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TALENTO A LA FUGA CARMEN VALENZUELA
Ediciones Prensa Libre SL
Índice Dedicatoria Expatriados españoles: siete años de derechos a la fuga “Yo no vuelvo a España porque me he sentido insultado” “Quiero volver, pero no hay trabajo” “Por muy mal que esté Lima, siempre estará mejor que España” “Me gustaría volver, pero tal y como veo las cosas, sería dar un paso atrás” “Me han echado de mi país” “En España los procesos burocráticos están llegando a ser bastante infernales” “No me han puesto un cartel de márchate pero poco les ha faltado” La industria turística chilena crece con acento español “Quieren convertir a España en un servicio de producción barata con unos salarios de porquería” “El que estudiara arquitectura para forrarse se ha lucido, la verdad” “Lo que en Bélgica es normal, en España sería un sueño” “En España me ofrecían 400 euros por trabajar siete horas diarias. Es un chiste” “Es más factible que emigre a otro país después, que volverme a España” “Las empresas constructoras en general se están aprovechando” “Cuando cuento las condiciones laborales que tengo en Irlanda, todos se sorprenden” “Siempre recortan por abajo” “Seguiré dando vueltas por el mundo hasta que España mejore” “Quiero volver a España, pero tendré que aceptar una reducción del salario” “La única posibilidad que tenía en España era trabajar de camarero por un sueldo de risa”
“Me siento más extraña en España que en México” “Los que vivimos en el extranjero llevamos la marca España, que no siempre es buena” “He aprendido muchas cosas que en España dudo que hubiera podido aprender” “Me daban muchísimo dinero por encontrar pruebas de la vinculación de Podemos y Chávez” “Es triste ver a España desde fuera” “Me siento traicionada por el sueño que nos vendieron: si sacas buenas notas tendrás un futuro” “Cada vez que escuchaba las noticias me deprimía; ya no me apetecía quedarme en mi propio país” “Decidí marcharme al extranjero porque en España no tenía nada” “En Australia es el trabajador el que tiene la sartén por el mango” “En España la idea de trabajar y hacer Ciencia gratis está excesivamente arraigada” “Las empresas españolas te ven como una amenaza para sus estructuras directivas” “Los países europeos se están descojonando de nosotros” “Somos la generación que aporta grandes cosas fuera de nuestras fronteras” “No me planteo volver para trabajar 60 horas de camarero y perder mi independencia” “La verdadera aventura cuando sales de España empieza cuando te percatas de que no cuentas con la ayuda de tu gobierno” “El proceso es lento, pero yo creo que voy a mejor” “No quería volver a casa de mi madre y tener que pedirle dinero hasta para tabaco” “Jamás veré este sueldo en España, pero soy un patriota: prefiero investigar para mi país”
“Estar en España es tirarte la vida siendo becario” “Cuantas más puertas se te cierran en España, más bonitas ves las ventanas de Latinoamérica” “Trabajo en el Banco Mundial gracias al sistema educativo público español” “Mi madre me dijo: ‘No has estado diez años estudiando para trabajar de cualquier cosa’” “Siento que estoy haciendo un sacrificio viviendo en el extranjero por un futuro mejor en mi país” “Quienes dicen que somos aventureros nunca han emigrado y viven en una burbuja” “Veo difícil hasta encontrar unas prácticas en España” “Siempre tendré la satisfacción de haber estudiado, pero no plegaré mi vida a un sueño imposible" “Me da muchísima pena por mi familia y amigos, pero no veo ningún futuro para España” “Los recortes de los últimos años casi han matado la investigación en España” “En España la única salida para un científico es cruzar la frontera” “Lo difícil será volver a España” “España es un familiar enfermo por el que no puedes hacer nada” “Los que estamos fuera nos sentimos ciudadanos de ninguna parte” “Ahora tienes que ser periodista y panadero para mantenerte” “Cuando eres ‘au pair’ te sientes tan en deuda con ellos que sufres una especie de síndrome de Estocolmo” “España tiene mucho talento y lo único que necesitamos es una maldita oportunidad” “Nuestros casos de corrupción llegan hasta Chequia, es triste tener que contarles la realidad” “Durante un tiempo mi casa se convirtió en un piso patera”
“Hemos dejado que gente muy buena se marche por la puerta de atrás” Acerca la de autora Créditos
A los cientos de miles de españoles a los que la crisis ha empujado fuera de nuestras fronteras. A las madres, padres, hermanos y amigos que les esperan. A quienes desde esta sección lo han contado.
UNO
Expatriados españoles: siete años de derechos a la fuga
M ás
de setecientos cincuenta mil españoles han abandonado España desde que se iniciara la crisis. Es la cifra oficial que arroja el INE y que solo contabiliza a aquellos que, entre los años 2009 y 2015, se han inscrito en el PERE (Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero). Como si en apenas
siete años se hubiera desvanecido casi la totalidad de la población de Valencia, como si todos sus habitantes hubieran sido conducidos a la puerta de embarque hasta vaciar una de las grandes capitales españolas. Se trata de un dato que solo suma a los españoles que quisieron dejar constancia de su marcha en los consulados y que excluye, no solo a quienes se registraron como residentes temporales, sino a aquellos que sencillamente declinaron dar parte a las administraciones españolas pasando a engrosar un número impreciso de compatriotas que vive al margen de nuestras fronteras y de los datos oficiales. La discusión en torno al baile de cifras se ha intensificado prácticamente al mismo ritmo que lo hacía el interés de los medios de comunicación y la opinión pública por el fenómeno migratorio español de los últimos años. Sin embargo, todavía no ha logrado elaborarse una estadística que sea capaz de aproximarse al número real de españoles que se han marchado desde el estallido de la crisis. Una inexactitud en los datos asentada cómodamente en la perezosa metodología empleada por el INE, que no toma en consideración datos tan esclarecedores como las inscripciones de españoles en los sistemas de la seguridad social de otros países o en otros organismos foráneos. De considerarse factores como los mencionados, y tal y como viene denunciando el colectivo transnacional de emigrantes españoles Marea Granate, aumentaría notablemente la ya espectacular cifra de los más de dos millones de personas que constan inscritas en el PERE. Pero concretar el dato de los españoles que ahora residen en el extranjero es una tarea que no solo se ha visto
dificultada por cuestiones metodológicas. La pérdida de derechos sanitarios que, en muchos casos amenaza a aquellos que optaron por salir al extranjero en busca de una segunda oportunidad laboral, frena la inscripción consular, en cuyos números, se basan los datos recabados por el INE. Es el miedo de “volver a casa sin sanidad”, un temor que despertó el decreto de 2012 que, en pleno auge de la emigración española, negaba el derecho a la atención sanitaria pública a aquellos compatriotas que pasaran más de tres meses en el extranjero. Con la espada de Damocles de la exclusión sanitaria pendientes de sus cabezas, muchos de los emigrantes españoles optan por la invisibilidad ante la administración pública como estrategia para salvaguardar unos derechos en retroceso. Un asunto que ha motivado la campaña viral #VuelveSinSanidad impulsada por Marea Granate y que ha inundado las redes sociales con vídeos e imágenes de jóvenes emigrantes que retornaban a casa señalando en su maleta su condición de emigrantes. Excluidos del mercado laboral, la sanidad universal y el reconocimiento oficial en las estadísticas, los expatriados se han visto también expulsados de un sistema electoral que ha mermado el voto exterior hasta dejarlo en tan solo un 4,7% de participación en los pasados comicios del 20 de diciembre. Este reducido porcentaje, el más bajo de la historia, no hace más que redundar en las deficiencias y errores de un mecanismo, el del voto rogado, que desde que se implantara en 2009, ha motivado las protestas de los cientos de miles de electores que desde el extranjero han inventado novedosas fórmulas que les permitieran salvaguardar el más elemental de los derechos democráticos. “Rescata mi
voto”, la iniciativa auspiciada por Marea Granate, ha permitido, según sus datos, que más de tres mil quinientos abstencionistas prestaran su papeleta a españoles residentes en el extranjero. La exclusión del sistema electoral es una de las cuestiones más señaladas entre quienes, a lo largo de más de un año, han dado voz y rostro a los expatriados en Talento a la fuga. Algunos adelantaron su retorno navideño para asegurarse la participación en las elecciones generales del pasado mes de diciembre. "Si yo meto el sobre en la urna, me aseguro de que llega a su destino", decía recientemente Diana Campillo, residente en Bélgica. Otros pidieron prestado el voto a sus abuelos, como Judhit Ortega, camarera en Bristol: “Mi abuela me dijo: 'Hija mía, tú que no puedes votar, dime a quién voto'”. Muchos de ellos se sumaron a la campaña “Rescata mi voto”. Se les ha llamado de muchas formas: exiliados económicos, emigrantes, expatriados o generación perdida, pero sin dudada el de “aventurero” es el término que más ampollas ha levantado entre los más de setecientos cincuenta mil españoles que se han marchado huyendo del desempleo o la precariedad laboral que ha sembrado la crisis económica. La minimización del fenómeno migratorio por parte de los representantes políticos e institucionales ha desatado también campañas de protestas. “Yo también soy una leyenda urbana”, clamaba indignada la comunidad científica en respuesta a las declaraciones del presidente del CSIC Emilio Lora-Tamayo, que se refería así a los cientos de investigadores españoles que, asediados por unos recortes implacables en I+D+i, se vieron forzados a continuar su
carrera profesional en el extranjero. Una indignación recogida en Talento a la fuga con testimonios como los del enfermero malagueño residente en París, Miguel Ángel Castillo, que no dudó en sentenciar: “Quienes dicen que somos aventureros nunca han emigrado y viven en una burbuja”. Seis años de crisis económica han arrebatado a España gran parte de una generación que, con la maleta cargada, unas veces con títulos e idiomas; y otras, con la mera voluntad de salir adelante, ha sido empujada a marchar lejos de nuestras fronteras entre el menosprecio y la sordera de quienes torpedean sus derechos más básicos. Toda una masa de jóvenes que ha logrado configurar una conciencia colectiva a través de iniciativas como el movimiento transnacional Marea Granate y que se resiste ahora a identificarse con esa “esa generación perdida” de la que algunos hablan.
DOS
“Yo no vuelvo a España porque me he sentido insultado”
Emiliano Gil
Y o no vuelvo a España porque me he sentido insultado. Prefiero quedarme en Ecuador”. Lo dice Emiliano Gil, un zamorano de 54 años que, hace casi tres meses, decidió
romper con un insoportable periodo de desempleo que se prolongó durante dos años. Vendió su coche, cerró su casa de Sevilla, se despidió de sus tres hijos y emprendió un viaje a Quito para trabajar como profesor de Historia en la universidad. Menos tiempo estuvo Aixa Jorquera (24 años) en paro. Con dos licenciaturas y un máster que no le sirvieron para encontrar trabajo en Madrid, esta joven malagueña comprendió que su futuro profesional estaría fuera de España. También eligió la capital de Ecuador, donde ejerce de profesora en la especialidad de comunicación.
Aixa Junquera
Emiliano y Aixa no solo se dedican a la labor docente en la Universidad de los Hemisferios de Quito –un centro privado–, sino que forman parte de un ambicioso proyecto estatal que se ha propuesto impulsar la investigación, la
docencia y la especialización en las universidades, escuelas politécnicas y centros de investigación del país. Cientos de españoles ya forman parte de este programa (Prometeo). “Están buscando profesionales de otros países para formar a los profesores de aquí”, explica Emiliano. “Les tenemos que enseñar a investigar y a presentar y dirigir proyectos de investigación que eleven el nivel de las universidades”. En definitiva, están contribuyendo a la transformación del sistema educativo de Ecuador. Aixa vive en un barrio acomodado de Quito, nunca coge un autobús; se desplaza siempre en taxi. Se lo puede permitir con un sueldo de 1.500 dólares al mes, una cantidad que en Ecuador te convierte automáticamente en un asalariado de clase media. Sin embargo, su estatus socioeconómico está muy lejos todavía de ser la norma en un país donde la brecha entre ricos y pobres sigue siendo acentuada y donde el salario mínimo interprofesional tan solo alcanza los 340 dólares. “Yo no puedo decir que esté viviendo el auténtico Ecuador, donde la mayoría de la gente vive con poco más de 300 dólares al mes”, reconoce. Emiliano cobra aún más. Su título de doctor en historia le otorga una categoría salarial superior que ronda los 2.000 dólares. Como a Aixa, su sueldo le permite vivir en una situación privilegiada que contrasta con las dificultades económicas que ha atravesado en los dos últimos años. Dice haberse sentido un “ciudadano de segunda” en España, donde después de haber probado múltiples empleos, acabó cobrando un subsidio de 426 euros. “Es un poco frustrante terminar así con 54 años, después de haber trabajado más de 30”, asevera. Y acentúa su indignación: “Que la gente se
tenga que ir es algo insultante, sobre todo por las circunstancias en que se ha producido la crisis”. Después de su última experiencia en España, Emiliano cree estar viviendo ahora “en otro mundo”, uno que apuesta por el crecimiento y en el que se siente valorado por su trabajo. Sin embargo, reconoce que hay mucho por hacer. Los medios son escasos, apenas hay libros, las bibliotecas están muy lejos y el hábitat es muy disperso. Pero las dificultades se convierten precisamente en un reto que le motiva.”Nos han seleccionado por nuestros métodos, te obligan a trabajar, a investigar y a crear escuela”, explica, y habla de la transformación de un nuevo Ecuador de la que se siente partícipe. En otro mundo vive también Aixa. Tras licenciarse primero en Relaciones Públicas y Publicidad y después en Comunicación Audiovisual, decidió completar su formación con un máster de Realización y dirección de series de ficción. Ninguno de los títulos le sirvió para encontrar trabajo en Madrid. “Estuve meses echando currículos y no obtenía respuesta. O me ofrecían puestos de becaria sin cobrar”, recuerda. Soportó unos meses el vacío laboral que le ofrecía la capital, hasta que pensó en Latinoamérica como el destino que, al contrario que España, ofrecía optimismo y “comenzaba a despuntar en economía”. Se imaginó primero en Brasil, el país que albergaría el Mundial de fútbol y unas olimpiadas, pero la experiencia de una conocida le hizo decantarse por Ecuador. Encontró trabajo en dos semanas. Aixa no solo participa en el programa Prometeo, sino que compagina su trabajo en la universidad con el de directora de
fotografía en una serie documental sobre sustancias psicotrópicas en las comunidades indígenas. Un trabajo que le ha permitido recorrerse el país, observar los contrastes y sorprenderse con el nivel de desarrollo de ciudades como Quito o Guayaquil y los elevados índices de pobreza de las zonas rurales. Con tan solo 24 años, su doble titulación también le ha servido para trabajar como editora en una productora y como jefa de edición en un programa de televisión. Una oportunidad impensable en la España actual y que Aixa no está dispuesta a desaprovechar. Pero no todo son ventajas. A pesar de que ambos se sienten reconocidos profesionalmente y manifiestan su deseo por continuar viviendo en Ecuador, reconocen que la distancia con la familia se hace dura. “El único inconveniente es que no puedo ver a mis hijos”, reseña Emiliano. También echa de menos la actividad cultural que tienen otras ciudades españolas. Según el profesor apenas hay conciertos o teatros, algo que no descarta impulsar desde la propia universidad. Mientras España se abraza a una política de austeridad marcada por el recorte sistemático y altas tasas de desempleo, Ecuador apuesta por un modelo económico basado en el crecimiento que le ha hecho escalar posiciones en el índice de desarrollo humano elaborado por la ONU, que reconoce al país andino como líder regional en políticas de reducción de las desigualdades. De momento, ya ha triplicado su presupuesto en educación, una partida que ya se ha llevado cientos de españoles que como Aixa y Emiliano abandonaron la precariedad laboral de su país para contribuir al crecimiento de la nueva universidad de Ecuador.
TRES
“Quiero volver, pero no hay trabajo”
Alejo Beltrán
P ara
quedarme en España y que encima me explotaran decidí marcharme un par de años, pero en diciembre ya hago cuatro en Francia". Así de rotundo resume Alejo
Beltrán, un joven fisioterapeuta español de 28 años, su trayectoria laboral que, iniciada en el momento álgido de la crisis económica y los recortes en los presupuestos sanitarios, le empujó a buscar su espacio profesional en el país vecino, donde ahora ejerce sin la perspectiva de regresar un día a España. “Decidí irme cuando la crisis económica ya estaba haciendo estragos. Había menos puestos de trabajo y los que se ofrecían estaban mal pagados”. Unas circunstancias compartidas por una amplia comunidad de fisioterapeutas españoles que se han visto obligados a buscar el reconocimiento laboral fuera de las fronteras españolas. Es también el caso de Ana Conti, una fisioterapeuta granadina de la misma edad que Alejo y que como él, también se vio empujada a buscar trabajo en Francia. Sin embargo, sus deseos de regresar y trabajar en España no dejan de estrellarse con la realidad de un sector en claro retroceso."Quiero volver, pero no hay trabajo”, explica. “Busco empleo a través de internet, también cuando bajo reparto algún currículum, pero sé que es muy difícil”. Un vacío laboral que contrasta con su situación en Francia, donde desarrolla su labor en el área de neurología de un hospital público, algo que se antoja un sueño casi imposible para los licenciados que cada año se enfrentan al debilitado mercado laboral español.
Ana Conti en la costa francesa
Pero la crisis económica también ha afectado al país vecino, que como el resto de países europeos ha empleado la tijera en sectores como la sanidad y la educación. No obstante, y según señala Alejo, los recortes se notan menos porque que “el árbol social francés era mucho más frondoso que el español”. Un punto de partida que, sin duda, suaviza las consecuencias de una política europea marcada por la austeridad. También comienzan a asemejarse las condiciones de contratación para los recién licenciados, a los que se les exigen ahora de uno a dos meses de prácticas no remuneradas. “La diferencia es que en Francia, al finalizar las prácticas, cumplen con la promesa de contratarte. En el momento que homologas el título encuentras empleo en buenas condiciones.La otra alternativa es hacer lo mismo en
España sin que después tengas opciones de trabajar, o acabar con un mal salario”, señala Alejo. Más diferencias encuentra Ana entre un país y otro: “En Francia nos sentimos valorados y en España no. Aquí dices que trabajas de fisioterapeuta y saben lo que es, en España la gente piensa que eres masajista”. Una incomprensión que Alejo extiende a las propias administraciones: “Es una disciplina bastante nueva en España. En Andalucía estaba empezando a entrar la fisioterapia pública un poco más allá de los típicos servicios de rehabilitación e incluso implantándose en algunos pueblos. Pero llegó la crisis, y lo que estaba empezando a desarrollarse se cortó.” Pero lejos de vivir un sueño, tanto Ana como Alejo encarnan más bien la cada vez más abrupta brecha entre la sanidad pública española, en progresivo retroceso, y la de Francia, que ha sabido mantener el vigor de su sistema incluso en los peores años de la crisis económica. Una brecha que se hace patente en el diferente tratamiento que recibe la fisioterapia en los sistemas públicos de ambos países. “En Francia toda la ciudadanía tiene acceso al servicio de fisioterapia. Está reembolsado por la seguridad social, lo que produce una demanda de profesionales enorme”, explica Alejo. Algo que corrobora Ana: “En Francia tienes un dolor de espalda, acudes al médico de cabecera y te receta los medicamentos pertinentes y las sesiones de fisioterapia que estime oportuno”. Según apunta Alejo, el control francés de acceso a la titulación de Fisioterapeuta explica que el mercado laboral francés absorba tanta demanda de profesionales. “El sistema educativo en Francia está más controlado a fin de
adaptar el número de 'fisios' a la demanda de cuidados que se requieren”. Además, tanto Alejo como Ana coinciden en señalar el elevado coste de la matrícula en el país vecino, lo que en cierto modo, les obliga a importar personal de otros países. “¿Quiénes venimos? Pues aquellos en los que las circunstancias económicas de su país de origen son peores “, sentencia Alejo. La diferencia entre ambos sistemas se hace patente cuando descendemos al detalle del gasto público sanitario en los últimos años. Según datos del propio Ministerio de Sanidad español, éste experimentó un una significativa caída de más de seis mil cuatrocientos millones de euros en el periodo 2009-2012, año en el que el ministerio dirigido por Ana Mato redujo a cifras del 2008 el porcentaje del PIB de gasto público destinado a sanidad (un 6'2 %). Un giro de timón en la política sanitaria que ha tenido como principales víctimas a los profesionales, que se han llevado la peor parte, sufriendo una disminución significativa en “gastos de personal. Y aunque en Francia la crisis económica también ha mermado significativamente su sanidad, las dificultades en España siguen produciendo un goteo constante de fisioterapeutas españoles que emigran al país vecino. Tal y como explica Alejo, “está emigrando mucha más gente”, y añade, “ahora el tema principal de los foros en Internet es pedir consejo para venir a Francia.” El vecino del norte, como en los peores años de la postguerra española, vuelve a ser el destino de acogida para toda una generación de jovenes españoles que, marcados por la precariedad y la falta de oportunidades, no tienen mas
remedio que poner sus ojos en el extranjero para poder desarrollar sus carreras con dignidad. Todo ello muchas veces, a costa de verse obligados a vivir en el extranjero “como estudiantes”, tal y como confiesa Alejo, o a mantenerse estrictamente con “lo justo”, como declara Ana. Ambos han visto como las sucesivas politicas de recortes públicos,la destrucción del mercado laboral y la inexorabilidad de la crisis, ha cancelado sus billetes de regreso a España. Como sentencia Alejo “¿Quiénes venimos aquí ? Pues aquellos en los que las circunstancias de su país de origen son peores”.
CUATRO
“Por muy mal que esté Lima, siempre estará mejor que España”
José Rivero
Q uedaban solo las migajas del enorme pastel del ladrillo
que ya se había repartido en España cuando José Rivero terminó la carrera de arquitectura. Era el año 2010 cuando
este joven sevillano de 28 años intentaba acceder sin éxito a un mercado laboral agotado por la especulación. Hizo un máster en Madrid y después pasó un año sabático “por obligación”, hasta que las circunstancias le empujaron a volar a Latinoamérica. Ahora vive en Perú, donde dice tener la oportunidad de desarrollarse profesionalmente. En la misma situación se encontró Gabriela Sanz (33 años), también arquitecta. Llegó a Lima con un billete de avión y unas cuantas entrevistas de trabajo pactadas por Internet. Encontró empleo en una semana. Ahora lleva casi cuatro años en la capital peruana conviviendo con profesionales españoles de la construcción que han visto agotadas sus opciones laborales en su país y a los que se refiere como “expatriados”. “Se construyó por encima de nuestras necesidades”, dice Gabriela. Una expresión que explica la apuesta de España por un modelo productivo basado en el cemento que, en los años previos al estallido de la crisis, prometía prosperidad y miles de puestos de trabajo. “Cuando estaba estudiando podía tener el trabajo que quisiera. Era desbordante. Cuando terminé, no había tanta abundancia de empleo y, de ahí, la oferta fue descendiendo”, recuerda Gabriela. José también se encontró con el vacío. Tras titularse, intentó primero mejorar su formación y acceder a unos cursos que ofrecía la Junta de Andalucía pero, según indica, “nunca salieron por falta de presupuesto”. Desde Sevilla viajó a Madrid donde estudió un máster durante un año, tiempo en el que mantuvo la esperanza de que amainara la crisis. Sin embargo, explica, “las cosas no hacían más que empeorar”. Ninguno de los dos vive en Lima por el sueldo o las
condiciones laborales. El salario en la capital de Perú no les permite ahorrar, pero sí dedicarse a aquello para lo que se formaron. “Si estoy aquí no es por el dinero, sino por poder desarrollarme profesionalmente”, explica Gabriela, que dice sentirse “ilusionada” tras haber atravesado dificultades en un país que ni es tan barato, ni le permite cuadrar las cuentas tan fácilmente. A la misma conclusión ha llegado José, que trabaja ahora con una socia haciendo proyectos de arquitectura, diseño mobiliario y reformas. Una aventura que le ilusiona, pero que de momento “no está generando un volumen de trabajo muy grande”. A pesar de que los dos coinciden en señalar que en Perú también hay que sortear dificultades, como demoras en los pagos, impuntualidades de los proveedores e incluso un descenso significativo en la construcción, ninguno tiene pensado abandonar ese país. José lo ve claro: “Por muy mal que esté Lima, siempre estará mejor que España”. Lo mismo piensa Gabriela, que confiesa tener cierta añoranza de su país natal. “Tuve momentos de pensar en volver a España porque no ha sido fácil”, reconoce, pero el vacío laboral español le ha hecho desterrar esa idea. Ahora intenta hacer raíces con la gente de Perú, un país donde la media de estancia de los españoles que ha conocido ha oscilado entre uno y dos años. “No es tan fácil quedarse más tiempo y de hecho la única amiga que me hice desde el principio ya se ha ido”, explica.
Gabriela Sanz
Tanto Gabriela como José pertenecen a una generación de arquitectos que asistió a un doble fenómeno económico: el de la especulación inmobiliaria, que se gestó con la Ley del suelo de 1998 aprobada por el Gobierno de José María Azaar y que incrementó el número de terrenos urbanizables; y el del descalabro de un sector cuya actividad se configuró como el motor de la economía española y que ahora los ha arrastrado al extranjero por un tiempo indefinido. Con todo, Gabriela asegura que en ningún caso la burbuja inmobiliaria les supuso un gran reconocimiento. “En España llegó un momento en el que el arquitecto podía decir misa, que al final lo importante era el dinero que había de por medio”, asegura. Además, tampoco existía la posibilidad de desarrollar grandes diseños en las promociones de viviendas, “porque las construcciones se hacían como
churros, señala”. Algo que contrasta con las posibilidades que ofrece Perú, un país por construir y que apenas realiza pequeñas urbanizaciones, menos replicables, para una minoritaria clase media. Un hecho que según Gabriela, hace que se valore más el trabajo del arquitecto. A diferencia de otros países latinoamericanos, en Perú no se han impulsado políticas económicas públicas. Según reseña Gabriela, todo funciona mediante la gestión privada, lo que ha convertido a los peruanos en “expertos en inventarse trabajos”. “Aquí nadie pide. Tienen una enorme capacidad de supervivencia”, explica. Una realidad que parece extenderse por el Atlántico hasta tocar España, donde cientos de trabajadores del sector de la construcción se han visto obligados a reinventarse fuera de sus fronteras para superar el descalabro económico que supuso, primero la burbuja inmobiliaria, y después su estallido.
CINCO
“Me gustaría volver, pero tal y como veo las cosas, sería dar un paso atrás”
Pablo Torné
P odrían encontrar empleo en España, pero hace años que asumieron que casi siempre estaría por debajo de sus capacidades y expectativas. Así que Pablo Torné y Luis
Esteras, dos jóvenes ingenieros de Telecomunicaciones que no pasan de la treintena, también son de los que se van al extranjero. Los dos eligieron como destino Alemania, donde desde hace años tienen la oportunidad de combinar sus conocimientos de ingeniería con la investigación en radioastronomía en el Instituto Max Planck de Bonn, un centro que les permite desarrollarse profesionalmente en un área muy especializada y para la que apenas hay espacio en España. Ese espacio lo han encontrado en una institución que cuenta en su haber con más de 80 centros de investigación y que a lo largo de su historia ha acogido a 16 premios Nobel, hasta situarse a la cabeza de la ciencia mundial. “Me gustaría volver, pero tal y como veo las cosas, sería dar un paso atrás”, afirma Pablo, consciente de pertenecer a un sector profesional, el de las telecomunicaciones, al que apenas ha rozado el drama del paro. Pero tras una formación que incluye un doctorado en curso, un máster y seis meses de prácticas en la multinacional Airbus en Alemania, ha preferido trabajar "a un nivel distinto al español”. “Lo que hago ahora, en España no lo conseguiría en años”, asegura con rotundidad. Una opinión compartida por Luis, que tomó la decisión de marcharse a Alemania hace ya cuatro años y medio, cuando se dio cuenta de que en España “sería muy complicado” trabajar “en radioastronomía”. Aunque ninguno descarta el regreso, la falta de financiación y oportunidades en su sector les frena a ambos. “No quiero volver a España para estar dos o tres años y luego tener que irme, como le ha pasado a gente que conozco. Si vuelvo, que sea para quedarme”, afirma Luis. Una posibilidad
que, por ahora, parece estar casi tan lejana como las estrellas que estudian. "La gente se está desarrollando en el extranjero en unos niveles de profesionalidad tan altos que eso les acaba atando. A España, con un salario bajo y sin que te reconozcan nada porque tienen otros 50 parados deseando cogerlo, al final no vuelves", concluye Pablo. Es ese reconocimiento profesional que echan de menos en España el que los ató a una Alemania donde, según explica Pablo, "llamas a una puerta con un doctorado y directamente el salario y la responsabilidad van acordes con el nivel de formación. En España dices que tienes un doctorado y un máster y la respuesta es: '¿y qué?'" . En Alemania hasta me agradecen que esté aquí, algo que me parecía surrealista, cuando en España debía rogar por cualquier trabajo". La misma experiencia padeció Luis de primera mano. "Cuando empezamos la carrera nos decían que hasta podríamos elegir trabajo al terminarla. Cuando la acabamos, si tenías la suerte de encontrar uno, gracias y punto". Pero no son las condiciones laborales en el instituto, que distan mucho de ser idóneas, las que los han hecho permanecer en Alemania, sino la posibilidad de desarrollar su trabajo en un grado casi inalcanzable en nuestro país. Para Luis "aunque en general las condiciones son mejores que en España, el tipo de contratos que ofrece el Max Planck no deja de ser una beca: no cotizas a la Seguridad Social, te tienes que pagar tu seguro privado y con esto el instituto va ahorrando". No obstante, le compensó más trabajar en “los grandes proyectos” que se desarrollan en el instituto dentro de su especialidad. Algo en lo que coincide con Pablo. “No
cotizo nada a la Seguridad Social ni tengo cobertura de ningún tipo, pero el nivel de investigación aquí no se encuentra fácilmente en España. No hay punto de comparación”. Pablo trabaja con un grupo de investigación que estudia púlsares, un tipo de estrella en concreto. “Necesitaban mejorar un radiotelescopio. El hecho de que fuera ingeniero les venía muy bien, porque los astrónomos saben mucho de física, pero no tanto de ingeniería”, explica. Un sueño hecho realidad que le permite combinar los conocimientos adquiridos en su titulación con la astrofísica más puntera y que en España se habría dado de bruces con la precariedad en investigación y la falta de grandes proyectos en su área. “Cuando terminé mi máster, vi las ofertas que había en Granada y las condiciones laborales que ofrecían. Pensé que no era lo que me interesaba y solicité trabajo fuera”, asevera.
Luis Esteras
Por su parte, Luis trabaja con un receptor que se está instalando en un telescopio chileno gestionado por el instituto Max Planck. Mientras los frutos de su trabajo saltan de un continente a otro, la idea de desempeñar su labor en España, un país que apenas alcanza una inversión en Investigación y Desarrollo del 1,30% de su PIB frente al 2,92% alemán, le parece difusa. “Me gustaría que los resultados de mi trabajo fuesen para el beneficio de mi país y de su sociedad. Pero si no se puede, no se puede”, explica. En todo caso, intuye que trabajar en España supondría una lucha constante para desarrollar su carrera como investigador. “Hay grupos intentando hacer un buen trabajo, pero es lo de siempre: pelear para sacar presupuestos y al final todo son trabas. Es como darse de cabezazos contra la pared”. Así, protesta contra el laberinto burocrático y la
asfixia económica, dos males seculares de la ciencia española, a la que acusa de estar atrapada por la falta de visión a largo plazo. "Es que falla la mentalidad. Obviamente la investigación no produce beneficios inmediatos, sino que poco a poco se van generando unos pilares para que el país progrese de otra manera, proporciona recursos y al final todo ese trabajo sí redunda en dinero". Una visión que también suscribe Pablo: "España no sabe utilizarnos. No tiene un modelo productivo para acoger a sus titulados. No tiene ni tejido industrial, ni investigación, ni tecnología para usarlos. España forma a ingenieros para fabricar los BMW y Mercedes en Alemania. Como modelo no tiene ningún sentido ¿Para qué formar a un biólogo o un ingeniero que acabarán de camareros en un bar? ". La precariedad laboral y el paro no son los únicos agujeros del tejido productivo español por donde se escapan nuestros investigadores. También la falta de ambición de un país que no parece estar dispuesto a asumir los costes generados por la investigación más puntera, ni a esperar a recoger sus beneficios, constituye uno de los coladeros por donde se fugan la inteligencia y el talento que generan las universidades españolas. De ese coladero se nutren en la actualidad algunos de los principales centros de investigación europeos, donde la ciencia española continúa creciendo con fuerza mientras su país de origen prefiere recortar. Mientras Pablo y Luis continúan aprendiendo y trabajando en el Instituto Max Planck de Bonn, comparten un anhelo. Pablo lo expresa así: "Tengo la esperanza de que la crisis sirva
para que algunas cosas cambien. La esperanza de que algunos vuelvan tras haber vivido fuera, en otros lugares donde la gente se respeta y la corrupción se castiga. Y de que toda esa gente, cuando vuelva, encuentre un hueco en España y se traiga todo eso con ellos".
SEIS
“Me han echado de mi país”
María Hidalgo
M e he visto obligada a trabajar fuera. Me han echado de mí
país”. Así de contundente se expresa María Hidalgo, una joven enfermera española de 24 años que se vio empujada a
hacer las maletas hace ya más de dos, llevándose con ella todas sus ilusiones de ejercer en su país la profesión para la que había estudiado. Una situación que comparte con Cristina Gutiérrez, una cordobesa de 26 años que tras soportar dos ejerciendo la enfermería en precario entre Madrid y Andalucía, decidió viajar a Alemania en busca de la estabilidad laboral que en España no encontraba por ningún lado. Ahora desempeñan su trabajo en el quirófano de un hospital de la ciudad de Ludwigsburg (Luisburgo, en el Estado de Baden-Wurtemberg), desde la que cuentan su experiencia, que es también la de los más de setecientos mil españoles en los que se ha cifrado la migración española al extranjero desde el estallido de la crisis.
Cristina Gutiérrez
Ambas han sacrificado el reconocimiento laboral de su
profesión en España, la segunda más valorada, con un 7'96 de nota según el barómetro del CIS de marzo de 2013 para hacer un trabajo que, confiesan, en Alemania muy pocos quiere hacer. “La enfermería está poco considerada aquí. No les gustan los turnos ni trabajar de noche”, relata María, que desde que llegó a Alemania se ha visto desbordada por unas condiciones laborales que incluían la limpieza y una larga lista de servicios que en España son encomendados a otras categorías profesionales. Algo que no se esperaba cuando en 2012 tomó la decisión de marcharse a través de una empresa mediadora y accedió a su primer empleo en una residencia de ancianos. “Me prometieron hacer trabajo de enfermería como en España. Tenía que hacer labores no solo de auxiliar, sino de camarera y limpiadora. Había meses en los que se trabajaba doce días seguidos y se libraba uno. Estábamos muy mal”, concluye. Unas circunstancias que afortunadamente cambiaron cuando superó una entrevista para trabajar en el quirófano del Hospital donde ahora ejerce. Cristina, ahora compañera de quirófano de María, cambió la temporalidad de los contratos que le ofrecían en España por la precariedad laboral que se encontró como becaria los diez primeros meses de su estancia en Alemania. “Llegue con un contrato en prácticas por el que solo cobraba 800 euros, porque necesitaba una titulación de B2 del idioma para ser enfermera. Mientras me lo sacaba, estuve diez meses cobrando eso. Me lo hubiera pensado mucho de saberlo.”, explica. Lastrada por la dificultad del idioma y por el complejo y tedioso proceso burocrático, Cristina no logró alcanzar la categoría de enfermera hasta casi un año más tarde, cobrando hasta 500 euros menos que sus
compañeros. “Aunque mi contrato era en prácticas, trabajaba como una más”, protesta, “Alemania se aprovecha de la mano de obra española. De diez compañeros de mi promoción que estaban igual que yo, se ahorraban 500 euros por cada uno, durante casi diez meses”. Con todo, el deseo que María y Cristina comparten por regresar un día a España se les aparece aún muy lejano. Los cantos de sirena de la supuesta recuperación económica no parecen haber llegado hasta Alemania. “Si regreso, sé que tendré que volver a un trabajo mal pagado en la privada”, asevera María. Un diagnóstico de la situación española que Cristina extiende a la degradación de la vida política por la que atraviesa el país: “Que digan que las cosas están mejorando y que están dimitiendo me parece una pantomima”. Una percepción que Cristina ha visto extenderse entre sus propios compañeros alemanes. “Aquí te dicen de broma que en España roba hasta el rey. Nos quieren dar a ver una mentira”, afirma. Pese a todo, no abandonan la idea de regresar a una España de la que extrañan “el sol, la familia y el calor de la gente”, como afirma María. “Tengo dificultades todos los días: los compañeros, el idioma, todo”, confiesa. Aunque ambas se relacionan con la cada vez más numerosa colonia de españoles en Alemania, continúan esforzándose por integrarse en la vida cotidiana del país germano. “Es muy difícil que llegue el día que me sienta como de aquí. Es incómodo. Estás haciendo tu trabajo y no te sientes igual que ellos. Todos los días pienso 'esto en España no sería así'. Es duro”, relata María. Pero las diferencias no solo vienen del idioma y la cultura.
También añoran un sistema sanitario español que defienden con orgullo. “Como la sanidad española no hay ninguna”, sentencia Cristina, que al igual que María está experimentando los claroscuros del sistema sanitario alemán, que combina la aportación pública con una importante presencia de la gestión privada. “Todo el mundo aquí contrata un seguro. Yo pago al mes ciento y pico euros”, explica Cristina. Un modelo que presenta evidentes ventajas en la rapidez de la atención sanitaria, pero que evidencia carencias derivadas de unos intereses privados que en ocasiones, según declara, se anteponen a los de los pacientes. “Aquí se mira el negocio. Se opera a pacientes de hasta 90 años independientemente de que pierda calidad de vida. Eso en España no pasa”. María y Cristina se han marchado a Alemania siguiendo el mismo camino que los españoles de la posguerra se vieron obligados a emprender. Como ellos, cuentan parecidas historias y viven parecidas sensaciones. Con todo, comparten la esperanza de regresar a España y poder trabajar en un sistema sanitario al que defienden "como el mejor del mundo”.
SIETE
“En España los procesos burocráticos están llegando a ser bastante infernales”
Marina López
T rabaja en Estados Unidos desde hace casi tres años y
apenas deja espacio para pensar en los recortes que España ha aplicado a la investigación y el desarrollo. En el proyecto
profesional de la madrileña Marina López, una investigadora posdoctoral en neurociencia humana en Estados Unidos, no computan ni el victimismo ni las lamentaciones, sino el entusiasmo. Si regresa a España será para trabajar “con más ilusión” en el país donde nació e inició su formación. “Es por una cuestión emocional”, explica, y propone: “Vamos a contribuir a que España se reconozca en el extranjero, porque tenemos gente muy conocida y muy buena”. Se marchó a Colorado en enero de 2012 para seguir desarrollando una carrera profesional que se prolonga ya más de ocho años en el área de la neurociencia. Allí se dedica a estudiar cómo el cerebro humano construye y regula la experiencia emocional y el dolor tanto en personas sanas como en pacientes con trastornos afectivos (depresión mayor) o de dolor crónico. “Vine para aprender nuevas técnicas de análisis revolucionarias que se están empezando a utilizar ahora”, explica. Trabaja con resonancia magnética, una técnica que, según indica, es muy costosa (500 dólares la hora, lo que equivale a 401 euros), Sin embargo, nunca ha acusado ninguna falta en el presupuesto de los proyectos en los que participa, algo que, intuye, en España sería más difícil: “En un ámbito caro como el nuestro, es poco dinero el que te ofrecen”. Sin perder de vista las dificultades por las que atraviesa la ciencia española desde que se iniciara la crisis, Marina ha decidido enfrentarse a los recortes con optimismo. “Yo tengo que defender una posición de confianza y positiva ante el mundo científico. Eso es lo que tengo que conseguir si vuelvo a casa”, explica. Se niega a mostrar fuera de las fronteras españolas cualquier sentimiento derrotista, no
solo por su carácter entusiasta, sino porque transmitir lo contrario contribuye a generar cierta imagen de inferioridad. “Hay unos prejuicios muy claros a nivel social y a nivel científico también. Nosotros no tenemos la mejor fama”, asegura. “La mejor estrategia es no fomentar eso”. Una actitud en la que también interviene la posibilidad de regresar a España. “Si pienso en que todo van a ser trabas, elimino la opción de volver”. Marina coincide en subrayar con la comunidad de investigadores españoles que las trabas administrativas a las que se enfrenta la ciencia empujan al extranjero a numerosos profesionales. “Lo que se escucha ahora mucho es que en España los procesos burocráticos están llegando a ser bastante infernales”, señala. Y en este sentido lamenta que “muchos investigadores, que habían conseguido dinero europeo, que estaban contentos y que habían logrado recabar recursos para trabajar en España y generar puestos de trabajo, se lleven ese capital por un problema burocrático”. Una coyuntura que contrasta con la flexibilidad del sistema estadounidense, “menos sujeto a baremos tan estrictos”. Con todo, y a pesar de que la inversión en investigación y desarrollo española se ha visto mermada por los efectos de una crisis que amenaza la sostenibilidad de los principales organismos públicos, como el CSIC, que ha visto reducida su plantilla en casi un 15% en dos años, Marina cree que, de volver a España, no tendría ningún problema en encontrar un puesto. Eso sí, reconoce que “sería más difícil” configurar un grupo de investigación. Como ya han hecho otros científicos en la sección Talento a la fuga, Marina coincide en señalar el escaso
reconocimiento social del que goza la ciencia en España. “Nos hace falta generar cultura científica desde el principio, desde la escuela”, indica. “Creo que los investigadores tenemos que salir más a la calle y explicar más lo que hacemos”. Una tarea pendiente que contribuiría a generar una conciencia colectiva sobre el valor de la actividad científica. Algo que sí se da en EEUU, y que inevitablemente redunda en una mayor implicación de la sociedad y de las instituciones privadas. “Una cosa que a mí me ha fascinado de Estados Unidos es cómo se mueve la gente para conseguir dinero y cómo hay fundaciones privadas que dan dinero a proyectos de investigación. A mí eso me parece una iniciativa muy buena que en España no se hace”. Galardonada con la prestigiosa beca NARSAD, de la Brain and behavior research foundation -una organización no lucrativa dedicada al estudio de los trastornos mentales más comunes, como la depresión, la esquizofrenia y la ansiedad, entre otros- Marina se resiste tanto a caer en el triunfalismo de aquellos que aseguran ver la luz al final del túnel de la crisis, como a entrar en el estado de resignación crónica en el que la inflexible política de recortes en I+D y el menosprecio a la investigación científica parecen haber dejado postrada a la ciencia española. Como tantos jóvenes científicos españoles empujados fuera de nuestras fronteras por la falta de financiación pública y privada, continúa empeñada en trabajar a diario con la firme ambición de "hacer valer el nombre de nuestra ciencia" en el extranjero. Mientras, confía en volver a España con "la motivación y el ideal" de "contribuir a un cambio" que , asegura con la entereza de quién dedica su vida a la lucha contra la depresión y el dolor,
también está en sus manos.
OCHO
“No me han puesto un cartel de márchate pero poco les ha faltado”
María Barandalla
T enemos un grupo de Whatsapp que se llama expatriadas”. Este es el nombre que María Barandalla, una joven bióloga de 26 años, escogió para poder seguir en contacto con otras dos
amigas que, como ella, se han visto empujadas a emigrar al extranjero para poder desarrollar sus carreras profesionales como ingenieras y administrativas. “No me han puesto un cartel de márchate pero poco les ha faltado”, afirma contundente. Una realidad que también conoce Priscila Ramos, una veterinaria de 28 años que ahora se prepara para viajar a Italia donde participará en el mismo laboratorio de la ciudad de Cremona donde ya trabaja María desde hace un año. “Sonará a chiste, pero en el Inem lo único que ofrecían en investigación era conductor de carretilla de laboratorio”. Una situación que ya viven los más de setecientos mil jóvenes españoles que se han visto forzados a marcharse al extranjero. María y Priscila, bióloga y veterinaria respectivamente, colaboran en un proyecto de investigación europeo con células madre en el que intervienen diversas universidades y empresas privadas. “El grupo al que voy es un grupo bastante potente. Fueron los primeros del mundo que consiguieron clonar un caballo y eso redundó en una mayor financiación para seguir investigando”, explica Priscila, que al igual que María, ha sabido aprovechar la oportunidad que no encontraron en España. “Estuve un año haciendo el proyecto de fin de carrera en el Centro Nacional de Biotecnología. Era muy triste ver cómo se iba vaciando día a día y cómo la gente se marchaba”, revela. Una situación que podría amenazar también a Italia, un país que con un porcentaje de inversión en I+D similar a la española, también se encuentra sometido a las políticas de austeridad impuestas desde Bruselas. “Están mejor en el paro juvenil que en España, pero tienen muchísimo igualmente, y también están sufriendo un
proceso de recortes”. Una realidad que también intuye Priscila y que María resume entre bromas con un “España e Italia son primos hermanos. Cuando pasó lo del ébola nos reíamos con los amigos italianos porque me decían que si esto pasara aquí, se resolvería igual o peor”. “Quizá vuelva a España o tenga que irme al fin del mundo”, responde María cuando se le pregunta por un futuro que contempla con cierto “vértigo” y que en cualquier caso pasa por terminar su doctorado en Italia y una posible estancia de dos años en EEUU. Una incertidumbre que viene abonada por la compleja realidad que atraviesa España. “Tengo 26 años y ni si quiera sé si cuando vuelva tendré derecho a una sanidad pública porque nunca he cotizado en mi país. No quiero encontrarme con eso”.
Priscila Ramos
A pesar de haber logrado obtener la prestigiosa beca Marie Curie, con la que la comisión europea financia cada año a los mejores investigadores, Priscila ve cada día más lejana la posibilidad de volver a España. “Cada vez salen menos becas y el nivel exigido es cada vez más alto”, afirma, y añade: “Acabo de terminar la tesis, y ya entro a competir con gente que la terminó hace cinco años y que tienen un currículum contra el que no puedes competir”. Con todo, no renuncia a la idea de volver: “A mí no me importa marcharme un par de años, porque es bueno para mi carrera, pero lo que me gustaría es establecerme en España. Yo ya he echado raíces en Madrid”. Tanto María como Priscila coinciden en lamentar los escasos esfuerzos que dedican a la ciencia española tanto la Administración como las instituciones privadas. “El dinero que se destina a la investigación en España es de broma en comparación con el que se dedica en otros países. No se puede competir con los laboratorios que hay en Estados Unidos o Japón. Están en otra liga”, protesta Priscila. Algo que también indigna a María: “La ciencia no es apostar a caballo ganador siempre. Pero si no se invierte, no sale. Los países con más éxito son los que lo intentan”, reprueba que pone como ejemplo la escasa atención que reciben los científicos españoles en premios como el Príncipe de Asturias: “Hay científicos en España importantísimos con un gran reconocimiento en el extranjero, que no han tenido un premio Príncipe de Asturias y no sé si lo tendrán. Aquí tenemos gente que lo merece. La labor investigadora de los españoles no se reconoce ni por nuestras propias instituciones. Es triste pero es así”, concluye.
María y Priscila son dos de los cientos de científicos españoles que demuestran con su experiencia diaria que ellos tampoco son una “una leyenda urbana”, tal y como aseguró el presidente del CSIC, Emilio Lora-Tamayo, desatando una campaña viral que contradice el optimismo de quien encabeza la principal institución científica española, que en los últimos años ha visto recortar progresivamente presupuesto y plantilla.
NUEVE
La industria turística chilena crece con acento español
Jaime Asensio
M archó a Chile hace apenas un año buscando encontrar al
otro lado del Atlántico el reto profesional que una España abatida por la prima de riesgo y las cifras del paro no podía
ofrecerle. Jaime Asensio, un barcelonés de 27 años diplomado en turismo, se decidió a desarrollar su carrera profesional en una importante empresa de ocio y viajes donde ya trabajaba su jefe, también de la ciudad condal. Alejandro Pascual, un español que lleva ya tres años afincado en Santiago, ciudad en la que se estableció con motivo de su matrimonio con una ciudadana chilena, confió en Jaime para que se embarcara con él en un proyecto turístico que desde el primer momento también supuso para él un desafío interesante Los dos tenían trabajo en España cuando decidieron marcharse. Jaime trabajaba en una empresa de eventos con sede extranjera que organizaba los catering de la Fórmula 1. Un empleo que le permitió visitar durante siete años numerosos países del mundo y que le proporcionó una amplia experiencia, pero que sin embargo, acabó agotándolo. Sabe que de regresar a España, probablemente encontraría trabajo, pero cree que se toparía con la precariedad y la “temporalidad” a la que está sujeta el sector. “Llegan los meses de verano y baja el paro. Entonces dicen que sí, que todo va muy bien, pero en realidad son trabajos temporales, muy precarios y de los cuales tampoco se aprende mucho”, reconoce. Una aseveración que concuerda con los datos que se desprenden del Índice de Actividad Turística que elabora cada año la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y que cifró en un 33,6% la tasa de temporalidad del sector en el año 2013, al tiempo que revelaba el aumento de un 30% de la contratación a tiempo parcial desde el año 2009.
Alejandro Pascual
Por su parte, Alejandro era director de contratación de grupos turísticos en España en una gran empresa donde reconoce, nunca vio peligrar su puesto. Desde hace tres años, ocupa el cargo de 'product manager' en Santiago, un cargo directivo que le permite participar en los procesos de selección de personal sin que su origen español suponga una preferencia a la hora de realizar el reclutamiento: “Si vas a buscar a alguien al extranjero, tiene que tener una expectativa más alta, tiene que aportar un valor añadido que no te aporte una persona que puedas contratar aquí, porque al final aquí existen dificultades a la hora de trámites y visados que complican la contratación”. Alejandro se refiere así al laberinto burocrático al que se enfrentan los numerosos españoles que viajan a Chile e intentan regularizar su situación. “El trámite para obtener la
visa todavía es difícil, y por otro lado, las empresas no tienen conocimientos sobre qué gestiones tienen que hacer para contratar a un extranjero. Al final es quien viene el que tiene que buscarse la vida”. Jaime conoce muy bien esa situación. Después de un año, todavía se enfrenta a los engorrosos trámites que se le exigen para formalizar su situación. “El tema burocrático es muy laborioso y acaba siendo agotador”, señala. Con todo, y según indican los dos, Chile parece estar ahora realizando reformas para agilizar la gestión. “Ahora lo están cambiando un poco. Yo creo que se han dado cuenta de las dificultades que se generaban con la cantidad de extranjeros que han venido”, explica. A esta dificultad, Alejandro suma la de la alta competitividad laboral chilena. “El español que viene aquí a buscarse la vida, con una buena titulación y experiencia profesional, tendrá que competir con chilenos que tienen la misma experiencia y la misma titulación”, y destierra así la extendida idea de que la procedencia española supone un plus en la valoración del empleado. “Quien se presenta a candidaturas que exigen titulación académica, compite de igual a igual”, concluye. A pesar de las dificultades, en los últimos años el acento español suena cada vez con más fuerza en las calles de Santiago. La crisis económica ha arrastrado a cientos de ellos al otro lado del Atlántico en busca de la estabilidad que España dejó de ofrecerles. Alejandro dice haber presenciado una “evolución brutal” en este sentido. “Hace tres años las gente se sorprendía cuando veía a un español. Ahora te das un paseo por el centro y los escuchas constantemente. Se nota que hay muchos”, explica. También ha notado una
importante proliferación de negocios de restauración españoles. Una creciente fuga que, según indica, ha variado el perfil del inmigrante: “El español que venía antes tenía un perfil profesional alto, y ahora hay gente joven que viene a buscarse la vida para trabajar en puestos que exigen menor categoría profesional”. Pese a las proclamas oficiales, la industria turística española no consigue librarse de una precariedad que también se refleja en el progresivo abaratamiento de su oferta. Mientras tanto, españoles como Alejandro y Jaime ponen toda su experiencia y valía profesional al servicio de la industria turística de un país emergente que, como tantos otros acabará entrando en competencia con España. Esperanzados por las oportunidades que han encontrado al otro lado del Atlántico, de momento han decidido apostar por un futuro en Chile.
DIEZ
“Quieren convertir a España en un servicio de producción barata con unos salarios de porquería”
Borja Mateo
A tres horas de que suenen las campanadas que cierran 2014
y comience un nuevo año marcado por la incertidumbre política y económica española, nos atiende Borja Mateo, un
economista formado entre la Universidad de Deusto y la de Viena que lleva más de 15 años desarrollando su carrera profesional en el extranjero. Aunque es experto en el mercado inmobiliario, su experiencia en Alemania, Francia, Inglaterra o Austria, le ha servido para escribir Trabajar y vivir fuera de España (Anaya, 2014), una guía que se acerca a la realidad de los miles de españoles que, acuciados por la crisis y la situación económica de su país, se han visto obligados a marcharse al extranjero. Se trata de un libro que pretende servir como manual de supervivencia para los españoles que estén pensando en emigrar. Poseedor del Distintivo de Honor de la República de Austria, no olvida España, a la que reconoce tener “miles de cosas buenas que ya quisieran tener otros países de Europa”, y a la que vuelve periódicamente para explicar la realidad de la crisis con múltiples charlas, conferencias y apariciones televisivas. Esta navidad ha regresado con un mensaje positivo para romper el “aura negativa” y el “complejo de inferioridad” que considera que atenaza a trabajadores españoles, inconscientes dice, “de su propia dignidad y del valor de su trabajo”. “Si uno se sabe pulir y se sabe manejar razonablemente bien, le puede ir muy bien en el extranjero”. PREGUNTA: Este libro es una especie de guía que pretende ayudar a los jóvenes a preparar una estancia exitosa en el extranjero. ¿Se producen muchas migraciones frustradas por no informarse previamente de lo que se van a encontrar? RESPUESTA: Claro, y te doy la cifra: alrededor de dos tercios de los españoles que emigran a Europa, en 18 meses han regresado. Hay muchos que cuando se tienen que coger
determinados tipos de trabajos se frustran, porque les falta visión de utilitarismo. Muchos por ejemplo se van a Londres, cogen empleos de camareros donde está plagado de españoles y portugueses y no logran aprender inglés. Entonces se convierten en carne de cañón para volverse, porque en ese tiempo se van a plantear '¿qué hago yo aquí?'. Yo lo que les recomiendo es que se vayan fuera de Londres, a un sitio que no sea muy caro y aprendan el idioma para entrar en la rueda de trabajos mejores. Tienen que seguir una cadena de pasos que no les frustren. Tú no puedes llegar a Alemania y pensar en trabajar en la línea de producción de Audi, porque si no hablas alemán, no te van a coger ahí. Así que lo primero es avanzar en la cuestión del idioma y luego ir postulando a empresas. Hay que ir poco a poco sin ser demasiado ambicionado, sabiendo a lo que has ido siempre. P: Entonces, ¿cuáles pueden ser las expectativas de un español en el extranjero? R. A los españoles les puede ir muy bien si se pulen un poco. Tenemos una capacidad enorme de aprender, y estamos hechos a cuestiones intelectuales y profundas. Sin embargo, el español no sabe venderse. Va muy cortado y le arrasan los ingleses. Y a pesar de ser más profundo que ellos en su formación, los ingleses son mucho más de aprender habilidades de presentación y entrevistas. Saben vender humo mejor. P: Dice que el español no sabe venderse. ¿Existe cierto complejo de inferioridad entre los jóvenes que viajan a países tan avanzados como Alemania, Inglaterra o Francia? ¿Cómo nos ven a nosotros desde fuera?
R: Yo creo que sí que existe. La gente en España es muy criticona y se cree que nos están criticando todo el día fuera. Pero, ¿tú te crees que en el extranjero están hablando de la Marca España constantemente? El español es muy trabajador. El problema que hay es que, aunque tenga buena formación, le falta seguridad. O sea, la gente de este país está constantemente fustigándose. Muy rara vez ves a los franceses, los ingleses o los alemanes hablan mal de su país. Por otra parte, los españoles tienen la mentalidad de poner a caer de un burro su propia carrera. Ellos solitos delante de los extranjeros dicen que es una porquería, y es mentira. Las carreras en España te dan un nivel altísimo de formación pese a todo lo que se diga aquí. Pero a la gente se le dice que su aportación al proceso productivo no vale nada, para pagarle lo menos posible. Haces un trabajo de mil, te dicen que no vale ni seiscientos y cuando te dan setecientos estás más contento que unas pascuas. Y mucha gente se lo traga. P: ¿En otros países en los que ha vivido, como Alemania, se respeta más al profesional? R: En Alemania te pagan el viaje de avión para la entrevista, tienen la obligación legal y si no, no haces la entrevista. Yo no hacía ni una si no me pagaban el viaje. La gente no es consciente de su propio valor ni de su dignidad como trabajador. No hay por qué estar aguantando. Todo el mundo tiene derecho a maximizar el retorno sobre su trabajo y su esfuerzo. Suena muy liberal, pero hay que serlo en ambas direcciones. Lo que no se puede hacer es decir que un trabajador debe ser adocenado, tragar y callar, y la
empresa jugando con otras normas. Pero hay mucha gente que esto lo tiene interiorizado. El empresario tiene muy asumida la flexibilidad, pero el trabajador no. En España parece que si te largas del trabajo, le estás pisando el callo al empresario y a los propios compañeros. En Inglaterra te envían un correo dándote gracias por tu aportación y deseándote suerte. Quedan bien, son más utilitaristas. P: Algunos de los que han contado su experiencia en la serie Talento a la fuga han protestado por las condiciones laborales a las que se han visto expuestos en el extranjero. ¿Se ha convertido España en un país que exporta mano de obra muy cualificada pero barata? R: Al principio sí, si no hablas el idioma. Pero lo que propongo es que si es una forma de acercarte a lo que tú quieres, cógelo, aunque sea un sueldo bajo y estés con gente de otro nivel. Es triste que España sea un emisor de mano barata, pero no es una tragedia. Tenemos que crear mejores cosas por las que la gente esté dispuesta a pagar más. Pero en España no se tiene ni la mentalidad, ni el tejido productivo, ni incentivos suficientes. P: Entonces, ¿qué pasos debe seguir un joven que esté pensando en marcharse? R. Yo creo que hay dos condiciones que se tienen que dar, o una o la otra o las dos: o tienes buena formación, que la tiene mucha gente; o el idioma. Tienes que estar en cualquier ciudad mediana, que tampoco son muy caras, dedicándote a aprender la lengua. Luego creo que hay gente que tiene más razones para ser positiva de lo que ellos mismos se creen si se orientan bien desde el principio. Tienen que hacer un análisis y un catalogo
de los problemas que pueden encontrar. Hay que hablar con españoles, ese es un elemento muy bueno: los españoles en el extranjero están deseando hablar, contar su experiencia y ayudar. Tienes que hacer un catálogo de cosas que para ti son importantes y ver lo que se cumple, hacer una radiografía real de lo que hay y ver que es lo que aportas. P: Su libro es una guía para quienes están pensando en marcharse, pero también critica muchas de las actitudes de los españoles que se van fuera ¿Cuáles le parecen las mas reseñables? R: El hecho de que uno se vaya de un país a otro denota un impulso, es decir, que una persona tiene la iniciativa de mejorar en el nivel que él pueda. Eso es un aspecto muy positivo, pero dicho eso, yo lo que veo es que se ha generado una cultura de regocijarse demasiado en el problema, y que cuando se les plantean una serie de soluciones, por ejemplo la migración, le siguen viendo dificultades. Luego mucha gente que se va al extranjero no tiene muy claro a lo que se quiere dedicar. Quiere trabajar de lo suyo, ¿pero qué es trabajar de lo tuyo? Tienen que definir un campo muy concreto dentro de su carrera y saber a lo que se quieren dedicar, y muchos van muy despistados. P: Muchas veces los españoles presumimos de nuestros errores como algo propio de nuestro carácter, pero ¿sabemos adaptarnos bien en el extranjero? ¿Deberíamos saber integrarnos más, aún a costa de perder parte de nuestra identidad? R: Debes distinguir entre integrarte y asimilarte. Debes adaptarte a unos mínimos de convivencia para que la sociedad funcione. La emigración china es un ejemplo,
respeta mucho más la mentalidad mínima del país al que va sin asimilarse ni perder su identidad. Eso es lo que debe preocupar a los españoles. Para los españoles, que compartimos con Europa una tradición judeo-cristiana, adaptarse es tan solo conocer el idioma. En Alemania o Inglaterra te pueden exigir el idioma, pero ni siquiera que lo hables muy bien, simplemente el esfuerzo te lo van a reconocer. P: Y esos españoles que encuentren su trabajo y su esfuerzo reconocido en el extranjero ¿Cree que desearán volver, o nos encontraremos con esa generación perdida que muchos temen? R: Hay una generación que no sé si se va a perder, pero sí que se va a desarrollar fuera. Y no todos, porque mucha gente volverá. Pero otros no querrán volver, porque se dice que se vive muy bien en España pero es que, oye, se vive muy bien en otros sitios. Va a haber mucha transferencia de experiencia, pero también un choque cultural de la gente que vuelva. Cuando la gente que era reticente a largarse vea que vive mejor, que le respetan sus descansos, sus horas de trabajo, no va a querer volver. Se van a perder parcialmente. Los españoles que están acostumbrados a las condiciones de trabajo en Alemania van a vivir un choque. P: En conclusión, no parece esperar ese giro en la economía española ni en su cultura laboral R: Aquí lo que quieren es convertir a España en un servicio de producción barata dentro de la zona euro, con unos salarios de porquería para la gente obrera, pero no voy a entrar en cuestiones políticas y ni en si es justo o no. Yo lo que sé es lo que está sucediendo. Lo que he querido era hacer
ver cómo te puedes orientar para sacarte las castañas del fuego.
ONCE
“El que estudiara arquitectura para forrarse se ha lucido, la verdad”
Araceli Martínez
E l que estudiara arquitectura para forrarse se ha lucido, la verdad”, comenta entre risas Araceli Martínez, una granadina de 27 años que eligió esta titulación hace ya nueve
cuando, como ella misma recuerda, todavía no había pinchado la burbuja inmobiliaria y en cada ciudad española se erigía un nuevo palacio de congresos. Cuando formarse en un sector como el suyo era sinónimo de empleo y prosperidad. No obstante, en el momento de terminar sus estudios las perspectivas profesionales en España se estrellaron con la realidad de la crisis. Por eso decidió marcharse a Ámsterdam donde puede ejercer en un pequeño estudio de arquitectura. Allí trabaja junto con Laura Berasaluce, otra joven arquitecta de 24 años que siguió los pasos de otros muchos compañeros que se han visto obligados a hacer las maletas. Regresar, intuyen, supondría enfrentarse al vacío laboral o a la precariedad de un sector saturado por la especulación y el crecimiento insostenible. No ha trabajado nunca en España, por lo que Araceli no puede establecer diferencias con Holanda, aunque sí deducir que, de volver, y con un poco de suerte, acabaría “en uno de esos estudios que hacen edificios como churros”; todos replicables. Nada que ver con lo que hace ahora en Ámsterdan, donde tiene “libertad para diseñar” y tomar decisiones en los proyectos en los que participa. “Aquí confían más en ti y en tu capacidad”, explica. Y lamenta: “Es triste pensar que en España no te valoran así”. Algo que según Laura contrasta con España, donde no existe una cultura en torno a la arquitectura. “En España es cómo si se hubiera construido para los próximos veinte años. Aquí son más sensatos, actúan con más tranquilidad”, asegura. “Aquí saben apreciar mejor la labor de un arquitecto”.
Laura Berasaluce
No se sienten expatriadas. Siempre manejaron la posibilidad de marcharse al extranjero como una opción para progresar profesionalmente. Sin embargo, son conscientes de pertenecer a un sector profesional que pasó de la abundancia al agotamiento por la especulación y el crecimiento descontrolado y que ahora apenas les deja espacio para el regreso. “La gente se va porque no encuentra trabajo. Terminas la carrera con 24 años y no tienes nada”, recuerda Laura, quien afirma tener numerosos compañeros de promoción en situación de desempleo. “Yo prefiero salir fuera y seguir avanzando, estudiando, aprendiendo, pero es porque en España me quedaría en casa sin hacer absolutamente nada”, señala. Cuando escuchan las declaraciones de representantes políticos e institucionales aludiendo a un presunto “espíritu
aventurero” de los jóvenes españoles para explicar la masiva marcha al extranjero de jóvenes, contestan con una sonora carcajada que encierra una realidad amarga: “La fuga de cerebros es real. La gente se va porque no encuentra trabajo”, afirma Laura. Lo mismo piensa Araceli: “El problema es que no tenemos opción. La posibilidad de quedarse, directamente, no existe”. Y aunque no conocen las cifras, aseguran tener numerosos amigos viviendo en otros países: “Tenemos compañeros de nuestra edad superbién formados, aquí, en Suiza, Suecia…todo el mundo tiene una comunidad de españoles alrededor”, explica Laura, que dice reconocer a numerosos españoles en Ámsterdam: “Es como si un pedacito de España se hubiera venido aquí”. Con todo, reconocen que la precariedad laboral no solamente alcanza a España. También es difícil lograr estabilizarse profesionalmente en Holanda, un país que también ha iniciado una cadena de recortes en prestaciones sociales. “Hay muchos estudios que casi solo contratan estudiantes porque es más barato”, explica Laura, y continúa, “te contratan seis meses, pero después no sabes que va a pasar contigo”. Una situación que conoce muy bien Araceli, que hasta el momento lleva encadenados tres contratos de seis meses. “Más o menos me han mejorado las condiciones pero tampoco son las mejores”, explica. Afectada por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, a Araceli también le inquieta la saturación de titulados y el espacio que España le reservará en su regreso: “No para de formarse a gente nueva. ¿Qué va a pasar con eso?, los números son muy simples”. La idea del retorno a un mercado laboral marcado por la competitividad y un agudo
desequilibrio entre la oferta y la demanda no deja de planear sobre la mente de Araceli, que prefiere bromear sobre el asunto: "Si los que hemos emigrado decidimos volver, España va a explotar”, comenta entre risas. "Quien se mete en esto hoy día, es un poco kamikaze", apostilla. En medio de la precariedad laboral de una Holanda que ya ha sido alcanzada de lleno por la marea de los recortes y al austeridad, Laura y Araceli continúan empeñadas en construir su futuro en un país cuyo respeto a la labor de los arquitectos, más allá de su nacionalidad, ha llevado a distinguir a arquitectos españoles con los más altos merecimientos. Por el momento, la confianza que, reconocen, sus empleadores holandeses han depositado en ellas, compensan no solo una situación laboral que no tiene nada que ver con las expectativas que tenían al empezar la carrera, sino una nostalgia que resumen en una misma petición para sus familias cuando son preguntados por su día a día en Ámsterdam: “¡Qué manden chorizo!”
DOCE
“Lo que en Bélgica es normal, en España sería un sueño”
Ana L. Jiménez
V olver sería regresar a una vida sin calidad económica ni
posibilidad de realizarme” Así se expresa Ana L. Jiménez, una joven malagueña de 27 años que se ha tenido que marchar a
Bélgica para encontrar el reconocimiento profesional y la estabilidad laboral que en nuestro país se le negaba. Protésica dental, es una más de la cada vez más numerosa comunidad de españoles que han buscado en el extranjero la oportunidad de tener un futuro que ven cada vez más lejos de España. Una situación que nos explica desde Bruselas. Armada con un título de grado superior de técnico de próstesis dentales, Ana salió hace más de tres años empujada por la precariedad laboral de una profesión que, como tantas otras en España, había conocido tiempos mejores. Unas fechas en las que, según los barómetros del CIS de entonces, ya eran casi la mitad de los españoles los que estaban dispuestos a salir de España para escapar de la pesadilla del paro y más aún los que ya tenían algún familiar o conocido en el extranjero. “Eran los tiempos del Tuenti, imagínate”, recuerda entre risas. “Encontré la oportunidad a través de un evento del amigo de un amigo que buscaba un sustituto para su trabajo aquí”. Una llamada a la que no dudó en responder acuciada por la progresiva precarización de su profesión. “Había trabajo, pero por lo que pagaban no merecía la pena. En uno estuve a media jornada y apenas cobraba 400 euros, en otro no llegaba a 800”. Unas cuantías que no duda en definir como “una porquería”. Ahora en Bruselas ha visto como su sueldo se multiplica hasta los 1.700 euros mensuales. Pero no todo fue un camino de rosas. Estabilizada ahora en Bruselas, Ana recuerda, con un humor que reconoce que a veces echa en falta entre los belgas, un comienzo que define como “horroroso”: “Me vine de au pair a la parte flamenca, a una casa de gente muy rica en mitad del campo, donde no
conocía el idioma y ni siquiera sabía dónde estaba”. Una situación de “desamparo" en la que la dueña de la casa le exigía "hacer el trabajo de los dos empleados que se le habían marchado. Trece horas al día hasta que me echó y me dejó en mitad de la nada. Así hasta que su marido me llevó a escondidas a la estación de tren para que viniera a Bruselas con un dinero que pedí prestado a mi familia”. Una pesadilla que, sin embargo, no la hizo cejar en su empeño de salir adelante en Bélgica. “No quería volverme a una España en la que sabía que no iba a encontrar nada. No podía elegir”. Una tenacidad que se vio recompensada a las dos semanas cuando encontró trabajo como protésica dental en Bruselas. Con todo, Ana define las condiciones laborales belgas como “un sueño para los españoles, pero matiza que se trata de “un sueño para nosotros, cuando en realidad es lo lógico y normal”. Como explica, “aquí son treinta y ocho horas semanales de jornada laboral. Y si hay extras, te las pagan. Se trabaja además sabiendo que te quieren en el puesto sin el miedo de pensar que hay doscientas personas en la calle esperando”. Unas condiciones que la han animado a continuar en Bélgica y que la alejan progresivamente de la idea de regresar a España. “Tengo una edad en la que debes ir consiguiendo cosas en la vida. Siendo español no decides cuando volver. Mientras la cosa esté así, solo puedes elegir seguir aquí”. Una situación que ha visto como se repetía entre otros compatriotas. “Todos dicen lo mismo: vengo para un año y ya son no sé cuantos. Es difícil la adaptación al principio. Cuesta. Pero un día te planteas que llevas ya más de dos años y que no estás tan mal, que tienes ya una pareja, una estabilidad, que te has adaptado y te empiezas a plantear
tú futuro aquí”. Un escenario que recogen algunos estudios que han alertado de una dramática caída en la tasa de retorno de españoles, que se ha visto reducida a menos de la mitad. Todo ello en medio de la minimización de un gobierno que trata con eufemismos como la “movilidad exterior” o el “espíritu aventurero” a la emigración nacional, expresiones que indignan a Ana: “Es que no me merecen ninguna opinión. Con lo que ha caído, que credibilidad pueden tener ya”, sentencia. Bélgica, con una tasa de paro inferior a la media de la UE y un gasto público por habitante que se estima, prácticamente dobla al de España, se ha constituido como uno de los núcleos de atracción de españoles emigrados de la Europa de la crisis. “Esto está 'minaíto', de españoles”, confirma Ana con inevitable acento malagueño. Sin embargo, el ruido de la crisis parece sonar también en una Bélgica liderada por un gobierno liberal que se suma a la llamada de la austeridad y que ha suscitado ya una reciente huelga general . Pese a todo, ya son más de cincuenta mil los compatriotas que residen en este país, según los datos aportados por el INE. Una cifra entre las que se encuentra Ana, una joven española que de momento prefiere trabajar en un país que le ofrece las oportunidades profesionales que España le negó hace ya más de tres años.
TRECE
“En España me ofrecían 400 euros por trabajar siete horas diarias. Es un chiste”
Javier Martínez
M e ofrecían 400 euros por trabajar siete horas diarias. Es
un chiste”. Eso era todo lo que España le ofrecía a Carolina López, una enfermera de 24 años que ejerce ahora en
Newcastle-Under-Lyme, un pequeño municipio situado al Oeste de Inglaterra, al que también llegaron José Castañeda (26 años) y Javier Martínez (24 años), otros dos enfermeros que como ella se vieron atraídos por la convocatoria de 150 plazas para uno de los hospitales públicos de la localidad británica. Se marcharon buscando la estabilidad laboral que España les negaba. “Que me explotaran no era algo que aceptase, por mucha experiencia que cogiera”, explica Carolina, que tras terminar sus estudios en la Universidad de Cádiz no dudó en poner rumbo al extranjero. “Si en nuestro país no nos quieren, qué hacemos”, ya se preguntaba en los últimos años de carrera. “Cuando era estudiante trabajé un tiempo en un pub y todos mis compañeros eran alumnos de grado o de máster. Estamos hablando de ingenieros, de enfermeros… y no había trabajo. Entonces ya estábamos buscando destino: Alemania, Inglaterra o donde fuéramos requeridos”, recuerda. Una situación que también se hizo patente para José: “Al final de la carrera solo recibíamos charlas para encontrar trabajo en el extranjero o en la sanidad privada. El sector público se nos planteaba como algo impensable”. Algo con lo que también se encontró Javier cuando accedió al mercado laboral: “Conseguí que me llamaran de un centro de salud los domingos. Pero llegó un momento que me inquietaba al llegar a casa y pensar que solo trabajaba un día a la semana”.
Carolina López
Y así fue como estos tres jóvenes españoles, siguiendo caminos distintos, acabaron por coincidir en el mismo hospital, donde han tenido la oportunidad de convertirse en observadores privilegiados del sistema sanitario británico y de sus diferencias con el español. “Lo que más llama la atención cuando llegas es que se ve que hay muchísimo dinero”, explica Javier. “Hay personal para parar un tren: limpiadores, celadores, auxiliares…es una barbaridad. Además puedes ver por Internet lo que ganan los jefes y es una pasta”, afirma sorprendido. Una abundancia de recursos que no se traduce en la eficiencia que cabría esperar. “Si España tuviera ese dinero sería la mejor sanidad del mundo. Desperdician muchísimos recursos”, asegura. Una ineficiencia que los tres explican por la excesiva burocratización de sus funciones cotidianas. “Aquí se documenta todo”, explica Carolina. “Se practica la medicina a la defensiva, en la que lo primero de todo es proteger tus espaldas y si alguien hace algo mal tener el papeleo para demostrarlo. Cada uno va a su rollo”. En este sentido se pronuncia también José: “Le dan mucha importancia a la documentación, en España se le da más a que el paciente esté bien de verdad”.
A pesar de que los tres siguen prefiriendo el sistema sanitario español, ninguno se plantea por el momento regresar a España. Las condiciones laborales que les ofrece el sistema británico se han convertido en una poderosa atadura para estos tres enfermeros. “Las condiciones son buenas, son 37 horas a la semana con un sueldo que ronda las 1.500 libras (2.002 euros), con pluses de noches, domingos y las extras”. Unas diferencias salariales que según José podrían hacer perder a España a toda una generación de jóvenes profesionales: “Es una cuestión de salario, si te acostumbras a ganar 2.000 libras, no vas a querer volver a España por menos”.
José Castañeda.
Con todo, los tres esperan que un vuelco en la situación económica española les permita volver a su país en los
próximos años. “España está ahora en un momento político clave y muy difícil, y creo que en las próximas elecciones se va a decidir algo muy importante. El próximo Gobierno va a tener afrontar una situación muy mala”, afirma Carolina con cierto tono de confianza en el cambio al que ya no podrá contribuir con su voto en las próximas elecciones municipales por el precipitado y repentino cierre del censo electoral de los españoles que residen en el extranjero. Una noticia que le llega en el transcurso de la entrevista con infoLibre y que recibe con sorpresa e indignación: “¿Qué ya no puedo votar? Me estoy enterando ahora. Me parece fatal, porque nosotros somos la consecuencia de la mala gestión del Gobierno de nuestro país”. Como ella, Javier y José también se sienten forzosamente excluidos del sistema democrático. “Sigo siendo español y nos han quitado el derecho a voto”, asevera enfadado Javier, que se muestra dispuesto a sortear todos los obstáculos para ejercer su derecho a participar en los próximos comicios: “Yo me planteo bajar a España solo por votar. He votado siempre”. Como tantos jóvenes españoles, Javier, Carolina y José contemplan con expectación e incertidumbre el futuro de la España a la que anhelan poder regresar un día. Las condiciones laborales que han encontrado en Inglaterra no les han hecho renunciar al país que, como dice Javier, una vez invirtió en ellos para que finalmente lo “aprovechara” el sistema sanitario Británico. “Uno se siente muy extraño cuando vive fuera de la ciudad donde se ha criado. No te sientes como en casa”, afirma Carolina, que, como Javier y José, aguarda el momento en el que un contrato estable le permita volver a España.
CATORCE
“Es más factible que emigre a otro país después, que volverme a España”
Leticia Gracía
Si pudiera, volvería mañana mismo a España. Pero no podré
mientras mis hijos y mi marido no tengan un nivel de vida y un futuro allí”. Así traslada a infoLibre Diana Izu, una
madrileña de 37 de años, una inquietud que es también la de cada vez más españoles forzados a emigrar al extranjero por cuestiones laborales. Españoles que salieron de su país hace años con la idea de retornar al cabo de unos meses, y que finalmente encontraron en el extranjero la estabilidad, el nivel de vida y el futuro que aquí se les negaba. Como ella, miles de expatriados económicos ya no ponen fecha a un regreso que ven cada vez más lejano. “Llevo años planteándome volver, pero un día empiezas a posponerlo hasta quien sabe ya cuándo”, explica Leticia Gracía, traductora canaria de 35 años que comparte trabajo con Diana y que no duda en definirse como parte de una generación no solo “perdida” sino también “frustrada”. Ambas se han encontrado con que mientras esperaban a que llegara la tantas veces anunciada “recuperación” que les permitiera regresar, ya habían echado raíces en Brighton, la turística localidad costera al sur de Inglaterra, el país al que un día llegaron hace años con la idea de pasar un “tiempo limitado” para “mejorar en el idioma”. “Me fui en 2002 cuando todavía no había empezado la crisis. Pero la verdad es que los de letras siempre hemos estado en crisis”, cuenta Leticia. Además, continúa, “soy de Canarias”. “Si los traductores tenemos pocas oportunidades, ahí están todavía más mermadas”. Como ella, Diana también marchó un día porque “el panorama en España nunca ha sido precisamente maravilloso”. Licenciada en Humanidades, una carrera con la que se ha cebado particularmente la tasa de desempleo, decidió marchar un día "por un tiempo limitado" para “aprender un idioma” que le permitiera optar alguna vez a un máster en periodismo, pero ese día se ha ido
postergando hasta desvanecerse. Las dos comparten una experiencia similar: Desde su llegada a Inglaterra, pasaron por todo tipo de trabajos hasta encontrar su actual estabilidad laboral en una empresa de cursos de lenguas. "Aquí trabajamos organizando cursos de idiomas", explican a este diario. “Más que enseñar el idioma, nos dedicamos a recursos humanos: buscar escuelas para impartirlos, profesores...". Pero el camino hasta lograr encontrar un empleo que se adecuara a su formación no ha sido fácil. Según cuenta Leticia, cuando habla con sus amigos españoles siempre le dicen que qué suerte tiene, que qué buen trabajo tiene. "Pero no se imaginan todo lo que he hecho para llegar hasta aquí. Hice de todo. Llegué para limpiar habitaciones de hotel”, recuerda. Algo que confirma Diana: “He sido desde camarera a todo lo demás”. Una experiencia que califican de “enriquecedora”. “Terminas la carrera y de repente, te encuentras limpiando el baño de una pareja que acaba de marchar del hotel. Lo haces y ya está, porque además sabes que lo que se paga aquí es mucho más de lo que ganarías por lo mismo en España”, reflexiona Leticia.
Diana Izu
La enseñanza del español, un idioma que cada vez interesa más en los países angloparlantes, les brindó la oportunidad definitiva de establecerse en Inglaterra, donde licenciados como ellas encuentran un reconocimiento profesional y salarial imposible de hallar en España. “Las escuelas de idiomas pagan en España cinco o seis euros la hora en muchísimos casos. Y si te planteas hacer unas oposiciones es que ni las convocan”. La posibilidad de establecerse como autónomas, una vía a la que fuerza con más frecuencia el mercado laboral español, tampoco les seduce. “Pagas cincuenta euros al mes durante seis meses y después la cuota de autónomo se dispara. No salen las cuentas”, sentencia Leticia, que añade con ironía que ante esas circunstancias, más que “talentos a la fuga" son "talentos no regresados". "Es más factible que emigre a otro país después de estar aquí,
que volverme a España”. Leticia y Diana, como residentes en el extranjero desde antes incluso del estallido de la crisis, han podido observar cómo ha ido cambiando progresivamente el perfil del emigrante español que llegaba a Inglaterra, acentuándose en la mayoría de los casos, y según indican, el dramatismo de las situaciones que estos tienen que afrontar. “Antes veías como los que llegaban eran jóvenes como nosotras, de diecinueve o veintipocos años que venían a trabajar de cualquier cosa unos meses para aprender a hablar inglés”. Ahora, advierte Leticia, “es gente de más de treinta años, de cuarenta e incluso con familia, que llevan años en el paro en España”. El constante flujo de españoles que deciden probar suerte en el extranjero ha cambiado incluso las perspectivas laborales que estos pueden encontrar. “Hay casos como el de una chica que conozco, que lleva meses buscando trabajo de cualquier cosa y no encuentra. Eso antes no pasaba”. La observación de Leticia se ve refrendada por los datos oficiales. Solo en 2013, la inmigración española en Reino Unido disparó su porcentaje con respeto al periodo anterior, hasta situar a España a la cabeza de las nacionalidades que buscan allí una oportunidad, solo por detrás de Polonia. Unas cifras que se espera hayan aumentado en los últimos dos años y que han venido acompañadas de una significativa transformación en el perfil del español que se marcha al extranjero, tal y cómo se reseña en el informe La nueva emigración española de la Fundación Alternativas, desde donde se destaca una mayor afluencia de emigración, con una menor tasa de retorno y que ya supera los cuarenta años de edad. Una sangría profesional y demográfica que amenaza
las perspectivas a medio y largo plazo de la economía española, como han advertido ya diversos estudios, algunos incluso del propio Banco de España. La afluencia de inmigrantes a Inglaterra suscitada por la crisis económica en el continente europeo, también ha despertado un debate inédito en la sociedad inglesa. “Este es un país integrador, en el que no les extraña que un camarero no sepa inglés. Pero con el actual gobierno sí que se habla de 'cerrar las puertas', sobre todo a los ciudadanos de los países del este de Europa. Por el momento los españoles tenemos buena fama, de trabajadores”, explica Diana. Quizá por ello, ambas defienden la cultura laboral británica: “la titulitis no está tan extendida, y si trabajas, confían en tus habilidades y puedes ir ascendiendo”, puntualiza Leticia. “He conocido amigos y familiares que se han venido a Inglaterra, se han vuelto a España y otra vez han regresado a Inglaterra. Con sus hijos de arriba a abajo una y otra vez. Así no hay manera”, avisa Diana. “Vuelves a España para, en el mejor de los casos, ganar 600 euros y llegar a casa todos los días a la nueve de la noche. Te vuelves a España, con su estilo de vida y su sol, pero a qué precio”. Un precio que no está dispuesta a pagar porque sabe que comprometería el futuro de la familia que ya ha formado en Inglaterra. “Aquí conocí a mi marido, que es australiano, y he tenido dos hijos. Me gustaría volver, pero sé que no tendrían la misma educación, ni la misma sanidad, ni el mismo trabajo. España ya no es el mejor lugar para que crezcan unos hijos”.
QUINCE
“Las empresas constructoras en general se están aprovechando”
David Navarro
E stán
capacitados para proyectar túneles, carreteras, avenidas, rotondas, puentes, pistas de aeropuertos y otras infraestructuras de obra civil. David Navarro y Néstor Pérez,
de 25 años, son dos ingenieros de caminos que se han sumado al creciente número de titulados en esta rama profesional que se han marchado al extranjero en busca de oportunidades. Trabajan para empresas de la capital francesa, David diseñando generadores en una empresa de energía renovable y Néstor, en un proyecto de cálculo de una nueva línea de metro en París. Aseguran no sentirse unos exiliados económicos, sin embargo reconocen que las posibilidades que Francia les ha ofrecido “no tienen nada que ver con lo que tendrían en España”. Se acabó la época dorada de la obra pública española y el empacho de infraestructuras que precedieron a la crisis económica. Una etapa de sobreactuación que ha dejado como símbolos del despilfarro aeropuertos fantasma como el de Catellón y faraónicas autopistas casi desérticas como las que rodean la ciudad de Madrid. Un derroche que ha transformado las expectativas de un sector profesional que ve ahora más opciones en el exterior. “No tenemos los sueldos que teníamos entonces y sobre todo, ahora las empresas constructoras españolas están abiertas al mercado internacional y a trabajar en otros países, porque en España está casi todo construido”, explica David. Una aseveración que coincide con las estimaciones de las grandes empresas constructoras, que sitúan su inversión en el extranjero en un 84% hasta alcanzar la mareante cifra de 67.431 millones de euros, lo que las ha colocado como líderes mundiales en el sector de la construcción y la ingeniería. Un liderazgo que según David no se ha traducido en una mejora de las condiciones laborales de los ingenieros que desarrollan su actividad profesional fuera de casa: “Las empresas españolas
compiten con otras empresas en el extranjero, por ejemplo francesas. Y yo me pregunto "¿Cómo es posible que puedan competir una empresa que paga un salario francés muy decente con otra que paga un salario miserable español?”.
Néstor Pérez
La devaluación de los sueldos y las condiciones laborales que llegaron con la crisis al mercado de los ingenieros en España es algo que también reseña Néstor: “En la primera semana de caminos me dijeron que al acabar seríamos de los pocos titulados con paro cero, que tendríamos coche de empresa y 3 mil euros al mes nada más acabar. Sin embargo, no hay más que ver cómo está la cosa para comprobar que nada tiene que ver con aquello que nos prometían". Un esperanzador horizonte que se pintaba desde las universidades y que ahora se ha visto desdibujado por una
tasa de desempleo que se sitúa en el 9,47% y una crisis económica que ha reducido significativamente sus expectativas profesionales, tal y como asegura David: “Las empresas constructoras en general se están aprovechando para sacar ventaja de esta situación de crisis para pagar bajos salarios e introducir jornadas laborales de diez y once horas al día”. “Yo diría que Francia es un país de derechos”, asevera Néstor, que establece el sueldo como la diferencia más reseñable entre un país y otro. “Con nuestros salarios podemos permitirnos un alquiler individual en apartamentos salubres, en condiciones normales y llevar una vida relativamente acomodada. Podemos disfrutar de comodidades que en España no tendríamos”, asegura. Una comparación que David comparte y a la que añade: “Mis compañeros españoles tienen 24 días de vacaciones pagadas al año, y nosotros 40”. Aunque sienten empatía por los miles de españoles que ya se han visto obligados a marchar, ninguno de los dos dice reconocerse en el término de “expatriados”. Ambos eligieron emigrar voluntariamente para completar su formación. La desesperación no jugó ningún papel en su decisión. De momento, aseguran, seguirán en el exterior. Todo ello al tiempo que las empresas del sector de la construcción española suman las buenas noticias pese a la crisis. Un éxito que no parece mejorar las condiciones laborales de los titulados españoles que se encuentran cada vez más cómodos desarrollando su trabajo en países del extranjero donde se “se confía más en las capacidades profesionales”, tal y como asegura Néstor, que al igual que
David prefiere acumular experiencia en el exterior y sortear así las dificultades que presenta el actual escenario laboral español.
DIECISÉIS
“Cuando cuento las condiciones laborales que tengo en Irlanda, todos se sorprenden”
Nacho
De
mi promoción nadie está en paro. Pero cuando les cuento a mis compañeros que están en España las condiciones laborales que tengo en Irlanda, todos se
sorprenden”. Así resume Nacho, un ingeniero informático madrileño de 28 años, una situación que es la misma que la que se han encontrado los miles de ingenieros informáticos que han saltado al mercado laboral español durante los años de la crisis. Pese a su baja tasa de paro, los licenciados españoles se encuentran atrapados en la paradoja de estar entre los profesionales más demandados por las empresas y a la vez, de enfrentarse a las mismas condiciones laborales que el resto de los trabajadores españoles. Precariedad, sueldos bajos y jornadas inacabables son parte también del día a día de la que es considerada una de las carreras con mayores perspectivas de empleabilidad y porvenir. Como la mayoría de ellos, Nacho tuvo la suerte de encontrar empleo aún en los años más duros de la crisis. Pero también se topó con una cultura laboral que permanece anclada en esquemas del pasado hasta para una profesión que sociedad y empresas califican como de futuro: “En España estuve trabajando cerca de dos años, haciendo lo mismo que hago aquí. Sin embargo, las condiciones y el trato son completamente distintos”. Con jornadas laborales en las que, a diario, “no sabía cuándo iba a salir de la oficina y un salario y unas perspectivas profesionales estancados”, decidió probar suerte fuera. “Aquí te consultan en vez de ordenarte”. Primero en Suiza y más tarde en Irlanda, descubrió lo excepcional del trato que las empresas españolas dispensan a los ingenieros informáticos: “La gran diferencia es la forma de trabajar. Cómo te valoran como profesional, cómo te consultan en vez de ordenarte. Y la variedad de proyectos es fundamental. Son proyectos mucho más ambiciosos en los
que te permiten crear más y hacer sugerencias. Siempre están abiertos a oír cosas”. Hace dos años ya que está fuera de España desarrollando una labor que define como “probador” de programas y software: “Lo mío es, resumiendo mucho, probar los desarrollos de software y programación”. Y afirma con humor: “En España todo el mundo cree que un informático es el que te arregla el ordenador o como mucho, uno que hace páginas web”. Un desconocimiento generalizado que el Colegio Oficial de Ingenieros en Informática considera como“un agravio” que desvaloriza a los profesionales del sector y pone en riesgo la competitividad de las empresas españolas. Una situación que se espera que empiece a cambiar con la recientemente aprobada proposición no de ley que insta al gobierno a homologar la informática al resto de las ingenierías. Mientras llega la ansiada regulación que acabe con el agravio comparativo que sufre la especialidad, Nacho pone en valor la formación de los técnicos españoles: “Cuando llegué a Suiza me sorprendió ver que era el que más sabía. Aquí en Dublín es distinto, porque llegué con una experiencia a ocupar una posición superior y te encuentras gente que es mejor que tu”. Así, destaca el elevado nivel académico de los informáticos españoles. Un nivel de formación que le permite poner en su punto de mira el trato que las empresas españolas dispensan a sus informáticos: “Aquí en Dublín estoy cobrando más del doble de lo que ganaba en España y mi empresa ni siquiera es de las que mejor pagan”. Y explica gráficamente: “Esto es como un pastel, y en España el empresario se come el pedazo más grande, mucho más que el
que toma un empresario de otros países europeos. Aquí y en Suiza se entiende que si la empresa va bien, el trabajador debe ir bien”. Para él, la crisis no es excusa para unos salarios baratos y unas condiciones laborales también bajo mínimos. “Te dicen que no pueden pagarte más, porque en vez de seis han ganado cinco. Luego ves las cifras, los datos de los beneficios por millones y millones y ves que se quedan con lo que podrían repartir entre los empleados. La idea que tienen es que el trabajador no es indispensable, que ya se le cambiará por otro, aunque tenga menos experiencia. Ya se apañará él solito”, afirma rotundo tras contar su experiencia profesional en Telefónica, la mayor empresa española del sector de las telecomunicaciones. Un sector cuya facturación alcanzó los 93 mil millones de euros en 2012 y que se estima que aporta a la economía española un 5,2% del PIB. Unas cifras que no han detenido la fuga de especialistas hacia el extranjero, cansados como Nacho de ver cómo los beneficios y la productividad no se reparten de forma equitativa ni obtienen retorno alguno por ellos: “Da igual cómo vaya la empresa que sabes que tu salario y tus perspectivas no van a mejorar”. Con su vida repartida en la actualidad entre su trabajo en Dublín, su familia y su pareja en Madrid, Nacho ha optado por Irlanda. Un país que, pese a la brutal crisis económica por la que ha atravesado, “las empresas siempre van a pagar más que las españolas”. Y aunque no duda en considerarse un privilegiado por haber encontrado el reconocimiento profesional y salarial que no hallaba en España, no pierde de vista la situación de una generación, la suya, que no duda en definir como “perdida”. Según Nacho, “la única salida es
marchar fuera, porque si no tienes pan que comer, hay que hacerlo. Aun así, reconoce que para muchos, ni siquiera la emigración es una opción. “Hay gente que está atada por una pareja, su familia o una hipoteca y no tienen esa posibilidad. Y los políticos que dicen que nos vamos fuera a la aventura, deberían informarse antes de abrir la boca”.
DIECISIETE
“Siempre recortan por abajo”
Ezequiel Martín y Eguzkine Ochoa
Son pareja y padres de un niño de 2 años, pero a Ezequiel Martín y Eguzkine Ochoa, ambos de 34 años, además de un hijo, les une su pasión por la Ciencia y sus títulos de doctores
especialistas en genética, una especialidad que les ha empujado ahora a viajar a Cambridge, la histórica ciudad universitaria de Reino Unido que, de momento, ya ha dado trabajo como investigador a Ezequiel, y de la que esperan sea igualmente generosa con Eguzkine, actualmente en paro. El motivo de su marcha es, según Ezequiel, el mismo que ya se ha llevado a miles de investigadores españoles al extranjero: “En España te tienes que marchar para tener la opción de volver algún día. En otros países no es así, hay gente que se va, si quiere, y otra no se marcha porque hay contratos”. Ellos escogieron Cambridge, “la meca de la investigación en genética", no solo “porque está en Europa” sino por la “proyección profesional” que esta prestigiosa universidad le ofreció a Ezequiel. “Llego aquí con un contrato de cuatro años, algo que en investigación es mucho, sobre todo para un español, y después existe la posibilidad de ampliar la relación laboral e incluso esperar a que salga una plaza en la universidad”. Unas expectativas y una estabilidad que en España se les aparece como algo impensable. “Aquí tu proyección va en aumento, en España es ninguna”, sentencia Eguzkine entre risas. De momento trabaja Ezequiel, pero Eguzkine ya ha iniciado su búsqueda activa de empleo en el área de su especialidad sin que en ningún momento conjugue la tan presente desesperanza que acompaña a los jóvenes españoles en los años de la crisis. “Miro ofertas de empleo muy enfocadas al área en la que yo he trabajado, que es un campo muy específico, e igual salen ocho ofertas al mes en Cambridge. En España a lo mejor se publican ocho pero en un año”. Una comparación que alimenta sus esperanzas de
poder seguir desarrollándose en el área en la que se especializó y para la que reconoce, “también hay mucha competencia”. Tal y como explica Ezequiel, “hay que tener en cuenta que Cambridge es la segunda mejor universidad del mundo y que aquí al lado está el Instituto Sanger, una institución que es referencia mundial en investigación genética”, sin embargo, creen que más tarde o más temprano también aparecerá la oportunidad para Eguzkine. Molestos con el escaso reconocimiento que recibe la Ciencia en España, no dudan en poner en cuestión el modo en que se ha recortado el presupuesto de la inversión en I+D+i en los últimos años. Un duro tijeretazo que su experiencia laboral en el CSIC, la mayor institución pública dedicada a la investigación, les ha permitido conocer de primera mano. “Siempre recortan por abajo”, protesta Ezequiel. “Busca entre los despedidos a algún jefe, a ver si lo encuentras. Lo que hacen es cerrar centros enteros, todos los becarios a la calle y a los jefes los recolocan en otras sedes”, explica. Un modo de abaratar costes que, según sostienen, castiga a quienes hacen un buen trabajo y premia a quienes tienen una plaza de por vida, “aunque lo hagan mal”. También reseñan el modo en que se ha ido precarizando la actividad investigadora, otra fórmula para reducir las partidas presupuestarias y que ahora potencia la salida de científicos al extranjero en busca mejores condiciones laborales. “Cuando estaba haciendo la tesis doctoral en España, cobraba en torno a 1.290 euros al mes durante los cuatro años. Ahora un becario que trabaje en el laboratorio en el que yo estaba, rondará los 650 o 700 euros mensuales, y las becas en vez de ser de cuatro años son de tres”, explica
Ezequiel. La degradación de la investigación en España a la que se refieren, contrasta con el escenario que ambos se han encontrado en Inglaterra, un país que apuesta más decididamente por la Ciencia, no solo en lo relativo a la inversión y los recursos, sino también en lo referente al reconocimiento del que goza. “A nosotros nos aparece que somos doctores en nuestra tarjeta de crédito. Nuestro título se considera de alto nivel, sin embargo, en España no tiene ninguna consideración”, explica Eguzkine. “En España lo que significa es que se trabaja sin cobrar”, apostilla entre bromas Ezequiel. Ambos hablan de un reconocimiento que se hace notar en la misma televisión pública del país que les ha acogido. “Ves el telediario y la programación de la BBC y la apuesta por la innovación y por la investigación es amplísima”, relata Eguzkine. Una apuesta que según ella, suscita una completa integración de la Ciencia en la cultura británica, algo que sin duda, ambos siempre han echado en falta de España. “Aquí los científicos punteros son famosos, salen en la tele y los ciudadanos saben quiénes son y los valoran. En España no, porque nunca aparecen en la tele ni en los medios. No conocemos a 'los héroes de la ciencia'”, sentencia Ezequiel. Acaban de llegar a una de las ciudades con mayor nivel de formación por habitante. Un enclave universitario que les ofrece ahora la posibilidad de combinar, en las mejores condiciones, su faceta profesional con la de padres. “Nuestro hijo va a la guardería con niños de muchos países. Nos gusta que vea la diversidad que hay en otros países”, asegura Eguzkine. Con todo, le apena la distancia con la familia. “Mis
padres, tienen un nieto que vive en otro país y obviamente quieren que vivamos más cerca de ellos, pero claro, primero tenemos que alimentarlo y darle un futuro a él”, explica. Eguzkine y Ezequiel lo tienen claro: “Volveremos si nos hacemos magnates del ladrillo, pero nos quedaremos mientras queramos seguir trabajando en ciencia”. Mientras tanto, vivirán en Cambridge, esperando a que España decida, no solo recibir a “constructores” y “turistas”, sino reabrir sus puertas a los miles de exiliados científicos que ahora se han visto forzados a emigrar por la precariedad y el desempleo.
DIECIOCHO
“Seguiré dando vueltas por el mundo hasta que España mejore”
Garle Méndez
R egresó hace unos meses de Hollywood, Los Ángeles, para
darle “una segunda oportunidad a España y buscar un trabajo”, pero se cansó de intentarlo. Garle Méndez, una
canaria de 24 años, licenciada en Comunicación Audiovisual, pensó que la experiencia profesional que había acumulado durante 14 meses en una empresa que opera en la meca del cine comercial le abriría las puertas en el saturado mercado laboral español. Pero sus expectativas no han hecho más que estrellarse con una suma de ofertas precarias que la han empujado ahora a tomar la decisión de marcharse a Australia. Allí buscará las oportunidades que su país ha sido incapaz de ofrecerle. “Para quedarme hasta los 30 años trabajando gratis, teniendo la experiencia y los conocimientos que tengo, prefiero marcharme”, asegura. Llegó a Hollywood con un contrato de prácticas de tres meses tras pasar por un duro proceso de selección en el que solo había espacio para una plaza. Allí trabajó en el área de producción de una gestora de derechos audiovisuales que se encarga de organizar alfombras rojas para el cine español, sin embargo, su estancia se acabó prolongando por más de un año. “A los jefes les gustó mi manera de trabajar y me quedé hasta que se agotó mi visado a los 14 meses”, explica. “Los tres primeros meses no me pagaban, pero luego me empezaron a pagar una cantidad más los gastos de manutención”. Una cuantía limitada pero que asegura, era “suficiente para vivir” y pagarse sus gastos. “De repente te ves en el paseo de las estrellas, con alfombras rojas, las estrellas del cine, los fotógrafos… y piensas: seguro que esta experiencia la valorarán en España”, explica. Sin embargo, y a pesar de haberlo intentado, Garle solo se ha encontrado con la precariedad a su regreso. “He buscado en productoras, en empresas de publicidad, en medios de comunicación, en todo… y nada”, asegura con
cierto tono de desaliento. “Me ofrecen prácticas o que me ponga de becaria pero, me he gastado mucho dinero en universidad, máster y títulos para, al final, darte cuenta de que estás en una cola con miles de personas a las que no se valora nada”, protesta. Una queja que extiende a la nueva modalidad de contratación que se ha impuesto en España: “Las empresas se han acostumbrado a pagar becarios, luego los despiden y contratan a otro que está esperando la 'oportunidad'”. Una práctica empresarial que abarata costes y a la que según Garle se han acostumbrado los miles de licenciados y graduados de las universidades españolas: “La gente ha perdido el sentimiento de valorarse. Ahora o aceptas, o te quedas en tu casa”. Pero esta recién licenciada no está dispuesta a agarrarse a algo “que jamás habría aceptado”. Por eso prepara ya las maletas para marcharse a Australia después del verano. “Seguiré dando vueltas por el mundo hasta que la situación mejore en España”, asegura. Hará como “la mitad de los de su promoción”, que se encuentran ahora repartidos por las principales capitales europeas. “Hablo de gente con la que he estudiado y que considero muy buena. Gente que tiene mucho que dar, que hacía unos documentales y cortometrajes espectaculares, algunos de ellos premiados en festivales, y ahora están sirviendo copas en Londres”. Ella sin embargo, ha elegido un destino lejano. Una decisión que complicará el contacto con su familia y amigos, pero que le evitará vivir rodeada de españoles. “Inglaterra, Francia o Alemania, ya vienen siendo pequeñas Españas. Ahora te vas a Londres y es como estar en tu país”. Una aseveración que encaja con los datos del INE, que apunta a
estos tres países como los destinos preferidos por la cada vez más amplia cifra de emigrantes españoles. En cierto modo, Garle se marcha a Australia empujada por ese “espíritu aventurero” al que apelan determinados representantes políticos para salvar las cada vez más escandalosas cifras, sin embargo, en su decisión hay “más carga de frustración que de espíritu aventurero, lo que pasa es que esa frustración, luego te empuja a viajar”. De esta manera, Garle, ha hecho de la necesidad virtud: “Ya que me tengo que marchar, me voy lejos y por lo menos aprovecho que todavía soy joven y puedo descubrir mundo”. Pero esta joven no pierde de vista la realidad de su situación. “En parte me siento una expatriada, porque no tengo la elección de quedarme. Es decir, tengo la obligación de irme”, reflexiona. Con todo, evita valorar la situación política española. También está cansada de promesas incumplidas. “Después de los últimos años me he vuelto apolítica. No creo en nada ni en nadie. Ya solo creo en la persona que se busca la vida por sí misma”. Y precisamente en esa búsqueda se encuentra ahora Garle, con la esperanza de encontrar el respaldo en los miles de compatriotas que ya han atravesado las fronteras españolas y que ahora, “hacen más piña que nunca” encontrando en ellos mismos el apoyo y la confianza que no les dio el país que, desde que estalló la crisis económica, les ha puesto una alfombra roja hacia el exilio.
DIECINUEVE
“Quiero volver a España, pero tendré que aceptar una reducción del salario”
Enric Bargalló
E nric Bargalló e Íñigo Alonso podrían estar trabajando en España, sin embargo, viven en Lund, la ciudad sueca que le ganó la candidatura a Bilbao para albergar una de las
mayores instalaciones científicas de Europa, la Fuente Europea de Neutrones por Espalación. Un proyecto internacional que no solo acabó con la promesa de situar a España en el mapa científico mundial, sino que ha permitido la fuga de estos dos ingenieros industriales de 29 años que trabajan ahora en la fase de construcción de este futuro centro especializado en la aplicación de la física de partículas a campos tan diversos como la investigación biomédica, la lucha contra el cáncer o la ingeniería electrónica. Si se hubieran cumplido las promesas y votos de confianza a la ciencia de los líderes políticos españoles, Enric e Íñigo podrían estar trabajando en España. Pero la desidia política, las polémicas entre administraciones y los interminables recortes en I+D+i regalaron a Suecia este proyecto multinacional de acelerador de partículas presupuestado en casi dos mil millones de euros. España renunció así a este proyecto de investigación al considerar “que estaba fuera de nuestro alcance”, tal y como señaló la consejera del Gobierno Vasco de Desarrollo Económico y Competitividad, Arantza Tapia. Sin embargo, Enric no opina lo mismo: “En España hubiera sido perfectamente posible un proyecto así si se hubiera invertido lo que había que invertir, supongo”. Es su manera de resumir los ocho largos años en los que la apuesta española por acoger uno de los más potentes aceleradores de partículas del mundo se fue desinflando progresivamente. A la misma conclusión ha llegado Iñigo, compañero de Enric en Lund: “No tenemos nada que envidiar a Suecia en cuanto a capital humano y científico, es solo una cuestión de voluntad política”. Una voluntad que también pusieron en
duda los socios europeos cuando votaron masivamente a favor de la candidatura sueca dejando a España con el solo apoyo de la vecina Portugal, que aspiraba a beneficiarse indirectamente de la inversión prevista y de la hipotética llegada de miles de científicos. Una desafección que se explica cuando se echa un vistazo a unas cifras presupuestarias que, en el caso sueco, triplican de largo el gasto en I+D español. Y mientras la voluntad política se iba difuminando en el largo camino que va de las palabras a los hechos, Iñigo y Enric no dudaron en lanzarse a la oportunidad de participar en la construcción de un laboratorio que aspira a estudiar los componentes últimos de la materia para ponerlo al servicio de la ciencia aplicada. Íñigo llegó a Lund en noviembre de 2013 de la mano de una beca de investigación del Gobierno vasco, la administración que en su momento pareció apostar más fuerte por hacerse con el concurso. Lo que iba a ser una estancia de seis meses, se acabó convirtiendo en un contrato permanente en la división de aceleradores. Por su parte, Enric llegó con un contrato tras terminar su doctorado en Barcelona y constatar la inexistencia de proyectos de este nivel en España. Ahora, declara con entusiasmo que “participar en la fase de construcción de este acelerador de protones es ya hacer ciencia”. Un entusiasmo al que se suma su compañero Íñigo al explicar a infoLibre el trabajo de ambos: “Estamos construyendo un acelerador lineal de 600 metros en el que lanzaremos protones contra un objetivo. Un proceso que produce los neutrones que los científicos necesitan para estudiar la estructura misma de la materia a un nivel de
muchísimo detalle”.
Íñigo Alonso
Aunque su trabajo sea contribuir a desgranar los componentes infinitesimalmente pequeños de la realidad, Iñigo y Enric no la han perdido de vista. “Dudo que podamos volver a España con un trabajo parecido y con un sueldo y condiciones parecidas. Yo tengo en la cabeza que yo quiero volver, pero teniendo bastante claro que tendré que aceptar una reducción de salario y trabajar en un proyecto no tan interesante. Tampoco podré estar rodeado de la gente de la que lo estoy ahora mismo, aunque también lo acepto”, explica Enric. Una situación que comparte con otros muchos licenciados de su promoción: “Formaba parte de un grupo de cuatro amigos en la universidad y ya todos estamos fuera de España. Han tenido que irse fuera y viajar. Ahora
compartimos las mismas preocupaciones: estar separados de nuestras parejas, no poder convivir juntos... somos conscientes de que esto está pasando, incluso con la gente que tiene una buena formación.” Un nivel académico que, según afirma, no tiene nada que envidiar a la de sus colegas de todo el mundo, como demuestra la amplia presencia de científicos españoles en el acelerador de Lund. “Aquí hay muchos españoles trabajando, aunque obviamente hay más suecos, pero yo me imagino perfectamente un lugar así en Bilbao y básicamente estaría la misma gente que está aquí”, asegura Íñigo. Lo que sí consideran envidiable, son las condiciones laborales que han encontrado en Suecia, un país en el que, explica Iñigo, la conciliación familiar si es compatible con el empleo: “La gente hace su jornada laboral, coge a sus niños y se va jugar con ellos o a lo que sea. Y lo mismo que tienen esas posibilidad de conciliación, tienen sus vacaciones y luego cuentan con una serie de ayudas que te proporciona el Estado para todo tipo de casos, como las bajas por paternidad que son como unos 18 meses”. Unas ventajas de las que se disfruta en un país en el que, pese al reciente auge de partidos de extrema derecha y el repunte de la xenofobia, todavía persiste una percepción “mayoritaria entre los inmigrantes” de sentirse “bienvenidos”. Con todo, ambos esperan retornar, aun sabiendo que será a costa de las condiciones y el desarrollo profesional del que disfrutan en Suecia. Y mientras esperan a que España “despegue algún día”, observan cómo sí lo ha hecho hacia el extranjero el trabajo y la labor de los miles de profesionales e investigadores que como ellos, ven cómo se descartan por
“excesivos” proyectos punteros como el del acelerador. Todo ello al tiempo que se disparan en España los recortes en I+D. Pese a ello, la ambición y el reconocimiento internacional de los científicos españoles demuestra, una vez más, estar muy por encima de las posibilidades de sus políticos.
VEINTE
“La única posibilidad que tenía en España era trabajar de camarero por un sueldo de risa”
Cristian Vera
E n España lo único que hacía era deprimirme cada día más y
aquí puedo crecer personal y profesionalmente, así que ahora mismo no concibo volver”. Para Cristian Vera, como
para tantos de los miles de españoles que se han visto empujados al extranjero por la crisis económica, ya no hay dudas. Ha encontrado en Chile un nuevo hogar en el que afirma sentirse “como en casa”. Este licenciado en geología de 27 años decidió un día aprovechar la oportunidad que le ofrecía un programa de intercambio para desempleados con la universidad de la Concepción, tras ver cómo se iban cerrando todas las puertas del mercado laboral español. Como geólogo, ahora pone su experiencia y su formación al servicio de las empresas privadas y públicas de un país que lleva años enganchado a un desarrollo económico que lo ha puesto en las posiciones de cabeza de las economías emergentes americanas. Atravesó el Atlántico de la mano de una beca de tres meses destinada a desempleados de larga duración. Una ayuda que no contemplaba la remuneración, pero sí la posibilidad de adquirir una experiencia profesional que le facilitaría la posterior incorporación al mercado laboral español. “Era difícil conseguir la beca porque tenías que estar en paro, haber realizado varios cursos del Inem y tener un buen nivel de inglés”, explica a infoLibre. Sin embargo, y una vez finalizada su estancia en la ciudad chilena, Cristian volvió a encontrarse con el mismo escenario de paro y precariedad que había dejado meses atrás. Con todo, el trabajo realizado en Chile no sería en balde. Los tres meses pasados en Concepción le sirvieron para ganarse el aprecio de su universidad, que no dudó en ofrecerle un contrato laboral en una consultoría medioambiental donde ahora desarrolla proyectos de planificación territorial. Chile se ha convertido para Cristian en la tabla de
salvación para un futuro que adivinaba negro en España. “Yo ya me veía viviendo en casa de mis padres recién acabado el máster de recursos hídricos que hice. La única posibilidad que tenía era trabajar de camarero por un sueldo de risa después de tantos años estudiando”, declara. Una situación laboral que conoce bien tras haber encadenado una serie de contratos precarios que lo llevaron por el sector de la hostelería o academias donde dio clase a niños, sin vislumbrar perspectiva alguna de encontrar empleo en la profesión a la que ha dedicado tantos años de formación. “Te planteas muchas cosas cuando crees que lo que has estudiado no sirve para nada”, asegura. Con las oportunidades agotadas en España, ahora Cristian ha encontrado una segunda en un país cuyo crecimiento económico ha multiplicado la cifra de inmigrantes españoles en los últimos años. Un goteo constante que ha llevado a Chile a poner cada vez más trabas a la entrada de trabajadores extranjeros. “La verdad es que ahora los trámites para obtener el visado tardan más. Hace cinco años, en la aduana, te decían que pasaras solo por ser español, ahora te piden mucho más requisitos. Hay más restricciones”, asegura. “Sí, aún hay trabajo y puedes encontrar algo, pero es mucho más difícil que antes”, advierte. Una circunstancia que no ha desanimado a los españoles que siguen acudiendo cada semana a su despacho buscando un trabajo. No obstante, no duda en alabar la hospitalidad de un país en el que cuando llegó solo se encontró con “amabilidad”. “Aquí a los españoles se les valora mucho”, apunta. Una amabilidad que en su caso se traduce en un salario
que según afirma, le permite mantener un nivel superior al de la media chilena. “Aquí están como en España hace diez años: un profesor de secundaria gana 300 euros, mientras que uno de la universidad cobra 1500 o 1600 euros”, explica. Una desigualdad que observa, pero que sin embargo ha logrado esquivar. “Mis condiciones son buenas, a mí me han dado todo. Aquí no hay seguridad social, la sanidad es privada y mi trabajo me lo cubre. En mi caso tengo, pero en otros trabajos no tienen esa ventaja. Hay muchas desigualdades e injusticias”, revela. Para Cristian la situación entre España y Chile se está acercando cada vez más. “España va hacia lo que se ha hecho siempre en Chile y Chile va alcanzado el nivel de vida español”. Un nivel de vida logrado gracias al esfuerzo también de los muchos españoles que el país andino ha acogido desde el estallido de la crisis. “Están desaprovechando la generación mejor preparada de nuestra historia. Ahora [los políticos] no son conscientes de ello, y por eso no dejan de decir mentiras. Al final España lo va a pagar caro”.
VEINTIUNO
“Me siento más extraña en España que en México”
Paula Vargas
Y o ahora soy Paula Vargas, la que dejó Málaga y está en
México, el país donde tiene su vida y sus amigos. Vivo aquí porque estoy exiliada. Y quisiera volver, pero tomar esa
decisión me cuesta un puesto de trabajo, dinero y todo. Eso es el exilio: cuando no puedes regresar”. Así se presenta esta joven malagueña de 24 años. Licenciada en Comunicación Audiovisual, se marchó hace dos años y medio para trabajar en el sector de la publicidad en Guadalajara (en el estado de Jalisco), la ciudad que siente ahora como su tierra y que la trata “con un cariño que en España ya no existe”. Llegó a México con un billete de ida y vuelta, y la promesa de obtener un contrato de trabajo en una agencia de publicidad que dos meses más tarde le tramitaría el visado que le ha permitido regularizar su estancia en el país azteca. “El puesto que me ofrecieron no existía, surgió cuando vieron mi currículo y me hicieron varias entrevistas. Yo me encargaba de realizar las estrategias de comunicación con los medios”, explica. “Trabajaba con grandes marcas y me dieron la oportunidad de hacer muchas cosas”. Sin embargo, llegar hasta ahí no fue fácil para Paula. “Trabajé de ilegal hasta octubre cuando recogí mi visa. Durante dos meses estuve pagándomelo todo, y la semana de antes de que llegara la fecha de mi vuelo de regreso a Málaga me dijeron que me contrataban”, recuerda. Una situación que describe como angustiosa: “Era como vivir en el limbo. No estaba ni en Málaga ni en México, no pagaba impuestos, ni tenía seguro médico”. Una precariedad que se prolongó durante un año y en la que aprendió a ver el mundo con los mismos ojos que “un peruano que estuviera en situación irregular en Madrid”. “He sufrido como un inmigrante más”, sentencia. A pesar del enorme sacrificio, Paula ha encontrado en México el reconocimiento profesional que España se ha visto
incapaz de ofrecerle. “Todo lo que quisiera hacer, lo proponía, lo trabajaba mucho y lo lograba. Algo que no pasa en España por muy bueno que seas”, explica. Un reconocimiento, al fin, que le ha hecho prosperar y la ha llevado ahora a cambiar a un empleo mejor que parece sujetarla aún con más fuerza a un país al que, dice, llegó por la necesidad de desarrollar su carrera profesional, pero en el que ya no siente “la novedad”. “Ahora me siento más extraña en España que aquí, y eso es muy triste”, asegura. “Mis raíces están en Málaga, pero mis ramas crecen en México. Emigro por necesidad, pero también emigro porque me cansa la actitud del español. Me cansa la intolerancia, me cansa la política, me cansa ir a Madrid y ver a gente que insulta a latinos. ¿Por qué tenemos que estar machacando a inmigrantes cuando yo estoy en un país que me trata maravillosamente bien aunque esté ocupando un puesto que podría hacer otro mexicano?”, se pregunta. Dice tener “el corazón transoceánico”: con la mitad depositada en México y la otra en una España que contempla con nostalgia, pero también con desesperanza y de la que cada vez quiere saber menos. “Antes me interesaba mucho por los acontecimientos políticos y leía mucha prensa, pero ya no lo hago, porque lo que veo me transmite que está todo muy podrido y me produce mucha tristeza”, asevera. Eso también la aleja cada vez más de sus expectativas de regreso: “Mis amigas están trabajando en agencias de publicidad gratis, o cobran 500 euros como algo extraordinario. Yo tengo mucha hambre de aprender, de trabajar, me encanta la publicidad, y no voy a consentir hacer fotocopias para nadie por un sueldo miserable”. Y ese temor a encontrarse con la
precariedad laboral que llegó con la crisis y que no parece querer abandonar a España es también el motivo por el que la idea de alcanzar la nacionalidad mexicana toma cada vez más fuerza en Paula. “Es duro plantearse: si me dan la nacionalidad mexicana, yo la acepto. Eso implica renegar en parte de tus raíces”, revela. Con 20 años se tatuó en el brazo la frase “conquistar el mundo”. Algo que, afirma, “en España ya no se puede hacer”. Ahora ha dejado que México, el país donde hacen sus vidas más de 100.000 españoles, sea el que la conquiste a ella. “Quería conquistar el mundo, pero vi que el mundo que se me presentaba me iba a aplastar. Me encanta México y lo adoro, pero veo la otra parte. Me estoy perdiendo a mis abuelos, a mis amigos, que se reúnen y nunca estoy. Me pierdo cumpleaños, me pierdo experiencias, viajes... Tengo una vida ahí que no estoy viviendo, pero en la que pienso. Una mitad aquí, una mitad allí. Tengo el corazón transoceánico”.
VEINTIDÓS
“Los que vivimos en el extranjero llevamos la marca España, que no siempre es buena”
Natalia Guerrero
L legó a Alemania con una beca Erasmus en el año 2009. En
ese momento, Natalia Guerrero todavía era una estudiante de Química, sin embargo, en apenas dos meses de estancia,
decidió que no regresaría a España. “Desde que llegué allí, vi una diferencia tan abismal, tanto en el ámbito universitario como en todo lo relacionado con mi campo, que tomé la determinación de no volver”. Esta joven marbellí de 27 años, solo dio un paso atrás para terminar cuatro asignaturas y completar su carrera. Después, emprendió su viaje de regreso a Alemania, el país del que meses más tarde se marcharía para llegar hasta Suiza, el lugar donde ahora reside con su marido alemán y donde ocupa un puesto de trabajo como química en un instituto de investigación. Su vuelta a Alemania no fue fácil. “En Berlín me costó muchísimo, porque cuando ya eres licenciado, no te dan prácticas. Sienten que se están aprovechando”, explica. Sin embargo, Natalia, convencida de que Alemania, al contrario que España, le reservaba el puesto de trabajo para el que se había formado, se armó de perseverancia hasta lograr unas prácticas en el Instituto Max Planck, una de las instituciones científicas más importante de Europa. Una oportunidad que, aunque duró poco tiempo, le permitió abrirse paso en un campo de la química en el que ahora continúa desarrollándose. No obstante, a esta joven andaluza todavía le esperaban tiempos difíciles. “Se acabaron las prácticas y me puse a seguir buscando empleo, pero no encontraba nada. Echaba de todo, de cajera, de lo que fuera, pero nada”, recuerda. Una ardua e incesante búsqueda de trabajo que duró meses, pero que acabó dando sus frutos. “Al final lo logré y a través de la beca Leonardo inicié unas prácticas en el área de polímeros en otro instituto de investigación de Berlín”. Otra experiencia profesional más que sumó y a la que le precedieron dos meses de trabajo
como camarera en un McDonald. “Allí no se creían que yo era química”, cuenta entre risas. “En Alemania no es habitual ver a un titulado superior en un trabajo así. El jefe decía que le daba respeto hablar conmigo”. Pese a todo, no duda en recordar como “genial” ese tiempo en la hamburguesería. Por fin, y tras casi dos años de inestabilidad e incertidumbre en Alemania, a Natalia le llegó la oportunidad de marcharse a Suiza. “Una amiga me envió un link de Internet en el que ofrecían una plaza de trabajo en polímeros. Un puesto que estaba relacionado justo con lo que yo había hecho. El mismo día de la entrevista, vino el jefe del instituto para el que trabajo ahora y me dijo que el puesto era para mí”, relata. Sin embargo, tardó un par de días en aceptar. “En Suiza no están acostumbrados a que no haya trabajo, y quedas como un irresponsable si dices que sí sin pensártelo”. Una actitud poco habitual en España, donde “te agarras a un empleo como a un clavo ardiendo”, explica. Así que tras la entrevista, Natalia esperó a estar en la calle para “saltar de alegría” y llamar a su marido para comunicarle que se mudaban al país del chocolate. Su experiencia en Suiza y Alemania no ha hecho más que reforzar en Natalia las ideas por las que decidió marcharse de su país poco antes de terminar su carrera. “Lo que veo es que la Ciencia y la investigación es una inversión a largo plazo y en España somos cortoplacistas. Aquí hay mucha industria y lo interesante es que muchas empresas tienen sus propios laboratorios de investigación”. De hecho, en el centro para el que trabaja se encarga ahora de desarrollar un proyecto de investigación vinculado a la industria Suiza. “En España solo
hay turismo y ya está.”, sentencia. “Aquí, la mayoría de los proyectos son con empresas y la financiación proviene mayoritariamente de éstas, aunque también hay financiación del Gobierno suizo”, explica. Es su forma de expresar las diferencias entre el modelo productivo suizo y alemán, donde la actividad investigadora viene empujada por un solvente sector industrial, y el modelo económico español, excesivamente dependiente del sector servicios. Por ese motivo Natalia lo tiene muy claro. No volverá a España. “Para que yo decida regresar, las condiciones que me ofrezcan tienen que ser como mínimo iguales a las de aquí, y yo sé que eso no se va a dar”, afirma contundente. Tampoco está dispuesta a incorporarse a la comunidad científica española: “Sé cómo se les trata allí y cómo se nos trata en el extranjero. Y no tiene ni punto de comparación”, asevera. Un hecho que según ella se escenifica claramente con los sucesivos recortes a los que se ha visto sometida la I+D+i española. “La crisis ha afectado en España en todo, pero lo primero que hicieron fue recortar en Ciencia”, concluye. “Hay que tener el valor y dar el salto”. Eso es exactamente lo que hizo Natalia cuando la crisis económica apenas comenzaba a causar estragos en el sector para el que ella todavía estaba formándose. No atisbaba entonces los continuos hachazos a los que iba a ser sometida la inversión española en Ciencia, pero ya pensaba que la investigación en España siempre estuvo “fatal”. Ahora continúa luchando contra los prejuicios y dando ejemplo. “Los que vivimos fuera sabemos que tenemos que trabajar tres veces más que una persona de allí para demostrar lo que somos. Porque llevamos la marca España, que no siempre
es buena”. Con todo, anima a marcharse a los miles de jóvenes españoles a los que les espera ahora un empleo precario: “Hay que superar el miedo y dar el paso”. Un miedo que, como recuerda, también superaron las generaciones que precedieron a esta nuevos expatriados."Nuestros abuelos también tuvieron condiciones adversas, y otras generaciones también. No lo hemos tenido fácil, pero ¿quién sí? Espero que España aprenda de esto y lo hagamos mejor”.
VEINTITRÉS
“He aprendido muchas cosas que en España dudo que hubiera podido aprender”
Cristina Martí
E n España mucha gente ha tirado la toalla. Especialmente los jóvenes que terminan su carrera y se enfrentan a la precariedad laboral y a salarios muy bajos. Yo me evité ese
periodo de frustración y decidí salir fuera”. Habla Cristina Martí, una periodista ibicenca de 25 años que se marchó hace más de dos a Pristina, la capital de Kosovo y la ciudad donde ejerce ahora su profesión. Dice sentirse una “emigrante de segunda”, porque Europa ahora distingue entre ciudadanos del norte y del sur. Asegura sentirse, en definitiva, el resultado de unas “condiciones políticas y económicas que han creado un clima de desesperanza y crispación” en los miles de jóvenes españoles que han decidido marcharse al extranjero. Cristina eligió un destino poco habitual entre los jóvenes españoles, una zona que, sin embargo, siempre suscitó en ella un gran interés periodístico. “Desde el principio me 'atravesé' con el este europeo. En cuarto de carrera solicité la beca Erasmus a Rumanía y desde allí viajé por todos los países de los Balcanes occidentales. Me gustó lo que vi y pensé que había mucho potencial para trabajar y hacer algo que pudiera ser útil y tuviera un impacto más directo”. Al final, logró regresar a Kosovo con una beca de tres meses que acabó convirtiéndose en un contrato laboral en una organización no gubernamental que le ha permitido instalarse definitivamente. Kosovo 2.0 es la plataforma en la que trabaja y que le ha permitido no solo ocuparse de la redacción, sino decidir contenidos de la revista que publican bianualmente, coordinar proyectos y ejercer como editora. “He aprendido muchas cosas que en España dudo que hubiera podido aprender”, apostilla. Y aprovecha para protestar por el escenario mediático que dejó cuando se marchó de España y que generó un mercado laboral saturado de periodistas en
desempleo o expuestos a una precariedad cada vez más acentuada. “En España se hicieron recortes en los periódicos, veías que se empezaba a despedir a gente de forma injusta con la excusa de la crisis. Que recortaban en personal y se bajaban los salarios de forma premeditada”. Unas circunstancias que no cree que hayan cambiado mucho y que, asegura, también influyeron en su decisión de marcharse. De momento, Cristina no se plantea abandonar la ONG para la que trabaja y con la que se siente cada vez más implicada. “Desde Kosovo 2.0 intentamos crear un espacio de discusión y de oportunidades para canalizar todas las buenas ideas que hay aquí”, explica, para después profundizar más en la actividad de la plataforma para la que trabaja y su entorno. Se trata de una organización que trata de promover la actividad cultural, artística y política de Kosovo, una región que cuenta con una población mayoritariamente menor de 30 años, según indica, y en la que “hay una cultura muy viva: exposiciones, conciertos, presentaciones, discusiones organizadas… Pristina es una ciudad muy pequeña pero tiene una vida cultural y social muy intensa y es lo que la hace especial”, concluye. “Mis compañeros de trabajo me han dejado el encargo de deciros que Kosovo no es guerra y que queremos que España lo reconozca como Estado independiente”. Aprovecha así su entrevista con infoLibre para trasladar una vieja reivindicación de la población de Kosovo, un país que en el año 2008 declaró unilateralmente su independencia de Serbia y cuya identidad continúa siendo motivo de controversia en una comunidad internacional todavía dividida entre
quienes le reconocen su independencia –Estados Unidos y 22 de los 27 países que componen la Unión Europea– y quienes se resisten a aceptarla como un Estado soberano – España, China Rusia e India entre otros– . “Vivo en un lugar en el que la gente no puede viajar a mi país por restricción de movimientos y de visados”, le reprocha a España. Su relación con un kosovar le permite expresarse también desde una perspectiva más personal en este sentido. “El Gobierno español no es solo que no reconozca la soberanía de Kosovo, es que prácticamente no da visados. Viajar a España es imposible”. Algo que complica aún más su decisión de regresar. “No veo un clima de bienvenida. No sé si seguiré aquí, pero si vuelvo con mi pareja tendrá que hacerlo de forma ilegal”, sentencia. Cristina lo tiene claro. Su regreso está condicionado al cambio económico y político al que dice que contribuirá con su voto en las próximas elecciones. “Para evitar problemas viajaré a España solo para eso”, para asegurarse de que su papeleta llegue a su destino. Mientras tanto, seguirá en el extranjero, soñando como tantos otros con un futuro en una España que, dice, ha alcanzado un nivel de corrupción insoportable y “una impunidad que desespera mucho”.
VEINTICUATRO
“Me daban muchísimo dinero por encontrar pruebas de la vinculación de Podemos y Chávez”
Santiago Donaire
C uando se habla sobre Venezuela en España, todo ha de ser
o blanco o negro”. Lo dice Santiago Donaire, un fotoperiodista de Jaén que, empujado por la crisis económica,
decidió marcharse hace tres años a la capital del país latinoamericano que más ampollas ha levantado en el panorama político y mediático español de los últimos tiempos. La irrupción de Podemos en todas las encuestas, las criticas del Gobierno y parte de la oposición al ejecutivo dirigido por Nicolás Maduro, las airadas respuestas del presidente venezolano y la compleja situación que vive el país caribeño, han propiciado que, como denuncia Donaire, “la realidad venezolana se presente siempre desde el extremo de la utopía o desde la negatividad”. Una polarización sin matices a la que responde con su labor como fotoperiodista en Caracas, desde donde trabaja para algunas de las principales agencias y medios internacionales. “A mí me empujaron a salir de España. Yo hice todo lo que me pidieron: las dos carreras, los dos cursos anuales en una escuela de fotografía, aprendí idiomas, viajé, incluso lo intenté por mi cuenta montando una cooperativa de fotoperiodistas freelance”. Como a tantos otros compañeros de carrera y promoción, ni la preparación, ni la experiencia laboral bastaron para que lograra hacerse un hueco en el complicado mundo del fotoperiodismo español. Con alrededor de 12.000 empleos destruidos en el sector de la prensa desde que comenzara la crisis económica en 2008, considera que para él y sus compañeros de profesión se ha convertido en un objetivo imposible trabajar en España. “No es una conclusión pesimista, es realista. Conozco a gente que trabaja como fotógrafo en Madrid para importantes agencias y que no le da ni para vivir”. Una precariedad cuyo origen, denuncia, no está en la falta de recursos económicos: “No me vale lo de que no hay dinero. Claro que lo hay. En Venezuela
no manejan los recursos de los que disponen los grandes medios españoles y aún así te pagan dignamente. En España se ha desmantelado todo lo que es el periodismo de estar en la calle, de estar con la gente”. Ahora, en Venezuela, asegura que hasta se puede permitir rechazar trabajos. “Algo que me parece impensable en España. Cuando rechazo a un medio venezolano es porque lo mío se encuadra más en la información internacional. Los de España los he rechazado por el mal pago, falta de pago o ningún pago. Me dicen que un trabajo de dos semanas a lo mejor no me lo pagan, que ya verán si me lo pueden mover”, y añade que, además, “la diferencia de salario es abismal". "Te pueden pagar 700 euros por un trabajo en EEUU por el que en España cobraría 50”. Espoleado por esta falta de perspectivas profesionales, no dudó en aceptar la oportunidad que surgió cuando le ofrecieron dar clases en Venezuela. “Jamás había pensado en venir a este país, ni tampoco a Sudamérica, pero llegó un punto en el que me dije que en cualquier parte del mundo en la que me ofrecieran algo parecido con lo mío, allí me iría”. Lo que comenzó siendo una opción temporal que apenas habría de prolongarse por tres o cuatro meses, se acabó convirtiendo en una larga estancia que dura ya tres años. El impacto mediático que causó el fallecimiento del anterior presidente, Hugo Chávez, le permitió abandonar las clases en la universidad para recuperar su vocación como periodista. “Fue un pelotazo informativo, sobre todo para la prensa extranjera. Las agencias, que por los recortes apenas tenían un solo periodista contratado, se vieron desbordadas de trabajo”. Una oportunidad que no solo le abrió las puertas
en medios españoles y extranjeros, sino que le ha permitido conocer íntimamente la convulsa realidad del país. “Al principio trabajaba solo dos horas al día. Pero desde que comenzaron las protestas, salía de casa a las siete de la mañana y estaba de vuelta a las doce de la noche”. Las largas jornadas laborales que ha de afrontar desde la muerte del presidente Chávez ejemplifican bien lo convulso de la situación venezolana. Una situación que, advierte, requiere de un análisis más profundo. “No podemos juzgar tan fácilmente una realidad que está a ocho mil kilómetros de distancia”. Residente en una de las múltiples favelas que cercan Caracas, define su trabajo para algunos medios españoles y europeos como “una batalla constante por no aceptar hablar de lo que te piden, sino intentar contar lo que pasa realmente”. Y en medio de esa batalla, se ha visto envuelto en ofertas rocambolescas que proyectan una larga sombra de duda sobre el compromiso informativo y la ética de ciertos medios españoles. “Me han ofrecido muchísimo dinero por hacer reportajes medio construidos o medio manipulados, por establecer una relación directa entre el Gobierno venezolano y Podemos a partir de pruebas que no existen. Me pusieron cuatro cifras por delante diciendo que si conseguía, rebuscaba, literalmente, me lo dijeron así, 'el papel' que demuestra la financiación ilegal de Podemos por el Gobierno de Venezuela, me daban muchísimo dinero. Es la falta de ética, el infantilismo de pensar que hay un documento que diga: 'Yo, Hugo Chávez, pago tanto a Podemos'". La experiencia de Santiago en Venezuela le ha servido para desmontar la imagen común que se repite en los medios
españoles sobre el Gobierno chavista. “Venezuela está mal contada. Y hace falta más que nunca retratarla bien. Los chavistas la han contado desde la utopía, y la oposición apoyando a gente muy fea de verdad. Se puede estar de acuerdo o no, pero no se contextualizan las cosas”. Igualmente, asegura que su libertad como periodista no se ha visto coartada. “Mis padres vinieron hace un año y medio e hicieron el ejercicio de comprar siete periódicos nacionales en el aeropuerto, y todos eran de la oposición. Aquí hay 150 canales de televisión y solo cuatro son del Gobierno”. No obstante, el fotoperiodista jienense evita posicionarse en ninguno de los extremos desde los que se mira a Venezuela, en una lucha de bandos que, asegura, se expresan desde unos “intereses políticos” que acaban presentando una realidad muy contradictoria. “No soy ningún defensor de Nicolás Maduro, si me preguntas que qué pasa con la corrupción o la inseguridad, te diré que ha sido nefasto. Que se ha protegido a grandes magnates políticos que se han vestido con la camiseta del chavismo. Pero también se han construido un millón de viviendas sociales, la educación escolar y universitaria es completamente gratuita y han descendido los niveles de pobreza”. Una opinión que está respaldada por estudios independientes que sitúan a Venezuela en una cómoda posición entre los estados con los desarrollos humanos más altos de la región, sin obviar la cada vez más omnipresente violencia política y común en el país. Una situación para la que Santiago reclama el derecho a retratarla en toda su complejidad: "¿Por qué todo ha de ser blanco o negro?” En los próximos meses, Santiago tiene previsto no tanto
volver a España sino “dejar Venezuela”, ya que espera tener que volver a marcharse a otro país ante la falta de perspectivas que ofrece el panorama laboral español. “Me voy de Venezuela porque es un país muy interesante pero muy reiterativo. Aquí, si no ocurre nada extraordinario, considero que he terminado mi ciclo”. Un ciclo que espera reiniciar en otro destino, donde continuará con su compromiso profesional, haciendo, como hasta ahora, de su cámara el ojo que devuelva a los lectores otra visión del mundo.
VEINTICINCO
“Es triste ver a España desde fuera”
José y Cristina
N o es la primera vez que se enfrentan a los medios para
contar su experiencia como emigrantes españoles en Noruega. Un año después de la entrevista que concedieron al
programa Soy emigrante de Salvados (laSexta), José y Cristina, una pareja que lleva junta más de doce años y que espera a una hija que nacerá en Oslo, ven como su presente y su futuro se encuentra cada vez más sólidamente anclado al país conocido como “el paraíso escandinavo”. Entre la nostalgia de su Jerez natal, el orgullo por lo hasta ahora conseguido y la ilusión de la hija que esperan, detallan para infoLibre la experiencia en un paraíso que no lo es tanto cuando se llega a él en alas de la emigración y la crisis económica española. Ahora, Cristina trabaja en una empresa como química, pero hasta llegar ahí, tuvo que ejercer unos meses como camarera en un restaurante. Cristina, con su doctorado en química bajo el brazo, aterrizó en Noruega hace dos años y medio. Sola, sin contrato de trabajo ni financiación para sus investigaciones, dejó en Jerez a su pareja y su familia tras agotar todas sus posibilidades en España. “Al principio en España me iba muy bien. Terminé la carrera a los 26, hice mi máster y después un doctorado que apenas me llevó cuatro años”. Pero los problemas comenzaron cuando Cristina trató de dar el salto desde la formación superior que le había costado años lograr a un trabajo estable en investigación. Entonces comprobó lo que ya comenzaba a suceder con los miles de licenciados y doctorados de su generación, que se han visto arrojados a un mercado laboral marcado por la destrucción de empleo y el continuo adelgazamiento de la inversión en I+D+i. Con las puertas cerradas en España y sin otra perspectiva que la de borrar su doctorado del currículum porque, como explica, “en muchos trabajos les echaba para atrás”, decidió sopesar las opciones que se le abrían en el
extranjero, aunque ello supusiera estar meses trabajando sin remuneración alguna. “Me decanté por Noruega por la cercanía, porque lo tenía más fácil para ver a mi familia. Llegué para una estancia de dos meses para colaborar con un grupo de investigación en la universidad pública. Pero no me pagaban, porque ellos no necesitaban que yo trabajara con ellos, era algo que yo había solicitado, un favor que me hacían”. A pesar de la precaria situación económica en la que se vio envuelta los primeros meses, Cristina recuerda con cariño la oportunidad de trabajar y aprender en aquello para lo que se había formado y la buena relación con sus compañeros. Con todo, no olvida la dureza de sus comienzos. La falta de recursos económicos la obligaron a buscar un empleo como camarera en un restaurante español. “Lo que hice fue buscarme la vida”, recuerda. “No se creían que pudiera sobrevivir con tan poco dinero. Iba a la tienda a comprar comida, pero siempre marcas blancas. Me permitía un refresco de Cola a la semana. Y así es como sobrevivía”. Así, Cristina pasó de Doctora en química a la hostelería y todavía recuerda la sorpresa que producía su currículum entre sus superiores y la clientela noruega: “Les chocaba un montón que fuese doctora y trabajase de camarera. Aquí me elogian constantemente por mi titulación”. En medio de estos meses, su actual pareja y padre de la hija que ahora esperan, decidió animarse también a probar suerte en Noruega. José, un administrativo actualmente empleado en las cocinas de la cafetería de la empresa química para la que hoy trabaja Cristina, deja que ella recuerde esos comienzos con humor jerezano: “Al principio era cómo ¿Pero
dónde me has traído? ¡Casi como si le hubiera engañado!”. Compañeros desde hace doce años, compartieron también destino y fogones en el primer restaurante en el que trabajó Cristina. Pero la perseverancia de Cristina por trabajar en el sector para el que se había formado, terminó dando sus frutos. Ahora ejerce como ingeniera química en una empresa privada a las afueras de Oslo. “Necesitaban un doctor en química y no lo encontraban, así que decidieron probar conmigo”, explica. Ahora, con su posición afianzada en Oslo, y a la espera de una niña que nacerá previsiblemente en verano, Cristina no duda en elogiar las condiciones laborales que le brinda Noruega. “En Noruega me obligan a cogerme la baja maternal tres semanas antes. Y es obligatorio, no puedes trabajar más, porque entienden que te puedes poner de parto en cualquier momento. Y después tienes 49 semanas con 100% de sueldo o 59 semanas con un 80% de sueldo” detalla Cristina, que en ningún momento ha visto peligrar su puesto de trabajo tras anunciar su embarazo. Pese al favorable entorno laboral en el que ahora se encuentran, reconoce que si encontrara en España un empleo con similares condiciones, “aunque ganara menos”, no dudaría en regresar con su familia. Sin embargo, esta es una posibilidad que de momento ven muy lejos: “No te crees las noticias, maquillan mucho los números. Los que están detrás del poder se están beneficiando de las crisis. Pero hay mucho miedo. Es triste ver a España desde fuera”, sentencia. La estabilidad laboral o la seguridad ciudadana son algunas de las virtudes que José y Cristina reconocen al país que los acoge y en el que se preparan para formar una familia.
Pese a todo, desde el “paraíso escandinavo”, en donde también pasaron por la precariedad laboral, el paro de la emigración y los prejuicios que pesan sobre los españoles, no dejan todavía de añorar el Jerez natal del que ambos proceden.
VEINTISÉIS
“Me siento traicionada por el sueño que nos vendieron: si sacas buenas notas tendrás un futuro”
Elena Sánchez-Vizcaíno e Ignacio Gallego
C umplir
con todos los mandamientos del mantra neoliberal que promete el éxito a través de la formación, los méritos y el emprendimiento no bastó para que Elena
Sánchez-Vizcaíno pudiera asegurarse un presente en una España devastada por la crisis. De poco le ha servido a esta joven madrileña de 32 años todo el esfuerzo depositado en sus dos licenciaturas, tres másteres, su doctorado en Comunicación, educación y sociedad, y siete años como empresaria. Después de intentarlo todo y, tras comprobar que, hiciera lo que hiciera, España sólo le ofrecía el vacío laboral, acabó optando por marcharse a Estados Unidos. Allí termina ahora su cuarto máster y ha logrado hacerse con un contrato laboral de profesora asistente en el área de las artes teatrales. “Al final serán otros países los que se aprovechen del talento de nuestra generación. Y Elena es un claro ejemplo de eso”, dice Ignacio Gallego, un licenciado en Historia de 36 años, compañero de máster de la joven madrileña y que, tras dos años en EEUU, de momento, declina la posibilidad de establecerse en el extranjero y prepara su viaje de regreso a España. “No espero encontrarme un país recuperado por más que los políticos exhiban esos datos macroeconómicos. Solo mantengo la esperanza de que la situación política cambie, de que haya un gobierno que apueste por la educación y lo público”. Una frustración que comparte con su compañera Elena: “Me siento traicionada por el sueño que nos habían vendido: si sacas buenas notas y estudias todo lo que puedas, tendrás un futuro. Y de pronto llegas y te ves en España buscando trabajo y engañando con tu currículum por el temor a que te digan que estás sobre cualificado”. Jóvenes y con un grueso currículum a sus espaldas, ambos agotaron todas sus posibilidades laborales en España antes
de decidirse a partir a EEUU. De licenciado en historia a profesor de español en Auburn (Alabama), Ignacio también ha probado suerte como camarero, guía turístico, arqueólogo y monitor de gimnasio. Un rosario de trabajos en precario que no le apartan de su sueño de ser profesor en la educación pública. Un camino que ve cada vez más inaccesible por la incesante política de recortes del Gobierno: “Da igual si eres un arquitecto o un científico brillante, como no seas torero, tertuliano o futbolista tienes muy mal futuro en España”, explica con un humor que no logra ocultar la tristeza e indignación que le producen las noticias que le llegan desde su país: “Cuando la gente habla de patriotismo, pienso que es lo que me pasa a mí: llorar de rabia desde el extranjero viendo las noticias, viendo cómo la gente lo pasa mal mientras otros roban”. Mientras Ignacio cuenta ya en días el tiempo que le queda para regresar a España, Elena se prepara para iniciar su nuevo empleo en una universidad de Arizona como profesora e investigadora en su especialidad: la producción teatral. “De repente me he dado cuenta de que dar clases de producción de teatro en los EEUU no solo no es imposible, sino que además te pagan y puedes hacer investigación y cosas que para mí eran inaccesibles”. Lo cuenta entre la alegría que le produce poder dedicarse por fin a lo que le apasiona y la tristeza de tener que abandonar su país natal: “Lo que me da pena es que España no va a saber nada de mí y que no voy a poder enseñarle nada de lo que he aprendido, que además lo he aprendido allí”.
Y no es que Elena no lo haya intentando. Durante siete años se sirvió de sus dos licenciaturas en la Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid y en Publicidad y Relaciones Públicas, para hacer funcionar una empresa de producción teatral que no sólo le permitió dar salida a sus aspiraciones profesionales, sino crear empleo. Un proyecto que se vino abajo cuando “la crisis llegó como un huracán”, arrasando con las pequeñas y medianas empresas: “En España el pequeño empresario está muerto”, asevera. “De repente, me vi sin derecho a paro, con 27 años, rezando a todo lo que podía para que no me enchironaran por falta de pago”, explica con la misma sonrisa con la que ha ido sorteando todas las dificultades que se ha ido encontrando por el camino que finalmente la ha llevado hasta EEUU. El cierre de su empresa no mermó ni el optimismo ni las ilusiones de Elena, que vio en la formación la vía definitiva para encontrar un hueco en el mermado y competitivo mercado laboral. “Empecé a estudiar y a hacer la tesis para intentar trabajar en una universidad”, explica. “Lo intenté en la Universidad Europea, y de las públicas olvídate, porque para empezar no existe la rama de producción teatral como una carrera y era complicado”. Fueron unos años en los que llegó a completar tres máster y un doctorado. “Intentas salir de la crisis y reinventarte y vas siguiendo los consejos de la gente que te recomienda seguir estudiando”. Pero el empeño de esta joven madrileña apenas dio resultados. “En España creo que daba igual que en tu currículum figuraran tres o cinco máster. Daba exactamente lo mismo, y eso es una desgracia y una pena”, sentencia.
Tanto Ignacio como Elena dicen reconocerse en la llamada generación perdida. Esa que según él, probablemente acabe siendo la mejor preparada en décadas, porque las venideras tendrán un acceso cada vez más restringido a la educación pública. “Esa de cuyo talento se van a aprovechar otros países”, lamenta, la misma que según Elena “se ha tirado por el retrete”.
VEINTISIETE
“Cada vez que escuchaba las noticias me deprimía; ya no me apetecía quedarme en mi propio país”
Patricia Carreira y Francisco Sánchez
N o les importó recorrer los 17.000 kilómetros que separan España de Australia. Ni, dada la critica situación de la ciencia en nuestro país, tuvieron miedo de recomenzar su carrera de
investigadores al otro lado del globo. Patricia Carreira y Francisco Sánchez, dos jóvenes biólogos moleculares, decidieron dar el salto a las antípodas en un país que se encuentra también en las antípodas en el apoyo a la inversión en I+D. Con sus doctorados bajo el brazo, son un claro ejemplo de una generación de científicos que, como denuncian, triunfa en el extranjero mientas que en España no se le abren más puertas que las de una emigración sin fecha de retorno. Una generación a la que dan voz para InfoLibre desde la ciudad de Brisbane, la tercera más grande de la que se conoce como la nación más feliz del mundo. Francisco y Patricia comparten desde hace más de un año destino, especialidad e incluso jefes. También comparten el haberse enfrentado en su momento a la precaria situación laboral de los investigadores españoles, la falta de oportunidades para desarrollar actividades científicas y la crítica situación de una I+D+i en claro retroceso. Y aunque ambos reconocen que podrían haber encontrado empleo en España, la falta de expectativas les empujó a desarrollar parte de sus carreras en el extranjero: “Es cierto que me marché porque cuando terminas la tesis se espera que te vayas. Era algo que tenía asumido. Pero también te digo que la última temporada en España fue dura. La situación económica, la crisis, la suma de recortes, todo te desanima para quedarte allí”, explica Francisco. Un desánimo que le llevó al punto de perder toda voluntad de continuar en España: “Cada vez que escuchaba las noticias me deprimía. Llegué a cambiar la emisora en el coche y a empezar a hacer oídos sordos porque ya no me apetecía quedarme en mi propio país”.
Como Francisco, Patricia admite haber perdido las esperanzas de encontrar una plaza a la altura de su formación conforme se introducía en el mercado laboral. “Tuve la fortuna de conseguir una beca de Formación de Personal Investigador (FPI) para trabajar en un laboratorio de Granada. Pero antes de solicitarla me puse en contacto con otros doce laboratorios y en casi todos ellos la beca ya tenía una persona que iba a ser candidato”. Patricia habla también de la precariedad y la incertidumbre en la que se encuentran los investigadores, obligados a trabajar en muchas ocasiones con contratos muy por debajo de su preparación. Una situación que comparten con los millones de jóvenes salidos al mercado laboral en plena reforma laboral. “Conocemos a doctores en España que están trabajando con contratos de licenciados. Y hay que valorar a toda la gente que hace tesis en universidades sin haber recibido un solo duro. Y son muchos, porque en España realmente no hay un catálogo, ni hay constancia de cuánta gente está haciendo la tesis doctoral. En cualquier otro país del mundo a la hora de matricularte en cualquier doctorado, el laboratorio tiene que explicar cómo va a pagarte. En España, no“. Tras dos años trabajando en Australia y con otros dos por delante en su contrato, Patricia ya disfruta de la residencia permanente. Las condiciones laborales que ha encontrado allí, en una nación que no conoce prácticamente el desempleo y que ocupa la segunda plaza entre las de mayor desarrollo humano, la han alejado casi definitivamente de la idea de retornar a España. “¿Cuáles son las opciones para volverte a España a trabajar como doctor sabiendo que vas a estar cobrando menos de lo que deberías y trabajando el
triple de horas de las que constan en el contrato?”, se pregunta Patricia que, añade: “Si me ofrecen prolongarme el contrato, yo me quedo. ¿Echo de menos España? Sí ¿Echo de menos la investigación en España? No tanto. Los científicos españoles es gente que trabaja muchísimo publicando artículos muy buenos en unas condiciones de investigación malísimas. La gente lo está intentando, pero no hay soporte ni infraestructura para la ciencia.” Unas condiciones que contrastan con las que se han encontrado en Australia, de la que Francisco pondera el reconocimiento social y económico que da a sus científicos: “Aquí solo un 20% aproximadamente de la población disfruta de un salario por encima del de un científico. No creo que eso suceda en España”, al tiempo que valora la flexibilidad de la que disfruta. “El horario aquí te lo pones tú, no tu jefe”. Como explica Patricia, “aquí lo que se valora son los resultados al final de la semana, no que estés tantas horas con alguien controlándote”. Ahora, los caminos de Patricia y Francisco, tras más de un año como compañeros parecen separarse. Francisco, que reconoce “no tener ganas de volver a España” termina la beca de la que disfruta en Australia mientras que ella, con dos años aún por delante, apuesta por continuar su carrera en el extranjero. Pero ambos comparten todavía el mismo diagnóstico sobre un país que, desde fuera, ven “mal y con tristeza”. Una tristeza propiciada por una situación de la ciencia que no entiende de recuperaciones, ni de salidas de la crisis, ni tampoco de retornos: “La fuga de cerebros no es que la gente se vaya. La fuga de cerebros es que los cerebros no van a volver. No se van a traer nada de lo que hayan
aprendido fuera”. Algo que Patricia confirma: “Al Estado le hemos salido muy caros. Los cinco años de carrera, más los dos años de postgrado, más los cuatro años de beca de investigación. Todo el dinero que ha se ha invertido en mí para que España no vaya a recuperar ni un duro en impuestos, porque voy a estar fuera”. Una inversión perdida para una generación perdida que, como concluye Patricia, ha visto como “se recortó en ciencia en el momento en el que acababa de traer a gente muy buena prometiéndoles unas opciones de futuro, gente que venía a establecer sus laboratorios aquí y que querían volver. Y esa gente se ha vuelto a marchar engañada". "A los que se han ido después –prosigue– les van a tener que prometer de todo para que regresen, porque han visto lo que les ha pasado a los otros, y en ciencia aprendemos de los experimentos y el experimento fue la generación anterior. Nosotros somos la generación que pensaba que se iba a comer el mundo, y se lo está comiendo, pero fuera de España”.
VEINTIOCHO
“Decidí marcharme al extranjero porque en España no tenía nada”
Raquel Vidal
C uando llegó la crisis, Raquel Vidal ya no pudo costearse su carrera de Publicidad y Relaciones Públicas. El negocio familiar que le permitía estudiar fuera de su pueblo natal,
Oliva (Valencia), comenzaba a padecer los primeros síntomas de una economía que se venía abajo. Decidió entonces cambiar los libros por un empleo de diez horas diarias como dependienta en un pequeño comercio. Pero, poco después, la acentuada caída del consumo echó las persionas de este establecimiento. Sin trabajo, y con una titulación incompleta, esta joven de 30 años decidió hacer las maletas y marcharse a Londres, la ciudad en la que vive ahora con su pareja y desde la que ha logrado terminar sus estudios a distancia y encontrar un trabajo como publicista en una agencia. “Quemé todas las opciones. Busqué trabajo en Zaragoza, Barcelona, Galicia…, me planteé hacerme autónoma, pero al final tuve que decidir marcharme al extranjero, porque en España no tenía nada”, explica a infoLibre desde el apartamento que comparte con su pareja en la capital británica, a la que llegó hace ya dos años y medio con la idea de “trabajar en lo que fuera y vivir con lo justo”. Al fin, logró hacerse con un primer empleo como canguro, un trabajo precario de pocas horas que, sin embargo, le permitió alcanzar la estabilidad necesaria para completar su licenciatura a distancia. “A los quince días de tener mi título ya tenía trabajo como becaria de publicidad en Londres”, recuerda. “Empecé con unas prácticas no pagadas, pero lo importante era meter cabeza”, expone. Empeñada en hacerse con un empleo para el que se había formado, compaginó sus prácticas no remuneradas con otro trabajo que le permitiera mantenerse. “De lunes a viernes estaba en la oficina y el fin de semana en una tienda para compensar esa entrada de dinero que me faltaba. No fue
tan fácil”, recuerda. Tras cuatro meses sin descanso, Raquel vio recompensada su perseverancia y obtuvo un contrato laboral en la misma agencia de publicidad en la que había hecho sus prácticas. Un primer paso que le ha permitido ahora escalar hacia una empresa del mismo sector y de mayores dimensiones para la que comenzará a trabajar en pocos días. “Ayer hice una entrevista de trabajo para una agencia y hoy justo me han dicho que me lo han dado”, cuenta a infoLibre con el entusiasmo del que ve recompensado sus esfuerzos. Con todo, Raquel, que manifiesta su deseo de regresar algún día, apenas alberga esperanza de que su experiencia laboral obtenida en Inglaterra le sea reconocida en España. “Esta experiencia tiene que valer, pero mucha de la gente que se ha ido, va a volver, y haber trabajado en el extranjero y tener más de un idioma ya no va a ser un factor tan diferenciador como lo era hace años”, reflexiona consciente de que a su regreso se encontrará con un mercado laboral saturado por miles de jóvenes emigrados que comparten con ella una formación y una experiencia del más alto nivel. “La competitividad va a ser más grande. Hay un montón de gente preparada fuera”, concluye.
Raquel Vidal
De esa España en crisis que Raquel proyecta es de la que, según explica, pasa muchas horas hablando la creciente comunidad de españoles que ahora se encuentra en Londres. “Aquí discutimos mucho sobre la crisis, porque la gente se quiere volver en algún momento y acaba por convertirse en un tema recurrente”. Se refieren al país, que visto desde fuera, no parece tener nada que ver con aquel que pregonan desde el Gobierno y sus voceros. “No me creo nada el discurso de la recuperación. Vale que las cifras macroeconómicas han cambiado, pero hasta que llegue eso a la clase media, que ahora es una clase trabajadora empobrecida, le va a costar mucho la remontada, porque no tiene trabajo ni prestaciones”, asevera. “La pregunta es si se podían haber cambiado políticamente esas circunstancias para evitar que la gente
tuviera que marcharse fuera”, se cuestiona. Raquel, con su cabeza puesta en España, se niega a renunciar a su derecho a participar en dicho cambio. “Yo ya he votado, pero no ha sido nada fácil. La mayoría de la información que tengo es por medios no oficiales: la Marea Granate, los periódicos, la redes sociales… El Estado no tiene ni una web bien estructurada para hacerlo. No han facilitado nada”, protesta. Una forma de proceder de las instituciones que, aun no considerándola intencionada, cree que beneficia a los responsables de la crisis económica. “El no facilitarnos el voto es una manera indirecta de dificultar que la gente que no está contenta vote a otros. La masa de votos de los expatriados no les iba a venir bien”, señala. Pese a todo, Raquel no renuncia a volver a España, aun considerando que esa decisión supondrá renunciar en gran medida a las condiciones laborales que se ha encontrado en la capital británica. Pero, “la tierra tira mucho”, dice. Y con la misma voluntad que puso en encontrar un trabajo, terminar su carrera y participar en las próximas elecciones, ahora se propone regresar a España, aun sabiendo que tendrá que vencer nuevas dificultades. “No sé si le voy a poder dar a mis hijos la educación que he tenido. Somos la primera generación que le dirá a sus hijos: 'Yo de pequeño tenía de todo y ahora tú no tienes nada’".
VEINTINUEVE
“En Australia es el trabajador el que tiene la sartén por el mango”
Ana Ruiz
D ice estar en “el paraíso laboral”. Ana Ruiz, una ingeniera
electrónica burgalesa de 31 años, se marchó hace nueve meses a Melbourne, Australia, para encontrarse con lo que
define como un escenario laboral envidiable. Allí trabaja en el área de la eficiencia energética, una especialidad, a la que asegura, jamás habría tenido acceso en una España donde las opciones son muy limitadas. Ana decidió recorrerse los casi 16 mil kilómetros que separan a España de Australia en septiembre de 2014, después de que la empresa de su pareja, con sede en Melbourne, le ofreciera un trabajo a él. Ella no dejó pasar la oportunidad de conocer un país que siempre le había llamado la atención, y reconoce que decidió marcharse empujada por cierto “espíritu aventurero”. El mismo al que han apelado algunos representantes políticos para justificar la sangrante fuga de jóvenes españoles al extranjero. “Yo estaba trabajando en Miranda de Ebro, pero a mí me apetecía mucho la experiencia y él también iba a mejorar mucho profesionalmente, así que me dejé el trabajo y empecé de cero”, recuerda. Sin embargo, aclara que en su decisión también pesó la necesidad de prosperar en el terreno profesional, algo que no le permitía el limitado mercado laboral de su tierra natal. “Lo que te ofrecen aquí no tiene nada que ver con lo de España. Estoy aprendiendo muchísimas maneras de trabajar que en España al final siempre era la misma, la única que tienen”, explica. “Nunca hubiéramos venido si no hubiera sido por la oferta de empleo, que suponía una mejora sustancial de las condiciones que teníamos”, asegura. Ana, que trabaja ahora en una empresa de desarrollo de software, habla de un país que apenas conoce el desempleo y que coloca al trabajador en una posición ventajosa. “Aquí es el empleado el que tiene la sartén por el mango”, asegura.
Una realidad que no deja de comparar con la española: “Si un trabajador no está a gusto en su puesto de trabajo, tiene mil empleos a los que acudir. Las historias que puedes oír en España de empleados sufriendo por apenas mil euros, pringando los fines de semana y con la amenaza del paro, aquí no se producen. Es todo lo contrario”, afirma. Y describe así un paraíso laboral donde “las empresas te venden los puestos que ofertan”, “se respeta al trabajador desde el minuto uno” y se cumplen rigurosamente las jornadas de trabajo. Pero las puertas del “paraíso laboral” que ofrece Australia no son fáciles de abrir para los emigrantes españoles. Pese a gozar de una de las tasas de paro más bajas de la OCDE, con un envidiable 5'5 % de desempleo, y continuar a la cabeza de todos los índices de desarrollo humano y económico, Australia es un país tradicionalmente reacio a la llegada de inmigrantes. “Es muy complicado conseguir una visa. La mayoría de la gente llega con una visa de estudiante que te permite trabajar cuatro horas, pero te exige estudiar otras cuatro. Eso es algo riguroso. En el momento en que incumples las horas de estudiante, se avisa a Inmigración”, explica. Con todo, la implantación de las empresas españolas ha facilitado el que se multiplique la cifra de españoles que buscan allí una segunda oportunidad en un mercado laboral que, como explica Ana, cada vez aprecia más al trabajador español: “Estamos muy bien mirados. A todos les encanta nuestra comida, nuestra música y en definitiva les gusta España. Y aquí nos consideran muy trabajadores porque ellos hacen su horario de trabajo y nosotros trabajamos más horas.
Venimos con el chip español, y si hay que trabajar un fin de semana, se trabaja”. Esta situación está teniendo ya efectos positivos, con la firma de convenios que facilitarán la llegada de jóvenes españoles a Australia y el incremento de visados que ha prometido la Embajada australiana en España para el 1 de julio del presente año. A pesar del favorable escenario que describe, Ana y su pareja ya han resuelto que volverán a España dentro de poco más de un año, cuando finalicen sus contratos. La enorme distancia que les separa de su país natal y sus familias se ha convertido en un factor determinante en su decisión. “Yo soy muy familiar y ahora tengo una sobrina pequeña que ya está casi andando y no puedo verla. Me estoy perdiendo cosas que son irrecuperables”, explica. “No sé si hay dinero o experiencia que pague algo así”, medita. Sin embargo, admite sentir cierto temor cuando reflexiona sobre la situación que se encontrará a su regreso. “Puede ser que me dé algo de vértigo el retorno, porque no sabes tampoco lo que te vas a encontrar. Mi pareja tiene el puesto asegurado, pero yo sí que tendré que buscarme las castañas otra vez, y no lo sé…”, deja caer con cierto halo de incertidumbre, pero con la seguridad de alguien que no ha estado nunca en situación de desempleo. “He de decir que he tenido suerte, porque nunca me ha faltado nada y me he sentido muy afortunada entre muchos de los amigos que no tienen trabajo”, admite plenamente consciente de que la suya, es una situación que es vista con cierta excepcionalidad en una España donde la tasa de desempleo supera el 23%. Eso sí, advierte: “Puestos a pedir, Australia me da más”. Y aunque a veces haya soñado con quedarse “10 años
hasta hacer dinero y volver”, Ana tiene claro su regreso. “Soy española y siempre me voy a sentir así” pero, como reconoce, ha encontrado en Australia no solo la oportunidad de “crecer personal y profesionalmente” sino la satisfacción de “llegar a casa con una sonrisa que tiene que ver con lo personal, pero también con lo profesional. Y a mí ya me nace en el trabajo”.
TREINTA
“En España la idea de trabajar y hacer Ciencia gratis está excesivamente arraigada”
Virginia Aparicio
Si no me quieren en España, en algún sitio me querrán”. Lo
dice Virginia Aparicio, una joven profesora universitaria que vive ahora en Ámsterdam (Holanda), la ciudad en la que
tendrá que permanecer al menos quince meses, el tiempo que dura parte de la beca postdoctoral de la que disfruta ahora y que le obligará a regresar a España para terminar su proyecto de investigación. Después, intentará hacerse un hueco definitivo en la Universidad española, a pesar de que intuye que se encontrará con la precariedad de una institución en la que apenas se ha producido un remplazo generacional desde que se inició la crisis y en la que, dice, se ha creado una especie de “fosa común” donde un número cada vez mayor de doctores acreditados aguarda su plaza. Virginia reconoce que su decisión de quedarse en España supondrá, probablemente, trabajar en “unas condiciones peores” hasta encontrar su sitio, uno de los motivos “por los que al final, el talento se acaba yendo”. “No me da miedo salir de España. Creo que puedo ser feliz en cualquier país que me aprecie y en el que pueda desarrollar mi carrera profesional”, reflexiona Virginia, que acumula estancias como investigadora en Suecia, Hungría, Marruecos y Holanda y que, a pesar de tener un currículum brillante asentado sobre una licenciatura en Ciencias del Deporte y dos tesis doctorales internacionales en el área de la salud, deja entrever el mismo halo de incertidumbre que el de los cientos de investigadores que, como ella, ven una España en la que la idea de “trabajar y hacer ciencia gratis” está excesivamente arraigada. “Eso de que tenemos que sacar los proyectos adelante por amor a la ciencia está demasiado asumido”, remacha. “Una circunstancia que en otros países apenas se produce”, explica. Tampoco es tan habitual la exigencia de traspasar las fronteras en la profesión investigadora en otros países,
según indica. “No es común ver, por ejemplo, a un holandés o un americano diciendo que tiene que marcharse de estancia. En otros lugares no existe la necesidad de completar tu formación en el extranjero porque tienen centros de investigación y universidades potentes. Eso es algo muy español”, explica. ¿Hace esta circunstancia mejores o más competitivos a los españoles? No lo sabe, de lo que sí está segura es de que contribuye a mejorar, rejuvenecer e implantar nuevos modelos de trabajo en la universidad española, anquilosada, según indica, en una estructura organizacional excesivamente rígida y jerarquizada en la que apenas hay espacio para la independencia del investigador. “¿Qué es lo que he observado yo en Suecia y en Holanda? Que hay otras formas de trabajar mucho más horizontales, que funcionan mejor y que potencian la productividad, el rendimiento y la satisfacción del equipo de trabajo". Y en este sentido, Virginia ve en la salida de tantos profesionales una oportunidad para transformar fórmulas de trabajo cuando retornen. “En el extranjero aprendemos de otras estructuras que quizá nos den la oportunidad de desarrollar”, concluye. Tras años dedicada a la carrera investigadora y docente, Virginia no puede evitar aplicar su visión científica para diseccionar los males que aquejan a la universidad y la investigación. Males que, como explica, son los mismos que sufre la generalidad de nuestro mercado laboral. La desconfianza en los empleados, la rigidez de las estructuras productivas, la falta de colaboración y la precarización de la mano de obra son algunos de los problemas con los que nuestros investigadores, como
cualquier otro trabajador español, se encuentran a la hora de desarrollar su carrera. Su experiencia en otros países la lleva a apostar por un modelo que deja espacio para que el trabajador disponga libremente cómo organizarse, con la mira puesta en los objetivos: “Confío mucho en el modelo holandés y escandinavo en general y en su forma de entender la investigación. En Suecia, la jornada laboral es ya de seis horas, y en Holanda no se matan a trabajar pero son mucho más productivos. Yo llego a la hora que quiero y me marcho a la hora que quiero porque se da por hecho que buscaré la forma que mejor se adecue a mi rendimiento”. Apuesta, en definitiva, por un modelo que además prime la especialización frente a la extenuante diversidad de tareas que se exige a los profesores universitarios españoles: “En España hay que ser superman o superwoman. Una persona que trabaja en la universidad tiene que ser investigador, docente, gestor, estadístico y buen comunicador. Y hay personas que son muy buenas en investigación, pero luego tienen menor capacidad pedagógica, y hay otras que son muy buenos docentes, pero que sin embargo no les apasiona tanto la investigación. Y a pesar de que esto es algo evidente y que cae por su propio peso, siguen sin diferenciarse los distintos perfiles profesionales que saquen lo mejor de cada uno dentro de la universidad”. Virginia, de momento, no sabe si logrará hacerse con una plaza definitiva en la universidad, pero sí que le costará alcanzar su objetivo cuando aterrice de nuevo en su país natal: “He estado dieciséis meses en Suecia, cuatro meses en Hungría, dos meses en Marruecos y ahora voy a permanecer
quince meses en Holanda, y aún me sugerían en una evaluación que todavía me tenía que mover un poco más y que me quedaba trayectoria”, explica con la misma ironía con la que da cuenta de cómo con 33 años y tras diez como investigadora, dos doctorados internacionales, la intervención en una veintena de proyectos de investigación y la dirección de dos, además de ser miembro del comité evaluador de revistas internacionales, no han bastado para consolidar su posición en una universidad española en la que se ha impuesto una “tasa de reposición” mínima y unos recortes presupuestarios que, como en su caso, han dejado a miles de investigadores con sus respectivos proyectos en un purgatorio profesional del que no ven más salida que la marcha al extranjero: “Si das por sentado que los investigadores son mano de obra barata, llegará un momento en que digan 'hasta aquí hemos llegado'. Y si se les valora en Suecia o en EEUU, no se quedarán en España porque, no solo el salario es muy bajo, sino que el reconocimiento a nivel profesional y social también lo es”. Mientras tanto, denuncia, los científicos españoles permanecen en “una especie de tierra de nadie donde están todos los doctores acreditados a ayudantes, contratados o incluso titulares de universidad esperando a que saquen plazas. Se está haciendo una especie de fosa común donde van cayendo todos, donde la gente que acaba su beca postdoctoral no tiene salida”. Con la tasa de reposición universitaria limitada hasta el 10% en los peores momentos de la crisis, y solo remontada recientemente hasta un “insuficiente” 50%, Virginia contempla el futuro de la universidad con pesimismo: “Nuestras universidades están
envejeciendo y eso es un problema muy serio. Una institución de esta importancia sin la motivación, la frescura y la pasión que da la juventud, está condenada a ir perdiendo puestos conforme pasen los años. Mi pronóstico es que como no se incorpore a la gente joven, si no se mejora esa tasa de reposición de personal, vamos a empezar a bajar en los ranking –que ya estaban mal– porque la gente que investiga, crea, innova y llega con fuerza y ganas, es la gente joven. No esperes que te levanten una universidad los catedráticos, porque no va a ser a así”.
TREINTA Y UNO
“Las empresas españolas te ven como una amenaza para sus estructuras directivas”
Diego Sebastián
No
se marcharon de España por estricta necesidad económica. La amenaza del paro y el vacío laboral nunca pesó sobre sus decisiones. Diego Sebastián y Juan Fernández
pertenecen a un selecto grupo de españoles con una alta cualificación profesional que trabaja ahora en Silicon Valley (California), la región que se ha convertido en uno de los centros de alta tecnología más importante del mundo. Llegaron hasta allí para incorporarse a Apple, el gigante empresarial norteamericano que forma parte de las cien empresas más cotizadas del mundo y cuya sede se aloja junto con otras grandes como Google, Ebay, Intel, Facebook o Yahoo. “No es que en España no tuviésemos trabajo; siempre hemos tenido alguna posibilidad, pero muy mal pagada, peor reconocida y que te acaba convirtiendo en un eterno junior”, explica Diego, que ocupa desde hace dos años un puesto de Senior Manager en innovación y desarrollo en la empresa de la manzana. Una impresión que confirma Juan con su experiencia. Licenciado en Administración y Dirección de empresas, reconoce que no ha “conocido nunca el paro”, sin embargo, ha optado por marcharse a la meca de la tecnología, donde desarrolla su carrera profesional como comprador estratégico global en Apple. “Estoy en la empresa número uno del mundo y España está a años luz de esto”, asegura. Ambos forman parte de lo que empieza a ser una “colonia de españoles” que convive en Silicon Valley, la región de California que alberga las compañías más punteras de la industria tecnológica mundial y que acogen también el talento de italianos o griegos. “Entre nosotros hablamos de lo mucho que nos apena que países que cuentan un potencial humano increíble permitan que el talento se les fugue”, lamenta Diego. En las conversaciones entre compatriotas tampoco se les escapan
las comparaciones de las condiciones laborales que hay a uno y otro lado del Atlántico. “Hablamos de nuestra experiencia previa, de nuestros jefes de recursos humanos y al final todos comentamos lo mismo: la que me hizo el de recursos humanos a mí, la que le hicieron al otro…”, relata Juan con humor. Ninguno de los dos huye del desempleo, pero sí de la precariedad que se ha agudizado en los años de la crisis, el inmovilismo y la rigidez de las empresas españolas. “Somos la otra cara de la misma circunstancia”, explica Diego. “Somos personas con una experiencia que nos permitiría aportar esa revolución en las grandes empresas españolas, y que sin embargo, no tenemos sitio. No solo es una cuestión económica. Te proponen algo en lo que no tienes ninguna posibilidad de desarrollo profesional”, explica. Para Diego, que confiesa que meditó concienzudamente la oferta de Apple y que incluso estudió otras opciones en España, el mercado laboral español se presenta como un “enorme dinosaurio”: “Parece que les intimida una persona con un alto grado de experiencia y formación. En vez de parecerles que eres una persona que puede aportar innovación y mejoras a la empresa, te ven como una amenaza para su estructura directiva y te proponen para algo que puedes hacer con un brazo atado a la espalda y tuerto de un ojo. Piensan que harás visibles sus carencias”. Una impresión que ratifica Juan: “En España, en general, las miras son un poco cortas. En Silicon Valley hay muchas empresas similares que se apoyan entre ellas, sin embargo en España, por ejemplo, se ha estado limitando el
crowdfunding. Al final lo que te ponen son trabas”.
Juan Fernández
En seguida las comparaciones se hacen inevitables para estos dos profesionales que se han encontrado con un escenario laboral excesivamente alejado del estático y deteriorado mercado español. “Nadie te dice cuáles son tus objetivos. Eres tú quien se los pone. Eso te hace ser más ambicioso”, explica Diego, que describe un aparente ambiente caótico donde no hay horarios ni exigencias en la indumentaria: “Puedes ir descalzo a trabajar y nadie te dice nada, y eso, al principio te choca un poco. Te preguntas si a nadie le importa que hagas tu trabajo, pero al final sí que se fijan en ti. Para ellos lo importante es que cumplas con tus objetivos, y al final, esa libertad que parece configurar una estructura desorganizada, realmente no es así”.
Diego describe una metodología de trabajo que apuesta fuerte por el desarrollo creativo de sus empleados para mantenerse a la cabeza de la innovación y de las empresas más cotizadas del planeta. Una fórmula que no encuentra espacio ni siquiera entre las empresas que presumen de ser las más punteras en la economía española. “En España me preguntaba: ¿para qué quieres contratarme si quieres que todo siga igual, si no te interesa que haga nada ni que tenga capacidad de cambio? Básicamente contratan a gente inteligente para que no haga nada”, asegura con la frustración de quien ve limitadas las opciones de continuar desarrollándose creativa y laboralmente en España. Tanto Diego como Juan describen no sólo un paraíso profesional envidiable, sino el entorno perfecto en el que quieren que crezcan sus hijos. “Esta zona de Silicon Valley tiene unas escuelas públicas con los niveles más altos de calificación y de instalaciones y todo es absolutamente gratuito”, asegura Diego, a quien sus dos años de estancia en California le han servido para romper con estereotipos. “Las ideas que yo tenía de que todo en EEUU era privado se me han desmontado”. Una impresión que coincide con la de Juan. “Yo tengo dos niños de siete y tres años, y este sitio es ideal para que crezcan, por la educación y por todo. Así que la idea es quedarnos aquí hasta que al menos lleguen a la universidad”. Diego y Juan están cada vez más lejos de un posible retorno a un modelo español que ha optado por aumentar la competitividad a costa de la precarización del trabajo en lugar de la inversión en I+D.
“Me han perdido para muchos años en España” asiente Juan cuando se le pregunta si se considera parte de una generación perdida. Por su parte, Diego piensa en el regreso como en un sueño, “quizá cuando me jubile”, asegura. Mientras tanto, espera el día que en se produzca “una revolución social que agite el avispero” de su país natal y que libere “todo el talento que tenemos”.
TREINTA Y DOS
“Los países europeos se están descojonando de nosotros”
Nacho Vigón.
M i empleo está ligado a los mercados financieros, pero
tranquila, que no trabajo en bolsa ni para Wall Street. No soy un tipo de esos…” Así se presenta para infoLibre Nacho
Vigón, un licenciado en Administración y Dirección de Empresas de 31 años que se marchó a Ámsterdam hace ya tres para escapar, como explica, del enturbiado ambiente del sector bancario español. Consciente de la mala fama que ha adquirido su ámbito de trabajo desde el estallido de la crisis, y sobre todo, desde que comenzaran a aplicarse unas políticas de austeridad con las que se muestra abiertamente crítico, este joven asturiano ha encontrado en Holanda la posibilidad de desarrollar su carrera profesional sin tener que participar en las prácticas que tanto rechazo suscitan en una población extenuada por un rosario de recortes. Con la crisis griega llamando a las puertas de una Europa que, tras años de crisis, se empecina en las mismas recetas, Nacho es de esos profesionales que se empeñan en pensar y demostrar que otra economía es posible. Hizo las maletas en 2012, cuando los efectos de la crisis y las recetas para paliarla eran ya muy visibles. Sin embargo, su marcha “no se debió a la desesperación, sino a un interés por no trabajar en banca y conocer otros sectores profesionales”, explica Nacho, que ahora trabaja para una empresa holandesa que asegura los créditos comerciales entre multinacionales. Una experiencia que se prolonga ya por casi tres años y que no solo le ha permitido valorar las diferencias más que notables entre el saturado y rígido mercado laboral español y el holandés, sino conocer de cerca a una sociedad que mira a España con los tópicos de una Europa del norte, pretendidamente austera, frente a un sur derrochador y perezoso al que han tenido que rescatar. “Hay mucho ignorante que piensa que nos han salvado la
vida prestándonos dinero”, asegura pocos días después de que miles de alemanes expresaran en las calles de Berlín su rechazo a las políticas propugnadas por el Gobierno de Angela Merkel, en solidaridad con una Grecia que comprueba desesperada como la Unión Europea y el FMI se niegan a levantar el pie del acelerador de las reformas. “Esa implicación yo no la veo aquí. Esta es una cuestión que en Holanda importa menos”, explica. Sin embargo, indica, “trascienden nuestros escándalos de corrupción y la idea de que España es un país de siesta y fiesta”. Una concepción de su país natal que, según señala, es acogida entre un “ignorante” sector minoritario de la ciudadanía holandesa. “Luego hay gente que nos conoce un poco más y que sí tiene la sensación de que en España se hacen un poco mal las cosas, y entonces se descojonan entre comillas, porque saben que Europa se aprovecha de nuestra situación”. Con la cabeza puesta en la Holanda, el país en el que probablemente permanecerá algunos años más, y el corazón depositado en la España que aún siente como su casa, Nacho ve con preocupación e indignación las “soluciones” que se le han impuesto desde Bruselas. “Creo que cuando la economía se contrae hay que inyectar dinero para reactivarla. Al final, la austeridad se ha convertido en una excusa más para estrangularnos”, asevera. Una excusa, que como indica, ha permitido que se devaluara el mercado laboral español. “La famosa frase que se fraguó en el 15-M de ‘no es una crisis, es una estafa’ es muy acertada”, indica. “Hubo empresas a las que no les quedó más remedio que recortar, pero hay otras muchas que han querido sacarle partido a la situación, es decir, que han
tenido una actitud un poco pirata”, protesta. Y este es el motivo, según apunta, por la que el fenómeno de la emigración se ha acentuado en los últimos años. “Al final te podemos contar mil historias y lo mucho que mola trabajar fuera, pero hay una razón muy básica en la fuga de talento, y que es que nos pagan mejor”, señala. Nacho ve la degradación del mercado laboral español entre la tristeza y la indignación. “Ahora todos los países europeos se están descojonando de nosotros”, sentencia. “Los alemanes contratan ingenieros, científicos o arquitectos baratos, bien preparados y competentes”, agrega Una muestra clara que evidencia la “ridícula gestión de los gobiernos españoles, que han invertido gran parte de sus recursos económicos en la formación de estas personas para que al final su esfuerzo revierta en otros países”. Tras tres años observando la crisis española, Nacho extrae una conclusión tan sencilla como tajante: "Si quieres saber realmente cómo va un país, que se presume de desarrollado, mira su inversión en I+D, lo que invierte en ciencia, cómo apoya a sus científicos. Y creo que en España tenemos un veredicto claro”. Un veredicto cuya responsabilidad no solo recae en aquellos que gestaron un modelo insostenible de desarrollo basado en el ladrillo y la especulación, sino en quienes desde Europa, financiaron al mismo sin mecanismos de vigilancia: “Nadie controló nunca que esa inversión se hiciera de manera correcta y se tradujera en unos buenos resultados de aquí a 20 años, y cuando digo nadie, también me refiero a Europa. Y eso es algo que debe hacernos pensar”, reflexiona. “Nos daban dinero sin preguntar para qué y finalmente no
se invirtió en nada real. Ahora tenemos impuestos a nivel europeo, precios a nivel europeo, un IVA a nivel europeo, pero los salarios a la mitad”, protesta. Unas exigencias que vienen impuestas desde la Unión Europea y que serán llevadas a referéndum el próximo 5 de julio en Grecia: “Admiro la valentía de los griegos, aunque estén cometiendo un posible suicidio”. Mientras Grecia ve cómo los recortes y la austeridad le abren la puerta de salida de Europa, Nacho pertenece a una creciente comunidad de jóvenes españoles a la que no le ha quedado más remedio que emprender también una nueva vida lejos de sus fronteras. Unas fronteras que la crisis económica les ha cerrado y a las que sueñan con volver un día para cambiar el país del que decidieron marcharse: “Ayer hablaba con mi jefe sobre la situación de mejoría de España, hablábamos también de ese cambio que se está produciendo, de las alcaldías de Ada Colau en Barcelona y de Manuela Carmena en Madrid, y nos planteábamos si estaban cambiando las cosas. Y mi jefe me decía con muy buen criterio: 'Yo la única manera que veo de que tu país mejore es que todos los chavales que os habéis ido ahora por ahí, volváis algún día y arregléis las cosas'”.
TREINTA Y TRES
“Somos la generación que aporta grandes cosas fuera de nuestras fronteras”
David Padilla
M e he comprado una casa en Holanda. Mis amigos de aquí
dicen que voy al revés del mundo, porque normalmente son ellos los que se compran una vivienda en España cuando se
jubilan”. Habla David Padilla, un ingeniero civil de 26 años que trabaja en una multinacional holandesa desde hace tres. Decidió marcharse a Breda casi al tiempo en que terminaba su titulación y desde entonces no ha dejado de trabajar. Se sabe afortunado y se muestra sensible con el fenómeno migratorio que padece España desde que se inició la crisis. Aunque está ya muy lejos de la incertidumbre y precariedad laboral española, no vive aislado de las dificultades a las que se enfrenta su generación en el extranjero: “Tengo que viajar mucho por el mundo. Estuve hace dos meses en Nueva Zelanda y conocí a españoles que estaban buscando trabajo, en Holanda conozco infinidad de compatriotas que también andan tras un empleo y lo mismo en Honduras y Costa Rica. 'David, no sabes la suerte que tienes', me dicen muchas veces…”. Podría haberse quedado trabajando en el sector de la construcción en España, incluso recibió alguna oferta, pero optó por buscar aire fresco y nuevos horizontes lejos de sus fronteras. Su inquietud por vivir en el extranjero es la principal motivación que le llevó hasta Holanda, pero reconoce que la crisis económica y la falta de expectativas jugaron un papel importante en su decisión. “En lo profesional prefiero moverme en el extranjero”, asegura, “pero saber que lo iba a tener un poco más difícil en España ya fue el sí definitivo”. David ha logrado así esquivar la precariedad a la que, dice, se enfrentan sus compañeros de promoción. “En el pasado, en España ser ingeniero civil era de lo mejorcito que había, pero ahora, aunque sigue habiendo empleo, el trato que recibes es que te bajan el sueldo, te
ningunean y hacen lo que quieren contigo”, concluye. Habla neerlandés, tiene amigos holandeses y es propietario de una vivienda en Breda desde el pasado mes de abril; sin embargo, es capaz de retratar el escenario laboral que ha dejado una España que soporta ya casi seis años de crisis. No ha perdido el contacto con sus compañeros. “Ninguno trabaja”, cuenta. “También tengo un amigo ingeniero de caminos, que se graduó antes que yo y lleva cuatro años trabajando en prácticas en distintas empresas”. Una experiencia profesional que choca frontalmente con la que él se ha encontrado. “En la empresa en la que trabajo, desde el primer momento se me empezó a tratar como a un profesional, y aun teniendo por encima de mí a todo el mundo, mis ideas ya se valoraban”, recuerda. “En España seguramente hubiese empezado haciendo prácticas o asistiendo a un jefe de obra. Aquí, sin embargo, te van cogiendo de la mano y te van llevando a cada uno de los departamentos. Durante un periodo de obra ves cómo se trabaja en todos, sigues teniendo las mismas responsabilidades que todos, y al final tú eliges qué función te gusta más. El trabajador tiene la última palabra. Terminas el año y te preguntan qué quieres hacer”. Nada que ver con las condiciones a las que se enfrenta un recién titulado en España, por eso David, acostumbrado todavía a la cultura laboral española, se sorprendía en los primeros días cuando veía cómo sus compañeros holandeses se mostraban exigentes con la empresa. “Si supierais lo que hay en España…”, se decía. Su especialización en ingeniería marítima le permite
viajar a multitud de destinos mundiales en los que opera la empresa para la que trabaja. Una oportunidad que, lejos de distanciarlo de su país, lo ha acercado al drama de la emigración española que, no solo aleja a los jóvenes cualificados, sino que también separa familias. “En Honduras conocí a un español de unos 45 años que se encargaba de llevar un bote desde el muelle del puerto hasta los barcos que estaban anclados. Su trabajo diario era simplemente conducir ese barco. El último día de mi estancia se me echó a llorar en el trayecto. Lloraba porque decía que no podía volver a su país. Me contó que en los buenos tiempos de España se dedicaba al negocio de los invernaderos y viajaba mucho, pero la crisis le afectó y se quedó sin nada. Desde allí le envía dinero a su familia. Es un buen hombre…” David guarda silencio unos segundos y se queda pensativo. Sabe que en ese barco viajaban las dos caras de la misma moneda y que él está en el mejor de sus lados. “Este hombre no es el único que conozco en esta situación”, prosigue, “conozco a otro padre de familia que está ahora en Latinoamérica. Igual, trabajando él solo y enviando dinero a su familia. Ni él ni nadie querían que se marchase, pero no tenía otra opción”. Aunque David no ha sufrido los efectos de la crisis, es capaz de retratar una España que tiene ya fuera de sus fronteras a millones de españoles que buscan las oportunidades que les ha negado su país. “Hay mucha gente con inquietudes que quiere viajar, pero muchos quieren quedarse y que se ven obligados a marcharse”, comenta. “Me da mucha pena, porque en España por ejemplo en ingeniería somos de los mejores, y en medicina e investigación somos
protagonistas de muchos avances que se desarrollan en todo el mundo”, presume. Sin embargo, asegura, “nos hemos convertido la generación que aporta grandes cosas fuera de nuestras fronteras”.
TREINTA Y CUATRO
“No me planteo volver para trabajar 60 horas de camarero y perder mi independencia”
José María Bejarano
L legó a la capital de Irlanda hace dos años y un día después de defender su trabajo de fin de máster. José María Bejarano, un joven sevillano de 26 años licenciado en Humanidades y
especializado en patrimonio y español para extranjeros, lo tenía “clarísimo”: si quería progresar profesionalmente, tendría que marcharse. De lo contrario, probablemente seguiría encadenando uno tras otro, los distintos empleos precarios como camarero que nunca le faltaron. Una suerte de ofertas laborales que también asumió aceptar durante unos meses en Dublín, la ciudad que por fin, le ha permitido dirigir su carrera hacia la enseñanza de idiomas en una academia de inglés, el centro en el que trabaja con un contrato indefinido desde febrero. “No doy clases, porque hay que ser nativo, pero trabajo en el departamento del estudiante gestionando el alojamiento y las actividades académicas”, cuenta a infoLibre. Trabaja 37 horas semanales, tiene un contrato indefinido y cobra 1.900 euros, un salario que le permite vivir con “un margen muy cómodo” que jamás habría alcanzado con sus empleos en la hostelería española. Logró esquivar así la precariedad y “la falta de oportunidades” que se le presentaban en España. Sin embargo, José María rechaza identificarse con los términos “expatriado” o “generación perdida”, dos conceptos duros que están cada vez más extendidos entre los miles de jóvenes que desempeñan su trabajo fuera de las fronteras españolas. “No me siento parte de una generación forzada a marcharse. Si yo hubiera sido conformista, me habría podido quedar en España con mi trabajo de camarero”. Y se refiere así, sin darse cuenta, a la ausencia de expectativas profesionales a las que como él, se enfrentan los cientos de titulados en materias relacionadas con las
letras y las artes, que apenas encuentran espacio en un más que saturado y mermado mercado laboral que se ensaña especialmente con los profesionales de su rama. “¿Quién invierte en gestión cultural? Los ayuntamientos empezaron a recortar precisamente por ahí”, reflexiona después. “Lo que yo estudié nunca ha tenido muchas salidas en España. Al final todo el mundo te pregunta ¿Y eso para qué sirve?”. Entonces, ¿es España un país de camareros? No lo es según José María, que prefiere matizar: “España es un país en que la gente se ha dedicado a la hostelería porque no tenía otra opción”, asegura como queriendo evidenciar que estamos ante un país que ha generado una masa de jóvenes muy formados para la que apenas queda espacio en el terreno laboral. Una circunstancia que, según él, si no ha redundado en la formación de una “generación perdida” que se ha tenido que marchar al extranjero, sí ha creado a una “generación frustrada”. Una multitud de gente descontenta que, según este sevillano, “no puede trabajar de lo que le gusta”, ni si quiera por la vía de lo público, donde también se han recortado plazas. “Cuando sale una oposición, basta mirar el número de personas que se presenta. Ves esos datos y te frustras antes de empezar”, asevera. Después de seis meses en prueba, José María disfruta ya de un contrato indefinido, sin embargo, asegura que el modelo laboral irlandés no difiere tanto del español. “No te garantizan absolutamente nada. La indemnización es mínima”. No obstante, reconoce que no existe tanta movilidad entre los trabajadores como en su país natal, un hecho
diferencial que podría explicarse con la distancia entre la tasa de desempleo de Irlanda (9,8%) y la de España (22,5%). Una más que significativa diferencia porcentual de 12,7 puntos que despeja entre la juventud irlandesa la incertidumbre a la que se ve sometido constantemente el trabajador español. “No conozco a nadie que lo hayan echado de su trabajo”, reconoce. “Tampoco existe el eterno trabajador en prácticas. Aquí la mentalidad es enseñarte, y después contratarte cuando ya lo has aprendido todo”, explica. José María dice que “la tierra tira siempre”, pero de momento, no piensa en el regreso. “No voy a volver en cualquier condición. Ya no tengo 18 ni 19 años, he terminado mis estudios y quiero desarrollarme personal y profesionalmente”. Un anhelo que intuye, se vería truncado si cediera. “No me planteó volver a trabajar sesenta horas de camarero para perder mi independencia y vivir con mis padres. Sé que no me darían ni el nivel de vida ni lo que tengo aquí”, asegura este licenciado en Humanidades, que no solo ha estado expuesto al vacío laboral que España le ofrecía para desarrollarse profesionalmente en su especialidad, sino que ha sufrido una de las más desagradables paradojas que han dejado las reformas laborales de los últimos años. Con una carrera y un máster a cuestas, veía como toda su preparación y formación académica también entorpecían su incorporación a un marcado de trabajo precario en la hostelería. “En los procesos de selección, si ven que tienes una carrera se lo piensan, porque creen que les vas a dejar tirados”.
TREINTA Y CINCO
“La verdadera aventura cuando sales de España empieza cuando te percatas de que no cuentas con la ayuda de tu gobierno”
Julián Hernández
N o es la primera vez que sale de España en busca de una
oportunidad laboral, pero tanto sus familiares y amigos como él, temen que ésta pueda ser la definitiva. Julián Hernández,
un geógrafo de 28 años, ha tenido que marcharse hasta Ecuador para encontrar el “clima laboral perfecto” en el Centro de Investigación Internacional del Fenómeno del Niño (CIIFEN). Por el camino se ha encontrado la dejadez de las instituciones que deberían cuidar de sus compatriotas en el extranjero, se ha expuesto al desarraigo que amenaza a las nuevas generaciones de emigrados españoles y ha sacrificado la seguridad y el calor que le prestaban los suyos en su Extremadura natal. A cambio, ha ganado la posibilidad de crecer profesionalmente y trabajar en aquello en lo que cree. Pero, sobre todo, de “darlo todo” y “luchar” por una sociedad que considera, se esfuerza día a día por escapar de la pobreza, la inseguridad y la corrupción. Geógrafo físico por vocación, a Julián le pilló el huracán de recortes y desempleo que cayó sobre España mientras trabajaba en Suecia. Tras dos años en el país nórdico, se encontró con una situación “desgastante” para él tras verse casi obligado a trabajar en España en lo que en el Ecuador que ahora lo acoge denominan cachuelos, el término que se refiere a pequeños empleos precarios y mal pagados. Fue entonces cuando alumbró la idea de retornar al país latinoamericano, donde ya había vivido la experiencia de residir en lo que allí se llama “periferias”, una especie de favelas de mala fama donde, sin embargo, y según indica, se encontró con un escenario que desafiaba los tópicos sobre la pobreza y la delincuencia. Una experiencia que, ya en España, lo impulsó a marchar nuevamente y a buscar empleo en el CIIFEN, la institución internacional creada con el fin de estudiar El Niño, un complejo fenómeno climatológico que afecta a América Central y del Sur, llegando a provocar
devastadores alteraciones que cada cierto número de años asolan la región con sequías, inundaciones, miles de millones de euros en perdidas y decenas de muertos. Empujado por la tormenta que en España se había desatado por la conjugación de la crisis económica y la políticas de empleo regresivas, Julián no temió enfrentarse al cambio de aires que suponía empezar una nueva vida en una nación cuya hospitalidad, para bien y para mal, no oculta el abismo social y cultural que aún la separa de España. “Antes de nada, venimos aquí a que nos den la oportunidad de trabajar, de darnos lo que por suerte o por desgracia no nos han dado allí. Y digo por suerte, porque hemos crecido mucho profesionalmente. Pero hay que tener cuidado, porque no tienes aquí lo que tienes allí”, explica. Con las Naciones Unidas avalando el esfuerzo realizado en los últimos años por lograr mayores cotas de igualdad, crecimiento económico y educación, Ecuador ha multiplicado su inversión y gasto público hasta colocarse en la zona de “desarrollo humano alto”. No obstante, todavía se enfrenta a la ausencia de un estado del bienestar universal claramente desarrollado: “Un amigo español se quemó de gravedad, de estar un mes ingresado en la UCI, y al final se quedó con una deuda de cien mil dólares que está pagando desde hace diez años. Y sí, se está haciendo todo un trabajo por potenciar la sanidad pública, pero está claro que aún les queda muchísimo camino por recorrer”. Pero en ese camino, las peores piedras con las que se ha topado no han venido del choque cultural ni de las peculiaridades de Ecuador, sino de la incomprensión y dejadez de funciones de las propias instituciones
españolas. “No sé si hay gente que sale por eso de la aventura, pero sí que un buen amigo español salió una noche por la ciudad de Cuenca y se encontró con una trifulca que acabó en tiroteo. Una de las balas rebotó contra su pierna, destrozándosela. En la sanidad ecuatoriana no le atendían. Así que cuando acudió al consulado a solicitar que le facilitaran un vuelo para salir a España a tratarse, le contestaron con toda la frialdad del mundo que no eran una agencia de viajes. Con esa indiferencia contestan a un compatriota que ha venido aquí a luchar y trabajar porque en España no le dejaban. Es algo que le podría haber pasado a cualquiera. Hasta al propio cónsul, sintiéndolo mucho. La verdadera aventura cuando sales de España comienza cuando te percatas de que no cuentas con la ayuda de tu gobierno” denuncia con rotundidad a infoLibre. Pero con el mismo ánimo con el que ha ido venciendo dificultades, Julián contempla “la posibilidad de cambio” en España con una esperanza que no tiene nada que ver con las eufóricas previsiones del actual Gobierno, sino que pasan precisamente por terminar despejándolo de la ecuación. “Sí quiero volver a España, pero porque creo en la posibilidad del cambio. Miro a mi país con esperanza. Cuando pasó el 15-M, muchos creyeron que se iba a disipar, que no serviría para nada, pero lo que se hizo en las asambleas, en las barriadas, en los movimientos civiles, todo eso fue calando. Da igual si te gusta o no Podemos, Ahora en Común o quien sea. Lo importante es que la posibilidad del cambio ya está ahí”. Mientras llega la transformación que anhela para la España que abandonó por última vez hace ya dos años, Julián
sigue manteniendo los lazos afectivos con la familia y los amigos por los que siente que aún continúa luchando. Como para la mayoría de “Talentos a la fuga” que han pasado por esta sección, los miles de kilómetros que los separan de los suyos no han logrado que se aparte un milímetro de su compromiso con aquellos que continúan dando la batalla por un mañana mejor, ya sea dentro o fuera de nuestras fronteras, sean expatriados o “retornados”, de esta generación que algunos llaman “perdida” o de la generación de emigrantes que la precedió. “Veo un video de mi familia y o mi sobrina y me digo: 'con lo que yo he jugado con ellos y me lo estoy perdiendo'. Aquí estoy luchando por esta parte del mundo, y ojalá que nunca dejé de hacerlo. Pero también quiero luchar por ellos. No solo reclamamos por nosotros, sino por nuestras familias, por nuestros padres que tanto han trabajado para que tuviéramos unos estudios. Por todos nosotros”.
TREINTA Y SEIS
“El proceso es lento, pero yo creo que voy a mejor”
Javier Hidalgo
El
despertador de Javier Hidalgo suena a las 3 de la madrugada, la hora en la que empieza para este gaditano de 41 años su larga jornada laboral en Múnich, la ciudad alemana
a la que se marchó hace ahora dos años asediado por el paro y la falta de oportunidades de su Cádiz natal. Ingeniero técnico mecánico de profesión y padre de una niña de 7 años que ha tenido que dejar en España, Javier se vio empujado a cambiar los estudios de arquitectura e ingeniería donde había trabajado hasta el momento, por dos minijobs: uno en una tienda en la que dobla ropa de madrugada y otro en un establecimiento de hostelería en el que realiza labores de limpieza. Mientras tanto, se afana por aprender el idioma que le permita escalar posiciones e integrarse en la sociedad alemana, dividida entre esa que aparece frecuentemente en los medios como la locomotora económica europea y otra, más oculta, de la emigración y el trabajo precario. “Aquí al menos tengo dos trabajos, estoy ya viviendo en un apartamento para mí solo y puedo conseguir una ayuda para mi hija. El proceso es lento, pero yo creo que voy a mejor”, explica. Se alejó así de una España aplastada por la crisis, que veía sin perspectivas y que, dos años más tarde, sigue mirando con pesimismo: “Yo lo veo todo negro. No creo que mi país levante cabeza en mucho tiempo. Es como un bosque, cuando se queman los árboles, tarda años en volver a ser lo que era”. Por eso, y como tantos otros españoles emigrados, Javier se muestra dispuesto a aceptar los empleos que se le vayan presentando: “Es duro, pero estás en el extranjero y tienes que vivir. No se me caen los anillos por aceptar ningún tipo de trabajo”, asume casi sin reparar en los buenos tiempos en los que trabajaba como delineante en un estudio de arquitectura. “Siempre he sido ingeniero delineante industrial, pero he trabajado más en el sector de la
construcción. Primero con un arquitecto, luego con un aparejador y tres años con otro arquitecto”, recuerda. Víctima, como tantos otros, de la destrucción del sector productivo español, Javier se agarra ahora a los trabajos “mini” que le ofrece Alemania. Una polémica modalidad de contrato laboral que ha suscitado numerosas críticas por parte de la propia Comisión Europea, en la que se establece un claro tope salarial de 450 euros para trabajos de no más de veinte horas y que, como muchos afirman, ya ha llegado sigilosamente a nuestro país, donde los contratos de media jornada por semanas e incluso días se han disparado. Es el éxito del modelo alemán basado el abaratamiento de los costes de trabajo. Un 'éxito' que, en cualquier caso, ya ha logrado que cerca de 800.000 jubilados alemanes se hayan encontrado en la necesidad de aceptar algún tipo de minijob. Es el otro lado de una prosperidad que se asienta a costa del trabajo y el esfuerzo de los más desprotegidos. Es el establecimiento de una precariedad laboral que, según Javier, lleva incluso a que se desate la competitividad entre los españoles: “A veces son tus propios compatriotas los que te echan la soga al cuello. Hay españoles que temen que les quieras quitar el trabajo. Pero a la gente de otros países les pasa igual: a los polacos les pasa con los polacos. Hay como miedo a que la gente del mismo lugar te quite el trabajo”. Señala así una falta de conciencia colectiva entre los emigrantes y una soledad que tampoco parecen mitigar los ciudadanos de Múnich, una ciudad “poco preparada para tanta emigración”. “He perdido quince kilos; aquí no se hace otra cosa más que trabajar. Es como estar en un país de robots: vienes
solo para eso”. Una realidad con la que se topó nada más llegar. “Lo he pasado muy mal. Al principio estuve trabajando en un hotel, pero era tan duro que no podía más, ni yo ni mucha gente que estaba ahí. Alemanes no había ni uno, porque ese tipo de trabajo no lo quieren. Llegué a un hostal con siete personas más y luego me tocaba limpiar. Era como hacer la mili. Y cada semana debía cambiar de habitación, con todos los bártulos. Esos dos meses fueron mortales: venía de limpiar arrodillado, con los trapos en el suelo. Yo me decía 'dios mío de mi vida, qué es esto'”. Javier describe así un panorama del que advierte a los compatriotas que como él estén pensando en hacer las maletas para probar suerte en un país que roza el pleno empleo: “Que nadie piense que todo el monte es orégano. La dureza del trabajo es tal, que hay gente que se desespera y se va”. Javier habla de una dureza que considera acentuada por el particular carácter alemán, tan distinto del calor gaditano que dejó atrás. Tal vez por ello, se niega a renunciar a lo que él llama “el camino recorrido”: esos dos años que ya lleva alternando trabajos precarios y aprendiendo un idioma que exige meses de estudio intensivo. Así, sacando fuerzas del recuerdo de su hija en España, de la esperanza de lograr un futuro mejor para ella, Javier sale cada noche a la calle a empezar una jornada laboral que solo se cierra al caer el sol, a pelear por su trozo del sueño alemán.
TREINTA Y SIETE
“No quería volver a casa de mi madre y tener que pedirle dinero hasta para tabaco”
Victoria García
R egresar
a casa de tus padres cuando ya te has emancipado es una decisión casi insoportable, por eso, Victoria García, una granadina de 31 años, decidió hacer las
maletas cuando el paro y la precariedad laboral apenas le dejaron otra opción. “Pensé que no era lo mío eso de volver a casa de mi madre con 30 años y tener que pedirle dinero hasta para tabaco”, dice. Así que hizo su maleta y puso rumbo a Inglaterra, el país que la acoge desde el verano de 2014 y del que, de momento, no piensa regresar. Antigua estudiante de Derecho y Técnico Superior en Integración Social (FP de grado superior), Victoria traspasó las fronteras de su país con la única disposición de trabajar “de lo que fuera”, aunque ello significara renunciar a toda la experiencia laboral que había acumulado en su ámbito profesional. “En España empecé a trabajar en un centro de atención a niños con síndrome de Down y de adultos con deficiencias motrices, luego en la prisión de Albolote (Granada), en un programa social que el Gobierno también cerró, y finalmente estuve trabajando en un centro de salud de unas instalaciones deportivas de Granada”, explica. Después, y entrada ya la crisis, siguió intentando encontrar otro empleo, pero su empeño se vio truncado por los recortes de un sector que, centrado en la integración social de los más desfavorecidos, ya había entrado en la espiral de hachazos impulsados por el Gobierno y las administraciones. Con el ánimo mermado por la incertidumbre de quien se enfrenta a un terreno y experiencia desconocidos, Victoria se decantó primero por Londres, una de las ciudades europeas que se ha perfilado como destino preferente de la emigración española. Sin embargo, y aunque allí se encontró con numerosos compatriotas, su estancia en la capital fue breve: “Estuve solo una semana. En seguida mi primo me sugirió
que me mudase a Bournemouth, una ciudad del sur con playa y mejor tiempo”, explica. Así que volvió a hacer las maletas. Allí tardó una hora en encontrar un empleo en hostelería que más tarde dejaría por otro en la recepción de un hotel. “Siempre digo que el que no trabaja en Inglaterra es porque no quiere, porque trabajo hay, aunque claro, unos son mejores y otros peores”, aclara. Este primer contacto con el mundo laboral británico le ayudó a mejorar su inglés y a ampliar sus aspiraciones profesionales: “Cuando mejoré el idioma, dejé el hotel y empecé a buscar de lo mío. Me preparaba las entrevistas en inglés a conciencia hasta que al final encontré el trabajo en el que estoy ahora y donde llevo ya siete meses”. Ahora, esta joven granadina trabaja en un centro especializado en la atención de niños autistas. Y aunque todavía no puede presumir de unas condiciones laborales y salariales envidiables, tal y como reconoce, en su tono se atisba la satisfacción de haber logrado el sueño de dedicarse a aquello para lo que se formó. “En España con lo que gano viviría bien, pero aquí voy justita”, asegura. No obstante, Victoria encara el día a día con el ánimo de que sus perspectivas laborales vayan a más: “Estoy a punto de convalidar mi título aquí. Y en unos pocos meses sí que podré a aspirar a un puesto algo superior, porque esta empresa ofrece puestos de promoción interna”. Con todo, Victoria no deja pasar la ocasión para poner en valor la dureza de un trabajo que desempeña en jornadas de 12 horas, pero al que se entrega con una gran satisfacción personal. “Trabajar con niños autistas es tan bonito como en ocasiones difícil”, señala. “Yo estoy con ellos desde que se
levantan por la mañana, para lavarlos y vestirlos, pasando por su periodo de enseñanza, hasta que se acuestan”, explica. Una labor, que asegura, pocos ingleses están dispuestos a aceptar. “Donde estoy, te puedo decir que de cada tres empleados, dos son españoles. Es un puesto que los locales no quieren hacer porque son muchísimas horas, son difíciles, y al final cobras poco”, expone. Y aprovecha para advertir que lo mismo sucede con la sanidad, donde cada vez es más amplio el número de españoles trabajando. “Entre los enfermeros es difícil no encontrarte con algún español”, asevera. Aunque por ahora Victoria no se ha planteado el regreso, continúa ojeando las ofertas laborales de su sector con la esperanza de regresar algún día, como tantos otros compatriotas que, según indica, comparten ese anhelo. Sabe que ese no es su sitio, pero de momento sigue mirando a España con el pesimismo de alguien que se vio forzado a marchar: “Desde aquí todo se ve igual. Miro a veces lo que se oferta de mi especialidad y sigue sin haber nada. No entra en mi cabeza volver sin trabajo”.
TREINTA Y OCHO
“Jamás veré este sueldo en España, pero soy un patriota: prefiero investigar para mi país”
Esteban Palomo
Si Esteban Palomo hubiera optado por la empresa privada,
quizá no se hubiera visto forzado a vivir en Ecuador, la nación que lo acoge y que se ha puesto a la cabeza de
América Latina en la captación de talento extranjero. Doctor en Ingeniería informática y especializado en el área de la inteligencia artificial, a este malagueño de 33 años probablemente le estarían lloviendo ahora las ofertas laborales de un sector al que apenas le han alcanzado los efectos de la crisis. Sin embargo, eligió la carrera investigadora y docente en la universidad pública española, una opción que, aunque asegura, le reporta enormes satisfacciones, lo enfrenta diariamente a las continuas trabas que se interponen en el camino para acceder a una plaza en una institución asediada, tanto por los recortes, como por una baja tasa de reposición que se ha mantenido en caída libre durante los últimos años. Ahora, vive en Ibarra, donde acumula horas de docencia e investigación en la universidad de Yachay con el fin de poder engrosar su currículum y poder regresar a España cuanto antes. Premio extraordinario de doctorado por la Universidad de Málaga, Esteban, que lleva varios años luchando por una plaza, acumulando experiencia profesional y prestigiosas publicaciones en un sector a la vanguardia de la Ciencia y la Tecnología, no duda en cuestionar los arbitrarios criterios que rigen el sistema de concurso público para el acceso a un puesto en la Universidad. “He concursado a bastantes plazas”, asegura tras enumerar al menos ocho universidades de todo el territorio español. Y continúa: “Lo que pasa es que, como las ofertas salen con cuentagotas y la investigación está tan mal, los departamentos demandan un perfil docente e investigador muy concreto, y así, se aseguran de que accederá la persona a la que está destinada”. Esteban lo ejemplifica con la experiencia que le ha acompañado en los
últimos años: “Yo me he encontrado plazas en las que el perfil investigador y docente demandado se ajusta al tema de investigación de la persona que es del departamento que la oferta y que casualmente ha quedado primero”. Asegura que esta es una cuestión bien conocida por toda la comunidad investigadora. “Es vox pópuli entre la gente que está intentando acceder a un puesto”, señala tras precisar que la mayoría de las veces se ha quedado a las puertas de la ansiada plaza: “Mi codirector de tesis me decía: Si te dieran una plaza por cada dos en las que has quedado segundo, ya tendrías para elegir”, comenta con una amarga risa. Cansado de ver su nombre siempre a un paso en las listas de acceso, y tras su último intento de entrada en la Universidad de Sevilla, ha decidido alzar la voz y denunciar. “Ahora me he presentado a siete plazas de lenguajes y sistemas informáticos. Había 15 o 16 aspirantes y he quedado noveno. ¿Sabes cuántas candidaturas había del departamento? Ocho. De todos los que no éramos de Sevilla, yo he quedado el primero”, protesta. Convencido de que en esta cuestión ya es hora de “remar todos juntos”, ahora se plantea coordinar una denuncia colectiva entre los candidatos que se han quedado fuera. “Muchos de los que no hemos accedido, teníamos mejor currículum”, insiste, sin embargo, y sin más opción que la de interponer un recurso de alzada, Esteban cree que la protesta quedará, como todas, en aguas de borrajas. “Me parece increíble que un país como Ecuador, que tiene un nivel de desarrollo muy bajo, me dé la oportunidad de trabajar como docente e investigador cuando España, que pertenece a la moderna Unión Europea, no es capaz de
hacerlo”. Es la dolorosa comparación que no puede dejar de hacer un investigador que anhela tener la oportunidad de devolver a la sociedad española el esfuerzo invertido en su educación. “Yo estoy muy agradecido porque me han dado una plaza y me pagan un sueldo que no vería en mi vida en España, ni aunque fuera catedrático”, asegura, “pero evidentemente tengo un sentido del patriotismo: Prefiero investigar para mi país”. Un país que, tristemente, está dejando escapar a raudales un talento del que ahora se beneficia la nación andina, decidida en los últimos años a multiplicar sus esfuerzos en gasto público para intentar colocarse a la cabeza en investigación y desarrollo de Latinoamérica. “Yo no es que sea fan de Rafael Correa. Me parece un poco populista y tiene cosas malas, pero hay que reconocer que está haciendo políticas muy acertadas en cuanto a inversión pública en Ciencia, Sanidad, Educación e infraestructuras”. Esteban lamenta la deriva de recortes que están llevando a España a la cola en investigación y desarrollo. “A grandes rasgos lo que ha hecho Ecuador es gasto público e inversión. Y yo creo que ese es el camino del progreso. Lo mismo hizo EEUU cuando empezó la crisis; lo contrario que Europa, y salieron mucho más rápido de la recesión”, declara. Y protesta por el desprecio de su país hacia una generación brillante que ahora se ha visto obligada a regalar su talento a países como Alemania, Inglaterra e incluso Ecuador. “Estamos en pleno siglo XXI, España es miembro de la UE, es un país desarrollado y moderno, y lo que tiene que hacer es comportarse como tal e invertir en Ciencia. Cualquier país del mundo moderno que se precie lo es porque tiene una gran
inversión en Ciencia, y eso es correlación absoluta”, asevera. Hastiado por las corruptelas que afectan a casi todos los estratos de la esfera política española, Esteban defiende la Ciencia y el Conocimiento como la verdadera senda de la recuperación económica que ahora el Gobierno se empecina en proclamar mientras todavía, cientos de investigadores se le escapan por la puerta de atrás. “Me río yo de lo de la recuperación, que más bien es un espejismo. ¿Si hasta hace un momento éramos el país que más empleo destruía, que más recesión tenía y que era lo peor en todo, cómo ha pasado de un extremo tan malo a otro tan bueno?”, reflexiona. Alejado de los extremos, Esteban defiende la pertinencia de lo que llama "enfoque científico" para curar los males que aquejan a una sociedad que, opina, no termina de ver en el conocimiento y la Ciencia un modelo de desarrollo. Cansado del "que inventen otros", continua acudiendo cada día al centro de investigación de Yachay, la joven institución universitaria que pone todo su esfuerzo en convertirse en el Silicon Valley latinoamericano. “Vas por la calle, por cualquier sitio y la gente te habla ilusionada del proyecto de Yachay o con que se invierta en Ciencia, y eso es algo que me llama la atención, porque aquí en España no me imagino a la gente ilusionada con proyectos así”.
TREINTA Y NUEVE
“Estar en España es tirarte la vida siendo becario”
Rocío Castellón
Ha tenido que llegar a Holanda para encontrar su primera
oportunidad en el mercado laboral. Licenciada en Derecho, a escasos meses de terminar un máster en marketing y
comercio internacional y, tras dos años trabajando como au pair (niñera) para dos familias holandesas, Rocío Castellón, de 28 años, ha logrado por fin acceder a su primer empleo en unas condiciones que en España solo se habría encontrado tras acumular años de experiencia. A esta joven sevillana le han bastado sus conocimientos sobre la legislación española y el entusiasmo y las “ganas de aprender” para abrirse un hueco en el área de administración de una empresa internacional de fabricación e instalación de placas solares. Una oportunidad que, asegura, “en España es difícil, porque te exigen años de experiencia”. Llegó a Breda dispuesta a exponerse a las dificultades que conlleva adaptarse a una familia que no habla tu idioma, ni comparte tus costumbres, todo ello sin perder de vista el objetivo de encontrar un empleo que se adecuara a su formación, una meta que ha alcanzado casi dos años después. “Recomiendo que la experiencia au pair se tome como lo que es: una experiencia y una oportunidad para cuidar a unos niños, estar con una familia diferente, aprender un idioma y convivir con otra cultura, pero nunca como una opción para escapar de España”, advierte consciente de que, en los últimos años de crisis, esta práctica se ha convertido en la vía de escape para muchos jóvenes que se enfrentan al vacío laboral. “Sé que, por ejemplo, en Inglaterra se aprovechan porque conocen la situación. Saben que hay muchos españoles que quieren salir a toda costa de su país y hacen contratos precarios a los que accederemos”, explica. Rocío sin embargo, lo ha tenido claro desde el principio: “Cuando busqué a la segunda familia les dije que mi intención era
encontrar trabajo de lo mío y ellos lo entendieron”. Convivir y trabajar con “su segunda familia holandesa” no le ha impedido lanzarse a la búsqueda de un empleo que se adaptara a su formación. “He tenido una relación muy buena con ellos y además me han orientado también en la búsqueda de empleo”, un empleo que comenzará el próximo mes de noviembre y que Rocío, conocedora de las precarias condiciones del mercado laboral español, ha recibido como una oportunidad que todavía no se acaba de creer: “Agradezco que me ofrezcan la posibilidad de introducirme en el mundo laboral, asumir responsabilidades, crecer profesionalmente y poder probarme a mí misma, porque tengo que reconocer que yo no he tenido prácticamente experiencia en esto”. Una circunstancia que en la España de los últimos años la habría convertido en una becaria más, forzada a peregrinar de empresa en empresa acumulando contratos en precario con la excusa del aprendizaje. Una excusa que no parece requerir el mercado laboral holandés, que según Rocío, prioriza la motivación e implicación del trabajador, antes que la suma de títulos y horas de prácticas. “En la entrevista les dije que mi inglés todavía no es muy bueno, pero me contestaron que les vale con que podamos hablar y entendernos. En España, sin embargo, si quieres trabajar para una empresa internacional tienes que ir con un título de idioma por delante, aunque hayas estado dos o tres años viviendo fuera”, declara consciente de tener una suerte que no comparten muchos de los compañeros de promoción que ha dejado en su país. “Estar en España es tirarte la vida siendo becario haciendo el mismo trabajo que un profesional. He tenido
amigos que han estado seis meses de prácticas y luego fuera. Así no da tiempo a aprender ni a progresar en la empresa”, asevera. Con el nerviosismo propio de quien se enfrenta a su primer empleo, Rocío se prepara para formar parte de una empresa focalizada en el sector de la energía solar, una actividad con la que intentarán abrirse paso en el mercado energético español. “Ya están en países como Turquía e Italia y ahora quieren operar en España, por eso también requerían de alguien con conocimientos en legislación española”, explica. Un marco normativo con el que Rocío se tendrá que familiarizar y que no ha dejado de estar sometido en los últimos años a distintos vaivenes que ahora han desembocado en la reciente y polémica aplicación del impuesto al sol, una carga que gravará a quienes opten por el autoconsumo de energía solar y, cuya aprobación mediante decreto, ha sido duramente criticada por las asociaciones fotovoltaicas, que no han dudado en acusar al Gobierno de “plegarse a los intereses del oligopolio energético”. Rocío ha tenido que llegar a Holanda para que se hiciera la luz en su futuro laboral. Y, aunque asegura extrañar su país natal, del que prefiere “no renegar”, aún ve lejana la fecha de retorno a una España en la que, como ella afirma “con 28 años y sin experiencia, asume que eres una torpe demasiado mayor para trabajar”. Todo ello en un mercado laboral que en los últimos años no ha dejado de retrasar la edad de incorporación de los miles de recién titulados que como Rocío, ven ahora como única salida el extranjero.
CUARENTA
“Cuantas más puertas se te cierran en España, más bonitas ves las ventanas de Latinoamérica”
Sonia Guerra
A ntes de matricularme revisé la lista de carreras que había
y pensé: A ver, si ya me he licenciado en periodismo, que no tiene futuro, ¿cuál es la otra que todavía tiene menos? Y me
decanté por antropología. Y así decidí mi porvenir”, ironiza Sonia Guerra, una sevillana de 29 años que ha preferido siempre adentrarse en territorios desconocidos antes que escoger el camino fácil. Una manera de vivir y de tomar decisiones que la ha llevado hasta Nicaragua, Palestina o México, el próximo país al que viajará en febrero con la ayuda de una beca y en el que asegura que se quedará si le ofrecen la estabilidad económica y profesional que le niega su tierra natal. “Cuantas más puertas se te cierran en España, más bonitas ves las ventanas de Latinoamérica”, sentencia. Terminó la carrera de periodismo en 2010, cuando la crisis económica comenzaba a causar estragos en los medios de comunicación a los que aspiraba a encontrar un empleo. Han pasado casi seis años y Sonia ya se ha decantado por la antropología, pero recuerda perfectamente cómo se iban desmoronando una tras otra las plantillas de las cabeceras nacionales y con ellas, cualquier expectativa de emprender una carrera profesional en el sector para el que se había formado. “Ya estaba empezando a caer todo y llegaron los ERE. De hecho yo fui testigo de uno cuando estaba haciendo las prácticas y luego fueron despidiendo a muchos otros. Se quedó la gente joven y los becarios”. Y en ese escenario en ruinas se estrenó Sonia, que, desmoralizada, un año más tarde se decantaría por la antropología. “Claro que en mi decisión influyó la situación que vivía la profesión, porque si tú te ves con un futuro laboral aprovechas de otra forma ese aprendizaje y lo valoras más”, explica, “pero si ves que cuando terminas de becario te van a echar porque van a coger a otro, o que vas a estar trabajando 12 horas con un contrato de 4 o de 5, pues te desmotivas”.
Sonia rompió con el periodismo después de desfilar durante un año por las plantillas de diversos periódicos buscando hacerse un hueco en una de las profesiones más castigadas por la crisis. Entonces emprendió un viaje a Nicaragua, el lugar que terminaría por marcar su verdadera vocación. “Me marché con una beca de cooperación de la universidad de Sevilla y luego ya me quedé un poco más trabajando con una ONG. Tratamos el tema de la alfabetización en las comunidades indígenas y fue ahí donde se despertó mi interés por la antropología”, explica. Reconoce que ha elegido un terreno profesional todavía más denostado que el del periodismo, “ya no solo por los efectos de la crisis, sino porque las ciencias sociales en general han tenido poco peso en España”, una tendencia que, señala, se ha agudizado en los últimos años: “La investigación se ha reducido, los cursos no se dan y la adaptación a grado no está siendo buena”. Se refiere así a un escenario laboral que, según indica, contrasta con el mexicano, donde el interés por la antropología es notablemente mayor. “México es uno de los países punteros en la materia, entre otras cosas porque tiene un porcentaje importante de población indígena. Allí no solo le dan valor, sino que también hay puestos de trabajo disponibles, publicaciones y mucho más movimiento académico”. "Pongo mi mano en el fuego por México", afirma confiando en que el país centroamericano le ofrecerá más opciones laborales, sobre todo, asegura, teniendo en cuenta que la antropología y el periodismo “son dos actividades que en España están casi muertas”. Así que Sonia concentra casi todas sus esperanzas profesionales al otro lado del
Atlántico. “Me quedaré si ese país me ofrece una estabilidad económica y laboral”, promete. Antropóloga de vocación, Sonia no logra desprenderse de su faceta como periodista, un rasgo que siempre le acompaña y que le permite examinar con una mirada crítica las realidades a las que se ha enfrentado, en ocasiones sorteando obstáculos impuestos por intereses políticos de una de las zonas más conflictivas del planeta. “Cuando me fui a Palestina yo ya estaba vinculada con la antropología”, declara. “Trabajamos con los beduinos del Valle del Jordán, una zona bastante reprimida, dentro de la represión que vive todo el territorio”, explica. “Aquella experiencia me sirvió, no solo a nivel académico, sino para poder acceder a una realidad que no se refleja bien en los medios. Y te das cuenta de la manipulación informativa en torno al conflicto”, denuncia dejando que su otra vocación como periodista se abra paso. “La manipulación está en el enfoque, y creo que lo más flagrante es el tratamiento de las víctimas de uno y otro bando”. De Nicaragua a Palestina, a Sonia siempre le ha acompañado esa capacidad para enjuiciar las realidades más lejanas que ahora le ha valido una nueva oportunidad en México. Mientras cuenta los días que le faltan para emprender esta nueva fase de su carrera, no puede evitar contemplar con el mismo espíritu crítico la España que está a punto de abandonar: "Me apetece ser viajera, no emigrante. Es que es diferente. Me gusta pasar un tiempo en los países, vivir ahí, conocer, pero me gusta la idea de poder volver a casa, y eso es lo que me da más pena. Saber que no me voy porque quiera realmente, sino porque aquí no me ofrecen
nada".
CUARENTA Y UNO
“Trabajo en el Banco Mundial gracias al sistema educativo público español”
Fátima
F átima forma parte de una promoción de ingenieros de
caminos que al terminar su carrera se encontró con el panorama desolador de una España que, en plena crisis
económica, destruía empleo en su sector a un ritmo imparable al tiempo que caían en picado las condiciones laborales de una de las titulaciones más duras del sistema universitario. Sin unas perspectivas sólidas de futuro en España, esta salmantina de 30 años decidió probar suerte en el extranjero, logrando escalar hasta un puesto de trabajo en la sede de Washington del Banco Mundial (BM), el organismo internacional afiliado a la ONU de asistencia financiera a los países en vías de desarrollo. Desde su sede en la capital de Estados Unidos, se ha acostumbrado a viajar por todo el mundo, haciendo valer la calidad de una educación pública recibida que no deja de reivindicar como una de las mejores del mundo. Estudió Ingeniería de Caminos en la Universidad Politécnica de Madrid y poco después terminó un máster de comercialización y finanzas internacionales, una especialización que, según indica, la ha capacitado para acceder al departamento de transportes de la organización internacional. “Todo tiene que ver con el máster que hice. A través de él hay como diferentes fases. Primero estuve un año trabajando en la Embajada española de Washington y al año siguiente superé el proceso de selección para entrar en el Banco Mundial”, explica. Un puesto de trabajo que ostenta desde marzo de 2015 y en el que aspira a quedarse al menos un año más. Habla con infoLibre desde Ecuador, el país en el que se encuentra realizando una de las “misiones” encargadas por el Banco Mundial. “Suena un poco evangelizador, pero es que le llamamos así”, explica con una sonrisa que le surge con la misma naturalidad con la que describe sus funciones en la
institución: “Lo que hacemos es supervisar proyectos. Evaluamos que es financiable con fondos del BM, y después hacemos un seguimiento de que los procesos sean transparentes y de que se sigan las salvaguardas medioambientales y sociales, es decir, también supervisamos la parte técnica”. Esta salmantina ha logrado esquivar el escenario “deprimente” al que se han enfrentado en los últimos años los ingenieros españoles, expuestos a unas condiciones laborales degradadas tras la irrupción de la crisis económica entrando en una de las instituciones con más peso en la economía global. Una posición que difícilmente podría imaginarse cuando, en los últimos años de carrera, iba viendo cómo las expectativas depositadas en su especialidad iban cayendo una tras otra a golpe de recesión y desempleo. “La caída nos impactó a todos. Cuando nos estaban formando en la carrera nos decían que era duro y que muy pocos podrían salir a ejercer en un mercado con muy buenas oportunidades. Cuando acabé la carrera en 2010, de repente, ya no quedaba nada de eso. Uno se preguntaba ¿qué ha pasado con lo que nos habíais contando?”. Sin embargo, Fátima no iba a permanecer parada mucho tiempo esperando que le llegara la respuesta: “Estuve trabajando durante un par de años al terminar la carrera. Para la ingeniería civil fue duro, como para todos los demás sectores. Empezaron a aparecer personas formadas buscando un empleo al tiempo que caían los salarios y las condiciones laborales que antes habían sido más o menos aceptables. Llegó un punto en el que vi que era el momento de salir fuera, no solo por motivaciones económicas, sino para aprender”.
Ahora, Fátima reconoce estar agradecida al sistema educativo español. Preocupada porque las nuevas generaciones no dispongan de las mismas oportunidades que ella, echa la vista atrás para defender el acceso universal que le ha permitido superar el proceso de selección en una de las más altas instituciones mundiales. “Yo he llegado hasta aquí gracias al sistema educativo público español, porque para empezar, yo cuando estudié Caminos siempre tuve becas del Ministerio. No me podían quedar asignaturas, porque si no mis padres no me podían pagar la estancia en Madrid”. Un esfuerzo personal y familiar en el que también participó el Estado español, que ha contribuido en la formación de toda una generación cuya formación, afirma, nada tiene que envidiar a la de los países que ahora reciben el talento español. “En Alemania están encantados de que nosotros formemos profesionales y luego los enviemos allí a trabajar”, sentencia. Señala también como uno de los males que aquejan al mercado laboral español la mentalidad del empresario, poco acostumbrado a apostar firmemente por la formación y continuidad de los recién titulados. “En España el empresario no tiene una visión a largo plazo. Tienen una actitud de utilizar las capacidades de una persona, y no se dan cuenta de que hay formar a la gente. Y estoy de acuerdo en que hay que ceder algo para poder aprender, pero hay gente que ya tiene su titulación y que se tiene que volver a matricular de una asignatura de la carrera para poder seguir haciendo prácticas”, argumenta. “Eso debe cambiar, por lo menos para mejorar las condiciones de los más jóvenes”. Una demanda que coincide con la de muchos otros que ya han
conocido otros escenarios laborales fuera de las fronteras españolas. Fátima de momento no volverá a España, pero confiesa que sobre su cabeza planea siempre la idea del regreso. No obstante, teme que su actual currículum tenga difícil encaje en el mercado laboral: “Mi perfil ha cambiado mucho y ya no sé bien dónde podría encajar”. Mientras sigue examinando y evaluado proyectos de financiación por todo el mundo, observa una realidad española a la que aún no sabe si darle su aval: “Me gustaría ver que el Gobierno tiene una estrategia clara en cuanto a qué es lo que quieren hacer para que los jóvenes se queden en España, porque yo lo que sí que he visto es que tenían una política de incentivar a que la gente saliera fuera. Me gustaría ver en algún momento que apuestan porque la gente se quede. Ahí es cuando yo diría que se ha mejorado”.
CUARENTA Y DOS
“Mi madre me dijo: ‘No has estado diez años estudiando para trabajar de cualquier cosa’”
Cristina Torre
L e gusta el “jaleo” de España, el bullicio de su gente y sus
largas jornadas de sol, sin embargo, Cristina Torre, una pamplonesa de 29 años, renunció a su país natal hace poco
más de un año para viajar hasta Gran Bretaña. Cansada de enfrentarse día tras día a “ningún tipo de expectativas de futuro”, esta graduada en Criminología y licenciada en Ciencias Políticas decidió hacer las maletas y pasar a formar parte de la cada vez más abultada cifra de jóvenes que se han visto forzados a atravesar las fronteras “para buscar el trabajo que no tienen en España”. Tomó la decisión de marcharse en septiembre de 2014, el mes en el que terminó el Grado de Criminología, una titulación de reciente homologación que, todavía, no logra encajar en un mercado laboral que concede pocas salidas a estos profesionales. “En España no tenía ningún tipo de perspectiva, porque las oposiciones para criminólogos no se convocan al ser un grado nuevo; están cerradas solamente a la gente que viene de Derecho, entonces no tenía ningún tipo de posibilidades de opositar ni de trabajar en nada”. En pleno contexto de crisis, y sin más opciones que las de abrirse paso en una administración pública que limitaba la entrada a los de su especialidad, Cristina vio clara su salida al extranjero. “Tengo casi 30 años. No podía quedarme esperando tres o cuatro más a que se lograra que se publicaran plazas para criminólogos”, asevera. Esta pamplonesa, que entonces ya conocía a su novio inglés con el que ahora convive, vio en Gran Bretaña la oportunidad de emprender una carrera profesional que está más arraigada en el país anglosajón que en su propia tierra. Allí, según explica, las posibilidades de encontrar un trabajo relacionado con su sector aumentan considerablemente, aunque se empiece desde abajo. “En España funciona todo por oposición y aquí hay muchas posibilidades de trabajar
con menores, inmigrantes, mujeres maltratadas u otro tipo de colectivos”, concluye. Desde el más bajo de los peldaños, Cristina se ha propuesto escalar posiciones en el mercado laboral británico. Primero como camarera para mejorar su inglés, “cómo hacen la mayoría de españoles licenciados que han llegado hasta aquí”, enfatiza; y después como voluntaria en un centro infantil, una manera habitual de aspirar a un puesto de trabajo relacionado con su formación, según indica. “Aquí sí que se ve que progresas. Si empiezas de cero las oportunidades aparecen, aunque por supuesto, te pueden rechazar, eso es evidente, pero puedes optar a mejorar tu posición”, revela al tiempo que protesta por el cada vez más rígido e inmovilista escenario laboral español, en el que “empiezas siendo camarera en un restaurante, y treinta años después sigues dedicándote a lo mismo”. Cristina, que tendrá que compaginar su actividad como voluntaria en el centro infantil con un trabajo remunerado, no renuncia a los esfuerzos invertidos en su formación durante diez años. “Aunque vivo con mi novio, que tiene una buena posición profesional, tengo claro que en el futuro yo no quiero ser ama de casa ni mujer florero. Yo lo que quiero es aplicarme en lo que he estudiado”. Una condición autoimpuesta con la que también su propia familia la animó a marcharse. “Mi madre me dijo: 'No has estado diez años estudiando dos carreras para trabajar de cualquier cosa. Creo que debes luchar por encontrar un empleo de lo tuyo'”, una meta a la que se han visto obligados a renunciar los miles de jóvenes españoles que, desde la entrada de la crisis económica, han tenido que aceptar trabajos por debajo de
su nivel de formación. Se reconoce en esa generación perdida que, “o se ha tenido que marchar fuera, o se ha visto obligada a renunciar a empleos acordes a su formación”. Se siente parte, en definitiva, de esa masa de titulados españoles que, desde las universidades, soñaban con un éxito profesional que nunca les llegó. “Si valías para estudiar, te licenciabas y después de cabeza a un máster, y después de eso, la promesa de trabajar en lo tuyo. Una mentira”. Es el reproche de alguien que comparte la frustración con otros cientos de compatriotas que ahora viajan al extranjero buscando las oportunidades que les ha negado su país. “Te crees que te vas a comer el mundo y te plantas con 30 años sin nada”. Y contundente, no esquiva el término “emigrante” para referirse a sí misma y a los miles de españoles que han atravesado las fronteras buscando el trabajo que España les ha negado. “Lo siento, pero es lo que somos. Nos marchamos a otros países donde sí hay empleo. Es tan sencillo como eso. Qué le vamos a hacer…”
CUARENTA Y TRES
“Siento que estoy haciendo un sacrificio viviendo en el extranjero por un futuro mejor en mi país”
Thais Gutiérrez
T hais
Gutiérrez lleva cinco años retornando a España. Cada dos meses, esta madrileña de 31 años se ha impuesto la rutina de viajar hasta Madrid para encontrarse con la
hermana que nacía al tiempo que ella preparaba su equipaje rumbo al extranjero en busca de un destino profesional que su país natal no ha dejado de negarle. Licenciada en Relaciones Públicas y Publicidad y con un máster en comunicación sociocultural, en la actualidad trabaja en Dublín como analista de contenidos para una multinacional líder en el sector de las redes sociales. Una oportunidad que no deja de agradecer al tiempo que reconoce la nostalgia que le produce estar lejos de su familia. Dublín no es la primera capital europea que la acoge como emigrante. La precariedad laboral, el desempleo y la falta de oportunidades la empujaron previamente a Roma, la ciudad a la que llegó primero para realizar sus prácticas de carrera y posteriormente de la mano de una beca concedida por la UNED para trabajar durante dos años en el Instituto Cervantes de Italia. “Era becaria, aunque mi salario estaba muy bien, porque se acercaba a un sueldo de jornada completa y cotizaba”, explica. Transcurrido ese período, esta madrileña intentó prolongar su relación profesional con la institución española, sin embargo, los recortes en educación abortaron sus pretensiones. “El Cervantes dijo que querían que siguiera con ellos, pero en la UNED ya estaban eliminando todas la plazas que tenían en el extranjero”, recuerda. Lejos de su familia y de España, Thais, que ya había iniciado una nueva vida al lado de su compañero italiano, se vio nuevamente amenazada por una precariedad que la acercaba al punto partida. Para ninguno de los dos permanecer en Italia, otro país ensombrecido por la austeridad y la crisis, era una opción. “Mi chico romano,
Marco, me propuso irnos a Madrid, así que lo sopesamos y echamos currículos, pero obtuvimos cero respuestas, así que pensé: '¿qué sentido tiene ir a Madrid a casa de mis padres si ni siquiera me contestan a los correos electrónicos?'”, recuerda con la indignación del que no encuentra recompensa alguna a sus esfuerzos: “Piensas 'oye, tengo una experiencia, una licenciatura, un máster, he estado trabajando fuera, hablo varios idiomas, ¿qué pasa?'. No entiendo nada”. Con las opciones agotadas en sus respectivos países natales, se encontraron con que el éxodo de españoles en el extranjero les abría las puertas a numerosos destinos. “Empezamos a contactar con todos los amigos españoles que teníamos por el mundo y al final nos decantamos por Dublín”, explica agradecida a la hospitalidad de sus compatriotas. “Mandé mis cajas a España, hice mis maletas y me fui a Dublín sin pasar por Madrid. Allí, nos acogió un gran amigo español que nos ofreció asilo en el sofá de su salón”, recuerda. “Llegamos en pleno invierno. Horrible total. Depresión. Dublín es una pequeña ciudad de casas bajas victorianas. Si vienes de una gran ciudad como Madrid, pues piensas que estás en la periferia de algún sitio raro. Eso ya choca un poco, pero bueno, decidimos darle tiempo”. Ni el frío, ni la lluvia irlandesa nublaron la ambición de encontrar una nueva oportunidad para esta pareja que solo tuvo que esperar un mes para encontrar la estabilidad por la que habían cruzado buena parte de Europa. “Esperamos un mes, el tiempo que tardaron en llamar a mi chico para ofrecerle un empleo”. Un empleo en el que Marco ya ha escalado posiciones hasta
alcanzar un puesto de responsabilidad. “La posibilidad de crecimiento aquí es bestial”, asevera al tiempo que reclama para su país un modelo productivo más abierto a la capacidad de innovación de los recién incorporados a las empresas españolas. Thais, que también celebra haberse incorporado con una celeridad impensable al mercado laboral irlandés, confiesa aún con cierta sorpresa cómo en apenas unas semanas había mejorado su situación por encima de sus expectativas. “En dos meses duplicamos nuestro salario y nuestro nivel de vida”, explica. Sin embargo, sabe reconocer las flaquezas de un sistema de contratación, que al igual que el español, pone al trabajador en la incertidumbre de la temporalidad. No obstante, elogia la apertura de miras a las que están acostumbradas las empresas irlandesas, más proclives a incorporar las sugerencias de los recién llegados: “Si trabajara ahora en España, no tendría la oportunidad de vivir este tipo de dinámicas, como reuniones con gente de un montón de países, y videoconferencias con Estados Unidos tomando decisiones. Parece que en España para llegar a ese nivel de responsabilidad tienes que tragar una cantidad de años y de mierda”. Después de cinco años acumulando experiencia, formación e idiomas, Thais sigue planificando sus tan breves como frecuentes vuelos a España, donde sabe que le espera su familia, su hermana y sus amigos. Una bocanada de aire que la impulsa a continuar con esa carrera laboral que espera que un día le lleve de vuelta a su Madrid natal. “Quiero pensar que el momento de regresar va a llegar, porque siento que estoy haciendo un sacrificio viviendo en el extranjero por
un futuro mejor en mi país”.
CUARENTA Y CUATRO
“Quienes dicen que somos aventureros nunca han emigrado y viven en una burbuja”
Miguel Ángel Castillo
M iguel Ángel Castillo ha logrado zafarse del miedo y la
inquietud social que vive París, la ciudad en la que reside y trabaja como enfermero desde hace ya más de cuatro años y
que sufre ahora las secuelas de los brutales ataques terroristas perpetrados el pasado 13 de noviembre. Con el tono sereno, este malagueño de 27 años reconoce a infoLibre sentirse abrumado por las medidas de seguridad y la ostentosa presencia militar y policial impuesta en la capital europea, aunque, asegura, no renunciará a la estabilidad laboral que todavía España le sigue negando y que logró encontrar en el país galo. “Tras los atentados mi tía me dijo ‘¿Por qué no te vuelves?', y yo le respondí: ‘¿Para qué, para cruzarme de brazos y ver cómo pasa el tiempo?’”. Los atroces atentados del pasado 13 de noviembre y el clima de terror social que han generado, no han logrado frenar las ganas de continuar con el proyecto personal y profesional de este enfermero que se marchó a la capital francesa en septiembre de 2010 huyendo de una España asediada por los recortes en el sistema de salud público. Como tantos otros compañeros de promoción, Miguel decidió entonces labrarse un futuro fuera de las fronteras de su país natal. “Yo aquí soy funcionario, algo que allí no es tan fácil. Podría quedarme en Francia hasta que me jubile, si quiero”, explica al tiempo que destaca su agradecimiento al país vecino: “Los españoles que vivimos aquí tenemos mucho que agradecer a Francia, porque en cierto modo, ellos nos han dado el trabajo que nuestro país no ha querido ofrecernos. Y a veces nos asalta la misma pregunta: ¿Qué pasa, este país me quiere pero el mío no? Es un poco raro”, asevera. Miguel, que insiste en destacar la hospitalidad francesa, reconoce que tras pasar su primer año en el país vecino, intentó reemprender su carrera como enfermero en España,
un objetivo del que, tras siete meses de búsqueda incesante, tuvo que desistir ante la escasez de unas ofertas laborales que, en todo caso, lo destinarían a algún lugar remoto de la geografía española. “Podría haber optado a plaza, pero lo rechacé porque eran de las últimas que quedaban y ninguna eran de mi especialidad [pediatría]. Y la verdad es que para irme a un sitio perdido de la mano de dios, preferí buscarme otra vez las habichuelas y marcharme”, explica.
Miguel Ángel Castillo
Español de nacimiento, pero parisino de adopción, Miguel dice haber sido tratado siempre “como un igual”. Integrado plenamente en la sociedad del país que lo acoge, reconoce haberse sentido presa de la psicosis colectiva que enrarece ahora la convivencia en una de las capitales más cosmopolitas y multiculturales de Europa. “La gente está
asustada, los ves en el metro con miradas de sospecha y, tengo que admitirlo, te acabas contagiando”, reconoce este andaluz que se resiste a dejarse arrastrar por el estado de alarma social generado tras los ataques. Un estado de alarma social lógico, en su opinión, pero que se ha visto reforzado, tanto por la inusual presencia militar, como por el papel de la mayor parte de medios de comunicación que no dejan de repetir incesantemente las más crudas imágenes de los ataques. “Creo que los medios de comunicación son excesivamente morbosos. No hay filtro en las imágenes de los noticieros, y me parece que fomentan el miedo”, asevera. Abrumado por una presencia militar que ya ha empezado a despertar recelos entre los ciudadanos y los poderes públicos, Miguel intenta mantener la cabeza fría para sustraerse del ambiente de estado de excepción que parece haberse implantado en las dos capitales europeas. “Yo digo que a mí no me parece bien que el ejercito esté en la calle, no me parece normal. Tenemos a la policía y ellos hacen esa labor”, explica. Tampoco puede evitar ponderar el papel de las fuerzas de seguridad españolas tras los ataques del 11 de Marzo. “Después de nuestros atentados en Madrid, es la única vez que he visto a los militares en la calle, y fue porque pensaban que podría haber algún atentado en el tren que va de Málaga por la costa”, recuerda. ¿Regresará a España? “Nunca digas nuca”, responde este enfermero que, aprovechando la estabilidad profesional que le garantiza el país galo, se plantea ahora planificar un futuro que amplíe su vocación sanitaria. “Puede ser que el año que viene me pida una excedencia para estudiar en Francia un máster de Coordinación de proyectos internacionales a nivel
humanitario. Espero meter un poco de cabeza en organizaciones como Acción contra el hambre, Acnur o Médicos del Mundo para acciones de coordinación y cooperación, aunque no me importaría empezar como enfermero”. Pese a ello, Miguel no se reconoce en el perfil de aventurero que algunos, interesadamente, conceden a la emigración española: "La mochila de Dora la Exploradora está bien, pero no va conmigo. La emigración no es ningún camino de rosas. Los que dicen que somos aventureros nunca han emigrado, viven en una burbuja y no saben lo que es esto". Con su familia en España, a Miguel le esperan unas navidades que, afirma, serán especialmente "complicadas": “En esas fechas, por ejemplo, no podré bajar. Soy una persona familiar y sé que esos momentos se me harán duros”. Que la emigración “no es un camino de rosas”, es algo que, como explica a infoLibre, le ha demostrado el día a día. El mal trago que supuso para su familia vivir los atentados de París desde España y las navidades alejado de los suyos son solo algunos de los malos momentos que ha tenido que vivir este malagueño que ahora se plantea salir de una Europa cuyos valores, advierte, están en caída libre: “Estamos en un momento en cuanto a lo que es Europa en el que se ha perdido un poco el rumbo de las cosas. Con la respuesta a las crisis migratorias y la crisis económica, sus valores parece que se han perdido. Ya se regalan o se venden, así de claro. En muchos aspectos no me identifico con lo que está pasando en la sociedad europea, por eso quizá, también tengo la idea de ir a otros sitios, de meterme en proyectos humanitarios para ver qué ocurre fuera de aquí”.
CUARENTA Y CINCO
“Veo difícil hasta encontrar unas prácticas en España”
Yessica Bonilla
Y essica Bonilla no dudó en hacer las maletas. Si España era incapaz de ofrecerle una salida, habría que buscarla por tierra, mar o aíre, lejos de sus fronteras. Como otros miles de
españoles de la generación de la crisis, el futuro laboral de está jienense de 27 años titulada en Ciencias Ambientales, empezaba con un billete de avión rumbo a Londres, la ciudad a la que llegó hace casi tres años para “mejorar su inglés” trabajando como au pair y esquivar así el desempleo. “Pensé que, para estar parada, sería mejor irme, aprender un idioma y ganar mi dinero”, apunta. Ahora Yessica prepara su regreso a España, donde le esperan las prácticas del máster de gestión y calidad medioambiental que ha estado cursado a distancia. Con el billete de ida para su país natal en el bolsillo, explica a infoLibre el temor a enredarse en el incierto clima laboral español que dejó hace muchos meses. Se marchó a Inglaterra como muchos otros, con la idea de establecerse provisionalmente para aprender una segunda lengua y ganar lo justo para llegar a fin de mes. “Salí de la carrera e hice un curso de monitor de medio ambiente, pero no encontraba trabajo, empecé a estudiar el inglés en España y tampoco avanzaba. Así que una amiga me aconsejó que probara como au pair. Me puse a ello un domingo y al día siguiente ya tenía una familia que me quería y me marché”, explica desde su casa de acogida. A pesar de que, a lo largo de su estancia, Yessica sopesó en alguna ocasión el regreso, esta joven andaluza se fue cargando de motivos para prolongar su presencia en el extranjero. Casi con la misma celeridad con la que logró encontrar una familia de acogida, le llegó la oportunidad de trabajar como profesora de español en una academia de idiomas. “Empecé a mandar mi currículum a colegios, y en poco tiempo me contestó un centro donde estuve dando clases durante un cuatrimestre”, recuerda. “Luego pensé
volver a España, porque estaba ya harta de la vida de au pair, pero mi inglés no era todavía muy bueno y con ese trabajo podía estudiar el máster y mantenerme, porque, aunque te pagan poco, no te haces cargo de facturas ni de comida”, algo que, según indica, le ha permitido ahorrar para regresar a España y poder enfrentarse la prácticas de su máster sin tener que recurrir a la ayuda económica de su familia. De España a Londres y ahora de Londres a España, esta andaluza no ha dejado de mejorar su currículum mientras compaginaba la experiencia au pair con otros empleos como profesora de español en una academia de idiomas o cuidando niños. Durante sus más de dos años y medio de estancia en la capital británica, sus perspectivas profesionales crecían al ritmo que completaba su formación con un máster a distancia que ahora le obliga a regresar a España. “Vuelvo en diciembre porque necesito hacer las prácticas”, explica todavía desde Wimbledon, el selecto barrio londinense en el que reside y desde donde aún sigue remitiendo su currículum con la esperanza de encontrar el puesto de becaria que todavía no le han ofrecido. “Veo difícil hasta encontrar unas prácticas en España. Todos me responden: 'Te tendremos en cuenta', pero nada”, explica desde la frustración de alguien que se enfrenta a serias trabas, no solo para encontrar un empleo, sino para terminar su formación. “Quiero hacer las prácticas aunque no sean remuneradas”, insiste. Decidida a regresar a su Andalucía natal, Yessica sabe que tendrá que enfrentarse a un desolador panorama laboral que no concede ninguna tregua a los ambientólogos. “De mis amigos y compañeros de promoción, si hay alguien trabajando en nuestra materia, serán una o dos personas. Los
demás están o de camareros, o pensando qué harán con su vida. Están todos fatal”, explica al tiempo que reflexiona sobre las noticias que le han ido llegando de España: “Todo el mundo me advierte: 'Yessica, España está muy mal…'. Sin embargo, esta andaluza se ha propuesto sortear el pesimismo: “Quien no busca no encuentra”, dice. “Prefiero ser positiva. Creo que voy a encontrar algo”, afirma con una risa que, a pesar de todo, deja entrever la falta de confianza en las posibilidades que ofrece ahora la España de la crisis y la precariedad. “Espero compaginar las prácticas con otro trabajo, aunque sea de camarera”, afirma consciente de que tendrá que multiplicar sus esfuerzos para conservar la independencia económica que ha alcanzado en el extranjero. “No sé… me siento mal si le tengo que pedir dinero a mis padres con 27 años”, afirma. Resuelta a evitarle esa carga a su familia, esta jienense se ha propuesto aceptar todos los trabajos extras que le ofrezcan a pocos días de abandonar Inglaterra. “Ya me gustaría disfrutar más de Londres, pero claro, necesito el dinero”, reconoce. Yessica volverá a casa a finales de este año. Sin embargo, retorna con la misma incertidumbre con la que un día decidió marcharse al extranjero. Preocupada por las malas noticias que, pese a los discursos de la recuperación, siguen llegándole desde su Jaén natal, guarda en su bolsillo un billete de ida al que no sabe si le acabará por seguir otro de vuelta. “Siempre me quedará Londres…”
CUARENTA Y SEIS
“Siempre tendré la satisfacción de haber estudiado, pero no plegaré mi vida a un sueño imposible"
Judith Ortega
E res española? ¿Te podemos hacer una pregunta?, ¿Por qué
todos los españoles venís a Bristol? – Dos clientes del restaurante donde Judith se gana la vida como camarera la
asaltan con estas preguntas al tiempo que ella, cansada después de una larga jornada de trabajo, les retira los platos de la mesa. –Bueno, supongo que conocerán cómo ha afectado la crisis a España… –responde con ingenua amabilidad– Esta es una ciudad verde, grande, con mucha gente joven… –Sí, sí, ¿pero por qué Bristol? –insisten– ¿Por qué, de tantos sitios a los que os podéis ir, tenéis que elegir este? –le espetan con una hostilidad que hasta ahora sólo había conocido como espectadora en la España que aún recibe con el mismo recelo al inmigrante extranjero. Navarra, titulada en Ingeniería química y, ahora emigrante y camarera de profesión en Inglaterra, Judith Ortega jamás se había imaginado que, como ciudadana española, pudiera ser objeto de la misma intolerancia con la que, en demasiadas ocasiones, la Europa de la integración recibe a aquellos que intentan traspasar sus fronteras. Ni el desempleo, ni la crisis económica bastaron como respuesta a la pareja británica que se encaró con ella para protestar por la creciente afluencia de emigrantes españoles que, como Judith, eligen Gran Bretaña como destino preferente. A pesar de la escena, prefiere no caer en el victimismo. Tras más de dos años viviendo en Bristol, la ciudad en la que ha ido alternando trabajos en la hostelería, esta Ingeniera química de 29 años prefiere mostrarse agradecida a la sociedad que la acoge y que le ha permitido huir de la precariedad laboral a la que estuvo expuesta. “En España trabajaba por 700 euros como camarera, 40 horas semanales [en una importante cadena comida rápida de marca española], con un contrato de formación de 30 horas y en el
que se contemplaba una supuesta formación que nunca recibí”, recuerda. El mismo día que firmaba el contrato de trabajo en España para la empresa de comida rápida, Judith rechazó firmar la baja voluntaria sin fechar que su jefe puso ante sus ojos antes de siquiera iniciar su primera jornada laboral. Su negativa a aceptar esta práctica fraudulenta (habitual en esa empresa) no impidió su incorporación al puesto de trabajo, pero cargó de motivos la maleta que meses después se llevaría a Inglaterra y que también rebosaba de ilusión por vivir una experiencia en el extranjero. “Desde que era pequeña he tenido claro que me quería ir. No quería que me faltara esa vivencia. También oyes a todo el mundo decir que ahí tienes trabajo, que te valoran y piensas: 'me voy, por intentarlo que no quede'”. ¿Y qué queda de la ingeniería química? “Siempre tendré la satisfacción de haber estudiado, pero no voy a plegar mi vida a un sueño que es imposible. Olvídate de lo que quieres en tu vida, céntrate y se realista”, afirma contundente, serena y sin apenas suspirar por el sueño de dedicarse a aquello para lo que se formó. Un sueño que se esfumó tan pronto como llegaron la crisis y los recortes en I+D+i, los mismos que terminaron por apartarla del proyecto que le habría dado la esperanza de continuar su formación. “Cuando empecé mi proyecto, mi tutor me dijo que habían concedido una beca a todas las ingenierías para diseñar un coche de hidrógeno, pero a los seis meses me dijeron: 'se ha acabado el dinero, gracias por venir, buenas tardes'. “Quiero vivir y disfrutar de lo que puedo. Si de repente no puede ser, me reciclaré, renaceré a lo ave Fénix”. Sus
palabras no suenan huecas. Judith se expresa con la convicción de alguien que ha decidido reinventarse, empezar de nuevo y volver a ilusionarse con otros proyectos profesionales: “Me estoy planteando estudiar algo aquí, algo de restauración y en un medio-largo plazo me gustaría montar un negocio”. Una idea que ya barajó en su país natal pero que abandonó por las trabas a las que se exponen los pequeños emprendedores: “Durante un tiempo pensé en crear un negocio en España con una amiga, pero desistí por la cantidad de cosas que te piden y los avales que nos exigían. Mi padre está en el paro y mi madre cobra 700 euros al mes ¿Cómo les voy a pedir un aval de 60 mil euros y que pongan su casa?”. Decidida a dejar atrás la crisis española, la precariedad, y hasta los esfuerzos depositados en su formación, Judith decidió reiniciar su historia entre las estrechas paredes de un hostel al que no duda en llamar Alcatraz. “Imagina una habitación de seis plazas con 14 personas en literas, con cajas para meter tu ropa, sin duchas, sin agua caliente. Uno ronca, otro fuma, otro pone música, entran, salen, pero te acostumbras…”. Y a eso se acostumbró durante un mes, como también lo hacen las decenas de españoles que, según indica, eligen esta opción para salir del paso en una ciudad donde el alto precio de la vivienda lleva a algunos a aprovecharse de la situación de precariedad en la que llegan a Bristol la mayoría de los jóvenes. Poco tiempo después, logró acomodarse en el pequeño apartamento que ahora comparte con su pareja. A pesar de que Judith ha depositado todos sus esfuerzos y expectativas profesionales en la Inglaterra donde se ha
propuesto emprender una nueva vida, espera también un nuevo comienzo para la España que dejó atrás y a la que reconoce que un día le gustaría regresar. “Creo en el cambio. Las cosas no pueden seguir así, tantas cosas han ido mal… hay que intentar algo nuevo”, reflexiona después de protestar por las trabajas y confusiones generadas con el voto exterior: “No he podido votar”. Sin embargo, Judith ya ha encontrado la fórmula para participar en las próximas elecciones generales del 20 de diciembre. “Mi abuela me dijo: 'Hija mía, tú que no puedes votar, dime a quién voto'”.
CUARENTA Y SIETE
“Me da muchísima pena por mi familia y amigos, pero no veo ningún futuro para España”
Ignacio
P rimero me fui de Erasmus y a partir de ahí empecé lo que
suelo llamar 'mi ruta del emigrante' de Sur a Norte”, asegura Ignacio, un ingeniero informático de 29 años cuyo itinerario
laboral ya ha hecho escala en Italia, Reino Unido e Irlanda, donde finalmente ha recalado en una de las principales firmas financieras del mundo. Y pese a que se sabe de una rama profesional que registra una alta tasa de ocupación en España, reconoce que se marchó para escapar de las largas jornadas de trabajo y las precarias condiciones laborales que también afectan a los informáticos. Implicado en movimientos sociales como Marea Granate, Ignacio da muestras de su apoyo a los compatriotas que peor lo están pasando. Aquellos que, como afirma, no han dejado a su familia y amigos por una mejor oportunidad laboral, sino simplemente para “poder comer todos los días”. Desde la capital irlandesa, la ciudad que se ha convertido en “el Silicon Valley europeo”, Ignacio detalla para infoLibre su experiencia en un país que, pese a la crisis económica sufrida, no ha dejado de apostar por la I+D+i como modelo de desarrollo. Informático de profesión, Ignacio siempre confió en que al terminar su carrera esquivaría los golpes que la crisis económica estaba propinando sobre la España de los más de cinco millones de parados. Pero seis meses como becario en una de las principales empresas de telefonía española, bastaron para hacerle ver que ni los informáticos, con una de las tasas de ocupación más altas, sortearían los zarpazos de la precariedad que trajo consigo la reforma laboral. “Hay trabajo, pero sin ninguna calidad”, admite Ignacio, que no tardó en poner rumbo al norte con la intención de evitar las largas jornadas a las que dice, se enfrentan sus compañeros de promoción. “Ninguno de mis compañeros de facultad es 'mileurista', sin embargo, la calidad del trabajo y su
valoración está muchísimo peor. Además, tengo compañeros que salen a las nueve de la noche como regla, lo que no te deja tiempo para disfrutar de tu vida. También somos personas, y el reto es compatibilizar tu tiempo de trabajo con tu vida personal. No pueden ser ámbitos separados”, concluye. “Lo cierto es que Dublín se ha convertido en un auténtico paraíso para los ingenieros informáticos” afirma Ignacio, que hace tres años se vio atraído por las condiciones laborales que le ofrecía la capital europea, convertida ahora en sede de las grandes multinacionales de la tecnología. “Debido a que el impuesto de sociedades es tan bajo, todos los gigantes informáticos se han ido a Dublín”, explica. Una realidad que sitúa a Irlanda en la lista de los señalados como “paraísos fiscales” , y que la ha convertido en un verdadero imán para el sector de los informáticos españoles. “Aquí hay muchas oportunidades muy bien pagadas, y sobre todo muy bien valoradas en todos los niveles, así que para una carrera como la mía es ideal profesionalmente”, expone al tiempo que no duda en contraponer la situación laboral irlandesa y española. “Mira los horarios españoles: Gimnasios que abren hasta las doce de la noche porque la gente termina de trabajar a esas horas. El no tener tiempo para ti mismo no solo genera frustración, sino que termina por afectar a la productividad. Eso es impensable aquí en Irlanda”. Con sus luces y sus sombras, Irlanda ha hecho junto con la reducción fiscal para las grandes multinacionales, una apuesta por la I+D+i que ha salvado una economía que, tras el estallido de su burbuja inmobiliaria, se vio abocada al rescate financiero. “Se ha notado mucho la apuesta por las nuevas
tecnologías y la investigación, que han dado un mayor espacio a ingenieros”, explica. Un hecho que, como indica, contrasta con la situación española. “En España, sin embargo, es lo primero en lo que se recortó, tanto en la empresa privada como desde el Estado. Eso hace que se note mucho la diferencia”, concluye. A pesar de que Ignacio reconoce haber hallado una buena posición en el mercado laboral irlandés, se muestra sensible con aquellos compatriotas que todavía no han recibido ni la misma suerte, ni el reconocimiento profesional que se merecen. Para ellos reclama el título de emigrantes forzados a marchar, una figura en la que él no se reconoce: “Sería una falta de respeto que me pusiera en el mismo grupo que aquellos que han tenido que salir simplemente para poder comer”, manifiesta. Como miembro del movimiento Marea Granate, ha participado en la denuncia de las terribles condiciones de abuso y explotación que han sufrido parte de las au pairs españolas que han buscado una oportunidad lejos de sus fronteras: “He visto chicas con una o dos carreras, con un máster, gente competente convertirse en un cero a la izquierda solo por no tener empleo y no estar en su país”, protesta. A este empleado de una importante entidad financiera tampoco se le escapan los datos macroeconómicos que le llegan de todas partes del mundo, unos datos que lo acercan a la realidad económica española, cuya recuperación, dice, se asienta en una endeble base: “No solo no me creo el discurso de la recuperación, es que es inexistente. Es solamente una recuperación de factores de mercado global. No tiene nada que ver con nosotros ni con el nuevo modelo
laboral”. Y advierte: “Lo primero que se ha recortado es en investigación y desarrollo. Cuando esos factores externos de recuperación se esfumen, volverá la crisis, la recesión y el desempleo. Pero el estado social se ha recortado tanto, que para entonces ya no quedará ningún colchón para soportarla”. Su conclusión es rotunda: “Me da muchísima pena por mi familia y amigos, pero no veo ningún futuro para España”. Durante los más de tres años pasados en el extranjero, Ignacio no ha dejado de luchar ni un momento por “una vida normal” tanto para él como para aquellos que han salido de las fronteras españolas en busca de una oportunidad. Implicado en la plataforma Marea Granate, protesta por las trabas a las que se ha visto sometido el voto exterior, una circunstancia de la que también dice haber sido víctima. “Me siento robado, lo ponen prácticamente imposible. Cada uno debería ser libre de votar para poder participar de un país mejor y más justo. Es un lujo histórico poder votar y decidir tu futuro”.
CUARENTA Y OCHO
“Los recortes de los últimos años casi han matado la investigación en España”
Diana Campillo
D iana Campillo volvió a casa por Navidad una semana antes
de lo habitual. Estudiante de doctorado en la Universidad de Amberes (Bélgica), esta ilicitana de 28 años regresó a su Elche
natal antes de lo previsto para asegurarse de que su voto contaría como uno más en el recuento de las pasadas elecciones generales del 20 de diciembre. "Si yo meto el sobre en la urna, me aseguro de que llega a su destino", dice esta bióloga que señala estos comicios como un acontecimiento histórico al que no quería faltar. Con la sensación del deber cumplido, apura ahora los días de Navidad junto a su familia, a la que tendrá que volver a despedir para regresar a Vilvoorde, la ciudad que la acoge desde hace un año y en la que se establecerá por al menos otros tres hasta terminar su tesis doctoral en inmunología tumoral. Diana hizo las maletas en enero de 2015 para estar más cerca de su pareja Carlos, un matemático español que, tras terminar su máster, no logró encontrar espacio en una España que en los últimos años ha segado la inversión en Ciencia hasta reducirla a niveles de 2003, y de la que se vio forzado a marchar para continuar su carrera. "Estuvo buscando becas, solicitó la de Formación de Profesorado Universitario (FPU) y no se la dieron porque las habían recortado. Se convocaron menos y además eran de menor cuantía, así que le salió una en Bélgica y se marchó", explica. Conscientes de que sería difícil que a él le llegara una oportunidad en España, creyeron más factible establecer Bélgica como destino común: "Vimos que era yo la que podía tener más opciones allí", una intuición que no tardó en materializarse cuando logró acceder a una beca por cuatro años que le permitiría terminar su tesis doctoral en el país europeo. ¿Aventurera o expatriada económica? Más lo primero que
lo segundo, reconoce esta bióloga que se sabe afortunada por haber podido disfrutar de una beca predoctoral en España antes de tomar la determinación de marcharse. Sin embargo, no tarda en matizar: "Ese no es mi caso, pero sí el de mi novio, que no encontraba un trabajo en el ámbito académico o de la investigación y tuvo que irse antes que yo", afirma consciente de una realidad que no solo ha empujado al exterior a su pareja, sino a cientos de titulados "que no pueden acceder a una beca y tienen que realizar su doctorado sin cobrar al tiempo que se buscan un trabajo complementario", denuncia para después reclamar la necesidad de que la carrera investigadora se reconozca como un trabajo remunerado: "Esto es algo que España tiene que cambiar, porque es cierto que cuando preparas una tesis doctoral te estás formando, pero también estás generando unos resultados y unos beneficios a la universidad o al centro de investigación que finalmente revierten sobre el país". Diana demanda así a las instituciones que pongan en valor el creciente reconocimiento social que la Ciencia y la profesión investigadora ha adquirido en los últimos años. Un reconocimiento que queda evidenciado en la reciente encuesta elaborada por el FECYT, y en la que se reseña que un 79,8% de los encuestados considera que el Ejecutivo debería aumentar sus partidas presupuestarias en investigación. "Yo creo que la sociedad sí que es consciente de la trascendencia de la profesión, el problema son las instituciones y el Gobierno, que no le dan la misma importancia que la gente", protesta esta estudiante predoctoral que no duda en señalar a los recortes como uno de los grandes males que atenazan su sector hasta casi
reducirlo a la nada: "Lo que ha pasado en los últimos años con los recortes casi ha matado la investigación en España", concluye. Mientras los recortes no dejan de producirse, los científicos luchan ahora por no convertirse en una profesión en peligro de extinción o en un sector acostumbrado a enfrentarse a la precarización, el envejecimiento de las plantillas y la estrechez de recursos, tal y como viene produciéndose en los últimos años y como advierte la Confederación de Sociedades Científicas de España en su informe de 2016. Una tendencia que Diana urge a invertir para además, hacer regresar a los que se han marchado. "La fuga de cerebros no es ninguna leyenda urbana. Es una realidad", apunta despreciando las declaraciones que hace algo más de un año emitió el presidente del CSIC Emilio Lora-Tamayo. "Si hay inversión en I+D+i, que es muy necesaria, probablemente los que se han ido fuera regresarán", declara a infoLibre. Testigo de la descapitalización a la que se ha visto sometida la Ciencia en los últimos años, Diana ve inviable un pronto regreso a España. "Si cambian las cosas pues sí, obviamente aquí tenemos a nuestra familia y amigos y la tierra siempre tira, pero también hay que trabajar y buscarse la vida. Así que iremos donde haya trabajo, y en España de momento no pinta que vaya a haber ningún futuro", asevera esta joven que se identifica en esa generación perdida, que o se ha visto forzada a marchar o "no tiene opciones ni para estudiar, ni para trabajar". Esa generación que dice, se encuentra en "una especie de limbo o tierra de nadie", expuesta a un futuro incierto. "Yo creo que la gente
no está perdida, sabe lo que quiere, pero no puede. Me pregunto qué les pasará en un futuro, cómo van a alcanzar la estabilidad, la independencia".
CUARENTA Y NUEVE
“En España la única salida para un científico es cruzar la frontera”
Lara Bossini
M ientras otros niños aún aprendían a ensamblar sencillos
mecanos juntando bloques de plástico, Lara Bossini ya soñaba con cortar, enlazar y secuenciar largas cadenas de
ADN. Tenía apenas cinco años cuando, acompañada de su padre, visionaba el clásico de la ciencia ficción Blade Runner. Quedó impactada con la escena en la que el “replicante” Nexus, interpretado por Rutger Hauer, se enfrenta al hombre que afirma haber creado sus ojos. “Vi a un científico jugando con una cubeta en la que bailaban ojos que parecían salidos de la nada. Yo pregunté a mi padre: ¿Qué es ese hombre, papá? Y me contestó: “Un genetista”. Le pregunté que qué tenía que estudiar para hacer eso y cuando dijo 'biología'”, ya tuve claro que era eso lo que yo quería ser de mayor”. Aquella película marcó definitivamente el destino profesional de esta almeriense de 29 años. Doctora en genética, ahora continúa su carrera profesional en el prestigioso Instituto Sanger de Cambridge, una de las instituciones dedicada a la investigación genómica y genética más prestigiosas del mundo. Se marchó a Cambridge hace apenas cuatro meses. Trabajadora del CSIC durante más de cuatro años, Lara no pudo rechazar la oferta laboral que le llegaba de uno de los centros más importantes del mundo en su especialidad. Con la promesa de encontrar la estabilidad profesional que difícilmente hubiese hallado en España, emprendió su viaje a Inglaterra. “Me fui porque aunque me hubiera podido quedar en mi laboratorio, las opciones que se me presentaban una vez concluido mi contrato eran muy pocas”, afirma a infoLibre mientras apura los últimos días de Navidad rodeada de su familia y amigos. “Tras cada contrato, era un salto al vacío: “¿Me renovarán, no me renovarán?”, afirma ilustrando la incertidumbre a la que está expuesto el personal investigador
de la institución pública científica más importante de España. Una institución, que denuncia, en los últimos años se ha convertido en un “moridero” de investigadores que no repone sus plantillas. “Basta observar la edad media de los científicos titulares del CSIC, contar a cuántos doctorandos forma, y cuántos se contrata. Da la sensación de que el planteamiento es dejar que se extinga”. Convencida de que “no se ha aprendido nada de la crisis”, Lara denuncia el estancamiento en un modelo productivo que condena a España a ser un país de servicios para el resto de Europa. “No existe conciencia de la evolución como país. Desde las instituciones políticas se nos trata como una cantera de gente a la que se forma con dinero e inversión pública y de la que luego se aprovechan en Europa”, protesta, al tiempo que reclama la concreción de las numerosas promesas que en campaña han emitido los principales líderes políticos en favor de la ciencia. “No me basta que algunos se envuelvan en la bandera y prometan que traerán a tres mil científicos de vuelta. Quiero que me expliquen en qué condiciones y a quienes se van a traer. Quiero saber cuál es su plan”, exige con la misma con la misma convicción en la que cree en las posibilidades de cambio del país que acaba de abandonar. “Creo que estamos en un momento de nueva transición”, asegura. Un proceso en el que solo pudo participar a través de la campaña “rescata mi voto”, la iniciativa con la que Marea Granate invitaba a los abstencionistas a ceder su papeleta electoral a aquellos emigrantes a los que la telaraña burocrática del voto rogado impidió participar en los comicios del 20 de diciembre. Pero Lara no dirige sus críticas únicamente a la esfera
política, sino que también a la propia comunidad científica a la que pertenece. Un segmento profesional que, según afirma, ha visto pasar la crisis económica delante de sus ojos sin que la indignación por los recortes haya trascendido más allá de las charlas de café entre colegas. “A los investigadores nos falta realidad, por eso no se ha producido ninguna marea de científicos durante estos años capaz de arrastrar el interés de la sociedad”, afirma apuntando a una supuesta ausencia de conciencia colectiva en su sector. “No hemos sido capaces de comunicarnos con la sociedad, y por ello hay una escasa conciencia de lo que representa nuestra labor”. Una actitud que ha allanado el camino a unos recortes que apenas han suscitado la masiva indignación ciudadana de aquellos emprendidos en sectores como la sanidad o la educación. Sin ninguna marea a la que acogerse, pide un esfuerzo de solidaridad a sus colegas. “No hay apoyo de los científicos establecidos. Echo de menos que algunos de esos funcionarios que tienen su plaza asegurada, hagan algo, aunque sea simbólico, por esa gente que viene detrás”. Tras apenas cuatro meses en Cambridge, esta andaluza ha descubierto que otra forma de hacer ciencia es posible. Como doctora especializada en el estudio de las enfermedades autoinmunes, Lara se ha encontrado con una sociedad volcada en el apoyo de sus investigadores. “Trabajo en una institución sin ánimo de lucro cuya vía de financiación es mayoritariamente pública. Para los ingleses su ciencia es una cuestión de orgullo nacional”, una circunstancia que la ha empujado a sumar a sus conocimientos técnicas de comunicación que en España jamás le habrían requerido. “Igual que se exige que no haya un gasto superfluo, se exige
que se dé difusión a lo que se investiga. Nos enseñan a comunicar qué es lo que hacemos, el impacto que tiene en la sociedad y por qué es tan importante”. ¿Volver? “Solo a un precio de dignidad”, responde con rotundidad. “No voy a regresar por tres años de contrato mileurista sin además saber lo que pasará mañana. No quiero volver y ver cómo el asesor científico de tal político, que no ha pisado un laboratorio en su vida, cobra mucho más que un científico de renombre”. Aún así confiesa que estaría dispuesta a renunciar a parte del nivel de vida alcanzado en Cambridge si algún día se encontrara con un Gobierno capaz de ofrecerle la seguridad y continuidad laboral que ahora niega a un sector al que los recortes y la crisis han precipitado al abismo del precariado. “En España la única salida para un científico es la frontera”, concluye.
CINCUENTA
“Lo difícil será volver a España”
Laura Esteban
L aura Esteban siempre ha evitado el tránsito por las rutas convencionales. Titulada en Turismo, esta sevillana de 37 años ha construido su carrera profesional cruzando el
continente africano en los últimos seis. Una tierra que ha atravesado hasta convertirse en una de las pocas especialistas en acercar a turistas y viajeros a los rincones más desconocidos de un continente sobre el que todavía pesan demasiados tópicos y prejuicios. Desde Sudáfrica, el país donde ha constituido una empresa cuya sede espera ahora poder trasladar a España, atiende a infoLibre desvelando la mezcla de incertidumbre y esperanza que le produce un regreso para el que ya tiene billete. Enumera una larga lista de países africanos en los que ha estado trabajando desde 2010, el año en el que, ante la falta de expectativas de progreso profesional en su sector, tomó la determinación de marcharse. Uganda, Ruanda, Monzambique o el Congo, son solo algunos de los destinos en los que ha operado como profesional del sector turístico. Sin embargo, la aventura para Laura comienza ahora, ante el desafío de trasladar el éxito laboral que le ha acompañado hasta la fecha a una España que no ha terminado de librarse del peso de la crisis. “Lo difícil va a ser volver”, admite con preocupación. “Quiero regresar, no solo para contribuir a mí país, sino también por mi propio futuro, por tener una pensión”, afirma con el temor de quién considera que ha podido perder sus derechos como ciudadana española. “Ahora vuelvo sin seguridad social. Me siento totalmente desprotegida”, denuncia. Con la idea de constituir su empresa en España, Laura está decidida a poner en valor su experiencia profesional en África. Un trabajo que ha desarrollado durante seis años y que la ha convertido en una especialista en la organización de viajes a destinos remotos y poco convencionales del
continente. “Creo expediciones a lugares poco conocidos que yo misma selecciono. He ido allí y los conozco en profundidad, algo necesario, porque son viajes que requieren un conocimiento profundo por la complejidad que presentan a nivel logístico y de servicios. Algo que exige una exhaustiva organización”, explica. Conocedora de las rutas menos habituales, esta sevillana aprovecha la conversación con infoLibre para desmontar los tópicos y prejuicios que pesan sobre un continente que todavía se mira bajo el estigma de la pobreza y la desesperación. “Existe una tendencia por parte de los medios de comunicación a destacar lo negativo de África. Al niño malnutrido”, una imagen que refuerza la idea de un continente incapaz de valerse por sí mismo y que deja de lado una realidad tan diversa y plural como ancho es su territorio. “Hay mucha gente emprendedora, con inquietudes y posibilidades que está luchando por sacar adelante a sus países. Tienen muchas ganas de crecer, de superarse y de que se les deje de mirar como a un niño pequeño. Tiene ganas de que les dejen emanciparse”, explica sin dejar de recordar que, en buena medida, todavía sufren el saqueo de algunas de las principales economías mundiales que siguen “captando sus recursos y aprovechándose de gobiernos corruptos que le abren las puertas a cualquiera que venga con dólares o euros en las manos”.
Laura Esteban
Ni los años ni los kilómetros han logrado que Laura se distanciara de la realidad de la España de la que se marchó hace unos años. “Estoy al tanto de muchas cosas, como que el país se tira de los pelos cuando una mujer lleva a su bebé al Congreso, pero nadie se rasga las vestiduras cuando conocen los niveles de corrupción que hay”, dice con ironía esta empresaria que ha seguido con interés el devenir de su país. Indignada todavía ante la imposibilidad de ejercer su derecho al voto en las pasadas elecciones generales del 20 de diciembre, dice sentirse excluida de un sistema político al que parece no interesarle el voto crítico de aquellos que se han visto obligados a emigrar. Y aunque afirma reconocerse en gran medida en la figura de “aventurera”, se muestra molesta cuando se minimiza desde instancias públicas el evidente exilio económico de cientos de miles de españoles.
“En mí hay mucho de aventurera, pero me ofende que se refieran a los emigrantes con ese apelativo. El que se marcha a otro país está haciendo un gran esfuerzo. Supone empezar de cero a muchos niveles: afectivo, profesional, idiomático, social y cultural. Es difícil”, asevera. Decidida a regresar, Laura se enfrenta ahora al reto de emprender en España. Una nueva aventura que enfrenta con la misma ilusión e incertidumbre con la que decidió, hace seis años, poner rumbo a África. “Quiero estar cerca de mi familia porque los echo mucho en falta. Y tengo muchas ganas de poder quedarme y constituir mi empresa allí, pero si no lo consigo y no logro tener una vida mínimamente digna y un salario que me permita vivir de una manera cómoda, cogeré las maletas y me volveré a ir. No tengo ninguna duda”.
CINCUENTA Y UNO
“España es un familiar enfermo por el que no puedes hacer nada”
Sandra Polo y Victoria Moreno
Q ue dos españoles coincidan en Londres se ha convertido
en una circunstancia poco excepcional, y eso es exactamente lo que les sucedió a Sandra Polo, ingeniera de
caminos y Victoria Moreno, arquitecta técnica. Como tantos otros cientos de españoles, estas dos jóvenes de 26 años cruzaron sus destinos en la capital británica, la ciudad en la que decidieron emprender sus carreras profesionales. Desde el salón del piso que ahora comparten, narran su experiencia a infoLibre. “Mi fuga al extranjero empezó en Brasil”, dice Sandra. “Sabía que estaban en pleno auge económico y que en España estábamos como estábamos, así que decidí marcharme”. Ingeniera de caminos todavía en formación, decidió aprovechar un programa de intercambio con la universidad de São Paulo para cruzar el Atlántico y terminar su carrera. La estancia, que habría de durar poco más de un año, acabó prolongándose hasta dos. “Mi primer año fue muy bueno. Estuve estudiando y realizando un proyecto de cooperación al desarrollo trabajando en una favela, y el segundo empecé a hacer prácticas de empresa remuneradas. El programa exigía solo tres meses, pero al final acabé haciéndolas durante un año”. Con la carrera terminada, Sandra sopesó la posibilidad de establecerse definitivamente en Sao Paulo, una ciudad que le permitiría continuar con su proyecto profesional en la misma empresa en la que se había formado, sin embargo, la sensación de inseguridad, junto con el inicio de la caída de la economía brasileña, terminaron por truncar sus expectativas en el país latinoamericano. “Me atracaron varias veces y empecé a tener miedo. Quizá tuve mala suerte, pero fue una experiencia que me dejó traumatizada”, recuerda. “Al mismo tiempo, se advertía ya una crisis económica que hoy se ha acentuado”.
Cargada de razones para abandonar el país que la había acogido durante dos años, Sandra desechó también la posibilidad de regresar a España. La precariedad que le ofrecía su país natal no le ayudaría a encontrar el empleo que le permitiera saldar el préstamo que, poco antes de marcharse, había solicitado al Banco Santander. “Cuando decidí irme a Brasil mis padres no tenían dinero para mantenerme, así que pedí un crédito supuestamente ventajoso para estudiantes por el que pago un 6,5% de intereses y tres seguros de vida: el mío y el de mi madre y mi tío, que son los avalistas”, explica. Sandra encontró entonces “la ocasión perfecta” para marcharse a Inglaterra: “Ya conocía a mi novio inglés, sabía que la situación económica en Reino Unido era buena y que necesitaban ingenieros, así que no me lo pensé”. Casi dos meses después vio como sus expectativas se materializaban en tres ofertas de empleo entre las que tuvo que elegir. Victoria llegó hace más de medio año. Titulada en arquitectura técnica y un ciclo formativo de grado superior en construcción, decidió presentar su baja voluntaria en el precario empleo que ostentaba en la capital española y comenzar una nueva vida en Londres. “Con la carrera casi terminada, me contrataron como delineante en un pequeño estudio de arquitectura de Madrid”, explica. “Me pagaban como a una cajera de una tienda o una dependienta. Aquello no era un empleo 'made in Spain'; aquello era un puesto de trabajo 'made in China'”, afirma con la ironía que le permite afrontar las condiciones laborales a las que estuvo sujeta durante meses: “Trabajaba como delineante 40 horas semanales por 750 euros netos. Eso es 'made in China'”,
insiste socarronamente. Las precarias condiciones profesionales que le ofrecía España, junto con una gran dosis del espíritu aventurero que se reconoce, ayudaron a Victoria a decantarse por Londres, una ciudad de la que dice, se enamoró hace años, y en la que, tras emplearse en varios puestos de hostelería, ha encontrado la oportunidad de desarrollar su carrera profesional en el área para la que se formó. De la cafetería al estudio de arquitectura Servir cafés y canapés en el catering que un estudio de arquitectura contrató para celebrar su 30 aniversario se configuró como la ocasión perfecta para que Victoria se abriera camino en su sector profesional. “El estudio estaba encima de la cafetería para la que yo trabajaba y decidieron contratar a dos camareras para el evento”, relata. “Aproveché la ocasión para presentarme y explicar lo que había estudiado en España”. Un día después, esta madrileña preparaba su currículum para iniciarse como arquitecta técnica en el mercado laboral londinense, una oportunidad que se materializó dos meses después cuando finalmente la llamaron para incorporarse al puesto de trabajo que ahora ocupa. ¿Emigrantes o aventureras? “Yo me habría marchado igual”, dice Victoria, que en seguida afirma sentirse más representada en la figura de aventurera. Sin embargo, Sandra, que asegura ser una mezcla de ambas cosas, le rebate: “Es cierto que en España podrías quedarte, pero en muy malas condiciones”. “Yo sí soy emigrante, aunque también es una experiencia emocionante”, continúa para después puntualizar: “Tenemos la mentalidad de que solo
es emigrante el que viaja en patera y no tiene papeles, pero en realidad es todo el que migra, el que sale a buscar una oportunidad profesional”. Emigrantes o no, lo cierto es que tanto Sandra como Victoria se han encontrado en la capital británica, no solo con un salto salarial notable, sino con unas condiciones que contrastan con una cultura laboral española asentada todavía en una rígida concepción de las jerarquías profesionales y los horarios. “Aquí los jefes no tienen despacho. Trabajan codo con codo con sus empleados. Los que yo tenía en Madrid no te daban ni los buenos días”, afirma Victoria. Una aseveración que no tarda en corroborar Sandra: “En mi empresa se aplican los principios de lo que ellos denominan 'Libro amarillo', un manual donde se especifica que los despachos particulares son malos, porque resultan caros, ocupan mucho espacio y te separan de tus empleados”. ¿Cómo se ve España desde el exterior? “Como a un familiar enfermo al que quieres, pero por el que no puedes hacer nada”, responde Sandra, que al igual que su compañera Victoria no ve factible un pronto regreso a un país que, de momento, parece empeñarse en expulsar a toda una generación de titulados que se niegan a conformarse con salarios y condiciones made in China.
CINCUENTA Y DOS
“Los que estamos fuera nos sentimos ciudadanos de ninguna parte”
Cristina Ortiz
A lcanzar en España la cumbre del éxito profesional con tan
solo 23 años no bastó para que Cristina Ortiz cambiara la decisión de abandonar su Granada natal y marchar a Francia.
El peso de las responsabilidades a su cargo, la inquietud por aprender otro idioma y la posibilidad de permanecer junto a su pareja David, un enfermero español afincado en el país vecino, llevaron a esta licenciada en Filología inglesa primero hasta París, y después hasta Marsella, la ciudad en la que ha encontrado un trabajo como recepcionista de clientes en la sección de restauración de un hotel de cinco estrellas. Cristina llegó a “lo más alto” en el ámbito profesional demasiado joven, dice. Con apenas 23 años accedió a un puesto como coordinadora de servicio a estudiantes para una universidad estadounidense con sede en España. En apenas dos años, esta granadina fue escalando posiciones hasta alcanzar un puesto de dirección que dejaba a su cargo tanto la actividad de estudiantes, profesores y trabajadores, como la relación entre diversas universidades españolas y la norteamericana para la que trabajaba. “Di muchísimo de mí, y no sé si por la edad o porque soy una persona demasiado responsable, llegó un momento en el que alcancé un elevado nivel de estrés”, recuerda. Con la recesión económica amenazando ya el mercado laboral español, que había frenado no solo el acceso a un empleo sino la movilidad del trabajador, a Cristina no le quedaban más alternativas que la de perpetuarse en ese empleo, aceptar la condena del paro o marcharse a otro país. “Yo quería salir de ese trabajo y la única manera de seguir en activo era salir de España, porque las cosas están como están…”. Alentada por su intenso interés en el aprendizaje de otras lenguas y otras culturas, Cristina, que ya hablaba inglés y alemán, no tuvo inconveniente en cambiar el ámbito universitario por el sector hotelero francés. “Es verdad que,
cuando a veces estoy trabajando allí, en jornadas duras, pienso que he dado mil pasos atrás, pero me recompensa el vivir cada día en otro país y en otra cultura”, asegura esta filóloga a la que después de dos años le sigue cuadrando el balance de las decisiones tomadas. “No sé si soy conformista, pero me recompensa de momento”. Con todo, reconoce que, con la seguridad de haber adquirido un buen nivel de francés, no desdeña la posibilidad de poner en valor la experiencia laboral adquirida en España para escalar posiciones en el mercado de trabajo del país vecino. Aunque insiste en señalar que la presencia de David, su novio, no fue el principal motivo para elegir París como destino, Cristina también reconoce en él un importante punto de apoyo que le sirvió para orientar su decisión. Enfermero de profesión, este onubense ha acumulado años de experiencia en Francia con la idea de regresar y poder acomodarse definitivamente en el sector público sanitario español. “David se fue por la crisis”, asegura Cristina que reconoce que, en todo caso, “ya tiene puntos suficientes para volver”; sin embargo, teme no encontrar el reconocimiento y el estatus profesional alcanzado durante los últimos años en el país vecino. “No es lo mismo ser enfermero en Francia que en España”, advierte. “Aquí están más especializados. También es diferente cómo les cuidan, como les ofrecen formaciones”. Cristina y David cambiaron la “fría y lluviosa” París por la mediterránea Marsella, una ciudad que, según afirma, suma una cada vez mayor comunidad de compatriotas. “Participamos en el típico foro de Facebook de españoles y todos los días se añade alguien nuevo”, afirma. Una
observación que la ha llevado a concluir que no se ha producido ninguna mejoría en la economía de su país natal. “Miro a mi alrededor y no veo ninguna recuperación”, asevera. “Mucha gente que no tenía trabajo sigue sin trabajo, y otra mucha que se marchó, no puede volver”, remata. Fuera del marco de las fronteras españolas, David y Cristina sienten que forman parte de una especie de limbo jurídico al que se ven arrojados los expatriados. Privados de buena parte de los derechos que les correspondían como españoles se preguntan “¿qué somos? ¿Ciudadanos españoles o qué?”. Y reflexionan sobre la idoneidad de inscribirse en el consulado. “Pensamos que deberíamos hacer constar nuestra presencia en Francia para formar parte de esa gente que se ha marchado y no aparece reflejada en ningún registro”, dice. Una decisión que, de llevarse a cabo por buena parte de quienes se han marchado desde que se iniciara la crisis, dispararía las cifras oficiales que hasta ahora superan los 750.000 emigrantes. “Nosotros seguimos siendo españoles a ojos de la administración, pero tampoco podemos votar, e incluso puede ser que si un día regreso de vacaciones y necesito un medico, no me atiendan. Te sientes ciudadano de ninguna parte”.
CINCUENTA Y TRES
“Ahora tienes que ser periodista y panadero para mantenerte”
Mireya Harillo
M i sueño siempre fue venir a Asia y ser corresponsal”, dice
Mireya Harillo, una malagueña de 28 años licenciada en periodismo que no pudo rechazar la oportunidad de viajar
hasta Seúl de la mano de una beca de intercambio que se ha transformado en una estancia que dura ya casi tres años. Desde su apartamento en la capital surcoreana, en el que convive con su pareja, un informático nativo, explica a infoLibre los pormenores de encontrar un nuevo rumbo en un destino que pocos españoles se atreven a explorar. Mireya envejeció un año nada más aterrizar en Seúl. El peculiar cómputo de edad en Corea del Sur, que contabiliza los nueve meses de gestación en el seno materno, fue tan solo una de las primeras curiosidades con las que se encontró a su llegada. Resuelta a integrarse desde el primer instante en la cultura del país asiático, esta malagueña, tuvo que aplazar la ilusión de iniciarse como periodista, para concentrar todos sus esfuerzos en aprender una lengua especialmente complicada. “No he abandonado la idea de ser periodista, pero he preferido centrarme en aprender coreano lo más rápido posible. En un año y medio he alcanzado casi un nivel C1”, explica refiriéndose al grado de conocimiento que le permite manejarse con total normalidad en su vida cotidiana y en el trabajo. Imprescindible para trabajar en Corea del Sur, el idioma es una de las dificultades más importantes a las que se enfrentan aquellos que pretenden permanecer en el país a través de la llamada 'training visa'. “Terminé odiando el idioma. Porque para mantener el visado tienes que estudiar intensamente el coreano. Si llegas tarde a clase un determinado número de veces o tienes un porcentaje de absentismo, te expulsan”, explica. Una exigencia que le llevó a replantearse el retorno a España. Sin embargo, la relación con su pareja y su ambición por escalar
profesionalmente, le sirvieron de ancla para mantenerse firme en su decisión de continuar en el país. “Trabajo a tiempo parcial en el Museo multicultural en Seúl, fundamentalmente ejerciendo como guía y con niños a los que les enseñamos otras culturas. Es una ayuda económica que me mantiene y que me abre algunas puertas de cara al futuro, o eso espero”, concluye. Sin dejar de asombrarse todavía por las peculiaridades del país asiático y su capital, Mireya desgrana los claroscuros a los que se enfrenta un ciudadano español en la atractiva capital. “Si vives en Seúl y eres extranjero, es muy fácil perder la confianza en ti misma, porque hay mucha discriminación”, detalla. “El idioma también es una fuente de racismo. Si no te puedes expresar bien en su lengua, te encuentras que muchas personas pueden pensar que eres tonto. Te dan un trabajo más simple y te miran con condescendencia”, explica no sin matizar que “existe gente maravillosa”. Una realidad que reconoce, también ha tenido que superar con esfuerzo en una ciudad que además, asegura, “es muy divertida si tienes dinero, pero muy dura si no”.
Mireya con su pareja
Nostálgica confesa de su tierra natal, de la que aún extraña las salidas con los amigos y los buenos ratos a la salida del trabajo, Mireya sigue luchando por abrirse camino en una ciudad en la que advierte, es difícil mantener la activa vida social a la que estaba acostumbrada en España. “Aquí la gente no puede tener vida porque empiezan a trabajar por la mañana y terminan muy tarde. Lo que hacen es quedar a beber”, algo habitual según explica: “Aquí el jefe, que se centra exclusivamente en su empresa, cuando necesita desinhibirse, se lleva a sus empleados a beber, y no puedes decir que no vas, así que tienes que beber y al día siguiente presentarte con la resaca”. Armada con el coreano, una lengua que pocos pueden presumir de conocer, esta periodista malagueña se plantea ahora reforzar su formación con un máster en marketing que
le facilite una escalada en el competitivo mercado laboral en el país asiático. Y que tal vez, incluso, le allane el retorno a casa que anhela a ratos. “Me gustaría cursarlo rápido porque con 30 años no es tan fácil entrar en una empresa”, se apremia. Con una experiencia acumulada de tres años como becaria en medios escritos y audiovisuales en España, quiere también reencontrarse con el sueño que la llevó hasta Seúl, pero teme estrellarse con las limitaciones de un sector saturado, el del periodismo, que ha denostado y precarizado la figura del freelance. “Ya no se puede trabajar como autónomo. Ahora tienes que ser periodista y panadero para mantenerte”, denuncia. Consciente de que pertenece a una generación que ha tenido que labrarse un futuro lejos de las fronteras españolas, rechaza la figura de “aventureros” a la que, en ocasiones, se han referido desde instancias políticas a todos los compatriotas que se han visto forzados a marchar. “El que se va de viaje por Europa o Asia es un aventurero, pero el que se va a buscar trabajo o a crecer profesionalmente es un emigrante”, sentencia. En todo caso, lo que sí son, afirma, es valientes, porque “hay que reunir mucho valor para salir”.
CINCUENTA Y CUATRO
“Cuando eres ‘au pair’ te sientes tan en deuda con ellos que sufres una especie de síndrome de Estocolmo”
Cristina García
Sin contrato, sin convenio, sin marco regulatorio alguno, y prácticamente sin la protección de las autoridades europeas. En ese vacío normativo que abona la precariedad
se desenvuelve un creciente número de jóvenes que ha elegido la “experiencia au pair” para poner rumbo al extranjero. Marea Granate, el colectivo transnacional de emigrantes españoles, advierte que, bajo el paraguas del “intercambio cultural y la inmersión lingüística” para el que fue concebido este programa, se vienen produciendo situaciones de abuso laboral e incluso de explotación entre los miles de españoles que eligieron esta fórmula para escapar de la crisis económica y el desempleo juvenil. Es el caso de Cristina García, una valenciana de 26 años que, atraída por la idea de aprender inglés, decidió integrarse en el seno de una familia de Dublín durante nueve meses. Desde la capital irlandesa cuenta a infoLibre su experiencia au pair. Integrante del colectivo Marea Granate Dublín, Cristina optó por una fórmula para viajar al extranjero que se ha extendido notablemente en los años de crisis hasta colocar a España a la cabeza europea en oferta de au pairs. Un aumento significativo que hace pensar en esta vieja práctica como una alternativa para escapar de la crisis más que en una experiencia para miles de jóvenes. “Hay un auge porque es fácil. Te metes en una página, te haces un perfil, contactas con una familia y llegas al extranjero. Antes no se hacía tanto porque España estaba bien. Ahora barajamos opciones que antes no nos hubiéramos planteado”, dice Cristina. PREGUNTA: En estos últimos siete años de crisis estamos viendo como muchos jóvenes se marchan al extranjero. Hablamos de un fenómeno migratorio innegable. Algunos logran estabilizarse en puestos para los
que se formaron, otros eligen la hostelería u otras fórmulas para subsistir y después ir escalando en el mercado laboral del país de destino ¿Por qué elegiste un programa como el de au pair, que limita en gran medida la independencia social y económica? RESPUESTA: Elegí esta opción por dos motivos. Primero por la inmersión lingüística. Segundo porque no tenía ningún ahorro para establecerme un tiempo y buscar trabajo. Ser au pair te permite irte a otro país con el alojamiento garantizado. Habrá quienes elijan esta opción sencillamente por aprender el idioma sin gastarse dinero y vivir una experiencia, pero también habrá mucha gente que lo vea como una vía para salir de España, porque allí no hay trabajo, y a lo mejor no tienen medios económicos para pagarse los primeros meses viviendo en un hostel mientras buscan un empleo. P: Hay agencias que actúan como intermediarias entre las familias y las au pairs. ¿Qué vía empleaste para llegar hasta Dublín? R: Yo accedí por una web especializada en la que se cruzan los perfiles de las familias y de las au pairs. A través de ahí contacté con la madre, hicimos una videoconferencia y me pareció muy buena gente. Y en realidad lo son, pero claro, lo cierto es que ellos te tienen ahí porque no pueden permitirse pagarse una niñera externa, y al final te conviertes en un medio barato para ellos. P: Hablas del contacto a través de una web y una videoconferencia. Un procedimiento que parece bastante informal ¿Firmáis algún tipo de contrato o documento en el que se establezcan condiciones que os amparen?
R: Depende, si vienes por agencia sí. Se firma el horario, que en muchas ocasiones se alarga. Pero lo cierto es que, como no hay regulación, no hay convenio, no hay nada sobre papel, pues que la experiencia sea buena o mala dependerá de que la familia que te acoge tenga principios y humanidad o no. En ese marco te puedes encontrar de todo. Imagínate todo un mercado sin regular… P: “Te puedes encontrar de todo”, dices. ¿Qué te encontraste tú? R: Es todo muy sutil. Al principio te tratan muy bien, es todo muy nice, todo va bien. El problema es cuando empiezan a coger confianza. Al principio tenía un horario normal que me permitía hacer mi vida a parte de trabajar allí, cobraba cien a la semana y tenía la casa y la comida cubierta. Ella se portaba muy bien conmigo y yo les había cogido mucho cariño. El problema vino cuando yo empecé a mostrar que quería independencia y trabajar de niñera para los hijos de la vecina. Para entonces yo ya hacía más horas de las previstas en la casa, limpiaba y me encargaba de cosas que antes no hacía por la misma cuantía. Un día la madre habló conmigo y empezó a hablarme de lo mal que le caía la vecina, se empezó a calentar hasta que concluyó: “Lo que tiene que hacer es buscarse su propia au pair”. En ese momento me sentí como la mascota de esa mujer. Ahí decidí marcharme. P: Quizá exagero, pero parece que hablas de un sutil “secuestro” laboral… R: Bueno, es que primero habló conmigo para que no cogiera el trabajo, pero después yo creo que habló con la vecina y ya no me llamó más. Se escudaba en que se preocupaba por mi horario, pero no le importó cuando yo
empecé a hacer más horas para ella por el mismo salario. De hecho durante una temporada la niña tuvo varicela y la cuidaba durante jornadas de diez horas, pero yo los excusaba porque pensaba que ellos no tenían la culpa. P: Hacías más horas, te limitaban la posibilidad de que ganases dinero extra con trabajos externos. ¿Por qué no reclamaste tus derechos? R: Les tomas cariño. Ten en cuenta que estás en un país en el que no conoces a nadie y ellos te acogen y te sientes protegida por ellos. Te sientes en deuda con ellos, haces tuyos sus problemas y sufres una especie de síndrome de Estocolmo de la au pair. Piensas: “Bueno, si tengo que hacer un poquito más, lo hago”. No pensé en mis derechos como trabajadora. Te hacen sentir parte de ellos, pero esa no es la realidad. Su interés por ti termina donde empieza la relación monetaria. P: ¿Cómo fue la ruptura con la familia? R: Les dije que quería marcharme y me dieron un mes de plazo. Me puse a buscar empleo y encontré uno de niñera antes del tiempo pactado. Entonces les propuse ayudarles hasta que consiguieran otra au pair los días que yo estaba trabajando en la otra casa, pero cobrando como una externa. Pensaba que se habían portado bien conmigo antes y estudié cómo cuadrar mis horarios para que todos estuviéramos contentos. Dejaron pasar el tiempo, y en el último momento me dijeron que me pagarían ese trabajo como hasta entonces. Esa noche estallé. Era ya tal el grado de explotación y de tomadura de pelo… Subí al cuarto, hice las maletas y pedí un taxi. Me di cuenta de lo que me habían explotado en retrospectiva. Fui tonta, me dejé algunas cosas y no he
podido recuperarlas. P: Describes una experiencia que, atendiendo a las reclamaciones de Marea Granate, parece estar más extendida de lo tolerable. En tu opinión, ¿Qué falla en el programa au pair para que esto se haya convertido en algo generalizado? R: El fallo es que no hay ningún tipo de regulación. Te lo presentan como un intercambio sociocultural, pero terminas limpiando la casa, cuidando los críos, haciendo de chofer... En definitiva, te conviertes en una trabajadora del hogar a bajo coste. Y en este caso no hay ninguna ley que te ampare. Si la familia es como tiene que ser, tienes una buena experiencia au pair, pero si decide aprovecharse, te quedas sola y se produce el abuso. No hay límites normativos. Los límites son los que pongas tú sobre la mesa, pero muchas veces no ves esa opción viable y tragas mucho.
CINCUENTA Y CINCO
“España tiene mucho talento y lo único que necesitamos es una maldita oportunidad”
Alfonso Albarrán
No
es universitario, ni investigador, ni profesor en Cambridge, una de las ciudades con más estudiantes y personal académico por metro cuadrado del planeta. Con dos
títulos de grado superior en informática, Alfonso Albarrán ha logrado posicionarse en el departamento de soporte informático de la prestigiosa universidad que alberga esta pequeña ciudad británica. Procedente de una familia humilde y trabajadora, este zamorano de 34 años decidió poner rumbo a Gran Bretaña hace más de dos años y medio con el fin de mejorar el inglés, un idioma que, asegura, te abre las puertas del mercado global de trabajo. Cuando llegó en verano de 2013, Alfonso pensó que tardaría algunos meses en encontrar un empleo, se propuso “empaparse” de la ciudad, y hasta barajó la posibilidad de incorporarse a la hostelería hasta lograr hacerse un hueco en el sector de la informática. Sin embargo, a este zamorano le bastaron dos semanas para recibir la llamada que le llevó hasta el lugar que ocupa hoy en el departamento de soporte informático de la Universidad de Cambridge. “El nivel de vida en Inglaterra es muy alto, así que al principio me propuse respirar un poco la ciudad, y si por lo que fuera me iba mal, aceptaría un empleo en un pub. Remití tres o cuatro currículos, no más, y al cabo de dos semanas tenía dos entrevistas de trabajo como informático”, recuerda todavía con la sorpresa de alguien que proviene de un saturado mercado laboral español, marcado por un elevado desequilibrio entre la oferta y la demanda. “En España te tienes que buscar un padrino, o ser un genio para encontrar un trabajo en el que probablemente, te acabarán pagando bastante mal”, compara. Adaptado completamente a la cultura laboral británica, “más respetuosa” con los derechos del trabajador que la española, Alfonso, observa con cierta inquietud la deriva de
su país desde la distancia y la experiencia adquirida los dos últimos años en el extranjero. “Habría que mejorar nuestro modelo productivo y abandonar de una vez los recortes estúpidos que a lo único que contribuyen es a ralentizar la economía”, sentencia convencido de que su país natal descansa sobre un modelo económico que deja escapar a miles de jóvenes que no encuentran el espacio profesional para el que se han preparado. “España tiene mucho talento y lo único que necesitamos es una maldita oportunidad para demostrar lo que sabemos hacer”, protesta. Alfonso demanda una oportunidad para sí mismo y para los miles de jóvenes que se han marchado huyendo de una precarización que, denuncia, se asienta en una crisis que ha servido de excusa para “tirar por la borda” unos derechos laborales duramente alcanzados a lo largo de décadas. “Extendiéndonos más el horario, rebajándonos más el sueldo y trabajando más días, lo único que hacemos es dañarnos a nosotros mismos”, asevera consciente de que éste es uno de los factores que justifica el éxodo masivo de los últimos siete años. Y protesta por una tendencia que observa con inquietud: “En España están esperando desde un principio la rebaja. Si puedes trabajar diez horas, mejor, y si puedes venir el sábado y el domingo, pues perfecto, y si te puedes conformar con dos semanas de vacaciones… y así todo”. Este zamorano describe un escenario profesional que contrasta con el que se ha encontrado en la ciudad de Cambridge. “Aquí se es muy respetuoso con el trabajador, se cuidan mucho las jornadas laborales y los derechos”. Un hecho que, explica, contribuye a frenar el retorno de muchos de los compatriotas que, en los últimos años han elegido el
mismo destino que él. “Hay mucha gente que vive aquí y que no piensa en volver porque no les gusta la cultura laboral española”, todavía muy asentada, observa, en obsoletas estructuras jerárquicas. “Aquí es tan importante el personal de mantenimiento como el alto cargo. Nadie es imprescindible, pero todos y cada uno de nosotros somos importantes. Esta es una filosofía que todavía no ha calado en España”, concluye. Ambicioso en su carrera profesional, Alfonso sigue todavía formándose desde Cambridge con la expectativa de poder regresar a su tierra natal para la que, a pesar de las críticas, también reserva palabras de elogio: “Me gusta mucho España, su gente, su clima y su cultura. Se echa mucho de menos”. Sin todavía una fecha de retorno en mente, este informático proyecta un futuro en casa en el que, al menos, pueda promocionar y crecer profesionalmente en un lugar “donde se me respete. Eso busco yo”.
CINCUENTA Y SEIS
“Nuestros casos de corrupción llegan hasta Chequia, es triste tener que contarles la realidad”
Adán Sánchez
E l flamenco se escucha en República Checa. Lo hace sonar
Adán Sánchez, un gaditano de 29 años que ha decidido marcharse con la música a otra parte. Guitarrista sobre
todo, y titulado en magisterio musical, se fue hace seis meses buscando alcanzar la estabilidad profesional que España le había negado hasta la fecha. Ahora, compagina su trabajo como docente en una escuela internacional con su faceta musical en la ciudad de Ostrava. Estudió su último año de carrera en la República Checa con el programa Erasmus. Esa experiencia le sirvió de puente para, años más tarde, retornar al país centroeuropeo con un contrato de trabajo. “Un amigo me escribió para decirme que estaban buscando un profesor de español y ofrecerme el puesto, y la verdad es que ni me lo pensé”, explica a infoLibre. Cansado de aceptar trabajos temporales y mal pagados, muchas veces de profesor, y otras como camarero, Adán comprendió que tenía que abandonar la España en la que la única música que suena es la de la precariedad. “Estaba muy quemado de la situación allí, de buscar un empleo en educación. En la esfera artística sí tenía muchas cosas, pero ya llevaba muchos años trabajando en eso y cansa vivir sin ninguna estabilidad”, denuncia. Procedente de una familia de guitarristas, Adán aprendió a tocar este instrumento a los siete años. Su vocación por la música le llevo de forma natural a escoger el camino de la docencia en la materia. Sin embargo, la oportunidad nunca le llegó. Perteneciente a una generación de titulados en Magisterio que ha asistido a un vertiginoso retroceso en la oferta pública de plazas, este gaditano decidió optar por la escuela privada. Un sector que, a pesar de haberse visto reforzado frente a los recortes en la enseñanza pública, no ha dado la espalda a una oferta de baja calidad en la contratación. “En Madrid encontré un trabajo en una
empresa que se dedicaba a ofertar clases extraescolares en colegios. Prefiero no calificar la calidad de ese empleo. Estaba muy mal pagado, trabajaba muy pocas horas, y se me valoraba muy poco”, recuerda. Adán describe una situación que contrasta con la que se ha encontrado en el colegio para el que trabaja. “El sueldo base que me ofrecen está muy bien, entre otras cosas porque aquí el nivel de vida es notablemente más bajo que el español”, explica. Pero además del salario, insiste en reseñar las favorables condiciones que le ofrecen en el centro privado. “Te dan la posibilidad de impartir cursos extraescolares, un complemento que te permite aumentar los ingresos. Al mismo tiempo te subvencionan cursos para mejorar tu formación en el extranjero, el horario es de lunes a viernes y dispongo de las mismas vacaciones que un maestro español”. Una última condición que, como celebra, le permite retornar a su país natal con relativa asiduidad y enfrentar la nostalgia que todo emigrante tiene de familia y amigos. Por primera vez, Adán ostenta un empleo estable que le ofrece continuidad: “A ellos les interesa mantener una plantilla fija de profesores, y según hayas trabajado, te renuevan y mejoran las condiciones contractuales cada año”, explica. Pero su actividad como docente no le impide pasear sus raíces musicales por la República Checa. Guitarrista del grupo musical Las lombrices rubias, que continúa su andadura en España, y con los que colabora a distancia con composiciones, Adán no ha renunciado a hacer sonar en el país centroeuropeo esa coctelera de rumba y mestizaje que los caracteriza. “Ahora hemos estado por aquí, hemos dado varios conciertos y parece que ha gustado. Así que
repetiremos la experiencia, porque nos han pedido organizar alguno más”, expone orgulloso de un éxito que, asegura, no es tan extraño en la fría Chequia. “Aunque suene un poco raro, aquí hay todo un mundo de flamenco y de muy buen nivel”. Todo un mundo que le ha permitido continuar vinculado a la música que aprendió siendo un niño y a la que, dice, no está dispuesto a renunciar: “Aquí toco muchísimo con bailaoras, cantaores o yo solo. Es algo que siempre voy a llevar conmigo porque forma parte de mi vida”. Integrado en la sociedad del país que ahora lo acoge, Adán desgrana la visión que los checos tienen de su España natal. “Ven nuestra lengua como algo muy atractivo, quieren aprenderla porque consideran que es útil. También preguntan mucho por la vida en España y nuestras costumbres”. Un interés que, tristemente, acaba empañado por la situación política española. “Preguntan por nuestra situación económica y también les llegan nuestros escándalos de corrupción. Es un poco triste tener que contarles la realidad, pero es lo que hay”, afirma consciente de que la España que abandonó no ha logrado todavía zafarse de la imagen de país corrompido desde las más altas instancias. ¿Volver? “No lo sé”, responde. De momento prefiere seguir “haciendo ruido” en Ostrava, la ciudad checa donde ha logrado aunar estabilidad, proyección profesional y música. Una empresa imposible de alcanzar en España, el país del que se reconoce nostálgico, pero al que sabe, puede regresar una y otra vez en vacaciones. “Claro que echo de menos a mi familia y amigos, pero sé que ellos están contentos por mí, porque saben que estoy feliz, aprendiendo y haciendo cosas
nuevas. Eso es algo que me deja más tranquilo”.
CINCUENTA Y SIETE
“Durante un tiempo mi casa se convirtió en un piso patera”
Antonio Juan Moreno, Peluzah
Es
Peluzah cuando compone sus versos y los rapea. Es Antonio Juan Moreno cuando ejerce su profesión como trabajador social en un colegio de Bristol (Gran Bretaña).
Abandonó su Arcos de la Frontera natal en el año 2010, cuando la crisis todavía no se advertía tan larga. “Tu amor ha sido imposible. Cádiz, eres grande, pero sigues invisible”, le canta todavía con acento andaluz a la tierra de la que se despidió hace seis años y que sigue hoy castigada por una alta tasa de desempleo. “Mi amor ha sido imposible. Pero entienda que, cuando donde estés nada te ofrezca, hay que taparlo con tierra”, narra a ritmo de hip-hop en su tema Love is impossible. Perteneciente a las primeras oleadas de expatriados españoles, este gaditano relata a infoLibre cómo ha visto crecer el fenómeno migratorio desde el otro lado de la frontera. Poniendo miles de kilómetros de tierra y mar de por medio, este andaluz de 32 años emigró a Inglaterra con tan sólo 25. Sin más títulos que su voluntad, ha logrado hacerse un hueco como trabajador social en un mercado laboral que premia la vocación frente a la “titulitis” española. “Trabajo en un colegio de niños con necesidades especiales”, cuenta. “Empecé hace dos años y medio y ya me han ascendido. Ahora desempeño funciones de tipo administrativo y de coordinación, aunque también estoy con los niños algunas veces”, recuerda Antonio, cuyo ascenso en el centro para el que trabaja, ha ido acompañado de la formación reglada que le ha pagado la empresa. “Me dieron la oportunidad de sacarme un diploma de nivel tres, que es un equivalente a un Ciclo Formativo de Grado Superior en España”. Una oportunidad, que dice, no sólo le ha permitido estabilizar su situación laboral, sino encontrar su vocación. “Ahora que tengo 32 años sé lo que me gusta”. Antonio desembarcó en tierra extraña dispuesto a aceptar
los mismos empleos que había ejercido en su país natal: electricista, encuestador, camarero... Sin embargo, peldaño a peldaño, este gaditano que, hasta entonces contaba con un título de bachillerato, ha ido escalando posiciones. Hoy cuenta con una cualificación avalada por la experiencia y la formación que le ha ofrecido la empresa. “En España jamás hubiera tenido la oportunidad de entrar a trabajar ahí sin titulación. Pero en Inglaterra se busca mucho la vocación a través del voluntariado. Una vez estás dentro, puedes ir ascendiendo. Te dan la posibilidad de estudiar dentro del trabajo, apuestan por ti y te ofrecen una cualificación”, explica. Pero el trayecto no ha sido fácil para Antonio. “Empecé fregando platos en las catacumbas de un restaurante”, dice. Todavía sin conocer el idioma, fue aceptando empleos en la hostelería inglesa, el sector al que afirma, se han ido incorporando cada vez más españoles desde que se iniciara la crisis. “Me he encontrado ingenieros con un máster cuando trabajaba en el restaurante. Allí estaban, con el cepillo barriendo el suelo”, explica consciente de que la precariedad laboral y el desempleo también ha alcanzado a los jóvenes más cualificados. “Siempre he pensado que es una pena, porque es dinero que el Estado español ha invertido para después permitir que esas personas se marchen”, lamenta. Emigrar en los primeros años de la crisis lo ha convertido en testigo directo del creciente fenómeno migratorio, pero desde el otro lado de la frontera. “Tengo a muchos amigos de Arcos aquí, porque cuando estalló la crisis, el paro juvenil de Cádiz se disparó”, cuenta con un todavía marcado acento gaditano. Algo que quizá se explique por su convivencia diaria
con los compatriotas que han llamado a su puerta en busca de una segunda oportunidad. “Durante un tiempo, mi anterior casa se convirtió en un piso patera. Metíamos a gente, los preparábamos, les ayudábamos a gestionar la documentación, les decíamos cómo tenían que ir a los sitios, les confeccionábamos el currículum, y cuando encontraban trabajo, les ayudábamos a buscar piso. Así uno tras otro”. Mientras tanto, dice, ha visto las dos caras de la moneda de la experiencia migratoria: “Gente a la que le ha ido muy bien y gente que le ha ido muy mal y han tenido que marcharse”. Integrado en un país que le abrió las puertas sin condiciones, asiste ahora con cierta preocupación al debate sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. A pesar de reunir los requisitos para obtener la nacionalidad británica, Antonio se declara enemigo del cierre de fronteras. “Creo en los pueblos, en las comunidades y en la preservación de su cultura, pero eso de cerrar espacios no me parece nada bueno”. Alertado del creciente euroescepticismo entre la sociedad inglesa, este gaditano no duda en reseñar también la capacidad integradora de un país históricamente receptor de múltiples culturas. “Ya sabemos que Inglaterra nunca se ha sentido muy europea. Es una isla y como tal, se sienten fuera. Pero también hay muchísimos ingleses que no quieren marcharse”, matiza. ¿Y el retorno? “No lo sé todavía”, responde. De momento, prefiere mantenerse entregado a su trabajo mientras continúa arañando tiempo para su proyecto musical: “Acabo de alquilar un estudio de música con un amigo y en el trabajo me va muy bien”. Una suerte que, reconoce, difícilmente se encontraría en la España actual:
“Conozco gente de mi sector profesional que ha regresado y no están muy contentos con las condiciones laborales y el sueldo, pero sé que tarde o temprano volveré”. O como le canta a su Cádiz natal: “Tienen que matarme pa que aquí no vuelva Envolveré su cuerpo en mi bandera os haré señas”
CINCUENTA Y OCHO
“Hemos dejado que gente muy buena se marche por la puerta de atrás”
María Cabrera
C uando María Cabrera contempla a través del vidrio de la pecera a sus guppys, no ve al exótico pez cuyo brillante colorido y facilidad de aclimatación le ha hecho popular como
mascota en todo el mundo. Esta bióloga gaditana observa con interés científico a esta especie caribeña que como ella, ha viajado hasta el laboratorio canadiense donde trabaja desde hace cuatro años. A doce meses de culminar su tesis doctoral en la Universidad de Montreal, esta investigadora de 29 años hace un alto en sus investigaciones para explicar a infoLibre la experiencia de quien ha dejado atrás familia y amigos para encontrar el reconocimiento que España le niega a la Ciencia. Impulsada por la preparación recibida en la Universidad de Granada, su vocación científica y su afán de independencia personal y económica, María se dispuso a saltar los casi seis mil kilómetros que separan su Cádiz natal de Canadá. Cansada de ver cómo se le cerraban una tras otra las puertas de una España espoleada por la crisis y los recortes, comprendió que había llegado el momento de hacer las maletas. “Intenté hacer un doctorado pero fue imposible. Me ofrecieron entrar a trabajar en un laboratorio sin cobrar hasta que saliera una beca. El problema es que ya había cuatro o cinco personas esperando desde antes que yo. Así que tenía que abrir los ojos: Vi que así no”, explica. Aprovechando su experiencia Erasmus en Holanda, no tardó en ponerse en contacto con el que había sido su supervisor para encontrar su primera oportunidad laboral en el exterior: “Me contestó que en año se iba a Canadá y que solicitara allí el doctorado. Me aceptaron y me vine”. “¿Qué cómo se vive con una beca de doctorado en Canadá? Bueno, no puedo hacer grandes fiestas, pero se puede vivir” responde con la confianza y la satisfacción de haber logrado, no solo hacerse un hueco profesional en el exigente ámbito
científico, sino de haberse desprendido de la dependencia económica de su familia. “Aquí soy independiente. No tengo que pedirle nada a mi madre”. Una realidad que, reconoce, la aleja de la idea de un retorno próximo a España: “Todos los días me pregunto qué pasará. Pero para volver y no tener nada, mejor me quedo aquí”, afirma convencida de que el paro y la precariedad no han abandonado la realidad de su país natal: “Veo cómo se encuentran muchos de mis amigos, sin trabajo, o haciendo muchas horas para cobrar muy poco, y me niego a verme en esa situación”, sentencia. Como tantos otros investigadores españoles que decidieron emprender sus carreras en el extranjero, María no puede reprimir el temor a encontrarse la misma España que abandonó y que no ha dejado de mermar la inversión en Ciencia. “Hemos dejado que gente muy buena se marche por la puerta de atrás. No dan becas al investigador principal y se ha recortado financiación a los laboratorios. Si no tienes los recursos necesarios para investigar, no te conviene volverte solo por estar cerca de tu familia”. Reclama así una apuesta definitiva por la I+D+i que, no solo facilite el retorno de los investigadores expatriados, sino que impulse un nuevo modelo productivo más estable: “Si se les diera trabajo a todos los graduados que quieren investigar, España se acabaría igualando con países que invirtieron en Ciencia en su día y que ahora se han convertido en los mejores”. Un objetivo que se configura cada vez más lejano si se tienen en cuenta los datos de la OCDE que sitúan a España como el país que más ha recortado en esta materia durante la crisis, y un esfuerzo que, como explica desde su experiencia, no siempre exige millonarias inversiones: “Todo lo que hago en Canadá
podría hacerlo en España. No necesito una tecnología o maquinaria muy avanzada ni costosa”, remata. María se indigna cuando escucha cómo desde instancias públicas se refieren a los expatriados como “aventureros” para minimizar el fenómeno migratorio. “No me he marchado por placer ni para disfrutar de otros sitios. He venido a trabajar y por lo tanto, he llegado en calidad de emigrante”. Espectadora en la distancia, reconoce el cada vez mayor esfuerzo que le supone seguir la actualidad de una España que no deja de repetir los vicios que la llevaron al desastre. “Me vine a Canadá hace cuatro años pensando que en cinco pasaría la crisis, que iríamos a mejor y podría volver. Pero veo que vamos a peor”. Esta investigadora no puede ocultar su decepción por la deriva que sigue su país natal y que, advierte, también amenaza con hacer cruzar el océano a las generaciones más jóvenes. “Mi hermana pequeña de 16 años ya me pregunta qué hace falta para tener trabajo en Canadá, o como se consigue un visado a EEUU. Da mucha pena porque la gente joven tampoco se va a quedar”.
Acerca la de autora
Carmen Valenzuela (Granada, 1983) es periodista y colaboradora habitual de infoLibre desde el año 2013 con las secciones dominicales Los Otros Gamonal y Talento a la Fuga. Cree en un periodismo crítico que preste su voz a aquellos que pocas veces tienen la oportunidad de ocupar los grandes titulares. @vdevalenzuela
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