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SIRIA, ¿SÓLO GUERRA CIVIL? Antonio Hermosa ¿A quién le importa Siria? Fuera ya su actual órbita de todo vínculo con la primavera árabe, aunque al principio lo tuvo; perdido el eje democrático, si alguna vez lo hubo, el planeta sirio parece navegar solo por los espacios siderales del éter político arrastrando consigo a su solitario satélite, Líbano, hacia el mismo trágico destino común: la guerra civil. Mientras la sociedad internacional deshoja la margarita de la intervención humanitaria en refuerzo del bloqueo económico; mientras algunos de sus líderes se rasgan las vestiduras morales por cuanto acontece en el país árabe (en tanto otros dicen que tal como están las cosas así son y así deben ir); mientras se duda entre armar o no a los rebeldes; mientras se urden más planes de alto el fuego y se idealiza el acuerdo entre las partes, etc.; mientras todo eso tiene lugar, Bachar el Assad, digno émulo de su padre aunque heredero por defecto, se consagra a mantener viva la leyenda familiar: asesina, acuerda y vuelve a asesinar. Cuando alguien culpa exclusivamente de las masacres de las que es responsable directo a las víctimas que masacra, a las que tilda de terroristas, o a quienes desean acudir en su ayuda; cuando un gobernante actúa como inspirado por la muerte y gasta la imaginación principalmente en las modalidades de crueldad que la generan; cuando lleva a cabo acciones contra el
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derecho de guerra, como si no fuera a haber paz ya nunca más, que diría Kant, ¿cómo entender, sino como un ejercicio de cínica simpatía con el tirano, someter a su firma un nuevo plan de paz? La única incógnita respecto de su violación es si acaecerá antes de que los mediadores internacionales hayan abandonado suelo sirio o éstos llegarán a tiempo de brindar en el avión. Lo que en cambio sí podemos afirmar con casi total garantía es que cuando se adquieren tan buenas costumbres –el crimen y el modelo rococó de crueldad que mata-, éstas ya no nos abandonan, y resisten toda voluntad de hacerles frente en el futuro. Son ellas las que nos transforman en ahijados suyos y nos dictan la huida hacia adelante como único camino a seguir. Por eso, y con permiso de Tocqueville, resulta factible vaticinar dos hechos: uno, que si hay negociación entre las partes, una de ellas no estará encabezada por el tirano, aunque sí pueda haber algún gerifalte de su cohorte al frente; el otro, que el dolor y el odio gestado por la crueldad han llegado tan lejos –como en el caso de las recientes ejecuciones sumarias de Hula, en las que se pretende asesinar el futuro de la contraparte, dado que la mitad eran niños- que ya no estamos ante un simple cambio de élites y ni
siquiera de régimen: estamos ante
una cuestión de
supervivencia de algunos sectores de la sociedad siria, entre ellos, harto probablemente, el alauita en el gobierno. A partir de ahora, para los alauitas sirios o la fracción suní que les apoya, y no serán los únicos, la inocencia tendrá el precio de la sangre. Así pues, en tanto Assad dirija el gobierno no habrá vuelta atrás, y su tiranía será un modelo de Ilustración sui generis: 2
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demostrará
que
el
mal
puede
progresar
hacia
peor
indefinidamente. Por otro lado, no lo tiene muy difícil, dado que da pruebas de astucia suficiente al jugar sus cartas. En tiempos antiguos, según muestra el caso de Deyoces sobre el que se demora Herodoto, el futuro tirano partía de una ejemplaridad en sus costumbres y su sentido de la justicia que elevaban naturalmente su prestigio dentro de su ciudad; y de eso supo servirse al punto no sólo de acceder al poder, sino de instaurar una dinastía. Assad no requiere salvar tanto obstáculo para mantenerse; en primer lugar, desde el momento en que asesina a parte de la población que se le opone casi por deporte, ya tiene a su lado a dos poderosos aliados que defenderán a capa y espada su heroísmo, antioccidental o no en función de las circunstancias: Rusia y China. Gracias a ellas, el bloqueo a toda intervención decidida desde el Consejo de Seguridad de la ONU está garantizada por principio, y cualquier resolución de condena adoptada por la Asamblea General quedará en papel mojado. Y por mucho que se quieran justificar en razones estratégicas la defensa que ambas potencias hacen de Siria, nunca será fácil convencer a la opinión pública de que un país de unos 20 millones de habitantes sea tan necesario para ellas, en especial para la primera, de la que se profesa amante (por lo demás, ¿cesarían por
fuerza las relaciones bilaterales con cada una de ellas, e incluso el carácter privilegiado de las rusas, con otro régimen?). Sin el antioccidentalismo visceral que las impulsa, y quizá aún más el que no cunda el ejemplo, cabría dudar de si su actitud no sería diferente, mas no de que el mundo sería un lugar mejor. 3
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En segundo lugar, Assad se ha valido exitosamente de la herencia de fragmentación social dejada por su padre, que creó todo un sistema de organizaciones únicas, de las que se valía para repartir prebendas y privilegios –al tiempo que abría feudos en cada grupo social- entre obreros, campesinos, estudiantes, militares,
sectores
profesionales,
mujeres,
jóvenes,
etc.,
agrupadas en torno al partido único con el que había monopolizado el poder y dominado la sociedad. Esa subdivisión, aún hoy existente, explica en gran medida el por qué de la adhesión a la figura del dictador todavía presente en lugares clave de la sociedad siria, es decir, la impunidad con la que ha podido cometer sus crímenes sin que le salpique la sangre en la conciencia: un ejército de cómplices le ha servido de escudo e inmunizado su moralidad. Y, en tercer lugar, Assad dispone de un gran arsenal armamentista en el que abundan los misiles tierra tierra y las armas de destrucción masiva, químicas y biológicas. Vale decir, dispone de un fuerte poder de disuasión para quien se aventure a la ligera a atacar Siria. Frente a poder semejante, y al objeto de neutralizarlo, cabe hipotizar algunos escenarios, como el de un numeroso ejército internacional fuertemente armado y en el que participaran las superpotencias actualmente aliadas, pero hoy por hoy no pasa de ser un espejismo. Ante un tal potencial disuasorio se comprende por sí solo que Occidente se retraiga, o al menos se piense detenidamente si
inmiscuirse en los asuntos internos de otro país, o quedarse con las manos cruzadas mientras entona su salmodia moral; la 4
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legítima intervención humanitaria quedaría en estado de flotante posibilidad, pero para mejor ocasión. Entre tanto, el fantasma de la guerra civil, caso de que cuanto ocurre no lo sea ya, domina el horizonte político y social de Siria. La oposición, aun desunida, no ceja en su esfuerzo por echarle, ni éste en el suyo por mantenerse, lo que vista la obstinación de los rebeldes, constatada la crueldad del gobierno por antiguos partidarios que han perdido el miedo, y sellada la fractura definitiva de la sociedad, que afecta también a los oasis de privilegiados afectos al régimen, raramente puede significar otra cosa que la aniquilación del opositor, es decir, el exterminio de los rebeldes al precio que sea: y si con ello se bate el récord de papá matando gente de una tacada, ¡pues a celebrarlo en el Guinness! ¿No será esto lo que se busca con la renuncia a la intervención? ¿No será que el desinterés por Siria es la fachada, no de un interés en su autodestrucción, sino de la desidia que provoca su posible consumación? Un país que no cuenta en el mundo salvo para hacer daño al Líbano no merece ningún esfuerzo por él, menos aún sacrificios, y menos todavía en los tiempos que corren, con Occidente cayéndose a pedazos y EEUU degustando el sabor desconocido de la pobreza en las carnes de su clase media. Y qué decir de las demás potencias, tan activas cuando sus intereses entran en juego y tan estoicas cuando no. De ser ése el modo de pensar, el tiro nos podría salir por la culata. Los tiranos, en efecto, no leen a Tácito, pero nacen con él aprendido. ¿Y quién nos dice que ante la perspectiva del 5
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exterminio de su pueblo Assad no decida cambiar de rumbo y querer congraciarse con buena parte de él… provocando una guerra con algún país del vecindario, o incluso suscitando un conflicto en el conjunto de la zona? Ahí están, sin ir muy lejos, Jordania, Iraq, Arabia Saudí, Turquía, y mucho más cerca todavía, incrustado en su pecho, ahí está el odio sirio a Israel. Y sus armas llegan a ciudades de todos esos países: él, que no pone ningún reparo a asesinar compatriotas, ¿por qué debería ponerlos a asesinar extranjeros, máxime sabiendo que en su labor homicida contaría ciertamente con la alianza de Irán, bajo cuyo protectorado político-militar vive? Hasta podría incluir en su ejército a los rebeldes, que una guerra convierte misteriosamente en patriotas gubernamentales, y mandarlos a que los asesinaran otros en lugar de tener que hacerlo él. ¡Una buena guerra y todo listo y en su sitio! También es cierto que una guerra según con quién podría dar al traste con su trono y con él casi de inmediato, pero ante el placer de los estragos producidos ¡que le quiten lo
bailao! ¡Hasta podrá vivir o morir como héroe y sus sucesores emplazar una estatua suya en la memoria de sus futuros súbditos!
Actuar o no actuar, ésa es la cuestión. Asesinada la inocencia por nuestro comportamiento caníbal …uns ist gegeben,
/ auf keiner stätte zu ruhn (“…no nos es dado / reposar en lugar alguno”), que dijera Hölderlin, y nos resulta imposible rehuir sus consecuencias, razón por la cual tenemos prohibido dejar que un problema internacional –y todas las cuestiones nacionales graves son problemas internacionales- se solucione por sí solo, sin la 6
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intervención de la comunidad internacional, que en su situación actual deja casi todo que desear. Dar solución a este problema primario es la condición para que la civilización se proteja de la intemperie jurídica en la que vive, y la Humanidad un día logre abandonar el estado de naturaleza. De lo contrario, un don nadie político como Assad seguirá siendo tirano no sólo en Siria, sino asimismo a lo largo y ancho del mundo.
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