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Sociedades democráticas, ¿discursos totalitarios? Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquél en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Aldous Huxley Introducción En 1945, en el prefacio de su libro Rebelión en la granja, George Orwell dirigió su atención hacia aquellas sociedades que son relativamente libres de los controles estatales, diferenciándolas del monstruo totalitario que satirizaba; “Lo inquietante de la censura literaria en Inglaterra, es que es básicamente voluntaria. Las ideas impopulares pueden silenciarse y los hechos inconvenientes mantenerse en la oscuridad sin ninguna necesidad de prohibirlos oficialmente” Orwell no exploró este hecho ni sus razones en profundidad, se limitó sólo a señalar que había ciertos “hombres ricos que tienen buenas razones para ser deshonestos sobre ciertos temas importantes” tenían el control de la prensa y que por ello “cualquiera que cuestione la ortodoxia imperante se ve silenciado con una eficacia sorprendente”. En el presente estudio la “ortodoxia imperante” se identifica con el ideal democrático propugnado, defendido y exportado por Estados Unidos y su razón civilizatoria que, casualmente, se encuentran bajo el poderío de “hombres ricos que tienen buenas razones para ser deshonestos sobre ciertos temas importantes”. Es un lugar común hoy ligar icónica y lingüísticamente a George Bush con Adolf Hitler. De hecho, esta identificación forma parte de muchos de los textos que se han tomado para el presente trabajo. Así, por ejemplo, señala Chomsky: “Los nazis (…) no ejercían el terror dentro de la Europa ocupada. Ellos protegían a las poblaciones de los terrorismos de los partidarios de la resistencia. Al igual que en otros movimientos, existía el terrorismo. Los nazis ejercían el contraterrorismo. Estados Unidos estuvo de acuerdo con eso. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense estudió exhaustivamente las operaciones de contraterrorismo nazi en Europa. A tal punto que EEUU las incorporó y aplicó, a menudo en contra de los mismos objetivos, la ex resistencia. Con el asesoramiento de los oficiales traídos de la Wermarcht a EEUU, los métodos de los nazis alimentaron los manuales de contrainsurgencia, contraterrorismo y conflictos de baja intensidad. Hoy estos procedimientos y manuales son utilizados corrientemente. El terrorismo es entonces el arma de aquellos que están en contra nuestra, quien quiera que sea ese nosotros”. El establishment norteamericano también ha hecho eco de este paralelismo. El ex vicepresidente Albert Gore sorprendió a su auditorio el 16 de enero de 2006 cuando, invitado por la American Constitution Society y la Liberty Coalition llamó la atención de sus conciudadanos sobre el establecimiento de un poder absoluto sin precedentes históricos, de una especie de dictadura sin fronteras por parte de la administración Bush. Denunció los atentados a los principios constitucionales estadounidenses como la falta de reacción ante estas violaciones. Sheldon Wolin, por su parte, analiza lo que él denomina totalitarismo invertido en el marco de la contradicción democracia-totalitarismo. Concluye que Estados Unidos “se está moviendo hacia un régimen totalitario”, que se refleja en el uso de un lenguaje con eje en los términos imperio y superpotencia, que “simbolizan con precisión -dice- la proyección del poder estadounidense en el exterior, lo que al mismo tiempo oscurece las consecuencias internas”.
Totalitarismo: Algunos lineamientos teóricos La característica principal –y quizás más angustiante y desoladora- que atraviesa la teorización de Hannah Arendt sobre el totalitarismo tiene que ver con la privación del pensamiento humano que supone allí donde detenta el poder estatal. El hombre, en el sistema totalitario se encuentra desprovisto de su pluralidad, de su ser con los demás, de su condición humana. El hombre, en tanto tal, es apolítico. El pensamiento político es de los hombres. El totalitarismo aísla a los hombres, privándolos del espacio público, de la posibilidad de actuar, de ser. Es en este sentido que Arendt identifica al totalitarismo como una forma de dominación radicalmente nueva, en tanto que no se limita a destruir las capacidades políticas del hombre aislándolo en relación con la vida política, como lo hacían las viejas tiranías y los viejos despotismos, sino que va un paso más allá, destruyendo también los grupos y las instituciones que forman la urdimbre de las relaciones privadas del hombre, sacándolo de esta manera del mundo y privándolo hasta de su propio yo. El totalitarismo es tan total que “nunca se contenta con dominar por medios externos, es decir, a través del Estado y de una maquinaria de violencia; gracias a su ideología peculiar y al papel asignado a ésta en el aparato de coacción, el totalitarismo ha descubierto unos medios de dominar y de aterrorizar a los seres humanos desde dentro” La ideología totalitaria pretende explicar con certeza absoluta y total el curso de la historia; se vuelve por lo tanto independiente de todas experiencias o afirmaciones empíricas, y construye un mundo ficticio y lógicamente coherente, del que se derivan directivas de acción cuya legitimidad está organizada por la conformidad con la ley de la evolución histórica. El terror es la realización de la ley del movimiento. Como instrumento permanente de gobierno, el terror total, establece un control en las masas de individuos aislados manteniéndolas en un mundo que se ha convertido para ellas en un desierto: el terror constituye la esencia misma del totalitarismo, y la ideología es su lógica de acción y principio que lo hace mover. El terror puede dominar de forma absoluta sólo si aísla a los hombres, porque aislados carecen de poder. En este sentido, la ideología totalitaria trasciende los límites de lo político y económico y aspira a alcanzar el dominio sobre la vida y la mente del hombre en su totalidad. No respeta el misterio de la existencia humana y, por ello, tampoco al hombre ni sus innumerables posibilidades. Para llegar a monopolizar todos los aspectos de la vida del hombre, el totalitarismo debe necesariamente ignorar la complejidad de los pensamientos y las acciones humanas. Es en esta misma línea que Kirpatrick sostiene que “los gobiernos totalitarios son aquellos cuyos dirigentes ven en toda la sociedad, la economía, la cultura y la personalidad un campo para la regulación gubernamental. Lo que uno lee, escribe, estudia, publica, elabora, el lugar donde uno vive y trabaja, lo que se paga y quién lo paga, todo se considera incumbencia del gobierno” La ideología totalitaria se basa en diferentes instrumentos para ser difundida, y ellos son, el principio del líder y éste en relación a las masas, el partido político, los medios de control social y los mitos y símbolos. Existe un sólo discurso, el discurso del líder, de ese otro que todo lo puede y lo sabe, quien posee una verdad divina, revelada, que no falla, ya que predica con mentiras y profecías auto cumplidas. El vínculo de unión entre el líder y la masa es denominado por la psicología de las masas como lazo libidinal, ya que es de origen sexual, las masas aman al líder y el líder ama a las masas, pero con la particularidad de que la meta de la pulsión sexual está inhibida: el elemento sexual se reprime, y el vínculo queda fundamentado por las fantasías: el líder está enamorado de la masa. Esta fantasía no es comunicable, se reprime, y sobre esto opera la manipulación psicológica, sobre lo reprimido. Está sostenida en la creencia de que el líder ama a todos y es amado por todos. El líder es alguien
completo e inmortal que asegura en y por amor contra la muerte y la castración. Las masas adhieren a alguien que viene a salvarlas. Es importante resaltar que “Las masas (…) potencialmente, existen en cada país y constituyen la mayoría de esas muy numerosas personas neutrales y políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a un partido y rara vez acuden a votar” ya que, comenta Arendt, los movimientos totalitarios demostraron que estas masas podían ser fácilmente mayoría en cualquier sociedad democrática que funcionara –por ello mismo- según normas establecidas por una minoría. El hombre-masa de las sociedades modernas se encuentra así aislado, atomizado, desamparado y proclive a llenar ese vacío con el amor de y hacia el líder. El totalitarismo en el poder utiliza la administración del Estado para lograr la dominación global con la pretensión de pertenecer a una civilización superior con la obligación moral de civilizar a los demás - y se maneja en un marco de permanente ilegalidad, multiplicando sus organismos destruyendo así toda clase de responsabilidad y productividad. El líder totalitario se comporta como un conquistador extranjero dentro y fuera de su país, da igual, la finalidad es hacer superfluos a los hombres. Lo que nos devuelve a nuestro punto de partida, ya que “A la verdadera naturaleza de los regímenes totalitarios corresponde el exigir el poder ilimitado. Semejante poder sólo puede ser afirmado si literalmente todos los hombres, sin una sola excepción, son fiablemente dominados en cada aspecto de su vida”. Sobre la noción de Discurso Para hablar de discurso totalitario tomaremos la noción de discurso acuñada por Ernesto Laclau partiendo de la base de que toda práctica social se encuentra estructurada en un sistema de significación. Por lo tanto, no hay nada en la vida social que no sea discursivo. El discurso es la totalidad que integra el lenguaje hablado y los actos de sentido a los que está ligado. Es así que la categoría discurso se refiere a la estructuración misma del discurso social. Lo exterior al discurso es constitutivo al discurso. Lo exterior a lo social es constitutivo de lo social. El discurso es co-extensivo con lo social, inscribe las identidades sociales “como posiciones diferenciales dentro de un horizonte de significado y acción, sin fundamento” El discurso es entonces una “totalidad relacional” de secuencias de significantes. Las relaciones e identidades al interior de un discurso son necesarias, están condicionadas las unas con las otras. Así, la formación de un discurso es siempre resultado de una serie de articulaciones. Una articulación es “cualquier práctica que establezca relaciones entre elementos de manera que sus identidades sean modificadas como resultado de la práctica articulatoria” La articulación es una práctica y una estructura discursiva, una fijación parcial de sentido, que construye y organiza las relaciones sociales. Estas fijaciones parciales son necesarias porque -dada la imposibilidad de fijación última de sentido- sin ellas el flujo mismo de las diferencias sería imposible. Toda identidad significativa está sometida a dos lógicas distintas: la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia. Es por ello que la sistematicidad del sistema es imposible. El sistema, en tanto tal, es imposible. La única condición de su posibilidad es la representación de ese objeto imposible a partir de una relación hegemónica. La generalización de la lógica de la equivalencia es la negación misma de lo político. Otra forma de negar lo político es limitar la posibilidad del surgimiento de un significante flotante a partir de la negación de la lógica de la diferencia. Esto llevaría a una supresión de las particularidades y, por tanto, al totalitarismo.
Democracia y (o vs.) Totalitarismo Tanto Arendt, como Laclau y Lefort comparten la idea de que si no comprendemos que las sociedades y la política obedecen a una práctica humana –una postulación de sentido- corremos el riesgo de caer en el totalitarismo. En “La invención democrática” Claude Lefort analiza la especificidad de la democracia en contraste con el totalitarismo a partir de una descripción fenomenológica de aquello que la democracia es y no de aquello que debería ser. La primera diferencia que señala Lefort entre democracia y totalitarismo es el lugar del poder. Mientras en los regímenes totalitarios hay un partido que se presenta detentando la legitimidad por fuera de toda ley positiva, encarnando la ley de la historia; en las democracias el lugar del poder aparece como un lugar esencialmente inocupable, infigurable; puramente simbólico. Así, el totalitarismo resulta –y es- una transmutación del orden simbólico. La lógica propia de este tipo de forma de gobierno supone que no hay saber, poder o ley que le sea externo; es decir que estas tres esferas se encuentran condensadas. En la democracia, en cambio, la separación de saber, poder y ley anuncia que el poder perdió su trascendencia y se afirma de forma independiente frente al saber y la ley. Así como el poder no puede fijar su materialidad definitiva, así tampoco la ley puede hacerlo y el saber tampoco puede encontrar otra validación que quedar supeditado a la propia disensión de los saberes. En el totalitarismo, la lógica de identificación entre pueblo, partido y dirigente máximo da la representación de una lógica de sociedad homogénea, una sociedad sostenida sobre la negación de la diferencia. La generalización de la lógica de la equivalencia –veíamos también en Laclau- es la misma negación de lo político. La otra forma de negar lo político es la lógica de la diferencia absoluta, la supresión de las particularidades: el totalitarismo. Frente a esta imagen de la sociedad homogénea, la puesta en escena de la representación que se da en el régimen democrático es, por contraste, una sociedad que sólo se muestra como “una” a través de su diferenciación. A través de esta contrastación entre totalitarismo y democracia ésta última se nos revela como la expresión misma de la sociedad, que en su forma misma preserva la indeterminación y la pone en escena en la competencia permanente de los saberes, en la falta de fundamento para la ley y en la competencia por el poder, resaltando así su división constitutiva. Es en la legitimación del conflicto político que se juega en la escena pública donde se halla el principio que va a dar lugar a la dinámica de legitimación del conflicto social en todas sus formas. La democracia -lo propio del régimen democrático- es justamente que anula la figura de la alteridad pero no anula la dimensión de la alteridad. Es el derecho, los derechos, los que hacen las veces de dimensión de la alteridad del régimen democrático. Para ser legítimo el poder debe serlo conforme al derecho. El derecho nunca puede estabilizarse en una afirmación de un derecho natural pre-político. Los derechos humanos aparecen así como aquellos que ligan un principio universal del derecho a tener derechos, que al mismo tiempo no permite un más allá de la definición del acontecimiento del advenimiento de la referencia a los derechos. La democracia se instituye en esta disolución de la certidumbre. En esta indeterminación, concluye Lefort, es que debe ser debatida y cuestionada. Es la propia sociedad democrática en su dimensión política la que posibilita el advenimiento del totalitarismo; ya que son sociedades sin fundamentos, indeterminadas -imposibles, en palabras de Laclau- , esto puede tornarse insostenible y está dada la condición de posibilidad de caer en la utopía de la unidad reencontrada, el pueblo-uno. En la democracia la idea de pueblo unificado sólo existe en el discurso político. El individuo, en tanto ciudadano, participa en la deliberación sobre lo que es justo o injusto, lo legítimo e ilegítimo
en el espacio público. El lugar del poder tiene que mantenerse en sintonía con el espacio público: el proceso de legitimación es permanente. En el totalitarismo no hay espacio público, ergo, no hay política. Sintetizando, para Lefort las características propuestas para el totalitarismo son: • un poder sin límites, un cuerpo y un poder al que nada le es exterior; • la condensación de las esferas de la democracia, la suposición de que el poder está completo en sí mismo; • una sociedad sin historia en la que lo social el anterior a la práctica de los hombres; • un régimen determinado en tanto instituye el sentido de lo social, representa el fantasma del pueblo-uno, de la unión substancial y se postula como una representación real ; y • está fundamentado por las leyes de la historia. Mientras que la democracia se caracteriza por: • La desimbrincación de las esferas de saber, poder y ley; • entender al poder como un lugar vacío; • La indeterminación, sin fundamentos de certidumbre; • La posibilidad del autocuestionamiento; • ser una representación simbólica, aceptada como tal, vacía y parcial; • ser una sociedad unida en su división; y • poseer un espacio público en donde los principios están siempre en debate. Schmitt y la oposición amigo-enemigo Carl Schmitt es un crítico de la sociedad de masas surgida luego de la Segunda Guerra Mundial. Lo que más critica este autor de las instituciones modernas es la combinación entre principios de la democracia y principios del Estado de derecho, es decir, la confusión creada por el liberalismo entre lo político y lo jurídico. Para Schmitt –contrariamente a lo que hemos visto en Laclau, Leffort y Arendt- la democracia es símbolo de homogeneidad, de igualdad social. La democracia es entonces el gobierno del pueblo y existe en su presencia pública. Es la identidad entre gobernantes y gobernados. Donde tienden a borrarse todas las diferencias, ya que “toda democracia descansa sobre el principio no sólo de la igualdad entre iguales sino también sobre el tratamiento desigual de los diferentes. La democracia requiere, por lo tanto, primero, homogeneidad, y, en segundo lugar –en caso de ser necesaria- la eliminación o erradicación de lo heterogéneo” . El soberano es aquel que decide sobre –y no en- el estado de excepción, cuando no se da una situación tal que es imposible de resolver mediante las leyes. De allí que la soberanía se identifica como el atributo de la estatalidad, el derecho supremo e ilimitado de mandar: el monopolio de la decisión. El Estado es lo político por excelencia. La soberanía puede recaer en dos sujetos -el pueblo o el monarca- por eso hay sólo dos principios de legitimidad: de identidad del pueblo consigo mismo-principio democrático- y de representación –principio monárquico. La política, para Schmitt, se ve reducida a la oposición amigo-enemigo como expresión de la realidad -y no ideal- política. El enemigo es aquel que amenaza nuestra forma de vida, la de nuestro pueblo, los otros pueblos son nuestros enemigos; el anti-pueblo. El enemigo es siempre externo. Pensado lo político como una esfera más – junto con la esfera económica, moral, científica, etc.- es algo genérico, por lo que cualquier cosa es potencialmente política, politizable o politizante. En todos los ámbitos de la vida hay conflictos; cuando éstos llegan a un umbral de intensidad que implica violencia física, entonces se politiza el conflicto. En el horizonte de la política está el enfrentamiento, la hostilidad, la guerra. Si bien lo político no se reduce a la guerra, sin guerra no
hay política, ya que no hay distinción amigo-enemigo. La guerra presupone la existencia previa de la decisión política de quién es el enemigo, así: “Si los distintos pueblos, religiones, clases y demás grupos humanos de la Tierra fuesen tan unidos como para hacer imposible e impensable una guerra entre ellos, si la propia guerra civil, aún en el interior de un imperio que comprendiera a todo el mundo, no fuese ya tomada en consideración, para siempre, ni siquiera como simple posibilidad, si desapareciese hasta la distinción entre amigo-enemigo, incluso como mera eventualidad, entonces existiría solamente una concepción del mundo, una cultura, una civilización, una economía (…) no contaminados por la política, pero no habría ya ni política ni estado. Si es posible que surja tal ´estado´ del mundo y de la humanidad, y cuándo, no lo sé. Pero ahora, no existe” Estados Unidos y el discurso post-11 de Septiembre Todos los pueblos, incluso los que en tiempos de paz tienen un comportamiento particularmente humano, son susceptibles de recaer en la barbarie original. Marie Bonaparte Cuando en 1835 Alexis de Toqueville publicó la primera parte de su célebre libro sobre la organización y funcionamiento de la vida democrática norteamericana, describió un trazo básico de las sociedades contemporáneas: la expansión de la igualdad de condiciones. Así, sostenía que “Es imposible comprender que la igualdad no acabe por penetrar en el mundo político como en otras partes. No se podría concebir a los hombres eternamente desiguales entre sí en un solo punto e iguales en los demás; llegarán, pues, en un tiempo dado, a serlo en todos (…) no sé más que dos maneras de hacer prevalecer la igualdad en el mundo político: hay que dar derechos iguales a cada ciudadano, o no dárselos a ninguno” Actualmente, Estados Unidos es el Estado con las instituciones democráticas más estables y permanentes. Es también, indudablemente, el Estado más poderoso del mundo y “durante mucho tiempo ha sido el mejor ejemplo que se pueda encontrar de un orden sociopolítico en los que los derechos básicos se respetan. Y se suele ensalzar, en casa y en el extranjero, como líder en la lucha por los derechos humanos, la democracia, la libertad y la justicia. ”. Éstos son los principios de la democracia estadounidense, al menos en el lenguaje hablado, durante los últimos doscientos años. También durante ese período, expulsó o casi exterminó varios millones de indígenas, conquistó Hawai, Filipinas –matando a cien mil filipinos- y la mitad de México; extendiendo su dominio mundial con políticas y prácticas criminales . Por otra parte, Estados Unidos es el país que se reclama más explícitamente religioso en todo el mundo . La influencia de la derecha cristiana en la política nacional es mucho más influyente que cualquier otro grupo. Las referencias a Dios se encuentran por todos lados, desde la moneda (“In God we trust”) hasta las expresiones idiomáticas (“God bless América”). La base del poder del actual presidente George Bush está compuesta por unos sesenta o setenta millones de estadounidenses que creen –como él- haberse encontrado con Jesucristo y estar en la Tierra para cumplir la obra de Dios . Lo importante de esto es que claramente se trata de un culto de iluminación profética, a la inquebrantable convicción de obedecer a una misión apocalíptica sin ninguna realidad en los hechos y su complejidad . Luego, está la idea de que Estados Unidos representa la rectitud, la bondad, la libertad, la esperanza económica y de mejora social; sumado al patriotismo, considerado la primera de las virtudes, vinculado a la religión y a la idea de poseer la razón y el derecho, no solo dentro de su territorio sino en todo el mundo. Cualquier política opuesta a la nacional es considerada “antiestadounidense” y basada en la envidia y los celos de los otros pueblos o el anti-pueblo.
A partir de mediados de los setenta, la derecha neoconservadora estadounidense ha intentado imponer un proyecto de sociedad unificada por la guerra y la movilización permanente . Este proyecto -que había sido rechazado durante mucho tiempo por el juego democrático y la resistencia de la sociedad- ha tenido éxito con la llegada de George Bush a la presidencia en el 2000 y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Desde entonces, Bush se ha vuelto el vector de una política que se apoya en el unilateralismo, la movilización permanente y la guerra preventiva. Ya en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el 27 de septiembre de 1993 el entonces presidente norteamericano Bill Clinton declaró que Estados Unidos “actuará multilateralmente cuando sea posible, pero unilateralmente cuando sea necesario” . Aquello que se llamó guerra preventiva es una agresión, calificada por los tribunales de Nuremberg como supremo crimen internacional y por lo tanto un crimen de guerra, a diferencia de la guerra de anticipación que se inicia cuando un país responde a una agresión de otro . Sostenida por tesis tales como “…defender a Estados Unidos requiere prever y, en ocasiones, tomar la delantera. No es posible defenderse contra todas las amenazas, en todas partes en cualquier momento concebible. Defenderse contra el terrorismo y otras amenazas emergentes requiere que llevemos la guerra hasta donde está el enemigo. La mejor defensa, en algunos casos la única, es una buena ofensiva”. Extranjeros y nativos son objeto de vigilancia desde la puesta en práctica de la Patriot Act, que autorizó nuevos controles sobre la vida privada y el secreto de la correspondencia, ya no se exige una autorización para las escuchas telefónicas y se procesan todos los datos disponibles (pagos por tarjeta, movimientos bancarios, correos electrónicos, informes médicos, etc.) Los sindicatos son fuertemente vigilados por el nuevo Departamento de Seguridad Interna que identifica a ciertos métodos de lucha clásicos – como el derecho a huelga- atentados a la seguridad nacional. Luego se creó la Oficina de Influencia Estratégica -que depende del Pentágono- para “difundir informaciones falsas para servir a la causa de Estados Unidos. Estaba autorizada a utilizar la desinformación, en particular en dirección de los medios de comunicación extranjeros” Por su parte, el Departamento de Defensa estadounidense puso en funcionamiento lo que se denominó CIDCON (situación de desorden civil) creando un nuevo mando militar regional para la “protección interna”, comparable a los existentes en Latinoamérica y Europa. El poder de los comandantes militares regionales que están al mando de estas regiones en enorme. Cada uno de ellos rinde cuentas directamente al presidente y al secretario de Defensa, pasando por alto toda la jerarquía militar. La política económica de la administración Bush y el origen ideológico -y empresario- de sus principales integrantes explican la decisión y la impunidad con que fue consumado el fraude electoral que llevó a éste a la presidencia y la necesidad de llevar la “guerra contra el terrorismo” a territorio iraquí. El silencio de los grandes medios de comunicación ante el escándalo electoral, así como el apoyo a la guerra contra Irak llevó a intelectuales como Noam Chomsky y Gore Vidal a hablar de una “atmósfera prefascista” estimulada por los ejecutores de la política económica y sus beneficiarios. En Hollywood, se comenzó a prescindir de la desnudez humana, en detrimento de la exhibición de armas y despliegue militar. Las películas bélicas se realizan con asesoramiento, personal y equipamiento militares, a cambio de que las fuerzas armadas examinen por anticipado el guión y puedan realizar cambios en él. Así, “el ejército actúa como una corporación más, promocionando sus productos (la guerra) y lanzando sus ofertas de reclutamiento al mercado. Para conseguir este objetivo de forma más eficiente, firma periódicamente contratos con empresas de la comunicación para difundir su
mensaje. La imagen del ejército debe ser impoluta y de infalibilidad para que refuerce el mito de la supremacía militar estadounidense” Amigos, enemigos, neoimperialismo y dominio mundial “…no se esperará a que los terroristas intenten atacarnos otra vez. Donde sea que se oculten, y donde sea que conspiren, seremos nosotros quienes atacaremos. Creemos que nuestra causa es justa. Combatiremos todo el tiempo que haga falta, y venceremos” Mensaje radiofónico del presidente Bush, 28 de septiembre de 2001. Si ya resulta inquietante el auge del pensamiento schmittiano en la ciencia política actual, cuánto más lo resultará en las prácticas discursivas de la potencia hegemónica mundial. Recordemos que el eje del planteo del autor alemán es “la exaltación del momento hobbesiano de la guerra de todos contra todos y la asunción de que el mismo, lejos de ser una situación transitoria y excepcional, es la esencia misma de la vida política”. Resumiendo: sin guerra, no hay distinción entre amigo y enemigo; no hay política. La “civilización” está en guerra contra la “barbarie”, proclama Bush. “El mundo se dividió en dos bandos –responde Osama Bin Laden- uno tras la bandera de la cruz, tal como dijo el jefe de los infieles Bush, y otro tras la bandera del Islam” Con los atentados del 11 de Septiembre de 2001 “...se abren posibilidades insospechadas anteriormente para la interpretación de relaciones, procesos, estructuras de dominación política y apropiación económica, en escala nacional y mundial. Varios nexos sociales, políticos, económicos y culturales que atraviesan juegos de fuerzas sociales y operaciones geopolíticas, se tornan más evidentes, visibles, transparentes, en escala nacional, regional y mundial.” Es decir, los atentados del 11 de Septiembre evidencian no sólo la vulnerabilidad de la potencia hegemónica ni su impunidad para actuar unilateralmente, sino que este acontecimiento atraviesa la totalidad de las relaciones económicas, sociales y políticas tanto mundiales como estatales y regionales. Esto se ha visto en las contradicciones existentes al interior del “Eje del bien” (es decir aquellos Estados que apoyaron activamente la ofensiva militar de Estados Unidos) conformada mayormente por Estados que apoyan organizaciones terroristas como Argelia, China, Turquía y Rusia . Sumado a la paradoja de que, como señala Chomsky, la cruzada contra el terrorismo es impulsada por el único país que ha sido condenado por la Corte Internacional de terrorismo internacional, por “uso ilegal de la fuerza”, y que ha vetado una resolución del Consejo de Seguridad que instaba al respeto de la ley internacional. La construcción del enemigo que hizo Estados Unidos a partir de los atentados se puede ver claramente en el discurso oficial, que al exigir solidaridad internacional hizo declaraciones del tipo: “Todas las naciones tienen una opción que tomar. En este conflicto, no hay terreno neutral. Si algún gobierno patrocina a los criminales y a los asesinos de inocentes se convertirá en un criminal y asesino. Y tomará por su cuenta este camino asumiendo el peligro que conlleva”. Y, siguiendo con las profecías religiosas, el subsecretario adjunto del Departamento de Defensa de Estados Unidos declaró que los radicales islámicos odian a Norteamérica “porque somos una nación cristiana, porque nuestros cimientos y nuestras raíces son judeocristianos. Y el enemigo es un tipo que se llama Satán (…) Nosotros, el ejército de Dios, en la casa de Dios, en el reino de Dios, hemos sido educados para esta misión” De la mano de la teoría del “choque de civilizaciones”, acuñada por Huntington en 1993, Bush en plena campaña re-electoral, se vanagloriaba frente a su audiencia diciendo “Saddam Hussein no aceptaba respetar las decisiones de Naciones Unidas. Tuve que elegir: ¿debía confiar en la palabra de un loco y olvidar las lecciones del 11 de septiembre, o debía actuar en defensa de Estados Unidos? Si, ésta es la opción, siempre me inclinaré por defender a Estados Unidos (aplausos y
gritos: ‘U.S.A.!’ ‘U.S.A.!’). Porque actuamos, porque nos defendimos, ahora 50 millones de personas viven en libertad (aplausos). Porque mantuvimos la doctrina, porque el deber más solemne de un Estado es defender la seguridad de su pueblo, cincuenta millones de personas son libres ahora en Afganistán y en Irak”. Así, cuando el Estado iraquí decidió no sucumbir ante el dominio estadounidense, se convirtió en un “Estado terrorista” y Saddam Hussein en el enemigo público número uno de la sociedad norteamericana. Como en un principio la población estadounidense se mostraba apática a la acción bélica, desde principios de septiembre de 2002 hubo un inminente bombardeo de informaciones terroríficas sobre la menaza inminente que el dictador iraquí hacía pesar sobre Estados Unidos, así como sus vinculaciones con la red Al-Qaeda, que sugerían su implicación directa con los atentados del 11 de septiembre de 2001. Ya decía Hitler que las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña; la mayoría de las pruebas presentadas “no podían provocar sino la hilaridad general (…) pero cuanto más ridículas eran, más se esmeraban los medios en presentar como una señal de patriotismo nuestra disposición a creérnoslas”. Las denuncias fueron reiteradas y amplificadas por los grandes medios belicistas, convertidos en órganos de propaganda, por los canales de televisión Fox News, CNN y diarios como el Washington Post y el Wall Street Journal. La guerra contra el terrorismo ha sido descrita como la lucha contra una plaga, un cáncer esparcido por los bárbaros, por “depravados enemigos de la mismísima civilización”. Luego las condiciones infrahumanas a las que son sometidas los prisioneros de Guantánamo y el comportamiento de los infantes de marina estadounidenses en Irak mostró el duro rostro de la civilización. Estados Unidos –explica el historiador Eric Hobsbawm- es un imperio que no es como los anteriores, sino que encarna una gran potencia basada en una revolución universalista y animada por la idea de que el resto del mundo debe seguir su ejemplo y que incluso debe ser liderado por ella. Y concluye “no hay nada más peligroso que los imperios que defienden exclusivamente sus intereses imaginándose que así ayudan a la humanidad” Ejemplificador de ello es el artículo de Max Boot, editorialista del diario Wall Street Journal, que en octubre de 2001 afirmaba: “Afganistán y otros territorios en ebullición imploran actualmente (a Occidente) que imponga una administración idónea como la brindada antaño por los ingleses confiados, vestidos con pantalones de montar y cascos coloniales” La política norteamericana actual, con ideólogos como William Krystol, Robert Kagan y Lynn Cheney plantean un Estado que utiliza toda su maquinaria bélica para instalar la democracia en el mundo en los términos que lo entiende Washington. Esto se vio reflejado en la guerra de Irak; derrocar a un régimen opresor y crear las condiciones de instalar una democracia en la región y tratar de configurar la región de manera de instaurar una serie de principios que se consideran universales como la democracia y la economía de mercado, etc. Ya en 1999 el secretario de Defensa, William Cohen, que pensaba hacer “uso unilateral del poder militar (para) asegurar el acceso sin obstáculos a mercados clave, aprovisionamiento de energía y recursos estratégicos” Lo que nos devuelve a la referencia a Dios en la moneda que mencionábamos más arriba: In God we trust (confiamos en Dios) que también puede ser leída como Dios es el dinero; el dinero es Dios. Así, cuando los estadounidenses hablan de “interés nacional”, hablan de dinero; y cuando invaden un país, lo hacen con la autorización y el mandato de Dios.
Conclusiones y comentarios finales En el pasado, ningún gobierno había tenido el poder de mantener a sus ciudadanos bajo una vigilancia constante. Ahora la Policía del Pensamiento vigilaba constantemente a todo el mundo. George Orwell, 1984. El legado de la era de las luces ha sido la existencia de una razón única, el humanismo. Todo lo opuesto a él es considerado un enemigo absoluto; un otro al que se debe aniquilar. Por ello, las guerras en nombre de la razón iluminista se hacen en nombre de la humanidad en contra del otro, que pone en cuestionamiento los fundamentos de mi sistema político: el antipueblo. Este precedente ha sentado las bases del realismo político, la doctrina hegemónica en Estados Unidos, paradigma que considera posible distinguir una verdad absoluta entre lo es verdadero y racional y un juicio subjetivo de la realidad. Siguiendo esta línea, Bush se pretende representante de la razón occidental –universal- y sus oponentes son enemigos absolutos: enemigos de la humanidad. Hemos podido observar como los patrones del totalitarismo se reflejan en el discurso de Bush, que ahora si diremos, es totalitario, pero también aterrorizante. De hecho, se aproxima al paroxismo de la utopía totalitaria: el capitalismo del miedo y del aislamiento. De esa cárcel que es más terrible porque no se ve. Sin embargo, este discurso, presenta características propias que se han señalado y que responden a la lógica del capitalismo del miedo, cuya ley de movimiento es la seguridad. El “Estado securitario”; donde la situación de excepción schmittiana es la regla, y por lo tanto no hay reglas. Donde el poder se comió al saber y a la ley. Este miedo, que puede ser leído como un triunfo del terrorismo, ha creado una conmoción tal, no sólo en Estados Unidos sino también en un gran número de países europeos, que las autoridades han comenzado a actuar en consecuencia reduciendo las libertades civiles de sus ciudadanos en una ola de leyes y “...(un) arsenal de medidas, insólito en tiempos de paz y propio de un Estado autoritario.” Por lo que cabe preguntarse: “Al decretar el estado de excepción como norma y al erigir a la figura central del sistema ¿las democracias no se están suicidando ante nuestros ojos?” La igualdad propugnada por los ideales americanos de antaño hoy se traduce en una homogeneidad que no es la de un discurso hegemónico común -cancelación de las cadenas equivalenciales de Laclau en torno a un significante vacío- sino que es la anulación del conflicto: la anulación de la política, de la pluralidad. Y del hombre. Bibliografía • Arendt, H: La condición humana, Ed. Paidós, 1996. • De la historia a la acción, Ed. Paidós, Barcelona, 1995. • Los orígenes del totalitarismo, ed. Alianza, Madrid, 1987. • ¿Qué es la política?, ed. Paidós, Barcelona, 1997. • Eichmann en Jerusalem. Un estudio sobre la banalidad del mal. Ed. Lumen, Barcelona, 2000. • Bernstein, R: El mal radical, una indagación filosófica, ed. Lilmod. • Boot, M: “Argumento a favor de un imperio estadounidense”, Wall Street Journal, 15 de octubre de 2001. • Borón A. y González, S: “¿Al rescate del enemigo? Carl Schmitt y los debates contemporáneos de la teoría del estado y la democracia” en Borón, A. (comp.) Filosofía política contemporánea, ed. CLACSO, Buenos Aires, 2000.
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