SEQUÍAS EN LA CUENCA DEL GUADALQUIVIR

SEQUÍAS EN LA CUENCA DEL GUADALQUIVIR Mª Fernanda Pita López Departamento de Geografía Física y Análisis Geográfico Regional Universidad de Sevilla mf
Author:  Eva Luna Blanco

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LAS DIATOMEAS DEL PERIFITON DE LA CUENCA DEL GUADALQUIVIR Y SUS IMPLICACIONES EN EL DIÁGNÓSTICO DE LA CALIDAD DEL AGUA. Tesis Doctoral Gonzalo Martín

EN LA CUENCA DEL ALTO BALSAS
ISSN: 1405-1540 GUlA PARA CULTIVAR CACAHUATE DE TEMPORAL EN LA CUENCA DEL ALTO BALSAS ,. INSTITUCIONES PARTICIPANTES INSTITUTO NACIONAL DE INVEST

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SEQUÍAS EN LA CUENCA DEL GUADALQUIVIR Mª Fernanda Pita López Departamento de Geografía Física y Análisis Geográfico Regional Universidad de Sevilla [email protected] en “Causas y consecuencias de las sequías en España”, Alicante, Instituto Universitario de Geografía de la Universidad de Alicante y Caja de Ahorros del Mediterráneo, pp. 303-343

1.- Presentación general de la cuenca. La cuenca del Guadalquivir está delimitada por la Sierra Morena al norte, con altitudes máximas situadas en torno a los 1000 metros , las cadenas Béticas al sur, que en los puntos más elevados rebasan los 3000 metros, y por el océano Atlántico al oeste, al cual se abre en un amplio valle de fondo plano y drenado por el río Guadalquivir (ver figura 1). Abarca una extensión espacial de 57.257 Km2 distribuidos entre cuatro comunidades autónomas , si bien es en la comunidad andaluza donde se integra la mayor parte de su territorio (ver cuadro 1) . Cuadro 1. Distribución superficial de la cuenca del Guadalquivir por comunidades autónomas. PARTICIPACIÓN SUPERFICIE DE LA CUENCA EN LA CUENCA 2 KM % Andalucía 51.900 90,22 Castilla-La Mancha 4.100 7,13 Extremadura 1411 2,45 Murcia 116 0,20 57257 100 TOTAL Fuente: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción de la propuesta del Plan Hidrológico del Guadalquivir, Madrid, MOPTMA. PROVINCIA

Su apertura al Atlántico y la existencia en su interior de relieves pronunciados que interceptan el paso de los frentes en su llegada hacia la cuenca, propician que sus precipitaciones no sean nada desdeñables, evaluándose por término medio en 596 mm. anuales. No obstante, estas precipitaciones se ven muy mermadas por la existencia de una evapotranspiración potencial muy elevada (794 mm. anuales) que consigue generar déficit muy marcados, sobre todo en la estación estival (ver figura 2) , y que es la principal responsable de que los 34.000 Hm3 precipitados anuales se reduzcan a unas aportaciones de 7.229 Hm3 por año, sólo el 22% del volumen precipitado (ver cuadro 2). Dichas aportaciones constituyen los recursos naturales de la cuenca; los recursos disponibles, es decir, aquéllos realmente utilizables en función de las estructuras de regulación existentes, se reducen a 2.711,31 Hm3 , los cuales se incrementan hasta 3.115,8 Hm3 si se tienen en cuanta los retornos.

Dichos recursos difícilmente pueden hacer frente a una demanda que se evalúa anualmente en 3.606,27 Hm3/año y que procede masivamente de la agricultura, en menor medida del abastecimiento a las ciudades y de las exigencias ambientales, y en último lugar de la demanda de las industrias (ver cuadro 3) . A esta situación, sin duda problemática, es a la que se alude en la cuenca con la expresión de “déficit estructural” y, con frecuencia también, de “sequía estructural”, lo cual no sólo constituye una contradicción in términis , dado que la sequía por definición es un déficit hídrico coyuntural y anómalo, sino que además acaba favoreciendo mecanismos de ocultación y tergiversación de la propia realidad que en absoluto contribuyen a la resolución del problema. Una supuesta “sequía estructural” en realidad no es sino aridez cuando se deriva de los mecanismos naturales participantes en el balance hídrico, o mala gestión del agua cuando se deriva de los mecanismos socio-económicos actuantes en dicho balance, como es el caso que nos ocupa. La sustitución de este término por el de “sequía estructural” de algún modo proyecta hacia la naturaleza parte de la responsabilidad en su génesis y en nuestra opinión dificulta o, al menos, ralentiza la toma de medidas eficaces para la solución del problema. Un problema que se hace aún más sombrío si se tiene en cuenta la enorme irregularidad interanual de las aportaciones , la cual apenas es considerada en el Plan Hidrológico de la cuenca , aún cuando constituye un elemento que no hace sino reforzar la amenaza de déficit hídrico que se cierne sobre toda ella. Nos encontramos , pues, en un contexto de enorme dificultad para la gestión y el manejo de unas sequías en las que la participación de la sociedad es tan importante o más que la de la naturaleza.

Cuadro 2.- Los recursos hídricos en la cuenca del Guadalquivir. RECURSOS NATURALES(*)

RECURSOS DISPONIBLES(**)

CONCEPTO

CONCEPTO

VALOR

Precipitación media anual 596 (mms) Etp media anual (mms) 794 Coeficiente de escorrentía 0,213 Volumen precipitado anual 34.006 (Hm3) Aportación anual (Hm3) 7.229,53

VALOR (Hm3) de 5.593

Capacidad almacenamiento Volumen regulado 1.894,5 (recursos superficiales) Flujo de base 401,66 Acuíferos 415,15 TOTAL DISPONIBLES Retornos DISPONIBLES +RETORNOS

2.711,31 404,5 3.115,8

(*) Los recursos naturales son los que discurrirían a lo largo del año por los cauces de la cuenca si no existieran las estructuras de regulación que posibilitan la satisfacción espacio-temporal de las demandas.

(**) Los recursos disponibles son los realmente utilizables tras la intervención de estas estructuras. Fuente: Elaboración porpia a partir de: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción de la propuesta del Plan Hidrológico del Guadalquivir, Madrid, MOPTMA.

Cuadro 3.- Balance entre recursos y demandas en la cuenca del Guadalquivir. DEMANDAS Abastecimiento urbano Industrial Agraria Otras Total RECURSOS Disponibles Propios (Disponibles + retornos) BALANCE GLOBAL (Demanda – recursos propios) DÉFICIT (Demanda – recursos disponibles)

Hm3/año 426,35 75,6 2.874,4 229,9 3.606,27

% sobre el total 11,8 2,1 79,7 6,4 100

2.711,31 3.115,8

-490,47 -520,6

Fuente: Elaboración propia a partir de: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción de la propuesta del Plan Hidrológico del Guadalquivir, Madrid, MOPTMA.

2.- Las sequías pluviométricas en la cuenca del Guadalquivir.

Para la expresión de la componente climática de las sequías vamos a utilizar las precipitaciones, de forma tal que haremos coincidentes sequía pluviométrica y sequía climática. La simplificación que pudiera suponer la omisión de otros componentes del balance hídrico se justifica por el hecho de que la precipitación en nuestro medio constituye el elemento más variable del balance y, en consecuencia, es el responsable de la mayor parte de su variabilidad y de la génesis de las sequías. No en vano en los medios mediterráneos se imponen cada vez más indicadores de sequía que se basan exclusivamente en el análisis de las precipitaciones ( Mc Kee y otros, 1995, Vogt, J y otros, 1999). Por otro lado, el énfasis que vamos a poner en la sequía experimentada por los sectores alimentados con aguas reguladas y la omisión de la agricultura de secano reduce la importancia de las sequías edáficas y

consagra el protagonismo de las pluviométricas, con especial énfasis aquellas que registran duraciones superiores al año.

en

En consonancia con estas premisas analizaremos en primer lugar el comportamiento de las precipitaciones anuales en la cuenca y veremos después con más detalle las secuencias secas de duración superior al año.

2.1.- Las precipitaciones en la cuenca del Guadalquivir.

La serie de precipitaciones anuales para el periodo 1948-49-1996-97 arroja para la cuenca del Guadalquivir un volumen precipitado medio de 38.517,61 Mm3 , pero con una variabilidad interanual muy marcada (ver figura 3). El valor más alto de precipitación se alcanza en el año 1960-61 con 67.283 Mm3 y el mínimo en 1995-96, con 18.356 Mm3 , lo que da lugar a un índice de irregularidad de 3,66. Entendiendo como año seco, en una primera aproximación, aquél que registra un volumen de precipitación inferior a la mediana de la serie, encontramos en ella un total de 24 años secos que sólo en seis ocasiones se presentan como años secos aislados, configurando los 18 restantes secuencias secas de diferentes duraciones (ver cuadro 4). Hay, pues, un conjunto de 18 años sobre un total de 48 que participa en secuencias de más de 1 año de duración, lo que supone una frecuencia de acaecimiento del 37,5%, valor muy digno de tener en cuenta a la hora de gestionar los recursos de la cuenca. Es curioso comprobar cómo todas las secuencia secas más largas se registran en la segunda parte de la serie, a partir de los años setenta, siendo la más severa la última de ellas, que se extiende desde el año hidrológico 1991-92 hasta el año 1995-96 . Ello estaría en concordancia con el aumento de la variabilidad pluviométrica y de la persistencia de los años secos ya detectado en diversos observatorios de Andalucía occidental (Aguilar Alba y Pita López, 1996 ), y que también debería estar presente en la gestión integral de la cuenca.

Cuadro 4. Persistencia de los años secos en la cuenca del Guadalquivir (1948-49-1996-97). Duración de las secuencias secas 1 año 2 años 3 años 4 años 5 años TOTAL

Nº de secuencias

Nº de años. 6 1 1 2 1 11

6 2 3 8 5 24

Estos largos episodios secos son los que parecen apuntar una ligera tendencia decreciente en los volúmenes precipitados desde mediados de la década de los sesenta, la cual se interrumpirá gracias a las fuertes lluvias registradas durante los años 1995-96 y 1996-97.

2.2. Las secuencias secas de duración superior al año.

Para precisar algo más los caracteres de las secuencias secas de duración superior al año, que son las que realmente nos interesan por ser las que ejercen alguna repercusión sobre la vida social y económica de la región, vamos a utilizar un índice de sequía basado en el cálculo de las anomalías pluviométricas acumuladas que se registran en la cuenca y al que denominaremos Índice Estandarizado de Sequía Pluviométrica. Los datos de partida utilizados por el índice son las precipitaciones mensuales y su cálculo se realiza en tres etapas sucesivas. En la primera de ellas se calcula la anomalía pluviométrica de cada uno de los meses de la serie, a partir de la expresión: APi = Pi – PMED Donde: APi = Anomalía pluviométrica mensual. Pi = Precipitación mensual PMED = Precipitación mediana del mes. En la segunda fase se calculan las anomalías pluviométricas acumuladas, desde el primer mes en que hay una anomalía pluviométrica negativa hasta que – como resultado de las acumulaciones - se encuentra una anomalía acumulada positiva. En ese momento terminaría la secuencia seca, dando paso a otra excedentaria en agua. A su vez, ésta última terminaría cuando de nuevo apareciera una anomalía pluviométrica negativa, momento en que se iniciaría una nueva secuencia seca, que se calcularía por el mismo método que la anterior. En consecuencia, el cálculo de esta segunda fase se realizaría como sigue: APAi = ΣAPi Desde i = AP negativa hasta i = APA positiva donde : APAi = Anomalía pluviométrica acumulada del mes. Por último, en la tercera fase se estandarizarían estas anomalías acumuladas mediante su conversión en puntuaciones z.

ZAPAi = (APAi - APA) / σAPA Donde: ZAPAi = Anomalía pluviométrica acumulada estandarizada del mes. APA = Valor medio de las anomalías pluviométricas acumuladas de todos los meses de la serie. σAPA = Desviación típica de las anomalías pluviométricas acumuladas de todos los meses de la serie. El proceso de estandarización de las anomalías pluviométricas acumuladas se facilita porque éstas se ajustan a una curva normal y, una vez efectuado, tiene una ventaja doble: por un lado, la obtención de valores universalmente válidos y comparables para diferentes observatorios y, por otro lado, la expresión de estos valores en términos de probabilidad de ocurrencia de las anomalías , dado que es bien conocido que en la curva normal cada valor de z es expresivo de un determinado valor de probabilidad. La aplicación de este Índice Estandarizado de Sequía Pluviométrica a los volúmenes precipitados en la cuenca del guadalquivir arroja los resultados que se muestran en la figura 4, en la cual se registran, para el periodo 1948-1997 un total de cinco secuencias secas de duración superior al año, descritas en sus rasgos esenciales en el cuadro 5. Cuadro 5.- Secuencias secas de duración suoperior al año registradas en la cuenca del Guadalquivir (1948-1997). SECUENCIAS Noviembre 1948-Febrero 1951 Octubre 1954-Octubre 1955 Noviembre 1974-Agosto 1976 Diciembre 1979-Septiembre 1986 Diciembre 1991-Abril 1996

DURACIÓN (meses) 28 13 22 70 65

INTENSIDAD MÁXIMA (z) -0,85 -0,78 -0,87 -2,85 -2,89

En el conjunto del periodo se establecen así un total de 198 meses implicados en secuencias secas de duración superior al año, lo cual sitúa la frecuencia de acaecimiento de estos eventos en un 33% del tiempo considerado. Si asumimos que nuestro sistema de regulación está preparado, al menos, para hacer frente a sequías de un año de duración y eliminamos los 12 primeros meses de cada secuencia, obtenemos un número total de 138 meses, lo cual constituye el 23% de la serie analizada. Tal frecuencia de acecimiento otorga a la peligrosidad por sequía en la región un valor muy elevado, que debería ser muy tenido en cuenta a la hora de gestionar los recursos de la cuenca. De entre todas las secuencias destacan las dos últimas, las cuales sin duda pueden catalogarse como las peores de la segunda mitad del siglo XX. Es

imposible verificar con la misma serie lo sucedido con anterioridad a esta fecha por falta de datos, pero hemos explorado la posible existencia de secuencias secas similares para periodos anteriores a partir de la serie de Sevilla1 , situada en la cuenca baja del Guadalquivir y razonablemente rerpesentativa de ésta. La aplicación del mismo índice de sequía a este serie arroja los resultados que se plasman en la figura 5, los cuales ponen claramente de manifiesto que los peores momentos de la serie no se encuentran a finales del siglo XX, sino a finales del XIX, cuando se registra una secuencia de 109 meses de duración (más de 9 años) entre Abril de 1871 y Abril de 1880 , y que llega a alcanzar una intensidad máxima de –4,29. Es cierto que de esos 9 años los 3 últimos son años de recuperación del déficit anterior, siendo los años realmente secos los 6 anteriores, pero sigue constituyendo un fenómeno de una magnitud absolutamente excepcional en el conjunto de la cuenca2.

2.3.- El comportamiento espacial de la sequía en la cuenca. Aunque es un hecho admitido que la sequía constituye un fenómeno de amplia extensión espacial, también lo es que las diferencias interterritoriales, por pequeñas que sean, pueden constituir una excelente ayuda en su gestión, al permitir el establecimiento de mecanismos compensatorios entre unas zonas y otras. En este sentido, estudios anteriores han puesto de manifiesto la existencia de dos posibles ámbitos diferenciados en la cuenca: la cuenca alta y la cuenca baja, con unas pautas de comportamiento comunes, pero a la vez con suficientes diferencias entre sí como para pensar en una covariación sólo imperfecta entre ambos dominios (Pita López, 1990). Para verificar y precisar esta hipótesis hemos procedido a analizar separadamente las precipitaciones de ambos tramos de la cuenca. Para caracterizar a la cuenca alta hemos utilizado 24 estaciones y para la baja 29, todas ellas con información disponible y bien testada desde 1940 hasta 1996 (ver figura 6). Las precipitaciones en ambos dominios muestran, en efecto, una buena correlación (r de Pearson = 0,84), si bien ésta desciende a medida que reducimos el intervalo de fenómenos considerados. Así, el valor del coeficiente de correlación de Pearson desciende a 0,71 cuando se consideran las anomalías pluviométricas acumuladas estandarizadas, y baja hasta 0,404 cuando se toman en consideración sólo aquellos meses en que al menos en uno de los dos tramos existen anomalías pluviométricas acumuladas negativas. Y es que , efectivamente, aunque hay una buena correlación general entre las precipitaciones de ambos tramos de la cuenca, hay también diferencias importantes en cuanto al comportamiento de los meses secos ( ver figura 7). Las diferencias se ajustan a una curva normal de media –0,007 y desviación 1

La serie utilizada para Sevilla es el resultado de la composición , efectuada por el Instituto Nacional de Meteorología, de dos series de observación existentes en esta ciudad: la serie de la Universidad antigua, que se extiende desde los inicios del periodo hasta el año 1922, y la serie de la base aérea de Tablada , que se inicia en este año y se prolonga hasta el final del periodo . 2 La fiabilidad de esta sequía está garantizada a partir de la verificación de la existencia de fenómenos similares en observatorios de las proximidades, entre ellos el observatorio de gibraltar, de fiabilidad probada.

típica 0,77, pero pueden producirse a veces diferencias muy marcadas , que en los casos extremos llegan a alcanzar el valor de –2,94 para diferencias negativas y +3,64 para las positivas. Muchas de estas grandes diferencias se producen precisamente con ocasión de las grandes secuencias secas y revisten para nosotros el máximo interés. Es destacable el hecho de que hay periodos que sólo se conceptúan como secos en alguno de los dos dominios de la cuenca; es el caso de la secuencia delimitada entre Diciembre de 1956 y Noviembre de 1958, que sólo aparece cuantificada como seca en la cuenca baja pero no en la alta; es también el caso del periodo comprendido entre Febrero de 1970 y Febrero de 1971 , que acusa sequía esta vez en la cuenca alta y no en la baja. También es destacable la secuencia Noviembre 1974- Agosto 1976, que aparece como seca en el conjunto de la cuenca, pero no figura como tal en ninguno de los dos dominios individualizados. Las restantes secuencias secas son comunes a ambos dominios, si bien con duraciones e intensidades diferentes ( ver cuadro 6). Destacan en este sentido las dos últimas secuencias , las más largas e intensas de todo el periodo, que muestran comportamientos diferentes en ambos dominios de la cuenca. La sequía de los años ochenta es especialmente intensa y prolongada en la cuenca baja, pero tiene mucha menor relevancia en la alta. Por el contrario, la sequía de los años noventa se muestra especialmente marcada en la cuenca alta y mucho menos destacada en la baja. El hecho de que buena parte de los embalses de regulación general de la cuenca estén situados en su tramo alto, puede explicar que esta última sequía se haya vivido como la más severa del periodo , aún cuando en el conjunto general de la cuenca sea la de los años ochenta igual o más destacada que aquélla. La existencia de estas pequeñas diferencias y de estas rupturas de la covariación espacial deberían utilizarse adecuadamente como mecanismos de compensación que intentaran paliar los déficit hídricos existentes en cada uno de sus tramos.

3.- Las sequías hidrológicas en la cuenca del Guadalquivir.

El estado de los recursos hídricos refleja inmediatamente estas situaciones pluviométricas, especialmente los recursos superficiales, representados aquí a través del volumen de agua embalsado en los pantanos de la cuenca. Hemos seleccionado dos embalses para representar esta situación: el Tranco de Beas, gran embalse de regulación general situado en la cabecera de la cuenca, en la provincia de Jaén, y con una capacidad de 500 Hm3, y el embalse del Pintado, algo más pequeño ( 213 Hm3 de capacidad) y cuyas aguas se dedican a abasteceer a la zona reglable del Viar, en la cuenca baja del Guadalquivir. Ambos, lógicamente, traducen de inmediato los avatares pluviométricos (ver figura 8).

Tras los excesos pluviométricos de los años sesenta, en los primeros setenta ambos embalses, así como el conjunto de la cuenca, empiezan a registrar una sequía que acabará presentando valores muy acusados en el año hidrológico 1976-77. Tras el proceso de recuperación de esta sequía , al final de la década de los setenta, aparecen ya las dos grandes sequías que protagonizan el siglo: la de los años ochenta y la de los años noventa. En la cuenca baja del Guadalquivir la sequía es mucho más acusada durante los años ochenta y el embalse del Pintado refleja esta situación, conformando un periodo de escasos volúmenes embalsados que se prolonga desde el año 1980-81 hasta 1986-87. La sequía de los años noventa es aquí menos acusada y, además, está nítidamente separada de la anterior por al menos cuatro años de abundancia en las reservas. En la cuenca alta del Guadalquivir la sequía de los años noventa es la más larga e intensa y, además, apenas tiene alguna separación respecto a la de los años ochenta, con lo cual todo el final del periodo se configura como muy seco. En el conjunto de la cuenca los efectos de ambos sectores se unen para producir un importante periodo de sequía que cubre toda la década de los años ochenta y la primera mitad de los noventa. Lógicamente, los periodos más severos son aquellos en los cuales los dos tramos muestran una fuerte incidencia de la sequía (1980-84 y 1991-95). Los tramos centrales (1984-87 y 1987-91) presentan valores menos dramáticos al compensarse los comportamientos de los dos tramos de la cuenca (ver figura 8). En algunos años los porcentajes anuales de agua embalsada se sitúan entre el 10 y el 20% de la capacidad y en el conjunto de la cuenca se sitúa en ocasiones por debajo del 10% (1982-83 y 1994-95). Los valores son aún más impactantes si se toman en consideración, no los volúmenes medios embalsados, sino los volúmenes almacenados al final de las respectivas campañas, en cuyo caso los descensos por debajo del 5% aparecen en varias ocasiones. Merecen destacarse los años 1981-82 y 1982-83, en los cuales al final de la campaña los embalses del Pintado y el Tranco de Beas almacenaban volúmenes tan bajos que amenazaron incluso las garantías para los desembalses necesarios por razones ecológicas. Pero dentro de esta adecuación general entre la sequía pluviométrica y la sequía hidrológica que parece detectarse en esta figura, merecen destacarse algunos fenómenos que reflejan , por el contrario, una cierta autonomía entre ambas sequías. Es destacable en primer lugar la intensidad de la sequía hidrológica de los años setenta, que llega a mínimos equivalentes a los de los años ochenta y noventa, cuando, en realidad, la sequía pluviométrica que la genera fue prácticamente irrelevante (ver figuras 4 y 7). Sin duda, el hecho de ser la primera sequía registrada en la cuenca tras la ´decada de los sesenta – muy húmeda en los pluviométrico, muy cargada de obras de infraestructura hidráulica, y muy rica en cambios socio-económicos – es en gran parte responsable de este hecho, que refleja la falta de aprendizaje social de la gestión de la sequía.

Los años ochenta y noventa son una muestra de todo lo contrario , y hay que pensar que es este aprendizaje el que permite que los volúmenes embalsados se mantengan muy similares a los consignados en los años setenta, cuando la sequía pluviométrica de estos años es mucho más acusada. Especialmente significativo es que en los embalses individuales los mínimos se sitúen en los años ochenta (1981-82 y 1982-83) y no en los noventa , reforzando este hecho la hipótesis de la importancia del aprendizaje de sequías anteriores en la gestión del agua. Pero conviene resaltar también el hecho de que la curva expresiva de la evolución del agua embalsada en la cuenca no tiene la misma significación que las correspondientes curvas aplicadas a embalses individuales. En éstos la capacidad de embalse no varía a lo largo del periodo y en esa medida la evolución del porcentaje de agua embalsada refleja muy fidedignamente el impacto de la sequía pluviométrica sobre la sequía hidrológica. En el conjunto de la cuenca la capacidad de almacenamiento de agua varía a lo largo del periodo, experimentando un contínuo incremento desde los años cincuenta hasta la actualidad (ver figura 9). A comienzos de los años setenta hay un gran incremento que casi duplica la capacidad de embalse existente al inicio del periodo. A mediados de los años ochenta de nuevo se registra un fuerte aumento que hace que se rebasen los 6.000 Hm3 de capacidad en la cuenca. Desde entonces y hasta mediados de los años noventa continúa el incremento sostenido hasta situar la capacidad de embalse de la cuenca en más de 8.000 Hm3. Las circunstancias meteorológicas experimentadas en el periodo, así como la propia gestión de las aguas embalsadas, apenas van a dejar que disfrutemos de esa mayor capacidad de embalse. Los volúmenes embalsados en absoluto experimentan una tendencia creciente paralela a la de la capacidad y, de hecho, en los 25 años transcurridos entre 1970 y 1995 sólo en dos años los volúmenes embalsados rebasaron la capacidad de embalse existente durante los años sesenta (ver figura 9). La sequía de los años centrales de la década de los setenta ya supone una primera ruptura de esta esperable tendencia creciente, pero las sequías de los ochenta y noventa lograron casi invertir esta tendencia. De hecho, en el año 1994-95 la reserva media de agua es muy inferior a la registrada en los cincuenta a pesar de que ahora la capacidad de embalse es más de tres veces superior a la existente entonces. Son años de embalses vacíos que harán que la sociedad se plantee la posibilidad de una ruptura de la estacionariedad de las precipitaciones; la amenaza de un cambio climático conducente a una aridificación de la cuenca se abre paso muy tímidamente en la sociedad. Por otro lado, las actitudes críticas hacia la búsqueda de soluciones meramente estructurales a la sequía, encontrará ahora su mejor apoyo para una búsqueda de soluciones más diversificadas e integrales. Ya en el año 1996-97, sin embargo, las fortísimas precipitaciones existentes en la cuenca conseguirán un volumen embalsado superior a los 6.000 Hm3 ( más del 75% de la capacidad) , nivel que se mantendrá aproximadamente en los años sucesivos, justificando así las inversiones realizadas.

Pero, además, es necesario destacar que los escasísimos volúmenes embalsados de los años ochenta y noventa se mantienen a costa de restricciones a veces muy severas tanto en el consumo urbano del agua, como en las dotaciones para regadío. Sin estas restricciones los volúmenes embalsados habrían sido incapaces de mantener las demandas mínimas de agua de la cuenca. Siguiendo con la hipótesis del aprendizaje de las experiencias anteriores, sería fundamental tomar buena nota de esta larga experiencia de embalses vacíos para aprender a gestionar adecuadamente estos importantes volúmenes de agua que la nueva capacidad de embalse pone a nuestra disposición . En este sentido sería fundamental convertirlos en mecanismos de seguro y garantía para los años secos y no sólo en una fuente de alimentación para nuevas demandas.

4.- Los impactos de la sequía. Abordaremos en este epígrafe solamente los impactos más relevantes registrados en aquellos sectores que por una u otra razón presentan los mayores niveles de vulnerabilidad frente a la falta de agua: el consumo urbano y la agricultura de regadío.

4.1.- El consumo urbano.

Aunque el consumo urbano del agua no es ni mucho menos el consumo predominante en la cuenca (sólo supone el 11,8% del total), sí constituye el sector más vulnerable por multitud de razones. En primer lugar, por el gran volumen de personas a las que afecta (casi cuatro millones de habitantes que viven en la cuenca más los que transitoriamente puedan visitarla). En segundo lugar, por las repercusiones económicas que se derivan de sus fallos , al afectar a todas las industrias enganchadas a la red urbana, a los servicios que dependen en mayor o menor medida del consumo de agua, al turismo, que sufre enormes daños por la escasez de agua etc. Además, por el carácter fundamental y básico que tiene el consumo urbano, lo cual lo consagra como el consumo prioritario del agua en casos de emergencia con arreglo a la legislación vigente. La vulnerabilidad del sector ante la falta de agua ha sufrido variaciones importantes en la segunda mitad del siglo, las cuales están ligadas a cambios en los hábitos de consumo por parte de la población o a variaciones en el grado de desarrollo tecnológico (especialmente en lo concerniente a la infraestructura de distribución del agua) y, en suma, al nivel de desarrollo socioeconómico experimentado por la comunidad. La conjunción de todos estos factores determina un grado de vulnerabilidad moderado para el sector durante las sequías acaecidas en los años cuarenta, al menos, una vulnerabilidad siempre inferior a la registrada por la agricultura

de secano, condición de posibilidad de la alimentación de la población en aquellos momentos, y de la electricidad, fuente de energía básica y pilar de la escasa vida económica entonces existente. El sector se hace más vulnerable en los años cincuenta, cuando se inicia un modesto despegue de la actividad económica que evidencia las enormes deficiencias entonces existentes en el abastecimiento de agua alos nucleos urbanos. Serán las grandes ciudades, y especialmente Sevilla, las que experimenten con mayor rigor los episodios secos; en los ámbitos rurales la vulnerabilidad es mucho menor dada la casi total ausencia de agua corriente en ellos. Los años sesenta , con su bonanza pluviométrica, contribuyen al espíritu general de desarrollo económico que vive el país y no registran ningún episodio seco importante ni problemas relacionados con el suministro de agua a las ciudades; muy al contrario, es el momento en el que se modernizan las redes de abastecimiento y tratamiento del agua y en el que éstas llegan incluso a ámbitos rurales. Ello supondrá volúmenes importantes de población que accede al agua corriente y que mejoran enormemente sus condiciones de vida habituales, pero, como contrapartida, supone también la aparición de millones de personas que se convierten en muy vulnerables ante la falta de agua. De hecho, en las sequías de los años setenta y ochenta será uno de los sectores más vulnerables y ahora con la participación, no sólo de las grandes ciudades, sino también de todos los asentamientos de los ámbitos rurales. Es más, será en estos ámbitos rurales, en estos pequeños núcleos de población con redes de abastecimiento recientes y más frágiles, donde primero salte la alarma y se generen los impactos, en tanto que las grandes ciudades, con sistemas de abastecimiento más potentes, resisten los embates de la sequía. Es cierto, no obstante, que en casos de sequía muy excavada y pronunciada, lógicamente las grandes ciudades con volúmenes importantes de población en su interior, serán los que protagonicen la alarma y los impactos, aunque no sea más que por criterios cuantitativos tanto poblacionales como económicos (ver Pita López, M.F., 1990) La última sequía experimentada en la cuenca, la de los años noventa, ha participado aún de estos caracteres. En la figura 10 se muestran los núcleos de población afectados por restricciones de agua en 1995. En toda Andalucía hubo 161 núcleos de población que experimentaron restricciones, lo que supuso una población afectada que se puede evaluar en 3.569.574 personas. Es destacable el hecho de que las restricciones , y especialmente las más severas , afectan, bien a los núcleos muy pequeños, con menos de 500 habitantes, en los cuales las infraestructuras de abastecimiento son muy poco potentes (en general no están situados en áreas metropolitanas o periurbanas , están lejos de las infraestructuras generales y no cuentan con sistemas supramunicipales de abastecimiento), bien en las grandes ciudades y aglomeraciones urbanas (Sevilla, Bahía de Cádiz, Bahía de Algeciras, Costa del Sol etc.), que a pesar de contar con sistemas de abastecimiento de agua muy potentes y supramunicipales, no consiguen hacer frente a tanto volumen de población. Estos sistemas supromunicipales de abastecimiento, que son tan eficaces en ciudades medias, aquí se ven desbordados por el tamaño poblacional ( Zoido Naranjo, F, 2000).

El área metropolitana de Sevilla puede servir de ejemplo de las peripecias sufridas durante la sequía por las grandes ciudades. En la figura 11 hemos representado la evolución experimentada por los recursos hídricos en el sistema que abastece al área metropolitana de Sevilla desde los inicios de la década de los años setenta hasta la actualidad. En ella quedan bien patentes, tanto el incremento continuado de la capacidad de embalse y, en consecuencia, de los recursos potenciales, como la incidencia de las tres sequías que en este periodo han azotado a la ciudad. En los inicios del periodo Sevilla sólo se alimenta a partir del agua almacenada en dos embalses: el embalse de Aracena y el de La Minilla, ambos situados en el río ribera de Huelva, afluente del Guadalquivir por su margen derecha y con aguas de exdelente calidad , como lo son en general todas las que discurren a través de sierra Morena. En conjunto suponían una capacidad de embalse de unos 200 Hm3 y con ellos se suministraba agua a unos 750.000 habitantes de la ciudad de Sevilla . La sequía de los años setenta hará honda mella en estos recursos, que en dos ocasiones descienden por debajo del nivel mínimo de seguridad y obligan a restricciones fuertes en el consumo, que en el peor de los momentos se elevaron a 11 horas de corte de agua y a reducciones en el consumo que se evalúan por término medio en un 16,5%. En los años ochenta se pone en funcionamiento un nuevo embalse en el mismo sistema y la misma cuenca: el embalse del Gergal, lo que aumenta la capacidad de embalse por encima de 225 Hm3 . Ello no impedirá que la fuerte secuencia seca de los años ochenta impacte severamente, rebasándose también ahora el nivel mínimo de seguridad en dos ocasiones. Estos dos episodios, además de numerosas medidas de adaptación, supondrán la aparición de restricciones aún más fuertes que en la etapa anterior. Desde Febrero de 1980 hasta Enero del año siguiente se vive en régimen permanente de restricciones, que llegan a alcanzar las 17 horas desde Noviembre de 1980 hasta Enero de 1981. La disminución de los consumos en ese periodo alcanzará el valor del 31,5%. Tras un periodo de recuperación pluviométrica, de nuevo en Febrero de 1982 habrá que imponer restricciones , las cuales se prolongarán hasta Octubre , alcanzando entonces un valor máximo de 12 horas de duración y una reducción media del consumo evaluada en un 14,5%. Será una experiencia muy traumática para la ciudad, que toma ahora conciencia de su fragilidad y del ajustado margen existente entre sus ofertas y demandas de agua, emprendiendo , en consecuencia, fuertes medidas para solucionar la situación. Como resultado de ello en la sequía de los años noventa ya ha aumentado mucho la capacidad de embalse. Ha entrado en funcionamiento un nuevo embalse: el de Zufre, siempre en la misma cuenca , y con él la capacidad de embalse duplica ya la existente al inicio del periodo. Es cierto que la población suministrada por el sistema también ha crecido mucho ( aunque no ha llegado a duplicarse), elevándose a 1.220.000 personas debido al crecimiento de la población en Sevilla y su área metropolitana, pero también a la incorporación al sistema de nuevas poblaciones. Con esta situación, que en principio es bastante más favorable que la existente al inicio del periodo, llega la sequía de los años noventa, que destroza por completo el edificio

existente y obliga a rebasar los umbrales mínimos de seguridad en tres ocasiones. Fue una sequía muy dura para la ciudad y en la que hubo que emprender todo tipo de medidas para hacerle frente (ver figura 12). Se lanzan 12 bandos municipales en los cuales se va controlando con mayor o menor rigor, según las circunstancias, el consumo ciudadano, aunque nunca se llega a la dureza de las restricciiones que se experimentaron en los años ochenta. Ahora el ahorro voluntario y la bajada de presión del agua en las horas nocturnas se inicia en Septiembre de 1992, una vez concluida la Exposición Universal, durante la cual no se toma ninguna medida para no perturbar seriamente la imagen de la ciudad. Ya en Diciembre se imponen restricciones de 8 horas y en Enero de 1993 se llega a 12 horas de corte de suministro. Algunas lluvias posteriores permiten una ligera recuperación hasta que se produce una segunda quiebra del sistema en el año 1995 , en que de nuevo se rebasaron los niveles mínimos de seguridad. En Junio de 1995 se imponen restricciones de 6 horas y en Noviembre se elevan a 10 horas. El año 1996, con sus fuertes lluvias conseguirá recuperar los niveles de los embalses y eliminar las restricciones. Lógicamente, estas restricciones dieron lugar a ahorros importantes en los consumos, que en Enero de 1993 se establecen en un35% y en Noviembre de 1995 en un 30% respecto al año anterior y un 40% respecto al año 1991. En el conjunto del periodo el consumo diario medio anual se redujo de unos 480 Dm3 / día a menos de 400 Dm3 / día. A pesar de ello hubo que recurrir al empleo de recursos alternativos de agua en cantidad abundante. En el conjunto de la secuencia seca (1992-95) se utilizaron 517,2 Hm3 de agua, de los cuales la mitad procedieron de recursos propios y la otra mitad de reservas ajenas al sistema (ver cuadro 7), pero en los años 1993, 1994 y 1995 los recursos ajenos superaron a los propios y en el año 1993, el peor en este sentido, llegaron a alcanzar el 67,3% de los recursos utilizados. En su mayoría, estas reservas se surtieron de tomas de emergencia realizadas desde el propio río Guadalquivir y el Ribera de Huelva (ni que decir tiene que con tratamientos muy fuertes para evitar sus altos niveles de contaminación y salinidad en muchos casos). Además se obtuvieron importantes recursos del embalse del Cala, un embalse con fines hidrológicos y propiedad de la Compañía Sevillana de Electricidad, el cual ya había aportado recursos al sistema en anteiores sequías, previo acuerdo entre EMASESA (la empresa abastedecora de agua a la ciudad) y la Compañía Sevillana de Electricidad. Cuadro 7.- Procedencia de los recursos hídricos utilizados en Sevilla y su área metropolitana durante la sequía 1992-1995.

Años

1992 1993 1994

Recursos Recursos Recursos Recursos Recursos Embalsados Embalsados Ajenos ajenos totales 3 3 Hm % Hm % 138,4 57,2 103,6 42,8 242 21,2 32,7 43,6 67,3 64,8 72,6 46,7 82,7 53,3 155,3

1995 TOTAL

26 258,2

47,2 49,9

29,1 259

52,8 50,1

55,1 517,2

Fuente: EMASESA (199 ): Crónica de una sequía, Sevilla.

El embalse del Pintado - con fines agrarios y situado en la próxima cuenca del Viar- también fue utilizado, en esta ocasión por primera vez y no sin reticencias y debates fuertes por parte de la comunidad de regantes del Viar. Finalmente la cesión de las aguas se produjo gracias a la condición del consumo urbano de usuario prioritario del agua en caso de sequía , gracias también a que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir llegó a prohibir por completo los regadíos en la cuenca en Febrero de 1993 y gracias, por último, a las subvenciones de la Comunidad Europea que paliaron la penuria sufrida por los regantes en estos momentos y acallaron sus voces de protesta. En cuanto al agua subterránea, hay que decir que apenas se utilizó, al menos oficialmente, salvo para alumbrar pozos de agua no potable con los que satisfacer el riego de poblaciones. Las tomas ilegales, por su misma condición de tales, se desconocen con exactitud. Paralelemante a todo esto se acusó un deterioro importante de la calidad del agua. En el agua bruta se pasó de utilizar una de óptima calidad procedente de los embalses, a un agua con un grado de salobridad mucho más alto, con un importante contenido de materia orgánica y con incorporaciones de efluentes urbanos unas veces depurados y otras no. Aunque no hubo que afrontar emergencias sanitarias , fue necesario que las autoridades concedieran un régimen de excepción a las características del agua bruta utilizada en diversos parámetros (sodio, potasio, manganeso, sulfatos). Lógicamente, esto propició un aumento extraordinario del consumo de agua embotellada, que habría de contabilizarse como una pérdida más para el conjunto de los ciudadanos y como una ganancia considerable para las compañías embotelladoras.

4.2.- La agricultura de regadío.

La importancia de la agricultura de regadío en la cuenca del Gudalquivir es incuestionable. Con arreglo a los datos suministrados por el Plan Hidrológico de la cuenca, existían en ella en 1992 443.024 has. de superficie regada, equivalentes al 13% del regadío nacional. De ellas, aproximadamente el 40% constituían regadíos estatales y el resto regadíos dependientes de otras administraciones o privados ( ver cuadro 8). Cuadro 8.- Regadíos estatales y privados en la cuenca del Guadalquivir.SUPERFICIE Con plan coordinado Sin plan coordinado Total

Has.

% 174.420 268.604 443.024

39,4 60,6 100

DEMANDA Con plan coordinado Sin plan coordinado Total DOTACIÓN Con plan coordinado Sin plan coordinado Total

Hm3

% 1.457,67 1.415,93 2.873,6

50,7 49,3 100

M3 /ha. 8.357 5.271 6814.

Fuente: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción del Plan Hidrológico de la cuenca del Guadalquivir, Sevilla. La demanda total de agua impuesta por esta superficie regada es de 2.873,6 Hm3 anuales, si bien ahora la demanda mayor corresponde a los regadíos estatales (50,7% del total) frente a sólo el 49,3% que corresponde a los privados. La razón de ello es la mayor eficiencia de estos últimos en el uso del agua, que hace que su dotación media sea muy inferior a la de aquéllos ( 5.271 m3 /ha. frente a 8.357 m3 /ha. en los estatales ) (ver cuadro 8). La mayor parte de estos regadíos se nutren de aguas superficiales, suponiendo éstos el 91,7% de la demanda total y el régimen dominante en el 89% de la superficie total regada (ver cuadro 9). En general estos riegos superficiales, que son los que contabilizan una mayor dotación de agua por ha, son los que caracterizan masivamente a los regadíos estatales, en tanto que en los privados el predominio de las aguas superficiales no es tan potente. Cuadro 9.- Recursos hídricos utilizados en los regadíos de la cuenca del Guadalquivir.SUPERFICIE Recursos superficiales Recursos subterráneos Total DEMANDA Recursos superficiales Recursos subterráneos Total DOTACIÓN Recursos superficiales Recursos subterráneos

Has.

% 394.380 48.644 443.024

Hm3 2.636,62 237,09 2.873,71 M3 /ha 6.685 4.874

89 11 100 % 91,7 8,25 100

Fuente: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción del Plan Hidrológico de la cuenca del Guadalquivir, Sevilla. Pero , en realidad, el consumo de agua de riego está en relación, sobre todo, con la edad de las correspondientes zonas regables y, sobre todo, con el tipo de sistema de riego utilizado. Y en este sentido los altos consumos que todavía caracterizan a la cuenca del Guadalquivir están relacionados con el predominio en ella del riego por gravedad (61%), frente al riego por aspersión,

que sólo alcanza al 27,2% de la superficie regada o los riesgos localizados, los más recientes, que todavía sólo afectan al 11,8% de la superficie regada de la cuenca (ver cuadro 10). Cuadro 10.- Sistemas de riego utilizados en la cuenca del Guadalquivir.SISTEMAS DE RIESGO Gravedad Aspersión Localizado TOTAL

% 61 27,2 11,8 100

Fuente: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción del Plan Hidrológico de la cuenca del Guadalquivir, Sevilla. En general, los regadíos con sistemas de riego por gravedad suelen predominar más en las grandes zonas regables, en las cuales la eficiencia en la utilización del agua es muy baja tanto por las pérdidas que se producen en los canales de transporte que enlazan los embalses con las zonas de riego, como por los problemas de gestión en la distribución por la red de acequias a los complejos parcelarios en que se fragmentan aquéllos. Los regadíos más jóvenes, utilizadores ya de sistemas de riesgo por aspersión o localizados son mucho más eficientes porque en general el agua se transporta en trayectos cortos, casi siempre en conducciones forzadas y con menores problemas en la distribución ya que con frecuencia atienden a parcelas de un único propietario. La máxima eficiencia se da en estos regadíos con aguas subterráneas en los que se combinan las conducciones forzadas con la racionalidad en el gasto para economizar costes de bombeo. La mayor parte de estas superficies constituyen regadíos extensivos, con dedicación predominante hacia los cereales de primavera (maiz, arroz y sorgo) y los cultivos industriales (remolacha, algodón, girasol etc.) (ver cuadro 11), si bien en los últimos años se ha incrementado mucho la superficie regada dedicada a olivar como consecuencia del buen precio del aceite de oliva en la Unión europea. Cuadro 11.- Dedicación de la superficie de riego en la cuenca del Guadalquivir.CULTIVOS Cereales de invierno Cereales de primavera Cultivos industriales Cultivos forrajeros Cultivos hortícolas Leguminosas Cítricos y frutales Olivar y otros leñosos TOTAL

SUPERFICIE (has) 22.650 42.436 58.767 6.978 10.612 1.213 10.789 10.524 174.191

% 13 24,4 39,5 4 6,1 0,7 6,2 6,1 100

Fuente: Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción del Plan Hidrológico de la cuenca del Guadalquivir, Sevilla. Todos estos datos ponen claramente de manifiesto la importancia de este tipo de agricultura en la región, importancia que se derivva de su extensión superficial, pero también de su peso socio-económico, e incluso de su carácter cultural y patrimonial, siendo destacable en este sentido el hecho de que está presente en todos los municipios andaluces a excepción de 80 (Zoido Naranjo, F, 2000). En relación con la sequía, la importancia del regadío se deriva del hecho de que constituye el mayor usuario del agua en la cuenca, consumiendo aproximadamente el 80% de sus disponibilidades. No obstante, y a pesar de todo ello, nunca fue un sector excesivamente vulnerable ante la falta de agua, al menos, lo fue en mucha menor medida que otros sectores, tales como la agricultura de secano, el consumo urbano o la electricidad ( ver Pita López, 1990). Las razones de esta escasa vulnerabilidad son múltiples. En primer lugar, razones ligadas a la propia esencia del regadío, el cual tiene su razón de ser originaria, no tanto en el incremento de los rendimientos que propicia, cuanto en la reducción del peso de la aleatoriedad climática que promueve. Ambos papeles tienen pesos específicos diferentes en los distintos cultivos de la región (ver Pita López, 199..), pero en todos ellos y por definición el regadío debe constituir un cierto nivel de garantía y seguridad ante la escasez de precipitaciones. En segundo lugar hay razones ligadas a la gran flexibilidad en la demanda de agua que presenta el regadío. Esta flexibilidad se deriva, por un lado, de la posibilidad de reducir el consumo sin grave perjuicio para la producción y, por otro lado, de la posibilidad de adaptar los cultivos en cada campaña a las resevas hídricas previsibles en ellas, reduciendo así las pérdidas derivadas de la escasez de agua. Es además un sector con un gran control de los recursos por parte de los usuarios del agua. Este control se traduce incluso en la existencia de embalses propios de determinadas zonas regables, que administran su agua embalsada con casi total independencia de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Es, por último, el único sector en que los consumos se van adecuando progresivamente a las disponibilidades de agua a través de las licencias y concesiones de riego. Estas licencias y concesiones se otorgan una vez que se cuenta con la existencia de un embalse suministrador y previa realización de unos cálculos muy rigurosos en torno a las necesidades de agua en cada caso. Todas estas circunstancias siempre contribuyeron a mantener a la agricultura de regadío como un sector de vulnerabilidad muy baja frente a la sequía y sólo en contadas ocasiones el sector se verá especialmente conmocionado por la falta de agua. Una de estas ocasiones se produjo durante los años cincuenta, en concreto, en la secuencia seca constituida entre 1953 y 1955, en la que el sector sufrió una fuerte conmoción como consecuencia de una ruptura del equilibrio entre los recursos y las licencias concedidas. A parte de estas circunstancias coyunturales, siempre el sector mantuvo unos niveles de vulnerabilidad muy moderados.

En la actualidad, sin embargo, se asiste a un nuevo periodo de crisis en la agricultura de regadío y ésta muestra niveles de vulnerabilidad muy acusados, se diría que mucho más acusados que los registrados en sectores como el consumo urbano o la propia agricultura de secano, lo cual no deja de constituir una paradoja llamativa y digna de consideración por parte de los gestores del agua. Las razones de este fenómeno también son múltiples. La primera de ellas es la enorme persistencia que ha caracterizado a la sequía de los últimos años. La agricultura de regadío es prácticamente inmune ante los pequeños déficit de agua, pero los grandes déficit, susceptibles de agotar los recursos de los embalses hiperanuales, pueden hacerle mucho daño, y eso es lo que ha sucedido en las últimas décadas. También es responsable de esta situación la promulgación de la Ley de Aguas de 1985 y su modificación posterior, las cuales consagran al consumo urbano como uso prioritario del agua en caso de emergencia, seguido de los usos medioambientales y sólo en tercer lugar de la agricultura de regadío. Ello ha supuesto para el regadío la obligación en los últimos años de ceder buena parte de su agua para el abastecimiento a las ciudades (aunque con derecho a compensación económica para los regantes de zonas regables con recursos propios, no así los dependientes de la regulación general, que no han recibido ninguna compensación). Pero, en último término, la causa fundamental de este aumento de la vulnerabilidad radica en la generación de un nuevo desquilibrio entre recursos y licencias, que conduce a déficit estructurales en este sector. En el conjunto de Andalucía la superficie regada se ha multiplicado por 2,5 desde los años sesenta hasta los noventa; en la cuenca del Guadalquivir se ha multiplicado por 1,66 , pasando de 266.329 has en 1963 a 443.024 has en 1993. En consecuencia, la demanda agrícola del agua se dispara cada año impulsada por la transformación de más tierras en regadío a un ritmo medio en Andalucía que supera las 10.000 has/año, y ello sin incluir los riesgos no contabilizados en los balances hidráulicos oficiales (Zoido Naranjo, F, 2000). La consecuencia de todo ello ha sido la aparición de efectos muy claros de la sequía sobre la agricultura de regadío. El primero de ellos y desencadenante de todos los demás ha sido la contínua reducción de las dotaciones asignadas (ver cuadro 12), llegando a su culmen durante la sequía 1992-95, en la cual destacan el año 1993 , en la que sólo se regaron los cultivos permanentes y con una dotación mínima, y, sobre todo, el año 1995, en que no se regó absolutamente ningún cultivo en los regadíos dependientes del sistema de regulación general , lo que otorgó al valle del Guadalquivir durante aquel verano un aspecto insólito. Cuadro 12.- Evolución de las dotaciones de agua de riego en Los embalses de regulación general de la cuenca del Guadalquivir.Años 1978 1979

Dotaciones (m3 /ha) 10.597 10.691

Medias móviles de Medias móviles de 2 años 10 años 10.644

1980 1981 1982 1983 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993* 1994* 1995*

11.210 10.453 5.878 3.146 6.219 8.208 7.734 6.732 7.860 4.269 6.995 6.328 3.779 180 760 0

10.950,5 10.831,5 8.165,5 4.512 4.682,5 7.213,5 7.971 7.233 7.296 6.064,5 5.632 6.661,5 5.053,5 1979,5 470 380

8.086,8 7.813,1 7.171 6.749,4 6.336,9 6.127 6.190,3 5.586,4 4.841,6 4.020,8

Fuente : Elaboración propia apartir de Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (1994): Redacción del Plan Hidrológico de la cuenca del Guadalquivir, Sevilla. (*) Los datos con asterisco proceden de EMASESA (19 ): Crónica de una sequía, Sevila. Las celdas sombreadas corresponden a las situaciones en las que se produjo fallo en el sumministro con arreglo a la concepción de fallo que se maneja en el Plan Hidrológico de la cuenca (ver texto).

Ni que decir tiene que ello supuso que se rebasaran en numerosos años los umbrales de garantía establecidos por el propio plan hidrológico del Guadalquivir. En él, y por consejo del Servicio de Asesorameinto de Riegos, se establece una dotación máxima de 8.000 m3 /ha en cabecera de canal como media de la cuenca, a excepción de las zonas en las que el sistema de distribución se realiza mediante tuberías de presión y riego por aspersión, en los cuales la dotación se rebajaría a 6.000 m3 /ha, o las zonas de riego por goteo, en las que descendería hasta 5.000 m3 /ha, en ambos casos, por la mayor eficiencia de los sistemas. Aplicando este valor medio de demanda anual de 8.000 m3 /ha al concepto de fallo establecido en el Plan Hidrológico de la cuenca, tendríamos que éste se produciría en la cuenca cuando en un año la dotación fuera inferior a 4.800 m3 /ha (el 40% de la demanda anual) o cuando en dos años consecutivos la dotación media descendiera de 5.600 m3 /ha (60% de la demanda anual) o, por último, cuando la dotación media en un periodo de 10 años fuera inferior a 7.360 m3 /ha (el 80% de la demanda). Pues bien, como puede apreciarse en el cuadro 12, estas situaciones se han producido contínuamente en los últimos años. Una situación tan frecuente de fallo en el abastecimiento ha p`ropiciado una profunda crisis en la agricultura de regadío de la región y ha llevado incluso a que se altere la propia noción y estimación de las necesidades de riego, que

tradicionalmente se evaluaban a partir de las necesidades netas de evapotranspiración potencial, las cuales corresponderían a un desarrollo óptimo de los cultivos y a la consecución de los máximos rendimientos posibles. Tal criterio de aplicación de dotaciones máximas para la obtención de rendimientos máximos, tiende a cambiarse ya en el propio Plan Hidrológico de cuenca, en el cual explícitamente se afirma: “modernamente, las limitaciones de los recursos hídricos disponibles, unidos al hecho de que existan restricciones no hídricas al rendimiento de los cultivos , y también los nuevos planteamientos de la Política Agraria Común (PAC), según los cuales sólo una parte de los ingresos del agricultor son función de los rendimientos obtenidos, aconsejan una posible minoración de las dotaciones máximas” (Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, 1994). De hecho, parece demostrado que las pérdidas económicas de los agricultores no guardan una relación lineal con los rendimientos de los cultivos, como éstos no la guardan tampoco con las dotaciones de agua suministrada. Cuando hay menos agua para riego los precios de los cultivos se elevan compensando en parte las pérdidas de ingresos de los regantes ocasionadas al destinar a cultivos de riesgo menos superficie de la disponible. Por el contrario, en los años hidrológicamente buenos las superficies sembradas se disparan generando a veces sobreproducción. En el caso del algodón, por ejemplo, en estos años se suele rebasar la cantidad máxima garantizada que la Unión Europea otorga a España, lo cual ha provocado penalizaciones a la ayuda a la producción, hasta el punto de que el MAPA y la Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía han tenido que conceder ayudas a los algodoneros para evitar que el precio percibido descendiera. Ante estos hechos algunos autores han sugerido la conveniencia de regular de forma más adecuada el agua para el algodón: “si parte del agua empleada para regar el algodón en los años hidrológicamente buenos se guardara para los años malos, probablemente las oscilaciones de precios serían menores y la agricultura obtendría más ingresos durante una secuencia con años buenos y malos” (Garrido, A. y otros, 2000). De cualquier forma, los impactos económicos de la sequía en los últimos años han sido enormes para la agricultura y sólo se han paliado parcialmente por la importancia de las subvenciones que en estos años se han concedido, las cuales han ido ayudando a evitar la quiebra total. Un informe interno de la Consejería de Agricultura de la Junta de Andalucía valora la pérdida de renta de los agricultores durante la última sequía 1992-95 en 290.720 millones de pesetas, estando éstas generadas por la gran disminución de ingresos por ventas (ver cuadro 13). Efectivamente, las mermas en los rendimientos de los cultivos generaron importantes reducciones en los ingresos por ventas de los agricultores, especialmente en 1995 y sobre todo en la agricultura de secano, aunque también con participación importante de la de regadío. Estas mermas pudieron en parte paliarse gracias a los pagos compensatorios recibidos desde la Unión Europea, especialmente importantes para los cultivos COP (cereales, oleaginosas y proteaginosas). Gracias a ellos se consigue que los ingresos totales sólo se reduzcan en 420.430 millones de pesetas. También contribuyó a reducir la magnitud de la catástrofe la reducción de costes que se genera en

estos años como consecuencia de la supresión de algunas labores y la reducción en la utilización de los insumos. Gracias a todo ello se pudieron contener las reducciones en el margen regional , limitándose a los 290.720 millones de pesetas a que antes aludíamos. Una pérdida que es, no obstante, muy importante si se tiene en cuenta que en ella sólo se alude a las pérdidas generadas en el sector primario propiamente dicho y que por tanto no incluyen pérdidas inducidas sobre el conjunto del sistema agroindustrial andaluz, que también fueron muy importantes. Hay que mencionar también las grandes pérdidas que se generaron en los jornales agrarios (ver cuadro 13), así como la existencia de cambios en la distribución de los cultivos que, en el caso del regadío se tradujeron en la sustitución de cultivos con fuertes necesidades de agua (arroz, maiz, algodón) por otros menos exigentes (girasol, lino oleaginoso y colza). En el caso de la agricultura de regadío y en el marco concreto de la cuenca del Guadalquivir las pérdidas generadaas por esta sequía se han evaluado en 500.000 a 700.000 millones de pesetas, según las fuentes consultadas, y en la pérdida de 20.000 empleos directos (Garrido, A. y otros, 2000). La conmoción que ha generado en el sistema de valores de los regantes, en la visión de la sequía por parte de los gestores del agua en la región etc.. son más difíciles de evaluar.

5.- Perspectivas futuras. ¿Qué nos espera en el futuro partiendo de este panorama? En este sentido la planificación hidrológica es muy modesta en sus miras y su alcance y sólo se aproxima como punto más lejano al año 2012, hecho que resulta muy paradójico si se tiene en cuenta que estamos hablando de fenómenos cuya variabilidd natural es muy grande (precipitaciones, secuencias húmedas y secas etc.) y de obras de infraestructura cuyo alcance es muy prolongado (un embalse está previsto para tener una duración de al menos 100 años). Es posible, sin embargo, que lo acuciante y agobiante de los problemas reales y actuales y la corta duración de las legislaturas impida a la administración llegar más lejos. En sus cortas previsiones y en lo relativo a las demandas se prevé un aumento generalizado, tanto para el año 2002 copmo para el 2012, el cual afectará a todos los tipos de consumos (ver cuadro 14). El incremento toal se evalúa para el 2012 en 614 Hm3 , es decir, un 17% de las demandas existentes en 1992, que es cuando se confecciona el Plan. En términos relativos el incremento es máximo en las demandas medioambientales, que aumentan en un 56,65% respecto a 1992. En términos absolutos el mayor incremento corresponde a la agricultura de regadío, que seguirá ocupando aproximadamente el 80% de los consumos totales de agua. Los recursos también se incrementan en los escenarios previstos por el Plan Hidrológico de cuenca, siendo este invremento de un 32,4% en la hipótesis maximalista y pasando de 2.711,31 Hm3 a 3.592,21 Hm3 (ver cuadro 15).

Cuadro 15.- Evolución de los recursos totales disponibles en la cuenca del Guadalquivir. Hipótesis maximalista. Concepto Recursos totales 1992 Hm3 (1) Recusos totales 2002 Hm3 (2) ∆ (2)/(1) Hm3 ∆ (2)/(1) % Recursos totales 2012 Hm3 (3) ∆ (3)/(2) Hm3 ∆ (3)/(2) % ∆ (3)/(1) Hm3 ∆ (3)/(1) %

Valor 2711,31 3.494,21 782,9 28,88 3.592,21 98 2,8 880,9 32,49

Fuente: P.H.C No obstante, este incremento de los recursos no consigue compensar el incremento de las demandas y el balance hidráulico de la cuenca sigue siendo deficitario para el año 2012, si bien con una muy ligera reducción del déficit respecto al existente en 1992 (ver cuadro 16).

Cuadro 16.- Balance entre recursos hidráulicos y demandas en la cuenca del Guadalquivir para el año 2012. Hipótesis maximalista. CONCEPTO DEMANDAS Abastecimiento Industrial Agraria

VALOR (Hm3 /año) 496,64 75,25 3307,6

Otras Total RECURSOS Embalses Flujo base Acuíferos Total disponibles Retornos Total propios BALANCE Global Déficit Fuente: P.H.C.

343 4219,95 2855 305,66 431,55 3592,21 295,57 3887,78 -332,17 -378,13

Cuadro 14.- Distribución y evolución de la demanda bruta. Escenario maximalista. Concepto

Urbano-industrial Industrial singular Agraria Medioambiental Protección de avenidas Otros usos Total Retornos (Hm3) Total demanda neta (Hm3)

Fuente : P.H.C.

(1) 1992 Hm3 426 76 2.874 173 57

(2) 2002 Hm3 456 76 2.943 260 61

3.606 404 3.202

8 3.804 353 3.451

∆ (2) / (1) Hm3

%

30 0 69 87 4

7,04 0 2,39 50,29 7,02

8 198

5,49

(3) 2012 Hm3 495 76 3.307 271 63 8 4.220 295 3925

∆ (3) / (2) Hm3 39 0 364 11 2 0 416

Así, de un déficit de 526,61 Hm3 en 1992 se pasa a uno de 378,13 Hm3 , dándose así por asumido que, como se afirma en reiteradas ocasiones, la sequía en nuestra cuenca es un fenómeno estructural. En estas previsiones se juega sólo con las tendencias demográficas y socioeconómicas existentes en la cuenca y con la capacidad de intervenir sobre las infraestructuras de regulación y, en menor medida, sobre la reducción de los consumos mediante planes de modernización de regadíos. Fenómenos de otro orden, como el cambio climático, ni siquiera se contemplan a pesar de su extraordinaria importancia para estos temas y de su realidad ya incuestionable en todos los foros internacionales. Si introducimos la perspectiva del cambio climático en estas previsiones los resultados son más desalentadores y, aunque es cierto que todavía hay numerosas fuentes de incertidumbre en estas previsiones, es cierto también que hay mucha consistencia en ellas y que todas apuntan hacia una reducción de los recursos hídricos actualemente disponibles. Para una presentación somera de esta realidad nos guiaremos básicamente por dos tipos de documentos: el informe ACACIA , que presenta los resultados preliminares del proyecto: “A Concertated Action Towards a Comprehensive Climate Impacts and Adaptations Assessment for the European Union", financiado por la Unión Europea y dirigido por el profesor Martin Parry, y los trabajos realizados por Ayala Carcedo en el seno del ITGE para la previsión de la evolución de los recursos hídricos en las distintas cuencas hidrográficas españolas en el contexto del futuro cambio climáticos ( Ayala Crcedo, 1995, 1996, 1997). En ambos casos los resultados conducen a una reducción de los recursos hídricos para el sur de Europa, aunque con niveles de concreción mucho mayores en el caso de los estudios de Ayala. El informe Acacia concluye en una previsible reducción de los recursos hídricos en el sur de Europa como consecuenica de una ligera disminución de la precipitación en este ámbito, que en el verano alcanzaría sus mayores tasas , con un valor de un 5% por década y, sobre todo, como consecuencia d eun aumento de la temperatura, que en el conjunto europeo se evalúa en 0,1-0,4º por década, pero que en el sur de europa registraría tasas de incremento del doble de las registradas en el norte. Estos incrementos térmicos connlevarían un aumento de la evapotranspiración , que conduciría a esta disminución de los recursos ya apuntada. Por otro lado, se preve también un aumento de la variabilidad interanual, lo que aumentaría el riesgo de sequía y, paralelamente, también el de inundación. Ayala Carcedo llega más lejos en sus estimaciones y cuantifica el efecto del cambio climático sobre las distintas cuencas vertientes españolas, partiendo de los cambios previstos en la temperatura y la precipitación por el Instituto Nacional de Meteorología (INM, 1995) con base en la modelización climática desarrollada en 1990 por el Hadley Center en el Reino Unido. Los resultados no pretenden ser definitivos , pero sí estimaciones lo suficientemente consistentes como para ser tenidas en cuenta por la planificación hidrológica. Las previsiones están realizadas para el año 2060, en el cual, y con arreglo a

las predicciones del INM antes mencionadas, la temperatura media anual subiría 2,5º y la precipitación disminuiría por término medio en España en un 8%, si bien con reducciones más importantes en el sur peninsular y con una reducción concreta en la cuenca del Guadalquivir que se evalúa en un 15%. La combinación de este aumento de temperatura y esta reducción de la precipitación conduciría a una reducción de las aportaciones hídricas medias en España de un 17%, mayores también ahora en el sur y especialmente en la cuenca del Guadalquivir, donde se evalúan en 2.625 Hm3 /año, equivalentes a un 34% respecto a las aportaciones medias del periodo 1940-85 (ver cuadro 17). Cuadro 17.- Reducción esperable de los recursos hídricos en la España peninsular para el año 2060 como consecuencia del cambio climático. CUENCAS Galicia-Costa Norte I Norte II Norte III Duero Tajo Guadiana Guadalquivir Sur Segura Júcar Ebro Cuencas internas de Cataluña Reducción media

REDUCCIÓN % -10 -13 -14 -11 -22 -17 -23 -34 -31 -28 -22 -16 -6 -17

Hm3/año -1256 -1560 -1884 -656 -3337 -2127 -1437 -2625 -674 -279 -912 -3194 -166 -20115

Fuente: Ayala Carcedo, F (1996): “Reducción de los recursos hídricos en España por el posible cambio climático”, Tecnoambiente, nº 64, pp. 43-48. Lógicamente esto produciría una reducción progresiva de los recursos regulados en los embalses hasta el punto d econvertir en sobredimensionados buena parte de los embalses construidos hasta ahora y previstos para el futuro inmediato, incluso teniendo en cuenta el posible aumento de la variabilidad de las precipitaciones. Por otro lado, los trasvases tampoco podrían salvar la situación dado que no se preve la existencia de excedentes en ninguna cuenca para el 2060, con lo cual esos excedentes contemplados en el Plan Hidrológico Nacional para las cuencas del Norte , el Duero, el Ebro , el Tajo y el Guadiana, que deberían mitigar los déficit de las cuencas circundantes, no tendrían ya virtualidad a mediados del siglo próximo ( Ayala Carcedo, F e Iglesias López, A., (1997): Impactos del posible cambio climático sobre los recursos hídricos, el diseño y la planificación hidrológica en la España peninsular”, El Campo).

Así pues, la consideración del cambio climático introduce una concepción aún más sombría de la ya existente. Como también la vista hacia atrás es estremecedora (recuérdese la espantosa sequía de finales del siglo XIX) más vlae que tengamos cuidado con la gestión del agua; de otro modo la sequía sí de verdad se convertirá en algo estructural sin remedio.

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