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Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana)
e-aquinas Año 2
Septiembre 2004
ISSN 1695-6362
Este mes... EL ESCAPULARIO DEL CARMEN (Cátedra de Teología del IST) Aula Magna: IGNACIO SEGARRA, El Escapulario del Carmen, signo de consagración a María JUAN ANTONIO MATEO, Fundamento cristológico de la devoción mariana
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Documento: ENRIQUE MARTÍNEZ, Revestíos de las armas de Dios: el Escapulario del Carmen, memorial de las virtudes marianas JUAN PABLO II, Mensaje a la Orden del Carmen
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Publicación: Bibliografía sobre el Escapulario del Carmen
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Noticia: In Memoriam Dr. Ignacio Segarra Bañeres LVI Semana de Estudios Marianos
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Foro: ¿Forman parte esencial de la verdadera devoción a María las prácticas exteriores?
© Copyright 2003-2004 INSTITUTO SANTO TOMÁS (Fundación Balmesiana)
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Ignacio Bañeres, El Escapulario del Carmen, signo de consagración a María
El Escapulario del Carmen, signo de consagración a María1 Ignacio Segarra Bañeres
Creo que es de justicia que en primer lugar agradezca a los dirigentes del Instituto Filosófico de Balmesiana su invitación a pronunciar esta conferencia. Al recibir la invitación impresa y ver que en ella se hace constar que hoy es la fiesta de San Simón Stock, me pareció que también debía felicitarles por el acierto en la elección de la fecha. Pero el Sr. Enrique Martínez, secretario de este Instituto, me ha manifestado que no hubo tal elección, sino que la fecha se eligió sin tener en cuenta, y ni siquiera sin saber, que hoy era la memoria litúrgica del santo que la Virgen se escogió para la entrega de su escapulario. Por ello, no es a la organización a quien felicito sino algún Ángel que está detrás de todo ello. I. Dos vivencias personales Permitidme que empiece mi conferencia con un par de vivencias personales. En agosto de 1999 estaba yo en Londres y el día 15, solemnidad de la Asunción de la Virgen, fui con un par de amigos a Aylesford, el santuario marianocarmelitano donde la Virgen se apareció a San Simón Stock. Este monasteriosantuario fue lugar de devoción y de durante peregrinaciones durante siglos. Enrique VIII, el rey impío lo mandó destrozar, como hizo con todos los demás lugares de devoción a la Virgen y a los santos. Si visitáis la catedral primada de Canterbury, detrás del altar mayor hay siempre ardiendo una llama. Una inscripción puesta allí por los anglicanos recuerda que en aquel lugar estuvo el sepulcro de Santo Tomás Becket, que Enrique VIII mando destruir, quemó las reliquias del cuerpo del mártir y aventó las cenizas. Así que el santuario de Aylesford estuvo durante muchos años en manos de los anglicanos. El 1965 la Orden del Carmen recuperó aquel venerable lugar. El Papa Pablo VI envió un mensaje con motivo de la fiesta de la rededicación y en él decía: “Allí aquellos religiosos y sus sucesores vivieron el espíritu contemplativo de Elías y dieron culto a la Santísima Virgen María, a quien ellos estaban especialmente consagrados”. Y añadía: ”Los Hermanos de la Conferencia pronunciada por el Dr. Ignacio Segarra en la Fundación Balmesiana el 16 de mayo de 2001, festividad de San Simón Stock, con ocasión de la conmemoración de los 750 años de la entrega del Escapulario a la Orden del Carmen. 1
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Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo tienen que seguir siendo un vivo testimonio del espíritu mariano de su Orden, y fomentar, entre otras devociones, la del Escapulario, tan excelsamente encomiado y recomendado por nuestros predecesores”. Allí en Aylesford reposan también las reliquias de San Simón Stock. Este Santo pasó los últimos años de su vida en Burdeos (Francia) y allí fue enterrado. Pero con motivo del 700 aniversario de la Visión y Promesa del Santo Escapulario, el P. General del Carmelo, Killian Lynch, consiguió poder trasladar aquellas reliquias a Inglaterra. Otra vivencia personal viene de los años de mi infancia. Mi familia tenía a su cuidado el altar de la Virgen del Carmen, que es el primero entrando a la derecha en la iglesia de Santa María de Albesa, junto al baptisterio. Todos los años mi madre me pedía que le ayudara a limpiar el altar y embellecerlo con flores para la fiesta del 16 de julio. Venía ese día un P. Carmelita para imponer el Escapulario por la tarde, después del rezo del Santo Rosario – ahora lo podemos imponer todos los sacerdotes- y eran siempre muchos los niños a los cuales les era impuesto. He mencionado la celebración del 700 aniversario de la visión y promesa del Escapulario, celebrado, por tanto, hace cincuenta años a la cual se le dio el nombre de Año Santo del Escapulario. Tanto los Carmelitas Descalzos, o de la Antigua Observancia, como los Calzados, se pusieron de acuerdo para celebrar solemnes actos cultuales y culturales en todo el mundo. Uno de estos actos fue un Congreso Internacional celebrado en Roma. El Papa entonces reinante, Pío XII, envió un mensaje a la Orden del Carmen. Este escrito fue aclamado como el documento más precioso, publicado en todos los tiempos, sobre el objeto de devoción mariana que es el Escapulario. Por eso los autores que escriben sobre el Escapulario llaman a ese documento – Neminem profecto latet, nadie ignora ciertamente-, del 11 de febrero de 1950: “La Carta Magna del Escapulario”. El Papa Pacelli, cordialmente declaraba: “ No sólo por nuestro constante amor a la Gran Madre de Dios, sino por haber pertenecido desde nuestra infancia a la Cofradía del mismo Escapulario, aprobamos con sumo placer esas piadosas iniciativas, deseando parfa ellas abundantísimos favores de Dios”. Pues bien, el 25 de marzo del 2001, el Pontífice actual ha enviado también un Mensaje a la Orden del Carmen con motivo de la dedicación que ésta ha hecho del año 2001, el primer año del nuevo Milenio, como Año Mariano. Juan Pablo II, con una cordialidad no menos entrañable que la de Pío XII, les ha escrito al
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Prior General de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María, Joseph Chalmers, y al Prepósito General de los Hermanos Descalzos de la misma Orden, Camilo Maccise: “También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre celestial común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fieles que la veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la Misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia”. Estos nobles deseos del Santo Padre, estoy seguro que son los deseos mismos de los organizadores de este acto, los de todos los que habéis venido para participar en él, y los míos personales. Del documento de Pío XII que hemos mencionado hace un momento son estas palabras: “que todos reconozcan, por fin, en (el Escapulario) su consagración al Corazón Sacratísimo de la Virgen Inmaculada, por Nos recientemente recomendada”. Y el Papa actual, en su Mensaje, ha recogido precisamente estas palabras de la Carta Magna de Pío XII, al decir: “La intensa vida mariana, que se manifiesta en una oración confiada, en una alabanza entusiasta y en una imitación diligente, lleva a comprender que la forma más auténtica de devoción a la Virgen Santísima, expresada mediante el humilde signo del Escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado”. “El Escapulario del Carmen, signo, por tanto, de la consagración a María”; ése es precisamente el título de esta charla.
II. Un poco de historia La nota histórica que introduce la fiesta de la Virgen del Carmen el 16 de julio en el libro de la Liturgia de las Horas, hace esta presentación de la Orden del Carmelo: “ Las Sagradas Escrituras celebran la belleza del (monte) Carmelo, donde Elías profeta defendía la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo. En el siglo XII se reunieron algunos eremitas en el mismo Monte, dando origen a una Orden de vida contemplativa, bajo el Patrocinio de Santa María, Madre de Dios”. Efectivamente, a finales del siglo XII un puñado de cruzados se reorganizan en el Monte Carmelo y en los inicios del siglo XIII reciben la Regla de San Alberto de Jerusalén. Por una Guía de Peregrinos, escrita entre 1220-29, sabemos: “Más allá de la abadía de Santa Margarita, a la misma parte occidental de la Montaña, hay un lugar muy bello y delicioso, en donde habitan los ermitaños latinos que se llaman Hermanos del Carmelo. En él han construido una pequeña iglesia a
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Nuestra Señora”. Éste es pues el origen de la Orden y de la devoción a la Virgen del Carmen. Muchos son los historiadores que han estudiado el tema del origen histórico del Escapulario. No todos, sin embargo, llegaron a las mismas conclusiones. El más serio y profundo ha sido, sin duda, el célebre teólogo P. Bartolomé F. Mª. Xiberta, carmelita y consultor del Concilio Vaticano II, que falleció en 1967 en Terrassa y cuyo proceso de canonización está en curso en la archidiócesis de Barcelona. El P. Xiberta encontró documentos que nos acercan hasta medio siglo de la fecha de 1251, la fecha tradicionalmente asignada a la aparición de la Santísima Virgen a San Simón Stock y, por tanto, de la promesa del santo Escapulario. El que es uno de los más famosos mariólogos de nuestro tiempo, el P. Gabriel M. Roschini, autor de la obra en dos tomos “La Madre de Dios según la fe y la teología”, ha dicho de las investigaciones del P. Xiberta : “Es una monografía en verdad impresionante, digna de grandes y sinceros elogios. No puede pedirse un trabajo más orgánico, más ordenado, más completo, más al día que éste, sobre el interesantísimo tema”. En resumen, los datos sobre San Simón Stock y el Escapulario don éstos: Simón Stock, inglés, sexto Padre General de la Orden, suplicaba todos los días a la gloriosa Virgen María que diera alguna muestra de protección a la Orden. Eran unos momentos delicados para ésta, pues, expulsados de Palestina, se estaban expansionando en diversos países de Europa. Además, la transformación jurídica de la Orden, de eremítica a mendicante – al lado de los franciscanos y dominicos- no era aceptada por muchos. La oración favorita que San Simón compuso y recitaba era la Flos Carmeli : “Flor del Carmelo / Vid florida / esplendor del cielo / Virgen fecunda / y singular / Oh Madre dulce / de varón no conocida / a los Carmelitas / da privilegios, / estrella del mar”. “Se le apareció la Bienaventurada Virgen María – dice textualmente la antigua narración del s. XIV- acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: “ Éste será privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él, no padecerá el fuego eterno; es decir, el que con él muriere, se salvará.” Desde mediados del s. XIII hasta fines del s. XV la naciente devoción al Escapulario- una parte del hábito, una tira ancha de paño con un agujero en el centro para pasar por él la cabeza- se vivió en el seno de la orden. Pero pronto los carmelitas “agregan a su orden” compartiendo con ellos su espiritualidad y privilegios, a los laicos que recibían el Escapulario y que, por el hecho de la imposición, entraban a formar parte de la Cofradía seglar del Carmen. Así, la
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familia carmelitana, ya casi nada más de nacer, estuvo formada por religiosos varones; y religiosas más o menos ligadas a la orden – hoy existen dos ramas de monjas contemplativas: las calzadas y las descalzas y más de setenta congregaciones femeninas, agregadas a las dos ramas masculinas. Hay, además, los seglares carmelitas, que son los Terciarios carmelitas y los mencionados cofrades. Durante la falsa reforma protestante, especialmente durante todo el s. XVI, de tal manera creció y se propagó la devoción al Escapulario que se pudo decir que fue la devoción más excelente del catolicismo que, en unión con el Rosario, se opuso al espíritu antimariano, individualista y antieclesiástico del protestantismo. Lógicamente este espíritu, que negaba la intercesión y mediación de la Virgen, cuando penetró en el seno de la Iglesia a través de los jansenistas, motivó una viva controversia contra el Escapulario. Pero también, indirectamente, sirvió para motivar a los teólogos fieles a la doctrina tradicional, a que estudiasen a fondo el privilegio del Escapulario y su doctrina fundamental. Los enemigos que lo atacaban decían que el uso del Escapulario favorecía una fe facilona, milagrera y aún supersticiosa. En nuestros días, el capítulo octavo de la Constitución Dogmática de la Iglesia, Lumen gentium, del Concilio Vaticano II, que es todo un tratado de Mariología, dice en el n. 67: ”Estímense las prácticas y ejercicios de devoción a Ella, que han sido recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio”. No dice más, no especifica cuáles sean estas prácticas. Pero en el Congreso Mariológico mundial, el primero que se celebró después del Concilio Vaticano II, en Santo Domingo en 1965, el Papa Pablo VI precisó que: “entre estas devociones recomendadas, se han de contar el Rosario mariano y el uso devoto del Escapulario del Carmen”. Pienso que el cielo mismo fue quien preparó estas orientaciones del Magisterio y así, en las dos grandes apariciones de la Virgen se han mezclado por cierto estas dos grandes devociones: el Rosario y el Escapulario del Carmen. En Lourdes Bernadeta vio a la Santísima Virgen “más hermosa que nunca” el día de la Virgen del Carmen”, y, en la última aparición de Fátima, los pastorcillos vieron a la Virgen llevando el Escapulario. Hoy en Escapulario es una devoción universal y, por eso, Juan Pablo II ha podido decir a los Superiores generales carmelitas: “El rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, mediante la difusión del santo escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia”. Por eso, por mucho que los Carmelitas insistan acerca del Escapulario como algo propio suyo, que lo es, no deben olvidar que ya es patrimonio de todo el Pueblo de Dios.
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III. El Escapulario, signo de la consagración interior a María ¿Qué es exactamente el Escapulario? En sentido material es una de las piezas del hábito religioso. Pero, en sentido formal, es un signo externo de devoción mariana, sobre todo de dedicación o consagración que uno hace de sí mismo a María y de la esperanza en su protección maternal. Este signo externo es el pequeño escapulario de paño de lana, marrón o negro, por todos conocido; un hábito o vestido que se halla reducido a su mínima expresión. Concretamente, la imposición y el uso del Escapulario es un sacramental. Es decir, un signo sagrado según el modelo de los sacramentos, por medio del cual se significan afectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia y según las disposiciones interiores. Lo propio de un signo, algo sensible, es significar una realidad invisible. Lo invisible del Escapulario es la devoción a la Madre de Dios. Ésta, como toda devoción, para que sea auténtica, debe conformarse a la definición de Santo Tomás: “ Una sincera voluntad para seguir todo lo que conduce a la gloria de Dios y a su agrado”. Sincera voluntad, disposición pronta... La devoción reside, por tanto, en la voluntad. Lo externo: palabras, gestos, ejercicios devotos, medallas, imágenes, hábitos, etc. valen en tanto en cuanto son manifestación externa de una voluntad sincera de servir a Dios, en este caso por María y en María. Por eso, la devoción a la Virgen que exhibimos por el Escapulario debe ser: a) Interior: un sentido de amor y confianza en Ella como madre nuestra. Debe ser como un aldabonazo de fe que nos recuerde que somos hijos de Dios. b) Tierna: como la actitud del niño pequeño hacia su madre. ¡Ojalá que cuando nos entreguemos al sueño, o cuando nos quitamos o ponemos el Escapulario lo besemos con ternura! c) Constante: no es una devoción para ciertos días sólo, sino permanente. La permanencia del signo o símbolo, que se lleva alrededor del cuello de noche y de día, enseña la constancia en la vida mariana y en el abandono en su protección. Es como la alianza que llevan puesta siempre los esposos. No sólo son las alianzas una señal, sino que estimulan constantemente la fidelidad y ayudan a vencer las tentaciones que se presenten contra ella en la vida ordinaria.
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d) Desinteresada: los hombres, cuando nos aferramos a los bienes materiales con facilidad descuidamos los eternos. Abandonados a la protección de la Virgen, los devotos del Escapulario no confían más que en la protección de Dios, que se hace sentir especialmente cuando uno se acerca a Él por el camino más corto y seguro: María. San Luis Grignion de Monfort, en su Tratado sobre la verdadera devoción a la Virgen, nos explica como toda consagración auténtica se dirige siempre a Dios. La consagración a María no es más que un medio, un camino, una forma de pedirle a Ella que nos ofrezca a su Hijo ya que, viniendo esta ofrenda a través de su Madre, Él la acogerá con mayor complacencia. ¡Bien! El uso del Escapulario decimos que debe ser desinteresado. Pero ¿no parece que para muchos, pecadores habituales, el Escapulario es una especie de objeto mágico que ofrece barata la salvación? Sí, podría ser así... pero, de hecho, aún esos pecadores dan a María un cierto culto que es bueno: invocan a la Virgen, vencen el respeto humano ante un mundo paganizado, y lo hacen, no con presunción para permanecer impunes en el pecado, sino como tabla de salvación: conscientes de su debilidad e impotencia, pero confiando en el poder intercesor de Santa María. Ella, no cabe duda, se servirá de esto para irlos atrayendo hacia su Hijo. No en vano el Señor le dijo un día a Santa Catalina de Siena: “ Mi Madre es manjar dulcísimo con el que traigo a los pecadores”. ¡Llevemos el Escapulario! ¡Difundámoslo entre la gente, sabiendo explicar que su imposición y su uso piadoso – el que libra de la condenación eterna- requiere una disposición, aunque sea mínima, de abandonarse a la protección maternal de la Madre de Dios, la que Cristo nos dio por Madre nuestra desde el árbol de la Cruz.
IV. El uso de la medalla -escapulario San Pío X, que predicó muchas veces sobre el Escapulario del Carmen, el 16 de diciembre del 1910, a petición de un obispo misionero en África, y para que se extendiera más y más la devoción al Escapulario, vestido de María, concedió que se pudiera cambiar por la medalla-escapulario – una medalla que tenga, por un lado, el Sagrado Corazón de Jesús, y, por el otro lado, una representación de la Virgen; no tiene porque ser la del Carmen- con los mismos privilegios que el Escapulario de lana. Pero el Pontífice añadió: “Deseo vehementemente que los fieles continúen llevando el Escapulario de paño”. Un famoso predicador Paúl, en una audiencia con el Papa Sarto, recibió esta confidencia del Papa Santo: “Yo lo llevo siempre – y desabrochándose la mostró p. 8
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el escapulario de paño-. No te lo quites nunca. Yo concedí la medallaescapulario para los negritos de África sin pensar nunca que se extendiera a Europa y América”. Bien, el Papa es el Papa, pero el Espíritu Santo, que dirige la piedad del Pueblo de Dios, corre más que los Papas y que toda la Iglesia institucional. Y lo cierto es que el uso de la medalla se ha hecho casi general. Yo pienso que esto responde a una manifestación creciente de la Misericordia divina que cada vez es más condescendiente con sus hijos, los hombres. Por tanto, no tengáis ningún escrúpulo en usar la medalla..., si bien es bueno, que si lo preferís, llevéis el escapulario de paño. Es verdad que el símbolo de ser un hábito es más claro en el escapulario de paño y, por eso, el acto de la imposición debe hacerse siempre con un escapulario de lana marrón o negra. Sin embargo, la medalla no deja de tener su simbolismo y de ser también el signo de la consagración a María. En la Roma pagana, los esclavos llevaban una cadena metálica al cuello. En ella constaba el nombre del dueño de dicho esclavo. El que lleva el Escapulario - medalla o paño-, está proclamando ser siervo de María, de estar a su servicio, de ser totus tuus, todo tuyo. He dicho.
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Juan Antonio Mateo, Fundamento cristológico de la devoción mariana
Fundamento cristológico de la devoción mariana1 Juan Antonio Mateo Instituto de Teología Espiritual de Barcelona
De la perspectiva cristológica y eclesiológica a la trinitaria Como observaba en mi ponencia en el Congreso Mariano y mariológico internacional celebrado en Roma el pasado año jubilar sobre los aspectos trinitarios en la mariología posconciliar española, algunos planteamientos teológicos inadecuados han imposibilitado durante mucho tiempo la elaboración de una mariología en clave trinitaria, consideración fundamental para hacer avanzar hoy la mariología y superar algunos problemas de la misma. Dado que el Dr. Gironés ha dedicado su conferencia a la fundamentación trinitaria de la mariología, no insisto en este aspecto y me remito a mi trabajo2. La devoción La devoción, en sentido teológico, puede ser definida como el acto de la voluntad que se entrega con fervor al servicio divino. El objeto hacia el cual tiende la devoción es el culto divino interior y exterior. El fervor consiste primaria y principalmente en la firme determinación de la voluntad de permanecer fielmente entregada al servicio divino (devoción sustancial). Es el fundamento de toda práctica devota y la causa de todo mérito interior. Sin este fundamento, la devoción sensible, carece de sentido (de modo análogo a la relación que hay entre penitencia interior y exterior).La devoción substancial asegura la práctica habitual sean cuales sean las vicisitudes del alma. Este fervor de la devoción supone en la voluntad la caridad, la religión y la piedad, y en la inteligencia una fe suficientemente clara y activa. El amor a Dios es la fuente primera y principal de donde brota el amor del servicio divino, mientras que la virtud de la religión dicta a la voluntad amante los actos religiosos en que se
Conferencia pronunciada por el Dr. Juan Antonio Mateo el 25 de septiembre de 2001 con ocasión de la inauguración del Centro Mariano de Valencia. 2 Juan Antonio MATEO GARCÍA, “Aspectos trinitarios en la mariología posconciliar española”, Estudios Marianos 67 (2001) 187-208. 1
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entrega. La religión es asimismo ayudada en su función por el don complementario de la piedad que nos inclina a servir a Dios, considerado como Padre, realizando de manera más perfecta nuestras obligaciones para con Él. Los actos de la voluntad que suponen la devoción, la piedad, la religión y la caridad deben fundarse en primer lugar sobre una fe suficientemente clara y activa. No hay amor sin conocimiento y sería desnaturalizar la devoción identificarla con una exuberancia de sentimiento religioso más o menos instintivo. Santo Tomás observa que la perfección del conocimiento y de la ciencia, lejos de disminuir la devoción, la aumenta, haciendo que no se complazca en ella misma sino en el sometimiento humilde a Dios. El fervor de la devoción puede ser una disposición habitual, constantemente existente en la práctica de los actos de culto divino. Alimentada por una generosa y constante caridad y fortificada por los dones del Espíritu Santo (particularmente por el don de piedad y por los dones de inteligencia, de ciencia y de sabiduría), esta disposición habitual es aún potentemente ayudada por una incesante práctica de los mismo deberes generalmente realizados. Para ser perfecta (así lo estima San Francisco de Sales y muchos autores ascéticos) esta devoción habitual debe tender no sólo a los actos religiosos mandados por algún precepto divino o eclesiástico, sino también a lo que es recomendado como más agradable a Dios. El principal medio para adquirir, conservar y desarrollar la devoción es , según enseña Santo Tomás, la meditación y contemplación consistente en la consideración de toda verdad divina y cuya finalidad principal es excitar y aumentar la caridad. Debe ser acompañada y precedida por la práctica del recogimiento interior y de la mortificación o moderación constante de las pasiones aptas a atormentar o distraer el alma. Debe apoyarse constantemente sobre la oración, fuente habitual de luz para el alma, y recurrir a otros medios providenciales para la comunicación de la verdad divina, como son la recepción de enseñanza de otros, las lecturas piadosas y la reflexión personal. La contemplación no ha de tender únicamente al conocimiento intelectual (por loable que sea) sino a la caridad verdaderamente efectiva con todos los sacrificios que exige de nosotros3 . El pueblo devoto acude a María El pueblo devoto acude a María y vive “marialmente” la fe cristiana. Se invoca a la Madre de Jesús como Madre Santa de Dios y se confía en su intercesión a lo 3
E. Dublanchy, DThC, VII, 680-685.
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largo de toda la vida. La piedad del pueblo no duda en recurrir a la protección de María y presentarle sus preces en las necesidades. Se implora de la Reina Madre de Misericordia que nos muestre a Jesús fruto bendito de su vientre y en las vicisitudes de la vida, en el combate y fragor de la misma, María es la estrella del mar. Aquel que visita un santuario mariano con espíritu observador se da cuenta que allí florece con espectacular intensidad la vida cristiana: vida de oración y de profunda vivencia eucarística, vida de penitencia y conversión, vida de activa caridad. En el jardín de María se complace la Trinidad Santísima y la vida cristiana fluye abundante. Probablemente, los milagros más grandes que se realizan en los santuarios de María son las conversiones interiores de tantas personas que vuelven a Cristo y a la vida Cristiana “per Mariam”. Esta constatación práctica es una verificación de la dimensión mariana de toda vida cristiana que ya encontramos en el testimonio evangélico según el cual María nos conduce siempre a Cristo y nos es dada por Cristo con esta finalidad para que ejerza hasta la consumación de los siglos el misterio de su fecunda maternidad. En la fe constante del pueblo humilde de Dios siempre se ha vivido y intuido esta dimensión mariana de la vida cristiana, dimensión que se concreta en el culto y devoción a María. Como ha dicho algún autor en espiritual y acertada expresión “a Cristo siempre se va y se vuelve por María” o “ad Iesum per Mariam”. Esta constatación práxica nos lleva a plantear un tema delicado e importante: la especificidad y legitimidad del culto mariano. Tradicionalmente se ha distinguido a María (hiperdulía o especial tributamos a los santos (dulia). A afortunada y suficiente para dar denominar culto maternal.
el culto a Dios (culto de adoración) del culto veneración –esclavitud) y del culto que mi parecer, la expresión hiper-dulia es poco cuenta del culto a María que deberíamos
Efectivamente, la partícula “hiper” no dice una cualidad substancial respecto el contenido que precede, “dulia”. En este caso la diferencia del culto a María respecto de cualquier santo sería de “un poco mas”, de grado pero no de diferencia esencial. Y así, uno podría ser devoto de María como otro lo pueda ser de Santa Rita, por ejemplo. Esto no es aceptable y no se corresponde con la realidad. El CEC recogiendo la doctrina de la fe dice a propósito del culto mariano: “Todas las generaciones me llamaran bienaventurada (Lc 1, 48). La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano (MC 56). La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto p. 12
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especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de Madre de Dios, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades… este culto.. aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente (LG66); encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios y en la oración mariana, como el Santo Rosario, síntesis de todo el evangelio (MC 42)”. Es evidente, como dice LG 62, que “ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor” y de hecho la sensatez en la fe del pueblo de Dios nunca ha hecho de María una diosa. Pero hay que insistir que el culto y devoción a María sólo se justifican por lo que María es en sí y para nosotros en el designio de Dios. La misma LG reconoce que la maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia –dispensación de la gracia- desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos –prosigue Vaticano II- no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna… Por esos, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Y, añadimos nosotros, puede ser invocada como tal porque así es María. Veremos estos aspectos más adelante. Por ahora quede claro que la devoción y el culto a María es afirmada por la Iglesia como un culto que forma parte esencial del culto cristiano, por tanto obligatorio. Esto no se dice de ningún santo en particular ni del conjunto mismo de los santos de los cuales María es Reina. Puesto que la religión cristiana es fundamentalmente un conjunto de relaciones interpersonales (no de ritos mágicos), el culto cristiano depende de la capacidad de invocación que reside en el sujeto objeto de tal culto y esto, a su vez, depende de que tal sujeto pertenezca a la gloria divina y de su distinción como tal sujeto personal. No hay duda de que María pertenece totalmente (en cuerpo y alma) a la gloria divina pero hay que aclarar que también se distinga como sujeto invocable no sólo identificada con el término Cristo (mediador a su vez del Padre) sino considerada como separada o instancia intermedia (intercesora para con Cristo). Sólo así se justifica la invocación discreta de María (y de los santos). Y esto tiene su justificación teológica en los designios mismos de Dios en función de nuestra dificultad para recibir y asimilar a Cristo sin la ayuda de quien es modelo supremo de recepción y asimilación. Hay que mantener también que la peculiaridad del culto mariano debe fundamentarse en el hecho de que María, por sí sola (Pablo VI dijo bellamente en la Marialis Cultus “ (Pater) dilexit eam propter se, dilexit eam propter nos; dedit eam sibi, dedit eam nobis-56”) es en la gloria una realidad personal asimilada por Cristo en un
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orden primordial que viene a ser compendio y fuente de la consiguiente asimilación de cada uno de nosotros. En esta perspectiva quiero recordar un apartado del CEC que ilumina estas consideraciones: “Jesús es el Hujo único de María, pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales el vino a salvar, y, citando LG 63, -dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos, es decir, creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre”. De momento esto es suficiente para ver la verdadera perspectiva del culto mariano y la necesidad del mismo, tanto que “nemo cristianus, nisi marianus”). Probablemente la ponencia del profesor Mateo-Seco pondrá en evidencia la fundamentación eclesiológica del culto mariano al presentar sus primeras expresiones en la tradición cristiana. El fundamento cristológico de la devoción mariana La perspectiva trinitaria magistralmente expuesta por el profesor Gironés pone de manifiesto que María en relación con el Padre es fundamentalmente esposa del Padre y respecto al Hijo, Madre del Hijo (sobretodo, en un primer momento) en la economía de la salvación. Voy a considerar ahora la maternidad divina de María como uno de los elementos esenciales de la fundamentación cristológica de la devoción mariana. Creemos elocuente recordar algunos acontecimientos históricos y doctrinales que condujeron a la definición del título “theotokos” –madre de Dios- aplicado a María. La controversia nestoriana muestra el trasfondo cristológico de la discusión de este título aplicado a María. Nestorio, patriarca de Constantinopla, intentaba resolver un problema cristológico antes que mariológico. Reconocía a Cristo una humanidad completa y resaltaba la dualidad en aquel que es verdadero Dios y verdadero hombre pero tendía a admitir dos sujetos personales: una “persona” divina y otra “persona” humana que se encontraban en una personalidad de unión. Hay que tener en cuenta que el concepto de “persona” no tenía entonces el sentido más preciso que tendrá posteriormente, por ejemplo, en el concilio de Calcedonia. Por esta dualidad, Nestorio no aceptaba la afirmación según la cual el Verbo había nacido de la Virgen y consideraba que ésta era sólo madre del hombre Jesús pero no del Hijo de Dios. El rechazo del título theotokos (que formaba ya parte del culto, tradición y devoción del pueblo) más las consideraciones sobre la dualidad de sujetos personales en Cristo, levantó una ola de protestas contra Nestorio y suscitó la reacción encendida de San Cirilo de Alejandría. Es una muestra de cómo el dogma mariano suele ir precedido por la devoción del pueblo fiel y de su correcto sensus fidei.
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Creemos que el error más grave de Nestorio fue, no tanto su imprecisión conceptual por falta de conceptos adecuados, cuanto su rechazo de la devoción del pueblo fiel a María, pueblo que Nestorio no duda en llamar “mal iluminado en materia de fe porque no ha sido instruido como se debía…”. Vemos aquí también un orgullo malsano en el desprecio de sus predecesores. Si Nestorio hubiera intentado elaborar una explicación doctrinal a partir de la devoción a María posiblemente no se hubiera extraviado en la fe y hubiera ahorrado muchos disgustos y sinsabores a la comunidad cristiana. Desgraciadamente siguió el camino contrario, rechazó el uso de la expresión “theotokos” y prefirió su modo personal de concebir a Cristo. Detrás de la mayoría de herejías hay una inmensa dosis de orgullo y soberbia personal. La tradición que llamaba a María Madre de Dios, como saben, era muy antigua. Parece ser que provenga de Egipto, en el siglo III. Un antiguo papiro de la época nos ha dado a conocer el texto de la más antigua oración dirigida a Maria: “Sub tuum praesidium confugimus Sancta Dei Genitrix. Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis líberanos semper, Virgo gloriosa atque benedicta”. Es cierto que en el Nuevo Testamento no se encuentra la expresión “Madre de Dios” como tal pero encontramos dos claras afirmaciones que legitiman plenamente el uso de tal expresión para María. Por una parte se nos dice que María es Madre de Jesús y por otra se nos revela la divinidad de Jesucristo, su condición de Hijo único del Padre. El Concilio de Éfeso consagró oficialmente este título a partir de la consideración de la unidad de persona en Jesucristo, tema fundamental que se definirá de manera solemne y definitiva en Calcedonia. La controversia Nestoriana queda relegada al pasado, pero la definición de Éfeso conserva toda su actualidad, como la de los primeros grandes concilios desde Nicea hasta Calcedonia. La tendencia doctrinal que condujo a Nestorio hacia el error siempre está agazapada y no deja de irrumpir a menudo. Cada vez que se subraya la dualidad en Cristo hasta el punto de admitir en él un cierto equivalente de persona humana, el error Nestoriano reaparece. De hecho, algunas cristologías elaboradas en los años 70-80 manifiestan errores que amenazan el título de Madre de Dios. Todos los intentos doctrinales que atribuyen a Cristo una persona humana y no conciben la persona de Cristo como la única persona divina del Verbo encarnado sino como un hombre íntimamente unido a Dios, eliminan en María su maternidad divina y le niegan el título de Madre de Dios. Si Jesús no es personalmente Dios, María no puede
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llamarse madre de Dios, pues la relación materno filial es una relación interpersonal que termina siempre en la persona. Esto nos hace ver que la fundamentación de la devoción mariana implica una sólida fundamentación cristológico y trinitaria. Si no queda claro quien es Jesucristo menos entenderemos la maternidad divina de María. La correlación entre una perfecta ortodoxia cristológica y una correcta doctrina mariológica (y consecuentemente) una auténtica devoción a María es imprescindible. Como afirma oportunamente el CEC: “Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina su vez la fe en Cristo”. La mariología es piedra de toque de la cristología y de toda la teología. Dado que algunas controversias recientes en cristología han afectado a los mismos fundamentos de la fe, creemos que hay que partir de una confesión de fe clara y precisa a la hora de elaborar la reflexión teológica sobre Cristo y María. Un punto de referencia solemne e importante en el Magisterio contemporáneo de la Iglesia lo encontramos en la solemne profesión de fe que pronunció el papa Pablo VI en la conclusión del año de la fe. Consideramos interesantísimo presentar y poner en relación lo que profesó el Santo Padre sobre Cristo y María en una profesión de fe que conserva toda su vigencia, actualidad y oportunidad. Sobre Jesucristo: “Creemos en nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él es el Verbo eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial al Padre… por quien han sido hechas todas las cosas… y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de María la Virgen, y se hizo hombre: igual, por tanto, al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad, completamente uno, no por confusión (que no puede hacerse) sino por la unidad de persona”. Y sobre María se afirma: “Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y salvador nuestro, Jesucristo…”. Estos postulados parece que deberían ser evidentes para todos, sin embargo muchas de las cristologías contemporáneas no los tienen en cuenta, imposibilitando una reflexión sobre María y cortando de raíz toda seria devoción mariana. Si ir más lejos, la cristología española más reeditada, leída y vendida en nuestro país y varios países de Hispanoamérica presenta una
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confusa identidad de la persona de Jesucristo y María 4.
omite la consideración a
La doctrina de la fe nos enseña que María forma parte del misterio de Cristo. La misma profesión de fe de Pablo VI nos dice que Ella está ligada por un vínculo estrecho e indisoluble al misterio de la encarnación y de la redención. Esta afirmación tiene importantes consecuencias para la fundamentación de la devoción a María. De aquí sacaremos más adelante la fundamentación o condición de posibilidad de la devoción mariana como relación con María por su singular participación a la obra de la salvación. La crisis de fe a la que se refería Pablo VI, no ha cesado, más bien se ha agravado y extendido en mayor parte del pueblo de Dios. Por esto hay que repetir y dejar claros los axiomas fundamentales de la fe y no dar nada por supuesto. Las afirmaciones de Pablo VI sobre Cristo y María que hemos citado ( y que recapitulan todo el Magisterio anterior) nos hacen ver una vez más el correcto sentido de la Maternidad divina de María y de la expresión “Madre de Dios” aplicada a la misma. Hablando con propiedad y rigor, afirma Domiciano Fernández, no deberíamos decir “María es Madre de Dios” sino “María es madre del Verbo encarnado o madre del hijo de Dios hecho hombre” 5. No se ha encarnado el Padre ni el Espíritu Santo, sino únicamente el Hijo. La acción generativa de María tiene como término personal al mismo Hijo de Dios preexistente y eterno. Galot afirma que tal como ha sido usado en el culto y en la doctrina, el título de Madre de Dios nunca ha sido ambiguo. Siempre se ha entendido en el sentido que María es Madre de Dios Hijo según la generación humana. También se ha utilizado como un elemento necesario para indicar la verdadera dimensión de la maternidad de María. El título “theotokos” nos hace ver que el Hijo de Dios Ya en los lejanos años 1974, el profesor Gironés, en una recensión a esta obra decía con gran perspicacia: “…la celebración del pacto humano-divino en Cristo, exige reconocer en él dos herencias que quedan bien claras en la Biblia y en los padres, pero no en este autor: se trata de la preexistencia del Hijo enviado desde lo divino u la maternidad israelita de su parte humana, que conecta en la Encarnación por el Espíritu Santo. ¿Por qué este autor no dice una sola palabra de la mariología? Tal vez por aprensión, es decir, porque no le gusta el tema. Pero el “natus ex Maria Virgine” (“ex substantia Matris”) no por esos podrá separarse en la fe cristiana del complejo, misterioso y salvífico acontecimiento de la Encarnación”. 5 Cf. Domiciano FERNÁNDEZ, María en la historia de la salvación, 244 ss. 4
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ha querido hacerse hombre teniendo una madre y llegar a ser realmente el hijo de esta madre. Esto supone la superación de otro vetusto principio pseudoteológico según el cual no es posible una relación real entre las criaturas y Dios. Hay que ver ahora las condiciones de posibilidad de la maternidad divina de María y su dimensión soteriológica quoad nos. La elección de Dios y la fe y el consentimiento de María con todas sus consecuencias (para Ella y para todos). Consideraciones soteriológicas sobre la maternidad divina de María Hemos recogido anteriormente la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica según la cual lo que la fe cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo (y, lógicamente de la Trinidad) pero también hay que decir con la misma verdad que lo que la Iglesia cree acerca de María lo cree también respecto la totalidad de la Iglesia y de la misma humanidad. Todo lo que Dios ha hecho en María (con su plena colaboración y consentimiento) está ordenado a la salvación de todos los hombres (propter nos homines et propter nostram salutem) y toda la salvación de Dios se halla realizada en plenitud y contenida en María. Como bien obervan diversos mariólogos ( y entre ellos el profesor Gironés), la singularización excesiva y exclusiva de María en el orden de la gracia (mariología de los privilegios), lejos de favorecer la consideración teológica sobre María la ha disminuido, pues ha producido una cierta alergia o rechazo a lo que sería una mariología de raras curiosidades sin transcendencia para nuestra salvación. Cabría decir que algo semejante ocurrió con el tratado de Trinidad que al ser considerada una cosa tan complicada y misteriosa en el seno de Dios sin tener en cuenta las repercusiones en la historia salutis, paso a ser un objeto de curiosidad más que un misterio de fe vivo y operante. Así, Rahner decía irónicamente que si a muchos cristianos les dijeran de repente que eso de la Trinidad no era cierto, no les supondría un gran desbarajuste en su vivencia de la fe. El profesor Gironés opina –si interpreto correctamente su pensamiento- que este aislamiento privilegiado de la mariología ha producido, de rechazo, el desinterés total por la teología mariana en tantos teólogos católicos y, particularmente, protestantes. Yo añadiría también que esto ha producido un desprecio hacia la devoción mariana considerándola como un añadido superfluo a la práctica de la fe o bien ha llevado a una devoción y piedad donde prima la exaltación del sentimiento sobre la formación y fundamentación de la fe. También añadiría que parte del rechazo (y no precisamente parte despreciable) proviene de la alergia congénita del protestantismo a aceptar cualquier colaboración o mediación de la criatura con Dios. Muchos autores católicos infectados de protestantismo padecen los mismos defectos. Jean Guitton explica cómo Pablo VI le confiaba su preocupación por la penetración de una mentalidad de talante protestante en el p. 18
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interior de la Iglesia católica y le decía que aunque tal mentalidad llegara a ser dominante nunca representaría la identidad de la fe católica. Volviendo a lo que decíamos, hay que mantener que todo lo que se dice primordialmente de María se dice también del resto de los hombres puesto que si no fuera así ella nada tendría que ver con nosotros. Esto se ve claro en el dogma de la asunción donde se presenta nítidamente el concepto de anticipación y la consagración de María a la dispensación de la obra de la redención a favor nuestro. Por lo que respecta a la consideración de María en el orden de la Encarnación (a la que se halla indisolublemente unida como afirmaba la solemne profesión de fe de Pablo VI) hay que considerar el influjo directo e inmediato de la fe y consentimiento de María para la realización de dicho misterio. Esto nos hará ver el sentido que tiene para la historia salvífica global el hecho de que María sea Madre del Hijo de Dios. La maternidad divina es la misma encarnación del Verbo considerada desde el término humano que la recibe. María no recibe al Hijo de Dios como un depósito inerte o pasivo sino que es verdadera causa, ciertamente “segunda” o “subordinada” del Misterio de la Encarnación. Recibe a Cristo “poniéndolo”. Esto implica y supone que Dios se ha servido de una causa humana para constituir al Encarnado y hay que insistir en que esta “causalidad subordinada” se halla en la raíz de toda cooperación humana en el orden sacramental. Si la fe y el consentimiento de María que suponen la libre y eterna elección del Padre no son reales y verdaderas, no habría alianza, pacto, encuentro entre Dios y el hombre. La acción unitiva del Verbo recae directamente sobre el ser dinámico de María elevado sobrenaturalmente en orden a producir su propia encarnación Dios hace a su Hijo, pero la hace de una mujer (Gal 4, 4). Dios por una parte completa el ser de María en el orden generativo natural, pero por otra parte, con una sola y misma acción, lo eleva y convierte en instrumento sobrenatural para que se pueda orientar a engendrar humanamente un ser divino: el Hijo de Dios humanado6. Es el Verbo que se hace hombre, no un hombre que deviene Dios7. En el misterio de la Encarnación, la concepción activa de María hay que atribuirla originariamente al Padre, por el Hijo y por el Espíritu y no al Espíritu Santo. El Padre quiere enviar, el Hijo viene transmitiendo su identidad y lo hace por obra del Espíritu Santo que termina y eleva su humanidad. Si el Espíritu fuera principio de la generación de la que el Verbo es término, entonces el Verbo dependería del Espíritu, sería su “hijo”, lo cual se opone a la doctrina trinitaria. Además, la Unión Hipostática (la transmisión de identidad) que se atribuye al Verbo, sería causalmente posterior a esa acción del Espíritu que produce la concepción de la Madre, con lo cual se rompería de 6
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Esta causalidad de María en orden de la salvación queda también recogida en las siguientes palabras de LG 56 que son citadas en el CIC: “El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida”. María con Cristo en el designio de Dios En las jornadas de estudio de la Sociedad Mariológica Española, celebradas en Torreciudad el año 1999, el profesor Gironés presentó una ponencia que, con el título de “Fundamento Trinitario para la nueva síntesis Mariana”, me impresionó fuertemente por su alto contenido especulativo y por las posibilidades que ofrecía para una más madura comprensión de la mariología 8. De esta ponencia voy a extraer varios elementos que considero decisivos para la fundamentación cristológica de la devoción Mariana y, respetando su forma, muchos de ellos los expondré con el mismo lenguaje del autor. De los muchos mariólogos que he estudiado no conozco ninguno que presente una síntesis tan elaborada de la mariología en la perspectiva cristológica y trinitaria.
nuevo la identidad entre Encarnación y Maternidad. Tal acción del Espíritu (no siendo otra cosa que la misma instrumentalidad del Padre que envía y del Hijo asumente) no imprimiría en el ser de María una tendencia directa a la persona del Verbo, sino un simple milagro de partenogénesis, y por tanto no le otorgaría la Maternidad sobre el Hijo naciente del Padre en el mundo. Scheeben alude a una antigua y olvidada tradición según la cual hay que atribuir más principalmente al Verbo y no al Espíritu Santo la Encarnación y la concepción virginal de María. 7 Esto no significa observa también el profesor Gironés que Cristo sea fruto de un matrimonio mixto, lo cual sería una aberración y un tremendo monofisismo. Cristo es hijo de un principio completo en el orden natural y a la vez en el sobrenatural. Es un misterio. Si entendemos la encarnación como la asunción de la naturaleza humana por parte del Verbo, no podemos dudar que tenga por resultado la Unión Hipostática. Como tal resultado, la unión hipostática queda fuera del ser de María, pero la acción encarnante implica de tal manera a la Madre que es su carne y su voluntad las que directamente son tomadas por el Verbo ( y a través de ellas son tomadas la carne y la voluntad de toda la naturaleza humana). Y creo que es en este sentido y perspectiva que hay que comprender aquella conocida frase del Vaticano II según la cual, Cristo, por su encarnación, se unió de alguna manera con todos los hombres. Esto sólo es posible si damos todo su valor a la fe y consentimiento de María en orden a producir la encarnación que es, y esto queda fuera de toda duda, soteriológica, portadora de salvación en sí misma. 8 Cf. Gonzalo GIRONÉS GUILLEM, “Fundamento trinitario para la nueva síntesis mariana”, Estudios Marianos 66 (2000) 163-178.
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En esta perspectiva trinitaria, necesaria para solventar muchos callejones sin salida a los que llega una mariología en clave únicamente cristológica o eclesiológica, queda claro que la Encarnación es posible por el designio del Padre y la cooperación de María. En la perspectiva de la economía de la salvación o dispensación del proyecto salvador de Dios hay que situar el inicio primordial en el Padre que quiere dar su Hijo al mundo. Correlativamente, el mundo ha de recibirlo, ha de ser “madre” puesto que “Hijo” es correlato de Padre y de madre. Dios se da a conocer como Padre para proyectar y prolongar la generación eterna de su Hijo, terminándola en el seno de una madre que lo acoge con su fe y amor y su libre consentimiento. Este consentimiento de la persona de María es a la vez la causa y el efecto del acontecimiento que en nombre de toda la humanidad se da en la misma alma humana de Cristo, que libremente nos ha redimido en la Cruz. El Verbo es enviado por el Padre al seno receptivo de un consentimiento de los hombres; así se entiende que la persona que presta tal consentimiento quede asociada al Misterio salvífico (de manera íntima e indisoluble). Esta mujer elegida para que el Unigénito de Dios nazca como primogénito de muchos hermanos es María. Esta elección de María que junto a su consentimiento hará posible el Misterio de la Encarnación, es doble: funcional y excepcional al mismo tiempo. Está en función del designio originario de Dios de la Encarnación pero también de la modalidad histórica de una encarnación redentora que presupone el pecado de la humanidad. Entonces la elección recae sobre un resto ya purificado (a cuenta de la Redención que Dios ha puesto como encargo adicional en la misión del Hijo, que es lo que afirma el dogma de la Inmaculada concepción). Esta elección de Dios produce necesariamente una mediación universal en la persona de María que no procede en principio de Cristo sino del Padre. Esto sólo puede afirmarse desde el planteamiento trinitario citado y que ha sido profusamente expuesto en la primera conferencia. La finalidad de la misión del Hijo por parte del Padre enviante y de la recepción por parte de la mujer concreta se realiza para toda la humanidad (tanto amó Dios al mundo que envió a su único Hijo), es decir, para que desde la mujer elegida redunde en propiedad de todo el linaje humano. La vida que contiene en plenitud el Hijo de Dios y del cual recibiremos gracia sobre gracia se convierte en Salvación cuando el Hijo es devuelto en sacrificio al Padre por la misma humanidad que lo ha recibido. El mismo hijo en la madurez de su humanidad llevará a cabo esta ofrenda y la hará válida y perfecta como sacerdote. Esto implica que ha nacido de la carne y de la voluntad humana que ha tomado de María. Y aquí podemos preguntarnos quién eligió la madre. El Padre o el Hijo? El nacimiento de Jesús se ha producido por la elección del Padre dando su Hijo a la Madre, a la humanidad. El Hijo la consiente dejándose
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entregar. Esto supone evidentemente in sinu trinitatis la correspondencia perfecta entre el Padre que decide enviar y el Hijo que acepta ser enviado en la comunión perfecta y conjuntante del Espíritu Santo. Recordemos también la cita de Marialis Cultus sobre la elección de María por sí misma por parte del Padre. Esto implica y aquí apunta la novedad de la síntesis de Gironés que el concepto de mediación ha de comprenderse de manera análoga y que no puede reducirse a aquella única mediación sacerdotal que, ya volviendo en sacrificio al Padre, ejerce Cristo desde el seno de la Madre-humanidad. Este momento de la mediación al que alude el conocido texto de 1 Tim 2, 5, supuesto que habla del Mediador como hombre, supone a la Madre como previo término directo de la elección del Padre. Ella es un término que se convierte en “medio” porque está elegida para representar a los demás (precisamente para la misma constitución humana de Cristo) y hacerles redundar su mediación. María desde el Padre es mediadora para que exista Cristo. Conviene hacer aquí un pequeño excursus porque creo que esta fundamental reflexión del profesor Gironés ha sido bastante malentendida. Partiendo de una interpretación restrictiva de la mediación en la interpretación del texto de la primera carta de Timoteo se pretende que toda mediación posible en María procede o deriva de la mediación de Jesucristo, lo cual, llevado a sus últimas consecuencias equivaldría a considerar la mediación mariana como superflua o innecesaria. Partiendo, digo, de esta interpretación limitada algunos suponen que la propuesta de Gironés no armonizaría con la doctrina de la fe. Recuerdo fuertes debates a propósito de ello entre los miembros de la sociedad mariológica española. Yo creo que el equívoco reside en suponer que la mediación de que habla 1 Tim 2, 5-6 se trata de toda mediación posible y de que entonces, María ejercería la función sacerdotal-victimal de Cristo. Contra tal suposición escribía hace ya años el mismo profesor Gironés en su mariología: “De ninguna manera se afirma que María ejerza la función sacerdotal-victimal de Cristo citada en 1 Tim 2, 5-6. Participa como “pueblo”, como “Iglesia”, pero a un nivel directo y personal que sólo después será participado por los demás. Es inútil –continua el texto- por consiguiente plantearse el problema de la supuesta corredención como ejercicio de una activa gestión meritoria, gestión que sería tan acumulable a la de Cristo que se pudiera decir que nos ha salvado una pareja (Jesús y María), en vez del único Mediador y Redentor. En tal aspecto, María queda separada de Cristo, formando parte de la humanidad, pueblo eclesial, sin cuyo consentimiento sin embargo el sacerdote no puede ejercer el sacrificio porque no representaría a nadie; más todavía: ni siquiera podría existir ya que procede del pueblo (Heb 5, 1)…”9 .
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Cf. G. GIRONÉS, La humanidad salvada y salvadora; 151.
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María está unida de manera indisoluble al Misterio de la Redención. El Hijo que nace y crece de la Madre asume la intención para la cual ha sido recibido y producido en este mundo, la devolución sacrificial al Padre para la generación de muchos hermanos. Y esta intención la asume precisamente de la Madre, dándole el vigor que aporta su propia divinidad. Aquí inicia la segunda fase de la mediación de María cuando la Madre acepta acompañar al Hijo del mismo modo que todo un pueblo acompaña en la intención sacrificial al sacerdote que ha nacido de él. No sólo ha nacido de ese pueblo sino de la previa intención sacrificial oblativa del mismo pueblo. En este momento de la mediación concentrado en Cristo hay que destacar que sólo María le acompaña. En este momento Cristo teniendo que ser acompañado por todo el que ha debido recibirle, sólo María lo ha podido recibir por la fuerza del Espíritu Santo. Así la Iglesia está incluida en María y de ella nace al pié de la cruz. Como la Madre, en el nivel de pueblo, es la única partícipe directa del sacrificio del Hijo, se hace por lo mismo partícipe del fruto, del resultado. La inmolación de la cruz ha sido la primera y única aceptada por el Padre, y por eso en aquel mismo acto queda entregada a Él toda la humanidad. Por consiguiente, como fruto de tal entrega empieza la humanidad a recibir en aquel mismo acto la Vida y Amistad de Dios comunicada por la víctima. Emisit spiritum, nos dirá san Juan, de Cristo en la Cruz. Este Espiritu emitido reposa en primer lugar en María y desde ella, por el misterio de Pentecostés, a la naciente Iglesia y a toda la humanidad que será incorporada.10 En esta segunda mediación que es la de Cristo, María empieza siendo el extremo o término a favor de la cual se ejerce. Siendo entonces el único término salvado, y siéndolo en virtud de aquella primera elección del Padre, parece destinada a redundar desde sí misma la salvación que se contiene en Cristo y que el mismo realiza por la cruz. El Padre elige a María en medio de una Humanidad que Él mismo quiere elegirse para salvarla. A esa humanidad da su Hijo, de manera que el primer término elegido, que es la Madre, se convierte en medio; y, a su vez, el Hijo dado por el Padre, creciendo desde la Madre, se convierte igualmente en medio de esta gestión salvífica que trata de incorporar a sí misma la Humanidad, empezando por aquélla que, habiéndole recibido, se compromete a acompañarle. Así, el término María se convierte en medio por redundancia (concepto que también ha quedado muy explicitado en la primera ponencia), y el objeto dado, Cristo, se convierte en medio por gestión obediente. Sólo queda ver como el mediador, Cristo, se convierte en principio nuevo junto al Padre y
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Cf. ibid.
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este último estadio de la realización de la salvación incluye el tercer modo de la mediación. Aquí el profesor Gironés procede a partir de un concepto por el elaborado (presentado sumariamente en su cristología y desarrollado más extensamente en su conferencia “Fundamento Trinitario para la nueva síntesis mariana” anteriormente citada). Se trata del principio de “Cristarquía” con el que vamos a concluir nuestra exposición. La “cristarquia” La elección de la humanidad como una esposa por parte del Padre se significa también en la misión redentora del Hijo y en su muerte por todos los hombres. El sacrificio de Cristo es recibido por el Padre –aceptado- por medio de la resurrección y glorificación de Jesucristo. Sentado a la derecha del Padre empiezan las misiones del Hijo. Envía al Espíritu Santo sobre los Apóstoles (que a su vez son enviados como el Hijo fue enviado por el Padre). Este proceso es denominado por Gironés con un concepto por él elaborado: La cristarquía. Da por supuesto que el Padre es el origen de los dos misiones trinitarias cuyo resultado es la encarnación (Patriarquía). Como el Hijo sólo pudo ser recibido por el resto personal de Israel que es María y como el Espíritu sólo fue recibido plenamente por Ella misma, ahora se repite desde Cristo glorioso y victorioso el envió del Espíritu Santo desde el Padre a la Iglesia, dentro de la cual envía a los apóstoles como reproducción de su propia misión desde el Padre. Esto fundamenta el misterio de pentecostés (ampliación eclesial y universal de aquella germinal encarnación) y se establece la nueva y definitiva mediación de la Madre María. Consumada la Pasqua Cristo glorioso adquiere un nuevo estatuto o condición en la dispensación del designio salvífico de Dios. Entonces permite el Padre que su Hijo posea como propia aquella mujer universal elegida (humanidad) por cuya salvación se ha inmolado y esta posesión empieza por aquella mujer individual (María) funcionalmente elegida y excepcionalmente salvada en vista de la salvación de muchos. La virgen Madre en el momento central de la cristología que es la encarnación deviene virgen esposa (alma socia Christi) en la soteriología o dispensación de la salvación. En el misterio del calvario, el Hijo, previendo en este mundo esa esponsalidad compartida con el Padre, llama “mujer” a la que fue su madre, y empieza a prometerle nuevos hijos que serán salvados en la Iglesia. De este modo, María la elegida, que le ha acompañado, es destinada de inmediato a ser poseída por el Hijo y por el Padre en la gloria, para empezar entonces una nueva y tercera mediación que igual que la primera, es redundante. Cristo, poseyéndola como Esposa celestial (que realiza y anticipa la bodas del cordero) en virtud de la Asunción, transmite desde ella el caudal de gracia que va formando y atrayendo la Iglesia de este mundo hasta la consumación escatológica. p. 24
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Esta luminosa síntesis permite una verdadera fundamentación de la devoción mariana y manifiesta su necesidad. Los datos de la fe son claros: el magisterio de la Iglesia afirma nítidamente la íntima unión, indisoluble unión, de María con el Misterio de Cristo que se fundamenta en el misterio de la trinidad. La constante tradición y las enseñanzas más recientes de la Iglesia han puesto igualmente de relieve que el la devoción a María es inherente de manera esencial al culto cristiana. El testimonio de la revelación neotestamentaria presenta igualmente María perfectamente enraizada en el misterio de Dios, colaboradora del Padre en el inicio de la nueva alianza y unida de manera no accidental a la persona y al destino total de Cristo hasta su glorificación. Es verdad que no podemos identificar los datos de la fe (la professio fidei) con la reflexión teológica (intelectus fidei, cogitatioi fidei). Caben diversas profundizaciones y un notable progreso en la comprensión de la fe. Se requiere siempre que el esfuerzo de la fides quaerens intellectum sea conforme a los datos revelados y explique lo mejor posible tal o cual aspecto en coherencia con el conjunto de los misterios de la fe. Los elementos de la reflexión mariológica que yo asumo y acepto del profesor Gironés me parecen, dado el estado de la cuestión, de los más convincentes y elaborados, sin que ello obstaculice a que sigamos profundizando la fe al servicio del pueblo de Dios, pues esta ha de ser la misión del teólogo. Acabo con una última justificación “cristopráxica” de la devoción mariana: la experiencia –y lo digo también como testigo directo- muestra que allí donde florece la devoción a María, Cristo es acogido y amado y crece la vida cristiana en todos sus aspectos. Durante algunos años turbulentos en la vida de la Iglesia (confiamos ver pronto su fin), en algunos lugares María se dejó de lado como un elemento accesorio de la vida cristiana. Se suprimieron las devociones marianas del pueblo (en la medida que se pudo, pues el pueblo, afortunadamente tiene un gran sentido de la fe) con la finalidad de una vida cristiana más cristocéntrica . Los resultados fueron catastróficos: abandono de Cristo eucaristía, confusión en la fe, pérdida del proceso de conversión y del sacramento del perdón, crisis vocacional… La vida eclesial, la vida cristiana es necesariamente mariana. Nadie debe remover lo que Dios en su designio ha establecido. Estoy convencido que el camino de progreso doctrinal y de vivencia de la fe que se vislumbra pasa necesariamente por María y no dudo que este centro mariano que inicia su andadura en esta vitalísima iglesia de Valencia dará frutos abundantes. Gracias por su atención.
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Juan Antonio Mateo, Fundamento cristológico de la devoción mariana
Resumen La devoción, en sentido teológico, puede ser definida como el acto de la voluntad que se entrega con fervor al culto divino. Los actos de la voluntad que supone la devoción deben fundarse en primer lugar en una fe suficientemente clara y activa. No hay amor sin conocimiento (nihil volitum quin praecognitum) y sería desnaturalizar la devoción identificarla con una exuberancia de sentimiento religioso más o menos instintivo. Los datos de la revelación y de la doctrina de la Iglesia evidencian la íntima y estrecha unión de María con el Misterio de Cristo en el designio de Dios. Desde el momento de la anunciación, cuando María con su fe y consentimiento hace posible el Misterio de la Encarnación correspondiendo a la eterna y libérrima elección del Padre, hasta el Misterio de Pentecostés (pasando por la cruz) cuando Cristo Glorioso adquiere la potestad de enviar desde el Padre el Espíritu Santo y generar la Iglesia, María está siempre presente y operante. Todo esto fundamenta claramente el culto Mariano que, siendo sustancialmente diferente del culto de adoración tributado a Dios, es también esencialmente diferente del culto de veneración tributado a los santos. No es lo mismo ser devoto de María que, por ejemplo, de Santa Rita. El culto mariano, como recordó Pablo VI en la Marialis Cultus, forma parte esencial del culto cristiano, de manera que puede afirmarse sin titubeos “Nemo Christianus nisi marianus”. La conferencia del Dr. Mateo puede considerarse una glosa y reflexión de las significativas palabras de Pablo VI en la solemne Profesión de Fe del año 1968: “María está ligada por un vínculo estrecho e indisoluble al misterio de la Encarnación y de la Redención”.
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