TAPA 1 L13.5 AMED EL GALEOTE NMS 29-11-22 Flipbook PDF


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EL ATENTADO DEL CURA GALEOTE: CÁRCEL O MANICOMIO Valentín Galván 1
El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es EL ATENTADO DE

Story Transcript

, Ecopetrol.


JORGE BENDECK OLIVELLA AMED, EL GALEOTE


AMED, EL GALEOTE © 2022 Jorge Bendeck Olivella ISBN: 978-958-49-7656-7 Preparación Editorial: Gisela Bendeck Acevedo Diagramación: Alexis Gachancipá Manrique Portada: Ilustración Alejandra Medina Barragán Impreso por: Editorial Nomos S. A. Reservados todos los derechos Impreso en Colombia Printed in Colombia Agencia de Sueños S.A.S. Colombia ARS defiende la protección del copyright. ¡Gracias por comprar la edición autorizada y original! La reproducción y distribución de cualquier parte o totalidad de esta obra de manera impresa no está permitida. El respeto por estas leyes nos permitirá seguir trabajando por la cultura y la literatura.


A mi hijo Jorge, buscador incansable de la perfección


…la galera gloriosa avanza sobre el mar porque la impulsan unos seres humanos… que reman ensartados en una cadena, amarrados como cosas inanimadas, por las sólidas bancas, a los costados de las naves; doblados, cuando flaquean, por el castigo de la anguila que el cómitre bárbaro sacude sobre sus espaldas… sin piedad de nadie y sin el consuelo de confiar con su martirio ni unas migajas de la gloria que se repartían los demás. Gregorio Marañón y Posadillo


AGRADECIMIENTOS Esta novela la he preparado gracias a las guías de los siguientes libros, escritos y referencias: The Spanish Inquisition, A.S. Turberville, Oxford University Press, 1932; La Inquisición Española, Una revisión Histórica, Henry Kamen, Editorial Crítica, 1999; La otra Inquisición, William Monter, Drakontos, Editorial Crítica, S.A., España; La vida en las galeras en tiempos de Felipe II, Gregorio Marañón; El galeote de Argel, Les tribulations de Mustafa de Six-Fours, Bartolomé Bennassar, Ediciones Criterion, 1995; La estrategia defensiva del imperio en tiempos de Felipe III Tesis doctoral de Hugo Huidobro Castaño, Facultad de Letras, Departamento de Historia Medieval, Moderna y de América, Universidad del País Vasco, Euskal Herriko Universitatea, Vitoria-Gasteiz, 2017; Wikipedia, la enciclopedia libre- Anexos de la Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara y la colaboración de los historiadores Julio Valdeón Baruque y Antonio Domínguez Ortiz; El sagrado Corán, Versión castellana de Julio Cortés, Biblioteca Islámica Fátima Az-Zahra., Musulmanes Chiítas de El Salvador, C.A., 2005; La Sagrada Biblia, Terranova Editores, 2003; Baruch


Spinoza, escrito de Esteban Hernández sobre el libro La sinagoga vacía de Gabriel Albiac; La Armada española, Cesáreo Fernández Duro; Review of religious, Historia de los profetas (www.reviewofreligious.org); Wikipedia.org; Wikipedia, la enciclopedia libre. Pido excusas si a esta novela hubiera traído sin percatarme algunas pequeñas fracciones de textos tomadas principalmente de diferentes fuentes de Internet y de los libros y estudios mencionados.


Jorge Bendeck Olivella 9 En mi mente y en mi corazón siguen guardadas las imá- genes de la callejuela en donde se encontraba mi casa, encalada, como todas las demás, en Placencia de la Frontera un villorrio musulmán casi perdido del reino de Aragón, donde mi padre ejercía como alfaquí, es decir, sabio de la ley musulmana, respetado y consultado, y cabeza de una familia conformada por mi madre, dos hermanas mayores y dos hermanos menores que yo. Tenía 9 años y era un juicioso alumno que había aprendido a leer y a escribir en árabe, lengua que allí se hablaba desde la llegada de la conquista hacía ochocientos años. Me sabía perfectamente la historia de mis orígenes, de mi remoto pariente que había acompañado la avanzada bereber norteafricana encabezada por Tariq ibn Ziyad, quien tomó el peñón de Gibraltar o montaña de Táriq, locación estratégica donde esperó la llegada de distintos contingentes de su ejército. Así se había iniciado la creación del reino musulmán en Al-Ándalus. Mi padre, en los relatos que nos hacía, enumeraba su larga genealogía contando que sus ancestros habían llegado al norte de África con los ejércitos omeyas provenientes de Siria, luego de un largo combatir de 10 años. Me sentí muy orgulloso cuando mi amado padre anunció que yo, su hijo mayor, debía seguir sus pasos como alfaquí. Poco después, me vi atendiendo su cátedra de inicio en un aprendizaje


10 Amed, el Galeote que debería tomarme diez años. Nunca podré olvidar lo que me dijo aquel primer día: Tus palabras y tu vida serán una ventana abierta a través de la cual todos mirarán tu alma y sacarán sus propias conclusiones, que se cerrará el día en que tus palabras vayan en contravía de tus actos. Habrás perdido tu credibilidad en un instante, el valioso tesoro que hoy empezarás a acumular. En Placencia, gracias a las fértiles tierras, se había construido un asentamiento famoso por sus tejidos y sus productos del campo que eran comerciados en las comunidades cercanas, gozando de una vida tranquila en paz con los vecinos cristianos con los que, inclusive, se contaban algunos matrimonios. Allí nací y crecí. Mi madre, originaria de Granada, se había conocido con mi padre a través de una tía que vivía en aquel reino, quien hizo todas las gestiones para que esa alianza se diera. Acertó. Fue una esposa y madre inigualablemente hacendosa y aplicada, que construyó un hogar sólido y lleno de amor. No podré olvidar aquel día en que, nada más terminada el azalá del medio día, un grupo de personas que él conocía llegó a casa sin avisar y, luego del saludo, le pidieron permiso para hablar sobre un asunto urgente. Salieron al patio y, a la sombra de la parra que cubría casi toda el área, entablaron conversación a muy baja voz por lo que no pude enterarme de qué se trataba, que debería ser algo comprometedor porque la cara de mi padre se hizo dura y su mirada hacia mí como perdida. Cuando los visitantes se hubieron ido mi padre nos pidió ir a informar a nuestra parentela que necesitaba de su presencia para tratar un asunto delicado. Una hora más tarde, los citados habían llegado a casa y, reunidos en el patio, nos contó que habían sido encontrados los cadáveres de un sacerdote y de tres


Jorge Bendeck Olivella 11 familiares, como se conocen a los temidos espías al servicio permanente del Santo Oficio, aparentemente ajusticiados por gente desconocida aún, pero de la zona y, seguramente, también de nuestro pueblo, esperándose una reacción sangrienta de parte de la Inquisición que desde hacía algún tiempo había puesto sus ojos en nuestra comunidad por seguir practicando los principios, la religión y las costumbres del islam y que la misión de esos agentes era apresarlo por ser la cabeza visible de la comunidad, por tanto, enemigo de la mayor importancia. Allí mismo se dispuso que mi padre debería ocultarse para no ser detenido y llevado al Santo Oficio, donde, seguramente, sería condenado a la hoguera como estaba sucediendo en más de las 70 aldeas dispersas por el reino de donde procedían los mártires ajusticiados como herejes. Yo pensé que el hecho de escapar haría que los inquisidores concluyeran que era culpable, pero guardé silencio porque ya se sabía que estaba condenado. Una vez quedamos solos y desolados, nos dijo: ustedes serán castigados también por mis faltas ciertas o inventadas y, como está sucediendo en otras comunidades, hasta serán llevados al tormento. Por favor, acúsenme de todo, de que soy responsable de lo que se les endilgue. Si no lo confiesan de manera convincente, serán torturados y, quizá, condenados a muerte. No se preocupen por mí, yo ya no tengo salvación. Trataré de sobrevivir lo más que pueda. Les ordeno hacer lo que les estoy pidiendo. Esa misma noche, mi padre y un pequeño grupo de vecinos y parientes tomaron sus caballos para huir hacia Francia, tarea que les significó varios días a pesar de la relativa cercanía para pasar desapercibidos de los espías y de otros delatores cristianos ubicados a lo largo de la vía hacia los Pirineos, pero, como la voz del asesinato de los familiares y del clérigo había precedido al grupo, una avanzada española los detuvo ya en territorio


12 Amed, el Galeote del Languedoc. Cuando pretendían regresarlos a Aragón, las autoridades francesas obligaron su liberación apoyados en las decisiones del Parlamento de Toulouse de acoger a los perseguidos del Santo Oficio español, habiéndoles permitido ubicarse en la pequeña ciudad de Oloron en donde existe una importante comunidad morisca aragonesa que los recibió fraternamente. De los trece del grupo, cinco decidieron continuar a África. De mi padre sabíamos por las nuevas que llegaban de viva voz por personas que mantenían contactos con él. Mi gran madre se hizo cargo de que la casa siguiera siendo provista con el apoyo de la familia que aportaba lo fundamental para mantener la dignidad de que siempre habíamos gozado, asumiendo ella las tareas de consejera como lo había sido mi padre, pues estaba bien preparada en los principios de nuestra religión y era consultada no solo por su sabiduría, sino, también, por su humanidad. Yo seguí estudiando en los libros de mi padre que escondía de los intrusos en un lugar secreto, al tiempo que también ayudaba a sostener la casa junto con mis hermanos recogiendo naranjas y aceitunas en las épocas de cosechas, como también vendiendo en las villas cercanas algunos de los hermosos tejidos que mis hermanas hacían a mano. Los inquisidores, precedidos por los familiares, hacían barridas indiscriminadas por toda la región y decenas de personas conocidas fueron llevadas a sus terribles cárceles, algunos de ellos a la hoguera por herejía o por una cualquiera de la larga lista de faltas que hacían parte del rígido reglamento inquisitorial. Y, poco a poco, las comunidades moriscas fueron desapareciendo del reino con el sello de sangre de muchos mártires. No hubo una sola familia que no hubiera sido sometida al dolor de per-


Jorge Bendeck Olivella 13 der uno o más de sus seres queridos en manos de la horrible herramienta de exterminio del Santo Oficio. Rodeados por el miedo, nuestra familia se mantuvo unida, pero, pasados casi tres años desde su huida, mi padre fue apresado por un grupo de agentes que lo habían seguido desde el cruce de Somport en los Pirineos, cuando se atrevió a volver a casa de incógnito. Contaba yo con 13 años. Sin siquiera darnos tiempo para darle un abrazo, mi padre fue trasladado a la fortaleza de Aljafería en Zaragoza, construida hacía quinientos años por el monarca taifa Ibn Sulayman para sede de su corte, pero conquistada por Alfonso I de Aragón en 1118, donde fue sometido a terribles torturas hasta la muerte. Sentenció el Tribunal la confiscación de todos nuestros bienes y a mi madre y a mis hermanas, las enviaron a servir como domésticas sin pago en casa de un noble cristiano y a mis hermanos y a mí a servir por seis años en galeras al cumplir los 18 años. Mientras tanto, fuimos entregados a señores para trabajar en sus campos en distintos lugares de Aragón, realmente, como esclavos.


14 Amed, el Galeote Qué recuerdos tan hermosos guardo de mi niñez… hasta el olor de las especias que adobaban nuestros alimentos llegan a mis narices como si estuviera rondando por la cocina, también, las oraciones que hacíamos en familia, los festejos de nuestros aniversarios y las fiestas tradicionales, las risas de mi madre, los consejos y enseñanzas de mi inolvidable y amado padre, los juegos con mis hermanos… todo era felicidad… hasta cuando la realidad quebró nuestros sueños. El trabajo en el campo era duro pero la alimentación era adecuada y la vivienda, si bien era en un galpón donde convivía con decenas de moriscos sacados a rastras de las morerías por sospechas de seguir dentro del islam, me acomodé cuando pude entender la importancia de la solidaridad. Los años pasaron rápido y pensé que el duque, señor de esas tierras que reconocía la excelencia de mi trabajo, iba a intervenir para librarme de pagar la pena de galeras por ser hijo de un contumaz, pero no fue así, muy a su pesar. Los varios condenados que allí trabajábamos fuimos citados por el tribunal de la Inquisición de Zaragoza a donde los amos nos enviaron. Allí pude ver a mis hermanos que, si bien no habían cumplido los 18 años, de todas maneras, por su porte de adultos tam-


Jorge Bendeck Olivella 15 bién fueron remitidos para revisar el estado de su fe. Casi no los reconocí, estaban envejecidos y tristes, pero, aunque tuve ocasión de abrazarlos y compartir con ellos algunas lágrimas, nos confinaron en apartados lugares de la cárcel secreta para que no pudiéramos confraternizar. A mí, dedicaron varios días de interrogatorios acerca de los bienes de la familia, de cuánto habíamos escondido y si continuaba leyendo los escritos del islam… siempre respondía que era un buen cristiano y que jamás tendría tan diabólicos escritos en mis manos ni poner mi vista jamás en ellos. Creo que fui suficientemente convincente cuando agregué, con el corazón hecho pedazos, que la influencia de mi padre había sido borrada de mi vida gracias al Santo Oficio. Como premio por mi sinceridad, seguramente corroborada por mis hermanos, solo me sentenciaron a 12 latigazos, igual al número de los apóstoles, por si se me hubiera olvidado algún pecadillo y ratificaron mi sagrada obligación de cumplir mi castigo en galeras durante seis años inconmutables al servicio del cristianísimo señor Felipe II. Ah, también me felicitaron por mi disposición de ir a contribuir con mi esfuerzo a hacer de España una nación de cristianos. En la cárcel podíamos escuchar de día y de noche los llantos, los pedidos de misericordia, los golpes y los ruegos de hombres y mujeres sometidos al suplicio, siendo casi que imposible conciliar el sueño acostado, como todos, sobre la dura y fría piedra del piso en una atmósfera pestilente por la ausencia de servicios. Esos inquisidores y sus endiablados asistentes nunca descansaban. Para no entrar en connivencias, mis hermanos y yo fuimos trasladados a galeras en grupos diferentes y a distintos destinos, perdiendo todo contacto con ellos, mi madre y mis hermanas.


16 Amed, el Galeote Mi padre quiso asegurarse de que todos en casa conociéramos lo más posible sobre la Inquisición si por desgracia, alguna vez, caíamos en sus garras. Nos contó que la Inquisición española fue una concesión de Roma a los Reyes Católicos para perseguir y desenmascarar a los judíos íntimamente aferrados a sus creencias, como un mecanismo para construir la nacionalidad española utilizando la religión cristiana como aglutinante fundamental. Que los reyes Fernando e Isabel fueron llamados católicos por Roma durante las misas y agasajos que el papa ordenó realizar para festejar la toma de Granada en 1492, el último enclave musulmán en la Europa cristiana. Que todo había comenzado con la recomendación que el dominico sevillano Alonso de Ojeda hizo a la reina Isabel I, durante su estancia en Sevilla entre 1477 y 1478, de crear un mecanismo para darle fin a las prácticas judaizantes de los marranos andaluces, razón por la cual los reyes pidieron al papa de entonces Sixto IV el establecimiento de la Inquisición en el reino de Castilla, lo que hizo con la bula Exigit sinceras devotionis affectus del 1 de noviembre de 1478 para asegurar la pureza de la fe cató- lica. Ellos copiaron el sistema que ya existía en Francia desde 1184, instituido por el papa Lucio III para combatir la llamada herejía albigense o cátara, un movimiento de origen gnóstico arraigado en el siglo XII en el Languedoc francés que afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por ellos como obra demoníaca. Esta secta, que se extendía rápidamente por la región y que ponía en peligro la hegemonía de la Iglesia católica y de sus áulicos los señores feudales, fue erradicada a sangre y fuego entre 1209 y 1244 por una cruzada similar a las que fueron dizque a liberar a Jerusalén


Jorge Bendeck Olivella 17 creando reinos copiados de los europeos, regidos principalmente por nobles de casas francesas. A diferencia de las otras inquisiciones, la española, por disposición papal, fue puesta bajo control directo de la monarquía por lo que pensamos sería un tribunal instituido para vigilar el comportamiento de los cristianos bautizados, pero, rápidamente, los reyes descubrieron que ese instrumento era el ideal para crear, como os he dicho, el concepto de nacionalidad porque, al ir tras las faltas a la fe cristiana, sería considerado como un ente supra nacional con potestades por encima de las de los tribunales seculares limitados geográficamente a los reinos, cada uno con alcances diversos, en algunos casos, como el aragonés, que es el nuestro, con competencias establecidas por fueros concedidos al reino durante el pasar de los siglos. El Santo Oficio se cuidó de sacar una lista de faltas que van desde el robo hasta las sospechas de mala conducta de tal manera que, aún hoy, su competencia llega sin limitaciones hasta los más remotos lugares del imperio. Sin importar el paso del tiempo, en el reino vecino de Castilla se siguen utilizando los tribunales generales para combatir la herejía, cuyos estatutos establecen que debe buscarse la abjuración de los penados y que, en caso de persistir en sus creencias, deben ser enviados al verdugo perdiendo los condenados toda dignidad y, sus familias, despojadas de todos los bienes. Todo el mundo sabe que el rey Fernando III de Castilla, hijo del rey católico, fue más lejos, mandando a marcar con hierros candentes a los marranos condenados y, a algunos de ellos, a ser hervidos en calderos.


18 Amed, el Galeote Al percatarse de nuestra incredulidad, mi padre replicó: No, no es una exageración, es, simplemente, una aleccionadora forma de transmitir horror como lo hace la hoguera, pero, sin duda, más dramática. Se nos ha explicado que el rey Fernando era terco y sagaz y que, a punta de amenazas, hizo que el papa renunciara a su potestad de nombrar los inquisidores de Castilla y Aragón para cedérsela a él, que bien supo ponerla a su servicio, como acabando con la influyente minoría judía para quedarse con sus riquezas para financiar el Estado y librarse de las inmensas deudas contraídas con ella para darle fin a la guerra de reconquista y de otros programas como los viajes descubridores de Cristóbal Colón. El 31 de marzo de 1492, apenas tres meses habían pasado desde la entrega de nuestro reino de Granada resultado de nueve años de intrigas, traiciones y guerra civil sin cuartel, que luego os narraré, los reyes cristianos promulgaron el Decreto de la Alhambra ordenando la expulsión de los judíos de todos sus reinos poniendo como fecha límite para toda la compleja operación el 31 de julio de ese mismo año, permitiendo, sin embargo, que quien se bautizara antes de ese plazo podía quedarse y, los que no, deberían abandonar el territorio español pudiéndose llevar sus propiedades muebles siempre que no fueran oro, plata, joyas o dinero, pero, cuyo valor podía ser convertido en letras de cambio. En otras palabras, lo que pudieran llevarse puesto. Hasta donde sabemos, ninguna letra de cambio ha sido honrada hasta hoy y ya han pasado casi cien años. Para darles mejor sustento a las decisiones tomadas, el Decreto de la Alhambra justificó la expulsión imputando a los judíos dos graves delitos: los de usura y de herética pravedad. Sobre la usura, dice el Decreto: “Hallamos los dichos judíos, por medio


Jorge Bendeck Olivella 19 de grandísimas e insoportables usuras, devorar y absorber las haciendas y sustancias de los cristianos” y sobre la herética pravedad, de servir como ejemplo y de incitar a los conversos a volver a las prácticas de su antigua religión: “Bien es sabido que, en nuestros dominios, existen algunos malos cristianos que han judaizado y han cometido apostasía contra la santa fe Católica, siendo causa la mayoría por las relaciones entre judíos y cristianos”, es decir, la proximidad de judíos no conversos que seducían a los llamados cristianos nuevos o marranos a recaer en el conocimiento y la práctica del judaísmo. Agrega el Decreto o Edicto de Granada, que si alguno de los expulsados osare regresar sería ejecutado sin mediar juicio alguno y sus bienes confiscados. La cifra de los judíos que salieron de España es diversa. Fueron desarraigados sin misericordia por unos reyes inclementes y por un pueblo enceguecido y alebrestado por predicadores que nunca han perdonado al pueblo judío, injustamente estigmatizado, dizque por haber condenado a muerte a nuestro hermano el profeta Jesús, cuando fue el Sanedrín que lo hizo, como también le pasó a nuestro profeta Juan, llamado el Bautista, el que clamaba en el desierto. Se nos ha dicho que el jesuita Juan de Mariana calcula en 800 mil los expulsados y el teólogo judío Isaac Abravanel habla de 300.000. Imaginen ustedes la tragedia. ¿Hacia dónde migraron los sefardíes que vivían en las coronas de Castilla y de Aragón? Sabemos que fueron bien recibidos y asentados en todo su imperio por el sultán Bayaceto II, que exclamó: “Aquellos que los mandan pierden, yo gano”; en los Estados Pontificios, tras el pago de cuantiosos tributos; en Francia, en el condado de Venaissin, donde están protegidos


20 Amed, el Galeote por el papa; en Ashkenaz, como los judíos del centro oriente de Europa llaman a Alemania, y en los estados luteranos donde han formado prestigiosas comunidades. Como prometido, es el momento para abordar la triste historia de cómo perdimos el reino azerí, la forma como fue hecha su entrega a los Reyes Católicos y sus consecuencias; lo haré con base en la crónica escrita por un musulmán testigo de los acontecimientos y que nuestros hermanos de Fez conservaron para la historia. En 1482 el príncipe Abu Abd Allah, llamado Boabdil por los españoles, empujado por su madre que había perdido su preeminencia de primera esposa por la favorita cristiana Isabel de Solís, dio un golpe de estado a su padre el emir Muley Hacén, iniciándose una guerra civil que continuó cuando su tío Ibn Sad accedió al poder por las graves heridas sufridas en combate por el emir, ocasión propicia para que las fuerzas españolas hicieran importantes avances y la toma de varias regiones del reino azerí. Hecho prisionero en Loja, Boabdil fue liberado una vez firmando un pacto secreto de lealtad y fidelidad a los reyes Fernando e Isabel y su compromiso de entregarles el reino de Granada dos meses después de su ascenso al poder a cambio del territorio controlado por su tío el emir. Los reyes, a su vez, se comprometieron a ayudarlo a ganar la guerra civil y a hacerlo rey de Granada. Liberado, volvió a la ciudad hecho un héroe y no un traidor, forzando al emir a retirarse de la ciudad. En 1489, Sad consideró que resistir era inútil ante la superioridad del ejército enemigo, entregando a los españoles el puerto de Almería y abandonando


Jorge Bendeck Olivella 21 Guadix. Tras vender sus posesiones en Andalucía se marchó al norte de África, dejando al reino azerí sin salida al mar. Coronado rey, Boabdil no pudo cumplir con lo acordado por la radical oposición de la nobleza, por lo que los reyes ordenaron construir un gigantesco campamento militar a las puertas de la ciudad al inicio del verano de 1491, anunciando que no lo retirarían sino luego de la entrega. El sitio ocasionó hambrunas y muerte hasta de buena parte de los 7000 prisioneros cristianos que allí estaban encarcelados.


22 Amed, el Galeote El día 2 de Rabí, el primero de 897 de la Hégira, que en el calendario juliano fue el 2 de enero de 1492, el rey cristiano avanzó con sus tropas hasta los muros de la ciudad, pero no ingresó, a pesar de que el emir Abú Abd Allah Muhammad Ibn Abi il-Hassan´Ali, el Boabdil de ellos, firmó la entrega de la ciudad suscribiendo la Capitulación de Granada el 25 de noviembre de 1491, que concedía a los andaluces el derecho de permanecer en lo que fue el reino azerí con sus posesiones, religión y cultura. Una vez juzgó improbable un acto de traición de la gente de la ciudad, mandó el rey que sus tropas la ocuparan y envió gran cantidad de alimentos para saciar el hambre ocasionada después de tantos meses de sitio, además de materiales para reparar lo destruido por el asedio. También, designó al jefe de la fortaleza, así como a jueces y a otros funcionarios necesarios para la buena marcha de la administración y la defensa; luego, hizo una visita detallada a la ciudad, pero regresó a su campamento en horas de la tarde. A partir de entonces se restauró el comercio y los intercambios entre musulmanes y cristianos. Como un gesto de generosidad el rey puso en libertad a los rehenes que retenía para asegurar el cumplimiento de los compromisos convenidos con el emir, entre ellos a Ahmed y Yusuf


Jorge Bendeck Olivella 23 dos de sus hijos, dejándoles marchar con garantía de sus vidas y haciendas y rodeados de toda clase de honores. Cuando retornó la plena normalidad a la ciudad, el rey permitió restablecer las comunicaciones por mar con la costa africana disponiendo las naves para cruzar sin costo alguno para los que abandonaran el reino, que vendieron sus propiedades y haciendas a precios realmente inferiores a su verdadero valor tanto a los musulmanes que decidieron quedarse como mudéjares como a los mismos cristianos. Los que quisieran migrar debían presentarse en la costa con sus familiares y equipajes, donde los funcionarios reales los embarcaban con muchas consideraciones, creando celos entre los cristianos. Para motivar a los musulmanes a quedarse, el rey les rebajó los impuestos y ordenó se les diese un trato justo y amable. La Capitulación de Granada contempló también la entrega al emir de tierras en la Alpujarra, lugar al que se trasladó en las horas de la tarde de ese 2 de enero de 1492, donde se instaló con sus familiares y miembros de su corte. Pero, en septiembre de 1493, al morir su esposa Morayma, decidió exiliarse en octubre de ese mismo año embarcando en el puerto de Adra rumbo a Marruecos junto con su madre, familiares y sequito. Acogido por el sultán Bayaceto II se instaló en Fez, la ciudad de las mil puertas, donde construyó un gran palacio. Sabemos que allí murió en 1533. El viaje del emir provocó la migración de gran cantidad de musulmanes hacia Marruecos donde la peste provocó gran dolor,


24 Amed, el Galeote carestía, hambre y muerte, tanto, que los sobrevivientes que pudieron retornaron a Al-Andaluz y los que estaban preparando viaje, cancelaran sus planes optando por quedarse en Granada como mudéjares. Al percatarse los reyes de que sus temores de una emigración masiva no se concretaron, consideraron que los estímulos ofrecidos para evitar el empobrecimiento del país y la merma en la recaudación de impuestos eran innecesarios y que las promesas de respetar las costumbres y la religión a los musulmanes eran demostrablemente inconvenientes para la unidad nacional; de ese modo, la Capitulación se convirtió en un simple papel sin valor alguno. Entonces, cesó el fuero del islam para los musulmanes prohibiéndose los pregones de los almuédanos y la asistencia a las mezquitas, cuyas instalaciones se usarían a partir de entonces como iglesias cristianas, impusiéronles alfardas y aumentáronles los impuestos, pero, lo más grave que vino enseguida, fue la confiscación de casas y comercios y su traslado obligatorio e inmediato a los arrabales y alquerías, permitiendo que solo la familia de los Abencerrajes permaneciera en la ciudad porque ella había actuado como quintacolumna de los reyes cristianos estimulando la división política y el desorden en el reino granadino. ¿Qué siguió después? le pregunté. El arzobispo confesor de la reina, prosiguió mi padre, fue instalado en Granada para lograr la conversión voluntaria de los mudéjares a través de una evangelización pacífica, pero, ante la lentitud del proceso, los reyes ordenaron la conversión forzada de todos los musulmanes misión que avanzó rápidamente


Jorge Bendeck Olivella 25 y que, estando casi completa, en 1501 ordenaron que a ningún musulmán de otras partes de España se les permitiera ingresar a la provincia de Granada para evitar que los nuevos cristianos fueran contaminados con las enseñanzas del islam. En 1502, ordenan que todos los musulmanes de los reinos de Castilla y de León debían abandonarlos a más tardar el 30 de abril. Pero ¿a dónde si su entrada estaba prohibida en Aragón y Navarra, así como su emigración a África? Como alternativa, los reyes ordenaron su conversión forzada dando pie a que se generaran protestas violentas y levantamientos con miles de muertos y destrucción, como ocurrió durante la rebelión de las Germanías y en la de las comunidades de Castilla entre 1519 y 1523, habiendo tenido Carlos I que suspender todos los privilegios que años antes había concedido a los moros por exigencia de los señores de Castilla y Aragón, así como a empoderar a los tribunales de la Inquisición para someter a los islamistas de cualquier manera efectiva que ellos considerasen y, a los señores feudales, el empleo de la fuerza sin miramientos. En noviembre de 1525 el rey Carlos I expide un edicto expulsando a los musulmanes de Aragón, Cataluña y Valencia, otra disposición imposible de cumplir porque todas las puertas estaban cerradas a nosotros, convirtiéndose el mandato en otra ocasión para que se diesen conversiones precipitadas y masivas. Esa cristianización acelerada sin instrucción alguna sobre sus principios, como ya he mencionado, puso a la Inquisición sobre aviso de que, al igual a la de los marranos, nuestra conversión era solamente un barniz para evitar las persecuciones y la marginación. En la mayoría de los casos, estaban en lo cierto. Pero de malas los judíos que tanto hicieron apoyando con sus recursos y su influencia a la victoria de los reyes contra nuestros


26 Amed, el Galeote hermanos granadinos que, no solo fueron expulsados de mala manera, sino que, los pocos conversos que aquí se quedaron, han estado sufriendo la arremetida del Santo Oficio cuya misión está centrada en erradicarlos de todas partes de España y que, ahora, la Inquisición lo está haciendo con nosotros porque no creen en nuestra genuina conversión al cristianismo. Padre ¿por qué la Inquisición es tan inhumana? recuerdo haberle preguntado. Trataré de responderte con lo que sé: La península ha estado sometida a la invasión de muchos pueblos, inclusive el nuestro, contra los cuales ha tenido que luchar. Después de ochocientos años de luchas y luchas, con la caída del reino nazarí, puede decirse que España está libre de cualquier potencia extranjera. Los Reyes Católicos y sus sucesores han entendido que, cristianizando a las minorías judías y musulmanas y, más recientemente, erradicando la amenaza luterana, pueden contar con un país unido en todos los rincones de sus reinos, en sus posesiones europeas y allende los mares, donde se escucha están acabando con los pobres indígenas habitantes de esas lejanías. Como os he contado alguna vez, la península está repartida en reinos y principados cada uno con su lengua, sus propias leyes, fueros y costumbres, pero no todos se han sometido plenamente a la centralización de la casa de Austria. De esa manera, crear una única nacionalidad no les ha sido fácil. Por tanto, requieren de mecanismos nuevos para seguir quitando del camino los obstáculos a la centralización en un único poder.


Jorge Bendeck Olivella 27 Es allí donde la Inquisición adquiere un indudable protagonismo porque sirve, primero al rey por la graciosa concesión que el papa hizo a los Reyes Católicos y después a la Iglesia, como un organismo supranacional, es decir, con una autoridad por encima de la de los tribunales locales y con atributos no solo para juzgar conciencias, sino, también, todo tipo de delitos y faltas sin las restricciones de los límites geográficos, rangos y fueros. Así, ellos y sus descendientes podrán terminar de construir una nación española para los españoles. Por la reacción contra los judíos y lo que está sucediendo con nosotros por todos los reinos, nos lleva a tener que aceptar que no hemos sido considerados para hacer parte de esa idea integradora. Creo, por tanto, que la persecución contra nosotros arreciará con consecuencias impredecibles.


28 Amed, el Galeote En reunión de líderes acaecida en nuestra casa, el alfaquí de Teruel, la ciudad en donde sufrimos la primera arremetida de la Inquisición, hizo un completo relato que puso al descubierto las tretas y las terribles torturas reglamentadas que aplicaban los inquisidores para inquirir sobre las herejías y los pecados cometidos. Si ustedes ponen atención a lo que enseguida explicaré y comprenden las razones y medios que aprovecha la Inquisición para obligar al reo a confesar lo que buscan que confiese, podrán estar preparados para ajustar sus respuestas a las preguntas sesgadas de los interrogadores que son muy efectivos y tenaces en su tarea de descubrir la verdad, para lo que emplean una o varias de las técnicas de tortura que poseen que van desde las amenazas hasta la hoguera si no quedan satisfechos o dudan de la sinceridad del sometido. Nos causó horror lo que siguió, pero comprendimos mejor lo que nos dijo. ¿Cómo discurre el proceso? se preguntó así mismo el alfaquí. La comisión de la Inquisición enviada a un lugar inicia sus tareas invitando a los vecinos a concurrir a la iglesia o, si no la hay, a un lugar donde escuchar los sermones de los predicadores que hacen hincapié en la eterna vida en el infierno si no confiesan los pecados contra la fe y otros según la lista de faltas leída como


Jorge Bendeck Olivella 29 la sodomía, la infidelidad, la bigamia, los insultos y habladurías contra la inquisición, la oposición a las decisiones reales, la brujería, la vagancia y la posesión de libros prohibidos, entre otros. Terminan sus palabras ofreciendo un plazo de gracia para que los que se sientan culpables de cualquier pecado se entreguen a la justicia inquisitorial haciéndose acreedores a un trato benigno. Mientras tanto, a través del confesionario o por las diligencias de los familiares se acumulan las delaciones de vecinos casi siempre producto de enemistades, envidias o rumores, tan variadas, como saber leer o tener escritos de cualquier clase o haber acumulado fortuna quizá utilizando hechizos o no ir a la santa misa o quizá por haber hablado mal de la inquisición o porque, cuando pasaba el sacerdote, murmuró para sí algunas palabras con toda seguridad maldiciéndolo, en fin, por cualquier sospecha se le abre un expediente que es analizado por el calificador que siempre concluye que esa persona debe ser investigada… más aún si tiene bienes dignos de ser confiscados. Luego, mandan a los alguaciles a detenerla y llevarla a una cárcel secreta, donde puede permanecer en condiciones lamentables por tiempo indefinido, sin que sepa la victima porqué ha sido enviada allí. Y si pregunta durante su detención, se le responde: su conciencia lo sabe. En ningún caso es permitido que se le informe al detenido quién es su delator. El paso inmediato es la confiscación de sus bienes, dejando a la familia sin medios para sobrevivir. Imagínenlo ustedes, si el proceso tarda meses o años, como es lo usual. Las cárceles secretas son espantosas, sin servicios donde hacer las necesidades, apestosas, sin ventanas, sin permiso para salir a tomar el sol, llenas de alimañas.


30 Amed, el Galeote Luego de semanas o meses, el inquisidor con su escribano y algún familiar pasa por su celda y el interrogatorio empieza preguntándole si conoce porqué ha sido arrestado e invitándolo a que confiese los pecados de que su conciencia lo acuse… pero insistiendo en qué bienes posee escondidos además de los que han sido confiscados…. Pasados meses, vuelve el inquisidor a interrogarlo, tal vez, acompañado por el fiscal que presenta las pruebas, leyendo ante dos frailes las declaraciones de los testigos sin identificarlos, conminando al acusado a aceptarlas para bien de su conciencia. Para iniciar en firme el proceso, se le ofrece escoger de una lista de tres nombres uno que actuará como su consejero, cuya misión no es defenderlo de los cargos, sino, buscar las maneras de convencerlo de hacer plena confesión. El consejero tampoco conocerá quiénes son los acusadores ni los detalles de las acusaciones y, para hablar con el penado, deberá ir acompañado del inquisidor y sus asistentes. Se me ha dicho, agregó el alfaquí que, si un familiar o un investigador de la Inquisición aporta una evidencia favorable al penado, no será aceptada por el tribunal sino solo aquellas que ayuden a condenarlo. Esto parecerá absurdo a nuestras normas islámicas, pero es cierto. El penado no tiene ningún derecho, ni siquiera el de saber de qué se le acusa. Los castigos de la Santa Inquisición se mueven desde la penitencia o sea renegar de los delitos y pagar una multa o ir al destierro o a galeras; la reconciliación que supone largas penas de prisión y la confiscación de todos los bienes y la hoguera, fundamentalmente para los casos de herejía y casi todo para la inquisición lo es.


Jorge Bendeck Olivella 31 Si no confiesa o lo dicho no satisface al inquisidor, como ya mencioné, se inician las sesiones de tortura. Digo sesiones, porque, si bien el reglamento admite solamente una, se ha hecho costumbre que cuando no quedan satisfechos los interrogadores de lo que se le exige confesar al imputado, se continúe dicha sesión en los días siguientes, pero no más de tres, alegando ellos que es la continuación de la primera y no otras diferentes. Antes de iniciar el período de torturas, hecho el examen médico para confirmar la capacidad del penado de aguantar lo que se le viene, el inquisidor, de manera solemne, ruega a Dios ayude al desventurado a confesar sus pecados advirtiéndole que cualquier daño que se derive del procedimiento, nadie podrá atribuírselo al Santo Oficio sino a vos por no decir la verdad voluntariamente. Los inquisidores prefieren tres de los once tipos de mecanismos de tortura aprobados para lograr la confesión: el tormento de la garrucha, el tormento del agua y el tormento del potro. El de la garrucha o polea consiste en amarrar las manos de la víctima a la espalda atándole las muñecas a una polea luego de colocarle pesas en los tobillos e izándolo para mantenerlo así por un tiempo indefinido y a gusto del inquisidor, para, luego, dejarlo caer de golpe dislocando las coyunturas, con un sufrimiento indescriptible. El tormento del agua es bastante efectivo porque el reo con una máscara agujereada sostenida a su frente por una cinta metálica es acostado sobre una tabla con la cabeza más baja que los pies y se le introduce un trapo hasta la garganta que le mantiene abierta la boca. Luego, se le echa agua con una jarra por la boca y la nariz, provocando sensación de ahogamiento.


32 Amed, el Galeote El tormento del potro es bastante preferido por la facilidad de aplicación. Al penado se le acuesta en una cama provista de una barra en donde se amarran sus tobillos y en la cabecera se atan las manos a un torniquete que lentamente va estirando el cuerpo provocando terribles dolores en la medida en que el penado no confiese a satisfacción, hasta llegar al extremo de romper los tendones y descoyuntar huesos y articulaciones que lo dejan inservible para siempre. Totalmente agotados, dispuestos a decir lo que se les pida, a confirmar sus graves pecados o los de sus padres y hermanos o delatar a sus presuntos cómplices, con la voluntad perdida, pasmados por el terror y profundamente desorientados, entran a otro período que puede ser de meses de incertidumbre esperando la sentencia, aunque nunca sabrán cuál será la pena hasta la víspera de su aplicación. La más simple es una sesión de azotes puertas adentro de la prisión que puede llegar a doscientos o el del exilio hasta de por vida o a galeras o hacer a pie una peregrinación a un lugar santo. Para las penas más graves, en largas ceremonias llamadas Autos de Fe, los penados son llevados a la iglesia o a la plaza principal montados en burros, desfilando por las calles principales atestadas de invitados a los que se les concede una indulgencia de cuarenta días por asistir y que testimonian su respeto a la decisión de la Inquisición lanzándoles piedras a los pobres condenados; aunque en algunos tribunales se prefiere que sean los oficiales de la Inquisición quienes los vayan azotando para hacer que el espectáculo sea más vistoso y así el nivel de los aplausos y los vítores al rey y a la Iglesia se convierten en reconocimiento a la sobresaliente labor de los inquisidores y en un estímulo a los comisarios para aumentar el nivel de crueldad a los condenados.


Jorge Bendeck Olivella 33 Luego de la misa solemne, empiezan las lecturas de las faltas cometidas. Cada penado se pone de pie ante el acusador y, humildemente, una a una, va respondiendo que sí la ha cometido. Para terminar, se le felicita porque su alma ha sido salvada. Es evidente que nadie sale de la Inquisición con su honra incólume. Ese tribunal jamás ha reconocido que uno solo de los juzgados es inocente. Concluido el espectáculo, son regresados a la cárcel, para, a partir del día siguiente, ir siendo entregados a las autoridades seculares que harán efectivas las sentencias, incluidos los condenados a la hoguera, tribunales que no pueden cambiar la rigurosidad de las penas. Así, queridos hermanos musulmanes, ahora saben lo que podemos esperar de esa justicia, cuya sagrada misión, según parece, es impedir que en estas tierras pueda vivir alguien que no sea de apariencia y de fe cristianas. A los conversos judíos y musulmanes, se les señala de ser cristianos sin fe verdadera. A nosotros, los mudéjares, nos están obligando a la conversión so pena de sufrir en las garras de los inquisidores. Es una disyuntiva atroz, pero que debemos considerar. Con esa premisa, no tenemos escapatoria. Buena suerte y que Alá nos proteja. Así fue la introducción al negro futuro que los musulmanes tendríamos que enfrentar tarde que temprano, igual o peor al padecido por los judíos, por el hecho de serlos.


34 Amed, el Galeote El viaje desde Zaragoza hasta el puerto de Santa María fue a pie llevados como recua de mulas encadenados al cuello, casi sin alimentos y con posibilidades de beber agua solo cuando se pudiera llegar a algún arroyo, estanque o aljibe; los descansos, solo de noche y al descubierto, sin importar el frio por estar a finales del otoño. Veintiún días duró nuestro lento desplazamiento a pesar de los constantes gritos y latigazos que nos daban para azuzar nuestros pasos y hasta por pedir un pare para orinar o defecar a lo que respondía el matón llamado alguacil cáguese en los pantalones. Nuestra anunciada llegada a cualquier poblado era ocasión de jolgorio donde nos daban la bienvenida con el odioso grito de chusma…chusma… maldita chusma, para restregarnos en la cara que éramos la escoria humana por excelencia, título al que me acostumbré, pues, a partir de entonces y por todo el tiempo que permaneciera como propiedad del rey, sería uno más de la chusma de sus galeras. Cuando llegamos a Santa María, cerca de la ciudad de Cádiz, ya no éramos personas sino trastos maltratados; como todos, enflaquecido por el hambre, exhibía mi piel toda chamuscada por el sol, el frio y el sucio que brillaba como si hubiera sido pegado con gomalaca. Fue una vista impresionante. En la bahía se mecían doce galeras y otros tantos navíos, mientras cientos de personas se aplicaban en múltiples tareas. También cerca del rio se iban acumulando


Jorge Bendeck Olivella 35 hombres que, como yo, estaban condenados a remar en esas galeras que nos esperaban para ser embarcados. Nos llevaron hasta el rio Guadalete que desemboca en la bahía de Cádiz en el mar Atlántico, donde nos bañamos encadenados y bebimos toda el agua que no habíamos tomado durante el largo desplazamiento. Interesante fue ver a tantos que se negaban al baño por ser malo para la salud, pero, para mí, con la costumbre de la limpieza, fue un momento grato que no volvería a repetirse por años. Luego del examen médico que consistió en revisarnos la boca, los músculos y una inspección general, todo lo cual duró un minuto o menos, se nos abrió una hoja de vida para anotar nombres, edad, origen, duración de la condena y estado físico; luego, vino el sorteo para asignarnos la galera en la que seríamos embarcados para iniciar en el mar abierto el durísimo entrenamiento que duraría, al menos, seis meses. Antes de embarcar nos raparon la cabeza, pero, a los musulmanes conversos nos dejaron un corto mechón dizque por nuestra creencia de que, al morir, Alá nos toma de allí para llevarnos al paraíso. Yo protesté diciendo que era cristiano, pero me pusieron tanta atención como si le hubiera hablado a la brisa que allí soplaba con gracia. Nuestra galera, llamada San Pablo era muy parecida a las otras, se diferenciaba solo por el nombre; los de la chusma éramos unos 168 distribuidos de a tres en cada banca a babor y a estribor, entre los 18 y los 30 años, aunque algunos mayores había; la nave tendría unos 60 codos moriscos y podía cargar, incluyendo la marinería y la dotación de soldados, entre 300 y 350 hombres. A mi juicio, demasiados para un área tan pequeña.


36 Amed, el Galeote Las primeras instrucciones fueron para aprender a distinguir quiénes eran y qué rango ostentaba cada tripulante. Entre ellos, el cómitre y sus alguaciles que se paseaban día y noche por la crujía, ese pasadizo que va de proa a popa y que les permite inspeccionar al tiempo, a babor y a estribor, nuestra respuesta al ritmo que marquen los tamboriles y que les hace fácil aconductarnos con los rebenques, esos látigos de cáñamo crudo untado de brea, que nos deja pintado el lomo con rayas como las de una cebra. Ya había escuchado que ser enviado a remar como galeote era el más terrible castigo a que puede ser sometido un ser humano, pero, creo, que se quedaron cortos ante la realidad. Debió compararse con estar en el infierno. Nos entregaron a la nave a eso de las 6 de la mañana y uno a uno fuimos acomodados en la banca señalada. Allí debimos escuchar un breve discurso del capitán alabando la labor que deberíamos realizar en defensa del reino, resarciendo, al tiempo, los pecados cometidos. Habló de que seríamos tratados benignamente pero que cualquier sacrificio deberíamos aceptarlo con placer, manera de dar gracias por haber sido seleccionados para servir a Dios y al rey, nuestro amado señor. Pero advirtió que cualquier rechazo a las órdenes del jefe inmediato llamado cómitre sería castigado con latigazos en cantidad proporcional a la falta y si sucediera una protesta colectiva, con la muerte, sin mediar juicio alguno. Como desayuno, antes de salir del puerto a aprender el arte de remar, nos dieron dos galletas de trigo que nos explicaron eran doblemente cocidas para evitar su fermentación y daño y un poco de agua donde humedecerla para poderla tragar porque


Jorge Bendeck Olivella 37 era dura como la piedra. Agregó el capitán que deberíamos acostumbrarnos porque sería la base de nuestra dieta diaria, siempre que nos las ganáramos con nuestro esfuerzo y disciplina. Poniéndose serio y alzando la voz para que sus palabras llegaran a todos los rincones del navío, agregó: porque, si no, lo que recibirán serán azotes. Nos prometió que, para festejar nuestra vinculación al servicio, se nos ofrecería un almuerzo con garbanzos, galleta y una ración de vino, por benevolencia de su majestad el rey, así como un capote para protegernos del mal tiempo y un bonete de color rojo que deberíamos usar pues era la distinción de nuestro nivel en la galera. Durante esa tarde y al día siguiente, una grupo numeroso de ayudantes del alguacil, procedió a engrillarnos en el pie derecho para los de babor y en el izquierdo para los de estribor, ensartados con una cadena de dos metros a la tabla donde estaríamos sentados, espacio máximo para movernos durante toda la permanencia en la nave, es decir, en ese radio viviríamos, allí haríamos nuestras necesidades, dormiríamos, remaríamos, nos curarían si enfermábamos, se desarrollarían las reyertas y, si nos llegara la muerte, sería la única suerte de liberarnos de la cadena para ser enterrados en el mar sin ningún miramiento, metidos en un saco de esparto como mortaja, lastrado con piedras para hundir el cuerpo rápidamente en el agua, y, quizá, alguna oración para despedir nuestra alma. Dispuso, también, que cada amanecer fuera recibido con el rezo del rosario y que deberíamos aprender de memoria todos los misterios. Adicionalmente a ello, agregó, ustedes aprenderán unos cánticos que homenajean al Señor, al rey y a nuestra armada.


38 Amed, el Galeote Después de ese día, el señor capitán jamás volvió a dirigirnos la palabra y todas las órdenes provendrían del cómitre de apellido Burgos que tenía la cabeza exageradamente grande, piernas cortas y brazos largos y musculosos que había sido escogido por ser un hombre despojado de todo sentimiento humano. Era el hombre más cruel que llegaríamos a conocer. Cuando caminaba por la crujía veíamos en su cara la fruición que sentía al humillar con sus gritos y golpear con su anguila al impotente remero seleccionado. Cada letra de sus palabras las reafirmaba haciendo chasquear su anguila, convertida de tanto uso en extensión de su brazo que, al menor comentario, descargaba en la ya flagelada espalda de cualquiera de nosotros sin importar si era uno quien había tenido la osadía de abrir la boca. Pasaron los días en constante y agobiante entrenamiento y aprendiendo a vivir en el tablón, encadenado y engrillado al lado de dos compañeros, uno, un gitano irredento y, el otro, un bereber que fue apresado cuando tocó tierra española para robar y secuestrar mujeres. Ambos, condenados perpetuamente a galeras, que, como ya sabemos, era por un máximo de diez años, después de los cuales, sabían muy bien los jueces, llegaría la muerte. Los remos tenían una longitud de 12 metros y cada uno pesaba 240 libras, es decir, cada uno de nosotros debía cargar al menos 80 libras. Al final de cada día no se sentían los brazos y el dolor en la espalda era inaguantable. Por lógica, el desempeño de los galeotes nuevos era caótica pero el ritmo fue siendo alcanzado a punta de rejo y humillaciones. Si bien era un peso excesivo, poco a poco obligó a que desarrollásemos fuertes músculos a cambio de entregar en cada golpe de remo, parte de la vida. Hacer del cuerpo o cagar era toda una odisea para alguien que, como yo, había sido educado para guardar las distancias. Pero


Jorge Bendeck Olivella 39 tuve que hacerlo, perdiéndome todo respeto, acurrucado debajo del tablón. Cuando tenía ganas de orinar, simplemente lo hacía dejando que el chorro empapara primero el taparrabo para luego escurrirse tabla abajo. Aprendí a vivir así, hasta perder toda vergüenza. Desde un comienzo, la mugre y la suciedad creaban una pestilencia insoportable, hasta que mi olfato se acostumbró, pero, a lo que no pude fue a tener que convivir con todo tipo de alimañas que se movían con libertad paseándose sobre pies y piernas, chupando sangre y generando llagas que tendrían que curarse a punta de agua salada. Se distinguen por su ferocidad las cucarachas, los piojos, los chinches y las pulgas. Tres meses fueron suficientes para olvidarme de todo miramiento. Mi misión era remar, recibir latigazos sin razón, callar, nunca lamentarme y buscar congraciarme con mis vecinos. Afortunadamente, el bereber hablaba árabe y el gitano sabía algo de castellano que había aprendido en su vagancia por esas tierras, castigado a diez años de galeras por el pecado nefando. Yo había aprendido la lengua de Castilla que se habla también en la zona fronteriza con Aragón durante mi trabajo como labrador y el encarcelamiento previo a mi traída a la galera. Así que, durante los cortos tiempos de comidas y en los descansos nocturnos, podíamos entendernos sin dificultad, hablar de nuestros pecados y de las experiencias que íbamos acumulando y hasta cantando cancioncillas populares.


40 Amed, el Galeote Cosa de seis meses más tarde, el gitano enfermó de beriberi y tuvimos que aguantarnos sus gritos de dolor, su dificultad para respirar y la inflamación de sus pies y piernas que parecía iban a explotar, por tanto, fue incapaz de remar. Me llenó de pena verlo decaer sin recibir ayuda de nadie, salvo las palabras de consuelo que susurrábamos para motivarlo a vivir, pero no fueron suficientes. En medio de una lluvia torrencial murió a medianoche y, solo hasta el día siguiente, vino el ayudante del alguacil a desencadenarlo. El cómitre advirtió que tendríamos que asumir solos la tarea del banco hasta cuando llegara el reemplazo del muerto… si llegaba… lo que significaba duplicar el esfuerzo y, por tanto, nuestro agotamiento, seguramente acompañado de algunos latigazos para animarnos… pero que tendríamos derecho a recibir las galletas del fallecido, lo que nunca se cumplió. El remero de la tabla 15 de proa, enfermó casi enseguida de pelagra, que supimos era esa la dolencia porque ese joven robusto y alegre, empezó con diarrea que enrarecía el ya terrible olor que se respiraba, la piel se le llenó de granos y, porque se la pasaba hablando incoherentemente, el cómitre lo fueteaba sin aceptar que tal comportamiento era producto de la demencia que la enfermedad provoca. Horas más tarde todo quedó en silencio porque la parca llegó haciendo halago de ser misericordiosa, dejando un rastro de orfandad en todos nosotros. La falta de comida que alimentara más que llenara, trajo como consecuencia una epidemia de escorbuto de la que no se salvó ninguno de los que estábamos en la San Pablo, salvo el capitán


Jorge Bendeck Olivella 41 y algunos oficiales que comían carne, granos y raras veces frutas y verduras, salvo en tierra. La gravedad del asunto llamó, por fin, al interés del comandante que se decía era un noble de no sé dónde, quien, advertido por sus allegados y por el cura de abordo de que si su galera quedaba desprovista de remeros podría ser sancionado por negligencia, decidió que todos fuéramos sacados del navío y, la chusma, alojada en la playa. Como estábamos más muertos que vivos, empezaron a darnos pequeñas cantidades de verduras y jugos de naranja, con lo que una semana más tarde, empezó nuestra recuperación. Yo perdí una muela y dos dientes y mis encías tan inflamadas y sangrantes también fueron sanando. El médico de abordo, que también era el barbero, fue felicitado y se ganó dos hurras de todos los embarcados. A pesar de estar enfermos, permanecimos con el grillete y encadenados para impedir la fuga, como había estado sucediendo con gente de otras embarcaciones que también habían enfermado. Fueron quince días de descanso, más que merecidos. ¡Bueno, haraganes, a trabajar! Fue el saludo del cómitre que se veía bien recuperado. Enseguida fuimos ensartados a la tabla y nuestra vida retomó su rumbo; afortunadamente, llegaron los reemplazos de los muertos que habían sido muchos. Seguramente, por la inexperiencia de los remeros, un mes más tarde se me removió de la tabla 16 a la tabla uno de proa, lado babor, engrillándome en el tobillo derecho, como número uno con la tarea de asegurar el ritmo del trio al son del tamborilete y a los chasquidos del látigo.


42 Amed, el Galeote Lo interpreté como un reconocimiento y, eso, en medio de las penurias porque no se me había quitado ninguna de las obligaciones, me dio ánimos para empujar la nave que era mi hogar y a la que me había acostumbrado, callando siempre, cumpliendo con lo que se me exigía, aguantando la lluvia, el sol, la nieve, el frio, los calores extremos, sin un techo para cubrirnos, ni ropa adecuada para verano o invierno. Nuestro retorno a los puertos para reparaciones, no eran un alivio para nosotros porque, si bien no remábamos, teníamos que permanecer encadenados sin podernos mover de las bancas, aguantando en verano unos soles inclementes que calentaban los hierros haciendo que los dolores de las llagas se hicieran insufribles. Los gritos de dolor nunca entraban por los oídos de los comandantes, eran parte del castigo por nuestros pecados y, en mi caso, por los de mi padre que nunca había cometido. Las gripas y la bronquitis son verdaderas pestes en invierno, para las que no recibíamos tratamiento alguno. Como no teníamos ropa abrigada, debíamos cobijarnos apretando al máximo nuestros cuerpos para que el viento helado no encontrara caminos para quemar la piel. Afortunadamente, la lluvia lavaba las inmundicias que corren en todas direcciones al bamboleo de la nave en el mar agitado, también forzando a las alimañas a huir o ahogarse en sus escondrijos, dándonos un descanso. Hasta buenos recuerdos tengo de esos momentos. Los callos de mi tobillo han hecho vivible mantener el grillete, pero, en la medida en que han ido creciendo, más apretado lo siento y la circulación de la sangre hacia el pie es cada vez más difícil. Es una situación que generalmente sucede a todos con el


Jorge Bendeck Olivella 43 tiempo. ¿Pero, cómo resolverla si los grilletes son más o menos a la medida? Le he explicado al cómitre, pero, ese gallego terco como solución me responde ¡aguántese! En diciembre, terminando mi tercer año de servicio como el capitán llama nuestra misión, ocurrió un incidente que a todos afectó. El cómitre Burgos golpeó con un garrote al remero número uno situado en nuestra fila, pero del lado de estribor, que lo obligó a acercársele, ocasión que el galeote aprovechó para enrollarle su cadena al cuello, ahorcándolo en escasos segundos. Un rugido de complacencia se regó por la nave y el estupor de la marinería se hizo evidente. Un soldado, atravesó con su bayoneta al galeote que quedó allí sentado durante tres días como castigo a todos, cuando el hedor de su cadáver putrefacto movió al alguacil a quitarle las cadenas y a lanzarlo al mar en medio de la noche más oscura que recuerde. Otro peor que Burgos llegó a reemplazarlo, era el cómitre Gottlieb, un alemán que no hablaba sino a través del látigo. Nos hizo la vida aún más dura, a tal grado, que el avance de la nao se hizo tan lento que se iba retrasando con respecto de las otras del escuadrón, forzando al capitán a ordenarle bajar la dureza de las órdenes. El entrenamiento se hizo permanente y la alimentación mejoró porque estábamos por hacer parte de algo muy grande que se mantenía en secreto y deberíamos estar en muy buenas condiciones físicas para desempeñar con suficiencia la tarea que se nos iba a encomendar.


44 Amed, el Galeote A Cádiz y a todos los puertos importantes sobre el Mediterráneo español fueron llegando galeras y otras naves apertrechadas debidamente y con artillería como nunca había yo conocido. Entre decenas de naves españolas nuestra galera, a la que en el espolón, como a la mayoría, se le había instalado un artefacto de hierro como una gran cuchilla, fue avanzando a remo tendido hacia el oriente hasta llegar a las inmediaciones de la isla de Malta, a partir de la cual nuestra armada fue aumentando con importantes aportes de la Orden de San Juan, de la república de Génova, del virrey de Sicilia, del ducado de Saboya, de los Estados Pontificios, de la república de Venecia en cuya flota iban naves dotadas y comandadas por griegos exiliados en dicha república y aportes navales de algunos otros señores de la península italiana que se unieron a la cruzada para dar fin a la hegemonía otomana y sus aliados berberiscos en el Mediterráneo occidental o mar de Alborán. Escuché también a los jefes hablar de la contribución que las islas griegas de Creta, Zante, Corfú, Cefalonia, Mikonos, Santorini, Naxos y Citera hacían con galeras debidamente dotadas con marineros experimentados, remeros voluntarios, soldados y todo tipo de vituallas, buscando, como contrapartida, que en un futuro cercano la Alianza los ayudara a liberarse del dominio turco. El 2 de octubre estábamos ya en el puerto albanés de Leguminizi y, bien suplidos con agua y alimentos, partimos al amanecer del


Jorge Bendeck Olivella 45 3 de octubre al encuentro de los otomanos. A las 4 de la mañana del 4 de octubre, estábamos a la vista del puerto de Fiscardo al norte de la isla de Cefalonia, donde recibimos instrucciones y promesas, luego, proseguimos hacia el sur hasta avistar la flota enemiga desplegada en el levante del golfo de Patras con la retaguardia protegida por el canal de acceso al golfo de Corintos, un cul-de-sac estratégico para ellos. Era el amanecer del 7 de octubre de 1571. Bogavante Amed, bramó el cómitre amenazándome con su anguila porque le pareció que mi tabla había disminuido el ritmo que debíamos mantener los galeotes y esclavos de la galera San Pablo que buscaba ubicarse en la primera línea del ala izquierda que navegaba junto a la costa, según el entramado estratégico ordenado por el comandante supremo de la Santa Liga don Juan de Austria, hermano del rey Felipe II e hijo ilegítimo de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Allí, en el golfo griego de Patras, frente al puerto de Lepanto, se desplegaban en el frente occidental las 227 galeras, seis galeazas y 76 fragatas y otras naves de apoyo de la dicha Santa Liga, dotadas con 1800 cañones y 90 mil hombres de los cuales los remeros éramos unos 50 mil, enfrentadas a la armada otomana y sus aliados norafricanos liderada por Ali Bajá, compuesta de 210 galeras y 87 galeotas, fragatas y bergantines portando 800 cañones y 90 mil tripulantes, entre los que se contaban 55 mil remeros, unos 15 mil de los cuales eran mujeres y hombres cristianos esclavizados, que se formaban al oriente en una extendida línea, separadas las naves de vanguardia de ambos bandos por una corta distancia, tan próxima, como a un tiro de mosquete. En ese lugar, que jamás podré olvidar mientras viva, iba a participar en la más grande confrontación naval como ninguna otra conocida en la historia.


46 Amed, el Galeote Terminada la distribución de las naves con diferentes tareas, se dieron los respectivos cañonazos protocolarios invitándose ambas flotas a entrar en combate. Era el mediodía del domingo 7 de octubre de 1571 cuando, bajo un sol esplendoroso, empezó la histórica batalla que definiría el futuro del mundo, según nos dijeron. Nuestra nave fue de las primeras en entrar en combate; acercándonos a una galeota otomana nuestra artillería la impactó destruyéndola por completo, lo que nos llenó de júbilo porque, además del futuro de la cristiandad, estaba también el nuestro pues nos habían ofrecido en premio la libertad si nuestro desempeño en el combate fuera heroico. ¡A por otra! gritó el cómitre ordenando remar con fuerza y decisión para desfondar con nuestro espolón la galera enemiga que se nos estaba atravesando en el camino. Cuando estábamos prestos a lograrlo, la San Pablo fue enviada al fondo de la mar impactada por un cañonazo casi a quemarropa, arrastrando al infierno a la chusma, al tercio, al odioso cómitre Gottlieb, al capitán y a toda la dotación de oficiales. Pasado un tiempo, que debió haber sido corto, desperté flotando aferrado a la tabla que fue mi prisión por años y que ahora era mi mejor apoyo en medio de cadáveres, sobrevivientes y pedazos de navíos, pero aún encadenado a ella. Busqué para ver si podía distinguir alguno de los que navegaban conmigo, pero no pude ver a ninguno. Concluí que pudiera ser yo el único sobreviviente de la tragedia, gracias al cruel cómitre que me había cambiado de lugar para remar, un año atrás, quizá, por mis habilidades en el remo y porque Alá así lo había decidido. En medio de una confusión espantosa, gritos de dolor y de auxilio escuché la orden de cortar los brazos a todos los que


Jorge Bendeck Olivella 47 pretendieran asirse a los remos o de abordar las naves sin importar en qué bando estuvieran sirviendo. Enseguida, busqué, como muchos otros que a mi alrededor flotaban, la forma de alejarme del lugar esquivando el alocado maniobrar de las naves que combatían en el reducido escenario agitado con oleaje de tormenta, consciente de que estaba en peligro de muerte de ser golpeado por alguna de ellas. Y lo que temía sucedió. La tabla donde flotaba fue golpeada por la proa de una galera veneciana lanzándome como un muñeco a decenas de metros de distancia rebotando en el costado de un dromón bizantino, pero con la fortuna de que mi tabla se rompió exactamente por donde estaba la cadena atornillada que quedó colgando del tobillo como pesa que empezó arrastrarme hacia el fondo del mar. Cuando creía que mi fin había llegado, algo me impulsó con fuerza hacia la superficie pudiéndome agarrar de un pedazo de tablón que estaba a mi alcance. No había tiempo para pensar en cosa distinta que huir de la parafernalia de aquel dantesco escenario en medio del terrible retumbar de los cañones, del clamor ensordecedor e interminable de los lamentos y desesperación de los miles de hombres y mujeres galeotes vivos completos y heridos que flotaban a mi alrededor y de los cuerpos de los muertos que parecían gozar del oleaje que los mecía de un lado a otro. Buscando, a través de una brecha entre las naves combatientes, vi a lo lejos y hacia el norte un promontorio que supuse era una isla hacia donde decidí enrumbarme. Experto en remar, me subí al madero y, con un pedazo de tabla de los muchos que flotaban por doquier, me impulsé trabajosamente hacia un promontorio, no sin tener que


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