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Introducción Artículos A propósito de Sor Juana Inés de la Cruz y la edición de textos del Siglo de Oro Regarding Sor Juana Inés de la Cruz and the Edition of the Golden Age Texts Ignacio Arellano La Jornada de Amagua (Omagua) y Dorado: entre Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto The Jornada of Amagua (Omagua) y Dorado: Between Francisco Vázquez and Pedrarias de Almesto Álvaro Baraibar Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas chilenas del siglo XVI From Rite to Hunger: Anthropophagy in Two Chilean Chronicles of the Sixteenth Century Miguel Donoso Rodríguez Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica Loa Si la tórrida, by Sor Juana Inés de la Cruz: a Critical Edition J. Enrique Duarte Loa Al luminoso natal, de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica Loa Al luminoso natal, by Sor Juana Inés de la Cruz: a Critical Edition J. Enrique Duarte y Blanca Oteiza Hacia una caracterización de la poesía charqueña (inicios del siglo XVII) Defining the Charcas Poetry on the Early XVIIth Century Andrés Eichmann Oehrli Ostentación y ejemplo en la fiesta novohispana. A propósito del Festivo aparato en la canonización de san Francisco de Borja (México, 1672) Ostentation and Example in the New World Festival. A Study of the Festivo aparato Regarding the Canonization of San Francisco de Borja (Mexico, 1672) Judith Farré Vidal El ciudadano trabajador en la transición del México colonial al independiente: la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi The Worker Citizen in the Mexican Transition Between Colonial and Independent Periods: José Joaquín Fernández de Lizardi’s Work Mariela Insúa Escenificación del poder episcopal en Charcas: fiestas en la entrada del arzobispo Borja (1636) Episcopal Power Performance in Charcas: Festivities at the Entrance of the Archbishop Borja (1636) Pilar Latasa Derecho y Justicia en la conquista de América Law and Justice in the Conquest of America Raúl Marrero-Fente Recorrer, deslindar, distribuir: representaciones del espacio en La Araucana y en el Cautiverio feliz Travelling, Demarcating, Distributing: Space Representations in La Araucana and Cautiverio Feliz Stefanie Massmann El imaginario indígena en el Arauco domado de Lope de Vega The Indian Imaginary in Lope de Vega’s Arauco Domado Carlos Mata Induráin Acerca de la Relación y Sentencia del poeta virrey Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache. Notas bien sueltas On Relación and Sentencia by the Viceroy Poet Francisco de Borja y Aragón, Prince of Esquilache. Loose notes María Inés Zaldívar Ovalle
taller de letras taller de letras
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATólica de chile facultad de Letras
Reseñas Alonso de Góngora Marmolejo, Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado. Estudio, edición y notas de Miguel Donoso Rodríguez Por Silvia Tieffemberg Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo. Eds. Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa Por Javiera Jaque Cancionero mariano de Charcas. Ed. Andrés Eichmann Oehrli Por Miguel Donoso Develando el Nuevo Mundo. Imágenes de un proceso de Olaya Sanfuentes Por Sebastián Schoennenbeck 2012
issn 0716-0798
año 2012
M u n do s t ra s at l á n tico s : t ra ba jo s y d iv er s i o nes M o nográfico de l i teratura colo n i a l
Coordinador y Editor Miguel Donoso Rodríguez
PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATólica de chile facultad de Letras
Taller de letras ∙∙ C u e r p o
Editorial
Decano José Luis Samaniego Directora Rubí Carreño Editor Cristián Opazo Asistente editorial Ainhoa Vásquez Mejías Comité editorial María Nieves Alonso ** Universidad de Concepción Daniel Balderston ** University of Pittsburgh Rodrigo Cánovas ** Facultad de Letras, Pontificia Universidad Católica de Chile Luis Cárcamo-Huechante ** The University of Texas at Austin Luis Correa Díaz ** University of Georgia Diamela Eltit ** Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación - New York University Gwen Kirkpatrick ** Georgetown University Francisca Noguerol ** Universidad de Salamanca Julio Ortega ** Brown University Grínor Rojo ** Universidad de Chile Comité de redacción Lorena Amaro ** Instituto de Estética, Pontificia Universidad Católica de Chile Valeria de los Ríos ** Universidad de Santiago de Chile Carmen Luz Fuentes-Vásquez ** Pontificia Universidad Católica de Chile Javier Pinedo ** Universidad de Talca Danilo Santos ** Facultad de Letras, Pontificia Universidad Católica de Chile Comité honorario: ex directores Jorge Román-Lagunas Carmen Foxley Cedomil Goic Jaime Hagel Ernesto Livacic (Q.E.P.D.) Patricio Lizama María Ester Martínez (Q.E.P.D.) Adriana Valdés María Inés Zaldívar Canje Susana Díaz Departamento de Adquisiciones Sistema de Bibliotecas Teléfono (56-2) 354 59 91
[email protected] Contacto Taller de Letras Departamento de Literatura Facultad de Letras Pontificia Universidad Católica de Chile Campus San Joaquín Av. Vicuña Mackenna 4860, Macul Santiago de Chile Teléfono: (56-2) 354 78 93 Fax: (56-2) 354 79 07 www.uc.cl/letras
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Taller de letras NE1 ∙∙ S u m a r i o 7
Introducción
A r t í c u l o s 15
A propósito de Sor Juana Inés de la Cruz y la edición de textos del Siglo de Oro Regarding Sor Juana Inés de la Cruz and the Edition of the Golden Age Texts Ignacio Arellano
35
La Jornada de Amagua (Omagua) y Dorado: entre Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto The Jornada of Amagua (Omagua) y Dorado: Between Francisco Vázquez and Pedrarias de Almesto Álvaro Baraibar
51
Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas chilenas del siglo XVI From Rite to Hunger: Anthropophagy in Two Chilean Chronicles of the Sixteenth Century Miguel Donoso Rodríguez
63
Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica Loa Si la tórrida, by Sor Juana Inés de la Cruz: a Critical Edition J. Enrique Duarte
95
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica Loa Al luminoso natal, by Sor Juana Inés de la Cruz: a Critical Edition J. Enrique Duarte y Blanca Oteiza
139
Hacia una caracterización de la poesía charqueña (inicios del siglo XVII) Defining the Charcas Poetry on the Early XVIIth Century Andrés Eichmann Oehrli
153
Ostentación y ejemplo en la fiesta novohispana. A propósito del Festivo aparato en la canonización de san Francisco de Borja (México, 1672) Ostentation and Example in the New World Festival. A Study of the Festivo aparato Regarding the Canonization of San Francisco de Borja (Mexico, 1672) Judith Farré Vidal
165
El ciudadano trabajador en la transición del México colonial al independiente: la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi The Worker Citizen in the Mexican Transition Between Colonial and Independent Periods: José Joaquín Fernández de Lizardi’s Work Mariela Insúa
179
Escenificación del poder episcopal en Charcas: fiestas en la entrada del arzobispo Borja (1636) Episcopal Power Performance in Charcas: Festivities at the Entrance of the Archbishop Borja (1636) Pilar Latasa
201
Derecho y Justicia en la conquista de América Law and Justice in the Conquest of America Raúl Marrero-Fente
215
Recorrer, deslindar, distribuir: representaciones del espacio en La Araucana y en el Cautiverio feliz Travelling, Demarcating, Distributing: Space Representations in La Araucana and Cautiverio Feliz Stefanie Massmann
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El imaginario indígena en el Arauco domado de Lope de Vega The Indian Imaginary in Lope de Vega’s Arauco Domado Carlos Mata Induráin
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Acerca de la Relación y Sentencia del poeta virrey Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache. Notas bien sueltas On Relación and Sentencia by the Viceroy Poet Francisco de Borja y Aragón, Prince of Esquilache. Loose notes María Inés Zaldívar Ovalle
R e s e ñ a s 275
Alonso de Góngora Marmolejo, Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado. Estudio, edición y notas de Miguel Donoso Rodríguez Por Silvia Tieffemberg
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Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo. Eds. Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa Por Javiera Jaque
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Cancionero mariano de Charcas. Ed. Andrés Eichmann Oehrli Por Miguel Donoso
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Develando el Nuevo Mundo. Imágenes de un proceso de Olaya Sanfuentes Por Sebastián Schoennenbeck
Taller de Letras NE1: 7-11, 2012
Monográfico de Literatura Colonial issn 0716-0798
Introducción
El lector tiene entre sus manos un volumen íntegramente dedicado a la literatura colonial americana y a la literatura española de tema americano, el cual ha sido posible gracias a la iniciativa del GRISO (Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra). Es conocida la importancia que este grupo de investigación ha marcado en los últimos años en los estudios y ediciones de obras del Siglo de Oro español. No lo es menos el prestigio que empieza a ganar en el área de los estudios y ediciones de textos coloniales, de lo cual es justamente reflejo el Centro de Estudios Indianos de la misma universidad y especialmente la Biblioteca Indiana que publica Editorial Iberoamericana-Vervuert, la cual se aproxima ya al volumen 30 de la colección, con notables aportes en el campo de los estudios coloniales y ediciones críticas, varias de las cuales han sido dedicadas a la literatura colonial chilena. Esto explica el que varios trabajos que aquí se presentan correspondan a investigadores del GRISO. Destacan en este volumen monográfico tres trabajos dedicados al estudio filológico de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz. En el primero de ellos, titulado ”A propósito de Sor Juana Inés de la Cruz y la edición de textos del Siglo de Oro”, Ignacio Arellano, director del GRISO, vuelve a insistir una vez más en la importancia que el trabajo filológico tiene como punto de partida para cualquier estudio literario sobre la Colonia. El autor ofrece una serie de indicaciones prácticas sobre la edición crítica de textos del Siglo de Oro adaptadas al proyecto de edición de la obra completa de Sor Juana Inés de la Cruz, proyecto que coordina el mismo GRISO. Se comentan aspectos relacionados con el proceso de transmisión textual, la selección de los testimonios, las variantes, la modernización gráfica, la puntuación y la anotación, como siempre valiéndose de ejemplos extraídos de diversas ediciones de la propia obra de Sor Juana, los cuales dejan patente el necesario trabajo de fijación textual, puntuación y sobre todo de una anotación –más aún tratándose Sor Juana de una escritora conceptista– que permita al lector actual comprender los complejos e ingeniosos textos sorjuaninos. Sin duda resulta admirable que a estas alturas del siglo XXI la obra de Sor Juana aún esté pendiente de ser editada como se merece, por lo cual es de esperar que este proyecto de edición de su obra completa llegue muy pronto a buen puerto. Los otros dos trabajos corresponden al estudio y edición de dos piezas de teatro breve de Sor Juana. La primera de ellas es la loa Si la tórrida, fechada en 1684, con estudio y edición de J. Enrique Duarte, del GRISO. Se trata de una loa cortesana o palaciega que acompañó la representación de la comedia No puede ser el guardar una mujer, la cual, desarrollando un tema tan árido como el del calor de julio en México, estaba destinada a celebrar el primer aniversario del nacimiento del primogénito del virrey de México. El autor presenta la edición crítica de la loa, habiendo cotejado y revisado nueve testimonios, algunos de ellos en más de un ejemplar, lo que le ha permitido establecer con garantías su transmisión y establecimiento textual. La edición se acompaña de la anotación precisa para indicar sus claves y
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Taller de Letras NE1: 7-11, 2012
facilitar su comprensión en los pasajes dificultosos. Además de la edición se facilita y comenta la estructura métrica. La segunda de ellas es también una loa que lleva por título Al luminoso natal. Fechada en 1683, esta loa cortesana de Sor Juana está dedicada a festejar el 22° cumpleaños del rey Carlos II de Habsburgo, en boca de José (que por entonces contaba tan solo cuatro meses de vida), primogénito del Conde de Paredes, el virrey de México. Sor Juana suma en el homenaje onomástico a Eolo, Siringa, Flora y Pan, dioses y presidentes de la naturaleza. Los autores del trabajo, Blanca Oteiza y el mismo J. Enrique Duarte, ambos del GRISO, presentan una edición crítica de la loa, en la que se han cotejado y revisado nueve testimonios, los cuales han permitido establecer con garantías su fijación textual. La edición se acompaña de la anotación precisa para indicar sus claves y facilitar su comprensión en los pasajes dificultosos. De los múltiples e interesantes aspectos dramáticos que tiene esta loa, destaca el análisis de su compleja estructura métrico-musical. Otros dos trabajos pertenecen al ámbito de las fiestas americanas. En ”Ostentación y ejemplo en la fiesta novohispana. A propósito del Festivo aparato en la canonización de san Francisco de Borja (México, 1672)”, Judith Farré, del CSIC, estudia los festejos acaecidos en la Ciudad de México a raíz de la canonización de San Francisco de Borja (1672), recogidos en el impreso anónimo que lleva por título Festivo aparato con que la provincia mexicana de la Compañía de Jesús celebró en esta Imperial Corte de la América Septentrional, los inmarcescibles lauros y glorias inmortales de San Francisco de Borja, grande en la pompa de el mundo… (México, Imprenta de Juan Ruiz, 1672). Este texto incluye la relación de todos los eventos que formaron parte de dicha celebración. El principal objetivo del trabajo es analizar los mecanismos que intervienen en la escritura de la fiesta como una forma de culminación del efímero, tratando aspectos como las alusiones a la ostentación y la pompa y la transcripción de los gastos del festejo, en relación con los conceptos de gasto y derroche sacrificial; la descripción de los efectos/afectos en los testigos presenciales del festejo; la voluntad de plasmar el movimiento de la escena festiva y la pretensión de veracidad a la hora de transcribir la disposición lineal y cronológica del festejo. Por ello, el impreso incluye también aspectos como la descripción de la máscara faceta junto al elogio al fingido disimulo, una estrategia que se analiza a partir de la noción de ”espectador omnisciente”. El segundo trabajo sobre la fiesta en América lleva por título ”Escenificación del poder episcopal en Charcas: fiestas en la entrada del arzobispo Borja (1636)”. En él la historiadora Pilar Latasa, de la Universidad de Navarra, aborda también el tema de la fiesta americana a partir del análisis de las Noticias políticas (1639) de Pedro Ramírez del Águila, cuyo texto se cierra con la relación de la entrada del arzobispo Borja en La Plata en septiembre de 1636. El final festivo permite a Ramírez del Águila subrayar dos ideas presentes a lo largo de toda su obra: la reivindicación de Charcas como territorio de primera categoría dentro del conjunto de los reinos de la monarquía hispánica y, relacionado con lo anterior, la dignidad de su nuevo arzobispo. De forma menos explícita, este colofón es utilizado también para introducir un tercer elemento importante: la lealtad del autor a la monarquía hispánica
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Monográfico de Literatura Colonial
y a la iglesia de Charcas. Desde esta triple perspectiva, el trabajo de Latasa aborda una relectura de esta entrada episcopal en un contexto histórico y geográfico amplio, con el fin de establecer referentes que permitan evaluar no solo su dimensión festiva, sino también los elementos específicamente indianos que la caracterizan. En el mismo ámbito geográfico pero desde un punto de vista distinto se sitúa el trabajo de Andrés Eichmann, de la Universidad de Navarra y Centro de Estudios Bolivianos Avanzados (CEBA). Bajo el título ”Hacia una caracterización de la poesía charqueña (inicios del siglo XVII)”, el autor, siguiendo la línea trazada en anteriores trabajos suyos –recuérdese, entre otros, su Cancionero mariano de Charcas (2008)–, intenta dar explicación del desconocimiento casi generalizado en que ha estado sumida la literatura de Charcas, sobre todo las obras poéticas producidas en el siglo XVII, y cómo estas comenzaron a despertar en tiempos recientes el interés de la comunidad científica. Se ha señalado el carácter excepcional e incluso innovador de algunas obras, tanto en el plano de la exploración poética como en el de las ideas estéticas, muchas de ellas de influencia italiana. Así, en su trabajo Eichmann pasa revista a algunas condiciones socioculturales que estuvieron en la base del ”clima intelectual” de la actividad cultural desarrollada en Charcas, e intenta formular los (escasos) rasgos peculiares de la actividad poética y de la reflexión estética registrados hasta ahora: a) la presencia de poetas petrarquistas en Charcas y la poca recurrencia a los modelos españoles; b) la presencia de notables trabajos de traducción hechos por poetas charqueños, y c) cómo la amada inaccesible del amor petrarquista se transforma en la lírica de Charcas en amorosa dama casadera. Tomando como tema la literatura colonial de Chile y Perú figuran otros cuatro artículos. En el ámbito peruano, un primer trabajo está dedicado a ”La Jornada de Amagua (Omagua) y Dorado: entre Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto”. Su autor, Álvaro Baraibar, del GRISO, se centra en el estudio de algunos textos que relatan la expedición del tirano Lope de Aguirre, conocida en la época como Jornada de Omagua y Dorado. Se trata de un episodio de la historia del que hemos conservado numerosos testimonios, tanto directos de soldados que participaron en la jornada como indirectos. La Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amagua y Dorado de Francisco Vázquez es una fuente fundamental en este conjunto de textos y representa un caso excepcional para estudiar aspectos como la figura del autor o cuestiones de autoría en el siglo XVI. Pedrarias de Almesto, otro soldado que, como Vázquez, participó en la jornada, elaboró su propia versión a partir de la escrita por aquél. La práctica habitual a la hora de editar esta Relación, desde que se publicara por primera vez en 1881, ha sido la de reproducir la versión de Almesto a nombre de Vázquez. El trabajo de Baraibar analiza esta peculiar situación textual y se pregunta por aspectos como la autoría o la intención de autor a la hora de escribir la relación y muestra la necesidad de restaurar a Francisco Vázquez y su texto como paso previo para otras investigaciones. También enmarcado en el estudio del Perú virreinal llega el trabajo de María Inés Zaldívar, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, que lleva por título ”Acerca de la Relación y Sentencia del poeta virrey Francisco de
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Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache. Notas bien sueltas”. En él pretende dar cuenta de la lectura, transcripción y fijación de la Relación que dejó sobre su gobierno don Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, virrey del Perú entre los años 1616 y 1621, y de la posterior Sentencia del Consejo Real de las Indias, que por encargo del rey Felipe IV dictó el Licenciado Antonio Fernández Montiel el 7 de enero de 1626. La autora proporciona una serie de datos y reflexiones acerca del proceso de estudio y edición de las referidas Relación y Sentencia, trabajo encaminado a la publicación de la edición crítica de los referidos textos. A la época temprana de la conquista de Chile pertenece el trabajo de Miguel Donoso, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, titulado ”Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas chilenas del siglo XVI”. El artículo aborda el tema de la antropofagia en las crónicas tempranas de la conquista de Chile, tema rodeado de polémica en las letras coloniales, buscando una explicación de sus motivaciones. Esto ayuda a entender mejor diversos aspectos de la empresa de conquista y del comportamiento del otro conquistado. Se sabe que ya desde los viajes de Colón los cronistas y viajeros informaron de caníbales reales o figurados por toda la geografía del continente. Por otra parte, la práctica de la antropofagia era atribuible no solo a los indígenas, sino también a los europeos, tal como testimonian los Naufragios de Cabeza de Vaca, entre otros textos. Este trabajo analiza el tema centrándose en dos crónicas chilenas del siglo XVI: la Crónica y relación copiosa (1558) de Jerónimo de Vivar y la Historia de todas las cosas que han acaecido en el Reino de Chile (1575), de Alonso de Góngora Marmolejo, en las cuales se puede apreciar cómo las prácticas antropófagas de los indígenas aparecen vinculadas esencialmente a la guerra, pero con connotaciones no solo rituales, sino también debidas al hambre y a la desesperación. También situándose en el territorio de Chile, el artículo ”Recorrer, deslindar, distribuir: representaciones del espacio en La Araucana y en el Cautiverio feliz”, de Stefanie Massmann, de la Universidad Andrés Bello, examina las representaciones del espacio en La Araucana (1569-1578-1589), de Alonso de Ercilla y en el Cautiverio feliz (1673), de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. La autora analiza cómo estas obras ofrecen dos imágenes distintas sobre el territorio chileno en el contexto de la Guerra de Arauco y utilizan estrategias retóricas que les permiten borrar o desplazar lugares y fronteras. El análisis está centrado en las implicaciones ideológicas de estas representaciones y busca establecer cómo estas responden a dos modos distintos de relación entre la metrópoli y la colonia. Desde una óptica más cercana a la filosofía de la Conquista y al Derecho indiano, Raúl Marrero-Fente, de la U. de Minnesota, en su artículo ”Derecho y Justicia en la conquista de América”, se apoya en las teorías filosóficas del post-fundacionalismo y el post-colonialismo para examinar las teorías de la justicia distributiva y su importancia para la teoría jurídica. El ensayo analiza los principales textos jurídicos de la conquista de América: las capitulaciones de Santa Fe, las bulas papales, las leyes de Burgos y el requerimiento, y explica el carácter de tales ficciones legales. Por último, comenta la importancia de la teoría poscolonial en el estudio de la Historia del Derecho en América Latina.
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Monográfico de Literatura Colonial
Carlos Mata, del GRISO, es el único autor que centra su análisis en una obra española del Siglo de Oro, aunque de tema americano. Su trabajo lleva por título ”El imaginario indígena en el Arauco domado de Lope de Vega”, y en él se puede apreciar cómo las guerras de Arauco inspiraron en el Siglo de Oro numerosas obras literarias y, en el género concreto del teatro, varias comedias y un auto sacramental. Dentro de ese corpus dramático destaca Arauco domado, comedia de Lope de Vega, que fue una de las obras encargadas por la familia Hurtado de Mendoza para vindicar la figura de don García, relegado a un segundo plano en La Araucana de Ercilla. El trabajo de Mata analiza la imagen de los indígenas ofrecida por Lope: los araucanos, con Caupolicán al frente, aparecen caracterizados como valientes e indómitos guerreros defensores de su libertad, pero también con rasgos de fiereza y crueldad (sobre todo, la antropofagia). También se analizan los aspectos relacionados con la vida araucana (costumbres, creencias religiosas, armas, comida y bebida, etc.) que se mencionan en la comedia, pero cabe concluir que el reflejo de ese imaginario indígena araucano no es real sino fundamentalmente libresco, siendo La Araucana de Ercilla el principal referente y la fuente de inspiración última. Finalmente, cierro este recorrido con el trabajo de Mariela Insúa, también del GRISO, quien toma a un autor temprano de la etapa republicana de México, el cual hunde sus raíces indudablemente en la época colonial, sobre todo en lo que dice relación con la Ilustración. Bajo el título ”El ciudadano trabajador en la transición del México colonial al independiente: la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi”, la autora analiza la representación de la figura del ciudadano trabajador en la obra literaria y periodística de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1810), considerado el primer novelista hispanoamericano, en relación con el contexto histórico y social del México de finales de la colonia y comienzos de la vida independiente. Fernández de Lizardi fue un atento observador del estado laboral en México a finales de la etapa colonial y al despuntar el periodo independiente, y propone en su obra literaria y periodística un modelo de trabajador como elemento indispensable en la construcción de las bases económicas y sociales de la nación. Así, el escritor mexicano valora en los trabajadores tanto su utilidad como su comportamiento ejemplar y esforzado. Asimismo, fomenta con especial énfasis la labranza del campo como actividad generadora de recursos susceptibles de ser repartidos equitativamente. Por último, insiste en la necesidad de desarrollar los oficios mecánicos y de valorar aquellos que, por error de la costumbre, han sido tradicionalmente denigrados. Resta tan solo agradecer al GRISO, encabezado por Ignacio Arellano, y en especial a sus secretarios, Carlos Mata y Mariela Insúa, quienes coordinaron la recopilación de los trabajos del presente volumen desde Europa. Asimismo, hago extensivos mis agradecimientos a la dirección de la Revista Taller de Letras, encabezada por Rubí Carreño, y a la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile, por el decidido apoyo que brindaron a este volumen. Por último, agradecemos a todos los académicos que con sus trabajos hicieron posible la existencia del mismo.
Miguel Donoso Rodríguez
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a r t í c u l o s
Ignacio Arellano A propósito T aller de Letras NE1: 15-33, 2012
de Sor Juana Inés de la Cruz y la edición textos… issnde 0716-0798
A propósito de Sor Juana Inés de la Cruz y la edición de textos del Siglo de Oro Regarding Sor Juana Inés de la Cruz and the Edition of the Golden Age Texts Ignacio Arellano GRISO-Universidad de Navarra
[email protected] Este artículo ofrece una serie de indicaciones prácticas sobre la edición crítica de textos del Siglo de Oro adaptadas al proyecto de edición de la obra completa de Sor Juana Inés de la Cruz. Se comentan aspectos relacionados con el proceso de transmisión textual, la selección de los testimonios, las variantes, la modernización gráfica, la puntuación y la anotación. Todo esto explicado a través de ejemplos extraídos de la propia obra de Sor Juana. Palabras clave: Siglo de Oro. Edición crítica. Sor Juana Inés de la Cruz. This article offers some practical indications regarding the critical edition of the Golden Age texts, adapted to the edition project of the Complete Works of Sor Juana Inés de la Cruz. They are commented several aspects about the textual transmission process, the selection of testimonies, the variants, the graphic modernization, the punctuation and the annotation. These points are explained through examples of Sor Juana’s texts. Keywords: Golden Age. Critical Edition. Sor Juana Inés de la Cruz
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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Taller de Letras NE1: 15-33, 2012
Aproximación al estado de la cuestión No me ocuparé en estas páginas estrictamente de crítica textual1 ni de una teoría de la edición. Me interesa señalar, simplemente, algunas orientaciones prácticas –que he planteado en otras ocasiones– adaptadas en este caso al proyecto de edición crítica de Sor Juana2, en el que está actualmente trabajando un amplio equipo internacional coordinado por el Grupo de Investigación Siglo de Oro de la Universidad de Navarra. Antonio Alatorre al comentar la excelente edición, ya clásica, de Méndez Plancarte, afirma que dista de acercarse a la meta de la edición crítica que merece Sor Juana (515). Esa tarea es muy difícil para un investigador individual, y la muy meritoria de Méndez Plancarte observa ciertas prácticas editoras que deben corregirse o que pueden completarse (enmiendas innecesarias, malas lecturas, anotación parcial…). Nuevos trabajos han ido aportando contribuciones muy estimables que habrán de ser tenidas en cuenta: por ejemplo, la edición facsímil con listas de variantes debida a Gabriela Eguía3; la de la comedia Los empeños de una casa de García Valdés; El divino Narciso, de Robin Rice; el trabajo de los villancicos de Martha Lilia Tenorio, las antologías poéticas de Sabat de Rivers, Sabat y Rivers, o González Boixo4, de valor desigual… De las aportaciones más recientes en este sentido hay que destacar el tomo I de las Obras completas (Lírica personal), aparecido en 2009, a cargo de Antonio Alatorre; el Neptuno alegórico (Ed. V. Martin y E. Arenal, 2009) y la edición de las comedias Los empeños de una casa y Amor es más laberinto hecha por Celsa García Valdés en 2010. En estas condiciones, abordar una edición crítica completa parece, pues, una empresa pertinente y asequible, y quizá puedan resultar útiles algunas consideraciones prácticas.
Cuestiones de transmisión y definición del texto Se suele definir como edición crítica la que refleja de la manera más fiel las intenciones del escritor. Para Carol Bingham Kirby es aquella que reconstruye el arquetipo perdido, esto es, “el texto del cual deben proceder todas las versiones existentes y la redacción más cercana al original del autor” (71). Kirby sitúa su teoría en la línea de R. B. McKerrow, W. W. Greg, o Fredson Bowers. Para Bowers (149):
1 Ver
Blecua, 1983; Rico, 2006 para esas cuestiones. Arellano, 1992; Escudero, 2006. Ver también Arellano y Cañedo, 1987; Arellano, 1991. Recojo algunas de estas observaciones en Arellano, 2007, muchas de cuyas reflexiones utilizo aquí de nuevo en lo que me parece pertinente. 3 Tres tomos correspondientes a Inundación castálida, 1689; Segundo volumen, 1692; Obras póstumas, 1700, México: Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de México, 1995. De estas listas se sirve Alatorre para su comentario a la edición de Méndez Plancarte. 4 Inundación castálida, Ed. G. Sabat; Poesía, teatro, pensamiento, Eds. G. Sabat y E. Rivers; Poesía lírica, Ed. González Boixo. Recojo en la bibliografía los otros datos pertinentes de las ediciones aludidas. 2 Ver
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Ignacio Arellano
A propósito de Sor Juana Inés de la Cruz y la edición de textos…
A critical edition is not the bastard child of a facsimile or reprint text; if is properly contrived it is an improvement, in that it more faithfully represents the author’s intentions than any reproduction of a single transmitted documentary form can do… Y Greg declara en su libro sobre The Calculus of Variants que todas las ediciones existentes de un determinado texto están derivadas de un único original, que el crítico textual debe tratar de recobrar (1). Estos objetivos no son fáciles cuando la transmisión es compleja y con puntos oscuros. Si tomamos un ejemplo, estudiado por Robin Rice en su edición de El divino Narciso, percibiremos con claridad algunos problemas habituales que afectan a Sor Juana Inés de la Cruz. No parece que el auto y su loa estuvieran preparados en 1688 cuando la Condesa de Paredes lleva a España los escritos que formarían la Inundación castálida publicada en 1689. La primera edición de El divino Narciso es una suelta de la viuda de Bernardo Calderón, México, 1690. En la segunda edición del Tomo Primero (Poemas…), Madrid, 1690, tampoco se incluyeron los textos. Solo en 1691, en la tercera edición del Tomo Primero, impresa en Barcelona, aparece por primera vez, en una colección, El divino Narciso, probablemente incluido a última hora. Se indica que es una edición “corregida, y añadida por su autora”. La segunda edición de este tomo primero también llevaba la misma indicación, de la que se puede aceptar lo de “añadida”, pero difícilmente lo de “corregida”. Los textos incluidos en la primera edición del Segundo Volumen, impresa en Sevilla en 1692, parecen más cerca de la voluntad de la autora5. Varias ediciones afirman ser “corregidas” y “mejoradas” por Sor Juana. Como indica Rice, la rapidez con que se suceden las ediciones del Tomo Primero (1689, 1690, 1691…), hace inverosímil su corrección y mejora sistemáticas. Son fáciles de comprender los añadidos de obras nuevas en cada edición, pero no se advierten cambios atribuibles a una revisión de la autora. En alguna oportunidad, sin embargo, es probable que revisara algunos textos antes de enviarlos a España, sobre todo en el caso de los impresos en México con antelación: lo más razonable sería usar como textos base las ediciones españolas, que representarían la última decisión, no las ediciones príncipes… (Alatorre: 521, n. 33) Recuérdense, por otro lado, las precisiones del Prólogo al lector en la edición de 1690 (no figura en Inundación castálida), en el que habla sor Juana de la prisa de los traslados, de su carencia de borradores y de las faltas de los copistas:
5 Sobre
las características de esta edición y las facilidades que Sevilla podía ofrecer para una rápida y cuidada impresión ver Robin Rice, ed. citada.
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Taller de Letras NE1: 15-33, 2012
Bien pudiera yo decirte por disculpa, que no ha dado lugar para corregirlos la prisa de los traslados, que van de diversas letras, y que algunas de muchachos matan de suerte el sentido que es cadáver el vocablo… (Obras completas de Sor Juana, I: 3-4)6 Habrá que examinar, pues, cuidadosamente los testimonios y efectuar las enmiendas pertinentes, sin prestar inmediata aquiescencia a los diversos testigos de la tradición y tomando la responsabilidad de enmendar cuando se considere necesario, señalando siempre las enmiendas que no sean de simples erratas en el aparato.
Selección de testimonios En principio pretendemos estudiar un ejemplar de cada edición y manuscrito conservados. En el caso de Sor Juana, por ejemplo, habría que compulsar las tres ediciones de 1693 del Segundo volumen, las dos ediciones de 1709 de Inundación castálida, etc. Algunos críticos suelen exigir la compulsa de todos los ejemplares conservados de cada edición: dado el sistema de impresión del Siglo de Oro, puede haber –los hay– ejemplares de una edición que muestren diferencias con otros de esa misma edición. Ciertamente es conveniente compulsar algunos ejemplares de cada edición, pero la compulsa de todos los ejemplares de todas las ediciones parece una utopía, y generalmente la tarea resulta poco productiva. Una vez recogidos los testimonios disponibles, para el establecimiento de las filiaciones y la elaboración de los estemas, las técnicas (errores conjuntivos, separativos, compuestos, etc.) son generalmente bien conocidas y aceptadas. Supongamos que hemos elaborado nuestro estema7, tenemos claro cuál es el texto que debemos usar como base y cuáles son los que irán al aparato de variantes. Respecto a las variantes hay que decidir si consignaremos todas las variantes o solo las principales, y si daremos categoría de variantes –es decir, ¿las incluiremos en el aparato o no?– a las diferencias de diversos testimonios, insertadas en el proceso transmisor por manos ajenas y de poca relevancia dramática y estética8.
6 En
lo que sigue abrevio en MP y la Inundación castálida (1689) en IC. es necesario, que no siempre lo es. Un estema es un instrumento para valorar los testimonios. Muchas veces es mera hipótesis de trabajo porque no hay datos suficientemente significativos para establecerlo de modo unívoco. Otras veces la existencia de un autógrafo de última mano hace innecesaria la ayuda del estema. Si no hace falta un estema no será necesario consignarlo en la edición. 8 Por ejemplo, diferencias y errores surgidos en ediciones modernas, por errores interpretativos, fallos de transcripción, correcciones equivocadas, etc. 7 Si
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Variantes y sus problemas. La “basura textual” y el tratamiento del texto Al elaborar una edición crítica, el editor tiende a menudo a recoger exhaustivamente las variantes de muchos testimonios que realmente no tienen valor textual, con la pretensión de hacer un trabajo lo más definitivo y completo posible. En realidad estos criterios no son científicos, y tampoco han resultado prácticos en empresas anteriores, como la edición de los autos completos de Calderón o las obras completas de Tirso de Molina, en distintas etapas de realización por el equipo del GRISO9. Han producido aparatos llenos de “basura textual” o ruido, que a menudo interfiere en la verdadera información, y que en el futuro nos proponemos eliminar. El concepto de variante, por otro lado, está relacionado con el tratamiento del texto que se haya decidido. Si se mantienen las grafías antiguas como elementos relevantes estaremos obligados a considerar variantes las diferencias de grafías y de puntuación. Adoptando la modernización gráfica, práctica que se propone seguir la edición proyectada de las obras completas de Sor Juana, puede ignorarse en el aparato de variantes cualquier diferencia de este tipo entre los testimonios (diferencias que pertenecen a lo que he llamado basura textual). El límite, tanto para la modernización gráfica como para la definición de variante, será la grafía que represente fonemas distintos. Para establecer la lista de variantes pueden aplicarse, pues, los criterios siguientes: 1)
Todos los testimonios descripti, que se haya demostrado en el estudio textual que proceden de otros anteriores, a los que no añaden nada, no se tendrán en cuenta en el aparato de variantes. Es decir, no se tendrá en cuenta la “basura textual”10. Es posible que muchos de estos testimonios ofrezcan enmiendas aceptables del copista o editor: serían siempre, en el panorama descrito, enmiendas ope ingenii, y se tomarán como ayuda en la misma categoría que cualquier bibliografía útil para comprender mejor el texto que editamos, sin que ello implique una mayor relevancia textual global de determinado testimonio.
2)
Una vez seleccionados los testimonios considerados útiles se consignarán las variantes en relación con el texto fijado. Toda grafía que implique una diferenciación de fonema se considerará variante, incluyendo alternancias vocálicas.
9 Remito
para más información sobre estos proyectos a la web del GRISO: 10 En este sentido no es cierto lo que defiende Alatorre cuando afirma que para que su edición fuera crítica necesitaría entre otras cosas “un registro exhaustivo de las variantes que hay en todas las reediciones” (Obras completas, XXV-XXVI)… Solo de aquellas con valor textual.
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El mayor problema que afecta al tratamiento de las grafías reside en la modernización o conservación. Hoy parece definitivamente asentada la opción modernizadora11, que es la que pretendemos aplicar a Sor Juana, como viene siendo habitual en editores anteriores. Como se sabe, las grafías (y puntuación) en los impresos no son del autor, sino de los cajistas y en los manuscritos no autógrafos, de los copistas. Cada cajista tenía una serie de hábitos gráficos que no obedecían a un sistema general estricto. Puede haber algún sistema en cada cajista, pero ningún sistema en el panorama general. En los autógrafos se muestra que los hábitos de cada escritor no son tampoco sistemáticos. Algunas argumentaciones conservadoras12 insisten en respetar el “valor representativo” de los grafemas. Pero siempre habrá valores representativos desde algún punto de vista: por ejemplo, siempre tendrán valores representativos las grafías para un historiador de la ortografía. En realidad la reproducción paleográfica no surge de un criterio científico sino de una carencia técnica: es la manera más “fiel” de reproducir un texto en una época que no dispone de otros medios. Insistir en ella en la era de la fotografía digital es completamente irracional. Proponemos, por tanto, la modernización, entendiendo por tal la actualización de toda grafía que no tenga trascendencia fonética. La fonética es el límite: nos estamos, pues, refiriendo a la modernización estrictamente gráfica. En las ediciones de Sor Juana parece haber consenso en este sentido, pero conviene hacer alguna observación, pues aunque todos los editores optan por modernizar no todos mantienen iguales criterios. Curiosamente suelen pecar más por exceso que por defecto. MP moderniza formas gramaticales, suprimiendo leísmo y laísmo, corrientes en el Siglo de Oro, como apunta Alatorre (506-507), o añadiendo la preposición a para objeto directo de persona, corrección innecesaria: esto transgrede los límites admisibles. González Boixo asegura que moderniza puntuación y ortografía, pero que respeta la ortografía antigua cuando los cambios afectan a la rima o se trata de variantes morfológicas (Poesía lírica, 64): está bien ese respeto, pero no hay que confundir ortografía con fonética o morfología. Tampoco Alatorre tiene muy claros los límites cuando admite cambiar las formas mostrastis por mostrasteis, poniéndolas en la misma categoría que haber por aver (509). Este caso pertenece al terreno ortográfico, pero aquel al morfológico: las formas en –stes, –stis, procedentes etimológicas de las latinas en -stis todavía son comunes en el XVII, y no se pueden eliminar del sistema mientras pervivan antes de ser sustituidas por las diptongadas analógicas en –steis. Tampoco es legítimo cambiar, como hace MP Dalida por Dalila, Bersabé por Betsabé (366), ni antojos por anteojos, cambios todos que suprimen formas léxicas de la época.
11 Ver Arellano y Cañedo, 1987; Arellano, 1991; Iglesias Feijoo, 1983, 1990; Serralta, 1986. Remito a estos trabajos para otras argumentaciones. 12 Por ejemplo, las de J. Barroso Castro y Joaquín Sánchez de Bustos, 1993.
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En la tarea de editar un texto una de las mayores dificultades es la puntuación. El español no tiene un sistema seguro de puntuación, y la subjetividad de cada editor desempeña un papel importante, aunque hay ciertas soluciones básicas que permiten una lectura más adecuada que otras. Existe un corpus teórico sobre la puntuación en el Siglo de Oro, que proviene fundamentalmente de tratadistas clásicos antiguos (adaptados o parafraseados por los modernos) y de ciertos impresores que plantean con objetivos prácticos el posible sistema de puntuación. En todos los casos hay que señalar que la distancia entre teoría y práctica real es muy grande. Fidel Sebastián Mediavilla13 ha estudiado la cuestión, con demorados análisis de la puntuación en La Celestina, el Lazarillo, Guzmán de Alfarache y el propio Quijote, y no queda sino remitir a sus trabajos14. De las teorías de Casiodoro, San Isidoro, y de tratadistas de la Edad Media y el Humanismo, se desprenden varias características: casi todos hablan de comma, cola y periodo, pero les atribuyen dimensiones y funciones diversas. Las funciones se pueden reducir a tres tipos básicos: las orgánicas o rítmicas (la puntuación indica las respiraciones del lector); las estructurales o gramaticales y semánticas (la puntuación marca las unidades de sentido); y las metalingüísticas (marcas de atención sobre determinados vocablos que se quieren individualizar). A estas se añade un tipo de puntuación mecánica en los signos que se colocan en determinadas posiciones: comas sobre todo delante de las conjunciones y otras partículas –puntuación mecánica a menudo respetada innecesariamente por los editores de Sor Juana–. Este panorama es el reflejado en las teorías de los siglos XVI y XVII, con leves modificaciones. Siempre nos encontramos con un alto grado de indefinición: Alejo Venegas, por ejemplo, admite la vírgula o barra como una especie de coma un poco más pequeña que se puede usar, dice, “cuando la sentencia es muy imperfecta porque no hay verbo y es menester tomar un huelgo insensible que no sea tan vehemente como el de la coma”. Aparte de la mezcla de criterios gramaticales-semánticos y de ritmo respiratorio, se advertirá la dificultad de definir el huelgo insensible, el grado de vehemencia de la coma o lo que es un poco más pequeño o más grande… Nada de extraño tiene que la práctica sea muy irregular. Torquemada en su Manual de escribientes (ca. 1547) se queja del amanuense vizcaíno que trasladó tan mal su texto que ni siquiera en un libro dedicado a las reglas de escribir y puntuar consiguió aplicarlas, pero sobre todo reconoce la discrecionalidad que rige en la materia: los que escriben y leen el molde van más puntuales […] que no los que escriben de su propia mano […] no somos tan curiosos o cuidadosos que os queramos detener a poner dos puntos en la pausa […] algunos escriben muy aprisa, y
13 Sobre 14 Ver
todo en su tesis doctoral La puntuación en el Siglo de Oro. Teoría y práctica. también Sebastián Mediavilla, 2002, 2003.
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otros descuidados, y otros que no miran en ello, y otros que no se les da nada ni les parece que es falta (Cit. Sebastián Mediavilla, La puntuación en los siglos XVI y XVII: 47). Y en suma, podríamos recordar las palabras de Juan de Robles en El culto sevillano: no me acuerdo de haber leído libro alguno en latín ni romance (y he leído muchos) que esté a mi parecer perfectamente apuntado… (241). Resulta significativo que teóricos de la puntuación como Juan de Yziar o Jiménez Patón acaben remitiendo al ejemplo de los buenos impresores como modelo para imitar: es decir, que en la práctica real no se trataba de que el impresor respetase la puntuación de un autógrafo (que no la llevaba); más bien el escribiente podría orientarse a la hora de puntuar siguiendo los modelos de los impresores de prestigio. No tiene sentido, por tanto, en estas circunstancias, plantearse el supuesto grado de fidelidad que un impreso podría mantener respecto a un autorizado modelo autógrafo. En la práctica esto quiere decir que nunca dispondremos del sistema del autor, entre otras razones porque el autor del Siglo de Oro no tiene sistema. Las transcripciones modernas se ven obligadas a suplir estos signos, si de verdad desean facilitar la lectura, y si desean constituirse en ediciones críticas. Si no conviene ceñirse a la puntuación antigua, ¿cuál es la conveniente? Todos los editores modernos se acogen a la llamada “puntuación moderna”, pero ahí tenemos un nuevo problema, porque la puntuación moderna tampoco obedece a un sistema bien definido. Aunque Sebastián Mediavilla, aceptando afirmaciones de José Polo, cree en la objetividad de la puntuación moderna y califica de prejuicio a la idea de la subjetividad, más en lo cierto se halla Rico cuando señala que el problema de puntuar el Quijote –cualquier obra del Siglo de Oro, añado–”no está (o no solo ni directamente) en la ausencia o arbitrariedad de la puntuación en Cervantes o en la princeps, sino en el asistematismo de la que modernamente se emplea en español” (Don Quijote, II: 693). Pero es cierto que existen límites y que hay una gama de puntuaciones aceptables y alguna otra claramente errónea. En las ediciones de Sor Juana la norma general tiende a un exceso agobiante de puntuación, instaurado por MP –que respeta demasiado la puntuación de las ediciones antiguas–, y continuado con agravantes por Sabat de Rivers y González Boixo, que multiplican a menudo la puntuación de MP (González Boixo, cuando puede la copia directamente de Sabat de Rivers15). Sobran
15 Ver los sonetos 3, 4, 5 y 6 de ed. de Boixo, por ejemplo, en comparación con Sabat de Rivers, entre muchos casos.
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todas las comas interiores de verso por ejemplo en pasajes –hay infinitos casos parecidos en G. Boixo y Sabat– como: mintió a Ariadna, Teseo, ofendió a Minos, Pasife y engañaba a Marte, Venus. (Poesía lírica, 87)16 pues admira mirar, en su rostro, en cielo de nieve, soles de zafir, que venciendo del sol los reflejos, afrentan del cielo el claro turquí (Poesía lírica, 175) En bastantes casos la puntuación falsea el sentido: en un elogio al marqués de la Laguna identifica la sabiduría con la senectud, argumentando que el joven sabio es cano en el consejo; G. Boixo imprime (copiando a Sabat, Inundación castálida, 125): En breve: el prudente joven eterno padrón erige a su vida… (Poesía lírica, 152) Que habría de interpretarse: ‘resumiendo: el prudente joven es capaz de erigir padrón eterno a su vida’. Pero así está mal interpretado; sobran los dos puntos. Lo extraño es que MP puntúa en este caso perfectamente y los editores posteriores lo estropean: En breve el prudente joven eterno padrón erige a su vida… (47) Esto es ‘en breve tiempo el joven prudente erige padrón eterno’, con la ingeniosa antítesis breve/ eterno. Los versos siguientes confirman esta lectura: Ningún espacio de tiempo es corto al que no permite que los instantes más breves el ocio le desperdicie. Puntuación superflua introducen Sabat y G. Boixo en el poema “El pintar de Lisarda la belleza”: “entonces era el sol, nuevo, flamante” (MP, mejor: “entonces era el sol nuevo, flamante”; y mejor aún la antigua en este caso, de IC: “entonces era el sol nuevo flamante”). Otra coma parásita pone Sabat de Rivers en el verso “era una platería, una belleza”, como si fuera una enumeración que resultaría anacolútica, en vez del correcto (como imprime MP) “era una platería una belleza” (porque la dama bella se podía describir con metáforas de piedras, plata y materiales preciosos que la convertían en una platería). Sabat de Rivers inventa un falso vocativo al poner una coma en “si
16 Sabat
de Rivers coloca punto y coma tras “Teseo” (Inundación castálida, 114); MP no las pone y la primera edición IC en este caso tiene muchas menos comas.
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yo os viera, padre santo” (Inundación castálida, 146, cuando quiere decir al arzobispo de México ‘si yo os viera papa’, como bien entiende MP). El verso “¿mas que piensan que digo de Cupido…? (ver MP 325; Sabat de Rivers, Inundación castálida, 175; G. Boixo, Poesía lírica, 216) ‘a que piensan…’, con el sintagma17 usual en el Siglo de Oro mas que… se convierte mal puntuado en “mas, ¿qué piensan que digo…”. El casuismo sería interminable: solo quiero insistir en que no podremos puntuar correctamente sin haber comprendido bien el texto, y viceversa, una puntuación errónea hace ininteligible un texto. La ecdótica no puede separarse de la hermenéutica. Y esta hermenéutica se traduce en la edición en un aparato de notas explicativas.
La anotación de los textos de Sor Juana La cuestión crucial que afecta a la anotación filológica es la de su propia concepción18. Dos actitudes fundamentales que se encuentran a propósito de la anotación enfrentan a los partidarios de reducirla al máximo y aquellos que subrayan su necesidad. Según los primeros no hay que abusar de un aparato que distrae al lector y no le permite la fruición gozosa de una obra. Según los segundos es preciso anotar con mucho detalle los textos. Desde mi punto de vista, la anotación es muy necesaria, tanto más cuanto mayor sea la lejanía entre los ámbitos históricos y culturales del lector y de la obra: hay que reconstruir, en palabras de Eugenio Asensio, “todo el contexto lingüístico, social y sentimental, que únicamente a través de una niebla de erudición logramos a veces percibir” (246). El objetivo sería reconstruir el horizonte de recepción que podía tener un lector ideal del XVII o un espectador. Una cuestión importante que se debe tener en cuenta es la estrecha relación entre fijación textual y hermenéutica: ¿cómo podrá fijar un editor el texto sin comprenderlo, materialice o no esa comprensión en una nota? Es necesario simultanear la interpretación y el trabajo estrictamente textual. A veces, aunque no sepamos cómo enmendar, está clara una deturpación del texto si hay fallos en la métrica o en la rima19. El verso de IC “¡Jesús!, ¿no estuve en un tris de decir soles?” (G. Boixo, Poesía lírica, 216; Sabat, Inundación castálida, 175) no se puede mantener así, hipermétrico, por más que Sabat de Rivers crea que sobra la correcta enmienda de MP, quien quita la partícula “en”, dejando una estructura que continúa los ablativos latinos sin preposición, perfectamente aceptable. Tampoco se puede mantener “en la reservada sonda” (debe ser “senda”): la nota de Sabat es errónea desde el momento que ignora que la rima del romance exige é-a. MP enmienda correctamente. En el pasaje “cuando otros lloren tormentos / entonarán mis
17 Sobre
esta construcción usual en la época ver Templin, 1929; Lenz, 1929; Brooks, 1933. Arellano, 1985, 2000. 19 Muchas enmiendas de distinta dimensión que hace MP recoge Alatorre (2003), quien propone otras muchas sobre el texto de MP. Añado aquí alguna otra propuesta. 18 Ver
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bonanzas” (MP 49; Sabat, Inundación castálida, 104) debe enmendarse por razones de antítesis semántica entre tormentas /bonanzas, como apunta Alatorre. Por motivos apoyados en la estructura sintáctica y retórica conviene enmendar los dos mundos la sirvan a un tiempo, breve círculo a sus sienes, y globo a sus pies pequeños. (Sabat, Inundación castálida, 163, como en IC) Se trata de un texto construido en quiasmo adj-sus+sust-adj: breve círculo / globo pequeño, con hipérbaton: los dos mundos deben servir a la reina de breve círculo (a las sienes) y globo pequeño (a los pies). Pequeño debe concertar con globo: hacerlo concertar con pies es una lectio facilior arrastrada por el tópico de la belleza de los pies pequeños. Debe imprimirse: los dos mundos la sirvan a un tiempo, breve círculo a sus sienes, y globo a sus pies pequeño. Conviene justificar las enmiendas. A veces parecen obvias, como le sucede a Sabat de Rivers en el poema “La soberana doctora” (Inundación castálida, 352), donde enmienda “hinchen las raridades del aire” por “hinchan”, explicando que “cambiamos al presente [de indicativo] por ser el tono usado en el villancico”. La enmienda es mala, pero al menos la explicación nos permite volver a la buena lectura, que es la de IC, ya que no se trata aquí del verbo hinchar, sino del verbo henchir, y en efecto, hinchen es presente de indicativo. Sor Juana se inserta en la estética conceptista de la ingeniosa dificultad, que convierte a muchos textos en laberintos de equívocos, alusiones, invenciones lingüísticas y juegos mentales y de palabras, difícilmente asequibles al lector de hoy, incluso al especialista, que debería reconocer más a menudo las dificultades. Podemos establecer algunos criterios elementales: en general, una buena explicación debe ser de triple coherencia: gramatical, semántica y poética. Debe explicar, si es preciso, el aspecto lingüístico de la fonética, morfología y sintaxis, la semántica, y la coherencia global, propiamente poética. Debe ser, además, clara (de nada sirve una nota más confusa que el texto) y recoger la precisión del texto poético. Debe evitarse la nota estrictamente literal que no contempla el contexto, que ha de servir como fuente de precisión y no de vaguedad aproximada. Otro peligro es la nota excesiva. No es problema en Sor Juana por el momento, ya que no contamos con anotaciones exhaustivas que incurran en ese defecto.
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Si el contexto es la perspectiva que debe dominar la anotación, sería conveniente a veces dar primacía a las notas tipo ‘traducción’ sin limitarse a la explicación de un solo término, que deja sin aclarar el sentido global de un pasaje. Algunos ejemplos más de textos sorjuaninos permitirán mayores aclaraciones. El primer verso del romance sobre los celos se imprime en IC “Si es causa Amor productivo”, que enmienda MP en “Si es causa amor productiva” (9), creyendo que hay en el texto un error procedente de Abreu Gómez. MP al parecer no ha manejado aquí directamente IC, que lee “productivo”, lo cual acepta Sabat de Rivers (Inundación castálida, 111) explicando que puede referirse al amor “en su calidad de productor” (error de explicación vaga apoyada en un contexto leído de modo impreciso). Alatorre cree acertada la corrección de MP, señalando que el “productivo es un pleonasmo” (516, floja argumentación en apoyo de la enmienda)20. La confirmación de la enmienda puede basarse con mucha certeza en la terminología escolástica en la que es sintagma corriente el de causa productiva, que Sor Juana vuelve a usar en Sueño, vv. 620-623, para referirse a la Naturaleza, frente a la primera causa (Dios): del ser inanimado (menos favorecido, si no más desvalido de la segunda causa productiva). El epíteto de ‘productiva’ corresponde a causa también en el poema “Lo atrevido de un pincel” (Sabat, Inundación castálida, 277): el contexto cultural asegura, por tanto, la enmienda. A este mismo contexto hay que acudir para explicar con precisión el significado de “primer causa” que no es en general “creación de toda cosa animada” (Sabat de Rivers, Inundación castálida, 229), sino Dios mismo, que dispone como su agente de la segunda causa o Naturaleza. Basta mirar el Diccionario de autoridades, causa primera: “La que con independencia total de otra causa superior eficiente produce el efecto; y por esto Dios es la primera causa de todas las cosas”. Sor Juana, como todos los poetas barrocos, usa a menudo los lenguajes sectoriales como herramientas del ingenio. De la filosofía escolástica puede pasar al lenguaje jurídico, y siempre es necesario buscar la precisión del sentido. El texto: El cariño ¿cuántas veces por dulce entretenimiento fingiendo quilates, crece la mitad del justo precio? (Sabat de Rivers, Inundación castálida, 112)
20 En
la edición de 2009 Alatorre se limita a señalar que en ediciones posteriores de IC se corrigió la errata de productivo a productiva.
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recibe esta nota en la edición citada: “El cariño, a veces, solo por entretenimiento finge quilates creciendo hasta la mitad del verdadero precio”. La nota es ininteligible21 y resulta semántica y poéticamente incoherente porque no se puede crecer hasta la mitad del verdadero precio: eso sería disminuir. Al cambiar la expresión exacta “justo precio” por verdadero precio borra el universo alusivo del texto, que alude a las teorías del justo precio, según las cuales el límite de lo ilegítimo se coloca precisamente en la mitad del justo precio: es ilegítimo comprar algo por menos de la mitad de su “justo precio” (si vale 100 pagar menos de 50) y también lo es cobrar una mitad más de su justo precio (es decir, si una cosa vale 100, cobrar más de 150). Luis de Molina, por ejemplo, explica que peca la persona que compra a un precio inferior a la mitad del justo o vende a un precio superior al justo en la mitad del mismo. El cariño aumenta de manera ilegítima con fingimientos su verdadera dimensión hasta la mitad del justo precio. Otro ejemplo de nota que no respeta la coherencia semántica lo tenemos en Sabat de Rivers (Inundación castálida, 253), al explicar la décima “En un anillo retrató a la señora condesa de Paredes”: Este retrato que ha hecho copiar mi cariño ufano, es sobreescribir la mano lo que tiene dentro el pecho, que como este viene estrecho a tan alta perfección brota fuera la afición y en el índice la emplea para que con verdad sea índice del corazón. La idea injustificada de que Sor Juana es la misma pintora del retrato que “ha hecho copiar” en un anillo lleva a afirmar a la editora que el índice “es el dedo que utilizamos para señalar; la poetisa, al usarlo para pintar el retrato de la marquesa ha indicado los sentimientos que alberga en su pecho, en su corazón”. Nota que es una paráfrasis desviada del propio texto: pues no es posible pintar en un anillo un retrato (una miniatura) usando como pincel el dedo. El dedo es el que lleva el anillo. Un caso bien interesante, que muestra la necesidad de analizar con precisión no solo el contexto inmediato (los versos que rodean al texto) sino también el contexto amplio cultural y de las alusiones ingeniosas, lo tenemos en el mismo poema de los celos: los editores más modernos y Alatorre coinciden en desechar la enmienda que hace MP (que es el que tiene razón): habla Sor Juana de aquellos empeñados por sutileza en probar lo que no es probable y defender lo más difícil y extravagante, que es lo que hace Montoro en un poema sobre los celos (al que responde Sor Juana con el suyo):
21 Los
restantes editores no ponen nota al pasaje.
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Al modo que aquellos que sutilmente defendieron que de la nube los ampos se visten de color negro… (IC; Sabat de Rivers, Inundación castálida, 120; Poesía lírica, 93) MP enmienda nube por nieve “claro por el sentido y según nota Ms. antigua de nuestro ejemplar” (MP 366). Sabat de Rivers mantiene la lectura de IC y señala que Sor Juana puede haber sufrido un lapsus y confundir nieve por nube, en cuanto ambas son blancas, pero no explica el texto y se inclina al fin por “nube”. González Boixo se acoge a la definición de ampo “albura y candor de la nieve” y supone que Sor Juana pudo equivocarse, o que quizá haya una errata en IC, pero con todo mantiene la lectura antigua y se confunde en una explicación parcial que copia mal de Sabat de Rivers, afirmando que los calumniadores son los que defendían que la nieve era negra, según Cicerón, alusión que con otros matices apuntaba también, de manera críptica Sabat de Rivers. Alatorre, por su parte asegura que “nadie defendió que la nieve se viste de negro, que es lo que imprime MP” (500), y en su última edición (Obras completas, 24) explica que “nube se entiende bien: aunque a veces las nubes son negras, hay quienes ingeniosamente dicen que son siempre blancas, y que el negro no es sino ropaje”, explicación que poco tiene que ver con el texto de Sor Juana. Pues bien, vayamos otra vez al pasaje y examinemos su coherencia poética: no tiene sentido ponderar la sutileza de los que dicen que las nubes se visten de negro, cosa bien común a veces, en las tormentas. Lo sutil y extravagante sería decir que la nieve se viste de negro. Las lecturas adoptadas por los editores posteriores a MP y la apostilla de Alatorre hacen absurdo el texto de Sor Juana, demostrando además que no han leído bien la explicación de MP, quien aduce una paradoja de Cicerón evocada en un epigrama de Owen: Que era negra la nieve Anaxágoras dijo… Eso es un buen ejemplo de sutileza extravagante: en efecto, sí defendió alguien que la nieve era negra o podía ser negra, o que quizá era negra: Anaxágoras. Es, por lo demás, lugar común: basta rastrear en Internet para acopiar numerosas referencias a esta ingeniosidad del filósofo, evocada por San Agustín, Cicerón, el P. Feijoo, y hasta por el poeta chileno actual Enrique Lihn en “Nada tiene que ver el dolor con el dolor”: Cae la nieve negra de Anaxágoras desde Edgar Allan Poe sobre el blanco que se extiende ante el ojo invisible del lápiz. Hay que aceptar, en suma, la enmienda de MP. La mera literalidad de un vocablo poco dice a menudo del sentido de un pasaje. En “Si daros los buenos años” elogia Sor Juana la precocidad seria y grave del marqués de la Laguna, quien desde niño ignoraba las “ignorancias pueriles”,
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Tanto que hasta ahora están quejosos de vos los dijes que a invasiones fascinantes fueron muros invencibles (Sabat de Rivers, Inundación castálida, 126) González Boixo (Poesía lírica, 153) se limita a anotar: “Dijes. Juguetes”, explicación literal que nada aclara del pasaje y que procede seguramente de MP (”los dijes: los juguetes y chucherías”, 382). No parece que el editor considere el texto tan claro que no necesita explicación. Para Sabat de Rivers es un pasaje oscuro: Pasaje oscuro. Parece decir SJ que los juguetes actuaron con respecto al marqués como muros que no permitieron pasar la fascinación que generalmente ellos mismos (los juguetes) producen en los niños. La clave está en el uso alegórico, otra vez, de un lenguaje sectorial, en este caso de la guerra, y en la alusión precisa a la función protectora de los dijes, higas o colgantes contra el mal de ojo o la fascinación, que en su sentido estricto, como precisa Autoridades significa “aojar o hacer mal de ojo”. Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana, define dijes como “Las cositas de piedras y las demás menudencias que cuelgan a los niños ordinariamente al cuello para acallarlos y alegrarlos; y aun dicen también que para divertir a los que los miran para que no los aojen si les están mirando al rostro de hito en hito”22. Un tipo usual de dijes eran las higas de azabache o coral: estos dijes a los que no hace caso de niño el marqués le servían como muros (protección) contra las invasiones (ataques) del mal de ojo. A “fascinantes contagios” se refiere en otro poema Sor Juana, y dedica las décimas “Amarilis celestial” a sosegar “el susto de la fascinación” en una hermosura medrosa. No sirve en los textos del Siglo de Oro, es decir, no sirve en los textos de Sor Juana, apelar a vagas interpretaciones sacadas, en círculo vicioso, de un contexto mal comprendido: en el soneto “Aunque eres, Teresilla, tan muchacha”, los versos 3-4, “porque dará tu disimulo un chacho / a aquel que se pintare más sin tacha”23, cree MP que se refiere, obscenamente, a que le dará un muchacho al tal Camacho presumido, interpretación que sigue G. Boixo: “le dará un hijo”. No se comprende en qué consistiría la burla de darle un hijo a Camacho24. En esta ocasión Alatorre (Obras completas, 402)
22 Y Covarrubias, s. v. higo: “Colgar a los niños del hombro una higa de azabache es muy antiguo, y comúnmente se inora su principio. Pudo tener origen de la misma materia, porque el succino o ámbar, y el azabache escriben tener propiedad contra el ojo; y también porque, en cuanto a la figura es supersticiosa, derivada de la gentilidad, que estaba persuadida tener fuerza contra la fascinación de la efigie priapeya, que como tenemos dicho era la higa”. 23 El primer cuarteto completo es: “Aunque eres, Teresilla, tan muchacha, / le das quehacer al pobre de Camacho, / porque dará tu disimulo un chacho / a aquel que se pintare más sin tacha”. 24 En el último terceto se dice que le da varios hijos, pero de otros padres, y se los hace pasar por propios, pero ese es otro motivo diferente. En el poema comentado darle un hijo a Camacho (que distaría mucho de ser un padre responsable) solo podría ser prueba
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multiplica los errores de su texto y de su interpretación en un excelente ejemplo de cómo se relacionan ecdótica y hermenéutica. Parte de la lectura de la edición de Valencia, 1709, que imprime “dará tu disimulo un cacho”, considerando errata lo que leen las anteriores (”chacho”), y añade una extensa nota para justificar su elección textual y su interpretación del pasaje, nota curiosa por su abundancia de abusos interpretativos extraños en un conocedor tan notable de la obra de Sor Juana. Escribe Alatorre: cacho: ‘cuerno’; es lo que se lee en la edición de Valencia, 1709, que corrige a las anteriores, donde se lee chacho; MP imprime chacho, y lo cree abreviatura de muchacho; en la “Silva de consonantes” del Arte poética de Rengifo (1592) hay cacho, pero no chacho; y cacho ‘cuerno’ está bien documentado: cf. cacho en el Diccionario de la Academia. Un romance viejo “En Santa Águeda de Burgos”, dice “Villanos te maten, Alonso, /…/ con cuchillos cachicuernos, / no con puñales dorados” (tal debe de ser la explicación de cachidiablo, y no la que, con reservas, da Corominas); cf. asimismo el Tesoro de Covarrubias: cachas, ‘los cabos de los cuchillos, por hacerse de pedazos de cuernos’. Por otra parte, los cuartetos del soneto de Sor Juana están dedicados exclusivamente a los cuernos que soporta el pobre Camacho, mientras que los tercetos se dedican solo a los partos de Teresilla (aquí es donde podría entrar el inexistente chacho, ‘muchacho’). Toda la nota es un cúmulo de desviaciones para justificar una lectura errónea: que el Arte poética de Rengifo traiga cacho y no chacho no quiere decir nada ni nada aporta sobre este vocablo en el soneto de Sor Juana; el sentido de ‘cuerno’ para cacho no está tan documentado como afirma Alatorre en el siglo XVII: su mención del Diccionario de la Academia oculta el rasgo de americanismo para esta acepción, que no se documenta, por ejemplo, para el siglo XVII, en ningún texto del CORDE de la Real Academia. Al aducir la definición de Covarrubias pone la cursiva en cuernos, pero debería ponerla en pedazos: pues Covarrubias define cacho como ‘pedazo’ y según el Tesoro las cachas se llamarían así por estar hechas de pedazos (de cuerno, sí, pero esto es secundario): CACHO. Vale pedazo; lat. frustum, quasi gacho, de gajo, que es un ramillo del árbol, de donde se dijo desgajar y gajo de uvas, el que se corta del racimo grande. Cachas, los cabos de los cuchillos, por hacerse de pedazos de cuernos con que los guarnecen. Y chacho, en fin, no es palabra inexistente, sino bien documentada en acepción pertinente al texto que comento. Lo que en realidad hay que explicar (anotar) es la expresión “dar un chacho”, propia del juego del hombre (un juego de naipes), que significaba vencer a los otros jugadores con una suerte ganadora, a veces tramposa o
de que el individuo había conseguido sus propósitos eróticos. Es decir, la interpretación que rechazo es poéticamente incoherente. Semánticamente también porque chacho no significa aquí ‘muchacho’.
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no del todo limpia. Ver Quiñones de Benavente, El murmurador en Jocoseria, vv. 121-22: “Si a uno que juega al hombre diesen chacho / porque habló, el compañero, ¿qué diría?”, o esta explicación de Herrero25 a propósito de un pasaje cervantino: Chacho es una jugada en el llamado juego del hombre (parecido al actual tresillo), que consiste en fallar con un triunfo, por no tener carta del palo que se juega, valiéndose de un descuido del jugador, ordinariamente por estar distraído, hablando. Hacer semejante jugada se dice dar chacho, pegar chacho. Esto es lo que se deduce, contra las definiciones de todos los Diccionarios, del Entremés del juego del hombre, de Quiñones de Benavente, y sobre todo, del Entremés del Murmurador” (Viaje del Parnaso, 472).
Añádase este otro pasaje de una sátira contra los monsiures de Francia, con el mismo lenguaje figurado de los naipes26: falsa trinidad de Francia, tres voluntades en una, trinca que a su mismo rey le dan chacho y garatusa… Lo que viene a decir, en suma, el texto de Sor Juana es que Teresilla se burla del más creído de sagaz. No hace al caso revisar ahora todos los lugares de Sor Juana susceptibles de anotación o precisión respecto de las ediciones anteriores, las cuales serán, sin duda, el punto de partida. Me sirven los ejemplos anteriores como muestra del tipo de análisis y de notas que me parecen adecuados para unos textos de tanta densidad ingeniosa como los de Sor Juana, que recorren numerosos registros, tonos, sistemas metafóricos y universos alusivos que van desde las doctrinas filosóficas al léxico de los juegos de naipes.
Final Parece claro, pues, que las obras completas de Sor Juana están aún pendientes de una edición verdaderamente crítica, con el necesario trabajo de fijación textual, puntuación y sobre todo anotación que permita al lector actual comprender los complejos e ingeniosos textos sorjuaninos. Los comentarios precedentes solo intentan apuntar algunas de las tareas que es preciso abordar, ejemplificando algunos de los problemas que será preciso resolver en esa empresa, y procurando, de camino, aclarar algunos pasajes que deberían ser anotados en esa edición planeada.
25 La
explicación de Herrero no es del todo convincente, y parece sacada en círculo vicioso de dos textos muy peculiares, pero es suficiente para certificar la terminología naipesca. 26 Ver Cid, ““Centauro a lo pícaro” y voz de su amo”, 40.
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La Jornada de Amagua (Omagua) y Dissn orado : entre… 0716-0798
La Jornada de Amagua (Omagua) y Dorado: entre Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto
The Jornada of Amagua (Omagua) y Dorado: Between Francisco Vázquez and Pedrarias de Almesto Álvaro Baraibar GRISO-Universidad de Navarra
[email protected]
La Jornada de Omagua y Dorado ha pasado a la historia como la expedición del tirano Lope de Aguirre. Se trata de un episodio de la historia del que hemos conservado numerosos testimonios tanto directos de soldados que participaron en la jornada como indirectos. La Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amagua y Dorado de Francisco Vázquez es una fuente fundamental en este conjunto de textos y representa un caso excepcional para estudiar aspectos como la figura del autor o cuestiones de autoría en el siglo XVI. Pedrarias de Almesto, otro soldado que, como Vázquez, participó en la jornada, elaboró su propia versión a partir de la escrita por aquél. La práctica habitual a la hora de editar esta Relación, desde que se publicara por primera vez en 1881, ha sido la de reproducir la versión de Almesto a nombre de Vázquez. Este trabajo analiza esta peculiar situación textual y se pregunta por aspectos como la autoría o la intención de autor a la hora de escribir la relación y muestra la necesidad de restaurar a Francisco Vázquez y su texto como paso previo para otras investigaciones. Palabras clave: Crónicas de Indias, Omagua y Dorado, Francisco Vázquez, Pedrarias de Almesto, autor, autoría. The Jornada de Omagua y Dorado has entered into history as the expedition of the tyrant Lope de Aguirre. It is an historical episode of which we have conserved a lot of direct – soldiers that participated in the journey – and indirect testimonies. Francisco Vázquez’ Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Amagua y Dorado is a fundamental source of this collection of texts and represents an exceptional case for studying aspects such as the figure of the author or questions of authority in the 16th century. Pedrarias de Almesto, another soldier who, just like Vázquez, participated in the journey, drew up his own version of the expedition parting from the one written by Vázquez. Since the first publication in 1881, the common practice by the time this Relación was edited was to reproduce Almesto’s version using the name of Vázquez. The present work analyzes the peculiar textual situation and asks for aspects such as authorship or the author’s intention when writing this Relación. Moreover, it shows the necessity of restoring Francisco Vázquez and his text as a precondition of further investigations. Keywords: Chronicles of the Indies, Omagua and Dorado, Francisco Vázquez, Pedrarias de Almesto, Author, Authorship.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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1. Introducción. El contexto histórico Entre las crónicas de Indias de la segunda mitad del siglo XVI existe un corpus importante de testimonios que relatan los acontecimientos de lo que se llamó la Jornada de Omagua (Amagua en algunos casos) y El Dorado. Las crónicas cuentan cómo Diego Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey del Perú, tuvo noticia de una provincia que llamaban Omagua, situada en el cauce del río Marañón, actual Amazonas, en la que había grandes riquezas y donde podría ubicarse el mítico Dorado. El virrey dio poderes al navarro Pedro de Ursúa, amigo suyo, para que fuese a descubrir dichas provincias, nombrándole gobernador de las mismas y favoreciéndole con “dineros de la casa real”1. La fuente de estas noticias fueron unos indios brasiles que habían llegado al Perú y que “contaron grandes cosas del río y de las provincias a él comarcanas, y especialmente de la provincia de Amagua, ansí de la muchedumbre de naturales y riqueza que en ella había, por lo cual pusieron deseo a muchas personas de las ir a ver y descubrir”2. Con todo, al margen de las noticias dadas por estos indios brasiles, el mito de El Dorado ya había cobrado fuerza desde unas décadas antes3. La jornada4, organizada como una entrada o expedición de conquista, no solo no encontró las tierras de El Dorado, sino que derivó en una serie de rebeliones y muertes, comenzando por la del propio Pedro de Ursúa, por las que pasaría a la historia el “tirano” Lope de Aguirre, caballero natural de Oñate, que acompañaba a Ursúa en la jornada y terminó haciéndose con el control de la expedición. Las relaciones nos informan de las numerosas muertes de las que fue responsable, tanto entre los expedicionarios, conocidos con el sobrenombre de “los marañones”, como entre los habitantes de las zonas por las que pasó la expedición. Tras más de nueve meses de recorrer el Amazonas desde su embarque en el Perú, Lope de Aguirre llegó a la isla Margarita, pasando desde allí a la gobernación de Venezuela, donde finalmente sería muerto él también en Barquisimeto, no sin hacer antes todo lo necesario para que, como nos dice Vázquez, al menos la fama de sus crueldades quedara “en la memoria de los hombres para siempre que hubiese mundo”5. Estos hechos hay que entenderlos en el marco de las guerras civiles del Perú iniciadas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro y de toda una serie de revueltas que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XVI6,
1 Vázquez,
Relación de todo lo que sucedió…, fol. 1r, que citaré por el manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 3199). En el caso de Pedrarias de Almesto, emplearé también el manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 3191). 2 Vázquez, Relación de todo lo que sucedió…, 1v. 3 Sobre el mito de El Dorado, sus desplazamientos y quiebros a lo largo del siglo XVI ver Gil, 1989. 4 Ver al respecto el trabajo clásico de Jos, 1927. 5 Vázquez, Relación de todo lo que sucedió…, 111r. 6 Ver respecto de las rebeliones del Perú contra Carlos V los trabajos de Bataillon, 1963 y 1967; Lohmann Villena, 1977; Hampe Martínez, 1989; Varón Gabai, 1996; Drigo, 2006 y Merluzzi, 2006.
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como reacción en un primer momento a la abolición de la encomienda y la entrada en vigor en 1542 de las llamadas Leyes Nuevas7. Como afirma Gil, toda jornada exploradora comporta una ventaja manifiesta: que da salida al exceso de población y de paso descarga la tierra de individuos poco recomendables. Tan bien se sabía esta lección el marqués de Cañete que, para aceptar el cargo de virrey del Perú, puso como requisito indispensable la facultad de dar licencias para hacer entradas8. En la segunda mitad del siglo XVI en tierras americanas existe, además, un manifiesto malestar frente a la arbitrariedad de las mercedes concedidas por la administración colonial, así como por la corrupción que en ella impera9. La experiencia de vida en las Indias hace que no falte quien cuestione la idoneidad del sistema de administración de aquellas tierras y se plantee horizontes diferentes. Así como en la Nueva España la lejanía del rey fue un argumento que apareció en las crónicas de franciscanos como fray Toribio de Benavente de un modo explícito a la hora de imaginar otros futuros posibles, pero no se manifestó en forma de rebeliones contra o frente a la autoridad del monarca10, en el Perú, dentro de un marco histórico diferente, los episodios violentos fueron una constante durante aquellos decenios. Existe, además, para estas fechas un cierto sentimiento que podríamos calificar como proto-criollo que se manifiesta en una reivindicación de la deuda existente para con los que habían participado en los duros años de la conquista y que contemplaban con recelo y hasta con cierto desprecio a los recién llegados de España. Pero hay aún otro contexto que es necesario tener en cuenta a la hora de comprender lo sucedido en la jornada de Omagua: el mito de El Dorado. La imagen de grandes riquezas ocultas en las Indias fue una constante histórica que impulsó los nuevos descubrimientos desde el propio viaje de Colón. Citando a Fernando Aínsa, “el imaginario colectivo occidental transportó al mismo tiempo a territorio americano ciudades y proezas de libros de caballería, catálogos de zoología fantástica y de botánica aplicada, olvidadas leyendas y tradiciones” (46). Los mitos de la Antigüedad clásica viajaron a América con los conquistadores y encontraron en aquellas tierras imágenes similares en algunas tradiciones orales indígenas, así como una naturaleza prodigiosa donde ubicar seres y lugares legendarios. Sin embargo, los relatos de la expedición de los marañones no son la narración de la búsqueda de los tesoros de las Indias, sino que más bien nos cuentan una sucesión
7 Los
estudios clásicos sobre la encomienda son los de Simpson, 1950 y Zavala, 1973. Ver Lohmann Villena, 1982, además de su trabajo de 1977, ya citado; Hampe Martínez, 1982. 8 Gil (1989: 210) cita una carta remitida en 1555 por el marqués de Cañete a Felipe II. 9 La carta de Lope de Aguirre a Felipe II es muy expresiva en este sentido, pero hay numerosos testimonios de ello en otras fuentes. 10 Una tierra como la Nueva España, afirma Benavente, “tan grande y tan remota y apartada no se puede de tan lejos bien gobernar; ni una cosa tan divisa de Castilla y tan apartada no puede perseverar sin padecer grande desolación y muchos trabajos, e ir cada día de caída, por no tener consigo a su principal cabeza y rey”. Por ello, esta tierra ruega a Dios “que dé mucha vida a su rey y muchos hijos, para que le dé un infante que la señoree y ennoblezca, y prospere así en lo espiritual como en lo temporal, porque en esto le va la vida” (Benavente, Historia de los indios de la Nueva España: 246-247).
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de rebeliones, asesinatos y muertes siguiendo el hilo de las declaraciones de algunos de los protagonistas ante la Audiencia de Santa Fe de Bogotá. Tal y como estudiara Jos (20 y ss.), son muchos los testimonios que se conservan de la jornada de Omagua y Dorado como consecuencia de la necesidad de algunos de los supervivientes de demostrar su lealtad a la corona y explicar el papel por ellos desempeñado en la expedición. Francisco Vázquez, Pedrarias de Almesto, Pedro de Munguía, Gonzalo de Zúñiga y una crónica anónima (atribuida por Jos a Custodio Hernández) son relatos directos de personas que participaron en los hechos y estuvieron presentes en la jornada. Además de estas relaciones existen otras de carácter indirecto, escritas por personas que no fueron testigos presenciales, sino que se sirvieron de los testimonios de los marañones supervivientes para relatar la historia de estos acontecimientos. Son los casos de Toribio de Ortiguera, “un hijo de un tal Juan Pérez”, una relación anónima y, sobre todo, Diego de Aguilar y Córdoba11. Jos ya hizo notar que a todas ellas habría que sumar otros casos como las cartas de Juan Vargas Zapata, Gutierre de la Peña o Pablo Collado, por ejemplo (22). Todas estas relaciones nos ofrecen una información muy rica respecto de lo acontecido en la expedición de Ursúa. Se trata de un conjunto de textos que nos aportan una visión poliédrica de lo sucedido con perspectivas variadas no solo en lo que a la defensa del papel desempeñado por cada uno de los autores y protagonistas de los hechos se refiere, sino también en cuanto a la intención y el interés de cada uno de ellos a la hora de escribir12. Poco tienen que ver entre sí, salvo por la temática abordada, las interpolaciones de Pedrarias de Almesto en la relación escrita por Francisco Vázquez con un texto como El Marañón de Diego de Aguilar, concebido y redactado como una obra de carácter histórico. Sin embargo, como en tantas otras ocasiones, tampoco en este caso contamos con ediciones críticas desde las que poder abordar cuestiones de intertextualidad y autoría en los diferentes testimonios de los marañones. A partir de la comparación de algunos ejemplos tomados de los textos de Diego de Aguilar y Fray Pedro Simón, Lohmann sugirió, en el estudio preliminar de su edición de El Marañón de Diego de Aguilar, la existencia de “una fuente general anterior a los textos glosados, que se trasluce en uno u otro o en todos en determinadas expresiones, frases comunes o divergencias reveladoras”, un objeto de investigación que a día de hoy sigue sin ser abordado en su conjunto (Lohmann Villena, 1990, “Estudio preliminar”: lxxxii).
11 Para más detalles acerca de esta relación de testimonios así como de las ediciones que de cada uno de ellos se ha llevado a cabo, ver Jos (1927: 20-22) y, especialmente, García Valdés (1992: 177-80). Sobre El Marañón de Diego de Aguilar y Córdoba ver Díez Torres, 2011. 12 Ver Jos (22 y ss.) para más detalles acerca del contenido y peculiaridades de cada uno de los testimonios.
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2. Panorama textual 2.1 Las copias manuscritas Un claro ejemplo de las confusiones que pueden surgir en torno a los textos y al distinto valor que cada uno de ellos puede tener es precisamente la Relación del bachiller Francisco Vázquez, uno de los soldados que participaron en la jornada de Omagua y Dorado. Nada se sabe de su vida antes de la expedición, tal y como ocurre con otros muchos de sus compañeros. La relación por él escrita constituye una pieza clave para entender los diferentes testimonios que han llegado hasta nosotros de este episodio de la conquista. El texto de Vázquez nos ha llegado por medio de dos copias manuscritas cercanas en el tiempo al autor y que son similares13. Uno de estos dos manuscritos, el más conocido, es el que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, con la signatura Ms. 3199. El otro se encuentra en la Institución Colombina (signatura 57-3-22) y no es del todo desconocido, ya que fue el original a partir del cual Juan Bautista Muñoz hiciera la copia que se encuentra en la Real Academia de la Historia, en Madrid. A pesar de ello, la copia sevillana no ha sido utilizada en ninguna de las ediciones de esta crónica y da la impresión de que hasta ahora se la había dado por perdida (Ortiz de la Tabla, 1987: 33). Esta Relación de Vázquez es una fuente fundamental en la obra de Diego de Aguilar y Córdoba, tal y como han mostrado Lohmann Villena (1990: lxxiv y ss.) y, sobre todo, Díez Torres (2011: 73 y ss.). Lohmann ya nos recordó que Vázquez residía en Huánuco, al igual que Aguilar, de modo que para el autor de El Marañón el acceso al bachiller era mucho más fácil que en el resto de los casos (lxxiv). El texto también sirvió de fuente a Toribio de Ortiguera, aunque en este caso a través de la versión de Almesto, según ha afirmado Ortiz de la Tabla (34). Por otro lado, Pedrarias de Almesto, compañero de Vázquez en la expedición, redactó su propia crónica de lo ocurrido, un texto mucho más breve, en doce folios y carente de la intención literaria de la Relación de Vázquez14. Cuando Almesto tuvo acceso al testimonio escrito por el bachiller y pudo comprobar el silencio que en él existía respecto al papel por él desempeñado en la expedición, su proyecto inicial debió parecerle insuficiente y acometió nuevamente la empresa de narrar lo ocurrido limitándose a copiar el texto de Vázquez y añadiendo al mismo una visión más personal de aquellos episodios en los que aparecía su persona o, mejor dicho, en los que su figura
13 Hay numerosas variantes poco significativas debidas a los errores cometidos a la hora de hacer las copias. Existen, con todo, algunos pasajes con cambios importantes, sobre todo en los últimos folios, donde la copia de Sevilla abrevia y se distancia considerablemente de la conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid. 14 La Relación de lo que sucedió en la jornada que le fue encargada al gobernador Pedro de Ursua… de Almesto se conserva en la Biblioteca Nacional de París, Ms. Espagnol 325, fols. 192r-203v. Actualmente me encuentro preparando una edición de este manuscrito.
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pasaba un tanto desapercibida y debía ser puesta en valor15. En la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva una copia de esta relación de Pedrarias de Almesto con la signatura Ms. 3191.
2.2. La problemática de las ediciones modernas Desde que en 1881 se publicara por vez primera la Relación de lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado hasta hoy en día son varias las ediciones que se han llevado a cabo de este texto16. Resulta llamativo comprobar cómo todas las ediciones de la jornada de Omagua y Dorado, salvo dos, se decantan por el texto de Pedrarias de Almesto y, en varias ocasiones, además, publicándolo bajo el nombre de Francisco Vázquez17. Rafael Díaz se refiere a ello como una “curiosa tradición […] no del todo arbitraria, pues, como ya se ha señalado, el relato de Almesto reproduce prácticamente el de Vázquez, con algunas modificaciones que en su mayoría intentan resaltar su propio protagonismo en los acontecimientos narrados” (1986: 20)18. De entre todas las ediciones existentes solamente la llevada a cabo por Mariano Cuesta en 1993 sigue el Ms. 3199 de la Biblioteca Nacional de Madrid. Hay otra, a cargo de Javier Ortiz de la Tabla para Alianza y que vio la luz en 1987 que sigue la relación de Vázquez. Sin embargo, en dicha edición, Ortiz de la Tabla toma como texto base la copia que Juan Bautista Muñoz hizo en el siglo XVIII, sin acudir al manuscrito conservado hoy en día en la Institución Colombina. Reproduzco a continuación el listado de las ediciones con una breve indicación del texto que sigue cada una de ellas:
15 Lohmann
Villena (1990: lxxvii-lxxviii) habla de un “sistemático olvido” por parte de Vázquez y Aguilar con respecto a la actuación de Almesto en la expedición y otorga mayor valor a los fragmentos añadidos por este a la relación escrita por Vázquez. Sin embargo, Martinengo (1978: 175) se refiere a algunos de los añadidos de Almesto como “invenciones del interesado, el cual se iba sintiendo cada vez más cercado por las acusaciones y las sospechas”. Almesto probablemente tuvo acceso a la crónica de Vázquez con motivo de la declaración de ambos como testigos ante la Audiencia de Santa Fe de Bogotá en 1562. Ver al respecto Jos: 24-25. 16 Un total de doce, sin contar las traducciones, comenzando por la que en 1842, antes de que la relación se publicara en castellano, apareciera en Nouvelles Annales des Voyages, como Relation de tout ce qui s’est passé dans l’expédition de la découverte d’Omagua et de Dorado. El texto publicado es una traducción de H. Ternaux-Compans de la copia de Juan Bautista Muñoz. En el momento de concluir el presente artículo tuve noticia de una nueva edición llevada a cabo por Beatriz Pastor y Sergio Callau para Castalia, pero no he tenido ocasión de consultarla. 17 La decisión de publicar el texto de Almesto pudo estar motivada por el hecho de ser “un poco más detallada”, tal y como sugiere Jos (24). Nada dice al respecto Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle, a quien debemos la primera edición de 1881. El marqués, a pesar de resaltar la labor de Vázquez (abordada “con intención meramente histórica para conservar la memoria de aquellos sucesos”, xlv) frente a la versión interesada de Almesto, y a pesar de considerar al bachiller como “el verdadero autor de la obra” (xlv), decidió dar “a la pública luz la presente relación, tal como se halla en el ejemplar J. 142 y añadiendo en su lugar oportuno todas las variantes del ejemplar J. 136, mediante cuyo procedimiento, el lector puede conocer y comparar los dos distintos trabajos de Pedrarias de Almesto y del bachiller Francisco Vázquez” (xlvi). 18 También Ramón Alba habla de una “extraña tradición”, que él mismo cumple sin explicarnos las razones que le llevan a hacerlo (Alba, 1979: s/n). Por otro lado, Díaz cita una excepción en esta tradición, la edición de Malfatti de 1952, pero en el sentido de que el texto editado es el de Pedrarias de Almesto y se le cita a él como autor, y no a Vázquez (Díaz, 1986: 20).
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1)
Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado hecha por el gobernador Pedro de Orsúa, ed. F. Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle, Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1881.
El texto sigue el Ms. 3191 (antes J. 142) de Pedrarias de Almesto llevando a nota al pie las variantes que el editor consideró significativas del Ms. 3199 (antes J. 136), de Francisco Vázquez.
2)
Relación verdadera de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado que el gobernador Pedro de Orsúa fue a descubrir…, en Historiadores de Indias, ed. M. Serrano y Sanz, Madrid, Bailly-Bailliere, 1909, vol. II, pp. 423-484 (Nueva Biblioteca de Autores Españoles, 15).
Como en el caso anterior, esta edición sigue el texto de Almesto y lleva a nota al pie las variantes de la relación de Vázquez.
3)
Vázquez, F., Jornada de Omagua y Dorado (Historia de Lope de Aguirre, sus crímenes y locuras), ed. E. de Gandía, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1944.
Sigue a Almesto pero de forma “libre”, podríamos decir, en el sentido de que cambia el texto original modificando la redacción, con el objeto de hacerlo más cercano al lector del siglo XX.
4)
Tres relaciones de viajes por el río Marañón llamado también de las Amazonas, ed. C. Malfatti, Barcelona, Sociedad Alianza de Artes Gráficas, 1952.
El libro edita tres crónicas: Jornada de Pedro de Orsúa a Omagua y Dorado (años de 1560 y 1561), de Pedrarias de Almesto, aunque solamente el fragmento hasta llegar a la desembocadura del Amazonas; Descubrimiento del río de las Amazonas y sus dilatadas provincias (años de 1636 y 1637), de Martín de Saavedra y Guzmán; y la Relation abregée d’un voyage fait dans l’intérieur de l’Amérique méridionale…, de Condamine.
5)
Vázquez, F., Lope de Aguirre. La ira de Dios. Relación verdadera de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado, ed. M. Polo, México, Premià editora, 1978.
Es el mismo texto que el editado por Gandía en Espasa-Calpe, 1944.
6)
Vázquez, F., Aguirre o la fiebre de la independencia. Relato verídico de la expedición de Omagua y El Dorado (1560-1561), San Sebastián, Txertoa, 1979.
Esta edición reproduce facsimilarmente la de Serrano y Sanz de 1909 (es decir, la relación de Almesto), con un estudio preliminar de Manoël Faucher traducido por Iñaki Urdanibia.
7)
Vázquez, F., Jornada de Omagua y Dorado. Crónica de Lope de Aguirre, “El Peregrino”, Madrid, Miraguano, 1979.
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Tal y como nos advierte el propio libro, la edición reproduce el Ms. 3191 de la Biblioteca Nacional de Madrid, “según la transcripción que del mismo hizo el marqués de la Fuensanta del Valle para la Sociedad de Bibliófilos Españoles, en 1881”. El texto incorpora además unas páginas introductorias firmadas por Ramón Alba, director de la colección “Libros de los malos tiempos”.
8)
Vázquez, F. (versión Pedrarias de Almesto), Relación de la jornada de Pedro de Orsúa a Omagua y al Dorado, en Lope de Aguirre. Crónicas (1559-1561), ed. E. Mampel González y N. Escandell Tur, Barcelona, Editorial 7 1/2, Ediciones Universidad de Barcelona, 1981, pp. 201- 271.
El libro reproduce algunas de las crónicas de los marañones, concretamente las de Gonzalo de Zúñiga, Toribio de Ortiguera, Pedro de Monguía, Custodio Hernández, Vázquez-Almesto y una anónima. En cuanto a la relación de Vázquez, el texto editado es el de Serrano y Sanz, pero reproduciendo solo una selección –”las que creíamos importante conservar”, afirman las editoras (202)–, de las notas a pie de página de la edición de 1909. Se edita una vez más, por tanto, a Almesto.
9)
G. de Carvajal, P. de Almesto y Alonso de Rojas. La aventura del Amazonas, ed. R. Díaz Maderuelo, Madrid, Historia 16, 1986 (también Madrid, Dastin, 2002).
Esta edición reproduce el texto de Almesto y lleva a nota al pie las variantes de la relación de Vázquez que el editor considera “especialmente relevantes” (99, nota 1). Para el resto de las divergencias entre ambos textos Díaz remite a la edición publicada en Miraguano, 1979. Se anotan someramente también algunos personajes, lugares y términos.
10)
Vázquez, F., Jornada de Omagua y Dorado. Relación verdadera de todo lo que sucedió en la expedición (1560-1561), ed. M. Serrano Sanz, Madrid, Ediciones Grech, 1987.
Se trata de una reedición del texto de Serrano Sanz de 1909.
11)
Vázquez, F., El Dorado: Crónica de la expedición de Pedro de Ursua y Lope de Aguirre, ed. J. Ortiz de la Tabla, Madrid, Alianza, 1987.
Esta edición es, junto a la de Mariano Cuesta, la única que sigue la versión de Francisco Vázquez. Sin embargo, el texto editado es el que copiara el valenciano Juan Bautista Muñoz en la segunda mitad del siglo XVIII dentro de la tarea de acopio de fuentes documentales que hizo con la idea de escribir una Historia del Nuevo Mundo19. El manuscrito de Muñoz que edita Ortiz de la Tabla se conserva en la Colección de don Juan Bautista Muñoz en la Real Academia de la Historia de Madrid, tomo 43, fols. 4-68 (A-115, núm. 766). El editor explica cómo
19 La
copia de Muñoz está fechada en Sevilla el 15 de marzo de 1784.
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el propio Muñoz refiere que “el manuscrito del siglo XVII por él copiado y compulsado se encontraba en la Biblioteca de la Catedral de Sevilla” (33). Parece que Ortiz de la Tabla desconocía que dicho manuscrito se conserva en la Biblioteca Capitular de la Institución Colombina de Sevilla, con la signatura 57-3-22. 12)
Vázquez, Francisco, Relación de todo lo que sucedió…, en La Amazonia. Primeras expediciones, ed. M. Cuesta, Madrid, Turner, 1993, pp. 155-246.
Se trata de un libro-regalo preparado por el Banco Santander para sus clientes. Entre los cuatro textos que tienen por protagonista al Amazonas y que se incluyen en este volumen se encuentra la única edición existente de la versión de Francisco Vázquez. El editor utilizó para ello el Ms. 3199 de la Biblioteca Nacional de Madrid, pero no la copia conservada en Sevilla.
Este panorama textual refleja un capítulo de la historia y la literatura que ha suscitado un importante interés en el siglo XX. Sin embargo, a pesar de las numerosas ediciones existentes, sigue siendo necesario volver sobre este texto para fijarlo correctamente. Y ello por varios motivos. El primero es que resulta totalmente necesario restaurar a Vázquez como autor. No existe todavía una edición que siga el texto de Vázquez, respetando lo que escribiera el bachiller. En segundo lugar y en consecuencia, es preciso abordar una edición crítica que incorpore el manuscrito de Sevilla, olvidado, por lo que parece, hasta el momento. Podemos ofrecer al lector una versión más próxima a lo que el propio Francisco Vázquez redactara a partir del cotejo de estos dos testimonios, llevando a nota al pie, en todo caso, las variantes significativas y los añadidos que hiciera Almesto20. Y en tercer lugar, aunque Díaz hiciera un esfuerzo de cara a anotar su edición, sigue habiendo un importante número de términos, así como contextos históricos y geográficos que requieren una explicación de cara a acercar el texto al lector del siglo XXI. Creo que solo de este modo podremos llegar a disponer de unos textos que nos permitan abrir con garantías nuevos campos de investigación. Si bien, como ya se ha explicado, los manuscritos de Vázquez y Almesto comparten la mayor parte del texto, resulta evidente que se trata de dos relatos diferentes. Esta curiosa tradición de publicar a Almesto con el nombre de Vázquez o de referirse a ambos textos como Vázquez-Almesto no se sostiene si analizamos las interpolaciones de Almesto preguntándonos por aspectos como la autoría o la intención de autor a la hora de escribir la relación.
20 El
cotejo de los tres manuscritos conservados, los dos de Vázquez (Biblioteca Nacional de Madrid e Institución Colombina de Sevilla) y el de Almesto (Biblioteca Nacional de Madrid), nos da como resultado casi un total de 5000 variantes. La mayor parte de ellas no son variantes significativas, sino que se trata simplemente de errores cometidos por los copistas. Sin embargo, además de los añadidos de Almesto resulta interesante comprobar cómo hay un buen número de variantes que nos hablan de lecturas compartidas por la copia de la crónica de Almesto y la copia de Vázquez conservada en Sevilla. Para más detalles al respecto ver el “Estudio preliminar” de mi edición (Baraibar, en prensa).
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3. Una reivindicación del texto de Francisco Vázquez Veamos a continuación de qué manera las modificaciones de Almesto rompen la voluntad de autor de Vázquez, incluso aunque pongamos en duda la intencionalidad que Lohmann le atribuye a la hora de evitar mencionarlo21. Dentro de las divergencias existentes entre ambos textos hay casos muy distintos. Hay variantes que introduce Almesto aportando algunos detalles que Vázquez no menciona, ya sea por olvido o por no parecerle necesario. Los “veinte y tantos” días que la expedición se detuvo en Machifaro pasan a ser exactamente “treinta y tres” en Almesto22. Más allá de estas pequeñas correcciones, tal y como ya se ha dicho, en un buen número de casos los añadidos de Almesto pretenden resaltar su valor23, su carácter de testigo directo de algunos acontecimientos claves24, su lealtad al rey y, en consecuencia, su mala relación con Lope de Aguirre25, así como el papel por él desempeñado en la captura del tirano y el final de la rebelión26. Pero también hay algún caso en el que Almesto omite un pasaje de la relación de Vázquez, tal vez como pago por su silencio con respecto a él. Es el caso de las líneas en las que el bachiller se refiere al nombramiento de Alonso de Henao como provisor y vicario de la jornada por el gobernador Pedro de Ursúa “por sola su autoridad”, aspecto que cuestiona y que, según dice, “fue muy mormurado en el campo” y causó algún “altercado entre algunos
21 Ver en Lohmann Villena (1990: lxxvii-lxxviii) el epígrafe que elocuentemente tituló “La esfumación de Pedrarias de Almesto”. 22 Vázquez, Relación de todo lo que sucedió (18v) y Almesto, Relación verdadera de todo lo que sucedió (13v), respectivamente. 23 Un claro ejemplo lo constituye el extenso pasaje en el que Almesto relata su captura en la Burburata tras haberse escapado de Lope de Aguirre (Almesto 69v-73r), muy poco desarrollado por Vázquez y con una visión muy distinta del valor mostrado por Almesto ante la posibilidad de que don Julián de Mendoza, yerno del alcalde de la ciudad, lo matara realmente ante su negativa de caminar hacia el campamento de Aguirre: “Como el Pedro Arias vido que iba de veras y se sintió herido le rogó al don Julián le dejase, que no le matase, y ansí le dejó y comenzó a caminar con su herida en el pescuezo” (Vázquez: 93, cita en 93v). 24 Comp. Almesto 21r: “Según lo que yo vide por vista de ojos, porque me hallé con el gobernador, y es muy cierto, porque demás desto, ellos después se loaban dello”. En Vázquez es simplemente: “según lo que se supo” (28v). Otro caso es el de la muerte de Pedro de Ursúa, de la que Almesto afirma haber sido testigo al hallarse en aquel momento hablando con el gobernador “porque se fiaba mucho dél y siempre había sido su allegado y privado” (16v), mientras que Vázquez no lo menciona. 25 Por ejemplo el momento en que relata su huida en la Burburata, pasaje que Almesto desarrolla ampliamente a partir de la escueta narración de Vázquez. Comp. Almesto, 66r: “Se huyeron dos soldados que habían siempre deseado el servicio de su majestad; el uno llamado Pedro Arias de Almesto y el otro Diego de Alarcón, a quien siempre el tirano había traído desarmados por no se fiar dellos y porque entendía el tirano que no les había de ser amigos”. 26 Según Vázquez, cuando, tras el paso de Espíndola al bando del rey, Aguirre regresa al cercado en el que se había hecho fuerte se da cuenta de que “los más que allí habían quedado se habían ansimismo huido” (110r). Almesto, en cambio, explica cómo fue él quien lo provocó cuando “aguardó coyuntura, y como no tenía armas y estaban centinelas a la puerta del fuerte dos alcabuceros, acordó de arremeter con una lanza que allí estaba, y salir por la puerta dando voces: ‘¡al rey! ¡al rey!’ y los que estaban guardando la puerta hicieron lo mismo” (94v).
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soldados que presumían de letras, diciendo que el gobernador no lo pudo hacer, ni el clérigo aceptar”27, tal vez refiriéndose a sí mismo28. Otro caso de omisión muy interesante es el texto en el que Vázquez enumera quiénes fueron los soldados que se negaron a firmar el documento de adhesión a la revuelta. Todos firmaron y juraron la guerra del Perú emprendida por don Fernando de Guzmán, salvo algunos que desimuladamente se quedaron sin firmar porque los tiranos no se acordaron dellos. Hubo en esta junta tres soldados los cuales dijeron clara y abiertamente a los tiranos que no los querían seguir en nada contra su majestad, que fue el uno Francisco Vázquez, el otro un Juan de Cabañas, y un Juan de Vargas Zapata, y no quisieron jurar ni firmar (Vázquez: 33v). Evidentemente, entre los mencionados soldados no estaba Pedrarias de Almesto y al quedar prueba escrita de ello en este caso no podía añadirse a la lista, como hiciera en el relato de su huida. En su lugar optó por eliminar todo el pasaje, dejando una vaga mención a lo sucedido: “Salvo algunos que, disimuladamente, se quedaron sin firmar, que estos fueron pocos”29. La distancia, por tanto, entre ambos textos va mucho más allá de ser dos relaciones de un mismo acontecimiento en las que una de ellas aporta algunos datos más que la que le sirve de base. Las diferencias entre los dos manuscritos no pueden ser tratadas, en consecuencia, como variantes de un mismo texto o, al menos, no se puede relegar a Vázquez como una versión menos completa, menos desarrollada o menos detallada de los acontecimientos que la aportada por Almesto. Los ejemplos anteriormente mencionados y otros muchos que podríamos citar nos hablan de dos cronistas con intenciones y objetivos distintos a la hora de escribir y de contar lo que ocurrió y que, por tanto, dieron lugar a dos textos diferentes. Otra cuestión igualmente interesante es ver hasta qué punto los añadidos que Almesto hizo a la relación de Vázquez pueden considerarse como una obra en sí misma. En este sentido, hay que tener en cuenta que la “apropiación” de la obra de otras personas con la intención de utilizarla en la escritura de un nuevo texto es un fenómeno frecuente en la época y del que se conocen multitud de casos. Desde una mentalidad moderna se ha caído en ocasiones en el anacronismo de considerar esta práctica como un plagio, cuando en realidad no es tal. Por otro lado, las interpolaciones de
27 Vázquez,
20r. Todo este pasaje desaparece en el manuscrito de Almesto (14r). lo ha sugerido Lohmann Villena (1990: lxxviii), siguiendo las palabras de Ramírez de Arellano, marqués de Fuensanta, xv-xvi. 29 Comp. Almesto: 26v. El manuscrito de Almesto termina el párrafo con “pocos”. Los editores modernos recogen unas palabras de difícil lectura, añadidas a continuación probablemente por otra persona y que entiendo que dicen “qriados y mucho y” y una última parte ilegible (Ms. 3191, fol. 26v). Este añadido ha sido reproducido por todos los editores modernos desde 1881 como parte del texto: “criados y muchos inútiles y … [una palabra ininteligible]”. 28 Así
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Pedrarias de Almesto no pueden considerarse como meros añadidos escritos al margen de una obra. Almesto quiere escribir la relación que “los señores oidores me mandaron hiciese”30 y lo hace insertando la obra de Vázquez en un nuevo discurso de los sucesos. Su presencia en la muerte de Pedro de Ursúa y de Lope de Aguirre, así como su insinuada relación con la hija de este son elementos que le permiten defenderse de posibles acusaciones de connivencia con el tirano31, pero, al mismo tiempo, elaboran, al menos en parte, un nuevo relato de la jornada. El Ms. 3191 responde a esa voluntad y es el resultado de esa nueva voz.
4. Conclusiones En definitiva, resulta necesario regresar sobre los textos que relatan la jornada de Omagua y Dorado y aclarar el confuso panorama textual que existe a consecuencia de la reiterada práctica de editar a Almesto con el nombre de Vázquez. Una edición crítica de los textos de ambos autores es un paso previo imprescindible de cara a poder avanzar con garantías en nuevas investigaciones acerca de las relaciones de estos textos entre sí, así como del papel desempeñado por cada uno de ellos como fuentes de otras obras32. Pero, además, la existencia de variantes compartidas por la copia del texto de Almesto y la de Vázquez que se conserva en Sevilla nos sugieren otras vías que habrá que explorar.
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30 Almesto
89v-90r. al respecto Martinengo, 1978 y, sobre todo, 1974. 32 Esta labor ya se ha iniciado en el GRISO (Grupo de Investigación Siglo de Oro) de la Universidad de Navarra. A la edición de El Marañón realizada por Díez Torres hay que añadir las que yo mismo estoy preparando sobre las relaciones de Francisco Vázquez y Pedrarias de Almesto. Aunque no pertenece a este corpus, se podría mencionar también el Nuevo descubrimiento del Gran río de las Amazonas de Cristóbal de Acuña, editado por Arellano, Díez Borque y Santonja. 31 Ver
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crueldades destos perversos tiranos, Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 3191. . Relación de lo que sucedió en la jornada que le fue encargada al gobernador Pedro de Ursúa… Ed. Á. Baraibar, Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert [en prensa]. Baraibar, Á. “Estudio preliminar” a su edición de Vázquez, F. Relación de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert [en prensa]. Bataillon, Marcel. “La rébellion pizarriste, enfantement de l’Amérique espagnole”. Diogéne, 43 (1963): 47-63. . “Les colons du Pérou contre Charles Quint: Analyse du mouvement pizarriste (1544-1548)”. Annales, 22.3 (1967): 479-494. Benavente, Fray Toribio de, Motolinía. Historia de los indios de la Nueva España. Ed. C. Esteva Fabregat. Madrid: Dastin, 2001. Díaz, R. “Introducción” a G. de Carvajal, P. de Almesto y Alonso de Rojas. La aventura del Amazonas. Madrid: Historia 16, 1986: 7-33. Díez Torres, J. “Estudio preliminar” a su edición de Aguilar y Córdoba, D. de. El Marañón. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2011: 11-123. Drigo, A. L. “Tentativas jurídicas de legitimación del proyecto Pizarrista en Perú (1544-1548)”. Fronteras de la historia, 11 (2006): 319-342. García Valdés, C. C. “Una visión original de la jornada del Dorado: ‘El Marañón’ de Diego de Aguilar y de Córdoba”. Las Indias (América) en la literatura del Siglo de Oro. Homenaje a Jesús Cañedo. Actas del Congreso Internacional celebrado en Pamplona, 15-18 de enero de 1992. Ed. I. Arellano. Pamplona: Gobierno de Navarra-Departamento de Educación y Cultura, 1992: 175-198. Gil, J. Mitos y utopías del Descubrimiento. 3. El Dorado. Madrid: Alianza, 1989. Hampe Martínez, T. “La encomienda en el Perú en el Siglo XVI (ensayo bibliográfico)”. Histórica, 6.2 (1982): 173-216. . Don Pedro de la Gasca, 1493-1567: Su obra política en España y América. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1989. Jos, E. La expedición de Ursúa al Dorado, la rebelión de Lope de Aguirre y el itinerario de los “marañones”. Huesca: Campo, 1927. Lohmann Villena, G. Las ideas jurídico-políticas en la rebelión de Gonzalo Pizarro: La tramoya doctrinal del levantamiento contra las Leyes Nuevas en el Perú. Valladolid: Casa-Museo de Colón y Seminario Americanista, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 1977. . “Las Leyes Nuevas y sus consecuencias en el Perú”. Lucena, M. Historia general de España y América, 7: El descubrimiento y la fundación de los reinos ultramarinos hasta finales del siglo XVI. Madrid: Rialp, 1982: 417-35. . “Estudio preliminar” a la edición de Aguilar y Córdoba, D. de. El Marañón. Madrid: Atlas, 1990: ix-lxxxiii. Martinengo, A. “Il soldato-cronista Pedrarias de Almesto, ovvero storia di una riabilitazione letteraria”. Miscellanea di studi ispanici, a cura dell’Istituto di Lingua e Letteratura Spagnola dell’Università di Pisa (1974): 5-55. . “La rehabilitación novelesca de un antiguo cronista de Indias: Pedrarias de Almesto”. Historia, problema y promesa. Homenaje a Jorge Basadre. Eds. C. Miro, G. Pease y A. Sobrerilla. Lima: Pontificia Universidad Católica, 1978, II: 171-190.
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rito al hambre: la antropofagia enissn dos 0716-0798 crónicas…
Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas chilenas del siglo XVI
From Rite to Hunger: Anthropophagy in Two Chilean Chronicles of the Sixteenth Century Miguel Donoso Rodríguez Pontificia Universidad Católica de Chile
[email protected] El tema de la antropofagia en la América colonial suele estar hoy marcado por la polémica. Lejos del encasillamiento ideológico, los estudios coloniales deben abordar fenómenos como este e intentar explicar sus motivaciones. Esto ayuda a entender mejor diversos aspectos de la empresa de conquista y del comportamiento del otro conquistado. Sabemos que ya desde los viajes de Colón los cronistas y viajeros informan de caníbales reales o figurados por toda la geografía del continente. Se trata de una práctica atribuible no solo a los indígenas, sino también a los europeos. Este trabajo analiza el tema centrándose en dos crónicas chilenas del siglo XVI: las de Jerónimo de Vivar (1558) y Alonso de Góngora Marmolejo (1575), en las cuales se puede apreciar cómo las prácticas antropófagas de los indígenas aparecen vinculadas esencialmente a la guerra, con connotaciones no solo rituales, sino también debidas al hambre y a la desesperación. Palabras clave: Chile, Siglo XVI, Crónicas de la Conquista, Antropofagia. The topic of the anthropophagy in colonial America today is usually marked by controversy. Far from the ideological typecasting, colonial studies should deal with phenomena such as this and to try to explain its motivations. This facilitates the understanding of several aspects of the Conquest and of the behavior displayed by the conquered other. We know from Columbus’s voyages, through chroniclers and travelers, of the existance of actual or figurative cannibals throughout the continent. It is a practice that can be mainly attributed to aboriginals, but also manifests itself among the Europeans. The present work analyzes this phenomena, honing in on two 16th century Chilean chronicles: those of Jerónimo de Vivar (1558) and Alonso de Góngora Marmolejo (1575), in which one can appreciate how aboriginal anthropophagic practices appear to be essentially linked to the war. These practices are not limited to ritual connotations, but also motivated by hunger and despair. Keywords: Chile, Sixteenth Century Colonial Literature, Conquest Chronicles, Anthropophagy.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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En este trabajo pretendo pasar revista a un tema siempre polémico en los estudios coloniales, un tema en el que suelen abundar el desconocimiento y los lugares comunes. Desde un principio el aborigen americano, ese otro con el que choca la cultura europea al desembarcar en América, se constituyó en un verdadero símbolo del nuevo continente descubierto, convirtiéndose en el tradicional ejemplo del buen salvaje, que se viste, piensa y comporta como tal, pero –y aquí está el choque– que se convierte a la vez en ejemplo paradigmático de la barbarie y bestialidad. El buen salvaje y el caníbal, dos variantes de un mismo hombre americano… Tal como vamos a ver, la figura del caníbal o antropófago1 no es solo patrimonio de los relatos medievales de viajes, fuera reales o ficticios; de hecho, está presente en la mayor parte de los textos españoles del siglo XVI que dan cuenta del encuentro del europeo con el indígena desde el momento mismo del descubrimiento de América2. Este indígena que simboliza el Nuevo Mundo es visto, por una parte, con la admiración y deslumbramiento que provoca lo desconocido: el color de la piel (ni negro ni blanco), la ausencia de vellosidad, su modo de vestir (o su ausencia de vestido, según sea el caso), sus costumbres, sus creencias… Por otra parte, ese mismo indígena es estigmatizado desde la cultura europea como un caníbal, un hombre que se alimenta del cuerpo de sus semejantes por mal hábito (recordemos que el cuerpo, en la tradición cristiana, es digno de todo respeto porque es reflejo del alma) o por motivos rituales, y que a veces tiene incorporada, como parte de su dieta habitual, la carne humana, encarnando así toda la bestialidad y primitivismo que se achacaba a los habitantes de las nuevas tierras, considerados por muchos como seres inferiores. Sin duda hace falta estudiar más a fondo la realidad del canibalismo o antropofagia en la literatura colonial3, ver qué connotaciones tiene,
1 Aunque
estas dos palabras se han hecho sinónimas, en estricto rigor antropofagia viene del griego antiguo y “es una formación de dos palabras: comedor / de carne humana. Se suponía que la usaban los griegos para denominar a una nación que se creía habitaba más allá del Mar Negro. La palabra caníbal, en cambio, no es de origen europeo y se refiere a un pueblo que efectivamente existía: un grupo de indios Caribe en las Antillas. Se hizo la conexión entre estos dos conceptos, entre la práctica de comer carne humana y el pueblo de los caribes. Y la conexión sobrevivió indisoluble para siempre como sinónimos” (Sanfuentes 2009: 164). 2 Para Olaya Sanfuentes el caso del canibalismo, como el de las amazonas y el del Dorado, es un ejemplo de mito fáctico: “Son narraciones que de alguna forma parten de hechos reales, pero que luego se desarrollan como mito” (2009: 128). 3 Las posturas frente al tema de la antropofagia son diversas, tal como revisa Sanfuentes 2009: 164, nota 188. Algunos niegan totalmente la existencia del fenómeno en América: Arens (The Man-Eating Myth) señala que la idea del canibalismo existiría con anterioridad a la evidencia real del fenómeno, y de existir sería un recurso más de sobrevivencia o algún tipo de comportamiento antisocial, no negado a ninguna cultura. Para Arens esto es demostración de que los conquistadores creen pertenecer a una cultura superior a la de los indios. Anthony Pagden (La caída del hombre natural. El hombre americano y los orígenes de la etnología comparativa) cree muy probable que la antropofagia solo haya existido entre los indios en casos de sobrevivencia o como acto de venganza extrema. Peggy Reeves (El canibalismo como sistema cultural) confronta a Arens: es falso que el canibalismo no haya existido nunca; ahí está el caso de los sacrificios humanos de los aztecas. Frank Lestrigant (Cannibals. The discovery and representation of the cannibal from Columbus to Jules Verne) critica, asimismo, duramente la cómoda postura de negar sin más la antropofagia que asume Arens. Una postura más novedosa es la de Marvin Harris (Caníbales y reyes. Los orígenes de las culturas): habría existido en Mesoamérica un canibalismo institucionalizado entre los indios debido al agotamiento del ecosistema
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dilucidar qué motivaba la antropofagia entre los aborígenes. Los sucesos que a continuación vamos a revisar se pueden leer desde diversos ángulos: como consecuencia de la brutalidad; como fruto de un hambre extrema, que lleva a la anulación de ciertos pactos de ley natural, como es el de no comerse al prójimo, e incluso como parte de ritos sangrientos. Antes de revisar este tema en los textos coloniales chilenos del XVI, pongamos nuestra mirada en los primeros territorios americanos conquistados por los españoles. Quien primero habla de antropófagos en las nuevas tierras descubiertas, con todo el peso de las creencias medievales a cuestas, es Cristóbal Colón, aunque no tuvo oportunidad real de conocerlos4. Lo importante es que a partir de su relato los caníbales, junto a gigantes, amazonas y al buen salvaje, pasan a formar parte de los “monstruos que cobraron locación definitiva y sumamente influyente en la geografía americana […]. Son los monstruos que aparecen frecuentemente en las crónicas de la época, los que […] se convertirán en verdaderos emblemas del Nuevo Mundo” (Sanfuentes 2009: 157-58). En la conquista de México el mito del caníbal se hace realidad: son varios los cronistas que manifiestan su admiración ante la desnudez y brutalidad de los aborígenes. Hernán Cortés testimonia la costumbre que tienen algunos pueblos enfrentados por los españoles de llevar como provisiones para la guerra “niños asados”; tan macabros víveres eran obtenidos por esos pueblos de entre los prisioneros de guerra capturados en la lucha contra las tribus amigas de los conquistadores (Cortés: 404). Pero no pensemos que tan bárbara costumbre era patrimonio exclusivo de esos pueblos; el propio conquistador extremeño testimonia que las tribus de indígenas amigas de los españoles, al entrar triunfales en los pueblos conquistados, no tenían empacho en comerse a los prisioneros capturados entre sus habitantes5. Por otra parte, los europeos también tuvieron sus escandalosos casos de antropofagia en América: avanzando algo más al norte en la geografía de América, hay que recordar el estremecedor relato de canibalismo entre españoles, generado por la necesidad y el hambre más extrema, testimoniado por Álvar Núñez Cabeza de Vaca en su libro Naufragios y por Fernández de Oviedo en su Historia General y Natural de las Indias. También hubo casos en que algunos conquistadores autorizaron
y la consiguiente imposibilidad de obtener alimentos. Lévi-Strauss (Tristes trópicos), por último, distingue las prácticas antropófagas causadas por el hambre, de las cuales ninguna sociedad está “moralmente protegida”, y los actos de antropofagia que se relacionan con causas místicas, religiosas o mágicas. 4 Para un recorrido por el tema de la antropofagia en los viajes de Colón véase Sanfuentes 2009: 165-166. Recoge también noticias de los caníbales según Vespucio, Pigafetta y otros viajeros y cronistas en las pp. 166-168. 5 Cito a Cortés: “Desta celada [tendida por los españoles a los indígenas enemigos] se mataron más de quinientos, todos los más prencipales y esforzados y valientes hombres. Y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros amigos, porque todos los que se mataron tomaron y llevaron hechos piezas para comer” (Cortés: 410). Parece ser que Cortés se vio obligado, en la etapa de mayor inestabilidad, a tolerar estas prácticas de sus aliados, las cuales prohibirá terminantemente y castigará con la pena de muerte una vez asentada su autoridad. En efecto, más adelante relata Cortés, estando en un pueblo recién reconquistado junto a uno de los señores indígenas aliados, que uno de los españoles vino a denunciarle haber encontrado a un indio amigo “comiendo un pedazo de carne de un indio que mataron en aquel pueblo cuando entraron en él […], y en presencia de aquel señor le hice quemar” (545).
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a sus famélicas tropas a alimentarse con la carne de los indios que tomaban prisioneros6. En Perú, por otra parte, existen numerosos testimonios, contemporáneos a la conquista del territorio, que se refieren a las prácticas ceremoniales y mortuorias de los incas, en las que se incluían sacrificios humanos, a veces muy numerosos, tal como se puede ver en las obras de Juan Polo de Ondegardo sobre los incas y en la Summa y narración de los incas de Juan de Betanzos. La existencia de estas prácticas fue reiterada más tarde por Pedro Sarmiento de Gamboa en su Historia de los incas. El propio Inca Garcilaso testimonia que entre los pueblos preincaicos y que después permanecieron fuera del radio de influencia del Tahuantinsuyu, eran habituales las prácticas antropófagas, las cuales Garcilaso estima obra del demonio, llegando hasta tal punto su degradación que entre ellos funcionaba una verdadera industria de la carne humana7. Garcilaso testimonia, además, que esos pueblos antiguos solían criar a los hijos de sus concubinas –mujeres cautivadas a los pueblos enemigos– para comérselos. En el caso del territorio de Chile, existe una idea más o menos extendida de que la situación era distinta. No se suele asociar a los indígenas de este reino con prácticas antropófagas. Sin embargo, los primeros cronistas de los sucesos ocurridos en esas tierras aportan más de un dato revelador de que tales costumbres no eran para nada ajenas a nuestra geografía. Para analizar algunos de estos casos me voy a centrar en particular en dos textos cronísticos del siglo XVI, ambos escritos por soldados que participaron en la etapa más ardua de la conquista de Chile, la del descubrimiento del territorio y fundación de las primeras ciudades del reino. Estos testimonios nos permitirán valorar en su real magnitud el fenómeno de la antropofagia entre los indígenas, no solo en su dimensión ritual, como parte del sacrificio y de la magia (como la sufriera el propio Pedro de Valdivia en el momento de su muerte, y que relata crudamente Alonso de Góngora Marmolejo en su crónica), sino a través de los numerosos casos de antropofagia debidos a la desesperación y al hambre en que, según los cronistas, se vieron sumidos algunos pueblos originarios de Chile debido a la guerra con los españoles. Se trata, por tanto, de estudiar el fenómeno no solo en su dimensión real y tangible, sino buscando su explicación desde un punto de vista social y cultural. Veamos primero el texto de Góngora Marmolejo, que lleva por título Historia de todas las cosas que han acaecido en el Reino de Chille y de los que lo han gobernado, redactado por su autor entre 1572 y fines de 1575. Su testimonio nos interesa especialmente porque fue testigo presencial de los hechos ocurridos en el reino de Chile desde 1549 –año en que, reclutado en Lima por Pedro de Valdivia, arribó a Santiago– hasta fines de 1575, cuando falleció el cronista. Aunque en el caso que vamos a revisar solo pudo ser testigo de oídas, quizá uno de sus episodios más recordados es el
6 Véanse
los ejemplos que aporta Sanfuentes 2009: 168-70. Sobre españoles cautivos aindiados revísese el interesante trabajo de Zugasti 2011. 7 Los pueblos antiguos del Perú, señala Garcilaso, “en muchas provincias fueron amicísimos de carne humana, y tan golosos que antes que acabase de morir el indio que mataban le bebían la sangre por la herida que le habían dado, y lo mismo hacían cuando lo iban descuartizando, que chupaban la sangre y se lamían las manos por que no se perdiese gota della. Tuvieron carnecerías públicas de carne humana; de las tripas hacían morcillas y longanizas, hinchéndolas de carne por no perderlas” (Comentarios reales de los incas I: 35).
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relato de la muerte de Pedro de Valdivia en la cruenta batalla de Tucapel8. El relato sigue en detalle cómo van cayendo uno tras otro todos los hombres que acompañan al conquistador, hasta que finalmente este es apresado por los mapuche. Junto a él permanecen con vida Agustín, su yanacona de servicio, y un clérigo, el padre Bartolomé del Pozo. Valdivia, desesperado ante su inminente fin, ofrece a sus captores retirarse de esas tierras, agregando la oferta de un par de miles de ovejas como rescate por su persona, pero los indios, para dalle a entender que no querían concierto alguno, le hicieron al yanacona pedazos delante de él. Viendo el padre Pozo que no aprovechaban amonestaciones con aquellos bárbaros, hizo de dos pajas que par de sí halló una cruz y persuadiole a bien morir, diciéndole muchas cosas de buen cristiano, pidiendo a Dios misericordia de sus culpas. Mientras en esto estaban, hicieron los indios un fuego delante de él, y con una cáscara de armeja de la mar, que ellos llaman pello en su lengua, le cortaron los lagartos de los brazos desde el codo a la muñeca (teniendo espadas, dagas y cuchillos con que podello hacer, no quisieron por dalle mayor martirio), y los comieron asados en su presencia. Hechos otros muchos vituperios, lo mataron a él y al capellán, y la cabeza pusieron en una lanza juntamente con las demás de cristianos, que no les escapó ninguno (Góngora Marmolejo: 184-185)9. De la extensa relación de los hechos ocurridos en Tucapel, destaca la preponderancia del elemento mítico presente en la descripción que hace Góngora de la horrible muerte de Valdivia: la antropofagia aquí es un acto ritual que se simboliza por la forma en que se le da muerte y por la posterior ingestión por parte de los vencedores de los antebrazos del valiente conquistador enemigo, que pasa así a “pertenecer”, a “ser poseído” o de alguna manera “aprehendido” en su singular valor, vigor y fiereza por sus captores. Se trata –en palabras de Guillaume Boccara– de construir el “sí mismo” en un movimiento de apertura caníbal hacia el “otro”. Tal como señala este antropólogo, “todo lo que se hacía en las prácticas y representaciones de la guerra tendía a la asimilación de las cualidades del enemigo; así, durante el combate los guerreros hacían todo lo posible para capturar un objeto que simbolizara al otro” (Boccara 1999: 437). James George Frazer, en su ya clásico trabajo titulado La rama dorada, examina las fuentes de esta primitiva creencia: El salvaje comúnmente cree que comiendo la carne de un animal u hombre adquiere no solo las cualidades físicas, sino también las cualidades intelectuales y morales que son características del animal o del hombre; así que, cuando la criatura se considera divina, nuestro ingenuo salvaje
8 Algunos
datos de esta parte del trabajo proceden de mi artículo “Pedro de Valdivia tres veces muerto” (Donoso 2006). 9 Cito por el texto de mi edición crítica de la crónica de Góngora Marmolejo, publicada en Iberoamericana-Vervuert en 2010.
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espera naturalmente absorber una parte de su divinidad junto con su sustancia material (Frazer 2006: 561) Hay que decir que determinadas partes del cuerpo (no solo la carne y la sangre en sentido genérico) gozan de especial “favor” para suscitar en los comensales bravura, sabiduría y otras cualidades en que los “comidos” o “devorados” destacaban. Algunas, como el corazón, son bien conocidas en su simbolismo en la tradición occidental; otras que enumera Frazer, muy codiciadas por un pueblo africano con el cual ejemplifica, son más llamativas: el hígado, las orejas, la piel de la frente, los testículos, todas las cuales eran separadas del cuerpo del occiso, incineradas y guardadas sus cenizas para posteriormente ingerirlas en ciertos rituales y así transmitir las virtudes del muerto a los jóvenes guerreros (Frazer 2006: 564). Boccara testimonia que el uso ritual del cuerpo de los sacrificados por parte de los mapuche no solo contemplaba su corazón, sino también la sangre, la piel, las mandíbulas, el cráneo y los huesos (Boccara 2009: 163). No extraña, por lo mismo, que en algunas versiones cronísticas lo ingerido por los mapuche sea el corazón del conquistador10. Además, no cualquier corazón era bueno para ser comido: debía ser el de un enemigo famoso y valiente, para que así “su corazón sea digno de ser comido y su cráneo merezca ser conservado como recipientetrofeo” (Boccara 2009: 159). Esto puede explicar la terrible suerte que corre Valdivia a manos de sus captores en el relato de Góngora Marmolejo, los cuales se hartan comiendo sus antebrazos quizá como una forma de apropiarse de la fuerza y maestría con que el conquistador debió en vida empuñar la espada, y le cortan la cabeza, como se aprecia al final de la narración, conservándola como trofeo clavada en una lanza. El hecho evidentemente recuerda otros sangrientos ritos propios de algunos pueblos nativos de la América precolombina, como es el caso de los méxicas o aztecas, los cuales sacrificaban los prisioneros de guerra a su dios Huitzilopochtli y aún vivos les extraían el corazón que ofrendaban a su divinidad, para luego proceder a precipitarlos desde lo alto de sus pirámides. Análoga costumbre está atestiguada entre los guerreros del antiguo Egipto, que comían el corazón de los guerreros enemigos más valerosos, versión, ya está dicho, no ausente en nuestros cronistas. Existe un segundo testimonio en el texto de Góngora Marmolejo que aporta nuevos antecedentes sobre el tema de la antropofagia. En este caso la mención se enmarca en el contexto de la guerra que hicieron los españoles a los indios de la zona de La Imperial en el verano de 1555. Además de la destrucción que los españoles hicieron de las casas y sembradíos de los indígenas, a estos juntóseles otro gran mal con este, que entrando la primavera les dio en general una enfermedad de pestilencia que ellos llamaban chavalongo, que en nuestra lengua quiere
10 Véase, en lo referente al tema del corazón (piuke) para el pueblo mapuche, considerado como el lugar de la decisión, de la voluntad, de los afectos y de los sentimientos, el trabajo de Boccara 2009: 156-160. Más detalles de estas prácticas guerreras mapuche en general pueden consultarse en el capítulo séptimo –titulado “La guerra ritual”– del libro de José Bengoa, y especialmente en el apartado correspondiente a Rito y sacrificio (Bengoa 2003: 238-242).
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decir dolor de cabeza, que en dándoles los derribaba, y como los tomaba sin casas y sin bastimentos, murieron tantos millares que quedó despoblada la mayor parte de la provincia; que donde había un millón de indios no quedaron seis mil: tantos fueron los muertos que no parecía por todos aquellos campos persona alguna, y en repartimiento que había más de doce mil indios no quedaron treinta. Vínoles otro mal aliende de este, que los que escapaban –que eran pocos– teniendo algunas fuerzas, como no tenían qué comer, se comían los unos a los otros –¡cosa de grande admiración!–, que la madre mataba al hijo y se lo comía, y el hermano al hermano; y algunos hacían tasajos y les daban un hervor en algunas ollas con agua de arrayán, y después, puestos al sol y secos, los comían, y decían hallarse bien de aquella manera. Andaban los indios en aquel tiempo tan cebados en carne humana que traían la color de el rostro tan amarilla que por ella eran luego conocidos (Góngora Marmolejo: 225-226). El cronista deja en claro que estas prácticas antropófagas de los indígenas son una conducta excepcional, motivada por el hambre y la necesidad extrema. Esta causa se desprende no solo del relato de Góngora Marmolejo, sino que se ve corroborada en los numerosos casos informados por el cronista Jerónimo de Vivar, como veremos más adelante. Un aspecto interesante que resalta el autor es el color amarillo del rostro de los indígenas, el cual atribuye al consumo de carne humana. Quiero detenerme unos segundos en esto. Es bien sabido que la coloración amarillenta de la piel se conoce con el nombre de ictericia, la cual se puede interpretar como posible explicación de la pigmentación del rostro de los indígenas. En términos médicos, ni la antropofagia ni el consumo excesivo de carne explican por sí mismas este síntoma, que se debe a un metabolismo hepático alterado. Una explicación más plausible es que tal coloración se debiera a una epidemia de hepatitis entre ellos, producida por las malas condiciones higiénicas, descritas por el cronista, en que vivían. Pasemos ahora revista a nuestro segundo texto, el relato de Jerónimo de Vivar, que se titula Crónica y relación copiosa y verdadera hecha de lo que yo vi por mis ojos y por mis pies anduve y con la voluntad seguí, en la Conquista de los reinos de Chile en los 19 años que van desde 1539 hasta 1558. En este texto, fechado en 1558, encontramos varias menciones de casos de antropofagia, que por lo reiterativos nos permiten establecer un cierto patrón de ocurrencia. El primero mencionado por el cronista acontece en la época en que Valdivia estaba empeñado en la fundación de la ciudad de la Concepción. Mientras el gobernador y su lugarteniente Jerónimo de Alderete estaban ocupados en asentar la tierra, dos barcos –una galera y un navío pequeño–, ambos al mando del capitán Juan Bautista Pastene, son enviados a “correr la costa” y a apertrecharse de comida y víveres en la Isla Mocha para sustentar la guarnición que permanecería en Concepción durante el crudo invierno. Rechazada por los isleños, la precaria armada vuelve a la costa continental desembarcando en la ensenada de Labapi, donde cuarenta soldados saltan nuevamente a tierra en busca de comida. Tras avanzar tierra adentro poco más de un kilómetro, encuentran las casas despobladas antes
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de verse atacados por los indígenas de la zona, que los empujan hacia el mar intentando cerrarles el paso. En este momento cuenta Vivar que cuando llegamos a la mar donde estaban los navíos era el sol salido, y allí cargó sobre nosotros gran cantidad de gente a estorbarnos la entrada. Y por buena maña que nos dimos, aunque no perezosos, nos mataron cinco hombres. Allí delante de nosotros los hacían pedazos y los comían sin que los pudiésemos socorrer, y nos hirieron veinte españoles (Vivar: 148)11. Vamos a dejar a un lado, por unos momentos, este relato. El segundo caso presente en Vivar que me interesa destacar nos remonta a febrero de 1554, justo un par de meses después de la muerte de Valdivia, cuando su lugarteniente Francisco de Villagra ha debido hacerse cargo interinamente de la gobernación del reino. De nuevo el cronista nos sitúa cerca de Concepción, en la famosa (y desastrosa para los españoles) batalla de Marigüeñu, pasando del valle de Andalicán al de Chivilingo. Los mapuche se enfrentan en ventaja numérica a los europeos, aprovechando además la topografía, ya que se sitúan en una cuesta rodeada de quebradas que impide una rápida salida a la caballería española. Además, los mapuche han elegido esta ocasión para estrenar una letal arma, novedosa y muy efectiva, contra la caballería de los conquistadores: se trata de lazos corredizos hechos de bejucos, los cuales, anudados a largas lanzas, les sirven para desmontar a los jinetes de sus caballos y luego matarlos a golpes de macana. Las consecuencias de todos estos factores reunidos son desastrosas para los hispanos y encaminan las cosas a una tremenda debacle militar: Y viendo los indios que los españoles huían, cobraron tan grande ánimo. E como era el paso tan malo y los caballos llevaban cansados, e grandes quebradas, y cada uno huía por donde quería, se despeñaban e iban a dar a mano de sus enemigos, donde eran hechos pedazos. Hicieron mucho daño los indios con aquellos lazos que tengo dicho. Y los comían, de manera que podremos decir qu’esta gente bárbara fueron sepulcro de aquestos españoles (Vivar: 177). En este y en el anterior pasaje de Vivar se puede apreciar que la antropofagia indígena obedece en parte al mismo patrón ritual que observáramos en el episodio de la muerte de Valdivia: estos indígenas debían creer que al comerse al enemigo no solo lo hacían desaparecer, sino que se “apropiarían” sus cualidades guerreras. Pero se puede observar aún algo más: la brutal práctica ocurre en medio del combate, manifestándose como una especie de sed irrefrenable de venganza o desquite, que solo puede ser saciada con la carne y la sangre de los caídos, si bien no hay que descartar del todo que se trate de una estrategia de guerra destinada a disuadir o amedrentar al enemigo. No parece, en ningún caso, ser un canibalismo motivado solo por el hambre.
11 Cito
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siempre transcribiendo el facsímil del texto manuscrito que reproduce I. Leonard.
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El siguiente episodio de Vivar que vamos a revisar introduce un elemento causal nuevo en las prácticas antropófagas: el hambre y la desesperación. En esta oportunidad el relato es protagonizado por el capitán Pedro de Villagra, enviado a desalojar a unos indios refugiados en unas islas situadas en medio de una laguna cercana a la Imperial (que debe ser el lago Budi, según los datos aportados por el cronista). Después de vencerlos, Villagra vuelve a la ciudad, provocando tal nivel de desesperación entre los derrotados indios que desde aquí adelante escomenzaron a comerse, que hasta aquí no lo habían hecho, que los españoles lo supiesen. Y ansí, donde salían españoles hallaban cuartos de carne de indios y indias como carnicería, como tengo dicho, porque había algunos prencipales que se juntaban con sesenta o setenta indios y su ejercicio era andar por los caminos en tomar gentes para comer. Y a las que llegaban, no dejaban chico ni grande que no mataban, que era lástima ver la destruición que entre estos bárbaros había (Vivar: 188). Aparentemente, aquí los detonantes del canibalismo son la desesperación y la desorganización reinantes tras la derrota; el caos logra borrar las normas de convivencia y trae consigo la desaparición no solo de las barreras morales, sino de cualquier barrera social; el canibalismo no parece ser en este caso una costumbre, tal como testimonia el cronista (dice que “hasta aquí [los indios] no lo habían hecho”). La guerra, como bien sabemos, lo trastoca todo, hasta lo más básico, parece querer decir Vivar. En otro episodio registrado por este soldado, esta vez en el capítulo 126 de la crónica, el gobernador Francisco de Villagra parte de Santiago rumbo a La Imperial. Es noviembre de 1554, un año después de la muerte de Valdivia, y los indios, desesperados ante la llegada de refuerzos a una ciudad que tenían prácticamente ganada, comienzan a quemar sus cosechas para evitar su saqueo y aprovechamiento por los españoles. Esta acción, que en principio buscaba que los conquistadores se retiraran de la zona obligados por el hambre, se vuelve precisamente en su contra, ya que después “vinieron los indios en tan gran necesidad de comida en algunas partes que se vinieron a comer unos a otros” (Vivar: 190). Simplemente es el hambre lo que motiva, aquí, la conducta antropófaga, nos dice Vivar, pero a continuación agrega un antecedente novedoso que desvirtúa cualquier simplificación acerca de que el hambre habría actuado como única justificante de la conducta antropófaga de estos indios: Y algunos [indios] más lo hacían de vicio e de bellaquería, que no de la falta de comida que tenían, porque se vio en un pueblo estar el marido y la mujer al fuego y tener un hijo de año y medio, y con unos cuchillos que tienen de cobre y de pedernal cortaban del hijo, y lo asaban y lo comían (Vivar: 190). Vivar abunda aquí en datos especialmente interesantes para este trabajo, ya que da cuenta de la idea de que la antropofagia era una costumbre bárbara contraria a la naturaleza humana, y que se debía fundamentalmente
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a la inferior calidad moral del indígena, capaz no solo de comerse a sus enemigos o en algún caso a sus hermanos de raza, sino incluso a sus propios parientes e hijos. El cronista reafirma esta idea poco más adelante, al relatar un caso análogo: Diré de otro indio, o por mejor decir sepulcro que fue de tres hermanos y de su madre y de su padre, que fue en comerlos a todos. No lo digo por su confisión, sino que otros indios lo dijeron, y aun le temían y huían dél. Y decían que no había hallado carne más sabrosa que la de su madre. Y ansí todavía se comen (Vivar: 203). El acto de este indio es, en la perspectiva del cronista, de una bajeza y desorden moral indescriptibles, ya que no solo no respeta la vida de los demás, sino que es la vida más sagrada, la de su propia parentela, la que no escapa de sus fauces. Incluso Vivar llega a mencionar casos de auto-antropofagia: Y viose más: en casa de un vecino una india comer de sus carnes desta manera, que se ataban dos cuerdas al muslo abajo y arriba, y del medio cortaba y comía. Y también se vido el marido a la mujer, y la mujer al marido. Y ansí, andando los españoles por estas partes se hallaban casas con cuartos colgados como carnecería, y se vendían (Vivar: 190). La reflexión moral de Vivar al final de este relato es bien clara. Junto con recordar que no es la primera vez que estas prácticas aparecen entre los indígenas (ya antes, según él, tales costumbres han diezmado poblados enteros), lo sustancial para explicarlas es la extendida creencia que hay entre los cronistas de que tales prácticas se deben a la vinculación que los indígenas mantenían con el demonio, tal como el propio Vivar se encarga de recordárnoslo, tesis, por lo demás, en que insisten diversos cronistas, entre otros Garcilaso de la Vega: He querido hacer minción desto porqu’es cosa admirable, y cierto no lo osara poner por memoria si dello no tuviera muchos testimonios. Y de comerse unos a otros no es de maravillar, que otra vez, según ellos dicen, se habían comido en tiempos pasados en que otra pestilencia y hambre había habido, de manera que quedó la tierra despoblada. Y dicen indios antiguos que de otra tierra de arriba se había vuelto a poblar aquella vez. En esto los tiene el demonio, nuestro adversario, tan esistidos, diciéndoles que ni más ni menos volverán a poblar como la otra vez pasada los mismos que mueren, y que no se les dé nada de morir, pues han de resucitar. Y a mi parecer les debe de decir el día del Juicio, y como es gente de tan poca razón creen que era así (Vivar: 190). Con los testimonios que hemos citado bien se puede apreciar que las crónicas primitivas del Reino de Chile dejan constancia de la existencia de
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Del rito al hambre: la antropofagia en dos crónicas…
prácticas antropófagas entre los indígenas de dicho territorio, las cuales estaban asociadas primordialmente a la guerra. Tales prácticas, en las cuales coinciden los testimonios de cronistas de diversos territorios del continente americano, obedecen a muy distintos motivos, oscilando estos desde el acto ritual o mágico (se come al otro como parte de un ritual para “apropiarse” su valentía y su poder), hasta el hambre, la desesperación y el desorden que genera la guerra, como gatilladores del canibalismo. Y no creo que debamos rasgar vestiduras ni buscar explicaciomes retorcidas porque los textos hispanos así lo constaten. Así como los españoles fueron capaces de denunciar sus propios errores, vicios y abusos (véanse los tantas veces citados textos de Bartolomé de las Casas y Fernández de Oviedo, entre otros), debemos también reconocerles la capacidad de denunciar los errores o vicios que desde su particular configuración moral aprecian en los indígenas, vicios que más de una vez estuvieron presentes en ellos mismos, tal como detallamos más arriba. De cualquier manera, en las crónicas de Indias está siempre presente una constante: hay un patente repudio y rechazo moral, por parte de sus autores, de la antropofagia, tanto de la indígena como de la europea, la cual se considera un vicio execrable.
Obras citadas Bengoa, J. Historia de los antiguos mapuches del sur. Desde antes de la llegada de los españoles hasta las paces de Quilín. Siglos XVI y XVII. Santiago: Catalonia, 2003. Boccara, G. Los vencedores. Historia del pueblo mapuche en la época colonial. Santiago: Universidad Católica del Norte-Línea Editorial IIAM-Ocho Libros Editores, 2009. . ˝Etnogénesis mapuche: resistencia y restructuración entre los indígenas del centro-sur de Chile (siglos XVI-XVIII)˝. Hispanic American Historical Review, 79.3 (1999): 425-461. Cortés, Hernán. Cartas de relación, ed. Á. Delgado. Madrid: Castalia, 1993. Donoso, M. ˝Pedro de Valdivia tres veces muerto˝. Anales de Literatura Chilena, 7 (2006): 17-31. Frazer, J. G. La rama dorada. Magia y religión. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1995. Góngora Marmolejo, Alonso de. Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado, ed. M. Donoso. Madrid: Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2010. Sanfuentes, O. Develando el Nuevo Mundo: Imágenes de un proceso. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 2009. Vivar, Jerónimo de. Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, edición facsímil del manuscrito y transcripción de I. Leonard. Santiago: Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1966. Zugasti, M. “La cara tengo labrada y horadadas las orejas”. Españoles cautivos y aindiados en la conquista de América˝, en El cautiverio en la literatura del Nuevo Mundo, Eds. M. Donoso, M. Insúa y C. Mata. Madrid: Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2011.
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J.aller Enrique Loa2012 Si la T de DLuarte etras NE1: 63-94,
tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: issn Edición crítica 0716-0798
Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica* Loa Si la tórrida, by Sor Juana Inés de la Cruz: a Critical Edition J. Enrique Duarte GRISO-Universidad de Navarra
[email protected] El autor de este artículo presenta la edición crítica de la loa de sor Juana, ”Si la tórrida”, en la que se han cotejado y revisado nueve testimonios, algunos de ellos en más de un ejemplar, que han permitido establecer con garantías su transmisión y establecimiento textual. La edición se acompaña de la anotación precisa para indicar sus claves y facilitar su comprensión en los pasajes dificultosos. Además de la edición se facilita y comenta la estructura métrica. Palabras clave: Sor Juana Inés de la Cruz, loa “Si la tórrida”, edición crítica, anotación, estructura, métrica. The author presents a new critical edition of a “loa” by sor Juana, ”Si la tórrida”. The edition is composed using nine testimonies and some of them have been collated in more than one testimony. In this way, the critical quality of the edition has been sought. The edition is also provided with a precise annotation to clarify the passages of more complexity and facilitate its understanding. Keywords: Sor Juana Inés de la Cruz, Loa to “Si la tórrida”, Critical Edition, Annotation, Structure, Metrics.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
* Esta investigación se integra en el programa CONSOLIDER, del Ministerio de Ciencia e Innovación de España, Proyecto TECE-TEI, CSD 2009-00033.
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Introducción La loa de sor Juana Inés de la Cruz que lleva el título de “Loa al año que cumplió el señor don José de la Cerda, primogénito del señor virrey, Conde de Paredes”1 se puede fechar el 5 de julio de 16842, día en la que el primogénito de los virreyes cumplía un año tal y como se insiste en sus versos. Se trata de una loa cortesana o palaciega que acompaña la representación de la comedia No puede ser el guardar una mujer, que según Méndez Plancarte gustaba muchísimo en México y se representó varias veces (716). En principio la loa se inscribe perfectamente en las características propias de la loa palaciega que describe Spang. En primer lugar, esta obra se representa en el palacio porque los dignatarios gustan del espectáculo y para ello suponemos que se utilizaron las técnicas del teatro cortesano caracterizado por sus técnicas avanzadas y suntuosidad. Según Rivera (135) no se tienen muchos datos de las representaciones en el palacio virreinal, donde seguramente se representó esta obra, pero la descripción de Sariñana asegura que la corte estaba dotada de un salón de comedias. En estas representaciones, como ocurría en la corte madrileña, los límites de los actores y el público se difuminaban, ya que el teatro es autorrepresentación del poder del monarca y el poderoso es también otro espectáculo que los demás cortesanos admiran. Se intentaba un montaje más complicado que el que se podía conseguir en los corrales de comedias y la acción se dividía en diferentes escenas, con un reparto que desplegaba diferentes figuras mitológicas. El encomio de la loa está dirigido a la persona del poderoso o de su familia y se exige un lenguaje más refinado, retóricamente más elevado con un léxico más culto y una métrica más exigente. Todas estas características parece que las cumple esta pieza dramática que edito. No obstante, no parece que las loas de sor Juana permitan una caracterización tan sencilla, escondiendo en ellas algunas particularidades propias la genial escritora mexicana. Celsa Carmen García Valdés ha estudiado las trece loas humanas de sor Juana y ha llegado a la conclusión de que no alcanzan la complejidad escenográfica de las loas cortesanas y sacramentales de Calderón. Sor Juana parece servirse de otros recursos cuando le falta la espectacularidad escenográfica: frente a sus propias composiciones
1 En
realidad no se le conoce así. Desde la magna edición de Méndez Plancarte se le denomina con una variación en el título: “Loa al año que cumplió el señor don José de la Cerda, primogénito del señor virrey, Marqués de la Laguna” y todos los críticos, basándose en la edición de Méndez Plancarte la denominan así. Todas las ediciones desde la editio princeps hasta la reedición de 1725 denominan al virrey “Conde de Paredes”. Es cierto que el título de condado de Paredes pertenecía a su esposa, pero bien podía ser un guiño de Sor Juana a su amiga la virreina. Por eso hemos decidido mantener el título original. 2 Inexplicablemente, Méndez Plancarte fecha la obra el cinco de julio de 1680: ”Esta loa a su primer cumpleaños se fecha por sí misma a 5 de julio de 1680 (Abréu, B. y B., 274, solo apunta: “1680-1686”” (711). Curiosamente, explicando también la variante anterior, Arango fecha la obra en 1680: ”14. Loa al año que cumplió el señor don José de la Cerda, primogénito del señor Virrey Marqués de la Laguna, 461 versos, 1680” (166). No es posible esta fecha si tenemos en cuenta la cronología que nos da Octavio Paz: ”Es indudable que la relación con la condesa de Paredes, desde 1680, se volvió el eje de la vida sentimental de sor Juana. […] Llegó a México sin hijos, había tenido varios partos desdichados y hasta 1683 no nació su único hijo, José María, que heredaría el título de su padre y la fortuna de ambos” (259).
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
sacramentales, las loas cortesanas duplican la utilización de un recurso tan ostentoso como la música. En concreto, un rápido cálculo nos hace comprender que de los 459 versos que tiene esta loa que edito, se cantan en torno a los 76 versos, lo que supone un 16,5% del total. Este porcentaje me parece bastante significativo en una pieza que desarrolla un tema filosófico tan árido como el calor del julio mexicano. A pesar de que ha habido críticos que no han valorado bien esta loa3, otros creo que le han hecho mucha más justicia. Es cierto que el lector contemporáneo no comparte la adulación que destila la obra, pero también hay que fijarse en su estructura. Poot Herrera (170) destaca la utilización de los columpios “sí puede ser” y “no puede ser” para introducir la comedia de Moreto No puede ser que se va representar después. Pero creo que la justificación de los columpios no solo hay que buscarla en la introducción de otro texto teatral, sino en la simetría estructural con la que sor Juana organiza su obra. Rivera explica (134) que la estructura de estas loas cortesanas está formada por siete partes: 1) exaltación y convocatoria al homenaje; 2) curiosidad de los convocados y nueva noticia de la fiesta; 3) afirmación y refrendo de la alabanza; 4) competencia de alabanzas; 5) acuerdo común; 6) conclusión y 7) homenaje del público advirtiendo este autor que la edición de Méndez Plancarte divide las loas en escenas que suelen coincidir con esta división. En esta loa creo percibir tres partes: a) presentación del conflicto (vv. 1-180); b) desarrollo de la problemática (vv. 181-367) y c) solución y aclaración del conflicto (vv. 368-459). Un esquema de la estructura argumentativa y métrica quedaría así: 1-168
Romance en asonancia ó-e. Nos encontramos en este pasaje con una serie de estribillos cantados en los versos 13-14, 47-48, 87-88, 147-148 y 153-156 que siguen la misma rima del romance, aunque su medida es irregular (como ocurre en este tipo de composiciones cuando aparecen estructuras musicales). Este bloque constituye una introducción a lo que ocurre. Los dos personajes (Neptuno y Tetis) temen el calor de dos soles: el astro y José María de la Cerda. 169-180 Décima con cauda. Neptuno y Tetis oyen el sonido de la música 181-216 Romance con la asonancia é-e. Hay una serie de pasajes cantados en los versos 181-82, 186-87, 191-92, 195-96, 199-200, 203-204, 207-208, 211-12, 215-216. En este bloque métrico, se presentan dos nuevos personajes: Venus y el Sol, quienes cantan para llamar a Tetis y Neptuno. 217-236 Romance ó-a. Comienza el debate entre Neptuno-Venus y Sol-Tetis 237-296 Cuatro décimas con cauda
3 Pasquiarello
cree que es demasiado halagadora: ”A flattering mythological loa dramatically celebrating the first birthday of Joseph de la Cerda, son of the Viceroy Conde de Paredes, illustrates the vacuous pomp and ceremony typical of most royal festivities. […] Notwithstanding the unctuous, mechanical expresion of Sor Juana’s loa, there are instances in which she achieved some dramatical effectiveness” (6 y 8).
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Se desarrolla el combate con la exposición de las ideas de cada uno de los personajes. 297-356 Pareados con columpios de “sí” y de “no”. Las posiciones de cada uno de los personajes se defienden con ardor. 357-367 Décima con cauda. Se encona el debate entre los cuatro personajes. 368-373 Pasaje cantado con las rimas anteriores. Se presenta el Amor cantando. 374-433 Romance á-e. Encontramos un pasaje cantado con la rima del romance en los versos 430-433. Amor consigue imponer la paz entre los contendientes. 434-459 Pareados con las rima 8a, 8a, 8b, 5b; salvo en los versos 442-445 donde la rima es 8a, 8a, 5b, 5b. Final de la loa al conseguirse la paz entre los personajes. Lo curioso es que sor Juana estructura su obra en torno a una serie de simetrías repetitivas que nos permiten fácilmente la corrección de los errores, incluso cuando la edito princeps los comete. La obra comienza cuando Tetis y Neptuno se quejan del calor de la zona tórrida (México) en el mes de julio. Cuando aparezcan en escena dos nuevos personajes (el Sol-Apolo y Venus) se establecerá una disputa entre los personajes: Sol-Tetis y Neptuno-Venus que se asemejará a la lucha de los cuatro elementos fundamentales: Tetistierra, Neptuno-agua, Apolo-fuego y Venus-aire. La distribución de los versos 237-296 en la que se establece el combate dialéctico entre ellos permite descubrir errores en algunos testimonios ya que rompen esa estructura simétrica que sor Juana quiere establecer. La sección comprendida entre los versos 297-356 busca también las simetrías en las contestaciones de todos los personajes. La edición de Alfonso Méndez Plancarte consigue corregir ope ingenii algunos errores (318 loc., 354, 441 loc. y 441), que comete la príncipe de Inundación castálida y se transmiten al resto de testimonios, porque el plan arquitectónico de sor Juana es muy claro. Concluimos diciendo que la música es importante y las repeticiones, pero creo que es muy interesante también tener en cuenta la estructura simétrica que crea la autora.
Estudio textual Para la edición crítica de la loa “Al luminoso natal” hemos utilizado los siguientes testimonios: E1:
Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de san Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Madrid, Juan García Infanzón, 1686, pp. 143-153. Ejemplar custodiado en la Real Academia Española, Signatura: C 3117
E2:
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, soror Juana Inés de la cruz, religiosa profesa en el monasterio de san Gerónimo de la imperial ciudad de México, Madrid, Juan García Infanzón, 1690, pp. 150-160. Ejemplar de Sevilla, Biblioteca Colombina. Signatura: 19-6-32.
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E3:
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Barcelona, Joseph Llopis, 1691, pp. 146156. Ejemplar de Biblioteca Nacional de España. Signatura: R / 354414.
E4:
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Zaragoza, Manuel Román, a costa de Matías de Lezaún, 16825, pp. 120-128. Ejemplar de Santander, Biblioteca Central de Cantabria. Signatura: XVII 46.
E5:
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Valencia, Antonio Bordazar, a costa de Joseph Cardona, 1709, pp. 121-130. Ejemplar de Toledo, Biblioteca de Castilla-La Mancha, Signatura: 1-13666.
E6:
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Valencia, Antonio Bordazar, a costa de Joseph Cardona, 1709, pp. 146-156, Ejemplar de Burgo de Osma, Catedral, Signatura: 3483.
E7:
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Madrid, Imprenta real, 1714, pp. 147157. Ejemplar de Toledo, Biblioteca de Castilla-La Mancha, signatura: 1-13577.
E8:
Tomo primero. Poemas de la única poetisa americana, musa décima, sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de san Gerónimo de la ciudad de México. Dedícalas a María Santisima, en su milagrosa imagen de la Soledad. Sacolas a luz don Juan Camacho Gayna, caballero del orden de Santiago, Madrid, Imprenta Ángel Pasqual Rubio, 1725, pp. 131-140. Ejemplar de León, Biblioteca Pública del Estado, signatura: FA: 8758.
MP: Loa a los años del Rey (IV) que celebra Don José de la Cerda, primogénito del señor Virrey Conde de Paredes, en Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz, ed. A. Méndez Plancarte, México, Fondo de Cultura Económica, 1955, pp. 331-358. En primer lugar, si analizamos la disposición de las páginas en los testimonios de esta loa (a diferencia de lo que ocurre en la loa “Al luminoso
4 También
cotejo el ejemplar custodiado en la Real Academia de la Lengua con signatura RAE C3118. 5 Así aparece en la portada de esta edición cuya fecha aparece como: M.DC.LXXXII. La fecha no es correcta ya que se confiesa que es una tercera edición y la princeps es del año 1689. Se trata de una errata ya que la fecha de dedicatoria y licencia son de 1689 y 1692. He intentado cotejar también el ejemplar custodiado en la Biblioteca General de Navarra (signatura FA/947) pero los bibliotecarios no me lo han permitido. 6 También cotejo el ejemplar custodiado en Madrid, Real Academia Española con signatura 23-B-25. 7 También cotejo el ejemplar custodiado en Madrid, Real Academia Española, con signatura 22-A-54.
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natal”) nos daremos cuenta que E1 y E4 presentan una distribución semejante siendo E4 una copia a plana y renglón de E1. Por otro lado E2, E3, E6 y E7 muestra la misma distribución tipográfica, siendo estos datos complemento de nuestro análisis de variantes. Las ramas altas del estema están formadas por los testimonios E1, E2 y E4. Las primeras variantes muestran una contraposición entre E1 y E4 frente a E2: E1, E4
E2
30
beldad sin imperfecciones
beldad sin perfecciones
145
el carro del sol
el arco del sol
357
Que el amor no sea
que amor no sea
421
que No puede ser se llame
no no puede ser se llame + E3, E7
E1 y E4 presentan las lecturas correctas frente a E2. En el verso 30, la lectura de E2 (y los demás testimonios que le copian) no tiene sentido frente a la lectura correcta de E1. Lo mismo ocurre en el verso 145 donde la lectura con cierto sentido es la de E1 y E4 (luego explicaré los motivos para cambiarla por otra lectura de MP). En el caso del verso 357 nos encontramos con una lectura equipolente en la que prefiero seguir a E1. Y el verso 421 es muy interesante: el error que introduce E2 es muy evidente frente a la lectura correcta de E1 que propone el título de la comedia de Moreto que sigue a esta loa. Este error de E2 es copiado por E3 y E7, mientras que los demás testimonios que siguen esta línea del estema lo corrigen tan manifiesto. E4, que procede de E1, no supone un modelo para el resto de testimonios como muestra sus errores:
107 116 277
Resto de testimonios le aparta gretas abre E1, E2, E7 grutas abre E3, E6, E8, MP gruta abre E5 luego llegar
E4 la aparta grietas abre luego el llegar
La lectura del verso 107 es un error porque el agua debe apartar al fuego (masculino); en el verso 116, considero que E4 proporciona la lectura correcta, frente a “gretas” y “grutas” que leen el resto de testimonios. Por último, el verso 277 es equipolente, ya que la introducción del artículo no afecta a la medida de los versos. E3 introduce una serie de errores muy evidentes que el resto de testimonios se apresuran a corregir
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
Resto de testimonios
E3
65
que sienten abren
que sienten abre
126
grutas se acogen
grutas se escogen
183
que son glorias
que son glorios
261
es primero el abrasar
es primor el abrasar
262
luego aqueste luminar
luego queste aluminar
351
que el alma recrea
que el alma recreta
En el verso 65 encontramos un error porque el sujeto es plural (ostias); el verso 126 no hace sentido y el verso 183 presenta una errata evidente, lo mismo que ocurre en los versos 261, 262 (al que dedicaré un comentario más tarde) y 351 que no tienen sentido. Sin embargo, E3 introduce una serie de variantes que tienen continuación en el resto de testimonios: Resto de testimonios
E3
41
engendraste consuma
engendraste consumas + E5, E6, MP engendraste consumes E8
42
animaste devore
animaste devores E5, E6, E8, MP
97
como húmeda y fría
como humedad y fría E5, E6, E8
137
crisol de sus vetas
crisol de sus venas E5, E6, E8, MP
276
y retiene el abrasar
y detiene el abrasar E6, E8, MP y de tiene el abrasar E5
316
no abrase lo que dora
no abrase lo que adora + E5
El análisis de estas lecturas demuestra que E3 introduce una serie de lecturas que no pueden considerarse errores evidentes, por lo que el resto de testimonios que le copian no consiguen corregir y los transmiten. El verso 41 es equipolente ya que depende del sujeto que lleve la frase: (“el calor” o “el Sol”); sin embargo, aunque la lectura de E1 es correcta, supone un sujeto implícito “el calor, el sol”, mientras la lectura de E3 supone una forma verbal que se relaciona mejor con las formas verbales de los versos anteriores: 37 y 38. Lo mismo se puede decir del verso 42. En el verso 97 prefiero la lectura de E1 ya que utiliza un adjetivo (“húmeda”) en lugar de un sustantivo (“humedad”). El verso 137 la variante resulta ser equipolente. En el verso 276 prefiero la lectura de la edición príncipe E1. Finalmente, el verso 316 es un error de E3, ya que no hace sentido. El siguiente testimonio resulta ser E5, quien introduce una serie de erratas y errores evidentes que los demás testimonios que le copian corrigen (E6, E8, MP). Una selección de estas variantes es la siguiente:
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Resto de testimonios
E5
151
que se enciende entre
que se encienden entre
158
escuchas las voces
escuchas las voves
277
llegar a alumbrar
llegar a lumbrar
280
empieza a amanecer
empieça a manecer
303
el quemar no sea primero
el quemar no sea primero-ro
325
sin que en lo exterior
sin que lo exterior
Es un error evidente la variante del verso 151 porque el sujeto es singular (“el mundo”) y se rompe la concordancia con el verbo. Las lecturas de los versos 158, 277, 280 y 303 son erratas también evidentes. Mientras, el verso 325 es un error de E5 que se puede advertir muy fácilmente. Sin embargo, E5 introduce una serie de variantes que se transmiten a E6, E8 y MP: Resto de testimonios
E5, E6, E8, MP
42
animaste devore
animaste devores
126
grutas se acogen
grutas se esconden
262
luego aqueste luminar
luego en este luminar
296
No puede ser
Omite
Las lecturas de los versos 42 y 126 son equipolentes8. En el verso 262 prefiero la lectura de E5 donde la estructura sintáctica es mucho más clara. La lectura de E5 introducida en el verso 296 es un error al omitir la respuesta de Tetis “No puede ser” rompiendo de esa manera la simetría en la estructura9. Por último, queda por analizar dos testimonios E8 y MP. E8, como ya demostró Alatorre, es modelo de MP10. Y esta edición moderna introduce una serie de variantes interesantes que conviene analizar.
8 No
opina así Alatorre, para quien E1 muestra en v. 126 una lectura errónea. Ver Alatorre, 2003, p. 495, donde comenta esta variante de MP: ”Pero otras veces las buenas lecciones de IC quedaron tan deturpadas en las reediciones, que MP se vio obligado a meter mano. “Las fieras se acogen” en sus grutas, dice la IC; se escogen, dice 1709; se esconden, corrige MP”. 9 En este pasaje, los personajes (que se emparejan desde el principio Neptuno-Venus y Tetis-Sol) disponen cada uno de una décima con cauda para expresar sus posiciones. Acabada su exposición, su pareja responde. Venus contesta a la exposición de las ideas de Neptuno en el verso 251; Sol a las ideas de Tetis en el verso 266; Neptuno a las ideas de Venus en el verso 281; y Tetis ha de responder necesariamente a las ideas de Sol en el verso 296 como expresa E1. 10 E8 introduce una serie de erratas y errores evidentes que MP corrige: 127: en densas] en desas; 225: que el Sol soy] que el Soy soy; 283: el ardor que] el ador que. En la página 460 de la edición de MP, se reproduce una lámina que corresponde a la página 122 de la editio princeps: Inundación castálida. Un estudio de las variantes demuestra que no la sigue.
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
En primer lugar introduce MP una serie de acotaciones marcando las escenas en los versos 1, 160, 216, 296, 340, 367 y 433 que rechazo en esta edición. Por otro lado, MP intenta modernizar algunos pasajes del texto en los versos 93, 228, 238 y 322. También hay que señalar que MP cambia el nombre de uno de los personajes (“Tetis”) por el de “Telus”, ya que este personaje representa el elemento tierra. Sin embargo, nada avala en el resto de testimonios dicho cambio (se podría proponer el nombre de “Ceres” como representante de este elemento) y si se repasa con cierta atención la edición de MP se ve que dicho cambio no es consistente: la edición de Méndez Plancarte mantiene como locutor a “Tetis” en algunos versos como 150, 152 y 160 acot. Como también comentó Alatorre, MP cambia los pronombres personales de tercera persona en función de objeto como ocurre también en los versos 107, 108, 111. Por último, MP introduce una serie de variantes muy interesantes que conviene estudiar con detalle: Resto de testimonios
MP
3
un sol abrasaba
un sol se abrasaba
7
uno le abrasa
uno lo abrasa
8
y otro le inflama
y otro lo inflama
27
Príncipe de los planetas
Principio de los planetas
144
que nuevo errado
que a nuevo errado
145
el carro del Sol de España
el carro da el sol de España
250
que alumbrar y no encender
alumbrar y no encender
318 loc.
Sol
Venus
354
sí puede ser
no puede ser
387
que de su belleza
de que su belleza
441
Amor
Música
441
No puede ser
Sí puede ser
Encontramos un error claro de MP en el verso 3, pues no es necesario introducir un pronombre reflexivo para que el verso tenga sentido. Son errores los versos 7 y 8, ya que el antecedente del pronombre personal es la “[zona] tórrida”; en el verso 27, prefiero la lectura del resto testimonios frente a MP que no hace mucho sentido. El verso 250 presenta un error que comenta Alatorre como consecuencia de una errata anterior, lo que le fuerza a modificar este verso buscando cierto sentido11 y lo mismo ocurre con el error introducido por esta edición en el verso 38712.
11 Alatorre, 2003, p. 501, comenta esta variante de MP: ”En la misma loa, la edición de 1725, base del texto de MP, tiene por errata, punto y coma en vez de signo de interrogación en el verso “[¿] en qué consiste su esencia?”, que sin ella se vuelve ininteligible; para poner algún remedio, MP altera la sintaxis y suprime el que del verso siguiente (383: 254)”. 12 La variante de estos versos en MP la comenta Alatorre, 2003, p. 501: ”“Yo que soy Amor, y efecto / que de su belleza nace…”. La corrección de MP no tiene sentido: “de que
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Por otro lado, MP introduce correcciones que me parecen acertadas. En los versos 144-145, la lectura del resto de testimonio no tiene sentido, mientras que las variaciones ope ingenii que introduce MP me parecen acertadas, ya que intentan aclarar un pasaje que no tiene sentido. Es un error la lectura del verso 318 del resto de testimonios, ya que la lectura de MP regulariza las intervenciones de los personajes. También es acertada la corrección de MP en el verso 354, porque la lectura del resto de testimonios rompe la alternancia entre el “sí puede ser” y el “no puede ser” y la simetría que se establece en el texto. Lo mismo ocurre en el verso 441 donde MP cambia correctamente el locutor: la lectura del resto de testimonios que leen “Amor” rompe la alternancia y la simetría en las respuestas que se está buscando. Además la respuesta correcta es “Sí puede ser” que nota MP y antes un lector avispado de E3, quien lo marca a mano. Esta respuesta “Sí puede ser” busca la alternancia con los versos 439 y 447. En conclusión, suponemos el siguiente estema: [X]
E1 E2 E3
E4 E5
E6 E7 E8
MP
Nuestra edición Presento aquí una edición crítica de esta loa de Sor Juana. Proponemos una edición ecléctica partiendo del texto base que proporciona E1 (Inundación castálida) al que añadimos distintas correcciones propuestas por los distintos testimonios. En primer lugar, acepto la lectura de E4 “grietas” por “gretas” y “grutas” del verso 116. Adopto la lectura proporcionada por E3 del verso 41 y en el verso 42 la tomo de E5. De las variantes que proporciona este testimonio, E5, tomo una lectura que me parece correcta: la que se encuentra en el
su belleza nace” (383:391). El amor es efecto de la belleza del virreinal bebé (que cumple un año), no efecto del cual nace esa belleza”.
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J. Enrique Duarte
Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
verso 262. Por último, tomo unas lecturas procedentes de MP: es un pasaje confuso los versos 144-145 por lo que la corrección de Méndez Plancarte intenta solucionarlo. También de esta edición tomo las lecturas de los 318, 354 y 441 porque se marcan mejor las alternancias en los personajes y las simetrías y juegos que se establecen. Introduzco dos correcciones ope ingenii. La primera se encuentra en el verso 147 que desarrollo siguiendo la lectura de los versos 13, 47 y 87. La segunda se encuentra en los versos 169 al 180 donde busco con mi modificación la regularidad de la métrica y la simetría de las intervenciones de los personajes y la música. Todos estos cambios a la edición príncipe los he advertido en la nota a la loa. En esta edición seguimos los criterios propuestos por el equipo de investigación GRISO. Modernizamos grafías que no tienen relevancia fonética, respetando aquellos términos con una pronunciación ligeramente diferente en la época de Sor Juana (promta, produzga, criada…). Regularizamos el empleo de mayúsculas y acentos según la práctica actual y los nombres de los locutores los desarrollamos y regularizamos. En el caso de cancioncillas, estribillos, etc., muy frecuentes en el teatro áulico en general, y especialmente en esta loa de sor Juana, que se copian en las impresiones de forma abreviada, las desarrollamos completas, numerando los versos reales que se pronuncian en la representación teatral. Anotamos todos aquellos aspectos que pueden aclarar el sentido de los pasajes dificultosos para que el lector de este momento pueda entender correctamente esta loa.
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Loa al año que cumplió el señor Don José de la Cerda, primogénito del Señor Virrey Conde de Paredes13. Hablan en ella. Neptuno. Venus. Amor.
Tetis. Apolo. Dos coros de música.
Cantan dentro. Música Si la tórrida14 hasta aquí ostentando sus ardores * con solo un sol abrasaba, ya se abrasa con dos soles15: José16 y el sol conjurados 5 contra el humilde horizonte, * uno le abrasa a centellas * y otro le inflama en amores. El sol con material fuego, José con ardor más noble, 10 el uno enciende los campos y el otro los corazones. Arda, arda, arda todo el orbe, pues se abrasan las almas que son mejores. * Sale Tetis por un lado y por el otro Neptuno. Neptuno Tetis
13 Título
¿Qué es esto universal padre17? 15
* ¿Qué es esto rey de los orbes18?
Conde de Paredes: se trata de Tomás de Lorenzo de la Cerda Enríquez de Ribera, III Marqués de La Laguna de Camero Viejo. Fue virrey de México entre 1680 y 1686. Se le llama aquí conde Paredes, pero el título correspondía a su mujer, María Luisa Manrique de Lara Gonzaga y Luján, XI Condesa de Paredes de Nava. 14 v. 1 tórrida: ”muy ardiente o quemado. Aplícase normalmente en la terminación femenina a la zona situada en medio de la esfera de un trópico a otro y dividida por la equinoccial” (Aut.). Es un adjetivo usual en la época (aquí sustantivado) y designa la zona más caliente de la tierra de las cinco en las que se dividía la tierra. Lo contrario sería la helada. Comp. Martínez, Repertorio de los tiempos, 163: ”Según doctrina de Juan Sacrobosco […], está esta Nueva España dentro de la tórrida zona”. 15 v. 4 dos soles: esta idea de dos soles no es nueva. En la “Loa a los años del rey, III” ya introduce esta idea respecto al cumpleaños de Carlos II: ”Coro I: Si en él nació mejor sol / al español hemisferio, / día que tuvo dos soles / ¿cómo pudo ser pequeño?” (vv. 135-138); también en “Loa en las huertas”, vv. 272-275: ”Dijo; y al encubrirse, / vi resplendor más bello / salir que eran dos soles, / de quien el mismo sol aun no es reflejo”. Ver Rivera, 1999, 130, n. 7. 16 v. 5 José de la Cerda: Se refiere a José María de la Cerda Manrique de Lara, IV Marqués de La Laguna de Camero Viejo, nacido en México el 5 de julio de 1683. Es el primogénito de Tomás de Lorenzo de la Cerda Enríquez de Ribera, III Marqués de La Laguna de Camero Viejo, y de María Luisa Manrique de Lara Gonzaga y Luján, XI Condesa de Paredes de Nava. 17 v. 15 sol… universal padre: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 559: ”Aristóteles lo llamó padre y principio de todas las cosas como quien las produce y cría”. 18 v. 16 rey de los orbes: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 559: ”Los astrólogos le llaman padre y rey de todos los astros celestiales”.
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Neptuno
Corazón de las esferas19.
Tetis
Del cielo flamante broche.
Neptuno
Ojo perspicaz del cielo20.
Tetis
Perene fuente de ardores.
20
día21.
Neptuno
Bello genitor del
Tetis
Claro espanto de la noche.
Neptuno
Alma de los minerales22.
Tetis
Vida de plantas y flores23.
Neptuno
Centro de todas las luces24. 25
Tetis
Compendio de los fulgores.
Neptuno
* Príncipe de los planetas25.
Tetis
Monarca de los tritones26.
Neptuno
Hermosura sin peligro.
Tetis
* Beldad sin imperfecciones.
30
19 v.
17 esferas: ”Llamamos esferas todos los orbes celestes y los elementales, como la esfera del fuego, etc.” (Cov). Se suponía que la tierra estaba rodeada no sólo por las esferas sobre las que se deslizaban los planetas, sino también, por las esferas que contenían los cuatro elementos, especialmente el aire, que envolvía la tierra, y el fuego, o región del empíreo. El orden de las esferas era determinado por su peso, desde la más pesada, la de la tierra, hasta la más liviana, la del fuego. Comp. “Loa para el auto intitulado ‘El cetro de José’”, vv. 186-187: ”Solo que aladas escuadras / desciendan de las esferas”. 20 v. 19 Ojo perspicaz del cielo: Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 558: ”Marciano Capela le llamó ojo del mundo: “Mundanusque oculus, fulgor splendentis Olimpi”. Y no paró ahí san Ambrosio que dijo que era ojo del mundo, alegría del día, hermosura del cielo, gracia de la naturaleza”. 21 v. 21 Bello genitor del día: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 557: ”Salió este divino astro del sol de las manos de su criador tal y tan hermoso que no halló el real profeta David a qué mejor compararle que a un desposado galán […]. Tan hermoso es el Sol que dijo el divino Agustino que entre los errores grandes que tuvo la antigua gentilidad dignos de alguna excusa fue adorar al sol y tenerle por su Dios”. 22 v. 23 Alma de los minerales: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 559: ”Tiene manos para criar el oro, la plata y los demás metales, junto con las perlas, los rubíes, las esmeraldas y todas las demás piedras preciosas: y por eso Aristóteles lo llamó padre y principio de todas las cosas como quien las produce y cría”. 23 v. 24 Vida de plantas y flores: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 558559: ”Tiene manos para acudir a la generación del hombre y de los demás animales […] y cerca desto dice Suydas, y refiérelo Pierio, que para significar la virtud generativa del sol pintaban la estatua de Priapo puestas las manos en las partes de la generación, dando a entender que el sol es el que lo engendra todo y cría todo. Tiene manos para las plantas, para las yerbas, para las flores y frutas”. 24 v. 25 Centro de todas las luces: ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 41: ”El cuarto cielo en cuanto a nos y el séptimo en orden natural es adonde está el planeta sol, llamado así porque él solo es fuente de luz de quien la reciben todos los otros planetas y estrellas, siendo como rey y señor entre ellos”. 25 v. 27 Príncipe de los planetas: ver Vitoria, Primera parte del teatro, 559: ”Todos los planetas tienen correspondencia con el sol y de ninguno dellos pudiéramos tener conocimiento si no fuera por él: porque les da claridad a ellos y a nosotros luz para que los veamos; y así tiene lugar en medio de todos ellos. De suerte que tres están en los cielos superiores a él, como son Saturno, Júpiter y Marte; y tres inferiores a él, como son Venus, Mercurio y la Luna”. 26 v. 28 tritones: no entiendo bien la referencia porque los tritones son monstruos marinos a cargo de Neptuno como comenta Vitoria, Primera parte del teatro, 340 y ss., donde detalla muchas particularidades de los tritones.
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Neptuno
Grandeza sin accidentes.
Tetis
Potestad sin mutaciones27.
Neptuno
Inventor de artes y ciencias28.
Tetis
Destierro de los errores.
Neptuno
Causa en fin de cuanto anima29. 35
Tetis
Padre común de los hombres.
Neptuno
¿Cómo siéndolo permites…
Tetis
¿Cómo siéndolo dispones…
Neptuno
…que vueltos rayos tus luces…
Tetis
…y brasas tus resplandores…
Neptuno
* …lo que engendraste
Tetis
* …lo que animaste devores?31
Neptuno
Pues del solio32 de tus llamas…
Tetis
Del trono de tus ardores…
Neptuno
…repiten ardientes ecos…
Tetis
…dicen encendidas voces…
Música
Arda, arda, arda todo el orbe, que se abrasan las almas que son mejores.
Neptuno
Mira al mar, cuyo monarca33 quisiste que me corone, desatar cristales fríos
27 v.
40
consumas?30
45
50
32 Potestad sin mutaciones: porque Apolo o ”Febo viene desta palabra Phos, porque siempre es nuevo, siempre es mozo y permanece en un ser, que en latín común manera de hablar es llamar Phebeos a los desbarbados. Y conviene esto al Sol, porque siempre está de una misma suerte, y por eso le debió llamar Virgilio hermoso: “Turum Neptuno, Taurum tibi pulcher Apolo”. Porque siempre está tan hermoso y tan nuevo como el primer día que comenzó a andar los orbes” (Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 556). 28 v. 33 Inventor de artes y ciencias: ver Vitoria, Primera parte del teatro, 564: ”Yo pienso que la música y la poesía eran los principales ejercicios destas fiestas [de los juegos Pitios]: pues Apolo era el inventor de estas dos ciencias”. 29 v. 35 Causa […] de cuanto anima: ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 41: ”Él solo es fuente de luz […] y por medio de ella se engendran y nacen todas las cosas de la tierra, así animales como vegetales”. 30 v. 41 Lo que engendraste consumas?: Ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 556: ”Apolo, según san Isidoro, quiere decir destruidor: porque con su excesivo calor destruye las cosas que el mismo cría”. Tomo la lectura que siguen E3, E5, E6, MP. La lectura de E1 es correcta, pero supone un sujeto implícito “el calor, el sol”, mientras las lectura de E3 supone una forma verbal más relacionada con los versos anteriores: 37 y 38. 31 v. 42 devores: Tomo la lectura de E5, E6, E8, MP frente a la lectura “devore” de E1 por las mismas razones que justifican el cambio en el verso anterior. 32 v. 43 solio: ”Trono y silla real con dosel” (Aut). Comp. “Loa en las huertas”, vv. 1-4: ”Hoy la reina de las luces, / trasladada a las florestas, / trueca por sitial de flores, / el solio de las estrellas”; “Loa a los años del rey (II)”, vv. 75-78: ”La majestad soy de Carlos, / en quien altamente brilla / lo sacro, como en su solio; / lo regio como en su silla”. 33 vv. 49-50 Neptuno… monarca del mar: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 255: ”Hicieron esto tres hermanos: Júpiter, Neptuno y Plutón, que siendo todos tres hijos de Saturno, dividieron en tres partes su herencia y a Júpiter le cupo la parte del cielo, por ser mayor; a Neptuno los mares y Plutón el infierno”.
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en encendidos hervores. Los peces que el centro34 habitan ya su albergue desconocen, pues en vez de frescas ondas que da su elemento dócil, golfos35 de llamas navegan, piélagos36 de incendios corren, agua buscan en el agua, porque en sí misma se esconde y cuando mitigar piensan engañados su ardores, derretido fuego beben, líquidas centellas sorben. Al calor que sienten abren * las ostias37 sus caracoles y por dar puerta a la vida a su misma muerte acogen. Hierve el húmido elemento * y en condensados vapores exhalada su sustancia forma densos pabellones38. Mudada su situación, hace en mutación disforme que el agua se suba al fuego y el fuego en el agua more39. En lo grave introducidas las leves operaciones
55
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34 v.
53 centro: ”Generalmente se llama así lo que está más distante de la superficie: y también en cualquiera cosa, lo más retirado, escondido, hondo u profundo” (Aut). En el lenguaje astronómico y físico es la zona que corresponde a cada elemento, el cual aspira con movimiento natural propio a ocupar el centro que le corresponde. 35 v. 57 golfos: ”Es lo profundo del río por donde se va colando y revolviendo el agua, que por otro nombre se llama madre del río […]. Tómase también por cualquiera hondadura del agua, ora sea en ríos, ora en lagos, ora en el mar; pero en vulgar castellano siempre entendemos golfo por mar profundo, desviado de tierra en alta mar que a doquiera que extendamos los ojos, no vemos sino cielo y agua” (Cov.). Comp. “Loa a los años del reverendísimo Padre”, vv. 55-56: ”Naves de pluma las aves / golfos de viento navegan”. 36 v. 58 piélagos: ”Aquella parte del mar que dista ya mucho de la tierra, y se llama regularmente alta mar. Tiene notable profundidad” (Aut). 37 v. 66 ostias: Ver Corominas, s. v. ostra: ”Del port. ostra, que viene del lat. ostrea. La forma propte. castellana es la antigua ostria, s. XV, u ostia, 1335, y todavía se dice ostión en Andalucía y muchos países americanos. La reducción de ostria a ostia parece debida a un juego de palabras sacrílego, y el deseo de rehuir este mismo juego sería luego la causa de la generalización de la forma portuguesa”. 38 v. 72 pabellones: ”Especie de tienda de campaña de hechura redonda por abajo y que fenece en punta por arriba” (Aut). Es un uso metafórico de este término. El vapor de agua forma un pabellón que cubre todo el mundo. 39 vv. 74-75 el agua se suba al fuego / y el fuego en el agua more: el agua, por su peso ocupa los lugares inferiores y el fuego los superiores; ver León Hebreo, Traducción de los diálogos de amor, 107: ”El agua tiene también de lo pesado y perezoso, pero menos que la tierra y más que los otros, y por eso también ella huye del cielo por no moverse con velocidad, como hacen el aire y el fuego; busca lo bajo y le place estar cerca de la tierra, pero encima y debajo del aire, con los cuales tiene amor y enemistad, y odio con el fuego, y por eso huye y se aleja de él, y no puede sufrir estar consigo sola sin compañía de los otros”. Ver, por ejemplo, Wilson, 1976 y Flasche, 1981.
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hacen que las ondas suban mudado el natural orden. Todo el mar mudado en fuego hace que llamas arroje que entre sus humos se exhale, que ardientes llamas aborte, pues entre sus crespas ondas solo en su rumor se oye.
Música
Arda, arda, arda todo el orbe, pues se abrasan las almas que son mejores.
Tetis * * *
Si arde el mar, ¿qué hará la tierra? Si el agua, ¿qué harán las flores? Si los peces, ¿qué los brutos? Si las ondas, ¿qué los montes? Si la espuma, ¿qué la yerba? Si los flujos40, ¿qué los bosques? Si el agua, que es quien al fuego diametralmente se opone, porque como húmeda y fría41 es en todo desconforme al fuego cálido y seco42, vencida se reconoce, ¿qué hará la tierra43, que aunque en una calidad logre, que es la fría, el defenderse, con la seca es tan conforme al fuego que si invadida a resistir se dispone con una mano le aparta
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94 flujos: ”El curso o movimiento de las cosas líquidas o sutiles” (Aut). Pero aquí se entiende el flujo y reflujo del mar: ‘mareas’; ”son las crecientes y menguantes de las aguas que se experimentan en las costas dos veces al día” (Aut). Comp. Calderón, El gran teatro del mundo, 205: ”En medio de tanto golfo / a los flujos y reflujos / de ondas y nubes”. 41 vv. 95-97 agua… húmeda y fría: ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 98: ”El tercer elemento según orden natural es el agua, cuya calidad natural es fría y húmida”. Ver León Hebreo, Traducción de los diálogos de amor, 108: ”Cuando este calor celestial se extiende en este globo más adelante del aire, no es ya tanto que pueda hacer elemento caliente, antes por el apartamiento del cielo, queda frío, pero no tanto que no pueda estar con él lo húmedo. Queda empero pesado por la grosedad que causa la frialdad y busca lo bajo, y éste es el elemento del agua fría y húmeda”. Comp. “Loa a los años del excelentísimo señor Conde de Galve”, vv. 85-97: ”En cuatro iguales espacios / hace cuatro diferencias, / las cualidades mostrando / que hay en los cuatro elementos: / pues en el invierno helado / demuestra la de la tierra / seca y fría; y en verano / la del agua predomina, / fría y húmeda; y pasando / a otoño húmedo y caliente, / que es al viento asemejado, / cálido y seco al estío / hace en él representando / las cualidades del fuego”. 42 v. 99 fuego cálido y seco: ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 96: ”La naturaleza dél [el fuego] es cálida y seca, predominando siempre la calidad activa que es la calor”. 43 v. 101 tierra: ver León Hebreo, Traducción de los diálogos de amor, 106-107: ”La tierra huye la cercanía del cielo y la del fuego, y busca el centro, que es lo más lejos del cielo, y le place estar cerca del agua y cerca del aire, debajo, pero no encima, que hallándose encima, huye a lo bajo, y no reposa jamás hasta que se ha alejado del cielo todo lo más que puede. […] Hácelo porque es la más pesada y gruesa de todos los elementos y, como a perezosa, le place el reposo más que a ninguno de los otros”.
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* y con la otra le acoge? ¡Ay de mí!, que mi elemento parece que ya entre horrores * de rayos que le consumen su resolución44 conoce. Árida y estéril yace y ya su globo disforme45, en vez de flores y plantas, * grietas46 abre y bocas rompe. El alma vegetativa47 ya sin sus operaciones en las plantas muere y ellas ya sin vitales vigores secos cadáveres yacen y como troncos informes48 sirve de materia al fuego quien lo fue de los verdores. Las fieras, que por refugio * en hondas grutas se acogen49,
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44 v.
112 resolución: ”Desunión de las cosas de que se compone un todo” (Aut). Tetis teme que la tierra se deshaga por el calor, ya que este efecto puede provocar la desunión de los elementos. 45 v. 114 globo: ”bolas grandes, que se suelen formar en cartón y en la superficie de la una están dibujadas las constelaciones celestes con sus estrellas más conocidas y los círculos con que se considera dividirse la esfera y esta la llaman globo celeste. En la otra están delineados y distinguidos los países y mares de que se compone toda la tierra y se llama globo terrestre”; disforme: ”Lo que carece de forma, proporción o disposición ordenada y regular de sus partes” (Aut). 46 Introduzco la corrección de E4, frente a “gretas” (E1, E2, E7) de la que no he encontrado testimonios en CORDE y “grutas” E3, E6, E8 y MP; “gruta” E5 que me parece excesivo. El calor seca la tierra y abre grietas. 47 v. 117 alma vegetativa: ”La parte más noble de los cuerpos que viven por la cual cada uno según su especie vive, siente y se sustenta. O según otros el acto del cuerpo que le informa y da vida, por el cual se muere progresivamente. Divídese en vegetativa, sensitiva y racional. La vegetativa consiste sólo en la potencia por la cual el viviente vive y se sustenta por atractivo interior de otra sustancia, que se convierte en propia. La sensitiva es la potencia por la cual el viviente siente. La racional es el principio por el cual entiende y discurre. Toda alma racional es vegetativa y sensitiva. Toda alma sensitiva es también vegetativa, y esta tienen los brutos. El alma vegetativa es sola de las plantas” (Aut). Según Aristóteles son tres, efectivamente, los tipos de alma que tienen los seres vivos. Comp. Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, Diálogo, IX, que lleva por título “La definición aristotélica de alma se extiende a plantas y animales irracionales”: ”Y llamándose vivos los hombres y los demás animales y también las plantas, conclúyese que tienen almas, y esas almas, con ser tan diferentes, convienen en lo significado por la difinición sobredicha, que cada una es forma de cuya es y le da ser, pues en faltando al hombre su alma, no es ya hombre, y lo mesmo es en las bestias y en las plantas, que llamamos muertas o secas, y los cuerpos de todas estas cosas son naturales y orgánicas y capaces de vivir. Y con esto queda mi doctrina segura”. Ver el Diccionario de los autos sacramentales. Ver Calderón, La humildad coronada, vv. 1-4: ”Árboles, plantas y flores / deste universal jardín / del mundo, pues que con alma / vegetativa vivís”; “Loa para el auto sacramental El divino Narciso”, vv. 316-321: ”Ni el calor que vivifica, / diera incremento a las plantas, / a faltar su productiva / providencia que concurre / a darles vegetativa / alma”. 48 v. 122 informes: ‘sin forma’. Ver Calderón, El divino Orfeo, 1663, vv. 59-61: ”Informe globo, aún la materia prima / se está como se estaba; nada anima, / nada vive ni alienta”. 49 vv. 125-26 Ver Alatorre, 2003, 495, donde comenta esta variante de MP: ”Pero otras veces las buenas lecciones de IC quedaron tan deturpadas en las reediciones, que MP se vio obligado a meter mano. “Las fieras se acogen” en sus grutas, dice la IC; se escogen,
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* en densas fumosidades50 que el centro exhala a vapores, hacen siendo el fuego aliento que el aliento las sufoque. 130 Las avecillas, que al viento pueblan las vagas regiones51, todas mariposas mueren sin que a la llama enamoren52. Los metales liquidados53 135 sin necesidad de azogues54 * en el crisol de sus vetas les da el fuego fundiciones. El fuego que el centro oculta55, como al otro reconoce, 140 minas56 de incendios revienta, bocas de volcanes rompe. Todo se abrasa; sin duda * que a nuevo errado Faetonte57 * el carro da el sol de España58, 145 pues solo dicen las voces: Música
Arda, arda, arda todo el orbe59, pues se abrasan las almas que son mejores.
dice 1709; se esconden, corrige MP”. Me parece que la lectura de E1 tiene sentido. Acogerse en Autoridades tiene el sentido de ‘ampararse y refugiarse’. 50 v. 127 fumosidades: ”La materia del humo” (Aut). Comp. “Loa para el auto sacramental El divino Narciso”, vv. 52-59: ”¿Qué importará que rica / el América abundara / en el oro de sus minas, / si estirilizando el campo / sus fumosidades mismas, / no dejaran a los frutos / que en sementeras opimas / brotasen?”. 51 v. 132 vagas: ”Lo que anda de una parte a otra sin determinación a lugar. […] Vale también inquieto, sin consistencia u estabilidad” (Aut). Comp. Calderón, Los alimentos del Hombre, vv. 117-18: ”De mis aves (que no hay / vago espacio en que no vuelen)”; Calderón, La lepra de Constantino, vv. 458-59: ”Que en el vacío / del vago imperio del aire”. 52 vv. 133-134 mariposas… / sin que a la llama enamoren: es el tópico de la mariposa que da vueltas cerca de la llama hasta quemarse en ella, muy repetido en la literatura del Siglo de Oro. La mariposa aparece innumerablemente en la tradición emblemática (Gilles Corrozet, Camerarius, Pierre le Moyne, Juan de Borja, Veen, Ruscelli, Bargagli, etc.), y es común ya en los textos sagrados de la India y en los escritores grecolatinos. En la poesía petrarquista se aplicará a los temas amorosos (el amante que se quema en el resplandor de la amada). 53 v. 135 metales liquidados: ”Desleír y hacer líquido y corriente lo que tenía consistencia” (Aut). 54 v. 136 azogues: ”Es un género de metal líquido y fluido muy conocido de color plata […]. El azogue anda entre los metales y con él se purifican y refinan y apartan el oro de la plata” (Cov.) 55 v. 139 el fuego que el centro oculta: ver Capel, 1980, para más información. 56 v. 141 minas: ”El artificio subterráneo que se hace y se labra en los sitios de las plazas poniendo al fin de él una recámara llena de pólvora atacada para que dándola fuego arruine las fortificaciones de la plaza” (Aut). 57 v. 144 Faetonte: ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 607: ”El Faetón se arrojó luego a pedir lo que le estaba tan mal; y fue que por un solo día le dejase subir en su luciente carro y regir sus caballos dando con ellos una vuelta al mundo para que todo él se enterase que era hijo de tal padre […]. Viendo el sol un intento tan loco y tan desatinado, procuró con todas veras desviarle de tal cosa […]. Dio principio a su jornada tan desdichadamente que luego los caballos sintiendo su mal gobierno comenzaron a desvariar y así a muy poco trecho vino carro y carretero a dar consigo en tierra, abrasándola y talándola”. 58 vv. 144-145 Introduzco la lectura de MP en estos dos versos confusos ya que considero que Méndez Plancarte aclara el sentido. 59 v. 147 Modifico este verso siguiendo la lectura de los versos 13, 47 y 87
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Neptuno
¡Piedad, que el mundo se acaba!
Tetis
* ¡Favor, que el cielo se esconde!
Neptuno
* ¡Que se enciende entre dos fuegos!
150
Tetis
¡Que perece entre dos soles!
Música Neptuno *
Ni piedad, ni favor, ni socorro a vuestros lamentos pueden dar los dioses, pues ni enciende, ni abrasa, ni mata 155 quien enciende y abrasa en amores. Tetis, ¿oyes la armonía?
Tetis
* Neptuno, ¿escuchas las voces…
Neptuno …que aseguran nuestros miedos, * que quietan nuestros temores?
160
* Baja en un bofetón60 Venus por donde está Neptuno y Apolo por donde está Tetis.
Tetis
Mas, ¿qué miro? El claro Apolo ilumina el horizonte como padre de la tierra.
Neptuno
Venus, como claro norte61 del mar, ilumina el agua.
Tetis
Saludaré sus fulgores…
Neptuno
Celebraré su hermosura…
Los 2
…diciendo en voces acordes:
[Tetis]62
Claro Febo, tú que luces sol en esta cuarta esfera63, 170 rey que la llama venera de las luces que conduces…
* [Música]
165
* Claro Sol, rey de las luces, * mis fatigas considera.
Neptuno
Venus, del mar norte y guía, bella luz del cielo clara,
175
60 v. 160 acot. bofetón: ”En los teatros es una tramoya que se forma siempre en un lado de la fachada para ir al medio: la cual se funda sobre un gorrón o quicio como de puerta, y tiene el mismo movimiento que una puerta; y si hay dos bofetones se mueven como dos medias puertas. En ellos van las figuras unas veces sentadas, otras en pie conforme lo pide la representación. Su movimiento siempre es rápido, por lo cual parece se llamó bofetón” (Aut). Para más datos, véase Ruano de la Haza y Allen, 484. 61 v. 164 Venus, como claro norte: ”El tercero de los planetas cuyo orbe es entre Mercurio y el Sol. […] Considérase oriental y entonces la llaman el lucero o la estrella del alba o de la mañana o se considera occidental y entonces se llama Vesper o Vespero” (Aut). Es el planeta más brillante del firmamento y se ve desde la tierra durante unas pocas horas en el ocaso y antes del alba. 62 vv. 169-180 Modifico este pasaje buscando la regularidad de la métrica y la simetría de las intervenciones de los personajes y la música. 63 v. 170 sol en esta cuarta esfera: ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 41: ”El cuarto cielo en cuanto a nos y el séptimo en orden natural es adonde está el planeta sol”.
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Música
alma de las aguas rara, del día hermosa alegría…
* Venus, bella alma del día, * mis aflicciones repara.
180
Venus Canta. Escucha, Neptuno, escucha… Sol * Canta. Atiende, Tetis, atiende… Venus
* …y verás que son glorias tus penas.
Sol
…y verás que tus males son bienes.
Venus Porque aqueste Sol que a luces 185 ilumina lo que enciende, (Canta) es José, que a su edad generosa64 hoy un círculo cumple luciente65. Sol Porque este Faetón66, que a rayos parece que el orbe hiere, (Canta) es José, que en un año de vida de beldades mil siglos contiene. Venus En julio nació José, porque en su casa naciese, (Canta) pues del sol es la casa lustrosa el signo abrasado de julio rugiente67.
190
195
Sol Yo y mi signo le cedemos atenciones reverentes, (Canta) pues del sol me aventaja en las luces y de Apolo me vence en laureles68. 200 Venus Yo y el Amor, de quien madre * soy69, le rendimos corteses: (Canta) yo la beldad a su rostro divino, Cupido a sus ojos las flechas ardientes70.
64 v.
187 generosa: ”Noble y de ilustre prosapia” (Aut). 188 hoy un círculo cumple luciente: ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 42: ”Cumple una entera revolución por el círculo del zodiaco (según el rey don Alfonso) en 365 días, 5 horas, 49 minutos, 16 segundos”. El hijo de los virreyes ha cumplido un año, tiempo en el que el sol ha dado una vuelta por los signos del zodiaco y se encuentra de nuevo en julio. 66 v. 189 Faetón: ver nota al v. 144. 67 v. 196 el signo abrasado de julio rugiente: se trata del signo de Leo. ”Signo boreal el quinto de los del zodiaco que corresponde al mes de julio. […] Según reglas astronómicas entra el sol en este signo cerca de los veintitrés días de julio” (Aut). Ver Martínez, Repertorio de los tiempos, 32: ”Así entrando el sol en el principio de este signo, que es a los 23 de julio, es la fuerza del estío en estas partes septentrionales y causa las mayores calores de todo el año”. 68 v. 200 laureles: el laurel era el árbol dedicado a Apolo con el que se coronaban los vencedores de los juegos Pitios. Ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 563: ”Pausanias […] dice que el premio que tenían los vencedores destos juegos era una corona de laurel, teniendo atención en esto a la hija de Ladón, de quien fue Apolo tan amartelado y por se haber ella convertido en laurel […] pero Ovidio tiene que por Dafnes hija del río Peneo, que tanto amó Apolo, y de haberse ella convertido en laurel quiso que los vencedores de sus juegos se coronasen con sus ramas”. 69 vv. 201-202 Yo y el Amor, de quien madre soy: efectivamente, Venus es madre de Cupido, el dios del amor. Ver Vitoria, Segunda parte del teatro, 426 y ss. 70 v. 204 Cupido… las flechas ardientes: porque es representado con el arco y las flechas. Ver Vitoria, Segunda parte del teatro, 431-34: ”Fue creciendo Cupido y desque vio que las 65 v.
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
Sol Hoy de su florido curso cumple un círculo luciente71, (Canta) esparciendo en las luces que tira vivísimas luces, centellas ardientes. Venus De Marte72 y Minerva es hijo, de Venus y el Sol desciende (Canta) porque con el amor y hermosura, discreción y nobleza se uniesen. Sol Del Cerda, que Apolo y Marte, cordura y valor ejerce, (Canta) y la excelsa María que hermosa * y discreta a Venus y a Palas73 contiene. Tetis
Dame, hermoso, claro Apolo, licencia de que proponga una duda con que lucho.
Neptuno
Dame, alma Venus, hermosa, la misma licencia a mí, pues duda tan generosa no es ofensa de mi fee sino que antes la acrisola.
Sol * Propón, Tetis, que el Sol soy e iluminaré tus sombras.
205
210
215
220
225
Venus Di, Neptuno, que a tu duda * será mi respuesta prompta. Neptuno
Tú has dicho que es sol José.
Tetis
Tú, que es José sol pregonas y que ilumina y no abrasa.
Neptuno
230
* Y que no destruye y dora.
Tetis
Pues esta es toda mi duda.
Neptuno
Pues esta es mi duda toda.
Tetis
Y en esta forma argumento.
Neptuno *
Y argumento en esta forma. La luz, primero que el sol, fue el primer día criada y después fue vinculada
235
fuerzas iban igualando el ánimo, comenzó luego a tomar armas y las que más a su propósito fueron y que más se aprovechó fue el arco, saetas y hachas encendidas. […] Teócrito trató muy largo de las saetas y arco de Cupido […] y todas las pinturas que se hacen del dios Cupido vemos que siempre le ponen con arco y saetas”. 71 v. 206 círculo luciente: ver nota al verso 188. 72 v. 209 Marte: la comparación elogiosa de los nobles (en este caso, de Tomás de Lorenzo de la Cerda Enríquez de Ribera, tercer marqués de la Laguna de Camero viejo y virrey de la Nueva España) es tópica. Minerva: comparación elogiosa de María Luisa Manrique de Lara Gonzaga y Luján, undécima condesa de Paredes. 73 v. 216 discreta… Palas: ver Vitoria, Segunda parte del teatro, 273: ”Mas ya entre poetas y mitólogos está recibido ser Minerva la diosa de la sabiduría y de las ciencias e inventora dellas”.
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* Venus y Coro Tetis * *
74 vv.
a ese luciente farol74, 240 de modo que su arrebol75 después a su ardor unido fue un accidente añadido para que fuese luciente, luego es esencia lo ardiente 245 y accidente lo lucido76; luego si su ardor ha sido su principal existencia, ¿en qué consiste su esencia?, que alumbrar y no encender 250 no puede ser. Sí puede ser. De cualquier fuego es la basa77 primero ver lo que inflama, que antes que alumbre la llama, vemos que quema la brasa y aunque esté la llama escasa sin virtud para alumbrar, la tiene para quemar; de donde llego a inferir que para poder lucir es primero el abrasar; luego en este luminar78, que por su naturaleza tiene ardor de más firmeza, iluminar y no arder no puede ser.
255
260
265
237-240 La luz, primero que el sol, / fue el primer día criada: en Génesis, 1, 3, se cuenta cómo Dios crea la luz el primer día: ”Dixitque Deus: Fiat lux. Et facta est lux. Et vidit Deus lucem quod esset bona: et divisit lucem a tenebris”. Sin embargo, crea los luminares el cuarto día como aparece en Génesis, 1, 14-19: ”Dixit autem Deus: Fiant luminaria in firmamento caeli, et dividant diem ac noctem, et sint in signa et tempora, et dies et annos; ut luceant in firmamento caeli, et illuminent terram. Et factum est ita. Fecitque Deus duo luminaria magna: luminare maius, ut praeesset diei: et luminare minus, ut praeesset nocti: et stellas”. Uno de los problemas que todos los comentaristas intentan resolver es cómo la luz aparece el primer día y los luminares se crean en el cuarto. Ver Jaki, 74-75, 79, 80-81, 82, 85, 95, 96-97, etc. Ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 557-558: ”Y sabiendo Dios que los hombres, viendo este astro tan admirable le habían de adorar y reverenciar como a Dios usó de un ardid extraño en su creación y fue criarlo el cuarto día […] después de tener criada la tierra y las demás cosas que en ella hay, según lo dijo san Clemente Alejandrino, porque había de ser tan grande la perfección desta criatura que si la criara antes pensaran los hombres que el sol había sido criador de la tierra y de todas las demás cosas”. 75 v. 241 arrebol: ”Color rojo que toman las nubes heridas con los rayos del sol, lo que regularmente sucede al salir o al ponerse” (Aut). 76 vv. 245-246 es esencia lo ardiente / accidente lo lucido: ‘si Dios creó la luz el primer día de la creación y el sol el cuarto día, su esencia es el ardor y su accidente es la luz’. 77 v. 252 basa: ”Por traslación se toma por fundamento y principio de alguna cosa” (Aut). 78 v. 262 Introduzco la variante de E5, E6, E8, MP porque me parece que aclara mucho más el sentido que la lectura de la editio princeps E1. Luminar: ”Cualquiera de los astros celestes que despide de sí luz y claridad. Llámanse así regularmente el sol y la luna, dándoles el nombre de luminar mayor y menor” (Aut). Comp. Calderón, El divino Orfeo, 1663, vv. 141-144: ”Los dos bellos luminares / se hagan del sol y la luna, / que él presida al claro día / y ella a la noche nocturna”.
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Sol y Coro Venus * * * Neptuno
Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
Sí puede ser. El Sol, monarca lucido, cierto es que es cuerpo fogoso79, pero usa lo luminoso primero que lo encendido. Suficiente prueba ha sido ver que no pasa a quemar lo que llega a iluminar, de donde llego a inferir que esparce solo el lucir y retiene el abrasar; luego llegar a alumbrar José, que es sol más hermoso, en su oriente luminoso cuando empieza a amanecer, sí puede ser.
275
280
No puede ser.
Sol * * *
Al fuego yo no le niego el ardor, que eso sería con necia filosofía negarle su esencia al fuego; mas quiero que notes luego que para haber de quemar es preciso aproximar la materia combustiva y la llama más activa de lejos puede alumbrar; luego el sol más singular que en José se considera desde su divina esfera alumbrar y no encender sí puede ser.
Tetis
No puede ser. No abrasar el sol ardiente en su eclíptica80 luciente no puede ser.
Sol
No introducir el calor, aunque llegue el resplandor, sí puede ser.
Neptuno * Que el quemar no sea primero en su primero lucero no puede ser. Venus
270
285
290
295
300
305
Sí, mas poder alumbrar sin consumir ni abrasar sí puede ser.
79 v.
268 cuerpo fogoso: ”Ardiente, caluroso o que tiene naturaleza de fuego” (Aut). 298 eclíptica: ”Círculo máximo que se considera en la esfera celeste, el cual corta obligatoriamente al ecuador haciendo con él un ángulo de veintitrés grados y el sol siempre anda por ella” (Aut).
80 v.
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Tetis
Siendo José sol hermoso, no ser como el sol fogoso81 310 no puede ser.
Sol
Mas siendo más singular encender y no abrasar sí puede ser.
Neptuno Si es José sol que enamora, * que no abrase lo que dora no puede ser. * Pero siendo sol en suma Venus82 que derrita y no consuma sí puede ser.
315
320
Tetis Si enciende en amor, que el fuego * no produzga efecto luego no puede ser. Sol
Sí, mas que el efecto sea sin que en lo exterior se vea sí puede ser.
Neptuno
Que una vez introducido no consuma lo encendido no puede ser.
Venus
Mas si el alma llega a unirse, arder y no consumirse83 sí puede ser.
Tetis
Dar fuego sin abrasar no puede ser.
Sol
Iluminar sin quemar sí puede ser.
Neptuno
No consumirse de amar no puede ser.
Venus Pero amar y no penar * sí puede ser. Neptuno
Amar sin pena inhumana no puede ser, deidad soberana.
Venus
Pero que alegre el cuidado sí puede ser, monarca nevado84.
81 v.
325
330
335
340
310 fogoso: ver nota al v. 268. 318 Adopto la lectura de MP donde se introduce a “Venus” como locutor porque de esa manera se regulariza la distribución de las intervenciones de los personajes. Sol y Venus defienden la postura del “sí”. Tetis y Neptuno la del “no”. La lectura incorrecta de todos los testimonios (salvo MP) implica que Sol protagoniza las intervenciones en los versos 314316; 320-322 y 326-328 rompiendo la alternancia entre los personajes. 83 vv. 330-331 alma… arder y no consumirse: es un tópico que la pasión amorosa sea descrita como fuego que hacer arder el alma sin consumirse. Comp. Quevedo, Poesía amorosa (Erato, sección primera), ed. Alonso y Rey, donde la pasión amorosa como fuego que hace arder el alma es un tópico muy común como anotan los dos editores. 84 v. 344 nevado: entiendo ‘blanco’. 82 v.
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J. Enrique Duarte
Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
Tetis
Que amor sin pena haya habido no puede ser, monarca lucido.
Sol
Mas que no afane el desvelo sí puede ser, bella madre del suelo.
Neptuno
Amor que pena no sea no puede ser, no puede ser.
345
350
Venus * Pasión que el alma recrea sí puede ser, sí puede ser. Tetis
* Que hay quien penar desea * no puede ser85.
Sol
Ser amor divina idea sí puede ser.
355
Neptuno * Que el amor no sea cuidado, * siendo una pasión tirana, no puede ser, deidad soberana. Venus
Sí puede ser, monarca nevado.
Tetis
Que un cuidado y un desvelo se exima de lo sentido no puede ser, monarca lucido.
Sol
Sí puede ser, bella madre del suelo.
Tetis y Nept.
Amar y no padecer no puede ser.
Venus y Sol Tetis y Nept. Sol y Venus
360
365
Sí puede ser. No puede ser.
*
Sí puede ser.
Baja el Amor en un trono, cantando lo primero y luego representa. Amor Esperad, aguardad, detened, * que vuestra cuestión * quiere Amor componer. Música
* Esperad, aguardad, detened, * que vuestra cuestión * quiere Amor componer.
Amor
* Si puede o no puede ser
370
Representa.
es la contienda que os hace padecer entre argumentos dudosas neutralidades y puesto que hoy es el día
375
85 v.
354 Introduzco la corrección de MP porque la lectura del resto de testimonios rompe la alternancia entre el “sí puede ser” y el “no puede ser”.
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* * * *
86 v.
que el sol de José radiante, iluminando los siglos 380 y dorando las edades cumplido un círculo vuelve86 hoy a la hoguera flamante, donde como Fénix llega y como Fénix renace87, 385 yo que soy Amor y efecto que de su belleza nace, en cuyas partes hermosas en dulces incendios arde, como unión universal88 390 que soy, pues no puede hallarse en fuego, aire, tierra y agua cosa que yo no la enlace, a componer la cuestión de vuestro opuesto dictamen 395 vengo, pues que de José en los incendios suaves hay ardores que acaricien, aunque haya llamas que abrasen. Es tan singular su efecto 400 que en todas las almas hace que sus luces vivifican, aunque los ardores maten, pues puede hacer su hermosura que sus rayos celestiales 405 en vez de abrasar alumbren, en vez de quemar halaguen. Y no he venido a esto solo, sino también a que amantes celebremos tanto día 410 y puesto que esto me trae como principal motivo las voces que fueron antes ecos de la controversia, diciendo a alternos compases 415
382 círculo: ver nota al verso 188. 384-385 donde como Fénix llega / como Fénix renace: Ver Vitoria, Primera parte del teatro, 676: ”Cuando muere canta con aquella suavidad que suele el cisne en su muerte y habiendo cogido y juntado cantidad de sarmientos con el movimiento recio y agitación de las alas levanta fuego y se abrasa, de cuyas cenizas nace un gusano y del gusano se vuelve a hacer otra ave como la que antes era”. 88 v. 390 unión universal: ver León Hebreo, Traducción de los diálogos de amor, 114: ”Los elementos, por su contrariedad, están divididos y apartados. Porque siendo el fuego y el aire calientes y ligeros, buscan lo alto y huyen lo bajo. Y siendo la tierra y el agua fríos y pesados, buscan lo bajo y huyen lo alto. Pero muchas veces, por intercesión del cielo benigno, mediante su movimiento y sus rayos, se ayuntan en amistad y de tal manera se mezclan juntos y con tal amistad que llegan casi en unidad de cuerpo uniforme y de uniforme calidad. La cual amistad es capaz de recibir, por la virtud del cielo, en el todo, otras formas más excelentes que ninguno de los elementos en diversos grados, quedando todavía los elementos mezclados materialmente”. Ver también la página 116, donde se explica que la amistad de los elementos causa la generación y la enemistad la corrupción. 87 vv.
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
si puede o no puede ser, para las celebridades nos han de servir del día haciendo a sus anuales obsequios una comedia * que No puede ser se llame89, porque en ella se prosigan las mismas contrariedades que se han propuesto en la loa, y así en coros alternantes respondan a nuestras voces los instrumentos suaves.
420
425
Todos
Amor, todos seguiremos lo que tu gusto nos mande.
Amor
Pues atendedme, atendedme, atendedme, 430 escuchadme, escuchadme, escuchadme.
Música
* Pues atendedme, atendedme, atendedme,
* escuchadme, escuchadme, escuchadme.
Amor
Viva el José generoso90, pues otro sol más hermoso no puede resplandecer.
Música
No puede ser.
Venus
Viva la aurora divina91 de su madre peregrina, que nos le hizo amanecer.
Música
* Sí puede
435
440
ser92.
Sol Viva el Cerda soberano, * pues divino tan humano * no puede haber. Música
No puede ser93. 445
Neptuno
Viva el senado94 glorioso,
89 vv.
419-420 comedia… No puede ser: según la edición de Méndez Plancarte, 716: ”La comedia intitulada No puede ser es la célebre pieza del fino calderoniano don Agustín Moreto (Madrid, 1618-Toledo, 1669): No puede ser el guardar una mujer. […] Tal obra, gustadísima en Méjico, se representó muchas veces”. 90 v. 434 generoso: ver nota al v. 187. 91 vv. 438 aurora divina: la aurora es la precursora del sol y si José es un sol, su madre es la precursora de ese sol. Ver Vitoria, Primera parte del teatro de los dioses, 576 y ss. 92 v. 441 En este verso se cambia el locutor siguiendo a MP. La lectura del resto de testimonios que leen “Amor” rompe la alternancia y la simetría en las respuestas que se están buscando. Por otro lado, la respuesta correcta es “Sí puede ser” que nota MP y antes un lector avispado de E3, quien lo marca a mano. Esta respuesta “Sí puede ser” busca la alternancia con los versos 437 y 445. 93 vv. 442-445 Organizo estos versos de esta manera (con la rima 8a, 8a, 5b, 5b) porque las series anteriores y posteriores están organizadas en cuatro versos. Aunque la serie normal está formada por tres octosílabos y un pentasílabo, aquí la organizo en dos octosílabos y dos pentasílabos. 94 v. 446 senado: ‘público’. ”Se toma por cualquier junta o concurrencia de personas graves, respetables y circunspectas” (Aut).
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que lo severo y piadoso junto ha sabido obtener.
Música
Sí puede ser.
Tetis
Vivan las deidades bellas95, 450 que pueden flores y estrellas alumbrar y florecer.
Música
Sí puede ser.
Amor
Viva la ciudad leal, que tener ninguna igual en lealtad y proceder…
Música
No puede ser.
Coro
Sí puede ser.
Coro
No puede ser.
455
Obras citadas Alatorre, Antonio. ”Hacia una edición crítica de sor Juana”. Nueva revista de Filología Hispánica, LI.2 (2003): 439-526. Arango L., Manuel Antonio. Contribución al estudio de la obra dramática de sor Juana Inés de la Cruz. New York: Peter Lang, 2000. Arellano Ayuso, Ignacio. Diccionario de los autos sacramentales de Calderón. Pamplona-Kassel: Universidad de Navarra-Reichenberger, 2000. Calderón de la Barca, Pedro. El divino Orfeo. Ed. J. Enrique Duarte. PamplonaKassel: Universidad de Navarra-Reichenberger, 1999. Calderón de la Barca, P., El gran teatro del mundo. Obras completas. Autos sacramentales. Ed. Ángel Valbuena Prat. Vol. 3. Madrid: Aguilar, 1987. 199-242. Calderón de la Barca, Pedro. La humildad coronada. Ed. Ignacio Arellano. Pamplona-Kassel: Universidad de Navarra-Reichenberger, 2002. Calderón de la Barca, Pedro. La lepra de Constantino. Eds. Luis Galván and Rocío Arana Caballero. Pamplona-Kassel: Universidad de NavarraReichenberger, 2008. Calderón de la Barca, Pedro. Los alimentos del Hombre. Ed. Miguel Zugasti Zugasti. Pamplona-Kassel: Universidad de Navarra-Reichenberger, 2009. Capel, Horacio. ”Organicismo, fuego interior y terremotos en la ciencia española del XVIII”. Geo Crítica, 12.27-28 (1980). Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Madrid: Gredos, 1967. Covarrubias Horozco, Sebastián de. Tesoro de la Lengua castellana o española. Eds. Ignacio Arellano y Rafael Zafra. Madrid: Iberoamericana, 2006. = (Cov.).
95 v.
450 deidades bellas: ‘las damas que asisten a la representación’. ”Suele llamar la lisonja o la pasión desordenada […] a las damas para explicar sus perfecciones en la hermosura y otras prendas y circunstancias” (Aut).
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
Cruz, sor Juana Inés de la. “Loa a los años del Excelentísimo señor Conde de Galve que precedía la comedia que se sigue”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. IV. Comedias, sainetes y prosa. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 4. México: Fondo de Cultura Económica, 1957. 185-207. . “Loa a los años del Reverendísimo Padre Maestro fray Diego Velázquez de la Cadena”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 483-502. . “Loa a los años del rey (II)”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 295-312. . “Loa a los años del rey (III)”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 313-30. . “Loa en las huertas donde fue a divertirse la Excelentísima Señora Condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 427-42. . “Loa para el auto intitulado “El cetro de José”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 184-258. . “Loa para el auto sacramental El divino Narciso”. Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 3-97. . Obras completas de sor Juana Inés de la Cruz. III. Autos y loas. Ed. Alfonso Méndez Plancarte. Vol. 3. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. Flasche, Hans. ”Más detalles sobre el papel de los cuatro elementos en la obra de Calderón. Análisis de las fuentes y del lenguaje del dramaturgo”. Letras de Deusto, 22.11 (1981): 5-14. García Valdés, Celsa Carmen. ”Teatralidad barroca: las loas sacramentales de Sor Juana”. Sor Juana y su mundo: una mirada actual. Memorias del congreso internacional. Ed. Carmen Beatriz López-Portillo. México: Universidad del Claustro de sor Juana-Fondo de Cultura Económica, 1998: 207-18. Hebreo, León. Traducción de los diálogos de amor de León Hebreo. Trad. Garcilaso Inca de la Vega. Ed. Andrés Soria Olmedo. Madrid: Turner, 1995. Jaki, Stanley L. Genesis 1 through the ages. Londres: Thomas More Press, 1992. Martínez, Enrico. Repertorio de los tiempos y historia natural desta Nueva España. México: Imprenta del mismo autor, 1606. Paz, Octavio. Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Barcelona: Seix Barral, 1998. Pasquiarello, Anthony M. ”The evolution of the loa in Spanish America, Latin America”. Latin American Theater Review, III.2 (1970): 5-19. Pineda, Juan de. Diálogos familiares de la agricultura cristiana. Ed. Juan Meseguer Fernández. Madrid: Atlas, 1963-1964. 5 vols. Poot Herrera, Sara. ”Voces, ecos y caricias en las loas de sor Juana”. Los Empeños. Ensayos en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz.
91 ■
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Variantes loa ”Si la tórrida…”96 Título
primogénito del señor Virrey, conde de Paredes] primogénito del sr. Virrey Marqués de la Laguna MP Dramatis MP cambia el personaje de Tetis por el de Telus. No lo señalo más. 1 Antes de este verso MP introduce la siguiente acotación: Escena I 3 un sol abrasaba] un sol se abrasaba MP 7 uno le abrasa] uno lo abrasa MP 8 y otro le inflama] y otro lo inflama MP 14 acot. y por el otro Neptuno] y por el otro Neptuno E3; Sale Tetis por un lado] Sale Telus por un lado MP 27 Príncipe de los] Principio de los MP 30 Beldad sin imperfecciones] Veldad sin perfecciones E2, E3, E5, E6, E8 41 engendraste consuma] engendraste consumas E3, E5, E6, MP; engendraste consumes E8 42 animaste devore] animaste devores E5, E6, E8, MP 65 que sienten abren] que sienten abre E3 66 las ostias sus] las ostras sus E5, E7, MP 69 hierve el húmido] hierve el humedo E5 70 y en condensados] y en condesados E7 93 la yerba] la hierba MP
96 No
vuelvo a repetir el listado de testimonios. Se pueden ver el listado de los testimonios que se reproduce al comienzo del estudio textual.
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Loa Si la tórrida de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica
97 101 107 108 111 116
como húmeda y fría] como humedad y fría E3, E5, E6, E8 que aunque] que aunqué MP le aparta] la aparta E4; lo aparta MP le acoge] lo acoge MP le consumen] lo consumen MP grietas abre] gretas abre E1, E2, E7; grutas abre E3, E6, E8, MP; gruta abre E5 126 grutas se acogen] grutas se escogen E3; grutas se esconden E5, E6, E8, MP 127 en densas] en desas E8 137 crisol de sus vetas] crisol de sus venas E3, E5, E6, E8, MP 144 que nuevo errado] que a nuevo errado MP 145 el carro del sol] el arco de el sol E2, E3, E5, E6, E7, E8; el carro da el sol MP 150 loc. MP lee Thetis en lugar de Telus como ha venido haciendo 151 que se enciende entre] que se encienden entre E5 152 loc. MP lee Thetis en lugar de Telus como ha venido haciendo 157 Tetis, ¿oyes] Telus, ¿oyes MP 158 escuchas las voces] escuchas las voves E5 160 que quietan] que quitan E3, E5, E6, E8, MP; Después de este verso MP introduce la siguiente acotación: Escena II 160 acot. MP lee Thetis en lugar de Telus como ha venido haciendo 169 MP introduce locutor: Telus 174 MP introduce una repetición musical de los dos últimos versos: Música: ¡Claro sol, Rey de las luces, / mis fatigas considera! 179 Venus, bella alma del día] Venus bella, &c. E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 180 mis aflicciones repara] omite E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 182 Atiende, Tetis] Atiende, Telus MP 183 que son glorias tus penas] que son glorios tus penas E3 202 soy le rendimos] soy y le rendimos E8 216 MP introduce después de este verso la siguiente acotación: Escena III 225 que el Sol soy] que el Soy soy E8; Propón, Tetis] Propón, Telus MP 228 respuesta prompta] respuesta pronta MP 232 Y que no destruye] Y que no distruye E3 238 día criada] día creada MP 250 que alumbrar] alumbrar MP 261 es primero el abrasar] es primor el abrasar E3 262 luego aqueste luminar] luego queste aluminar E3; luego en este luminar E5, E6, E8, MP 276 y retiene el abrasar] y detiene el abrasar E3, E6, E8, MP; y de tiene el abrasar E5 277 luego llegar] luego el llegar E4; llegar a alumbrar] llegar a lumbrar E5 280 empieza a amanecer] empieça a manecer E5 283 el ardor que] el ador que E8 287 que para haber de] que para ver de E5 296 No puede ser] omite E5, E6, E8, MP; MP introduce la siguiente acotación: Escena IV
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303 316 318 loc. 322 325 340
el quemar no sea primero] el quemar no sea primero-ro E5 no abrase lo que dora] no abrase lo que adora E3, E5 Venus] Sol E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 no produzga] no produzca E5, MP sin que en lo exterior] sin que lo exterior E5 MP introduce después de este verso la siguiente acotación: Escena V 351 que el alma recrea] que el alma recreta E3 353 Que hay quien] Que haya quien MP 354 no puede ser] sí puede ser E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 357 Que el amor no sea] que amor no sea E2, E3, E5, E6, E7, E8, MP 358 siendo una pasión] siendo vua pasion E5 367 MP introduce después de este verso la siguiente acotación: Escena VI 369-370 que vuestra cuestión / quiere Amor componer] que vuestra cuestión quiere Amor componer MP 371-373 omite MP y escribe: [Lo repite la Música] 372 que vuestra cuestión] omite E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 373 quiere Amor componer] omite E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 374 Sí puede o no puede] Si puede ser o no puede E5, E6 387 que de su belleza] de que su belleza MP 398 ardores que acaricien] ardores que acarician MP 402 sus luces vivifican] sus luces vivifiquen 411 y puesto que esto] y supuesto que esto E5; que esto me trae] que esto me atrae MP 421 que No puede ser se llame] no no puede ser se llame E2, E3, E7 432-433 Omite MP que introduce en su lugar la siguiente acotación: [Lo repite la Música] 433 MP introduce después de este verso la siguiente acotación: Escena VII 441 loc. Música] Amor E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 441 Sí puede ser E3 marcado con tinta a mano. La edición lee ”No puede ser”, pero alguien hizo la anotación a mano; ¡Sí puede ser! MP; No puede ser E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 443-444 tan humano / no puede haber] tan humano no / puede haber E5
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E.aller Duarte Oteiza T dey LB. etras NE1: 95-137, 2012
Loa Al luminoso natal,issn de S0716-0798 or Juana…
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana Inés de la Cruz: Edición crítica* Loa Al luminoso natal, by Sor Juana Inés de la Cruz: a Critical Edition J. Enrique Duarte Universidad de Navarra-GRISO
[email protected] Blanca Oteiza Universidad de Navarra-GRISO
[email protected] Los autores presentan la edición crítica de la loa de sor Juana, Al luminoso natal, en la que se han cotejado y revisado nueve testimonios, algunos de ellos en más de un ejemplar, que han permitido establecer con garantías su transmisión y establecimiento textual. La edición se acompaña de la anotación precisa para indicar sus claves y facilitar su comprensión en los pasajes dificultosos. De los múltiples e interesantes aspectos dramáticos que tiene esta loa, los editores por cuestión de espacio se detienen en el análisis de su compleja estructura métrico-musical. Palabras clave: Sor Juana Inés de la Cruz, loa Al luminoso natal, edición crítica, anotación, estructura, métrica, música. The authors present a new critical edition of a “loa” by sor Juana, Al luminoso natal. The edition is composed using nine testimonies and some of them have been collated in more than one testimony. In this way, the critical quality of the edition has been sought. The edition is also provided with a precise annotation to clarify the passages of more complexity and facilitate its understanding. The editors also analyse the complex structure of metrics and music. Keywords: Sor Juana Inés de la Cruz, Loa to Al luminoso natal, Critical Edition, Annotation, Structure, Metrics, Music.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
* Esta investigación se integra en el programa CONSOLIDER, del Ministerio de Ciencia e Innovación de España, Proyecto TECE-TEI, CSD 2009-00033.
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La loa Al luminoso natal forma parte de lo que se denomina “loas sueltas”, porque en su mayor parte no son apertura de ninguna pieza mayor, y “cortesanas” en tanto que son encargos particulares del ambiente áulico, que se oponen a las loas sacramentales (García Valdés, 209, nota 13). De estas loas cortesanas, unas están dedicadas (cinco con esta que editamos) al rey Carlos II para festejar su cumpleaños; y otras a su primera esposa, María Luisa de Borbón; a la reina madre de Carlos II, Mariana de Austria; a los virreyes, de los que nos interesan ahora los marqueses de la Laguna, y al primer año que cumplió su primogénito1… Son loas, por tanto, que responden a la práctica laudatoria habitual cortesana de celebrar el natalicio del rey o su familia…2, de la que es en España, entre otros, un buen representante Bances Candamo, su poeta dramático oficial por un tiempo3, y que en Nueva España además adquiere un sentido mayor, dada la lejanía espacial del rey y la necesidad de su presencia4. La loa Al luminoso natal, como se explica en sus versos, se escribe para celebrar el cumpleaños de Carlos II, el 6 de noviembre, por encargo del hijo de los virreyes que, nacido en julio de 1683, apenas tiene cuatro meses, circunstancia que permite datarla con exactitud para el natalicio de ese año5. Esta pieza se inscribe sin fisuras en el hacer de sor Juana por su técnica dramática, temática, imaginería, retórica…6, si bien es con razón una de las más alabadas: Méndez Plancarte, que no escatima elogios, la considera ”la más suntuosa” (lxxxvi), y para Rivera es una de las más hermosas de sor Juana (132). En nuestra opinión, uno de los aspectos más relevantes de esta loa es su acabada construcción, y la conseguida combinación de elementos
1 Puede
verse el listado completo en Arango (68 y ss., 157 y ss., especialmente 165-166), y pueden leerse en la edición de Méndez Plancarte, pp. lxxxv y ss. 2 Remitimos para estas cuestiones a los diversos trabajos de Farré (2003, 2006, 2007, 2009a; 2009b). 3 Pueden leerse en el volumen Apuntes sobre la loa sacramental y cortesana. Loas completas de Bances Candamo (1994). 4 Sobre esta cuestión interesan los trabajos de Mínguez (1999) y Bouza (1999), Rivera (1999) y Farré (2007). 5 En Arango, que la fecha bien (2000: 69), hay un error en la página 166 al datarla en 1684. 6 Se evidencia en ellas una composición recurrente, manifiesta tanto en las estructuras métricas y musicales, los personajes (los cuatro elementos; los planetas; la naturaleza, la mitología…), los elogiados (el rey, su esposa, la reina madre, los virreyes…), los finales, que acogen el júbilo de todos (senado, ciudad, damas, plebe, tribunales, nobleza…) como en la retórica. La bibliografía al respecto es enorme, pero véase el clásico de Octavio Paz (1982), y las actas y estudios, que a su vez recogen buena parte de ella: Y diversa de mí misma entre vuestras plumas ando. Homenaje internacional a Sor Juana Inés de la Cruz (1993); Sor Juana Inés de la Cruz y el pensamiento novohispano (1995); Sor Juana y su mundo: una mirada actual (1995); Los empeños: ensayos en homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz (1995); Sor Juana y su mundo. Una mirada actual. Memorias del Congreso Internacional (1998); Sor Juana Inés de la Cruz y las vicisitudes de la crítica (1998); PérezAmador (2003). Para estas loas en concreto, ver Poot (1995); García Valdés (1998); Iniesta (1998); Rivera (1999); Olivares (2008). Y particularmente para la relación de sor Juana con la música, sus conocimientos y práctica teatral, Lavista (1995); Miranda (1995); Tello (1995, 1998); Ortiz (1998); y Long (2009, especialmente, 84 y ss). De su versificación se ocupan, entre otros, Clarke (1951); Méndez Plancarte en su edición, y para la función de los ecos Daniel (1983) y Poot (1995)…
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musicales, métricos, retóricos… de los que, por razones de espacio, comentaremos los relacionados con su estructura, que consideramos esencial en la loa por su precisión y complejidad.
Asunto y estructura dramática La finalidad de esta loa, que se inscribe en la del género, es decir, la felicitación de los virreyes a Carlos II por su vigésimo segundo cumpleaños, presenta la particularidad de que quien lo homenajea es nada menos que el primogénito, José, que apenas tiene en el momento cuatro meses, por lo que sor Juana, la poetisa, se convierte en intermediaria (material, autorial) necesaria entre el niño y el monarca7. El asunto es sencillo y recurrente: Eolo, Siringa, Flora y Pan, dioses y presidentes de los elementos de la Naturaleza correspondientes (aves, fuentes, flores y plantas) los convocan para que participen en el homenaje con sus galas y atributos particulares8: la belleza visual de flores y plantas y la consonancia auditiva de aves y fuentes. La asimetría en los elementos de la Naturaleza (aire=aves, agua=fuentes, tierra=plantas, flores) tendrá su sentido más adelante, con la aparición de Reflejo9, equivalente al elemento que faltaba, el fuego, aquí superior por su función dramática y valor simbólico. Los “rectores” de la Naturaleza reconocen no ser merecedores de retratar a Carlos, a quien como Sol solo puede parecerse el Reflejo, que se convierte así en el intermediario retórico-poético entre el niño José y el rey, y a su vez entre la autora sor Juana (la artífice), el niño José y el rey10. Con la presencia de Reflejo, por tanto, el festejo puede continuar decorosamente, y sumarse a él y a su alabanza el resto de la familia real y el conjunto social del virreinato11. La loa tiene, según nuestra edición, 612 versos12, estructurados, insistimos en ello, con gran precisión métrica, musical, y argumental, como proponemos a continuación13:
7 Señala
Rivera que en esta loa sor Juana ”hace un homenaje doble”, al rey y a su amiga la virreina, que tras varios embarazos había tenido este hijo (131). 8 De la sonoridad y plasticidad (los sentidos del oído y vista) de estas loas se ocupan García Valdés (1998) y Poot (1995, especialmente 172-173). 9 Se detiene en este personaje de Reflejo, Rivera (132). 10 Esta intermediación se apoyaría en la lectura de la princeps y otros testimonios (E1, E2, E3, E4, E7) de los vv. 512-515, en los que a través del locutor Reflejo, la poetisa se uniría a la felicitación (”Reflejo.- Y así yo en su nombre / ufana y alegre / al excelso Carlos / doy los parabienes”). Ver nuestra nota a estos versos. 11 No hay datos de la representación, que como en otras ocasiones sería en el Salón de Comedias del Palacio Virreinal (Arango, 69 y Rivera, 136 y ss.). 12 La edición de MP tiene 620 versos. No es cuestión fija y depende de las soluciones métricas que se adopten. La extensión de las loas de sor Juana va de los 270 a los 624 versos (Poot, 170), luego esta es de las más extensas. 13 Nuestra propuesta en lo fundamental coincide con la de otros estudiosos. Méndez Plancarte, que estructura las loas en escenas, establece ocho para esta loa; Rivera propone siete partes habituales en las loas, que coinciden con las escenas de MP: exaltación y convocatoria al homenaje, curiosidad de los convocados y nueva noticia de la fiesta, afirmación y refrendo de la alabanza, competencia de las alabanzas, acuerdo común, conclusión y homenaje del público (134).
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Vv. 1-10: Apertura musicada de los 4 coros, que centra la finalidad de la loa, diferenciada métricamente por la asonancia á-a, y escénicamente, por su ausencia en tanto que “cantan dentro”. Vv. 11-34: Presentación escalonada y jerárquica de los 4 personajes encargados de la alabanza, y escénicamente por el movimiento y salidas simétricas14: primero aparecen por lados opuestos los personajes masculinos (Eolo y Pan), representantes de las aves y plantas respectivamente; después los femeninos: Siringa, representante de las aguas y Flora, de las flores, y aunque nada se indica, pensamos que su salida responde a la misma simetría. Métricamente se mantiene el romance inicial, pero cada personaje tiene su propia asonancia diferenciada: á-e (Eolo), é-e (Pan), é-a (Siringa) y á-a (Flora)15. Vv. 35-226: Cada personaje desarrolla más extensamente sus circunstancias en la asonancia adjudicada: Eolo defiende su primacía y jerarquía y convoca a las aves para que trinen. Siringa le concede la primacía y convoca a las aguas para que corran. Flora convoca a las flores para que luzcan, y Pan a las plantas para que crezcan. Finalizan todos con una convocatoria conjunta en endecasílabos libres. En MP estos versos se corresponden con la escena II. Vv. 227-341: Responden los 4 coros que se corresponden con estos 4 elementos de la naturaleza, preguntando qué se quiere de cada uno, estableciendo una relación de tres por cuatro: Eolo=Coro 1=aves; Siringa=Coro 2=aguas; Flora=Coro 3=flores; Pan=Coro 4=plantas. Y después cada personaje pide y exhorta a su elemento a que haga su homenaje correspondiente, que se completa con los ecos de los coros: que las aves trinen, las aguas corran, las flores luzcan y las plantas crezcan. El pasaje presenta una métrica muy variada, pero perfectamente trabada: heptasílabos, endecasílabos libres, quintillas y hexasílabos (ver nuestra sinopsis métrica). En MP se corresponden con las escenas III y IV. Vv. 342-393: Los personajes consideran y reflexionan sobre la primacía, pertinencia, decoro… de esta celebración y homenaje, y reconocen la necesidad de que sea Reflejo el personaje adecuado para ello, del que se anuncia la llegada. Romance é-e. En MP se corresponden con la escena V. Vv. 394-515: Sale Reflejo acompañado de Música, por supremacía ante los coros. Se presenta, explica su razón de ser, loa a Carlos, y lo relaciona con el niño
14 Se
ocupa de estos aspectos Rivera (138-139). puede entenderse un mismo bloque los vv. 1-34, como plantea MP encuadrándolos en la escena I; sin embargo, la complejidad constructiva de la loa nos inclina a precisar con detalle esta estructura para su mejor apreciación.
15 Evidentemente
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José, trasunto necesario de Reflejo, y agente de la celebración, e inicia los parabienes. Romance é-e en hexasílabos. En MP centran la escena VI. Vv. 516-612: Cada personaje expone sus buenos deseos para Carlos, debidamente escalonados, marcados con una variación métrica en la Música (ver nuestra sinopsis métrica), en los que se incluyen alabanzas para el resto de la familia real, de los virreyes, de José, del senado, tribunales, damas, ciudad, plebe… que terminan con toda la música. En MP se corresponden con las escenas VII y VIII.
Sinopsis métrica Vv. 1-230: Romance con distintas asonancias16, según los locutores (á-a el Coro 1; á-e Eolo; é-e Pan; é-a Siringa; á-a Flora), con versos musicados intercalados de diversa medida (eneasílabos y pentasílabos) y la asonancia de cada personaje, y los últimos versos 223-230 en combinación de heptasílabos y endecasílabos. Comienza el Coro 1 con 8 versos y el eco de los coros restantes (vv. 1-1017); luego cada personaje (por este orden: Eolo, Pan, Siringa, Flora) dice 5 versos con la asonancia adjudicada, y el quinto es un eneasílabo, de estructura trimembre, que repite la rima del cuarto y forma eco pareado con el siguiente, pentasílabo (vv. 11-34) debido al coro correspondiente: un ejemplo, el de Eolo (asonancia á-e)18 [Eolo]
la enhorabuena las aves. Trinen, trinen, trinen suaves…
Coro 1
Trinen suaves…
Después interviene cada personaje (por este orden: Eolo, Siringa, Flora, Pan) en romance con su asonancia adjudicada y el mismo esquema de cierre: un pareado consonante de endecasílabo y pentasílabo que recoge la asonancia del romance recitado (vv. 35-216); terminan con una primera intervención alterna de los 4 personajes en romance é-e (vv. 217-222), una segunda en endecasílabos de asonancia é-e (vv. 223-226), que rematan los 4 coros en heptasílabos también de asonancia é-e (vv. 227-230)19.
16 La
variedad de las asonancias cobra relevancia dramática conforme se va generalizando en el tiempo el uso del romance en el teatro áureo (Marín, 1982 y Williamsen, 1978). 17 MP dispone estos versos como pentasílabo y dodecasílabo, pero se rompe la serie de la asonancia á-a. Nuestra propuesta, por un lado, hace el v. 10 largo, de 9 sílabas en vez de 8, pero es un eneasílabo el que marca después los finales de las intervenciones de los 4 personajes (vv. 15, 21, 27, 33) y, por otro, mantiene la serie de asonancia á-a. 18 MP habla de esta ”primorosa canción [del v. 11 al 34]” de cuatro sextinas simétricas, formadas por un cuarteto de romance de 8 (con diversa asonancia cada uno) y por un pareado de 9 y 5, cuya asonancia es a la vez la misma asonancia de los octosílabos, y donde el último verso no es sino un “eco” del final del penúltimo (673, nota a vv. 15-16). 19 MP (676, nota a vv. 217-230): ”Con la misma asonancia del anterior parlamento de Pan, el Romance (hasta aquí en versos de 8) prosigue en versos de 11 y luego de 7”.
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Vv. 231-341: Hay varias composiciones: –231-26620: 4 parlamentos de Eolo, Siringa, Flora y Pan de 8 octosílabos con rima abbaaccd rematados por el verso del coro correspondiente, que es un endecasílabo con la asonancia adjudicada al personaje que interviene, como en esta muestra: Eolo
Yo que pues el mejor sol baña de luz soberana de esplendores de oro y grana el hemisferio español a su divino arrebol haciendo salva las aves sonoras, dulces y graves el vuelo a su luz inclinen.
Coro 1 Trinen, trinen, trinen, trinen suaves (vv. 231-23921) –267-341: pasaje en que se alternan los 4 personajes y los 4 coros con versos de diversa medida (endecasílabos, octosílabos, decasílabos), y estructuras métricas variadas22: a) 267-27023: los 4 personajes y los 4 coros de eco en endecasílabos libres; b)
271-275: Eolo y los 4 coros de eco en una quintilla;
c)
276-279: los 4 personajes y los 4 coros en eco en decasílabos libres;
d)
280-283: Siringa y los 4 coros en eco en una redondilla;
e)
284-287: los 4 personajes y los 4 coros en eco en endecasílabos libres;
f)
288-291: Flora y los 4 coros en eco en una redondilla;
g) 292-29724: 6 versos cuatrimembres correspondientes a los 4 personajes y los 4 coros, los tres primeros versos a los personajes y los tres
20 MP
(676, nota a vv. 231-270): ”Originales Décimas de pie quebrado (8 y 3), cuyos dos últimos versos reiteran abreviado el estribillo que viene desde el v. 15, y las cuales en vez de octosílabo tienen por remate un trisílabo [adjunta bibliografía]”. 21 En MP este endecasílabo se dispone como octosílabo y trisílabo, siendo este el que porta la asonancia del personaje. Ambas soluciones son iguales, pero con distinta disposición gráfica. 22 MP (677, nota a vv. 271-349): ”Toda esta Escena IV es una nueva recapitulación y amplificación de estribillos, inagotable en sus invenciones estróficas (variaciones del juego “Ovillejos ecoicos”) y admirable en su gracia rítmica y colorista”. 23 La estructura métrica que propone MP de este pasaje es [damos entre corchetes nuestra numeración]: 271-307 [267-291], tres estrofas de 12 versos (8 y 3 o 2) con rima Aa Bb Cc Dd D E E D ”y con el último o los últimos versos agrupando en sí los versitos menores”. Es decir, dispone estos endecasílabos como octosílabos y trisílabos pareados. 24 MP (677, nota a vv. 271-349): 308-313 [292-297], seis versos (de 8 y 12) todos cuadripartitos, en dos tercetos asonantados, ”comprimiendo los rasgos culminantes de lo anterior”. Por tanto coincidimos en la distribución, si bien MP considera el último verso
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últimos a los coros distribuidos en 2 octosílabos y un endecasílabo abC abC; h) 298-30625: Eolo y en eco los 4 personajes y los 4 coros, cuya estructura admite varias posibilidades: Eolo en 1 cuarteta de asonancia é-e más una quintilla en la que el primer verso es heptasílabo y el resto hexasílabos (ababa) para los ecos; i)
307-315: Siringa y en eco los 4 personajes y los 4 coros, con estructura como la anterior: Siringa en 1 cuarteta de asonancia é-e (aquí en realidad consonancia en los pares motetes/ramilletes) más una quintilla en la que el primer verso es un heptasílabo y el resto hexasílabos (ababa) para los ecos;
j)
316-324: Pan y en eco los 4 personajes y los 4 coros, con estructura igual a la anterior: Pan en 1 cuarteta de asonancia é-e más una quintilla en la que el primer verso es un heptasílabo y el resto hexasílabos (ababa) para los ecos;
k)
325-333: Flora y en eco los 4 personajes y los 4 coros, con estructura igual a la anterior: Flora en 1 cuarteta de asonancia é-e más una quintilla en la que el primer verso es un heptasílabo y el resto hexasílabos (ababa) para los ecos;
l) 334-34126: los 4 personajes alternados con la Música en pareados octosílabos. Vv. 342-393: Romance asonancia é-e correspondiente a Eolo. Vv. 394-519: Romance asonancia é-e en hexasílabos correspondientes a Reflejo. Vv. 520-612: Se diferencian dos partes27: – 520-585: alternancia de la Música y los 4 personajes en un esquema fijo: la Música con estrofa de tres versos, el primero pentasílabo y los restantes hexasílabos, y los personajes con estrofas de 4 versos hexasílabos. Todos con asonancia é-e, en la Música en los versos primero y tercero, y en los personajes en los pares;
(313) dodecasílabo por diéresis (süave) y nosotros endecasílabo (297), medidas flexibles frecuentes en versos musicados. 25 MP (677, nota a vv. 271-349): 314-341 [298-333], cuatro estrofas de 7 versos, formadas por una cuarteta de romance de 8 y por un pareado aconsonantado de 7 y 12, cuyo verso final repiten los coros. Pasaje que admite como se ve más de una posibilidad métrica. 26 MP (677, nota a vv. 271-349): 342-349 [334-341], cuatro pareados de versos de 8 en nueva recapitulación, que califica de ”Deslumbrante “castillo” pirotécnico”, aquí y en 678, nota a versos 342-349. 27 MP (679, nota a vv. 524-593 [516-585]): ”Endechas hexasílabas (como en toda la escena anterior), mas ahora con una variación que les da cierto aire de seguidillas; tras de cada cuarteta, un tercetillo de 5, 6 y 6, cuyos versos extremos continúan la misma asonancia. Rara combinación de estos metros (de 5 y 6) que no sabríamos ejemplificar fuera de Sor Juana”.
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– 586-612: los 5 personajes; Eolo, Pan, Flora y Siringa con cuatro versos en romance asonancia é-e, y el último Reflejo con 8 versos, a quien remata la Música con el esquema anterior de estrofa de 3 versos, pero ahora todos hexasílabos y rima asonancia é-e en los impares. En suma, se confirma la cuidada trabazón métrico-musical de esta loa, así como la destreza y conocimientos de sor Juana en estos dos aspectos, destacados tradicionalmente por la crítica, y presentes también en sus otras piezas cortas. Esta música, como se sabe, flexibiliza la medida versal e incide en la configuración métrica de algunos pasajes y por tanto en su disposición gráfica, que admite más de una posibilidad por lo que no siempre coincidimos con la de MP, como hemos señalado en su lugar.
Nota textual Para la edición crítica de la loa Al luminoso natal hemos utilizado los siguientes testimonios: E1
Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de san Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Madrid, Juan García Infanzón, 1686, 143-153. Ejemplar custodiado en la Real Academia Española, signatura C 3117.
E2
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, soror Juana Inés de la cruz, religiosa profesa en el monasterio de san Gerónimo de la imperial ciudad de México, Madrid, Juan García Infanzón, 1690, 150160. Ejemplar de Sevilla, Biblioteca Colombina, signatura 19-6-32.
E3
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Barcelona, Joseph Llopis, 1691, 146-156. Ejemplar de Biblioteca Nacional de España, signatura R / 3544128.
E4
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Zaragoza, Manuel Román, a costa de Matías de Lezaun, 168229, 120-128. Ejemplar de Santander, Biblioteca Central de Cantabria, signatura XVII 46.
28 También
cotejamos el ejemplar custodiado en la Real Academia de la Lengua, signatura RAE C3118. 29 Así aparece en la portada de esta edición cuya fecha figura como: M.DC.LXXXII. La fecha no es correcta ya que se confiesa que es una tercera edición y la princeps es del año 1689. Se trata de una errata ya que la fecha de dedicatoria y licencia son de 1689 y 1692. Hemos intentado cotejar también el ejemplar custodiado en la Biblioteca General de Navarra (signatura FA/947), pero los bibliotecarios no nos lo han permitido.
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Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
E5
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Valencia, Antonio Bordazar, a costa de Joseph Cardona, 1709, 121-130. Ejemplar de Toledo, Biblioteca de Castilla-La Mancha, signatura 1-136630.
E6
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Valencia, Antonio Bordazar, a costa de Joseph Cardona, 1709, 146-156. Ejemplar de Burgo de Osma, Catedral, signatura 3483.
E7
Poemas de la única poetisa americana, musa décima, Soror Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de San Gerónimo de la Imperial ciudad de México, Madrid, Imprenta Real, 1714, 147-157. Ejemplar de Toledo, Biblioteca de Castilla-La Mancha, signatura 1-135731.
E8
Tomo primero. Poemas de la única poetisa americana, musa décima, sor Juana Inés de la Cruz, religiosa profesa en el monasterio de san Gerónimo de la ciudad de México. Dedícalas a María Santísima, en su milagrosa imagen de la Soledad. Sacolas a luz don Juan Camacho Gayna, caballero del orden de Santiago, Madrid, Imprenta Ángel Pasqual Rubio, 1725, 131-140. Ejemplar de León, Biblioteca Pública del Estado, signatura FA: 8758.
MP
Loa a los años del Rey (IV) que celebra Don José de la Cerda, primogénito del señor Virrey Conde de Paredes, en Obras completas de Sor Juana Inés de la Cruz, ed. A. Méndez Plancarte, México, Fondo de Cultura Económica, 1955, 331-358.
No sirve de mucho analizar la disposición de las páginas en los testimonios de esta loa (a diferencia de lo que ocurre en la loa Si la tórrida) porque todas presentan una distribución de los textos muy similar y no nos proporciona ninguna información útil. Es por esto por lo que debemos centrarnos en el análisis de las variantes. Las ramas altas están formadas por los testimonios E1, E2 y E4. Hay pocos errores que se puedan comentar. Uno de los más destacados es: Resto de testimonios 110
balas de perlas
E1, E4 basas de perlas
30 También
cotejamos el ejemplar custodiado en Madrid, Real Academia Española, signatura 23-B-25. 31 Además cotejamos el ejemplar custodiado en Madrid, Real Academia Española, signatura 22-A-54.
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En este caso, E1 y E4 presentan una lectura errónea que no hace sentido. E1 también presenta una serie de errores tipográficos corregidos por el resto de testimonios: Resto de testimonios
E1
314 loc.
Coro 1
I Cer.
519
los siglos
los
601
timbres diferentes
timbres diferenres
siglos
Por otro lado, E4 presenta una serie de errores y lecturas equipolentes que muestran que no es modelo para ninguna edición posterior:
Resto de testimonios
E4
14
la enhorabuena
la enoribuena
51
canoras moradoras
canoras moradas
56
en mensurados
en mesurados
170
y que pues aves
y pues que aves
194
lozanos capiteles
lozanos chapiteles
570
con el deudo
con el deseo
Consideramos errores las variantes de los versos 14, 51 (donde la lectura correcta se refiere a las aves, las “moradoras” de la región del aire), 56 (donde creemos apreciar cambios en el significado) y el verso 570 (interesante porque no existe necesidad de un cambio y puede ser un error del cajista). Son equipolentes los versos 170 (donde se produce un cambio de orden en los elementos gramaticales que no afecta al sentido) y el 194 (en la variante “capiteles” “chapiteles”, para la que remitimos a Corominas, s. v. capitel). El siguiente grupo de variantes que podemos analizar son las que unen a los testimonios E1, E2, E3:
Resto de testimonios
E1, E2, E3
433
ni vapores leves
ni pavores leves
570
que más con el
a que más con el [+ E4, E7]
Las dos variantes son errores. El verso 433 no hace sentido en E1, E2, E3 y la corrección es fácil para el resto de testimonios si tenemos en cuenta el contexto. El verso 570 es también interesante porque hace un verso hipermétrico en las lecturas de E1, E2, E3, E4 y E7 cuando se necesita un
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hexasílabo. Esta variante muestra que E4 ha tomado el error de E1 y E7 ha copiado el error de E2. Este testimonio E2 utiliza como fuente E1 y transmite el texto al resto de testimonios (salvo E4) cometiendo algunas erratas fácilmente subsanables:
Resto de testimonios
E2
267 loc.
Coro I
S. Cor
268 loc.
Siringa
I. ir
Por su parte, E3 presenta una serie de errores tipográficos y lecturas propias, de diverso alcance e interés:
Resto de testimonios
E3
28 acot.
con corona
cn corona
35
que presidente
que prisidente
107
bienvenida le demos
bienvenida la demos
167
Norabuena
norabuenas
210
Semidioses
semedioses
385
ya en la transparente
ya en la rransparente
403
porque solamente
porque solamenre
520
y consistente
y consiste
Evidentes erratas son las de los versos 28 acot., 385 y 403 que no han pasado al resto de testimonios. De las restantes lecturas, el v. 35 presenta unas asimilación que es registrada en pocos testimonios del CORDE en la lengua de la época, lo mismo que el v. 210 (en este caso CORDE no registra ningún testimonio)32. El v. 107 es un error ya que el antecedente del pronombre personal es masculino con lo que también resulta fácilmente perceptible por el resto de testimonios. El v. 167 muestra una lectura interesante: las dos formas “norabuena” y “norabuenas” son registradas en CORDE; sin embargo, el plural normalmente va precedido de algún tipo de numeral: dos, tres, mil, un millón de norabuenas, por lo que preferimos la lectura del resto de testimonios frente a E3. Por último, la lectura del v. 520 omite una sílaba y no tiene sentido, por lo que sospechamos se trata de un error de imprenta. Sin embargo, E3 muestra algunos errores que pasan al resto de testimonios que parten de él y que son los que interesan para la transmisión:
32 Hemos
realizado la consulta el 19 de junio de 2011.
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Resto de testimonios
E3, E5, E6, E8
8
ninguno niegue
ninguno niega
69
trinen, trinen, trinen
trinen, trinen
98
ocupan tronos
ocupan troncos
En el primer caso, el v. 8 muestra un error de E3, ya que al comienzo de la loa se plantea el problema: todos conocen la deuda con el sol (el hispano monarca) y nadie puede negar la paga; preferimos la lectura del verbo en subjuntivo (falta demostrar el agradecimiento de todos) en lugar del indicativo (que muestra una seguridad que no se tiene todavía: algún personaje puede negarse a pagar la deuda). El v. 69 es otro error de E3 al constituir un verso hipométrico, y el v. 98 no tiene ningún sentido en E3. El siguiente puñado de variantes muestra los errores introducidos por E5, desde las erratas que los demás testimonios que siguen a E5 (E6, E8, MP) no dudan en corregir33 a lecturas muy interesantes que introducen malas lecturas o también corrigen errores que se arrastran ya de la editio princeps (E1) y que los testimonios que parten de E5 (E6, E8 y MP) siguen. Realizamos una selección de casos:
Resto de testimonios
E5
89
yo reino en las aves
yo reino en las fuentes
224
Ah del fruxible
Ah del fluxible
230
Omite E1, E2, E3, E4, E7
¿qué en las plantas pretendes? E6, E8, MP
247
prados que borran
prados que bordan E6, E8, MP
267
Y en sus ecos
Y con sus ecos
317
el fumis quemen
perfumes quemen
325
canten vistosas
luzcan vistosas E5 luzgan vistosas E6, E8, MP
366
Detente, no prosigas
Detente, pues, no prosigas E6, E8, MP
388-389
Y en trono de cristales
Y en trono / de cristales
407
que antes es bien
que antes bien E6, E8
408
que empieza
que empiece
33 Por
ejemplo: gslas, v. 148; utllidad, v. 190; Elores, v. 275; El Refljo, v. 398; nuwere, v. 519…
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Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
513
ufana y alegre
ufano y alegre
542
rayos de los años
los rayos de los años E1, E2, E3, E4, E7 los rayos sus años E5, E6, E8, MP
545
en quien deben
en quien beben
571
las deudas crecen
las deudas le crecen
Estas variantes requieren un comentario por su interés para la fijación textual. El v. 89 es un claro error de E1 y sus descendientes porque el personaje (Siringa) es realmente reina en las fuentes, no de las aves, como hemos anotado en el v. 22 acot. Es un error la lectura “fruxible” en el v. 224, frente al correcto “fluxible”, como muestran las concordancias del CORDE en la propia obra de sor Juana. Lo mismo ocurre en el v. 230, donde E1 omite un verso necesario para mantener la simetría del pasaje (elemento este de la simetría trascendental en la construcción de esta obra, como señalamos en otro lugar). El v. 247 es un ejemplo de lectura de E1 que no tiene sentido (ver nuestra explicación en la nota a este pasaje)34 por lo que aceptamos la de E5. Corregimos el v. 267 siguiendo también a E5, porque presenta la misma estructura en los vv. 268, 269 y 270. En el caso del v. 317 cambiamos el término “fumis” del que no hemos encontrado testimonios en el CORDE ni en ningún otro repertorio que lo avale, y corregimos con el más entendible “perfumes” que introduce E5. Otro ejemplo curioso es el del v. 325, donde la lectura de E1 no tiene sentido y además no respeta el sintagma “las flores luzgan vistosas” que encontramos repetidamente en los vv. 135, 165-166, 167, 257 y 278, entre otros. Por su parte el v. 366 es hipométrico y necesita una sílaba más, y en los vv. 388-389 la lectura de E1 rompe el sistema métrico, con lo que la lectura de E5 es la correcta. En la variante del v. 407 hay un error en la lectura de E5 que no respeta la estructura mostrada ya en versos anteriores (vv. 399 y 404), y lo mismo creemos que ocurre en el v. 408, donde la lectura de E5 (“empiece”) en subjuntivo rompe con el correcto sentido que quiere manifestar la autora: José, el hijo de los virreyes, es también un sol y empieza a alumbrar (tema, por cierto, de la loa Si la tórrida que se edita en este mismo volumen). En el v. 513 aceptamos la lectura de E5 por coherencia sintáctica; no obstante remitimos a la nota correspondiente, donde explicamos otra posibilidad de esta variante. Por último, en el v. 542, nos encontramos con un verso hipermétrico que corregimos a partir de E5, pero con nuestra propia lectura que modifica menos que la propuesta por E5.
34 Ver Alatorre, 494: ”Pero no todas las erratas de IC [Inundación castálida] se corrigieron en la 2.ª edición. En una de las loas dice la IC que las aguas borran los prados, y las tres ediciones subsiguientes repiten el disparate, corregido por fin en la de 1709: las aguas no borran los prados, sino los bordan de flores, y es esto lo que imprime MP (377: 248)”. Ver, no obstante, la nota correspondiente a este verso.
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Para concluir, la lectura del v. 545 muestra un error de E5 cuya lectura no tiene sentido (‘la reina da candor y carmín a los jazmines y laureles, quienes le deben esas cualidades’) y la del v. 571 es otro error de E5 ya que necesitamos un verso hexasílabo y rompiendo el diptongo de “deudas” se consigue sin necesidad de introducir ninguna otra partícula. Nos queda por considerar el testimonio más moderno, MP, que constituye la edición de Méndez Plancarte. Alatorre demuestra en su artículo que MP procede de una edición tardía: la de E8 fechada en 1725. En principio muestra las mismas lecturas que hemos ido comentando anteriormente con sus aciertos y sus errores. La más llamativa es la del v. 302, donde se necesita un verso heptasílabo y su lectura es correcta (“gozando glorias tantas”) frente al resto de testimonios. Aquí MP realiza una corrección ope ingenii que aceptamos. El resto de sus variantes se caracterizan por la introducción de una serie de acotaciones indicando las escenas (ver variantes) que eliminamos y una serie de modernizaciones en las que coincide con E5 (vv. 33, 34, 135, 165, 166, 167, 256, 257, 278, 283, 293, 296) que no tenemos en cuenta. El resto de variantes son lecturas equipolentes o errores ya comentados por Alatorre. En conclusión, suponemos el siguiente estema: [X]
E1 E2 E3
E4 E5
E6 E7 E8
MP
Nuestra edición Presentamos aquí una edición crítica del texto de sor Juana, en la que proponemos una edición ecléctica partiendo del texto base de E1 (Inundación castálida) al que añadimos distintas correcciones de otros testimonios. Como hemos comentado en el estudio textual, corregimos la lectura errónea de E1 y E4 en el v. 110 y los errores tipográficos de Inundación castálida en los vv. 314 loc., 519 y 601. Optamos por seguir las lecturas correctas del resto de testimonios frente a los errores que introducen E1, E2 y E3 en los vv. 433 y
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570. Aceptamos también las lecturas de E5, edición que consideramos muy aceptable en sus propuestas, que corrigen a la edición príncipe en los vv. 89, 224, 230, 247, 267, 317, 325, 366 y 388-389. Por último, aceptamos una corrección de MP al v. 302. Introducimos dos correcciones ope ingenii: la de los vv. 321-322, donde proponemos un cambio en el lugar de las intervenciones de dos personajes para conseguir el esquema métrico de una quintilla y respetar el esquema de la rima que hemos propuesto, y la del v. 542, donde proponemos una nueva lectura que modifica menos que la propuesta de E5 ante el problema de un verso hipermétrico. En esta edición seguimos los criterios propuestos por el equipo de investigación GRISO de la Universidad de Navarra. Modernizamos grafías que no tienen relevancia fonética (Joseph…), respetando aquellos términos con una pronunciación ligeramente diferente en la época de sor Juana (luzga, acomularle, yelo, introduzgan…). Regularizamos el empleo de mayúsculas y acentos según la práctica actual, siguiendo las últimas indicaciones de la Real Academia Española (2010), y los nombres de los locutores los desarrollamos y regularizamos (Cor. I = Coro 1; Cor. 2 = Coro 2; 3 = Coro 3; 4 = Coro 4). En el caso de cancioncillas, estribillos, etc., muy frecuentes en el teatro áulico en general, y especialmente en esta loa de sor Juana, que se copian en las impresiones de forma abreviada, las desarrollamos completas, numerando los versos reales que se pronuncian en la representación teatral. Anotamos todos aquellos aspectos que pueden aclarar el sentido de los pasajes dificultosos para que el lector de este momento pueda entender correctamente esta loa.
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Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
Loa Al luminoso natal Loa a los años del Rey Nuestro Señor CaRlos Segundo, que celebra Don JosÉ de la Cerda35, primogénito del señor Virrey Conde de Paredes36. Personas que hablan en ella. Eolo, dios de los Vientos. *Siringa, diosa de las Fuentes37. Pan, de los Montes.
El Reflejo, que representa al señor don José.
Flora, diosa de las Flores. Cuatro coros de Música. Cantan dentro. Coro 1 * *
Al luminoso natal38 del sol hispano monarca39 que sin quemar ilumina y sin ofender abrasa, pues al común beneficio de sus luces soberanas todos conocen la deuda, ninguno niegue la paga.
Todos los coros
Y hagan la salva…40
Coro Coro Coro Coro
1 2 3 4
Las aves.
5
Las fuentes. Las flores.
Las plantas.
10
Sale el dios Eolo con corona de plumas, cuatro alas y un ramillete de plumas41.
35 Se
refiere a José de la Cerda Manrique de Lara, IV Marqués de La Laguna de Camero Viejo, nacido en México el 5 de julio de 1683. Es el primogénito de Tomás Antonio Manuel Lorenzo de la Cerda Enríquez de Ribera, III Marqués de La Laguna de Camero Viejo, y 28 virrey de Nueva España, y de María Luisa Manrique de Lara Gonzaga y Luján, XI Condesa de Paredes de Nava. Hay retrato del virrey (ver Rodríguez Moya, núm. 28, 196). 36 En realidad es Conde de Paredes consorte, pero se le conocerá por este título. Fue virrey de Nueva España de 1680 a 1686. 37 Dramatis personae: Seringa E1; corrigen los demás testimonios. 38 v. 1 natal: ‘nacimiento’ o el ‘día del nacimiento’ (Aut). 39 v. 2 sol hispano: la comparación del rey con el sol es tópica, ver Valbuena Briones, 1977. 40 v. 9 hacer la salva: aunque es frase hecha, aquí confluyen los sentidos de salva, el ”disparo de armas de fuego en honor de algún personaje, alegría de alguna festividad o expresión de urbanidad y cortesía”, y también el de ”canto y música que las aves hacen cuando empieza a amanecer” (Aut); es decir, la naturaleza canta con alegría para festejar el natalicio de Carlos II, lo que se repite en varios lugares de la loa. 41 v. 10 acot. Eolo… plumas: como se indica en el elenco de la loa, es el dios del Viento, que tradicionalmente se representa con alas (ver Ripa, Iconología, II, 414 y 416). Las alas tienen plumas, pero por el contexto vemos una ‘americanización’ de su imagen, es decir
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Eolo * *
Pues en Carlos, mejor sol42 a alumbrar el mundo nace, denle en clarines de pluma43 la enhorabuena las aves: trinen, trinen, trinen suaves44. 15
Coro 1
Trinen suaves.
Sale por el lado contrario Pan, con corona de hojas y un ramo de frutas45. Pan *
Pues a su influjo las plantas el ser y el augmento deben46, en las hojas y los ramos le rindan aplausos verdes: crezcan, crezcan, crezcan lucientes.
Coro 2
Crezcan lucientes.
20
Sale Siringa con corona de cristal y un ramillete de talcos, vestida de blanco.47
con las plumas con que se representa América, a lo indio (”un bello y artificioso ornamento, todo él hecho de plumas de muy diversos colores”, ”la corona de plumas es el adorno que suelen utilizar más comúnmente”, Ripa, Iconología, II: 108 y 109), según muestran innumerables testimonios (ver Rubial, 2001; Zugasti, 2005, passim). Estas alas se justifican con su llamada a las aves, y su número (cuatro) se corresponde con los cuatro vientos de la antigüedad (euro, céfiro, austro, bóreas). 42 v. 11 mejor sol: denominación que se repite en vv. 47 y 231. 43 v. 13 clarines de pluma: metáfora lexicalizada para el canto de las aves; comp. Bances, El español más amante y desgraciado Macías, vv. 1-4: ”Despierta, / que ya en dulces melodías / de la venida del sol / clarines de pluma avisan”. La procedencia gongorina de la imagen es clara, así como su influencia en la obra sorjuanina (ver Gates, Sarre, Buxó, 1960 y 2004 y Roses). 44 vv. 15-16 En E1, E2, E3, E4, E5, E7, E8 la disposición y lectura es errónea: ”Trinen, trinen, trinen / trinen suaves. / I. Cor. Trinen suaves.”, así como la de E6 que hace verso corto: ”trinen, trinen suaves, / I. Cor. Trinen suaves”. Corregimos al igual que hace MP, siguiendo el esquema trimembre de la intervención posterior (vv. 69-70) y de los restantes personajes y coros (vv. 21-22, 27-28, 33-34, 115-116, 165-166, 215-216). 45 v. 16 acot. Pan… ramo de frutas: en el elenco es el dios de los Montes. Según Covarrubias, ”los poetas antiguos fingieron ser un dios de los pastores y dios de toda la naturaleza, como lo sinifica su nombre […] que vale totum vel omne”. En la loa no se recoge esta iconología, donde se especializa y traslada su representación a las plantas y árboles (las almas vegetativas, v. 211), como sucede con Siringa (ver infra v. 22 acot.). 46 v. 18 augmento: cultismo gráfico habitual. 47 v. 22 acot. Siringa… talcos: la representación de Siringa (de blanco y cristal) se ajusta al elemento agua (fuentes), de la que es diosa, según el elenco; talco: ”Especie de piedra blanca, clara y transparente que se divide en delgadas hojas”, una de sus variedades es ”casi tan transparente como el vidrio” (Aut). Sin embargo, Siringa en la realidad mitógrafa se asocia a la música, ya que es una ninfa de la que se enamoró el dios Pan, y al ser perseguida por este pidió ayuda a los dioses que la convirtieron en cañaveral, por lo que al asirla Pan se halló con las cañas ”y como diese un gran suspiro, aquel aire hiriendo en ellas dio un dulce sonido, del cual tomó ocasión y argumento para formar la flauta” (Covarrubias, s. v. flauta). Relación con Pan y la música de la flauta que se recoge también en Conti (Mitología, 337) y Grimal (s. v. Siringe). Esta asociación, aparentemente arbitraria, quizá esté justificada y asociada al murmullo, la “música” del agua.
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Siringa
Pues el sueño de las fuentes con su hermosa luz despierta, denle en liras de cristal la feliz enhorabuena: corran, corran, corran risueñas.
Coro 3
Corran risueñas.
25
* Sale Flora vestida de primavera con corona de rosas y un ramillete de flores48. Flora * Coro 4
Pues a su vista las flores descogen fragrantes galas49, 30 háganle en ecos de olores recibimientos de grana: luzgan, luzgan, luzgan ufanas50.
* Luzgan ufanas.
Eolo * * *
Yo, que presidente dios de la raridad del aire51 soy y a quien toca el gobierno del imperio de las aves que su diáfano espacio en vagas diversidades iris animados pueblan, adornan vanos volantes, pues soy Eolo del viento, diáfana deidad vagante para quien son sus imperios firmes, aunque son instables52, viendo que de mejor sol el nacimiento se aplaude, quiero ser el que primero convoque, congregue y llame las canoras moradoras de sus puras rariedades53,
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48 v.
28 acot. Flora… flores: Flora ”es la potencia vegetativa que hace florecer los árboles; preside “todo lo que florece”” (Grimal, 204). 49 v. 30 descoger: ‘desplegar, extender’. 50 v. 33 luzgan: ‘luzcan’, arcaísmo no extraño en la época. 51 v. 36 raridad: ‘ligereza’ (”Cualidad que constituye una cosa en ser de rara”, Aut); en v. 52, rariedades; comp.: ”Unos son graves y pesados, como la tierra y agua, y otros ligeros y subtiles, como el fuego y aire. […] Y por esto, según los estoicos, los primeros dos padecen como materia, y los postreros obran como forma […]. Aunque Platón los consideraba dando a cada uno tres cualidades: al fuego, claridad y raridad y movimiento; a la tierra, obscuridad y densidad e inmovilidad” (Juan de Arce de Otárola, Coloquios de Palatino y Pinciano, 1550, en CORDE). 52 v. 46 instable: ‘poco firme, inseguro’ (Aut). 53 v. 52 rariedades: que MP considera error; ver v. 36; comp. el único testimonio que recoge el CORDE: ”Es de notar que aquello que es de natura de ayre se mueve al lugar del ayre y
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* * *
para que en dulces motetes54, para que en diestros discantes55, para que en trinos acordes y en mensurados56 compases, de su volante capilla57 haciendo armonioso alarde, su misma región admiren el viento que habitan, paren suspendiendo con los ecos el que con las alas baten aplaudiendo su venida, pues no será nuevo darle las norabuenas al sol la capilla de las aves, porque al ver en el oriente sus resplandores brillantes trinen, trinen, trinen suaves.
Coro 1
Trinen suaves.
Siringa * *
Eolo, dios de los vientos, yo sin hacer resistencia te concedo la razón que de ser primero alegas, que no todos los asumptos se han de introducir por tema58 y más cuando yo a aplaudir vengo a Carlos, tan atenta a su obsequio que no solo a ti que debo por deuda cederte la primacía, mas sin duda la cediera a otro como resultara en más gloria de la excelsa
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el ayre en toda parte tiene lugar, y el vapor tiene natura de ayre en quanto su rariedad, assí que no se mueve fuera de su lugar” (Pedro de Medina, Arte de navegar, 1545). 54 v. 53 motete: composición vocal ”cuya letra es alguna sentencia de lugares de la Escritura […] se dijo motete, sentencia breve y compendiosa, dando a entender a los maestros de capilla que la letra ha de ser breve, y no han de componer a modo de lamentaciones” (Covarrubias); aquí prima la brevedad, alegría y dulzura. Ver v. 308. 55 v. 54 discante: ”Concierto de música, especialmente de instrumentos de cuerda” y discantar: ‘cantar’, ”echar el contrapunto sobre algún paso” (Aut). Comp. Sor Juana Inés de la Cruz, Villancicos y letras sacras, 340-341: ”El tenor gorgoree, / la vihuela discante, / el rabelillo encante, / la bandurria vocee, / el arpa gargantee”. 56 v. 56 mensurado: ”Lo mismo que medida. Es voz puramente latina” (Aut). 57 v. 57 capilla: el coro de músicos de las iglesias, palacios, etc. Especialmente importante es la ”capilla real, los cantores del rey” (Covarrubias), operativa aquí por el contexto. 58 v. 76 tema: en sus dos sentidos, ”el sujeto, proposición, o texto, que se toma por argumento, asunto, o materia de un discurso” y ”porfía, obstinación o contumacia en un propósito, u aprensión” (Aut).
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* * * * *
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majestad suya, porque59 85 quien solo servirle intenta quiere acomularle60 aplausos, no disputar precedencias61. Y pues yo reino en las fuentes62, como tú en los vientos reinas, 90 siendo diosa tutelar de su cristalina esfera, pues soy la ninfa Siringa a quien rinden obediencia cuantas náyades hermosas63 95 en líquidas transparencias de alcázares de cristal ocupan tronos de perlas, pues tú en tu imperio convocas toda la alada caterva64, 100 yo convocaré en el mío todas las fuentes parleras, porque unas con transparentes y otras con arpadas lenguas, ya en gorjeos, ya en mormullos, 105 ya en corrientes, ya en cadencias65, la bienvenida le demos, y las fuentes lisonjeras hagan a su luz hermosa salva con balas de perlas66. 110 Y en señal de que a su vista se desatan las cadenas que por parleras la noche
59 v.
85 porque: debe leerse agudo, modificación acentual usual por necesidades métricas y de rima, ver Morley, 1927. Otros casos en vv. 213, 484, 516… 60 v. 87 acomular: vacilación vocálica usual en la lengua áurea. 61 v. 88 precedencias: ”el derecho de preceder en lugar o asiento en juntas o funciones públicas” (Aut); es cuestión fundamental en el protocolo (ver Weller, 2009). 62 v. 89 yo reino en las fuentes: yo reino en las aves E1, E2, E3, E4 y E7; yo reino en las fuentes E5, E6, E8, MP, que creemos la buena lectura por el sentido (ver nota v. 22 acot.) y contexto. 63 v. 95 náyades: ”Las ninfas de las fuentes y los ríos” (Covarrubias); ”encarnan la divinidad del manantial o del curso de agua que habitan” (Grimal, 372). 64 v. 100 alada caterva: ‘multitud’, ”suele decirse de los animales y otros vivientes” (Aut). 65 vv. 102 y ss. parleras… arpadas lenguas… mormullos… cadencias: acumulación retórica (paralelismos, bimembración, quiasmos…) de lugares comunes en torno a las aguas (parleras, transparentes, mormullos, corrientes) y las aves (arpadas lenguas, gorjeos, cadencias); mormullo: ”El ruido que hace el agua cuando va corriendo suavemente” (Covarrubias); parlero: ‘hablador’, pero ”se aplica también a las aves que cantan” y metafóricamente ”a algunas cosas que forman ruido armonioso, como las fuentes, los arroyos” (Aut); gorjeo: ‘canto de algunos pájaros’, y arpada: ”Dícese de los pájaros de canto grato y agradable” (DRAE). Comp. Covarrubias: ”Esta avecica tiene la lengua harpada y por esto imita la voz humana, y no solo una voz, pero muchas juntas en armonía” (s. v. tordo). 66 v. 110 balas: basas E1, E4; valas E2, E3, E5, E6, E7, E8, MP, que es la buena lectura por el contexto: las balas de la salva son perlas, imagen tópica del agua; comp. Lope, La Dorotea, 176: ”Ya lloraba el aurora, / y abriendo clavellinas, / como miraban perlas, / pensaban que era risa”. Ver v. 9 y nota; la naturaleza sigue con alegría rindiendo homenaje al rey.
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impuso a su ligereza, corran, corran, corran risueñas.
Coro 2
Corran risueñas.
Flora Si solo aplaudir a Carlos es el intento que os llama, yo que diosa de las flores soy, a cuyo estudio campa por cándida la azucena, la rosa67 por encarnada, pues soy Flora, en cuyo rostro más que en mi cultura sabia de nieve y carmín las rosas tienen florida enseñanza, siendo la deidad que habita su fragrante ameno alcázar, bien de que me admitiréis podré tener confianza al festejo, porque donde urbanamente68 hermanadas corren risueñas las fuentes y alegres las aves cantan, * luzgan vistosas las flores, pues no es menor consonancia que la que halaga al oído la que a los ojos69 halaga, demás que la luz de Carlos no es más benéfica y clara a las aves que despierta ni a las fuentes que desata que a las flores que ilumina, pues las que en la noche estaban marchitas, mustias y tristes y en el botón encerradas70, * temerosas de que el yelo * no les robase las galas, apenas del sol luciente sienten la hermosa llegada de que la aurora les da
67 vv.
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121-122 azucena… rosa: simbolismo tradicional de los colores de las flores: la azucena, lo es de pureza, y por tanto se asocia a lo cándido, blanco, puro; la rosa es la reina de las flores por su olor, color, y se relaciona con la pasión amorosa, etc. Ver Gállego, 235 y ss. 68 v. 132 urbanamente: ‘convenientemente, con cortesía’. 69 vv. 137-138 oído… ojos: alude a la tópica disputa sobre la primacía de uno u otro sentido, muy frecuente en el enamoramiento (ver Ynduráin, 1983). 70 v. 146 botón: ”En las flores es la misma flor antes de abrirse, que está cerrada y cubierta de las hojas que defienden las interiores” (Aut).
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* * Coro 3
rozagantes embajadas71, cuando rompiendo el capillo72 y desabrochando el ámbar explican la vana pompa de colores y fragrancias y exhalándose en aromas toda su pura substancia como en retorno del bien73 a su deidad se consagran ofreciendo humos sabeos74 con incensarios de nácar, y así pues su luz hermosa sale ya a vivificarlas, luzgan, luzgan, luzgan ufanas.
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* Luzgan ufanas.
Pan * *
Luzgan norabuena, pero antes que a lucir empiecen será razón que me escuchen, y que pues aves y fuentes se han unido con las flores no a las plantas se les niegue, ya que el primero no sea75 aquel lugar que merecen, que no es digno de repulsa el que tan modestamente viene al obsequio que aquello mismo que es suyo pretende. Que si por su bienhechor al sol las flores le deben dar gracias, con más razón esa obligación compete a las plantas y con más ventajas, pues les exceden
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175
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71 v.
152 rozagante: ”La vestidura vistosa y muy larga. Pudo decirse así por ir por lo regular rozando con el suelo” (Aut), propia de las ceremonias de las cancillerías (embajadas), y por ello también ‘anuncios de la aurora en la tierra’. 72 v. 153 capillo: ”El que ponen al recién baptizado en la pila, en figura de la vestidura cándida de la gracia” (Covarrubias), que juega metonímicamente con el capullo de la flor que se abre al amanecer: ”El botón de las flores, especialmente de las rosas, porque están encerradas dentro de él y le abren ellas mismas para salir” (Aut, s. v. capullo). Algunos editores (E5, E6, E8, MP) leen capullo en vez de capillo, pero el contexto (abrirse las flores al amanecer) puede apoyar el juego de capillo. 73 v. 159 retorno del bien: en reciprocidad al bien recibido por el sol, las flores le ofrecen su aroma y belleza, idea que se repite en retorno del beneficio de los vv. 197-198. 74 v. 161 humos sabeos: el humo ‘aroma’ del famoso incienso de Sabá; incienso: ”Le hay con abundancia en la Arabia, y principalmente en el Reino de los Sabeos […]. Esta goma quemada en el fuego, arroja un humo oloroso, y su uso más frecuente es en las funciones eclesiásticas” (Aut). Ver testimonios en Arellano, Diccionario de autos sacramentales, passim. 75 v. 173 ya que: ‘aunque’, valor concesivo normal en la época.
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lo que hay de flores a frutos * lo que de olores a mieses, y juzgo que con razón es digno de anteponerse el provecho al lucimiento, * la utilidad al deleite. Y pues la generativa virtud76 del sol es quien puede hacer entoldar los troncos * de lozanos capiteles a cuya frondosa sombra opimos los frutos crecen77, razón será que en retorno del beneficio corteses en las aras de las ramas le ofrezcan víctimas verdes. Y pues yo de sus frescuras soy frondoso presidente a quien adoran los bosques, pues soy Pan, que decir quiere78 todo, porque soy el todo de las deidades agrestes, a quien como a su mayor rendidamente obedecen faunos, sátiros, silvanos79, * semidioses, que silvestres son vegetativas almas80 que hacen las plantas vivientes, los convocaré, porque al ver que el sol amanece
76 vv.
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191-192 generativa virtud: ‘su poder de dar vida’; generativo: ”Lo que tiene virtud y actividad de engendrar o producir alguna cosa” (Aut); comp. Fray Luis de León, De los nombres de Cristo: ”Porque en el aurora cae el rocío con que se fecunda la tierra, prosiguiendo en su semejanza, a la virtud de la generación llamola rocío también. Y a la verdad así es llamada en las divinas letras, en otros muchos lugares, esta virtud vivífica y generativa con que engendró Dios al principio el cuerpo de Cristo” (189). 77 v. 196 opimo: ‘rico, fértil, abundante’ (Aut). Ver testimonios en Arellano, Diccionario de autos sacramentales, passim. 78 vv. 204-205 Pan… todo: es juego frecuente a partir de la etimología griega, como señala Covarrubias: ”Los poetas antiguos fingieron ser un […] dios de toda la naturaleza, como lo sinifica su nombre […] que vale totum vel omne”. 79 vv. 209-210 faunos, sátiros, silvanos: en el siguiente verso se catalogan de semidioses, y efectivamente se consideran genios, todos relacionados con la naturaleza; los faunos son genios selváticos y campestres, compañeros de los pastores (Grimal, 193), ”dioses de los agricultores” (Conti, 342); los sátiros son genios de la Naturaleza (Grimal, 475), que ”vagaban por las selvas, a quienes les salían al encuentro los ganados y rebaños, para que no perjudicaran a éstos los incluyeron entre los dioses de los pastores” (Conti, 339); Silvano es divinidad que preside los bosques y se identifica asimismo con Pan (Grimal, 481). 80 v. 211 vegetativas almas: el alma se divide en vegetativa, sensitiva y racional (ver Huarte de San Juan, Examen de ingenios, 293-320). Comp. Bances, El español más amante y desgraciado Macías, vv. 205-209: ”Tantas verdes hamadrías / que encarceladas en troncos / y de cortezas vestidas / son de estos frondosos cuerpos / las almas vegetativas”.
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crezcan, crezcan, crezcan lucientes.
Coro 4
Crezcan lucientes.
Eolo Siringa
Pues unidos todos cuatro nuestra aclamación empiece convocando yo a las aves.
Flora
Yo a las rosas y las flores.
Pan
¡Ah del imperio vago de las aves!
* ¡Ah del fluxible reino de las fuentes!81
Flora
¡Ah de la amena patria de las flores!
Pan
¡Ah del dominio de las plantas verdes!
Coro 1
¿Qué quieres a las aves?82
Coro 2
¿Qué a las aguas les quieres?
Coro 3
¿Qué mandas a las flores?
Coro 4
220
* Yo a los árboles y mieses.
Eolo Siringa
Yo a los ríos y a las fuentes.
215
225
* ¿Qué en las plantas pretendes?83 230
Eolo
Yo que pues el mejor sol baña de luz soberana de esplendores de oro y grana el hemisferio español, a su divino arrebol haciendo salva las aves sonoras, dulces y graves el vuelo a su luz inclinen.
Coro 1
Trinen, trinen, trinen, trinen suaves.
Siringa
Yo que pues su luz ardiente borda de finos rubíes
235
240
81 v. 224 fluxible: fruxible E1, E2, E3, E4; fluxible E5, E6, E7, E8, MP, que es la lectura correcta de este latinismo, ‘fluido, líquido’ (DRAE), y que preferimos en vez del vulgarismo fruxible, por rotacismo. El término es muy afecto a sor Juana, ver en MP las loas 376, vv. 204-205 y 438-439; 379, vv. 155-157 y 194; 380, v. 126… 82 vv. 227-228 querer: ‘mandar’ (Aut). 83 v. 230 Falta en E1, E2, E3, E4, E7, pero la simetría del pasaje musicado hace necesario este verso perdido en E1 por error del cajista probablemente, que restituimos según E5.
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* *
los tapices carmesíes con que se adorna el oriente, no quede río ni fuente que sonoras y halagüeñas no den de su afecto señas y por los prados que bordan84:
Coro 2
Corran, corran, corran, corran risueñas.
Flora *
Yo que pues su rostro bello, que es de dos mundos oriente, corona el sol de su frente con los rayos del cabello, hagan al llegar a vello todas las flores lozanas a sus luces soberanas salva y porque la introduzgan:
Coro 3
245
250
255
* Luzgan, luzgan, luzgan, luzgan ufanas.
Pan
Yo que pues su ardiente coche85 a las plantas y las flores restituye los colores que les usurpó la noche, quitando el dorado broche a las cortinas ardientes al mirarlo reverentes las plantas salvas le ofrezcan.
Coro 4
Crezcan, crezcan, crezcan, crezcan lucientes.
Eolo
* Y con sus ecos suaves86…
Coro 1
*
Siringa
* Y con sus dulces corrientes…
Coro 3
84 v.
265
Las aves.
Coro 2 Flora
260
Las fuentes. Y con cláusulas de olores… Las flores.
247 bordan: borran E1, E2, E3, E4, E7; bordan E5, E6, E8, MP, que aceptamos por buena lectura (ver v. 241). La imagen es tópica y se repite en el v. 531 donde las flores bordan los tapetes. Sin embargo, borran podría ser válido también en un sentido metafórico ‘hacen desaparecer con el curso, trayecto de las aguas por sus cauces’, que guardaría mejor la rima del pasaje (inclinen / Trinen, vv. 238-239; borran / Corran, vv. 247-248; introduzgan / Luzgan, vv. 256-257; ofrezcan / Crezcan, vv. 265-266). 85 v. 258 coche: es el coche del Sol, que según la leyenda, cogió su hijo Faetón, el cual con su inexperiencia quemó la tierra (Pérez de Moya, Philosofía secreta, 242). 86 v. 267 con sus ecos: en sus ecos E1, E2, E3, E4, E7; con sus ecos E5, E6, E8, MP, que aceptamos porque facilita la medida versal y mantiene el paralelismo con los versos siguientes (con sus dulces, con cláusulas, con sus verdes).
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Pan Coro 4
Y con sus verdes gargantas…
*
Las plantas. 270
Eolo
Le den alabanzas tantas cuantas a su honor convienen, pues por bienhechor le tienen aves, fuentes, flores, plantas.
Coro 1
Aves.
Coro 2 Coro 3
Fuentes.
*
Flores.
Coro 4 Eolo
Plantas. Sus dulces voces afinen.
Coro 1 Siringa
Trinen. Las fuentes mi voz socorran.
Coro 2
Corran.
Flora
* Mi eco las flores conduzgan.
Coro 3
*
Pan
Luzgan. Mi amor las plantas ofrezcan.
Coro 4
Crezcan.
Siringa
Y porque el favor merezcan de Carlos en glorias tantas:
Coro 1
Aves.
Coro 2
Flores.
Coro 4
Coro 2 Coro 3
*
Coro 4 Eolo Coro 1
280
Fuentes.
Coro 3
Coro 1
275
Plantas. Trinen. Corran. Luzgan. Crezcan. Porque cantando las aves… Suaves.
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Flora
Y las flores más tempranas…
Coro 2 Pan
Ufanas. Y los árboles valientes…
Coro 3 Siringa
Lucientes. Y las fuentes halagüeñas…
Coro 4 Flora
Risueñas. Dando de su afecto señas a sus luces soberanas con hacerle salva.
Coro 1 Coro 2
Ufanas.
290
Suaves.
Coro 3
Lucientes.
Coro 4
Risueñas.
Eolo Aves. Siringa
Fuentes.
Flora
Flores.
Pan
Plantas.
Eolo Trinen. Siringa Flora
Corran.
*
Luzgan.
Pan
Crezcan.
Eolo Suaves. Flora
Ufanas.
Pan
Lucientes.
Siringa Coro 1 Coro 2
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Risueñas. Aves. Fuentes.
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
Coro 3
Flores.
Coro 4 Coro 1 Coro 2 Coro 3
Plantas. Trinen. Corran.
*
Luzgan.
Coro 4 Coro 1 Coro 2
Crezcan. Suaves. Ufanas.
Coro 3
Lucientes.
Coro 4 Eolo * Siringa Flora
Risueñas. Las aves le canten dulces, las fuentes le lisonjeen, las flores le ofrezcan grana, las plantas le den laureles, gozando glorias tantas87 las aves.
Coro 2 Coro 3 Coro 4 Siringa
300
Las fuentes. Las flores.
Pan Coro 1
295
Las plantas. Las aves. Las fuentes.
305
Las flores. Las plantas. Las fuentes corran canoras, las aves canten motetes88, las plantas den dulces frutos, las flores den ramilletes, y ofrézcanle loores las fuentes.
310
87 v.
302 gozando glorias: Siguiendo el esquema métrico del pasaje debe ser heptasílabo, como los vv. 311, 320 y 329. Corregimos por tanto como MP. 88 v. 308 motetes: ver v. 53.
125 ■
Taller de Letras NE1: 95-137, 2012
Eolo Pan
Las aves. Las plantas.
Flora Coro 1
Las flores.
* Las fuentes.
Coro 2 Coro 3
Las aves. Las plantas.
Coro 4 Pan * * Flora
Las flores. Las plantas den fresca sombra, las flores perfumes quemen89, las aves trinen acordes, las fuentes corran alegres, y asistan reverentes las plantas.
Siringa Coro 1
Las aves. Las fuentes. Las plantas.
Coro 2 Coro 3 Coro 4 Flora * Siringa
89 v.
320
Las flores90.
*
Eolo
315
Las flores. Las aves. Las fuentes. Las flores luzgan vistosas91, 325 las fuentes corran perenes, las plantas crezcan lozanas, las aves trinos estrenen, saludándole graves las flores. Las fuentes.
330
317 perfumes quemen: el fumis quemen E1, E2, E3, E4, E7; perfumes quemen E5, E6, E8, MP, que aceptamos por el sentido (ver nuestro comentario en “Nota textual”). 90 vv. 321-322 flores… Eolo: en todas las ediciones el orden de locutores es Eolo, Flora, que invertimos para mantener la rima de la quintilla, apoyados por ser el que indica Pan y siguen los coros (vv. 316-319; 323-324). 91 v. 325 luzgan vistosas: luzcan vistosas E5; luzgan vistosas E6, E8, MP; canten vistosas E1, E2, E3, E4, E7, que no tiene sentido y rompe las atribuciones y paralelismos.
■ 126
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
Pan
Las plantas.
Eolo Coro 1 Coro 2 Coro 3 Coro 4
Las aves. Las flores. Las fuentes. Las plantas. Las aves.
Eolo
Pues le deben honras tantas…
Música92
Aves, fuentes, flores, plantas.
Siringa
Pues merecen sus favores…
Música
Fuentes, aves, plantas, flores.
Flora
* Pues deben serle obedientes…
Música
Flores, plantas, aves, fuentes.
Pan
Dándole aplausos suaves…
Música
335
340
* Plantas, flores, fuentes, aves.
Eolo *
Y porque con mejor viso93 lleguen nuestros parabienes, oh excelso sagrado Carlos, que aunque parecéis ausente no lo estáis, que a la lealtad nunca hay ausencia en los reyes, y así, aunque parece que lo estáis, señor, atendedme como muy presente, porque os tengo yo muy presente. Y porque con mejor viso, otra vez repito, lleguen94 a vuestros sagrados oídos nuestras voces reverentes, quiero probar que los cuatro
345
350
355
92 v.
335 En todas las ediciones locutor “M.”, que interpretamos “Música”. 342 viso: ”La onda de resplandor que hacen algunas cosas heridas de la luz” (Aut), o sea el ‘reflejo, la apariencia’; ver testimonios en Arellano, Diccionario de los autos sacramentales, passim. 94 v. 353 otra vez repito: estilema de éxito sobre todo a partir de Calderón; ver testimonios en la introducción de Oteiza a su edición banciana de El español más amante y desgraciado Macías, 23, nota 22. 93 v.
127 ■
Taller de Letras NE1: 95-137, 2012
en el modo que conviene vuestra deidad retratamos, pues aunque en más excelente grado lo comprehendéis todo, 360 basta para parecerse ser dulce como las aves ser puro como las fuentes, ser bello como las flores, ser como las plantas fértil95. 365
Siringa *
Detente, pues, no prosigas96, que si retratar pretendes las perfecciones de Carlos, nadie parecer se puede sino el reflejo a sus luces97. 370
Flora
Bien dices, pues solamente puede parecerse al sol quien el mismo sol engendre.
Pan Es verdad, porque sus luces * retratarse no consienten sino de sus mismos rayos, sirviéndole de pinceles, y dar los años a Carlos solo puede dignamente quien sea perfecta imagen suya.
375
380
Eolo ¿Pues quién serlo puede sino el Reflejo?, y así98 me parece conveniente * llamarle. Siringa * *
95 v.
No es menester, porque ya en la transparente superficie de las aguas, de los rayos refulgentes el sol se forma99.
385
365 fértil: rima simulada o equivalente habitual en la época, que se da en asonancias varias, y en é-e, con palabras como fénix, débil… 96 v. 366 Detente, pues, no prosigas: Detente, no prosigas E1, E2, E3, E4, E7; Detente, pues no prosigas E5, E6, E8, MP, que corrige la hipometría de E1 y aceptamos. 97 v. 370 reflejo a sus luces: ecos neoplatónicos, avalados por la tradición y la formación sorjuanina: ver González, 1998, especialmente 45 y ss.; López Poza, 2003; Olivares, 2008. 98 vv. 382-390 El Reflejo, asociado al Sol, es decir al fuego, completa ahora la simetría de los elementos de la Naturaleza, y se ha reservado para mayores simbologías: el rey y su reflejo (ver Wilson, 1976 y Flasche, 1981). Siringa adelanta la escenografía de la llegada de Reflejo. 99 vv. 388-389 En E1, E2, E3, E4, E7 se lee ”el Sol se forma, / Pan. Y en trono de cristales aparece” que redistribuimos para su medida como E5, E6, E8 y MP.
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Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
Pan * *
Y en trono de cristales aparece y como a segundo sol100 390 aves, plantas, flores, fuentes solemnizan su venida, diciendo en coros alegres:
Córrense dos cortinas y aparece en un trono el Reflejo, galán, vestido de rayos y canta la Música. Música
Bien venga el Reflejo, pues él solo puede dar al sol de Carlos dignos parabienes.
Coro 2 *
El Reflejo es rayo y es bien si se advierte que la edad del sol por rayos se cuente.
Coro 3 *
De José en nombre, porque solamente es bien que a José luces representen.
Coro 4 * *
No su edad le excuse, que antes es bien muestre que empieza a alumbrar desde que amanece.
Reflejo
Yo soy el Reflejo que del sol ardiente goza entre sus rayos lucida progenie, pues cuando las lisas superficies hieren en ellas retratan su forma luciente, y como el sol Carlos, a quien obedece todo el luminoso imperio celeste, pues si en una cifra el nombre pusiesen de Carlos no hay duda que quien lo leyese
395
400
405
410
415
420
425
100 v.
390 segundo sol: ecos de las alegorías autosacramentales en que el segundo Adán, Isaac, es Cristo, el segundo sol, el salvador (ver Arellano, Diccionario de los autos sacramentales, passim).
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Taller de Letras NE1: 95-137, 2012
leyera Sol claro101, pues en sí contiene las letras con solo doblar la O y la L, pues si es claro Sol 430 sin inconvenientes de densos nublados, * ni vapores leves102 que impidan que pasen sus rayos lucientes, 435 * para que en las aguas su imagen engendren, y si Europa por más oriental puede ser cielo respecto 440 de nuestro occidente, y que a sus influjos no impiden ni ofenden * ácueos nublados103, * vapores terrestres, 445 fuerza es que la imagen de Carlos se muestre en la Real Laguna104 tersa y transparente del marqués invicto, 450 que enlaza prudente pacífica oliva a invictos laureles105, y así cual reflejo en ella aparece 455 José del sol Carlos claro descendiente.
101 vv.
422-426 cifra… Carlos… Sol claro: cifra: ‘clave’ (”escritura enigmática, con caracteres peregrinos, o los nuestros trocados unos por otros, en valor o en lugar”, Covarrubias). Son juegos habituales, y para los referidos al nombre de Carlos II, ver por ejemplo Bances, loa de Cómo se curan los celos y Orlando furioso, 47 y 48, y vv. 197 y ss. 102 v. 433 vapores: pavores E1, E2, E3; “vapores” el resto de ediciones que es la lectura buena avalada por el sentido y contexto (ver v. 445). 103 vv. 444-445 ácueos… vapores: aqueos E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, MP; aquos E8; ácueos: es latinismo ‘acuosos’, aquí porque producen agua, lluvia (”Cosa tocante al agua. Es voz puramente latina”, Aut, s. v. aqueo; ”De agua. De naturaleza parecida a la del agua”, DRAE, s. v. ácueo). Como señala Covarrubias, s. v. agua: ”Sube al aire y le altera y, lo que más es, que está sobre los mesmos cielos […] Levantándose en el aire por vapor, riega la tierra y la fertiliza. Ella tiene virtud de refrigerar, de limpiar, de ablandar y humedecer”. 104 v. 448 Real Laguna: recuérdese que el Conde de Paredes es Marqués de La Laguna de Camero Viejo. 105 vv. 452-453 pacífica oliva… invictos laureles: el marqués aúna la antítesis del que triunfa en la paz (oliva) y en la guerra (laurel del vencedor); la oliva remite desde la Biblia a la paloma que la trae en el pico tras el diluvio como símbolo de la paz (Génesis, 8, 11), y es imagen recogida por la iconología (ver Ripa, Iconología, II, 183); laurel: es conocida la relación de los romanos con el laurel, quienes no solo ceñían las cabezas de los poetas, ”pero también las sagradas cabezas de los emperadores en sus triunfos y pompas” (Covarrubias).
■ 130
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
José que del sol imagen contiene de sangre que es luz puros rosicleres, y pues José solo ser retrato puede que sus perfecciones copie dignamente y hoy pisa el sol Carlos con pasos lucientes el último signo106 del zodiaco ardiente, a José, que es solo su imagen, compete celebrar sus años.
Coro 1
Pues él solo puede dar al sol de Carlos dignos parabienes.
Reflejo *
Y puesto que apenas al mundo amanece cuando de leal tal muestra dar quiere que antes de cumplir un año107 pretende celebrar de Carlos años que él no tiene, mostrando que, aunque sus tiernas niñeces ignoran si viven, saben lo que deben y que por renombre más alto apetece el de leal vasallo que el de real pariente y que, aunque impedida
460
465
470
475
480
485
490
106 v.
468 último signo: al ser el cumpleaños del rey en noviembre la alusión es clara, pero parece haber un error, pues al monarca le correspondería el signo de Escorpio, poco poético (ver Olivares, 2008, 175); por otro lado recuérdese que el hijo del virrey, José, nace en julio, mes en que el sol entra en el signo zodiacal de Leo (ver Aut), pero la relación entre ambos no queda clara. En la loa al mismo rey, Hoy, al clarín de mi voz (MP, 374) se alude a esa circunstancia zodiacal, y se relaciona el natalicio con el león y el sol: ”Hoy es el día / en que el león de España, Carlos, / para iluminar el Mundo / nació entre divinos rayos” (283); MP no aclara más cuando comenta que ”Este Sol, que es el Rey” no pisa ”en el sentido real astronómico, que no cabe en noviembre, puesto que el “duodécimo y último signo es Pisces … y entra el Sol en él los 19 de febrero […]”, sino en cuanto que entonces clausuraba un nuevo círculo anual de su vida” (679, nota a vv. 474-477). 107 vv. 480-481 antes de cumplir / un año: esta referencia permite datar la loa para el cumpleaños de Carlos II el 6 de noviembre de 1683. Si el niño nace en julio de 1683, en noviembre efectivamente no llega al año (cuatro meses).
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Taller de Letras NE1: 95-137, 2012
*
su lengua enmudece, da en sus venas voces la sangre que hierve, que como es de Carlos desde ahora quiere salir de sus venas para defenderle, y el alma que como es suya en fin vence de naturaleza las comunes leyes, ya la edad rompiendo los fueros que tiene hace a la razón que el tiempo dispense por darle los años.
Música
Que es bien, si se advierte, que la edad del sol por rayos se cuente.
Reflejo * *
Y así yo en su nombre, ufano y alegre108, al excelso Carlos doy los parabienes.
Eolo *
Yo deseo que su edad floreciente más que átomos yo los siglos numere.
Música * Y consistente aun el viento mismo su deidad venere. Siringa Música
Yo que más que granos de aljófar corriente al mar le tributan los ríos y fuentes. Y que perennes solo aplausos suyos a los mares lleven.
Flora
Yo que más que flores bordan variamente
108 v.
495
500
505
510
515
520
525
530
513 ufano y alegre E5, E6, E8, MP; ufana y alegre E1, E2, E3, E4, E7, que es error de concordancia, porque el sujeto es Reflejo; ufana se refiere a la poetisa, intermediaria, pero también expresamente partícipe, entre el niño José (Reflejo) y el rey, y podría entenderse como un lapsus voluntario de la autora para participar en los parabienes. Con todo, al ser una hipótesis, preferimos ajustar la sintaxis.
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Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
de la primavera los frescos tapetes.
Música Pan
Y que lucientes en edad florida siempre se conserven.
Música
Yo que más que hojas en abril guarnecen los troncos y ramas de follajes verdes.
535
540
* Y que respecten109 * rayos de los años * sus altos laureles.
Reflejo * *
Y tu soberana consorte en quien deben carmín los jazmines, candor los laureles.
Música Que eternamente el cuello de Carlos * amante encadene. Eolo
La francesa110 Venus que en belleza excede a la que de Adonis111 lamentó la muerte.
Música
Que en sí tiene imperio más alto que Carlos posee.
Siringa
La gran Mariana112 que en que Carlos reine goza el privilegio de reinar dos veces.
545
550
555
560
109 vv.
541-543 El verso 542 es hipermétrico (heptasílabo en estructura de hexasílabos) en E1, E2, E3, E4, E7, y ha dado lugar a enmiendas: “los rayos sus años” E5, E6, E8, MP, que extienden al verso siguiente: “como altos laureles” E5, E6, E8, MP. Entendemos que el verso se arregla, como proponemos, con la mínima intervención; respecten: es forma usual y ampliamente documentada. 110 vv. 544 y ss. soberana consorte… francesa: María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV de Francia, su primera esposa, con quien se casa en 1679, y de la que enviuda en 1689. 111 vv. 551-553 Venus… Adonis: Adonis es personaje mitológico prototipo de la belleza masculina, de quien se enamoró Venus, provocando los celos de Marte, que se transformó en jabalí y mató a Adonis (ver Grimal, 7-9). 112 v. 558 Mariana: Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV, fue reina consorte con su esposo, y regente en la minoría de edad de su hijo Carlos II. Era conocida como la reina madre, por eso reina dos veces, como madre del rey y por ser la reina madre.
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Taller de Letras NE1: 95-137, 2012
Música
Que quien quiere en lo amado goza más que en sí los bienes.
Pan
Y el Cerda invencible113 565 en quien resplandece el resplandor claro de su real progenie.
Música Y así atiende * que más con el deudo114 570 * las deudas crecen. Flora
Y la alta María115 tan divina siempre que de humana solo lo visible tiene.
Música
Que enmudece todos los elogios porque los excede.
Reflejo
Y el José glorioso que en su tierno oriente este obsequio corto a su rey ofrece.
Música
Porque quiere parecer Amor116 ya que Amor parece.
Eolo *
Y el docto senado117 que en balanzas fieles igual equilibra lo justo y clemente.
Pan
Y los tribunales
575
580
585
590
113 v. 565 el Cerda: es decir, el virrey Tomás de la Cerda, padre del niño que dedica esta loa al monarca. Ver preliminares de la loa. 114 v. 570 que más con: a que mas E1, E2, E3, E4, E7, lectura que hace el verso largo (heptasílabo en estructura de hexasílabos); aceptamos la enmienda de E5, E6, E8, MP, que amplían también al verso siguiente, innecesariamente a nuestro entender. Se repite aquí la situación de los vv. 541-543. 115 v. 572 María: la esposa del virrey, María Luisa Manrique de Lara. Protectores y mecenas de sor Juana (ver Sabat de Rivers, 1993, 10-15). 116 vv. 583-585 Amor: el niño José se asemeja a Cupido, que como se sabe en la iconología se representa como niño, y lo es, como anota MP, por niño y por el amor que expresa al rey. 117 vv. 586 y ss. docto senado… plebe: la fórmula de cierre tradicional (senado) se amplía a todos los estamentos (tribunales, damas, ciudad, nobleza y plebe), el cuerpo (”agregado de personas que componen un pueblo, república o comunidad”, Aut); puede ser recurso retórico o quizá la loa pudo representarse también al pueblo.
■ 134
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
E. Duarte y B. Oteiza
a quien ennoblecen de reales ministros cargos preeminentes.
Flora
Y las bellas damas con quien enmudece el amor preciado de más elocuente.
Siringa *
Y la gran ciudad, la nobleza y plebe leal cuerpo de tantos timbres diferentes118.
Reflejo
Los años de Carlos felices y alegres como quieren tengan, pues son como quieren, y porque el obsequio como empezó cese de José en nombre diré una y mil veces:
595
600
605
Toda la Música
Que es bien, si se advierte, que la edad del sol por rayos se cuente.
610
Variantes119 Dramatis Siringa, diosa] Seringa, Diosa E1 1 8 14 15
MP antes del primer verso introduce: Escena I ninguno niegue] ninguno niega E3, E5, E6, E8 la enhorabuena] la enoribuena E4 Trinen, trinen, trinen suaves] Trinen, trinen, trinen / trinen suaves E1, E2, E3, E4, E5, E7, E8; trinen, trinen suaves, / I. Cor. Trinen suaves E6 18 y el augmento] y el aumento E5, E6, E7, E8 28 acot. con corona] cn corona E3 33 luzgan, luzgan, luzgan ufanas] luzcan, luzcan, luzcan ufanas E5, MP 34 Luzgan ufanas] Luzcan ufanas E5, MP; después de este verso MP introduce la acotación: Escena II
118 v.
601 timbre: ”La insignia que se coloca sobre el escudo de armas para distinguir los grados de nobleza” (Aut), metonimia por la nobleza de los espectadores. 119 Los testimonios con sus datos completos pueden verse en la “Nota textual”.
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35 51 52 56 62 69 75 77 87 89 98 107 110 135 147 148 153 165
que presidente] que prisidente E3 canoras moradoras] canoras moradas E4 puras rariedades] puras raridades MP en mensurados compases] en mesurados compases E4 el que con las alas] al que con las alas MP trinen, trinen, trinen suaves] trinen, trinen suaves E3, E5, E6, E8 todos los asumptos] todos los asuntos E5, E6, MP cuando yo a aplaudir] quando yo à plaudir E8 acomularle aplausos] acumularle aplausos MP yo reino en las fuentes] yo reino en las aves E1, E2, E3, E4, E7 ocupan tronos] ocupan troncos E3, E5, E6, E8 bienvenida le demos] bienvenida la demos E3 balas de perlas] basas? de perlas E1, E4 luzgan vistosas] luzcan vistosas E5, MP el yelo] el hielo MP las galas] las gslas E5 rompiendo el capillo] rompiendo el capullo E5, E6, E8, MP luzgan, luzgan, luzgan ufanas] luzcan, luzcan, luzcan ufanas E5, MP 166 Luzgan ufanas] Luzcan ufanas E5, MP 167 Luzgan norabuena] Luzgan norabuenas E3; Luzcan norabuena E5, MP 170 y que pues aves] y pues que aves E4 186 de olores a mieses] de olores a meses E8 190 la utilidad] la utllidad E5 194 lozanos capiteles] lozanos chapiteles E4 210 semidioses] semedioses E3 222 Después de este verso MP introduce la acotación: Escena III 224 ¡Ah del fluxible reino] ah del fruxible E1, E2, E3, E4 230 E5, E6, E8, MP añaden este verso: “4 Cor. Què en las plâtas prentêdes?”; lo omiten E1, E2, E3, E4, E7 244 no quede río] no queden río MP 247 prados que bordan] prados que borran E1, E2, E3, E4, E7 256 la introduzgan] la introduzcan E5, MP 257 Luzgan, luzgan, luzgan, luzgan ufanas] Luzcan, luzcan, luzcan ufanas E5, MP 267 Y con sus ecos] Y en sus ecos E1, E2, E3, E4, E7 267 loc. Coro 1] S.Cor E2 268 loc. Siringa] I.ir. E2 270 Después de este verso MP introduce la acotación: Escena IV 275 Flores] Elores E5 278 las flores conduzgan] las flores conduzcan E5, MP Luzgan] Luzcan E5, MP 283 Luzgan] Luzcan E5, MP 293 Luzgan] Luzcan E5, MP 296 Luzgan] Luzcan E5, MP 302 gozando glorias] gozando de glorias E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8 314 loc. Coro 1] I.Cer. E1 317 perfumes quemen] el fumis quemen E1, E2, E3, E4, E7 318 las aves trinen] las aves trines E8
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E. Duarte y B. Oteiza
Loa Al luminoso natal, de Sor Juana…
321-322 Flora. Las flores. / Eolo. Las aves] Eolo. Las aves. / Flora. Las flores E1, E2, E3, E4, E5, E6, E7, E8, MP 325 luzgan vistosas] luzcan vistosas E5; canten vistosas E1, E2, E3, E4, E7 338 deben serle obedientes] deben ser obedientes E5, E6, E8, MP 341 Después de este verso MP introduce la acotación: Escena V 354 vuestros sagrados oídos] vuestros sacros oídos MP 366 Detente, pues, no prosigas] Detente, no prosigas E1, E2, E3, E4, E7 375 no consienten] no consiente E8 384 llamarle] llamarlo MP 385 ya en la transparente] ya en la rransparente E3; ya en la trasparente E5 388-389 Y en trono / de cristales] Y en trono de cristales E1, E2, E3, E4, E7 393 Después de este verso MP introduce la acotación: Escena VI 398 El Reflejo es] El Refljo es E5 403 porque solamente] porque solamenre E3 407 que antes es bien] que antes bien E5, E6, E8 408 que empieza] que empiece E5, E6, E8 433 ni vapores leves] ni pavores leves E1, E2, E3 436 en las aguas] en la aguas E8 444 ácueos nublados] aquos nublados E8 445 vapores terrestres] vapores trresstres E8 482 celebrar de Carlos] celebrar a Carlos MP 504 ya la edad] a la edad MP 513 ufano y alegre] ufana y alegre E1, E2, E3, E4, E7 515 Después de este verso MP introduce la acotación: Escena VII 519 los siglos] los siglos E1 numere] nuwere E5 520 Y consistente] Y consiste E3 541 Y que respecten] Y que respeten E4, E5, E6, E8, MP 542 /rayos de los años] los rayos de los años E1, E2, E3, E4, E7; los rayos sus años E5, E6, E8, MP 543 sus altos] como altos E5, E6, E8, MP 544 Y tú soberana] Y su soberana MP 545 en quien deben] en quien beben E5, E6, E8, MP 550 Después de este verso MP introduce la acotación: Escena VIII 570 que más con el] a que mas E1, E2, E3, E4, E7 con el deudo] con el deseo E4 571 las deudas crecen] las deudas le crecen E5, E6, E8, MP 588 igual equilibra] igual equilibria E7 601 timbres diferentes] timbres diferenres E1
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Andrés ichmann ehrli 139-152, 2012 Hacia T aller E de LetrasONE1:
una caracterización de la poesía charqueña … issn 0716-0798
Hacia una caracterización de la poesía charqueña (inicios del siglo XVII)
Defining the Charcas Poetry on the Early XVIIth Century Andrés Eichmann Oehrli GRISO-Universidad de Navarra y Centro de Estudios Bolivianos Avanzados (CEBA)
[email protected] Las obras poéticas producidas en Charcas en el siglo XVII comenzaron a despertar en tiempos recientes el interés de la “comunidad científica”. Se ha señalado el carácter excepcional e incluso innovador de algunas obras, tanto en el plano de la exploración poética como en el de las ideas estéticas. En este trabajo me interesa: a) prestar atención a algunas condiciones socioculturales que estuvieron en la base del “clima intelectual”; b) formular los (escasos) rasgos peculiares de la actividad poética y de la reflexión estética registrados hasta ahora; c) indicar un factor que considero determinante para que pudieran desplegarse algunas innovaciones. Palabras clave: Poesía-Élites letradas-Charcas (Bolivia). Poetic works written in Charcas in the XVIIth century have arisen interest among the researchers lately, due to their exceptional and innovative character. This paper aims at: 1) underlying the sociocultural circumstances under the Charcas creative climate; 2) describing the (few) particular traits observed in these works so far; 3) pointing out a new element to explain why all those innovations took place there and then. Keywords: Poetry-Learned Elites-Charcas (Bolivia).
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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1. Introducción: delimitaciones y preguntas Para evitar decepciones aviso que el título de este trabajo es hiperbólico. Lo que intentaré es un avance en territorio todavía no asentado como para resistir grandes estructuras. Hablar de “literatura charqueña” (=literatura boliviana colonial) es ya meterse en un terreno problemático, que supone al menos dos tareas previas: a) delimitar qué es lo que abarca el ámbito mismo de una historia literaria y b) determinar con criterios válidos las condiciones que permiten asumir la producción de un autor como parte de una identidad colectiva. Josep M. Barnadas ([1990] 2008) desarrolla estos planteamientos indispensables, a lo que añade elencos concretos de autores. Remito a dicho trabajo para las precisiones conceptuales (que aquí no tengo ocasión de desplegar) y utilizo sus criterios como falsilla para la inclusión de autores. La producción poética charqueña de la primera mitad del siglo XVII fue desconocida hasta hace dos décadas y fracción (o al menos, desconocida en tanto que charqueña). Son los exquisitos estudios de Alicia Colombí-Monguió los que han llamado la atención sobre la poesía de Dávalos y Figueroa, Luis de Ribera, Pedro de Carvajal, Francisca de Briviesca y Arellano y la anónima autora del Discurso en loor de la poesía. En relación con la poesía charqueña, la historia de la crítica (y del conocimiento de la materia misma) se podrá dividir sin disputa en dos épocas: antes y después de Colombí-Monguió. Para hacerse cargo de esto recurro a palabras de la misma autora: Lo primero que descubrí es que Bolivia carece de una auténtica crítica de sus letras virreinales. Faltan tanto estudios monográficos como ediciones adecuadas, y los pocos esbozos de una historia literaria de ese período abundan en errores de detalle y de fondo, creo que por general carencia de las necesarias fuentes textuales. Bolivia no parece saber de ese tesoro que para mi consternado asombro fui vislumbrando cuando, casi a tientas, ahondaba en las ocultas venas de estos olvidados potosíes. (2003: 13) Los estudiosos anteriores han adjudicado de manera automática la producción charqueña al Perú. Barnadas consigue identificar el despropósito a que lleva este criterio, que puede ser calificado de anacrónicamente actualizador: los actuales marcos estatales de cada literatura ‘nacional’ son proyectados hacia atrás […], postulando –acríticamente– la irrelevancia literaria de espacios administrativos y sociales coloniales (dando por supuesto las continuidades espaciales de una época a otra). (2008: 40-41). No tuvieron (tal vez) motivos para reflexionar sobre este aspecto de su tarea. No por ello sus investigaciones dejan de ser, en muchos casos, de gran utilidad y mérito. Entre las preguntas que se suele hacer cualquier interesado en las letras coloniales, pueden figurar (el orden es lo de menos): a) ¿Cuáles son los rasgos
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ya identificados de la poesía de Charcas (compartidos o no con la de otras áreas)? b) Entre ellos, ¿hay alguna especificidad digna de atención? Puedo adelantar que las respuestas que suelen esperarse para la segunda pregunta (sobre todo si se pasa por alto la primera) pueden hipertrofiar el valor de lo diverso; mala cosa para un periodo en el que la mímesis era una marca indispensable de calidad. Y c) ¿Se pueden señalar condiciones socioculturales (y otras) que hayan contribuido al desarrollo de tales especificidades? Estos interrogantes tienen, creo, bastante historia, porque son varios los autores que parecen haber escrito sus trabajos a partir de ellos.
2. Condiciones socioculturales Me centraré en dos condiciones que incidieron en la producción intelectual: a) la presencia de Italia; y b) la formación de una élite que habría asumido el modelo de nobleza letrada. a)
Acaso el fenómeno de mayor impacto en las letras y artes de los territorios articulados en torno a Lima y La Plata sea la impronta italiana. Giuseppe Bellini hace una sugerente revisión de la presencia de Italia en América. Enfila algunos datos que, sin ser nuevos, valía la pena considerar en conjunto. De ellos resalto algunos que rara vez aparecen en estudios de literatura:
– En el terreno de las artes plásticas son tres los pintores que dejan una profunda huella en estas latitudes: en 1589 llega el romano Mateo Perez de Alesio, autor del fresco Lucha de ángeles y demonios por el cuerpo de Moisés de la Capilla Sixtina1; y en 1600 desembarca Angelino Medoro, paisano del anterior. Aunque no lo mencione Bellini, se puede sumar a Bernardo Bitti, S.J., natural de Camerino, que llega a Lima en 1574. En lo que a Charcas se refiere (fuera de sus creaciones en el Perú), Bitti trabajó en las ciudades de La Paz y La Plata, y posiblemente en Potosí; también realizó obras para Santa Cruz de la Sierra. De Medoro, aunque no consta su estadía en Charcas, se conservan obras en distintas ciudades. Además de la obra individual de estos italianos está su influencia, que marcó el estilo de otros artistas que pueden considerarse seguidores suyos.
– La primera imprenta de Lima es instalada por el turinés Antonio Ricciardi (más familiar si lo llamo Antonio Ricardo, como se lo conoció), en 1581-1584.
– A comienzos del siglo XVII publica sus seis obras clásicas el aymarista Ludovico Bertonio, las dos primeras en Roma y las últimas en Juli, junto al lago Titicaca.
– Desde 1615 hasta 1621 gobierna el virrey poeta Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Scillace (Esquilache).
1 Bellini
se limita a mencionar la presencia del pintor; los datos complementarios de Alesio y Medoro (y lo referido a Bitti) los tomo de Mesa-Gisbert, 2005.
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Aunque la presencia italiana se redujera a lo dicho, bastaban estos sidera maiora para ejercer una influencia notable en el periodo. En consonancia con tal presencia, lo que distingue a la poesía de Charcas, como señala Colombí-Monguió, es su notable participación en el más importante de los movimientos poéticos renacentistas: el petrarquismo (o sea, la poética del humanismo en lengua vernácula), al que los círculos intelectuales charqueños contribuyen por la cantidad, la calidad y continuidad de su producción en un grado superior al resto hispanoamericano. Esta rica vena petrarquista tuvo la casi increíble fortuna de iniciarse con la primera traducción hispanoamericana del Canzoniere de Petrarca, obra del lusitano Enrique Garcés (2002). Añade que Garcés recorrió el Perú, de Quito a Potosí, “junto a la pasión humanista que le hizo traducir los sonetos y canciones de Petrarca, el libro de Francisco Patricio De Reyno y de las instituciones de quien ha de reinar [De Regno et regis institutione] y Los Luisiadas de Camoens” (2002). b)
La otra condición sociocultural relevante, relacionada con la anterior, consiste en la abundante presencia de una élite letrada que a menudo se identifica con una nobleza de letras. Este es un fenómeno que arranca también en Italia, pero que llega indirectamente, ya aclimatado en España: el modelo postulado por Baldasare Castiglione en Il corteggiano tuvo gran acogida en la Península y en América gracias a la traducción de Juan Boscán (1534). Lohman Villena, en un artículo dedicado a los Fernández de Córdoba afincados en América, afirma: Estirpe especialmente dotada para el cultivo de las letras, sin discusión es en este ámbito en el que la familia conquistó el florón más perdurable de su nombradía en el Perú, con una tan nutrida como selecta presencia en la literatura virreinal (1988b: 170-171),
a lo que añade los nombres de una buena cantidad de escritores. Si dejamos de lado los que no presentan una relación cercana con la vida y las letras de Charcas, quedan los siguientes (sigo a Lohman):
– Diego Dávalos y Figueroa, autor de la Miscelánea austral.
– Fernando de Córdoba y Figueroa, de quien conservamos algunos sonetos en los preliminares de la Miscelánea de Diego Dávalos.
– Francisco Fernández de Córdoba, hijo de Diego de Aguilar y Córdoba (autor de El Marañón) y sobrino de Diego Dávalos. A los veinte años ya había publicado un poema en los preliminares de la Defensa de Damas de Diego Dávalos. Residió en Charcas de 1608 a 1616 (1988b: 294-296). Escribió un largo poema cuyo personaje principal es santa Dorotea, la mártir alejandrina (1618) y el Prólogo al lector de la Historia del célebre santuario de nuestra señora de Copacabana de Ramos Gavilán (1621). Ramos Gavilán fue profesor
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suyo en el colegio de San Felipe de Lima y figura entre los maestros recordados con particular afecto por este poeta (1988b: 289). A estos se suman dos mujeres poetas: la anónima autora del Discurso en loor de la poesía y doña Francisca de Briviesca y Arellano, esposa de Diego Dávalos, su lúcida interlocutora en los diálogos de la Miscelánea Austral y autora de un magistral soneto que se encuentra en los preliminares de dicha obra. Ambas son mujeres “muy principales” en las que se hermanan la nobleza y la erudición. Briviesca fue menina de la reina (muy probablemente de doña Juana de Austria) y durante un tiempo dama de Isabel de Valois (Colombí-Monguió, 2003: 73-74). La Anónima autora del “Discurso en loor de la poesía”, según se lee en la edición de Mexía de 1608, es una “señora muy principal d’este reino” (fol. 10 r). Hace poco más de un decenio Pilar Latasa ha señalado que el “modelo nobiliario del ‘humanismo de letras’” (2005: 419)2 comenzó a llegar en las últimas décadas del siglo XVI, y recibió un impulso importante por parte de los ‘virreyes–poetas’: Montesclaros (1607-1615) y Esquilache (1615-1621). En este periodo “el patronazgo literario alcanzó niveles muy elevados por el propio perfil humanista de ambos virreyes” (430). Al numeroso linaje de los Fernández de Córdova añade el de los Ribera. Y más recientemente Sonia Rose observa que es el paso de una cultura letrada lo que “caracteriza el período de dominación hispánica de las Indias […]. Contrariamente al caso de las colonias de América del Norte y del Brasil portugués u holandés, las Indias españolas solicitan y reciben desde mediados del siglo XVI universidades, colegios e imprenta” (2002: 121). Esto da paso a la formación de una élite letrada cuyos integrantes no siempre gozan de un linaje noble; las letras fueron llaves de acceso, junto con otras, para ingresar en los grupos de poder. Tal vez estas observaciones permitan que el hallazgo de piezas literarias de la época ya no provoque el mismo asombro que la visión de un monstruo alado.
3. Especificidades Antes de entrar en sus enunciados, veamos dos precisiones que considero indispensables: a.
Como ya se dijo, en la época la imitación no era en absoluto una deficiencia, sino que en ella se fundaba el quehacer literario y artístico (ver por ejemplo Bass, 2009: 4). Por eso no se trata aquí de buscar rarezas ni, mucho menos, cifrar en ellas una ventaja.
b.
Por lo mismo, a la hora de buscar especificidades no pretendo necesariamente identificar hechos únicos o extraordinarios (serían rarezas), sino aquellos cuya presencia confiere un rasgo definido, tal vez compartido
2 Este
artículo de Latasa fue presentado en 1999, en el marco de un congreso que tuvo lugar en Oporto.
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con otros sitios, pero que se aparta de lo adocenado y verificable en cualquier parte. He reunido un exiguo elenco de enunciados (sin duda ampliable y matizable) en los que se señalan las especificidades registradas, indicando, en algún caso, el hecho de que sean compartidas con poesía de otros ámbitos.
Enunciado primero: En Charcas se registra la presencia de poetas petrarquistas que recurren poco a los modelos españoles: “beben” directamente de las fuentes italianas. Alicia Colombí-Monguió, en el ya clásico libro Petrarquismo peruano, muestra la habilidad y solvencia con que Diego Dávalos se da el lujo de escribir versos en italiano, e incluso de reflexionar sobre el modo en que ha de pronunciarse dicha lengua. También muestra con muchos ejemplos que el poeta está en contacto directo (sin mediaciones) con las fuentes mismas del Renacimiento: la poesía petrarquista, los diálogos de amor (León Hebreo, Giuseppe Betussi), el tratado de Mario Equícola que lleva por título Libro da natura d’Amore, los libros de emblemática y géneros afines, las defensas de la poesía y de las damas3. M. Rössner recalca que Dávalos lleva a cabo su creación poética teniendo a la vista los modelos italianos, “con el deseo de entrar en contacto directamente –es decir, pasando por alto la cultura de la metrópoli– con la fuente de la cultura renacentista, con Italia” (2000: 98), cultura que considera superior a la suya propia. Como indica Colombí-Monguió, en los 25 primeros coloquios de la Miscelánea Austral, o sea en todos los de temática amorosa, casi no aparece una fuente que no sea italiana4. No hay duda de que la Anónima autora del Discurso en loor de la poesía compartía en buena medida esta inclinación, al igual que otros miembros de la Academia Antártica: en su “catálogo de héroes” excluye a todo poeta moderno no peruano (con dos excepciones), pero delata su amor por la poesía de Petrarca, su aprecio por Dante y Tasso. Tampoco pasa inadvertido el que siente por el italianizante Garcilaso. (Colombí-Monguió, 2003: 31 ss.). Es también muy obvio que la relación con Italia del lusitano Garcés fue la misma (y antes que Dávalos y la Anónima). Menéndez y Pelayo observa que en España la mayoría de los inclinados a la lectura estaban acostumbrados a leer los libros italianos en su lengua original (citado en Cisneros, 1955: 228-229). Y Garibba, al hablar en concreto de poesía, indica que el contacto directo con los versos de Petrarca había arraigado en España sin
3 Merecería
la pena examinar aparte el feminismo (avant la lettre) de las y los poetas de la época en Charcas. 4 Un matiz (que siempre cabe): Luis Jaime Cisneros, el primero en ofrecer un estudio detallado de la Defensa de Damas (que suele considerarse como la segunda parte de la Miscelánea) manifiesta alguna sorpresa por la ausencia de italianismos en dicha obra: “por lengua, mira más la Defensa a lo español” (1953: 116). Me sorprende el desapego que manifiesta Cisneros (a pesar de su consumado oficio de filólogo), hacia la Defensa.
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la mediación de traductores (Brugnolo y Garribba, 2006: 291). No está de más, sin embargo, subrayar este rasgo entre los específicos de Charcas.
Enunciado segundo: En Charcas hubo poetas a quienes debemos valiosos hallazgos en el arte de la recreación poética que se conoce como “traducción”. Enrique Garcés es el primero de los traductores de obras italianas de largo aliento en América del Sur. Publica su versión de los sonetos y canciones de Petrarca en 15915; por fuerza circularían sus traducciones ya en la década anterior, porque (como es muy sabido) Cervantes las elogia en el Canto de Calíope (1585). Según Estuardo Núñez hay que remontar a 1570 la circulación de sus traducciones de poemas de Petrarca y de otros poetas italianos, así como de estrofas de Los Luisiadas de Camoens y de pasajes de obras latinas clásicas y contemporáneas (1999: 135)6. Muchos de los juicios que se han emitido (a menudo a bulto) sobre la calidad de la versión de Garcés no parecen fruto de una ponderación seria. Sí lo son los trabajos de Garribba, quien atribuye la oscilación entre literalidad y paráfrasis principalmente al intento de mantener la rima y, sobre todo, la métrica (Brugnolo y Garribba, 2006). Y en otro trabajo insiste: “El traductor parece afectado por una obsesión métrica que lo empuja a respetar lo más posible los esquemas del original, las rimas y hasta las palabras en rima, y que condiciona tajantemente otros aspectos de la obra” (Garribba, 2005: 116). En su edición castellana del Canzoniere, Garcés omite solamente una canción y cinco sonetos; y añade poemas de cuatro amigos de Petrarca (Garribba, 2003: 10). También añade la “Canción al Perú” con la que imita la ya traducida (cien folios atrás) “Italia mia, ben che’l parlar sia indarno”7. Sería un disparate adjudicar a Garcés, sin matices, a Charcas. Pero tampoco podemos considerarlo desligado de dicho espacio: sería casi inexplicable la producción petrarquista charqueña sin Garcés8.
5 Al
tiempo que Garcilaso el Inca fue el primer peruano que hizo lo mismo pero en Europa, al dar su versión castellana de los Dialoghi d’Amore de León Hebreo (un año antes que Garcés). 6 Bartomeu Masiá (2007) cree que las versiones castellanas de estos autores circularían ya en esa década en pliegos impresos. Me parece dudoso, porque la imprenta llegó a Lima en la siguiente. 7 El estudio de esta canción ha permitido a Sonia Rose dar un paso más en un cambio de perspectiva que beneficia a los estudios literarios coloniales: de la consideración en bloque de un buen número de letras de la época como discurso transgresor y clandestino, enfrentado con el sistema colonial, a otras posibles modalidades. En el caso de esta canción, postula su condición de herramienta abierta de negociación para conseguir mejores condiciones dentro del sistema (Rose, 2005). Esto parece concordar con la mentalidad de una élite letrada. 8 Algo me dice que debo andar con precaución. No sin una sonrisa he notado, en un excelente trabajo de Cisneros, su fastidio ante la tan arbitraria inclusión de Garcés “en el concierto de los poetas bolivianos” por parte de Menéndez y Pelayo (1955: 242). El lector sabrá entender ahora cómo podrán sentirse los estudiosos bolivianos de las letras coloniales ante la expropiación sistemática por parte de colegas argentinos, peruanos y otros.
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De Diego Dávalos hay excelentes traducciones. Son muy afortunadas (a juicio de Colombí-Monguió) las que ofrece de 19 sonetos de Vittoria Colonna. A su pluma debemos también las mejores versiones castellanas del poema Le lagrime di San Pietro de Luigi Tansillo. Deja atrás a cuantos lo intentaron: entre ellos, Damián Álvarez, Miguel de Cervantes y Gregorio Hernández de Velasco. Contra la práctica corriente, recurre muy poco a la paraphrasis, prefiriendo la rigurosa translatio (Colombí-Monguió, 2003: 124), pero (y esto es notable) con suficiente independencia como para eliminar elementos adventicios o innecesarios en el poema de origen y para corregir inconsecuencias del modelo si su “razón poética” se lo sugiere. Con ello llega a enriquecer el poema de Tansillo; su perspicacia y maestría en materia de adjetivación le permite transformar un clisé del italiano (”miseravil vecchio” aplicado a san Pedro cuando se arrepiente de sus negaciones) en un auténtico hallazgo: “viejo ardiente” (2003: 117), mucho más apropiado para un Pedro transido de amor por Jesús. En el “coloquio” donde se inserta su traducción, incluye un intercambio de pareceres entre Delio y Cilena, en el que manifiesta sus criterios sobre esta difícil actividad. También traduce otro poema de Tansillo, un soneto; según Colombí-Monguió aventaja a la versión castellana de Gutierre de Cetina. Y remata la autora: Los otros traductores de Tansillo, muchos escribiendo en la misma Italia, ¿qué hacían de extraordinario? El tiempo, el lugar, la familiaridad cultural, todo en fin los llevaba a hacerlo. […] Lo que en la península o en el reino de Nápoles era de esperar, en los Charcas monta casi a milagro (2003: 136). Diego Mexía de Fernangil es otro poeta cuyo trabajo de traductor ha alcanzado logros difíciles de superar. Su versión de las Heroidas de Ovidio, a pesar de las críticas de Menéndez y Pelayo, no parece haber tenido rival durante siglos. No me detendré en esto porque se ocupa de ellas Juan Gil en un inmejorable estudio y Tatiana Alvarado en un trabajo reciente9; de igual modo, para abordar su traducción del “oscurísimo e intrincado Contra Ibis del mismo Ovidio” (Gil, 2008: 75), remito al magnífico trabajo de Eulogio Baeza Angulo10. Cierro esta lista de traductores con Luis de Ribera, autor de las Sagradas poesías11. Entre sus poemas incluye traducciones del himno litúrgico Te Deum y de cánticos y salmos de la Biblia. Gil indica también dos sonetos de Ribera cuyos primeros versos son traducción de sendos versos de Horacio y de Virgilio, y también otros que reproducen pasajes de obras de la Antigüedad en prosa (2008: 79 y ss.).
9 Agradezco
a la autora su amabilidad en darme una copia de su artículo, antes de su publicación. 10 Se trata de una comunicación titulada “Ouidius in Orbe Nouo”, presentada en el V Congreso Internacional de Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico, que tuvo lugar en Alcañiz del 18 al 22 de octubre de 2010. Si el lector ha tenido paciencia para llegar aquí, le sobrará para esperar a la publicación de las actas de dicho congreso. 11 Hay una reciente edición de esta obra, llevada a cabo por Leonardo García Pabón.
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Enunciado tercero: En Charcas el amor petrarquista presenta una peculiaridad: el poeta puede tener por destinatario no una amada inaccesible, una “belle dame sans merci”, sino que puede ser correspondido por la bella, al punto de unirse ambos en matrimonio. Indica Colombí-Monguió que “el encarecimiento del amor conyugal no es cosa rara entre los poetas indianos” (2003: 79). Ofrece dos ejemplos, aparte de Dávalos: Alonso de Ercilla, que celebra con encendidos versos a su esposa, doña María de Bazán; y a Eugenio de Salazar y Alarcón, quien, en México y en fechas muy cercanas a Diego Dávalos, celebra en sus versos a la suya, Catalina Carrillo, con el nombre de Carilia en su Silva de poesía (ca. 1597, como indica Chang, 2002: 156)12. Y el propio Dávalos tenía, en Italia, un antecedente ilustre, ligado a su familia por el lado materno, de ‘petrarquismo conyugal’, claro que en otro registro: Vittoria Colonna “después de muerto se ocupó en celebrarlo” (Primera parte de la Miscelánea Austral: 214) a su marido. Colombí-Monguió señala algunas de las consecuencias de esta peculiaridad en la religio amoris; y M. Rössner las despliega en fechas más recientes: a) si la dama no es “de mármol”, el poeta ya no es el amante martirizado por los desprecios, sino que es correspondido; b) las penas de amor que debe expresar (para seguir a Petrarca) el poeta no serán presentes sino pasadas; pero así, necesariamente “peca contra la fidelidad en el amor, y [Delio, es decir Dávalos] debe jurar a Cilena que las amadas números 1 y 2 ya han desaparecido de su corazón” (Rössner, 2000: 100); c) otra condición del buen discípulo de Petrarca es expresar el dolor por la amada muerta… exigencia que encuentra también una solución: se llorará a una hermana de ésta y más tarde por un hermano; d) el poeta no tiene por qué asumir el amor neoplatónico-desencarnado para evitar obstáculos en su ascenso a lo divino: ya que Cilena, la amada-esposa, es un trasunto del cielo, un orbe abreviado, un mejorado universo; e) la corte ideal en la que se discute sobre poesía es el propio hogar, donde el diálogo cuenta con el “irreductible” número de dos interlocutores, inconveniente que el poeta convierte en fuente de inspiración: “lo induce a una exaltación de la familia como corte propia e ideal” (Rössner, 2000: 100). Estas consecuencias hacen que el giro dentro de la corriente petrarquista despliegue algunas novedades. No es un fenómeno único, como se ha visto, pero tampoco parece frecuente.
Enunciado cuarto: En Charcas la teoría estética encuentra unas formulaciones que, al parecer, se adelantan a la época.
12 El
hecho de permanecer inédita hasta el siglo XX no autoriza a descartar su difusión, como es bien sabido.
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Tal como estudia David Sobrevilla, Dávalos y la Anónima del Discurso en loor de la poesía son los responsables de estas novedades. Dávalos arranca con la consideración de que la belleza corporal, alcanzable por los ojos, “es una ‘medida conforme’ en todas las partes, con gracia de colores esmaltados. Su fuerza, potencia y perfección consisten en su moderación y proporción” (2000: 62 y ss.). A continuación atribuye a san Agustín una definición según la cual la belleza es “la conveniencia de las partes bien adornadas de colores, llena de grata concordia y proporción, que provoca a ser amada”. La dificultad de hallarla en un solo sujeto le lleva a recordar la conocida historia del retrato que Zeuxis había realizado combinando la belleza de seis doncellas. En el diálogo interviene Cilena para decir que acaso alguna de las doncellas tuviera “un ‘no sé qué’ de donaire y gracia con que se aventajara a las más perfectas”. Y añade su propia definición de belleza: “la que generalmente agrada”. En este punto Sobrevilla se detiene para hacer dos consideraciones: en primer lugar, afirma que el pasaje ofrece “una definición típicamente moderna de belleza: lo que generalmente agrada” (2000: 63)13. Esto constituye una subjetivización (no necesariamente arbitraria) de la belleza, y su desontologización: de ser una cualidad del objeto percibido pasa a ser lo que percibe el sujeto. Añade: “Es conocido que […] sería sólo Kant quien en su Crítica del juicio (1790) separaría claramente entre lo bello y lo meramente agradable” (63). Si he entendido bien, esta separación no es todavía rotunda en Dávalos, pero ya da un paso: admite la necesidad de la armoniosa proporción de las partes, la gracia de los colores, pero introduce un factor más: el agrado del sujeto. En segundo lugar, Sobrevilla hace una revisión de la historia del ‘no sé qué’, partiendo de las dos tradiciones identificadas por Erich Köhler: la agustiniana en la que se encuentran Dante y Petrarca (de carácter psicológico-teológica) y la ciceroniana (psicológicoestética). En Italia esta noción se aproximó a la de ‘gracia’, mientras que en el pensamiento iberoamericano pasó a constituir un concepto estético básico. Fernando de Rojas, Juan de Valdés, Boscán, santa Teresa, san Juan de la Cruz y Gracián, así como (ya en el siglo XVIII) Benito Feijoo y (en Francia) Dominique Bouhours son mojones de la evolución de este concepto. Diego Dávalos, por su parte, muy anterior a los tres últimos mencionados, desarrolla la línea psicológico-estética del ‘no sé qué’. En el Perú, Juan Espinosa Medrano hace un planteamiento muy semejante, en 1662, en su Apologético14. Según Sobrevilla tanto Dávalos como la Anónima (omito aquí las observaciones sobre los conceptos de arte e inspiración en esta última), se inscriben “en el proceso de gestación de la moderna cultura occidental” (2000: 71). Lo dicho permite pensar que en Charcas se dieron, entonces, aquellas condiciones poco comunes en las que la erudición va de la mano con la capacidad de formarse un criterio propio.
13 El
resaltado en cursiva es del autor. de lado (por falta de espacio) el estudio de la continuación del diálogo de Dávalos, en el que se nota la herencia platónico-teológica; considera Sobrevilla que deja a la sombra lo anterior; vacilación que (a mi entender) no resulta extraña: Dávalos era curioso, pero no filósofo. 14 Dejo
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4. Posible génesis de las especificidades Fenómenos como los revisados no suelen producirse sin motivo, y mucho menos entre creadores conscientes que se dedican a géneros tan elaborados como los que hemos visto. Fuera de otros posibles factores, el origen de las especificidades parecería encontrarse en un menor grado de exposición a los modelos (europeos en general). La presencia menos acusada de los modelos se puede constatar físicamente, por el hecho de estar fuera de los grandes centros de producción literaria de la época. Al llegar menor abundancia de materiales de un mismo tipo, los contornos del modelo pueden difuminarse, al menos en parte: algunos rasgos que en Europa se consideraban tal vez esenciales (como parte de la “norma” de producción) podían pasar en América a la categoría de secundarios y dejar de ser imprescindibles. Esto podía haber dado lugar a despropósitos e inconsecuencias, a rusticidades provincianas; pero en cambio abrió paso, sin violencias, a floraciones inesperadas. Fuera de Charcas, aunque bastante cerca, la menor exposición a los modelos hizo posible otras novedades. Podemos encontrar algunas en la Epístola que desde Huánuco le escribe la famosa Amarilis a Lope de Vega (Belardo). Eran frecuentes las epístolas en verso, pero lo usual era escribirlas en tercetos dantescos. Amarilis conocía bien el género, y tenía sobrado ingenio para componerlo así, pero decide darle un estilo distinto y sale con la ‘novedad’ de una epístola amorosa en forma de canción petrarquista, con lo que (como indica Vinatea) desconcertó a la crítica durante mucho tiempo (Anónimo, Epístola de Amarilis a Belardo: 45-47). Lope de Vega la incluye en La Filomena, con su respuesta (en tercetos, como era habitual). Tampoco son usuales otras peculiaridades de la epístola de esta famosa anónima: el hecho de que sea una mujer la que declara su amor a un hombre, haciendo uso de las convenciones habituales con las que un amante declaraba su amor a una dama; el hecho de que le aclare que ella es monja y que el amor que le profesa es imposible incluso por la distancia geográfica, etc. De lo que llamo “grado menor de exposición” pueden resultar, como se ve, efectos diferentes. Lo que Charcas comparte con Huánuco es la menor exposición, y el consecuente mayor grado de libertad creativa. Lo que los distingue son las producciones concretas a que esto da lugar, con sus respectivos rasgos peculiares.
Final Lo que queda, después de esta revisión, es apenas la identificación de algunos factores socioculturales que parecen conformar la base del clima intelectual de la época, a lo que sigue un puñado de enunciados muy modestos. Las conjeturas del último parágrafo bien podrían agruparse con los factores socioculturales. Me pareció, sin embargo, que correspondían a un nivel distinto. La presencia italiana, la tendencia a asumir el modelo de nobleza de letras y la formación de élites letradas son factores que podían afectar o no a un grupo de poetas. El primer requisito era que los hubiera efectivamente. En cambio, los fenómenos que considero posibles motivos de las especificidades ya suponen la presencia de poetas en acción, en pie
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de obra. Y solamente ellos son los que hacen pertinente la consideración de la intensidad gravitatoria de los modelos. Los hallazgos felices que se produjeron aquí fueron posibles gracias al genio de sus creadores. Pero también tuvo su parte el hecho de que la discusión se trasladó a un escenario menos ‘bombardeado’ por los modelos. Una última observación: la novedad hay que buscarla no tanto en formas de oposición a los cánones, sino más bien en una mayor libertad. Libertad que se manifestará sobre todo en una cierta independencia de espíritu en relación con valores (literarios y otros) consagrados.
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Ostentación y ejemplo en la fiestaissn novohispana … 0716-0798
Ostentación y ejemplo en la fiesta novohispana. A propósito del Festivo aparato en la canonización de san Francisco de Borja (México, 1672)* Ostentation and Example in the New World Festival. A Study of the Festivo aparato Regarding the Canonization of San Francisco de Borja (Mexico, 1672) Judith Farré Vidal Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
[email protected] El presente artículo estudia los festejos acaecidos en la Ciudad de México a raíz de la canonización de san Francisco de Borja (1672) recogidos en el Festivo aparato, un impreso anónimo que incluye la relación de todos los testimonios que formaron parte de dicha celebración: FESTIVO/ APARATO,/ CON QUE LA PROVINCIA MEXICANA/ de la Compañia de Jesus celebro en esta Imperial/ Corte de la America Septentrional, los immarcesci-/ bles lauros, y glorias inmortales/ DE/ S FRANCISCO DE BORJA,/ GRANDE EN LA POMPA DE EL MUNDO,/[…]: Impresso en Mexico, en la Imprenta de JUAN RUYZ. 1672. El principal objetivo es analizar los mecanismos en la escritura de la fiesta como una forma de culminación del efímero, tratando aspectos como las alusiones a la ostentación y la pompa y la transcripción de los gastos del festejo, en relación a los conceptos de gasto y derroche sacrificial; la descripción de los efectos/afectos en los testigos presenciales del festejo; la voluntad de plasmar el movimiento de la escena festiva, así como la pretensión de veracidad a la hora de transcribir la disposición lineal y cronológica del festejo. Por ello, el impreso incluye también aspectos como la descripción de la máscara faceta junto al elogio al fingido disimulo, una estrategia que analizamos a partir de la noción de “espectador omnisciente”. Palabras clave: Fiesta novohispana-Fiesta hagiográfica-San Francisco de Borja The present article studies the ceremony that took place in Mexico city as a result of the canonization of Saint Francisco de Borja (1672) gathered in the Festivo aparato, an anonimous printed text that includes an account of the testimonies of all the participants in the mentioned ceremony: FESTIVO/ APARATO,/ CON QUE LA PROVINCIA MEXICANA/ de la Compañia de Jesus celebro en esta Imperial/ Corte de la America Septentrional, los immarcesci-/ bles lauros, y glorias inmortales/ DE/ S FRANCISCO DE BORJA,/ GRANDE EN LA POMPA DE EL MUNDO,/[…]: Impresso en Mexico, en la Imprenta de JUAN RUYZ. 1672.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
* Este trabajo se inscribe en el marco del programa Ramón y Cajal en la convocatoria 2008 (”Técnicas dramáticas de composición del teatro breve de los Siglos de Oro desde una perspectiva comparada”, RYC-2008-02362) y cuenta con el patrocinio de TC-12, en el marco del Programa Consolíder-Ingenio 2010, del Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica.
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The main objective of this paper is to analize the mechanisms involved in the writing of the festival as a form of culmination of the ephemeral. We will deal with aspects such as the references to the ostentation, the pomp and the transcription of the ceremony’s costs, studied in relation to the concepts of sacrificial expenses and waste, the description of the effects of the festival on its main witnesses and their emotions; the wish to capture the movement of the ceremony’s scene and also the desire of veracity when describing its lineal and chronological disposition. These are also the reasons why the text includes elements such as the description of the “máscara faceta” together with the praise of the “fingido disimulo”, an strategy we analize using the concept of “omniscient spectator”. Keywords: New World Ceremonies-Hagiographic Festival-Saint Francisco de Borja.
La noticia de la canonización de san Francisco de Borja llegó a México en septiembre de 1671, aunque no fue hasta el 25 de enero de 1672 cuando se pregonaron las fiestas con la solemnidad acostumbrada en semejantes ocasiones (Robles, Diario de sucesos notables, I: 111). La relación del festejo se conserva en el Festivo aparato, un volumen anónimo que, tras la dedicatoria, las aprobaciones y la licencia, contiene, además de una detallada descripción de las máscaras y procesiones, tanto las poesías del certamen en el que participaron destacados ingenios de la época, como los sermones del octavario festivo. El impreso es conocido y se ha trabajado parcialmente1, sobre todo, por el hecho de que el último de los sermones fue pronunciado por el padre Antonio Núñez de Miranda, el célebre confesor de sor Juana Inés de la Cruz, y, además, en el certamen poético, que fue convocado por Miguel Sánchez de Ocampo, hijo de un influyente oidor de la Real Audiencia de México, participaron nombres tan conocidos en la época como el capitán Alonso Ramírez de Vargas o José López Avilés. El impreso resulta de especial interés por varios motivos. En primer lugar, porque el volumen conserva todos los testimonios que formaron parte de la celebración, lo cual permite observar el festejo íntegro desde una perspectiva de conjunto. Además, al tratarse de una fiesta hagiográfica en su modalidad jesuítica, combina varios aspectos sugerentes que pueden extrapolarse como variables de cara al análisis del efímero barroco2. En efecto, ya que uno de los primeros objetivos al planificar este tipo de conmemoraciones consiste en presentar los principales pasajes biográficos del nuevo santo jesuita, con un fin aleccionador y mediante un variado despliegue de mecanismos espectaculares destinados a suspender al auditorio, a la vez que persigue, sin olvidar la función estrictamente lúdica, la puesta en escena de mecanismos cómicos y pasajes festivos dirigidos únicamente al desahogo y esparcimiento del público asistente.
1 En
lo que atañe a las máscaras, destacan los estudios de Bravo, 1997 y 2009. este sentido, son evocadoras las conclusiones que Arellano traza al estudiar la enseñanza y diversión como elementos propios de las fiestas hagiográficas que, ”en su modalidad jesuítica se aparecen, en suma, como un género privilegiado de exploración de las vertientes apologéticas y doctrinales del docere, y a la vez como un muestrario excepcionalmente variado y completo de los elementos del fasto destinados a causar la admiración, y de los componentes cómicos dirigidos a provocar la risa del espectador” (2009: 50). 2 En
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Otro aspecto remarcable del Festivo aparato es, en segundo lugar, que se trata de una fiesta hagiográfica en la que se conmemora la canonización de un santo español con estrechos vínculos con Nueva España, ya que ”junto a su elevación a los altares se conmemora el suceso de haber sido él, en 1572, quien envió a Nueva España a los primeros padres de la Compañía, por lo que se aprovechó la ocasión también para festejar el centenario del arribo de los hijos de San Ignacio” (Bravo, 2009: 52)3. Debe notarse, además, que la figura de ”san Borja” –adquirió ese sobrenombre en tierras novohispanas– encajaba bien, por su linaje y trayectoria vital, como numen para el elogio de personajes ilustres y, en ese sentido, ya había servido de inspiración para festejar la toma de posesión en el cargo como virrey del marqués de Villena, por medio de la Comedia de san Francisco de Borja a la feliz venida del esxcelentísimo señor Marqués de Villena –con loa–, escrita por el también jesuita Matías de Bocanegra (1640). La comedia es una versión novohispana que recrea la vida del duque de Gandía convertido en santo, y en la que Bocanegra reúne a España y a América, a la Compañía que llegó a México gracias a Borja, y a Villena que acaba de llegar a la Nueva España. Tanto le gustó al virrey la obra, que al final del texto se indica: ”Mereció el lleno de esta fiesta la calificación que le dio el agrado de su Excelencia, diciendo ser digna de que se hiciese a los ojos de Su Majestad en su Real Corte” (Poot Herrera, 2002: 218-219). A propósito de su canonización, tal y como consigna Robles en su Diario de sucesos notables, el 27 de enero de 1672 se publicó el asunto para el certamen poético (I: 111), que versaba sobre la comparación del nuevo santo con las figuras mitológicas de Alcides y Hércules. Por su parte, el relator del Festivo aparato menciona que para ”no embarazar las tardes del octavario eclesiástico, comenzase la máscara grave ocho días antes” (3r). Así también lo recoge Robles en su Diario, al dar cuenta de ”una máscara lucida” que ”salió de San Pedro y San Pablo” el 7 de febrero (I: 112). Aunque Robles menciona de pasada la máscara faceta que tuvo lugar el 11 de febrero, aporta más detalles sobre la máscara seria del 7 de febrero así como de la procesión con la que se iniciaba el octavario: Se celebró en la catedral la canonización de san Francisco de Borja, habiendo venido la tarde antes en procesión desde la casa Profesa, y habido la noche antes muy buenos y lucidos fuegos […]. Hubo en las calles cinco altares de grande ostentación; a las cuatro de la tarde salió la procesión de la catedral […] iban delante con sus insignias y estandartes todas las cofradías, y luego las religiones
3 Además,
tal y como afirma Dolores Bravo, el nuevo Santo ”se reflejó como auténtico “espejo de príncipes” por haber renunciado a las glorias del mundo, como él mismo dijo al contemplar el cadáver corrupto de la bellísima reina Isabel de Portugal, esposa del emperador, para servir a “Señor que no se me muera”. En aquél que fuera virrey de Cataluña y duque de Gandía, entre otros títulos, se conjugan el poder temporal y el espiritual, las palmas terrenas y la gloria celestial” (2009: 53).
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llevando a sus fundadores curiosa y ricamente adornados; luego la cruz parroquial y clerecía, con quienes iban interpolados los padres de la Compañía, y a lo último san Francisco de Borja, cuyo adorno se apreció en más de quinientos mil pesos, y luego el cabildo eclesiástico con el señor Arzobispo; seguíanse la ciudad, tribunales, audiencia y virrey […]. Fue en el altar mayor donde se prosiguió el octavario, celebrándolo las religiones con misa y sermón; los estudiantes sacaron otra máscara a diez, faceta, en que salieron más de cuatrocientos enmascarados y muy lucidos carros (Diario de sucesos notables, I: 112). Robles y el anónimo relator del Festivo aparato coinciden en su apreciación del coste del adorno de la figura de san Francisco de Borja, aunque lo interesante es observar cómo se integra el dato en el marco del impreso de la relación: […] con que al llevar al Santo por las calles, todos se hacían ojos para mirarlo porque con suave violencia los arrebataba tanto raudal de riquezas, brillos y hermosuras, que ocasionando fatigas más que comunes a los hombros que cargaban al Santo, dieron materia a muchos y a muchas para decir con donaire que quisieran cargar con él para librar a otros con su devoción de tanto trabajo, y no tenían mal gusto, porque si se lograran tan piadosos deseos, se llevarían en sola una pieza quinientos mil pesos en que se apreció (Festivo aparato: 22v). En esta ocasión, los efectos de la visión de la imagen del Santo permiten advertir algunos de los rasgos característicos del discurso del efímero barroco. Desde los estudios de Bonet Correa (1979), Rodríguez de la Flor (2002) o García Bernal (2006) –en el caso de la tradición hispana–, la definición de la fiesta ha quedado establecida como un discurso metafórico continuado y como espacio en el que el poder, ya sea civil o eclesiástico, adquiere plena existencia efectiva por su materialización simbólica. A partir de esa capacidad exhibitoria del poder, las alusiones a la ostentación y a la pompa de todo el aparato representacional tienen mucho que ver con los conceptos de gasto y de derroche sacrificial, de ahí que la relación impresa, además de las descripciones que recrean el lujo del festejo, incorpore muchas veces la referencia cuantitativa del dispendio económico que subyace en él. El Festivo aparato da cuenta de los quinientos mil pesos que había invertido la Virreina en vestir la imagen del Santo. Se trata de un desembolso que, como correlato objetivo del valor ejemplar de dicho despliegue, resulta efectivo ya que ”todos se hacían ojos para mirarlo porque con suave violencia los arrebataba tanto raudal de riquezas, brillos y hermosuras”. El comentario del anónimo relator, tal y como exigen las convenciones de la escritura del poder, no se limita tan solo a describir de manera hiperbólica el fasto sino que, en el proceso de hacer perdurable lo efímero, lleva a cabo una recreación del acontecimiento que, en sí misma, se erige en una nueva creación.
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El impreso de la fiesta, a partir de una base referencial acontecida, debe trasladar a lo escrito el acontecimiento en una especie de simulacro de crónica que no sólo seduzca y admire al lector, sino que también muestre (y de este modo demuestre) la trascendencia de lo real sobre la que se construye la suspensión de lo efímero. El relator selecciona y amplifica la información y, como si ejerciera de espectador omnisciente, interpreta el sentido que subyace en la celebración, ya que posee las claves que operan en la realidad embellecida de la fiesta a la vez que, simultáneamente, puede ver los afectos/ efectos que despierta en los testigos del efímero espectáculo. Bajo ese prisma, el relator debe recomponer el fingido espectáculo de lo efímero con un armazón demostrativo que contenga visos de verdad. Y de ahí se desprenden tanto la alusión al capital económico sobre el que se construye la imagen del Santo en el impreso, reflejo también de la riqueza de los virreyes, como la recurrencia de las alusiones a la vista de los espectadores. El siguiente ejemplo del Festivo aparato, en esta ocasión referido a la figura de Moctezuma, el personaje que cierra la primera cuadrilla con que se abre la máscara seria del 7 de febrero, muestra la misma estrategia exhibicionista que busca convencer al lector incorporando, como argumento de autoridad, la alusión a los efectos del espectáculo efímero en los testigos presenciales: Último a todos en el puesto, y primero en la majestad, coronaba este tan lucido como vistoso acompañamiento, un caballerito, que supo muy bien cumplir con la representación del soberbio monarca y aclamado emperador Moctezuma; conciliándose con las atenciones, los respectos de todos, por que todos sin hacer fuerza en la tela bien extraordinaria del ropaje, en la riqueza del cetro, que con airoso ademán de señor empuñaba, y en la pedrería de la corona imperial en quien hacía pie un tunal y águila de plata (con ser así que sola esta pieza se tasaba en cinco mil pesos, llevando otras muchas de gran valor repartidas por el vestido). Sólo les llevaba los ojos aquella gentil disposición y grandeza de garbo, con que cristianaba en nuestros tiempos la primitiva grandeza y señorío de los gentilicos (11v-12r). De esta manera, el texto consigue desplazar la atención al ámbito de la ejecución de la fiesta y, al recalcar la suspensión de los espectadores, incide en la dimensión colectiva y social de la fiesta. De ahí que otro aspecto importante que debe cubrir la realidad testimonial del impreso sea la transcripción del movimiento de la escena, la gentil disposición y grandeza de garbo que anunciaba el anterior fragmento, ya que esa compostura ritual denota la excelencia de los protagonistas en el cortejo festivo. Buena muestra de ello es también la cuarta cuadrilla que representaba la época de estudiante en teología de san Francisco de Borja y constaba de cuarenta estudiantes, que iban en mulas y caballos de gualdrapa, servidos de lacayos con la autoridad que el estado pedía […] y causando los doctorcitos mil gustos, así con la gravedad y mesura de sus pasos, como con el singular adorno de argentería, perlas y joyas con que llevaban revestidos los bonetes, gorras
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y musetas. Bien se ve cuántas preciosidades campearían en ellas, pues yendo competidos los cuarenta, a uno solo le daban de valor casi cincuenta mil pesos (13v). Las alusiones al coste de los atuendos que realzan la gravedad y mesura de los participantes en el desfile festivo así como frases hechas del tipo hacerse los ojos, llevarse los ojos o bien se ve, operan como marcadores objetivos que legitiman al narrador para ofrecer una narración escrita, ya que la fiesta es, fundamentalmente, un espectáculo dióptrico, ”es decir, ofrecido a los ojos, concebido siempre en relación de perspectiva con los espectadores” (Rodríguez de la Flor, 2002: 170). Esa perspectiva es la que convierte al relator del Festivo aparato en la posición que apuntábamos antes de espectador omnisciente. Otro ejemplo de ello es el fragmento en el que, tras la descripción de un bosque en el segundo carro alegórico de la máscara seria, el relator aborda la traza de un árbol que se burló de muchos, que lo juzgaron por natural y recién cortado, siendo así que no fiándose de sus mesmos ojos, se acercaban al disimulo, hasta que los sacaba de dudas la experiencia de sus manos (4r). De este modo, el carácter excepcional de la circunstancia conmemorativa, asociado a la eminencia de sus patrocinadores, se aúnan a la suspensión que la realidad embellecida del festejo provoca en el público, que engolosinado acude en tropel: Quejosas pudieran quedar las anchurosas calles de México por la nota de estrechas, que les imponía el atropado gentío, que citado con los ecos de las prevenciones, había concurrido de muchas leguas, y engolosinado de ver un conjunto tan nunca visto, corría confusamente todos los tres días del paseo de unas cuadras a otras para satisfacer la tercera y cuarta vez el apetito que con las primeras quedaba más irritado, pesaroso siempre de no gozar muy despacio, no sólo cada una de las cinco cuadrillas, sino lo mucho que había que mirar y admirar en cada uno de los trecientos que salieron de ellas (14v). La naturaleza ecfrásica que impone la fiesta obliga a integrar no solo las referencias visuales, sino también las que aluden al resto de sentidos que forman parte de la percepción del espectador. En todos los casos, se recalca el efecto de admiración y suspensión que genera el espectáculo: A la última cuadrilla le dio buen principio el ya referido hermoso carro de los nueve coros de los ángeles, todos con variedad de instrumentos en las manos y con tal melodía de voces (formada por un escogido terno de músicos que iban ocultos), que no parecía capilla de la tierra lo que tanto suspendía con sus asonancias y deleitaba tanto con sus bellezas (16r).
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La expectación que genera la fiesta, unido a los recursos anteriormente esbozados, forma parte de ese pretendido aire de ”efectividad testimonial” que genera, al integrar todos los sentidos desde la perspectiva del espectador. Tal y como precisa Rodríguez de la Flor, opera un ”desplazamiento del énfasis hacia el espacio de su efectuación, que es pública, masiva, la cual casi no depende de agentes personalizados, sino que se vive como un proceso total, colectivo, o, al menos, eso trata de asentar su fantasmagoría, el texto. Ello implementa la realidad de un efectivo sometimiento de la verdad objetiva a las necesidades particulares del texto” (2002: 168). Ejemplo de dicha ”efectividad testimonial” es, en el caso del Festivo aparato –y como en otros tantos–, además de ser una relación anónima, la explícita declaración de objetivos que se anuncia en la dedicatoria: Querer que comprehenda en breve la pluma, lo que apenas cupo en tantos ojos, es intentar un imposible; y así se irán por partes relatando, las que compusieron éste como preludio de las fiestas, para que mejor se haga concepto del todo de su grandeza (3r-3v). Así pues, es también un rasgo específico de la escritura de la relación de fiestas el que se vayan asentando las pautas que codifican el género desde una declarada pretensión de veracidad y, además, con un claro propósito instructivo, tal y como se desprende de la distribución del volumen en apartados destinados a que el lector pueda hacerse mejor concepto del todo de su grandeza. El anónimo relator del Festivo aparato también expresará más adelante otro de los tópicos alrededor de la escritura del poder más repetidos y que tiene que ver con el conflicto y la dificultad que conlleva integrar, por un lado, el aire de fingida objetividad en la descripción y, por otro, el hecho que supone plasmar en el escrito un acontecimiento ya pasado en el que, además, intervienen tantos aspectos heterogéneos. Bajo esa imposición, el anónimo relator de los festejos novohispanos de canonización de san Francisco de Borja, justificará el haber insertado en el volumen la descripción de la estatua del nuevo santo y de su padrino, san Ignacio de Loyola: Pero por que no lo eche de menos el curioso (aunque sea por demás para el entendido) se satisface en parte a su deseo con esta sumaria narración y mal formado como extemporáneo bosquejo (22r). Resulta ahora necesario retomar otro de los aspectos que debe recrear la relación festiva, pues, una vez que la fiesta se ha reseñado desde la perspectiva de los espectadores y, en concreto, por medio de la suspensión que ha suscitado en ellos, lo que procede es el elogio al fingido disimulo, ya que, bajo la estela del pretendido efecto objetivista que persigue la escritura del efímero, debe dar cuenta de cómo se lograron dichos efectos: Toda [esta obra] se aderezó con la uniforme variedad de unos florones de papel plateado […] en cuyo medio iban engastados unos vasos de vidrio cristalino que con la diversidad de los fondos, dados de varios colores muy finos, fingían las más preciosas piedras, que a todos
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visos, y más a los del sol, deslumbraban con su brillante transparencia (quizá por que no desmintiesen su engaño) a cuantos ojos se les atrevían. […] Salió finalmente tan proporcionado este carro en sus medidas, tan aseado en su aliño y tan apacible en su vista, que parece quiso s[an] Francisco de Borja en esta sombra, con que bosquejaba la tierra la gloria de que goza en el cielo, trasladarnos desde el cielo, parte de su gloria a la tierra (7r). Es un mecanismo similar al de evocar el coste económico, ya que la explicación de los medios técnicos y la descripción de los materiales empleados, son buena muestra del ingenio empleado para acicalar, de manera extraordinaria, el espacio urbano cotidiano. En el mismo sentido apunta el efecto de orden y armonía propio del ritual festivo que concierta todo el despliegue festivo: Trescientos eran (sin el gran número de lacayos, de que se hizo reputación y empeño) los que compusieron las cinco cuadrillas de esta máscara. Ofreciendo en ellas una como quinta esencia de galas, de preciosidades y de todo buen gusto, representando juntamente en cada una (por darles a un tiempo proporcionado pasto a los sentidos y a los discursos) alguno de los cargos, dignidades y estados que honró viviendo el gloriosísimo Padre san Francisco de Borja (9v). Como decíamos al principio, el hecho de que el Festivo aparato contenga la relación de todos los actos festivos en torno a la canonización de un santo de la Compañía, permite mostrar un festejo que plasma íntegramente todas las necesidades de celebración jesuita, donde conviven de manera expedita tanto el aleccionamiento doctrinal como la diversión del público que las admiraba, lo cual le convierte en un sugerente campo de análisis sobre el efímero barroco. Así, tras sucederse la máscara y la procesión seria donde se conmemoraban los principales pasajes biográficos de ”san Borja” por medio de motes, imágenes y poemas, que seguían además a espectaculares carros alegóricos en los que las virtudes del nuevo santo y sus hitos biográficos esenciales quedaban bien plasmados, acontecen los pasatiempos festivos cuya única función era la de provocar la risa del espectador. En este segmento de desahogo festivo, se invierten los valores de lujo y orden anteriores, que ceden su lugar a la tumultuaria aunque festiva confusión: Jueves once de febrero sucedieron las burlas a las veras y tomaron tan de veras las burlas los cursantes del colegio de san Pedro y san Pablo de la Compañía de Jesús, que pasaron de cuatrocientos los enmascarados, pero la misma multitud de inventivas burlescas sobre ingeniosas, causó una tumultuaria, aunque festiva confusion, que malogró mucha parte de ellas, hurtándolas con su tropel aun a los ojos más despabilados de los entendidos y curiosos (17r). A pesar de la manifiesta confusión, el relator exhibe la misma estrategia narrativa de recrear el suceso festivo desde la perspectiva de los espectadores,
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y de ahí la alusión a los ojos más despabilados. La anterior gentil disposición y grandeza de garbo se transforma ahora en un alocado trote con el que el relator se disculpa hábilmente por no ofrecer la descripción íntegra de todos sus componentes: Especificar todos sus temas es sobre dificultoso, imposible porque los más pasaban tan al trote y con tan poco juicio, que no daban lugar a que se percibiese la ventolera que les trastornaba los cascos (18v). De este modo, la combinación de las dos caras de la fiesta, la seria y la faceta, tiene su razón de ser en la misma concepción del festejo donde se alternan sin fisuras y responden, a pesar de su carácter antitético, a un mismo programa festivo: También se le dio su platillo a la vulgaridad de la plebe con dos danzas de buen genio. La una de ocho reyes y emperadores coronados, en quienes como de la tierra eran forzosas las mudanzas, que parecieron del cielo, y la otra de nueve disformes monos, que con siete tamborilillos repartidos en cada uno de ellos por todo el cuerpo y tocados con mucho compás, causaban notable divertimento con sus graciosas jocosidades (23r). Ya se ha dicho cómo este tipo de fastos callejeros resultaban idóneos para los padres de la Compañía, puesto que, gracias a sus estudiantes, contaban con los figurantes necesarios y, además, el coste no significaba ningún desembolso importante, puesto que con frecuencia los gastos eran sufragados por familiares y parientes de los colegiales, ansiosos de exhibir su poder y riqueza. Como ya estudió María Bernal, ”estos niños tan engalanados, llamando la atención con su vistosidad y orden, convirtieron su paso en un elemento idóneo de propaganda” (2005-2006: 3). Pero, además de la pedagogía fastuosa, otro elemento consustancial es el de la risa, el del entretenimiento y el desahogo que, desde la órbita de lo cómico-bajo, también forman parte del programa festivo. De ahí que la relación se cierre con una máscara faceta compuesta por cuatro cuadrillas. La primera, de locas, compuesta por una ”turbamulta de atabaleras que según las señas tenían algo y aun algos de locas, que se habían soltado del célebre hospital, donde se curan con jarabes de rebenques los males de cabeza” (17r), a la que seguía otra, en la que destacaron el bodegonero, que cargaba una olla de mondongo; el astrólogo, embelesado; el viudo, cabizbajo y embozado; el donoso, con un dornillo de fiambre de puerco; el toreador, con una garrocha de punta bien afilada y el purgado, con los instrumentos de su oficina (18v-19r). La tercera cuadrilla estaba compuesta por unos niños de escuela que, ”si no es por las travesuras que iban haciendo, no se les conocía el ser hijos de este siglo, porque era mucha la nieve de sus canas, como la profundidad de los surcos que mostraban en sus arrugadas mascarillas” (19v). Finalmente, la máscara se cerraba con una cuarta cuadrilla que ”se componía de una como selva de varia lección de donosuras” (20v). A modo de conclusión, cabe decir, que, efectivamente, la escritura de la fiesta supone la necesaria culminación del efímero. La relación impresa implica la recreación de una nueva realidad, bajo una pretendida efectividad
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testimonial, que persigue descubrir la verdad que subyace en el despliegue de ostentación, doctrina y diversión. Tal y como apunta el Festivo aparato tras la descripción de los fuegos artificiales: No ardiendo menos esta ciudad en los afectos que en los alquitranes fogosos y encendidas luminarias, nunca con más individuales, ciertas señales de ser éste el verdadero México que cuando se disfrazaba galante (aunque con mejores cualidades) en una mentida Troya (23v-24r).
Obras citadas Anónimo, FESTIVO/ APARATO,/ CON QUE LA PROVINCIA MEXICANA/ de la Compañia de Jesus celebro en esta Imperial/ Corte de la America Septentrional, los immarcesci-/ bles lauros, y glorias inmortales/ DE/ S FRANCISCO DE BORJA,/ GRANDE EN LA POMPA DE EL MUNDO,/ Mayor en la humildad de Religioso, y Maximo en la gloria/ de Canonizado: IV entre los Duques de Gandia, III. entre/ los Generales de su Religion: Primero en las virtudes,/ y sin segundo en todo./ DEDICADO,/ Al Exmo. Señor D. Antonio Sebastian/ de TOLEDO, MOLINA, Y SALAZAR, Marques de MANZERA, Se-/ ñor de las cinco Villas, y de la del Marmol: Teniente General de el Orden de Alcantara: Comendador de Puerto-Llano en el Calatra-/ ba: tres vezes Capitan General de Mar, y Tierra, en el Reyno del Pe-/ rú: y otras tantas Embaxador en Venecia, Francia y Alemania: Go-/ vernador del Ducado de Milán, y de los exercitos Catholicos en toda/ la Lombardia, y Piamonte: Expurgador del Olandés en defensa/ del Reyno de Chile: Virrey, Governador, y Capitan General/ desta Nueva España, y Presidente de la Real Chancilleria. CON LICENCIA: Impresso en Mexico, en la Imprenta de Juan Ruiz, 1672. Arellano, Ignacio. ”Enseñanza y diversión en fiestas hagiográficas jesuíticas”, en Doctrina y diversión en la cultura española y novohispana. Ed. I. Arellano y R. A. Rice. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2009: 27-53. Bernal Martín, María. ”Algunas máscaras jesuitas del Siglo de Oro”. TeatrEsco: Revista del Antiguo Teatro Escolar Hispánico, 1 (2005-2006). Bonet Correa, A. ”La fiesta barroca como práctica del poder”. Diwan, 5/6 (1979): 53-85. Bravo, D. ”Una representación criolla: la Máscara grave y la Máscara faceta de 1672. (Imágenes y lenguajes de un espectáculo jesuita)”, en La excepción y la regla. Estudios sobre espiritualidad y cultura en la Nueva España. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1997: 183-193. . ”Aspectos jocoserios de un mismo género dramático: máscaras serias y máscaras facetas”, en Dramaturgia y espectáculo teatral en la época de los Austrias. Ed. J. Farré Vidal. Madrid-Frankfurt: IberoamericanaVervuert, 2009: 47-69. García Bernal, J. J. El fasto público en la España de los Austrias. Sevilla: Universidad de Sevilla, 2006. Poot Herrera, Sara. ”Cien años de “teatralidad””, en Historia de la literatura mexicana. Vol. II: La cultura letrada en la Nueva España del siglo XVII,
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El ciudadano trabajador en la transición del México colonial al independiente: la obra de José Joaquín Fernández de Lizardi The Worker Citizen in the Mexican Transition Between Colonial and Independent Periods: José Joaquín Fernández de Lizardi’s Work Mariela Insúa GRISO-Universidad de Navarra
[email protected] Este artículo analiza la representación de la figura del ciudadano trabajador en la obra literaria y periodística de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1810) en relación con el contexto histórico y social del México de finales de la colonia y comienzos de la vida independiente. Palabras clave: ciudadano trabajador, México (1810-1827), Fernández de Lizardi, prosa literaria y periodística. This article analyzes the representation of the worker citizen in the journalistic and literary work of Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), in relation to the political and social context of Mexico in the transition between colonial and independent periods. Keywords: Worker Citizen, Mexico (1810-1825), Fernández de Lizardi, Journalistic and Literary Prose.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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En 1825, Joaquín Fernández de Lizardi publica a través de varias entregas de su famoso periódico las Conversaciones del Payo y el Sacristán (tomo II, núms. 16-20 y 2), su “Constitución política de una república imaginaria”. En este texto vemos a un Lizardi legislador en potencia que otorga voz a sus dos célebres personajes para que ofrezcan un proyecto constitucional alternativo. La “Constitución” lizardiana se abre con la siguiente definición: ”Son ciudadanos todos los hombres que sean útiles de cualquier modo a la república, sean de la nación que fuesen” (Obras V: 417). Con ello, ya desde el comienzo de su proyecto de gobierno ideal, el Sacristán –trasunto del Pensador Mexicano– enlaza la condición de ciudadanía con la de utilidad social, dejando en un segundo término el lugar de nacimiento. Será ciudadano, por tanto, el que aporte provecho a la nación a través de su trabajo, sin importar si ha nacido o no dentro de las fronteras mexicanas. Ya antes, este mismo personaje, inspirándose en la sentencia ciceroniana ”Non nobis, sed reipublicae nati summus”, había espigado los deberes que los ciudadanos tienen para con su patria: […] debemos servirla a proporción de nuestras facultades; unos en el campo, otros en las ciudades; éstos en la campaña con la espada, aquéllos en el bufete con la pluma, y cada uno en su respectivo oficio, ejercicio o ministerio, dejando para los egoístas y los flojos esos temores de las sátiras de los envidiosos y de las deturpaciones del malvado, como también el que nuestros trabajos sean inútiles. Cooperemos con los buenos a la reforma de los malos, declamemos contra los públicos abusos, propongamos los remedios, según nuestras cortas luces lo permitan, y si los magistrados, si las autoridades, o bien no escuchan nuestras producciones o se desentendieren de ellas y nada se remedia, la culpa será suya, y mientras más avisos, mayor será su responsabilidad ante Dios y los hombres; pero nosotros moriremos con el dulce placer de que en cuanto nos fue dable, procuramos ser útiles a nuestros semejantes. (212) Como podemos apreciar, en el ideario ilustrado de Fernández de Lizardi trabajo y patriotismo van de la mano: ”Amamos a la patria y trabajamos en su bien, porque pertenecemos a ella y porque del bien general nos resulta el particular nuestro” (110). De este modo, el trabajo se muestra como la única actividad que puede otorgar reconocimiento social al individuo. Cada uno ha de ser valorado por sus obras y, especialmente, por la virtud con la cual las ejecute. Por ello, el Pensador defiende que los empleos sean asignados según los valores personales del trabajador y no en función de los bienes materiales que posea el ciudadano (418). La fortuna heredada y el origen nobiliario han de ser despreciados, pues pueden ser potenciales acarreadores de engaño. De hecho, son los progenitores de sus personajes apicarados –Periquillo de El Periquillo Sarniento (1816), Pomposita de La Quijotita y su prima (18181819) y Catrín de Don Catrín de la Fachenda (publicada post mortem en 1832)– quienes fomentan en los pequeños ese falso orgullo de clase que los lleva a la ruina al convertirlos en inútiles para el trabajo productivo que, de haberlo aprendido, los habría salvado de la caída. En este sentido, como
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plantea Noël Salomon (1988: 422-424), Lizardi aporta una nueva mirada a la falsa nobleza –uno de los tópicos centrales de la picaresca hispánica– al enfocar esta cuestión desde las teorías ilustradas del trabajo: el hombre vale, es “noble”, en la medida en que es útil a la sociedad; y es útil a la sociedad solamente si realiza su trabajo guiado por la virtud. Pues, a fin de cuentas, como explica el mexicano en un folleto de 1812, ”no es señor el que nace, sino el que lo sabe ser” (Fernández de Lizardi, Obras X: 65). En varios pasajes de su obra, Lizardi exalta el valor del trabajo manual. Incluso llega a hacer que su personaje femenino más encomiable, Pudenciana de La Quijotita y su prima, aprenda de su padre algunas nociones de relojería, por si algún día se queda viuda y necesita mantener a su familia. En sus trabajos periodísticos valora la realización de todos los oficios, incluyendo aquellos que “tradicionalmente”1 habían sido considerados infamantes. Reivindica, por ejemplo, los de carnicero y zapatero: El carnicero no hace sino destrozar la carne de los toros para vendérnosla y es infame, o como tal se ve; y el asesino que destroza la carne humana, logra quizá nuestras adoraciones. Yo no sé cómo es esto. El zapatero se cuenta entre la gente ordinaria, ¿y por qué?, ¿porque trabaja cuero, o porque lo trabaja para los pies? Si por lo primero, debían ser viles los talabarteros porque trabajan con el mismo material; si por lo segundo, infames debían ser los plateros que hacen hebillas para nuestros pies, y más infames los herradores que calzan a las mulas y caballos, que a fe que no son de más noble condición que los hombres; sin embargo, los herradores son gente decente, y los herradores de los hombres (que hoy usan herraduras) son gente ordinaria. ¿En qué estará esto? Yo digo que si es verdad que al hombre sólo lo degrada y envilece la corrupción de sus costumbres, y que la verdadera nobleza consiste en la virtud, el mismo verdugo puede ser noble; y no hay razón para tratarlo con desprecio por sólo su fúnebre ejercicio. (Obras III: 527) Esta misma idea será reiterada en “La igualdad en los oficios”, folleto que adopta la forma de un coloquio entre un zapatero y su compadre. En este diálogo, el zapatero se queja ante su amigo de la mala suerte que ha tenido: su hijo no ha podido casarse con la hija de un platero porque este ha considerado que el pretendiente no era digno de formar parte de la familia, dado el ruin oficio de su padre. El soberbio platero argumenta que es superior al
1 Esta
inquina contra los oficios considerados “bajos” tiene su origen en diversos aspectos económicos y sociales, vinculados fundamentalmente al temor que en el Siglo de Oro se tenía a la emergencia de la naciente burguesía. A esto hay que añadir la proverbial crítica a ciertas actividades presente en una larga tradición folclórica y también, por supuesto, hay que tener en cuenta la mala fama real de ciertos oficios que solían desempeñarse con pocos escrúpulos (como el de los venteros, taberneros y pasteleros). Recordemos como ejemplo de este tema las composiciones satíricas quevedianas dedicadas a pasteleros, sastres, mercaderes, etc. Ver Arellano, 2003: 96-98.
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candidato a consuegro porque él trabaja con las manos, pero para confeccionar artículos de lujo, mientras que el otro es un soez que solo sabe ”estirar vaqueta con los dientes” (Obras X: 61-64). La conversación continuará en un folleto posterior –”No es señor el que nace, sino el que lo sabe ser”– en el que el compadre consuela al zapatero valiéndose del argumento de que cualquier hombre puede ser noble o ruin, ya que esto dependerá únicamente de la rectitud con la que se desempeñe en la vida: Conque es decir que, así como las riquezas, los títulos y los honores no son capaces de constituir una alma grande, de la misma manera la pobreza y oscuridad de los oficios más mecánicos no podrán estorbar que haya entre sus profesores muchos hombres excelentes y que, si pudieran, manifestarían la grandeza de sus almas, la sublimidad de sus talentos, la beneficencia de sus corazones y, en el fondo, de su virtud. (Obras X: 68)2 Estas reflexiones lizardianas deben ser puestas en relación con una serie de textos, surgidos en Europa hacia la segunda mitad del siglo XVIII, que tenían como objetivo la defensa de los oficios mecánicos, ya que estos eran considerados imprescindibles en el programa de productividad económica que se estaba fomentando. Para España debe mencionarse, en este contexto, la Real Cédula del 18 de marzo de 1783, por la cual se reconocía que los oficios como los de herrero, zapatero o sastre eran ”honestos y honrados”, y que por lo tanto no envilecían ni a la persona que los ejecutaba ni a su familia. Esta cédula será promulgada en México dos años más tarde3. Podemos recordar también las afirmaciones expresadas por Campomanes en su Discurso sobre la educación popular de los artesanos (1775) o las de Normante en sus Proposiciones de economía civil y comercio (1785) (Hernández García, 2003, II: 237-41). Ambos enfatizan la necesidad de valorar el grado de laboriosidad con el que los hombres desempeñen su trabajo, ya que todos los oficios dignifican si son realizados con celo y contribuyen a la prosperidad de la nación. Estos postulados serán defendidos también desde la literatura, sobre todo en las novelas moralizantes, como por ejemplo La Leandra (1797-1807) de Antonio Valladares de Sotomayor, en donde se insiste en que la virtud no se halla en la nobleza –pues los nobles suelen ser orgullosos y holgazanes que viven merced a una ”corroída ejecutoria”–, sino en el propio mérito4. La crítica a la vagancia se encuentra asimismo presente en la novela educativa, desde el Telémaco en adelante. De hecho, se ha señalado que el tratamiento del tema del trabajo en Lizardi se puede conectar con los planteamientos
2 También
defenderá Lizardi la dignidad de otros oficios vituperados en la época como los de cómico y maromero. Ver “Continúa Juanillo la conversación sobre el teatro”, Suplementos al Pensador Mexicano, Obras III: 525 y ss. 3 Los folletos del Pensador mencionados, todos ellos escritos en la primera década del siglo XIX, dejan claro, una vez más, que la costumbre recalcitrante pudo más que las ideas de avanzada. Ver Fuentes, 1988: 16 y Hernández García, 2003, II: 237-238. 4 Ver el comentario a este tema en la novela del XVIII y especialmente en La Leandra en Álvarez Barrientos, 1991: 279-280.
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que Fénelon propone a este respecto cuando sugiere –de acuerdo con la perspectiva religiosa desde la que escribe– que la holgazanería representa un peligro para la moral (Strosetzki, 1989: 122-23). Lizardi también considera la cuestión en este sentido moral, pero además afirma –desde la mirada ilustrada– que la dejadez constituye una lacra para la sociedad. Es más, la ociosidad es calificada como uno de los vicios más criticables en un ciudadano, en el polo opuesto de la utilidad social. Así lo expresaba en su folleto “Pescozón de El Pensador al Ciudadano Censor” de 1820: El honrado artesano en su taller, el triste soldado en la campaña y el robusto gañán sobre los campos son, a pesar de su ignorancia, muy más útiles a la nación que el canónigo flojo, el proyectista fantasmón y el rico holgazán, que no hacen sino sobrecargar a la sociedad y dilapidar las riquezas que heredaron u obtuvieron sabe Dios cómo. (Obras X: 299) De la misma manera lo entendía el bien intencionado pero endeble padre de Periquillo cuando le explicaba a su hijo que ”el ser ocioso e inútil es el peor destino que puede tener el hombre” (El Periquillo Sarniento: 216)5. También en la “Constitución política de una república imaginaria” el Pensador demostraba su preocupación por el hecho de que este mal afectara a la primera célula social, la familia, al incluir un artículo en que se ordena que los párrocos no casen a los hombres que no tengan oficio o arbitrio honesto para sostener a los suyos, reputándose la inutilidad y holgazanería como impedimento (Obras V: 432). Fernández de Lizardi considera, en efecto, que la ociosidad es uno de los mayores males que pueden afectar al Estado. De hecho, su personaje más escandaloso, don Catrín de la Fachenda, en quien se encarnan todos los vicios criticables por el sistema ilustrado –tanto desde el punto de vista moral, como social y económico–, es un holgazán a toda prueba. Concordamos con Jean Franco en que la reforma de la sociedad ofrecida en la obra lizardiana se sostiene en la máxima de la disciplina (1983: 20). Había que ordenar la nación, y en este proceso el trabajo constituía la base de la comunidad ideal que el Pensador estaba proyectando. En suma, el trabajo había de igualar y dignificar a todos los ciudadanos y también traducirse en frutos de productividad que generaran a su vez bienestar general. Ante estos fines, el ocio mal entendido y también la mendicidad surgían como los más peligrosos obstáculos. En distintos pasajes de sus novelas y artículos se aprecia la preocupación por guiar a los trabajadores hacia la rectitud moral. Varios de sus personajes antiejemplares encarnan los vicios que el autor mexicano considera más reprobables en los trabajadores: a la ya mencionada holgazanería, hay que agregar la embriaguez y la tendencia a disipar sus escasos capitales en el juego6. Estos vicios eran habituales entre los artesanos de finales de la etapa
5 Cito 6 El
en adelante por la edición de Carmen Ruiz Barrionuevo. tema del juego en el Periquillo ha sido abordado por Alba-Koch, 1999: 150-54.
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colonial; sobre todo era proverbial su inclinación a beber en exceso durante los días de descanso. A tanto llegaba esta práctica, que el primer día de la semana pocos estaban en condiciones de ir a trabajar sobrios; es más, la mayoría extendía el feriado dominical e iba a “curarse” a la taberna con una nueva dosis de pulque. Por ello se hablaba del festejo del “San Lunes”. Esta cuestión llegó a inquietar a las autoridades y lo mismo a los regidores de gremios quienes, en ocasiones, adelantaban parte del salario para que los trabajadores vistieran con decencia –un aspecto que también preocupaba mucho en la época–, aunque estos solían gastar el dinero en emborracharse (Tanck de Estrada, 1984: 111 y Novelo, 1997: 114). El mismo Lizardi, en su primera novela, recoge una referencia a tan asentada costumbre. Así, el patán Januario le explica a Periquillo en qué consiste este particular “feriado”, cuando el protagonista de la novela todavía es un incauto aprendiz de picardías: – Has de saber que es un abuso muy viejo y casi irremediable entre los más de los oficiales mecánicos no trabajar los lunes, por razón de lo estragados que quedan con la embriagada que se dan el domingo, y por eso le llaman San Lunes, no porque los lunes sean días de guarda por ser lunes, como tú lo sabes; sino porque los oficiales abandonados se abstienen de trabajar en ellos por curarse la borrachera. (355) Como siempre, Lizardi denuncia a la vez que propone medidas tajantes para cortar los males de raíz. Había que aleccionar como fuese a los ebrios, tahúres, andrajosos y vagos: a estos auténticos obstáculos para el progreso de la nación. Por eso en su “Constitución política de una república imaginaria” aconseja que se actúe con rigor contra todos los viciosos y que se organice un estricto sistema de vigilancia que castigue estas faltas (Obras V: 429-31). Por otro lado, el Pensador defiende que los trabajadores puedan gozar sanamente de su descanso dominical. Es más, insiste en la importancia de la eutrapelia (el entretenimiento honesto) que hace posible el pleno desarrollo humano. En esta cuestión Lizardi se suma a una larga tradición –comenzada por Aristóteles en su Ética a Nicómaco y reforzada luego por Santo Tomás de Aquino– que postula la necesidad del juego y la diversión dentro de la moderación (”en el justo medio”), como vía para alcanzar la virtud7. El mexicano detalla los beneficios de la ”eutropelía”8 en una breve nota publicada en El Conductor Eléctrico, cuando se pregunta qué tipo de actividades son las que convienen para aliviar la fatiga que se ha sufrido durante la semana: ¿Pero qué descanso ha de ser éste? Un descanso justo y santificado. Esto es: un descanso inocente incontaminado con el delito y que merezca el nombre de eutropelía, virtud
7 Para
una síntesis de la significación de la eutrapelia desde Aristóteles al Siglo de Oro, ver Wardropper, 1980: 153 y ss. 8 Las formas eutrapelia y eutropelia e incluso eutropelía eran utilizadas indistintamente desde el Siglo de Oro. Así lo documentó, entre otros, Covarrubias en su Tesoro (voz eutropelia. Seu eutrapelia, 864). Ver también Wardropper, 1980: 159-60.
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que se cifra en la prudencia y en la observancia de la ley divina. (Obras IV: 410) Como ya apuntaba, el otro gran escollo que Lizardi quiere combatir es el de la mendicidad y la delincuencia. Llega incluso a afirmar, en su periódico Cajoncitos de la Alacena, que tal vez ”no haya lugar en el mundo en que se vean más ociosos, viciosos públicos y mendigos que en la capital de México” (Obras IV: 187). Le resulta inconcebible que el Gobierno tolere que las ciudades se vean invadidas por hordas de delincuentes variopintos –entre ellos, los temidos cuchareros (cortabolsas)–. Estima que la falla radica en el sistema judicial y que, tal como hace decir al Sacristán, no son los delincuentes los verdaderos ladrones, ”sino las autoridades y jueces que los disimulan o dan lugar con sus morosidades a que se fuguen de la cárcel antes que sufran la sentencia” (Obras V: 204). Censurable le parece también que los mendigos –la mayoría de ellos falsos menesterosos– deambulen por las ciudades aprovechándose de la candidez ajena9. Recordemos las referencias satíricas sobre este tema insertas en Don Catrín cuando el protagonista, tras quedarse cojo, alcanza la cumbre de la buena fortuna como ”maestro de pedigüeños y holgazanes”: Gran vida me pasaba con mi oficio. Os aseguro, amigos, que no envidiaba el mejor destino, pues consideraba que en el más ventajoso se trabaja algo para tener dinero, y en éste se consigue la plata sin trabajar, que fue siempre el fin a que yo aspiré desde muchacho. (135) Desde la perspectiva ilustrada, resulta una necesidad imperiosa incorporar a estos mendigos al mercado del trabajo. Por ello, ya en 1816 aconsejaba Lizardi, en su “Pragmática, bando o quién sabe qué, mandado publicar por la Razón, el Tiempo y la Experiencia”, que a los mendigos, tullidos, cojos y mudos se les ponga a atender los estancos de tabaco, o que se les enseñe a hilar, tejer u otra actividad semejante, ”haciéndoles ver a estos pobrecillos que serán menos infelices ganando por las suyas el alimento, que no viviendo atenidos al socorro ajeno, que acaso defraudan al legítimamente necesitado” (Obras IV: 164-65). Tal como deja entrever esta última afirmación, al Pensador le preocupa que los mendigos fingidos impidan a los benefactores percatarse de los pobres verdaderamente necesitados. Lizardi –un hombre que supo de penurias económicas– ciertamente desea que estos desgraciados reciban los favores de sus prójimos. Así queda establecido en la parte final de su novela Noches tristes y día alegre (1818-1819), que puede considerarse un breve tratado de caridad cristiana. Nos encontramos aquí con que la modélica Dorotea, que acaba de recibir la herencia de su tío cura, decide compartirla con unas mujeres pobres, pero virtuosas (228-239).
9 El
problema de la mendicidad es abordado por Lizardi en “Sobre la deplorable mendicidad de México” y en “Propónense los medios para extirpar la mendicidad del reino”, en El Pensador Mexicano, tomo II, núms. 8-9, Obras III: 199-203 y 205-11, respectivamente.
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Otro importante asunto relacionado con el tema del trabajo en la obra de Fernández de Lizardi es, sin duda, el del fomento de la industria y de la agricultura: los ámbitos en los que, de preferencia, el trabajador de la nueva república había de laborar en beneficio de su patria. La creación de una industria propia, capaz de competir con la importación extranjera, pasa a ser un desideratum para los ideólogos hispanoamericanos. Había que generar riquezas que no se basaran en la extracción de minerales, ya que ésta redundaba en un lucro fácil pero poco duradero y generaba una distribución injusta de las ganancias. Esta cuestión queda ejemplificada en El Periquillo Sarniento a través de la historia intercalada de Anselmo, el comerciante codicioso que se embarca junto con el protagonista y el coronel rumbo a Manila. El rico Anselmo lleva con él varios baúles de plata a los que ama más que a su vida. Una mañana el piloto de la nave se queda dormido y encallan en un banco de arena. La única solución es aligerar el navío lanzando al océano el equipaje de todos los pasajeros. El egoísta, al ver perdida toda su fortuna, se lanza al mar y muere ahogado. Este hecho da pie para insertar una larga digresión en boca del coronel en contra del enriquecimiento que se basa en la extracción de los minerales de la tierra americana. El sabio mentor de Periquillo advierte sobre los peligros de la codicia que pueden despertar los metales preciosos y tiene por imprudencia el buscar ”las riquezas entre las entrañas de la tierra, desdeñándonos de recogerlas de su superficie con que tan liberal nos brinda” (713). De este modo se suma, como él mismo asevera, a la afirmación de un ”sabio inglés” de que la felicidad y la abundancia devienen del trabajo de la tierra. Como bien se percatara Spell (1971: 166), la alusión a este ”sabio inglés” seguramente esté haciendo referencia a Adam Smith, quien en su obra An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of a Country (1776) exponía la teoría de que la ”riqueza de las naciones” ha de basarse en las producciones de la tierra y en la industria. Es probable que el mexicano hubiese leído la traducción al español de José Alonso Ortiz de 1794, que circulaba en México a principios del siglo XIX (El Periquillo Sarniento, ed. Reyes Palacios: 197, n. 13). Lizardi, a través del discurso del coronel, expone su pensamiento económico de base fisiocrática10. Insiste en que la posesión de metales preciosos puede constituir una auténtica plaga para un reino, ya que su existencia suele despertar la codicia de los extranjeros y a la vez inhibir el desarrollo del laborío de los naturales. Además, cuando en una región se encuentran riquezas de este tipo, se despiertan en los pobladores las ansias de ostentación y el amor desenfrenado al lujo, que provocan graves daños morales: aumentan los vicios, el dispendio, las reyertas por dinero, etc. Sin embargo, el resultado más nefasto de la actividad minera consiste para Lizardi en que los que antes labraban la tierra abandonan su oficio para acarrear metales o picar piedra, puesto que por ello reciben mayor paga, sin percatarse de que este beneficio es a corto plazo. A fin de cuentas, los únicos favorecidos son los dueños de las minas, ya que ”el resto del pueblo apenas subsiste de
10 Tal
como señala Hernández García (2003: 588), es factible establecer un paralelo entre las ideas lizardianas y las teorías de los fisiócratas Turgot y Quesnay.
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sus migajas” (El Periquillo Sarniento: 714)11. Por todo lo dicho, concluye el coronel, el futuro del continente americano ha de asentarse en las actividades agropecuarias y en la industria autóctona; con ello se conseguiría una prosperidad duradera, un aumento de la población y una bonanza equitativa: Yo aseguro que las Américas serían felices el día en que en sus minerales no se hallara ni una sola veta de plata y oro. Entonces sus habitantes recurrirían a la agricultura, y no se verían como hoy tantos centenares de leguas de tierras baldías, que son, por otra parte, feracísimas; la dichosa pobreza alejaría de sus costas las embarcaciones extranjeras que van en pos del oro a venderles lo mismo que tienen en su casa, y sus naturales, precisados por la necesidad, fomentarían la industria en cuantos ramos la divide el lujo o la comodidad de la vida. Esto sería bastante para que se aumentaran los labradores y artesanos, de cuyo aumento resultarían infinitos matrimonios que no contraen los que ahora son inútiles y vagos; la multitud de enlaces produciría naturalmente una numerosa población que, extendiéndose por lo vasto de este fértil continente, daría hombres apreciables en todas las clases del Estado. (715-16). Otro asunto que aborda el Pensador es el de la competencia desigual de la industria nacional frente a los productos de importación. En sus Conversaciones del Payo y el Sacristán refleja el estado de estancamiento en el que se halla la producción mexicana en los primeros años de vida independiente debido, en parte, a la entrada de manufacturas de procedencia inglesa a precios convenientes (Obras V: 433). Lizardi considera injusto poner trabas legales a los productos foráneos cuando estos llegan a mejores precios y son de buena calidad. Propone, en cambio, como solución que los americanos adquieran la habilidad necesaria para crear artículos óptimos. Para ello aconseja la contratación de maestros de oficios extranjeros que enseñen la técnica. Se recomienda que estos sean gratificados económicamente por cada oficial que enseñen, como asimismo que se otorgue carta de ciudadanía a todos aquellos forasteros que instalen un taller público (Obras V: 441-43). En la alabanza al trabajo de la tierra, Fernández de Lizardi se muestra en plena sintonía con las propuestas ilustradas europeas. De hecho, el fomento de la agricultura y de la industria constituye uno de los pilares del reformismo borbónico (Fuentes, 1988: 16), por las mismas razones que aduce el coronel del Periquillo: se generaba riqueza duradera, se propiciaba el crecimiento
11 Estas
mismas ideas las expresaría de nuevo en 1825 en la “Decimaoctava conversación del Payo y el Sacristán” (Obras V: 37), en boca del Payo: ”…es un engaño el creer que el oro y la plata constituyen la riqueza de las naciones. Estos metales puntualmente, cuando son demasiado abundantes, son la causa de la ruina de muchas familias […]. Si esta misma nación no hubiera tenido tanto oro y tanta plata, no se hubiera excitado la codicia de los españoles, ni éstos hubieran venido a inmolar, en las aras de Pluto, veinte millones de inocentes, ni la Santa Liga tuviera tantas ganas en el día de reducirnos a la antigua esclavitud de los Borbones”.
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poblacional y, finalmente, se conseguía bienestar general, con lo cual se fortalecía el poder del Gobierno. Recordemos que Jovellanos, como tantos otros políticos ilustrados, en su Discurso dirigido a la Real Sociedad de Amigos del País de Asturias el año de 1781, explicaba a sus oyentes que el sentido de la felicidad social se asienta sobre todo en la prosperidad económica, para lo cual es imprescindible desarrollar la industria y el comercio, así como también aumentar la producción agrícola y perfeccionar las técnicas de cultivo (Discurso: 443)12. En Nueva España, los años que van de 1750 a 1810 constituyen en materia agrícola –como en otros ámbitos– un momento de contradicciones y contrastes. Tal como estudia Van Young, se aprecia en el final de la etapa colonial un aumento en la producción, pero prácticamente no hay mejora en la tecnología agrícola y, por otro lado, la distribución de los beneficios no es equitativa (1986: 64 y ss.). El Pensador Mexicano era consciente de las falencias del sistema, y por ello en su “Constitución política de una república imaginaria” señala la necesidad de mejorar los modos de reparto de utilidades y de distribución de tierras. De esta manera, el Sacristán expone, bajo el título “De las fuentes de la riqueza nacional y del modo de hacerlas comunicables entre todos los ciudadanos” (Obras V: 433-35), las bases de una nueva forma de organización agrícola cuya principal innovación radica en que los labradores asumirían la categoría de propietarios de las tierras que cultivan, y no la de arrendatarios, como había sido el procedimiento habitual hasta el momento. Con ello Lizardi, a través de las voces de sus personajes, denuncia la situación en el campo mexicano en los primeros años de vida independiente, cuando había muchas tierras en propiedad en manos de unos pocos hacendados, la mayoría de ellas no cultivadas. Por ello se instituye en esta Constitución ideal que no se aceptarán haciendas de más de cuatro leguas cuadradas. Todo ciudadano trabajador que voluntariamente se ofrezca a laborar en el campo tiene derecho a obtener una parcela de tierra, y además el Gobierno deberá auxiliarlo con los instrumentos necesarios para la labor, un monto de dinero para el viaje, una carga de maíz y algunos animales para su sustento. Se privilegiará a los casados dándoles el doble de ayuda que a los solteros. También a los castigados por la justicia se les franqueará alguna porción de tierras para que trabajando enmienden las faltas cometidas. Una vez cumplida la condena, el presidiario recibiría ese terreno en propiedad y recuperaría sus derechos como ciudadano. Con estas propuestas “ideales”, Lizardi estaba apostando, a la altura de 1825, por una reestructuración del sistema agrario imperante que favoreciese al trabajador y a la vez impulsase el aumento y la calidad de la producción rural, porque, tal como comentan el Payo y el Sacristán en la conversación que sigue a los artículos expuestos, el arrendador nunca trabaja con el mismo interés que el dueño. Con este plan se lograría una prosperidad en cadena y, por consiguiente, la felicidad de aquellos hombres que labrarían su tierra sabiendo que van a recibir un premio por sus esfuerzos; y, sobre todo, se conseguiría que ”no quedara en este vasto continente un palmo de tierra
12 Ver
también Ruiz Berrio, 1988: 170.
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sin cultivarse” (Obras V: 437). Con estas palabras expone el Payo, emocionado y en un tono verdaderamente poético (que sorprende al Sacristán), la feracidad de una tierra americana rebosante de cosechas: Yo me represento, pues, cultivada toda ella y correspondiendo fielmente a los afanes y sudores del labrador, y entonces… ¡Ah, qué cuadro tan delicioso se me representa! Yo veo unos campos inmensos llenos de las doradas mieses de Ceres; otros advierto pintados con la verde esmeralda de los maíces; unos nevados con millones de copos de algodón, otros enrojecidos con la uva bermeja y deleitable. En unas partes, innumerables huertas proporcionan al paladar innumerables gustos, en la diferencia de frutas que sazonan sus abundantes árboles; la vista y el olfato, en otras partes, se entretienen con los aromas y encantos de mil vistosas y fragantes flores, la humanidad doliente encuentra la botica más selecta en las yerbas y cortezas medicinales; el apetito… Vamos, yo no puedo dibujar a usted el cuadro adulador que me representa la idea de la América enteramente cultivada. Todo me parece que sería abundancia, todo felicidad, todo riqueza. (438) Estas palabras del Payo recuerdan aquellas otras de la silva “La agricultura de la zona tórrida” que Andrés Bello publicaría, al año siguiente de las Conversaciones del Payo y el Sacristán, en el Repertorio Americano (Londres, octubre de 1826). Cabe señalar que la intención del venezolano no dista mucho de la del Pensador Mexicano, ya que esta célebre composición –que, como profusamente ha estudiado la crítica, aúna la influencia de Horacio y Virgilio con la poesía agrarista y neoclásica – es también ”un poético manual de agricultura”13. En efecto, en la silva de Bello, por detrás de una estructura sabiamente conseguida en la que se hermanan diferentes ecos literarios, se plasma un modelo de labrador sencillo y un ideal de vida de ”frugal llaneza” (57) que convenía económica y socialmente a las naciones americanas. En este sentido, como ha señalado Sainz de Medrano, tanto las propuestas lizardianas como el poema de Bello deben ser puestos en relación con una serie de textos técnicos sobre agricultura que fueron favorablemente acogidos en América como El libre ejercicio de las artes (1785) o el Informe sobre la ley agraria (1794) de Jovellanos, junto con otros escritos de este cariz compuestos por patriotas americanos como El estado de la agricultura, industria y comercio del Reino de Chile (1796) de Manuel de Salas, Medios generales de fomentar la agricultura, animar la industria y proteger el comercio de un país agricultor (1796) de Manuel Belgrano o Representación de los hacendados del Río de la Plata (1810) de Mariano Moreno; y, por supuesto, pueden relacionarse también con otros textos poéticos que valoraban la actividad agrícola en el Nuevo Mundo como la “Oda al Paraná” (1801) de Lavardén o la “Profecía de la grandeza de Buenos Aires” (1822) de Varela, entre otros (Sainz de Medrano, 1983: 486-88).
13 Así
lo expresa Madrigal en la introducción a su edición de las Silvas americanas que se recoge en la bibliografía (Bello: 14).
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Si nos centramos particularmente en el caso mexicano, habría que señalar asimismo las abundantes referencias en los periódicos a libros de tema agropecuario de diversas procedencias –lo que permite suponer que eran bastante consultados–. Se mencionan, por ejemplo, en el Diario de México textos como el Curso completo o diccionario universal de agricultura teórica, práctica, económica y de medicina rural y veterinaria de Rozier; el Libro de agricultura de Abu Zacaria Yahya (traducido del árabe); el Cours complet d’agriculture de Chaptal, o las Lecciones prácticas de agricultura y economía de Seixo (Wold, 1970: 187). En síntesis, Fernández de Lizardi, atento observador del estado laboral en México a finales de la etapa colonial y al despuntar el periodo independiente, propone en su obra literaria y periodística un modelo de trabajador como elemento indispensable en la construcción de las bases económicas y sociales de la nación. Valora en los trabajadores (hombres y mujeres) su utilidad tanto como su comportamiento ejemplar y esforzado. Asimismo, fomenta con especial énfasis la labranza del campo como actividad generadora de recursos susceptibles de ser repartidos equitativamente. Además, insiste en la necesidad de desarrollar los oficios mecánicos y de valorar aquellos que, por error de la costumbre, han sido tradicionalmente denigrados. Por último, conviene hacer notar que, tal como se señala en el folleto “Ideas políticas y liberales” (Obras XI: 245), el Pensador Mexicano también se consideró a sí mismo un trabajador más, un obrero de la pluma que había decidido ser útil a su patria con su labor.
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. Obras VIII. Novelas. El Periquillo Sarniento (tomos I y II). Ed. Felipe Reyes Palacios. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1982. . Obras X. Folletos (1811-1820). Ed. María Rosa Palazón e Irma Fernández. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1981. . Obras XI. Folletos (1821-1822). Ed. Irma Fernández. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1991. Franco, Jean. ”La heterogeneidad peligrosa: escritura y control social en vísperas de la independencia mexicana”. Hispamérica, 34-35 (1983): 3-34. Fuentes, Juan Francisco. ”Luces y sombras de la Ilustración española”. Revista de Educación, Número extraordinario, La educación en la Ilustración española (1988): 11-27. Hernández García, Jesús. Fernández de Lizardi. Un educador para un pueblo. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Universidad Pedagógica Nacional, 2003, 2 vols. Jovellanos, Melchor Gaspar de. ”Discurso dirigido a la Real Sociedad de Amigos del País de Asturias, sobre los medios de promover la felicidad de aquel Principado (Madrid, 22 abril, 1781)”. Obras de don Gaspar Melchor de Jovellanos. Madrid: Rivadeneyra, 1859. Novelo, Victoria (comp.). Artesanos, artesanías y arte popular de México. Una historia ilustrada. Madrid: Agualarga, 1997. Ruiz Berrio, Julio. ”La educación del pueblo español en el proyecto de los ilustrados”. Revista de Educación, Número extraordinario, La educación en la Ilustración española (1988): 163-91. Sainz de Medrano, Luis. ”Algunos soportes sociológicos de la silva ‘La agricultura de la zona tórrida’ de Andrés Bello”, Serta Philologica: F. Lázaro Carreter, II. Madrid: Cátedra, 1983: 485-91. Salomon, Nöel. ”La crítica del sistema colonial de la Nueva España en El Periquillo Sarniento”. Historia y crítica de la literatura hispanoamericana. Ed. Cedomil Goic. Barcelona: Crítica, 1988: 421-27. Spell, Jefferson Rea. ”José Joaquín Fernández de Lizardi”. Bridging The Gap. Articles on Mexican Literature. México: Libros de México, 1971: 97-292. Strosetzki, Christoph. ”Fénelon et Fernández de Lizardi: De l’absolutisme au liberalisme”, Oeuvres et Critiques, 14.2 (1989): 117-130. Tanck de Estrada, Dorothy. La educación ilustrada (1786-1836). La educación primaria en la ciudad de México. México: El Colegio de México, 1984. Van Young, Eric. ”The Age of Paradox: Mexican Agriculture at the End of the Colonial Period, 1750-1810”, The Economies of Mexico and Peru during the Late Colonial Period, 1760-1810. Eds. Nils Jacobsen y Hans Jürgen Puhle. Berlin: Colloquium Verlag, 1986: 64-90. Wardropper, Bruce. ”La eutrapelia en las Novelas ejemplares de Cervantes”, Actas del VII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Ed. Giuseppe Bellini. Roma: Bulzoni, 1980: 153-169. Wold, Ruth. El Diario de México. Primer cotidiano de Nueva España. Madrid: Gredos, 1970.
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del poder episcopal en Charcas : fiestas… issn 0716-0798
Escenificación del poder episcopal en Charcas: fiestas en la entrada del arzobispo Borja (1636) Episcopal Power Performance in Charcas: Festivities at the Entrance of the Archbishop Borja (1636) Pilar Latasa Universidad de Navarra
[email protected] Las Noticias políticas (1639) de Pedro Ramírez del Águila se cierran con la relación de la entrada del arzobispo Borja en La Plata en septiembre de 1636. El final festivo permite al autor subrayar dos ideas presentes a lo largo de toda su obra: la reivindicación de Charcas como territorio de primera categoría dentro del conjunto de los reinos de la monarquía hispánica y, relacionado con lo anterior, la dignidad de su nuevo arzobispo. De forma menos explícita, este colofón es utilizado también para introducir un tercer elemento importante: la lealtad del autor a la monarquía hispánica y a la iglesia de Charcas. Desde esta triple perspectiva, el trabajo aborda una relectura de esta entrada episcopal en un contexto histórico y geográfico amplio, con el fin de establecer referentes que permitan evaluar su dimensión festiva. Palabras clave: Ramírez del Águila, arzobispo Borja, fiestas, entrada. The Noticias políticas (1639) by Pedro Ramírez del Águila ended with the description of the entry of Archbishop Borja in La Plata in September 1636. These final festivities allow the author to highlight two ideas present throughout his work: the claim of Charcas as a main territory within the territories of the Spanish monarchy and, relatedly, the dignity of its new archbishop. Less explicitly, this end is also used to introduce a third important element: the author’s loyalty to the Spanish monarchy and the church of Charcas. Using this approach, the work proposes a review of this episcopal entry in a broad historical and geographical context, in order to establish comparisons and find out the real dimension of these celebrations. Keywords: Ramírez del Águila, Archbishop Borja, Festivities, Entry.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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Las fiestas celebradas en La Plata con ocasión de la entrada del arzobispo Borja han sido ya objeto de atención en el contexto del estudio de la capital charqueña como centro de poder cortesano durante la época colonial1. En este trabajo se realiza un nuevo acercamiento a estas celebraciones que nos permita analizarlas desde una perspectiva comparada. Si confrontamos la cantidad de relaciones de fiestas que se conservan referentes al ámbito del territorio virreinal novohispano con las existentes para el peruano, es llamativa la escasez de piezas de este género conservadas para el segundo. Por este motivo, a falta de relaciones publicadas como tales, es preciso rastrear la información referente a celebraciones que tuvieron lugar en el mundo andino en otras fuentes. Para el ámbito de Charcas se ha recurrido con frecuencia a crónicas del siglo XVII que, al describir la vida de ciudades como Potosí y La Plata, relatan también, con mayor o menor prolijidad, festividades diversas. En este sentido, cabe destacar las crónicas de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela y del benedictino Diego de Ocaña, cuya dimensión festiva ha sido ya analizada en diferentes trabajos2. Menos conocida es la aportación en este sentido de la obra de Pedro Ramírez del Águila, y es lógico, porque la inclusión de una relación de fiestas en las Noticias políticas es puntual y se aleja en cierto modo de la finalidad principal de la obra, que se redactó –como es de sobra conocido– como relación descriptiva, de carácter histórico y geográfico, con el fin de facilitar al cronista mayor de Indias, Tomás Tamayo de Vargas, información para elaborar una historia eclesiástica indiana de carácter general3. Precisamente, fue el propio arzobispo Borja quien encargó a dos ilustres presbíteros, el canónigo criollo Antonio de Herrera y Toledo y el propio Pedro Ramírez del Águila, la elaboración de sendas crónicas con este fin4. La relación de la entrada del arzobispo Borja es, por lo tanto, un texto en cierto modo independiente dentro de las Noticias políticas y, al mismo tiempo, no deja de ser relevante que Ramírez del Águila cierre su obra con este colofón. El final festivo permite al autor subrayar dos ideas presentes a lo largo de toda su obra: la reivindicación de Charcas como territorio de primera categoría dentro del conjunto de los reinos de la monarquía hispánica y, relacionado con lo anterior, la dignidad de
1 Sobre
todo ver el capítulo dedicado a fiestas en la obra de Bridikhina, 2007: 135-175. la reciente edición de Ocaña, Diego de. Viaje por el Nuevo Mundo: de Guadalupe a Potosí, 1599-1605. Eds. Blanca López de Mariscal, Abraham Madroñal Durán y Alejandra Soria. Frankfurt-Madrid/Monterrey: Vervuert-Iberoamericana/Bonilla Artigas, 2010. Por ejemplo, utilizan a Arzáns de Orsúa: Alberro, 2010: 837-875; Arellano, 2008: 53-86; García Pavón, 1995: 423-440 y Zugasti, 2008: 295-322. 3 En otro estudio reciente he demostrado que la crónica de Ramírez del Águila no fue utilizada para la elaboración de la redactada por Gil González Dávila, quien sería finalmente encargado de llevar a término este proyecto. Su obra se ha publicado recientemente con una cuidada anotación: González Dávila, Gil. Teatro eclesiástico de la primitiva iglesia de las Indias occidentales, vidas de sus arzobispos y obispos, y cosas memorables de sus sedes, en lo que pertenece al reino del Perú. Eds. María Isabel Viforcos Marinas y Jesús Paniagua Pérez. León: Universidad de León, Servicio de Publicaciones, 2001. 4 El arzobispo Borja refería así los hechos: “Al punto que recibí la real cédula dispuse que dos prebendados de esta iglesia cuidasen de poner en ejecución lo que Vuestra Majestad manda”. Carta del arzobispo Borja al rey. La Plata, 3.03.1638. Archivo General de Indias (en adelante AGI), Charcas, 135. Ver Antonio de Herrera y Toledo, Relación eclesiástica de la Santa Iglesia Metropolitana de los Charcas: 1639, citada en Bibliografía. 2 Ver
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su nuevo arzobispo. De forma menos explícita, el colofón festivo es utilizado también por el autor para introducir un tercer elemento importante: el de su propia lealtad a la monarquía hispánica y a la iglesia de Charcas. Así, en este trabajo se hace una aproximación a las celebraciones realizadas en la entrada de Borja desde esta triple perspectiva.
1. ”Sin dar lugar a lisonjas, adulaciones ni amor propio” Comenzando por este último aspecto, parece importante remarcar que el autor de la relación festiva está dando con ella buena cuenta de sus propios méritos. A la llegada de Borja, Ramírez del Águila era cura rector de la catedral y provisor de la sede vacante. En calidad de tal fue nombrado, junto al chantre del cabildo eclesiástico, Baltasar Cerrato Maldonado, y los dos alcaldes ordinarios del cabildo secular, Alonso de Cabezas Grajales y Andrés Alonso Bravo, diputado para la organización de las celebraciones que tendrían lugar con motivo de la entrada del nuevo arzobispo. En sus Noticias políticas no solo deja constancia de que los cuatro organizadores dispusieron el recibimiento ”con magnífico aparato” y ”con todo cuidado procuraron acudir al desempeño de tan grande obligación” (Ramírez del Águila: 176), sino que permite al lector comprobarlo a través de su relato de las celebraciones. Lamentablemente, el propio Pedro Ramírez del Águila apenas aporta en su obra datos autobiográficos. El autor eludió a propósito las referencias personales para hablar, en cambio, de lo que había visto y conocido ”sin dar lugar –según sus propias palabras– a lisonjas, adulaciones ni amor propio” (Ramírez del Águila: 11). Sin embargo, la información que tenemos relativa a su vida, principalmente a través del trabajo de Barnadas, nos permite destacar su faceta de hombre de confianza de sucesivos prelados charqueños. El primero de ellos fue el obispo Alonso Ramírez de Vergara, de origen extremeño, que antes de ser promovido a la sede andina ocupó durante quince largos años la canonjía magistral de la catedral de Málaga. Es muy probable que en ese tiempo tomara contacto con Pedro Fernández de Jémar, padre de nuestro protagonista y regidor de la villa de Archidona, lugar en el que nació Pedro Ramírez del Águila en 15815. Esta vinculación explicaría el que, con solo catorce años, el autor de las Noticias políticas pasara a América formando parte del séquito del nuevo obispo de Charcas, que llevó consigo hasta veintisiete criados, entre los que viajaron un número significativo de clérigos6. En los registros de la Casa de la Contratación aparecen solo los nombres de once de estos allegados y ninguno coincide con el del autor de las Noticias, quien, debido a su juventud, probablemente pasó amparado por la licencia general otorgada al distinguido viajero. El perfil de estos once criados registrados es muy semejante: todos ellos eran hombres naturales de la provincia de Málaga o de las limítrofes de Sevilla y Córdoba; ocho eran clérigos y los tres restantes solteros. Es muy lógico que el recién nombrado
5 La
primera biografía del autor se la debemos a Barnadas, 2003: 9-14. estudiado el tema, basándose exclusivamente en la documentación del catálogo de “Pasajeros a Indias”, Calderón Berrocal, 1995. Véase una biografía en Barnadas, 2002, II: 674-75.
6 Ha
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prelado de Charcas llevara con él deudos adquiridos durante su larga estancia en Andalucía. Indudablemente, este fue en particular el caso del autor de las Noticias políticas. Pedro Ramírez del Águila llegó por tanto a la ciudad de La Plata formando parte de la comitiva del obispo Ramírez de Vergara. Los primeros años de su estancia en la capital charqueña estuvieron estrechamente vinculados con este prelado, de quien recibió las órdenes menores a la edad de veinte años. A pesar de su juventud se involucró muy pronto en tareas eclesiásticas y, según su propio testimonio, acompañó al obispo en una de las visitas que realizó al territorio de la diócesis7. Su admiración y gratitud quedaron patentes en las Noticias políticas, donde lo elogiaba como persona y como teólogo8. De hecho, con motivo de su fallecimiento en 1602, lamentaba que Charcas se hubiera quedado sin ”su lumbrera, que con rayos de virtudes, beneficiencias de criados pobres y amigos, sabiduría y acierto en el gobierno, valor en la defensa de su dignidad y persona, la alumbraba e ilustraba” (Ramírez del Águila: 165). La cercanía mutua se había manifestado en la concesión en 1600 de una de las dos capellanías que el obispo había fundado en la capilla de la Virgen de Guadalupe de la catedral de La Plata9, construida para ser su lugar de enterramiento10. Fallecido su protector, Pedro Ramírez del Águila se trasladó a Lima, donde estudió bachiller de Cánones en la Universidad de San Marcos como colegial de San Felipe11. Poco después, a causa de las sedes vacantes de Lima (1606-1608) y La Plata (1602-1611), tuvo probablemente que desplazarse a Chile para ser ordenado sacerdote12. En 1607 estaba de nuevo de regreso en La Plata, donde tomó posesión de la mencionada capellanía. Además, en un acto público, presidido por el oidor Francisco de Alfaro, al que asistieron el cabildo eclesiástico y demás autoridades civiles y religiosas, demostró sus dotes como canonista. Comenzaba entonces una nueva etapa en la que el cabildo sede vacante le encomendó, a pesar de su juventud, tareas diversas13. Primero fue enviado como juez comisionado a Urunkuta (actual
7 Parece
ser que llevó a cabo dos visitas pastorales. Ver Ramírez del Águila: 112 y 143. nuevo obispo había desempeñado la cátedra de víspera de Teología en la Universidad de Salamanca antes de trasladarse a Málaga (Ramírez del Águila: 165). 9 Barnadas, 2003: 55-56. Título de capellán: La Plata, 26 de diciembre de 1600. El obispo se refería a nuestro protagonista en estos términos: ”Tenemos satisfacción de la suficiencia, buen celo y cristiandad de vos, Pedro [Ramírez] del Águila nuestro familiar y clérigo de menores”. Ver también Ramírez del Águila: 145. 10 La capilla se dedicó a la Virgen de Guadalupe el primer domingo después de Epifanía de 1602, durante la visita a la ciudad de fray Diego de Ocaña, encargado de difundir esta devoción extremeña por tierras americanas. Véase Ocaña: 321. Ha sido estudiada por Mesa, José de y Teresa Gisbert. ”La capilla funeraria del obispo Ramírez de Vergara en la catedral de Sucre”. Arte y arqueología, 2 (1972): 109-116. El propio Ramírez del Águila la describe con detalle en la primera noticia de la tercera digresión (Ramírez del Águila: 145). 11 Título de bachiller en Cánones por la Universidad de San Marcos de Lima. Lima, 9 de diciembre de 1606. Barnadas piensa que probablemente obtuviera también la licenciatura (2003: 10 y 56-57). 12 Le pudieron ordenar el obispo de Santiago, Juan Pérez de Espinosa (1600-1622) o el de la Concepción, Reginaldo de Lizárraga (1598-1609). Véase Barnadas, 2003: 11. 13 Barnadas (2003: 11) las menciona y destaca que algunas eran propias de clérigos de más avanzada edad. 8 El
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Betanzos); en 1611 con las mismas funciones a Takupaya (actual Urdáñez) y Tumina. Fue nombrado también vicario del Monasterio de Nuestra Señora de los Remedios, de monjas agustinas, cargo que no pudo ejercer por ser promovido al de cura párroco del Hospital Real de Potosí y, al poco tiempo, al de cura interino de la iglesia matriz de la Villa Imperial14. Tan solo cinco años después de su regreso al Alto Perú, en 1611, Pedro Ramírez del Águila logró de nuevo un puesto de confianza de otro prelado de Charcas, su primer arzobispo15, el criollo arequipeño Alonso de Peralta16, ”gran caballero de aventajadas partes y gran lustre” (Ramírez del Águila: 166-167), como lo definía en sus Noticias, que había estudiado Cánones en Salamanca y ocupado primero el cargo de inquisidor en Sevilla para pasar a serlo en 1594 de México. Era además el primer criollo que se situaba al frente de la sede platense. El nuevo arzobispo, tras promover una investigación acerca de nuestro protagonista, le dio un puesto de máxima confianza en el servicio de su casa, el de secretario de cámara, que ocupó hasta 1616, año en que falleció el arzobispo dejándole como albacea y administrador de sus bienes17. No es extraño, por lo tanto, que Ramírez del Águila no escatimara elogios al referirse a este prelado como persona que tenía ”todo género de virtudes: perfectísimo, liberal, magnánimo de ánimo […] gran limosnero y honrador de la virtud y las letras, en quien se hallaban todas las calidades que pide San Pablo en el buen prelado” (Ramírez del Águila: 166-167). Por su parte, Alonso de Peralta recomendaba en 1614 a su secretario como uno de los sacerdotes más ejemplares de la archidiócesis, merecedor de cualquier prebenda (Barnadas, 2003: 15). A este arzobispo le siguieron en la sede platense Jerónimo Méndez Tiedra (1616-1623) y Hernando Arias de Ugarte (1627-1630). Durante el gobierno de ambos Ramírez del Águila ocupó diversos curatos de indios en la archidiócesis hasta que, en 1630, fue nombrado rector de la iglesia de la catedral. Los canónigos le demostraron entonces su confianza nombrándole provisor y vicario general de la diócesis en la sede vacante previo a la llegada del siguiente arzobispo18. No llegó nunca a ocupar una prebenda en el cabildo catedralicio de La Plata, a pesar de las diversas recomendaciones en
14 Las
licencias y títulos están recogidos en Barnadas, 2003: 11 y 57-71. El convento de Nuestra Señora de los Remedios era el más antiguo de la ciudad y contaba con 40 religiosas ”y muchas donadas y servicio que harán número de 200 personas” (Ramírez del Águila: 154). 15 La archidiócesis de Charcas fue erigida por Bula de Paulo V, en la que también se estipulaba que sus territorios estarían constituidos por las diócesis de La Plata, La Paz, Tucumán, Santa Cruz de la Sierra y Asunción, que habían dependido hasta entonces de la archidiócesis de Lima. Ver Armas Medina, 1965: 673-686 y Latasa, 1997: 174-177. El autor de las Noticias políticas explicaba que la propuesta de división en tres diócesis y erección del arzobispado había partido de Alonso Ramírez de Vergara. Dedicó la tercera noticia de la segunda digresión al tema: “De la división de esta diócesis en arzobispado y de los obispados a él sufragáneos” (Ramírez del Águila: 112-114). 16 Ver una biografía en Barnadas, 2002, II: 509. 17 Título de secretario del arzobispo Alonso de Peralta. La Plata, 9 julio 1612 (Barnadas, 2003: 12-13, 73-74). 18 En el año de 1630, tras el fallecimiento de Francisco Sotomayor, que fue nombrado arzobispo pero murió antes de desempeñar el cargo.
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este sentido que llegaron a la corte19. Parece que finalmente estos apoyos consiguieron que fuera nombrado ministro del tribunal de la Inquisición de Lima20. En definitiva, cuando en enero de 1639 remitió las Noticias a la corte, su autor de forma indirecta aludía a estos años de servicio en la sede platense que le hacían merecedor de puestos más destacados dentro o fuera de aquella iglesia. Sin embargo, Ramírez del Águila falleció en La Plata alrededor de 1640, antes de que el nuevo nombramiento se hiciera efectivo. Murió tras haber residido en Charcas durante más de cuarenta años, únicamente interrumpidos por sus ya aludidos viajes a Lima y Chile. Parece lógico que, como se verá más adelante, manifestara en su crónica una extraordinaria cercanía hacia la tierra en la que pasó la mayor parte de su vida y de la que hizo su nueva patria.
2. ”Dos veces príncipe grande” El colofón festivo de las Noticias tenía también como finalidad destacar la figura del nuevo prelado, el más ilustre que La Plata había tenido hasta el momento. En efecto, en 1635 fue promovido a esta sede arzobispal el monje benedictino Francisco de Borja21, hijo don Juan de Vega, primer conde de Grajal y de doña Tomasa Enríquez de Borja, descendiente de San Francisco de Borja. El nuevo prelado, de quien Ramírez del Águila elogiaba tanto su ”antigua nobleza […] de grandes títulos” como su valía personal, ”generosidad de ánimo, prudencia, sabiduría, consejo, elocuencia, sagacidad, circunspección y demás heroicas virtudes” (Ramírez del Águila: 168-170; Barnadas, 2003: 11-12), había sido además catedrático de Teología en Salamanca durante once años. Era también un orador persuasivo y elocuente y, como tal, había recibido el nombramiento de predicador de la capilla real22. Como no podía ser de otro modo, Borja había llegado a La Plata ”con gran lustre de casa,
19 En
1619 el cabildo eclesiástico de Charcas destacaba que era ”digno y benemérito por sus buenas partes de cualquiera de las prebendas de las iglesias catedrales de este reino”. (Barnadas, 2003: 16). En la misma línea lo recomendaba la audiencia varios años después, haciendo hincapié en su larga experiencia como cura de almas. Carta de la audiencia de Charcas al rey. Potosí, 20 de marzo de 1636. AGI, Charcas 20. 20 Parecer favorable, una vez hechas las investigaciones en Archidona, para que fuera nombrado ministro del Tribunal de la Inquisición de Lima. Archivo Histórico Nacional (Madrid), Inquisición 1346, Expediente 35. Tal vez aspirara a ser comisario o familiar en Charcas. Sobre la presencia y actividad inquisitorial en Charcas ver Quisbert Condori, 2008: 356-383. 21 Biografía en Barnadas, 2002, I: 361. 22 Fue presentado a obispo de Charcas el 24 de marzo de 1635 y confirmado en julio de ese mismo año (Ejecutoriales del arzobispo de La Plata fray Francisco de Borja. Madrid, 30 de enero de 1636. AGI, Charcas 720). Fue consagrado obispo en La Paz por Feliciano de Vega, que había sido ya promovido a arzobispo de México (Ramírez del Águila: 175). Ver Latasa, 2010. Durante su estancia en La Plata destacó por las grandes limosnas que daba: ”Tan pingües y ordinarias que hace a los de esta ciudad y provincia, estas son sumas sin suma, por ser tantas que no se pueden numerar en que su ilustrísima hace su empleo” (Ramírez del Águila: 169-170). Destinaba anualmente una cantidad de 20.000 pesos a este fin, sin contar las extraordinarias y secretas (González Dávila, 2001: 171).
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criados y familia”. En concreto, le acompañaron desde España diecinueve personas: un benedictino, cinco clérigos y trece criados23. En definitiva, su nobleza natural y su dignidad arzobispal hacían de él ”dos veces príncipe grande” (Ramírez del Águila: 168-174), en expresión del autor de las Noticias que refleja bien su deseo de destacar los méritos del nuevo prelado, honrado con toda solemnidad en su entrada a la capital charqueña. A falta de un estudio más completo sobre la figura de Borja, podemos afirmar que fue un arzobispo respetado24, a pesar de los constantes enfrentamientos con el presidente Lizarazu y el visitador Carvajal y Sande por el ejercicio del derecho de Patronato25. Por otro lado, su gobierno fue corto pues falleció en La Plata en junio de 164426. Sin embargo, no deja de ser significativo que su gestión al frente de la archidiócesis estuviera marcada por los enfrentamientos con la más importante autoridad de la administración real en Charcas. Según señaló ya Bridikhina (2007: 85), estaríamos ante una de las situaciones que evidencian los antagonismos que existieron a veces en Indias en las complejas relaciones Iglesia-Estado.
3. Metrópoli de estas provincias27 Por último, la triple perspectiva desde la que analizamos en este trabajo la relación festiva incluida al final de las Noticias políticas nos lleva al interés de
23 Licencia
de pasajero a fray Francisco de Borja, benedictino, maestro, arzobispo de La Plata. AGI, Contratación, 5416, N.1. Sevilla, 11 de marzo de 1635. 24 Tanto el cabildo secular como el eclesiástico informaron favorablemente del arzobispo. Carta del cabildo secular de La Plata al rey. La Plata, 25 de febrero de 1638. AGI, Charcas, 31. Carta del cabildo eclesiástico de La Plata al rey. La Plata, 25 de febrero de 1638. AGI, Charcas, 31. En los mismos términos se manifestó la audiencia, que alabó su magisterio, brillante predicación y generosidad con las limosnas. Carta de la audiencia de Charcas al rey. La Plata, 25 de febrero de 1638. AGI, Charcas 21, R.1, N.6. También escribieron cartas en apoyo del nuevo arzobispo los mercedarios y los franciscanos. Carta de los religiosos mercedarios al rey. La Plata, 4 de marzo de 1638. AGI, Charcas 149. Carta de los religiosos franciscanos al rey. La Plata, 4 de marzo de 1639. AGI, Charcas 149. 25 El presidente de la Audiencia, don Juan de Lizarazu, escribió al monarca resumiendo los motivos del enfrentamiento con el arzobispo. Carta del presidente de la audiencia de Charcas al rey. La Plata, 1 de marzo de 1638. Charcas 21, R.1, N.7.; Carta del presidente de la audiencia de Charcas. Potosí, 20 de diciembre de 1640. AGI, Charcas 21, R.3, N. 36. Lo menciona brevemente Barnadas, 2002, I: 361. Los curas de Potosí apoyaron al presidente y llegaron a pedir su promoción a la sede limeña para que se fuera del territorio: Carta de los curas de Potosí al rey. Potosí, 25 de marzo de 1638. AGI, Charcas 149. 26 La audiencia informó de la muerte del arzobispo ”de un tabardillo que le acabó en siete días, y con tan buena disposición en los términos de su muerte que nos dejó mucha esperanza de su salvación” (Carta de la audiencia de Charcas al rey. La Plata, 24 de junio de 1644. AGI, Charcas 21, R. 7, N. 50). El convento de los dominicos informó también de la muerte y pidió que le sucediera el obispo del Cuzco, Juan Ocón. Carta de los religiosos dominicos al rey. La Plata, 27 de marzo de 1645. AGI, Charcas 31. Según informe del corregidor dejó a su muerte unos 50.000 pesos, debiendo algo menos de 40.000 a particulares. Carta del gobernador Dionisio Pérez Manríquez al rey. La Plata, 29 de junio de 1644. AGI, Charcas, 31, R.7, N. 51. La Casa de la Contratación mandó detener los 13.000 pesos que se enviaron a España de los bienes del difunto prelado porque, al parecer, había llegado noticia de más deudas pendientes en Charcas. 31 de enero de 1645. AGI, Charcas 416, L. 4, f. 28r-v. 27 El epígrafe está inspirado en el titulo completo de la obra de Ramírez del Águila: ”… ciudad de La Plata, metrópoli de la provincia de los Charcas”.
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su autor por mostrar a Charcas como territorio de primera categoría dentro del conjunto de los reinos de la monarquía hispánica. Las celebraciones con motivo de la entrada arzobispal eran una manifestación del apoyo colectivo al nuevo arzobispo. Así lo reconocía expresamente el autor de las Noticias: Y para que se eche de ver lo mucho que estima esta ciudad y reverencia a sus prelados, especialmente al que al presente dichosamente goza, pondré aquí en breve suma las demostraciones que hizo de alegría en su buena venida a ella, de donde se colegirá su amor, veneración y respeto (Ramírez del Águila: 174). Se podría afirmar que la exaltación de Charcas es una idea omnipresente a lo largo de la obra de Pedro Ramírez del Águila: Charcas era corte, era capital política de una provincia de enorme peso económico y era sede arzobispal de primer orden28 y, como tal, celebró la entrada episcopal con todo esplendor. En efecto, según se ha tratado de demostrar en otro lugar29, la lectura de las Noticias políticas permite concluir que su autor, charqueño de adopción, trató de emular el incipiente criollismo limeño desde la capital de la provincia más importante del virreinato. Así, la exaltación de la ciudad de La Plata vendría a ser la primera muestra de un naciente discurso criollo regional que en ese momento no tuvo parangón en el territorio del virreinato. En este contexto, se reivindicaba el poder económico, político y cultural de la ciudad de La Plata y Charcas tanto en el ámbito virreinal –frente a la sombra de la capital limeña– como en el de la monarquía hispánica, destacando el lugar principal que se le debía otorgar entre las ciudades que componían los reinos europeos y americanos de los Habsburgo. El magnífico recibimiento que la ciudad brindó al arzobispo Borja pretendía ser una demostración de lo anterior30. La entrada tuvo lugar el 21 de septiembre de 1636, día de San Mateo. La ciudad engalanada y la participación de sus habitantes en el recibimiento manifestaban externamente este común sentir: que fue el día de su entrada muy regocijado y deseado por gozar la presencia de tan gran prelado; echose esto bien de ver en los apercibimientos que hubo generalmente de fiestas, galas y libreas, en los estruendos militares y concurso grande de gente (Ramírez del Águila: 176).
28 En el siglo XVII La Plata se convirtió en uno de los arzobispados indianos más importantes, con 10.000 pesos anuales de diezmos (Bridikhina, 2007: 81). 29 Latasa, Pilar. ”Charcas reivindicada: historia local y discurso criollo en las Noticias políticas de Ramírez del Águila”, en Discursos coloniales: texto y poder en la América hispana. Ed. Pilar Latasa. Frankfurt am Main-Madrid: Vervuert-Iberoamericana, 2011: 71-88. 30 Carta de la Audiencia de Charcas, 26 de febrero de 1637. ”Por septiembre del año pasado llegó a esta ciudad el maestro don fray Francisco de Borja, arzobispo de ella…”. AGI, Charcas 20, R.16, N.187.
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4. Especificidad indiana en las entradas episcopales Las entradas arzobispales estaban perfectamente tipificadas en el mundo hispánico moderno. El estudio de López para la diócesis de Santiago de Compostela permite concluir que el ceremonial para la entrada pública de los arzobispos a esta sede estaba ya establecido desde los años ochenta del siglo XVI. Este autor explica que en la capital compostelana el recibimiento se regía por el Ceremonial Romano del concilio de Trento, que establecía normas muy precisas, y por la costumbre propia (López, 2002: 197). Otros trabajos referentes a sedes peninsulares como Toledo, Granada y Castellón confirman esta combinación de actos comunes a los diversos territorios con pautas locales31. Este ritual común podría resumirse en: recibimiento del estamento eclesiástico y las autoridades civiles fuera de la ciudad; entrada del nuevo prelado bajo palio, revestido de pontifical y en procesión por las calles de la ciudad hasta la catedral; juramento y canto del Te Deum, todo ello seguido de varios días de celebraciones oficiales32. Hasta aquí el esquema se repetía tanto en la península como en los territorios americanos33. En este sentido, es elocuente el testimonio del prelado quiteño Gaspar de Villarroel, obispo de Chile que llegó a ser arzobispo de Charcas, en su Gobierno eclesiástico pacífico, y unión de los dos cuchillos, pontificio y regio, publicado en 1656. Según él la primera entrada de un obispo a su iglesia, dispuesta por el mencionado Ceremonial, debía hacerse ”a manera de triunfo y puede competir con la que hace el rey cuando entra con toda solemnidad” (Villarroel, I: 28)34. Lo anterior estaría en consonancia con la idea de que las entradas reales se trasladaron al Nuevo Mundo y fueron recreadas con motivo de las entradas de los virreyes en las capitales virreinales35. Para las entradas episcopales indianas, tanto Ramos Sosa (1992: 70-72) como Valenzuela (2001: 302-304) –que sigue a Villarroel– concluyen que imitaron las entradas virreinales. El primero se apoya en un análisis de las entradas episcopales en la ciudad de Lima en los siglos XVI y XVII y de las
31 Cuesta
García de Leonardo (1995: 41-42) señala que en Granada se trataba de un ritual muy parecido al de las proclamaciones reales. Lores Mestre, por su parte, da escueta noticia de las entradas de obispos en Castellón en el siglo XVII y recoge algún conflicto de jurisdicción pero no habla de las celebraciones (1996: 61). 32 Valenzuela Márquez simplifica este esquema para las entradas de gobernadores y obispos de Chile en tres partes: entrada, juramento y regocijos oficiales (2001: 314). 33 Tenemos pocos trabajos referentes a entradas episcopales en Indias. Estos actos comunes se pueden apreciar para la entrada del obispo Antonio de Basurco y Herrera en Buenos Aires en 1759 (Urquiza, 1993: 68-69). 34 Para corroborarlo se refería a la entrada del arzobispo Gonzalo de Ocampo en Lima y a la suya propia en Santiago (Valenzuela Márquez, 2001: 439). 35 Existe ya una importante historiografía sobre el tema. La idea fue expresada con claridad por Mínguez Cornelles (1999: 233): ”La enorme distancia que separaba a los monarcas hispanos de sus súbditos americanos dio lugar a una especial representación del poder en los virreinatos ultramarinos: por un lado se acrecentó la imagen de los funcionarios principales, virreyes y arzobispos, cuya presencia física en los distintos virreinatos americanos metaforizó el interés y desvelo de los reyes hispanos por sus dominios americanos”. Para el virreinato del Perú fue ya puesto de manifiesto en el detallado trabajo de Ramos Sosa (1992: 30-70) y recientemente ha estudiado el tema en profundidad Osorio (2006: 767-831). Lo desarrolla también, desde el contexto chileno, Valenzuela Márquez (2001: 291-296).
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festividades celebradas con tal motivo. El segundo llega a la misma conclusión a partir del estudio de Chile, un territorio marginal del virreinato en el siglo XVII. También, y más interesante para este trabajo, Bridikhina (2007: 137, 148-149) afirma que en Charcas las entradas de personajes importantes de la administración real y eclesiástica se organizaron según las entradas reales en España, puesto que ambos hacían presente el lejano poder real. La toma de posesión iba seguida de las celebraciones oficiales. Lamentablemente las fuentes son muy parcas acerca de estas celebraciones posteriores, motivo por el cual apenas tenemos noticias referentes a la dimensión de estos festejos en los que, como era propio de la fiesta barroca, participaba toda la ciudad. La mencionada obra de Ramos Sosa permite sin embargo establecer una perspectiva comparada con la fiesta estudiada en el presente trabajo e introducir dos reflexiones en torno a la entrada del arzobispo Borja en La Plata. En primer lugar, en efecto, las pautas locales en el caso indiano parecen engrandecer las entradas episcopales en la medida que las sitúan a la altura de las virreinales. En segundo lugar, los ocho días de fiestas que en La Plata siguieron a la entrada de Borja, una octava festiva, están muy por encima de lo habitual en las celebraciones limeñas de la época. Por ejemplo, en la entrada del arzobispo Fernando Arias de Ugarte (1630) hubo tan solo dos días de celebraciones en la capital virreinal, que se redujeron a uno en la de Pedro de Villagómez en 1641 y Juan Ramírez de Almoguera en 1674 (Ramos Sosa, 1992: 71-72). Otra excepción a esta escasez informativa –ya se ha hecho antes referencia a ello– es la Villa Imperial. En este caso, por ejemplo, sí tenemos noticia de que la ciudad de Potosí celebró durante quince días la entrada del virrey Toledo en 1572 (Osorio, 2006: 802) y durante ocho la del virrey arzobispo Morcillo en abril de 1746 (Moreno Cebrián, 2001: 189). En esta misma línea, las fiestas de bienvenida a los obispos platenses parece que fueron incluso más prolongadas en Potosí que en La Plata: Bridikhina menciona que las de recibimiento de Gaspar de Villarroel se prolongaron durante doce días, a pesar de que el interesado propuso simplificar el ceremonial (2007: 149).
5. La entrada en perspectiva comparada A falta de estudios más completos sobre fiestas en el territorio andino resulta difícil calibrar la dimensión festiva de la entrada de Borja que, por lo que se ha señalado hasta el momento, estuvo incluso por encima de lo acostumbrado en la capital virreinal. Alguna luz al respecto nos puede aportar una mayor o menor presencia de diversos elementos festivos en la entrada.
5.1. Dimensión de los elementos festivos Un apartado importante en las celebraciones barrocas era el de la arquitectura efímera. Los arcos triunfales, tomados de nuevo de las entradas reales, se utilizaron también en las Indias para las entradas de obispos (Bridikhina, 2007: 150-152; Ramos Sosa, 1992: 48-70; Osorio, 2006: 780-789). Con un complejo mensaje iconográfico, el arco se dirigía, por un lado, a la ciudad receptora recordándole la obligación de lealtad y vasallaje debida a la corona, y por otro lado a la autoridad entrante, a la que se le exponían una serie
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de virtudes, a manera de espejo de príncipes, para que se viera reflejado en ellas y las aplicara en su administración. En este sentido, las cualidades que más convenían al propósito del elogio del personaje en el contexto de la entrada eran las del ánimo y las cosas externas: el linaje, la patria, el estudio, la familia, las virtudes (Rodríguez Hernández, 2007: 267, 274-275)36. La ciudad de La Plata levantó dos arcos triunfales ”de curiosa arquitectura” en honor de Borja ”que se acabaron a mucha prisa” (Ramírez del Águila: 176); uno fue ejecutado por orden del cabildo secular y otro por parte del eclesiástico. Moreno Cebrián nos confirma que fueron también dos arcos los que se construyeron para la entrada de Morcillo en Potosí (2001: 186). Ramos Sosa, por su parte, nos indica que para algunas entradas virreinales en Lima de los siglos XVI y XVII se llegaron a construir hasta cuatro arcos e incluso en ocasiones más debido a la participación de los gremios37. La descripción que Ramírez del Águila hace de esos dos arcos es muy precisa y nos permite concluir que se trató de arquitecturas efímeras muy semejantes a las de la capital virreinal38. El arco triunfal construido por la ciudad, hecho en madera imitando piedra, era ”de excelente arquitectura […] obra dórica”, estaba decorado con pirámides y los escudos de armas del rey, el arzobispo y la ciudad. Además estaba recubierto de jeroglíficos y otras composiciones. El arzobispo fue recibido al llegar a él con ”mucha música y artillería” (Ramírez del Águila: 177). El arco del cabildo eclesiástico, que se situó sobre las escaleras de entrada en la catedral, era de orden jónico y altura de veinte varas, ”suntuoso y rico, de obra muy imitadora de aquellos grandiosos testigos de los romanos triunfos”, señalaba el autor de las Noticias utilizando expresiones y referentes propios del género de las relaciones de sucesos39. En su decoración alegórica destacaban los óleos de doce virtudes ”con versos y dísticos encomiásticos a la venida de su ilustrísima” y cuatro esculturas de dioses clásicos que representaban las cuatro provincias de la archidiócesis40, las armas del arzobispo y retratos de cuerpo entero de los reyes Felipe III y Felipe IV con sus reinas consortes (Ramírez del Águila: 177-178). Desde el punto de vista formal los arcos platenses tenían columnas, capiteles, cornisas, pirámides y figuras que nos recuerdan a los arcos manieristas limeños de finales de la década de los años veinte del siglo XVII (Ramos Sosa, 1992: 63-64). En lo referente a su programa simbólico, las alusiones
36 Osorio
interpreta el programa iconográfico de los arcos de las entradas virreinales en clave política: en ellos se expresaba la solución desea de determinados problemas por parte del gobernante y la actuación de la ciudad hacia el nuevo virrey (2006: 780). 37 Eran de madera y las estructuras se desmontaban y guardaban para ser reutilizadas. Únicamente el de entrada en el puente del Rímac se construyó con adobes, por lo tanto no efímero, y se remozaba con cada nueva entrada desde la segunda mitad del siglo XVI (Ramos Sosa, 1992: 48-70). Osorio señala que la construcción de un arco pagado por los comerciantes se remonta a 1556 (787-788). 38 Se detiene también en estos arcos Bridikhina, 2007: 150-152. 39 Ver García Bernal, 2006: 577-601. 40 Compuesta, según se mencionó anteriormente, por las diócesis de La Plata, La Paz, Tucumán, Santa Cruz de la Sierra y Asunción.
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alegóricas a Charcas, la monarquía y el nuevo prelado permiten afirmar que principalmente se exaltaba el linaje, la patria y las virtudes, siguiendo la iconografía propia de estas construcciones. Esta alta calidad de la arquitectura efímera hecha con motivo del recibimiento de Borja viene avalada además por el coste de estos arcos: el arco triunfal más caro realizado en Lima tuvo un coste de 1.500 pesos41; pues bien, los de Borja costaron 1.000 pesos el de la ciudad y solo 500 el del cabildo eclesiástico, aunque el autor de las Noticias políticas aseguraba que su coste real se elevaba a 8.000 pesos, una cantidad muy alta si tenemos en cuenta que el presupuesto total previsto para los gastos de las entradas virreinales era de 12.000 pesos42. Además, Pedro Ramírez del Águila menciona la construcción de otros ”muchísimos” arcos de ”flores y verdura” (177) –es decir, más sencillos y populares, hechos de ramas y flores y probablemente fabricados por los indígenas– (Ramos Sosa, 1992: 51)43. Entre ellos destacó el que se hizo en la explanada del barrio del hospital, desde donde partió la comitiva: ”Una ramada muy grande adornada de sedas con su asiento y estrado adonde recibió a los magistrados y ciudad que ya llegaban a besar su mano, con el audiencia real” (Ramírez del Águila: 176). Otro elemento a tener en cuenta dentro de esta dimensión festiva son las corridas de toros. Durante la octava de celebraciones en honor de Borja se rejonearon doce toros en seis días consecutivos, una cifra muy superior a cualquiera de las celebraciones que tuvieron lugar para sus homólogos limeños, donde lo normal fue uno o dos días de corridas por cada recibimiento arzobispal (Ramos Sosa, 1992: 70-72). Las corridas de toros de La Plata están más próximas en cambio a lo acostumbrado en las entradas virreinales, con cinco corridas de toros y hasta veinte, e incluso veinticinco, toros diarios (Bromley, 1953: 31-32)44. Castillo Martos se ha referido a la enorme afición taurina existente en el altiplano andino y nos indica que en abril de 1649 hubo toros durante ”varios” días con ocasión de la entrada en Potosí del corregidor Juan Velarde Treviño, y que en 1651 se corrieron toros durante cuatro días con motivo del recibimiento en La Plata del arzobispo Juan Alonso Ocón. Parece, de nuevo, que en este elemento lúdico las fiestas de Borja estuvieron por encima de lo habitual. Siguiendo la práctica común, los toros eran primero jineteados a pelo por indios y negros. Tras ellos, los nobles los rejoneaban y alanceaban a caballo (Castillo Martos, 2003: 217-218,
41 Fue
el que se realizó en honor del conde Castellar en 1674 (Ramos Sosa, 1992: 66). se estableció en una real cédula de 1614. El gasto, no obstante, fue habitualmente superior (Osorio, 2006: 812, 814). 43 Este tipo de construcciones fueron también frecuentes en el virreinato novohispano, donde tuvieron un importante desarrollo. Alberro (1999: 844) menciona que estos arcos construidos con ramas, paja y flores se decoraban en la Nueva España con espejos y objetos de plata. También en ocasiones con algunas aves vivas que se ataban para que no pudieran volar. Por su parte, Zugasti refiere la elaboración de un arco ”todo de espejería” en la entrada de Morcillo a Potosí, que aparece pintado en el famoso cuadro de Pérez Holguín (2008: 310). 44 En 1610, con motivo de la celebración de las fiestas de beatificación de San Ignacio de Loyola en Cuzco, hubo 3 días de corridas de toros. Relación de las fiestas de beatificación de San Ignacio de Loyola en Cuzco, 1610. Biblioteca Nacional del Perú (en adelante BNP). 42 Así
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226). Ramírez del Águila nos confirma, por ejemplo, que el primer día hubo algunos indígenas heridos, ”que son muy amigos de este juego y cuando han de torear se emborrachan o beben para tener buen ánimo de esperarlos y hacer lances, y así, sin ser buenos toreadores, aguardan un toro bravísimo y se ponen delante dél como si fuera un cordero” (180). En la entrada de Borja se organizaron también juegos de cañas45, al menos en dos ocasiones, que fueron protagonizados, como era costumbre, por los caballeros de la ciudad divididos en dos cuadrillas y vestidos de forma vistosa, con capa y sombrero con grandes penachos, botonaduras de oro y diamantes y cintillos de lo mismo, cabos y forros de telas, cada cuadrilla de diferente color, jaeces muy ricos bordados de oro y perlas, algunos con jaeces y bozales de plata, que los hay en esta ciudad de mucha estima y muy ricos (Ramírez del Águila: 180) La grandiosidad de las fiestas platenses que estudiamos viene dada también por los fuegos artificiales que tuvieron lugar en los días de la octava. Se trató de los típicos fuegos barrocos consistentes en diversas representaciones de figuras simbólicas de las que salían los fuegos o que eran fulminadas por ellos (Arellano, 2008: 55). En estos fuegos artificiales se conjugaban con maestría, según ha señalado Alberro, el manejo de la pólvora –y su componente de estrépito, olores y explosiones– con construcciones alegóricas o de tipo monstruoso (2010: 870). En concreto, en la tercera jornada de las festividades un águila prendió un enorme castillo situado en el centro de la plaza: Se remató el día con quemar un castillo que se puso en medio de la plaza con muchos artificios de pólvora, fabricado con tres cuerpos en que había muchas pinturas de gigantes, letras y trofeos a propósito del intento; cayó de sí mucho fuego, ocasionado del que pegó en él un águila que llegó volando (Ramírez del Águila: 180-181) El cuarto día fue un buitre el que se posó sobre un gigante, dando lugar de nuevo a vistosos fuegos que saltaron hasta el público: Acabose ese día con los fuegos que echó de sí un gran gigante de fiera estatura, significado en Prometeo, a quien un buitre se le fue a poner en el pecho, que echó de sí muchos cohetes, buscapiques y triquitraques con riesgo de muchos mantos y capas que se quemaron (Ramírez del Águila: 181) Finalmente, no faltó el sexto día un ”toro encoheteado que echó de sí mucho fuego por toda la plaza” (Ramírez del Águila: 182). Fue este un espectáculo muy frecuente en el virreinato del Perú, consistente en soltar un
45 Ver
García Bernal, 2006: 206-213. Juego de tipo caballeresco en el que dos cuadrillas después de demostrar sus habilidades ecuestres se arrojaban una contra otra cañas preparadas para el efecto, como si estuvieran combatiendo (Bromley, 1953: 32). Sobre el gusto por los juegos de cañas en Potosí y La Plata ver Quisbert Condori (2008: 356-383) y García Pavón (1995: 427-428).
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toro bravo con una gualdrapa llena de cohetes y fuegos de artificio que iban explotando a medida que el animal corría por la plaza46. Otro elemento significativo en las celebraciones que son objeto de este trabajo fue la presencia indígena en la fiesta47. Los indios aparecen en la entrada de Borja como actores de diferentes representaciones que suponían la puesta en escena de situaciones que estaban a caballo entre lo real o histórico y lo fantástico o imaginario (Alberro, 2010: 872). Al comienzo de los festejos, encabezó la comitiva de recibimiento, que como era usual iba de menor a mayor categoría, un escuadrón de quinientos indígenas organizados en seis compañías ”lucidamente vestidos a su usanza” que fueron pasando por delante del prelado ”arrodillándose y haciendo salva” (Ramírez del Águila: 176). Detrás iban los caballeros ”en una gran tropa con mucha lustre de galas, aderezos, caballos y criados”. Tras ellos el cabildo y la audiencia, acompañada esta última por ”la guarda de indios cañares” (Ramírez del Águila: 177). Para el caso limeño, Osorio sitúa la incorporación oficial de los indígenas a las fiestas de entrada virreinales en 1622, año en que participaron en la del marqués de Guadalcázar también quinientos indios con arcabuces y picas y sus capitanes, alféreces y sargentos. Para la entrada del conde de Salvatierra la misma autora menciona la participación de ”varias tropas” de indios48. Por su parte, para Cuzco, Cahill recoge el desfile de dos escuadrones de cuatrocientos y doscientos indígenas cañares con algunos canas, más otros cuatrocientos indígenas de la parroquia de San Jerónimo, divididos también en escuadrones y liderados por el cacique principal del pueblo, en las fiestas por la beatificación de San Ignacio en 1610. Es precisamente este último autor el que vincula la aparición de estas tropas indígenas, que portaban armas falsas, con la escenificación festiva de batallas rituales (Cahill, 2000: 116-123). En este contexto hay que destacar también la repetida representación del inca en las celebraciones en honor de Borja, ataviado con los símbolos del poder prehispánico, llevado en una litera y acompañado de dos filas de guerreros. La primera vez fue precisamente en una tramoya que simulaba el asalto a una fortaleza (Ramírez del Águila: 181) por parte del inca y su ejército que tuvo lugar el quinto día de fiestas: salieron los indios en dos mangas, bien aderezados, con su inga a combatir una fortaleza, que llaman pucara, que se hizo en medio de la plaza a su usanza; fue tarde49 muy regocijada y los indios lo hicieron bien y concertados y cumplieron muy bastantemente con su obligación; combatida la fortaleza, llevaron los presos y cautivos a
46 Quisbert
Condori constata el uso de toros encohetados en Charcas (2008: 341) y Valenzuela Márquez confirma que se seguía utilizando en Chile en la segunda mitad del siglo XVIII (2005: 58). 47 La participación de los indígenas fue también esencial en las entradas virreinales novohispanas (Alberro, 1999: 447-448). 48 Para 1674 aparecen también incorporados a la entrada virreinal negros y mulatos formando compañías (Osorio, 2006: 793-794). 49 Hemos corregido la edición de Urioste que pone “tan de”.
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presencia de su ilustrísima que les echó la bendición en agradecimiento a su buen deseo (Ramírez del Águila: 181). Apareció de nuevo al día siguiente después de los toros ”otro escuadrón de ingas con su emperador, en unas andas de oro, muy lucidos y galanes con el guión y armas de su debelado imperio; hicieron una vistosa escaramuza y combatieron otro castillo” (Ramírez del Águila: 181). Los reyes incas con su cohorte y símbolos del poder fueron un tema recurrente de las fiestas coloniales andinas. Aparecen ya en el recibimiento hecho al virrey Toledo en el Cuzco en 1572, en el que desfilaron cuatro incas al frente de los cuatro suyus del Tahuantinsuyu y representaron también una serie de batallas demostrativas50, siguiendo un modelo ya tipificado en esta época también para las fiestas limeñas, según ha demostrado Périssat (2002: 229-233)51. Cahill, que ha estudiado las fiestas cuzqueñas por la beatificación de San Ignacio de 1610 y las de Nuestra Señora de Loreto de 1692, relaciona la consolidación de las representaciones coloniales del incario en esta ciudad con la acción evangelizadora de los jesuitas52. Para Potosí, García Pavón ha puesto de manifiesto que la teatralización del pasado incaico fue un elemento clave en las distintas celebraciones coloniales de la Villa Imperial, que contaron siempre con una ”abrumadora” presencia indígena (1995: 428-431). Igualmente, para valorar la dimensión festiva de la entrada de Borja debe prestarse atención a otro componente propio de la fiesta barroca, los certámenes literarios (Arellano, 2008: 56), que nos indican la importancia cultural que tenía ya la capital charqueña y vinculan de nuevo las entradas episcopales indianas con las virreinales53. En primer lugar se celebró en la catedral, con asistencia de las principales autoridades civiles y eclesiásticas y ”gran número de cortesanos y damas”, una justa literaria que había sido convocada un mes antes: ”Mostráronse las musas muy discretas, benévolas y apacibles y los ingenios galantes en la gran copia y variedad de sus poemas, dísticos y elogios” (Ramírez del Águila: 181). Algunos ganadores recibieron como premio piezas de oro y plata (Ramírez del Águila: 182). En segundo lugar, Francisco de Acebedo, ”gran estudiante y muy entendido en todas facultades de culto y brillante ingenio”, protagonizó un ”certamen artificioso” del que leyó las composiciones y repartió los premios siendo miembros del jurado dos oidores de la audiencia, Antonio de Calatayud y
50 En este caso los indígenas, dirigidos por Atahualpa, asaltaron una fortaleza llamada “Guacaura” en la que se había refugiado Huascar (Osorio, 2006: 805-806). 51 Por ejemplo, en 1659 se teatralizó en Lima el asalto a un castillo por parte de un ejército inca. Iwasaki Cauti (1992: 319) lo relata basándose en el Diario de Lima de Mugaburu. 52 En 1610 los indígenas celebraron la beatificación durante veinticinco días. Hubo procesiones cada día organizadas por las ocho parroquias indígenas. Después hubo una nueva fiesta en la que desfilaron once emperadores incas, hasta Huayna Capac, representados por sus descendientes cercanos (Cahill, 2000: 116-123). En 1692 Juan Sicos Inga portaba el estandarte de la Virgen vestido con los símbolos del poder incaico como la mascaipacha y atributos de nobleza española como la espada (Cahill: 124-144). 53 Estos certámenes fueron un elemento común en las entradas virreinales limeñas. Tenían lugar unos meses después cuando el representante del monarca era recibido solemnemente por la Universidad de San Marcos (Bromley, 1953: 34).
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Sebastián de Alcocer, y el chantre del cabildo, Baltasar Cerrato Maldonado54 (Ramírez del Águila: 182). El punto final de las fiestas vino dado por el desfile de una ”máscara de graves y costosas invenciones” el octavo día. Las mascaradas, de origen bajomedieval y renacentista, se consagraron y ampliaron dentro del espectáculo festivo barroco y aparecen reiteradamente en el virreinato peruano con sus dos componentes principales: el desfile hiperbólico que buscaba la sorpresa y la admiración, y los carros triunfales que perseguían la imitación a modo de desafío y evasión (García Bernal, 2006: 535-537). Un ejemplo charqueño es la que tuvo lugar años más tarde, en 1716, en la plaza mayor de la villa imperial durante la entrada de Morcillo, sufragada por los mineros, que lograron con ello ver favorecidos sus intereses por el nuevo virrey (Moreno Cebrián, 2001: 188-189, 199-205). Los potosinos salieron a la calle con sus mejores galas y aplicaron su ingenio en una serie de invenciones. Tras un vistoso desfile55, apareció el carro triunfal con cuatro ninfas (alegorías de la Fama, América, Europa y Potosí), representadas por cuatro niñas, en el que se había instalado una representación del cerro. Cuando el carro se detuvo delante del arzobispo, las ninfas representaron una loa que enaltecía las virtudes del homenajeado (Zugasti, 2008: 310-312). En las fiestas que estudiamos salieron tres carros triunfales flanqueados por cincuenta caballeros ”de diversas naciones, costosamente aderezados con libreas de telas y lamas, muchos criados con hachas y gran estruendo de chirimías, clarines, cornetas y atambores”. El primer carro ”de música”, el segundo representando un galeón que surgía de dos montes que simbolizaban la ciudad de La Plata56, ”adornado de muchos gallardetes y enjarciado muy propiamente”, que pasó disparando57. Finalmente, el tercer carro reproducía un arco triunfal asentado de nuevo sobre dos montes ”con el plus ultra de las armas y águilas imperiales entre dos columnas doradas”, en el que iban ”dos hermosos niños ricamente aderezados en figura de dos reinas que representaban esta iglesia y ciudad” (Ramírez del Águila: 182-183). Este último, al igual que en Potosí, se paró delante del arzobispo y los niños declamaron unos versos de bienvenida a Borja, probablemente también una loa.
5.2. Otros componentes de la fiesta barroca Los ingredientes lúdicos que se acaban de destacar nos permiten concluir, con el autor de las Noticias políticas, que las festividades de La Plata ocuparon un lugar destacado, si no principal, en el ámbito del virreinato:
54 Criollo
de Chile ”cuya nobleza, letras, persona y lucimiento de ella, capacidad y talento, son dignos de muy grandes elogios” (Ramírez del Águila: 172). 55 Abría el desfile la Fama, seguida de los doce héroes de la fama tras los cuales iban varios monarcas otomanos y quince personajes ricamente vestidos que simbolizaban la casa de Austria, detrás doce sibilas y otros personajes vestidos de romanos (Zugasti, 2008: 310-312). 56 Las dos montañas estaban en el escudo de armas de la ciudad: ”Su fundación a las faldas de dos cerros, cada uno de altura de media legua, llámanse Churuquilla y Sicasica…” (Ramírez del Águila: 17). 57 El autor no hace más indicaciones sobre estos disparos, que serían un artificio probablemente conseguido con pólvora (Alberro, 2010: 870).
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Los concursos en las fiestas procesiones son muy grandes; la grandeza, devoción y riqueza en su celebración, la mayor del reino, porque allí está junto lo más rico de él en joyas, plata, oro, colgaduras, pinturas y todo lo que es de mayor riqueza y curiosidad (Ramírez del Águila: 88). En esta línea, parece oportuno cerrar el análisis de las festividades en honor de Borja recopilando, a grandes trazos, algunas referencias a otros elementos esenciales de la fiesta barroca que Ramírez del Águila menciona a lo largo de la relación58. Así, es preciso referirse a la constante ”metamorfosis del escenario” con el engalanamiento de calles, plazas y personas que se reitera en la relación: ”Estaban las calles ricamente adornadas de telas y sedas, las ventanas pobladas de hermosas damas, curiosa y costosamente aderezadas” (177). Por ejemplo, al situar el marco en el que se llevó a cabo el juramento, bajo el arco situado delante de la catedral, señalaba: ”Todo aquel pavimento de cementerio y gradas estaba cubierto de ricas alfombras […] y desde allí formada una plaza […] adornada de cuadros y colgada de colgaduras carmesíes de oro y terciopelos”. Una transformación que llegó también al interior de la propia catedral, en la que se colocó un nuevo altar a la entrada, con un cuadro grande de San Francisco en honor del prelado y se cubrió todo con una tela ”de bordadura de esterilla de oro y perlas”; frente al altar se dispuso un aparador con el pontifical; el ambiente intermedio se llenó con ”muchos bufetes de plata con cazoletas de plata y perfumadores con olores, de pasta, de ámbar, algalia y almizcle” (178). El espacio ordinario se vio por lo tanto alterado por una lujosa y abigarrada decoración, por exquisitos olores, clamor de campanas, ruido, fuegos y luz, en exaltación barroca de todos los sentidos. Consigna el autor, al narrar el final del día de la entrada, que ”aquella noche estuvo la ciudad muy alegre, con grande repique de campanas, luminarias, fuegos e invenciones de fuego en todas partes y especial en la iglesia y calle de su ilustrísima donde hubo un gran concurso de gente y damas” (Ramírez del Águila: 179). En este sentido es redundante también el realce que adquiere en el texto la afluencia de público que participaba del entusiasmo festivo, tanto al recibirse la noticia –”con la novedad se alborotó la ciudad y ocurrió mucha gente a saber del caso, de que enterados causó en todos mucha alegría” (Ramírez del Águila: 175)–, como durante las celebraciones: Entró su ilustrísima en esta ciudad con buen pronóstico y grandes muestras de alegría en los clamores de repiques de campanas, música de instrumentos de chirimías, clarines y trompetas, estruendo de armas, primor de gente, voces a su bienvenida, dándosela todos, españoles e indios (Ramírez del Águila: 175). Asimismo, la música ocupa un lugar destacado a lo largo del relato, donde no falta tampoco la referencia al baile organizado el séptimo día: un ”grandioso sarao” de doce damas y caballeros ”costosa y ricamente aderezados”
58 Seguimos
en parte el esquema propuesto por Alberro, 2010: 837-855.
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que bailaron danzas diferentes ”con variedad de invenciones, episodios y tramoyas, que lució mucho y pareció muy bien” (Ramírez del Águila: 182). Finalmente, cabe mencionar el aspecto culinario de la fiesta, cuya importancia ha sido puesta en evidencia por Bruneau para la entrada en La Plata del arzobispo Herboso y Figueroa en 177759. La descripción de Ramírez del Águila recoge la celebración de dos banquetes en torno al día de la entrada a cargo del cabildo eclesiástico: ”Fue la cena que se dio a su ilustrísima muy espléndida, que la de aquella noche y comida del día siguiente la daba el cabildo por ministerio y cuidado de su mayordomo” (179). Pero sin duda más espectacular por su escenografía fue la colación que el cabildo secular ofreció al arzobispo el segundo día, después de los toros y cañas, que costó 1.000 pesos y consistió en cien fuentes de ”pasta”60, ”que las llevaban cien indios muy aderezados con galas a su uso y plumas, cada uno con una toalla rica al hombro, con mucha música de chirimías y alguaciles que aguardaban y acompañaban”. En la primera fuente, que llevaban dos indígenas, iba ”un castillo grande hecho de azúcar y pasta” que el arzobispo recibió con ”agradable semblante” y mandó repartir a los convidados (Ramírez del Águila: 180).
Conclusiones La incorporación a las Noticias políticas de la relación de sucesos que narra las festividades que se vivieron en La Plata con motivo de la entrada del arzobispo Borja en 1636 parece ser una fórmula utilizada por el autor para remarcar la categoría de la ciudad de La Plata, como digna sede de tan ilustre prelado, situándola al mismo nivel que otras ciudades principales de la monarquía. Además, el autor de la relación, que fue uno de los organizadores de estos regocijos, no pierde al narrarlos la oportunidad de poner de manifiesto su buena gestión, que confirmaba su lealtad a la corona y le permitía aspirar a nuevos reconocimientos, como el que de hecho estaba tramitando para acceder a un puesto inquisitorial indiano. Finalmente, el análisis comparativo de estas celebraciones, con respecto a otras que tuvieron lugar en el virreinato, permite establecer que tuvieron una dimensión considerable, vinculada con el relieve que la fiesta barroca alcanzó en el altiplano andino. La entrada de Borja supuso una escenificación del poder episcopal, siguiendo pautas similares a las de otras sedes tanto peninsulares como americanas. Su singularidad radica en la prolongación de la fiesta durante una octava en la que la combinación de elementos lúdicos variados –arquitecturas efímeras, toros y cañas, fuegos artificiales, certámenes literarios y mascarada– propiciaron una espectacular bienvenida en la que no faltaron otros ingredientes comunes de la fiesta barroca: el abigarramiento decorativo, la concurrencia de público, el ruido, el fuego, la luz y los olores.
59 El
banquete que ofreció en esta ocasión el cabildo eclesiástico costó 2.684 pesos (Bruneau, 2005). 60 ”Es una masa de diversas cosas que se han majado juntas y revuelto entre sí” (Tesoro de Covarrubias).
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Todo ello contribuyó a transformar la capital de Charcas en un exuberante escenario festivo en consonancia con el peso específico de este territorio en el mundo hispánico del siglo XVII.
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Raller aúl Marrero -FenteNE1: 201-213, 2012 T de Letras
Derecho y Justicia en la conquista América issn de 0716-0798
Derecho y Justicia en la conquista de América Law and Justice in the Conquest of America Raúl Marrero-Fente University of Minnesota
[email protected] Apoyado en las teorías filosóficas del post-fundacionalismo y el post-colonialismo, este trabajo examina las teorías de la justicia distributiva y su importancia para la teoría jurídica. El ensayo analiza los principales textos jurídicos de la conquista de América: las capitulaciones de Santa Fe, las bulas papales, las leyes de Burgos y el requerimiento y explica el carácter de tales ficciones legales. Por último, comenta la importancia de la teoría poscolonial en el estudio de la Historia del Derecho en América Latina. Palabras clave: Derecho, justicia, ficciones jurídicas, post-fundacionalismo, post-colonialismo, conquista de América. Based on the philosophical theories of post-foundationalism and post-colonialism, this paper examines the theories of distributive justice and its relevance to legal theory. The paper analyzes the main legal texts of the conquest of America: the capitulations of Santa Fe, the papal bulls, the laws of Burgos and the requerimiento and explain the character of such legal fictions. Finally, argue for the importance of postcolonial theory to the study of the History of Law in Latin America. Keywords: Law, Justice, Legal Fictions, Post-Foundationalism, Post-Colonialism, Conquest of America.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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La mayoría de los estudios dedicados al Derecho en la conquista de América adoptan los postulados establecidos por las teorías distributivas de la justicia, los cuales abogan por la igualdad pasiva de los individuos, es decir, la igualdad como algo que se recibe desde el poder (Pereña, 1992; Pérez-Luño, 1995; Zapatero, 2002). En estos trabajos predomina el análisis en torno a los derechos que se deben conceder a los indígenas y no se presta atención al examen de los posibles medios a través de los cuales los mismos pueden participar en la formulación de sus derechos. Las teorías de la igualdad pasiva se basan fundamentalmente en los postulados de las obras de John Rawls, A Theory of Justice (1971), Robert Nozick, Anarchy, State, and Utopia (1974), y de Amartya Sen, The Idea of Justice (2009). La característica que distingue a estos análisis es que elaboran su interpretación del derecho en las categorías ontológicas primarias de la filosofía, tales como totalidad, universalidad y esencia. En el contexto latinoamericano las ideas de Rawls, Nozick y Sen han sido analizadas críticamente por Atilio Boron (2002: 139-62), Álvaro de Vita (2000) y Fernando Lizárraga (2002: 239-58) como parte de los modelos de dominación imperialista. El dilema más importante que suscitan las teorías distributivas de la justicia es que destituyen a los indígenas de su agencia y no toman en consideración su capacidad de realizar actos individuales y colectivos. En específico, no logran resolver el problema que plantea el estrecho vínculo que se da entre las categorías de opresión y dominación en el colonialismo, ya que por un lado el hecho de oprimir a los indígenas les priva de sus derechos, y por otro la dominación impide que estos aboguen por la defensa de sus derechos. Por otra parte, el llamado pensamiento post-fundacionalista, representado por Jacques Derrida, Judith Butler, Charles Taylor, Alain Badiou, Jean Luc Nancy, Claude Lefort, Ernesto Laclau, Jacques Ranciere y Slavoj Zizek, entre otros, interrogan constantemente las figuras de fundación del pensamiento filosófico (totalidad, universalidad y esencia), cuestionando los conceptos pasivos de justicia (Marchart, 2007; May, 2008). En este sentido hay un punto de convergencia entre el pensamiento post-fundacionalista y la teoría post-colonial a partir de la tentativa de articular un proyecto político que resulte innovador con respecto a los proyectos de liberación o a las políticas de emancipación. Las dos escuelas de pensamiento concuerdan en que los dispositivos metafísicos y ontológicos que han sido tradicionalmente empleados para explicar la agencia de un sujeto hoy en día están obsoletos. No podemos apoyarnos en la certeza que nos brinda la filosofía y su teoría de la causalidad, ni en la teleología que propone el pensamiento filosófico más ortodoxo. Ambas toman como punto de partida lo que se ha denominado como la crisis de la Razón, lo cual implica la desaparición del sujeto trascendental y el cuestionamiento de la existencia de una Verdad única y universal. Sin embargo, son distintas en cuanto al método de cómo avanzar en el desarrollo del pensamiento a partir de la premisa del postulado inicial que establece que el “Uno” y el “Todo” no existen; es decir, que nos hallamos inmersos en la multiplicidad diferencial no-binaria. Es precisamente en ese instante que comienzan a percibirse las diferencias entre las dos corrientes de pensamiento. El post-fundacionalismo alega que el eurocentrismo que se basa en el dominio y la opresión del otro, halla su explicación en la Razón occidental. No obstante, de acuerdo al post-colonialismo, ese proyecto de desmantelar puede ser también una forma de retornar a los inicios del
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pensamiento en tanto fuerza que irrumpe y nos invade otra vez. El verdadero dilema radica en cómo conseguir el desarrollo de un modo de pensar intenso y de elevada abstracción que no caiga en los esquemas recurrentes de la filosofía occidental. Este debate también está presente en los estudios actuales sobre la teoría legal. El omitir la dimensión imperialista en el estudio del Derecho reduce el complejo discurso jurídico a un sistema unidimensional integrado por un conjunto de reglas o de instituciones establecidas para ejercer el control sobre los territorios y sus habitantes. En otras palabras, dicho enfoque no toma en cuenta que la legislación española en América fue en primera instancia una serie organizada de prácticas sociales de violencia, las cuales sirvieron de guía con respecto al curso de acción a seguir para mantener el dominio sobre los amerindios y sus tierras. Ni la legislación española, ni los actos violentos que la misma generó se pueden comprender de forma aislada una de la otra, pues las leyes promulgadas constituyen un ejercicio incompleto o insuficiente sin el elemento de la violencia. Las leyes dependen de las prácticas sociales de dominación para llegar a tener repercusión en la sociedad. Las normas jurídicas son relatos que se elaboran siguiendo un modelo retórico, cuyo principal objetivo es brindar una apariencia de verdad absoluta. Por lo tanto, el derecho en sí mismo es una narración que pretende abolir la distinción que se da entre realidad y ficción. En este sentido, el propósito de mi trabajo es analizar los procedimientos que establece la legislación española en tanto ficciones jurídicas que se redactan para justificar la conquista y colonización de América. En mi opinión, la mayor parte de los enfoques que se han desarrollado hasta ahora en los estudios coloniales han descuidado el examen de este conjunto de leyes como una serie de actos del Imperio español ejercidos para asegurar su dominio sobre los territorios conquistados. La tesis central de mi estudio es que la legislación colonial de España en los territorios americanos sólo se puede entender en toda su complejidad a partir de la premisa de que el discurso jurídico no es tan solo un lenguaje de índole conceptual. Es decir, las leyes no se pueden reducir a un conjunto de definiciones abstractas, porque el discurso legal en sí mismo es una elaboración del lenguaje cuya condición metafórica se deriva precisamente de la necesidad de encubrir el objetivo de imponer unos principios de control social que están en el centro de toda actividad legislativa (Marrero-Fente, 2009: 247-249). En otras palabras, la legislación española en la América colonial debe ser estudiada no sólo como una serie de normas o instituciones, sino como una práctica discursiva de dominio imperialista sobre los seres humanos. Este enfoque metodológico se basa en la noción de que existe un vínculo de complicidad entre el derecho y la injusticia en la conquista y colonización de los territorios americanos. Como recuerda Mendieta: Already the Amerindians, the slaves of the New World, the mestizos and mulattos that are born with the modern project, knew in their flesh and sequestered and quarantined sociality what the postcolonial thinkers began to discover after the sixties and seventies in light of a process of decolonization begun in the aftermath of World War II (2007: 93).
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En el pensamiento postcolonial el análisis del Derecho y su relación con la sociedad colonial ocupa un lugar fundamental (Kumar, 2003; Baxi, 2000). Para el postcolonialismo la razón jurídica colonial consiste en crear la impresión de que allí donde se da el trasplante de un enunciado jurídico en otro contexto es de por sí la justificación de una ley, porque en la reproducción de un enunciado jurídico no hay discontinuidad, sino, por el contrario, en el lugar que aparecen estos enunciados (la sociedad colonial) son el lugar específico de ellos y no un sitio prestado. Por eso para el pensamiento postcolonial la falsedad de esta discontinuidad es un aspecto que se tiene que desenmascarar si se quiere argumentar la autonomía político-discursiva de los agentes políticos. Este punto es especialmente importante si se trata de articular un argumento en contra de los esencialismos, en especial los esencialismos jurídicos del imperialismo. Pero esta ruptura se localiza solamente después de haber equiparado razón colonial con el logocentrismo y las dicotomías entre los discursos filosóficos y jurídicos. En primer lugar, la condición discursiva del pensamiento jurídico abre espacios contestatarios en el discurso donde se debaten ideas y prácticas vinculadas al concepto de justicia y de los derechos del individuo. Es decir, al tener en cuenta la naturaleza retórica del derecho, los textos jurídicos que el Imperio español promulgó en América pueden leerse de forma simultánea como narrativas de justificación y de resistencia. La mayoría de los estudios dedicados a la jurisprudencia solo abordan los documentos jurídicos procedentes de Europa como relatos de justificación; esto es, únicamente examinan el derecho escrito, omitiendo el contexto de acción política y social de estos textos porque detrás de cada ley escrita también existen aquellas que no están escritas y que responden a convenciones, usos y protocolos del poder, por lo que se resisten a cualquier codificación lingüística (Baxi, 2000: 540). La verdadera historia del derecho español en América está marcada por una desigualdad asimétrica entre dos fuerzas contradictorias que coexisten en la sociedad colonial: opresión y resistencia. La paradoja principal de la historia del derecho en Hispanoamérica es la presencia de textos y debates jurídicos sofisticados que mostraban un avanzado nivel de abstracción precisamente en el momento triunfal del imperio español. Un examen detenido de la evolución de las leyes de Indias no solo pone de manifiesto el carácter injusto de los instrumentos jurídicos empleados en la conquista de América, sino que además permite llevar a cabo una revisión crítica en torno a la mentalidad jurídica que intentó presentar las leyes y debates entre las diversas escuelas de pensamiento jurídico en España como medidas y acciones que beneficiaban directamente a los indígenas americanos (Pereña, 1992; Pérez-Luño, 1995: 121-144). El balance de este proceso pone al descubierto la asociación que existió entre el derecho europeo y la mentalidad imperialista de dominio, la cual se expresa a través de un sistema de protección legal y de los debates intelectuales que se centraban en los tópicos de la “naturaleza humana” de los indígenas y de los “justos títulos” de España en los territorios americanos. El principal legado del sistema jurídico europeo en Hispanoamérica fue el surgimiento de una sociedad colonial que encubrió a través de una legislación compleja la antinomia asimilación/exclusión que se erige en el fundamento filosófico de la injusticia que distinguió la conquista de América. La expresión formal en el derecho de esta antinomia fueron las llamadas “leyes
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de Indias,” las cuales en la práctica eran tan solo una guía para gobernar colonias; es decir, un mandato de dominio sobre los pueblos conquistados que debía cumplirse sin ser cuestionado, pues eran órdenes que no dejaban abierta la posibilidad de articular una defensa a favor de los derechos de los subordinados. La genealogía del proceso filosófico de la creación de una identidad europea basada en la antinomia asimilación/exclusión es analizada por Darian-Smith y Fitzpatrick (1999), quienes la definen como una postura de poder en oposición a otros pueblos que se ubican fuera del área geocultural de Europa: What is less remarked, and what initiates the defining moment of postcolonialism, is that the exclusion of these “others” is intrinsically antithetical to the West’s arrogation of the universal to itself since this arrogation would require the inclusion within the West of those very others excluded in its constitution. The postcolonial –that is, the person subjected in this process– thus torn between exclusion as something radically different to the West and the demand to join and become the same as it (DarianSmith y Fitzpatrick, 1999: 1-2). El derecho castellano medieval prescribe las condiciones necesarias que sirven de fundamento jurídico a la expedición de Cristóbal Colón; esto es, para que el dominio de los Reyes Católicos sobre los territorios americanos sea legítimo, se requiere que uno de sus vasallos tome posesión de las nuevas tierras, acto que a su vez les otorga a los monarcas la posesión simbólica de la región conquistada. Por lo tanto, la ocupación se constituye en el requisito legal indispensable para poder reclamar el dominio sobre las tierras en América. Las Capitulaciones de Santa Fe de 1492 se convierten en el recurso legal que utilizan los Reyes Católicos para mostrar su facultad jurídica de poseer los territorios conquistados (Kadir, 1992: 65-76; Zamora, 1993: 27-36). En el texto de las Capitulaciones se hace referencia a esta disposición en tanto ejercicio del derecho indiscutible de los monarcas de España de detentar la propiedad de estas tierras dentro de los parámetros legales establecidos en el derecho castellano medieval. Desde el punto de vista jurídico, la acción del Almirante como acto provisional requiere la convalidación del derecho para sentar la base de su legalidad y ser considerada como una hazaña legítima. En la época en que se lleva a cabo la expedición de Colón, las disposiciones que establecía el derecho romano en torno al dominio y posesión de los territorios son reinterpretadas por el derecho canónico. La mediación del derecho canónico se da precisamente como una respuesta ante la rivalidad que existía entre España y Portugal por adjudicarse el control sobre las islas situadas en el Océano Atlántico. Los cambios que introduce el derecho canónico en los conceptos jurídicos de dominio empiezan a aparecer en el año de 1436 con la bula Romanus Pontifex, con sucesivas revisiones hasta 1454, las cuales reconocen el dominio portugués sobre las islas Canarias. En los estudios de Muldoon (1979: 105-110) y Williams (1990: 59-66) se destaca el aporte de esta bula al alto nivel de desarrollo que alcanza el derecho canónico con la elaboración de un concepto de dominio más sofisticado
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que el término definido por la tradición del derecho romano. La importancia de los principios formulados en la bula Romanus Pontifex está en que sentaron los cimientos del marco legal que posteriormente se convirtió en la justificación para realizar otras empresas de conquistas. Por primera vez, el derecho canónico podía ofrecer una teoría jurídica que nunca antes había sido prescrita en el derecho romano ni en el castellano. La tesis principal en que se apoya esta doctrina legal es la relatividad y por último, la negación del dominium de los indígenas americanos sobre los territorios conquistados por los cristianos, que iba unida al afán de propagar la doctrina cristiana y de hacer frente a los musulmanes. El concepto de dominio en el discurso político solo se puede llegar a entender en toda su complejidad si tomamos en consideración dos aspectos vinculados con el término: el primero es de índole legal, ya que el concepto proviene de la teoría jurídica que establece las relaciones de propiedad a partir del modelo del derecho romano; el segundo elemento tiene que ver con la dimensión teológica de dominio. Ambos aspectos se encuentran vinculados en la época medieval, por lo que al formular el nuevo término de dominium en el discurso político de la Edad Media, son los juristas y los teólogos quienes ejercen una mayor influencia en la definición del concepto (Burns, 1992: 16-29). La literatura medieval comprende varias obras en las que se analiza el concepto de dominio recurriendo a las teorías que provienen del derecho divino y del secular. Estos textos medievales nos brindan una síntesis respecto a las ideas en torno a la autoridad del Papa, estableciendo así la distinción que existe entre el poder temporal y espiritual. El término de dominio comenzó a adquirir una connotación política a partir de esta división de poderes que establecía la vigencia de una autoridad terrenal y otra divina. La tesis que defiende el dominio universal amerita una explicación más en detalle cuando el acto de posesión está relacionado con el territorio insular y el Océano. El historiador Weckmann (1984) examina en su obra la complejidad del argumento que defiende el concepto de dominio medieval sobre las islas y tierra firme como una doctrina onmi-insular, la cual es refutada por García Gallo (1987), quien niega el carácter universal del postulado del dominio que puede ejercer el Papa sobre los territorios insulares que han sido conquistados. Pero si el debate en torno a la posesión y control de las islas está permeado por las diversas interpretaciones que suscita la doctrina jurídica medieval, la confusión se intensifica cuando el dominio se extiende al mar. Según la tradición del derecho común que surge en Europa durante la Edad Media, hay que establecer la diferencia que existe entre el dominio ejercido sobre tierra firme y el ejercido sobre el Océano. En el derecho de la época se reconocía la posibilidad de que los nuevos territorios descubiertos se encontraran en estado de res nullius, lo cual implicaba que estas tierras no pertenecían a nadie. Sin embargo, el Océano desde la época romana era considerado res communis omnium, es decir, el mar era propiedad común de todos. La intervención del Rey de Portugal Juan II, quien reclama sus derechos sobre las nuevas tierras halladas en la expedición de Colón, hace que los Reyes Católicos apelen al Papa Alejandro VI solicitando su dictamen con respecto a a qué Corona correspondía detentar el control sobre las tierras
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americanas. El conflicto entre las dos monarquías ibéricas que suscita el dominio de los nuevos territorios en América no se podía solucionar dentro del marco del derecho romano, ni tampoco se podía resolver recurriendo a la tradición del derecho castellano o del portugués, ni a los acuerdos internacionales como el tratado de Alcazovas-Toledo de 1479. De ahí que se someta el diferendo a la jurisdicción del derecho canónico. La acción arbitral del Vaticano se traduce en las bulas de Alejandro VI de 1493, las cuales permiten que los Reyes Católicos conserven su dominio sobre las tierras de América. El principal argumento en que se sustenta la bula del 3 de mayo de 1493 revela el carácter ilegal e ilegítimo del documento. El decreto de la bula es ilegal ya que entra en conflicto directo con los postulados que establece el derecho común europeo, el cual nunca alude a la conquista de los territorios que se encuentren habitados (Siete Partidas, III, 29). Por otro lado, el convenio carece de legitimidad al no existir un consenso entre los Monarcas Católicos y los habitantes de las tierras conquistadas. En este caso, el compromiso al que se llega en los textos jurídicos del Vaticano se da entre las partes del conflicto que no representan a los habitantes de América; por lo que en estos documentos prevalece el derecho canónico, a la vez que se sigue de cerca el modelo de las anteriores bulas papales sobre África y las islas Canarias. El desenlace de mayor relevancia legal en estos documentos fue el representar la figura del indígena americano como un ser carente de personalidad jurídica dentro del ámbito del derecho europeo (Dussel, 1995: 36-40; Subirats, 1994: 407-463). Semejante acto de exclusión se pretende justificar con el antecedente de los enfrentamientos que tuvieron lugar para combatir a los infieles, y en las ideas que se propagan en torno a la supuesta inferioridad de los pueblos no europeos (Pagden, 1990: 13-36). La novedad en este caso radica en que se efectúa el traslado de la esfera de competencia del derecho común europeo al ámbito del derecho canónico con el fin de presentar el alegato en favor de la conquista de los pueblos indígenas; por lo que prevalece el discurso filosófico proveniente del Derecho natural, y que a su vez tiene su origen en la doctrina del Decreto de Graciano, y el ius commune romano-canónico. Las bulas contribuyeron a elaborar la ficción jurídica del monopolio de la navegación y del descubrimiento que podían ejercer los Reyes Católicos sobre los territorios americanos, y además prepararon las bases para la etapa estatal de la conquista de América, en la que todas las expediciones particulares tenían que pasar primero por el control del Estado. A partir de 1493 la conquista se convierte en una empresa basada en el control material y espiritual que administraba el Estado. Dicha empresa establece las pautas a seguir en los dos modos en que se puede llevar cabo la conversión religiosa de los nativos, esto es, por vía pacífica o empleando la fuerza militar. Tal ambigüedad en el discurso del derecho canónico fue lo que convalidó desde el punto de vista legal los actos de violencia cometidos en contra de los indígenas americanos. La principal consecuencia de las bulas de Alejandro VI fue el fomentar el dominio político y el sometimiento de los pueblos amerindios. En realidad los documentos papales de 1493 marcan el comienzo de una mentalidad jurídica nueva en la que los sujetos del derecho se ubican fuera del discurso de la ley del que son objeto. La exclusión de los indígenas de América del ámbito del derecho europeo constituye el acto que inaugura la otredad jurídica americana, la cual surge de la propia condición colonial, que equivale a la antinomia dentro/fuera de la ley. Los principios epistemológicos de la situación colonial son analizados por Mignolo
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(2000: 149-159) y por Quijano (2000: 533-535) como un fenómeno de la colonialidad del poder que estableció las bases del sistema imperialista de dominación mundial. Las bulas de Alejandro VI crearon una ficción jurídica, pues adjudicaron el dominio político y la jurisdicción a los Reyes Católicos sobre aquellos pueblos que no formaban parte del ámbito del derecho europeo. Dicha imposición no representaba un gesto aislado, ya que correspondía a una serie de actos de agresión que desde el siglo XV Europa infringió contra los territorios africanos y atlánticos; tal fue el caso de las islas Canarias. En el caso de las bulas de 1493, la singularidad de estos documentos es que justifican futuros actos de agresión, sustentando así la base de la doctrina jurídica imperialista de la época moderna: el conceder a los Reyes Católicos la posesión anticipada de todos los territorios ubicados al Occidente de la línea de demarcación estipulada por las bulas anteriores. La pretensión de una universalidad a priori que postula el derecho europeo se constituye en el alegato en favor de la conquista de América; y posteriormente servirá de justificación a los planes de agresión que realiza el imperio español en contra de los pueblos de Asia y Oceanía desde el siglo XVI. La noción de universalidad (Grosfoguel, 2007: 216-217) establecida en el derecho europeo fue en última instancia lo que legitimó la conquista y el dominio de los territorios americanos, poniendo de manifiesto la mentalidad imperialista de Europa con respecto a los pueblos de África, América y Asia. La disposición eurocéntrica del derecho con respecto a la conquista de América se convirtió en la cláusula no escrita que sirvió de modelo para todas las acciones jurídicas posteriores. Estas ideas se ponen en práctica en 1512 en la ciudad de Burgos, donde se convoca una junta para examinar y discutir la “naturaleza” de los indígenas americanos (Hanke, 1949: 23-25). La junta estuvo presidida por el obispo Rodríguez de Fonseca y en ella participaron los juristas Hernando de la Vega, Zapata, Mojica, Santiago, De Sosa y Juan López de Palacios Rubios; también integraron la reunión los teólogos fray Tomás Durán, fray Pedro de Covarrubias y fray Matías de Paz. El resultado de las sesiones de la Junta fue un informe que consistía de siete puntos, los cuales exponían las ideas generales en torno al trato que debían recibir los indígenas, pero sin ofrecer soluciones concretas a los problemas que había suscitado el dominio de los pueblos conquistados. El informe iba acompañado del texto de la consulta que se hizo a dos teólogos: el licenciado Gregorio, predicador del Rey, y fray Bernardo de Mesa, sacerdote dominico, quienes favorecieron el derecho de la corona española a someter a los nativos de los pueblos conquistados. La primera tarea a que se enfrentó la Junta de Burgos fue intentar hallar entre los mecanismos del derecho europeo las posibles soluciones a los conflictos jurídicos que planteó la conquista de América. El Real Consejo promulgó el 27 de diciembre de 1512 las ordenanzas de Burgos, las cuales reiteraban la justicia y legitimidad de la conquista apoyándose en la doctrina jurídica del ius commune europeo (Morales, 2008: 308). Las leyes de Burgos constituyen una síntesis de la doctrina jurídica europea en lo que concierne a la conquista y colonización de aquellos pueblos ubicados fuera del ámbito de Europa. El elemento más distintivo de la doctrina jurídica que exponen estos documentos es la ficción legal de presentar la legislación de Burgos como si fuera promulgada en tiempos de paz, pues en apariencia sustituía las prácticas brutales empleadas durante la conquista militar de los
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territorios americanos. En realidad, las leyes de Burgos representaron una modificación formal del discurso jurídico, ya que no existe una diferencia entre lo expuesto en estos textos y los objetivos primordiales de la doctrina militar de la conquista. Las ordenanzas de Burgos fueron adoptadas con el propósito de pasar legislación en torno a los problemas que surgían después de la guerra de conquista, en una pretendida época de paz, pero de una paz que era en la práctica una de las ”formas de beligerancia por otros medios”, pues promovía ”el mismo orden de liquidación del potencial humano que la guerra” (Baxi, 2002: vii). Por ejemplo, estas leyes autorizaban la esclavitud encubierta que constituía el trabajo forzoso de las encomiendas y permitían la destrucción y el desplazamiento forzoso de las comunidades indígenas. El aspecto que más se destaca en este caso es que las leyes de Burgos intentan ocultar la magnitud de la violencia física y psicológica de las acciones que culminan en un sufrimiento humano sin límites. Semejante complicidad del lenguaje jurídico se traduce en la paradoja del derecho como un discurso que genera la injusticia, es decir, en el que ”el lenguaje de derechos se convierte también en un factor de producción de sufrimiento humano” (Baxi, 2002: viii). La contradicción más obvia del sistema jurídico de la época es precisamente que en el momento en que se promulgan más leyes en Burgos, Valladolid, Barcelona y Madrid, un número mayor de indígenas experimentan las formas más extremas de opresión y son desposeídos de todos sus derechos por los conquistadores y encomenderos en América. En las leyes de Burgos el supuesto ejercicio de los derechos de los indígenas se encuentra legitimado por medio de los dispositivos prescritos en el texto jurídico, pero el modo auténtico del disfrute de esos derechos posee una existencia autónoma que se sitúa al margen de la ley, por lo que resulta imposible su aplicación en una sociedad colonial. Por lo tanto, las leyes sociales no escritas invalidan las normas jurídicas escritas (Spivak, 1995: 155-156), tales como las leyes de Burgos o las Nuevas Leyes, las cuales regulaban el trato a los indígenas, pero resultaron fallidas debido a que se implementaron en una sociedad colonial que por sus propias características de explotación anulaba toda posibilidad de justicia. Los debates en torno a los “justos títulos” y a la “naturaleza de los indígenas” que se dieron en la junta de Burgos de 1512, en el mejor de los casos se puede interpretar como un gesto paternalista, basado en la supuesta inferioridad social y cultural de los indígenas; y en el peor de los casos se podría alegar que sirvieron de justificación al imperialismo español para perpetrar las acciones que provocaron la aniquilación del modo de vida de millones de seres humanos. La Junta de Burgos también intentó resolver otro conflicto de índole legal, el de los llamados “justos títulos,” es decir el del derecho incuestionable de conquista que la corona española creía detentar en los territorios americanos. El problema fue resuelto por medio del Requerimiento, el instrumento jurídico creado para cumplir con los procedimientos formales del derecho. Este documento fue redactado por dos miembros de la Junta de Burgos: el jurista Juan López de Palacios Rubios, profesor de la Universidad de Salamanca y consejero de los Reyes Católicos; y el sacerdote dominico fray Matías de Paz, catedrático de teología en la Universidad de Salamanca. Los principios jurídicos, teológicos y políticos del Requerimiento fueron expuestos en dos tratados: De las islas del mar océano de Juan López de Palacios Rubios, y Del
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dominio de los reyes de España sobre los indios de Matías de Paz; los cuales constituyen la defensa más elaborada del derecho de conquista del imperialismo español sobre los pueblos indígenas de América. No se trata solamente de refutar el Requerimiento como una ley que no se puede implementar bajo una situación bélica, sino de tratar de entender la lógica jurídica que subyace en este documento legal. El Requerimiento consistía simplemente en una declaración escrita que se leía en voz alta a los indígenas con el único objetivo de solicitar de forma explícita y directa su sumisión ante los Reyes de España. En un sentido estricto, el Requerimiento no es en sí mismo una ley, sino un mandato de gobernación y de ahí que no pueda ser cuestionado su carácter antijurídico. Su estructura formal está compuesta de cinco partes: la explicación sobre el poder universal del papa; la donación papal de los territorios americanos a los Reyes Católicos; el encargo de la evangelización y conversión de los indígenas al cristianismo; la fundamentación de la guerra lícita y el sometimiento, ocupación y esclavitud de los pueblos conquistados (Pereña, 1992: 35-37). Por eso el documento ofrecía una explicación del origen del mundo según la tradición cristiana; se refería a la potestad del Papa de Roma; destacaba el acto de donación de las bulas de Alejandro VI, y por último exigía por parte de los indígenas que reconocieran la autoridad legítima de los monarcas de España como los únicos señores y reyes de los territorios americanos. Es preciso tener en cuenta que en Hispanoamérica el derecho fue usado para someter a los indígenas al colonialismo y semejante práctica de sumisión legal fue posteriormente incorporada al discurso jurídico en España. La paradoja del derecho de la época colonial es que surge en América, pero este hecho es negado constantemente en los relatos fundacionales que elabora el derecho europeo. La experiencia colonialista en América fue la que determinó el desarrollo y el proceso de perfeccionamiento de las normas y del pensamiento jurídico en España, cuyo objetivo primordial era someter y ejercer el control sobre los indígenas americanos. La estrategia adoptada por el imperio español fue hacer creer que el proceso de la creación de las normas de derecho y los debates jurídicos en torno a estas constituyeron iniciativas provenientes desde España. Detrás de este argumento se oculta la tesis de la superioridad moral de Europa, que era incluso capaz de someter a escrutinio la legitimidad de los “justos títulos” y de indagar en torno a la auténtica “naturaleza del indio”. En realidad, estos debates jurídicos fueron una respuesta a la resistencia de los indígenas ante la agresión imperialista que representó la conquista de América. Los testimonios indígenas casi no se conservan (Wood, 2003: 3-22) y por eso los estudios dedicados a la historia del derecho colonial no aluden a estos actos de rebeldía y oposición al dominio del imperio español. Los estudios sobre los documentos y debates jurídicos del siglo XVI presentan la violencia producto de la conquista como hecho externo al derecho español. Por lo tanto, pretenden exonerar a la ley de toda responsabilidad en los actos de agresión relacionados con la sumisión y control de los indígenas, estableciendo una distinción entre el derecho europeo y las acciones de los conquistadores. En la práctica, el derecho español justificó estos actos de la conquista, pues la Monarquía española funcionaba como una instancia inapelable en el momento de impartir la justicia. El mayor desafío al que se
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enfrentan en la actualidad las interpretaciones poscoloniales del derecho es el evitar reiterar la visión eurocéntrica que implica que las “leyes de Indias” permitían ofrecer un “tratamiento justo” a los indígenas. A pesar de unas tentativas aisladas como fueron los testimonios de Bartolomé de las Casas y de Francisco de Vitoria, se puede decir que no existió una escuela de pensamiento jurídico, teológico o filosófico de la temprana modernidad que cuestionara el presupuesto ontológico de la superioridad europea, el cual sirvió de sostén en la implementación de la política del colonialismo en los territorios americanos. La propia realidad invalidó la posibilidad de que prevaleciera la justicia en la sociedad, ya que las “leyes de Indias” autorizaban la práctica de la esclavitud enmascarada en la institución de la encomienda, con la secuela de abuso, opresión y sufrimiento a que fueron sometidos millones de seres humanos en América. Por consiguiente, es indispensable repensar el debate en torno a los derechos de los indígenas en la conquista a partir de la relación que existe entre agencia y método; lo cual también implica la necesidad de volver a plantearnos las preguntas claves que resultan para entender en toda su complejidad la violencia del colonialismo: sobre quién vamos a hablar y qué injusticia vamos a destacar (Baxi, 2002: xiii). Es decir, quiénes son los sujetos que experimentan de forma directa el abuso y a qué formas de injusticia fueron sometidos. Desde el punto de vista de los indígenas carece de importancia si el sufrimiento causado por la conquista y su consecuente negación elaborada a partir del derecho fue basado en un pensamiento religioso o jurídico. Es preciso invertir la manera en que se analiza el derecho con el fin de desechar la mentalidad imperialista que justificó que ”el poder de unos pocos se transformara en el destino de millones” (Baxi, 2002: 25). De ahí que la tarea de restituir los derechos usurpados a las comunidades indígenas comience con la estrategia de descolonizar los estudios jurídicos, lo cual implica establecer una mayor identificación con las culturas indígenas (Rabasa, 2000: 83-84; Verdesio, 2008: 35-48). La principal tarea que deben abordar los estudios jurídicos es examinar el modelo de exclusión que prescribió el derecho europeo, con el objetivo de entender la repercusión devastadora que los instrumentos jurídicos tuvieron sobre los indígenas durante la conquista y las consecuencias negativas de las acciones pasadas en la vida actual de las comunidades indígenas de América Latina.
Obras citadas Baxi, Uprenda. The Future of Human Rights. New Delhi: Oxford University Press, 2002. . ”Postcolonial legality”. A Companion to Postcolonial Studies. Eds. Henry Schwarz y Sangeeta Ray. Malden, MA; Oxford: Blackwell Pub., 2000: 540-555. Boron, Atilio. ”Justicia sin capitalismo, capitalismo sin justicia. Una reflexión acerca de las teorías de John Rawls”. Teoría y Filosofía Política. La recuperación de los clásicos en el debate latinoamericano. Comps. Atilio Boron y Álvaro de Vita. Buenos Aires: CLACSO, 2002: 139-162. Burns, J. H. Lordship, Kingship, and Empire: The Idea of Monarchy, 14001525. Oxford: Clarendon Press, 1992.
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Stefanie Massmann Recorrer , deslindar, T aller de Letras NE1: 215-228, 2012
distribuir: representaciones del0716-0798 espacio… issn
Recorrer, deslindar, distribuir: representaciones del espacio en La Araucana y en el Cautiverio feliz
Travelling, Demarcating, Distributing: Space Representations in La Araucana and Cautiverio Feliz Stefanie Massmann Universidad Andrés Bello
[email protected] Este artículo examina las representaciones del espacio en La Araucana (1569-15781589), de Alonso de Ercilla y Cautiverio feliz (1673), de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. Estas obras ofrecen dos imágenes distintas sobre el territorio chileno en el contexto de la Guerra de Arauco y utilizan estrategias retóricas que les permiten borrar o desplazar lugares y fronteras. El análisis está centrado en las implicaciones ideológicas de estas representaciones y busca establecer cómo estas responden a dos modos distintos de relación entre la metrópoli y la colonia. Palabras clave: Alonso de Ercilla; Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán; representación del espacio; colonialismo; identidad criolla. This article studies the representation of space in Alonso de Ercilla´s La Araucana (1569-1578-1589) and Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán´s Cautiverio feliz (1673). Each work presents two different images of Chilean territory in the context of the Guerra de Arauco and use rhetorical strategies which allow to erase or displace certain places and frontiers. The study remarks the ideological background of this spacial representations and establishes how they respond to different ways of linking the metropolis with the colony. Keywords: Alonso de Ercilla; Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán; Spacial Representation; Colonialism; Creole Identity.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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El presente artículo indaga en la concepción del espacio en dos obras referidas al Reino de Chile y separadas en el tiempo por el lapso aproximado de un siglo, La Araucana (1569, 1578, 1589), de Alonso de Ercilla, y Cautiverio Feliz (1673), del soldado criollo Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán. Ellas develan dos momentos en la historia de estas representaciones espaciales, en particular de Chile, y el modo en que estas se anclan en lugares de enunciación y en posturas ideológicas que, si bien no son necesariamente opuestas o excluyentes, al menos se nos presentan como divergentes. Con ello se pretende develar tanto el modo oblicuo en el que el contenido ideológico de los textos se manifiesta en la representación del espacio como la forma en que cada texto formula estos contenidos de un modo particular, haciendo un uso inédito de la tradición cultural. El punto de partida de este trabajo es que el modo en que el espacio es representado tanto gráfica como verbalmente tiene implicancias ideológicas, tal como ha sido señalado por J. B. Harley y Walter Mignolo1. La representación del espacio no equivale nunca a una descripción objetiva, sino que es en sí un instrumento de poder en el que se juegan nociones de centro y margen, de inclusión y exclusión, de apropiación y división de un territorio particular o del orbe entero. Vinculada de manera más o menos general con estrategias políticas de conquista y colonización, se liga también de forma sutil a formas de dominación e imposición de ciertos códigos culturales2.
1 Con
La nueva naturaleza de los mapas (2001, que recoge artículos publicados entre 1988 y 1997) J.B. Harley ha ejercido una considerable influencia en el proceso de llevar las disciplinas que operaban con una concepción abstracta del espacio hacia una consideración de sus implicancias ideológicas y políticas. Aunque su trabajo buscó principalmente desmitificar los mapas como traductores objetivos de la realidad espacial, su aproximación –que recogía los aportes de los estudios coloniales y del posestructuralismo– también podía aplicarse a las representaciones verbales del espacio. De este modo, se comenzó a concebir los mapas como construcciones cargadas de valor que sirven a determinados intereses y que son portadores de posiciones ideológicas. Esto es notorio en el uso que les dan los imperios, pues la representación panóptica de los territorios permite controlarlos y legitimar la soberanía sobre ellos. Uno de los estudios que recoge las ideas de Harley para analizar las representaciones gráficas de Latinoamérica es The Darker Side of the Renaissance (1995), de Walter Mignolo, que distingue entre lo que el autor llama el “centro étnico” y el “centro geográfico”. El primero es producto de una racionalización del espacio que tiene como parámetros el cuerpo humano y la vida de una comunidad, sus creencias religiosas y su orden ético (Mignolo, 1995: 230). Los mapas europeos medievales y los mapas aztecas son ejemplos de representaciones espaciales en donde se privilegia el centro étnico. Los mapas que comenzaron a elaborarse a partir del siglo XVI, basados en una racionalización geométrica del espacio, proporcionaban un centro geográfico supuestamente objetivo, pues presentaban una superficie homogénea a la que se superponía un cuadriculado abstracto y “libre” de determinantes sociales o históricas. 2 Con respecto a la importancia de la cartografía para el imperio español, Raymond Craib señala que ”descriptions and maps were fundamental to the Spanish because, as Harley suggested, they symbolically invented a “New Spain” to be visualized, possessed, and controlled” (2000: 17). La concepción del espacio cumple, pues, un rol importante en lo que O´Gorman llamó célebremente la “invención” de América, es decir, la integración de América a los parámetros y conocimientos del europeo. De este modo, como subrayan Arias y Meléndez, ”space must also be considered as one of the critical issues in which colonial power and emergent multiracial and multiethnic cultures can be examined and interpreted” (2002: 13). La idea de que la representación –verbal o gráfica– del espacio nunca es mimética y está asociada a formas de dominación material e ideológica se ha impuesto poco a poco en los estudios coloniales y en particular en los estudios de la América Latina colonial.
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En el caso del Reino de Chile, la representación espacial está ligada a su contexto histórico particular, del que destacamos la marginalidad del territorio chileno con respecto a los centros coloniales más importantes, la inestabilidad del dominio que se ejercía sobre gran parte de la región y la permeabilidad de la frontera entre mapuches y españoles. Se trata, pues, de representaciones espaciales en las que entran en juego tanto la necesidad de control y dominación sobre las conquistas como las dificultades impuestas a su realización por la costosa Guerra de Arauco. Las obras que leeremos nos permitirán, finalmente, mostrar el modo en que las concepciones espaciales sufren cambios relacionados con las transformaciones del contexto histórico, en particular relacionadas con el advenimiento de una identidad criolla que puede reconocerse de modo muy claro en la obra de Pineda y Bascuñán.
El espacio representado en dos siglos Antes de analizar los mecanismos específicos de representación del espacio en cada una de las obras, interesa conocer una evaluación general de los rasgos más importantes del modo en que el territorio se presenta en ellas. Si consideramos la relevancia política y estratégica que tuvo la descripción de la geografía de las tierras conquistadas y, por consiguiente, el lugar que ocuparon los apartados dedicados a ella en las relaciones, crónicas e informes, es muy probable que La Araucana y el Cautiverio feliz constituyan una excepción a la regla, pues no son obras que destaquen precisamente por el detalle de sus referencias geográficas3. La información que presentan es escueta y las descripciones como tal son reemplazadas por bosquejos o insinuaciones, sin mayor detalle. Esto no significa que la representación
Quien entendió esto con gran lucidez fue Ángel Rama, al plantear en La ciudad letrada una sugerente complicidad entre las formas de controlar el espacio en las ciudades y de perpetuar el poder de una élite letrada. 3 En efecto, desde las más tempranas crónicas hasta las obras de autores criollos como Alonso de Ovalle, las descripciones del Reino son un elemento indispensable en la burocracia imperial. Incluso los primeros textos dedicados a la conquista de Chile, que tienen como objetivo destacar más que nada las hazañas (o equivocaciones) de sus conquistadores, dedican algún espacio a la descripción del Reino: Jerónimo de Vivar, por ejemplo, lo hace a través de las escuetas reseñas de los valles que atraviesa durante su periplo. Sus descripciones se ciñen a un esquema más o menos constante que abarca diversos ámbitos, sin por ello ser pormenorizadas: expone de forma sencilla la ubicación y tamaño del valle y su río, la presencia de vegetales y minerales y anota algunas particularidades de los aborígenes, entre las que destaca su vestimenta, habitación, armas, costumbres (matrimonios y entierros), religión, contextura física y lengua. Asimismo, Alonso de Góngora Marmolejo expone en el primer capítulo de su Historia de todas las cosas que han acaecido en el Reino de Chile… (1575) información general acerca del territorio, su ubicación, características geográficas (ríos, cordillera, volcanes, lagos), sus minerales y el carácter de sus aborígenes. Mucho más detalladas y abundantes son las descripciones de los historiadores del siglo XVII: González de Nájera dedica casi la totalidad del primer libro de los cinco de su Desengaño y reparo de la guerra del Reino de Chile (1614) a describir la geografía, las ciudades, el clima, la vegetación, fauna, minerales y carácter de los aborígenes. Aún cuando se trata de una obra de un fuerte carácter argumentativo, ello no excluye el interés de una descripción detallada del Reino, al igual como sucede en obras más propiamente históricas, como la Histórica relación de Alonso de Ovalle o la de Diego de Rosales, puesto que González de Nájera aprovecha esta descripción como parte de su argumento; la calidad de la tierra chilena es razón que justifica una intervención drástica para terminar con la guerra de Arauco, mientras que la censura al indígena respalda la legitimidad de la guerra y de la esclavitud.
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espacial no sea relevante pues veremos que establece una complicidad con el trasfondo ideológico de los textos. Se trata de un aspecto especialmente claro en el caso del poema épico, pues la crítica ha abordado este problema y señalado el papel que juega la geografía en la obra de Ercilla. Menéndez y Pelayo afirmaba ya en su Antología de poetas hispanoamericanos que ”las indicaciones topográficas de Ercilla son de una precisión y de un rigor matemáticos, al decir de los historiadores y geógrafos chilenos”, y agregaba: ”Pero no son gráficos, ni representan nada a la imaginación” (IV, XI)4. Con todo, este espacio cartográfico tiene la virtud de presentar al mundo el lejano territorio, y Ercilla logra situarlo de modo muy objetivo para un lector europeo, haciendo referencia a latitudes y longitudes. Chile se mantiene como escenario principal de los acontecimientos a lo largo de toda la obra, y Julie Greer Johnson se atreve a afirmar incluso que con ello ”a remote territory becomes a center of focus for World power” (Greer Johnson, 2002: 237), pues las hazañas españolas de la guerra de Arauco son equivalentes a la batalla de Lepanto, como el mismo Ercilla asegura al compararlas en la dedicatoria que estampa en la segunda parte de La Araucana. Aunque es notable el lugar que le otorga Ercilla a la guerra de Arauco, no hay que olvidar que tras esa diversidad de espacios y acontecimientos hay un principio que une todos los escenarios dispersos: ”Lo que se poetiza, entonces, con gravedad épica es la imagen activa en varios frentes del imperio y de su grandeza y, mejor, la grandeza del reinado de Felipe II, destinatario y realmente objeto del poema, que se configura como alabanza del monarca español” (Goic, 2006: 125). La centralidad de Arauco en relación con la metrópoli debe ponderarse de manera precisa: aunque Arauco es, en cuanto a escenario, central en La Araucana, no se suprime su posición subordinada con respecto a España. Esto ha sido convenientemente destacado por la crítica que pone atención a los momentos en los que Ercilla se refiere a otras locaciones y al modo en que relaciona Chile es relacionado con el resto del imperio (Padrón, 2004: 199; Lerner, 1993: 24). Si comparamos un mapa de la época con la escena en la que Belona lleva a Ercilla a una cumbre para observar la batalla de San Quintín, en la que
4 Son
muy extendidas las observaciones que califican la representación del espacio en La Araucana como esquemática, pobre o degradada. Para ello hay varias explicaciones: Rosa Perelmuter-Pérez señala que en La Araucana la naturaleza no ocupa un lugar relevante, pues el paisaje está subordinado al acontecimiento bélico y las pocas descripciones tienen como función desviar el tono guerrero hacia episodios más pacíficos. También apunta que otro de los motivos que explican la escasa descripción del espacio, la obediencia a las reglas del género, ya que ”en la poesía épica del Siglo de Oro, así como en la anterior, se encuentran pocas descripciones de la naturaleza y, cuando las hay, raramente son prolijas” (Perelmuter-Pérez, 1986: 130). En efecto, E.R. Curtius afirma que ”la epopeya medieval se complace en dar informaciones topográficas y geográficas” (Curtius, 1955: 286), pero aclara que estas no son detalladas ya que ”el suceder épico debe ilustrarse en sus puntos cruciales y culminantes con una caracterización sumaria del lugar, de la misma manera que la trama teatral requiere un decorado, por primitivo que sea, y aunque sólo consista en un letrero con las palabras ‘esto es un bosque’” (1955: 287). Por otra parte, Jaime Concha interpreta la escasez de descripciones como una tentativa realista que fracasa, puesto que termina dando cuenta de un paisaje depreciado en el cual ”la Cordillera de los Andes se ve desprestigiada como sierra y el Canal de Chacao aparece también desprestigiado como desaguadero” (1964: 76).
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los españoles vencen a Francia el año 1556, podemos con justicia calificar la representación del espacio como cartográfica, pues presenta una vista panóptica del lugar de la batalla y también del orbe todo. Esta perspectiva, que permite ver la totalidad de la tierra de una sola mirada, corresponde a la visión divina, lo que se caracterizaba en los mapas de la época a través de la representación marginal de ángeles y nubes: Era de altura tal que no podría un liviano neblí subir vuelo, y así, no sin temor, me parecía mirando abajo estar cerca del cielo; de donde con la vista descubría la grande redondez del ancho suelo, con los términos bárbaros ignotos hasta los más ocultos y remotos (La Araucana, XVII, 51; énfasis mío). Ercilla compone en palabras lo que puede verse, por ejemplo, en el mapa del italiano Battista Agnese (1546), que Carlos V encargó como regalo para su hijo Felipe II con ocasión de su ascenso al trono. Debido a que Alonso de Ercilla estuvo al servicio de Felipe desde 1548, no es improbable que él mismo haya tenido la oportunidad de apreciar este mapa de claro carácter simbólico y ornamental que –en palabras de Ricardo Padrón– convierte el círculo de la ruta de Magallanes, claramente señalada, en un emblema del imperium sine fine (2004: 3). Lo mismo puede decirse, naturalmente, de la descripción de Ercilla. En cuanto al Cautiverio feliz las referencias de la crítica especializada son menos frecuentes, aunque a grandes rasgos podemos señalar que el criollo tampoco da prioridad a la descripción del paisaje5. Es algo que debemos atribuir a motivos muy distintos de los que encontramos en el poema de Ercilla; en efecto, la perspectiva de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán puede suponerse muy distinta a la de Ercilla con solo atender a la diferencia entre los contextos en los que cada uno escribió su obra. Ercilla redacta su poema ya de vuelta en España, habiendo viajado por gran parte de las posesiones del monarca cuyos logros encomiaba. El criollo chileno no había avanzado más allá de Lima en su intento por ser escuchado por las autoridades, carecía de recursos económicos y sus intenciones de viajar al Viejo Mundo nunca se concretaron6. No es de extrañarse, entonces, que la forma de abordar el problema sea distinta en Pineda y Bascuñán, quien no solo no establece ninguna relación entre los olvidados territorios araucanos y el resto del imperio español, sino que borra cualquier referencia que permita ubicarlos geográficamente. La omisión del autor criollo destaca así la lejanía
5 Las
descripciones de Pineda y Bascuñán son siempre brevísimas y no pueden compararse con las de otro criollo, Alonso de Ovalle, cuya presentación del paisaje chileno es un panegírico entusiasta y florido. No obstante, los historiadores Carlos González Vargas y Hugo Rosati Aguerre lograron confeccionar un mapa aproximado de la ruta del cautivo y elaboraron un breve listado de los lugares mencionados en el texto, que se encuentra publicado en Maulicán y Francisco: enemigos-amigos en el Arauco del Siglo XVII. 6 Ver Anadón, 1977: 157-158.
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y el desamparo de esta región remota que se encuentra desvinculada del resto del imperio. Mientras Ercilla utiliza referencias cartográficas para ubicar la región que será escenario de las batallas, nombrando los grados en los que se encuentran y midiendo su extensión en leguas, Pineda y Bascuñán omite esas referencias e incluso se abstiene casi totalmente de describir y nombrar los lugares por donde pasa. La representación del espacio que proporciona Ercilla ilumina principalmente las tierras de Arauco, pero su ojo se eleva cada tanto hacia el otro lado del océano; Pineda y Bascuñán, por el contrario, permanece con la mirada en el suelo, solo describiendo a medida que experimenta. Nunca detalla, por ejemplo, el tamaño de un valle o un río; se limita a señalar la distancia recorrida y muchas veces acompaña esta información con un breve reporte del clima que hubo durante el viaje: ”Aunque el viento había amainado y suspendido su violencia, estaba en su punto el agua dejándose caer a plomo; y a buen paso subimos las lomas y serros de Elol, que eran los que traía marcados Maulicán para encaminarse a su tierra; y, habiendo caminado más de dos leguas, encontramos en medio de aquellos serros otros ranchos” (Cautiverio: 353-354). Estos datos sirven para acompañar al caminante en su viaje y configuran un espacio contextualizado, atado a una experiencia y a una circunstancia particular; son, además, insuficientes para dibujar un mapa, puesto que el autor jamás proporciona puntos cardinales. Su mirada nunca es cartográfica y concibe el espacio en términos de su recorrido, de su vivencia7. En suma, podemos esquematizar las diferencias entre el espacio representado en La Araucana y en el Cautiverio feliz señalando que el poema épico describe una geografía cartográfica, abstracta y asociada al proyecto imperial, en la que el territorio chileno tiene importancia en cuanto es parte de la expansión territorial hispana y depende de los territorios metropolitanos; en el Cautiverio feliz, en tanto, el espacio aparece como una geografía experimentada, no conceptualizada y desvinculada del centro imperial. Con todo, en ambos textos el paisaje aparece como escamoteado, impreciso, borrado. En lo que sigue intentaremos pensar cómo y por qué los textos suprimen lugares y borran referencias espaciales, así como en el modo en que estos gestos se conectan con los respectivos proyectos de escritura. Borrar el estrecho: Ercilla y el valor geopolítico del espacio La representación cartográfica del espacio en el poema erciliano debe leerse como símbolo del poderío monárquico y en asociación con el significado geopolítico que posee el control de ciertos territorios. Ello tiene como resultado que el valor económico directo de estos territorios permanezca escamoteado, como si se hubiese desvanecido, de pronto, la búsqueda de
7 Los
datos de Pineda y Bascuñán corresponden al “recorrido” en la distinción que establece Michel de Certeau para las descripciones espaciales, distinto del “mapa”. Para Certeau la descripción de un lugar utilizando el modelo del mapa da cuenta de un afán prescriptivo que no toma en cuenta la utilización de los espacios por sus habitantes; en el recorrido, en cambio, se “narran” los lugares representando las formas diversas mediante las cuales los usuarios se apropian de un orden dado (1984: 118-122).
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metales preciosos o de otros recursos naturales. Ercilla señala en el prólogo a la Segunda parte que los araucanos no defienden ”grandes ciudades ni riquezas” sino que solo ”unos terrones secos (aunque muchas veces humedecidos con nuestra sangre) y campos incultos y pedregosos” (463). Estos ”terrones secos” de los mapuches que los españoles pretenden conquistar a costa de tantos sacrificios contrastan vivamente con las riquezas y ciudades de las grandes civilizaciones precolombinas que habían sido conquistadas por Cortés y Pizarro. Ercilla destaca con ello que los españoles que emprenden esta empresa no esperan encontrar lo que obtuvieron los conquistadores de territorios más felices; es más, solo pueden cosechar su propia sangre, lo único que producen los incultos campos araucanos. La conquista de este rincón del imperio no es heroica solo por su dificultad, sino que también porque tiene como único objetivo anexar un territorio al imperio. Aunque Ercilla critica muchas veces la codicia de los españoles y en particular la de Pedro de Valdivia, presenta a la vez como poco probable que la búsqueda de riquezas sea el motor principal de la conquista de Chile, a la que se antepone el servicio a la Corona. Desde este adelgazamiento del valor económico del territorio es que debemos considerar la breve pero curiosa referencia de Ercilla a la “desaparición” del Estrecho de Magallanes, ruta que el poeta reputa olvidada o cerrada a causa de algún desastre natural: Por falta de pilotos, o encubierta causa, quizá importante y no sabida, esta secreta senda descubierta quedó para nosotros escondida; ora sea yerro de la altura cierta, ora que alguna isleta, removida del tempestuoso mar y viento airado encallando en la boca, la ha cerrado (I, 9). La clausura del Estrecho ya había llamado la atención de José Toribio Medina, quien le dedicó un extenso estudio defendiendo, desde una mirada positivista, la historicidad del poema: explica este hecho como resultado de la imprecisión de los estudios cartográficos de la época. La explicación de Ricardo Padrón aborda, en cambio, este episodio considerando la factura literaria del poema, e interpreta la eliminación del pasadizo como una metáfora de la imposibilidad de conquistar la zona austral. Si bien el estudio de Medina nos señala que en el contexto del siglo XVI la afirmación de Ercilla era más verosímil de lo que nos puede parecer hoy, coincido con Padrón en que la estrofa bien puede, más allá de este hecho, entenderse como parte de la elaboración estética y simbólica del poema. Precisamente el valor simbólico de esta descripción adquiere perspectiva si nos remitimos a los cantos XXXV y XXXVI, en los que Ercilla forma parte de una expedición al Estrecho de Magallanes. La expedición es un corolario a la muerte de Caupolicán, que cierra el asunto principal del poema, la Guerra de Arauco, a favor de los españoles, quienes aparecen como victoriosos tras vencer al caudillo y lograr, además, su conversión. La victoria de los españoles se refuerza con esta última aventura de Ercilla, puesto que se frustran los
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intentos del cacique Tunconabal por evitar el avance de la tropas españolas tras la desastrosa muerte de Caupolicán. Tunconabal intenta convencerlos de que se retiren con el argumento de que la tierra es pobre y trabajosa, y que no hallarán los españoles con qué saciar su codicia; con todo, los españoles no se detienen ante nada y muestran su ”ánimo ambicioso / que era de proseguir siempre adelante” (XXXV, 23). Pero la expedición de Ercilla al límite meridional del territorio no solo es una clausura de la guerra sino también la inauguración de una nueva conquista. El simbolismo de la partida de los expedicionarios destaca la idea de que se pasa a la terra incognita, hacia el límite austral que el mismo Ercilla convirtió en las primeras estrofas del poema en un límite inexplorado: la cuadrilla se dirige ”al término de Chile señalado / do jamás nadie pisado había” (XXXV, 4) y, traspasando la línea ”que los dos nuevos mundos dividía” (XXXV, 4) ”pisó la nueva tierra libremente / jamás del extranjero pie abatida” (XXXV, 9). El sentido inaugural de esta nueva conquista retoma, de este modo, el gesto de borrar el Estrecho de Magallanes y convertir el territorio delimitado en una extensión sin fronteras. Pero esta vez lo hace para volver a traspasar de inmediato el límite de lo conocido, dando inicio a un apretado relato de un descubrimiento y conquista que se ofrece como alternativa utópica al recién finalizado discurso en el que la conquista trae aparejada no solo la guerra, sino que también, en ocasiones, la violencia injustificada o excesiva que debió recaer sobre Caupolicán. El viaje de Ercilla y sus compañeros hacia el sur contiene, como en una especie de miniatura, todo lo que es esperable para un relato de descubrimiento: la descripción de peligros, trabajos y sufrimientos (XXXV 32-36), la esperanza y ambición que motiva a los aventureros (XXXV, 28-29, 36), el miedo y desaliento provocados por las dificultades y, finalmente, la recompensa que obtienen una vez alcanzados los objetivos (XXXV, 41-43). La facilidad con que los habitantes nativos reciben a los españoles y reconocen su supremacía, así como la descripción paradisíaca de un lago ”a la altura de Ancud” (el lago Llanquihue) terminan por convertir esta conquista en el epítome del deseo imperial. La tierra en donde ”El enfermo, el herido, el estropeado, / el cojo, el manco, el débil, el tullido, / el desnudo, el descalzo, el desgarrado, / el desmayado, el flaco, el deshambrido / quedó sano, gallardo y alentado, / de nuevo esfuerzo y de valor vestido” (XXXV, 43) se les ofrece sin resistencia alguna, ya que sus habitantes los reciben declamando que ”…si queréis morar en esta tierra,/ tierra donde moréis aquí os daremos” (XXXVI, 6). El paraíso terrenal aparece aquí en una escena que es el revés de lo que La Araucana ha tratado tan extensamente en sus cantos anteriores, ya que la sola presencia de los españoles es suficiente para que se les reconozca derecho y soberanía. Tanto si se le considera como la realización de un proyecto imperial alternativo, es decir, como ucronía, o como simple consecuencia de la guerra de Arauco que ha posibilitado, después de la sangre, este nuevo comienzo, la escena se lee como una clausura: clausura del deseo imperial que se realiza en plenitud, clausura de la violencia y de la guerra, clausura, al fin, del mapa que habiéndose borrado sus fronteras vuelve a deslindarse con la rúbrica que Ercilla deja inscrita en la corteza de un árbol: Aquí llegó, donde otro no ha llegado, don Alonso de Ercilla, que el primero
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en un pequeño barco deslastrado, con solos diez pasó el desaguadero el año de cincuenta y ocho entrado sobre mil y quinientos, por hebrero, a las dos de la tarde, el postrer día, volviendo a la dejada compañía (XXXVI, 29). Mirada con mayor atención, sin embargo, la expedición al sur no puede entenderse meramente como clausura, al menos no como un cierre que hace encajar todas las piezas en una figura coherente y monolítica. Hay en este cierre un desplazamiento, una torcedura que deforma la plácida imagen que se nos presenta en estos dos cantos. La pista de este desvío está sugerida, primeramente, por un desplazamiento geográfico. En efecto, la desaparición del Estrecho de Magallanes es reemplazada por una nueva inscripción que se encuentra mucho más acá del pasadizo marítimo, un límite que ha debido ser desplazado porque Ercilla y sus compañeros no pueden llegar más al sur. La cerrazón es así deforme, y nos devela la inestabilidad sobre la que Ercilla construye la victoria épica del imperio español. Si bien La Araucana se esfuerza por representar la conquista como una tarea ya realizada, como el destino natural de un ordenamiento mundial, el mismo poema muestra la fragilidad de esa representación a través de sus propias fisuras: aquí, el retroceso que sufre el movimiento expansivo de todo proyecto colonizador. De este modo, Ercilla deja ver las aspiraciones del poder imperial al tiempo que manifiesta su fracaso. La manera en que Ercilla mira y utiliza el territorio responde a la concepción cartográfica del espacio a la que nos referimos más arriba en este trabajo, pues lo que se pone en juego es la forma en que el mapa del mundo se delimita y fija sus contornos, y cómo son ocupados por las potencias colonizadoras. El caso del Cautiverio feliz es distinto, como veremos a continuación, pues el espacio despliega nuevos significados que problematizan las nociones de control, autoridad y colonización.
Borrar la ciudad: autoridad y rebelión frente al orden espacial Un siglo más tarde, el territorio que pisó Ercilla aún sigue sin conquistar. Tras el desastre de Curalaba (1598) y el fracaso de la política defensiva del padre Luis de Valdivia, el dominio español sobre el territorio austral no se consolida y el río Biobío sigue siendo una frontera que separa dos mundos. En la corteza de un árbol permanece, como una promesa sin cumplir, el nombre de Ercilla. Quien traspasa la frontera, en calidad de cautivo, es Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, y recorre un espacio que ya no es, como en Ercilla, una potencial ampliación de los dominios hispanos sino el lugar de una negociación política y cultural. Esta negociación ocurre en un territorio que no se conoce de antemano y no se controla con la sola afirmación del derecho a poseerlo. En una representación espacial en la que –como ha sido descrito más arriba– se privilegia su experimentación por sobre su abstracción, es especialmente significativa la única oportunidad en la que el texto ofrece una mirada panorámica. El análisis de este pasaje nos permitirá observar cómo Pineda y Bascuñán desarticula
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algunas nociones metropolitanas relacionadas con la ocupación del territorio colonial. El contexto de la representación panóptica a la que nos referimos es un paseo que hace Pineda y Bascuñán durante su cautiverio junto a un grupo de muchachos para buscar una hierba medicinal. En ese momento Pineda y Bascuñán se encuentra bajo la tutela de Tureupillán, quien vive al sur del río Imperial y es uno de los numerosos caciques que lo reciben con gusto y tratan con respeto. El cautivo se dirige hacia el norte en busca de la hierba mientras repite con los jóvenes las oraciones que les ha enseñado y estos lo convencen de dirigirse a la ribera del río: Fuimos caminando poco a poco, resando las oraciones y cantándolas a ratos, hasta que llegamos a la sima del serro, de adonde descubrimos un hermoso valle que hacía el río, y enfrente dél, de la otra banda, sobre una loma raza que señoreaba otro valle; por aquella parte se divisaban los paredones antiguos de la ciudad Imperial que, como los más eran de piedra, estaban todavía muy enteros. Descubrimos también por aquellos llanos de tan apacible valle muchos ranchos fundados en sus orillas, con muchas sementeras y árboles frutales, que todo nos provocaba a bajar a verlos y a gozar de la amenidad de aquellos prados (553). La vista que describe Pineda y Bascuñán es elocuente, y está muy lejos de aquella presentada por Ercilla desde la cima de una enorme montaña, en donde podía apreciarse la redondez del orbe –y las posesiones ultramarinas de Felipe II– a la vez que la batalla en la que las fuerzas españolas dominan a las francesas. La panorámica del criollo también presenta dos planos, pero muy distintos: a lo lejos se observan, desde el territorio mapuche, las ruinas de La Imperial, alegoría de la derrota española y muestra patente de su incapacidad para mantener sus conquistas. Las ruinas contrastan poderosamente con lo que puede verse un poco más acá, un locus amoenus en donde viven apaciblemente y esparcidas a lo largo del río varias familias mapuches. Se trata de una visión panorámica desde el sur hacia el norte, que llama al español no a conquistar el territorio divisado sino a conservarlo como escenario de una utopía. Las oraciones que el cautivo y los jóvenes acompañantes mapuches recitan y cantan mientras se acercan al lugar contrastan también con los escombros de una ciudad “dejada de la mano de Dios”. Siguiendo el argumento providencialista que Pineda y Bascuñán desarrolla a lo largo de la obra, La Imperial aparece como una ciudad destruida a causa de la codicia, nuevamente en contraste con la apacible vida de los aborígenes. El autor hace referencia directamente a ello en otro pasaje del libro: Pasamos el río de la Imperial por la mesma ciudad antigua y desolada, que, cuando llegué a divizar sus muros abatidos, enternecido el corazón, no pude dejar de decir lo que el gran profeta Jeremías dijo con dolorido ánimo suspirando, sobre los desiertos muros de Jerusalén: ¿Cómo están los muros por el suelo, la ciudad desierta y solitaria?; ésta, que fue la principal señora de las gentes, ¿cómo la miramos viuda y sin amparo?: la que fue cabeza de las
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otras hoy son sus habitadores tributarios. En este lugar dijo san Jerónimo las siguientes palabras, que podemos aplicar muy bien a aquellos caídos edificios: el santo profeta habló en este lugar místicamente, porque en un tiempo fue copioso el número de virtudes que enserraban en sí aquellos muros, conque imperaban y eran dueños diversos afectos, porque se señoreaban de las carnales concupiscencias; después que se sujetaron a ellas, experimentaron sus ruinas (520). La nostalgia por la gloria pasada se une al patetismo con que el autor describe la pérdida de la ciudad a manos de la debilidad de los españoles. La comparación con Jerusalén reafirma a La Imperial como cifra del dominio cristiano sobre los pueblos bárbaros, ahora destruida, lo que es observado sin necesidad de moverse del monte situado más allá del fin del imperio. Por otra parte, este pasaje insiste también sobre el tópico de la decadencia española que ha sucumbido a las ”carnales concupiscencias”, mientras que la integridad del pueblo mapuche está a la vista. Esta idea es más disruptiva en cuanto pasa por alto el valor otorgado a la ciudad como principio rector de la sociedad colonial. Como señalábamos más arriba, la ciudad era considerada el núcleo de la cultura europea en América y los letrados tenían en ella la función de mantener el orden y las estructuras de poder. Las ruinas de La Imperial representan una doble impugnación: a la ciudad como negación de la realidad preexistente en América e instrumento del poder colonial, y a los letrados, que superponen los intereses de la metrópoli a los de la colonia. Pineda y Bascuñán subvierte así el significado de la ciudad, convirtiéndola en el origen del desorden y de la destrucción8, mientras que la organización mapuche –en forma de apacibles ranchos dispersos– cobra el significado contrario: el orden impuesto por el damero de la ciudad es desplazado por el orden no geométrico del campo mapuche. De esta forma, la representación del espacio rompe con la pretensión hispana de la dependencia del territorio
8 Para
calibrar bien los alcances de esta escena es necesario recordar el ascendiente de los centros urbanos y la función social de la élite letrada asociada a ella. Ángel Rama acuñó el término “ciudad letrada” justamente para referirse al grupo social que llevaba a cabo los planes civilizadores de la ciudad, que incluían la jerarquización de la sociedad y la concentración del poder. Las ciudades funcionaban así como focos “civilizadores” que extendían su influencia hacia los vastos territorios “bárbaros”. Esta idea fue explorada con antelación por José Luis Romero en Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976). Según Romero, el papel fundamental de la ciudad latinoamericana fue perpetuar la cultura europea y ejercer su influencia sobre las regiones rurales. La ciudad era considerada, por lo menos en el área hispánica, la forma más alta de vida humana, de modo que en América se conformó una red de ellas, en torno a las cuales giraba la sociedad rural. La influencia civilizadora que debían ejercer las ciudades sobre su entorno no se relacionaba únicamente con la dependencia económica sino que era, sobre todo, una influencia ideológica: se trataba de la creación de una nueva Europa en tierras americanas. Esta ideología estaba basada en dos premisas. La primera suponía que la realidad preexistente a la Conquista era amorfa e inerte. La segunda consideraba que la nueva realidad americana no debía tener un desarrollo autónomo y espontáneo; por el contrario, se trataba de crear un imperio colonial, es decir, ”un mundo dependiente y sin expresión propia, periferia del mundo metropolitano al que debía reflejar y seguir en todas sus acciones y reacciones” (Romero, 2004: 14).
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americano de la metrópoli, al mismo tiempo que reproduce una concepción del espacio que refleja más la organización social mapuche que la hispana9. Hay que señalar que aunque Pineda y Bascuñán desplaza, modifica e incluso subvierte los modos de representación y concepción del espacio típicamente hispanos, ello no quiere decir que reniegue de los valores de su cultura, sino únicamente que afirma la posibilidad de volver al sentido originario de la conquista –conquistar al continente para el cristianismo y a los indígenas como súbditos del monarca español– desde los territorios más remotos del imperio. En el Cautiverio no se subvierte el orden colonial sino que se desplazan sus fronteras; no se destruye el orden sino que se vislumbra la posibilidad de un orden distinto; no se renuncia a la pertenencia cultural al mundo hispano sino que se la ancla en el espacio americano. Y es precisamente este acto lo que adquiere sentido para Pineda y Bascuñán como criollo, puesto que manteniéndose fiel a su herencia hispana, busca reemplazar el poder centralizado de la administración monárquica por una estructura descentralizada. Al establecer el mundo mapuche como portador privilegiado de los valores hispánicos señala la posibilidad de que estos valores se cultiven en un sistema social –como el mapuche– que se caracteriza por su organización flexible y por su difusa estructura de poder, en contraposición al jerarquizado orden social hispano. En efecto, Pineda y Bascuñán celebra en repetidas ocasiones el sistema político y social mapuche, que llega a conocer muy bien, y postula la idea de que en este sistema –tan distinto al español– es posible conservar los valores que están en peligro entre los propios hispanos.
Consideraciones finales La Araucana y el Cautiverio feliz son dos hitos en la construcción de un territorio nuevo para la imaginación europea; mientras el poema épico inaugura el posicionamiento de los remotos territorios mapuches como parte del imperio español y los presenta al lector europeo, el Cautiverio feliz disloca su dependencia de la metrópoli y les otorga la preeminencia de constituirse como el lugar desde el cual es posible retomar las directrices más importantes del proyecto imperial. Ambas representaciones del espacio son, en cierto sentido, funcionales a los objetivos de la Corona; no obstante, durante su desarrollo llegan a desestabilizar algunos de sus principios.
9 Como
señala Guillaume Boccara, el poder político en la sociedad mapuche –que es ejercido de manera primordial por el ulmen o cacique reche (mapuche)– no es un poder centralizado ni cristalizado, además de ser compartido por otras figuras como el chamán (machi), el jefe religioso (boquivoye) y los guerreros (cona), de manera que conforman una red de poder que está en perpetuo movimiento. Es así como Boccara afirma que ”la característica principal del poder político en la sociedad reche y, por lo general, en las sociedades multicéfalas, es la inestabilidad y el hecho de que éste se encuentra sujeto a procesos de inversión y englobamiento permanentes, pues se encarna en múltiples figuras que construyen concurrente, antagónica o complementariamente su propia red” (2007: 70). Esta inestabilidad del poder impide también una jerarquización radical del espacio como la que encontramos en el lado español, en el que las grandes ciudades se imponen sobre el resto del territorio y la metrópoli sobre las colonias.
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Para la imaginación de Ercilla el valor geopolítico del territorio adquiere la mayor relevancia, y si bien disimula la explotación económica de la colonia –motor de toda expansión imperial–, por otra parte evidencia de un modo sutil la importancia de los límites para el dominio imperial a través del juego de establecer, suprimir y desplazar las fronteras entre el mundo conquistado y la terra incognita. Cuando Ercilla anula el Estrecho de Magallanes, que representa el límite de las posesiones monárquicas, y lo vuelve a reinstalar más al norte con la signatura de su propio nombre, propone una nueva aventura de conquista que deja atrás los acontecimientos de la guerra de Arauco. Este desenlace que celebra la victoria del imperio no solo se hace a través de un gesto que parece forzado dentro de la lógica del mismo poema, sino que se hace cada vez más insostenible en el contexto del lector colonial, puesto que la continuidad de la guerra de Arauco niega que el territorio austral chileno fuera la fácil conquista que había pintado Ercilla. Lo que en el poema se adivinaba como un desplazamiento desde Magallanes hasta Llanquihue –que constituye un repliegue del movimiento siempre expansivo de la conquista– se convierte más tarde, bajo la pluma de Pineda y Bascuñán y desde una mirada ya propiamente criolla, en un cuestionamiento más radical que no desplaza sino que borra la apropiación colonial del espacio. Pineda y Bascuñán nos muestra la ruina de la ciudad colonial que desafía de manera mucho más radical el ordenamiento jerárquico de los espacios, cuestionando el rol civilizatorio de la urbe y proponiendo modos alternativos de organización que provienen de la cultura mapuche. Asistimos, de este modo, a dos momentos importantes en el proceso de configuración del espacio americano que son, también, dos formas de entender y valorar la relación entre la metrópoli y una colonia que se construye en el marco de un complejo entramado de intereses políticos y económicos, y de determinaciones ideológicas, culturales, sociales y étnicas.
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indígena en el Arauco domado de Lope de Vega issn 0716-0798
El imaginario indígena en el Arauco domado de Lope de Vega
The Indian Imaginary in Lope de Vega’s Arauco Domado Carlos Mata Induráin GRISO-Universidad de Navarra
[email protected] Las guerras de Arauco inspiraron en el Siglo de Oro numerosas obras literarias y, en el género concreto del teatro, varias comedias y un auto sacramental. Dentro de ese corpus dramático destaca Arauco domado, comedia de Lope de Vega, que fue una de las obras encargadas por la familia Hurtado de Mendoza para vindicar la figura de don García, relegado a un segundo plano en La Araucana de Ercilla. En este trabajo se analiza la imagen de los indígenas ofrecida por Lope: los araucanos, con Caupolicán al frente, aparecen caracterizados como valientes e indómitos guerreros defensores de su libertad, pero también con rasgos de fiereza y crueldad (sobre todo, la antropofagia). También se analizan los aspectos relacionados con la vida araucana (costumbres, creencias religiosas, armas, comida y bebida, etc.) que se mencionan en la comedia. Cabe concluir que el reflejo de ese imaginario indígena araucano es fundamentalmente libresco, siendo La Araucana de Ercilla el principal referente y la fuente de inspiración última. Palabras clave: Lope de Vega. Arauco domado. Guerras de Arauco. Teatro histórico. García Hurtado de Mendoza. Caupolicán.
Arauco wars inspired numerous literary works in the Golden Age, and in the specific genre of theater, various comedies and a sacramental play. Within this dramatic corpus stands Arauco domado, a comedy by Lope de Vega, which was one of the works commissioned by the Hurtado de Mendoza family to vindicate the figure of Don García, relegated to second place in La Araucana de Ercilla. This paper analyzes the image of Indians offered by Lope: Araucanians, with Caupolicán as a leader, are characterized as brave warriors and indomitable defenders of their freedom, but also with signs of fierceness and cruelty (especially cannibalism). It also discusses aspects of Araucanian life (customs, religious beliefs, weapons, food and drink, etc.) included in the comedy. It can be concluded that the reflection of that Araucanian imaginary is fundamentally result of reading, with La Araucana de Ercilla as the main reference and source of inspiration. Keywords: Lope de Vega. Arauco domado. Arauco Wars. Historical Drama. García Hurtado de Mendoza. Caupolicán.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
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De entre las varias piezas existentes en el corpus del teatro español del Siglo de Oro que toman como asunto las guerras de Arauco, sin duda la más conocida y la que más bibliografía ha generado –dada la trascendencia de su autor– es Arauco domado de Lope de Vega. En este trabajo me propongo un análisis del imaginario indígena reflejado en esta comedia; pero, antes de nada, recordaré, siquiera de forma somera, algunos detalles acerca de la fortuna literaria que tuvo esa materia relacionada con las guerras de aquel “Flandes indiano”1 que fue Chile.
1. Fortuna literaria de las guerras de Arauco La presencia de América en la literatura española del Siglo de Oro constituye un tema que ha sido bastante estudiado, especialmente en lo que concierne a autores mayores como Lope o Tirso de Molina2. Si nos ceñimos más concretamente a las guerras de Arauco, apreciaremos el tratamiento literario de esa materia en géneros muy diversos, que van desde las crónicas hasta el teatro, pasando por la poesía épica. De los cronistas, historiadores y autores de relaciones, hay que recordar los nombres de Jerónimo de Vivar, Juan de Cárdenas, Alonso de Góngora Marmolejo, Pedro de Valdivia, Pedro Mariño de Lobera, Alonso de Ovalle, Diego de Rosales, Alonso González de Nájera o Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, entre otros; en el territorio de la épica, las dos obras fundamentales son La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga y El Arauco domado de Pedro de Oña, sin que convenga olvidar otros títulos como El Purén indómito de Hernando Álvarez de Toledo o Las guerras de Chile, poema atribuido a Juan de Mendoza y Monteagudo. En el teatro, esta materia araucana la encontramos plasmada en piezas como La belígera española (1616), de Ricardo de Turia (seudónimo de Pedro Juan Rejaule y Toledo); Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete (1622), obra colectiva de nueve ingenios; Arauco domado (1625), de Lope de Vega; La Araucana, auto sacramental de principios del siglo XVII, atribuido a Lope (ver Mata Induráin, 2011); El gobernador prudente (1663), de Gaspar de Ávila, y Los españoles en Chile (1665; ver Mata Induráin, 2008)3, de Francisco González de Bustos, títulos a los que podríamos añadir, con matices, El nuevo rey Gallinato, de Andrés de Claramonte (comedia que tiene una ambientación vagamente chilena y, en cualquier caso, no específicamente araucana).
1 Este
sintagma remite al título de la Historia general del reino de Chile, Flandes indiano escrita por Diego de Rosales. 2 Ver, entre otros muchos posibles, los trabajos de Arellano, 1992; de Pedro, 1954; Dille, 1988; Franco, 1954; Kirschner, 1996; Ruiz Ramón, 1993 o Zugasti, 1996. No citaré por extenso la bibliografía específica sobre Arauco domado, que es bastante amplia (destaco solo algunos aportes: Corominas, 1981; Leavitt, 1963; Martínez Chacón, 1965; Muñoz González, 1999 y Ruano de la Haza, 2004); una buena y actualizada recopilación puede verse en el libro reciente de Moisés R. Castillo Indios en escena. Coincido plenamente con la interpretación global de la comedia que ofrece Castillo (2009: 75-96), a la que remito para más detalles. Cito Arauco domado por la edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca, pero modificando bastante, en busca del mejor sentido, las grafías y la puntuación. 3 Las fechas que menciono en este listado son las de publicación de las obras, no las de redacción.
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Existe bibliografía particular sobre la materia de Arauco en el teatro, y a ella remito para más detalles, especialmente a las monografías de conjunto de Lerzundi, 1996 y Lee, 1996 (ver también los de Antonucci, 1992; Janik, 2004 y Lauer, 1994). Ahora quiero recordar dos ideas tópicas que suelen mencionarse al tratar de estas cuestiones: por un lado, la escasa presencia del tema americano, en general, en el teatro español del Siglo de Oro; por otra parte, dentro de ese corpus reducido, la abundancia de temas y personajes relacionados con las guerras de Arauco (ver, por ejemplo, Antonucci, 1992: 21 y 44-45). ¿Por qué se escribieron tantas comedias ambientadas en ese contexto chileno? Creo que podemos dar por buenas las razones aportadas por Dille: El número desproporcionado de comedias sobre Chile se debe a, por lo menos, tres factores: primero, precisamente porque no era un país rico, no se podía culpar a los españoles de estar allí por motivos indignos. Segundo, es la admiración por la heroica resistencia de sus pocos habitantes. A diferencia de México y del Perú, Arauco era muy pequeño, pero presentaba la máxima dificultad a los esfuerzos españoles para incorporarlo dentro del imperio. […] Tercero, las expediciones a esta lejana parte del imperio tuvieron la suerte de ser inmortalizadas por Alonso de Ercilla y por Pedro de Oña en obras del género de máximo prestigio –la epopeya. Así los escritores del siglo XVII podían inspirarse directamente en dos famosas obras literarias. Además, parece que la influencia de Ercilla era también indirecta porque aparentemente Algunas hazañas y El Arauco domado se escribieron para halagar al hijo del Marqués de Cañete, que quedó resentido porque Ercilla no hizo mucho caso de su padre en la famosa Araucana (1988: 493).
2. Ercilla y García Hurtado de Mendoza La última de las razones que apunta Dille me lleva a considerar el antecedente remoto que está en el origen de la redacción de varias de estas obras, que fueron un encargo por parte de la familia Hurtado de Mendoza (ver Dixon, 1993). Recordemos que La Araucana de Ercilla presenta la peculiaridad de ser un poema épico sin héroe: quien debería, sobre el papel, ser el protagonista principal de la epopeya, el capitán de las huestes españolas tras la muerte de Valdivia, don García Hurtado de Mendoza, aparece, sí, mencionado elogiosamente en algunas ocasiones, pero en modo alguno alcanza la categoría de héroe épico. Si queremos buscar un héroe en La Araucana, este sería colectivo: el pueblo mapuche en defensa a ultranza de su libertad; y, si hubiera que individualizarlo en la persona de uno de sus protagonistas, entonces sería el toqui Caupolicán. La razón de ese retrato “de bajo perfil” –por así decir– con que aparece caracterizado el Marqués de Cañete en La Araucana la tenemos en el incidente personal que tuvo lugar entre don García y Ercilla, ocurrido en la ciudad de La Imperial en 1558, que recogen los cronistas y que se menciona también en el
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juicio de residencia al gobernador, y que el propio soldado-escritor evoca en un par de ocasiones en su poema (se refiere a ese incidente como “un caso no pensado”). En efecto, después del regreso de las tropas españolas de su expedición al canal de Chacao y el archipiélago de Chiloé, se celebraron en La Imperial unas fiestas y justas, en las que se produjo cierto incidente por el que Ercilla fue detenido por orden de don García y condenado a muerte, si bien luego esa pena le fue conmutada por la de destierro. Así lo evoca Góngora Marmolejo en su crónica (cito por la reciente edición de Miguel Donoso): Don García, estando en este tiempo en la Ciudad Imperial regocijándose en juegos de cañas y correr sortija, con otras maneras de regocijo, quiso un día salir de máscara disfrazado a correr ciertas lanzas en una sortija por una puerta falsa que tenía en su posada, acompañado de muchos hombres principales que iban delante, y más cerca de su persona don Alonso de Arcila, el que hizo el Araucana, y Pedro Dolmos de Aguilera, natural de Córdoba. Un otro caballero llamado don Juan de Pineda, natural de Sevilla, se metió en medio de ambos; don Alonso, que le vido venía a entrar entre ellos, revolvió hacia él echando mano a su espada; don Juan hizo lo mismo. Don García, que vido aquella desenvoltura, tomó una maza que llevaba colgando del arzón de la silla y, arremetiendo el caballo hacia don Alonso, como contra hombre que lo había revuelto, le dio un gran golpe de maza en un hombro, y tras de aquel otro. Ellos huyeron a la iglesia de Nuestra Señora y se metieron dentro. Luego mandó que los sacasen y cortasen las cabezas al pie de la horca; y él se fue a su posada y mandó cerrar las puertas, dejando comisión a don Luis de Toledo que los castigase; mas en aquella hora muchas damas que en aquella ciudad había, queriendo estorbar el castigo o que no fuese con tanto rigor, quitándole alguna parte del enojo, con algunos hombres de autoridad entraron por una ventana en su casa y se lo pidieron por merced. Condescendiendo a su ruego, los mandó desterrar de todo el reino (286-287). Disponemos también del testimonio que nos proporciona el juicio de residencia a don García: 144. Item, se hace cargo al dicho don García que quiso matar con una porra en la ciudad Imperial a don Alonso de Ercilla y don Juan de Pineda, y fue tras ellos por los matar con ella, que fue y eran términos muy ajenos y fuera de justicia. Pero me interesa recordar sobre todo la versión de los hechos que ofrece el propio Ercilla en su célebre poema. Así, en el canto XXXVI escribe: A La Imperial llegamos, do hospedados fuimos de los vecinos generosos,
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y de varios manjares regalados hartamos los estómagos golosos. Visto, pues, en el pueblo así ayuntados tantos gallardos jóvenes briosos, se concertó una justa y desafío donde mostrase cada cual su brío. Turbó la fiesta un caso no pensado, y la celeridad del juez fue tanta, que estuve en el tapete ya entregado al agudo cuchillo la garganta; el enorme delito exagerado la voz y fama pública le canta, que fue solo poner mano a la espada, nunca sin gran razón desenvainada4. Este acontecimiento, este suceso fue forzosa ocasión de mi destierro, teniéndome después gran tiempo preso, por remediar con este el primer yerro; mas, aunque así agraviado, no por eso (armado de paciencia y fiero hierro) falté en alguna lucha y correría, sirviendo en la frontera noche y día. Además, en el canto siguiente, el XXXVII y último de La Araucana, califica a don García de “mozo capitán acelerado”: Ni digo cómo al fin, por accidente, del mozo capitán acelerado fui sacado a la plaza injustamente a ser públicamente degollado; ni la larga prisión impertinente, do estuve tan sin culpa molestado, ni mil otras miserias de otra suerte, de comportar más graves que la muerte. Sin duda, al momento de componer La Araucana Ercilla no habría olvidado todavía este grave incidente personal, y esta es la razón que explicaría el no haber dado el suficiente relieve a la figura de don García Hurtado de Mendoza. Por el contrario, en su poema nos ofrece una visión muy idealizada de los indios araucanos, denodados defensores de su libertad e independencia, hecho que le ha valido la calificación de “primer indigenista”. Como acertadamente escribe Campos Harriet, Necesitaríamos copiar casi todas las estrofas de los treinta y siete cantos de La Araucana si quisiéramos señalar las
4 Recordemos
la inscripción que figuraba grabada en las hojas de muchas espadas de la época: “No me saques sin razón. No me envaines sin honor”.
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muestras de admiración, de amor y de comprensión que siente Ercilla por el pueblo araucano. Los nombres de los caciques: Colo-Colo, Lautaro, Caupolicán, Angol, Lincoyán, Rengo, Tucapel, Paicaví, Orompello, Ongolmo, Ainavillo y tantos otros, como las figuras femeninas de las hermosas Gualda, Tegualda, Guacolda, Fresia, por Ercilla exaltadas e idealizadas, tienen hasta hoy la más grande vigencia, y ello es el mayor homenaje que el pueblo de Chile ha podido tributar al poeta (1969: 199). Esta reflexión me sirve para subrayar que esa idealización de los araucanos tan notoria en La Araucana se transmite, en mayor o menor grado, a todas las obras teatrales que inspiró, varias de la cuales fueron escritas –como ya señalé– por encargo de la familia Hurtado de Mendoza. En todas ellas apreciamos que los personajes araucanos están idealizados como guerreros valientes y galanes, que pueden parangonarse en nobleza y cortesía con los españoles; y lo mismo sucede con las mujeres araucanas, que desempeñan en estas obras la función dramática de damas (hermosas, nobles y discretas), sin mayores diferencias con las protagonistas europeas de otras piezas de la comedia nueva. Es decir, los araucanos comparten el mismo código de valores (nobleza, honor, caballerosidad, valentía…) que sus enemigos, lo que no impedirá que se apunten algunos rasgos negativos de ellos (barbarie, crueldad…); por lo demás, ha de tenerse en cuenta que magnificar al enemigo ponderando su fuerza y sus cualidades positivas es una forma indirecta de engrandecer a sus conquistadores. Eso sí, cabe decir que los denodados esfuerzos de esta campaña de propaganda no lograron el objetivo de convertir a don García en un héroe literario de categoría épica. En cambio, quienes sí han quedado en el recuerdo y en el imaginario colectivo han sido los bravos araucanos, con su toqui Caupolicán a la cabeza5.
3. La imagen del indio en Arauco domado de Lope de Vega Esta comedia, cuyo título completo es Arauco domado por el Excelentísimo Señor don García Hurtado de Mendoza, se publicó en la Parte veinte de las comedias de Lope de Vega (Madrid, viuda de Alonso Marín, 1625), aunque la redacción debió de ser mucho más temprana, en torno a 1599, tal como ha venido señalando la crítica. Según escriben sus editores modernos, Jesús Gómez y Paloma Cuenca, “La acción de la tragicomedia, como se denomina en las ediciones antiguas, es enteramente bélica; versa sobre la expedición de castigo capitaneada por García Hurtado de Mendoza en 1557” (XI-XII, en su estudio preliminar a Lope de Vega, Comedias, vol. IX). Arauco domado fue una de esas comedias escritas por iniciativa de la noble familia de los Hurtado de Mendoza con el fin de enaltecer la figura de don García. Campos Harriet, tras recordar que la obra fue “el encargo de don [Juan Andrés] Hurtado de Mendoza, quinto Marqués de Cañete, hijo de don
5 Baste
mencionar el memorable soneto en alejandrinos, titulado “Caupolicán”, que le dedicara Rubén Darío en su poemario Azul (1888). Ver los trabajos de Auladell, 2004 y 2007 y Romanos, 1993.
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García, siempre deseoso de honrar la memoria de su padre y de acrecentar la gloria de la Casa de Mendoza” (241), apostilla: “El tema, las hazañas de don García en la guerra de Arauco en Chile. La intención, manifiestamente apologética” (1969: 243). En la dedicatoria “A don [Juan Andrés] Hurtado de Mendoza, su hijo, Marqués de Cañete”, el propio Lope recuerda que su padre fue “freno español y yugo católico de la más indómita nación que ha producido la tierra”, al tiempo que se refiere a su pieza como “esta verdadera historia” (751). De todo el ciclo de comedias araucanas, ya indiqué que esta es la más conocida y la que cuenta con más bibliografía, por su calidad dramática y su interés, sin duda, pero sin duda también por ser quien es su autor. La imagen de los indígenas araucanos que encontramos en la pieza está bastante idealizada; se pondera, sobre todo –y como no podía ser de otra manera–, su carácter indómito: para los araucanos, tenaces defensores de su libertad, es preferible la muerte a una vida de sometimiento a los españoles, tal como reflejan numerosos pasajes del texto. Ni que decir tiene que el binomio esclavitud / libertad recorre la pieza desde su comienzo hasta el final. Ya el propio título de Arauco domado, al igual que sucedía en la obra homónima de Oña, sugiere esa idea de sujeción a un yugo, frente a la rebelión contra el invasor y la defensa de la libertad que lleva a cabo el pueblo mapuche, idea que se hace presente desde el diálogo inicial entre Tipalco, indio yanacona, y Rebolledo, uno de los combatientes españoles: Tipalco
¿Que este soldado, amigo, es don García?
Rebolledo
Este es aquel Hurtado de Mendoza que a gobernar su padre a Chile envía.
Tipalco
La libertad que el rebelado goza en el gobierno de la gente anciana aumentarase con la gente moza. (753)
Merece la pena recordar también el parlamento de Galvarino, después de que le hayan cortado las manos, en el tercer acto. La acotación indica: “Sale Galvarino, con las manos en unos troncos de sangre” (827); tras interrogarse con estas palabras: “¿Cuánto mejor es morir / con las armas peleando / que vivir sirviendo un noble / como bestia y como esclavo?”, arenga a los suyos de esta manera: ¡Desdichados de vosotros, araucanos engañados, si vendéis la libertad de vuestra patria a un extraño, pues que pudiendo morir llenos de plumas y armados, queréis morir como bestias en poder destos tiranos! ¿Será mejor que esas plumas de que os miráis coronados, esas macanas famosas, esas flechas, hondas y arcos, llevar las cargas a cuestas
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destos españoles bravos y morir en los pesebres de sus galpones y tambos? ¿Será mejor que esos hijos vayan de leña cargados y que sus madres les den, con vuestra afrenta y agravio, siendo amigas de españoles, otros mestizos hermanos que los maten y sujeten con afrentas y con palos? Mirad lo que hacéis, chilenos; morid con honra, araucanos… (827-28) Galvarino ya no tiene manos para manejar las armas, pero sí una lengua valiente para exhortar a los suyos a la pelea. Sus palabras hacen mella en los araucanos y Tucapel, Rengo y todos los demás, así caudillos como guerreros en general, juran luchar a muerte contra los españoles6. En fin, cabría recordar igualmente el importante diálogo entre don García y Caupolicán hacia el final de la comedia; cuando el español le recuerda al indio que era vasallo del rey de España y le debía fidelidad, el toqui responde proclamando orgullosamente su libertad: Caupolicán
Libre nací. La libertad defendí de mi patria y de mi ley; la vuestra no la he tomado.
García
Si por ti no hubiera sido, Chile estuviera rendido.
Caupolicán
Ya lo está, si estoy atado.
García
Mataste a Valdivia, echaste muchas ciudades por tierra. Tú diste fuerza a la guerra, tú la gente rebelaste, tú venciste a Villagrán, y tú morirás por ello.
Caupolicán
Aun bien que tienes mi cuello en tus manos, capitán. Venga a Felipe, derriba a Chile, ponle a sus pies, que en esta vida que ves todo su poder estriba. (840)7
6 Orompello,
por ejemplo, exclama: “¡Desdichados de vosotros / si los cuellos no domados / rendís una vez al yugo / de los fieros castellanos!” (829). 7 Notemos, de paso, el orgullo de Caupolicán, para quien todo Arauco se reduce a su persona: Chile ya está rendido si él está atado; en su propia vida estriba todo el poder de Chile, etc.
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Ese tema del cautiverio general de Arauco se concreta, en el desarrollo dramático de la pieza, en algunos casos particulares de cautiverio: así, el de Tucapel, que será liberado por Gualeva; el de Gualeva, quien permanece un tiempo con los españoles, si bien no en calidad de cautiva, sino como invitada; el de Galvarino, cruelmente castigado con la pérdida de las dos manos; y, por supuesto, el cautiverio final de Caupolicán, cuya condena a muerte en castigo a su rebeldía se pretende sirva como ejemplo y escarmiento para los de su raza8. Merece la pena destacar que aquí esa muerte de Caupolicán empalado se presenta como decisión de don García, quien, en cualquier caso, se ofrece para ser su padrino de bautismo, y que esta circunstancia establece entre ambos, el español y el indio, un parentesco (tal es la palabra empleada por don García: “este parentesco haremos”, 844), con lo que la asimilación del otro, del bárbaro salvaje, es total: unidos –emparentados, hermanados– en la misma fe de Cristo, ya no hay diferencias entre europeos y araucanos. En cambio, en otra comedia del ciclo, El gobernador prudente, de Gaspar de Ávila, se dice que la orden para el ajusticiamiento fue dada por Reinoso, circunstancia que exculpa a don García de un acto tan cruel; ocurre que la de Ávila es una obra más panegírica todavía que la de Lope, donde don García es más que nunca San García. No hay propiamente en Arauco domado ningún caso de cautiverio de amor, motivo usual en otras piezas de este corpus de comedias araucanas (ver Mata, 2011); es decir, no surge una relación sentimental entre una india y un español. Esa posibilidad queda solo levemente apuntada cuando don Felipe de Mendoza, hermano de don García, se siente herido por las flechas de los ojos de Gualeva, lo que le lleva a ponderar galantemente su belleza con el habitual léxico petrarquista. Este episodio sentimental (805-807) no alcanza después un desarrollo dramático mayor, pero su inclusión demuestra que el amor no está del todo ausente en medio de una guerra tan encarnizada; porque, como indica Alarcón con bella y sentenciosa frase, “Suele Amor / trocar con Marte las armas” (788; ver Castells, 1998).
3.1. Araucanos valientes, orgullosos… y bárbaros En las páginas que siguen voy a desarrollar con más detalle cómo aparece reflejado el imaginario indígena en la comedia lopesca. Una primera idea, nuclear en la obra, es la caracterización de los araucanos como seres indómitos (un análisis léxico nos revela la repetición frecuente de adjetivos como rebeldes, libres, invictos, fuertes y otros similares), pero también salvajes, fieros y bárbaros. Repasemos primero algunas menciones a propósito de la rebeldía: Rebolledo explica que es “la inquietud del indio rebelado” lo que impedía que se pudiese tener el Santísimo Sacramento en la iglesia de La Serena (754); se habla de “la libertad que goza / Chile, rebelde y traidor” (758, don García); “esta rebelde gente” (758, don García); “los fieros araucanos, / de
8 También
encontramos diversos casos de cautiverio de españoles, como el de Rebolledo, al servicio del humor, o el de Guillén, a quien mata Galvarino, acción que sirve para justificar el cruento castigo que se aplica después al indio (la mutilación de ambas manos).
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Valdivia vitoriosos” y sus “nunca vencidos pechos” (762, Pillalonco); “vuestros rebeldes cuellos” (762, Pillán); “los rebeldes indios araucanos, / fïados en la muerte de Valdivia / y en que también a Villagrán vencieron” (769, don Alonso), etc. Los araucanos están acostumbrados a derribar por tierra los fuertes de los españoles y a matarlos, tal como revelan estas palabras de Fresia: “No será cosa nueva / que el muro a la tierra igualen, / y algo se han de detener / en pasarlos a cuchillo” (775). Por su parte, Caupolicán exhorta a los suyos de este modo: ¡Oh, valientes araucanos! Ahora es tiempo; mirad que es gran bien la libertad, y que hoy está en vuestras manos. Tocad a guerra, saquemos las armas que dieron muerte a Valdivia, y este fuerte de Penco por tierra echemos. (766) El propio don García pondera la extraordinaria fuerza de sus enemigos: García
Si las fieras naciones del estado de Arauco, no domado eternamente, con rebelada frente se desvían; si al rey, a quien servían, la obediencia niegan con tal violencia; si mataron a Valdivia, y llamaron a altas voces a un bárbaro, feroces, rey y dueño, ¿qué importa que el isleño se nos rinda que con Arauco alinda, pues se espera guerra dudosa y fiera? (768-69)
Y reconoce que estos araucanos a los que se enfrenta no son indios pacíficos como los que encontrara Colón en el Caribe: García
¡Con qué extraños instrumentos, música, voces y grita su general solicita a sus soldados contentos! Si de aquesta suerte fueran los indios que vio Colón, tarde en aquesta región los españoles se vieran. (771-72)
Esta misma idea –la no mansedumbre de los indígenas de la Araucanía, su condición bastante distinta a la de los nativos que Colón encontró– se reitera en otras ocasiones, por ejemplo, en boca de Rebolledo: ¡Pues en verdad que no son de los indios desarmados que hallaba en selvas y prados, como corderos, Colón,
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sino los hombres más fieros, más valientes, más extraños que vio este polo en mil años. (782)9 Don Felipe, por su parte, reconoce que los araucanos “son / de indomable condición” (806); y de “araucanos fuertes” califica a los suyos Caupolicán (816). Cuando algunos de ellos quieren tratar de paz, su general señala que rendirse “grande infamia me parece, / ni ser de nadie vasallos” (795), para añadir enseguida: ¿Quién ha de poder sufrir que estos indomables brazos sujete el yugo español ni el imperio de hombre humano? (795) Es, por tanto, Arauco una “tierra belicosa y rebelada” (780), una “tierra mal conquistada” (787); se menciona “esta tierra pertinaz” (797, Rengo) y “la guerra pertinaz” (824, Tucapel). Las palabras de don García con que acaba el primer acto nos hablan, en efecto, de un Arauco todavía no domado: “Chile, yo he de sujetarte, / o tú quitarme la vida” (784); un Arauco que ha de terminar siendo sojuzgado, “aunque arrogante / del yugo ahora la cerviz levante” (831). En el acto tercero, con la captura y muerte de Caupolicán, el capitán español creerá que ha sujetado el territorio (“Pacífica tengo ya / la más indomable tierra”, indica, 839; “hoy pacificas a Chile”, le dice Avendaño, 839), pero los hechos históricos posteriores ponen de relieve que aquellas guerras que tanta sangre española costaban se prolongarían aún por mucho más tiempo, y que la pacificación definitiva de la Araucanía no se lograría hasta bien entrado el siglo XIX, con posterioridad a la independencia de Chile… Además del de rebeldes, otros calificativos que se repiten aplicados a los araucanos son los de bárbaros, fieros y crueles; es más, en ocasiones quedarán equiparados a animales. Rebolledo habla de “la gente / bárbara que en Arauco se derrama” (753); Tipalco, indio yanacona, evoca a “los que mataron a Valdivia”, de los cuales dice que “con Caupolicán y Tucapelo / están más fieros que áspides en Libia” (754); don García llama bárbaro a Caupolicán (773); don Alonso los califica de fieras y bárbaros (773); Biedma también los compara con animales salvajes y crueles: Biedma
No hay onzas fieras que, sangrientas y ligeras, en ganado humilde entrasen que mayor estrago hiciesen. (773)
Y poco después el mismo Biedma insiste en decir que son “los bárbaros más fieros” (773). A su vez, don Felipe comenta que “un bárbaro” ha herido a don García de una pedrada (774); Rebolledo afirma que don García viene a pacificar “su bárbara rebeldía” (782), y luego dirá: “Allá estuve cautivo entre
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por el sentido la lectura del primer verso que traen Gómez y Cuenca, “¡Pues en verdad que éstos son”, que resulta a todas luces errónea.
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esos bárbaros” (804); “son crueles estos araucanos” y “fieros son”, señala don Felipe (804), quien proclama también: “Notable fiera / fue siempre este Galvarino”, comentario remachado por don García: “Todos son desta manera, / todos por este camino” (819); don Alonso habla de sus “bárbaros intentos” (832); Avendaño llama bárbaro a Caupolicán (837), y así sucesivamente. Un ejemplo de su brava entereza e indiferencia ante el dolor lo ofrece Galvarino en su suplicio: cuando le cortan una mano, inmediatamente pone la otra sobre el tronco, impertérrito, para que el verdugo prosiga con su tarea (820). Más detalles: se califica de “muerte fiera” la que los indios dieron a Valdivia (837). Se insiste en que Caupolicán es fiero, pero igualmente en que don García domará Arauco, como refleja este diálogo, rematado de nuevo con los calificativos de bárbaro y fiero aplicados al cacique: Alonso
¿Si llevarán ya creído que por tu brazo ha de ser domado Arauco?
García Hasta ver a Caupolicán vencido les parecerá imposible. ¡Notable bárbaro! Felipe
¡Fiero! (776)
Resulta interesante que en la escena final de la muerte de Caupolicán, este ha asimilado totalmente el punto de vista de los españoles; cuando don García le explica que no puede perdonarle, dada su condición de líder rebelde, él mismo afirma que dejarle con vida sería “conservar la rebeldía / que en estos bárbaros ves” (840-41); se trata de un Caupolicán ya cristianizado que lanza un “¡Por Dios!” (841) y que reconoce: “Aunque bárbaro, / bien siento los consejos que me dan” (843, refiriéndose a los relativos a la salvación de su alma); antes, sigue indicando, “yo era bárbaro” (846), pero tras recibir el bautismo ya no lo es, de ahí que pida a don García: “Da muerte al cuerpo en castigo; / da vida al alma, que es más. […] piérdase el cuerpo, que es tierra; / gánese el alma, que es cielo” (843). La animalización de los indios la encontramos cuando las mujeres araucanas defienden altivas el valor de sus respectivos maridos. Por ejemplo: Gualeva
¡Ay, Millaura mía! Cuando Tucapel porfía, no es tan invencible el mar. Bien sé que Rengo es un tigre, mas mi esposo es un león. (776)
Y esa fiereza salvaje y animal de los araucanos asoma en la comedia aquí y allá. Así, Engol, que como hijo de Caupolicán se considera “hijo de león” (826), se muestra dispuesto a sacar el corazón a don García (813); si sorprenden a los españoles en su ataque, los indios los pasarán a cuchillo y los degollarán a todos (808 y 811). Por supuesto, al tratar de su
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fiereza y crueldad, debemos recordar la escena en que Fresia, la esposa de Caupolicán, estrella contra un peñasco a su hijo pequeño (841-42), pues considera que su padre ha sido demasiado cobarde, ya que se ha dejado capturar en vez de pelear hasta la muerte. La trágica, cruel y desesperada acción de la madre matando a su propio hijo es glosada por los comentarios de don Felipe: “¿Qué fiera / hiciera aquella crueldad?”; de don García: “¡Terrible mujer!”; y de Avendaño: “¡Soberbia!” (842). Además, Fresia se ofrece para ser ella misma el verdugo de su esposo, tan indigno –en su opinión– por haberse rendido. Otro aspecto interesante es la caracterización de los caudillos araucanos como personajes orgullosos y jactanciosos. Se trata sobre todo de la triada formada por Caupolicán, Tucapel y Rengo; pero también Talguén, Orompello, Engol y otros sueltan continuamente fieras bravuconadas que resaltan hiperbólicamente su valentía. Las citas que podrían aducirse son muy numerosas. Por ejemplo, esta en que Caupolicán le dice a su compañera: De todo lo que miras eres, Fresia, señora; ya no es de Carlos ni Felipe Chile. Ya vencimos las iras del español, que llora, por más que contra Arauco el hierro afile, el ver que aún hoy distile sangre esta roja arena en que Valdivia yace, del polo en que el sol nace a donde sus caballos desenfrena. No hay poder que me asombre: yo soy el dios de Arauco, no soy hombre. (759) Y se muestra dispuesto a enlosar el mar con cabezas de españoles, todo para hacer de Fresia, no solo reina de Arauco y de Chile, sino también reina del mundo. Más casos: se habla “del brazo riguroso / del soberbio Tucapel” (764, Tucapel); “Rengo soy; rayo me nombro” (764, Rengo); “No hay Pillán; yo basto y sobro / contra el mundo” (765, Tucapel); “uno por mil valéis” (767, Talguén); Rengo afirma que Chile no es Perú, y que los españoles no saldrán vivos de allí (771). Cuando Caupolicán pregunta quién asaltará el fuerte de los contrarios, responde Tucapel: “Yo, que soy rayo y soy muerte” (772)10; y cuando Rengo logra entrar en el fuerte y pelea con don Felipe de Mendoza, exclama: “Soy Rengo, el que ha tenido / más despojos de vosotros / en Chile” (772); “yo solo al bravo español / arrojaré donde cierra / con llave la noche al sol, / porque no vuelva a esta tierra” (798, de nuevo Rengo, quien a continuación promete traer la cabeza de los principales capitanes españoles, que enumera); “yo solo basto / a matar mil españoles” (772, Engol), etc.
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la lectura equivocada raro de Gómez y Cuenca.
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Ese orgullo desmedido de los rivales Tucapel y Rengo lo apreciamos igualmente en diálogos como este: Tucapel ¡Detente, general Caupolicán, que los que contigo van son muchos para esa gente! Déjame ir solo, no digan que fuimos dos araucanos para treinta mil cristianos. Rengo
Oye, que a todos obligan. Ten paciencia, pues yo voy, que también pudiera solo hacer temblar este polo, pues todos sabéis quién soy. (767)
En fin, la extremada valentía de los araucanos se extiende a sus mujeres; así, Gualeva dice: “Si Tucapel murió, / por él saldré al campo yo” (779), y pide acto seguido la macana a Orompello; en su enfrentamiento con Rengo, en esa misma escena, lo llama afeminado (779). Por su parte, Fresia, indignada ante las propuestas de paz que manifiestan algunos, expresa con vehemencia que pelearán las mujeres, si los maridos rinden las armas (826). Visión idealizada, por un lado, de los indígenas. Pero la comedia de Arauco domado también nos transmite la imagen de un indio sensual, cruel, antropófago… La sensualidad apunta claramente en la escena del baño de Caupolicán con Fresia (758-61), cuando las delicias amorosas le hacen olvidar al toqui sus obligaciones militares (ver Lauer, 1996). La crueldad del “indio bárbaro” (831) también la apreciamos en varios pasajes: así, don García reconoce taxativamente que “el indio es cruel” (819). Las prácticas de canibalismo aparecen en el episodio de la captura de Rebolledo (79093): Tucapel quiere que lo asen para comérselo entero (expresión que cabe interpretar en sentido literal, o bien como una más de sus muchas bravatas11); en otro momento se menciona que el destino de algunos españoles prisioneros es también el de ser asados (820). Asimismo, se mencionan con frecuencia las borracheras y orgías a que se entregan estos salvajes; un indio yanacona alude a “una fiesta y borrachera / de las que suelen hacer / en Cayocupil” (820); y se indica enseguida que “Tienen para emborracharse / de chicha cántaros llenos” (821). Un motivo muy repetido es el de la calavera de Valdivia, que han convertido en vaso, engastado en oro, para sus libaciones, que son libaciones de sangre (ver Donoso, 2006). En efecto, cuando Tucapel quiere tratar de paz, Engol le reprocha su actitud con estas palabras:
11 Sea como sea, esta escena está al servicio de la comicidad; recordemos que Rebolledo logra salvar la vida gracias a su ingenio, al convencer a los indios de que tiene una enfermedad contagiosa llamada… escapatoria.
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Engol
Di, Tucapel: ¿eres tú el soberbio y fiero que tantas veces bebiste sangre de aquestos ladrones que de remotas naciones vienen donde libre fuiste solamente a hacerte esclavo? […] ¿Eres el que los asabas, y que aun crudos los comías? ¿Eres el que los decías tantas arrogancias bravas? ¿Eres el que hiciste hacer de las canillas famosas de Valdivia dos hermosas trompetas para tañer? ¿Eres el que las llevaba a las batallas delante, a cuyo son tu arrogante pecho tanto se animaba? ¿Eres el que, puesto en oro el casco de su cabeza, hiciste una hermosa pieza en que por grande tesoro bebías chicha y perper con los caciques de Chile? (824-25)
En otro pasaje, Caupolicán dice que es él quien guarda tan preciado vaso: Caupolicán
Yo tengo engastado en oro de Valdivia el mismo casco, donde con alegre fiesta quiero que todos bebamos sangre de algún español, y con música y aplauso juremos morir o echar los españoles de Arauco. (830)
A su vez, el español don Alonso evoca el mismo motivo: Están ahora en la fiesta, donde el casco de Valdivia sirve de copa, en que, puesta sangre humana fresca y tibia, quieren beber sobre apuesta. (832) Motivo que se reitera todavía una vez más en la propia escena de esa fiesta que celebran los araucanos en Purén; tras el canto de los músicos, asistimos a este diálogo: Caupolicán
¡Hola! Dadnos de beber.
Rengo
Aquí está el casco engastado de Valdivia.
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Caupolicán Este ha de ser el día más celebrado que en Arauco se haya visto. Rengo
Toma, y esa sangre bebe.
Caupolicán
Con ella la sed resisto, que aunque está caliente, es nieve. (836)
3.2. La caracterización de Caupolicán En el apartado anterior ya nos han ido apareciendo varios aspectos de esa caracterización del “gran general de Chile” (845); añadiré ahora otros detalles que completan su retrato. Se destaca, claro está, su condición hercúlea (“aquel membrudo / gigante fiero […] / que desde el hombro arriba excede a todos”, 769-70; “un gigante”, 842). Su esposa Fresia se dirige a él diciéndole: “Tú, que eres el señor de hombres y fieras” (760); Caupolicán es “un pecho / a quien se rinde España” (760), un “pecho invencible” (816). Se destaca su capacidad de liderazgo, pues es capaz de rebelar a los indios pese a la superioridad de armas y caballos de los españoles (si bien, en el plano histórico, ese papel le correspondió más bien a Lautaro; como se sabe, es Ercilla en La Araucana quien magnifica la figura del toqui): Fresia
Ya la española espada, el arcabuz temido que truena como el cielo y rayos tira al suelo, y el caballo arrogante en que subido el hombre parecía monstruosa fiera que seis pies tenía, no causarán espanto al indio que rebelas, cuya libre cerviz del cuello sacas del español que tanto le oprimió con cautelas, cuya ambición de plata y oro aplacas. (760)
En el acto segundo, él mismo hace un resumen de la lucha araucana por la libertad con anterioridad a la llegada de don García: Caupolicán
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Ya veis, valientes chilenos y gallardos araucanos, cómo al español Felipe nos habemos rebelado, porque muchos de nosotros éramos ya sus vasallos y aun el bautismo de Cristo no pocos indios tomaron. Pareció famosa hazaña al generoso Lautaro y a otros sacar el cuello
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de los españoles lazos. Sucedió como sabéis: murió Valdivia en Arauco, vencimos a Villagrán; libres entonces quedamos. (794)
Al final el toqui Caupolicán muere, pero después de haber recibido el bautismo (siendo don García su padrino, como ya comenté); y después de haber declamado el bello soneto de arrepentimiento que comienza “Señor, si yo era bárbaro, no tengo / tanta culpa en no haberos conocido…” (846).
3.3. El reflejo de la sociedad araucana ¿En qué medida refleja una comedia como Arauco domado el mundo indígena? ¿Con qué exactitud quedan recogidas en las obras de este ciclo de comedias las costumbres araucanas, sus creencias religiosas, el vestuario y las armas, las comidas y bebidas, las músicas y los bailes…? ¿Qué tipo de conocimientos sobre aquella sociedad podían tener Lope –que no estuvo en América– y los demás dramaturgos que escribieron obras de esta temática? De entrada, cabe responder que tal conocimiento era fundamentalmente libresco, es decir, de carácter erudito y literario. Para quienes dramatizaron asuntos relacionados con las guerras de Arauco, la fuente de información principal fue –así lo ha señalado reiteradamente la crítica– La Araucana de Ercilla, y en menor medida el Arauco domado de Oña. De estos dos poemas épicos los dramaturgos extrajeron datos y noticias que les permitían reproducir, con mayor o menor exactitud, aquel exótico escenario chileno y sus gentes, con sus costumbres y creencias, o al menos dar una idea aproximada de ellos. En este sentido, también la obra de Lope trata de reflejar algunos detalles de aquella sociedad, siquiera a través de pinceladas sueltas que proporcionan cierta dosis de “color local”; esa misma función tiene la inclusión en estas obras de algunas palabras de origen amerindio, aunque los términos utilizados no siempre pertenezcan al ámbito lingüístico que correspondería en sentido estricto (en este caso, el mapudungun de los mapuche): basta que las palabras sean de origen americano para lograr, desde el punto de vista lingüístico (exclusivamente léxico), la impresión de exotismo y veracidad. Por supuesto, la toponimia (Arauco, Ancud, Engol, Purén, Cayocupil…) y los nombres propios de los indios (ver, además del reparto, la lista de personajes araucanos mencionados en la página 799) contribuyen asimismo a dar sensación de verosimilitud a la acción y de exactitud geográfica. Por lo que toca a las creencias religiosas, en Arauco domado abundan las alusiones al Sol como divinidad adorada por los araucanos, que lo incluyen en sus juramentos o en expresiones desiderativas: Fresia dice “permita el Sol / que Chile se libre dél” (781); Gualeva da gracias al Sol (805); Caupolicán exclama: “¡Válgame el Sol!” (814) y “el Sol me castigue” (816); Tucapel arroja un “¡vive el Sol!” (764), juramento que pronto se convierte, en boca del mismo personaje, en un castizo y español “¡vive Dios!” (768). Algo semejante, pero en orden inverso (primero un “¡Por Dios!” y luego un “¡Vive Apó!”), sucede en la escena del enfrentamiento de Engol con Tucapel:
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Engol
¡Por Dios, que había de hacerte muy mal estomago allá…! […] ¡Vive Apó, si no estuviera mi padre aquí…! (826)
Caupolicán, en su soneto de arrepentimiento religioso, confiesa: “Pasé adorando al Sol mis años tristes” (846); y antes, en su pelea cuerpo a cuerpo con don García, se había presentado a sí mismo como hijo del Sol: Caupolicán
¿Sabes que [mi vida] está al Sol asida, en cuyos rayos estoy? ¿Sabes que es mi padre y que es suyo este cetro que rijo? (772-73)
Idea que se reitera –de forma indirecta– cuando el toqui resulta herido en una batalla: Rengo
Hiriole el gran español, el gallardo don García, porque herirle no podía menos que un hijo del Sol. (778)
También su hijo Engol se presenta en algunas ocasiones como hijo del Sol (“yo soy hijo del Sol, que el Sol / solo pudo hacer a Engol”, 813; ver también 814). Una divinidad varias veces aludida es la denominada Apó (palabra araucana que viene a significar ‘jefe’; por extensión, podría significar ‘deidad, dios’); así, Caupolicán es el “valiente araucano / a quien Apó soberano / hizo de Arauco señor” (770); se alude al “soberano Apó” (795 y 813), al “santo Apó” (799 y 836), o se indica: “No quiera Apó que lo veas” (838). Más importancia reviste en la obra otra figura destacada de la mitología araucana, el “Pillán divino”, espíritu poderoso y benigno, muy respetado por considerársele vía de conexión con los ancestros, que aquí interviene como personaje (761-62). En efecto, Rengo pide a Pillalonco, sacerdote sagrado entre los indios, que haga una consulta al Pillán, y en el diálogo se mencionan algunos elementos necesarios para invocar al espíritu: Rengo
Haz tu oficio, Pillalonco: consulta a nuestro Pillán.
Pillalonco
¿Traéis la lana?
Talguén Aquí están, sacerdote, lana y tronco. Pillalonco
Retiraos todos allí mientras comienzo el conjuro. (761)
Además la acotación indica: “Retírense, y el viejo ponga un ramito en el suelo y una vedija de lana encima” (762); y la siguiente: “Salga por el
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escotillón Pillán, demonio, con un medio rostro dorado y un cerco de rayos, como sol, en la cabeza y el medio cuerpo con un justillo de guadalmecí de oro” (762). Este Pillán les vaticina a los araucanos su derrota: don García vencerá nueve batallas y fundará siete ciudades en su territorio. Sus réplicas aparecen tras la indicación de locutor “Demonio”. Así como se ha hecho presente por el escotillón (la trampilla en el suelo del tablado que permitía este tipo de apariciones y desapariciones), sale de escena por el mismo sitio con acompañamiento de fuego (“Disparen un arcabuz y ciérrese, o echen por allí una llama”, 765); y poco después, cuando se le aparece a Caupolicán para exhortarle a la lucha, abrasa de llamas el agua, que deja con olor a “alquitrán ardiente” (766). Más tarde, cuando a Caupolicán se le presente en medio de un árbol la sombra de Lautaro (814-16), creerá en un primer momento que se trata del Pillán. La creencia de los indígenas en agüeros aparece en el momento del ataque a los españoles que sucede en el acto segundo: Fresia y Millaura han tenido ciertos sueños y presagios relativos a la derrota araucana en la batalla; al mismo tiempo, su diálogo pone de relieve que los españoles no creen en ellos: Millaura
Agrádame en los cristianos el no andar desvanecidos en estos agüeros vanos.
Fresia
Tenémoslos recibidos como por ley los indianos. (810)
En este tramo de la obra se da una sucesión de escenas en las que alternan superstición / religión / superstición: en efecto, después de ese pasaje relativo a los presagios de las araucanas, vemos que las salvas que los españoles disparan para festejar la festividad de San Andrés logran desbaratar el ataque sorpresivo de los araucanos, que se creen descubiertos (es decir, un elemento de religiosidad salva providencialmente a los españoles). Y seguirá luego la escena en que Lautaro se le aparece a Caupolicán, que ha resultado herido, en medio de un árbol, en forma de sombra, para animarle a que continúe la lucha por la libertad, pues la vida no vale nada –le dice– “si es sujeta, esclava y triste” (815). Pasando al terreno del arte de la guerra y las prácticas militares (ver Checa, 2006), en la comedia se describen las armas de los nativos (los arcos y las flechas, junto con las macanas, son las más mencionadas; pero también se alude a mazas, carcajes, hondas y piedras, alcancías…). Las acotaciones escénicas apenas aluden al vestuario, pero algunas réplicas de los personajes nos brindan algunas pistas; así, sabemos que los guerreros se adornan con plumas: Talguén indica que, para no ser descubiertos en su ataque sorpresa, “Fuera de senda venimos, / hasta las plumas quitadas, / porque no las viese el viento” (808); en el parlamento de Galvarino menciona hasta en tres ocasiones las plumas, y afirma que es preferible a la esclavitud el morir peleando “llenos de plumas”, luciendo “esas plumas / de que os miráis coronados” (828). En un determinado momento Caupolicán menciona una “capa de grana” que piensa ofrecer como recompensa “al primero / que con maza, arco o acero / sacare sangre cristiana” (766-67).
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Un detalle quizá menor, pero en el que se insiste en dos ocasiones en el acto primero, es el hecho de que las victorias anteriores permiten a los araucanos tener y manejar armas de los españoles. Dice el propio Caupolicán: Picas tenemos y espadas que ganamos en la guerra pasada, que desta tierra fueron ya tan estimadas. (767)12 Se describe asimismo la forma de pelear en aquella cruel y violenta guerra (“al mar de Chile corrían / arroyos de sangre humana”, 788), que era una sucesión de malocas y malones, es decir, de entradas de castigo de los españoles en territorio araucano y de contraataques masivos como respuesta por parte de los indios: Alonso
… vienen, como desciende en el verano granizo en árbol de medrosos pájaros, a no dejarte piedra sobre piedra; que es ver la variedad de armas extrañas, de pellejos de lobos y leones, de conchas de pescados y de fieras, las mazas, las espadas y alabardas ganadas en batallas de españoles; los instrumentos varios que ensordecen el aire, las alegres y altas voces; y que es de ver delante aquel membrudo gigante fiero y general que traen, que desde el hombro arriba excede a todos. ¡Ea, señor!: ¿no escuchas ya los gritos con que niegan a Carlos la obediencia? (769-70)
Y se dan nuevas indicaciones sobre cómo se producían esos ataques masivos de los indios, acompañados de sus instrumentos bélicos: “Salen indios músicos delante, con unos tamborilillos, y por ser fuerza para cantar, con sus guitarras, y detrás Caupolicán con todos sus soldados” (770)13. En la canción que entonan se jactan de haber vencido a Valdivia y Villagrán, y proclaman que también vencerán a don García. Por su parte, las indias acompañan a los araucanos para ayudarles en el combate, asistiéndoles con comida y bebida, tal como indica la acotación: “Salen las indias Gualeva, Quidora, Fresia y Millaura con unas cestillas de fruta y unas botellas o barros de agua” (775), tras lo cual mantienen esta conversación: Gualeva Madi traigo en mi cestillo; perper traigo que beber. […]
12 En
un determinado momento, Caupolicán pide a Engol una alabarda (837); en otra ocasión Engol jura a su padre “no vestirme las armas / que a españoles has quitado” (846). 13 Se mencionan atambores, parches y pífaros como instrumentos musicales usados por los araucanos (829), y hay otra referencia más vaga a instrumentos propios de los indios, diferentes de los españoles (820).
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Millaura Yo traigo aquí el ulpo mejor que vi, por si cansado o herido de aquesta batalla sale, Fresia, mi adorado Rengo. Quidora
Yo aquí mi cocavi tengo, que no hay cosa que le iguale, y también truje muday porque beba mi Talgueno. (775)
Gualeva incluso llega a hacer uso ella misma de la macana para rescatar a Tucapel, tal como le explica: “Pues yo con esta macana / te saqué de un escuadrón / aquella propia mañana / que te llevaba en prisión” (789). Otro pasaje de la comedia dramatiza el intento de asalto por sorpresa al fuerte de Penco (porque “Toda la guerra en el ardid consiste”, argumenta Rengo, 808). Se dan también algunas cifras sobre el número de combatientes: se indica en la primera jornada que atacan 20.000 indios y que tocan 300 para cada español (770). Más adelante se dobla la cantidad de atacantes: se dice que bajan contra los españoles 40.000 araucanos (781), cifra que se reitera en el diálogo inicial de la segunda jornada entre don Felipe y Alarcón: Alarcón
Pero ¿qué dijera España si hubiera visto esta tarde seiscientos hombres de alarde para tan notable hazaña y venir un escuadrón de cuarenta mil indianos, por lo menos, araucanos, que es formidable nación? (785)
Y poco después, el número incontable de los guerreros araucanos se pondera con una hipérbole: “Más indios que arenas y hojas” (786). En fin, asistimos en el desarrollo de la comedia a los consejos que celebran los caciques o capitanes para preparar sus ataques o para debatir sobre la conveniencia de firmar la paz o continuar la guerra (don Alonso hablará del “senado / de sus caciques”, 831). Por lo que se refiere a la inclusión en la comedia de palabras de origen americano, además de las ya mencionadas recientemente (madi, perper, ulpo, cocavi14), encontramos otras como yanacona, hamaca, tambo, galpón, canoa, macana, guacamayas, chicha, caciques, piragua, areito, etc. Una mención especial merece la famosa canción del Biobío que cantan los indios en la fiesta
14 Estas
palabras de Rebolledo aluden a lo extraño de los nombres de las hierbas en la lengua autóctona, pero sin mencionarlos explícitamente: “Yo como yerbas aquí / de nombres que indios les dan, / que ni se los puso Adán, / ni en la vida los oí” (781); e inmediatamente después se pregunta: “¿Hay maíz como empanada / de una trucha o de un salmón?”.
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que celebran en Purén, cuyo estribillo en sus dos versos iniciales constituye una especie de jitanjáfora, y de la que transcribo solamente el comienzo: Músicos Piraguamonte, piragua, piragua, jevizarizagua. En una piragua bella, toda la popa dorada, los remos de rojo y negro, la proa de azul y plata, iba la madre de Amor y el dulce niño a sus plantas; el arco en las manos lleva, flechas al aire dispara; el río se vuelve fuego, de las ondas salen llamas. ¡A la tierra, hermosas indias, que anda el Amor en el agua! Piraguamonte, piragua, piragua, jevizarizagua: Bío-Bío, que mi tambo le tengo en el río. (834)
4. A modo de conclusión En definitiva, podemos afirmar que la imagen de los indígenas ofrecida por Lope en esta comedia de Arauco domado es doble: por un lado, los araucanos, con Caupolicán al frente, aparecen caracterizados como valientes e indómitos guerreros defensores de su libertad y manejan un mismo código de valores que los españoles (nobleza, galanura…); pero, por otro, también quedan retratados con rasgos de extrema fiereza y crueldad (son antropófagos, beben sangre humana, no dan cuartel en el combate…). Por lo que toca a los aspectos relacionados con la vida araucana (creencias religiosas, costumbres, armas y prácticas militares, comida y bebida, música, etc.), la comedia recoge una serie de detalles, más o menos precisos, que tratan de reflejar aquella sociedad tan lejana y exótica para el público español del siglo XVII. En fin, cabe concluir que ese imaginario indígena araucano que evoca Lope es fundamentalmente libresco, siendo La Araucana de Ercilla el principal referente y la fuente de inspiración última.
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Maller aría Inés Zetras aldívar Ovalle T de L NE1: 253-272, 2012
Acerca de la Relación y Sentencia poeta… issn del 0716-0798
Acerca de la Relación y Sentencia del poeta virrey Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache. Notas bien sueltas* On Relación and Sentencia by the Viceroy Poet Francisco de Borja y Aragón, Prince of Esquilache. Loose notes María Inés Zaldívar Ovalle Pontificia Universidad Católica de Chile
[email protected] El presente trabajo pretende dar cuenta de la lectura, transcripción y fijación de la Relación que deja sobre su gobierno don Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, virrey del Perú entre los años 1616 y 1621, y posterior Sentencia del Consejo Real de las Indias, que por encargo del rey Felipe IV tomó el Licenciado Antonio Fernández Montiel el 7 de enero de 1626. La información y reflexiones que se entregan a continuación surgen a partir del trabajo que estoy realizando para la publicación de la edición crítica de los textos mencionados. Palabras clave: Francisco de Borja y Aragón, Relación, Sentencia, edición crítica, virrey y poeta. This paper reflects on the reading and transcription of the Relacion/account of his government by Don Francisco de Borja y Aragón, Prince of Esquilache, Viceroy of Peru, from 1616 to 1621, and of the later Sentencia/sentence by the Consejo Real de Indias (Royal Council of Indias), ordered by the King Philip IV, and carried out by Licenciado Antonio Fernández Montiel on January 7th, 1626. The information and reflections given in this paper, come from the ongoing work for the publication of the abovementioned texts critical edition. Keywords: Francisco de Borja y Aragón, Relación, Sentencia, Critical Edition, Viceroy and Poet.
Recibido: 2 de mayo de 2011 Aprobado: 30 de agosto de 2011
* Quisiera agradecer a Javiera Jaque por su eficiente y certera colaboración en la transcripción y fijación de ambos manuscritos, y a Elizabeth San Martín por su gran ayuda en el cotejo de las ediciones impresas.
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El presente estudio surge a partir de la cuenta escrita que deja uno de los virreyes del Perú, don Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, quien gobernó entre los años 1616 y 1621. Al marcharse de Lima el susodicho escribió una extensa Relación del estado en que dejaba las provincias del virreinato al Señor Marqués de Guadalcázar, don Diego Fernández de Córdoba, su sucesor. Dicho documento llamó la atención entre las autoridades de la época, no solo por su volumen, sino también por la innovación en su estructura y la claridad resultante. Habiendo de cumplir con lo que Su Majestad me manda por una Real carta, su fecha en San Lorenzo a 22 de agosto del año pasado de 20 y por escusar la confusión y prolijidad que semejantes relaciones suelen tener, reduciré a cuatro materias principales que son gobierno general, guerra, gobierno eclesiástico, y hacienda, el estado en que dejo estas provincias y las advertencias que sobre cada una he juzgado por conveniente proponer a Vuestra Excelencia para que con superior juicio use dellas como le paresciere, y lo primero que debo advertir es que no queda el reino tan acrecentado que no haya que trabajar en él, y solo puedo decir que he procurado mejorarle de cómo le hallé, y que a muchas personas cuerdas les parece que lo he conseguido. (Ms. fol. 124)1. A su vez, como correspondía según el modus operandi institucional de la época, la Relación de Esquilache fue, con fecha del 7 de enero de 1626, Vista por nos, el presidente y los del Consejo Real de las Indias, la residencia que por particular comisión de Su Majestad tomó el Licenciado Antonio Fernández Montiel, oidor de la Audiencia de La Plata, provincia de los Charcas, a Don Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache, virrey gobernador y capitán general que fue en los reinos del Perú. (Ms. fol. 1)2. Esta manera de operar suponía la emisión de otro escrito, una Sentencia, la que constituía el documento oficial con el cual se fiscalizaba la cuenta dejada por el virrey en su Relación. Se dictaba la Sentencia una vez que el virrey hubiera dejado su cargo, y para ello un letrado, en este caso el Licenciado Antonio Fernández Montiel, tomaba declaración a los agraviados, oía los descargos del residenciado y enviaba los antecedentes al Consejo de Indias, institución que explicitaba su veredicto en dicho documento. Aunque lo más probable es que el virrey haya contado con un número importante de secretarios y funcionarios que le ayudaran en esta tarea,
1 Las
citas que haré de la Relación corresponden al texto que he fijado a partir del manuscrito base, que en este caso corresponde al más antiguo encontrado, y su posterior cotejo. Este se encuentra en Historia Jurídica del Derecho i Gobierno de los Reinos i Provincias de el Perú. Tierra firme y Chile. Copia del año 1674, en la Biblioteca de la Universidad de Sevilla, Fondo Antiguo (colección digital) Ms A 331/181 de la colección del Marqués del Risco. 2 Las citas que haré de la Sentencia corresponden al texto fijado a partir del manuscrito original (hasta el momento el único existente) y su posterior cotejo con la versión impresa de Hanke (1978). El Ms. se encuentra en A. G. I. Escribanía, legajo 1187.
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Acerca de la Relación y Sentencia del poeta…
situación que puede detectarse en este caso debido a ciertos errores como repeticiones de palabras en un mismo párrafo, e incluso que se pueda reconocer la mano de algunos asesores por su estilo y conocimiento político, jurídico o económico, ya demostrado en relaciones anteriores en las que también participaron, no deja de ser meritoria la presentación. No es menor comprobar que la claridad y el orden de esta Relación del Príncipe de Esquilache se convirtió en modelo de relaciones posteriores, sentando un precedente en cuanto a forma, contenido, organización y legalidad de este documento y acto administrativo. Además, aunque el fin implícito de las Relaciones era demostrar las buenas obras realizadas durante el virreinato, por lo que estas “no son la historia, sino que contribuciones a ella, y en particular, a una zona muy concreta: la política y administrativa” (Lohmann, 1959: 9), no se puede desvalorizar su valor histórico en la medida en que dan cuenta de la vida y el funcionamiento de las instituciones en la América colonial.
Delimitando el objeto de estudio El conjunto de versiones de los textos de la Relación y Sentencia del príncipe de Esquilache con las que estoy trabajando para fijar y elaborar la edición crítica, está conformado por tres manuscritos y tres ediciones impresas en el caso de la Relación, y con el manuscrito original y una versión impresa en el caso de la Sentencia. Paso a especificar y comentar. Aunque fue el último manuscrito que encontré después de un largo recorrido, dentro de la Historia Jurídica del Derecho i Gobierno de los Reinos i Provincias de el Perú. Tierra firme y Chile se incluye una copia de la Relación que data del año 1674, la más antigua existente de las que tengo conocimiento. El manuscrito está codificado bajo la signatura A 331/181, en la sección Fondos Antiguos de Biblioteca de la Universidad de Sevilla3. Lohmann Villena afirmó, ya en 1959, que este manuscrito sería el más antiguo de los existentes. Considerando esta apreciación, corroborada a través de la búsqueda que he hecho de él por varios años, más las características del mismo, he decidido que para el trabajo de edición crítica que estoy realizando este será considerado como el manuscrito fuente. Otras razones para esta decisión tienen que ver con que puede apreciarse en su contenido una versión coherente y completa del texto de Esquilache, y que además posee una caligrafía bastante cuidada y pareja que permite su cabal lectura. El texto consta de 44 folios en los que se distribuyen 197 párrafos, enumerados con números árabes. La segunda copia de la Relación se encuentra en el Archivo de la Real Academia de la Historia, bajo la signatura 9/4799 de la Colección Muñoz. Se especifica que es un documento del siglo XVIII, pero no se lee un año específico; según afirma Lohmann Villena, también sería una copia manuscrita del original. Junto a esta, que es la más cuidada y prolija, diría que impecable
3 Agradezco
la gestión oportuna y generosa de María Luisa Gómez Ponce de León, estudiante del Departamento de Paleografía de la Universidad de Sevilla, quien me permitió el acceso al documento.
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en su presentación y caligrafía, viene otro documente breve. Se trata del Villete que escribió el Príncipe de Esquilache al Marqués de Montesclaros, pidiéndole que por escrito le diese relación del estado en que dejaba el Reino del Pirú: í lo que a él le respondió. Este manuscrito consta de ocho folios, y contiene la breve petición que hace Esquilache a su antecesor, y la respuesta que este entrega por escrito a su sucesor. La tercera copia de la Relación, que fue de hecho la primera que llegó a mis manos y la primera que transcribí, se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid bajo la signatura Ms. 3078. También se lee como data de elaboración el siglo XVIII, pero al igual que la anterior, sin año específico. Según Lohmann Villena este sería el texto más saneado y fidedigno, opinión de la que difiero, pues contiene graves errores de puntuación que cambian el sentido, como también errores en la transcripción de algunas palabras que provocan el mismo efecto. Se caracteriza por agregar información adicional al texto de la Relación. Al inicio de la copia, y sin foliar, puede leerse una “Advertencia” que contiene una detallada biografía del virrey, que me parece interesante y oportuno transcribir debido a que presenta un perfil de nuestro príncipe, de su familia directa, y su línea de sucesión: El excelentísimo Señor Virrey Príncipe de Esquilache, fue hijo de Don Juan de Borja Fernández de Castro, Conde de Ficallo, Comendador de Azuaga, y 13 en el Orden de Santiago, Embajador en Alemania y Portugal, Veedor de la Real hacienda en Portugal, del Consejo de Estado del Rey Don Felipe 2º Mayordomo Mayor de la Emperatriz Doña María, y de la Reina Doña Margarita de Austria, que era hijo segundo de San Francisco de Borja, y de Doña Ana de Aragón, y Barreto, hija de los Señores de la Cuartería. Fue Gentilhombre de la Cámara del Rey Don Felipe Cuarto, Comendador de Azuaga en el Orden de Santiago, y Virrey del Perú que gobernó desde 15 de diciembre de 1615 hasta 18 de abril de 1621 en que se embarcó para España con su mujer e hijos dejando formada la Relación de su gobierno, que sigue, para su subcesor el Señor Marqués de Guadalcazar Virrey que era de la Nueva España, cuyo arribo no esperó; y dejó el gobierno de estos reinos a la Real Audiencia, que entonces se componía de los señores licenciado Juan Jiménez de Montalvo que como más antiguo fue Capitán general en esta vacante, y los doctores Don Juan de Solórzano Pereira, y Don Diego de Armenteros y Fena. Este Señor Virrey pasó al Perú casado con Doña Ana de Borja 5ª Princesa de Esquilache, Condesa de Simarí, en quien tuvo tres hijos, que se referirán con separación por evitar confusiones. 1º Don Juan de Borja, Conde de Simarí. Murió mozo, y sin estado.
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2 Doña Francisca de Borja. Se bautizó en 12 de abril de 1611 y casó con Don Francisco Castelvi, Marqués de Laconi, sin subcesión. 3 Doña María de Borja, IV Princesa de Esquilache, Condesa de Mayalde, y de Simarí. Casó con su tío carnal Don Fernando de Borja, y Aragón, Comendador Mayor de Montesa, Virrey de Aragón, Caballerizo Mayor del Rey Don Felipe 4º y de la Reina Madre Doña Mariana de Austria, Sumiller de Corps del Príncipe Don Baltazar Carlos, que murió en 28 de noviembre de 1665. De este matrimonio nació única doña Francisca de Borja, 7ª Princesa de Esquilache Vuestra Alteza. Casó dos veces: la primera con el Conde de Luna sin subcesión: la segunda, con el cuarto Duque de Ciudad Real, de quien tuvo hijos; y la mencionada 7ª Princesa murió en 25 de noviembre de 1695. Esta fue la subcesión del Señor Príncipe de Esquilache, quien falleció en la Villa de Madrid a 26 de septiembre de 1658 en edad decrépita. Su memoria es respetable a la posteridad, por la dulzura de su trato, discreción, y sobresaliente talento en la poesía; habiéndose granjeado el renombre de príncipe de los poetas líricos. Corren con mucha estimación sus obras impresas que son las siguientes: Nápoles recuperada por el Rey Don Alonso, poema épico en 1651; Las obras en prosa y verso en 1655; Oraciones y meditaciones sobre la vida de Cristo por el venerable Tomás de Kempis, con dos tratados sobre los tres tabernáculos, y Soliloquios del alma de 1661. (s/n) Además, esta copia es la única versión que, previo al texto mismo de la Relación, agrega un encabezamiento: Relación que hizo de su gobierno el excelentísimo señor don Francisco de Borja y Aragón Príncipe de Esquilache, Conde Mayalde y de Simarí, Comendador de Azuaga en el Orden de Santiago, Gentil Hombre de la Cámara del Rey Don Felipe 4 del su Consejo, Virrey Lugar Teniente, Gobernador y Capitán General de las Provincias del Perú Tierra Firme y Chile, al Excelentísimo Señor Don Diego Fernández de Córdova Caballero profeso del referido Orden, Primer Marqués de Guadalcazar, Conde de las Posadas, Gentil Hombre de boca y de la Cámara del mismo Soberano, Virrey de la Nueva España Vuestra Alteza su subcesor. (s/n) Y, luego de este párrafo introductorio, encabeza el documento oficial con un título que difiere del de los manuscritos anteriores: “Relación del Príncipe de Esquilache. Sin fecha, 1621?” (sic)
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Los textos impresos cotejados de la Relación fueron tres, y los menciono en orden cronológico de publicación. El más antiguo, publicado en Lima por F. Bailly el año 1859, corresponde al editado por Manuel Atanasio Fuentes en el tomo I de la colección de seis volúmenes titulada Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español. Como algunas de sus características más notorias, podría decir que la redacción y el lenguaje de esta primera versión impresa no están actualizados. Por otra parte carece de acentuación, aunque esta sí aparece en palabras que hoy no la utilizan (como por ejemplo, á Su Majestad). Presenta párrafos extensos, sin puntos seguidos, y quizá lo más importante de destacar es que en esta versión pude comprobar una mayor cantidad de erratas en relación al manuscrito base. Le sigue en el tiempo la Relación incluida en el tomo I de la Colección de las memorias o relaciones que escribieron los Virreyes del Perú acerca del estado en que dejaban las cosas generales del reino, de Ricardo Beltrán y Rózpide, publicada en Madrid el año 1921, en la Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús. En esta edición se explicita que fue copiada del manuscrito de la colección Muñoz, y es claramente la más fiel al manuscrito base. De hecho es el único texto (incluyendo manuscritos e impresos) que mantiene la enumeración de cada párrafo, tal como lo hace la copia más antigua encontrada. El lenguaje que presenta no se actualiza totalmente –como lo hará la edición impresa posterior– por lo que resulta ser más cercano a la época de origen; esto se aprecia en la forma de señalar las fechas (22 de agosto del año pasado de 20, por ejemplo), y en el uso mayoritario de comas y puntos y comas, pues el punto seguido prácticamente no se utiliza. Se usan mayúsculas cada vez que se nombran cargos, documentos, instituciones o grupos de personas relevantes (Indios, Corregidores, Gobierno, Cédulas). Como cada párrafo está numerado, es la única que entrega una subdivisión que permite establecer una separación de temas dentro de cada título, siendo fiel, no a la copia de la colección Muñoz como lo establece, sino a nuestro manuscrito fuente. Además, esta edición presenta variadas notas, conformando un interesante e informativo aparato crítico con información relevante, la que ha sido de gran utilidad para establecer el estema de la Relación. Por último tenemos la versión de la BAE, impresa en Madrid en 1978 bajo la autoría de Lewis Hanke con la colaboración de Celso Rodríguez, que bajo el título Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, en el volumen II, también presenta la Relación de Esquilache. Esta edición explicita que fue copiada del manuscrito que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid y presenta una redacción y ortografía actualizadas. Esta edición es la única que entrega la Sentencia. De hecho, no he encontrado, hasta el momento, otra edición impresa de ella. Tal como recién señalaba, de la Sentencia de Esquilache solo existen un manuscrito, el original, y una edición impresa. El manuscrito se encuentra en el Archivo General de Indias, Escribanía, legajo 1187. Aunque puede leerse en su totalidad, su escritura a veces se vuelve confusa, debido tanto a la caligrafía –que arroja la presencia de varias manos– como a las roturas y manchas en los pliegos. Su fecha está claramente establecida: 7 de enero
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de 1626. El manuscrito consta de 10 pliegos que difieren de tamaño entre sí, algunos sin foliar. Con respecto a la edición de esta Sentencia por la BAE en 1978, solo me faltaría agregar que menciona como fuente el manuscrito señalado, y que mantiene los mismos criterios de modernización utilizados en la Relación.
Breve composición de tiempo y lugar 1. Algo acerca de la vida del virrey Francisco de Borja y Aragón nació en Madrid el año 1577 (81?). Fue parte de la Casa Real de Aragón y la familia Borgia, Caballero de la Orden de Santiago, Conde de Mayalde, y Gentilhombre de la Cámara de Su Majestad. Su padre, Juan de Borja, era Mayordomo Mayor de la Emperatriz María y nieto de San Francisco de Borja (IV Duque de Gandía, consejero de Carlos V). Además ostentó el título de Príncipe de Esquilache –título por el que se le identifica– debido al matrimonio con su parienta Ana de Borja, princesa de Esquilache. Consta también su estrecha relación y correspondencia literaria con nobles de la antigua estirpe como el Conde de Lemos y los duques de Lerma, Osuna y Alba4. Sabemos que tuvo una sólida educación letrada, de vertiente horaciana, pues ”compuso una traducción de la Oda 5ª del libro II, Nondum subacta, que Menéndez Pelayo, tan conocedor del poeta romano y exigente con sus traducciones, no vacila en calificar de “buena” (Gili Gaya, 1961: 259). Sabemos también que fue amigo cercano de Lope de Vega, amigo y discípulo de los hermanos Lupercio y Bartolomé de Argensola, de Pérez Montalbán, de Cervantes, y de muchos otros personajes similares que conformaron el Olimpo del Siglo de Oro español. Como se menciona en diversos estudios, ya en el Viaje del Parnaso (Madrid, 1614) se puede leer la mención que hace Miguel de Cervantes del susodicho: Tú, el de Esquilache Príncipe, que cobras de día en día crédito tamaño, que te adelantas a ti mismo y sobras, serás escudo fuerte al grave daño, que teme Apolo con ventajas tantas, que no te espere el escuadrón tacaño5. Esquilache vive seis años en América cumpliendo sus labores virreinales, y una vez terminado su período se apresura en dejar Lima sin esperar a su sucesor, entre otras razones, para asegurar su posición en la corte española. Esta aprensión se debía a que su incorporación a la corte podía verse amenazada por la presencia de un nuevo rey, Felipe IV, quien solo contaba
4 Ver
Donoso, 2009: 93-94. del Centro Virtual Cervantes (cvc.cervantes.es/obref/fortuna/expo/literatura/ lite013.htm). 5 Edición
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con 16 años de edad al momento de asumir el trono6. Y es así como ya en 1621 está de vuelta en España, residiendo primeramente en Valencia, para más tarde trasladarse a Madrid a su casa llamada del Rebeque. Allí, con la tranquilidad económica que le daban su posición social y riquezas materiales, se dedicó completamente a la literatura. Comenzó recopilando antiguos poemas escritos en su juventud, para dar origen a sus primeras “antologías”, a las que posteriormente sumó nuevos escritos en verso y prosa, a partir de 1638 hasta su muerte. La primera publicación de sus Obras en Verso data de 1648, en Madrid, y fue el mismo Esquilache quien hizo de compilador y editor7. Como autor alcanzó prestigio entre sus contemporáneos y se realizaron varias reimpresiones de sus obras poéticas a lo largo del siglo XVII. Asimismo, en el siglo XVIII López de Sedano admitió sus poesías en los tomos cuarto, octavo y noveno de El Parnaso Español. En esas páginas se lo juzga a la altura de Garcilaso, de Fray Luis, de Quevedo, del Conde de Rebolledo y de los Argensola. El 26 de septiembre de 1658 muere en Madrid a los 76 años de edad (o bien a los 80, si es que aceptamos 1577 como su fecha de nacimiento), en su casa del Rebeque, y es sepultado en la capilla de los Borja en San Ignacio de San Isidro del Real.
2. Tiempos del Príncipe de Esquilache en Lima Por Real Cédula fechada en El Escorial el día 19 de julio de 1614, y bajo el reinado de Felipe III, el Piadoso, se le nombra virrey del Perú, aunque se sabe que ya a fines de 1613 corrían rumores de su futura posición8. Está acreditado que asumió sus funciones con fecha 18 de diciembre del año 1615 y que se mantuvo como tal hasta 1621. Con 32 años de edad cuando fue nombrado, viajó a Lima con las comodidades propias tanto de su rango como de las funciones que cumpliría a cargo del virreinato, y acompañado de su esposa la Princesa Ana, sus dos hijas (recordemos que el único hijo varón que tuvo, “Don Juan de Borja, Conde de Simarí. Murió mozo, y sin estado”9), y una comitiva de 174 personas que incluía a su confesor el jesuita Diego de Daza. Este habría reemplazado a su capellán italiano para no contrariar las normas vigentes. Y habría sido ya en esa ocasión cuando, según afirma Lewis Hanke, percibió la importancia de proteger las costas
6 Según
Lewis Hanke, 1978, el príncipe de Esquilache habría cesado sus funciones como virrey el 31 de diciembre de 1621; sin embargo, en casi la totalidad de las biografías consultadas se indica que su fecha de regreso a España sería durante el transcurso del año 1621. 7 En la portada del extenso volumen que contiene la primera autoedición de su obra poética se lee: “Al Rey Nuestro Señor Don Phelipe Quarto de este nombre. Las Obras en Verso de Don Francisco de Borja Príncipe de Esquilache, Gentilhombre de la Cámara de su Magestad”. Además, se agrega el nombre del imprentero Diego Díaz de la Carrera, junto al año y lugar. Seguirán a esta otras ediciones de su obra, siempre dedicadas a Felipe IV. 8 Gili Gaya, 1961 señala que el nombramiento para el virreinato del Perú venía preparándose en Madrid desde fines del año 1613, según el Cronista Luis Carrera de Córdoba en Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614. (ed. Madrid, 1857). Allí puede leerse: ”11 Enero, 1614. De cada día se espera que se publiquen el gobierno del Perú en el príncipe de Esquilache, y el de Valencia en otro título” (543). 9 Ver Advertencia en copia de la BNE.
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peruanas de las flotas holandesas, cuestión que más tarde se habría reflejado en las acciones tomadas por mejorar las defensas de Perú. En la Sentencia del Consejo de Indias puede leerse en el Cargo 48 del juicio de residencia, una alusión a las características de este viaje: Cargo 48. Y en cuanto al cuarenta y ocho, de que llevó consigo doscientas personas, criados y allegados cuando fue a aquellos reinos, y que fueron haciendo excesos por el camino. Por el cual el juez le declaró por culpado y le condenó en mil ducados para la cámara de Su Majestad. Revocamos la dicha sentencia y absolvemos al dicho príncipe por ser general y no probado. (fol. 2) Su recibimiento en Lima supuso la organización de unas justas poéticas, cuyas bases, entrelazando sus funciones políticas con su condición de poeta, rezaban: “Prometeo de la alegría, Ione del siglo de oro; / Numa de la Paz, Thrimegistro de las letras”. Entre quienes aportan opiniones respecto de su mandato como virrey en el Perú, hay opiniones contradictorias. Algunos, como Lohmann Villena, ponen en duda la eficiencia con que desempeñó su cargo, aludiendo a la pereza como su principal característica; esta actitud un tanto indolente se habría justificado en un primer momento por una supuesta melancolía que lo llevó a ocuparse solo de hacer coplas y romances, acompañado de una comediante llamada Mari Hurtado10. Sin embargo, este autor también reconoce que, si bien el virrey no prestaba personal dedicación a sus tareas administrativas, sí contaba para ello con un extenso y al parecer bien organizado equipo de trabajo. Esta iniciativa le permitió mantener una estrecha comunicación con la Corona de España, y finalmente llevar a cabo la detallada Relación de las actividades realizadas durante su gobierno, muchas de las cuales aparecen mencionadas en la sentencia del Consejo Real de Indias, ya sea en forma acusatoria o absolutoria. También hay información aprobatoria de su gestión, como aquella que nos entrega Concepción Reverte, quien se pronuncia acerca del aporte de Francisco de Borja y Aragón en materia literaria y artística, al afirmar que “el cultivo poético en Lima por esos años se vio favorecido por la presencia del primer virrey poeta, don Juan de Mendoza y Luna, y la del Príncipe de Esquilache” (Reverte, 1996: 283). Por otra parte, Clements R. Markham, en Historia del Perú, también afirma que la presencia del Príncipe de Esquilache en el virreinato habría sido culturalmente significativa, pues en el palacio se realizaban frecuentes reuniones con ”los literatos y hombres más notables con quienes sostenía conferencias sobre ciencias o algún punto de utilidad general” (Markham, 1941: 149). Agrega que su gusto por las bellas artes se vio reflejado en la importación de copias de reconocidas pinturas europeas, las que adornaron las iglesias del Perú. Y no solamente destaca su contribución al arte y la ornamentación, sino que también menciona la eficiencia del virrey en el aspecto administrativo, específicamente en el cobro de impuestos, y
10 Ver
Lohmann Villena, 1959.
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en especial en el del Derecho de Alcabala11. A raíz de la eficiencia en esta materia, se habrían aumentado ”las entradas hasta 2’250,000 pesos y como el sostenimiento del gobierno en el Perú solo requería 1’200,000 pesos pudo enviar todos los años a España el superávit de 1’050,000 pesos” (Markham, 1941: 150). Desde los tiempos actuales podemos apreciar que la estadía en Lima de Francisco de Borja coincidió –dentro del tejido político, social, económico, religioso, es decir, cultural en un sentido amplio de la época– con una serie de coordenadas fundamentales en las que tuvo que moverse este virrey poeta para gobernar a nombre de la Corona de España. En primer lugar, son tiempos de mengua en la gran riqueza material del virreinato, basada en la explotación de minas de plata y oro. El período llamado aurífero en el Perú, que se desarrolló entre los años 1545 y 1650, marca su inicio con el descubrimiento de la mina de plata de Potosí en 1545, cerro del cual se extraía “el 85% de la plata”, lo que convirtió a esta región en ”la más rica y más poblada de América” (Tamayo, 1995: 124), con el consiguiente beneficio en la consolidación de la economía europea. José Tamayo subraya el hecho de que Perú era un exportador de “capitales en forma de metales preciosos” (125). Capitales que financiaron por varias décadas el desarrollo económico y político de España. Pero esa época de exultante riqueza minera ya venía en retirada a la llegada de Esquilache, tal como el propio virrey lo describe en “Gobierno general”, la primera de sus “materias principales” de la Relación: 2. Presupuesto que todas las materias que en el Gobierno del Perú se tratan son tan graves como dificultosas, y que piden continua atención y desvelo en el Virrey, juzgo que los dos polos en que estriba esta máquina son Potosí y Guancavelica, y así comenzaré por ellos el discurso de esta Relación; y lo primero que se ha de presuponer es que Potosí ha descaecido de algunos años a esta parte con notorio y bien llorado menoscabo, porque la ley [de] los metales ha bajado, las minas están en mayor profundidad, los azogueros pobres y empeñados, la mita, o por culpa de los corregidores o por falta de los indios, ha padecido algunas quiebras considerables, por cuyos respectos han tenido los quintos conocida diminución. (Ms. fol. 124) En estos años, además, o quizá debido a la baja de las riquezas minerales, se detectó la falsificación de monedas en la ceca de Potosí, cuestión que estuvo a punto de provocar su traslado a un lugar donde pudiese ser controlado de mejor manera el proceso de acuñación. En 1616, al enterarse de algunas irregularidades en esta casa de moneda, el virrey Esquilache encomendó al oidor de Lima, doctor Francisco Alfaro, junto a otro funcionario, que investigara el hecho. Una vez confirmadas las acusaciones envió a la ceca al presidente de la Audiencia de La Plata, quien en un largo expediente
11 El
Derecho de Alcabala correspondía al ”tributo del tanto por ciento del precio que pagaba al fisco el vendedor en el contrato de compraventa y ambos contratantes en el de permuta” (DRAE).
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incluyó gran número de pruebas que confirmaban la falsificación. En 1617 el virrey informó a la península sobre las anomalías detectadas en Potosí e insistió en los años 1618 y 1619. Al no recibir indicaciones de la Corona, incluyó en su Relación de gobierno, en el párrafo 173 del apartado “Señorajes”, el siguiente pasaje para hacer notar lo sucedido: 173. La visita de esta Casa de Moneda y oficiales de ella para saber si la que se labra es de ley y si se guardan los preceptos dados para ella, toca al gobierno superior, como Vuestra Excelencia sabe. Y en mi tiempo cometí la visita de los ensayes y encerramientos al Presidente de la Audiencia de La Plata, por noticias que tuve de que faltaba peso y ley en la moneda. Y a Don Juan de Laysa Calderón, oidor de aquella audiencia, la visita de la casa y oficiales de ella, cuya resulta va por apelación a la Real Audiencia de La Plata, y será bien que Vuestra Excelencia pida razón del estado en que esto estuviere para proveer a lo que hubiere resultado de lo uno y lo otro. (Ms. fol. 163) Hoy sabemos que recién el año 1623, en Sevilla, se comprobó mediante ensayes la falta de ley de las monedas peruanas, pero fue solo en 1648 que la Corona decidió aclarar el asunto. Finalmente, en 1651 se dictó sentencia contra los culpables, entre los que se encontraba un industrial llamado Francisco Gómez de la Rocha, del que recibieron el apodo de “Rochunas” las monedas de baja ley producidas en Potosí12. Otro aspecto interesante de considerar en este mapa de los tiempos de Esquilache, es que a fines del siglo XVI y comienzos del XVII se vivió en Perú una ola de exaltación del sentido religioso que derivó en la aparición de numerosos santos13 (podría especularse que probablemente como una respuesta espiritual a los abusos que se estaban cometiendo con los indígenas que trabajaban en las minas de Potosí y Huancavelica). Entre quienes practicaron las virtudes cristianas hasta alcanzar el reconocimiento de la Iglesia Católica se hallan, entre otros, los españoles Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606) y San Francisco Solano (1549-1602), fallecidos antes de la llegada del virrey. Durante su estadía fueron personajes conocidos San Martín de Porras (1579-1639), San Juan Masías (1585-1645), Fray Pedro de Urraca (1583-1657) y Sor Ana de Los Ángeles Monteagudo (1606-1686). Destaco en especial a Santa Rosa de Lima (1586-1617), quien justamente fallece en 1617 y constituye un hecho relevante del virreinato de Esquilache, puesto que fue él quien inició su proceso de canonización, el que más tarde su sobrina, nieta chozna, la Condesa de Lemos Ana de Borja y Doria, vería concretado al concederse su beatificación el 12 de febrero de 166814.
12 Ver
Eduardo Dargent Chamot, 1997. José Tamayo, 1995. 14 La ceremonia de beatificación de Santa Rosa de Lima se realizó el 15 de abril de 1668 en la Basílica de San Pedro. Los Virreyes (Condes de Lemos), para honrar a la Santa, encargaron a España una escultura y un ataúd de plata que reemplazó a sus expensas. Cabe destacar que la sobrina del Virrey fue también la primera Virreina del Perú, ya que durante cinco meses reemplazó a su esposo en el cargo de Virrey por Cédula Real del 12 de junio 13 Ver
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En otro orden de cosas, cabe destacar que la imprenta había llegado al Perú en 1580 con Antonio Ricardo, un italiano que venía desde México y que, a partir de 1584, cuatro años más tarde debido a las demoras en las autorizaciones de impresión, salen a la luz sus primeros libros. Desde ese momento, según la autorizada opinión de José Tamayo, el Virreinato del Perú se constituyó en la cuna de la industria impresora en Sudamérica. En materia literaria dominaban en esos tiempos y en ese lugar, como es de suponer, las corrientes venidas de Europa. Y relacionada con la imprenta, la influencia de la Inquisición, que llegó a Lima en 1569 con el virrey Francisco de Toledo y finalizó sus funciones en 1814, fue también un hecho notorio por esos años. Esta ejercía una fuerte influencia en la producción intelectual de América, puesto que tenía el poder de censurar lo que se importaba desde fuera y lo que se leía adentro. Cabe destacar que durante los seis años del virreinato de Esquilache, la relación con el Tribunal de la Santa Inquisición no estuvo exenta de complicaciones de tipo económico, además de las propias en términos de censura. Tal como explicita René Millar, esto se debe a que cuando la Inquisición se establece en el Perú, la Corona Española era la encargada de pagar los sueldos de sus miembros. A saber: dos inquisidores, un fiscal y un secretario del secreto. Pero las intenciones de la Corona eran solventar los gastos que implicaba este personal solo durante los primeros años, para que luego este se autofinanciase mediante las penas y confiscaciones que realizaba dicho Tribunal. Esta situación provocó la constante intervención del virrey en la hacienda de la Inquisición, lo que lógicamente motivó continuos roces entre ambas entidades. En carta del 4 de junio de 1614, Felipe III había ordenado al virrey anterior, el Marqués de Montesclaros, que cuando se pagaran los salarios al Tribunal, este informara sobre sus ingresos. Como el tribunal eclesiástico evadió este mandato, el 26 de abril de 1618, ya bajo el mandato del Príncipe de Esquilache, el rey ordenó nombrar dos contadores para revisar las cuentas del Santo Oficio. Esta orden tampoco se habría de cumplir a causa de la negativa manifestada por los inquisidores. Por lo tanto, en 1621 el Consejo de Indias mandó suspender los pagos hasta que se presentaran pruebas ciertas de ingresos que justificaran el pago de los sueldos por parte de la Corona. La Inquisición se negó a ceder ante el Virrey y dejó de percibir la caja real durante dos años, después de los cuales se reanudó el pago para volver a suspenderse nuevamente en 162915. A su vez, la administración estatal constantemente acotaba la jurisdicción y primacía que pudiera alcanzar el Tribunal de la Inquisición, y por esta razón, en 1618, mediante una Cédula real, se determinó que las juntas se realizaran en una sala de las Casas Reales, predominando en la causa la opinión del oidor de dicha Casa por sobre la del inquisidor. Lo mismo se reiteró en 1621
de 1667, otorgada por la Reina Doña Mariana de Austria, quien gobernó la corona española entre 1665-1675, durante la minoría de edad del Rey Carlos II. Ver Gabriela Lavarello de Velaochaga, 2005. 15 Ver René Millar, 1998.
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a través de una nueva Cédula, la cual venía “a consagrar la preeminencia de los tribunales reales sobre el Santo Oficio” (Millar, 1998: 208). Un ejemplo breve puede ilustrar muy bien la situación antes descrita. Gran revuelo causó en 1622 la censura de la Inquisición que afectó a la Ovandina de Pedro Mejía de Ovando, libro que había sido impreso en Lima en 1621 con autorización del Príncipe de Esquilache. Las críticas a esta obra genealógica se cimentaban en la inclusión y exclusión de ciertas personas, lo que motivó la publicación de un poema en su contra y la denuncia ante la Inquisición. Esta última ordenó retirar todos los ejemplares en circulación y envió a calificar la obra, derivando finalmente en el retiro definitivo del libro en septiembre de 162316. Además de las diferencias con el Tribunal del Santo Oficio, hay evidencias de frecuentes odiosidades entre el poder del Virrey y el de algunas órdenes religiosas. Esta situación se expresa con claridad tanto en la Relación de Esquilache como en la Sentencia del Consejo de Indias. Veamos un par de ejemplos, esta vez en los cargos 36 y 74 de la Sentencia: Cargo 36. Y en cuanto al treinta y seis, de que con mano poderosa de virrey hizo que el capítulo provincial de la orden de Santo Domingo que se celebró en la dicha ciudad el año de mil y seiscientos y diez y siete, eligiese por provincial al maestro Fray Agustín de Vega por ser cuñado de Martín de Acedo, su camarero, y que porque no estorbasen esta elección invió presos al Callao dos religiosos de la dicha orden. Por el cual el juez le declaró por culpado y le condenó en tres mil ducados para la cámara de Su Majestad, y la demás culpa remitió al final. Confirmamos la dicha sentencia en cuanto por ella declaró por culpado al dicho virrey, y en lo demás la revocamos. Y mandamos se le advierta que en este caso debiera haber procedido con la moderación y modo que en los semejantes se debe, y solamente pidiéndolo la precisa necesidad de remedio, conforme a lo que después se le escribió sobre este mismo hecho por este consejo. (Ms. fols. 134 y 134v.) Cargo 74. Y en cuanto al setenta y cuatro, de que estándose fabricando la iglesia de San Agustín del puerto del Callao y teniendo la madera y materiales para cubrirla, no la dejó cubrir por decir que quitaba el aire y la vista a las casas reales de dicho puerto, de que resultó daño al dicho convento. Por el cual el juez le declaró por culpado y le condenó en cuatrocientos pesos de a ocho reales para la obra del dicho convento, y su acompañado le dio por libre. Revocamos la sentencia del dicho juez y confirmamos la del acompañado. (Ms. fol. 144v.) Otra muestra de esta conflictiva relación Iglesia-Estado bajo el virreinato de Esquilache quedó convertida en leyenda popular en el relato “La mano
16 Millar,
1998.
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peluda de Lambayeque”17. Esta historia nos habla de las visiones de una mano peluda en la calle Santa Catalina –hoy San Martín–, comprendida entre las calles Real y San Roque, que se conocía con el nombre de calle de la Mano Peluda. La situación remite a los días en que fray Francisco Díaz de Cabrera, primer Obispo de Trujillo, abandonó dicha ciudad debido a un terremoto que tuvo lugar el 14 de febrero de 1619 y se estableció en Lambayeque. El Príncipe de Esquilache le mandó regresar a Trujillo, pero el Obispo Cabrera se negó y, molesto por la orden, envió algunos recados y cartas poco afectuosas al virrey; este le contestó diciendo que ya tendría “oportunidad de agarrarlo”, a lo que el Obispo respondió a su vez “primero lo agarraré yo”. Debido a que el Obispo murió en Lambayeque el 25 de abril de 1619, se ubicó allí la sede del Obispado de Trujillo por dos meses aproximadamente. De aquí nace la explicación popular a la supuesta aparición, cada noche alrededor de las diez, de la mano peluda y gordinflona del Obispo en busca del virrey al que no pudo “agarrar” en vida. Los días previos a su muerte el Obispo Cabrera, con la clara intención de contrariar a Esquilache, instruyó ser sepultado en la Iglesia de Lambayeque, de esta forma tampoco volvería a Trujillo una vez muerto. En el área de lo político-bélico la guerra de Arauco, es decir, la interminable guerra que se libra al interior del Reino de Chile entre españoles y mapuche18, en especial al sur del Biobío, es otra situación fundamental que por cierto merecerá un estudio aparte, imposible en esta ocasión. En la Relación nuestro virrey dedica abundantes comentarios al respecto, y su postura plantea con decisión estrategias para una guerra defensiva y no ofensiva. Cierro estas pinceladas acerca de los tiempos de Esquilache con una extensa cita, elocuente acerca de la materia, tomada del apartado Guerra de la Relación, en sus párrafos 93 y 94: 93. La guerra del Reino de Chile se ha continuado de 70 años a esta parte, y pienso que ha sido la causa el mal uso que hubo en el servicio de los indios, y lo mismo hubiera sucedido en el Perú si tuvieran estos los ánimos tan inquietos y rebeldes como tienen los chilenos. Y habiéndose continuado esta guerra muchos años a costa de los vecinos, ordenó Su Majestad que de su Real Hacienda se acudiese cada año con 212 mil ducados situados para este efecto. Y habiendo últimamente dispuesto por muchas y justas razones que la guerra fuese defensiva y no ofensiva, y continuándose el mismo situado, juzgué por conveniente reducirlo a número cierto y gasto preciso; y para ello dispuse lo que Vuestra Excelencia podrá servirse de ver por el auto que sobre ello proveí en que se ahorran cada año 55 mil ducados, dejando prevenido todo lo necesario para la seguridad del reino y ofensa de los enemigos si intentasen alguna novedad. Y estoy cierto que han de representar a Vuestra Excelencia grandes miedos y peligros nacidos de
17 Véase
Augusto León, 1938 y también Elizabeth San Martín, 2006. en singular, pues asumo el plural de “gente de la tierra”, del mapudungun.
18 Mapuche,
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esta reformación, y tengo por cierto que proceden más del sentimiento de que vaya este dinero, menos que de tener subsistencia ni fundamento cuanto dijeren. (Ms. fols. 148v.-149) 94. También han de procurar que vuelva la guerra ofensiva, y es cosa que no conviene por muchas razones; y así he juzgado por preciso satisfacer a los fundamentos en que más estriban, suponiendo para esto que el primero era el daño que los enemigos hacían a los indios amigos de nuestras fronteras de Arauco y Catiray. Y habiendo ponderado este inconveniente juzgué que no consistía su reparo en resucitar la guerra ofensiva, sino en reducir a partes más seguras y defendidas los indios sujetos de Arauco, Tucapel y Catiray. Lo 2º, ponderaban que los indios de guerra no querían admitir medios de paz y que se gastaba inútilmente la hacienda de Su Majestad, y si bien esta razón tenía alguna aparente verosimilitud, conocí que en la incredulidad de los indios había justificado fundamento, porque fuera liviandad en ellos creer tan presto a unos enemigos de más de 60 años y tan encarnizados en la guerra, y en los robos que ordinariamente la acompaña; y esta presunción se confirmaba entre ellos con la repugnancia y contradición del gobernador y de tantos capitanes y soldados, en cuya prosecución enviaron a España al Maestre de Campo Pedro Cortés de Monroy con otras personas religiosas y seculares, viendo asimesmo que solo el Padre Valdivia les ofrecía la paz en oposición de tantos que amenazaban con la antigua guerra, afirmando que esperaban orden de Su Majestad para volver a ella. Y esto se asentaba más cada día viendo las [malocas] que contra lo dispuesto se hacían, y que en ellas les cogían sus hijos y mujeres, y así con mucha razón continuaban el ejercicio de la guerra recíprocamente, por la que de nuestra parte se les hacía. Lo 3º, que estos indios de guerra no tenían cabeza con quien se pudiese tratar ni asentar cosa alguna de que poderse esperar firmeza y estabilidad. De esta razón colegí que no tenían bien entendido el intento de la guerra defensiva, porque lo que en ella se ordena no se reduce a pacto ni concierto con los enemigos, sino a una descansada necesidad que los ha de obligar aquietarse, precisamente porque los rebelados no son conquistadores que pretenden gloria en las armas y sujetar los españoles que están poblados en aquella provincia, sino solos gozar de su natural libertad. Y como esto se consigue por ellos mediante nuestra suspensión de armas ofensivas, es sin duda que no aspiran a nuevos designios imposibles en la ejecución y no imaginados ni pretendidos por ellos. Demás que si pretendieren de hacer algunos robos, que es a lo que más pueden estenderse, será siempre con daño suyo, porque reduciéndose los indios amigos la tierra adentro y
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fortificándose bien nuestras fronteras, no podrán entrar sin evidente peligro, como se ha visto en estos dos años en que escribe el Gobernador Don Lope de Ulloa, que han recibido doblado retorno en el castigo. Y en tiempo que estaban comenzadas y no acabadas las fortificaciones, y si de estas entradas han salido tan maltratados, justamente se puede esperar que amarán la quietud, y si no fuere por conocimiento de lo bien que les está, será por necesidad del experimentado riesgo en que se ponen. Demás que si la obstinación de estos indios es tan conocida, no hay duda en que la continuación de la guerra, cuando tuviese buen suceso, acabaría a los de guerra en las armas y a los de paz con el trabajo; y siendo toda esta gente suelta y que pueda equipararse a la que en Europa se llama bandida, es imposible poner límite a la guerra porque las malocas no son para conquistar la tierra sino para robarla y sacar piezas de esclavos y quemarles sus sementeras, lo cual repugna a los medios evangélicos que tolera, y justifica el ingreso de las armas en tierras de gentiles. Y a esto se acrecienta que en el gasto de Su Majestad se dará punto fijo y no se procederá tan a rienda suelta como hasta aquí se ha visto, y por ventura que es la causa más cierta aunque no expresada de que por tantos interesados se pretenda y desee la guerra ofensiva. (Ms. fols. 149, 149v. y 150) Es interesante acotar que el Tratado de las Paces de Quilín entre la Corona de España y el Pueblo Mapuche se celebra recién el 5 y 6 de enero de 1642. El documento oficial más relevante acerca de este hecho histórico es un breve texto de ocho páginas que lleva por título: Relación verdadera de las pazes que capituló con el araucano rebelado el Marqués de Baydes, Conde de Pedroso, Governador y Capitán General del Reyno de Chile sacada de sus informes y cartas y de los Padres de la Compañía de Jesús que acompañaron al Real Ejército en la jornada que hizo para este efecto el año pasado de 1641. En Madrid Don Francisco Maroto, año de 164219.
Algunas breves reflexiones finales Ahora bien, pensando en cómo enfrentar una reflexión acerca de documentos como la Relación y la Sentencia de Esquilache, que se enmarcan en los denominados textos coloniales o literatura colonial, si se quiere, surgen las grandes preguntas acerca de su clasificación dentro del campo literario y su consiguiente aproximación crítica, aproximación que por el momento solo pretendo y puedo enunciar parcialmente. De primeras, pienso que sería interesante plantearse en este caso la existencia de un abanico amplio de posibilidades de análisis, pues el acercamiento para abordar un texto que fue construido por un virrey poeta –especialmente cuando este tiene una intención claramente política-administrativa como lo es
19 Para
más y detallada información acerca del tema, recomiendo ver José Bengoa, 2007.
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una Relación virreinal– estamos frente a un objeto de estudio que ofrece la visión de ángulos inesperados e imprevisibles para el investigador. Desde la reflexión crítica, más aún académica, como es el caso, las preguntas pueden ser muy variadas. ¿Son esta Relación y Sentencia solo registros documentales que se insertan en la historiografía y por lo tanto se tratará de ver en ellos los aportes o falencias en cuanto documentos históricos que cuentan lo que realmente sucedió, o más bien se tratará de elaborar una especie de juicio político que evalúe los aciertos y, en definitiva, el “progreso” del virreinato del susodicho durante su gobierno o, en su defecto, de hacer ver sus yerros y fracasos como gobernante? Podría pensarse también en considerar su desempeño en términos de un juicio que dé cuenta del accionar ético del gobernante dentro de un marco ideológico determinado, o bien, acercándonos a nuestro campo más específico de competencia, la opción podría estar conformada por el intento de abordar la Relación y Sentencia en cuanto construcciones de textos escritos que ameritan un análisis estético o filológico. Y, por cierto, no podemos obviar toda la gama de posibilidades que supone un análisis acerca del lugar desde dónde se escribe (¿la Corona Española?) y desde qué lugar estamos leyendo estos textos hoy en día (en Hispanoamérica). Todas estas preguntas y posibilidades y muchas otras hacen complejo el acercamiento a documentos de esta naturaleza y refuerzan la necesidad de la complementación interdisciplinaria a la hora de decir algo. Por otra parte, el acercamiento crítico a este tipo de documentos nos hace tomar conciencia de que al abordarse un texto que da cuenta de una gestión de gobierno, escrita por el propio soberano o al menos por alguien a su cargo, y en este caso específico por un virrey que es un príncipe y que también es poeta, o más exactamente, que es fundamentalmente un poeta, estaríamos adentrándonos en el meollo de la sempiterna tensión entre creación y poder. No quiero extenderme en la materia, tan solo señalar que en este recorrido por caminos paralelos por donde transita Esquilache, y haciéndome eco de las palabras de Samuel Gili Gaya, quien afirma que para definir el tono general de su espíritu y de su arte, “vería a través de sus versos una mente aristocrática y algo escéptica, que vivía en la brillantez dorada de la corte sin creer demasiado en su esplendor” (1961: 261), creo encontrar un hilo conductor que podría llevarnos a plantear como hipótesis para un trabajo que no se inicia aún, que lo que predomina en ambos ejercicios, tanto en su función como político como en la de escritor, es una actitud aristocratizante, al más puro estilo canonizado por Baltasar Castiglione, aquella del uomo universale que ora toma la espada ora la pluma que había caracterizado casi cien años antes a Garcilaso de la Vega20. En el caso de Francisco de Borja y Aragón, junto con su origen será la escritura, y más específicamente su condición de poeta, lo que lo afilia a esta
20 La
traducción al castellano que realizó Juan Boscán de El Cortesano de Baltasar Castiglione data de abril de 1534, en la imprenta de Pedro Monpezat en Barcelona.
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élite de la antigua nobleza castellana21. Javier Jiménez Belmonte22 realiza un productivo trabajo sobre este tema, cuyo subtítulo, Amauterismo y conciencia literaria, toca de lleno la tradición y estrecha relación entre poética y política, o, más específicamente hablando, entre poesía y alta nobleza en los reinos de España. Su tesis central en el caso del Príncipe de Esquilache, vincula la condición de amateur que se resiste a la profesionalización del oficio creativo debido a su condición nobiliaria, con la búsqueda de fama y reconocimiento dentro del canon de la literatura española; en otras palabras, explicita la presencia constante de una contradicción entre vestir la corona de oro o la de laurel. De hecho, sabemos que su dedicación de regreso a España fue a la recopilación, escritura y autopublicación de su obra literaria. Jiménez Belmonte nos cuenta que: En mi lectura de las Obras en Verso del príncipe de Esquilache, una circunstancia, de las muchas que pudieron rodear su compilación y edición, fue imponiéndose como prioridad crítica, hasta convertirse en la pregunta en la que todos los demás planteamientos de mi lectura acabaron formulándose. La circunstancia en cuestión tenía que ver con el origen aristocrático de Esquilache, y la pregunta apuntaba al tipo de relación que ese origen habría obligado a mantener a Esquilache con lo literario y, sobre todo, a la importancia de ese vínculo en el proceso compilatorio, editorial e incluso en la recepción de las Obras en verso. (2007: 15) Aunque Jiménez Belmonte se plantea una interrogante fundamentalmente acerca de la escritura poética de Esquilache, comparto el planteamiento de la pregunta que se hace acerca de la vinculación entre cuna y escritura, por decirlo de alguna manera. Sin una claridad total al respecto, me atrevo a establecer una analogía, o quizá más bien una semejanza, que puede desembocar en un denominador común entre la escritura poética de Esquilache descrita por Jiménez Belmonte, con su escritura política, la de la Relación, que en términos contemporáneos diríamos toma el formato del ensayo. No es el momento de señalar ni ejemplificar, pero en la Relación muchos son los gestos aristocratizantes de nuestro príncipe, gestos como cuando en el apartado Guerra, sus juicios serán más benévolos con los Caciques mapuche que con los corregidores y mandos medios españoles23. Esta vinculación entre prosa política y verso lírico, connota un gesto que me permite cerrar estas páginas deslizando una especulación derivada de la relación cuna-escritura que se gesta en esta “mente aristocrática y algo escéptica, que vivía en la brillantez dorada de la corte sin creer demasiado en su esplendor”, como decía Gili Gaya. ¿Podría pensarse acaso en la posibilidad de que frente a la incapacidad de asumir un gobierno eficiente
21 Pensemos
en Alfonso X El Sabio, Don Juan Manuel, el Marqués de Santillana, Garcilaso de la Vega… 22 Ver Javier Jiménez Belmonte, Las obras en verso del Príncipe de Esquilache. Amauterismo y conciencia literaria, London: Tamesis, 2007. 23 Como anunciaba más adelante, el tema requerirá un estudio ad hoc, en preparación.
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en términos políticos, según lo que dictaba el imperio, el poeta Príncipe de Esquilache haya creado o mandado crear para el virrey Francisco de Borja un texto escrito que sí cumpliera con las expectativas de su investidura? El control y el orden que no puede ejercer a plenitud y con todos los poderes el gobernante, sí puede lograrlo el poeta con su texto. Tanto es así que su producto, esta Relación o cuenta de gobierno, como se señalaba al inicio de estas páginas, adquiere un orden y una validez tal que lo convierten en un modelo, en el canon que servirá como matriz para la redacción de las relaciones de los virreyes que le sucederán. Quizá podría especularse, estirando la cuerda aún un poco más, que ante la imposibilidad de asimilar y manejar con la donosura deseada la realidad de las Indias para satisfacer las demandas de la Corona de España, Esquilache realiza mediante su Relación un gesto de control simbólico, vistiéndose ante su monarca y el poder que lo circunda con una corona de laurel que, aunque no de oro, lo hace poderoso y lo valida dentro y, aún más que eso, por sobre la élite nobiliaria. En otras palabras, es capaz de construir a través de las letras un reino textual, con un orden que justifica y da una especial categoría, inasible, a su labor como virrey. En este sentido me parecería interesante considerar y rastrear las huellas que va dejando en el inconsciente colectivo de nuestra América Andina hasta hoy en día –con textos como la Historia de todas las cosas que han acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado, de Alonso de Góngora Marmolejo, La Araucana de Alonso de Ercilla, el Arauco domado de Pedro de Oña (por poner algunos ejemplos fundadores, en este caso que atañen a Chile)–, este gesto de construcción y hasta enmienda de la realidad mediante la palabra escrita.
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htm. Lima / Madrid, diciembre 2006.( Copyright © 2006-2011 Eduardo Dargent). Donoso, Miguel. “De sátiras y burlas en las Obras en verso del Príncipe de Esquilache”. Poesía satírica y burlesca en la Hispanoamérica colonial. Eds. I. Arellano y A. Lorente Medina. Pamplona-Madrid-Frankfurt: Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2009: 93-107. Fuentes, Manuel Atanasio. Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español (6 vols.), vol. 1. Lima: F. Bailly, 1859. Gili Gaya, Samuel. “La obra poética del príncipe de Esquilache”. Nueva Revista de Filología Hispánica, 15 (1961): 255-261. Hanke, Lewis. Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria. Vol. 2. BAE. Eds. Lewis Hanke y Celso Rodríguez. Madrid: Atlas, 1978. Jiménez Belmonte, Javier. Las obras en verso del Príncipe de Esquilache, Amauterismo y conciencia literaria. London: Tamesis, 2007. Lavarello de Velaochaga, Gabriela. La Virreina Ana de Borja Condesa de Lemos,Gobernante del Perú en 1668. En Octubre del 2005. León Barandiarán, Augusto D. “La mano peluda de Lambayeque”. Mitos, Leyendas y Tradiciones Lambayecanas. Lima, 1938. En: Boletín de New York. En: Lohmann Villena, Guillermo. Las relaciones de los virreyes del Perú. Sevilla: Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-americanos de Sevilla, 1959. Markham, Clements R. Historia del Perú. Lima: Editores e Imprenta “Guía Lascano”. 1941. Millar C., René. Inquisición y sociedad en el Virreinato peruano. Santiago: Ediciones Universidad Católica de Chile, 1998. Reverte Bernal, Concepción. “La literatura virreinal peruana. Esbozo de un estado de la cuestión”. La cultura literaria en la América virreinal. Ed. José Pascual Buxó. México D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México, 1996. San Martín, Elizabeth. Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache: Vida y Obra. Tesina para optar al grado de Licenciada en Letras con mención en Lingüística y Literaturas Hispánicas. Pontificia Universidad Católica de Chile, 2006. Tamayo Herrera, José. Nuevo compendio de Historia del Perú. Lima: Centro de Estudio País y Región (CEPAR), 1995.
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Reseñas issn 0716-0798
Alonso de Góngora Marmolejo, Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile y de los que lo han gobernado Silvia Tieffemberg / Universidad de Buenos Aires Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Estudio, edición y notas de Miguel Donoso Rodríguez. Colección Biblioteca Indiana, 24. PamplonaMadrid-Frankfurt, Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2010, 638 pp. El año de 1569 parece constituirse como un nodo central en la producción textual de la época colonial en Chile: se publicaba en ese momento la Primera Parte de La Araucana, compuesta por Alonso de Ercilla y Zúñiga. Las reimpresiones de la obra y sus repercusiones, casi inmediatas, en los preceptistas del Siglo de Oro español, seguido de la publicación de la Segunda Parte en 1578, legitimaron el discurso épico como un modo válido de narrar los enfrentamientos entre españoles e indígenas quienes, a partir de entonces, serían denominados araucanos y así conocidos. A la obra de Ercilla le suceden, como constelación que intenta “seguir narrando la historia” a través de la octava heroica, la Araucana, II (ca. 1600) de Fernando Álvarez de Toledo, hoy perdida; el Purén indómito (ca. 1603) de Diego Arias de Saavedra, el Arauco domado (1596) de Pedro de Oña; la Araucana, IV y V parte (1598), de Diego de Santisteban y Osorio, y el anónimo, La guerra de Chile (ca. 1624). Sin embargo, y como era de esperarse, el poema de Ercilla no limita su interlocución a las obras en verso, sino que interpela también a los textos en prosa: después de leer la Primera Parte de La Araucana, que circula en Chile contemporáneamente a su edición en Europa, Alonso de Góngora Marmolejo comienza a escribir su Historia de todas las cosas que han acaecido en el reino de Chile, y la finaliza en 1575. La obra de Góngora Marmolejo –que refiere el descubrimiento de la región por Diego de
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Almagro en 1536 y las gobernaciones que se suceden hasta la de Melchor Bravo de Saravia– es pieza fundamental del acervo cultural chileno, y junto a las cartas que Pedro de Valdivia dirigió a distintos destinatarios relacionados con el gobierno de Indias entre 1545 y 1552, a la Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile (1558) de Gerónimo de Vivar; a la Histórica relación del reino de Chile (1646) de Alonso de Ovalle; al Cautiverio feliz (1673) de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán y a la Historia general del reino de Chile, Flandes indiano (1674) de Diego de Rosales, se constituye en obra de indispensable consulta para la comprensión profunda de los siglos XVI y XVII en la región. La crónica de Góngora Marmolejo estructura la narración alrededor de las gobernaciones de Pedro de Valdivia, García Hurtado de Mendoza, Francisco de Villagra, Pedro de Villagra, Rodrigo de Quiroga y Melchor Bravo de Saravia, observadas críticamente por su autor bajo el tamiz medieval de “vicios y virtudes”, lo cual permitirá una evaluación final en el orden de las historias morales de la época. Es en esta perspectiva que esta obra permite una lectura conjunta, de gran productividad, con el texto de Vivar –centrado en la figura de Valdivia–, y con las cartas del propio Valdivia. Tanto Vivar como Góngora Marmolejo fueron soldados con Pedro de Valdivia, pero mientras la obra del primero focaliza la mirada en esa única gobernación, para Góngora Marmolejo, Valdivia es uno dentro del conjunto. Sin embargo, ambos hablan desde “lo visto y andado con los pies”, desde la experiencia del que estuvo allí, a diferencia de Ovalle y Rosales, quienes –integrantes de la Compañía de
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Jesús– pertenecen al grupo letrado y desde allí enuncian. Un texto fundacional como la Historia… de Alonso de Góngora Marmolejo no tuvo una edición crítica hasta este momento. El profesor Miguel Donoso Rodríguez, catedrático de la Pontificia Universidad Católica de Chile, subsanando la asignatura pendiente, realizó a fines del año 2010 una excelente edición del texto. Acompañada de dos mil quinientas notas que aclaran particularidades lingüísticas y amplían el horizonte discursivo de la obra aportando información histórica específica, la edición se completa, además, con un extenso glosario de personajes históricos, brevemente biografiados, y dos importantes estudios preliminares. En uno de ellos, el profesor Donoso explica que la edición realizada reproduce el manuscrito con firma de autor que se conserva en la Real Academia de la Historia de Madrid. De este manuscrito sale la copia que realiza Juan Bautista Muñoz en 1786 y la primera edición, llevada a cabo por Pascual Gayangos en 1852, con pie de imprenta en Madrid. Todas las ediciones posteriores (1862, 1960 y 1990) reproducen directa o indirectamente la edición de Gayangos, aumentando las erratas de las que ya adolecía. La edición objeto de esta reseña, entonces, es la primera edición que, realizada bajo los estrictos procedimientos de la crítica textual, nos provee de un texto fidedigno, tanto para el lector especializado como para el ingenuo. Fidedigno significa en este caso que, quien edita, ha realizado una ardua y paciente labor para que el texto llegue al lector de la manera más cercana a como fue producido por su autor, pero enriquecido con un
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aparato crítico de notas que permiten ahondar en un horizonte de producción que nos lleva a cuatro o cinco siglos atrás. Como nos recuerda Miguel Donoso (65), es imposible separar la ecdótica de la hermenéutica, y esta afirmación se corrobora con facilidad si tomamos un pasaje de la obra de Góngora Marmolejo. Veamos, por ejemplo, la descripción, cruda y sin alardes, de la muerte de Valdivia: “Mientras en esto estaban hicieron los indios un fuego delante de él, y con una cáscara de armeja de la mar, que ellos llaman pello en su lengua, le cortaron los lagartos de los brazos desde el codo a la muñeca (teniendo espadas, dagas y cuchillos con que podello hacer, no quisieron, por dalle mayor martirio), y los comieron asados en su presencia”. (185) Este fragmento se hace inteligible al lector gracias a las notas del profesor Donoso, quien nos explica que en la época se decía armeja por almeja, que cáscara se usaba por concha y que pello es un indigenismo del mapuche pellu,
con que se designaba a un tipo de mejillón, y que era frecuente que los indígenas usaran las conchas de los bivalvos para cortar carne. Además, las notas a pie de página nos indican que se denominaba lagartos a los músculos de los antebrazos. Las ediciones críticas son herramientas imprescindibles para una comprensión cabal de los textos coloniales, pero el tiempo que insume finalizar un trabajo como este, la necesidad de trabajar con materiales de difícil acceso (como manuscritos que solo pueden ser consultados en el archivo que los alberga), y la importante cantidad de bibliografía de distintas disciplinas implicada, hace imprescindible, también, el apoyo de las instituciones. En ese sentido, la hermana república de Chile es un ejemplo a seguir en cuanto al sostén institucional que ha hecho posible que gran parte de sus textos fundacionales –entre los que la Historia… de Alonso de Góngora Marmolejo ocupa un destacadísimo lugar– se encuentren, al día de hoy, científicamente editados.
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Rebeldes y aventureros: del Viejo al Nuevo Mundo Javiera Jaque Hidalgo Pontificia Universidad Católica de Chile
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Eds. Hugo R. Cortés, Eduardo Godoy y Mariela Insúa. Colección Biblioteca Indiana, 12. PamplonaMadrid-Frankfurt, Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2008, 273 pp. “Rebeldes y aventureros” y “del Viejo al Nuevo Mundo” son las directrices que marcan los tópicos a tratar en las quince ponencias compiladas en el presente libro, a partir del Congreso Internacional celebrado en torno a estos temas los días 18 a 21 de junio de 2007 en Valparaíso. La organización del congreso surge de la iniciativa del GRISO (Universidad de Navarra) y de la Universidad de Valparaíso, teniendo como mentores a Ignacio Arellano (director del GRISO) y a Eduardo Godoy Gallardo (Universidad de Chile-Academia Chilena de la Lengua). Las ponencias se centran, como el título del congreso anuncia, en el proceso de descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo, conjunto de procesos definidos por los editores del libro como “hecho histórico preciso que posee además validez universal en tanto manifestación del encuentro de culturas” (7). Los trabajos que aquí se recopilan tienen como referentes “documentos de la conquista y del período colonial –cartas, crónicas, historias, autobiografías, relatos de exploradores y viajeros europeos, etc.– como así también la literatura que recrea este período” (7). Los personajes históricos que pueden ser nombrados entre rebeldes y aventureros –o siguiendo la indicación de Alfredo Matus, en un orden semántico inverso que respetaría la sucesión de los hechos en la historia: de aventureros y rebeldes–, moviéndose del Viejo al Nuevo Mundo contemplan a Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Pedro de Valdivia, Alonso de Ercilla, los hermanos Pizarro, Bernal Díaz del
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Castillo, Catalina de Erauso y Lope de Aguirre, entre muchos otros. En esta reseña me referiré solo a un grupo de trabajos que, me parece, ejemplifican y desarrollan de manera acabada las temáticas convocadas en este encuentro. El primero de los trabajos compilados propone un interesante estudio que más que desarrollar un análisis textual específico, pretende mostrar un abanico de personajes que resultan ejemplificadores a la hora de utilizar los apelativos de “rebeldes” y “aventureros”. Ignacio Arellano (GRISO-Universidad de Navarra) propone en este ensayo un tema conflictivo que ha tenido lugar en múltiples debates y discusiones en torno a los géneros que caben o que se desarrollan durante los siglos XV, XVI y XVII. Como punto inicial de su estudio titulado “Rebeldes y aventureros del Siglo de Oro en sus autobiografías”, establece una diferencia metodológica que da luces a su propuesta de análisis; plantea una diferenciación entre reconocer rasgos autobiográficos en un texto determinado y definir el género propiamente tal, tarea, esta última, más difícil. De las múltiples definiciones del género autobiográfico que presenta de autores como Lejeune, Cassol, Levisi, recojo el comentario del autor de esta panorámica: Ningún relato, por muy autobiográfico que sea (considerando que en las definiciones del género se insiste en la construcción de un relato objetivo en primera persona), es un informe “objetivo”, sino una recreación fabricada y dirigida, a veces con propósitos precisos más o menos prácticos (defensa de conductas, memorial de méritos, confesión moral de desengaño, etc.); y otras como afirmación de
la imagen que el propio autor tiene de sí mismo (Arellano, 12). Los personajes que Arellano elige para mostrar y analizar ciertos rasgos autobiográficos (más que biografías propiamente tales) son Alonso Enríquez de Guzmán, Catalina de Erauso (la Monja Alférez), Alonso de Contreras, Jerónimo de Pasamonte, Miguel de Castro y Diego Duque de Estrada. Como caso aparte se recoge la famosa carta que enviara como acto de rebeldía contra el rey de España Lope de Aguirre, quien, en palabras de Arellano, “no dejó propiamente una autobiografía, pero cuya vida resumió él mismo en una famosa carta al rey Felipe II” (Arellano, 12). En los textos analizados por Arellano es posible encontrar rasgos testimoniales como veracidad, en el caso de Alonso Enríquez de Guzmán: “Vi lo que escrebí y escrebí lo que vi” (citado por Arellano, 16). El descontento es otro aspecto que parece común a los aventureros que intentan encontrar una retribución y reconocimiento: “La reclamación constante de premios y mercedes…” (17) por los arduos trabajos realizados al servicio de la Corona. Uno de los casos más interesantes de los aventureros del período es el de la Monja Alférez, Catalina de Erauso, quien entre las innumerables andanzas vividas en América vestida de hombre, en el sur del continente participa en algunos episodios de la conquista de Chile: “En la batalla de Valdivia contra los indios rescata una bandera y le dan el grado de alférez. Participa en la batalla de Purén” (Arellano, 23). Otra es la opción de análisis de Andrés Cáceres, de la Universidad de Playa Ancha. En su ponencia, que lleva por título “La Trilogía de los Pizarros de Tirso de Molina: la formación del héroe indiano”, se
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aborda la construcción de un tercer factor que se suma al grupo de rebeldes y aventureros: el “héroe indiano”, que se produce en el nuevo contexto americano que permite que el hombre común surja y sea reconocido por sus acciones y no por su cuna. En este sentido, Cáceres destaca la estrategia de Tirso de situar la acción tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo: “El genio creador de Tirso, en la trilogía, está en conciliar la unión de dos mundos, de dos culturas, en un nuevo ser: el héroe indiano, que actúa y conquista ganando lo que merece por su propio esfuerzo” (Cáceres, 4041). Más adelante Cáceres explica la noción de héroe indiano: “El nuevo ser llamado indiano es el descubrimiento de una nueva expresión de ‘lo humano’, que se caracteriza por un arquetipo de valor permanente, de valía personal y de la nobleza adquirida por el esfuerzo” (41). La construcción del héroe indiano en esta obra de Tirso de Molina se ve representada en los tres hermanos Pizarro, representando cada uno una determinada etapa en la construcción del mismo: separación, iniciación, retorno. Etapas representadas por Francisco, Gonzalo y Fernando, respectivamente (Cáceres, 51-52). Julián Díez Torres, de la Universidad de Navarra, desarrolla una lectura crítica de El Marañón de Diego de Aguilar y Córdoba a la luz de las nociones teóricas de Bajtín en torno al estatuto de los textos. La noción de la verdad como un acontecimiento de carácter dialógico, según este sustento, se puede aplicar a los hechos históricos. El diálogo presente en los textos coloniales se da entre diversos géneros literarios: “Durante el XVI y XVII, las novelas tomaron sus modelos formales de géneros de no ficción como la historia, las ‘relaciones’ o las crónicas
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de Indias, que suponen un género mixto entre las dos anteriores” (Díez Torres, 55). El Marañón (1578) de Diego de Aguilar y Córdoba narra la historia de Pedro de Ursúa por el Amazonas en busca de la región de Omagua y la rebelión de sus soldados los marañones (1560-1561). Para Díez Torres, “este acto de dar a conocer la experiencia de alguien a alguien, es decir, este testimonio, sólo puede tener lugar dentro de un diálogo que el lector recrea durante la lectura, porque –como señaló Bajtín– sólo en el diálogo y no en el ‘texto’ la palabra puede convertirse en acto” (66). La lectura de un texto comprendida como una acción, como un diálogo, otorga una posibilidad de interpretación; así, “la interpretación dialógica de los hechos históricos permite ir más allá y estudiar cómo la transmisión de la experiencia afecta a la estructura y el estilo de las narraciones históricas” (66). En otro estudio, Miguel Donoso, de la Pontificia Universidad Católica de Chile, rescata las imágenes de personajes elaboradas por Alonso de Góngora y Marmolejo en su Historia…, donde el Chile del siglo XVI aparece, para el autor, como una tierra de aventureros, ya que es visto como posibilidad de obtener gloria y fama, no así oro. De los factores que rescata Donoso de la obra de Góngora Marmolejo, destaca: “Además de la tópica justificación de la solicitud de derechos y privilegios por los años de servicio a la Corona […], la aparición de estos relatos cumple un importante fin de exaltación y panegírico de los conquistadores españoles, así como de difusión de la mística evangelizadora y conquistadora entre los españoles de este y del otro lado del Atlántico” (Donoso, 72). De esta forma, se destacan distintos valores entre estos hombres como
Reseñas
es el heroísmo y valentía de los combatientes, la valentía de los indígenas, desde el otro lado de la conquista, y las destacadas mujeres que se nombran en la Historia…, como doña Mencía de los Nidos. El trabajo de Donoso rescata el valor de hombres y mujeres, “sin hacer distinción entre españoles e indígenas o entre hombres y mujeres” (79). La obra de Góngora Marmolejo se ha caracterizado por la imparcialidad y el afán de verosimilitud y equilibrio en la reconstrucción de los hechos que marcaron los hitos de la conquista; equilibrio que se ve manifiesto tanto en el relato de las hazañas de españoles como de indígenas, así como también en el relato de la gestión de cada gobernador dentro del período que aborda (los años 1536 a 1575). Así, su crónica será una de las más objetivas y realistas que se escribieron en el período colonial en Chile; no existen favoritismos por ninguno de los gobernadores, sino que se ve presente un sentido de justicia que busca destacar las virtudes de todos los que lo merezcan, sobre todo de aquellos que no han recibido mercedes por sus esfuerzos: es el caso de los soldados viejos, que vienen a Chile desde la época de Valdivia y sus trabajos no son reconocidos como merecen. De ahí la necesidad de escribir y registrar lo que no se ha reconocido, como también de denunciar los vicios de quienes están en el poder y obtienen los beneficios de la corona inmerecidamente. Uno de los personajes más emblemáticos que puede ser nombrado bajo la denominación de aventurero, pero que por sobre todo alcanza el estatus paradigmático de rebelde de la Colonia americana, es Lope de Aguirre. Eduardo Godoy Gallardo, de la Universidad de Chile-Academia
Chilena de la Lengua, analiza la figura del conquistador rebelde desde dos puntos de vista: el del personaje histórico del siglo XVI, Lope de Aguirre, en las crónicas, y el de la relectura del mismo hecha por Ramón J. Sender en su novela La aventura equinoccial de Lope de Aguirre (1964), escrita en su condición de exiliado en América tras la Guerra Civil española. Los puntos de unión de estos dos elementos se encuentran en su condición de desterrados, tanto de Aguirre como de Sender. La condición de la novela de Sender es la de una “obra en la que se aúnan lo histórico y lo ficticio, como veremos luego, a la vez que es representativa del testimonio americano” (Godoy, 82). Se topan en esta novela el tratamiento de Lope de Aguirre como personaje histórico y literario a la vez en el siglo XX (Godoy, 84). Uno de los atractivos que explican la permanencia en la literatura de este personaje está en las variadas interpretaciones que se tienen de él: “Los juicios sobre Lope de Aguirre son contradictorios, no pasan nunca por alto su carácter violento y tenebroso: para unos, es el príncipe de la libertad y un defensor de la independencia de los nacientes países hispanoamericanos; para otros es el traidor, el representante de la ira de Dios, la encarnación de lo demoníaco (daimon) o el prototipo del asesino por naturaleza” (85). El contexto en que se sitúa a Aguirre no deja de ser atractivo para escritores de tiempos posteriores, como Sender. Así, “es en este espacio desconocido y enigmático, violento y exuberante en el que se sitúa a Lope de Aguirre” (Godoy, 88). Más adelante, en el estudio de Andrés Morales, de la Universidad de Chile, se plantea un nuevo punto de vista que cabe dentro de las preocupaciones del género ya tocadas en
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otro trabajo (el de Ignacio Arellano). La perspectiva que Morales plantea en su artículo “Visión de Hernán Cortés como personaje histórico y protagonista literario de la Hernandia, del novohispano Francisco Ruiz de León”, resulta interesante en la medida en que propone otro corpus de análisis para la comprensión del período colonial, el cual escapa a los tipos textuales que sustentan la mayoría de los textos que recopila este libro; es ahora la poesía y no las cartas, relaciones o novelas el objeto de estudio. Andrés Morales afirma que “la poesía es la que menos se ha estudiado por aquellos pocos que demuestran interés en establecer lazos entre ambas disciplinas [historia y literatura]. Esto no es de extrañar en absoluto, pues la poesía suele asociarse con una visión siempre subjetiva del mundo, aunque se trate de la épica, que como es sabido, se acerca mucho más a lo que se entiende por narrativo que por lírico” (Morales, 187). Así, el autor sostiene que “asunto también importante es considerar a la poesía como un testimonio del ‘espíritu de una época’, o bien, de las impresiones que, para bien o para mal, el poeta entrega frente a hechos que ha vivido personalmente o que le han sido referidos por testigos o […] por la tradición de su pueblo” (187-188). José Promis (Universidad de Arizona), por su parte, toma la figura emblemática de Caupolicán en una interesante recopilación panorámica que aborda desde la mal identificada estatua en reconocimiento de su persona, hasta las variadas construcciones literarias en torno a él. Es el caso de la escultura de Nicanor Plaza que fue conocida popularmente como “Caupolicán”, cuando en realidad era la de “El último Mohicano” (196-197). Todo esto con el afán de “satisfacer la necesidad
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histórica de representar mediante un ícono de bronce los valores de identidad nacional que la sociedad chilena ha adjudicado a la figura de Caupolicán” (Promis, 197). Así, Promis hará un completo recorrido por las representaciones literarias que se hicieron de Caupolicán desde la época de la Colonia, teniendo como resultado un fenómeno parecido al que se encuentra en la supuesta escultura del personaje: “Así como la obra de Nicanor Plaza constituye un palimpsesto escultórico, la figura de Caupolicán que hemos heredado de La Araucana y de las crónicas virreinales constituye un palimpsesto lingüístico, una imagen que ha adquirido su solidez actual a través de un proceso diacrónico de adiciones, permutaciones, alteraciones y escamoteos discursivos” (197). Los textos abordados van desde el de Vivar, denominado por el autor “genotexto de Ercilla”, esto es, la “referencia escrita original que utilizó Ercilla para amplificar poéticamente la figura y la empresa de Caupolicán” (202), hasta el de Góngora Marmolejo, que muestra una imagen desinflada del guerrero, muy distinta de la creada por Ercilla. Mucho más tarde, “en las crónicas dieciochescas, la figura de Caupolicán adquiere definitivamente el carácter de un tópico literario” (212). El recorrido diacrónico de la elaboración textual de Caupolicán nombra a Pedro de Córdoba y Figueroa, con su Historia de Chile (1751); Fray Miguel de Olivares, con su Historia militar… (1758); Felipe Gómez de Vidaurre, con su Historia geográfica, natural y civil del Reino de Chile (1789) y Vicente Carvallo y Goyeneche, en su Descripción histórico-geográfica del Reino de Chile (1796). La actitud de los historiadores chilenos decimonónicos será más escéptica de la figura heroica de
Reseñas
Caupolicán. Entre estos aparecen Barros Arana, Crescente Errázuriz y José Toribio Medina. Pero ya en el siglo XX encontramos a Tomás Thayer Ojeda, que ve a Caupolicán como creación poética de Ercilla, o a Francisco Antonio Encina, quien manifiesta un favoritismo hacia Lautaro por sobre Caupolicán. Desde la Colonia, los autores que toman su figura son los ya nombrados Vivar, Ercilla y Góngora Marmolejo, y a ellos se suman Pedro Mariño de Lobera (s. XVI); Alonso de Ovalle, Diego de Rosales y Jerónimo de Quiroga (s. XVII), y Miguel de Olivares y Felipe Gómez de Vidaurre (s. XVIII). Así, José Promis hace una completa revisión de los textos que se han
escrito sobre un personaje histórico colonial presente en el imaginario de los chilenos como un elemento identitario indisoluble. El recorrido trazado por estos trabajos y el encuentro de ellos en este congreso internacional es de suma importancia para los estudios literarios de la época colonial, pero también para los modelos y tópicos de este período que encontramos en escritores contemporáneos. El análisis, relectura y reescritura de estos temas no solo nos ayuda a entender los cánones y valores literarios de la colonia, sino que también las construcciones políticas, sociales y culturales de nuestro tiempo.
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Eichmann Oehrli, Andrés, Cancionero mariano de Charcas Por Miguel Donoso Rodríguez Pontificia Universidad Católica de Chile
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Colección Biblioteca Indiana, 17. Pamplona-Madrid-Frankfurt, Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2009, 778 pp. Debemos agradecer a Andrés Eichmann, investigador argentino radicado por varios lustros en Bolivia y perteneciente al Centro de Estudios Indianos (CEI) de la Universidad de Navarra, el trabajo de rescate y edición de esta notable colección de textos marianos charqueños escritos para ser cantados, el cual se suma a anteriores trabajos en que sacó a la luz valioso material inédito, como es Letras humanas y divinas de la muy noble Ciudad de la Plata y, en conjunto con Ignacio Arellano, Entremeses, loas y coloquios de Potosí. Colección del convento de Santa Teresa, ambas obras publicadas por Iberoamericana en 2005. En efecto, y tal como se indica en la Introducción, la presente obra posee el indudable mérito de presentar por primera vez al público, en una edición profusamente anotada, los textos manuscritos de los 230 poemas marianos, a los que se suman 23 fragmentos y bocetos, que acompañan al conjunto de piezas musicales polifónicas que se conservan en la colección musical del Archivo y Biblioteca nacionales de Bolivia, todas procedentes de la Sala Capitular de la Catedral de La Plata (hoy Sucre) y de la Biblioteca del Oratorio de San Felipe Neri de dicha ciudad. La colección completa de la cual proceden, una de las más extensas y de calidad más pareja de toda América, comprende manuscritos fechados entre la década de 1680 y la primera década del siglo XIX, y son de naturaleza fundamentalmente “divina” (es decir, religiosa), entre los cuales se cuentan los poemas marianos editados aquí, aunque hay algunos que corresponden a letras “humanas”. Por la relación que muestran estos textos con el entorno cultural e intelectual
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Reseñas
de la época bien se los puede considerar parte de lo que conocemos como Siglo de Oro, incluso los del siglo XVIII, porque sabemos que esta corriente cultural se dio tardíamente en América. Muchas de estas piezas religiosas fueron compuestas por los músicos de la Capilla Real de la catedral platense como trabajos de encargo, a solicitud de la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Javier, de Sucre, con ocasión de bodas, para la entrada de mujeres en conventos, para personajes de la Real Audiencia de Charcas, para gobernadores, para particulares e incluso para ser cantadas en obras teatrales. Su interpretación no solo se redujo a la misma ciudad de La Plata; hay constancia también de que los músicos se trasladaron a ciudades vecinas, a veces alejadas. Algunos de los textos transcritos, por otra parte, no fueron compuestos en La Plata, sino en España, México y Perú, donde el editor ha podido rastrearlos. Estos poemas, la mayoría anónimos y a medio camino entre el pliego de cordel y el cancionero mariano, son verdaderos villancicos, continuadores de la tradición de los villancicos polifónicos españoles de los siglos XV y XVI, introducidos por Hernando de Talavera en reemplazo de los responsorios de las horas canónicas, y fueron compuestos para ser cantados por cantores profesionales, no solo durante celebraciones litúrgicas que formaban parte de fiestas que se llevaban a efecto en la Catedral de La Plata y en otros recintos sagrados como iglesias y conventos, sino también en otras fiestas no litúrgicas –como la fiesta de la Virgen de Guadalupe, en que se solían representar comedias y las consiguientes piezas de teatro
breve, como loas y entremeses–, las cuales se celebraban, además de en los recintos sagrados, en la plaza, en el teatro o en la misma Universidad. La novedad de estos villancicos no reside tanto en que se introdujeran en la iglesia cantos en lengua vulgar (esto ya se hacía en España en el siglo XV y probablemente antes), sino, sobre todo, en que el villancico es un género cuyo origen se remonta al teatro medieval y como tal involucra siempre algún grado de escenificación, lo que lo convierte en una verdadera microforma dramática. Gran parte de los poemas de esta colección, indica el editor al final de la Introducción, debieron haber sido compuestos en Charcas. Por eso, resulta ilustrativo el esfuerzo del editor por explicar el uso del latín en dicha zona a partir de los rastros latinos identificados en estos poemas escritos en castellano (pp. 44-56). Sin duda los estudiosos del latín en América estarán agradecidos del intento del editor por situar el tema de la escritura y pronunciación del latín en la zona de Charcas en esta época, y por cómo salva en su edición el desafío de editar las formas latinas contenidas en los poemas. El capítulo primero del Cancionero está dedicado a revisar la diversidad temática de los textos, siempre dentro del rango de lo mariano: hay un buen número (46) dedicados a cantar la Inmaculada Concepción de la Virgen; un centenar dedicados a la Natividad, casi siempre asociados a la devoción extremeña de la Virgen de Guadalupe; treinta y uno dedicados a diversos momentos de la Virgen: Presentación, Expectación, Purificación, Dolorosa, Asunción; diez a María Reina y varias decenas más de temas varios o correspondientes
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a festividades marianas relacionadas con devociones o advocaciones. En el capítulo segundo el autor aborda el tema de la abundante presencia de la materia clásica en el Cancionero, como no podía ser de otra manera en obras que pertenecen en propiedad, aunque sea en forma retrasada, al Barroco. En este apartado el autor pasa revista a cómo aparece el universo físico grecorromano y medieval en los poemas, como asimismo a la presencia de la mitología clásica al servicio de las divinas letras. El capítulo tercero lo dedica, entre otras cosas, a pasar revista a las formas poéticas de estos textos, los cuales, más por convención que por otro tipo de razones, han sido catalogados en general como “villancicos”, aunque en estricto rigor sería preferible distinguir las categorías de villancicos (con coplas y estribillo), cantadas (con recitados y arias), tonos y salves; además, no olvidemos que en mayor o menor grado estos poemas admiten algún tipo de escenificación (”microformas dramáticas”). Destaca en este capítulo la sección dedicada por Eichmann a detallar la labor de “retroescritura” a la cual se vio sometido al elaborar esta edición, porque en la gran mayoría de los casos los textos publicados no se presentan escritos de corrido en papel: muchas veces se trata de papeles de las distintas voces cantoras cuyas sílabas o frases inconexas hay que unir para reconstruir la totalidad de los mismos. Desde el punto de vista de la locución, hay poemas de locución múltiple y de un único locutor. Entre los primeros interesa saber que algunos de estos poemas siguen el esquema de la adivinanza (p. ej., los núms. 22 y 147), otros el del debate (el villancico núm. 62,
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sobre la Inmaculada Concepción) y otros el de la competencia (el núm. 1), entre otros. Termina este capítulo con una clasificación de los poemas por temática y género. Sigue a continuación una completa Bibliografía y los Criterios de Edición, muy útiles para no perder de vista que nos encontramos ante composiciones poéticas destinadas a ser cantadas. El corpus central de este libro lo constituye la estupenda edición de estos textos marianos. No hay aquí espacio suficiente para detenerse en cada uno de los textos en particular; por lo mismo, opto por resaltar algunos que destacan especialmente por su belleza o por los esclarecedores comentarios desplegados a pie de página por el editor. En general estos textos permiten hacerse una idea bastante acabada de cómo se manifestaba en la lírica de la época la devoción mariana, y en especial de la riquísima variedad de epítetos (títulos, atributos y figuras), provenientes tanto de la Letanía Lauretana como de la Potosina, con que es personalizada la Madre de Dios en los poemas cantados (véase una notable concentración de ellos en el villancico núm. 39). A lo largo de las páginas del libro, el editor va desgranando, entre muchas otras, notas a los siguientes atributos o metáforas marianas, en orden de aparición: paloma, oliva, huerto cerrado/jardín, aurora/alba, azucena, asiento, bálsamo, palma, fuente/pozo de aguas vivas, trono de Dios, mar, ciudad celestial, madre de los hombres, reina, torre/alcázar, estrella del mar, cedro, nube, nave, primavera, sol, rosa, imán, fanal, concha, luna, lirio, escala, cristal, día, ciprés, perla, arca, medianera, espejo sin mancha, Eva/ave, astro refulgente, flor de las flores, templo
Reseñas
de Dios, zarza, luminar mayor, sagrario, áncora sagrada, refugio de pecadores, consuelo del afligido, estrella de la mañana, mirra suave, torre de marfil, casa de oro, puerta del cielo, arca de la paz, torre de David, pastora divina, fértil mies, espiga, antorcha divina, divina amazona, flamígero globo, sagrado volcán, nevado jazmín, hechizo, sacratísima cordera, madre del Creador, esperanza nuestra, puerto de salvación, etc. Incluso destacan algunos atributos de los cuales María es justamente la antítesis: mancha, eclipse, culpa y sombra (véase el núm. 39, copla final). Dada la profusión de elementos de esta índole, es de destacar el completo trabajo de anotación de los atributos marianos –así como de los propios de Dios y de Cristo– que ha realizado el editor, auxiliado no solo por numerosas autoridades de la teología y de la patrística, sino también del útil Diccionario de los Autos Sacramentales de Calderón, de Ignacio Arellano, el cual le ha proporcionado numerosos comentarios teológicos y pasajes paralelos. Por tal motivo, esta edición debiera transformarse en una fuente obligada de consulta en lo que dice relación con la devoción mariana en la Colonia. También es de destacar el empleo en algunos textos de técnicas típicamente barrocas, como la figura retórica de la diseminación, con la correspondiente recolección posterior. Como ejemplo puede verse el villancico núm. 24, cuyo primer verso reza “Céfiro, de las flores deidad”, vistoso caso por tratarse de esdrújulos, o esta otra del núm. 25: “Cántese de María / la bella imagen, / cántenla a cuatro voces / cuatro metales, / que en ella veo oro, / plata, barro, bronce, / pero no hierro. / Oro en lo fino, / plata
en lo casto, / su humildad barro, / bronce el son de su fama; / que en ella veo / bronce, oro, plata, / barro, pero no hierro”. En el “Pórtico de temas varios” (pp. 177-240), que abre las secciones de textos anotados del Cancionero, me detengo en el número 3, cuyo primer verso reza “Como entre espinas la rosa”. Destacan en él las imágenes de que se vale el anónimo autor para exaltar, en forma comparativa, la belleza y las virtudes de María, sirviéndose, entre otros textos, del Cantar de los Cantares. Como curiosidad está el empleo del estribillo “y trescientas cosas más”, que figura como verso final de cada copla, el cual corresponde a un bordoncillo, tomado de un antiguo disparatario, que recogieron también Lope de Vega y Tirso de Molina en obras dramáticas suyas. Otro texto de este grupo, notable por su belleza, es el núm. 19, cuyo primer verso reza “Moradores del orbe”. En él se destaca la relación de dependencia que existe entre María y Jesús: “Venid, y veréis / que no hay copia de Dios sin María”, relación que ejemplifica usando diversas imágenes, como la del sol y la aurora: tal como el sol no puede llegar sin ser antecedido por la aurora, Jesús no puede llegar al mundo sin pasar antes por María. Sigue la extensa sección de poemas dedicados a la “Concepción” (241-352), en todos los cuales se hace referencia directa o indirecta a la Inmaculada Concepción de la Virgen, que como bien sabemos no fue aceptada por la Iglesia como dogma de fe sino a mediados del siglo XIX. Entre estos poemas destaca, por ejemplo, el núm. 30, en cuya Introducción aparece la imagen poética del arroyo, la cual personifica la alegría del universo con motivo
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de la presencia de María: “Arroyuelo que corres alegre, / dime por qué bullicioso te ríes / y corres con tanto placer, dime. / Dime por qué cuanto riegan / tus aguas fecundan, / que es cosa y cosa / que se ve y no se ve, / dime, dime porqué”. En el núm. 34 se reitera el alborozo de la naturaleza ante la presencia de María, nuevamente usando la técnica de la diseminación y posterior recolección: “Aves que os rizáis de plumas, / fuentes que os pulís de plata, / flores que exhaláis aromas, / plantas que crecéis ufanas, / ¡al jardín, al vergel!, / que María bella, / la mejor estrella / se concibe en él. / Celebren, pues, con voces alegres, / aves, flores, fuentes y plantas, / las aves con picos de marfil cándido, / las flores con raras fragancias, / las fuentes con tiples cristalinos / las plantas con olivas y con palmas”. En otro villancico aparece una notable imagen: el enfrentamiento de María con las escuadras infernales y la poca resistencia de estas, todo ello descrito con un lenguaje bélico: “–¡Toquen, toquen al arma!, / ¡guerra, guerra, al arma!, / que el albor de María, / da la fuerte, sangrienta / y feroz batalla. ¡Guerra, guerra / y a su valor se oponen, / de dragones soberbios, / sinnúmero de escuadras. / Resuenen los agudos / pífanos, con el rumor / de belicosas cajas. […] ¡Avanza, avanza, avanza!, / que vencido Lucifer / y sus secuaces, van cayendo a la / fúnebre y triste cárcel desdichada” (núm. 70). Vemos aquí que el arma de la Virgen no es convencional: Ella se vale principalmente de la luz, que hace retroceder a las tinieblas. Continúa la edición con la sección más extensa de esta obra: los poemas dedicados a la “Natividad/ Guadalupe” (353-548). Entresaco de ella el núm. 74, en cuya introducción se enumeran diversos seres de la
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naturaleza que dan gloria a María, acompañados de sus respectivos complementos instrumentales: “Pues den la bienvenida, sin oposición, / la tierra, el cielo, el agua, la luna, el aire, / el lucero, el fuego y el sol, / con palmas, con astros, / con perlas, con plata, / con voces, con luces, / con llamas y con resplandor. / Den la bienvenida / con estruendo de voces y rumor / a la tierna niña que de la culpa triunfó, / que siendo recién nacida / es de la deidad el tesoro mayor”. Luego las coplas desarrollan estas diversas relaciones complementarias. El siguiente texto, el núm. 75, es un poema notable por su imitación de la lírica tradicional, tal como anota Eichmann en nota al pie: “¡Ah, qué linda perla / nos ha dado el cielo!, / ¡ay, ay!, / en esta morena, / en este portento, / en este milagro, / luna y sol a un tiempo, / alivio del hombre, / amparo y consuelo”. El núm. 79, con su construcción llena de hipérbatos y metáforas, es un buen ejemplo del uso de recursos poéticos auriseculares. Destaco también el núm. 85, cuyo epígrafe reza Aquí de los pintores, notable por la temática del Deus pictor: el hombre fue hecho a imagen de Dios, y entre todos los hombres destaca la belleza y perfección de María, que es la que más se acerca a la de Dios. La belleza de la Virgen, que no ha sido igualada, hace palidecer la belleza de las mejores creaciones de los grandes pintores de la Antigüedad. Otro villancico notable es el núm. 116, donde para enfatizar la hermosura de María se la compara con una mina y con una perla, nada extraño si pensamos, en el caso del primer sustantivo, en la importancia que tenían en Charcas los metales preciosos extraídos de minas como la famosa de Potosí: “¡Albricias, albricias!, / que se ha hallado en el mundo una mina, / una
Reseñas
perla de tanta belleza, / tan sola, tan grande, tan blanca, tan fina / que no se halla en el mar ni en la tierra / quien pueda igualar su hermosura divina”. En el poema núm. 130 (el más extenso de la colección), cuyo primer verso reza “Escuchen dos sacristanes”, se adopta la forma de debate para abrirse a la comicidad y al disparate. El texto debió ser muy popular, ya que cuenta con varias versiones impresas en España y en México, además de la de Charcas. Se centra en la discusión entre dos sacristanes de si es más apropiado llamar a María De quae natus (‘De la cual ha nacido [Cristo]’) o Gratia plena (‘Llena de gracia’), cuestión sobre la cual se construyen una serie de equívocos, con latinajos incluidos. Más adelante, el núm. 132 destaca por el amplio empleo de esdrújulos. Por último, una curiosidad notable es el núm. 141, cuyo marco son unas fiestas de toros celebradas en la ciudad de La Plata en 1723 en honor de la Natividad de la Virgen. Usando el lenguaje taurino, el autor del villancico muestra el enfrentamiento entre diversos toros (metáfora de los envidiosos ángeles devenidos en demonios debido a la envidia generada entre ellos por los privilegios que Dios ha concedido al hombre) y María. A la Virgen –que incluso rejonea a los toros– le basta su solo nacimiento para derrotarlos. Siguen a continuación tres breves secciones de poemas dedicados a la “Natividad” en combinación con las advocaciones marianas de la Virgen del Populo (549-56), de la de Surumi (557-59) y de la de Nieva (561-63). La siguiente sección, dedicada al tema de la “Natividad/Salves”, se distingue fundamentalmente por las nutridas glosas a las palabras de la Salve, Regina de que hacen gala los poemas que la integran, en los cuales destaca la habilidad de
los autores para intercalar el texto latino con las glosas en castellano (véanse, por ejemplo, los núms. 152 y 155). Continúan las secciones de poemas dedicados a la “Presentación” (615-24) de la Virgen (no la de Jesús), una curiosidad poco habitual en la tradición mariana americana, y la de la fiesta de la “Expectación” (625-31). En los poemas de esta última destaca cómo los habitantes de la naturaleza (aves, plantas, flores…) festejan y acompañan a María mientras está encinta del Mesías. Conmueven también los poemas de la sección “Dolorosa” (643-61), dedicados a contemplar los sufrimientos de la Virgen ante los padecimientos de su Hijo (véanse los núms. 190 y la preciosa sencillez del núm. 191, donde también la naturaleza se hace eco de este dolor, acompañando a la Madre de Dios). En los poemas de la sección denominada “Asunción” (663-80), en que se canta a la Virgen asunta, destaca el uso de la técnica de los opósitos para designar la locura amorosa del poeta-amante, enamorado de María: “Loco estoy, pero ¿qué es esto? / Con la nieve me abraso / y con el fuego me hielo” (núm. 200, Introducción). Esta técnica se extendió en la literatura occidental a partir del Canzoniere de Petrarca y fue llevada a su cumbre por poetas místicos como Santa Teresa de Ávila y especialmente San Juan de la Cruz. Otro ejemplo se puede ver en el núm. 193, sección “Dolorosa”. Tras secciones de poemas dedicados a la “Descensión” y “Reina”, viene una que lleva por título “Nombre de María” (703-11), la cual hace alusión a la fiesta mariana que se celebra cada segundo domingo de septiembre. El origen de esta fiesta está en el triunfo que los cristianos, refugiados en la imperial ciudad de
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Viena, obtuvieron en 1683 sobre las tropas otomanas invasoras comandadas por Kara Mustafá, por intermediación de María, a la cual se encomendó el rey de Polonia antes de entrar en batalla. Destacan las imágenes bélicas del poema núm. 215, cuyo primer verso reza “No temas, no receles”. Finalizo este recorrido con la sección “Rosario” (721-36), en la cual se destaca esta antigua devoción mariana. El núm. 225 es un hermoso ejemplo de composición destinada a exaltar la figura de María por medio de la devoción del Rosario: “De tu bendito Rosario / cada cuenta es una bala, / con que en un Avemaría / se consigue una batalla” (copla 4). La edición concluye con una sección titulada “Apéndice. Fragmentos y bocetos”, donde se reúnen los textos incompletos e incluso alguno que solo cuenta con ¡un vocablo! Cierra la obra un útil índice de principales motivos y términos anotados, que permite al lector interesado rastrear las notas a las distintas metáforas y atributos
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marianos que aparecen en los textos. Quizá sí lo único que mancha el excelente trabajo de edición desplegado en esta obra es la recurrencia de erratas variadas que se deslizan en las notas a pie de página. En resumen, el trabajo de reconstrucción de los referidos poemas efectuado por el editor es encomiable, y merece toda nuestra atención. Esta obra es un gigantesco repertorio de material lírico relacionado con la piedad mariana, de una riqueza notable no solo desde el punto de vista lingüístico y filológico (nos permite conocer más de la lengua castellana criolla a partir de fines del siglo XVII), sino también porque nos permite entender en mejor forma la importancia que tuvo la devoción mariana en América del Sur durante la Colonia, en particular en la zona de Charcas, expresada tanto en la poesía como en la música para la cual aquella era compuesta. Una devoción que, como bien sabemos, está en la raíz de la piedad mariana que subsiste hasta el día de hoy en Hispanoamérica.
Reseñas
Sanfuentes, Olaya, Develando el Nuevo Mundo. Imágenes de un proceso Sebastián Schoennenbeck G. Pontificia Universidad Católica de Chile
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Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 2009, 241 pp. La obra de la historiadora Olaya Sanfuentes, Develando el Nuevo Mundo. Imágenes de un proceso, permite al lector recrear la experiencia de un asombro singular. Se trata de aquel padecido por el maravillado hombre europeo al recibir a lo largo del siglo XVI noticias de una tierra incógnita situada al otro lado del Atlántico. En efecto, una posible estrategia de lectura es enmascararse como ese europeo para sorprenderse como él ante una producción visual que, según la autora, funcionó como medio de difusión del conocimiento de la época. Estas imágenes visuales, circunscritas en el estudio en cuestión a la cartografía y al grabado, son analizadas como fuentes historiográficas del siglo XVI, sosteniendo a modo de hipótesis que el descubrimiento de América es un proceso lento y gradual. De este modo, las primeras fases de este proceso dan cuenta de una representación de América altamente determinada por la fantasía, el mito y la tradición medieval. Más tarde, a medida que el proceso transcurre, las imágenes visuales de América van rompiendo su identificación inicial con Oriente para dar lugar a una visión más objetiva, real y cercana al referente. Es en este sentido que el descubrimiento de América es, en palabras de Olaya Sanfuentes, progresivo, como lo indica el título de la misma obra. En efecto, develar indica descubrir o mostrar algo que hasta entonces no se veía. Pero también el término develar puede ser entendido de una manera más literal en la medida en que significa despojar a algo o a alguien de los velos o tejidos que lo cubren. Sin embargo, aquí también podría operar una lectura simbólica:
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develar es despojar a un objeto de sus artificios, de sus imágenes que la han representado para dar finalmente con su verdadera esencia o con aquella “verdadera identidad” que la autora busca con afán metafísico. El gerundio del título es aún más sugerente: el descubrimiento de América no solo fue una acción gradual y progresiva para el europeo del siglo XVI, sino también para el lector de Develando el Nuevo mundo. Imágenes de un proceso, quien continúa en el presente la tarea de develar una identidad aún no descubierta del todo. Por ello mismo, el proceso aún no finaliza y nosotros, por ende, permanecemos todavía en el plano de las imágenes que representan América. Tal vez un descubrimiento consumado de América sea un imposible, lo que explicaría la valiente franqueza de la autora al advertirnos que el proceso descrito estará siempre mediado por la representación. Muy en relación con las fuentes historiográficas analizadas, es importante mencionar que en este estudio se ha emprendido un ejercicio de develamiento de la identidad de América, situándola como objeto de mirada y no necesariamente como sujeto colectivo. Esta disposición al interior del juego de miradas es doble: América es objeto de estudio por parte de la autora en tanto es también objeto de mirada del europeo del siglo XVI. Lo anterior tiene el alcance de recordarnos que toda identidad se construye en una relación y que, en este caso en particular, la identidad de América se configura por medio de una relación transatlántica, intercontinental e intercultural. De este modo, Olaya Sanfuentes insistirá en cómo las formalizaciones visuales de esta mirada que relaciona al descubridor,
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conquistador y habitante europeo con el otro hablan no solo del objeto representado, sino también del sujeto que lo imagina. Desde otro ángulo, también es posible afirmar que los procesos de configuración de una identidad de América son estudiados a partir de las maneras en que un otro, Europa, la mira y de cómo esa mirada se modula en imágenes que representan lo observado. Dado lo anterior, la mayoría de las imágenes expuestas en la obra son de factura europea, aunque se reconoce el valioso aporte indígena como fuente de información en la producción de algunas de ellas. Una de las excepciones del material europeo consultado está dada por el Códice Tudela, libro que contiene imágenes creadas por un pintor azteca o tlaciuilo. No obstante, se presentan en su conjunto las seis primeras figuras de este códice que fueron realizadas por un artista europeo anónimo. Entre ellas, destaca la figura de la india mexicana que vierte chocolate en una vasija. Esta es la imagen que el editor ha dispuesto acertadamente en la portada del libro. La empresa de describir la identidad de un sujeto considerando la percepción del otro no solo se refleja en la revisión de un material principalmente europeo custodiado en su mayoría por las bibliotecas del Viejo Mundo. Si continuamos la tarea de develar a la autora, tal como lo hace Arnold Bauer en su Prólogo a la obra que nos concierne, diríamos que es significativo el gesto de Olaya Sanfuentes de llevar a cabo parte de su investigación estando en Europa, artilugio y distanciamiento que ya habían hecho grandes intelectuales americanos para describir la identidad de su continente. Pienso,
Reseñas
por ejemplo, en Henry James, en Arguedas y algunas figuras del llamado boom hispanoamericano como José Donoso. El situarse en la posición del otro que observa es explícito en la actitud de la autora desde un comienzo. En efecto, la Introducción junto a los tres primeros capítulos de la obra dan cuenta de los contextos y sensibilidades históricas que anteceden la producción plástica que se analizará. De este modo, se presenta el mundo europeo de finales de la Edad Media, en el cual el motivo del viaje adquiere una enorme importancia para construir los modos a través de los cuales el europeo se imagina y se representa a sí mismo como sujeto civilizado en oposición a lugares lejanos y desconocidos concebidos como barbarie. La autora hablará de viajes imaginarios y viajes reales como, por ejemplo, los de Marco Polo a Oriente, para señalar que la realidad desconocida y, por ende, aún no explicada es representada a través de la ficción, de lo mítico, de lo monstruoso (cuya catalogación operará más tarde en las representaciones teratológicas de América) y de una lectura literal de la Biblia, fuente de autoridad para el sujeto europeo del siglo XVI. El primer capítulo contiene una clave para comprender el resto de la obra en la medida en que, en los tiempos en los cuales Colón arriba a América, la cosmovisión medieval se superpone a una renacentista en la que la razón y el discurso científico incipiente abren nuevos horizontes para la comprensión y explicación de la realidad. Junto con la presentación de una Europa del siglo XVI en la que la mirada medieval aún persiste, Olaya Sanfuentes da cuenta también de los adelantos técnicos, de las rutas de navegación comercial de los portugueses y de
los motivos de exploración como antecedentes que permiten explicar las causas del viaje colombino cuya descripción acuciosa tiene lugar en el tercer capítulo. Cabe destacar que ya en estos capítulos introductorios se exponen imágenes y mapas que constituyen los precedentes de las primeras representaciones de América que toman lugar en el proceso de su descubrimiento. Ejemplo de ello es la Geografía de Tolomeo (1482) y una portada del libro de viajes de Mandeville para una edición castellana en la que aparecen algunas razas monstruosas. En el capítulo destinado al análisis cartográfico, se exponen más de treinta imágenes, tales como grabados, mapas y cartas de navegación, entre otras. Las producciones visuales presentan cierta complejidad en la medida en que en ellas opera una diversidad discursiva. De este modo, los mitos y maravillas medievales, la religión, la tradición grecolatina y la incipiente actitud científica determinan con mayor o menor intensidad la representación de América en cada una de las imágenes. Aunque la autora insiste en esta convivencia de diferentes tradiciones, las imágenes que representan cartográficamente a América dan cuenta en su conjunto del paulatino proceso de su descubrimiento, en el que se presentan tanto avances como retrocesos. De este modo, el mapa, en tanto construcción que permite al sujeto localizarse en el mundo y, por ende, encontrarse con él y consigo mismo, sufre de una derivación polarizante, puesto que deviene también en espacio artificial de extravío o perdición. En este capítulo apreciamos, por ejemplo, el mapa titulado Universalis Cosmographia (1507) de Martin Waldseemüller, en el que el continente aparece identificado por vez
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primera con su actual denominación. Otros hitos de importancia que los mapas señalan guardan relación con la separación que poco a poco comienza a establecerse entre América y Asia así como la unidad continental de Sudamérica y Norteamérica. Del conjunto de imágenes expuestas, cabe destacar también la primera proyección oval que apreciamos en el Mapa del Mundo (1508) de Franceso Rosselli así como el Novus Orbis, primer mapa que, abandonando el modelo tolomeico, muestra el planeta Tierra rotando sobre un axis. Esta innovación cartográfica la podemos visualizar gracias a un par de querubines que, ubicándose respectivamente en cada uno de los polos, manipulan una manivela. La revisión de los mapas de la ciudad de Tenochtitlán también es interesante, ya que se la representa en relación a Venecia, logrando explicar la comparación entre lo ajeno y lo propio como un método de conocimiento. Desde la noción de paisaje, también se han estudiado aquellas imágenes que dan cuenta de América como un paraíso terrenal. Al mismo tiempo, se describe la rearticulación del mito de la fuente de la juventud y del Dorado. Esta reflexión sobre la proyección utópica de América por parte de Europa recoge la enorme importancia de la escritura colombina así como la representación pictórica del papagayo, señal que la autora advierte en la obra de Durero Adán y Eva en el Paraíso (1504?). El capítulo VI, titulado “El encuentro con un Nuevo Mundo. Una nueva flora y fauna”, continúa la línea de análisis del capítulo anterior, aunque menciona también la recepción europea de productos americanos incorporados más tarde a usos culinarios. La obra de Nicolás Monardes (1580) y la de Gonzalo Fernández de Oviedo (1547), entre
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otras, son cruciales para comprender la aproximación medicinal y botánica al nuevo entorno natural. Los dos siguientes capítulos señalan la visión mítica del europeo frente a los habitantes de una tierra desconocida. Las figuras míticas del monstruo acéfalo o del ewaipanoma, del gigante, de la amazona y del caníbal corresponden a las tradiciones con las cuales el europeo explica aquello que aún permanece ininteligible desde un punto de vista más racional y verosímil. Las ilustraciones que acompañan las obras de Vespucio, de Theodor de Bry, de Walter Raleigh y de Hulsius, entre otros, llegan incluso a ser estremecedoras. Es necesario mencionar que este tipo de representaciones está más cercano a una visión determinada por la fantasía y el delirio que a una observación más próxima a criterios etnográficos. En efecto, tras una acuciosa revisión bibliográfica sobre el tema, Olaya Sanfuentes afirma que no es posible asegurar que efectivamente hubo prácticas antropófagas por parte de los habitantes originarios de América. La visión del hombre americano es dual, ya que, junto con las imágenes recién mencionadas, la autora se detiene en la del buen salvaje (que conceptualmente lo diferencia del “bárbaro”). Al mismo tiempo, expone imágenes del indio americano que, a través de una nueva estética, permiten una representación más objetiva o, tal como dice la autora, “menos tocada por el prejuicio y la fantasía”. Con respecto a este tipo de aproximación, es interesante el antecedente dado por Durero, probablemente el primer europeo que pintó a un indio americano en vivo. Por último, el capítulo noveno está dedicado al problema de la
Reseñas
descripción. La reflexión tiene un alcance estético y político en la medida en que en la obra ya se había anunciado el vínculo entre imagen cartográfica, poder y arte. Olaya Sanfuentes, retomando la visión de Colón y su escasa atención al paisaje, sondea el problema de la descripción, advirtiendo que esta práctica se ha llevado a cabo con ideas preconcebidas en múltiples ocasiones. Al mismo tiempo, las descripciones que ha analizado son consideradas no solo como un material documental que otorga información sobre el objeto descrito, son también sobre el sujeto que lo ha descrito, reconociendo así una relación especular entre sujeto y objeto. Por otro lado, las imágenes descriptivas también acusan un ejercicio no uniforme en que lo ajeno es comparado con lo propio, ya sea para acercarse a la nueva realidad o para distanciarse de ella. Esta similitud o diferencia establecida en cada descripción no solo construye cultural e históricamente las identidades en juego, sino que también acusa a lo “europeo” como la medida etnocéntrica de todas las cosas que legitima el dominio. Un criterio metodológico mantenido perseverantemente a lo largo de todo el trabajo ha sido el diálogo establecido entre imagen
visual (mapas, grabados, etc.) y las crónicas u otros documentos consultados. Con ello, la autora no solo ha complementado las fuentes históricas con las que se propone trabajar en un principio, sino también logra un diálogo interdisciplinario entre el material visual y verbal. Desde el punto de vista de la edición, es destacable también la precisión y nitidez de las reproducciones de las imágenes expuestas así como la rigurosidad en la explicitación de los datos que las identifican, como el autor, el año, la ciudad, la técnica de ejecución, etc. Aprovecho de mencionar también que, gracias a este trabajo, contamos por primera vez con una reproducción de una ilustración de la crónica Primera parte de las Elegías de varones ilustres de Indias (1589) de Juan Castellanos. Esta imagen ha permitido explicar gráficamente el ejercicio comparativo entre Europa y América. En suma, la obra Develando el Nuevo Mundo. Imágenes de un proceso es un aporte valioso para el quehacer historiográfico, pero también para los estudios de literatura colonial, al recordarnos que las imágenes no solo tienen un valor documental, sino también reflejan la imaginación, la ficción y los fantasmas con los cuales el sujeto se configura y se sueña.
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Taller de letras ∙∙ Política editorial
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