serie Mary Pope Osborne Delfines amigos

nos y tienen un secreto: rrizado en una playa de han encontrado una coral. Allí, Jack y Annie casa de madera en lo se encuentran con un alto de

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nos y tienen un secreto:

rrizado en una playa de

han encontrado una

coral. Allí, Jack y Annie

casa de madera en lo

se encuentran con un

alto de un roble. Es

minisubmarino y en-

mágica y está llena

seguida se aventuran

de libros. Cada uno

bajo el agua. Tras el

abre la puerta a una

cristal contemplan

aventura: dinosau-

la belleza del océa-

rios, momias, piratas,

no: peces de colo-

¿Adónde irán hoy?

res, un pulpo gigante, un tiburón martillo... Y de pronto se dan cuenta de que la nave

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hace agua...

Mary Pope Osborne

guerreros ninja…

serie la casa mágica del árbol

La casa mágica ha ate-

Delfines amigos

A partir de 7 años

serie la casa mágica del árbol Jack y Annie son herma-

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Mary Pope Osborne

Delfines amigos

Primera edición: mayo 2003 Octava edición: septiembre 2012 Dirección editorial: Elsa Aguiar Coordinación editorial: Paloma Muiña Traducción del inglés: Macarena Salas Publicado por acuerdo con Random House Childrens Books, una división de Random House, Inc. New York, USA. Todos los derechos reservados. Título original: Dolphins at Daybreak

© del texto: Mary Pope Osborne, 1997 © de las ilustraciones: Bartolomé Seguí, 2012 © Ediciones SM, 2012 Impresores, 2 Urbanización Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) www.grupo-sm.com

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Para Mattie Stepanek

Prólogo

Un día de verano, en el bosque de Frog Creek,

Pensilvania, apareció una misteriosa casa enci­ ­ma de un árbol. Jack, de ocho años, y su hermana Annie, de siete, treparon hasta la casa y vieron que estaba llena de libros. Los niños enseguida descubrieron que la casa del árbol era mágica y que podía llevarlos a cualquier sitio que apareciera dibujado en las páginas de aquellos libros. Lo único que tenían que hacer era señalar una de las ilustraciones y desear estar allí. A lo largo de sus aventuras, descubrieron que la casa del árbol pertenecía al hada Morgana, una bibliotecaria con poderes mágicos que ve­ nía de la época del rey Arturo y viajaba a través del tiempo y el espacio en busca de libros para su biblioteca. Un día, los niños descubrieron una nota de Morgana. En ella les contaba que la habían hechizado y que, para liberarla, tenían que en­ contrar cuatro cosas especiales. Con la ayuda de Mini, una ratoncita muy curiosa, viajaron al antiguo Japón, a la selva del Amazonas, a la

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Edad de Hielo e incluso a la Luna. Cuando en­ contraron el cuarto objeto, por fin, rompieron el hechizo. Morgana se fue con su casa mágica, pero los niños están deseando que regrese. ¿Qué suce­ derá ahora?

1  Maestros bibliotecarios Jack miraba por la ventana de la cocina.

El sol todavía no había salido, pero el cielo estaba cada vez más claro. Llevaba ya mucho tiempo despierto. Estaba pensando en el sueño que había tenido: había soñado con Morgana. –La casa del árbol ha vuelto –había dicho Morgana–. Os estoy esperando. A Jack le hubiera gustado que los sueños se hicieran realidad. Echaba de menos la casa má­ gica del árbol. –¡Jack! –su hermana pequeña apareció por la puerta–. ¡Tenemos que ir al bosque ahora mismo! –¿Por qué? –preguntó él. –¡Porque he soñado con Morgana! –exclamó Annie–. Me ha dicho que la casa del árbol había vuelto y que nos estaba esperando. –Justo lo que he soñado yo... –se extrañó Jack.

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–¡Anda! –dijo Annie–. ¿También te lo ha di­ cho a ti? Tiene que ser importante... –Pero los sueños no son reales... –murmuró Jack. –Algunos no, pero este sí –afirmó la niña–. Estoy segura. Annie abrió la puerta de atrás y salió corriendo. –¡Hasta luego! –¡Espera, espera! ¡Ya voy! –gritó Jack.

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El chico subió a toda prisa las escaleras. «Eso de que hayamos tenido el mismo sueño tiene que significar algo», pensó mientras metía su cuaderno y un lápiz en la mochila. Luego bajó las escaleras a toda velocidad. –¡Mamá, enseguida volvemos! –gritó mirando hacia el salón. –¿Adónde vais tan temprano? –preguntó su padre. –A dar una vuelta –dijo Jack. –Anoche llovió –intervino su madre–. No os mojéis los zapatos. –¡Vale, no te preocupes! Jack salió por la puerta. Annie le estaba es­ perando. –¡Vamos! –dijo. El cielo estaba de color gris claro y corría un aire fresco, como recién lavado.

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Los niños corrieron por su tranquila calle en dirección al bosque de Frog Creek. Después se metieron entre los árboles y pronto llegaron al roble más alto del bosque. En la copa había una casa de madera. –¡Ha vuelto! –susurró Jack. Alguien se asomó a la ventana de la casa del árbol: una mujer encantadora, con el pelo oscuro y muy largo. Morgana. –¡Subid! –gritó la bibliotecaria. Jack y Annie treparon por la escalera de cuer­ ­da y entraron en la casa.

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Observaron a Morgana bajo la luz del ama­ necer. Estaba guapísima con su túnica de tercio­ pelo rojo. Jack se puso las gafas en su sitio. No podía dejar de sonreír. –¡Los dos hemos soñado contigo! –exclamó Annie. –Ya lo sé –contestó la hechicera. –¿Ah, sí? –Sí. Yo os he mandado los sueños porque ne­ cesito que me ayudéis. –¿Ayudarte a qué? –preguntó Jack. –El mago Merlín sigue haciendo de las suyas –dijo Morgana–, y por eso no he podido dedi­ carme a buscar nuevos libros para la biblioteca de Camelot.

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–¿Los podemos buscar nosotros? –preguntó Annie. –Para buscar libros a través del tiempo ten­ dríais que ser maestros bibliotecarios... –explicó Morgana. –¡Pues vaya! –dijo Annie con tristeza. –... pero, si pasáis la prueba, podréis conver­ tiros en maestros bibliotecarios –añadió la he­ chicera. –¿De verdad? –exclamó la niña. –¿Qué tipo de prueba? –preguntó Jack. –Tenéis que demostrar que sabéis investi­ gar –dijo Morgana–, y que podéis encontrar res­ puestas a preguntas muy difíciles.

–¿Y eso cómo lo hacemos? –preguntó Annie. –Resolviendo unos acertijos. La bibliotecaria buscó entre los pliegues de su túnica y sacó un papel enrollado. –El primer acertijo está escrito en este an­ tiguo pergamino –dijo–. Este libro os ayudará a encontrar la respuesta. Les dio un volumen en cuya portada decía: Guía del fondo del mar. –Aquí es donde tenéis que ir –añadió. –¡Al mar! ¡Qué bien! –se entusiasmó Annie, y sin pensárselo dos veces, colocó su dedo en la tapa del libro–. Ojalá pudiéramos... –¡Espera! –la interrumpió Jack sujetándole la mano–. ¿Cómo sabremos si hemos encon­ trado la respuesta correcta al acertijo? –le pre­ guntó a Morgana. –Lo sabréis –dijo ella misteriosamente–. Te aseguro que lo sabréis.

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Jack soltó la mano de Annie. La niña volvió a señalar la tapa del libro y terminó de formu­ lar su deseo: –Ojalá pudiéramos estar aquí. El viento empezó a soplar. –Morgana, ¿vienes con nosotros? –preguntó Jack. Pero antes de que ella pudiera contestar, la casa del árbol empezó a dar vueltas. Jack cerró los ojos con fuerza. La casa del árbol siguió dando vueltas, y vuel­ tas, y más vueltas. Cada vez más rápido. Luego, todo volvió a la calma. Una calma absoluta.

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Jack abrió los ojos. Morgana se había ido. En su lugar, solo quedaban el antiguo perga­ mino y el libro del mar.

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2  El arrecife Una cálida brisa entró por la ventana. Se oían

graznidos de gaviotas. Las olas acariciaban la orilla. Annie cogió el pergamino con el acertijo y lo desenrolló. Los dos hermanos lo leyeron en voz alta:

De aspecto soy muy normal: áspera y gris como las rocas. Dentro tengo gran belleza y por fuera ni la notas. ¿Qué soy?

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–¡Vamos a buscar la respuesta! –se entusias­ ­mó Annie. Ambos miraron por la ventana. La casa má­ gica no había aterrizado encima de un árbol. Estaba en el suelo. –¿Por qué el suelo es rosa? –preguntó Jack. –No lo sé, pero yo voy a salir. –Antes quiero investigar un poco... –dijo él. Annie salió de la casa del árbol.

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Jack cogió el libro del mar y lo hojeó. Encontró un dibujo de una isla rosa rodeada de agua. Leyó:

Esto es un arrecife de coral. Los corales son animales muy pequeños. Cuando se mueren, quedan sus esqueletos. Con el paso del tiempo, el arrecife se forma por la acumulación de montones de esqueletos de coral.

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–¡Qué curioso, son esqueletos pequeñitos! –dijo Jack. Sacó su cuaderno y escribió:

Miles de esqueletos de coral –¡Jack, Jack! ¡Ven a ver esto! –gritó Annie. –¿Qué es? –No lo sé, pero te va a encantar –contestó la niña.

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El chico guardó su cuaderno y el libro del mar en la mochila y salió por la ventana. –¿Es la respuesta al acertijo? –preguntó. –No creo. Desde luego, muy «normal» no parece –dijo Annie. Estaba de pie en la orilla del mar. Cerca de ella había una máquina muy rara. Jack corrió por encima del coral para verlo mejor. Parte de la máquina estaba encima del arre­ cife, y la otra parte estaba dentro del agua cris­ talina y azul. Parecía una pompa de jabón, blan­ ­ca y gigantesca, con una ventana también muy grande.

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–¿Es algún tipo de barco? –preguntó Annie. Jack encontró un dibujo de la máquina en el libro del mar y leyó:

Los científicos que estudian el mar se llaman oceanógrafos. A veces, para estudiar el fondo del mar, viajan en unas naves submarinas pequeñas llamadas «sumergibles» o «minisubmarinos».

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–¡Es un minisubmarino! –exclamó Jack, y sacó su cuaderno. –¡Vamos a meternos! –se entusiasmó Annie. –¡No! –contestó su hermano, aunque en el fondo estaba deseando investigar el submarino por dentro–. No podemos. No es nuestro. –¿Y si nos asomamos solo un poquito? A lo mejor nos ayuda a resolver el acertijo... Jack suspiró. –Vaaale, pero con mucho cuidado. ¡No to­ ques nada! –No te preocupes –dijo Annie. –Y quítate los zapatos para que no se mojen –añadió Jack.

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Los dos se quitaron los zapatos y los calceti­ nes, y los lanzaron hacia la casa del árbol. Luego avanzaron con cuidado sobre el afi­ lado coral. Annie giró la manilla de la compuerta del minisubmarino y la abrió. Cuando estuvieron dentro, de pronto, la com­ puerta se cerró de golpe.

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El minisubmarino era pequeñísimo. Había dos asientos mirando hacia la ventana y, frente a ellos, un ordenador incorporado al control de mandos. Annie se sentó. Jack abrió el libro del mar y siguió leyendo la página donde salía el minisubmarino:

El casco de los minisubmarinos es muy resistente para evitar que entre el aire y proteger a los pasajeros de la presión del agua. Los ordenadores sirven para dirigir los minisubmarinos por el mar.

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–¡Huy! –dijo Annie. –¿Qué? –preguntó Jack levantando la vista. La niña agitaba las manos delante del orde­ nador. En la pantalla ahora se veía un mapa. –¿Qué pasa? –insistió Jack. –Yo solo he apretado un par de teclas... –¿Qué? ¡Te dije que no tocaras nada! –ex­ clamó el chico. El compresor de aire se encendió y el mini­ submarino se empezó a mover hacia atrás. –¡Sal! –gritó Jack. Annie y Jack se lanzaron hacia la compuerta y él se agarró a la manilla. Pero era demasiado tarde. El minisubmarino ya se estaba deslizando por el coral. Luego se sumergió silenciosamente.

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