SOCIEDAD EDUCADORA Y BULLYING
Julio César Carozzo C. Presidente del Observatorio sobre la Violencia y Convivencia en la Escuela
[email protected] Hace poco más de dos años, en un pronunciamiento del Observatorio, a propósito de los alarmantes casos de violencia escolar que se venían sucediendo, expresamos lo siguiente: cuantos muertos más deben poner los niños las niñas y los adolescentes para que las autoridades se decidan a tomar medidas eficaces contra el bullying. Si algo cabe añadir a esa aún vigente preocupación nuestra, u de la comunidad educativa es hacer extensivo esa reflexión a la totalidad de la sociedad, que se mantiene indolente e inactiva ante estos hechos pese a que cotidianamente maltratan y matan a sus hijos. Para educar a un niño se necesita de todo un pueblo
Algo que nuestra sociedad y su cultura nos han enseñado y que la ejercemos con especial regocijo consiste en buscar culpables de todo cuanto ocurre, cuando lo que cabe hacer es investigar las causas que dan lugar a un problema personal o social. Parafraseando a Jean Paul Sartre, quién no encontró mejor forma de definir la mala convivencia reinante por entonces (1944) con su sentencia “el infierno son los otros”, que expresa la cultura de la desconfianza, la inseguridad y el miedo entre nosotros, todos acusan otros de ser causa de los males reinantes, y quien así lo hace, se cree exonerado de ser parte del mal que nos tortura cotidianamente. Los lugares en donde se está expuesto a vivir los mayores riesgos de violencia –y se padecen, que no quede la menor duda- son el hogar, la escuela y el trabajo, tanto en las organizaciones abiertas como en las organizaciones cerradas, pese a que no siempre se está dispuesto a reconocerlo. Los casos de violencia familiar no han disminuido un ápice pese a la inmensa burocracia montada en el Ministerio de la Mujer para hacer muy poco sobre un problema que es social y no familiar o de la pareja; el bullying en las escuelas afecta la calidad de vida y el bienestar de la totalidad de su población y, de paso, perturba los aprendizajes que allí deben impartirse (educación para la vida y aprendizaje de conocimientos), mientras que las autoridades del sector muestran pocos reflejos para responder a esa realidad; el mobbing o acaso laboral, formalmente inexistente por ahora por la ausencia normas legales que le den partida de nacimiento y lo regulen, campea en las organizaciones laborales con la complicidad y tolerancia de las autoridades del sector y se acrecienta entre los trabajadores de los diferentes niveles o estatus al ritmo de la inestabilidad e inseguridad laboral, del desempleo y subempleo, que engrosa las filas de los que viven en la pobreza y la extrema pobreza. La situación se violencia estructural que soportamos multiplica el llamado síndrome de bernout o estrés laboral, gracias al cual los trabajadores expuestos a situaciones laborales con personas extremadamente demandantes desarrollan un nivel de vulnerabilidad emocional e insensibilidad que aumenta el aislamiento social y el pánico a los Otros como él. Ya no solo existen enrejados físicos para protegerse del Otro sino que cada uno diseña su amurallamiento frente a los otros y, por ende, el amurallamiento de sí mismo. El Otro es el competidor, el adversario, el enemigo, jamás el semejante y necesario complemento para direccionar el crecimiento social que nos facilite una sociedad fraterna y digna a la que aspiramos y debemos llegar. “El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con amigos cibernéticos”, nos alerta Eduardo Galeano. La escuela es una institución social de difícil administración. Para quienes tienen a su cargo esta tarea (es Estado a través del Ministerio de Educación) les es difícil mantener un sistema de disciplina vertical y autoritaria con los docentes y estudiantes, como
antes, y menos aún goza de las mismas facilidades para imponer programas curriculares con contenidos que el Estado propone como parte de su irrenunciable estrategia de ideologización y, como castigo a esta indocilidad, la va desacreditando y destruyendo paulatinamente en busca de su privatización. Es este el clima institucional, violento por si mismo, en donde los estudiantes, docentes y padres de familia confían adquirir aprendizajes para la vida. Y lo están recibiendo. La vida social es el infierno aludido por Sartre, un mundo fragmentado y sórdido que aguarda a los que culminan la escolaridad y donde perecerán quienes son vulnerables y débiles ante sus demandas. La violencia escolar, cuyas raíces están en la sociedad a través de sus instituciones, es parte de una violencia societaria que necesita ser cuestionada y enfrentada para poder concretar algunas iniciativas que se reclaman con urgencia. En realidad lo que queremos decir es que no es suficiente que articulemos acciones educativas para una escuela en donde la convivencia democrática y la solidaridad sean el eje de la tarea transformadora sino modificamos las actitudes de sus actores, autoridades y docentes, que responden al lineamiento formal de los aprendizajes puramente cognitivos castrados de una mínima y elemental sensibilidad social, como nos lo recrea magistralmente Tonucci en la siguiente viñeta:
¿Será cierto que, en el caso del bullying y otras modalidades de violencia, éstas empiezan al ingresar a la escuela? Si afirmáramos que la violencia se inicia al ingresar a la escuela estaríamos admitiendo que antes de ese momento no ha existido clima alguno de violencia en los escolares y que ese periodo de sufrimiento que se inicia con la escolaridad culminaría con el término de ella. Esta propuesta significaría que la
violencia está en la escuela como si se tratara de una dimensión suprasocial. La violencia no es de la escuela, está en quienes administran y regulan las funciones de la escuela, está en quienes buscan que acartonar los roles de los estudiantes y manipular el desempeño de los docentes, está en quienes promueven la exclusión de los padres de familia como agente educativo. Ahora bien, la violencia en las escuelas y el bullying son modalidades asociadas a los naturales conflictos que existen en las relaciones interpersonales. Carecer de recursos para disentir con el Otro, aceptar que existen diferencias con quienes se convive, hacer prevalecer los intereses y deseos personales a cualquier precio como demostración de superioridad y autoridad, desconocer o no respetar los derechos de los demás, recibir tratamiento selectivo por los docentes y reconocer que otros no disfrutan de ese privilegio, ignorar que el diálogo es el camino para superar las contradicciones, son, entre otros, emporios de conflicto y disonancias que pueden convertirse en focos de acoso y violencia. Todas estas características que los escolares ponen en evidencia en sus relaciones con los demás no son aprendidas necesariamente en el colegio, como queda claro y constituyen, más bien, el paquete de aprendizajes que los niños cargan en sus mochilas al llegar a la escuela y son las herramientas que emplearán en su socialización escolar. No solo la escuela es hostil, también lo son todos los que llegan a la escuela portando mochilas muy parecidas, porque todas han tenido en sus hogares parecidos maestros y tutores como son la televisión, los videos juegos y los estilos de vida basados en el autoritarismo y el poder La escuela va a proponer nuevas exigencias sociales a los estudiantes y no son pocas las reglas de conducta que se impartirán y se convertirán en nuevos focos de conflicto por su naturaleza unidireccional y autoritaria, lo que acelera la necesidad de que los escolares expongan sus reacciones de protección individual contra lo que perciben y sienten como amenazas a sus recursos personales. La escuela impone, de entrada, la homogenización, que es algo así como lo consagrado en la Constitución Política del Estado que dice que “todos somos iguales ante la Ley”. Los estudiantes deben aceptar que todos son iguales ante y para el aprendizaje, que la diversidad, la identidad y el aprendizaje de acuerdo a las necesidades personales (también previstas en la Constitución) son solo canto de sirenas y que quienes no estén dispuestos a ser iguales ante el aprendizaje sufrirán las consecuencias: serán motejados de haraganes, descuidados, desinteresados, con problemas de aprendizaje y serán excluidos sin mayor trámite. La escuela es una institución que gracias a su estructura fuertemente conservadora que se ha perpetuado en el tiempo, ha alcanzado un buena cantidad de patrones institucionales, o “cultura organizacional”, que la hacen una de las organizaciones con mayor violencia simbólica, la que es aceptada pasivamente por los padres de familia, los docentes y estudiantes, quienes llegan al extremo de añorar la dureza de sus
medidas disciplinarias para el mejor dominio de la violencia que se viene expresando en las escuelas de hoy.
Lo que podemos decir es que, hasta ahora, la escuela es el escenario en donde se ponen de manifiesto los buenos y malos aprendizajes provenientes del hogar y del contexto, frente a los cuales las escuelas no han podido encontrar estrategias para inhibir o eliminar todas aquellas modalidades relacionales que conducen a la violencia y al bullying, sino más bien, hacen bastante para poner muchos condimentos que potencien los conflictos y los riesgos de violencia sin atinar a educarlos en cómo resolverlos. El centro de gravedad de las acciones de violencia, de esta forma, pasa del hogar a la escuela. No es un interés menor tratar de estigmatizar alguna de ellas, buscar culpables aislados y encontrándolos, sentirse aliviado en la creencia de que el problema ha quedado resuelto. ¿Cuántas veces venimos haciendo este ejercicio sin que pase nada? Dice el refrán chino “Cuando el sabio apunta a la luna, el hombre necio le mira el dedo” Tratemos de ver más allá de las contingencias de violencia que se dan en la escuela si queremos encontrar las verdaderas soluciones para la felicidad y seguridad de nuestros niños, niñas y jóvenes en las escuelas y en la vida. La verdadera solución no está en la escuela y en el hogar solamente sino en el tránsito de un sistema educativo a una sociedad educadora. Papel de los medios de información de masas y la tecnología digital
Los medios masivos de información, con el inmenso poder que le ha conferido el Estado y la pasividad de los receptores, se han convertido en importantes agentes en la socialización de los individuos y principal modelador de sus opiniones. Los comunicólogos coinciden en afirmar que la violencia que promueven y difunden los medios de información no puede ser considerada como única fuente de la violencia social, pero admiten que sus contenidos violentos que se repiten ampulosamente sobre los perceptores operan como reforzodores de las conductas de violencia aprendidas en los diversos contextos y enseñan, eso sí, formas muy variadas de ejercerla. Los medios de información con los líderes de opinión que han creado llegan en donde el Estado no existe o no tiene presencia, lo que hace posible el ejercicio monopólico en el formateo de la conciencia social de los individuos. Afirmaba el semiólogo neoyorkino Klapper, que los medios masivos de comunicación se proponen revocar y reforzar las conductas de los individuos, para lo cual se emplean sutiles estrategias de manipulación perceptual como las diez señaladas por Chomsky (la estrategia de la distracción, crear problemas y ofrecer soluciones, la de diferir, subestimar la capacidad del auditorio, utilizar el aspecto emocional, mantener la mediocridad y la ignorancia del público, estimular la complacencia a la mediocridad, reforzar la autoculpabilidad y conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen). Los medios de información masiva se han desinteresado de la función educativa a las que están comprometidos socialmente y han quedado a merced del mercado a quien defienden febrilmente. Ante esta implacable e inhumana imposición de estilos comportamentales, de claro tinte alienante, las autoridades educativas no atinan a hacer nada, ni siquiera a reconocer su existencia, denunciarla y convocar a un alerta sobre estas abusivas acciones maniqueas contra la salud social de los estudiantes que constituyen el objetivo más atractivo para los dueños de los medios de información. En un reciente artículo, Castro Santander (2012), glosa una cita de Manuel Feytas que dice “La internet quiere que hables cortito, que escribas cortito y que pienses cortito”. Se trata de una perfecta condensación de lo que se proponen estas tecnologías, pero también es de preocupar que los padres de familia se conviertan en el mejor aliado para convertir a los hijos en una suerte de autistas sociales. La cibercomunidad encuentra refugio en la realidad virtual, mientras las ciudades se convierten en inmensos desiertos llenos de gente, donde cada cual vela por su santo y está cada cual metido en su burbuja (Galeano, 2009) Los mass media gobiernan las mentes y las voluntades desde las edades más tempranas y los nuevos estudiantes, hoy denominados nativos digitales, se encuentran premunidos de una cultura mediática que proviene de la aldea virtual que resulta ser un espejismo de lo que es su entorno real.“La maquinaria de la igualación compulsiva actúa contra la más linda energía del género humano, que se reconoce en sus diferencias y desde ellas se vincula. Lo mejor
que el mundo tiene está en los muchos mundos que contiene, las distintas músicas de la vida, sus dolores y colores….A través de los medios masivos de comunicación, los dueños del mundo nos comunican la obligación que todos tenemos de contemplarnos en un espejo único, que refleja los valores de la cultura de consumo” (Galeano), 2009) Frente a esta realidad en la que se encuentran subsumidos los estudiantes de las escuelas, el Estado y sus instituciones responsables de la educación, y las familias, están mirando para otro lado y dejan que todo siga igual convencidos que nadie se dará cuenta del grado de cosificación que se ha alcanzado. Parafraseando a Galeano diríamos “Alienados, lo que se dice alienados, son los que no saben que son alienados”
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¿Se puede hacer algo? ¿Qué es eso de Sociedad Educadora? Diríamos mejor, se debe hacer algo. En principio cabe aceptar que las oportunidades y posibilidades que ofrece internet para los usuarios es indiscutible, así como también no quedan dudas que cada vez son más los niños, niñas y jóvenes que llenan las cabinas y navegan sin ningún control ni preparación respecto a los riesgos a los que están expuestos. El acceso a la red que tienen muchos niños y jóvenes en sus hogares no los salva del mismo riesgo porque también navegan en la más completa soledad de su dormitorio sin la presencia de ningún adulto que los oriente. La educación, debemos seguir repitiéndolo, no se circunscribe a la escuela y a la familia porque son otros los contextos por donde transitan los estudiantes y desde donde reciben una multitud de estímulos de toda naturaleza que pueden llegar a ser formativos y condicionantes de sus conductas y sus valores. Dentro de esta perspectiva
se propone que más importante que el modelo educativo es el modelo de sociedad dentro del cual debe darse la educación y la consonancia que debe existir entre ellas. ¿Pero eso es lo que viene ocurriendo? Así parece, pero no lo es. Desde hace mucho el Estado ha abdicado su responsabilidad educativa y ésta ha quedado a la deriva y a merced de promotores privados que usan la educación como una empresa, salvo las honrosas excepciones de siempre, mientras que a la escuela pública se la ha dejado abandonada para que una vez yerta pueda ser festinada por los diligentes empresarios carroñeros. La sociedad es el vórtice de toda política educativa, sin duda alguna, y por ello es que nuestro sistema educativo se encuentra en estado comatoso. La escuela que hoy nos llama a preocupación por la violencia que parece formar parte de la currícula, no es ni un espejismo ni una burbuja asocial, es una realidad que sincretiza la realidad social misma, tanto que se viene insertando en ella réplicas de las instituciones sociales que cumplen roles de control en los individuos, como son las fiscalías escolares, las alcaldías escolares, los policías escolares, las defensorías escolares, las brigadas escolares, etc. con propósitos pacificadores y de erradicación de la violencia. En estas condiciones nuestra consideración no es la de pedir que la sociedad, nuestra sociedad, asuma su responsabilidad educativa, ya que su programa educativo está omnipresente en nuestra escuelas desde hace mucho y esa es la fuente esencial del colapso de nuestro sistema educativo. Hace falta hacer algo ante esta embestida que cierra el paso o limita muchas opciones profesionales de intervención y prevención. Creemos que un primer paso es la de convocar a las instituciones civiles, profesionales, culturales y religiosas a un gran Foro Nacional de Concertación de Propuestas contra la Violencia en la Escuela. En nuestro caso, dos años después de la promulgación de la ley 29719 y a un año de la aprobación del Decreto Supremo Nº. 010-2012-ED, nada se ha implementado aún, mientras la sociedad sigue buscando culpables entre los alumnos y las familias.
Referencias Eduardo Galeano, (2009) Patas arriba. La Escuela del Mundo al Revés, Talleres Gráficos F.U.R.I.A., Patagonia. Alejandro Castro Santander (2012) Convivencia, miedo y ciberviolencia, en Revista Educarnos, Mexico. Joseph Klapper (1967) Efectos de las comunicaciones de masas, www.oocities.org