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La ciudad de Guadajalara es la puerta de entrada a una provincia pródiga en castillos, ríos encañonados, templos románicos, villas monumentales y pueblecitos de fisonomía singular. Por su proximidad a Madrid (menos de 60 kilómetros), Guadalajara se ha convertido en una especie de ciudad-satélite de la capital de España. Una mirada más atenta, sin embargo, descubre en la ciudad de Guadalajara numerosos monumentos que hablan de su importante historia, sobre todo bajo el dominio señorial de los Mendoza, que desempeñaron un papel crucial en la forja de España. Además, Guadalajara esconde alrededor de 100 castillos, ricos y hermosos espacios naturales, iglesias románicas y pueblos con encanto (señaladamente, los de arquitectura negra), muchos de los cuales se esconden entre montañas y bosques que no tienen nada que envidiar a los más renombrados del país. Gran parte de estas bellezas se concentra en tres zonas merecedoras de especial atención: en el extremo septentrional de la provincia, Atienza y la
sierra de Ayllón; en el noreste, Sigüenza y su comarca; y, en el confín oriental, Molina y el Alto Tajo. Ciudad de Guadalajara El palacio de los Duques del Infantado, joya del gótico civil castellano, es el edificio más representativo de la capital. A su sombra se decidió durante siglos el rumbo de la ciudad y se desarrollaron en el XV y el XVI buena parte de las intrigas de una Castilla que aún no había fijado su corte en Madrid. Su magnificencia nos habla de los Mendoza, afincados por estas tierras desde la Reconquista y con una especial habilidad para convertirse en apoyo imprescindible para los reyes castellanos durante varias centurias. Al deseo de vanagloria del segundo duque del Infantado –Iñigo López de Mendoza, que impulsó la construcción del palacio hacia 1483– y al arrebato de Juan Guas, el arquitecto que lo proyectó y levantó de la mano de su hermano Enrique, obedece la exuberancia decorativa de todo el edificio. En este sentido, hay que destacar la fachada, tachonada de cabezas de clavos, y la abigarrada portada, de gusto gótico flamenco, incluidos los dos salvajes que la flanquean. En el interior, del mismo estilo, leones y grifos alados se reparten por toda la extensión del patio, al que podemos asomarnos desde la bella balaustrada calada de la primera planta. De las antiguas murallas árabes que ceñían la ciudad se conservan contados restos, entre los que sobresalen la torre del Alamín, de planta cuadrada, y el torreón de Álvar Fáñez de Minaya, que evoca al que fue primo del Cid y libertador de Guadalajara en 1085, y que en 2004 fue totalmente rehabilitado para acoger el centro de interpretación. Mudéjares son la capilla de Luis de Lucena (siglo XV) y la concatedral de Santa María la Mayor, mientras que de estilo gótico-mudéjar es la iglesia de Santiago, que fue construida entre los siglos XII y XIV. La iglesia de San Francisco –monasterio de templarios en el siglo XIII–, la de la Piedad –magnífica, su portada plateresca del siglo XVI– y el panteón de la Duquesa de Sevillano –estilo bizantino, de finales del XIX y principios del XX– son otros monumentos relevantes de la capital guadalajareña. Sin alejarse mucho de la ciudad, pueden efectuarse dos rutas en coche de gran interés: una, por el valle del Henares, enlazando las poblaciones de Hita, Cogolludo y Jadraque, esta última atalayada por su muy famoso y altivo castillo; otra, por tierras de la Alcarria, enhebrando enclaves de tanto carácter y tan rico patrimonio monumental como Torija, Brihuega, Cifuentes, Trillo, el monasterio de Monsalud, Sacedón, Pastrana y Tendilla.
Atienza y la Sierra de Ayllón Atienza (a 78 kilómetros de la capital) contaba en 1298 con 67 clérigos, 15 templos, 2 conventos y varios hospitales y ermitas. El cerco al que la sometió Juan II en 1446 y los expolios de las tropas napoleónicas mermaron su vasto patrimonio monumental. Aun así, conserva siete iglesias, cinco de las cuales muestran restos del románico antecino del siglo XII, variado y valioso. Dos de ellas albergan importantes museos: la iglesia de San Gil –museo de arte sacro– y la de San Bartolomé –museo de arte religioso y paleontológico –. También deben visitarse la iglesia de Nuestra Señora del Val, con curiosas tallas de saltimbanquis medievales; el arco de Arrebatacapas, que formaba parte de la muralla; la plaza del Trigo, con soportales de madera del XVI; y, en las afueras, el castillo roquero y la iglesia de Santa María del Rey, la más antigua de Atienza, cuya puerta principal exhibe más de un centenar de figuras labradas en las arquivoltas. Atienza es el punto de partida de una preciosa ruta de 100 kilómetros por el extremo septentrional de la provincia, cuyos principales hitos son: – Galve de Sorbe: en la plaza del ayuntamiento, se alza una colosal picota con un asa de piedra que servía de polea para colgar a los ajusticiados; desde el cementerio, un breve paseo permite subir al castillo –del siglo XV, con hermosa torre del homenaje rematada por matacanes y garitones–, que es un buen lugar para otear la cercana sierra de Ayllón. – Cantalojas: en su término se halla la Tejera Negra, que es el mayor hayedo del Sistema Central (1.641 hectáreas), integrado dentro del Parque Natural de la Sierra Norte de Guadalajara; para recorrerlo a pie existen dos sendas bien balizadas, la de las Carretas –3 horas de duración– y la del Robledal–17 km–. Existe también una ruta circular señalizada para bicicletas, de 21 kilómetros, que llega al río Zarzas. De las tres se facilitan croquis e información escrita en el centro de interpretación y recepción que hay a la entrada del parque. – Umbralejo: esta aldea del alto Sorbe, que fue abandonada por sus últimos moradores en 1971, ha sido restaurada gracias a un programa público de recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados, destinándose a campamento de estudiantes. Constituye uno de los mejores ejemplos de la llamada arquitectura negra, y es un melancólico placer caminar entre sus casas de tosca pizarra, cuyos tejados parecen calzadas romanas, reconociendo la antigua iglesia, el camposanto, las escuelas o la bolera sobre la que proyecta su sombra un fresno gigantesco.
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– Valverde de los Arroyos: el pueblo con más encanto de la sierra exhibe balconadas de madera pletóricas de flores, tejados que semejan la Vía Apia por el grosor de las lajas de pizarra, una iglesia en la que los menudos mampuestos de esquisto y cuarcita combinan elegantemente con los rotundos sillares negros esquineros y, delante del templo, la bolera, la fuente y el alto decorado del pico Ocejón (2.048 metros); en la esquina del campo de fútbol, aparece señalizada la senda que conduce, tras un paseíto de 30 minutos, a las chorreras de Despeñalagua, unas soberbias cascadas que suman en tres brincos sucesivos más de 50 metros de altura. – Pueblos de arquitectura negra: las aldehuelas de Campillejo, El Espinar, Campillo de Ranas y Majaelrayo son excelentes muestras de la denominada arquitectura negra, destacando en ellas los tejados arracimados de enormes lajas de pizarra, los espesos muros que apenas si respiran por portezuelas y ventanucas rematadas con fuertes cargaderos de roble, y el inconfundible volumen semicilíndrico de un horno adosado a ésta o a aquella casa; desde Majaelrayo, puede subirse andando al pico Ocejón en dos horas y media, aprovechando para ello una pista forestal que nace nada más cruzar el arroyo de las Cabezadas, en las afueras del pueblo. Sigüenza y su comarca La vetusta Sigüenza (a 83 kilómetros de Guadalajara) tiene monumentales alicientes tanto para la vista como para el paladar. Por un lado, están el castillo-palacio de los Obispos –fortaleza visigoda y árabe habilitada como parador de turismo–, la catedral – que atesora la famosa escultura del Doncel–, la típica Plaza Mayor y la iglesia románica de San Vicente, con decoración mudéjar. Por otro, las sopas de ajo, el cabrito, el cordero, los perdigachos y los bizcochos borrachos que pueden degustarse en sus muchos restaurantes. A sólo 7 kilómetros de Sigüenza, por la carretera de Torresaviñán, se alza Pelegrina al pie de su ruinoso castillo y sobre una acantilada hoz que surca el río Dulce. Desde el mismo pueblo, una excelente pista invita a remontar a pie el curso del río durante un par de kilómetros, avanzando cómodamente entre álamos, sauces, cerezos, nogales y paredones verticales. Al cabo del camino, se impone vadear el río para admirar, a mano derecha, el encajadísimo curso de su afluente el Gollorio, el cual forma en épocas lluviosas una de las más bellas cascadas de Guadalajara. Si desde Sigüenza se opta por seguir en cambio la carretera de Atienza, se disfruta de una ruta memorable, cuyos principales puntos de interés son:
– Palazuelos: este insólito, intacto y casi ignoto reducto de pura Edad Media perteneció en el siglo XV a don Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, que mandó erigir el castillo y el recinto amurallado que ciñe por completo la villa, por eso conocida como la pequeña Ávila. – Carabias: su iglesia de El Salvador posee una grandiosa galería que es lo mejor del románico rural de la comarca seguntina; abierta a los cuatro vientos, hecho insólito en Castilla, presenta 14 arcos al sur, 6 al oeste, y 2 más al norte y al este, todos semicirculares y sobre columnas pareadas. – Castillo de Riba de Santiuste: encaramado en un cerro de agudas crestas rojizas, a 100 metros de altura sobre el río Salado y el pueblo que le da nombre, el castillo de la Riba, como allí le llaman, iguala por la espectacularidad de su emplazamiento a los más bellos de España; desde el pueblo, un camino permite subir andando en media hora, tras cruzar el río por un precioso puente medieval, al monte en que se alza este imponente castillo, de 90 metros de largo y tan afilado como la propia cima, todo él rodeado de altas murallas y poderosos cubos con almenas cuadradas. – Salinas de Imón: a medio camino entre Sigüenza y Atienza, y a la vera del río Salado, la carretera surca un paisaje cuadriculado de canales y albercas minuciosamente empedradas, paradigma de todas las bellezas geométricas obradas por la humanidad desde Euclides hasta Mondrian; explotadas desde la remota antigüedad, y bien documentadas a partir de 1139, las salinas de Imón fueron durante siglos las más importantes de Castilla, seguidas de cerca por las de la vecina aldea de La Olmeda de Jadraque, produciendo ambas el 7% de toda la sal que se extraía en España y unas sabrosas rentas para su dueña, la corona; 3 almacenes, 1.000 albercas, 15 recocederos y 5 pozos integran esta explotación, que estuvo activa hasta 1996 y que aún hoy conserva restos de la última cosecha en los viejos almacenes. – Hoz de Santamera: a 6 kilómetros de Imón, en la recoleta aldea de Santamera, también de vieja tradición salinera, se puede emprender un sencillo recorrido a pie por el río Salado siguiendo el camino que sale por entre el cementerio y la fuente, y que después de cruzar el río por un cercano vado, se adentra en un impresionante cañón de paredes calizas de 200 metros de altura, en cuyos rojizos contrafuertes docenas de buitres se perfilan como gárgolas; rodeando el embalse del Atance, que se presenta a continuación, se estará de vuelta en Santamera tras 4 horas de grato paseo.
Molina de Aragón y el Alto Tajo Declarada en 1956 conjunto histórico-artístico, Molina de Aragón (a 139 kilómetros de Guadalajara) posee un alcázar de murallas kilométricas, en el que la piedra rubia de los lienzos combina elegantemente con los rojos sillares esquineros. Construcción aparte, y quizá anterior, es la torre de Aragón, pentagonal, de tres pisos, que ocupa la cima del cerro y desde cuya terraza almenada se contempla Molina a vista de buitre. La iglesia de Santa María de Pedro Gómez, de estilo románico de transición, es la fábrica más bonita de la villa. Molina conoció su mayor esplendor entre los siglos XVI y XVIII, al establecerse familias hidalgas procedentes del País Vasco, Navarra y La Rioja. De esa época datan casonas como La Subalterna, que fue residencia de los señores de Molina; el palacio del Virrey de Manila, conocido como la casa pintada por los frescos que decoran su fachada; o el palacio de los Funes. Cerca de éste, un coqueto puente románico de cárdena piedra y curva rasante salva el río Gallo. A 11 kilómetros de Molina, río Gallo abajo, en el fondo de una hoz o barranco de paredones colorados, se acurruca el santuario de la Hoz, que ya era lugar de devoción en el siglo XII. En el interior de la ermita, donde se guarda la imagen bizantina de la Virgen, asoma desnuda la roca en que se apoya el edificio. Fuera, la chopera, los verdes ribazos del Gallo y los pinares que tapizan el borde superior de los acantilados configuran un paisaje de postal, aderezado con zonas de recreo, senderos y miradores. Molina de Aragón es una buena base de operaciones para explorar el Parque Natural del Alto Tajo: 90 kilómetros de aguas bravas entre acantilados, pinares y buitreras. Carreteras viradísimas y llenas de parches, que hablan del aislamiento secular de esta comarca, conducen hasta el extremo oriental del parque, casi en la linde con Cuenca y Teruel, donde se esconden dos pueblos de curiosa fisonomía: Checa, la Ronda molinesa, y Chequilla, que posee la única plaza de toros rupestre del mundo. Allí también se encuentra Peralejos de las Truchas, capital del Alto Tajo y punto de partida aconsejable para acceder, bajando durante 8 kilómetros junto al río por una pista de tierra apta para vehículos, a la legendaria laguna de Taravilla, que aparece engastada como una esmeralda de deslumbrante verdor en el centro de un anillo montañoso. Otra posibilidad más sencilla para acercarse al parque natural es bajar desde Molina de Aragón, por la carretera de Corduente y Zaorejas, al puente de San Pedro, que se levanta en la confluencia
del Gallo y el Tajo. Este es un punto clave para ciclistas y senderistas, pues la excursión estelar del Alto Tajo consiste en remontar el río desde aquí siguiendo la pista que corre bajo los imponentes cortados de la Escaleruela. Bosques de pinos laricios y silvestres, colonias de buitres, playas, idílicos remansos, fuentes y zonas de acampada acompañan a los excursionistas hasta el puente de Poveda, que dista 26 kilómetros, siempre por camino llano, junto al río, sin pérdida posible, a través de unos paisajes gloriosos. Junto al puente de San Pedro nace también un camino que permite atajar en coche por pinares y sabinares hacia Villar de Cobeta y el monasterio de Buenafuente del Sistal, el más bello enclave románico de la comarca. En la penumbra de la iglesia conventual – del siglo XIII y estilo cisterciense francés– brota rumorosa la fuente que da nombre y sosiego al lugar. Otro chorro, mas éste de sangre, mana del costado del Cristo de la Salud, una talla románica que es el summum de lo patético.
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