Selección de textos del Magisterio

Vida consagrada y m i s i ó n a d ge n t e s Selección de textos del Magisterio Obras Misionales Pontificias (ed.) Madrid, 2015 Año de la Vida Consa
Author:  Julio Campos Tebar

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Vida consagrada y m i s i ó n a d ge n t e s

Selección de textos del Magisterio

Obras Misionales Pontificias (ed.) Madrid, 2015 Año de la Vida Consagrada 1

Presentación El Año de la Vida Consagrada es una ocasión excelente para contemplar y reavivar un aspecto esencial de la vida religiosa, como es su indispensable dimensión misionera. Para profundizar en ella y, a la vez, agradecer la generosa entrega a la misión de tantas vocaciones de especial consagración y de tantas congregaciones e institutos, Obras Misionales Pontificias ha elaborado la selección de textos que aquí se presenta. Se trata de una recopilación de fragmentos especialmente significativos del Magisterio pontificio y episcopal, que iluminan la relación entre vida consagrada y misión; a modo de orientación, se han subrayado en ellos algunas ideas clave. Esta recopilación se organiza en tres grandes apartados, que pueden definirse siguiendo las palabras del papa Francisco en su Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada (21-11-2014): 1. «“Id al mundo entero”, fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera» (II, 4). La pregunta a la que aquí se da respuesta es: ¿cómo se encarna concretamente en la vida consagrada el MANDATO MISIONERO que el Señor ha dejado a su Iglesia, como tarea de permanente validez y urgencia? 2. «La Iglesia [...] está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir» (II, 1e). Un testimonio que se hace paradigmático en aquellas personas, y en este caso, en aquellos consagrados y consagradas, que dicen “sí” a la VOCACIÓN MISIONERA, para llevar la Buena Noticia a todas las gentes. 3. «Cada Instituto viene de una rica historia carismática. En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, [...] a responder creativamente a las necesidades de la Iglesia» (I, 1a). Precisamente en orden a atender las necesidades evangelizadoras ad gentes, el Espíritu Santo suscita una gran riqueza de CARISMAS MISIONEROS en la vida consagrada. A su vez, en cada uno de estos tres bloques, los textos se han organizado en tres subapartados, según su procedencia: 1) Magisterio pontificio (desde 1919 hasta la actualidad); 2) exhortaciones apostólicas postsinodales de los cinco continentes (de 1995 a 2003); y 3) mensajes de los Papas para la Jornada Mundial de las Misiones (de 1963 a 2014) y documentos del Episcopado español (de 1979 a 2011). En un anexo se reproduce la mencionada Carta apostólica del Santo Padre Francisco a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada, como una invitación a hacer una nueva lectura misionera de la misma, aprovechando las claves suministradas por los otros textos magisteriales seleccionados.

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1. EL MANDATO MISIONERO Y LA VIDA CONSAGRADA

1.1. TEXTOS DEL MAGISTERIO PONTIFICIO

1. «Los Institutos religiosos de vida contemplativa y activa han tenido hasta ahora y siguen teniendo gran participación en la evangelización del mundo. El sagrado Sínodo reconoce de buen grado sus méritos, da gracias a Dios por tantos servicios prestados para gloria de Dios y en servicio de los hombres, y les exhorta a que prosigan sin desfallecer la obra comenzada, sabiendo que la virtud de la caridad, que están obligados a cultivar perfectamente por su vocación, les impulsa y les obliga a un espíritu y a un trabajo verdaderamente católicos [cf. LG 44]. Los Institutos de vida contemplativa, por sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, tienen importancia máxima en la conversión de las almas, siendo Dios mismo quien, por la oración, envía obreros a su mies [cf. Mt 9,38], abre las mentes de los no cristianos para escuchar el Evangelio [cf. Hch 16,14] y fecunda la palabra de salvación en sus corazones [cf. 1 Cor 3,7]. Más aún, se ruega a estos Institutos que funden casas en lugares de misiones, como ya han hecho muchos, para que, viviendo allí de un modo adaptado a las tradiciones auténticamente religiosas de los pueblos, den testimonio preclaro de la majestad, del amor de Dios y de la unión en Cristo entre los no cristianos. Los Institutos de vida activa, persigan o no un fin estrictamente misionero, deben preguntarse sinceramente ante Dios si pueden extender su actividad para la expansión del Reino de Dios entre los gentiles; si pueden dejar a otros algunos ministerios, de modo que dediquen sus energías a las misiones; si pueden iniciar su actividad en las misiones, adaptando, si fuera necesario, sus Constituciones, respetando, sin embargo, el espíritu del fundador; si sus miembros participan, según sus posibilidades, en la actividad misionera; si su modo de vida es testimonio acomodado al espíritu del Evangelio y a la condición del pueblo. Como, por inspiración del Espíritu Santo, los Institutos seculares crecen cada día en la Iglesia, sus obras, bajo la autoridad del obispo, pueden ser fructíferas de muchas maneras en misiones, como signo de entrega plena a la evangelización del mundo». (Concilio Vaticano II, Ad gentes [1965], 40) 3

2. «[25] No queremos, por último, dejar de recordar el otro decreto de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide del 14 de julio de 1949, mediante el cual se extendió la invitación de adherirse a la Unión [Unión Misional del Clero; hoy, Pontificia Unión Misional] a los hermanos religiosos y religiosas. Con tal decreto se abrió muy oportunamente el campo de la oración, del sufrimiento y del apostolado —propia y principal tarea de la Unión Misional del Clero— a nuevos operarios evangélicos que, consagrados a Dios por medio de la profesión religiosa, prestan ya una preciosa colaboración a los sacerdotes en la obra de educación del pueblo cristiano. [26] Pues a todos estos queridos hijos la Unión ofrece un medio valiosísimo para confirmar y consolidar su vocación eclesial según el espíritu del Concilio Ecuménico Vaticano II para sentirse todavía más partícipes de la comunión de la vida católica y para ofrecer a la difusión del reino de Dios los incomparables tesoros espirituales de sus oraciones y de su escondida inmolación diaria. Por ello expresamos fervientes votos para que todos los Institutos religiosos, y sobre todo los monasterios de clausura, presten su generosa adhesión a nuestra Unión Misional del Clero, de conformidad con los Estatutos que ya fueron aprobados por la Sede Apostólica, y que así esta Unión, conservando el glorioso nombre que tuvo desde el comienzo, pueda llamarse igualmente Unión Misional de los Religiosos y de las Religiosas». (Pablo VI, Graves et increscentes [1966], 25-26)

3. «Los religiosos, también ellos, tienen en su vida consagrada un medio privilegiado de evangelización eficaz. A través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia, sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. Es de esta santidad de la que ellos dan testimonio. Ellos encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas. Ellos son por su vida signo de total disponibilidad para con Dios, la Iglesia, los hermanos. Por esto, asumen una importancia especial en el marco del testimonio que, como hemos dicho anteriormente, es primordial en la evangelización. Este testimonio silencioso de pobreza y de desprendimiento, de pureza y de transparencia, de abandono en la obediencia puede ser, a la vez que una interpelación al mundo y a la Iglesia misma, una predicación elocuente, capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores. En esta perspectiva se intuye el papel desempeñado en la evangelización por los religiosos y religiosas consagrados a la oración, al silencio, a la penitencia, al sacrificio. Otros religiosos, en gran número, se dedican directamente al anuncio de Cristo. Su actividad misionera depende evidentemente de la jerarquía y debe coordinarse con la pastoral que ésta desea poner en práctica. Pero ¿quién puede estimar el gran alcance de lo que ellos han aportado y siguen aportando a la evangelización? Gracias a su consagración religiosa, ellos son, por excelencia, voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Ellos son emprendedores y su apostolado está frecuentemente marcado por una originalidad y una imaginación que suscitan admiración. Son generosos: 4

se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su salud y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo». (Pablo VI, Evangelii nuntiandi [1975], 69)

4. «Los religiosos y las religiosas ya en virtud de la profesión de los votos están íntimamente ligados al misterio de la Iglesia y por tanto de la misma índole particular de su vida se sigue el deber de trabajar para “implantar o robustecer en las almas el Reino de Cristo y dilatarlo por el ancho mundo” [LG 44]. En consecuencia, el Concilio Vaticano II no solo les exhorta a mantener el espíritu misionero, sino que invita también a los Institutos, quedando a salvo su fin específico, a actualizarse para corresponder a las situaciones actuales, de modo que “la evangelización en las misiones sea siempre más eficaz” [PC 20; cf. AG 40]. [...] Siendo, finalmente, el estado religioso un “don especial”, está ordenado en favor de toda Iglesia, cuya misión salvífica de ningún modo puede prescindir de la participación de los religiosos [LG 43; cf. Mutuae relationes]». (Sagrada Congregación para el Clero, Postquam apostoli [1980], 6)

5. «Ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia, los miembros de los Institutos de vida consagrada están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto». (Código de Derecho Canónico [1983], can.783)

6. «[69] En la inagotable y multiforme riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros, “dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia [...] están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modo propio de su Instituto” [CIC can.783]. La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de nuevas Iglesias: desde las antiguas Instituciones monásticas, las Órdenes medievales y hasta las Congregaciones modernas. a) Siguiendo al Concilio, invito a los Institutos de vida contemplativa a establecer comunidades en las jóvenes Iglesias, para dar “preclaro testimonio entre los no cristianos de la majestad y la caridad de Dios, así como de unión en Cristo” [AG, 40]. Esta presencia es beneficiosa por doquiera en el mundo no cristiano, especialmente en aquellas regiones donde las religiones tienen en gran estima la vida contemplativa por medio de la ascesis y la búsqueda del Absoluto. b) A los Institutos de vida activa indico los inmensos espacios para la caridad, el anuncio evangélico, la educación cristiana, la cultura y la solidaridad con los 5

pobres, los discriminados, los marginados, los oprimidos. Estos Institutos, persigan o no un fin estrictamente misionero, deben plantear la posibilidad y disponibilidad de extender su propia actividad para la expansión del Reino de Dios. Esta petición ha sido acogida en tiempos más recientes por no pocos Institutos, pero quisiera que se considerase mejor y se actuase con vistas a un auténtico servicio. La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo [cf. EN 69]. [70] Quiero dirigir unas palabras de especial gratitud a las religiosas misioneras, en quienes la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el Espíritu. Precisamente la misión ad gentes les ofrece un campo vastísimo para “entregarse por amor de un modo total e indiviso” [MD 20]. El ejemplo y la laboriosidad de la mujer virgen, consagrada a la caridad hacia Dios y el prójimo, especialmente el más pobre, son indispensables como signo evangélico entre aquellos pueblos y culturas en que la mujer debe realizar todavía un largo camino en orden a su promoción humana y a su liberación. Es de desear que muchas jóvenes mujeres cristianas sientan el atractivo de entregarse a Cristo con generosidad, encontrando en su consagración la fuerza y la alegría para dar testimonio de él entre los pueblos que aún no lo conocen». (Juan Pablo II, Redemptoris missio [1990], 69-70)

7. «Del misterio pascual surge además la misión, dimensión que determina toda la vida eclesial. Ella tiene una realización específica propia en la vida consagrada. En efecto, más allá incluso de los carismas propios de los Institutos dedicados a la misión ad gentes o empeñados en una actividad de tipo propiamente apostólica, se puede decir que la misión está inscrita en el corazón mismo de cada forma de vida consagrada. En la medida en que el consagrado vive una vida únicamente entregada al Padre (cf. Lc 2,49; Jn 4,34), sostenida por Cristo (cf. Jn 15,16; Gál 1,15-16), animada por el Espíritu (cf. Lc 24,49; Hch 1,8; 2,4), coopera eficazmente a la misión del Señor Jesús (cf. Jn 20,21), contribuyendo de forma particularmente profunda a la renovación del mundo. El primer cometido misionero las personas consagradas lo tienen hacia sí mismas, y lo llevan a cabo abriendo el propio corazón a la acción del Espíritu de Cristo. Su testimonio ayuda a toda la Iglesia a recordar que en primer lugar está el servicio gratuito a Dios, hecho posible por la gracia de Cristo, comunicada al creyente mediante el don del Espíritu. De este modo se anuncia al mundo la paz que desciende del Padre, la entrega que el Hijo testimonia y la alegría que es fruto del Espíritu Santo. Las personas consagradas serán misioneras ante todo profundizando continuamente en la conciencia de haber sido llamadas y escogidas por Dios, al cual deben pues orientar toda su vida y ofrecer todo lo que son y tienen, liberándose de los impedimentos que pudieran frenar la total respuesta de amor. De este modo podrán llegar a ser un signo verdadero de Cristo en el mundo. Su estilo de vida debe 6

transparentar también el ideal que profesan, proponiéndose como signo vivo de Dios y como elocuente, aunque con frecuencia silenciosa, predicación del Evangelio. Siempre, pero especialmente en la cultura contemporánea, con frecuencia tan secularizada y sin embargo sensible al lenguaje de los signos, la Iglesia debe preocuparse de hacer visible su presencia en la vida cotidiana. Ella tiene derecho a esperar una aportación significativa al respecto de las personas consagradas, llamadas a dar en cada situación un testimonio concreto de su pertenencia a Cristo. Puesto que el hábito es signo de consagración, de pobreza y de pertenencia a una determinada familia religiosa, junto con los Padres del Sínodo recomiendo vivamente a los religiosos y a las religiosas que usen el propio hábito, adaptado oportunamente a las circunstancias de los tiempos y de los lugares [cf. Propositio 25; PC 17]. Allí donde válidas exigencias apostólicas lo requieran, conforme a las normas del propio Instituto, podrán emplear también un vestido sencillo y decoroso, con un símbolo adecuado, de modo que sea reconocible su consagración. Los Institutos que desde su origen o por disposición de sus constituciones no prevén un hábito propio, procuren que el vestido de sus miembros responda, por dignidad y sencillez, a la naturaleza de su vocación [cf. Propositio 25]». (Juan Pablo II, Vita consecrata [1996], 25)

8. «[72] A imagen de Jesús, el Hijo predilecto “a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10,36), también aquellos a quienes Dios llama para que le sigan son consagrados y enviados al mundo para imitar su ejemplo y continuar su misión. Esto vale fundamentalmente para todo discípulo. Pero es válido en especial para cuantos son llamados a seguir a Cristo “más de cerca” en la forma característica de la vida consagrada, haciendo de Él el “todo” de su existencia. En su llamada está incluida por tanto la tarea de dedicarse totalmente a la misión; más aún, la misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo, que es la fuente de toda vocación y de todo carisma, se hace misión, como lo ha sido la vida entera de Jesús. La profesión de los consejos evangélicos, al hacer a la persona totalmente libre para la causa del Evangelio, muestra también la trascendencia que tiene para la misión. Se debe, pues, afirmar que la misión es esencial para cada Instituto, no solamente en los de vida apostólica activa, sino también en los de vida contemplativa. En efecto, antes que en las obras exteriores, la misión se lleva a cabo en el hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal. ¡Este es el reto, este es el quehacer principal de la vida consagrada! Cuanto más se deja conformar a Cristo, más lo hace presente y operante en el mundo para la salvación de los hombres. Se puede decir por tanto que la persona consagrada está “en misión” en virtud de su misma consagración, manifestada según el proyecto del propio Instituto. Es obvio que, cuando el carisma fundacional contempla actividades pastorales, el testimonio de vida y las obras de apostolado o de promoción humana son igualmente necesarias: ambas representan a Cristo, que es al mismo tiempo el consagrado a la 7

gloria del Padre y el enviado al mundo para la salvación de los hermanos y hermanas [cf. LG 46]. La vida religiosa, además, participa en la misión de Cristo con otro elemento particular y propio: la vida fraterna en comunidad para la misión. La vida religiosa será, pues, tanto más apostólica, cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del Instituto. [73] La vida consagrada tiene la misión profética de recordar y servir el designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras, y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia. Es el proyecto de una humanidad salvada y reconciliada (cf. Col 2,20-22). Para realizar adecuadamente este servicio, las personas consagradas han de poseer una profunda experiencia de Dios y tomar conciencia de los retos del propio tiempo, captando su sentido teológico profundo mediante el discernimiento efectuado con la ayuda del Espíritu Santo. En realidad, tras los acontecimientos de la historia se esconde frecuentemente la llamada de Dios a trabajar según sus planes, con una inserción activa y fecunda en los acontecimientos de nuestro tiempo [cf. Propositio 35, A]. El discernimiento de los signos de los tiempos, como dice el Concilio, ha de hacerse a la luz del Evangelio, de tal modo que se “pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas” [cf. GS 4]. Es necesario, pues, estar abiertos a la voz interior del Espíritu que invita a acoger en lo más hondo los designios de la Providencia. Él llama a la vida consagrada para que elabore nuevas respuestas a los nuevos problemas del mundo de hoy. Son un reclamo divino del que solo las almas habituadas a buscar en todo la voluntad de Dios saben percibir con nitidez y traducir después con valentía en opciones coherentes, tanto con el carisma original, como con las exigencias de la situación histórica concreta. Ante los numerosos problemas y urgencias que en ocasiones parecen comprometer y avasallar incluso la vida consagrada, los llamados sienten la exigencia de llevar en el corazón y en la oración las muchas necesidades del mundo entero, actuando con audacia en los campos respectivos del propio carisma fundacional. Su entrega deberá ser, obviamente, guiada por el discernimiento sobrenatural, que sabe distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario (cf. Gál 5,16-17.22; 1 Jn 4,6). Mediante la fidelidad a la Regla y a las Constituciones, conservan la plena comunión con la Iglesia [cf. LG 12]. De este modo la vida consagrada no se limitará a leer los signos de los tiempos, sino que contribuirá también a elaborar y llevar a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situaciones actuales. Todo esto con la certeza, basada en la fe, de que el Espíritu sabe dar las respuestas más apropiadas incluso a las más espinosas cuestiones. Será bueno a este respecto recordar algo que han enseñado siempre los grandes protagonistas del apostolado: hay que confiar en Dios como si todo dependiese de Él y, al mismo tiempo, empeñarse con toda generosidad como si todo dependiera de nosotros. 8

[74] Se ha de hacer todo en comunión y en diálogo con las otras instancias eclesiales. Los retos de la misión son de tal envergadura que no pueden ser acometidos eficazmente sin la colaboración, tanto en el discernimiento como en la acción, de todos los miembros de la Iglesia. Difícilmente los individuos aislados tienen una respuesta completa: esta puede surgir normalmente de la confrontación y del diálogo. En particular, la comunión operativa entre los diversos carismas asegurará, además de un enriquecimiento recíproco, una eficacia más incisiva en la misión. La experiencia de estos años confirma sobradamente que “el diálogo es el nuevo nombre de la caridad” [Pablo VI, Ecclesiam suam, III], especialmente de la caridad eclesial; el diálogo ayuda a ver los problemas en sus dimensiones reales y permite abordarlos con mayores esperanzas de éxito. La vida consagrada, por el hecho de cultivar el valor de la vida fraterna, representa una privilegiada experiencia de diálogo. Por eso puede contribuir a crear un clima de aceptación recíproca, en el que los diversos sujetos eclesiales, al sentirse valorizados por lo que son, confluyan con mayor convencimiento en la comunión eclesial, encaminada a la gran misión universal. Los Institutos comprometidos en una u otra modalidad de servicio apostólico han de cultivar, en fin, una sólida espiritualidad de la acción, viendo a Dios en todas las cosas, y todas las cosas en Dios. En efecto, “se ha de saber que, como el buen orden de la vida consiste en tender de la vida activa a la contemplativa, también por lo general el alma vuelve útilmente de la vida contemplativa a la activa para realizar con mayor perfección la vida activa, por lo mismo que la vida contemplativa enfervoriza a la activa” [S. Gregorio Magno, Hom. in Ezech., II, II, 11: PL 76, 954-955]. Jesús mismo nos ha dado perfecto ejemplo de cómo se pueden unir la comunión con el Padre y una vida intensamente activa. Sin la tensión continua hacia esta unidad, se corre el riesgo de un colapso interior, de desorientación y de desánimo. La íntima unión entre contemplación y acción permitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles». (Juan Pablo II, Vita consecrata [1996], 72-74)

9. «[76] La aportación específica que los consagrados y consagradas ofrecen a la evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos, a imitación del Salvador que, por amor del hombre, se hizo siervo. En la obra de la salvación, en efecto, todo proviene de la participación en el ágape divino. Las personas consagradas hacen visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvadora de Cristo, el consagrado del Padre, enviado en misión [cf. Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Essential Elements in the Church’s Teaching on Religious Life as Applied to Institutes Dedicated to Works of the Apostolate, 23-24]. Ellas, dejándose conquistar por Él (cf. Flp 3,12), se disponen para convertirse, en cierto modo, en una prolongación de su humanidad [cf. B. Isabel de la Trinidad, “O mon Dieu, Trinité que j’adore”, Oeuvres completes, París, 1991, 199-200]. La vida consagrada es una prueba elocuente de que, cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos [cf. EN 69].

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[77] Quien ama a Dios, Padre de todos, ama necesariamente a sus semejantes, en los que reconoce otros tantos hermanos y hermanas. Precisamente por eso no puede permanecer indiferente ante el hecho de que muchos de ellos no conocen la plena manifestación del amor de Dios en Cristo. De aquí nace principalmente, obedeciendo el mandato de Cristo, el impulso misionero ad gentes, que todo cristiano consciente comparte con la Iglesia, misionera por su misma naturaleza. Es un impulso sentido sobre todo por los miembros de los Institutos, sean de vida contemplativa o activa [cf. Propositio 37, A]. Las personas consagradas, en efecto, tienen la tarea de hacer presente también entre los no cristianos [LG 46; EN 69] a Cristo casto, pobre, obediente, orante y misionero [LG 44; 46]. En virtud de su más íntima consagración a Dios [AG 18; 4], y permaneciendo dinámicamente fieles a su carisma, no pueden dejar de sentirse implicadas en una singular colaboración con la actividad misionera de la Iglesia. El deseo tantas veces repetido de Teresa de Lisieux, “amarte y hacerte amar”; el anhelo ardiente de san Francisco Javier: “Así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta de que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: ‘Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame a donde quieras’” [“Carta a los compañeros residentes en Roma”, Cochín, 15-1-1544: Monumenta Historica Societatis Iesu 67 (1944), 166-167]; así como otros testimonios parecidos de innumerables almas santas, manifiestan la irrenunciable tensión misionera que distingue y caracteriza la vida consagrada». (Juan Pablo II, Vita consecrata [1996], 76-77)

10. «Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino... No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando. Espero de vosotros gestos concretos de acogida a los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por tanto, espero que se aligeren las estructuras, se reutilicen las grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad, se adapten las obras a las nuevas necesidades». (Francisco, Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada [2014], II, 4) 10

1.2. EXHORTACIONES APOSTÓLICAS POSTSINODALES DE LOS CINCO CONTINENTES

11. «En una Iglesia-familia de Dios, la vida consagrada tiene un papel particular, no solo para mostrar a todos una llamada a la santidad, sino también para testimoniar la vida fraterna en la comunidad. Por consiguiente, se invita a los consagrados a responder a su vocación en espíritu de comunión y de colaboración con los respectivos obispos, con el clero y los laicos” [Propositio 16, que explícitamente cita LG 43-47]. En las condiciones actuales de la misión en África, urge la promoción de vocaciones religiosas a la vida contemplativa y activa, haciendo en primer lugar selecciones prudentes y dando después una sólida formación humana, espiritual y doctrinal, apostólica y misionera, bíblica y teológica. Esta formación debe renovarse en el curso de los años, con constancia y regularidad. Para la fundación de nuevos Institutos religiosos, se ha de proceder con gran prudencia y claro discernimiento, teniendo en cuenta los criterios indicados por el Concilio Vaticano II y las normas canónicas vigentes [cf. AG 18; y PC 19]. Los Institutos, una vez fundados, deben ser ayudados a adquirir la personalidad jurídica y a alcanzar la autonomía en la gestión tanto de sus propias obras como de sus respectivos ingresos financieros. La Asamblea sinodal, después de hacer presente que “los Institutos religiosos que no tienen casas en África” no deben sentirse autorizados a “buscar nuevas vocaciones sin un diálogo previo con el Ordinario del lugar” [Propositio 16], exhortó a los responsables de las Iglesias locales, y también de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, a promover entre sí el diálogo para crear, en el espíritu de la Iglesia-familia, grupos mixtos que trabajen de acuerdo como testimonio de fraternidad y signo de unidad al servicio de la misión común [cf. Propositio 22]. En esta perspectiva, he acogido la invitación de los Padres sinodales a revisar también, si es necesario, algunos puntos del documento Mutuae relationes [Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares y Congregación para los Obispos, Notas directivas sobre las relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia, Mutuae relationes, 14-51978] para una mejor definición del papel de la vida religiosa en la Iglesia local [cf. Propositio 22]». (Juan Pablo II, Ecclesia in Africa [1995], 94)

12. «La historia de la evangelización de América es un elocuente testimonio del ingente esfuerzo misional realizado por tantas personas consagradas, las cuales, desde el comienzo, anunciaron el Evangelio, defendieron los derechos de los indígenas y, con amor heroico a Cristo, se entregaron al servicio del pueblo de Dios en el continente [cf. Propositio 53]. La aportación de las personas consagradas al anuncio del Evangelio en América sigue siendo de suma importancia; se trata de una aportación diversa según los carismas propios de cada grupo: “Los Institutos de vida contemplativa que testifican lo absoluto de Dios, los Institutos apostólicos y misionales que hacen a Cristo 11

presente en los muy diversos campos de la vida humana, los Institutos seculares que ayudan a resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios. Nacen también nuevos Institutos y nuevas formas de vida consagrada que requieren discreción evangélica” [ibíd.; cf. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América Latina, Puebla, febrero de 1997, n.775]. Ya que “el futuro de la nueva evangelización [...] es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas” [VC 57], urge favorecer su participación en diversos sectores de la vida eclesial, incluidos los procesos en que se elaboran las decisiones, especialmente en los asuntos que les conciernen directamente [cf. ibíd., 58]. “También hoy el testimonio de la vida plenamente consagrada a Dios es una elocuente proclamación de que él basta para llenar la vida de cualquier persona” [Propositio 53]. Esta consagración al Señor ha de prolongarse en una generosa entrega a la difusión del Reino de Dios. Por ello, a las puertas del tercer milenio se ha de procurar “que la vida consagrada sea más estimada y promovida por los obispos, sacerdotes y comunidades cristianas. Y que los consagrados, conscientes del gozo y de la responsabilidad de su vocación, se integren plenamente en la Iglesia particular a la que pertenecen y fomenten la comunión y la mutua colaboración” [ibíd.]. (Juan Pablo II, Ecclesia in America [1999], 43)

13. «En la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata subrayé el íntimo vínculo que existe entre la vida consagrada y la misión. En los tres aspectos de confessio Trinitatis, signum fraternitatis y servitium caritatis, la vida consagrada hace visible el amor de Dios en el mundo, testimoniando de manera específica la misión salvífica realizada por Jesús mediante su consagración total al Padre. La Iglesia en Asia, reconociendo que toda acción realizada en la Iglesia se apoya en la oración y en la comunión con Dios, considera con profundo respeto y aprecio a las comunidades religiosas contemplativas como una fuente especial de fuerza e inspiración. Acogiendo las recomendaciones de los Padres sinodales, aliento encarecidamente la fundación de comunidades monásticas y contemplativas, donde sea posible. De esa forma, como recuerda el Concilio Vaticano II, la obra de edificación de la ciudad terrena puede cimentarse en el Señor y tender a él, para que los constructores no trabajen en vano [cf. LG 46]. La búsqueda de Dios, una vida de comunión y el servicio a los demás son las tres características principales de la vida consagrada, que pueden dar un testimonio cristiano atractivo a los pueblos de Asia hoy. La Asamblea especial para Asia insistió en que los consagrados sean testigos, ante los cristianos y ante los no cristianos, de la llamada universal a la santidad, y sean un ejemplo que impulse tanto a unos como a otros al amor generoso hacia todos, especialmente hacia los más pequeños entre sus hermanos y hermanas. En un mundo donde el sentido de la presencia de Dios se halla con frecuencia ofuscado, las personas consagradas deben dar un testimonio 12

convincente y profético del primado de Dios y de la vida eterna. Viviendo en comunidad, atestiguan los valores de la fraternidad cristiana y de la fuerza transformadora de la buena nueva [cf. Propositio 27]. Quienes han abrazado la vida consagrada están llamados a convertirse en líderes en la búsqueda de Dios, una búsqueda que siempre ha apasionado al corazón humano y es particularmente visible en las diversas formas de espiritualidad y ascetismo de Asia [cf. VC 103]. En las numerosas tradiciones religiosas de ese continente, los hombres y mujeres que se han dedicado a la vida contemplativa y ascética gozan de mucho respeto y su testimonio tiene una gran fuerza de persuasión. Viviendo en comunidad, mediante un testimonio pacífico y silencioso, con su vida pueden estimular a las personas a trabajar por una mayor armonía en la sociedad. Eso es lo que se espera también de las mujeres y hombres consagrados en la tradición cristiana. El ejemplo de pobreza y abnegación, de pureza y sinceridad, de capacidad de sacrificio en la obediencia puede convertirse en testimonio elocuente, capaz de conmover a las personas de buena voluntad y llevar a un diálogo fructuoso con las culturas y las religiones del entorno y con los pobres y los indefensos. Eso hace que la vida consagrada sea un medio privilegiado para una evangelización eficaz [cf. EN 69]». (Juan Pablo II, Ecclesia in Asia [1999], 44 a-b)

14. «Junto con los obispos, todos los fieles de Cristo —sacerdotes, consagrados y laicos— están llamados a proclamar el Evangelio. Su communio se expresa en un espíritu de colaboración, la cual es por sí misma un poderoso testimonio del Evangelio. [...] Hombres y mujeres en la vida consagrada son signos vivientes del Evangelio. Los votos de pobreza evangélica, castidad y obediencia constituyen una vía segura para un más profundo conocimiento y amor de Cristo; de esta intimidad con el Señor dimana su servicio consagrado en la Iglesia, que se ha revelado como una maravillosa gracia en Oceanía [cf. Propositio 4]. [...]». (Juan Pablo II, Ecclesia in Oceania [2001], 19b)

15. «Los Padres del Sínodo quisieron reconocer la labor de los consagrados y consagradas —así como la de los laicos— que con tanta generosidad han empleado sus energías en el campo de la educación católica [cf. Propositio 9], fundando escuelas católicas y dotándolas de personal, enfrentándose con frecuencia a grandes dificultades y a enormes sacrificios. Su aportación a la Iglesia y a la sociedad civil en Oceanía ha sido inestimable. En el contexto de la educación actual, Congregaciones religiosas, Institutos y Sociedades tienen toda la razón para apreciar su vocación. Consagrados y consagradas resultan necesarios en las instituciones educativas para dar testimonio radical de los valores del Evangelio, con vistas a suscitarlos también en otros. Recientemente, la generosa respuesta de los laicos a las nuevas necesidades ha abierto nuevas perspectivas a la educación católica. Para los laicos implicados, la enseñanza es más que una profesión: es vocación de formar a alumnos, servicio seglar ampliamente extendido e indispensable para la Iglesia. La enseñanza es siempre un reto, pero con la 13

colaboración y el aliento de padres, sacerdotes y religiosos, la implicación del laicado en el campo de la educación católica puede constituir un valioso servicio al Evangelio y un camino de santificación cristiana tanto para el docente como para los alumnos». (Juan Pablo II, Ecclesia in Oceania [2001], 33d)

16. «La doctrina de la Iglesia acerca de la dignidad de la persona y de la santidad de la vida ha de ser explicada a los legisladores y a los jueces, especialmente considerando que sus pronunciamientos inciden en la sanidad, en la administración de los hospitales y en el suministro de servicios médicos. Hoy los hospitales e instituciones sanitarias católicas se encuentran en la vanguardia de la promoción, por parte de la Iglesia, de la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Los Padres sinodales han reconocido el celo de las Congregaciones religiosas que han fundado el sistema sanitario católico en Oceanía. La Iglesia y toda la sociedad tienen contraída con ellas una inmensa deuda de gratitud. Debe continuar su presencia en los hospitales junto a laicos preparados para trabajar con los diferentes Institutos de vida consagrada conforme al espíritu de su carisma específico. Estas personas permiten que el Evangelio de la vida se proclame sin ambigüedades en una sociedad a menudo confusa respecto a los valores morales. Los Padres del Sínodo recomendaron que, para contrarrestar la influencia de una “cultura de la muerte”, todos los cristianos estén dispuestos a aportar su contribución específica para que el gran legado del servicio sanitario católico no peligre [cf. Propositio 20]». (Juan Pablo II, Ecclesia in Oceania [2001], 34c)

17. «La historia de la fundación de la Iglesia en Oceanía es en gran medida historia del apostolado misionero de innumerables consagrados y consagradas que con dedicación altruista han anunciado el Evangelio en una amplia gama de situaciones y culturas. Su empeño constante en la obra evangelizadora sigue siendo de capital importancia y continúa enriqueciendo la vida de la Iglesia en modos específicos. Su vocación los transforma en expertos en la communio de la Iglesia; al procurar la perfección de la caridad al servicio del Reino, dan respuesta a la búsqueda anhelante de espiritualidad de los pueblos de Oceanía y son signo de la santidad de la Iglesia [cf. Propositio 29]. Los pastores deberían afirmar siempre el valor excepcional de la vida consagrada y dar gracias a Dios por el espíritu de sacrificio de familias dispuestas a entregar a uno o varios de sus hijos al Señor en esta espléndida vocación [cf. ibíd.]. Fieles a los carismas de la vida consagrada, Congregaciones, Institutos y Sociedades de vida apostólica se han adecuado con valentía a las nuevas circunstancias y han manifestado de formas nuevas la luz del Evangelio. Una buena formación es vital para el futuro de la vida consagrada, y resulta esencial que los aspirantes reciban la mejor formación teológica, espiritual y humana posible. A este respecto, los jóvenes deberían verse convenientemente acompañados durante los primeros años de su itinerario de discipulado. Dada la importancia central de la vida consagrada en la Iglesia en Oceanía, importa que los obispos respeten el carisma de los Institutos 14

religiosos y los animen de todos los modos a compartir con la Iglesia particular sus carismas. Ello puede realizarse mediante su implicación en la planificación y en los procesos de decisión de la diócesis; por este mismo motivo, los obispos deberían animar a los religiosos y religiosas a asociarse a la realización de los planes pastorales de la Iglesia particular. Las Órdenes contemplativas han arraigado en Oceanía, atestiguando de especial manera la trascendencia de Dios y el valor supremo del amor de Cristo. Testimonian la intimidad de la comunión entre persona, comunidad y Dios. Los Padres sinodales demostraron ser conscientes de que la vida de oración en la vocación contemplativa resulta vital para la Iglesia en Oceanía. Desde el corazón mismo de la Iglesia y por caminos misteriosos, ella inspira a los fieles e influye en ellos para que vivan de forma más radical la vida en Cristo. Por ello los obispos subrayaron con énfasis que jamás debe cesar en Oceanía un profundo aprecio por la vida contemplativa y una determinación firme de fomentarla de todas las maneras posibles [cf. ibíd.]». (Juan Pablo II, Ecclesia in Oceania [2001], 51)

18. «[37] El testimonio de las personas consagradas es particularmente elocuente. A este propósito, se ha de reconocer, ante todo, el papel fundamental que ha tenido el monacato y la vida consagrada en la evangelización de Europa y en la construcción de su identidad cristiana [cf. Propositio 19]. Este papel no puede faltar hoy, en un momento en el que urge una “nueva evangelización” del continente, y en el que la creación de estructuras y vínculos más complejos lo sitúan ante un cambio delicado. Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas. También se ha de resaltar la contribución específica que los Institutos seculares y las Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a través de su aspiración a transformar el mundo desde dentro con la fuerza de las bienaventuranzas. [38] La aportación específica que las personas consagradas pueden ofrecer al Evangelio de la esperanza proviene de algunos aspectos que caracterizan la actual fisonomía cultural y social de Europa [cf. ibíd.]. Así, la demanda de nuevas formas de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar una respuesta en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que los consagrados viven con su entrega total y con la conversión permanente de una existencia ofrecida como auténtico culto espiritual. En un contexto contaminado por el laicismo y subyugado por el consumismo, la vida consagrada, don del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia, se convierte cada vez más en signo de esperanza, en la medida en que da testimonio de la dimensión trascendente de la existencia. Por otro lado, en la situación actual de pluralismo religioso y cultural, se considera urgente el testimonio de la fraternidad evangélica que caracteriza la vida consagrada, haciendo de ella un estímulo para la purificación y la integración de valores diferentes, mediante la superación de las contraposiciones. La presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar la creatividad en la atención de los más necesitados, que ha distinguido a 15

tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la tendencia de la sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar con la disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de evangelización en otros continentes, a pesar de la disminución numérica que se observa en algunos Institutos». (Juan Pablo II, Ecclesia in Europa [2003], 37-38)

1.3. MENSAJES DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES Y DOCUMENTOS DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

19. «Y dirigimos nuestra exhortación con paternal insistencia a los superiores y a las superioras de las familias religiosas, para que mantengan e intensifiquen su interés por las misiones, procurando especialmente prodigaros, misioneros y misioneras que estáis ya en los puestos más avanzados de la evangelización, lo más valioso que aquellos y aquellas poseen: nuevas vocaciones, nuevos hermanos y hermanas que vayan a sostener y a extender la eficiencia de vuestro trabajo». (Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1975, 5b)

20. «Pero la Fidei donum, además de a los sacerdotes, se dirigía también a los laicos, y la prestación de estos junto a los sacerdotes y religiosos en las misiones es hoy más preciosa e indispensable que nunca (cf. AG 41). [...]». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1982, 2d)

21. «Deben sentirse, pues, comprometidos, no solo los “misioneros” propiamente dichos que trabajan en las avanzadas de la evangelización, sino también cada uno de los sacerdotes y de las personas de vida consagrada, los cuales, en el ámbito de la propia actividad, deben inculcar en los fieles la conciencia del deber misionero». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1985, 2c)

22. «A las familias, a los sacerdotes, a las religiosas, a los religiosos, y a todos los creyentes en Cristo, repito: tened siempre la audacia de anunciar al Señor Jesús. Todo creyente está llamado a cooperar en la difusión del Evangelio y a vivir el espíritu y los gestos de la misión entregándose con generosidad a los hermanos. Como recordaba en 16

la encíclica Evangelium vitae, somos un pueblo de enviados y sabemos que “en nuestro camino nos guía y sostiene la ley del amor: el amor del que es fuente y modelo el Hijo de Dios hecho hombre, que con su muerte ha dado la vida al mundo” (n.79)». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1995, 4b)

23. «No podemos olvidar tampoco a los numerosos religiosos, religiosas y laicos voluntarios que, juntamente con los presbíteros, se han prodigado por difundir el Evangelio hasta los últimos confines del mundo. La Jornada Mundial de las Misiones es ocasión propicia para recordar en la oración a estos hermanos y hermanas nuestros en la fe, y a los que siguen prodigándose en el vasto campo misionero. Pidamos a Dios que su ejemplo suscite por doquier nuevas vocaciones y una renovada conciencia misionera en el pueblo cristiano». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2007, 3e)

24. «Mientras continúa siendo necesaria y urgente la primera evangelización en no pocas regiones del mundo, la escasez de clero y la falta de vocaciones afectan hoy a muchas diócesis e Institutos de vida consagrada. Es importante reafirmar que, aun en medio de dificultades crecientes, el mandato de Cristo de evangelizar a todas las gentes sigue siendo una prioridad. Ninguna razón puede justificar una ralentización o un estancamiento, porque “la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia” (EN 14). Esta misión “se halla todavía en los comienzos y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio” (RM 1). ¿Cómo no pensar aquí en el macedonio que, apareciéndose en sueños a san Pablo, gritaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”? Hoy son innumerables los que esperan el anuncio del Evangelio, los que se encuentran sedientos de esperanza y de amor. ¡Cuántos se dejan interpelar hasta lo más profundo por esta petición de ayuda que se eleva de la humanidad, dejan todo por Cristo y transmiten a los hombres la fe y el amor a él! (cf. SS 8)». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2008, 3)

25. «Y vosotros, queridos religiosos y religiosas, que por vocación os caracterizáis por una fuerte connotación misionera, llevad el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los lejanos, por medio de un testimonio coherente de Cristo y un radical seguimiento de su Evangelio». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2008, 4c)

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26. «El mes de octubre, con la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones, ofrece a las comunidades diocesanas y parroquiales, a los Institutos de vida consagrada, a los movimientos eclesiales y a todo el pueblo de Dios, la ocasión para renovar el compromiso de anunciar el Evangelio y dar a las actividades pastorales una dimensión misionera más amplia. [...]». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2010, 1a)

27. «Para un Pastor, pues, el mandato de predicar el Evangelio no se agota en la atención por la parte del Pueblo de Dios que se le ha confiado a su cuidado pastoral, o en el envío de algún sacerdote, laico o laica Fidei donum. Debe implicar todas las actividades de la Iglesia local, todos sus sectores y, en resumidas cuentas, todo su ser y su trabajo. El Concilio Vaticano II lo ha indicado con claridad y el Magisterio posterior lo ha reiterado con vigor. Esto implica adecuar constantemente estilos de vida, planes pastorales y organizaciones diocesanas a esta dimensión fundamental de ser Iglesia, especialmente en nuestro mundo que cambia de continuo. Y esto vale también tanto para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, como para los Movimientos eclesiales: todos los componentes del gran mosaico de la Iglesia deben sentirse fuertemente interpelados por el mandamiento del Señor de predicar el Evangelio, de modo que Cristo sea anunciado por todas partes. Nosotros los Pastores, los religiosos, las religiosas y todos los fieles en Cristo, debemos seguir las huellas del apóstol Pablo, quien, “prisionero de Cristo para los gentiles” (Ef 3,1), ha trabajado, sufrido y luchado para llevar el Evangelio entre los paganos (Col 1,24-29), sin ahorrar energías, tiempo y medios para dar a conocer el Mensaje de Cristo». (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2012, 2a)

28. «Esta iniciativa conciliar de las “misiones diocesanas” no viene a suplantar, sino a sumarse a la actividad misionera que desde hace tantos siglos desarrollan las Congregaciones religiosas y, más en nuestros días, los llamados Institutos específicamente misioneros. A la actividad misionera de las Órdenes y Congregaciones religiosas se debe, en parte muy más que notable, cuanto hay de evangelización en las tierras del Tercer Mundo [cf. AG 40]. Han sido ellas las fuerzas apostólicas responsabilizadas de la tarea evangelizadora de la Iglesia. Merecen por ello nuestra sincera gratitud. Merecen nuestro aliento efectivo y nuestro respaldo comprometido. Aún hoy son las Congregaciones y Órdenes religiosas el principal apoyo de las jóvenes Iglesias, a las que sirven bajo la autoridad pastoral de los obispos nativos y en fraterna comunión con los efectivos apostólicos locales. Pero como todavía es mucha la tarea que resta por realizar, tenemos que requerir de todas las Órdenes y Congregaciones religiosas presentes en nuestras Iglesias particulares que reconsideren ante el Señor si pueden o no desprenderse de algunas de sus actividades apostólicas entre nosotros con objeto de enviar mayor 18

número de sus miembros a las misiones. Formulamos este llamamiento en cumplimiento de nuestra responsabilidad episcopal. Extendemos esta invitación urgida a los monasterios de contemplativos y contemplativas de nuestras Iglesias diocesanas. Las misiones precisan de su presencia, porque la vida contemplativa es singular testimonio de la trascendencia de la existencia humana y singular afirmación de los valores del espíritu según el Evangelio. Les invitamos y alentamos por ello a fundar monasterios de vida contemplativa en los territorios de misión». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Responsabilidad misionera de la Iglesia española [1979], 12a-d)

29. «Los miembros de Institutos de vida consagrada, por su propia identidad, constituyen un signo profético de disponibilidad y de apertura al servicio de la Iglesia universal. Por ello, están llamados a hacerse presentes de modo especial en los ámbitos y ambientes en los que son más patentes las fronteras de la misión ad gentes [en este nuevo campo de su presencia evangelizadora insiste especialmente la Exhortación apostólica de Juan Pablo II Vita consecrata, 96-103]. Es una de las grandes aportaciones a la apertura y vitalidad de las Iglesias particulares, gracias a lo cual potencian el dinamismo de la pastoral ordinaria. Particularmente, los Institutos y Congregaciones específicamente misioneros deben asumir su compromiso misionero ad vitam como un don que pertenece a toda la Iglesia [cf. AG 27; RM 70; MD 20], y en concreto a la Iglesia particular en la que confiesan, celebran y viven su fe. Por eso han de ratificar su inserción en el tejido vital de las Iglesias y comprometerse en la animación misionera, como un ministerio necesario para la revitalización de la pastoral ordinaria». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Actualidad de la misión “ad gentes” en España [2008], 58)

30. «[Entre las “Sugerencias para la acción”.] Fortalecer la relación de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias con el Departamento de Misiones de la CONFER para coordinar e incrementar su colaboración, como miembros de Institutos de vida consagrada, con sus respectivas diócesis de origen, e incorporarles a ellas a su regreso de la misión». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Actualidad de la misión “ad gentes” en España [2008], 66)

31. «Dentro de las cuatro Obras Misionales Pontificias, habría que potenciar el trabajo de la Pontificia Unión Misional, en cuanto que es el alma de las otras Obras. Su acción se 19

orienta a la formación y sensibilización misionera de los sacerdotes, de los seminaristas, de los miembros de los Institutos masculinos y femeninos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica y sus candidatos, así como de los misioneros laicos directamente empeñados en la misión universal [cf. CM 4]». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, La misión “ad gentes” y la Iglesia en España [2001], IV, 1.3b)

32. «Los consagrados han de expresar su radicalismo evangélico y su peculiar seguimiento de Jesús en la disponibilidad para la misión; en virtud de su carisma propio están especialmente llamados a consagrar su vida a las nuevas fronteras de la misión. “Por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia [...] están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional” [RM 69; CIC can.783]. Los religiosos “en virtud de su más íntima consagración a Dios, y permaneciendo dinámicamente fieles a su carisma, no pueden dejar de sentirse implicados en una singular colaboración con la actividad misionera de la Iglesia” [VC 77]. Es motivo de agradecimiento a Dios por el testimonio de tantos religiosos y religiosas que han dado y están dando su vida por la evangelización y la formación de las nuevas Iglesias. Por eso, los Institutos religiosos, tengan o no un fin estrictamente misionero según su propio carisma fundacional, deben plantearse la posibilidad y la disponibilidad de extender su propia actividad en otros lugares con el fin de seguir contribuyendo a la expansión del Reino de Dios [cf. RM 69]. De ahí la necesidad de “promover con medios adecuados una distribución equitativa de la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los Institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres” [VC 78]». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, La misión “ad gentes” y la Iglesia en España [2001], III, 1b 6)

33. «La Iglesia particular es también el espacio donde la vida religiosa, consagrada al bien de toda la Iglesia [cf. LG 44], puede expresarse con plena creatividad en el cuadro de la pastoral de conjunto promovida por el obispo y en la perspectiva del bien general de la Iglesia misma [cf. Mutuae relationes, 18,23.52]; de este modo, se asocian a la extensión del Reino de Dios [cf. PC 5, AG 40, LG 44, EN 69]». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, El Consejo Diocesano de Misiones [1983], 2.2d)

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2. LA VOCACIÓN MISIONERA Y LA VIDA CONSAGRADA

2.1. TEXTOS DEL MAGISTERIO PONTIFICIO

34. «A los superiores de las Órdenes e Institutos religiosos que tienen a su cargo misiones extranjeras les pedimos y suplicamos no dediquen a tan difícil empresa sino sujetos escogidísimos, que sobresalgan por su intachable conducta, devoción acendrada y celo de las almas». (Benedicto XV, Maximum illud [1919], 89)

35. «[107] [...] habréis entendido la estima grande en que tenemos la vida contemplativa. [108] Pues bien: del mismo modo que Nos exhortamos con todo ardor a los superiores de estas Órdenes contemplativas a que introduzcan su austera forma de vida en las misiones, fundando allí cenobios, de igual manera debéis vosotros, venerables hermanos y amados hijos, acosarlos con ruegos a que lo lleven a efecto, ya que estos religiosos de vida solitaria os acarrearán indecibles gracias del cielo para vosotros y para vuestros trabajos. [109] No dudéis de que han de ser muy bien mirados los monjes en vuestros distritos, sobre todo en algunas regiones cuyos moradores, aun siendo casi todos gentiles, son naturalmente inclinados a la vida solitaria y de oración y contemplación. [110] Buen ejemplo de ello tenemos en el célebre monasterio de Cistercienses Reformados o Trapenses, que se ha establecido en el Vicariato Apostólico de Pekín, en el que cerca de cien religiosos, chinos casi todos, se ejercitan en toda suerte de virtudes perfectas, continua oración, aspereza de vida y no interrumpido trabajo, para aplacar al Señor por los pecados propios y ajenos y hacerlo propicio, atrayendo con la fuerza del ejemplo muchos infieles a Cristo. [111] Por donde se ve claro cómo la luz de vuestros anacoretas puede, sin desorientarse en nada del espíritu y práctica de su Instituto y sin tomar parte en la vida activa, hacer mucho en pro de las misiones católicas.

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[112] Así que, si accedieren a vuestros deseos los superiores de dichas Órdenes y fundaren, de común acuerdo, residencias de los suyos en vuestros territorios, harían una obra benemeritísima para la conversión de los paganos y nos prestarían a Nos un servicio sobremanera acepto y agradable». (Pío XI, Rerum Ecclesiae [1926], 107-112)

36. «[...] El sagrado Sínodo confirma y alaba a los varones y mujeres, a los Hermanos y Hermanas que en los monasterios, o en las escuelas y hospitales, o en las misiones, hermosean a la Esposa de Cristo con la perseverante y humilde fidelidad en la susodicha consagración y prestan a todos los hombres los más generosos y variados servicios». (Concilio Vaticano II, Lumen gentium [1964], 46c)

37. «Manténgase en los Institutos el espíritu misionero y ajústese, según la índole de cada uno, a las circunstancias de hoy, de suerte que en todos los pueblos resulte más eficaz la predicación del Evangelio». (Concilio Vaticano II, Perfectae caritatis [1965], 20b)

38. «Corresponde al obispo suscitar en su pueblo, sobre todo entre los enfermos y los oprimidos por la desgracia, almas que ofrezcan con corazón abierto oraciones y obras de penitencia a Dios por la evangelización del mundo; fomentar de buen grado las vocaciones de jóvenes y clérigos a los Institutos misioneros, aceptando con agradecimiento el que Dios elija a algunos para que se incorporen a la actividad misionera de la Iglesia; exhortar a las Congregaciones diocesanas y ayudarlas a que asuman su propia parte en las misiones; promover entre sus fieles las obras de los Institutos misioneros, y sobre todo las Obras Misionales Pontificias. Estas Obras deben ocupar con todo derecho el primer lugar, pues son medios para infundir a los católicos, ya desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero y para estimular la recogida eficaz de ayudas en favor de todas las misiones, según las necesidades de cada una». (Concilio Vaticano II, Ad gentes [1965], 38c)

39. «Los religiosos y las religiosas, además, que pertenecen a Institutos misioneros han sido y son todavía modelos de vida dedicada enteramente a la causa de Cristo. En ellos hay que admirar aquella prontitud que surge de su consagración a Dios, por la cual están disponibles del todo para servir a Dios, a la Iglesia y a los hermanos; en efecto “gracias a su consagración religiosa ellos son, por excelencia, voluntarios y libres para abandonar todo y lanzarse a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra” [EN 69]». (Sagrada Congregación para el Clero, Postquam apostoli [1980], 6b) 22

40. «Las personas consagradas están llamadas a ser fermento de comunión misionera en la Iglesia universal por el hecho mismo de que los múltiples carismas de los respectivos Institutos son otorgados por el Espíritu para el bien de todo el Cuerpo místico, a cuya edificación deben servir (cf. 1 Cor 12,4-11). Es significativo que, en palabras del Apóstol, el “camino más excelente” (1 Cor 12,31), el más grande de todos, es la caridad (cf. 1 Cor 13,13), la cual armoniza todas las diversidades e infunde en todos la fuerza del apoyo mutuo en la acción apostólica. A esto tiende precisamente el peculiar vínculo de comunión que las varias formas de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen con el Sucesor de Pedro en su ministerio de unidad y de universalidad misionera. La historia de la espiritualidad ilustra profusamente esta vinculación, poniendo de manifiesto su función providencial como garantía tanto de la identidad propia de la vida consagrada, como de la expansión misionera del Evangelio. Sin la contribución de tantos Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica —como han hecho notar los Padres sinodales—, sería impensable la vigorosa difusión del anuncio evangélico, el firme enraizamiento de la Iglesia en tantas regiones del mundo, y la primavera cristiana que hoy se constata en las jóvenes Iglesias. Ellos han mantenido firme a través de los siglos la comunión con los Sucesores de Pedro, los cuales, a su vez, han encontrado en estos Institutos una actitud pronta y generosa para dedicarse a la misión, con una disponibilidad que, llegado el caso, ha alcanzado el verdadero heroísmo. Emerge de este modo el carácter de universalidad y de comunión que es peculiar de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica. Por la connotación supradiocesana, que tiene su raíz en la especial vinculación con el ministerio petrino, ellos están también al servicio de la colaboración entre las diversas Iglesias particulares [cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Communionis notio, 16], en las cuales pueden promover eficazmente el “intercambio de dones”, contribuyendo así a una inculturación del Evangelio que asume, purifica y valora la riqueza de las culturas de todos los pueblos [cf. LG 13]. El florecer de vocaciones a la vida consagrada en las Iglesias jóvenes sigue manifestando hoy la capacidad que esta tiene de expresar, en la unidad católica, las exigencias de los diversos pueblos y culturas». (Juan Pablo II, Vita consecrata [1996], 47)

41. «El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14): los miembros de cada Instituto deberían repetir estas palabras con el Apóstol, por ser tarea de la vida consagrada el trabajar en todo el mundo para consolidar y difundir el Reino de Cristo, llevando el anuncio del Evangelio a todas partes, hasta las regiones más lejanas [LG 44]. De hecho, la historia misionera testimonia la gran aportación que han dado a la evangelización de los pueblos: desde las antiguas Familias monásticas hasta las más recientes Fundaciones dedicadas de manera exclusiva a la misión ad gentes, desde los Institutos de vida activa a los de vida contemplativa [cf. RM 69; CCE, n.927], innumerables personas han gastado sus energías en esta “actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida” [cf. RM 31], puesto que se dirige a la multitud creciente de aquellos que no conocen a Cristo. Este deber continúa urgiendo hoy a los Institutos de vida consagrada y a las Sociedades de vida apostólica: el anuncio del Evangelio de Cristo espera de ellos la 23

máxima aportación posible. También los Institutos que surgen y que operan en las Iglesias jóvenes están invitados a abrirse a la misión entre los no cristianos, dentro y fuera de su patria. A pesar de las comprensibles dificultades que algunos de ellos puedan atravesar, conviene recordar a todos que, así como “la fe se fortalece dándola” [RM 2], también la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad. Por su parte, la actividad misionera ofrece amplios espacios para acoger las variadas formas de vida consagrada. La misión ad gentes ofrece especiales y extraordinarias oportunidades a las mujeres consagradas, a los religiosos hermanos y a los miembros de Institutos seculares, para una acción apostólica particularmente incisiva. Estos últimos, además, con su presencia en los diversos ámbitos típicos de la vida laical, pueden desarrollar una preciosa labor de evangelización de los ambientes, de las estructuras y de las mismas leyes que regulan la convivencia. Ellos pueden también testimoniar los valores evangélicos estando al lado de personas que no conocen aún a Jesús, contribuyendo de este modo específico a la misión. Se ha de subrayar que en los países donde tienen amplia raigambre religiones no cristianas, la presencia de la vida consagrada adquiere una gran importancia, tanto con actividades educativas, caritativas y culturales, como con el signo de la vida contemplativa. Por esto se debe alentar de manera especial la fundación en las nuevas Iglesias de comunidades entregadas a la contemplación, dado que “la vida contemplativa pertenece a la plenitud de la presencia de la Iglesia” [AG 18; cf. RM 69]. Es preciso, además, promover con medios adecuados una distribución equitativa de la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los Institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres [cf. Propositio 38]». (Juan Pablo II, Vita consecrata [1996], 78)

42. «Para destinar personal de modo estable a territorios de misión, además de las condiciones antes indicadas, síganse también los siguientes criterios: [...] b) Los miembros de los Institutos de vida consagrada, tanto contemplativa como activa, trabajen en la actividad misionera, de acuerdo con su carisma específico, sobre todo con el testimonio que pueden dar de los grandes valores evangélicos, que la Iglesia posee, por la fuerza de su consagración a Dios, para su gloria y para servicio de los hombres, a ejemplo de Cristo [cf. CIC, can.574§2, 676 y 783; RM 69]». (Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Cooperatio missionalis [1998], 17b)

43. «Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sois el presente porque ya vivís activamente en el seno de vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra opción. Sois al mismo tiempo 24

el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión. Este año tendréis un protagonismo en el diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro entusiasmo, y así desarrollar juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio». (Francisco, Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada [2014], I, 3d)

2.2. EXHORTACIONES APOSTÓLICAS POSTSINODALES DE LOS CINCO CONTINENTES

44. «Es también motivo de gran consuelo saber que los Institutos misioneros, presentes en África desde hace mucho tiempo, “acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado” [RM 66], permitiendo a estas mismas Iglesias que participen en la actividad misionera de la Iglesia universal. [...]». (Juan Pablo II, Ecclesia in Africa [1995], 134)

2.3. MENSAJES DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES Y DOCUMENTOS DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

45. «Si es verdad, como dice el Concilio, que a todo discípulo de Cristo ha sido encomendada la difusión de la fe según las propias posibilidades, a esto se consagran sobre todo aquellos a quienes el Señor, por medio del Espíritu Santo, llama mediante la vocación misionera, suscitando en el seno de la Iglesia las instituciones que asumen, como deber especifico, el cometido del primer anuncio del Evangelio (cf. AG 23)». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1988, 2c) 25

46. «El reto más importante que la misión universal presenta a toda la Iglesia es el de las vocaciones en sus diversas expresiones concretas en la vida sacerdotal, religiosa y laical. “Para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando de las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, tanto sacerdotales y religiosas como laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar nunca el medio privilegiado de la oración, como lo precisó el Señor Jesús: ‘La mies es mucha y los obreros pocos. Suplicad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies’ (Mt 9,37-38)” (CL 35)». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1989, 3b)

47. «En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones. [...]». (Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2014, 4b)

48. «[2.1.1] Reconocemos y agradecemos la inmensa aportación misionera de las Congregaciones e Institutos religiosos y seculares españoles y nos proponemos ayudarles para que puedan seguir y potenciar su trabajo de animación y promoción vocacional y de ayuda a sus propias misiones, convencidos de que su trabajo enriquece la vida cristiana de nuestras Iglesias. [2.1.2] Como ejemplo y estímulo para nuestra propia Iglesia local, nos proponemos encargar la confección de un nomenclátor de misioneros y misioneras que, nacidos en nuestras diócesis, están trabajando en las misiones a través de los distintos cauces vocacionales. Este nomenclátor nos ayudará a mantener una comunicación fraterna y frecuente con todos ellos». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Responsabilidad misionera de la Iglesia española [1979], B, 2.1.1, 2.1.2)

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3. LOS CARISMAS MISIONEROS Y LA VIDA CONSAGRADA

3.1. TEXTOS DEL MAGISTERIO PONTIFICIO

49. «Al llegar aquí, hemos de tributar el debido elogio a aquellos vicariatos apostólicos que, conforme a esta norma que establecemos, han ido siempre preparando nuevos crecimientos para el Reino de Dios; y que, si para este fin vieron que no les bastaba la ayuda de sus hermanos en religión, no dudaron en acudir siempre gustosos en demanda de auxilio a otras Congregaciones y familias religiosas». (Benedicto XV, Maximum illud [1919], 23)

50. «En este punto nos parece conveniente notar una norma que juzgamos se debe tener muy presente cuando las misiones, que antes eran confiadas al clero extranjero, se encargan a la dirección de obispos y sacerdotes indígenas. El Instituto religioso cuyos miembros labraron con el sudor de su frente el campo del Señor, cuando por orden de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide se confía a otros operarios la viña por ellos cultivada y cargada ya de copiosos frutos, no crea que por eso deba abandonarla; hará obra útil y oportuna si continuare prestando su colaboración al nuevo obispo indígena. Porque, así como en todas las demás diócesis del mundo los religiosos ayudan comúnmente al Ordinario local, de la misma manera en las misiones no dejen dichos religiosos, aunque extranjeros, de tomar parte en la santa batalla como fuerzas auxiliares; así se realizarán felizmente las palabras pronunciadas por el Divino Maestro junto al pozo de Sicar: “Aquel que siega recibe su jornal y recoge frutos para la vida eterna, a fin de que igualmente se gocen así el que siembra como el que siega” [Jn 4,36]». (Pío XII, Evangelii praecones [1951], 28)

51. «[54] En tiempos pasados, el vastísimo campo del apostolado misional no estaba dividido por límites de circunscripciones eclesiásticas determinadas, ni se encomendaba a una Orden o Congregación religiosa para que lo cultivase juntamente con el clero indígena a medida que este fuese creciendo. Esta es, hoy, como todos saben, la costumbre general, y sucede también a veces que algunas regiones confiadas 27

a religiosos sean de una determinada provincia del mismo Instituto. Nos, en verdad, vemos la utilidad de este sistema, pues que con estos métodos y normas se simplifica la organización de las misiones católicas. [55] Pero puede suceder que de este modo de proceder se sigan inconvenientes y daños no pequeños, a los cuales hay que poner remedio en cuanto sea posible. Ya nuestros predecesores trataron este asunto en las letras apostólicas [cf. MI, RE] que antes hemos recordado, y dieron normas prudentísimas en esta materia; las cuales nos es grato ahora repetir y confirmar, exhortándoos paternalmente a que, por el conocido celo de la religión y de la salvación de las almas que os anima, las recibáis con ánimo filial y dócil. “Los territorios y distritos de misiones, que encomendó a vuestro cuidado y diligencia la Sede Apostólica para que los conduzcáis al imperio de Cristo, son muchas veces tan extensos que no bastan ni con mucho para cultivarlos los misioneros de que puede disponer uno u otro Instituto misionero. En este caso, imitad sin vacilaciones la conducta que en las diócesis ya constituidas guardan los obispos, valiéndose de religiosos de varias Congregaciones clericales o laicales y de hermanas pertenecientes a diversos Institutos. Esa ha de ser vuestra norma en requerir la ayuda de otros misioneros, sean o no sacerdotes, pertenezcan o no a vuestra Congregación o Instituto, ya para la dilatación de la fe, ya para la educación de la juventud indígena, ya para otros cualesquiera ministerios. [56] ”Gloríense santamente todas las Órdenes y Congregaciones religiosas de las misiones vivas que les han sido confiadas y de los trabajos y éxitos que por el amor de Cristo han realizado en ellas hasta el día de hoy; pero entiendan bien que no laboran en aquellas regiones ni por derecho propio ni para siempre, sino solo por concesión de la Sede Apostólica y a voluntad de la misma. A ella, por lo tanto, compete el derecho y el deber de mirar por su entera y cumplida evangelización. [57] ”No puede, pues, satisfacer a esta obligación apostólica el Papa con solo distribuir los países de misiones, grandes o pequeños, entre las varias Congregaciones misioneras, sino que, lo que más importa, está obligado a proveer siempre y cuidadosamente a que los dichos Institutos manden tantos y sobre todo tales misioneros a cada región como allí fueren necesarios para difundir copiosa y eficazmente por toda ella la luz del cristianismo” [RE 128-132]». (Pío XII, Evangelii praecones [1951], 54-57)

52. «Todos los Institutos participen en la vida de la Iglesia y, teniendo en cuenta el carácter propio de cada uno, hagan suyas y fomenten las empresas e iniciativas de la misma: en materia bíblica, litúrgica, dogmática, pastoral, ecuménica, misional, social, etc.». (Concilio Vaticano II, Perfectae caritatis [1965], 2c)

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53. «El modo de vivir, de orar y de actuar ha de estar convenientemente acomodado a las actuales condiciones físicas y psíquicas de los miembros del Instituto y también acomodado en todas las partes, pero, principalmente, en tierras de misión y a tenor de lo que requiere la índole peculiar de cada Instituto y las necesidades del apostolado, a las exigencias de la cultura y a las circunstancias sociales y económicas». (Concilio Vaticano II, Perfectae caritatis [1965], 3a)

54. «En la fundación de nuevos Institutos ha de ponderarse maduramente la necesidad, o por lo menos la grande utilidad, así como la posibilidad de desarrollo, a fin de que no surjan imprudentemente Institutos inútiles o no dotados del suficiente vigor. De modo especial promuévanse y cultívense en las Iglesias nuevas las formas de vida religiosa que se adapten a la índole y a las costumbres de los habitantes y a los usos y condiciones de los respectivos países». (Concilio Vaticano II, Perfectae caritatis [1965], 19)

55. «Aunque todo esto [la “Formación espiritual, moral, doctrinal y apostólica”] es absolutamente necesario para cada uno de los misioneros, sin embargo es difícil que puedan conseguirlo aisladamente. Y como además la misma obra misionera, como demuestra la experiencia, no puede ser llevada a cabo por individuos aislados, la vocación común los congregó en Institutos, para que, reunidas las fuerzas, se formen adecuadamente y cumplan aquella obra en nombre de la Iglesia y según el mandato de la autoridad jerárquica. Estos Institutos han soportado desde hace muchos siglos el peso del día y el calor, entregados íntegramente o solo en parte al trabajo misionero. Muchas veces la Santa Sede les ha confiado vastos territorios que debían ser evangelizados, en los que han reunido para Dios un nuevo pueblo, una Iglesia local unida con sus propios pastores. Servirán con su celo y experiencia a las Iglesias fundadas con su sudor e incluso con su sangre, en colaboración fraterna, ya sea ejerciendo el cuidado de almas o cumpliendo cargos especiales para el bien común. Algunas veces asumirán algunos trabajos más urgentes en todo el ámbito de una determinada región; por ejemplo, la evangelización de grupos o de pueblos que quizá no han recibido todavía el mensaje evangélico por razones especiales o que lo rechazaron hasta hoy [cf. PO 10, donde se trata de las diócesis y prelaturas personales y de otras instituciones análogas.]. Si es necesario, estén dispuestos a formar y ayudar con su experiencia a aquellos que se consagran temporalmente a la actividad misionera. Por estas razones, y como existen aún muchas naciones que hay que llevar a Cristo, los Institutos siguen siendo muy necesarios». (Concilio Vaticano II, Ad gentes [1965], 27)

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56. «[32] Conviene también coordinar las actividades ejercidas por los Institutos o asociaciones eclesiásticas. Todos ellos, de cualquier género que sean, deben secundar al Ordinario del lugar en todo aquello que se refiere a la actividad misionera en sí. Por lo que será muy provechoso establecer acuerdos particulares que regulen las relaciones entre el Ordinario del lugar y el superior del Instituto. Cuando se ha confiado un territorio a un Instituto determinado, el superior eclesiástico y el Instituto procuren de todo corazón dirigir todo a este fin; que la nueva comunidad cristiana crezca hasta convertirse en la Iglesia local que, a su debido tiempo, sea regida por el propio Pastor con su clero. Al cesar la encomienda sobre el territorio, surge una nueva situación. Entonces las Conferencias Episcopales y los Institutos, de común acuerdo, deben establecer normas que regulen las relaciones entre los Ordinarios del lugar y dichos Institutos [cf. CD 35,5-6]. Corresponderá a la Santa Sede fijar los principios generales según los cuales se establecerán los acuerdos regionales o incluso los particulares. Aunque los Institutos estén preparados para continuar la obra iniciada, colaborando en el ministerio ordinario del cuidado de las almas, sin embargo, al crecer el clero local, habrá que procurar que los Institutos, de acuerdo con su propio fin, permanezcan fieles a la misma diócesis, ocupándose generosamente en ella de obras especiales o de alguna región. [33] Es necesario que los Institutos que se dedican en un mismo territorio a la actividad misionera encuentren procedimientos para coordinar sus trabajos. Para ello son de suma utilidad las conferencias de religiosos y las uniones de religiosas en las que participen todos los Institutos de la misma nación o región. Examinen estas conferencias las obras que pueden ser llevadas a cabo con un esfuerzo común y mantengan una estrecha relación con las Conferencias Episcopales. Por idéntico motivo, conviene que todo esto se extienda a la colaboración de los Institutos misioneros en la patria, de modo que las cuestiones y proyectos comunes puedan resolverse con mayor facilidad y con menores gastos, como, por ejemplo, la formación doctrinal de los futuros misioneros, los cursos para los mismos, las relaciones con las autoridades públicas o con los órganos internacionales o supranacionales». (Concilio Vaticano II, Ad gentes [1965], 32-33)

57. «En cuanto a la segunda cuestión, a saber: el modo de organizar ciertas iniciativas de las diócesis de territorios de derecho común en favor de las misiones, los Padres, considerando atentamente cuán necesario es que todo se realice recta y ordenadamente también en este sector de la acción misional, han convenido en las siguientes conclusiones: 1. Se reconoce y acepta de buen grado la forma peculiar de actividad misionera de cada una de las diócesis de los territorios de derecho común o también de la propia 30

Conferencia Episcopal, mediante la cual sacerdotes diocesanos y, servatis servandis, también religiosos y religiosas, e incluso seglares, son enviados a una circunscripción misionera para prestar su colaboración bajo la jurisdicción del Ordinario del lugar [cf. AG 38, 41; CD 6; Pablo VI, Africae terrarum, 26]. 2. Para realizar esta forma peculiar de actividad o de empeño se requiere la previa consulta tanto a la Conferencia Episcopal a la que pertenece la diócesis del territorio de derecho común como a la Conferencia Episcopal a la que pertenece la circunscripción misionera, y asimismo ha de informarse bien de ello a la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos. 3. Se recomiendan plenamente todas las formas de esta directa colaboración de las diócesis de territorios de derecho común con las circunscripciones misionales, sea que se trate de envío de personal, como hemos dicho en el número 1, o de ayuda financiera y de la fundación de obras que persigan un fin misionero, con tal de que por ello no sufran detrimento las Obras Pontificias y los Institutos misioneros». (S. Congregación para la Evangelización de los Pueblos o De Propaganda Fide, Quo aptius [1969], B)

58. «[65] Entre los agentes de la pastoral misionera, ocupan aún hoy, como en el pasado, un puesto de fundamental importancia aquellas personas e instituciones a las que el decreto Ad gentes dedica el capítulo de título “Los misioneros” [cf. AG 23-27]. A este respecto se impone ante todo una profunda reflexión para los misioneros mismos, que debido a los cambios de la misión pueden sentirse inclinados a no comprender ya el sentido de su vocación, a no saber ya qué espera precisamente hoy de ellos la Iglesia. Punto de referencia son estas palabras del Concilio: “Aunque a todo discípulo de Cristo incumbe la tarea de propagar la fe según su condición, Cristo Señor, de entre los discípulos, llama siempre a los que quiere, para que lo acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes. Por lo cual, por medio del Espíritu Santo, que distribuye los carismas según quiere para común utilidad, inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno y suscita al mismo tiempo en la Iglesia Institutos que asuman como misión propia el deber de la evangelización que pertenece a toda la Iglesia” [ibíd., 23]. Se trata, pues, de una “vocación especial”, que tiene como modelo la de los apóstoles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo. Quienes están dotados de tal vocación, “enviados por la autoridad legítima, se dirigen por la fe y obediencia a los que están alejados de Cristo, segregados para la obra a que han sido llamados como ministros del Evangelio” [ibíd.]. Los misioneros deben meditar siempre sobre la correspondencia que requiere el don recibido por ellos y ponerse al día en lo relativo a su formación doctrinal y apostólica. [66] Los Institutos misioneros, pues, deben emplear todos los recursos necesarios, poniendo a disposición su experiencia y creatividad con fidelidad al 31

carisma originario, para preparar adecuadamente a los candidatos y asegurar el relevo de las energías espirituales, morales y físicas de sus miembros [cf. ibíd., 23, 27]. Que estos se sientan parte activa de la comunidad eclesial y que actúen en comunión con la misma. De hecho, “todos los Institutos religiosos han nacido por la Iglesia y para ella; obligación de los mismos es enriquecerla con sus propias características en conformidad con su espíritu peculiar y su misión específica”, y los mismos obispos son custodios de esta fidelidad al carisma originario [cf. Mutuae relationes, 14b; cf. 28]. Los Institutos misioneros generalmente han nacido en las Iglesias de antigua cristiandad e históricamente han sido instrumentos de la Congregación de Propaganda Fide para la difusión de la fe y la fundación de nuevas Iglesias. Ellos acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado, mientras nuevos Institutos han surgido precisamente en los países que antes recibían solamente misioneros y que hoy los envían. Es de alabar esta doble tendencia que demuestra la validez y la actualidad de la vocación misionera específica de estos Institutos, que todavía “continúan siendo muy necesarios” [AG 27], no solo para la actividad misionera ad gentes, como es su tradición, sino también para la animación misionera tanto en las Iglesias de antigua cristiandad como en las más jóvenes. La vocación especial de los misioneros ad vitam conserva toda su validez: representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes. Que los misioneros y misioneras que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino, prefiriendo —con espíritu de fe, obediencia y comunión con los propios Pastores— los lugares más humildes y difíciles». (Juan Pablo II, Redemptoris missio [1990], 65-66)

59. «A la Comisión Episcopal para las Misiones compete principalmente: [...] f) Suscitar y ordenar la colaboración de los Institutos de vida consagrada, así como de las Sociedades de vida apostólica, con un fin exclusiva o parcialmente misionero, tanto para la formación y la animación misionera de los fieles como para la cooperación, en íntima unión con las OMP. Bríndese, además, a estos Institutos y Sociedades la posibilidad de actuar también en favor de las obras propias, dentro de un justo orden y respetando las necesidades generales de la misión “ad gentes”. En efecto, a esos Institutos no solo se les debe reconocer un comprobado empeño y una válida experiencia en el ámbito misionero [cf. AG 27], sino que, en virtud de su espíritu específico, se les debe reconocer también su aptitud para proponer a los jóvenes una vocación ad vitam, que con razón se considera el paradigma del compromiso misionero de toda la Iglesia [cf. RM 66]». (Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Cooperatio missionalis [1998], 11f) 32

60. «También espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autorreferencialidad». (Francisco, Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada [2014], II, 3c)

61. «Espero que toda forma de vida consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden. Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o material. Lo mismo pueden hacer los Institutos dedicados a la caridad, a la enseñanza, a la promoción de la cultura, los que se lanzan al anuncio del Evangelio o desarrollan determinados ministerios pastorales, los Institutos seculares en su presencia capilar en las estructuras sociales. La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan diferentes que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas carismáticas en particular. No obstante, nadie debería eludir este Año una verificación seria sobre su presencia en la vida de la Iglesia y su manera de responder a los continuos y nuevos interrogantes que se suscitan en nuestro alrededor, al grito de los pobres. Solo con esta atención a las necesidades del mundo y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida Consagrada se transformará en un auténtico kairòs, un tiempo de Dios lleno de gracia y de transformación». (Francisco, Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada [2014], II, 5)

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3.2. EXHORTACIONES APOSTÓLICAS POSTSINODALES DE LOS CINCO CONTINENTES

62. «Es también motivo de gran consuelo saber que los Institutos misioneros, presentes en África desde hace mucho tiempo, “acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado” [RM 66], permitiendo a estas mismas Iglesias que participen en la actividad misionera de la Iglesia universal. Asimismo, manifiesto mi reconocimiento a los nuevos Institutos misioneros que han surgido en el continente y que hoy envían a sus miembros ad gentes. Se trata de un crecimiento providencial y maravilloso que manifiesta la madurez, vitalidad y dinamismo de la Iglesia que está en África». (Juan Pablo II, Ecclesia in Africa [1995], 134)

63. «Los Padres sinodales reconocieron el papel vital que, durante los siglos pasados, han desempeñado en la evangelización de Asia las Órdenes y las Congregaciones religiosas, así como los Institutos misioneros y las Sociedades de vida apostólica. Por esta magnífica contribución, el Sínodo les expresó la gratitud de la Iglesia y los exhortó a no cejar en su compromiso misionero [cf. Propositio 27]. Juntamente con los Padres sinodales, invito a los consagrados a renovar su celo por proclamar la verdad salvífica de Cristo. A todos se les debe asegurar una formación y unas prácticas adecuadas, que estén centradas en Cristo y sean fieles al propio carisma de fundación, poniendo el acento en la santidad personal y en el testimonio. Su espiritualidad y su estilo de vida deben corresponder a la herencia religiosa de las personas entre las que viven y a las que sirven [cf. ibíd.]. Respetando su carisma específico, se les pide que se integren en los planes pastorales de la diócesis en la que se encuentran; y las Iglesias locales, por su parte, deben reavivar la conciencia del ideal de la vida religiosa y consagrada, promoviendo dichas vocaciones. Eso exige que cada diócesis elabore un programa pastoral para promover las vocaciones, asignando también sacerdotes o religiosos que trabajen a tiempo completo entre los jóvenes, para ayudarles a escuchar y discernir la llamada de Dios [cf. ibíd.]. En el marco de la comunión de la Iglesia universal, no puedo por menos de invitar a la Iglesia en Asia a enviar misioneros, aunque ella misma tenga necesidad de obreros para la viña. Me alegra constatar que se han fundado recientemente Institutos misioneros de vida apostólica en varios países de Asia, como reconocimiento del carácter misionero de la Iglesia y de la responsabilidad de las Iglesias particulares en Asia de anunciar el Evangelio en todo el mundo [cf. Propositio 28]. Los Padres sinodales recomendaron que, “donde no existan, se instituyan, dentro de cada Iglesia local de Asia, Sociedades misioneras de vida apostólica, caracterizadas por un compromiso específico en favor de la misión ad gentes, ad exteros y ad vitam” [ibíd.]. Esa iniciativa dará seguramente frutos abundantes no solo en las Iglesias que reciben a los misioneros, sino también en las que los envían». (Juan Pablo II, Ecclesia in Asia [1999], 44c-d) 34

3.3. MENSAJES DEL PAPA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES Y DOCUMENTOS DEL EPISCOPADO ESPAÑOL

64. «Es necesario asegurar como objetivo particular, pero igualmente importante, la inspiración y —diríamos— el carácter misionero en las vocaciones sacerdotales y en las diversas formas de vida consagrada. Esto se propone precisamente la Pontificia Unión Misional, la cual —como dijimos en la carta apostólica Graves et increscentes, del 5 de septiembre de 1966— es “el alma de las Obras Misionales Pontificias”. Si faltara este componente en la preparación de las personas más responsables, como los sacerdotes y aquellos que profesan con voto la vida de perfección, difícilmente se conseguiría la formación misionera del Pueblo de Dios». (Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1977, 2c)

65. «Invito, pues, una vez más a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, miembros de Institutos seculares, a aquellos que tienen la suerte de vivir una vida consagrada, a trabajar no ya aisladamente, sino íntimamente unidos, bajo el signo del mismo ideal y de la misma dedicación común. La Pontificia Unión Misional os ofrece esta oportunidad, formándoos en el espíritu misionero, sosteniéndoos y ayudándoos en vuestro camino». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1985, 5d-e)

66. «Deseo ahora dirigir la mirada a los numerosos protagonistas de la misión específica ad gentes: en primer lugar, los obispos y sus colaboradores, los sacerdotes, recordando al mismo tiempo la obra de los Institutos misioneros, masculinos y femeninos. Siento el deber de dedicar unas palabras en especial a los catequistas de tierras de misión [...]». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2000, 6a)

67. «La Jornada Mundial de las Misiones constituye una oportuna circunstancia para tomar conciencia de la urgente necesidad de participar en la misión evangelizadora en la que se encuentran comprometidas las comunidades locales y tantos organismos eclesiales y, de modo particular, las Obras Misionales Pontificias y los Institutos Misioneros. Es misión que, además de la oración y del sacrificio, espera también un apoyo material concreto. Una vez más aprovecho la ocasión para subrayar el precioso servicio que realizan las Obras Misionales Pontificias, e invito a todos a apoyarlas con una generosa cooperación espiritual y material». (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2005, 4c) 35

68. «Por lo que hace a los Institutos específicamente misioneros, queremos expresar nuestro firme y sincero convencimiento de que la comunidad cristiana, a una con los obispos, tiene una particular responsabilidad para con tales instituciones. Los Institutos específicamente misioneros consagran todos sus miembros a la evangelización en los territorios de misión. No pueden tener entre nosotros ni casas ni otros empeños apostólicos que los estrictamente necesarios para el reclutamiento de nuevos miembros, formación de los mismos y acogida, tal vez, de los jubilados o de los que están de paso por un período de legítimo y bien ganado descanso. En los territorios de misión aceptan, por lo general, puestos de avanzada. Con el fin de no instalarse, encomiendan a otras instituciones, al cabo de algunos años, las obras y casas que con su sudor y su esfuerzo han abierto al servicio de la evangelización y pasan a nuevos lugares. Los elementos nativos que ingresan en dichos Institutos específicamente misioneros abandonan su propia patria de origen y realizan su ministerio misionero bajo otros cielos... Estas características de los Institutos específicamente misioneros nos fuerzan a respaldar su trabajo y su continuidad de manera muy particular, porque sus necesidades son muy especiales y porque en ellos se vive en plenitud de consagración el carisma evangelizador. La Santa Sede nos alienta a esto desde el momento y hora en que dichos Institutos específicamente misioneros están puestos bajo la salvaguardia y autoridad de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos [cf. AG 27]». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Responsabilidad misionera de la Iglesia española [1979], A, 12e-g)

69. «Creemos que aquellos Institutos radicados entre nosotros y cuyo carisma específico les dedica exclusivamente al anuncio del Evangelio entre los aún no cristianos merecen, por nuestra parte, una especial acogida y atención». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Responsabilidad misionera de la Iglesia española [1979], B, 2.1.3)

70. «Juan Pablo II, en su visita a la sede de la Conferencia Episcopal Española, recordaba: “Ya en mi visita a Zaragoza de 1984, y más recientemente en Santo Domingo [...], tuve ocasión de expresar mi viva gratitud y la de toda la Iglesia por la ingente labor evangelizadora de aquella pléyade de misioneros españoles que llevaron el mensaje de salvación al mundo entero [...] Os invito a que extendáis vuestra cooperación misionera a los nuevos e inmensos espacios que se abren para el anuncio del Evangelio en los diversos continentes, sin olvidar la misma Europa” [Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea Plenaria de la CEE en Madrid, 15-6-1994, n. 5]. La Iglesia en España se ha visto enriquecida con personas, iniciativas e instituciones que han sabido responder a las necesidades de cada momento. La mejor 36

expresión es san Francisco Javier, patrón universal de las misiones, que aparece en la historia misionera de la Iglesia como ejemplo a seguir. Hemos de agradecer al Señor el nacimiento de numerosas Congregaciones religiosas masculinas y femeninas que han seguido canalizando la entrega de tantos y tantas a la misión universal, así como la cooperación misionera de los miembros de Institutos de vida consagrada. [...]». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Actualidad de la misión “ad gentes” en España [2008], 15a-b)

71. «Para que su vitalidad [la de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades] siga siendo eclesialmente fecunda, deberán seguir avanzando en el diálogo con las Iglesias particulares, tanto de origen como de destino, así como participando en las iniciativas de las Congregaciones religiosas, Institutos para la vida consagrada y otras instituciones misioneras experimentadas. De este modo no solo se enriquecerá su experiencia de comunión, sino que se facilitará un discernimiento específicamente misionero». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Actualidad de la misión “ad gentes” en España [2008], 52b)

72. «[Entre los “Destinatarios de estas Orientaciones”]. Los miembros de Institutos de vida consagrada y, particularmente, los Institutos y Congregaciones específicamente misioneros, que han asumido su compromiso misionero ad vitam como un don que pertenece a toda la Iglesia [cf. AG 27; RM 70; MD 20] y lo “ratifican con su inserción en el tejido vital de las Iglesias al servicio de la animación misionera, como un ministerio necesario para la revitalización de la pastoral ordinaria” [Actualidad de la misión “ad gentes” en España, 58]». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre la cooperación misionera entre las Iglesias para las diócesis de España [2011], 15)

73. «El desarrollo misionero del siglo XIX propicia también el nacimiento de otras formas de cooperación misionera. La aparición de Institutos exclusivamente misioneros carentes de recursos económicos propios suscita la necesidad de ser ayudados por los fieles de las comunidades cristianas de pertenencia. Al mismo tiempo, y de modo providencial, surgen en esta época otras expresiones caritativas con la finalidad de ayudar a los misioneros en su doble actividad humanitaria y evangelizadora». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre la cooperación misionera entre las Iglesias para las diócesis de España [2011], 28)

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74. «Son numerosos los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica [estas instituciones misioneras integran en la actualidad el Servicio Conjunto de Animación Misionera —SCAM— para la animación y formación misionera en las diócesis] que se dedican en exclusiva, por carisma fundacional, a la formación, envío, sostenimiento y relevo de tantos misioneros dedicados a la misión ad gentes. Dicho carisma fundacional y la vocación de cada uno de sus miembros muestran la actualidad y validez de su compromiso misionero ad vitam. Por eso, los Institutos religiosos, tengan o no un fin estrictamente misionero, deben plantearse la posibilidad y la disponibilidad para cooperar en la expansión del Reino de Dios en los territorios de misión, según su propio carisma [cf. RM 69]. De ahí la necesidad de “promover con medios adecuados una distribución equitativa de la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los Institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres” [VC 78]». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre la cooperación misionera entre las Iglesias para las diócesis de España [2011], 44)

75. «Con el nombre de Día de los Misioneros Diocesanos u otros análogos, cada año se incrementa el número de diócesis que dedican una Jornada a favor de los misioneros y misioneras de esta Iglesia local, ya sean sacerdotes, religiosos y religiosas o laicos. En algunos casos la fecha de esta Jornada coincide con el Día de Hispanoamérica; en otros —los más— se celebra en verano, para coincidir con el mayor número de misioneros que vienen a pasar unos días de descanso con su familia. Su principal finalidad es estimular el espíritu misionero en las comunidades cristianas de la diócesis, fomentar las vocaciones misioneras tanto en la vida consagrada como en el sacerdocio o en la vida laical, y difundir en la diócesis la certeza de que sus misioneros son la mejor expresión de su universalidad. La colecta, gestionada por la Delegación Diocesana de Misiones, es destinada a ayudar a dichos misioneros diocesanos». (Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Orientaciones sobre la cooperación misionera entre las Iglesias para las diócesis de España [2011], 79)

76. «Entre los gestos más significativamente misioneros que enriquecen a la Iglesia española es justo reconocer: — Las Sociedades misioneras y Congregaciones que se dedican en exclusiva por carisma fundacional a la formación, envío, sostenimiento y relevo de tantos misioneros dedicados a la misión ad gentes [señalamos las Sociedades misioneras y las Congregaciones más conocidas en España: Misioneras de Ntra. Sra. de África, Hnas. Blancas; Misioneras Combonianas; Compañía Misionera del Sagrado Corazón; Misioneras de Cristo Jesús; Mercedarias Misioneras de Bérriz; Misioneras Hijas del Calvario; Franciscanas Misioneras de María; Misioneras Dominicanas del Rosario; 38

Misioneras de la Madre Laura; Misioneras de la Consolata; Misioneros de la Consolata; Sociedad de Misiones Africanas, SMA; Misioneros de África, Padres Blancos; Misioneros de Mariannhill; Misioneros del Espíritu Santo; Misioneros Javerianos; Misioneros Combonianos]. A ellos conviene añadir los religiosos y religiosas de otras Congregaciones, que sin tener en exclusiva el carisma misionero aportan a la Iglesia lo mejor de sus miembros. [...]». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, La misión “ad gentes” y la Iglesia en España [2001], II, 1b)

77. «Esta vocación misionera de todos los fieles de la Iglesia adquiere una responsabilidad particular según la condición eclesial de cada uno: [...] 5. Las Sociedades misioneras de vida apostólica y los Institutos misioneros. Destacamos su carisma fundacional y a cada uno de sus miembros, que muestran con su testimonio la actualidad y validez de su compromiso misionero ad vitam. La Iglesia de España les agradece el esfuerzo que hacen por potenciar y cultivar su inserción en las diversas Iglesias locales, para que su carisma sea vivido como un bien de toda la comunidad eclesial. Agradecimiento que se hace extensivo a la colaboración de algunos de sus miembros con nuestras comunidades cristianas para la animación y formación misionera». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, La misión “ad gentes” y la Iglesia en España [2001], III, 1b 5)

78. «[Entre las “Orientaciones y sugerencias”]. [5] Facilitar y brindar a las instituciones específicamente misioneras campos de acción para la animación y cooperación misionera, valorando su experiencia y reconociendo el valor paradigmático que tiene la vocación misionera ad vitam. A este efecto viene funcionando en España el Servicio Conjunto de Animación Misionera (SCAM) [aprobado en la LXIII Asamblea Plenaria de la CEE, en abril de 1995] como órgano de coordinación de los Institutos misioneros para realizar en la diócesis, entre otras, las siguientes actividades: a) Información y formación del Pueblo de Dios sobre la misión universal de la Iglesia. b) Promoción de vocaciones misioneras ad gentes. c) Fomento de la cooperación para la evangelización. [6] Hacer que todas las iniciativas de cooperación misionera sean promovidas y armónicamente integradas, evitando que ninguna en particular perjudique a las otras y salvaguardando siempre el carácter universal y prioritario de las Obras Misionales Pontificias. A tal efecto, se debe trabajar armónicamente con cada una de las instituciones misioneras de España y con todas conjuntamente. 39

a) Con el IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras): [...]. b) Con la CONFER (Conferencia Española de Religiosos): Colaboración con el Departamento de Misiones de la CONFER para la ejecución de un trabajo conjunto en la animación y formación de los religiosos y en la colaboración con acciones de ayuda material y pastoral a los misioneros. c) Con el SCAM (Servicio Conjunto de Animación Misionera): Colaboración con el SCAM en la formación de sus miembros para contribuir a una sólida y eficaz animación misionera en las diócesis españolas, y favorecer la rentabilidad de este servicio en España facilitando su presencia en las comunidades cristianas de las diócesis. d) Con OCASHA (Obra de Cooperación Apostólica Seglar Hispano-Americana): [...]». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, La misión “ad gentes” y la Iglesia en España [2001], IV, 1.5-1.6)

79. «[Como “Deber individual de cada obispo”]. [...] Suscitar, promover y dirigir la obra misional en su diócesis de forma que toda ella se haga misionera. Para ello: [...] c) Promoverá las vocaciones misioneras, favorecerá el trabajo vocacional de los Institutos misioneros, exhortará a las Congregaciones diocesanas para que se establezcan en países de misión y enviará sacerdotes diocesanos a las misiones». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, El Consejo Nacional de Misiones [1981], 3.1c)

80. «Tanto el Motu proprio Ecclesiae sanctae [cf. III, 9] como la Instrucción Quo aptius [cf. A, 6], han concretado las funciones de la Comisión Episcopal de Misiones como un servicio a los obispos de un país, y sus objetivos son únicamente aquellos que corresponde realizar a los mismos, bien a nivel individual, bien a nivel colectivo, en el terreno de lo misional y a la vez ser el motor de toda la actividad misional del Pueblo de Dios: [...] — Velará para que las iniciativas nuevas no perjudiquen a las Obras Misionales Pontificias ni a los Institutos misioneros, así como a las otras obras en favor de las misiones que existen en el país [cf. QA A, 6, d]». (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias, El Consejo Nacional de Misiones [1981], 3.3 intr.b)

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Anexo: Carta apostólica del Santo Padre Francisco a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada

Queridas consagradas y queridos consagrados: Os escribo como Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), y me dirijo a vosotros como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros. Demos gracias juntos al Padre, que nos ha llamado a seguir a Jesús en plena adhesión a su Evangelio y en el servicio de la Iglesia, y que ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo que nos da alegría y nos hace testimoniar al mundo su amor y su misericordia. He decidido convocar un Año de la Vida Consagrada haciéndome eco del sentir de muchos y de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, con motivo del 50 aniversario de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, que en el capítulo sexto trata de los religiosos, así como del Decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida religiosa. Dicho Año comenzará el próximo 30 de noviembre, primer Domingo de Adviento, y terminará con la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero de 2016. Después de escuchar a la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, he indicado como objetivos para este Año los mismos que san Juan Pablo II propuso a la Iglesia a comienzos del tercer milenio, retomando en cierto modo lo que ya había dicho en la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (n.110).

I . Objetivos para el Año de la Vida Consagrada

1. El primer objetivo es mirar al pasado con gratitud. Cada Instituto viene de una rica historia carismática. En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, 41

en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder creativamente a las necesidades de la Iglesia. La experiencia de los comienzos ha ido después creciendo y desarrollándose, incorporando otros miembros en nuevos contextos geográficos y culturales, dando vida a nuevos modos de actuar el carisma, a nuevas iniciativas y formas de caridad apostólica. Es como la semilla que se convierte en un árbol que expande sus ramas. Es oportuno que cada familia carismática recuerde este Año sus inicios y su desarrollo histórico, para dar gracias a Dios, que ha dado a la Iglesia tantos dones, que la embellecen y la preparan para toda obra buena (cf. Lumen gentium, 12). Poner atención en la propia historia es indispensable para mantener viva la identidad y fortalecer la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o cultivar inútiles nostalgias, sino de recorrer el camino de las generaciones pasadas para redescubrir en él la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que las han impulsado, partiendo de los fundadores y fundadoras y de las primeras comunidades. También es una manera de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo fueron superadas. Se podrán descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma. Todo es instructivo y se convierte a la vez en una llamada a la conversión. Recorrer la propia historia es alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones. Le damos gracias de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha representado un «soplo» del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a él, la vida consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación, con sus luces y sombras, ha sido un tiempo de gracia, marcado por la presencia del Espíritu. Que este Año de la Vida Consagrada sea también una ocasión para confesar con humildad, y a la vez con gran confianza en el Dios amor (cf. 1 Jn 4,8), la propia fragilidad, y para vivirlo como una experiencia del amor misericordioso del Señor; una ocasión para proclamar al mundo con entusiasmo y dar testimonio con gozo de la santidad y vitalidad que hay en la mayor parte de los que han sido llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada. 2. Este Año nos llama también a vivir el presente con pasión. La memoria agradecida del pasado nos impulsa, escuchando atentamente lo que el Espíritu dice a la Iglesia de hoy, a poner en práctica de manera cada vez más profunda los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada. Desde los comienzos del primer monacato, hasta las actuales «nuevas comunidades», toda forma de vida consagrada ha nacido de la llamada del Espíritu a seguir a Cristo como se enseña en el Evangelio (cf. Perfectae caritatis, 2). Para los fundadores y fundadoras, la regla en absoluto ha sido el Evangelio, cualquier otra norma quería ser únicamente una expresión del Evangelio y un instrumento para 42

vivirlo en plenitud. Su ideal era Cristo, unirse a él totalmente, hasta poder decir con Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21); los votos tenían sentido solo para realizar este amor apasionado. La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si este es realmente el vademecum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio siguen siendo de extrema importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras. Jesús, hemos de preguntarnos aún, ¿es realmente el primero y único amor, como nos hemos propuesto cuando profesamos nuestros votos? Solo si es así, podemos y debemos amar en la verdad y la misericordia a toda persona que encontramos en nuestro camino, porque habremos aprendido de él lo que es el amor y cómo amar: sabremos amar porque tendremos su mismo corazón. Nuestros fundadores y fundadoras han sentido en sí la compasión que embargaba a Jesús al ver a la multitud como ovejas extraviadas, sin pastor. Así como Jesús, movido por esta compasión, ofreció su palabra, curó a los enfermos, dio pan para comer, entregó su propia vida, así también los fundadores se han puesto al servicio de la humanidad allá donde el Espíritu les enviaba, y de las más diversas maneras: la intercesión, la predicación del Evangelio, la catequesis, la educación, el servicio a los pobres, a los enfermos... La fantasía de la caridad no ha conocido límites y ha sido capaz de abrir innumerables sendas para llevar el aliento del Evangelio a las culturas y a los más diversos ámbitos de la sociedad. El Año de la Vida Consagrada nos interpela sobre la fidelidad a la misión que se nos ha confiado. Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de cambiar? ¿Tenemos la misma pasión por nuestro pueblo, somos cercanos a él hasta compartir sus penas y alegrías, así como para comprender verdaderamente sus necesidades y poder ofrecer nuestra contribución para responder a ellas? «La misma generosidad y abnegación que impulsaron a los fundadores —decía san Juan Pablo II— deben moveros a vosotros, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino» [Carta ap. Los caminos del Evangelio, a los religiosos y religiosas de América Latina con motivo del V centenario de la evangelización del Nuevo Mundo, 29-6-1990, 26]. Al hacer memoria de los orígenes sale a luz otra dimensión más del proyecto de vida consagrada. Los fundadores y fundadoras estaban fascinados por la unidad de los Doce en torno a Jesús, de la comunión que caracterizaba a la primera comunidad de Jerusalén. Cuando han dado vida a la propia comunidad, todos ellos han pretendido reproducir aquel modelo evangélico, ser un solo corazón y una sola alma, gozar de la presencia del Señor (cf. Perfectae caritatis, 15). 43

Vivir el presente con pasión es hacerse «expertos en comunión», «testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que constituye la cima de la historia del hombre según Dios» [Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Religiosos y promoción humana, 12-8-1980, 24: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 14-12-1980, p. 16]. En una sociedad del enfrentamiento, de difícil convivencia entre las diferentes culturas, de la prepotencia con los más débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, a través del reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir el don que cada uno lleva consigo, permite vivir en relaciones fraternas. Sed, pues, mujeres y hombres de comunión, haceos presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sed un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivid la mística del encuentro: «la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método» [A los estudiantes de los colegios pontificios y residencias sacerdotales de Roma, 12-5-2014], dejándoos iluminar por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas (cf. 1 Jn 4,8) como modelo de toda relación interpersonal. 3. Abrazar el futuro con esperanza quiere ser el tercer objetivo de este Año. Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8). La esperanza de la que hablamos no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12) y para quien «nada es imposible» (Lc 1,37). Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando, conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros. No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento presente en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rm 13,11-14)—, permaneciendo despiertos y vigilantes» [Homilía en la fiesta de la Presentación del Señor, 2-2-2013]. Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor. Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sois el presente porque ya vivís activamente en el seno de vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra opción. Sois al mismo 44

tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión. Este año tendréis un protagonismo en el diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro entusiasmo, y así desarrollar juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio. Me alegra saber que tendréis oportunidades para reuniros entre vosotros, jóvenes de diferentes Institutos. Que el encuentro se haga el camino habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad.

II. Expectativas para el Año de la Vida Consagrada

¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada? 1. Que sea siempre verdad lo que dije una vez: «Donde hay religiosos hay alegría». Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida. Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento». También nosotros, al igual que todos los otros hombres y mujeres, sentimos las dificultades, las noches del espíritu, la decepción, la enfermedad, la pérdida de fuerzas debido a la vejez. Precisamente en esto deberíamos encontrar la «perfecta alegría», aprender a reconocer el rostro de Cristo, que se hizo en todo semejante a nosotros, y sentir por tanto la alegría de sabernos semejantes a él, que no ha rehusado someterse a la cruz por amor nuestro. En una sociedad que ostenta el culto a la eficiencia, al estado pletórico de salud, al éxito, y que margina a los pobres y excluye a los «perdedores», podemos testimoniar mediante nuestras vidas la verdad de las palabras de la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12,10). Bien podemos aplicar a la vida consagrada lo que escribí en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, citando una homilía de Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción» (n.14). Sí, la vida consagrada no crece cuando organizamos bellas campañas vocacionales, sino cuando los jóvenes que nos conocen se sienten atraídos por nosotros, cuando nos ven hombres y mujeres felices. Tampoco su eficacia apostólica depende de la eficiencia y el poderío de sus medios. 45

Es vuestra vida la que debe hablar, una vida en la que se trasparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo. Repito a vosotros lo que dije en la última Vigilia de Pentecostés a los Movimientos eclesiales: «El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir» (18 mayo 2013). 2. Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, «la radicalidad evangélica no es solo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra... Un religioso nunca debe renunciar a la profecía» (29 noviembre 2013). El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte. Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús. A veces, como sucedió a Elías y Jonás, se puede tener la tentación de huir, de evitar el cometido del profeta, porque es demasiado exigente, porque se está cansado, decepcionado de los resultados. Pero el profeta sabe que nunca está solo. También a nosotros, como a Jeremías, Dios nos asegura: «No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (1,8). 3. Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las demás personas consagradas, están llamadas a ser «expertos en comunión». Espero, por tanto, que la «espiritualidad de comunión», indicada por san Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para acoger «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» [Carta ap. Novo millennio ineunte, 6 enero 2001, 43]. Estoy seguro de que este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad perseguido por los

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fundadores y fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos. La comunión se practica ante todo en las respectivas comunidades del Instituto. A este respecto, invito a releer mis frecuentes intervenciones en las que no me canso de repetir que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles... Es «la mística de vivir juntos» que hace de nuestra vida «una santa peregrinación» [Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 87]. También debemos preguntarnos sobre la relación entre personas de diferentes culturas, teniendo en cuenta que nuestras comunidades se hacen cada vez más internacionales. ¿Cómo permitir a cada uno expresarse, ser aceptado con sus dones específicos, ser plenamente corresponsable? También espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autorreferencialidad. Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a buscar una sincera sinergia entre todas las vocaciones en la Iglesia, comenzando por los presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines» [Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, 25-3-1996, 51]. 4. Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino... No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando. Espero de vosotros gestos concretos de acogida a los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por tanto, espero que se aligeren las estructuras, se reutilicen las 47

grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad, se adapten las obras a las nuevas necesidades. 5. Espero que toda forma de vida consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden. Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o material. Lo mismo pueden hacer los Institutos dedicados a la caridad, a la enseñanza, a la promoción de la cultura, los que se lanzan al anuncio del Evangelio o desarrollan determinados ministerios pastorales, los Institutos seculares en su presencia capilar en las estructuras sociales. La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan diferentes que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas carismáticas en particular. No obstante, nadie debería eludir este Año una verificación seria sobre su presencia en la vida de la Iglesia y su manera de responder a los continuos y nuevos interrogantes que se suscitan en nuestro alrededor, al grito de los pobres. Solo con esta atención a las necesidades del mundo y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida Consagrada se transformará en un auténtico kairòs, un tiempo de Dios lleno de gracia y de transformación.

III. Horizontes del Año de la Vida Consagrada

1. Con esta carta me dirijo, además de a las personas consagradas, a los laicos que comparten con ellas ideales, espíritu y misión. Algunos Institutos religiosos tienen una larga tradición en este sentido, otros tienen una experiencia más reciente. En efecto, alrededor de cada familia religiosa, y también de las Sociedades de vida apostólica y de los mismos Institutos seculares, existe una familia más grande, la «familia carismática», que comprende varios Institutos que se reconocen en el mismo carisma, y sobre todo cristianos laicos que se sienten llamados, precisamente en su condición laical, a participar en el mismo espíritu carismático. También os animo a vosotros, fieles laicos, a vivir este Año de la Vida Consagrada como una gracia que os puede hacer más conscientes del don recibido. Celebradlo con toda la «familia» para crecer y responder a las llamadas del Espíritu en la sociedad actual. En algunas ocasiones, cuando los consagrados de diversos Institutos se reúnan entre ellos este Año, procurad estar presentes también vosotros, como expresión del único don de Dios, con el fin de conocer las experiencias de otras

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familias carismáticas, de los otros grupos laicos y enriqueceros y ayudaros recíprocamente. 2. El Año de la Vida Consagrada no solo afecta a las personas consagradas, sino a toda la Iglesia. Me dirijo, pues, a todo el pueblo cristiano, para que tome conciencia cada vez más del don de tantos consagrados y consagradas, herederos de grandes santos que han fraguado la historia del cristianismo. ¿Qué sería la Iglesia sin san Benito y san Basilio, san Agustín y san Bernardo, san Francisco y santo Domingo, sin san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Ávila, santa Ángela Merici y san Vicente de Paúl? La lista sería casi infinita, hasta san Juan Bosco, la beata Teresa de Calcuta. El beato Pablo VI decía: «Sin este signo concreto, la caridad que anima la Iglesia entera correría el riesgo de enfriarse; la paradoja salvífica del Evangelio, de perder garra; la “sal” de la fe, de disolverse en un mundo de secularización» (Evangelica testificatio, 3). Invito por tanto a todas las comunidades cristianas a vivir este Año, ante todo dando gracias al Señor y haciendo memoria reconocida de los dones recibidos, y que todavía recibimos, a través de la santidad de los fundadores y fundadoras, y de la fidelidad de tantos consagrados al propio carisma. Invito a todos a unirse en torno a las personas consagradas, a alegrarse con ellas, a compartir sus dificultades, a colaborar con ellas en la medida de lo posible, para la realización de su ministerio y sus obras, que son también las de toda la Iglesia. Hacedles sentir el afecto y el calor de todo el pueblo cristiano. Bendigo al Señor por la feliz coincidencia del Año de la Vida Consagrada con el Sínodo sobre la familia. Familia y vida consagrada son vocaciones portadoras de riqueza y gracia para todos, ámbitos de humanización en la construcción de relaciones vitales, lugares de evangelización. Se pueden ayudar unos a otros. 3. Con esta carta me atrevo a dirigirme también a las personas consagradas y a los miembros de las fraternidades y comunidades pertenecientes a Iglesias de tradición diferente a la católica. El monacato es un patrimonio de la Iglesia indivisa, todavía muy vivo tanto en las Iglesias ortodoxas como en la Iglesia Católica. En él, como otras experiencias posteriores al tiempo en el que la Iglesia de Occidente todavía estaba unida, se han inspirado iniciativas análogas surgidas en el ámbito de las Comunidades eclesiales de la Reforma, que luego han continuado a generar en su seno otras expresiones de comunidades fraternas y de servicio. La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica ha programado iniciativas para propiciar encuentros entre miembros pertenecientes a experiencias de la vida consagrada y fraterna de las diversas Iglesias. Aliento vivamente estas reuniones, para que crezca el conocimiento recíproco, la estima, la mutua colaboración, de manera que el ecumenismo de la vida consagrada sea una ayuda en el proyecto más amplio hacia la unidad entre todas las Iglesias. 4. Tampoco podemos olvidar que el fenómeno de la vida monástica y de otras expresiones de fraternidad religiosa existe también en todas las grandes religiones. No faltan experiencias, también consolidadas, de diálogo intermonástico entre la Iglesia 49

católica y algunas de las grandes tradiciones religiosas. Espero que el Año de la Vida Consagrada sea la ocasión para evaluar el camino recorrido, para sensibilizar a las personas consagradas en este campo, para preguntarnos sobre nuevos pasos a dar hacia una recíproca comprensión cada vez más profunda y para una colaboración en muchos ámbitos comunes de servicio a la vida humana. Caminar juntos es siempre un enriquecimiento, y puede abrir nuevas vías a las relaciones entre pueblos y culturas, que en este período aparecen plagadas de dificultades. 5. Por último, me dirijo a mis hermanos en el episcopado. Que este Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 43), y no solo de las familias religiosas. «La vida consagrada es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada a la Iglesia» [J. M. Bergoglio, Intervención en el Sínodo sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, XVI Congregación general, 13-10-1994]. De aquí que, como don a la Iglesia, no es una realidad aislada o marginal, sino que pertenece íntimamente a ella, está en el corazón de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, en cuanto expresa la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo; por tanto, «pertenece sin discusión a su vida y a su santidad» (ibíd., 44). En este contexto, invito a los Pastores de las Iglesias particulares a una solicitud especial para promover en sus comunidades los distintos carismas, sean históricos, sean carismas nuevos, sosteniendo, animando, ayudando en el discernimiento, haciéndose cercanos con ternura y amor a las situaciones de dolor y debilidad en las que puedan encontrarse algunos consagrados y, en especial, iluminando con su enseñanza al Pueblo de Dios el valor de la vida consagrada, para hacer brillar su belleza y santidad en la Iglesia. Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su amado Hijo, este Año de la Vida Consagrada. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los dones de la gracia, nos dirigimos como modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo. Agradecido desde ahora con todos vosotros por los dones de gracia y de luz con los que el Señor nos quiera enriquecer, acompaño a todos con la Bendición Apostólica. Vaticano, 21 de noviembre 2014, fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María. FRANCISCO

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Índice Presentación ......................................................................................................................2 1. El mandato misionero y la vida consagrada ..................................................................3 2. La vocación misionera y la vida consagrada ................................................................21 3. Los carismas misioneros y la vida consagrada ............................................................27 Anexo: Carta apostólica del Santo Padre Francisco a todos los consagrados con ocasión del Año de la Vida Consagrada ............................41

Fuentes OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS (ed.), La Iglesia misionera. Textos del Magisterio Pontificio (Biblioteca de Autores Cristianos [BAC], Madrid 2008). OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS (ed.), La Iglesia en el mundo. Exhortaciones apostólicas postsinodales de los cinco continentes (BAC, Madrid 2011). OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS (ed.), Llamados a la misión. Mensajes del Papa y documentos del Episcopado español para la animación misionera (BAC, Madrid 2014). www.vatican.va

Siglas AG CCE CD CIC CM EN GS LG MD MI PC PO QA RE RM VC

CONCILIO VATICANO II, Decreto Ad gentes (7-12-1965). Catechismus Catholicae Ecclesiae. CONCILIO VATICANO II, Decreto Christus dominus (28-10-1965). Codex Iuris Canonici. CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Instrucción Cooperatio missionalis (1-10-1998). PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8-12-1975). CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes (7-12-1965). CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen gentium (21-11-1964). JUAN PABLO II, Carta apostólica Mulieris dignitatem (15-8-1988). BENEDICTO XV, Carta apostólica Maximum illud (3-1-1919). CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae caritatis (28-10-1965). CONCILIO VATICANO II, Decreto Presbyterorum ordinis (7-12-1965). S. CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Instrucción Quo aptius (24-2-1969). PÍO XI, Encíclica Rerum Ecclesiae (28-2-1926). JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris missio (7-12-1990). JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Vita consecrata (25-3-1996). 51

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