Sal y luz. Mateo 5:13-16

Sal y luz Mateo 5:13-16 ¿Qué piensas sobre la situación del mundo en estos momentos? Confusión sobre sexualidad y matrimonio, guerra, política, terro

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Sal y luz Mateo 5:13-16

¿Qué piensas sobre la situación del mundo en estos momentos? Confusión sobre sexualidad y matrimonio, guerra, política, terrorismo, prejuicios raciales. Los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. Aborto, evolución, crisis de refugiados, armas nucleares, corrupción, tráfico de seres humanos. Vivimos en un mundo caído, que parece moverse más y más rápidamente alejándose de Dios. Así pues, ¿a quién hay que culpar de esto? ¿Quién se supone que tiene que arreglarlo? ¿El gobierno? ¿La policía? ¿Las escuelas? ¿El socialismo? ¿El capitalismo? ¿El comunismo? ¿La democracia? ¿La Unión Europea o la ONU? Encontramos nuestra respuesta en Mateo 5:13-16: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de todos, para que ellos puedan ver vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en el cielo.” Primero vamos a empezar respondiendo a una pregunta problemática para algunos. La sal, cloruro sódico, es un sencillo compuesto químico que es extremadamente estable y no puede perder su sabor. Por tanto, ¿se equivoca Jesús al decir “si la sal se vuelve insípida”? No. Una vez más, para encontrar el verdadero significado de las Escrituras debemos tener en cuenta el contexto que, en este caso, es un contexto cultural, histórico y geográfico. La sal que se utilizaba en ese tiempo en esa parte del mundo no era manufacturada a través de la ebullición de agua de mar limpia, ni extraída de las minas de la tierra. Se recogía de fuentes naturales como las marismas costeras o de las lagunas y rocas que rodean el Mar Muerto. Estas sales contienen muchas impurezas. Por su mezcla con el yeso que había allí, la sal a veces adquiría un sabor rancio y alcalino. Perdía las características que una sal pura debía tener. Por esta razón, la sal se volvía inservible y se tenía que tirar, pero no en cualquier sitio. No solo no servía para nada, sino que convertía en infértil cualquier tierra a la que se arrojara. Por lo tanto, no se podía abandonar en tierras de cultivo. Como dice Lucas 14:35, no se podía tirar ni siquiera en el estercolero que servía de abono. No había lugar en la casa, ni en el jardín, ni en los campos, donde aquella sal pudiera ser útil. No servía para nada. Por eso se tiraba en las calles o en los caminos y era pisoteada por la gente.

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Jesús llamó a sus seguidores a ser la sal de la tierra. La sal tiene diversas aplicaciones que son similares al papel que nosotros como cristianos debemos tener en este mundo. La sal estaba conectada con la idea de pureza. William Barclay cuenta como “los romanos decían que la sal era lo más puro de todo, porque procedía de lo más puro de todas las cosas, el sol y el mar”. Es muy probable que esta idea de pureza estuviera en la mente de los seguidores de Jesús. Al igual que la sal, debe existir una pureza en nosotros como creyentes. Una pureza que está en nuestro ser como contraste con el mundo que nos rodea. La sal también se utilizaba para sanar. La utilización del agua salada como sustancia sanadora puede remontarse a los antiguos griegos y egipcios. Hoy también vemos como se recomienda la solución salina en los cuidados para la salud. La sal impide que las bacterias se multipliquen, más aún, ayuda a protegernos contra la infección. Aunque a menudo escocía cuando se aplicaba, la sal preparaba el camino para la curación. Como seguidores de Cristo tenemos que vivir de tal manera que Dios pueda utilizarnos para luchar contra la expansión de la corrupción y para preparar el camino hacia la curación espiritual de las vidas de quienes nos rodean. Cuando vivimos una vida como Cristo, a menudo Dios nos utiliza para traer la convicción del pecado, el arrepentimiento y la salvación a los que nos rodean. Aunque somos tan solo una herramienta en las manos de Dios, somos utilizados como agentes sanadores que preparan el camino para la obra de Dios en las vidas de otros. ¿Puedes pensar en alguna persona en tu vida que, de alguna manera, te acerca a Dios cuando estás con ella? ¿Alguien con cuya presencia es más fácil hacer lo correcto? ¿Alguien que representa a Dios a través de sus palabras y acciones y que trae paz a tus preocupaciones o una nueva perspectiva a tu crisis? ¿Alguien que despierta en ti un deseo de santidad? Esta es la influencia que Cristo quiere que nosotros tengamos en nuestro mundo. Esto es lo que significa ser Sal en el mundo que nos rodea. La sal es más conocida por el sabor que produce. En nuestros hogares, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, somos llamados a vivir nuestra fe de una forma tan encantadora y alegre que haga que las personas sean atraídas hacia nuestro Dios. Debemos mostrar a Cristo en nuestras vidas de tal manera que “lo imposible parezca creíble y que el tabú ahora parezca deseable”. La presencia de Cristo en nuestras vidas debe ser clara. En medio del caos y las preocupaciones debemos representar la paz y la calma. En un mundo de problemas debemos ser personas cuya alegría permanece. Mientras que la gente aplaude solo a los ricos y a los poderosos, nosotros debemos apoyar a quienes no tienen nada. Debería haber algo tan puro y noble en nuestras vidas como cristianos que eso se hiciera patente a aquellos que nos rodean. La sal también da sed. Nosotros tenemos que vivir nuestras vidas de tal manera que Dios nos utilice para crear hambre y sed de Cristo en las vidas de quienes nos rodean. Las características de Cristo deben ser tan evidentes en nuestras vidas que las personas sean atraídas hacía Dios. La sal es un conservante. La sal se utilizaba a menudo para conservar la carne. De la misma manera los cristianos debemos vivir de tal forma que la corrupción del mundo sea detenida mientras abrimos paso al Reino de Dios “así en la tierra como en el cielo”. Nosotros, los seguidores de Cristo, somos la sal de la tierra. Nosotros solos somos la sal de la tierra. No los gobernantes, ni las escuelas, ni los militares, ni la ONU, ni la Unión Europea, ni nuestro jefe. Nosotros solos somos la sal de la tierra. Cuando miro mi propio país y veo el colapso moral que está teniendo lugar, la respuesta espontánea es rebelarme contra el gobierno y demás organizaciones que parecen estar forzando sus intereses a los demás, pero al final los únicos que han sido llamados e impulsados a iniciar la entrada del Reino de Dios en

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nuestro mundo son los hijos de Dios. Los problemas de nuestro mundo empiezan en el nivel del corazón. Dios es el único Ser que tiene el poder de cambiar los corazones del género humano. Nosotros somos sus embajadores en un mundo de pecado y de muerte. Nosotros tenemos la responsabilidad de sembrar el amor de Cristo en el mundo que nos rodea. No podemos esperar a otras personas o grupos para llevar a cabo la tarea que Dios nos ha encomendado. Nosotros somos la sal de la tierra, la pureza, el conservante, el sabor, la sustancia sanadora. Como hijos de Dios hemos sido llamados a cumplir un gran plan en el Reino de Dios; pero si abandonamos nuestro propósito o vivimos de una forma que destruye nuestro testimonio, entonces dejamos perder el potencial que cada uno de nosotros tiene para conducir a las personas a Cristo y glorificar a Dios. Esos versículos no dicen que si rechazamos ser sal perderemos nuestra salvación, pero sí nos enseñan que perderemos nuestra influencia y nuestra capacidad de dar fruto. Perseguir los grandes propósitos de Dios nos fortalece contra las distracciones o tentaciones. Pero si elegimos no ser sal y en lugar de eso escogemos caminar lejos de Cristo, nos exponemos al desastre. Al final no solo nos habremos perjudicado a nosotros mismos, sino que también habremos dañado el testimonio de Cristo en nuestro mundo. La sal pura y perfecta nunca perderá su salinidad, pero ninguno de nosotros somos sal pura y perfecta. Eso conlleva el sometimiento día a día a Cristo, recargar espiritualmente las pilas a diario para continuar siendo la sal que nuestro mundo necesita desesperadamente. Jesús continúa diciendo: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa.” Esta terminología les sería muy familiar a los seguidores de Jesús. Por toda Galilea había pueblos construidos en las cimas de las colinas. De esta manera aprovechaban la brisa del anochecer. Los pueblos se defendían más fácilmente y eran más visibles para los viajeros. Por la noche los hogares encendían sus lámparas y las luces podían ser vistas desde la lejanía. Esto ayudaba a quienes viajaban de noche. Cada viajero podía ver la ciudad en la colina y sabía dónde podía encontrar cobijo o cómo llegar a casa. Jesús continúa hablando sobre la lámpara en una casa. La mayoría de las casas en Palestina eran pequeñas y quizá con una sola habitación. Las lámparas pequeñas que utilizaban eran alimentadas con aceite. Una mecha flotaba en el aceite y una vez que era encendida alumbraba durante toda la noche. Con frecuencia esta lámpara se colocaba en lo alto y daba la máxima cantidad de luz posible para alumbrar toda la casa. Lo que nunca se haría sería llenar la lámpara de aceite, cortar la mecha, tomarse el trabajo de encender la lámpara para luego cubrirla con un cesto o un celemín. Eso no tendría ningún sentido. De la misma manera, los seguidores de Cristo nunca deberíamos vivir nuestra fe solo en secreto. Tenemos dentro de nosotros la Luz de Cristo y esta está para brillar tanto como nos sea posible. Esto no siempre ha sido así. Cuando Jesús estaba en la tierra Él era la Luz del mundo. Pero ahora que ha vuelto al cielo nosotros somos la luz del mundo. La finalidad de la luz es alumbrar, mostrar a las personas el camino, hacer la verdad visible. Nosotros estamos aquí para dar luz a un mundo en oscuridad. No nuestra luz, pero sí la luz de Cristo. Esto es parecido a la luna. La luna no tiene luz propia. La única razón por la que es visible para nosotros es porque refleja la luz del sol. Nosotros tampoco tenemos luz propia, pero somos un reflejo de la Luz de Cristo que vive en nosotros. “Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” Juan 8:12.

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“Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de Dios adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” 1 Pedro 2:9. Nuestra luz debería ser visible en la forma de tratar a las personas en el trabajo; en la manera de hablar a nuestro cónyuge o en cómo educamos a nuestros hijos. La luz de Cristo debería ser evidente en nuestra forma de conducir, en cómo jugamos o en cómo elegimos las películas. El amor de Dios debería ser claro en cómo nos relacionamos con una camarera en un restaurante o con un jefe difícil. No hay ningún momento en nuestras vidas en el que no deberíamos luchar por brillar con la luz de Cristo. La forma en que amamos a cada uno de nuestros hermanos revela en qué medida amamos a Cristo. Jesús entonces continuó con estas palabras: “Así brille vuestra luz delante de todos, para que ellos puedan ver vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en el cielo.” Podemos vivir de tal manera que la luz de Cristo sea visible para todos aquellos que nos rodean. No de una manera arrogante que busque la gloria de Dios para nosotros solos, pero sí de una manera humilde que oriente a las personas a la Luz que es Cristo. Que no seamos intimidados por la opinión del mundo en contra de Dios. Que en el poder de Cristo vivamos de una buena manera y permanezcamos fuertes, para que todos conozcan el amor de Jesucristo. En griego hay dos palabras diferentes para “bueno”. Una es la palabra agathos, que significa que la cualidad es buena. La segunda es kalos, que también significa que la cualidad es buena, pero en un sentido de encantadora, bella y atractiva. La palabra que Jesús utilizó aquí es kalos. La luz de Cristo, expuesta en nuestras vidas, debería tener un sentido de buena cualidad y ser deseable para otros. Jesús entonces dio una sencilla razón de por qué deberíamos ser sal que es salada y luz que brilla con mucha luminosidad. Nuestra luz está para brillar, así pues, otros ven nuestras buenas obras y glorifican a nuestro Padre que está en el cielo. Glorificar a Dios es nuestro último propósito. En la medida en que “dejamos de lado” nuestros planes, nos preparamos para vivir para la gloria de Dios. Sin dar muerte a nuestro “ego” nuestras vidas no se llenarán de la gloria de Dios. Estamos demasiado tentados por el reconocimiento y el prestigio personal. Nos dejamos arrastrar fácilmente hacia el orgullo y el auto-ensalzamiento. Tal y como Juan Bautista dijo, “A él le toca crecer, y a mí menguar” Juan 3:30. En la iglesia primitiva los seguidores de Jesús eran burlados y tratados como “pequeños Cristos” – cristianos. ¿No sería maravilloso si las personas ahora nos ridiculizaran porque nuestras vidas mostraran la humildad, el perdón, la paciencia, la generosidad, el entusiasmo, la confianza, la paz, el compromiso, la salud, la firmeza, la pureza y la felicidad de la vida de Cristo? Por supuesto que ser cristiano es más que hacer buenas obras. Como Santiago dijo, “la fe sin obras está muerta” Santiago 2:26. La Biblia está llena de este tipo de imágenes de Cristo y de sus seguidores. Vemos a Jesús llevando a los niños en brazos, aún cuando la sociedad de aquel entonces veía a los niños más como una molesta propiedad que como una joya preciosa. Vemos a Jesús tratando a una mujer adúltera con Gracia mientras que los líderes religiosos esperaban la oportunidad para apedrearla a causa de su “pecado”. Vemos a Jesús perdonando a aquellos que clavaron sus manos en la cruz “…porque no saben lo que hacen”. Vemos a Jesús exaltando el sacrificio de la pobre viuda que dio el dinero que le quedaba por amor a Dios. Vemos a Jesús juntándose con odiados cobradores de impuestos porque sabía que el poder de Dios transforma a quienes lo desean. Imagina cómo sería el mundo si, nosotros, los seguidores de Cristo, fuésemos más leales con nuestros cónyuges, más comprensivos con nuestros hijos, más serviciales con nuestros

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compañeros de trabajo, más generosos con nuestro dinero, estuviésemos más dispuestos a hablar menos y a escuchar más, fuésemos lentos para la ira, reconfortantes, estuviésemos más dispuestos al sacrificio, menos a la defensiva y fuéramos los más propensos a reírnos, y a reírnos con ganas. ¿Qué pasaría si se nos conociera por defender a los indefensos, ser portavoces de aquellos que no tienen voz, llevar la esperanza a los desesperados, dar comida a los que no la tienen, y amar a las personas que no pueden ser amadas? Somos el único reflejo de Cristo que algunas personas jamás verán. Esto es una gran responsabilidad; pero, ¿podéis ver el gran potencial que tiene esto? Nuestras palabras, nuestras obras, nuestras oraciones, utilizadas por un Dios santo para ser sal y luz en nuestro mundo. Algunos pueden leer estas palabras de Cristo y decir: entiendo lo que dices, pero “mi fe es privada”. La luz que está dentro de nosotros, la luz de Cristo, es personal; pero nunca se pretendió que fuera privada. Hay una diferencia. La relación de cada uno de nosotros con Jesucristo es muy personal. No es algo que poseemos porque formemos parte de una familia humana o porque seamos de un país determinado. Dios nos llama a cada uno individualmente. Es una decisión personal arrepentirse del pecado y del egoísmo y creer en Jesucristo. Nuestra fe es verdaderamente personal, pero nunca se nos ha dado como un bien privado. Que nuestra llamada de Cristo a ser la sal de la tierra y la luz del mundo pueda avivar un fuego en nuestros corazones que marque una diferencia en nuestro mundo. Que Dios empiece a fortalecer nuestros corazones con la belleza de nuestra fe. De tal manera, que tengamos el valor y la humildad de someternos a la voluntad de Dios y dejemos que nos transforme en la SAL y la LUZ que nuestro mundo necesita tan desesperadamente.

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