la fecha de la desaparición física de Juan Francisco (68). La prensa de la época no se ocupó de esta muerte, y tal vez los intentos de separación de los auxiliares de otros grupos de «negros» dieron fruto. De tal forma, si en Cádiz moría un temido general de color, de presencia incómoda en la Península y respetado por muchos africanos y por sus descendientes en el Caribe, en la cercana Sevilla los «negros» de la ciudad estaban de fiesta y comían ganso frente a su capilla de San Roque mientras se representaba en el teatro la obra Los esclavos feli ces (69). Como epílogo de la situación de los antiguos aliados en la Península, en junio de 1813 la Regencia tomó la decisión que habría de cerrar un larg o p e r íodo de inestables relaciones entre la Corona y estos sus súbditos de color, y mandó que se aprovechasen todas las ocasiones oportunas de embarcar aquellas familias para América (70). Consideraciones Tal como adelantamos en las líneas iniciales de este artículo, nuestra intención es aportar algunos datos sobre la estancia de don Gabriel de Aristizábal en aguas americanas, estancia durante la que se registró su cercano contacto con el líder máximo de las tropas auxiliares de Carlos IV de Santo Domingo. (65) AGS, SG, leg. 7161, exp. 33, «Relación de los oficiales negros de las tropas auxiliares de Santo Domingo». Cádiz, 16 de noviembre de 1798. (66) AGS, SG, leg. 7162, exp. 23, 110, «Carta del consejo al capitán general de Andalucía». Aranjuez, 20 de marzo de 1800. (67) AGI, Santo Domingo, leg. 1039, «Oficios del ministerio de guerra concediendo pensión a María Asunción, viuda de Juan Francisco Petecu». San Lorenzo, 25 de octubre de 1806. (68) GEGGUS, David: Haitian Revolutionary Studies. Indiana, 2002, p. 294, n. 103. (69) Archivo Municipal de Sevilla, Crónica sevillana de Félix González de León, 18001853, tomo VI, sección XIV, microfilme 129, ff. 52, 61-62 y 82. (70) AGI, Santo Domingo, leg. 1099, «Copia de carta del ministerio de guerra al capitán general de Cádiz». Cádiz, 6 de junio de 1813. 68

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Sobresale de la información aportada, hasta ahora desconocida u oculta en el pasado tal vez por connotaciones raciales, la importante participación de los rebeldes de color aliados de España en la capitulación de Fuerte Delfín. Apoyamos la idea de que, conociendo de antemano los antecedentes bélicos de esos miles de auxiliares, los franceses debieron de decantarse por su rendición más por el peligro que representaban los rebeldes que por las armas de los españoles comandados por Aristizábal. El mismo teniente general hizo mención de «los negros auxiliares» como si de un «arma» destructora e infalible se tratase. Además de que pudo conocerlos en persona, al menos a los dirigentes principales o a Juan Francisco, durante el asedio a Fuerte Delfín, Aristizábal tuvo trato con los auxiliares cuando los transportó de Santo Domingo a Cuba en las naves de la Armada Real, además de que permanecieron varados en las aguas habaneras por varios días, sin pisar tierra por el temor de las autoridades hacia un posible contacto con los «negros» y cabildos de extramuros. Al decidirse que el máximo líder de los auxiliares fuese enviado a Cádiz, de nuevo lo hizo en la nave Santiago la España, de la cual nunca desembarcó desde su salida de Bayajá hasta la arribada al puerto gaditano. Esa situación, sin duda, llevó a Juan Francisco a conocer a Aristizábal, asunto que éste aprovechó para infundir confianza en el receloso aliado. Conocedor de las aspiraciones de Juan Francisco, le concedió el título de teniente general, uniformándole y otorgándole la Cruz de Alcántara. Don Gabriel seguramente conocía el «reconocimiento» que Joaquín García había hecho de los títulos autoasignados por los rebeldes con tal de ganar su adhesión y fidelidad, y procedió a seguir con esa estrategia para asegurarse el buen derrotero por el océano y navegar tranquilamente con más de un centenar de auxiliares armados. Si para los españoles aquellos títulos y grados carecían de valor, no fue así para los grupos de auxiliares, quienes, en las diferentes regiones adonde fueron enviados, supieron usarlos para tratar de que se les respetasen las ofertas reales de «libertad, excepciones, goces y prerrogativas». Los enviados a Cádiz, a diferencia de los otros, no recibieron tierras para su asiento, ya que se les deseaba sacar de la Península; sin embargo, la oposición de Juan Francisco obligó a mantenerlos en ese puerto. Tras la muerte el líder en 1805 las cosas debieron de cambiar un tanto, pero entonces los intereses económicos de las plantaciones en el Caribe, sobre todo de Cuba, hicieron oportuno el regreso de esos «negros» a las islas españolas. De los auxiliares llegaron a hablar los diputados en las discusiones sobre trata negrera y esclavitud cuando se gestaba la Constitución de 1812. Una vez terminado el proceso de la Carta Magna, la Regencia decidió en 1813 terminar con una relación incómoda y mandó que los auxiliares y sus descendientes residentes en Cádiz pudiesen regresar a América, apostillando que «tenían la libertad» para hacerlo. La pregunta entonces es: ¿es que antes no eran libres?

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Aparte de sus glorias y éxitos, don Gabriel de Aristizábal tuvo la oportunidad de participar en un evento histórico: la revolución haitiana y en concreto en el conflicto contra Francia en La Española, y aun sin valorar en ese entonces el suceso de transportar en las naves reales a su mando a uno de los principales iniciadores del mayor levantamiento de esclavos que hubo en América.

Grabado de Jean François postrado a los pies del comisario francés Frédérick-Ignace de Mirbeck. Colección Alfred Nemours de Historia Haitiana, perteneciente a la Colección Josefina del Toro F., Saint-Domingue 1791, sign. C.M. HI-2A5. Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (*). (*) Esta es la única imagen de época que se tiene de Jean François, aunque no deja de ser un retrato idealizado. El autor dividió en dos la escena; por una parte, a la izquierda dibujó unos comisarios sin armas y con un lenguaje corporal de calma y diálogo; por el contrario, la parte derecha del grabado resalta la belicosidad de los «negros» rebeldes, con rostros y actitudes de pelea — i ncluso los caballos se muestran briosos—. Por la fecha asignada al grabado (1791), resulta de interés que a los rebeldes se les representara con vestimenta militar, lo que pudiese indicar que desde los más tempranos tiempos de la revolución se adjudicaran grados, o que el autor del grabado debía representarlos de tal manera ya que no podía hacerlo con las ropas que para ese entonces los esclavos portaban. Nos decantamos por la segunda idea, ya que la representación del diálogo de los comisarios debía inmortalizarse teniendo como interlocutores a personas de jerarquía militar, no a «simples» esclavos rebeldes. 70

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SI EN COMISIÓN DE MARINA TE VIERES... LAS DIFICULTADES SALARIALES Y DE PROMOCIÓN DE UN TÉCNICO COMISIONADO DE LA ARMADA REAL EN EL SETECIENTOS Manuel DÍAZ ORDÓÑEZ Doctor en Historia

La Armada Real tuvo que organizar durante el siglo XVIII un complejo sistema de acopio de cáñamo, material necesario para la fabricación de la jarcia y las velas de sus buques de guerra. Desde los tiempos medievales, el suministro habitual de estos géneros se realizaba en España comprando el cáñamo o los productos manufacturados (cordajes y lonas) en el floreciente mercado holandés, abastecido desde el Báltico, utilizando para ello la intermediación de mercaderes extranjeros o comerciantes nacionales. La situación, en el siglo XVIII, iba a cambiar en nuestro país de forma radical. La nueva dinastía borbónica, apoyada en sus secretarios, implantará las bases de la monarquía absoluta a través del fortalecimiento de sus instrumentos de poder. De esta forma, diplomacia, Hacienda, Ejército y Marina de Guerra se convirtieron en pilares de lo que, andando el siglo, se conocería como reformismo borbónico. En el campo que nos ocupa, el acopio de fibras para la estratégica industria naval militar, los ministerios de la Corona iniciaron una serie de medidas encaminadas a su fomento. En este sentido, se mantuvo la política de compras en el extranjero antes citada pero, sobre todo, se diseñó un vasto programa de desarrollo del cultivo en el propio territorio nacional y en el ultramarino (1). El objeto de este trabajo es valorar brevemente la implantación de este sistema en la Península a través de la figura de las Comisiones del Cáñamo y, de forma más particular, situar las dificultades de uno de los miembros de estas comisiones en su trato con la Administración del Rey para cobrar su salario. (1) DÍAZ ORDÓÑEZ, Manuel: «El cáñamo y la corona española en Ultramar: América y Filipinas (siglos XVI-XVIII)», REVISTA DE HISTORIA NAVAL, núm. 90, 2005, pp. 45-60. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Los orígenes de las comisiones del cáñamo de la Marina. El caso de Granada Abrimos este apartado anunciando que las fuentes para el período están muy descompensadas. Si bien la extensión del cultivo del cáñamo en la segunda parte del siglo está analizada suficientemente en los trabajos de José Patricio Merino Navarro y Ramón María Serrera Contreras (2), las noticias sobre los primeros cincuenta años de la centuria son más bien anecdóticas. El siglo XVIII comenzó con un conflicto dinástico que interrumpió en gran medida todos los órdenes de la vida cotidiana de la España de la época. Por lo tanto, aunque las medidas de fomento de la cosecha de la fibra llevadas a cabo en la Península en la segunda mitad del seiscientos hubieran fructificado, la guerra las habría afectado de forma considerable. Restaurado el poder real con la victoria de las armas borbónicas, los primeros ministerios de Felipe V volvieron a promover un asunto de tanto interés para el Estado como el fomento del cultivo del cáñamo. Las acciones se irían desarrollando con lentitud en los primeros años del siglo hasta que, a partir de la década de los cuarenta, se dio un fuerte impulso al asunto. En la Península, los campos de Granada fueron pronto objeto de un completo estudio por parte de los funcionarios de la Corona. El intendente de Cádiz, Julián Arriaga, siguiendo las instrucciones recibidas de la corte, encargó, a mediados de 1752, a Vicente de Santamaría, ministro de Marina allí destinado, el acopio de fibra. Siguiendo esta tarea, el funcionario realizó un completo estudio sobre la viabilidad del cultivo de cáñamo (3) en la zona. (2) MERINO NAVARRO, J. P.: «Cultivos industriales: el cáñamo en España, 1750-1800», Hispania, núm. 1312 (1975), pp. 567-584, y también, La armada española en el siglo XVIII, Madrid, 1981. Cfr. también SERRERA CONTRERAS, Ramón M.: Cultivo y manufactura de lino y cáñamo en Nueva España (1777-1800). Sevilla, 1974. (3) Archivo General de Simancas (en adelante, AGS), Marina, leg. 320. Julián Arriaga a Ensenada. Cádiz, 19-XII-1752. La comisión de acopio de cáñamo había quedado a cargo de Manuel de Argumosa, caballero de la Orden de Santiago y administrador general de Rentas Provinciales y Tabacos, en 1750. En un principio, Ensenada decidió que las compras en Granada tuvieran como destino el arsenal de Cádiz, y Argumosa se auxilió, en funciones de subdelegado, de 1750 a 1752 de Juan Manuel Zambrano. AGS, leg. 329. Juan Manuel Zambrano a Arriaga. Granada, 19-VI-1759. J. Quintero González distancia a Zambrano y a Vicente Santamaría, llegando a la conclusión de que el intendente de Cádiz, Juan Gerbaut, había prescindido del comisionado del cáñamo hacia finales de la década de los cincuenta. Cfr. QUINTERO GONZÁLEZ, J.: Jarcias y lonas. La renovación de la Armada en la bahía de Cádiz, 1717-1777. Jerez de la Frontera, 2003, pp. 67 a 69. Opinamos que es un error de apreciación, porque presupone que la comisión no seguía funcionando, cuando de facto lo seguía haciendo plenamente y estaba coordinando los pedidos de fibra realizados desde el arsenal gaditano. Probablemente, esta confusión la produce la lectura del memorial presentado por Zambrano a la Secretaría de Marina, en el que solicitaba el aumento de la comisión del 2,5 al 4 por 100 incremento que él pedía se le aplicara en todas las compras en que había participado en Granada desde 1750. Esta petición parece apuntar a que estaba trabajando de forma independiente a la Comisión del Cáñamo, primero dirigida por Argumosa y, en aquel momento, por Santamaría, ajustando compras de fibra en la provincia. La verdad es que Zambrano había realizado compras fuera de la comisión, pero bastante tiempo atrás, en concreto en los años treinta. Precisamente, los buenos 72

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Con este fin debía establecer las tierras, las cantidades de fibra a producir, los costos y las medidas jurisdiccionales necesarias para llevar a cabo la gran empresa de suministrar el cáñamo suficiente para abastecer las factorías de los arsenales. El 21 de noviembre de 1752, Santamaría devolvió por correo ordinario su informe completo (4). Era un texto profundo en el que el comisionado se había esforzado en poner de relieve todas las dificultades y los medios que se debían adoptar para fomentar el cultivo de cáñamo en Granada. Constaba de 15 puntos, y en su introducción detallaba con exactitud que su intención era cuantificar el número de marjales (5) cultivables, la cosecha probable de éstos, la calidad de la fibra granadina, los jornaleros que se tendrían que ocupar en las siembras y recogidas y, por último, la constitución de la Comisión de Acopios de Cáñamo de la Marina. En síntesis, el informe definía que las tierras de Granada más afines al cultivo de la fibra eran las más próximas a los cursos fluviales, es decir, las vegas. El sistema de cultivo vigente era, en aquella época, el de cosecha bienal de cáñamo en una misma tierra; a su término se la dejaba descansar durante cuatro años, momento en que se aprovechaba para cultivar otros productos. Según Santamaría, el índice de productividad de los marjales granadinos se situaría entre 2,5 y 4 arrobas por unidad o marjal. Los costos de cultivo a los que se enfrentaba el cosechero de cáñamo eran de unos 200 reales anuales por marjal, incluyendo en este precio las semillas, el estiércol, los riegos y el laboreo habitual de este vegetal, en suma, los gastos comunes a esta especie vegetal. El comisionado establecía que en Granada ciudad y su Hinterland se podrían cultivar con cáñamo unos 11.000 ó 12.000 marjales anuales, cuando en aquel momento no se pasaba de los 5.000 marjales y el resto se empleaba en otros ajustes que había conseguido en precio y calidad en estas operaciones le situaron en muy buena posición para ser preferido por la comisión a la hora de participar en las compras de ésta cuando se estableció en Granada en 1750. Apoyando nuestro argumento, pensemos que es paradójico que en el informe del comisionado Vicente Santamaría sobre mejorar y consolidar la comisión del acopio del cáñamo, y en el que él dibujaba su ideal de organización de ésta, presentara a Zambrano como candidato a subdelegado de compras si éste era ajeno a tal comisión. Opinamos que esta actitud del comisionado está evidenciando que realmente este cosechero estaba vinculado directamente a la comisión desde el principio; no en vano, el mismo Zambrano iniciaba su petición a Arriaga en los siguientes términos: «En el tiempo en que estuve como comisionado...» (AGS, Marina, leg. 332. Juan Manuel Zambrano). Finalmente, para zanjar la cuestión contamos con un escrito del propio Zambrano fechado en 1759 (AGS, leg. 329. Juan Manuel Zambrano a Arriaga. Granada, 19-VI-1759). En dicho texto deja claro que estuvo desempeñando las funciones de subdelegado de la comisión, siguiendo las órdenes del comisionado de Marina para el acopio de cáñamo, Manuel de Argumosa. Sin embargo, y en esto sí que coincidimos con J. Quintero González, la existencia de la comisión del cáñamo en Granada no implicaba que el intendente de Cádiz, Juan Gerbaut, hubiera cerrado acuerdos de compra puntuales con otros corredores o cosecheros de Granada, habida cuenta las urgencias en el suministro de la base naval que dirigía. El caso más claro sería el de Horacio María de Yusani, según cuenta el propio Gerbaut. AGS, Marina, leg. 332. Juan Gerbaut a Arriaga. Cádiz, 7-V-1762. (4) AGS, Marina, leg. 320. Vicente Santamaría. Granada, 21-XI-1752. (5) MARJAL: Medida agraria equivalente a 100 estadales granadinos o cinco áreas y 25 centiáreas. Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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vegetales, principalmente habas. Ponía especial énfasis en demostrar que la puesta en funcionamiento de las factorías de jarcia y lona en Cádiz y Cartagena había actuado como motor del ramo en Granada pero, al mismo tiempo, producido como efecto no deseado un incremento en los precios del cáñamo cosechado. La razón era bien sencilla; el brusco aumento de la demanda en Granada desde finales de 1750 había hecho que muchos cosecheros optasen por sembrar sus tierras con cáñamo, teniendo en mente la fácil salida de sus productos por el consumo de la Marina. Sin embargo, la adaptación de estas tierras a los nuevos cultivos, el proceso de conocimiento del cosechero de las peculiaridades de la siembra y cría de la fibra y, sobre todo, el desembolso inicial que el agricultor tenía que hacer para adquirir los abonos que preparaban los suelos, habían limitado la cosecha total de fibra en el año 1752. En su análisis de la cuestión daba importancia al peso de los primeros obstáculos de orden de innovación en las explotaciones agrícolas pero concluía, que el gran impedimento era realmente el último: el del orden económico. Los agricultores carecían de recursos para afrontar costoso desembolso que significaría dedicar sus tierras a una producción industrial que no se podía consumir como alimento. El destino estrictamente comercial del producto de sus explotaciones quedaba sujeto a los vaivenes habituales del mercado de la compra y venta del cáñamo y, por desgracia, la fibra no servía para garantizar la alimentación de los agricultores. Dejaban, pues, atrás la relativa tranquilidad de cultivar vegetales dedicados al consumo humano que, si bien podían no encontrar un precio adecuado en las ventas comerciales, por lo menos garantizaban una cierta autosuficiencia nutricional del cosechero y su familia. Para solventar esta cuestión, Santamaría proponía que, de cuenta de la Real Hacienda, se les anticiparan a los cosecheros durante la siembra y la cosecha de cáñamo cantidades de dinero proporcionales a los marjales empleados en el cultivo. Como contrapartida, el beneficiario de esta ayuda a la producción se comprometería a «a vender, a la parte de S.M., en la conformidad estipulada, y a los precios corrientes, el producto entero de sus cosechas» (6). La aproximación que hacía el comisionado al importe global de estos anticipos la cifraba en torno a los 400.000 o 450.000 reales de vellón anuales, que serían restados del importe de las compras de las cosechas de los beneficiarios. Santamaría opinaba que esta medida motivaría un incremento absoluto de las cosechas de cáñamo en Granada y Loja, por la seguridad que representaría para los cosecheros al asumir los costos iniciales de la explotación y garantizar una salida a su producción de los campos. Las cifras que consigna son de verdadero impacto porque, según él, en la primera localización se podría pasar de 20.000 arrobas anuales a 40.000, y en la segunda, de 10.000 a 16.000. Es decir, creía que la producción en el Reino de Granada podría incrementarse, siguiendo su propuesta de anticipaciones dinerarias a la producción, en un 100 por 100 en la propia capital y en un 60 por 100 en Loja. De esta cantidad final (6) AGS, Marina, leg. 320. Vicente Santamaría. Granada, 21-XI-1752. 74

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de 56.000 arrobas anuales de cáñamo, el comisionado opinaba que con 16.000 se cubriría suficientemente la demanda del sector civil de los gremios de cordoneros de Granada y Málaga, las necesidades de cordajes y cestos para los ingenios azucareros y los puertos de la costa granadina y malagueña. El resto, unas 40.000 arrobas, se destinaría por entero a las factorías de los arsenales de Marina. En opinión de Santamaría, para fiscalizar todo este sistema de anticipos y control sobre la producción de cáñamos en Granada, la Marina debía establecer un organismo de control del sector del cáñamo en la ciudad. Éste, en forma de comisión, estaría formado por un ministro, encargado de la coordinación y que se responsabilizaría de su funcionamiento (7). Su tarea estaría apoyada por un ministro subdelegado, que se encargaría de los tratos directos con los labradores y entendería técnicamente de las calidades de las cosechas compradas para la Armada Real. Además, tendría que existir un corredor, cuya función principal sería supervisar todas las operativas y las transacciones que se hicieran de cuenta del rey con los cosecheros granadinos (8). La gestión administrativa y contable de la comisión correría a cargo de un oficial, gratificado anualmente con 200 ducados (9). Finalmente, una persona especializada —Santamaría solicitaba mantener las dos que habían trabajado en la comisión en los últimos tiempos— asistiría a las compras reconociendo la calidad de los cáñamos y sirviendo como asesor técnico de la comisión. Proponía también que tal comisión fuera dotada de autoridad suficiente para practicar exenciones fiscales sobre los c a rgamentos de cáñamo comprados bajo su tutela. Es decir, los carros que transportarían a Granada las partidas adquiridas estarían exentos de portazgos, pontazgos y otros derechos municipales o señoriales que pudieran afectarles. Julián Arriaga remitió a la letra a Ensenada el informe del comisionado del cáñamo en Granada, pero mostrando su desaprobación en torno al último punto, el referente a las exenciones fiscales propuestas. Ensenada coincidía con la opinión del intendente de Cádiz en anular las franquicias sobre los derechos establecidos en Granada. A pesar de ello, autorizó de facto el establecimiento de la Comisión del Acopio de Cáñamos de Granada, salvo, como ya hemos anticipado, en lo que refería a las prerrogativas fiscales. En pocos meses, desde su puesta en funcionamiento, entre agosto de 1752 y julio de 1753, Vicente Santamaría certificaba que había acopiado 18.988 arrobas de (7) AGS, Marina, leg. 320. Vicente Santamaría. Granada, 21-XI-1752. Santamaría proponía a Juan Manuel Zambrano, fiel administrador de la Real Aduana de Cáñamos y Linos de Granada. (8) AGS, Marina, leg. 320. Vicente Santamaría. Granada, 21-XI-1752. Como corredor, se proponía a uno de la Aduana de Granada llamado José Jimenez. Santamaría creía que la comisión de seis maravedíes por cada arroba de cáñamo adquirida por las gestiones del corredor serían suficientes. (9) AGS, Marina, leg. 320. Vicente Santamaría. Granada, 21-XI-1752. El candidato para este cargo era Antonio de Ribera, que ya estaba recibiendo esta gratificación. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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cáñamo en Granada y sus inmediaciones, y 6.479 en Loja. Un total de 25.469 arrobas de cáñamo que, por lo demás, eran muy necesarias en las factorías de jarcia y lona del arsenal de Cádiz (10). El esplendor de las comisiones de acopio de cáñamo de la A r m a d a Real (1770-1790) Según hemos dejado sentado unas líneas atrás, durante la segunda mitad del siglo la Marina volvió a impulsar con decisión su política de acopios de cáñamo en el país mediante la implantación de las comisiones. El sistema se consolidó pasados los años con ciertas variaciones, pero ciertamente se centró en un esquema formado por la figura de un comisionado y unos dependientes que supervisaban las cosechas, imponían los métodos de cultivo que garantizaban un mejor resultado para que la fibra fuera transformada en jarcia de buena calidad, acopiaban los cáñamos y los pagaban con los fondos que se destinaban al efecto en cada departamento naval. El caso más significativo lo representó, ya lo hemos anunciado, la Co m i s i ó n de Granada, cuyo intervencionismo, autorizado por la Secretaría de Marina, fue especialmente intenso a partir de los años setenta. En nuestro caso, sin e m b a rgo, nos interesa más el desarrollo de la Comisión del Cáñamo de la Marina en Aragón, donde el protagonista de nuestro trabajo, el capataz de jarcia Joan Martinell, desarrolló su trabajo. La Comisión de Aragón y Navarra en el siglo XVIII Desde los primeros años de la década de los ochenta, la Marina dispuso de una comisión destinada en Navarra y Aragón de forma permanente. El interés de la Corona se había manifestado ya en 1778, cuando se encargó al capitán de fragata Plácido Correa Losada que realizara una inspección de los campos y cultivos de la región, con el objeto de adquirir información para calcular las posibilidades reales de explotación cañamera en la zona (11). En ambos territorios y en los años anteriores, las compras se habían realizado de forma esporádica, encargando la transacción a algún comerciante, funcionario o oficial (10) AGS, Marina, leg. 322. Vicente Santamaría. Granada, 13-XI-1753. Las compras las seguía realizando Juan Manuel Zambrano, personaje que tan buenos resultados había ido dando en los sucesivos encargos de cáñamo para la Marina desde mediados de los años treinta. Zambrano había participado en las compras de los años 1750 a 1752 y 1756 a 1758. AGS, Marina, leg. 332. Juan Gerbaut a Arriaga. Cádiz, 7-V-1762. (11) En Patrimonio Bibliográfico Español, Plácido Correa Losada y Rivadeneira, «Examen que por orden de su Magestad con fecha diez y seis de enero de mil setecientos setenta y ocho hizo el capitán de fragata don Plácido Correa Losada y Ribadeneyra en los distintos parages del reyno de Aragón que siembran cáñamos, de la anual cosecha de este fruto, sus calidades, méthodo y costo de cultivo, Zaragoza, Imprenta del Rey nuestro señor y de su Real Acuerdo, 1778». 76

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de la Armada Real desplazado al efecto. Pero, a partir de 1780, las crecientes necesidades de suministro de cáñamo para las factorías reales de los arsenales impusieron a la Comisión de Navarra un carácter estable. En aquel momento, la titularidad de este organismo recaía en la persona del comerciante Gaudioso de Sesma, a la sazón administrador de las rentas generales de la ciudad de Corella. El primer encargo firme se le comunicó a Sesma en noviembre de 1783, en el que se le pedía que comprara y remitiera a Ferrol 4.000 arrobas de fibra para que se probaran sus calidades. El buen hacer de Sesma al frente de la comisión en Navarra hizo que Antonio Valdés, al frente de la Secretaría de Marina desde el mismo 1783, le cediera también el control de las compras de cáñamo para la Marina de Guerra en Aragón, función que asumió a partir del 8 de mayo de 1786 (12). El comisionado ubicó su centro de decisiones y de almacenaje en Calatayud (13), zona que había sido tradicionalmente productora de cáñamos y donde dispuso de un escribiente que supervisaba el almacenaje de los cáñamos comprados. Valdés fijó a Gaudioso de Sesma una asignación de 12.000 reales anuales en concepto de gratificación, y 25 escudos mensuales para pagar los servicios del escribiente. Los problemas a los que se enfrentó Sesma, casi desde el inicio de su desempeño en la comisión, se centraron en la mala calidad de los cáñamos que iba entregando en el arsenal del Ferrol. Los malos informes fueron continuos desde la primera entrega de fibra acopiada por Sesma. Se denunciaba de forma constante la debilidad de los hilos, la suciedad del cáñamo y el hecho de que los fardos iban cargados de piedras para pesar más. El comisionado se defendió arguyendo que la renta de correos adquiría el mismo cáñamo que él estaba acopiando y no tenían problemas en la manufactura; sin embargo, agobiado por el rapapolvo del arsenal de Ferrol, solicitó que se le permitiera enviar a Cádiz y Cartagena algunas muestras para que fueran analizadas (14). El resultado de éstas no hizo sino confirmar que los cáñamos comprados por Sesma eran de inferior calidad que los acopiados en otras zonas del país. De estos dictámenes, el de los expertos del arsenal de Cartagena fue mucho más duro que el efectuado por sus homólogos de Cádiz, los cuales sólo hicieron hincapié en que el comisionado tendría que esforzarse en mejorar la limpieza de las partidas de fibra que fuera adquiriendo. El aumento de las compras de fibra en Aragón y Navarra obligó a que Sesma tuviera que ampliar los almacenes en Calatayud, empeño que fructificó en 1798, cuando se le concedió acaparar el resto de las estancias del antiguo colegio de los jesuitas de la localidad (15). Por la misma época, Sesma se hizo cargo también de un edificio en Tudela, para emplearlo en el mismo (12) Archivo-Museo Don Álvaro de Bazán de El Viso del Marqués (en adelante, AMAB), Arsenales, cáñamos, leg. 3759, 8-V-1786. (13) GOODMAN, David: El poderío naval español. Barcelona, 2001, pp. 207 y ss. (14) AMAB, Arsenales, cáñamos, leg. 3809, 7.X.1791. (15) AMAB, Arsenales, leg. 3760, expediente entre el 17 de abril y el 16 de octubre de 1798. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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fin (16). El resto de la comisión de Gaudioso Sesma transcurrió con altibajos, pero caracterizándose siempre por las quejas sobre los cáñamos que iba remitiendo a Ferrol y la escasez de dinero líquido para las compras. Finalmente, fue relevado del cargo, el 11 de mayo de 1803, en favor del comisario de Marina José de Aranguren (17). Joan Martinell y su trabajo en la Comisión de Cáñamo de la Marina en Navarra Joan Martinell comenzó a trabajar desde niño en Barcelona inscrito en el gremio de corders («sogueros» en catalán). La Ciudad Condal había sido objeto de un gran interés por la Corona desde las primeras décadas del siglo XVIII, debido en gran parte a la tradicional experiencia de sus maestranzas, formadas por m e s t res de aixa (carpinteros de ribera) y calafates. Esta tendencia se reforzaría mucho a partir de las expediciones militares españolas a Italia y al norte de África durante los años treinta del siglo, además de por la existencia de la plantilla técnica en la construcción naval antes citada, porque Barcelona se encontraba en una posición estratégica de primer orden. Nos interesa, pues, destacar la presencia de estos operarios relacionados con la construcción de barcos y, por ende, la actividad de la industria auxiliar del sector, entre la que habría que destacar la de fabricación de jarcia. La necesidad de abastecimiento de estos materiales propició que la Armada Real firmara diversos contratos con artesanos de la ciudad, lo que significaría el inicio de una estrecha relación que desembocaría, más tarde, en la contratación de asientos, es decir, contratas de suministro de larga duración (18). En otros trabajos hemos valorado estos asientos; ahora nos interesa el último de ellos (19). Nos referimos al firmado en 1740 entre la Secretaría de Marina y la Compañía del Asiento de Jarcia, empresa de Cataluña dirigida por dos miembros de la burguesía comercial catalana más relevante de la época: Josep Puiguriguer y Agustí Gibert. Dicha firma mantuvo su compromiso con la Armada Real hasta finales de 1750, tiempo en el que sirvió, al principio, la jarcia de cabos y cables ya elaborados en su factoría barcelonesa para, más adelante, servir la filástica en carreteles a los arsenales, cuyos hiladores la transformaban en el cordaje definitivo. Esta última no fue una medida adoptada por la compañía de buen grado, pero se trataba de una imposición directa de Ensenada, con el fin de garantizar la calidad final de los productos contratados. Por este motivo, Puiguriguer y Gibert no (16) AMAB, Arsenales, leg. 3760, 24-IX-1798. (17) AMAB, Arsenales, leg. 3760, 21-V-1803. (18) DÍAZ ORDÓÑEZ, Manuel: «Lo legal y lo ilegal en la contratación del asiento de jarcia para la Armada española», Tiempos Modernos. Revista de Historia Moderna [en línea]. núm. 2. enero 2001, (http://clio.rediris.es/tiemposmodernos/) [Consulta, 27 enero 2001]. (19) DÍAZ ORDÓÑEZ, Manuel: «El reformismo borbónico y el suministro de jarcia para la Armada española, 1720-1740», en Actas del XII Congreso Internacional de AHILA. Oporto, 2001, pp. 277-288. 78

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tuvieron más remedio que trasladar operarios por cuenta de la empresa a los arsenales (20). En este contexto encontramos a un joven, Joan Martinell, que se sumó a otros hiladores reclutados por la compañía para enviarlos a Cádiz y Cartagena. Nuestro protagonista llegó al arsenal de Cartagena en abril de 1750. Pronto destacó en las tareas propias de su oficio bajo la dirección del maestro del asiento Joan Buxò, y quizá tuvo ocasión de participar en primera persona en los experimentos de jarcia que Jorge Juan llevó a cabo en la instalación de la Armada a finales de aquel mismo año (21). Las pistas sobre él acaban aquí, aunque es fácil suponerlo trabajando en la fabrica real de jarcia del arsenal, que comenzó a funcionar a principios de 1751 y que continuaría su actividad industrial, con altibajos, hasta las primeras décadas del siglo XIX. También es razonable imaginarlo como un operario con una facilidad exquisita en la manipulación de las filásticas, cordones y maquinaria que se utilizaba. Así, poco a poco consiguió ascender de categoría profesional hasta llegar a capataz de jarcia en Cartagena. Por esta época, a finales de 1783, como ya hemos anticipado Gaudioso de Sesma recibió el encarg o de iniciar las compras de cáñamo en Navarra y Aragón y, para abordarlo, solicitó a la Armada un técnico que le ayudara en la elección de las mejores fibras. Joan Martinell fue el elegido y, sin más dilación, se trasladó a Calatayud para encontrarse con el comisionado navarro, momento a partir del cual los dos colaboraron estrechamente. En este destino, el capataz catalán participó, según el propio Sesma, con bastante eficacia en la supervisión y reconocimiento de los cáñamos que se compraban en Aragón. Dejémosle, pues, en Calatayud y viajando por tierras aragonesas durante cinco años negociando con los cosecheros. El 14 de mayo de 1788, Martinell se puso de nuevo en marcha, esta vez con destino a Ferrol, para participar en las pruebas de los cáñamos que Gaudioso de Sesma (22) estaba remitiendo. Las razones eran de mucho peso. Los factores de la fábrica real del arsenal gallego habían emitido numerosos informes negativos acerca de la calidad de la fibra que estaba llegando del Reino de Navarra. De nuevo los cáñamos sucios levantaron ampollas en la Marina de guerra, como habían hecho casi desde el principio de las labores del comisionado en 1783, según hemos comentado unas líneas atrás. La cuestión subió de tono y, dado que Sesma se empecinaba en defenderse argumentando en que aquellos mismos cáñamos se estaban utilizando, sin problemas, para el aparejo de los barcos de la renta de correos, Antonio Valdés, secretario de Marina, se decidió por plantear la cuestión desde el punto de vista más (20) DÍAZ ORDÓÑEZ, Manuel: Amarrados al negocio. Reformismo borbónico y suministro de jarcia para la Armada Real (1675-1751) (tesis doctoral inédita). Universidad de Barcelona, 2005. (21) DÍAZ ORDÓÑEZ, Manuel: «La fabricación de jarcia en España. El Reglamento de Jorge Juan, 1750», en MARTÍNEZ SHAW, C. (dir.): El derecho y el mar en la España moderna. Granada, 1995, pp. 395-426. (22) AMAB, Arsenales, leg. 3783. Joan Martinell a Valdés. Ferrol, 13-VII-1788. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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técnico posible. Por eso se envió a un capataz de jarcia como Martinell, avezado en el trabajo con el cáñamo y que podría determinar, con bastante exactitud quién tenía razón en aquel tira y afloja entre los funcionarios del arsenal ferrolano y el comisionado. Pero ¿por qué enviar un capataz desde Cartagena habiéndolos con la suficiente experiencia en Ferrol? Desde luego, no es verosímil suponer que Valdés sospechara que los técnicos de las factorías gallegas fueran malos sino que, con buen criterio, encargar la inspección a un técnico foráneo permitiría que la cuestión se abordara con una ponderación, en principio, bastante más objetiva. Sin embargo, sabemos bien que Martinell llevaba un lustro colaborando con Sesma, incluso es posible que los cáñamos motivo de queja hubieran sido escogidos por él mismo. En consecuencia, todo lo anterior da pie a pensar que las buenas intenciones del ministro no eran tan objetivas, sino que, probablemente, encerraba ciertas dudas sobre el personal del arsenal gallego. La presencia del capataz de Cartagena allí parece, más bien, un careo directo entre dos puntos de vista encontrados, que serviría para que Antonio Valdés tuviera una opinión más fiable. Después de bastantes días de pruebas concienzudas, Martinell determinó que los cáñamos navarros eran parecidos en resistencia a los que procedían de Granada y bastante superiores a los que se recogían en Aragón (23). Parecía zanjarse la cuestión de las fibras de Navarra achacando su mala calidad al hecho de proceder de una cosecha, la de 1787, muy mala en Navarra;, sin embargo, todo parecía indicar que la de aquel año de 1788 sería buena. A la vista de esto es posible concluir que Valdés tuvo una buena idea al ordenar que los técnicos de Ferrol y el capataz catalán tuvieran que analizar juntos aquellos cáñamos. Cuando el trabajo en Ferrol acabó, Martinell regresó a Calatayud, restituyéndose a la comisión de Sesma, sólo para iniciar la ardua carrera de conseguir cobrar las gratificaciones que, de una forma nada clara, ni mucho menos definida, se concedían a los operarios en sus servicios especiales a la Armada Real. Y decimos esto último porque, en la época, los llamados «facultativos», técnicos y especialistas que realizaban tareas fuera de su actividad rutinaria, no disponían de una tabla de emolumentos establecida sobre la que regirse. Lo que, en consecuencia, motivaba que los afectados por este tipo de trabajos tuvieran que solicitar auxilio a diferentes instancias de la Corona para conseguir algo. ¿Cómo actuaba en estos casos la organización de la Armada Real? Ante este tipo de solicitudes se solía recabar información sobre lo que ya se había hecho al respecto. En este sentido, Martinell aprovechó la ocasión para pedir que se le doblara el sueldo, es decir, aumentarlo en ocho reales diarios pero, sobre todo, pretendió que se le ascendiera a segundo maestro. ¿En qué se sustentaba su petición? Como hemos dicho, en aquel momento existían otras comisiones de cáñamo de la Marina funcionando en el país. Una de ellas, la de Granada, era la que más interesaba al capataz catalán. Al frente de (23) AMVM, Arsenales, leg. 3783. Gaudioso de Sesma a Antonio Valdés. Calatayud, 17-IX-1788. 80

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la parte técnica de la comisión andaluza estaba Leandro Ortiz, segundo maestro de la fábrica de jarcia de Cartagena y que estaba cobrando, efectivamente, el doble de su sueldo mientras estaba en comisión. Es posible que Martinell pensara que, cuando los funcionarios de la Corona iniciaran el estudio de su instancia, encontrarían el caso de Ortiz y, por tanto, les haría más propensos a conceder el aumento del sueldo y su ascenso. Entendiendo que esto último parecería de lo más lógico, ya que, al ser dos técnicos especialistas que realizaban la misma función, debían tener los mismos beneficios económicos e idénticos reconocimientos laborales. La instancia del capataz tenía, además, una buena carta de presentación de la mano del comisionado Gaudioso Sesma. Éste ensalzaba al técnico catalán de jarcia en estos términos: «puedo decir que le he [h]allado el más celoso y pronto al cumplimiento de su obligazión, por lo qual siempre me ha merecido poner a su cargo los asuntos de la mayor confianza» (24). Con lo anterior claro, Martinell, ayudado por Sesma, dirigió sendas instancias, a finales de agosto de 1788, a la junta del arsenal de Ferrol y al inspector general de Marina, pidiendo que se le concedieran los consabidos ocho reales de aumento salarial y el nombramiento de segundo maestro. La Junta respondió rápido y lo hizo en el sentido de que no podía determinar nada, porque no tenía constancia de lo que pasaba en la comisión granadina. Otro tanto hizo el inspector general de Marina, Félix Ignacio de Tejada y Suárez de Lara, el cual había recibido la instancia de Sesma el 28 de agosto de 1788. Después de su estudio, el marino se abstuvo de tomar cartas en el asunto, sugiriendo al comisionado que tratara el asunto del capataz de jarcia a través de la vía reservada de Marina o, lo que es lo mismo, que expusiera el caso directamente al secretario del Despacho de Marina, Antonio Valdés (25). Sin amilanarse, el comerciante, siguiendo el procedimiento propuesto por Tejada, envió la instancia a Valdés (26), incluyendo su propia nota, en la que recomendaba que se concediera el aumento de salario y el ascenso de categoría laboral de Martinell (27). En la Secretaría de Marina los papeles estuvieron detenidos poco tiempo, las dos últimas semanas de septiembre con toda probabilidad, casi se puede concluir que Valdés despachó con prontitud la cuestión encargando, el 3 de octubre, que fuera Manuel Travieso, en el arsenal de Cartagena, el que emitiera un dictamen más autorizado ya que, al fin y al cabo, era en aquella instalación de la Armada donde el capataz había trabajado durante más de treinta años (28). (24) AMAB, 17-IX-1788. (25) AMAB, 1788. (26) AMAB, 17-IX-1788. (27) AMAB, 1788. (28) AMAB, 3-X-1788.

Arsenales, leg. 3783. Gaudioso de Sesma a Antonio Valdés. Calatayud, Arsenales, leg. 3783. Félix Tejada a Gaudioso de Sesma. Madrid, 3-IXArsenales, leg. 3783. Gaudioso de Sesma a Antonio Valdés. Calatayud, Arsenales, leg. 3783. Joan Martinell a Antonio Valdés. Calatayud, 17-IXArsenales, leg. 3783. Antonio Valdés a Manuel Travieso. San Ildefonso,

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Si Valdés había sido rápido en delegar el asunto de Martinell en Manuel Travieso, éste lo remató con una prontitud verdaderamente admirable. El día 7 de octubre (29) contestaba al secretario de Marina, lo que significaba, descontando el tiempo que hubiera tardado en llegar el mensaje de éste desde San Ildefonso a Cartagena que, además, desconocemos (pongamos, por ejemplo, dos días), que en sólo tres días lo había resuelto. Pasemos a analizar los argumentos de Travieso. Conviene en que Martinell tenía razón al solicitar el aumento de los ocho reales diarios, como gratificación por el tiempo en que estuvo destinado en Ferrol. Así, dice a Valdés que se debía calcular el monto total de días entre la salida de éste de Aragón y su regreso desde el arsenal gallego. Respecto a la segunda petición de Martinell, el ascenso a segundo maestro, la negativa es rotunda. Con firmeza aducía que «no me parece regular, porque es mui distinto el reconocimiento de cañamos, a fabricar jarcia» (30). Proseguía afirmando que con sólo seis meses de aprendizaje cualquier rastrillador, independientemente de su puesto en la factoría —aprendiz, oficial o maestro—, podría realizar más que adecuada clasificación de la fibra: «Se hará capaz de la resistencia de los cáñamos aunque le benden (s i c) los ojos, con sólo el tacto» (31). Respecto, por el contrario, a la fabricación de jarcia concluía que era una especialización muy seria y que requería no sólo de muchos años de experiencia, sino también de conocimientos matemáticos y físicos. Por esto, Manuel Travieso terminó su informe exigiendo que, si Martinell era ascendido a segundo maestro, debía serlo tras superar un examen práctico de su habilidad en presencia de un equipo de expertos: «Precisa preceda examen no de palabra, sino de obra como ha sucedido al que hoy está en el reconocimiento de cáñamos, Pedro Ortiz» (32). El expediente con la petición de Martinell y las recomendaciones de los sucesivos funcionarios de la Armada regresó a la Secretaría de Marina en octubre de 1788. Allí se mantendría hasta el 25 de octubre, fecha en la que Antonio Valdés redactó una orden a Gaudioso de Sesma donde se autorizaba el pago de ocho reales diarios al capataz durante toda la estancia en las pruebas de cáñamo de Ferrol (33). La cantidad resultante debía aplicarse a la contabilidad general de la comisión como un gasto más de aquel organismo. Por fin, Martinell lograba algo tangible de su trabajo en Ferrol. No había conseguido el ascenso, lo que habría significado un verdadero éxito, pero por lo menos cobraría el doble del sueldo de capataz. (29) AMAB, Arsenales, leg. 3783. Manuel Travieso a Valdés. Ferrol, Cartagena, 7.X.1788. (30) Ibidem. (31) Ibidem. (32) Ibidem. (33) AMAB, Arsenales, leg. 3783. Antonio Valdés a Gaudioso de Sesma. San Lorenzo, 25-X-1788. Justo después, copia parecida en los mismos términos a la junta del arsenal de Ferrol notificándoles la decisión de la secretaría. AMAB, Arsenales, leg. 3783. Antonio Valdés a junta. San Lorenzo, 25-X-1788. Esta última se da por enterada a principios de noviembre. AMAB Arsenales, leg. 3783. Antonio de Arce a Antonio Valdés. Ferrol, 1-XI-1788. 82

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El papel de las comisiones de Marina del cáñamo en la España del siglo XVIII Al abordar la cuantificación exacta del programa reformista de fomento del cáñamo en la España del siglo XVIII, nos topamos con la escasa fiabilidad de la información existente. La documentación que hemos manejado para los primeros ochenta años del siglo es exclusivamente producida por la propia organización de la Marina de Guerra, y en ella se desconocen las fuentes de recopilación de información sobre explotaciones, siembras, etc., (34). Es decir, estas medidas debieron de ofrecer unos resultados a los que, desgraciadamente, no tenemos acceso directo por análisis económicos o censales coetáneos hasta contar con los datos recopilados por R. Serrera Contreras (35). Sin embargo, no queremos dejar pasar la ocasión de realizar una reflexión sobre el desarrollo de estas décadas vibrantes en las que el reformismo puso en práctica un sinfín de medidas para garantizar un suministro adecuado a los obrajes de jarcia y lona de la Armada Real. Nos referimos, en primer lugar, a la opinión de autores clásicos como Canga Argüelles, que criticaba el programa de fomento aduciendo que se formó con «escandalosas las trabas con que nuestra Marina Real ha impedido la propagación de los cáñamos en Granada. No contenta con precisar al labrador a que se los vendiera exclusivamente, y por precio fijo, le prescribía el método de cultivo y de las elaboraciones consiguientes» (36). Ramón M. Serrera Contreras se hace eco de la crítica de Canga Argüelles y sugiere que el «anacrónico intervencionismo del Estado» (37) había obstaculizado el óptimo desarrollo del cultivo del cáñamo. Al hilo de las afirmaciones de Canga, apoyadas por Serrera Contreras, debemos precisar que, aunque fue cierto que en ocasiones la Marina utilizó métodos «extremos» en sus acopios, es decir, embargos de cosecha y fijación de precios, no es menos cierto que fueron sólo «momentos esporádicos» que de ninguna forma pueden definir todo el período. Además, su empleo estuvo precedido por un minucioso estudio de los pros y de los contras que, decisiones como éstas, podían producir en la vida económica del país. Por ejemplo, justo al comienzo de la actividad de las factorías reales, recién establecidas (34) MERINO NAVARRO, J.P.: La Armada..., p. 272. (35) SERRERA CONTRERAS, Ramón M.: Lino y cáñamo..., pp. 8-30. Las fuentes de Serrera Contreras fueron las Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España de Eugenio Larruga de 1787 a 1800; el Itineraire descriptif de l’Espagne et tableau élementaire des differentes branches de l’administration et de l’industrie de ce Royau me, de Alejandro Luis Laborde, de 1809, y el Censo de la riqueza territorial e industrial de España en el año de 1799, de Juan Polo y Catalina, de 1803. (36) CANGA ARGÜELLES, J.: Diccionario de Hacienda, vol. I. Madrid, 1968, p. 43. La rigidez de la Armada en cuestiones de cultivo se manifestó en muchas zonas distintas de las tradicionales productoras del cáñamo para la Marina de Guerra. Un ejemplo de ello sería el texto, conservado en el Patrimonio Bibliográfico Español, «Instruccion de los que el intendente de la provincia de Toledo deberá informar á esta Real Junta General de Comercio, sobre la cultura, y cosecha del lino, y del cañamo, y sobre las fabricas de lienzos Publicación», texto fechado en Madrid, 28 de enero de 1773. (37) SERRERA CONTRERAS, Ramón M.: Lino y cáñamo..., p. 39. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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en los arsenales, los intendentes de éstos solicitaron autoridad para embargar las cosechas en los respectivos focos productores que la Secretaría de Marina les había asignado. Es lógico, porque estos funcionarios se encontraban, de pronto, ante la difícil tesitura de instrumentalizar una vía de abastecimiento de cáñamo a estas industrias, con el condicionante añadido de que, hasta aquel momento, siempre se había ocupado el asentista de jarcia o de lona. Como seguridad, los intendentes solicitaron a la Corona el embargo porque de forma cómoda se garantizaban el acceso a las materias primas tan necesarias pero, contrariamente a lo expuesto por Canga Argüelles o R.M. Serrera Contreras (38), la org a n i z ación de la Marina meditó intensamente su aplicación y sus consecuencias. Como muestra podemos referir una solicitud en este sentido que realizó el intendente del Departamento de Cádiz a Ensenada en noviembre de 1750 (39). Curiosamente, este último, en vez de concederlo, se limitó a asegurar al celoso funcionario otras vías de abastecimiento de cáñamo. Sólo tres años después, en 1753, se volvió a la carga pidiendo una medida excepcional; esta vez se trataba del comisionado del acopio de cáñamo en Granada, Vicente Santamaría, quien pedía a Julián Arriaga en la Intendencia General de Marina que se le permitiera acopiar hasta 35.000 arrobas en las vegas colindantes a la ciudad (40). Arriaga no rechazó por entero la petición del comisionado, pero la redujo considerablemente, autorizándole a tomar sólo 8.500 arrobas de la cosecha de aquel año (41). Otro tanto debemos decir sobre la flexibilidad que se empleó durante años en la aplicación de las medidas excepcionales cuando hacemos referencia a los conflictos entre la Marina y el sector civil del cáñamo. El caso más claro puede ser el representado por el gremio de sogueros de Castellón de la Plana, que entre 1759 y 1760 (42) planteó una sólida petición a la Corona para que se anularan las prácticas intervencionistas de los comisionados de la Armada (43). Después de su estudio el Ministerio de Marina se avino a la petición y expidió una orden clara para que los comisionados participaran en las subastas públicas o en las transacciones privadas sin ningún tipo de privilegio o preferencia (44). Por otra parte, la exclusividad que la Armada Real imponía al agricultor a la que hacía referencia Canga Argüelles y Ramón M. Serrera Contreras tenía su (38) CANGA ARGÜELLES, J.: op. cit., p. 43, y S ERRERA CONTRERAS, Ramón M.: Lino y Cáñamo..., p. 39. (39) AGS, Marina, leg. 318. Varas a Ensenada. Cádiz, 16-XI-1750. También citado en QUINTERO GONZÁLEZ, J.: Jarcias y lonas..., p. 58. (40) QUINTERO GONZÁLEZ, J.: Jarcias y lonas..., p. 61. (41) AGS, Marina, leg. 323. Vicente Santamaría a Arriaga. Granada, 18-XII-1753. (42) MERINO NAVARRO, J.P.: La Armada..., p. 270. (43) Los gremios del cáñamo de Castellón y sus conflictos con la Armada han sido tratados suficientemente por GIL VICENT, V.: «El artesanado del siglo XVIII: Los tejedores de cáñamo Burriana en su Historia», en MESADO OLIVER, N, y otros: Burriana en su Historia, Burriana, 1987, pp. 301-314; «La Real Fábrica de lonas y jarcia de Cartagena y la crisis gremial de Castellón de la Plana en el s. XVIII», comunicación al congreso «Ciudad y Mar en la Edad Moderna» (inédito). Murcia, 1984; y, por último, Los tejedores de cáñamo: actividad artesanal en el s. XVIII. Cadafal, 1983. Las copias de estos textos que he podido consultar me las facilitó muy amablemente el propio Vicent Gil, archivero en el Arxiu Municipal de Vila-Real (Castellón de la Plana). (44) MERINO NAVARRO, J.P.: La Armada..., p. 271. 84

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origen en un sistema, como hemos analizado, de financiación previa a la explotación, que vinculaba inexcusablemente a ambas partes implicadas. Por lo tanto, nos parece erróneo entenderlo precisamente como un obstáculo, cuando en realidad este régimen de ayudas permitió que los cosecheros pudieran afrontar con bastante comodidad la siembra y la recolección de sus campos y, no lo olvidemos, con un añadido de seguridad, al saber que su producción tenía seguro comprador. Los precios sólo se fijaron en momentos de urgencia en el acopio de la fibra, mientras que en el resto de los años los cáñamos eran subastados libremente y sólo la Marina podía ejercer el derecho de preferencia. En nuestra opinión, el perjuicio de este intervencionismo, ejercido con la preferencia del comisionado en las transacciones, era un mal menor y la más benigna de las incertidumbres a las que el cosechero se enfrentaba normalmente en aquellos años. Finalmente, Canga asegura categóricamente que la acción de la Marina, con la puesta en práctica de las anteriores medidas, había impedido la extensión del cultivo en Granada (45). Es, pues, hora de abordar la evolución de los cultivos de cáñamo en España para solventar la cuestión (46). Para finalizar este balance debemos integrar toda nuestra información de forma descriptiva, para responder a la cuestión que iniciaba el apartado y que se fundamentaba en la idea de si la acción de la Marina había obstaculizado el fomento del cultivo de cáñamo en España. Para ello hemos confeccionado una tabla y un gráfico en los que se puede observar los diferentes pulsos que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XVIII. Tabla 1. Evolución de las cosechas de cáñamo en España, 1752-1799 (47) 1752 Aragón Valencia Murcia Cataluña Granada Galicia Navarra Total

35.000 20.000 12.000 41.000 13.000 300 3.000 124.300

% de aumento 44,29 237,50 —60,42 16,47 157,70 —41,50 291,68

1784 50.500 67.500 4.750 47.500 33.500 175 11.750 215.675

% de aumento —17,94 —37,39 89.07 —15,90 —37,61 — —49,59

1799 41.442 42.261 8.980 39.949 20.901 — 5924 159.456

(45) AGS, Marina, leg. 323. Vicente Santamaría a Arriaga. Granada, 18-XII-1753. (46) MERINO NAVARRO, J. P.: La Armada..., p. 271. Los datos de José Patricio Merino le permitieron despachar la cuestión con rotundidad: «Las “escandalosas trabas” condujeron a multiplicar por más de dos la cosecha anual en un plazo de veinte años». (47) Datos obtenidos de los documentos: para 1752, Catálogo de la Real Biblioteca. Manuscritos, tomo XI, vol. I ( Patrimonio Nacional, Madrid, 1994) MS. II/622, consignado literalmente por QUINTERO GONZÁLEZ, J.: Jarcias y lonas.. p. 57; para 1784, AMVM, Arsenales, acopios, leg. 3777. Informe sobre fomento de las fábricas de cáñamo nacionales y prohibición de entrada al cáñamo extranjero. 26.V.1784 y, finalmente, para 1799, SERRERA CONTRERAS, Ramón M.: Lino y cáñamo..., pp. 19-50. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Ilustración 1: Vista gráfica de la evolución en la cosecha española de cáñamo (1752-1799) por foco productivo (en arrobas) (48).

Como podemos comprobar en el gráfico, el cultivo del cáñamo tuvo un vigoroso empuje como consecuencia de las medidas reformistas puestas en práctica entre 1750 y 1785. Los dos focos productivos especialmente alcistas y que conocieron un desarrollo muy por encima de la media serían Navarra, con un 291,68 por 100, y Valencia, con un 237,50 por 100, seguidos, a su vez, por Granada, que incrementó su producción en un 157,70 por 100 (49). Curiosamente, estas tres localizaciones tenían en común la circunstancia de que habían sido dotadas de comisiones permanentes de acopio del cáñamo a cuenta de la Real Armada. A la vista de estos datos, estamos en disposición de concluir que la institución de las comisiones del cáñamo de la Marina, lejos de producir las «escandalosas trabas» que criticaba Canga Argüelles, significó un potente motor de las economías productivas agrícolas de estas áreas geográficas. Es decir, y en este argumento no estamos solos, porque J.P. Merino Navarro y J. Quintero González (50) coinciden con nuestra opinión, la acción reformista permitió un despegue de las economías locales de los centros productores (51) aunque, eso sí, polarizando en exceso su dependencia de un solo producto, el cáñamo, y de su cliente, la Armada Real. Cerrando este argumento, debemos añadir que la crisis finisecular en la que España se sumió afectó también a la Marina y, evidentemente, a su estruc(48) Gráfico elaborado con datos propios según la documentación citada en el texto. (49) QUINTERO GONZÁLEZ, J.: Jarcias y lonas..., p. 51. El autor coincide en los esfuerzos de las cosechas granadinas para acercarse a las de otros focos productivos. (50) QUINTERO GONZÁLEZ, J.: Jarcias y lonas..., p. 56, y MERINO NAVARRO, J.P.: La Arma da..., pp. 270 y ss. (51) MERINO NAVARRO, J.P.: La Armada..., p. 271. «Pudo comprobarse un importante aumento en las cosechas en todo el país y, paralelamente, en la actividad industrial relacionada con este género.» 86

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tura y organización. El fomento del cáñamo se vio igualmente entorpecido. De forma que la disminución progresiva de los pedidos de fibra a las comisiones de los diferentes centros productivos determinó la crisis del ramo del cáñamo. En los datos anteriores lo constatamos, viendo cómo los mayores índices de disminución en las cosechas se produjeron igualmente en Navarra, Valencia y Granada, donde la falta de pedidos de las factorías de los arsenales hizo naufragar lentamente las antes dinámicas transacciones de cáñamo. Conclusiones Las vicisitudes del bueno del maestro Joan Martinell para conseguir cobrar las indemnizaciones de la Marina, en su cargo de experto en la comisión de Navarra y en el arsenal de Ferrol, nos ha servido de marco para abordar, de forma general, el papel de las comisiones del cáñamo en la España del setecientos. Como hemos dejado dicho, estas comisiones supusieron un importante empuje en las zonas productivas del cáñamo que, lejos de ser un estorbo, como propusieron algunos autores, significó un auge considerable para las respectivas economías locales. Más en concreto, pasamos a valorar los resultados de la relación de Martinell con la Armada Real. ¿Qué le impulsó a aceptar la tarea de técnico en las comisiones del cáñamo? Lo más fácil es pensar que, como súbdito fiel, obedeció las órdenes de la superioridad. Sin embargo, tampoco es desechable pensar que al maestro le interesaba personalmente aquella aventura, y sus motivos ya los hemos anticipado. El móvil económico, con un aumento salarial importante, parece lo suficientemente sólido para justificar su decisión, pero también es importante considerar su petición de ascenso por el puesto desempeñado. Es aquí precisamente donde nuestro protagonista parece decirnos cuál era su mayor interés en su colaboración con el comisionado Sesma en Navarra y, más tarde, con su asistencia a las pruebas realizadas en Ferrol. El artesano pretendía saltarse la rigidez de la estructura corporativa de los gremios, consiguiendo de la Administración el ascenso a maestro de jarcia sin someterse a los exámenes previstos en los gremios. Si sus intenciones eran éstas, no hay duda de que se llevó un buen chasco. No en vano siempre se considera al reformismo borbónico como un cambio hacia la monarquía absoluta, sin romper con la tradición anterior y, por tanto, respetando las estructuras. Es consecuente, pues, que la respuesta de Antonio Valdés en la Secretaría de Marina fuera negativa ante sus pretensiones. No era caso levantar un nuevo conflicto de competencias entre los dictámenes de la Corona y la rigidez de los estatutos medievales de los gremios, guardados celosamente por las cofradías. Martinell regresó a la comisión del cáñamo junto a Gaudioso de Sesma pero, al menos, cobró sus indemnizaciones de la Corona, algo que, para la época, era de por sí un verdadero milagro.

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OTRA VERSIÓN DEL INTENTO DE PASO POR EL ESTRECHO DE GIBRALTAR DEL DESTRUCTOR JOSÉ LUIS DÍEZ (1938) Hermenegildo FRANCO CASTAÑÓN Capitán de navío

En el último número de la REVISTA DE HISTORIA NAVAL el capitán de navío Fernando de la Guardia Salvetti narra, basándose en la hoja de servicios de su padre, oficial del Vu l c a n o, el enfrentamiento entre este buque nacional y el destructor republicano José Luis Díez, que tuvo lugar en la madrugada del día 30 de diciembre de 1938. Ello me ha llevado a profundizar en este episodio y complementar su trabajo con las versiones de ambos bandos desde el inicio del traslado del Díez, desde el puerto francés de El Havre, hasta su primer enfrentamiento en el estrecho de Gibraltar con las fuerzas nacionales de bloqueo y el posterior que provocó la varada en la playa de los Catalanes y definitivo internamiento en Gibraltar. De este modo el lector podrá tener más elementos de juicio y hacerse una idea más completa de todo lo acaecido. El destructor José Luis Díez se encontraba en Gijón cuando sobrevino el derrumbamiento del frente norte. Escapando inicialmente a Inglaterra y posteriormente al puerto francés de El Havre, después de una larga permanencia y de una serie de reparaciones el gobierno de la República decidió reintegrarlo a Cartagena. Pero el estrecho de Gibraltar estaba fuertemente vigilado por las fuerzas navales nacionales, que desde el hundimiento del Ferrándiz, en septiembre de 1936, dominaban sus accesos. En estas condiciones, la operación de forzar el Estrecho sin recibir el auxilio y la cooperación del resto de la Flota republicana era una empresa delicada que exigía concurriesen una serie de circunstancias: buena y abundante información, condiciones de mar y luna adecuadas para pasar del modo más rápido y desapercibido posible, seguridad absoluta en las comunicaciones radiotelegráficas, entrenamiento completo y disciplina férrea de la dotación, mando consciente y decidido, eficiencia absoluta del material, etc. Nosotros, ahora, procuraremos resumir en pocas líneas lo ocurrido, y empezaremos por transcribir una interesante carta del jefe del Estado Mayor de Marina (Barcelona), Pedro Prado, al jefe de Flota republicana (Cartagena), Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Luis González de Ubieta, en la que le da cuenta de la instrucción de operaciones para el Díez. «8 de agosto de 1938. Querido Ubieta: Te envío con un propio de confianza la Instrucción de Operaciones para el viaje del Díez y los anexos correspondientes. El paso, si no hay entorpecimiento, espera Castro hacerlo el 25, pero como pudiera ser algún día antes o después[,] para eso el petrolero te dará la señal como marca el anexo 2, para que dispongas la operación de que la Flota se encuentre al amanecer de esa misma noche (o sea madrugada de la fecha siguiente) en el punto fijado. Todo lo llevamos con el mayor secreto y tengo fe que saldrá bien. También tengo grandes esperanzas de disponer de Katiuskas a tus órdenes esos días. Activa lo del Libertad. Las órdenes visibles que tiene Castro son de ir a Rusia con el barco, si algo trasciende que sea esto. En cambio para esas fechas se prepara un convoy importantísimo que viene de Odessa y para eso es para que la Flota se va a preparar. Tampoco importa que eso trascienda muy en secreto. »Nada más[,] creo que todo está claro. Pudiera ocurrir que tuviera Castro que entrar en Casablanca para hacer petroleo, esto complicaría pero a pesar de todo tiene que pasar el barco. Ya en el meridiano de Sacratif es cuestión de la Flota. Un abrazo de tu buen amigo Prado (1). De El Havre a Gibraltar La forma en que se cumplimentó la orden de operaciones la manifiesta un informe del SIM del modo siguiente: «Induce a creer no fueron previstos todos los elementos con que tenía que enfrentarse el José Luis Díez, sino que éste una vez abandonado El Havre quedó sin información alguna, y llegado al Estrecho, se encontró que la costa de la Península se hallaba cerrada por buques de todas clases y que habían de comunicar su paso desde Cabo Espartel a Punta Carnero» (2). Salió el barco de El Havre el 20 de agosto a las 18.15. En el momento de la salida, y en la única esclusa que tenía que franquear, se dio lectura por dos veces a través de los altavoces de la orden de operaciones, en la que se ordenaba se dirigiera a Murmansk (URSS), lo cual no era cierto, navegándose por el contrario a un punto P, situado al norte de cabo Cantín, en donde esperaba (1) Juan Antonio Castro Izaguirre era su comandante desde el mes de junio de 1938, en que reveló al capitán de corbeta Horacio Pérez, que lo mandaba interinamente por haber desertado en Falmouth (Inglaterra) el alférez de navío José M.ª García-Presno, que lo mandaba junto con otros miembros de su dotación. Castro, en julio de 1936, era guardiamarina, y al tomar el mando del Díez, en 1938, tenía el empleo de teniente de navío efectivo y el de capitán de fragata habilitado. Fue también comandante del Císcar cuando fue hundido por la Aviación nacional en El Musel. (2) Informe sobre el destructor José Luis Díez del SIM. Barcelona, 10 de octubre de 1938. AHAB. 90

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el vapor S a t u r n o, con 390 toneladas de combustible. A mediodía del 25 se avistaron ambos buques, comenzando la operación de petrolear a las 13.30, suspendiéndose por haberse avistado un pequeño buque. En aquel momento se habían hecho 250 toneladas, soltando amarras y dirigiéndose el Díez hacia el buque avistado, que resultó ser el de pesca C o n, con bandera nacional, matrícula de Vigo. Se ordenó el abandono del buque a la tripulación, la cual, compuesta de 12 hombres, subió a bordo, tras lo que se ordenó la apertura de kingstons y válvulas de inundación. Durante la operación se avistó otro buque de similares características que resultó ser el San Fausto, con el que se procedió de forma análoga al anterior, ordenando al Saturno lo abordase para apresurar su hundimiento, continuando ya anochecido rumbo al Estrecho. De las declaraciones obtenidas de los tripulantes de los pesqueros se confirmó la aportada por el SIM y entregadas al comandante el día antes a la salida, en lo que respecta a baterías, proyectores y navegación en el Estrecho, y ampliándolas en el sentido de que, el día 24, vieron cruzar al Canarias y al N a v a rr a, ambos con independencia, por la costa del Marruecos francés, y posteriormente el Navarra entraba a gran velocidad en el Estrecho. Alrededor de las 22.00 del día 26 se ordenó zafarrancho de combate. El barco iba completamente apagado, cerradas puertas estancas y realizado el municionamiento y con alta velocidad. La primera observación a la entrada del Estrecho que recoge el informe fue: «Que desde el centro del Estrecho a la costa de Marruecos y a la altura de Tánger, el paso estaba libre, mientras que por la amura y través de babor se distinguían apagados y encendidos indistintamente dispuestos en línea de fila natural; dos destructores apagados, aguantándose sobre las máquinas en sentido opuesto a la dirección del José Luis Díez que viraron 180º babor simultáneo y quedaron por ambas aletas; un torpedero apagado que hizo la misma evolución siguiendo nuestras aguas por la aleta de estribor; se apreció la existencia de un buque, al parecer Cervera o Navarra, ambos con dos chimeneas, completamente apagados, a los que tampoco se hizo fuego por considerar no había sido aún descubierto nuestro buque. Rebasada ya Tarifa se distinguió la silueta del Canarias y simultáneamente el torpedero que había quedado por la popa, comunicó por scot; la conversión de los dos proyectores correspondientes a Punta Carnero y El Hacho y el disparo de granadas iluminantes desde los destructores que quedaron por ambas aletas, coincidió con disparos de ametralladora del torpedero, los cuales salían cada vez más desviados por la aleta de estribor; se oyeron los primeros disparos de las baterías de costa de España y África, viéndose asimismo la primera salva disparada por el crucero Canarias (...) Nuestra batería de proa se dispuso a repeler la agresión, mientras que la de popa vigilaba atentamente cualquier posible torpedo. De la batería de proa, solamente pudo disparar el cañón 2, por haber hecho explosión de cascotes de uno de los proyectiles de la salva del Canarias, en la jarra de las cargas de pólvora del municionamiento del cañón 1, matando en su puesto al apuntador de dicho cañón. Los dos primeros disparos no fueron respondidos por la bateAño 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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ría de popa por salto del automático[,] que originó el fallo momentáneo en el circuito con el director, cambiado el cual comenzó el fuego local ordenado por el jefe de la batería por cuyo procedimiento funcionó el cañón 5, hasta rebasar la proa la farola del puerto de Gibraltar, sin que el cañón logrará efectuar disparo alguno debido al nerviosismo del Jefe de Pieza (...) Durante la navegación y en el combate el buque llevaba la bandera inglesa y las iniciales D-19. Cuando el barco estaba ya en las cercanías de Gibraltar los facciosos seguían luchando entre sí» (3). El juicio general del combate que recoge el informe citado expone lo siguiente: «El barco pudo, desde luego, hacer más de lo que hizo, una de las causas fue la desmoralización del personal —no se disparó ni un solo torpedo y ello no puede achacarse a la inclinación del buque por la avería, sino que éstos se hallaban en la posición de trinca y no a banda como es lógico al entrar en combate—. No se hicieron nada más que nueve disparos de cañón, cuando con fuego autónomo[,] aunque no funcionara la dirección de tiro [,] pudieron hacerse muchos más, lo cual demuestra la desmoralización en algunos Jefes de pieza». Manifiesta que las bajas habidas en la dotación fueron dos muertos, seis desaparecidos y 10 heridos. De los desaparecidos dice que «uno era el cabo Diego Soriano Rodríguez, que en un momento de pánico se tiró al agua, siendo recogido por un buque italiano que lo trasladó al Canarias, que lo condujo a Ceuta, en donde ingresó en El Hacho. Este muchacho era evadido de la zona facciosa —en los prisioneros hubo 23 desaparecidos y un muerto». Los cadáveres de dos miembros de la dotación y de un prisionero de los pesqueros nacionales fueron embarcados en el destructor inglés Va n o c, y envueltos en la bandera de España y lanzados al mar en el mismo lugar del combate, hallándose presentes el comandante, el cónsul y una pequeña representación de la dotación. Respecto al comportamiento de la dotación se expone entre otras: «En general la dotación no cumplió su cometido, demostrando muchos individuos verdadero pánico, hay que tener en cuenta que muchos de los embarcados no habían estado en la Flota ni un solo día y que además por haber llegado a última hora, ni siquiera pudieron entrenarse un poco —la dotación de máquinas no abandonó su puesto en ningún instante. »En las repetidas veces que se solicitó personal, se insistió marcadamente 1º.—Que el personal se hallara a bordo el 25 de abril ppdo. 2º.—Que el personal se había de reclutar entre los que tuviesen ya los conocimientos necesarios (...) Causas que se ignoran, hicieron que este personal no reuniera las condiciones de selección que se citan anteriormente.—Destacando, que las dos expediciones compuestas de 70 hombres, solamente 7, conocían la disciplina por haber estado embarcados en buques de la Flota, y de estos, 2 desertaron. No obstante el personal respondió a pesar de su poco entrenamiento, más por su entusiasmo que por su pericia». (3) Ibidem. 92

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Sobre el comandante Juan Antonio Castro dice: «Mucho personal atribuía a éste el que el buque no hubiera hecho mucho más durante el combate. Desde luego este muchacho es valiente y leal, lo que ha demostrado repetidas veces durante el transcurso de la guerra, pero no hay que negar tampoco que su técnica no está a la altura de sus otras condiciones. Se le achaca también el que cuando el buque tomó una inclinación de proa que parecía que iba a hundirse, preguntó qué distancia había hasta tierra, ordenó que subieran chalecos salvavidas, e inmediatamente empezó a aligerarse de ropa. Esto lo consideran como un acto de cobardía, pero no hay que creerlo así puesto que continuó en su puesto y ordenó que todo el mundo buscara los chalecos salvavidas. Parece ser que muchos para disimular sus pifias y algunos hasta su pánico, intentan achacar el mayor número de faltas al Mando, y teniendo éste mucha responsabilidad, las faltas de los demás se diluyen y desaparecen. Llevando las cosas a un extremo, pudiera que hasta admitirse que perdiera un momento la serenidad al ver que el buque se hundía, pues ésta fue su creencia, pero se repuso inmediatamente al darse cuenta que el buque seguía navegando y por lo tanto que había posibilidades de salvarlo. Habrá cometido errores pero todos ellos no pueden ser motivo para dudar de su lealtad y valor, que tiene mucho más mérito por no ser todavía un oficial hecho, y dadas las presiones que sobre él se han efectuado». Finaliza el informe con el siguiente juicio de los ingleses: «Éstos creen que el buque en el ataque ha estado muy mal, pues estiman que el buque, dadas las condiciones del combate, pudo hundir alguno de los buques facciosos, pero en la defensa y con la avería que tenían virar y entrar en Gibraltar de la forma que lo hizo, casi rozando algunos bajos, demuestra gran pericia y serenidad». Por otra parte, el parte de campaña que rinde el comandante del Díez desde Gibraltar aporta entre otras cosas, y en referencia al combate sostenido con los buques nacionales, lo siguiente: «A 0025 se arrumbó al 080 para evitar el proyector de Tarifa (...) A 0045 al 060, pasa un destructor tipo Falco de vuelta encontrada por la banda de babor, con las luces apagadas, al que no se disparó (...) El destructor viró por nuestra popa, poniéndose a nuestro rumbo y disparó 6 veces con granada trazadora, no contestándole al fuego y poniendo toda máquina (...) a 0116 al 090, avistando otro destructor del mismo tipo por la amura de babor y al mismo rumbo, que comenzó a disparar a unos 2.000 metros de distancia, y al ir a contestar el fuego con la batería de proa un cascote incendió una jarra de de pólvoras con 15 cargas en el cañón 1, matando al apuntador, hiriendo al otro y despidiendo por encima de la borda tres sirvientes.= Se hizo fuego con el cañón 2 por fuego dirigido y al intentar volver a disparar se vio no disparaba por haber caído el machete de circuitos de fuego (...) Se ordenó puntería local y fuego autónomo, disparando el cañón 2 otros dos disparos, aunque habían abandonado la pieza algunos sirvientes al ocurrir incendio de la jarra de pólvora. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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»A todo esto, otro buque[,] el Canarias, comenzó a disparar por la misma banda y en el momento de intentar el abordaje del destructor (...) un proyectil de 20,3 hizo explosión en el sollado de fogoneros, desgarrando el tanque de petróleo n.º 1, de donde se estaba picando las bombas de combustible, bajando la presión rápidamente y hundiéndose el barco de proa, quedando casi parado (...) He de hacer constar el magnífico comportamiento del personal de máquinas[,] que no abandonó su puesto un instante, siendo a mi juicio debido al [el] abandono de sus puestos de algunos individuos de cubierta al hecho de no estar fogueados y no haber nunca embarcado bastantes en un destructor hasta hacerlo en éste. Refuerza mi criterio el hecho de que los apuntadores se mantenían en sus puestos y que los que lo abandonaban eran los sirvientes de pólvoras y municiones...». Castro achaca a la explosión de la jarra de pólvora el que parte de los sirvientes de otras piezas del buque abandonaran sus puestos presos del pánico o de la desmoralización, como él la define. En la primera de las muchas cartas que el comandante del Díez escribió con carácter personal al jefe de Estado Mayor de Marina, Pedro Prado, le explica: «El incendio de la jarra de pólvora me dejó ciego durante bastante tiempo, pues me pescó asomando la cabeza por encima del puente para animar a los del cañón 2. Desde luego que tuvimos mala suerte pero si la gente no se achica como muchos lo hicieron, nos comemos a alguien pues estábamos a muy corta distancia (...) y como el impacto que tiene el barco es del 20,3 (...) que atravesó hasta el mamparo 48 y se fue a parar a la camareta de terceros maquinistas. Hay otro culote de 20,3 entre la caja de cadenas de estribor y el casco, que entró por babor y rompió el mamparo de colisión; este culote lo llegué a tocar pero se me resbaló...» (4). Castro, en la misma carta, transmite su preocupación por su modo de actuar: «He enviado un parte escrito al Subsecretario por la cuestión del entrenamiento de la gente; haz el favor de defenderme, pues creo que se organizará un buen lío y llevo toda la razón». Un interesante radiograma del jefe de la Flota al jefe del Estado Mayor de Marina, fechado el 27 de agosto en Cartagena, muestra su disconformidad con el plan llevado a cabo para conseguir el regreso a Cartagena del destructor, y entre otras cosas manifiesta: «Sin conocer detalles ocurridos José Luis Díez, creo prematuro efectuar demostraciones que no le servirían para nada, ya que el enemigo[,] perfectamente informado de los movimientos de este destructor, no abandonará sus proyectos sobre él (...) Mi opinión y la de todos los de la Flota, que salieron a la mar, respecto al José Luis Díez, fundados en meras deducciones y sin más detalle de lo ocurrido que la noticia conocida, es que de no haber tenido las (4) Carta de Juan A. Castro a Pedro Prado, fechada en Gibraltar el 30 de agosto de 1938. AHAB, Servicio Histórico, 8920. 94

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averías en sitio de fácil retirada a Gibraltar, hubiera sido destruido por el enemigo (...) Independientemente de todo he de manifestarle que siempre estuvo en mi ánimo exponerle, una vez efectuada operación desarrollada día de hoy, mi disconformidad con plan, principalmente en lo que se refiere a sitio y hora contacto con José Luis Díez, opinión compartida por todos los elementos técnicos de la Flota entre los que incluyo al camarada Nicolás, que me lo expuso repetidas veces, durante la navegación. Sin embargo por una serie de razones que V.E. comprenderá no opuse el menor reparo, limitándome a dirigirlas personalmente. Todo esto es debido, principalmente, a lo dificultoso que resulta en las actuales circunstancias, tener personalmente un cambio de impresiones, para poder en cada caso, ajustarse a la realidad (...) tenía pensado explicarle en extenso escrito. Lo hago por esta vía, no poner trabas a sus inspiraciones, sino por el contrario para que vea V.E. medio romper aislamiento impuesto circunstancias, en el que mucho influye su poco contacto personal hasta ahora, con la Flota. Un abrazo = Luis González de Ubieta» (5). Operaciones nacionales contra el destructor José Luis Díez A mediados de agosto de 1938, el Estado Mayor de la Marina nacional tuvo conocimiento de la inminente salida del destructor republicano José Luis Díez del puerto francés de El Havre. Dice el almirante de la Flota nacional don Francisco Moreno: «Que el interés del Mando Nacional en evitar la incorporación del Díez al grueso de la escuadra roja en Cartagena, era más de índole moral que material» (6). El refuerzo que suponía carecía de importancia al lado del éxito que implicaba el forzar el paso del Estrecho. El grueso de la Flota republicana, recluida en Cartagena desde el hundimiento del Baleares, necesitaba una inyección de confianza; el Díez iba a intentar proporcionársela. Nada más saber la salida del destructor, comenzaron los movimientos de las unidades nacionales. El día 19 de agosto, el crucero Almirante Cervera (capitán de navío Cristóbal González-Aller) salía de Palma de Mallorca para Cádiz. El día 21 se recibe en la Base de Operaciones de la Flota en Palma el siguiente radiograma: «Del Almirante Jefe del Estado Mayor de la Armada al Vicealmirante Jefe de las Fuerzas de Bloqueo del Mediterráneo. José Luis Díez, salió a 2030 horas sábado 20. Almirante Cervera listo en Cádiz esperando órdenes V.E. Velasco-Ceuta y Velasco-Melilla salieron de Ferrol para Cádiz a las 10,20 horas del domingo 21, pudiendo V.E. darles órdenes. Destructor Huesca quedará listo en Cádiz a mediodía del lunes 22». El almirante jefe de bloqueo, Francisco Moreno, embarca en el Canarias (capitán de navío Ramón Agacino) para dirigir personalmente las operacio(5) Radio del jefe de la Flota al jefe del Estado Mayor de Marina de 27 de agosto de 1938. AHAB, Servicio Histórico, leg. 2511/B. (6) MORENO, Francisco: La guerra en el mar, p. 267. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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nes. A las 15.30 del 21 de agosto, el Canarias y el Navarra (capitán de navío Rafael de Heras) abandonan el fondeadero de Palma rumbo al Estrecho. A mediodía del 22, el almirante Moreno comunica la situación al jefe del Estado Mayor de la Armada: «Canarias y Navarra entre Alborán y el Estrecho. Cervera saldrá a 2100 horas de Cádiz. Los tres cruceros formaran una barrera en el paralelo de Cabo Roca. Huesca petroleando en Cádiz. V. Ceuta y V. Melilla irán a Ceuta a petrolear». Tras cambiar la situación al recibir nuevas informaciones, el Estado Mayor de la Armada comunica que el destino del Díez es probablemente Casablanca, por lo que se traslada la vigilancia a Cabo San Vicente y proximidades de Casablanca con los cruceros. Al mismo tiempo se ordena salir a la mar, desde Ceuta, a los destructores Velasco Ceuta y Velasco Melilla, y cruzar entre Tarifa y Punta Cires. La misión, dirá el radiograma, «capturar o hundir José Luis Díez». El día 26 de agosto, el almirante Moreno comunica al almirante jefe del Estado Mayor de la Armada la situación del momento: «A las 8,30 amarré con C a n a r i a s en Ceuta para petrolear; saldré a 19 horas. Destructores entrando en puerto. Navarra se dirige a Casablanca. Cervera entrará Ceuta a las 18 horas». Al fin llegará el desenlace. A las 19.00 el Canarias salía de Ceuta para cruzar a levante del Estrecho, en una línea orientada al sureste de Punta Europa. El Cervera saldría a las 23.00, para cruzar al norte de Cabo Espartel, y el Navarra, frente a Casablanca. Los destructores Velasco Ceuta, Velasco Melilla y Huesca salieron a cruzar entre Punta Cires y Tarifa. A medianoche, todos los buques están en sus puestos. A las 2.25 el destructor Velasco Ceuta (capitán de corbeta Pedro Fernández), al estar navegando al 252º, paralelamente a los otros dos destructores, en su línea de vigilancia avistó la sombra de un destructor apagado que navegaba a toda velocidad rumbo a levante. Inmediatamente aumentó el régimen de máquinas a toda fuerza, metiendo todo el timón a babor. Cuatro minutos después del avistamiento, el Velasco Ceuta rompió fuego sobre el Díez, con alza de 2.000 metros. Ambos buques navegaban al este. A las 2.35 se recibió en el Canarias PPPP, transmitida por el Velasco Ceuta. Casi al mismo tiempo, se percibió el ruido de los disparos de este destructor (7). El Canarias navegaba en ese momento a rumbo sureste, con la popa en Punta Europa, a régimen de 20 nudos. Abre fuego, después de efectuar varias maniobras para interceptarlo, a las 2.57, apreciándose impactos en el D í e z, que disminuye velocidad. Al verse imposibilitado, el destructor republicano mete hacia Gibraltar, desapareciendo detrás de Punta Europa. El almirante comunica la acción a los buques a sus órdenes, a los que manda regresar a puerto. El resumen por radio que transmite al almirante jefe (7) Ibidem, p. 270. El serviola que avistó al Díez fue el marinero Cosme Tomás, natural de Palma de Mallorca (testimonio del marinero voluntario de la dotación del Velasco Ceuta Santiago Ulla a Hermenegildo Franco). 96

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del Estado Mayor de la Armada es el siguiente: «J.L. Díez no fue apercibido por Almirante Cervera. Cruzó de vuelta encontrada con la Flotilla de destructores; V-Ceuta le disparó diez salvas sin alcanzarlo y lo perdió de vista antes de llegar al meridiano de Punta Europa. Fue avistado por C a n a r i a s, que lo cañoneó con 203 y 120 mm, alcanzándolo por dos veces, impidiéndole paso Estrecho; Canarias lo vio a 8 horas, asegurándose de los impactos por babor proa. Elevadas velocidades destructor y Canarias y obscuridad noche impidieron captura» (8) El impacto que provocó la explosión de la jarra de pólvora en el cañón 1 del Díez fue atribuida al Canarias, ya que el mensaje del almirante no se lo atribuye al Velasco Ceuta, que fue el primero que disparó. Sin embargo, en el pensamiento general «el éxito» fue del Velasco Ceuta, y así lo manifiesta el comandante del destructor Teruel, que desde el arsenal de La Carraca escribe a su compañero del Ceuta el día 28 de agosto en los términos siguientes: «Querido Perico: Sólo dos letras para daros a todos y especialmente a ti y al Jefe mi enhorabuena y un fuerte abrazo por vuestro éxito; estoy mosca con eso de que no os hayan citado para nada siendo verdaderamente los principales autores del éxito. Mi dotación recibió la noticia [con] la alegría que puedes figurarte y especialmente yo, pues nunca se me olvidará la hora y el día de los 300 cañonazos que me zumbó en el Galerna frente a Santander el 11 de agosto del pasado; ¡ahora me habéis vengado bien! ¡Muchas gracias! (...) Repito mi enhorabuena y con mis recuerdos al Jefe y esa dotación recibe un fuerte abrazo de tu buen amigo y comp.º Javier Mendizábal» (9). En el mes de septiembre recibe el capitán de corbeta Fernández Martín en Palma de Mallorca, donde el Ceuta se encontraba, otra carta de su compañero José M.ª González-Llanos Caruncho, director de la Factoría de la SEDC Naval de Ferrol, que le manifiesta: «Ante todo, te envío mi más cordial enhorabuena por vuestra eficaz participación en la persecución del Díez...» (10). El reconocimiento a la eficaz actuación del Ceuta llega del capitán de fragata Francisco Regalado Rodríguez, que en la fecha de los hechos era el jefe de la Flotilla de destructores, y que por carta fechada el 6 de diciembre de 1938 en Roma, donde desempeñaba el cargo de agregado naval, entre otras cosas expone: «Tengo una explicación que darle y es la siguiente: parece confirmado que le zumbó Vd al Díez y sin embargo, yo puse el famoso radio al Almirante que (8) Radio N.º 3.709 del almirante jefe de bloqueo al almirante jefe del EMA, de 27 de agosto de 1938. AHB, Servicio Histórico, Crónica Radiotelegráfica. (9) Carta del capitán de corbeta Javier Mendizábal, Cortazar, comandante del Teruel, de 28 de agosto de 1938 al comandante del Velasco-Ceuta, capitán de corbeta Pedro Fernández Martín (archivo de la familia Fernández Martín, Ferrol). (10) Carta del capitán de corbeta José M.ª González-Llanos Caruncho, director de la Factoría de la Sociedad Española de Construcción Naval, al comandante del Ceuta, Pedro Fernández Martín, fechada en Ferrol el 15 de septiembre de 1938 (archivo de la familia Fernández Martín, Ferrol). Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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no creía fuese alcanzado llevado por el espíritu austero norma de la Falange (...) Como no es, en cambio lo más frecuente, siento haberle deslucido la papeleta y aunque nos conocemos todos y yo sé que gracias a Dios Vd es de los que van al grano y no a la bambolla, quiero expresarle mi enhorabuena más sincera por el acierto y la suerte, ya que ésta la merecía Vd de siempre y la mereció entonces y como lo demás, par Vd como para mí, no cuenta o es secundario ¡¡¡ Arriba España!!!...» (11). Parece que la explosión de la jarra de pólvora, que tanto perjudicó —como reconoce el comandante del Díez—, fue debida a los cascotes de un proyectil del Ceuta y no del Canarias como ha pasado hasta el momento a la posteridad. El Díez recibió del Canarias, según la versión de su comandante, dos impactos de 203 mm. Uno le causó numerosas bajas y lo puso en peligro de zozobrar a causa de la vía de agua provocada por el impacto, haciendo que su comandante, ante el peligro de hundimiento, lo varase en Punta Europa. El otro, como reconoce Castro Yzaguirre en carta a Prado, rompió el mamparo de colisión. Posteriormente el buque fue remolcado a Gibraltar por las autoridades inglesas. Las averías sufridas motivaron la inutilización del barco hasta diciembre de 1938. Nuevo intento del Díez Terminada la reparación, adrizado el barco y pintado, llegó la hora de que el gobierno británico exigiera la salida del Peñón, dando de plazo hasta el 6 de enero de 1939 para hacerlo, so pena de quedar internado. Las obras las llevó a cabo la casa Picornell, de Orán. El día 15 de diciembre el barco las había finalizado y estaba listo y en disposición de intentar su incorporación a la Flota republicana en Cartagena. Una de las cuestiones del Mando de la Flota consistía en asegurar la comunicación por TSH con el destructor. En este sentido se optó por radiar en avurnave, repitiéndolo varias veces. El jefe de la Flota, Luis González de Ubieta, quedó encargado de planear y dirigir la operación, de acuerdo con lo expresado por el siguiente despacho del jefe de Estado Mayor de Marina, Pedro Prado: «De Jefe de E.M. de Marina para Jefe de la Flota. 26 dic de 1938.= Es completamente natural que enemigo suponga que Flota ha de ayudar al José Luis Díez en su salida. Queda a su completa responsabilidad combinar movimientos de la Flota y del José Luis Díez para lo cual [recibe] V.E. instrucciones completas, de orden del Ministro de Defensa» (12). (11) Carta del capitán de fragata Francisco Regalado Rodríguez, agregado naval de la Embajada de España en Roma, fechada el 6 de diciembre del III Año Triunfal al capitán de corbeta Pedro Fernández Martín (archivo de la familia Fernández Martín, Ferrol). (12) Radio del jefe de Estado Mayor de Marina a jefe de la Flota de 26 de diciembre de 1938. AHAB, Servicio Histórico, leg. 2511/C. 98

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Destructor José Luis Díez, varado en la playa de los Catalanes (Gibraltar) el 30 de diciembre de 1938. En segundo plano, el Vulcano.

Destructor José Luis Díez, atracado al muelle del arsenal de Gibraltar, reparando las averías causadas en el enfrentamiento con los fuegos de bloqueo nacionales (agosto, 1938).

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La respuesta de Ubieta fue contundente: «De Jefe de la Flota a Jefe de E.M. de Marina —Reservado—. Para entregar personalmente Al destinatario.= Daré al Díez órdenes convenientes aceptando la responsabilidad que con tan poca gallardía Vd elude». Como puede verse, «la cordialidad» no era ni mucho menos patrimonio de la Marina republicana. A continuación, el jefe de la Flota, desde Cartagena, le da al comandante del Díez la siguiente orden: «A 23 h 30 m Greenwich día 27 saldrá a todo riesgo para Cartagena siempre que la mar no le impida andar menos de 25 nudos. En avurnaves consecutivos se le darán instrucciones.= Acuse recibo diciendo: recibí comunicación n.º 1». Los siguientes radiogramas se refieren a la composición y despliegue de la Flota republicana para cooperar en la operación. La Flota esperaría al Díez al sureste del cabo de Gata, y cuatro destructores se adelantarían hasta las proximidades de Estepona y Punta Almina, por el este de ambos puntos. La orden de ejecución se dio el día 27. Pero una cosa eran los avurnaves del jefe de la Flota, y otra, mucho más seria, las unidades de la Marina nacional, que acechaban la posible salida del destructor enemigo. Los elocuentes despachos que siguen son la prueba: «De comandante del Díez a jefe Flota. 28-12-38.= Oído Consejo de Oficiales suspendo salida. Espero instrucciones. »En la mar a 28 de diciembre de 1938. De Jefe Flota a Jefe Flotillas de Destructores. Al José Luis Díez, le dio miedo salir. Aplazada la operación, el jefe de la Flota informa al ministro de Defensa: «Cartagena 28 de diciembre de 1938. Muy Reservado.= Comandante destructor José Luis Díez no cumplimentó orden salida que en forma terminante se le dio por lo que la Flota, que previamente había destacado una Flotilla de destructores al Estrecho de Gibraltar, regresa sin él. Todo ha ocurrido según lo por mí previsto: que la salida de la Flota haría redoblar la vigilancia del enemigo y que no es el actual comandante del José Luis Díez el más adecuado para esta misión como reiteradamente se lo he manifestado al Jefe de E.M. de Marina el que no comprendo con los informes que sobre su actuación anterior indudablemente tiene se ha empeñado en mantenerlo en ese Mando. Propongo a V.E. el inmediato relevo de este Comandante y la formación de causa ya que además ha impedido posiblemente una eficaz actuación de la Flotilla de Destructores destacada sobre el crucero Canarias. La Flota, como de costumbre, ha cumplido con su deber con el mayor espíritu. Salúdole respetuosamente» (13). El ministro ordena a continuación que se intente la operación el día 29 por la noche, y el jefe de la Flota, con ciertas salvedades referentes al estado de los buques, contestó diciendo que lo haría. Se da nueva orden de zarpar al Díez, que por fin se decide a salir. (13) Radio del jefe de la Flota al ministro de Defensa de 28 de diciembre de 1938. AHAB, Servicio Histórico, leg. 2511/C. 100

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Bloqueo nacional sobre el Díez Neutralizado el Díez, la Flota nacional se dedicó a las misiones de bloqueo y a sus cruceros por el Mediterráneo, protegiendo el tráfico como misión principal. Cuando el destructor republicano comenzó a dar señales de vida y actividad, se destacaron al Estrecho los minadores de la clase Júpiter, que una vez finalizada la campaña del norte habían pasado desde Ferrol a engrosar las unidades del Departamento de Cádiz. Llegados ya a finales del mes de diciembre, la vigilancia nacional fue redoblada, y el día 29, a las 23.00, el comandante general del Departamento de Cádiz comunica por radio al comandante del Marte: «Ante casi seguridad de que José Luis Díez saldrá esta noche he ordenado al Vulcano salga de Ceuta antes de 22 horas. Vigilará Norte-Sur Punta Europa, navegando NorteSur también, a cuya línea no deben llegar ni Marte ni Júpiter durante la vigilancia. Si no hay novedad se retirará Vulcano a las 4 horas, haciendo relevo mañana 30, a las 12 horas» (14). Al mismo tiempo, el almirante jefe del bloqueo, desde Palma, transmite al contralmirante jefe de la División de Cruceros, que se encontraba con los tres cruceros y tres destructores en la mar, el siguiente radio: «Ante eventualidad salida José Luis Díez esta noche conviene que la Escuadra navegue hacia Alborán, para estar en condiciones de intervenir» (15). El dispositivo adoptado en el Estrecho forma una línea quebrada en torno al Peñón. El segmento occidental está a cargo del Calvo Sotelo (capitán de corbeta Alejandro Molins), el cual vigila la salida del puerto; a continuación, el Júpiter (capitán de fragata Fernández de Henestrosa) y el Marte (capitán de fragata Luis de Vierna), que cierra el anillo hacia el noreste, desde el norte-sur de Punta Europa. El dispositivo se refuerza con el Vulcano (capitán de fragata Fernando Abárzuza), que cruza en la bisectriz de las derrotas del Júpiter y el Marte. Segundo intento del Díez y enfrentamiento con el Vulcano El 29 de noviembre, Juan Antonio Castro, comandante del D í e z, se encuentra en Barcelona, sede del gobierno de la Republica y también del Estado Mayor de Marina y Subsecretaría. Allí redacta un informe donde expone con optimismo la situación en que el barco se va a encontrar al regreso de Cartagena, después de la reparación que se está efectuando en Gibraltar. Manifiesta que va a poder salir sin grandes problemas y que se requerirán unas seis semanas de trabajo para dejar el barco listo (16). Vuelto Castro a Gibraltar en los primeros días de diciembre, el barco finaliza sus obras el día 15, y el 27, por las órdenes recibidas del jefe de la Flota, (14) MORENO, Francisco: La guerra en el mar, p. 273. (15) Ibidem. (16) Informe del comandante del José Luis Díez al jefe de Estado Mayor de Marina, fechado en Barcelona el 29 de noviembre de 1938. AHAB, leg. 8920. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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se dispone a salir, para romper el bloqueo; pero, al no tener el apoyo de los destructores que suponía le ayudarían en su ataque a los buques nacionales bloqueadores, desiste y anula la salida. Finalmente lo hace el día 30, después de recibir orden del gobierno de la República, a través del ministro de Defensa. La salida y el posterior enfrentamiento con los buques nacionales son narrados brevemente por Castro en el primero de los dos partes de campaña que remite desde la prisión de Gibraltar, donde fue internada la dotación del destructor, el mismo día 30 de diciembre. El parte dice así: «A 1 h. se maniobró dentro del puerto, saliendo a toda máquina y arrumbando al 155. Al estar de través con el arsenal de Gibraltar [,] el Calvo Sotelo disparó una bengala de aviso. El barco, desde su salida, iba en zafarrancho de combate y los tubos de lanzar orientados por estribor. =Al estar al W de Punta Europa, se metió a babor rascando las peñas; iluminados por el proyector de Punta Carnero y por proyectiles luminosos que nos lanzaba un barco que demoraba al 225, y avistado por la proa un minador tipo Júpiter, que empezó a disparar, siendo la distancia en este momento a Punta Europa de 300 m.= Se abrió fuego sobre el enemigo de proa con los cañones 1 y 2 y con la caída a babor abrió fuego toda la artillería de 120 mm, cañón a. y ametralladoras a/a. = El minador se cruzó completamente abordándole con nuestra amura de estribor por su través; momentos antes se habían lanzado tres torpedos y el abordaje los otros tres, mientras la artillería y ametralladoras barrían al enemigo, logrando varios impactos. Momentos después a 1h. 12 m, subió al puente el teniente maquinista D. José Mulero, avisando que la tubería principal estaba cortada y que no se podía continuar, en vista de lo cual dirigí el barco a varar a La Caleta, haciéndolo a 1 h. 18 m, siendo aún iluminados por iluminantes enemigos y cuyos proyectiles daban en tierra. El barco sufre un desgarrón en la amura de estribor, habiendo quedado una balsa salvavidas y un pescante de bote enganchados. Un proyectil arrancó la ametralladora a/a del centro matando a sus sirvientes, y otro entró en máquinas por cubierta por la parte de popa del grupo de torpedos de proa. Hay además, algún desgarrón entre los tanques 4 y 5 y la sentina de máquinas que permite el paso del petróleo. He de hacer resaltar a V.E. la conducta heroica de la dotación que en todo momento se portó con valor sin igual, y en especial la del auxiliar alumno de artillería don Florentino Totorica, que ametralló el barco a bocajarro. Para todos ellos pido una recompensa que no dudo será concedida. Todo lo cual tengo el honor de poner en conocimiento de V.E.= En prisión en Gibraltar, a 30 de diciembre de 1938. El Comandante (fdo., Juan Antonio Castro)». Acompaña una relación nominal de muertos, heridos de distinta consideración y desaparecidos (17). (17) Partes de campaña del comandante del destructor José Luis Díez, fechados en Gibraltar el 30 de diciembre de 1938 y 1 de enero de 1939. Relación de bajas, 4 muertos, 12 heridos y 2 desaparecidos. AHAB, leg. 8920. 102

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La otra versión de lo sucedido es la ya relatada por el entonces teniente de navío de la dotación del Vulcano José Luis de la Guardia Pascual de Povil. Finalmente, como manifiesta el capitán de navío Fernando de la Guardia, la misma tarde del día 30 S.E. el generalísimo Franco concede la Medalla Militar Individual al comandante del Vu l c a n o, capitán de fragata Fernando Abárzuza Oliva, y la Medalla Militar Colectiva a la dotación. Por otra parte, el gobierno de la República concede por igual motivo a la dotación del José Luis Díez la Medalla al Valor. El barco quedó internado en Gibraltar, y posteriormente fue entregado en Algeciras al gobierno de Burgos. El 13 de enero su dotación embarcó en dos destructores ingleses que la trasladaron a Almería, siendo recibidos en Cartagena entusiastamente. El destructor José Luis Díez fue entregado por el gobierno británico a la Marina nacional el 24 de marzo de 1939 en el puerto de Algeciras, haciéndose cargo del buque el capitán de corbeta don Alejandro Molins Soto.

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ÍNDICES DE LA REVISTA DE HISTORIA NAVAL Están a la venta los ÍNDICES de los números del 51 al 75 de la R E V I S TA D E H I S TO R I A N AVA L , cuyo contenido es el que sigue: • Introducción (estudio histórico y estadístico). • Currículos de autores. • Índices de los números 51 al 75. • Artículos clasificados por orden alfabéticos. • Índice de materias. • Índices de autores. • Índice de la sección La histo ria vivida. • Índice de la sección D o c u mentos. • Índice de la sección La Histó ria Marítima en el mundo. • Índice de la Sección Noticias Generales. • Índice de la sección R e c e n siones. • Índice de ilustraciones. Un volumen extraordinario de doscientos noventa y seis páginas, del mismo formato que la REVISTA, se vende al precio de 9 euros (IVA incluido) más gastos de envío si se pide por correo. También están a disposición del público los índices de los cincuenta primeros números, al precio de 6 euros. Se pueden adquirir en los siguientes puntos de venta: · Instituto de Historia y Cultura Naval Juan de Mena, 1, 1.º. 28071 MADRID. Fax: 91 379 59 45 C/e: [email protected] · Servicio de Publicaciones de la Armada Montalbán, 2. 28071 MADRID. Fax: 91 379 50 41 · Museo Naval Juan de Mena, 1, 28071 MADRID. Fax: 91 379 50 56. Venta directa. INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL

LA HISTORIA VIVIDA Hermenegildo FRANCO

Saludo a la voz y al «mortero» El día 25 de noviembre de 1984, al destructor Almirante Ferr á n d i z, con base en el arsenal de Las Palmas y dependiente del comandante general de la Zona Marítima de Canarias, le cupo el honor de protagonizar un suceso, que por lo intrascendente no fue motivo ni de polémica ni de ninguna otra consecuencia más que la puramente anecdótica. Mandaba el barco el capitán de fragata Manuel Acedo Manteola (q.e.p.d.), quien por disponerlo así el comandante general, vicealmirante Fernando Nárdiz Vial (q.e.p.d.), se encargó de organizar los actos de cambio de bandera para la zona marítima. En aquellos días recalaron varias unidades de la Flota en el Puerto de la Luz, y para dar mayor realce a los actos, se decidió que tanto el Ferrándiz como el Churruca atracasen al muelle de Santa Catalina, próximo al arsenal, pero lo suficientemente alejado de él. Para efectuar el «saludo a la voz y al cañón» surgió una pega, pues la batería de salvas de saludo del arsenal quedaba bastante alejada y, por tanto, los actos previstos iban a resultar a priori un tanto deslucidos. Con esta contrariedad, en principio sin posible solución, el jefe de armas, que lo era también de

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armas submarinas, sugirió que el remedio estaba en que en lugar de disparar cañonazos se disparasen «morterazos». Se aceptó por el comandante la «propuesta», y de este modo se preparó la «batería» de morteros lanzacargas de profundidad, formada por dos de los cuatro morteros de la banda de babor, retirando las cargas de profundidad y la teja metálica. El día 25, a la hora prevista, se efectuó el saludo «al cañón» con 21 «morterazos», forma poco ortodoxa de saludo, con el mortero oficiando de cañón, pero efectiva, como marcan los reglamentos. Fue indudablemente un éxito por lo novedoso del procedimiento y por la eficacia de los resultados. Para la posteridad, y para la Historia Vivida, queda el documento gráfico del intenso humo y fuego con los rescoldos de los saquetes de las cargas de proyección dentro del ánima de los morteros lanzac a rgas del viejo destructor Almirante Ferrándiz, barco de imperecedero recuerdo, sobre todo para los que pertenecimos a su dotación y fuimos protagonistas y testigos de aquellos momentos.

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DOCUMENTO Última carta de Gravina a Talleyrand (10 de enero de 1806) Entre un lote de papeles adquirido por el Museo Naval en 1995, figura un documento curioso y raro que lamentablemente no incluí entre los publicados en mi Corpus documental de Trafalgar, de 2004. De modo incidental lo encontré ahora archivado en el AMN con la signatura 2518-50, y no me resistí a proponer a la dirección de la REVISTA su publicación por considerarlo interesante desde todos los puntos de vista. En efecto, se trata de una carta original con la firma autógrafa de Federico Gravina, fechada casi exactamente dos meses antes de su fallecimiento en Cádiz el 9 de marzo de 2006, dirigida a Charles-Maurice Talleyrand-Périgord, a la sazón ministro francés de Negocios Extranjeros, en contestación a otra que éste le dirigió desde Múnich el 16 de brumario (7 de noviembre de 1805), cuyo contenido desconocemos, pero escrita sin duda para interesarse por el estado de la herida recibida por el general español en el combate de Trafalgar el 21 de octubre anterior. Gravina se disculpa por la tardanza en la contestación, demora plenamente justificada por la evolución de su estado de salud, de pronóstico francamente pesimista sobre todo a partir del 6 de diciembre de 1805, a juicio del equipo de médicos que lo atendía, dirigido por Fermín Nadal, cirujano mayor de la Armada. De tal forma empeoró Gravina, que el día 15 le fue administrada la extremaunción. Dos días más tarde, Nadal apreciaba una leve mejoría, que se prolongó hasta el 31 de diciembre, cuando aparecieron síntomas de un nuevo empeoramiento. Tras una mejoría pasajera a principios de enero de 1806, el general falleció el 9 de marzo. Precisamente este alivio temporal de sus dolencias fue aprovechado por Gravina para escribir a su amigo Talleyrand el 10 de enero. Por otra parte, el ministro había acompañado al Emperador en la fulgurante campaña que culminaría con las victorias de Ulm (20 de octubre de 1805), la ocupación de Viena (15 de noviembre) y Austerlitz (2 de diciembre), lo que justifica su presencia en Múnich el 7 de noviembre, donde se enteró del resultado del combate de Trafalgar y de la herida de Gravina. Encargado por Napoleón de las negociaciones de paz con Austria, circunstancia por la que le felicita el general español. La amistad entre estos dos célebres personajes se cimentó durante la época en la que Gravina permaneció en París como embajador de España (mayo de 1804-enero de 1805), coincidiendo con Talleyrand, a cargo de la cartera de Exteriores del gobierno napoleónico. Ambos, junto con el ministro de Marina francés, Denis Decrès, llevaron el peso de la difícil negociación, que fijó los términos de la colaboración española en la proyectada invasión de Inglaterra, plasmada en el convenio del 9 de enero de 1805. Todo ello propició numerosas audiencias y encuentros en actos oficiales y sociales, en los que la refinada Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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educación, trato amable e inteligencia que adornaban a ambos contribuyeron a profundizar en su amistad recíproca y permitieron la entrada de Gravina en el muy restringido círculo de personalidades que rodeaban a Talleyrand. Este documento, en el que se puede apreciar la temblorosa firma de un debilitado Gravina, es posiblemente el único que conserva la Armada firmado de su puño tras la herida de Trafalgar, y es una emocionada despedida dirigida a su buen amigo Talleyrand. Por último, quisiera expresar mis serias dudas de que la carta realmente se cursase al ministro francés, pues es extraña su aparición en poder de un librero anticuario español. Sabemos que, cuando falleció Gravina, su hermano don Pedro, arzobispo de Nicea y nuncio de Su Santidad el papa Pío VI en España, fue el árbitro absoluto de sus papeles. El capitán de fragata graduado Tomás de Barreda se encargó de traerlos a Madrid para que los viese el ingeniero naval José Mor de Fuentes, quien a su vista escribió el elogio del general. Luego, de acuerdo con disposición testamentaria de don Federico, fueron entregados a Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. Ahí se pierde el rastro de los documentos, y entre ellos bien podía encontrarse esta carta que, como aventuro, probablemente nunca fue cursada. 1806 enero-10, Cádiz CARTA: Federico Gravina a Charles-Maurice Talleyrand-Périgord, ministro de Negocios Extranjeros de Francia. Contestación a la carta de 7 de noviembre de 1805. Disculpas por el retraso en la respuesta a causa de su precario estado de salud. Felicitación por la misión que le ha encomendado el Emperador, a quien ruega salude de su parte SIGNATURA: AMN,Col. González-Aller, ms. 2518-50. OBSERVACIONES: Original, firma autógrafa. Se ignora el archivo de donde procedía. El documento fue adquirido entre otros papeles inconexos por el Museo Naval en 1995.

«Cádiz, 10 de enero de 1806. Excelencia: Es en el peor momento de mis sufrimientos después de mis desafortunadas heridas, y cuando me hallaba en una situación verdaderamente angustiosa y con una extrema debilidad, que he tenido el placer, Sr. Tayllerand (s i c), de recibir vuestra carta fechada en Munich el 16 Brumario [7 de noviembre de 1805], en la que me testimonia el sentimiento de esta antigua amistad que ha tenido siempre por mí y a la que me debo, bien hubiese querido responderle yo mismo, pero mi estado tanto antes como ahora no me lo permiten, y es con pesar que estoy obligado a valerme de una mano ajena; no obstante haber pasado 82 días. He sufrido tanto que ha sido necesario administrar y regular mis últimas disposiciones. Tengo la satisfacción de poder anunciarle hoy que después de algunos días me encuentro un poco mejor, y los cirujanos, en tanto que mis fuerzas dan lugar a creer que no perderé ni la vida ni el brazo. Es porque no quisiera pues retardar más darle cuenta de mi estado, por lo que me dispongo a escribirle para felicitarle al mismo tiempo, por la importante misión que Su Majestad el Emperador y Rey después de tantas victorias y 108

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éxitos clamorosos, acaban de confiar a su talento; que es halagador para mí y para todos sus amigos, ver que le ha sido dado el destino de conciliar y proporcionar a la humanidad el alivio que se merece, después de haberse lamentado tanto tiempo, reciba mi enhorabuena. Le ruego que cuando se presente la ocasión salude a Sus Majestades Imperiales y Reales con mis humildes respetos, deseándoles el logro de su gloria, pues estos son los deseos en mis relaciones con sus Personas, sin olvidarme de la Sra. Talleyrand y todos los amigos de nuestro círculo. Reciba Vd., Sr. Talleyrand, el reconocimiento de mi más alta consideración, así como la sincera devoción y cariño por la vida con la que tengo el honor de existir. Gravina (rubricado).» José Ignacio GONZÁLEZ-ALLER HIERRO Contralmirante (R)

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LA HISTORIA MARÍTIMA EN EL MUNDO José Antonio OCAMPO

Una nueva asociación: la Asociación de Descendientes de Marinos de Trafalgar. Madrid, España El día 18 del mes de octubre de 2006, en la sala del Patronato del Museo Naval de Madrid, tuvo lugar el acto fundacional de la Asociación de Descendientes de Marinos de Tr a f a l g a r, al amparo de la vigente Ley Org á n i c a 1/2002, de 22 de marzo. Presidió el acto el Excmo. Sr. Leopoldo Stampa, director general de Relaciones Institucionales del Ministerio de Defensa, y asistió el contralmirante director del Órgano de Historia y Cultura Naval, Excmo. Sr. Teodoro de Leste Contreras. Fueron expuestos y aprobados por los presentes, que actuaron como socios fundadores, los fines de la Asociación que, al decir de don Juan Manuel Hidalgo de Cisneros Alonso en la apertura de acto, son: «Recordar y honrar la memoria de todos los miembros de la Armada y del Ejército, sin distinción de graduaciones, que embarcados en los buques españoles que participaron en el combate de Trafaltar el día 21 de octubre de 1805, lucharon y murieron muchos de ellos, en cumplimiento del deber». Como desarrollo de estos fines, Hidalgo de Cisneros presentó como objetivo prioritario «organizar, fomentar, impulsar y desarrollar todas las actividades que, en este sentido, puedan desarrollarse para difundir y perpetuar su memoria, y promover y mantener relaciones con asociaciones similares ya existentes o que pudieran establecerse en Francia y el Reino Unido». Señaló asimismo la intención de la Asociación de colaborar con otras asociaciones e instituciones en el desarrollo de una mayor concienciación de la sociedad de la condición marítima de España. En este sentido, se acordó hacer una convocatoria anual para premiar la obra más destacada que se haya publicado durante el ejercicio anterior sobre alguno de los marinos que combatieron en Trafalgar o, en general, sobre la Marina española de la Ilustración. Los socios fundadores presentes nombraron como Órgano Provisional de Gobierno a — don Juan Manuel Hidalgo de Cisneros; — don Enrique de Areilza Churruca (conde de Motrico); — don Ramón Bustamante de la Mora (marqués de Villatorre). El resto de los socios fundadores presentes que aprobaron los estatutos de la Asociación son los que siguen: doña Paz Alcalá-Galiano Iturrondobeitia, don Juan Antonio Becerril Bustamante, doña Micaela Valdés Ozores, don Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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Juan Bautista Castillejo Oriol (marqués de San Miguel), don Ramón Domenech Muñoz-Español, don Javier Pedrosa Pérez del Busto, don Javier Gardoqui Lletge y don Ignacio Hidalgo de Cisneros Alonso. Para más información dirigirse a: Asociación de Descendientes de Marinos de Trafalgar. Instituto de Historia y Cultura Naval. C/ Juan de Mena, 1-1.º 28071 Madrid. Teléfono: 913 79 50 50. Corr. electr.: [email protected]

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NOTICIAS GENERALES XIII Jornadas Nacionales de Historia Militar. Sevilla, España Organizadas por la Cátedra General Castaños (Cuartel General de la Fuerza Terrestre, Sevilla), de la que es presidente el general Pedro Pitarch Bartolomé, durante los días del 13 al 17 de noviembre de 2006 se celebraron en Sevilla las XIII Jornadas Nacionales de Historia Militar, con el tema general «La era isabelina y la Revolución (1843-1875)». A la hora de redactar este noticiario, no disponemos ni de las ponencias ni de sus autores, así que trasladaremos a nuestros lectores las ideas generales por las que discurrieron las jornadas. La comisión organizadora dividió la época en tres etapas, para situar mejor las colaboraciones recibidas: — 1843-1854: reinado de Isabel II en su década moderada, con los temas «Fundación de la Guardia Civil», «Anexos y Texas y California por parte de Estados Unidos», «Narváez», «El Concordato de 1851»; — 1854-1868: aparecen hombres e ideas progresistas, con los temas «Colaboración en expediciones militares a Cochinchina, Méjico...», «Guerra de Marruecos», «Caída de Narváez», «Desamortización de Madoz»; — 1868-1875: «Las revoluciones», «Pronunciamientos», «Regencia de Serrano», «Gobierno de Prim». En lo que se refiere a América, se desarrolló el tema de la soberanía de Cuba y Puerto Rico, teniendo en cuenta los aspectos siguientes: «Reincorporación de la República Dominicana a la Corona española (1861)», «Creación del Ministerio de Ultramar (1863)», «Guerra del Pacífico (1862-1863)», «Repercusión del período revolucionario en los dominios americanos», «La revolución cubana de 1868 —o guerra grande—», «Los reconocimientos de independencia», «Las relaciones con las nuevas repúblicas», «Los tratados de paz y amistad». En lo que se refiere a Filipinas, carecemos de información. El director de la Comisión Organizadora fue el señor don Paulino Castañeda Delgado, catedrático emérito de Historia de América de la Universidad de Sevilla. La Secretaría Técnica estuvo en manos de la señora doña Lucía Segura Aista, licenciada en Geografía e Historia. Para más información, dirigirse a: Secretaría de la Cátedra General Castaños. XIII Jornadas Nacionales de Historia Militar. Acuartelamiento de La Borbolla. Avda. de la Borbolla, 27-29. 41013 Sevilla (España). Teléfonos: 954 93 82 85 / 954 24 84 99. Fax: 954 93 81 78. Corr. electr.: [email protected]. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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NOTICIAS GENERALES

Ciclo de conferencias de Historia Militar. Madrid, España Organizado por el Instituto de Historia y Cultura Militar, durante los días 23, 24, 25 y 26 de octubre de 2006 se celebró en Madrid, en la sede del Instituto de Historia y Cultura Militar (Mártires de Alcalá, 9), un ciclo de conferencias con el tema central «La guerra y su financiación. (Baja Edad Media y Edad Moderna)». El programa se desarrolló con los siguientes contenidos: — «La financiación de la guerra por la monarquía castellana (12521515)», por Miguel Ángel Ladero Quesada, catedrático de Historia Medieval de la Universidad Complutense de Madrid; — «La organización económica del Ejército en el siglo XVI», por Francisco José Corpas Rojo, coronel de Intendencia, doctor en Historia; — «La compleja financiación del Ejército Interior en la España de los Austrias», por Enrique Martínez Ruiz, catedrático de Historia Moderna de la Universidad Complutense de Madrid; — «La financiación de la guerra en el siglo XVIII», por Juan Teijeiro de la Rosa, general de división interventor (R), doctor en Historia. Para más información, dirigirse a: Instituto de Historia y Cultura Militar. C/ Mártires de Alcalá, 9. Madrid. Teléfonos: 91 559 03 00/08/09. Fax: 91 559 43 71. Corr. electr.: [email protected] Internet: www.ejercito.mde.es/ihycm II Jornadas de Historia. Madrid, España Organizadas por el Instituto Español Almirante Brown y coordinadas por el argentino Colegio Mayor Nuestra Señora de Luján y el Colegio Mayor Jorge Juan, durante los días 22, 23 y 24 de noviembre de 2002 tuvieron lugar en Madrid las II Jornadas de Historia, las cuales giraron alrededor del tema central «De Trafalgar a Buenos Aires, 1806-2006: bicentenario de la reconquista de Buenos Aires». Colaboraron con el Instituto la Embajada de la República Argentina, el Banco de la Nación Argentina y la editorial de ciencia y cultura Ciudad Argentina. La organización presentó las jornadas con la siguiente introducción: «Luego de la victoria de Trafalgar (1805), Inglaterra gozará de la supremacía naval sin ningún tipo de oposición ni sombra por parte del resto de las potencias. »A partir de esta situación, será que vuelvan a intentar suerte por medio de diferentes ataques anfibios hacia distintos puntos estratégicos importantes para la corona británica. 116

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»La Ciudad del Cabo, en manos holandesas, sufrirá su ataque y conquista, pero la invasión del Río de la Plata en 1806, y la posterior ocupación de la ciudad de Buenos Aires, se convertirá en su apuesta y amenaza más importante contra el Imperio español. »La caída definitiva de la capital del virreinato podía suponer en un futuro la total pérdida de las posesiones sudamericanas para la monarquía católica. »Sin embargo, luego del éxito inicial y pese a la veteranía inglesa, la plaza fue reconquistada por las fuerzas hispano-criollas al mando del capitán de navío Santiago de Liniers. »Este hecho histórico es de vital importancia para la historia argentina ya que marca la génesis de un nuevo tiempo, de una época distinta para un pueblo que supo conocer la magnitud de sus propias fuerzas y su futuro destino. Para la historia de España representó un singular triunfo sobre las armas inglesas luego del revés que le propiciaran en la batalla naval de Trafalgar. »A través del presente simposio se busca rendir el justo homenaje a los protagonistas de aquellas jornadas gloriosas, a doscientos años de haber acontecido». Las sesiones tuvieron lugar los días 22 y 23 en el Colegio Mayor Argentino, y el día 24, en el Colegio Mayor Jorge Juan. Comenzaron con unas palabras de bienvenida pronunciadas por la directora, doña Eleonora Fernández Arias, con la intervención del presidente del IEAB, el coronel de la Armada española Jorge Juan Guillén Salvetti. El día de la clausura intervino, asimismo, con unas palabras de salutación el capitán de navío de la Armada española Antonio Ugarte, director del colegio. El programa se desarrolló con los siguientes contenidos: «La situación política de la America española durante el último tercio del siglo XVIII», por la doctora Concepción Navarro Azcué, de la Universidad Complutense de Madrid; «El conflicto anglo-español: de Trafalgar a Buenos Aires», por el doctor Agustín Rodríguez González, de la Universidad San Pablo CEU; «La invasión inglesa de 1806 a Buenos Aires y la gloriosa reconquista hispanocriolla», por el general auditor de la Armada española José Cervera Pery, del Instituto de Historia y Cultura Naval (España). Fue coordinador general de estas jornadas el licenciado Carlos Pesado Ricardi, del Instituto Nacional Browniano de Argentina. Para más información, dirigirse a: Instituto Español Almirante Brown. Teléfono: 630 45 62 58. Colegio Mayor Jorge Juan. Teléfono: 91 181 20 50. Internet: www.cmanslujan.com

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CONVOCATORIA XXXIII Jornadas de Historia Marítima. Madrid, España Organizadas por el Instituto de Historia y Cultura Naval, durante los días del 28 al 30 (ambos incluidos) de noviembre de 2006 se celebraron en Madrid, en el Salón de Actos del Cuartel General de la Armada, las XXXIII Jornadas de Historia Marítima, cuyo tema central fue «El comercio marítimo ultramarino». El descubrimiento de América, en sus diferentes etapas colonizadoras, proporcionó a España abundantes riquezas, principalmente en oro, plata y piedras preciosas, las cuales requirieron un sistema de transporte marítimo coordinado que permitiera igualmente el ejercicio del comercio ultramarino con aquellos vastos territorios. La índole de la carga transportada provocó bien pronto la codicia de otros países navegantes, que no tardaron en organizar el corso y la piratería causando graves pérdidas a los españoles, los cuales tuvieron que establecer un sistema operativo de autodefensa y protección: las flotas de galeones y la navegación en convoyes, cuya carga estaba controlada por la Casa de Contratación. El tema del comercio ultramarino se expuso, bajo diferentes puntos de vista, en estas jornadas. Las sesiones se desarrollaron con los siguientes contenidos: — Martes, 28 de noviembre La apertura corrió a cargo del contralmirante Teodoro de Leste Contreras, director del Instituto de Historia y Cultura Naval. «La organización de la Carrera de Indias o la obsesión del monopolio», por María Luisa Laviana Cuetos, doctora en Geografía e Historia, sección de Historia de América de la Universidad de Sevilla. — Miércoles, 29 de noviembre «Riesgos y seguros de la Carrera de Indias», por Manuel Maestro López, presidente de la Fundación Letras del Mar. «El asiento de esclavos con Inglaterra (1713-1750): especial referencia a la importancia adquirida por la contabilidad en su desarrollo», por Rafael Donoso Anés, catedrático de Economía Financiera y Contabilidad, Universidad de Sevilla. — Jueves, 30 de noviembre «El comercio con Filipinas. Los últimos años el galeón de Manila», por Alicia Castellanos Escudier, doctora en Historia de América. «Los Borbones y el comercio ultramarino español con América», por Antonio Gutiérrez Escudero, doctor en Historia de América. 118

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NOTICIAS GENERALES

Las ponencias serán recogidas en un cuaderno monográfico del Instituto. Para más información, dirigirse a: Instituto de Historia y Cultura Naval. Juan de Mena, 1. 28014 Madrid (España). Teléfono: 91 379 50 50. Fax: 91 379 59 45. Corr. electr.: [email protected] V Congreso Internacional de Historia Marítima. Greenwich, Reino Unido Organizado por el Instituto Marítimo de Greenwich y con el patrocinio de la Asociación de Historia Económica Marítima Internacional (en inglés, IMEHA), durante los días del 23 al 27 de junio de 2008 se celebrará en Greenwich, Reino Unido, el V Congreso Internacional de Historia Marítima. El citado Instituto invita a todos aquellos a quienes pudiera interesar a presentar ponencias sobre este congreso, teniendo en cuenta que son bienvenidas las que entren en una amplia gama de investigaciones, siempre que reflejen el papel de la superficie marítima, del dominio subacuático, de la zona costera y del mar como un recurso cultural. Serán tenidas en mayor consideración aquellas propuestas que destaquen el carácter internacional y transnacional de la historia marítima. Se invita a los futuros ponentes a remitir un resumen en inglés, indicando la extensión de la ponencia, así como otro con un breve curriculum vitae antes del 1 de septiembre de 2006. Las propuestas admitidas serán notificadas durante el año 2007. Para más información, dirigirse a: Professor Sarah Palmer, Chief Organiser. Greenwich Maritime Institute, University of Greenwich. Old Naval Collage, Park Row. Greenwich SE10 9LS, England. E-mail: [email protected] (Nota traducida del Newsletter of the Society For Nautical Research, núm. 63, agosto de 2006.) J.A.O.

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CUADERNOS MONOGRÁFICOS DEL INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL 1 . —I JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA ( A g o t a d o ) ESPAÑA Y EL ULTRAMAR HISPÁNICO HASTA LA ILUSTRACIÓN 2.—II JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado) LA MARINA DE LA ILUSTRACIÓN 3.—SIMPOSIO HISPANO-BRITÁNICO (Agotado) LA GRAN ARMADA 4.—III JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado) LA ESPAÑA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX (I) 5.—IV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado) LA ESPAÑA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX (II) 6.—FERNÁNDEZ DURO (Agotado) 7.—ANTEQUERA Y BOBADILLA (Agotado) 8.—V JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA LA MARINA ANTE EL 98.–ANTECEDENTES DE UN CONFLICTO 9.—I JORNADAS DE POLÍTICA MARÍTIMA LA POLÍTICA MARÍTIMA ESPAÑOLA Y SUS PROBLEMAS ACTUALES 1 0 . —LA RE VISTA GENERAL DE MARINA Y SU PROYECCIÓN HISTÓRICA 11.—VI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA LA MARINA ANTE EL 98.–GÉNESIS Y DESARRO LLO DEL CONFLICTO 12.—MAQUINISTAS DE LA ARMADA (1850-1990) 13.—I JORNADAS DE HISTORIOGRAFÍA CASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONES DE LA ARMADA (I) 14.—II JORNADAS DE HISTORIOGRAFÍA CASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONES DE LA ARMADA (II) 15.—VII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA POLÍTICA ESPAÑOLA Y POLÍTICA NAVAL TRAS EL DESASTRE (1900-1914) 16.—EL BRIGADIER GONZÁLEZ HONTORIA 17.—VIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA EL ALMIRANTE LOBO. DIMENSIÓN HUMANA Y PROYECCIÓN HISTÓRICA 18.—EL MUSEO NAVAL EN SU BICENTENARIO, 1992 (Agotado) 1 9 . —EL CASTILLO DE SA N LORENZO DEL PUNTAL.–LA MARINA EN LA HISTORIA DE CÁDIZ 20.—IX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA DESPUÉS DE LA GRAN ARMADA.–LA HISTORIA DESCONOCIDA (1588-16...) 21.—CICLO DE CONFERENCIAS (Agotado) LA ESCUELA NAVAL MILITAR EN EL CINCUENTENARIO DE SU TRASLADO 22.—CICLO DE CONFERENCIAS (Agotado) MÉNDEZ NÚÑEZ Y SU PROYECCIÓN HISTÓRICA 23.—CICLO DE CONFERENCIAS LA ORDEN DE MALTA, LA MAR Y LA ARMADA ESPAÑOLA 24.—XI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA MARTÍN F ERNÁNDEZ DE NAVARRE TE, EL MARINO HISTORIADOR (1765-1844) 25.—XII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA DON ANTONIO DE ULLOA, MARINO Y CIENTÍFICO 26.—XIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA ÁLVA RO DE MENDAÑA: EL PACÍFICO Y SU DIMEN SIÓN HISTÓRICA 2 7 . —CURSOS DE VERANO DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID (Agotado)

MEDIDAS DE LOS NAVÍOS DE LA JORNADA DE INGLATERRA 28.—XIV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA D. JUAN JOSÉ NAVARRO, MARQUÉS DE LA VICTO RIA, EN LA ESPAÑA DE SU TIEMPO 29.—XV JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA FERROL EN LA ESTRATEGIA MARÍTIMA DEL SIGLO XIX 30.—XVI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA ASPECTOS NAVALES EN RELACIÓN CON LA CRISIS DE CUBA (1895-1898) 31.—CICLO DE CONFERENCIAS.–MAYO 1998 LA CRISIS ESPAÑOLA DEL 98: ASPECTOS NAVA LES Y SOCIOLÓGICOS 32.—CICLO DE CONFERENCIAS.–OCTUBRE 1998 VISIONES DE ULTRAMAR: EL FRACASO DEL 98 3 3 . —LA CARPINTERÍA Y LA INDUSTRIA NAVAL EN EL SIGLO XVIII 34.—XIX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado) HOMBRES Y ARMADAS EN EL REINADO DE CARLOS I 35.—XX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA (Agotado) JUAN DE LA COSA 3 6 . —LA ESCUADRA RUSA VENDID A POR ALEJAN DRO I A FERNANDO VII EN 1817 37.— LA ORDEN DE MALTA, LA MAR Y LA AR-MADA 38.—TRAFALGAR 3 9 . —LA CASA DE CONTRATACIÓN DE SEVILLA. A PROXIM ACIÓN A UN CENTENARIO (1503–2003) 4 0 . —LOS VIRREYES MARINOS DE LA AMÉRICA HISPANA 41.—ARSENALES Y CONSTRUCCIÓN NAVAL EN EL SIGLO DE LAS ILUSTRACIONES 42.—XXVII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA LA INSTITUCIÓN DEL ALMIRANTAZGO EN ESPAÑA 43.—XXVIII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA LA ÚLTIMA PROGRESIÓN DE LAS FRONTERAS HISPANAS EN ULTRAMAR Y SU DEFENSA 4 4 . —LA GUERRA DE LA OREJA DE JENKINS (17391748) 45.—HISTORIA DE LA ARMADA ESPAÑOLA EN EL PRIMER TERCIO DEL S. XIX: IMPORTACIÓN VERSUS FOMENTO (1814-1835) 46.—XXIX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA PIRATERÍA Y CORSO EN LA EDAD MEDIA 47.—XXX JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA ANTECEDENTES BÉLICOS NAVALES DE TRAFALGAR 48.—XXXI JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA EL COMBATE DE TRAFALGAR 49.—CRUCEROS DE COMBATE EN ACCIÓN 50.—V CENTENARIO DEL FALLECIMIENTO DE CRIS TÓBAL COLÓN 51.—XXXII JORNADAS DE HISTORIA MARÍTIMA. DESPUÉS DE TRAFALGAR

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RECENSIONES VALDÉS, Aurelio (coordinador): Aproximación a la historia militar de España (tres volúmenes). Ministerio de Defensa, Madrid, 2006, 1251 páginas. Aunque existen numerosas y excelentes aportaciones para el estudio de la historia militar española, no cabe duda de que la obra que reseñamos, Aproxi mación a la historia militar de España, responde a un proyecto ambicioso y de amplia estructura con aspectos novedosos de planteamiento y enfoque, hasta ahora poco manejados o ausentes en obras clásicas del tratamiento militar. La reconocida solvencia de los autores integrantes de los distintos temas que conforman el estudio, valoran el empeño, evidenciando una capacidad de síntesis que acredita su buen oficio en el campo de la investigación, pero también el logro de un necesario equilibrio entre la investigación y lo expuesto en relatos ágiles y concretos y en los que la amenidad no está reñida con el trasfondo histórico. Los tres volúmenes, con sus más de 1.200 páginas, se conciben como un homenaje al proyecto museológico del nuevo Museo del Ejército, materializando la historia castrense española como parte sustancial trascendente de la historia general de España; y así, mientras que el volumen I contempla en líneas generales aspectos concretos de nuestra historia militar (desde sus orígenes hasta la guerra de la Independencia de 1808), el segundo es un completo recorrido de la actividad bélica durante los siglos XIX y XX, con episodios de nuevo cuño, como la figura del comisario político en la guerra civil española, los españoles en la segunda guerra mundial, y las actuales operaciones para el mantenimiento de la paz en países de permanente conflictividad. Por último, el volumen III se centra en determinados aspectos técnicos de la milicia, con estudios directos relacionados con las colecciones del Museo del Ejército. Sin embargo, la Marina no podrá sentirse satisfecha de esta obra, porque no hay la menor alusión a ella. Podrá decirse que se circunscribe a la historia militar terrestre, pero la aviación también juega su papel, al referirse uno de los capitanes al apoyo aéreo prestado en la guerra civil española a cada uno de los bandos contendientes. ¿Es que la Marina no jugó ningún papel en ella? Es lástima que obra de tanta dimensión y alcance como la presente se vea cercenada de la actividad naval, que fue de vital importancia para los postulados de la guerra en tierra. De todos modos, el resultado de la obra, en su conjunto, responde plenamente a su objetivo y constituye la más importante contribución, hasta el momento, al estudio de la historia militar de España. VÁZQUEZ DE ACUÑA Y GARCÍA DEL POSTIGO, Isidoro: Historia naval del Reino de Chile (1520-1826) (síntesis de Ana María Durruty Corral). Compañía Sudamericana de Vapores, Santiago, 2005, 547 páginas. La extraordinaria capacidad creativa y especiales dotes para la investigación del doctor García del Postigo quedan reflejadas en esta monumental obra Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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de ocho tomos, más propicia al ensayo que a la reseña. Afortunadamente, la síntesis que de ellos hace la doctora Durruty Corral nos facilita esencialmente la tarea. Diez años de paciente y minuciosa investigación han supuesto la plasmación de este estudio, que comprende nada menos que 51 capítulos y dos apéndices, desarrollados en más de 2.400 páginas de texto. A lo largo de todos ellas se recorren y transcriben una serie de acontecimientos marítimos que tuvieron Chile por escenario. La primera parte de la obra abarca el l a rgo período colonial, con directa referencia a cada una de las expediciones que exploraron la parte austral del Pacífico, desde Magallanes hasta Malaspina, así como los intentos, generalmente por parte inglesa, de sustraer esos territorios del dominio español, como aquellos que simplemente buscaron el botín en las naves que lo surcaban o en los puertos que lo poblaban. La segunda parte corresponde al período de la independencia chilena, que concluye con la reincorporación de Chiloé, dependiente hasta 1826 de Lima. Si bien esta etapa es bastante menor que la anterior, su complejidad ha requerido un denodado esfuerzo y buen juicio por parte del autor, para presentarla en una forma clara y objetiva. Aparecen aquí los intentos por constituir una incipiente fuerza naval durante la Patria Vieja y la forma en que éstos fracasan ante la reacción del virrey peruano. O’Higgins aprenderá la lección, y junto a los líderes de la Patria Nueva harán un gran esfuerzo por disputar el control del mar a las naves de la Real Armada. Y se resalta la figura de Thomas Cochrane, verdadero artífice de la lucha en el mar. El capítulo final está dedicado a la marina mercante y al comercio marítimo en los primeros años del Chile republicano, lo que supondría un soporte esencial para el surgimiento de Valparaíso como uno de los puertos más importantes de la costa oeste sudamericana. Con una buena profusión de ilustraciones y excelentes dibujos, a más de una completa bibliografía, la obra de Vázquez de Acuña, en toda su dimensión y alcance, merece ser considerada como un trabajo de excepcional relieve. Itsas. Memoria, «La guerra marítima. Corso y piratería», número monográfico de la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco. Museo Naval de San Sebastián, 2005, 80 páginas. El número 5 de la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, dedicado monográficamente al estudio de la guerra marítima, el corso y la piratería, y que incluye 41 trabajos de investigación sobre el tema, supone un indudable esfuerzo en la trayectoria de esta publicación, referente básico para el conocimiento de la historia marítima vasca. Es sabido la excelente reputación de los marinos vascos en todo tiempo y en muy diversos mares. Ya en el siglo XVI se consideraba que una de las acti122

REVISTA DE HISTORIA NAVAL Núm. 95

RECENSIONES

vidades características de los guipuzcoanos y vizcaínos era la organización de las Armadas, y su participación en numerosas contiendas navales supuso un elevado coste en vidas humanas y buques. La trayectoria histórica de destacados marinos vascos como Miguel y Antonio de Oquendo, Recalde, Pedro de Zubiaur, Blas de Lezo, Ignacio María de Álava o José de Mazarredo ocupa la atención de estas páginas, que estudia igualmente la fenomenología del corso vasco en la Edad Moderna, que fue el más importante de la península ibérica tanto en número como en calidad de barcos. Los marinos vascos en Trafalgar y la segunda guerra mundial en el golfo de Vizcaya son aportaciones muy interesantes y bien estructuradas, que mantienen el interés del lector por la claridad de su tratamiento y su concreción. Igualmente cabe destacar el papel de los marinos vascos en la guerra naval de Andalucía durante el siglo XV, y el estudio de los grandes generales y almirantes vascos en la Carrera de Indias. Una obra, en resumen, muy cuidada, de alto rigor intelectual y sensibilidad histórica, que evidencia el buen hacer del Museo Naval de San Sebastián y su ingente preocupación por la temática marítima. VV.AA.—Treinta y seis relatos de la guerra del 36. AF Editores (Legendi). Valladolid, 2006, 382 páginas, ilustraciones. El cumplimiento en el presente año de 2006 de los setenta años del comienzo de la última guerra civil española habrá de producir, a buen seguro, un amplio despliegue editorial sobre un tema que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía tiene actualidad. La animosa firma AF Editores, dentro de su colección «Legendi», se convierte en la adelantada de esta memoria histórica, en la que no hay rencores ni ánimos revanchistas, sino deseo de enriquecer el conocimiento de la historia del conflicto desde la anécdota, en una serie de relatos, contados con sencillez y buen talante, sobre hechos y situaciones circunscritos al devenir de la contienda. Los 36 relatos corresponden a una selección escogida de artículos a cargo de colaboradores habituales de la editorial, y abarcan un amplio panorama, diversificado en acciones de tierra, mar y aire, escrito con soltura y amenidad. Concretamente, varios de ellos afectan a la perspectiva naval, «27 de julio de 1936 ¿Cervera o Libertad?»; «El Admiral Scheer en Ferrol»; «Negrillos, en el Cantábrico»; «La Marina de Guerra portuguesa y la guerra civil española»; «El mar Cantábrico en la guerra española»; todos ellos bien ensamblados y descubriendo aspectos en algunos casos inéditos o poco conocidos que realzan el valor de la obra en su conjunto. El libro, como todos los de la serie «Legendi», está magníficamente editado e ilustrado con numerosas fotografías de alto valor histórico. Estos 36 relatos auspician un nuevo éxito editorial por su oportunidad y acierto. J.C.P. Año 2006 REVISTA DE HISTORIA NAVAL

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A PROPÓSITO DE LAS COLABORACIONES Con objeto de facilitar la labor de la Redacción, se ruega a nuestros colaboradores que se ajusten a las siguientes líneas de orientación en la presentación de sus artículos: El envío de los trabajos se hará a la Redacción de la REVISTA DE HISTORIA NAVAL, Juan de Mena, 1, 1.° 28071 Madrid, España. Los autores entregarán el original y una copia de sus trabajos para facilitar la revisión. Con objeto de evitar demoras en la devolución, no se enviarán pruebas de corrección de erratas. Estas correcciones serán efectuadas por el Consejo de Redacción o por correctores profesionales. El Consejo de Redacción introducirá las modificaciones que sean necesarias para mantener los criterios de uniformidad y calidad que requiere la REVISTA, informando de ello a los autores. No se mantendrá correspondencia acerca de las colaboraciones no solicitadas. A la entrega de los originales se adjuntará una hoja en la que debe figurar el título del trabajo, un breve resumen del mismo, el nombre del autor o autores, la dirección postal y un teléfono de contacto; así como la titulación académica y el nombre de la institución o empresa a que pertenece. Podrá hacer constar más titulaciones, las publicaciones editadas, los premios y otros méritos en un resumen curricular que no exceda de diez líneas. Los originales habrán de ser i n é d i t o s y referidos a los contenidos propios de esta REVISTA. Su extensión no deberá sobrepasar las 25 hojas escritas por una sola cara, con el mismo número de líneas y convenientemente paginadas. Se presentarán mecanografiados a dos espacios en hojas DIN-A4, dejando margen suficiente para las correcciones. Deben entregarse con los errores mecanográficos corregidos y si es posible grabados en d i s k e t t e,preferentemente con tratamiento de texto Microsoft Word Windows, u otros afines. Las ilustraciones que se incluyan deberán ser de la mejor calidad posible. Si se remiten en disquette o CD-ROM, deberán tener una resolución de 300 p.p.p., como mínimo. Los mapas, gráficos, etc., se presentarán preferentemente en papel vegetal, convenientemente rotulados. Todas irán numeradas y llevarán su correspondiente pie, así como su procedencia. Será responsabilidad del autor obtener los permisos de los propietarios, cuando sea necesario. Se indicará asimismo el lugar aproximado de colocación de cada una. Todas las ilustraciones pasarán a formar parte del archivo de la REVISTA. Advertencias • Evítese el empleo de abreviaturas, cuando sea posible. Las siglas y los acrónimos, siempre con mayúsculas, deberán escribirse en claro la primera vez que se empleen. Las siglas muy conocidas se escribirán sin puntos y en su traducción española (ONU, CIR, ATS, EE.UU., Marina de los EE.UU., etc.). Algunos nombres convertidos por el uso en palabras comunes se escribirán en redonda (Banesto, Astano, etc.). • Se aconseja el empleo de minúsculas para los empleos, cargos, títulos (capitán, gobernador, conde) y con la inicial mayúscula para los organismos relevantes. • Se subrayarán (letra cursiva) los nombres de buques, libros, revistas y palabras y expresiones en idiomas diferentes del español. • Las notas de pie de página se reservarán exclusivamente para datos y referencias relacionados directamente con el texto, cuidando de no mezclarlas con la bibliografía. Se redactarán de forma sintética y se presentarán en hoja aparte con numeración correlativa. • Las citas de libros y revistas se harán así: • APELLIDOS, nombre: Título del libro. Editorial, sede de ésta, año, número de las páginas a que se refiere la cita. • APELLIDOS, nombre: «Título del artículo» el Nombre de la revista, número de serie, sede y año en números romanos. Número del volumen de la revista, en números arábigos, número de la revista, números de las páginas a que se refiere la nota. • La lista bibliográfica deberá presentarse en orden alfabético; en caso de citar varias obras del mismo autor, se seguirá el orden cronológico de aparición, sustituyendo para la segunda y siguientes el nombre del autor por una raya. Cuando la obra sea anónima, se alfabetizará por la primera palabra del título que no sea artículo. Como es habitual, se darán en listas independientes las obras impresas y las manuscritas. • Las citas documentales se harán en el orden siguiente: Archivo, biblioteca o Institución. Sección o fondo. Signatura. Tipología documental. Lugar y fecha.

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