TEMA I. DIOS CREADOR, PROVIDENTE Y REDENTOR

Instituto Catequético Pablo VI. Curso de Fe y Moral 1 TEMA I. DIOS CREADOR, PROVIDENTE Y REDENTOR. Dios Creador La cuestión sobre los orígenes del m

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TEMA I. DIOS CREADOR, PROVIDENTE Y REDENTOR. Dios Creador La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas que han enriquecido nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre. Estos descubrimientos nos invitan a admirar más la grandeza del Creador, a darle gracias por todas sus obras y por la inteligencia y la sabiduría que da a los sabios e investigadores. El gran interés que despiertan estas investigaciones está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden y que supera el dominio propio de las ciencias naturales. No se trata de saber sólo cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuándo apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un ser trascendente, inteligente y bueno, llamado Dios. La inteligencia humana puede ciertamente encontrar por sí misma una respuesta a la cuestión de los orígenes. En efecto, la existencia de Dios Creador pude ser conocida con certeza por sus obras, gracias a la luz de la razón humana, aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad. Dios ha creado todas las cosas no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla. Porque Dios no tiene otra razón para crear que su amor y su bondad. A través de la creación, Dios ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad. Porque Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada, está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios, llamado a una relación personal con Dios. La creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada.

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Primer relato de la Creación (Gn 1,1) Primer día Segundo día Tercer día Cuarto día Quinto día Sexto día Séptimo día

vers. 1-5 vers. 6-8 vers. 9-13 vers. 14-19 vers. 20-23 vers. 24-31 Cap. 2, 1-3

Luz Cielo Tierra, mares, hierba, frutos, etc Sol y Luna Seres del agua, aves. Animales, hombre. Descansó

Segundo relato de la Creación (Gn 2,4ss) − La importancia que se le da al hombre. − Dios lo creó a su imagen y semejanza, para tener con quien compartir, con quien trabar amistad y entablar un diálogo. − En medio de los animales, el hombre camina erguido. Solo él estudia, conoce y ama. Solo el tiene conciencia. − No los creó solos, sino en parejas. − La imagen de Dios no es el individuo, sino, es el encuentro de dos personas portadoras de vida. − Siendo imagen de Dios, el hombre es el encargado de gobernar el mundo, de seguir creando. − Multiplíquense... − Dios hizo al hombre para que su vida sea fecunda y que colaborara con El en el plan de creación. − Nunca habló la Biblia de multiplicarse en forma irresponsable. − Adán, (el hombre) es un ser humano cualquiera. − Dios nos hizo semejantes a El, para que un día cara a cara El pueda reconocerse en nosotros. − El hombre puesto en el jardín para cultivarlo, el hombre trabajando, transformando. Dios no abandona al hombre pecador (Gn 3,1-24) − El árbol de la Vida, es el árbol de la ciencia, del bien y del mal, conocimiento del mundo y de sí mismo, que le sugiere adueñarse de la ciencia, la técnica.

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− No es bueno que el hombre esté sólo. Dios establece la división de los sexos, no para trasmitir vida, para promover el amor, la entrega y el gozo compartido. − El hombre libremente se ha hecho enemigo de Dios. − Tentación, pecado y sentencia (son los momentos del relato) Tentación: Serpiente, enemigo de Dios para acabar su obra. Pecado: Rebeldía contra Dios. El hombre pecador es celoso de Dios porque teme que este le arrebate su libertad. Se crea una falsa imagen de Dios, vengativo y envidioso de la felicidad del hombre. Sentencia: El hombre que vive y muere alejado de Dios, no corresponde al proyecto divino. De todas formas el plan salvador de Dios se realizará en Cristo. El hombre tiene todo para ser feliz: El dar a luz y educar a sus hijos. La relación entre los esposos. El trabajo, la vida diaria, las amistades. Pecado Original: 1. Los pecados del hombre no son aislados. Los pecados de los mayores y el ambiente, condicionan nuestra libertad desde su despertar. 2. El hombre marcado por los instintos es rebelde ante la Ley de Dios. 3. Somos hechos para participar de la vida de Dios, hay que entregarse al Padre como hijos suyos. La Fe. - La fe nace de la iniciativa de Dios. - La fe nos pone al servicio del hombre. - La fe exige una ruptura; con la familia, los modelos de conducta establecidos (personales o sociales). Por la fe el hombre llega a madurar. - El creyente busca los signos de Dios en su vida, para descubrir a donde Dios quiere que dirija sus pasos. Consecuencias de la fe en el Dios único. 1. Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios, por eso Dios debe ser el primer servido. 2. Es vivir en acción de gracias. Si Dios es el Único, todo lo que somos y todo lo que poseemos viene de Él.

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3. Es reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres. Todos han sido hechos “a imagen y semejanza de Dios”. 4. Usar bien de las cosas creadas. La fe en Dios, el Único, nos lleva a usar de todo lo que no es El en la medida en que nos acerca a Él, y a separarnos de ello en la medida en que nos aparta de Él. 5. Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en las adversidades.

La relación padre-hijo, en nuestra cultura, se utiliza con frecuencia no para expresar la relación que se basa en la misma sangre. Se llama padre al sacerdote, al obispo, se habla del Padre de la Patria, o cuando alguien ha hecho una obra importante se dice que es el padre de lo hecho. En todos estos casos, la relación padre-hijo, se entiende en un sentido muy amplio; no precisamente en el sentido de dar vida que es lo que hace un padre con su hijo. El creyente es verdaderamente hijo de Dios, es la relación padre-hijo en el sentido más propio de esta expresión. (1 Jn 3,1-2) El Bautismo: Dios nos ha dado su vida, su Espíritu, un nacer de nuevo, participamos de la misma vida de Dios. (Tit 3,3-5; Rm 6,4) Si somos realmente hijos de Dios, esta realidad tiene que manifestarse a un nivel de experiencia personal. (Rm 8,15; Gal 4,6) Abba: Expresa la cercanía e intimidad más grande en la experiencia familiar. Entre los judíos, era lo primero que decían los niños. Cuando el niño empieza a decir esa palabra no lo dice por su significado, sino, por la experiencia que vive (cariño entrañable, seguridad, confianza total) Esta es la experiencia que debe caracterizar a los creyentes. Hijo de Dios no es el que tiene una o muchas ideas sobre el hecho, sino que experimenta cariño, aceptación, etc. por parte de Dios. Esta experiencia tiene que expresarse en una relación frecuente, oración, intimidad entrañable y confianza.

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Cuando el creyente no tiene esta experiencia ante Dios tiene que preguntarse hasta dónde llega su fe. La condición de hijo de Dios no comporta solamente una experiencia, además, el hijo de Dios tiene la exigencia de reproducir en su vida y en su conducta la vida de Jesús. (Rm 8,29) Jesús es el modelo perfecto para el hombre de fe, estamos llamados a parecernos a El, reproduciendo sus rasgos en nosotros. La tarea fundamental del cristiano consiste en seguir a Jesús, asumiendo sus valores, actitudes, comportamientos porque Jesús es la imagen perfecta de Dios Parecernos a Dios en su bondad y amor incondicional. No odio, no rencor. (Mt 5,44-45; Lc 6,35) Procediendo así, los cristianos no ponen de manifiesto que son hijos de Dios: ya lo son; procediendo así es como los cristianos lleguen a ser hijos de Dios. Para ser hijos de Dios no basta solo la adopción que Dios nos ha hecho con el bautismo, hace falta un comportamiento concreto, de amor a todos, igual que Dios ama a todos. Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Leer 1 Jn cap 2 y 3 completos. Dios Providente La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada “en estado de vía” hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección. Para Dios realizar su designio, se sirve también del concurso de sus criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios, porque

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Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas. Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de “someter” la tierra y dominarla. Dios da así a los hombres la inteligencia y la libertad para completar la obra de la creación y perfeccionar su armonía, para su bien y el de sus prójimos. Dios actúa en las obras de sus criaturas: Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque sin el Creador la criatura se diluye; menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia. Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios “cara a cara”, nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales Dios habrá conducido su creación hasta el reposo definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra. Dios Redentor Dios en infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza y sobre todo a la cuestión del mal moral. La revelación del amor divino en Cristo la manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia. El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar emprender lo que es el pecado, es preciso reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia. Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. ¿Por qué Dios no impidió que el primer hombre pecara?. La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio.

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Nada se opone a que la naturaleza humana haya sido destinada a un fin más alto después del pecado. Dios, en efecto, permite que los males se hagan para sacar de ellos un mayor bien. De ahí las palabras de San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). ¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor! (GS 13, 1).

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TEMA II. DIOS NOS HABLA. REVELACIÓN NATURAL REVELACIÓN SOBRENATURAL (Sagrada Escritura y Tradición de la Iglesia) Revelación: Dios se revela al hombre por la creación y la Tradición de la Iglesia. Revelación Natural: - Por el estudio, por mirar los signos de los tiempos, el hombre descubre que Dios existe, que es Creador, y descubre que hay una trascendencia. Revelación Sobrenatural: - Gracia de Dios, que es elevante, para entender lo que por nosotros mismos no somos capaces de entender. - Es por la Biblia y la Tradición de la Iglesia. - La Tradición de la Iglesia se fundamenta en la Biblia, es la que ha interpretado la Biblia, cómo la Iglesia ha comprendido y llevado al hombre la Palabra de Dios a través de los siglos.

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TEMA III. DIOS NOS HABLA POR LA BIBLIA. Antiguo Testamento: 46 libros. Nuevo Testamento: 27 libros Total 73 libros Ante todo, el mensaje de la Biblia es religioso, con ella ampliamos y enriquecemos nuestro conocimiento de Dios. La Biblia es el resultado de un trabajo en equipo de Dios con los hombres. Fue escrita por sabios, profetas, poetas, historiadores y apóstoles, todos hombres de fe que trasmitían su experiencia de Dios. Inspirados por el Espíritu Santo. Por la movilidad del pueblo de Israel, el Antiguo Testamento fue escrito en hebreo y parte en arameo y griego. El Nuevo Testamento fue escrito en griego. Fue escrita en 1300 años. 1200 años antes de Cristo y 100 años después de Cristo. El pueblo de Israel vive hechos y acontecimientos en los que descubre a Dios, los guarda en la memoria y los va contando en generaciones, luego hombres inspirados por Dios los escriben. Inspiración: Acción sobrenatural de Dios, discreta y profunda que respeta integramente la personalidad de los autores. Los libros de la Biblia no son solo humanos, sino también divinos. ¿Quiénes nos guían para leer la Biblia? La fe, el Espíritu Santo y la Iglesia con su tradición y magisterio (enseñanza).

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¿CÓMO LEER UNA CITA BÍBLICA? Números Grandes: Capítulos Números pequeños: Versículos. COMA (,) Separación entre capítulo y versículo. Ej. Jn 1,14 = Juan capítulo 1, versículo 14. PUNTO (.) Significa Y . Ej. Lc 1,14.41 = Lucas capítulo 1, versículos 14 y 41. GUIÓN (-) Significa AL Ej. Is 55,10-13 = Isaías capítulo 55, versículos 10 al 13. PUNTO Y COMA (;) Nueva cita de un mismo libro. Ej. Gn 15; 17; 25,19-28 = Génesis capítulo 15, capítulo 17, capítulo 25, versículos 19 al 28. “S” o “SS” Significa versículo siguiente o siguientes. Ej. St 1,21s = Santiago capítulo 1, versículos 21 y 22. Ej. Ml 3,2ss = Malaquías capítulo 3, desde el versículo 2 al final del capítulo. La Biblia NO es: - No ha sido escrita para ser un relato edificante. - No es una norma de moralidad, no quiere mostrar al hombre el modelo de conducta a través de ejemplos humanos. - No es un libro científico, ni enciclopedia de ciencias. Ni tan siquiera es la historia de la religión. La Biblia SI es: - Reflejo de la realidad humana, donde se manifiesta su grandeza sin ocultar la miseria humana. - Es la presentación de la conducta de Dios con el hombre.

Nombres de la Biblia: - Biblia significa EL LIBRO, es el libro por excelencia de la humanidad, no es uno más.

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- Santa Escritura, no fue bautizado con este nombre debido a las personas o ejemplos de santidad. Es santa, porque es capaz de santificar a quien la lee, la ama y la pone en práctica. - La Palabra, Espíritu y vida, viva y eficaz. - Sagradas letras - Libro sagrado - Libros santos ANTIGUO TESTAMENTO Pentateuco Libros sapienciales Libros proféticos

NUEVO TESTAMENTO Evangelios Cuerpo paulino Cuerpo de Juan Hechos de los apóstoles Hebreos y Cartas católicas

¿Por qué la Biblia de los protestantes tiene menos libros? La razón es la siguiente: Antes de Cristo, la comunidad judía estaba formada por dos grandes grupos: los judíos de Palestina y los judíos del mundo greco-romano y cada uno de estos grupos tenían una Biblia (en la cual solo se contenía el Antiguo Testamento). La Biblia de los judíos de Palestina o hebreos, tenía 7 libros menos que los que tenía la Biblia de los griegos. Los griegos tenían la Biblia que había sido traducida a su lengua por un grupo de 70 sabios, para facilitar su lectura. Esta Biblia tenía 46 libros. En el año 95 después de Cristo, un congreso de fariseos tomó la decisión de rechazar 7 libros de la Biblia griega por no reconocer los libros como inspirados por Dios, es decir, porque no habían sido escritos en la lengua del pueblo de Dios, sino en griego. En el año 382 después de Cristo, el Papa Dámaso, promulgó la lista de los libros inspirados por Dios, según el Magisterio de la Iglesia. En esta lista estaban incluidos los 7 libros de las Biblias de los judíos greco-romanos. Muchos años más tarde, en 1521, cuando Martín Lutero se separó de la Iglesia Católica y fundó el protestantismo, puso en tela de juicio de decisión tomada por la Iglesia en el año 382 y prefirió adoptar el decreto de los fariseos del año 95 d.C.

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Es por eso que la Biblia de los protestantes tiene 7 libros menos en el Antiguo Testamento (se llaman Deuterocanónicos o del segundo canon; son Tobías, Judith, Baruc, Eclesiastico, Sabiduría, I y II de Macabeos y además algunas partes del libro de Daniel y de Ester) El Nuevo Testamento es igual en todas las Biblias, tanto en las católicas como en las protestantes y fue escrito en su totalidad en griego.

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TEMA IV. EL NUEVO TESTAMENTO. PLENITUD DE LA PALABRA DE DIOS. Evangelio: Buena Noticia. evangelios: Letras que recogen el mensaje de Jesús.

1. Jesús de Nazareth: (6 a.C - 30 d.C) Nació bajo el reinado de Herodes el Grande. Vivió en Nazareth la mayor parte de su vida; hasta que a los 30 años recorre Palestina, proclamando con sus palabras y hechos de vida, la llegada del Reino de Dios, vivió con un grupo de discípulos. Nunca escribió nada. Fue condenado a muerte por las autoridades civiles y religiosas. 2. Los apóstoles: Después de la resurrección de Jesús, obedecieron su mandato de predicar la Buena Noticia. Cuando las personas aceptaban la predicación, estos les recordaban algunos hechos y dichos de Jesús, no les preocupaba el lugar o las circunstancias en que Jesús las había dicho, si servían para responder y dar luz a los problemas de las comunidades cristianas. Los apóstoles trasmitían este mensaje a través de enseñanzas, celebraciones y la vida. Para guardar estas enseñanzas los cristianos empezaron a recoger los relatos de la pasión, muerte y resurrección, después parábolas y milagros de Jesús, finalmente episodios de su infancia. Estos no son los evangelios, aunque sí los evangelistas los tuvieron en cuenta. 3. Los evangelistas: Escribieron por inspiración del Espíritu Santo unos 40 años después de la muerte de Jesús. No dicen todo lo que Jesús dijo o hizo. Adaptan este mensaje según las necesidades de las comunidades. Pero todos ellos conservan el estilo de la predicación de los apóstoles. Evangelios Sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas. Sinópticos: Significa Perspectiva común. Cuentan la vida y actividad de Jesús de manera similar, en frases y pasajes enteros coinciden hasta utilizar las mismas experiencias y palabras.

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El más antiguo es Marcos, que fue recogido y elaborado por Mateo y Lucas además ellos poseen material abundante que no aparece en Marcos. Es la fuente Q (de Quelle), esta fuente no se ha conservado independiente, no es fácil precisar su contenido. Parece ser que este documento formaba parte de un conjunto de escritos cristianos. Mc Fuentes (orales o escritas)

Mt

Evangelios

Mateo

Q

Lc

Marcos

Lucas

Evangelio de Mateo: − Escrito en Palestina, entre los años 80 y 85 d.C. − Presenta a Jesús con el título de Enmanuel que significa “Dios con nosotros”. − Jesús cumple las primeras profecías del Antiguo Testamento. − Enfatiza en la humanidad de Jesús. − Mateo escribe básicamente a la comunidad judía. − Agrupa las enseñanzas de Jesús en cinco grandes discursos al mismo tiempo que ofrece pistas en torno a la organización de la vida fraternal, etc, de la Iglesia, por lo que es llamado evangelio eclesial. Evangelio de Marcos: − Escrito en al año 70 d.C aproximadamente. − Escrito para responder a la pregunta ¿Quién es Jesús? − Relata la actividad de Jesús. − Es el evangelio de Jesús Dios y hombre. − Enfatiza en la humanidad de Jesús, muy cercano.

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− Escribe a la comunidad pagana, por lo que el autor se detiene a explicar las costumbres judías. − En este evangelio, Jesús enseña más con los hechos que con palabras. − El objeto de este evangelio es que el lector confiese junto al soldado romano: “verdaderamente este hombre era hijo de Dios” Evangelio de Lucas: − Escrito en el año 80 d.C aproximadamente. − Insiste en el rostro humano de Jesús. − Presenta a Jesús como salvador universal. − El programa de la acción liberadora de Cristo, está en su discurso en la sinagoga (Lc 4,16-22) − La cumbre de este evangelio está en las palabras de Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” − Lucas escribe para los cristianos provenientes del paganismo. − Este evangelio insiste mucho en el cariño de Dios por los hombres, especialmente por los pequeños, pobres y desamparados. − Le da el título de Señor a Jesús, no solo resucitado, sino en su vida mortal. Para sus comunidades, que vivían en ciudades donde se daba culto al emperador, esto tenía especial significación. Evangelio de Juan: − Escrito entre los años 90 y 100 d.C. − Presenta a Jesús como el verdadero y eterno Dios que se hizo hombre. Es el Mesías esperado. − Fue escrito para la comunidad cristiana que vive la tensión y el miedo. − Este evangelio es una reflexión teológica de la vida de Jesús. − Se hace presente la presencia de Jesús resucitado en los sacramentos, la referencia a la celebración del bautismo (nacer de nuevo, agua, luz, espíritu) y a la eucaristía (pan, vino, cuerpo, sangre) Hechos de los Apóstoles: Segunda parte del evangelio de san Lucas, escrito entre los años 60-62 ó 80-85 d.C; nos describe la propagación de la doctrina de Jesús. La fundación y vida de las primeras comunidades cristianas. El libro está dividido en tres partes: 1.- La vida de la Iglesia en Jerusalén (Cap 1 al 8,3) 2.- Expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén.

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3.- La difusión de la Iglesia en el mundo pagano, siendo su principal propagador san Pablo. Cartas de san Pablo: Son los primeros escritos del Nuevo Testamento, probablemente Pablo ha muerto antes de que el primer evangelista, Marcos, haya escrito su evangelio. Se tratan de cartas escritas al estilo de la época. Comienzan indicando las personas que escriben y a quienes dirigen su carta. A continuación realiza una acción de gracias a Dios por medio de Jesucristo, después para el cuerpo de la carta en la que se encuentra una parte doctrinal, donde Pablo desarrolla un aspecto esencial de la fe que los cristianos de la comunidad a la que se dirige suelen olvidar. De allí se deduce una segunda parte en la que concreta un conjunto de consecuencias para la vida personal y comunitaria. Termina con algunos saludos y noticias de carácter personal. Las cartas de Pablo se califican en: Protopaulinas, que son las que tienen como responsable directo a Pablo (1Tes; 1-2Cor; Gal; Rom; Flp; Flm). Deuteropaulinas, probablemente fueron escritas por discípulos de Pablo, después de la muerte del apóstol (Col, Ef, 1-2 Tim, Tit, y 2Tes) Cartas católicas: Son católicas, porque van dirigidas no a personas o comunidades especiales, sino a toda la Iglesia Universal. (Stgo; 1 y 2Pe; 1,2,3 Jn; Jud). Apocalipsis: Palabra griega que significa revelación. Fue escrito para animar a los cristianos que sufrían persecución. Presenta la lucha de Cristo y sus seguidores; y el triunfo definitivo del Reino de Dios. Se encuentra saturado de símbolos de todo tipo que hay que descifrar y comprender.

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TEMA V. NOSOTROS HABLAMOS CON DIOS. LA ORACIÓN. (Lograr que los catequizandos experimenten: el gozo y la necesidad de la oración)

La Oración es un fenómeno que aparece en todas las religiones; en ella se expresa de una forma clara la conciencia que tiene el hombre de limitación y finitud y de dependencia del Absoluto. Aunque la oración bien puede surgir desde el sentimiento de temor, ansiedad ante un peligro, o deseo de alcanzar determinado bien material, será reduccionista encuadrar en esta perspectiva toda la oración no cristiana. Por el contrario, parece honesto señalar que toda actitud orante conlleva un deseo de unión con el Absoluto, un deseo de comunión con la divinidad a la que el ser humano se siente remitido. Israel podría definirse como "un pueblo que sabía orar". Esta profunda experiencia se refleja en los salmos y en los diferentes cánticos e himnos que aparecen en la Biblia. El pueblo judío dirige su oración al Dios de la creación, pero insiste en el Dios que se hace presente en su historia y que actúa salvando. La relación entre Dios y su pueblo se expresa de maneras diferentes: ofrendas, sacrificios, invocaciones, gestos corporales, etc. Todo momento es apto para dirigirse al Dios y Señor de Israel, aunque hay lugares y tiempos sagrados por excelencia. Las fiestas judías siempre tienen el carácter de memorial, de actualización de una acción salvadora de Dios a favor de su pueblo. Jesús nació en el seno de este pueblo y bebió de su tradición orante. Al leer el Nuevo Testamento descubrimos como los cánticos y expresiones de las primeras comunidades cristianas evocan la oración y las expresiones del Antiguo Testamento. Los evangelios presentan a Jesús como el orante por excelencia, que enseña a sus discípulos a mantenerse en constante oración: orar con perseverancia y humildad, en lo oculto, con confianza al Padre.

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Culmen de esta enseñanza de Jesús y culminación también de la oración del Antiguo Testamento es el Padre Nuestro. Cuando los cristianos se reúnen en oración tienen conciencia de que no es su corazón o sus deseos, su propio interior el que se dirige a Dios, sino que es el mismo Espíritu de Jesús, quien realiza en medio de ellos el milagro de la oración. "Fuentes de la Oración" La fuente principal de la oración cristiana es la Biblia. En ella se contiene la Palabra de Dios, de la que los cristianos se alimentan por una lectura asidua y continuada. La Palabra de Dios habla al corazón de cada cristiano y de cada comunidad, interpelando y provocando una actitud de respuesta. Los Salmos Compuestos por fieles israelitas e inspirados por Dios, son la expresión de una oración, a veces personal y a veces comunitaria, que brota de la experiencia de Dios del pueblo de Israel; los salmos expresan los sentimientos del hombre que se dirige a Dios con angustia, arrepentimiento, confianza, gozo... en circunstancias fundamentales de su vida, expresando sus actitudes básicas ante Dios: adoración, súplica, acción de gracias. Se llama salmo a un canto religioso acompañado de instrumentos musicales. El pueblo de Israel era conocido por su amor al canto. No nos sorprende que expresara su fe y su piedad cantando. Los profetas y los cantores del Templo reunieron, en el transcurso del tiempo este amplio tesoro de cantos sagrados. Primero formaron colecciones parciales y luego con varias de ellas quedó compuesto el libro de los Salmos, estaba destinado al culto del Templo y de las sinagogas o casas de oración de los judíos, como complemento a la lectura de la Ley y los Profetas. El libro de los Salmos contiene diversos tipos de cantos: cantos de alabanza y aclamación; cantos de súplicas y acción de gracias y cantos diversos: cantos reales, de meditación, de exhortación... La Oración de un pueblo.

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El libro de los Salmos refleja con sencillez y sinceridad la experiencia profunda de Dios que ha vivido Israel a lo largo de su historia; por eso puede ser considerado como el libro por excelencia para la oración del pueblo de Dios. ¿Por qué los salmos continúan siendo, todavía hoy, la oración por excelencia de la Iglesia?. ¿Por qué los salmos sirven para la oración de hombres tan distintos y de tan diferentes culturas? Los salmos son como el espejo donde el hombre se descubre a sí mismo en sus situaciones más profundas: alegría, angustia, esperanza, enfermedad, gozo, fidelidad. Estos sentimientos y vivencias humanas, expresados con tal belleza poética, son válidos para los hombres de todos los tiempos, porque encierran las experiencias humanas básicas y comunes de todos los hombres.

Padre Nuestro (Lc 11 ; Mt 6,5) es la cima de la oración bíblica. Padre nuestro... Padre "nuestro", se refiere a Dios, este adjetivo (nuestro) no expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva hacia Dios. Cuando decimos Padre Nuestro, reconocemos de que hemos llegado a ser su "pueblo" y desde ahora en adelante " El es" "nuestro Dios". Al decir "Padre Nuestro" es al Padre de Cristo a quien nos dirigimos personalmente. No confundimos de ninguna manera las tres personas de la Santísima Trinidad, ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su Hijo, en su único Espíritu Santo. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo. Que estás en el cielo ... Esta expresión bíblica no significa un lugar (el espacio), sino, una manera de ser, no el alejamiento de Dios, sino su majestad. Dios Padre no está fuera, sino, más allá de todo lo que acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. El cielo, la casa del Padre, constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.

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Después de habernos puesto en presencia de Dios, para adorarle, amarle y bendecirle en nuestro corazón surgen siete bendiciones, siete peticiones. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, y somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrazados por la caridad. El segundo grupo de peticiones son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias. Santificado sea tu Nombre... Esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en el benévolo designio que El se propuso de antemano, para que nosotros seamos “santos e inmaculados en su presencia, en el amor”. En el agua del bautismo, hemos sido “lavados, santificados, justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el espíritu de nuestro Dios”. A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre nos llama a la santidad. Venga a nosotros tu Reino... El Reino de Dios, está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el evangelio, llega en la muerte y resurrección de Cristo. Desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor, a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo. El Reino de Dios es justicia y paz, gozo en el Espíritu Santo. Hágase tu voluntad en al tierra como en el Cielo... La voluntad de nuestro Padre es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es “que nos amemos los unos a los otros como El nos ha amado”. En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente.

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Por la oración podemos discernir cual es la voluntad de Dios y obtener constancia para cumplirla. Jesús nos enseña que se entre en el Reino de los Cielos, no mediante palabras, sino “haciendo la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” Danos hoy nuestro pan de cada día... “Danos”, es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica a nuestro Padre, reconociendo hasta que punto es bueno más allá de toda bondad. “Nuestro pan”, el Padre que nos dio la vida, no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. Se trata de nuestro pan, uno para muchos. La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes, tanto materiales como espirituales, no por la fuerza, sino por el amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros. Una vez hecho nuestro trabajo, el alimento viene a ser un don del Padre y es bueno pedírselo y darle gracias por el. Esta petición y la responsabilidad que implica, sirven para otra clase de hambre que padecen los hombres; de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todas sus fuerzas para anunciar el Evangelio a los pobres, hay hambre sobre la tierra, no hambre de pan y sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios. También se refiere al Pan de la Vida; el Cuerpo de Cristo, recibido en la Eucaristía. “De cada día”, es la confianza sin reserva, significa lo necesario para la vida y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia. Perdona nuestras ofensas...

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Con confianza le hemos orado a nuestro Padre, suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separrnos de Dios, ahora en esta nueva petición nos volvemos a El y nos reconocemos pecadores. Este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón, mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible, no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano a quien vemos. ... “Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”... “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonais cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. El perdón es cumbre de la oración cristiana, el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio, de que en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí. No nos dejes caer en la tentación... Esta petición llega a raíz de la anterior, porque nuestros pecados son el fruto del consentimiento a la tentación. Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie, al contrario, quiere librarnos de el. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate “entre la carne y el Espíritu”. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza. El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior. Este combate y esta victoria solo son posibles con la oración. Y líbranos del mal...

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En esta petición, el mal no es una abstracción, sino, que designa una persona, Satanás. La victoria sobre Satanás, se adquirió de una vez por todas en la hora que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Al pedir ser librados del maligno, oramos igualmente para ser librados de todos los males; aquí la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman la humanidad; implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo.

AVE MARIA “Dios te salve, María”... La salutación del ángel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo por mediación del ángel, quien saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella. “Llena eres de gracia, el Señor es contigo”. Las dos palabras del saludo del ángel, se aclaran mutuamente. María es la llena de gracias porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. María, en quien va a habitar el Señor es en persona, el lugar donde reside la Gloria del Señor, ella es “la morada de Dios entre los hombres”. “Llena de gracia”, se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo. “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel “llena del Espíritu Santo”. Isabel es la primera en la larga serie de generaciones que llaman bienaventurada a María.

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María es “bendita entre todas las mujeres” porque cumplimiento de la Palabra del Señor.

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ha creído en el

Por su fe, María vino a ser la Madre de los creyentes, gracias a la cual, todas las naciones de la tierra reciben a Aquel que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.

“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros”... Porque nos da a Jesús, su hijo, María es Madre de Dios y Madre nuestra y podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora por nosotros como ella oró por sí misma: “Hágase en mí según tu palabra”. Confiándonos a su oración nos abandonamos con ella en la voluntad de Dios: “Hágase tu voluntad”. “Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte” Pidiendo a María, que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la Madre de la Misericordia, a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos “ahora”, en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha para entregarle desde ahora, “la hora de nuestra muerte”. Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en cruz de su hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra para conducirnos a su hijo Jesús. MODALIDADES DE LA ORACION La oración cristiana se puede realizar en privado y públicamente. En ambas modalidades se salvaguarda el ámbito comunitario, ya que nunca un cristiano ora solo, sino en el seno de la comunidad cristiana. La oración privada e individual, es una oración hecha a Dios por Jesucristo, impulsado por el Espíritu, como miembro vivo de la Iglesia. Actitudes de la Oración Escucha de la Palabra de Dios: Dios establece un diálogo con el hombre. Él lo inicia, revelando su ser y dando sentido a la historia, por eso es preciso acoger la Palabra que Dios ofrece y responder en consecuencia. No tiene sentido dirigir a Dios nuestra oración sin haber escuchado antes su Palabra. Por eso, en todo

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momento de oración la Iglesia se reserva un espacio para la escucha y la meditación de la Palabra. No hay auténtica oración cristiana si no se toma como referencia la Palabra de Dios. Agradecimiento y adoración: Por todo aquello que Dios es y realiza. Esto se descubre a la luz de su Palabra, provocando un sentimiento de alegría y libertad que se plasma en la adoración extasiada y agradecida. Súplica: Debido a su carácter de criatura, el ser humano se dirige a Dios suplicando, pidiendo, invocando. Jesús propone a sus discípulos que pidan con confianza al Padre del cielo. Esta oración se hace desde el abandono confiado a su voluntad y el compromiso de cumplirla. Arrepentimiento y ofrecimiento: Actitudes que suponen la condición pecadora del orante y su deseo de transformación. El cristiano es consciente de que su vida no expresa la plenitud de la llamada y de la gracia divina. Intercesión: La oración por los otros, es otra actitud presente en la oración cristiana. La súplica por los otros hace de la comunidad en oración sacramento de la humanidad y la compromete en relación con las personas y situaciones por los que intercede. Resumen – Oración = Sabiduría (S. Tomás de Aquino, S. Buenaventura) – Apocalipsis 3,16 – La oración de Jesús en Getsemaní (orar para no caer en tentación) (para enfocar la realidad) – La oración nos hace adecuarnos al plan y a la voluntad de dios. – La grandeza de la oración radica en que siempre Dios escucha, sintonizar con la esperanza del más allá. – Poder de la Oración: Con la oración, transportamos nuestros problemas, nuestra vida a Dios y El la encausa par nuestra salvación. – Modalidades de la oración: alabanza, acción de gracias, peticiones e intercesión. – Oración vocal (hablada) o pensada. – Meditación (Palabra de Dios) – Contemplación: Modalidad de la oración más usada por los santos, es ponernos en la presencia de Dios (no solamente frente al Santísimo) y gustar de su amor.. se puede hacer en cualquier lugar.

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– Jaculatoria.

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TEMA XXXVI. DOMINUS IESUS Breve resumen de algunos de sus puntos.

I.- Plenitud y definitividad de la revelación de Jesucristo. 1. En el mundo existen muchas religiones. 2. El Cristianismo no es igual a las otras religiones, porque el Cristianismo posee la plenitud de la verdad revelada por Dios, y las otras religiones no poseen esta plenitud de la verdad revelada por Dios. Por lo tanto, es un error igualar la Fe Cristiana al resto de las religiones. También es un error decir que todas las religiones son buenas o que todas las religiones son iguales. 3. Las otras religiones contienen algunos elementos de sabiduría y religiosidad que participan de la verdad revelada por Dios al Cristianismo; pero no la totalidad de los elementos revelados por Dios, que sí los posee la Fe Cristiana. Por lo tanto, hay una diferencia esencial entre el Cristianismo y las otras religiones, como por ejemplo son el hinduismo, el budismo, las religiones africanas o el islamismo. 4. En las religiones no cristianas, a la relación del creyente con Dios, se le llama creencia; sólo debe designarse con el nombre de fe a la relación del creyente con la Santísima Trinidad y la verdad que Ésta revela al hombre. 5. No se puede igualar la Biblia a los libros sagrados de otras religiones no cristianas. Estos libros contienen algunos elementos gracias a los cuales multitud de personas a través de los siglos han podido y todavía hoy pueden alimentar su relación religiosa con Dios. Por más que estos libros discrepen en mucho de lo que la Iglesia profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todo hombre. La Biblia contiene todos los elementos y no posee destellos de la Verdad, sino la Verdad revelada. El Corán y otros libros sagrados contienen lagunas, insuficiencias y errores. 6. La alianza nueva y definitiva nunca cesará, por lo tanto, no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (Cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13). II.- El Logos encarnado y el Espíritu Santo en la obra de la

salvación.

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1. Jesús de Nazareth revela lo divino de manera exclusiva; por lo tanto, no existen presencias reveladoras y salvíficas complementarias a su persona. 2. Todo lo que el Espíritu Santo obra en el corazón de los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones, tiene un papel de preparación evangélica, y no puede menos de referirse a Cristo, que es el salvador de todos y el recapitulador de todas las cosas. 3. La acción del Espíritu Santo no está fuera o al lado de la acción de Cristo. Se trata de una sola economía salvífica de Dios uno y trino. Los hombres, pues, no pueden entraren comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo.

III.- Unicidad y unidad de la Iglesia. 1. Se debe creer firmemente como verdad de fe católica que Jesucristo fundó una sola iglesia, y no varias. 2. Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica entre la iglesia fundada por Cristo y la Iglesia Católica, enraizada en la sucesión apostólica. 3. No obstante la división de los cristianos (iglesias ortodoxas y protestantes), la Iglesia de Jesucristo sigue existiendo plenamente en la Iglesia católica. 4. Las iglesias protestantes se dividen en dos grupos: Otras iglesias cristianas. Comunidades eclesiales. 5. Tanto en las iglesias y comunidades eclesiásticas que todavía no están en perfecta comunión con la Iglesia católica (porque están separadas de ellas), pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad. 6. La eficacia de salvación de las iglesias protestantes deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue confiada a la Iglesia Católica. 7. las iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica, pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión apostólica y la Eucaristía validamente consagrada, son verdaderas iglesias particulares, por eso también en esas iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, aunque falte la plena comunión con la Iglesia Católica al rehusar la doctrina católica sobre el Primado. 8. Las comunidades eclesiales que no han conservado el episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son iglesia en sentido propio, sin embargo, los bautizados en estas iglesias están en comunión imperfecta con al Iglesia Católica.

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IV. La Iglesia y las religiones en relación con la salvación. 1. Es falsa la siguiente afirmación: “Una religión es tan buena como la otra”. 2. Se debe creer firmemente que la Iglesia es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente en la Iglesia, que es su cuerpo. La iglesia tiene la plenitud de los medios salvíficos. 3. Los no cristianos se hallan en una situación gravemente deficitaria, si se compara con la de aquellos que en la Iglesia tienen la plenitud de los medios de salvación (Sagrada Escritura, Tradición, Magisterio, Sacramentos, primado, la Virgen, la intercesión de los santos) 4. Las diferentes religiones contienen y ofrecen elementos de religiosidad, que proceden de Dios, y que forman parte de todo lo que el Espíritu obra en el corazón de los hombres, en la historia, las culturas y als religiones, porque más allá de la Iglesia visible hay elementos de verdad, religiosidad y santificación. 5. Algunos ritos y oraciones de otras religiones pueden asumir un papel de preparación pedagógica evangélica, sin embargo no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de los sacramentos cristianos. Por otro lado estos ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores, constituyen más bien un obstáculo para la salvación.

TEMA VI. DIOS NOS SALVA. PREDICACIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS. ISRAEL EN TIEMPOS DE JESÚS. “La situación política” Palestina formaba parte del Imperio Romano, aun cuando mantenía respecto a este una cierta autonomía.

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Al nacer Jesús, el rey de Palestina era Herodes el Grande. Cuando Herodes murió, el reino se dividió entre sus tres hijos. Mientas que Herodes II Antipas, heredaba Galilea y el sur de Transjordania, Filipo asumía el mando en la Transjordania a la altura del lago de Galilea; Arquelao sería el etnarca de Judea y Samaría, pero por poco tiempo, ya que debido a su crueldad el emperador romano lo desterró. A partir de entonces Judea y Samaría, estarían bajo la supervisión de un gobernador romano que solía vivir en Cesárea marítima y que ocasionalmente y en las fiestas de Pascua, bajaba a Jerusalén. Este gobernador o procurador dependía del legado imperial de Siria, representante del Emperador que disponía del mando militar en la zona. El procurador se preocupaba tanto de mantener el orden en el territorio a él confiado con un reducido número de tropas auxiliares, como de cobrar los impuestos y administrar justicia en los casos que los tribunales locales no eran competentes, como era el caso de la pena de muerte. El sistema tributario era opresivo. Existía un tributo por los productos del campo y otro sobre las personas que debían pagar todos los habitantes del Imperio. Estos impuestos iban a parar al tesoro público de Roma. También los reyezuelos locales exigían un tributo por el transporte de mercancías de una provincia a otra. La labor recaudatoria la realizaban los publicanos, quienes arrendaban el cobro de impuestos de una zona por una tarifa anual fija. La diferencia entre lo recaudado realmente y lo que se enviaba a las arcas públicas de Roma pasaba a formar parte de su patrimonio personal. Su rapacidad, unida a su colaboración con el Imperio, les granjeaba el odio de la población. En Judea, el gobierno auténtico de la región estaba ejercido por el Sanedrín, presidido por el Sumo Sacerdote, que era nombrado, no sin ciertas limitaciones, por el gobernador romano. Entre los años 26-36 d.C el puesto de procurador lo ocupó Poncio Pilatos, que era un individuo intransigente, duro, cruel y avaricioso. (Lc 13,1-4)

“Situación Socioeconómica”

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En Palestina en el siglo I, la riqueza provenía de la agricultura, la industria y el comercio. Agricultura: El trigo era fundamental en el cultivo agrícola judío, así como la cebada con la que se hace el pienso para los animales y el pan de los más pobres. Además, se cultivaban los olivos, la vid, los higos, para el consumo interno y para el consumo exterior. En los campos también se podían encontrar rebaños de ovejas, vacas, que servían de alimentos a los más pudientes, además de ser utilizados en los sacrificios rituales del Templo. En Samaría (centro) y Judea (sur) las explotaciones de la tierra eran pequeñas, de tipo familiar, para ir sobreviviendo. En Galilea, la tierra estaba repartida entre unos pocos latifundistas emparentados con el rey o con comerciantes ricos que compraron la tierra. Industria: La única gran industria existente en Palestina era la de la construcción bajo los auspicios del Estado. El Templo empleaba unos 18 000 albañiles que lo estuvieron construyendo desde el año 20 a.C. hasta el año 64 d.C. Según avanzaban las obras, los que quedaban desocupados, se empleaban en la pavimentación de las calles de Jerusalén y en la construcción de sus murallas. Comercio: Conviene distinguir entre el pequeño comercio que se da en los pueblos y en las concentraciones urbanas, principalmente Jerusalén, y el gran comercio que se realiza en Jerusalén exclusivamente donde conectan las grandes vías comerciales. Debido al impuesto que todo judío debía pagar al Templo, este se constituyó en el centro de la vida económica de Israel. Allí era donde se articulaba la gran industria de la construcción, los principales pactos comerciales y a donde revertían las ganancias de los latifundios, por lo que la nobleza sacerdotal y laica vivía en medio del derroche. El Templo se convirtió en una institución financiera que dinamizaba toda la vida del país, por lo que Jesús diría que la casa de su Padre, se había

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convertido en casa de mercado (Jn 2,16) y en una cueva de bandidos (Mc 11,17). Esta situación económica marca una situación social en la que encontramos tres estratos: 1. Los que tenían en sus manos la riqueza del país. 2. Los que vivían de su trabajo artesanal. 3. La mayoría del pueblo que vivían de lo que podían obtener de una pequeña porción de tierra o de vender su trabajo como jornaleros. Por debajo de estos estratos se encuentran los esclavos paganos y extranjeros y todos los marginados, debido a sus defectos físicos o enfermedades: cojos, ciegos, lisiados, leprosos. Estos, junto a los marginados sociales, son mendigos y vagabundos buscando quien les de una limosna o robar para poder comer. “Situación Religiosa-Cultural” El judaismo es una religión y una cultura. En sus libros se encuentra no solo la revelación de Dios al pueblo, sino también una cosmovisión, es decir, una forma de ver al hombre, la sociedad, el universo, la historia y a Dios. El Templo era esplendoroso, se demoró en construir 84 años, desde el año 20 a.C. hasta el año 64 d.C. En el se celebraba un culto diario, consistente en dos sacrificios de animales, uno por la mañana y otro por la tarde. El Templo se sostenía con las aportaciones de los judíos de todo el mundo, que pagaban anualmente un impuesto equivalente a dos días de jornal. Los sacerdotes eran un círculo cerrado que poseía el derecho de ofrecer los sacrificios. Según la Ley, solo los descendientes de Aaron podían oficiar en el culto sacrificial del Templo. El sacerdocio formaba una clase sacra, con un elevado número de sacerdotes (entre sacerdotes y levitas eran 18 000) por lo que se estableció un sistema de rotación para oficiar en el Templo. El Sumo Sacerdote, era elegido entre los miembros de unas familias muy concretas, era el jefe político de la nación, pero también su jefe religioso. (Esta elección era bajo la supervisión del procurador romano). Alrededor suyo se

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agrupaba la aristocracia sacerdotal, perteneciente a las familias más poderosas y encargadas de la administración del Templo. Además del Templo y los sacerdotes, en la religiosidad judía de aquellos momentos, también tienen gran influencia los escribas o letrados que son los educadores del pueblo. Ellos interpretan la Ley a partir de las tradiciones y proponen una forma de vida en la que todo estaba reglado. Los letrados educan al pueblo en las sinagogas o lugares de reunión. Tienen una gran influencia, por lo que se les trata con respeto, llamándoles rabí (maestro). La gente sencilla, por su parte, son personas incultas que, al no tener formación, a los ojos de los letrados aparecen como quienes ni siquiera saben qué hay que hacer para salvarse. De ahí que se les desprecie y difame; sin embargo, en las casas, los padres enseñan a sus hijos la Ley y la historia sagrada, por lo que el pueblo tiene una cierta cultura religiosa, lo que les hace sentirse parte del pueblo elegido por Dios.

GRUPOS RELIGIOSOS EN TIEMPOS DE JESÚS

En Palestina existían diferentes formas de interpretar la vida y las relaciones entre las personas. Todas ellas encuentran su origen en las Escrituras; pero cada una de ellas, interpreta la Ley desde la situación en que viven y la defensa de sus intereses. Saduceos: Se consideraban descendientes de Sadoc, Sumo Sacerdote en tiempos del rey Salomón. A este grupo pertenecen las grandes familias sacerdotales y nobles de Jerusalén. Sólo admitían como Escritura Sagrada, los libros que forman parte del Pentateuco (5 primeros libros de la Biblia). En su forma de vida acomodada, habían entrado costumbres helenísticas. De alguna manera habían hecho un pacto con el Imperio Romano, de forma que ellos mantenían el orden en el país, mientras Roma dejaba las cosas tal como estaban. Pensaban que sus riquezas eran un premio de Dios, que les permitía disfrutar en vida por sus buenas obras. No admitían la resurrección.

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Ejercían el control sobre la vida económica, social y política del país. También los saduceos atacan a Jesús. (Mt 22,23). Fariseos: Quiere decir separados. Un grupo formado por 6 000 personas evocando un tipo de mentalidad y espiritualidad puritana y rigorista que mantenía aislados del resto del pueblo a los que formaban parte de dicho grupo. Presumían de mayor perfección que los demás, por lo cual despreciaban a los que no conocían o no practicaban la Ley, a la gente del campo, a los recaudadores de impuestos, pecadores, etc. Insistían sobre todo en la observancia del sábado y en la pureza ritual. Creían en la inmortalidad del alma y en la resurrección de los cuerpos. Su apego escrupuloso a la Ley y a la tradición de los mayores los condujo a la autosuficiencia y a la soberbia, que les impidió reconocer en Jesús el enviado de Dios. Junto a este grupo, aparecen los maestros o doctores de la Ley, que eran expertos en la interpretación de la Sagrada Escritura. A veces llegaban a colocar estas interpretaciones por encima de la Palabra de Dios. Los fariseos esperaban que el Mesías llegara cuando se diera una situación de pureza en el pueblo y pensaban que los impuros, retrasaban ese advenimiento. Esenios: El Nuevo Testamento no los menciona para nada. Su grupo oscilaba entre los 4 000 componentes que se agrupaban en comunidades separadas del resto de la población, incluso en las ciudades. La comunidad estaba formada por gente del pueblo sencillo, tanto artesanos como pequeños labradores o jornaleros. También la integraban algunos letrados y sacerdotes que dirigían la comunidad. Trataban de vivir la nueva ciudad, el nuevo templo, el nuevo sacrificio, aguardando la manifestación del Mesías y preparando este futuro a través de una vida separada y santa. Prefirieron retirarse a vivir en cuevas, una vida monacal de muchísima observancia. Esperaban una ya próxima venida del Mesías como maestro de justicia que purificara el Templo. Zelotes: Grupo de nacionalismo radical y violento. Querían una nación libre e independiente y se oponían a los romanos y a las autoridades que se habían

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entregado al Imperio. Querían un Mesías guerrero que dirigiera la lucha de liberación nacional. Se alzaron en armas por la Ley y la causa de Dios. Vivían en las montañas y asaltaban los caminos, aprovechando momentos de alboroto para utilizar un pequeño puñal (sicar) y matar a los colaboradores con el poder romano. Debido a esto también eran llamados sicarios. Herodianos: Cuando Herodes el Grande subió al poder en el año 37 a.C., grupos religiosos judíos lo consideraron como rey ilegítimo, aduciendo su procedencia idumea, por tanto, no de pura raza judía. También su conducta pagana ofendía el sentimiento religioso de la mayoría de la población; veremos que su situación era realmente difícil, a no ser por el apoyo imperial y la benevolencia para con él de círculos de la nobleza y la aristocracia. Este grupo estaba políticamente alrededor del rey Herodes, sometidos al poder romano para defender sus propios intereses. Estaban acomodados y no tenían esperanzas mesiánicas. Por miedo a perder el poder se alían a los enemigos y en contra de Jesús (Mc 3,6 y Mt 22,16). Samaritanos: Son los habitantes de la provincia que está entre Galilea y Judea. Desde la conquista del Reino del Norte, en el 721 a.C., su población dejó de ser puramente israelita, mezclándose con grupos asirios, cananeos, etc. Esto hizo que sus creencias se mezclaran también con las de los pueblos con quienes convivían, perdiendo su pureza primitiva y siendo despreciados por el resto de los judíos que les consideraban paganos. Los samaritanos no daban culto a Dios en el Templo de Jerusalén, sino en el monte Garizín. En tiempos de Jesús era tal la discordia, que no era aconsejable para un judío viajar por Samaría. (Lc 10,30-37; 17,16; Jn 4) Movimientos Bautistas: En todo momento de crisis, aparecen diversos movimientos que ante la dificultad de la vida presente, proponen un mundo nuevo, una liberación. Dentro de este ámbito podríamos colocar los movimientos bautistas que surgen en Palestina en el siglo I.

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Influidos por los esenios, se retiran al desierto y se sumergen en agua para limpiarse de todos los pecados, aunque a diferencia de estos, no repiten las abluciones de purificación. Se caracterizan por proponer a todos y no solo a algunos, la salvación, dirigiéndose a pecadores y paganos por igual. Dentro de este marco podemos situar a Juan Bautista y los bautizos realizados en el grupo de los que siguen a Jesús. (Jn 3,22; 4,1-2)

Escribas: Son los maestros o doctores de la Ley. Entre ellos algunos eran sacerdotes, fariseos o simples laicos; o sea, personas del pueblo. Traducían y enseñaban las Escrituras. Hacían funcionar las sinagogas con sus escuelas bíblicas. Algunos de ellos estaban ligados a las clases dominantes. Probablemente esperaban como Mesías a un gran maestro de la Ley. Al ver a Jesús, lo critican y juzgan mal. (Mc 2,6-12) Sacerdotes: Eran unos 7 200 organizados en 24 turnos de servicios semanales en el Templo. Muchos de ellos vivían en el interior de Palestina, en pequeñas aldeas y formaban parte de los sacerdotes pobres. Quizás esperaban un Mesías sacerdote que sentara su poder en el Templo. Ejemplo: Zacarías, padre de Juan Bautista. Publicanos: Personas que ayudaban a cobrar los impuestos. Por eso eran mal vistos y juzgados como pecadores. Aunque en su mayoría eran como empleados públicos, sin tener una posición alta dentro de la pirámide social.

El pueblo de la tierra: Lo formaban aquellos que no podían cumplir los preceptos que los maestros fariseos proponían. Su pobreza, el trabajo que desarrollaban (pastores, publicanos, etc) o la enfermedad que padecían (lepra, flujo de sangre) les convertían en impuros a los ojos de los hombres religiosos de su época. Se sentían como abandonados por parte de Dios. “PREDICACIÓN DE JESÚS”

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“El Reino de Dios” Jesús de Nazareth dedicó todas sus fuerzas a predicar la llegada de una realidad que llamaba “Reino de Dios”. Durante su vida pública, toda su actividad estuvo destinada a proclamar la llegada del Reino de Dios y la necesidad de un cambio personal profundo para estar dispuesto a acogerlo. (Mc 1,14-15) “El Reino de Dios en el Antiguo Testamento” Este término no lo inventó Jesús, sino que lo recogió de las expectativas que el pueblo judío mantenía durante siglos. Los textos mesiánicos del Antiguo Testamento indican que Dios va a elegir a un consagrado (Mesías) para ser el rey ideal encargado de introducir esa nueva realidad salvadora, donde se vivirá en la justicia que brota de la ayuda y protección de los desvalidos, humildes y pobres. Toda esta tradición originó que, en tiempos de Jesús, dada la situación de opresión religiosa y política en que vivía el pueblo, se acentuaran las expectativas (Ej: Juan el Bautista, Judas el Zelotes) “Jesús hace presente el Reino de Dios” A lo largo de toda su vida, Jesús fue haciendo presente la llegada del Reino de Dios a los hombres; sus palabras proponen la conversión a los valores que sus propias actitudes y obras manifiestan. Este mensaje encierra una concepción de la existencia que no es posible realizar a través de la ciencia, técnica o cualquier otro esfuerzo humano, sino que remite a Dios como sentido último de la vida: es su Padre quien va a reinar, salvando a todos los hombres de todo lo que supone el mal, la miseria, el pecado. Al referirse a ella, Jesús se sirve de parábolas que representan el Reino de Dios como: − una realidad ya presente, pero oculta, pequeña, insignificante y de poca apariencia (Mt 13; Mc 4). − una realidad de amor, donde se hace presente un Dios Padre que perdona y reconcilia (Lc 15)

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− una realidad donde se invierten las posiciones y muchos primeros pasan a ser los últimos y muchos pequeños pasan a ser grandes. Jesús anunció la voluntad de Dios con poder que se manifiesta de forma especial en los milagros. Los milagros no tratan tanto de lograr la adhesión al mensaje de quienes son sus testigos; cuanto de ser signo de la presencia amorosa del Padre entre los hombres. Son señales que remiten a una victoria que trasciende la curación concreta, la multiplicación de los panes o la vuelta a esta vida de Lázaro, una victoria que se produce más allá de toda realidad que hoy pueda oprimir al hombre. Todos estos signos dan cumplimiento a los anuncios realizados por los profetas, por lo que no cabe esperar otro Mesías (Mt 11,5). El Reino de Dios según el proyecto de Jesús, es el anuncio gozoso de una salvación nueva y definitiva que consiste en el gobierno de Dios o en su amor fiel al hombre. Acoger el Reino de Dios requiere una conversión o aceptación de las condiciones del gobierno de Dios, que implica una transformación en el modo de valorar las personas, situaciones y conductas. El Reino de Dios se desarrolla en dos fases: una ya presente en el anuncio del Reino y en los signos que lo acompañan y otra meta en la que el reino será consumado al final de los tiempos. SENTIDO DE LAS PARÁBOLAS Para explicar el significado del Reino de Dios, Jesús utilizó con frecuencia narraciones o historias breves en forma de parábolas. Una parábola es una narración simbólica de la que se desprende una enseñanza moral. Una parábola es una comparación concreta, destinada a hacer comprender una enseñanza oculta, de tal manera que la enseñanza se deduce de la comparación. Por eso, cuando se trata de interpretar una parábola, lo que interesa es conocer los términos de la comparación, porque ahí está el secreto de la parábola.

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La parábola contiene algo sorprendente, algo que resulta llamativo y hasta escandaloso, por trastocar el sentido de las cosas y ser un ataque a nuestros convencionalismos y a nuestra mentalidad habitual. Se trata de la soberanía divina que impone eficazmente su voluntad por encima de los egoísmos humanos. (Lc 11,20; 17,20-21; Mt 25,14-30) Por otra parte, esa soberanía de Dios se manifiesta de manera desconcertante en favor de los pobres, los lisiados, los ciegos, cojos (Lc 14,15ss), los extraviados, los herejes samaritanos (Lc 10,30-37), la viuda indefensa (Lc 18,1-8), los publicanos (Lc 18,10-14) y los pobres criados o siervos inútiles (Lc 17,11-19). Todo lo que aquella sociedad despreciaba y marginaba es puesto por Jesús en primer plano. Jesús sale en defensa de la mala hierba, mientras que ataca duramente al rico que nada en la abundancia (Lc 16,19-31), al terrateniente que puede vivir tranquilo con sus bienes (Lc 12,13-21), al fariseo observante (Lc 18,9-14), al hijo que cree merecerlo todo (Lc 15,11-32). La parábola privilegia lo que el mundo y la sociedad desprecian y atacan severamente lo que el mundo y la sociedad aplauden (Lc 1,51-53) SENTIDO DE LOS MILAGROS Durante algún tiempo, los milagros que aparecen descritos en los evangelios se han utilizado para demostrar la divinidad de Jesús. Sin embargo, una lectura atenta del evangelio nos lleva a pensar que no fue esa la intención de los evangelistas. Cuando los fariseos se dirigen a Jesús buscando una señal, un signo milagroso, Jesús responde: “!Como!. !Esta clase de gente busca una señal!. Os aseguro que a esta clase de gente no se le dará una señal” (Mc 8,12). De esta respuesta de Jesús, así como de otras palabras suyas, se puede deducir que él no pretendía convencer a los que no creen en su anuncio a través de milagros. Si nos fijamos en el Antiguo Testamento, veremos que todo lo que libera al hombre de un peligro es entendido como un prodigio, un signo, una acción maravillosa de Dios en favor de su pueblo.

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Si seguimos esta vía, podemos comprender los milagros de Jesús como signos de la presencia del Reino de Dios en Jesús, a través del que Dios actúa con poder y bondad. Curación de enfermos: la suegra de Pedro, los leprosos, la hemorroisa, varios ciegos, el criado del centurión, etc. Curaciones de posesos y endemoniados: a los que Jesús libera de la fuente de su desequilibrio o profundo dolor interior. Acciones de dominio sobre la naturaleza: como la pesca milagrosa, la tempestad calmada, el andar sobre las aguas, etc. Devolución a la vida de muertos: Lázaro, el hijo de la viuda de Naim, la hija de Jairo. Un milagro significa, expresa, hace presente, el Reino de Dios, siempre que quien se sitúa ante él esté en sintonía con Jesús, tenga fe inicial en él. Todas las acciones de Jesús, incluidos los milagros, deben situarse en lo que fue su proyecto y su máxima preocupación: la llegada del Reino de Dios. Los milagros de Jesús van a derribar las barreras que marginan a las personas por causa de su enfermedad, inutilidad o falta de eficacia. Son indicios del Reino de Dios, y como tales, proclamación de una nueva situación de la que nadie está excluido. “Una sociedad digna del hombre” ¿Qué es lo que nos viene a decir todo lo que hemos explicado acerca del Reino de Dios? Es lo que se podría llamar el ideal de una nueva sociedad, digna del hombre, en la que finalmente se implante la fraternidad, la igualdad y la solidaridad entre todos; una sociedad en la que si alguien es privilegiado y favorecido, sea el débil y el marginado, el que por sí solo no puede defenderse.

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El Reino de Dios como Jesús lo presenta, significa la transmutación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Los sistemas injustos, como sabemos se basan en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder. Frente a esta situación Jesús proclama que Dios es Padre de todos y que en El todos somos hermanos (Mt 23,8-11). Esta realidad nos obliga a ser solidarios los unos con los otros y a luchar porque las diferencias se reduzcan. Si hay que privilegiar a alguien que sea al menos favorecido, al desgraciado, al indefenso. “Más que un proyecto de justicia social” El ideal que acabamos de ver no se reduce a un mero proyecto de justicia social. Va mucho más lejos, ya que solamente alcanzará su estado definitivo en la plenitud de la vida, en el más allá, cuando Dios sea todo en todas las cosas. Además, el reinado de Dios exige conversión, cambio de mentalidad, de valores y de actitudes, adhesión incondicional al mensaje de Jesús y en ese sentido interioridad. El hecho de que el reinado de Dios exija de nosotros un cambio interior y espiritual y de que su estadio definitivo esté fuera de la historia no puede servirnos de justificante para mantener, en este mundo, situaciones de injusticia. Es estadio definitivo del reinado de Dios será la consumación de este estadio presente, de la nueva sociedad proclamada por Jesús. Esta sociedad tiene que hacerse realidad en esta tierra y en el contexto de nuestra sociedad actual. “La alternativa que ofrece Jesús...” A la vista de todo lo dicho, se comprende que el proyecto del Reino no se puede implantar en toda la sociedad. Por una razón muy sencilla, el proyecto del Reino no se puede implantar por la fuerza de la imposición colectiva, sino, mediante la conversión de los corazones y de las conciencias. El reinado de Dios se hará realidad en la medida en que haya hombres y mujeres que cambian radicalmente su propia mentalidad, su escala de valores, su apreciación práctica y concreta por el dinero, el poder y el prestigio.

LA PERSONALIDAD DE JESÚS

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I. Jesús, hombre libre. Una lectura imparcial del evangelio nos proporciona una imagen de Jesús como hombre soberanamente libre. No existe para él realidad alguna que le condicione en su tarea o que le haga declinar de los compromisos que se derivan de su proyecto de vida (Mc 8,32-33). Jesús sabe lo que quiere y adonde va: se tiene que ocupar de las cosas de su Padre (Lc 2,49); ante esta llamada no cederá a ningún halago (Mt 4,1-11), aunque la debilidad del hombre haga aparición en los momentos difíciles (Mc 14,32-36). Esta lucidez en el proyecto lo mantiene siempre a distancia de toda clase de personas, instituciones y circunstancias. “Frente a los grupos religiosos” Jesús se encuentra una sociedad religiosamente estructurada en grupos de influencia: saduceos, escribas, fariseos, zelotes, etc. Jesús no se adhiere a ninguno de ellos. El no es conocido más que por referencia familiar, como cualquier hombre normal de su pueblo (Mc 6,1-4). Ante los grupos se mantiene a distancia y con una actitud abiertamente crítica. Especialmente frente a los fariseos (Mc 7,1-13). Los fariseos son el grupo de mayor influencia en la sociedad judía. Jesús se enfrenta a ellos con energía. Rechaza la justicia que ellos defienden, y que es fuente de su prestigio y su poder, por ser superficial y externa (Mc 7,18-23) y los acusa de hacerla compatible con la mayor injusticia. Los fariseos para Jesús son unos hipócritas (Mt 23,13-28), limpios por fuera para ser vistos (Mt 23,5) y descuidando lo más importante: la justicia, la misericordia, la lealtad (Mt 23,23). “Frente a la Autoridad Civil” Ante la autoridad civil se mantiene igualmente libre e independiente. Es verdad que propugna dar al César lo que le corresponde (Mt 22,15-22), pero lo hace manteniendo al hombre libre de toda sumisión. A Dios hay que darle también lo que es suyo, y Dios es el único Señor (Mt 23,8-10). Para Jesús nada ni nadie está por encima del hombre. Así lo siente y no tiene por qué ocultarse para expresar su crítica a la autoridad (Lc 13,31-33). Jesús sabe que en la historia del poder de este mundo no existe mas que tiranía y opresión (Mt 20,25-28). Por eso no quiere ese modelo de gobierno para su

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comunidad. En esta el poder ha de ser el servicio (Lc 22,27), Jesús es Señor y Maestro, adopta esta postura ante los suyos, dándoles un ejemplo que ellos han de continuar en el tiempo (Jn 13,13-17). “Frente al sistema religioso” Para Jesús no hay tradición, institución o ley a las que El se someta incondicionalmente. Con el se inicia una nueva etapa, de la presencia definitiva de Dios (Lc 11,20). Veamos más en concreto el comportamiento de Jesús, refiriéndonos a las realidades básicas de la religiosidad judía: Ley y culto. Ley: En la época de Jesús, la Ley es la que organiza y mantiene toda la vida de la sociedad judía. Ser piadoso consiste en aceptar con fidelidad todas sus exigencias, aún en los más mínimos detalles. El enfrentamiento de Jesús con la Ley no es el resultado de una arbitraria rebeldía, sino fruto de una comprensión radical de su significado. La autoridad de Moisés, que respalda el valor de toda Ley queda relativizada y suplantada por la de Jesús. A lo que Moisés dijo, como portavoz de Dios, Jesús ahora propone como alternativa su sola palabra: “Os han enseñado que se mandó a los antiguos... pues yo os digo” (Mt 5,21-48). En la fuerza de esta palabra se invalida la Ley; en Jesús alcanza su plenitud. La alternativa que pone Jesús a la justicia que brota de la ley no es un conjunto más perfecto de nuevas normas y preceptos. Jesús propugna el nacimiento de un hombre nuevo que viva en el espíritu del amor, (Jn 13,34) que es la expresión de la máxima libertad. Culto: Es la expresión de la relación del hombre con Dios, fue uno de los pilares para restablecer el espíritu de nación escogida, después del destierro.

Jesús en sus gestos y palabras hace una crítica de la tradición cultual:

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− Expulsa del templo a los que se sirven del culto para el negocio y la mercantilización (Jn 2,13ss) − Rechaza la ritualización de; culto en fórmulas y prácticas estereotipadas que no responden a un corazón sincero (Mt 7,21) − Relativiza todos los sacrificios cultuales que no sean expresión de un corazón inclinado a la misericordia y al perdón (Mt 9,13) − Establece, como único culto verdadero, la práctica de una vida inspirada en el amor. (Mt 5,23; Mc 12,33) Para los samaritanos, el lugar de encuentro con Dios estaba en el monte Garizim; para los judíos en Jerusalén; para Jesús , en cambio, el hombre sirve a Dios en “espíritu y en verdad” (Jn 4,21ss)

II. Jesús, un hombre para los demás. El servicio es un eje existencial en la vida de Jesús. El mismo dice que “no ha venido para que le sirvan, sino para servir” (Mc 10,45). El viene a llamar a los hombres a un servicio que han de aceptar libremente sin ningún tipo de imposición. Para convencer de su proyecto le basta con la autoridad de su testimonio, adoptando la forma de siervo (Jn 13,4-6) “Cercano a los necesitados” Dentro de esta vocación de servicio al hombre, Jesús manifiesta en su doctrina y en su actividad una preferencia clara por los necesitados (Mt 11,4-6). El ambiente que rodea a Jesús lo forman una variada gama de personas que la sociedad judía tiene marginadas: pecadores, publicanos, prostitutas y todos aquellos designados con el nombre de pequeños. En este grupo se encuentra el pueblo sencillo, ignorado, minusválido, desconocedores de la Ley. La ignorancia de la Ley que les impide ponerla en práctica y sus infracciones de la misma los hace objeto de desprecio y condena. Jesús se acerca a todos ellos con una actitud positiva y abierta: − come con ellos y les dice que son los invitados a las bodas del Reino (Lc 14,16) − los acepta en su auditorio (Lc 15,1-2) y los defiende y protege enérgicamente del escándalo que los pueda dañar (Mc 9,42) − los perdona, sin echarles en cara sus pecados (Jn 8,3-11)

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− pasa por alto si su condición de impuros le puede a él manchar. (Lc 7,36ss; Mc 1,41) − los reconstruye en la esperanza ofreciéndoles la imagen de un Dios Padre que los espera, los busca y se alegra con su vuelta a la casa (Lc 15,1ss) Con esta actitud, Jesús testimonia que la marginación no tiene fundamento en Dios. Jesús no hace beneficencia con esta actitud. Está anticipando en su acción la nueva sociedad que él propone y en la que han de trabajar los que le den su adhesión. Es condición para seguirle el dejar todos los bienes para poder compartirlos con los necesitados (Mc 10, 17-22)

III. Jesús, fiel al Padre En el análisis que estamos haciendo sobre las características de la personalidad de Jesús, hemos visto hasta aquí su libertad interior y su disponibilidad absolutas para el servicio. Ahora vamos a descubrir la raíz de este modo de ser y de obrar de Jesús: la libertad y disponibilidad de Jesús emanan de sus relaciones con el Padre, se basan en su profunda conciencia de Hijo de Dios. El término abba se usaba en lenguaje judío para llamar al padre de una manera familiar y cariñosa. Equivaldría a nuestro papá. Jesús expresa de este modo una proximidad, libertad, amistad y espontaneidad con Dios sin precedentes. Jesús es el enviado del Padre para manifestar el único y verdadero rostro de Dios. Hasta tal punto que Jesús se considera una sola realidad con Dios: “Yo y el Padre somos uno mismo” (Jn 10,30) “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9) Jesús es el rostro humano de Dios. A través de su persona, de su vida, de sus palabras y obras, el Padre habla, actúa y se hace presente. Jesús es el sacramento del Padre.

“Manifestaciones de la filiación de Jesús” Su experiencia de Hijo de Dios, Jesús la expresó en la práctica, en la entrega total a su voluntad. Su conciencia de Hijo no revela una actitud infantil ante Dios. Todo lo contrario, va unida inseparablemente a una actitud de compromiso efectivo y real con su causa, con los hombres (Jn 5,36; 7,17-18)

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Otro rasgo de la experiencia filial de Jesús se manifiesta en la posesión del Espíritu. Pero entre ellos no hay rivalidad ni fusión. La identidad trinitaria entre ellos no borra la de cada uno, ni la unidad común provoca la fusión. (Mt 3,16-17). La acción del espíritu, Jesús la experimenta como una fuerza de verdad y libertad. (Jn 16,13). Finalmente, otro rasgo de la experiencia filial de Jesús, es su postura frente al mal. No lo niega, no lo aniquila. Jesús lucha contra el. Sus abundantes milagros fueron el signo de la presencia de Dios bueno y amoroso en oposición al mal. (Lc 11,20) “Obediencia radical al Padre” El Padre de Jesús es un Dios liberador que busca sin cesar a los que se han perdido, que se preocupa de los últimos, que se complace en los pequeños, en los pobres, en quienes lo buscan. Es un Padre que sabe acoger y perdonar. La experiencia de hijo producía en Jesús una conciencia de libertad y de espontaneidad ante Dios. Solo el amor nos hace libres y el Padre de Jesús es el amor por excelencia, el amor absoluto. Frente a este Dios solo cabe la seguridad y el abandono en él. Solo a partir de esa experiencia se puede sentir al libertad. La seguridad y el abandono en Dios equivalen también a la aceptación del cumplimiento de su voluntad. Por eso Jesús se identifica con la voluntad del que le ha enviado y en llevar a cabo su obra (Jn 4,34) “Fidelidad al Padre hasta la muerte” La muerte de Jesús no fue una muerte natural. Se produjo en la ejecución de una condena que fue el resultado de una vida consecuente con su experiencia de Hijo de Dios. Jesús decepcionó a quienes creyeron en él. En especial a quienes esperaban de él in liderazgo político. Los discípulos le abandonaron y quedó solo ante el silencio de Dios. La condena a muerte parecía el signo claro de que Dios le había abandonado, dando la razón a aquellos que le habían condenado (Mc 15,34).

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Ante el aparente abandono de Dios, Jesús sigue aceptando a su Padre y entregándose en sus manos (Lc 23,46). Jesús ha muerto creyendo, sin dejar un resquicio a la duda, en el amor de su Padre. MUERTE DE JESÚS I. Jesús anuncia su muerte. Los evangelios sinópticos dicen que Jesús anunció tres veces lo que iba a pasar al final de su vida. (Mc 8,31; 9,31; 10,33ss) ¿Conocía Jesús todos los detalles de su muerte, o los evangelistas, después de la resurrección de Jesús, pusieron en boca del propio Jesús todo lo que de hecho había sucedido? Leyendo los evangelios se advierte algo que aparece claro: el curso exterior de su ministerio debió obligar a Jesús a contar con una muerte violenta. Tal como fueron ocurriendo los acontecimientos, Jesús se tuvo que dar cuenta de que su vida terminaría mal. La conducta de Jesús resultó ser de tal manera provocadora que, en repetidas ocasiones, apareció al margen de una ley cuya violación se sancionaba con al pena de muerte. Cuando a Jesús le hacían el reproche de que con la ayuda de Beelzebú expulsaba los demonios (Mt 12,24), le estaban acusando de practicar la magia que merecía la lapidación. Cuando quebranta el sábado, le lanzaban acusaciones penadas con la muerte. Merecen especial atención los quebrantamientos del sábado (Mc 2,23-28; Lc 13, 10-17; 14, 1-6; Jn 5, 1-18; 9,14). Hay que tener en cuenta que un crimen capital no llegaba a ser objeto de juicio sino después que el autor había sido advertido notoriamente ante testigos. Es también importante la expulsión de los comerciantes del Templo (Mc 11,1516). Esto fue visto como lo más grave que Jesús realizó contra las instituciones judías y a eso se redujo la acusación definitiva en el juicio y los reproches en la cruz. Mc 14,58; 15,29-30)

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A los ojos de los judíos, Jesús había perdido el derecho a la vida, se veía constantemente amenazado, lo que debía tener presente la probabilidad de una muerte violenta. II. La causa de su muerte. “Jesús anuncia su muerte” Al principio del ministerio en Galilea, los evangelios hablan con frecuencia de un gran éxito de la predicación de Jesús (Mc 1,33-34.38; 3,7-11.20; 4,1; 6,3334.44.55-56). Pero a partir del cap. 7 de Marcos, las alusiones a la gran afluencia comienzan a disminuir (Jn 6,60; 7,1-5). Se nota que la popularidad de Jesús va decreciendo. Su actividad se centra cada vez más en la formación de su comunidad de discípulos (Mc 6,30-31; Mt 14,22). “Dichoso el que no se escandaliza de mí” (Mt 11,6; Lc 7,23). Esto supone que había gente que se escandalizaba de Jesús. Su amistad con pecadores, publicanos y gente de mal vivir resultó escandalosa para aquella sociedad, sobre todo las repetidas violaciones de la ley, debieron hacer de Jesús una persona sospechosa. En torno a Jesús llegó a provocarse la pregunta de si Jesús traía salvación o más bien tenía un demonio dentro (Lc 11,14-23; Mt 12,22-23). De ahí que hubo ciudades enteras (Corazaín, Cafarnaún y Betsaida) que rechazaron el mensaje de Jesús. El mismo Jesús se lamentó de no ser aceptado en su tierra (Mc 6,4; Mt 13,57; Lc 4,24) y temió el abandono de sus discípulos más íntimos: “¿También ustedes quieren dejarme? (Jn 6,67) “El enfrentamiento con los dirigentes” Parece que los enfrentamientos con los dirigentes judíos se produjeron relativamente pronto. El evangelio de Marcos dice que apenas Jesús había quebrantado el sábado por segunda vez, los fariseos y los herodianos se pusieron a hacer planes para ver como lo podían matar (Mc 3,6), la policía de Herodes andaba buscando a Jesús “para matarlo” (Lc 13,31). Pero esta tensión fue en aumento. Un día Jesús preguntó directamente a los dirigentes: ¿por qué quieren matarme? (Jn 7,19). La vida de Jesús se debió ver cada vez más amenazada y sólo respetada porque una parte del pueblo estaba con él y los dirigentes no querían provocar un levantamiento popular (Mc 11,18).

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Pero Jesús no se detiene y se dirige a la capital, Jerusalén, muy consciente de su final (Mc 8,31; 9,31; 10,33). Allí profiere las denuncias más graves contra las autoridades: les dice que el Templo es una cueva de bandidos, solo buscan su propio provecho, se comen los bienes de los pobres con excusa de la oración (Mt 21,13; 23,5-7; Mc 12,40). Les llama en público asesinos y malvados y les anuncia que Dios les va a quitar todos sus privilegios (Mt 21,33-46). Por consiguiente, la muerte de Jesús en la cruz no fue el resultado de una decisión del Padre, sino la consecuencia de su pretensión y de su forma de vida, el resultado final de una vida entregada por la causa del Reino de Dios. “La razón de la condena” A Jesús le hicieron un doble juicio: religioso y civil. Y en cada uno se dio una razón distinta de la condena a muerte. Juicio Religioso. En cuanto al juicio religioso, la condena se produjo desde el momento en que Jesús afirmó que él era el Mesías, el Hijo de Dios. Los dirigentes interpretaron estas palabras de Jesús como una blasfemia (Mc 14,61-64). Pero el fondo de la cuestión estaba en otra cosa. Al decir esas palabras, Jesús estaba afirmando que Dios estaba de su parte, le daba la razón a él, y se la quitaba a ellos. Los dirigentes se veían descalificados como representantes de Dios. Podría darse también otra interpretación. Muchos entendidos del Nuevo Testamento afirman que seguramente las palabras de Jesús “yo soy el Mesías, el Hijo de Dios bendito” (Mc 14,61-62) son una adición de los evangelistas para enaltecer a Jesús. En este caso tendríamos que Jesús ante el interrogatorio solemne del Sumo Sacerdote se quedó callado y no respondió nada (Mc 14,6061). En esta hipótesis, Jesús, ante el interrogatorio del Sumo Sacerdote, que, según la Ley, tenía facultad de juzgar su doctrina y su vida, habría rehusado someter su doctrina y su vida a la autoridad judía. Habría guardado silencio. Esto caía bajo la sentencia de Deuteronomio 17,12: “el que por arrogancia no escuche al sacerdote puesto al servicio del Señor, tu Dios, ni acepte su sentencia, morirá”. En ese caso, el silencio de Jesús y su significado habrían sido la causa de su condena.

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Juicio Político Respecto al juicio político, a juzgar por el letrero de la cruz, sabemos que a Jesús lo condenaron por una causa política: por haberse proclamado rey de los judíos (Mt 27,37-40; Jn 19,19). Y esto, aunque el gobernador militar confesó que no veía motivo para matar a Jesús (Lc 23,13-16) y además declaró que era inocente (Lc 23,4). Por otra parte, Jesús explicó ante el gobernador que su reinado no era de los reinos de este mundo (Jn 18,39; 19,4.6). En realidad el gobernador militar pudo dar la sentencia de muerte porque los dirigentes religiosos lo amenazaron con denunciarlo al Emperador (Jn 19,12) ¿Cómo ocurre la muerte de un crucificado? Sacrificar es una palabra que usamos habitualmente fuera de su sentido verdadero. Significa hacer sagrado. Sacrificar algo no es perderlo, sino entregarlo en manos de Dios para que lo use mejor. Sacrificarse a sí mismo es entregar al Padre todo lo que uno es, para renacer de él transformado y hecho santo. Cuando hablamos del sacrificio de Cristo, esto no significa que Dios, ofendido por los hombres, haya exigido una pena y una víctima para pagar lo debido a su majestad. No, mejor digamos que para restaurar un mundo carcomido por el pecado, Dios quiere construir el Reino sobre la base del sacrificio de sí mismo. Pero este sacrificio no se termina en la cruz, sino en la resurrección. Jesús ha conocido las burlas, las torturas y malos tratamientos, que son la suerte de los condenados. El hecho de azotar a Jesús según la ley romana, no era muestra de crueldad. Pues, debido a la pérdida de sangre y agotado por los latigazos, el condenado no tardaba tanto en morir en la cruz, acortándose así su agonía. El condenado, suspendido de los brazos, se asfixia. Para poder respirar tiene que apoyarse en los pies y en los brazos, reavivando con eso el dolor insoportable del clavo fijado en medio de los pies y de las muñecas. Cuando ya no tiene fuerza para hacer este esfuerzo, muere asfixiado. El vino agridulce era la bebida de los soldados romanos. La mirra adormece los nervios. Jesús rehusó lo que podía calmar sus dolores.

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“Jesús, el profeta mártir” Jesús fue considerado como profeta durante su ministerio público (Lc 7,16). Es más, fue tenido como el profeta definitivo (Jn 6,14). Pero, por otra parte, se tenía también el convencimiento de que “Israel mata a sus profetas” (Lc 11,47ss). Jesús fue considerado por las primeras comunidades cristianas como el último y definitivo profeta, que Dios había enviado al mundo, y que, al igual que los anteriores, fue asesinado por la maldad de Israel. Algunos consideraron a Jesús como un seductor que blasfemaba contra Dios (Mc 14,64), pero fue a partir de la resurrección, cuando apareció como el verdadero profeta, el auténtico enviado por Dios. RESURRECCIÓN DE JESÚS I. El hecho de la resurrección. Algunos días después de la muerte de Jesús resonó en Jerusalén una noticia asombrosa: “Dios ha resucitado al que fue crucificado” (Hch 2,23-24; 3,15; 4,10). Nadie había visto el hecho mismo de la resurrección, pero se presentaba como un hecho incuestionable. Llama la atención la cantidad de testimonios que se acumulan en torno al mismo hecho (Mc 16,1-8; Mt 28,1-10; Lc 24,1-2; Jn 20,110). Es también significativo que nadie pudo rebatir ese hecho, y menos aún, demostrar su falsedad. El sepulcro estaba vigilado por soldados, los cuales son sobornados por las autoridades judías para que propalen el rumor de que los discípulos de Jesús han robado el cadáver (Mt 27,62-68; 28,11-15). La custodia oficial debía durar tres días, y se puso un sello al mismo sepulcro (Mt 27,63-66). A pesar de todo, nada pudo impedir la contratación de que el sepulcro estaba vacío (Mc 16,8). Si las autoridades no denunciaron y castigaron el presunto robo del cadáver es que evidentemente reconocieron el hecho incuestionable: allí había ocurrido algo que humanamente no tenía explicación. “El sepulcro vacío”

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Si nos fijamos detenidamente veremos que ningún evangelista aporta, como prueba de la resurrección, el hecho del sepulcro vacío. Este hecho en vez de provocar la fe, causa miedo y espanto, hasta el punto “que las mujeres salieron huyendo del sepulcro” (Mc 16,8). María Magdalena interpreta el hecho como robo del cuerpo del Señor (Jn 20,1-2). Para los discípulos la noticia no para de ser un comentario de mujeres (Lc 24,11). La proclamación del sepulcro vacío no tendría sentido si quienes hacían esa proclamación no tuvieran la certeza de la resurrección. “Las apariciones a los discípulos” El argumento definitivo para afirmar la resurrección se basa en las apariciones de Jesús a su comunidad de discípulos (1Cor 15,3-5; Hch 2,32; 3,15), no fueron visiones subjetivas sino hechos objetivos que se podían afirmar con toda seguridad. Las apariciones son descritas como una presencia real y hasta carnal de Jesús. Come, camina con los suyos, se deja tocar, dialoga con ello. Su presencia es tan real que puede ser confundido con un caminante, un jardinero o un pescador (Lc 24,14-16; Jn 20,15). Los discípulos que lo vieron tenían la seguridad de que no era un espíritu ni un ángel (Lc 24,39). Tales relatos constituyen una base sólida de la fe en la resurrección. Jesús fue visto por los suyos, que convivieron con él y aseguraron con toda firmeza el hecho de la resurrección como un hecho incuestionable y seguro. Revivir: Es volver a la vida que se tenía antes de la muerte. Por lo tanto, el que revive vuelve a ser un hombre mortal, vuelve a estar en este mundo, como uno de tantos. Ejemplo: Lázaro (Jn 11,43-44) o el hijo de la viuda de Naim (Lc 7,15). Resucitar: Es vencer definitivamente la muerte y escapar ya para siempre de ella. II. Significado de la resurrección para la comunidad cristiana.

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“La resurrección rehabilitó a Jesús” La muerte en cruz era considerada, en aquel tiempo, como una maldición divina (Dt 21,22-23; Gal 3,13). Jesús había muerto gritando su desamparado total: Dios lo había abandonado (Mc 15,34). Ante los ojos de aquella sociedad, muerto de aquella manera y sepultado, era un fracaso total. Así se cumplió la palabra del mismo Jesús: “Todos se van a escandalizar de mí”(Mc 14,27; Mt 26,31). Los discípulos regresaron a Galilea (Mc 14,50; Mt 26,56) decepcionados como les pasaba a los de Emaús (Lc 24,19-21). Con la resurrección todo cambia: Jesús es visto por los suyos como el hombre cabal y perfecto. Jesús es para los creyentes el Señor (Hch 1,6; 2,20.21.34) sentado a la diestra de Dios y constituido Hijo de Dios con poder (Rom 1,4; Hch 13,33). Las confesiones de fe de Jesús, como Señor y como Hijo de Dios, tienen su fundamento en la resurrección (Jn 3,16-17; Rom 1,3-4; 1Cor 15,3-5). A partir de entonces, los discípulos predican con gran valentía delante de los judíos: “Vosotros lo habeís matado... Dios lo resucitó” (Hch 2,22-23; 3, 14-15). A partir de entonces una de las características más acusadas a la predicación cristiana es la valentía, la audacia, la seguridad y la libertad para proclamar el mensaje de la resurrección (Hch 4,1-3; 5,30-33) “Dios está de parte de Jesús” Según el testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando estos proclamaban la resurrección eran perseguidos y encarcelados (Hch 4,1-4; 5,3033; 7,54-60). Hablar de la resurrección era un tema peligroso que provocaba el enfrentamiento y que representaba una amenaza para quienes lo predicaban. Hay, la predicación sobre la resurrección no presenta ningún tipo de amenaza. ¿Por qué en aquel tiempo era un asunto peligroso?. Jesús había muerto a causa de un enfrentamiento dramático con los dirigentes judíos. En aquel enfrentamiento, él había sido el perdedor, el fracasado y el maldito. A partir de entonces la causa de Jesús estaba perdida y derrotada. Pues bien, a los pocos días de semejante fracaso, los seguidores del ajusticiado proclaman que Dios lo ha resucitado. Evidentemente eso tenía que resultar peligroso en aquellas circunstancias, porque era lo mismo que decir a los dirigentes que Dios estaba a favor del que habían matado y en contra de ellos. Jesús tenía razón y su causa es el camino que salva al hombre.

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Esto tiene dos consecuencias: − Cuando se predica la resurrección sin promover ningún tipo de persecución hay que preguntarse si lo que se predica es en verdad la resurrección de Jesús o es una predicación viciada en sí misma, porque la causa continúa siendo hostil a los valores de este mundo. − Predicar la resurrección no es solamente decir que Jesús vive, es persuadir de que Jesús tenía razón, que el camino de Jesús es el verdadero y único camino. III. La victoria sobre la muerte. “Nuevo horizonte para la vida” El mensaje del Nuevo Testamento sobre la resurrección se refiere no solo a Jesús, sino también a los cristianos. Nos dice: “Si Jesús ha triunfado sobre la muerte, nosotros los cristianos tenemos resuelto el problema de la muerte, porque el destino de Jesús es también nuestro destino. La muerte ya no debe ser objeto de miedo, porque es simplemente un paso a la vida que no se acaba, es el paso a la resurrección”. ¿Cómo será la resurrección? Se resucita con un cuerpo espiritual (1Cor 15,44) − En la teología de san Pablo, cuerpo designa al hombre entero, interior y exterior. − La carne designa lo débil, mortal, transitorio, lo humano con sus limitaciones, expresa también la debilidad moral, el estrado del ser donde se arraiga el pecado, la situación humana rebelde contra Dios. − Espiritual se opone no a cuerpo, sino a carne: “las tendencias de la carne son la muerte, pero las del espíritu son vida y paz” (Rom 8,6) El hombre no se compone de dos realidades separables: cuerpo y alma. Estos dos elementos constituyen una sola realidad: la persona humana. La verdadera liberación del hombre no está en el abandono del cuerpo, sino en la orientación total de toda la persona hacia Dios.

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TEMA VII. JESUS FUNDA LA IGLESIA. “La Iglesia, signo sacramental del Reino de Dios en la tierra”. La Iglesia es la semilla y el cultivo del Reino. En ella se realiza el Reino de Dios y es al mismo tiempo el instrumento que guía a los hombres hacia el Reino y dentro de él. El Reino de Dios, que aún no ha llegado a su plenitud porque está en proceso, culminará cuando Cristo sea todo en todos. Por ello la Iglesia está al servicio del Reino cuando: • Anuncia la Palabra de Dios, promueve la fe y celebra los sacramentos. • Construye comunidades eclesiales (diócesis, parroquias, familias, etc) • Difunde en el mundo los valores evangélicos como expresión del Reino: la verdad, la justicia, el amor, la promoción de la dignidad del hombre, etc. “La Iglesia es un Misterio” Misterio es el Plan Salvador de Dios revelado en Jesús. Toda la importancia de la Iglesia deriva de su conexión con Cristo. De aquí que el carácter misterio de la Iglesia se entiende: 1. Por su íntima conexión con el misterio de la Encarnación: la Iglesia es al mismo tiempo humana y divina. 2. Porque en la Iglesia siempre está presente el misterio de la cruz y el misterio de la resurrección. La Iglesia que es santa está necesitada siempre de purificación. 3. Porque Jesucristo asiste siempre a su Iglesia y vive en ella como resucitado, comunicándole su Espíritu, su propia vida. La Iglesia es misterio de vida. 4. Porque la vocación de todos los fieles a la santidad es la invitación a la íntima conversión del corazón y a participar en la vida del misterio de Dios uno y trino. La Iglesia es misterio de santidad. “LA INICIATIVA DE DIOS PADRE” En el origen de la Iglesia, está la voluntad libre y la sabiduría misteriosa de Dios. Por ello, la Iglesia fue: ƒ Prefigurada desde el origen del mundo.

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ƒ Preparada a lo largo de la historia del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento. ƒ Constituida en Cristo cuando llegó la plenitud de los tiempos y ƒ Manifestada por la acción del Espíritu Santo en Pentecostés. ƒ Se perfecciona constantemente hasta el fin de los tiempos. La Iglesia es un pueblo convocado y configurado por Dios, para que en su nombre, convoque y congregue a todos los pueblos a formar parte de aquella comunión para la cual fueron creados. Los miembros de la Iglesia no se eligen mutuamente. Dios Padre los llama y los congrega en la diversidad de su condición, de su cultura, de sus gustos y de sus opiniones. “LA OBRA REDENTORA DE CRISTO” Durante su vida mortal, Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando el Reino de Dios. - Los milagros son una expresión de la presencia del Reino entre nosotros. - Las parábolas mediante las cuales Jesús anuncia el proceso de crecimiento de la semilla del Reino que él sembró. - El ejemplo de su vida enteramente entregada al servicio de los demás. “Jesús llama a sus discípulos” Desde el comienzo de su vida pública Jesús conforma, en torno de sí, una comunidad de discípulos. Ellos lo siguen, viven en intimidad con él, reciben una formación más profunda y más exigente. Los enseña a orar. “Elige a los Doce” Después de haber orado a su Padre (Lc 6,12) Jesús escogió a los Doce: llamando así a los que él quiso, eligió a doce a vivir con él y enviarlos luego a predicar el Reino de Dios (Mc 3,13-14). A estos apóstoles los fundó a modo de colegio o grupo estable y puso frente de ellos a Pedro, sacándolo de en medio de ellos. Pedro es la roca sobre la cual Jesús quiso construir su Iglesia. (Mt 16,18-19) “Realiza la Pascua eterna y definitiva”

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Jesús confía al grupo de Doce la herencia para continuar su obra: ƒ El Evangelio. Para que enseñado y creído, todos los hombres se salven. ƒ El Bautismo y la Eucaristía. Sacramentos de la Nueva Alianza. ƒ La promesa del envío del Espíritu Santo. “LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO” “Presencia del Espíritu en la obra de Cristo” ƒ En la obra de Cristo, estaba ya la acción del Espíritu Santo. (Lc 4,18) ƒ En todo lo que Jesús hacía y decía se manifestaba la presencia del Espíritu. ƒ Después de la resurrección Jesús lo comunica a sus apóstoles cuando soplando sobre ellos les dice: “Reciban el Espíritu Santo... como mi Padre me envió así yo los envío” (Jn 20,21-23) “La Iglesia de Pentecostés” Desde Pentecostés, el Espíritu de Jesús, comunicado a sus Apóstoles, manifiesta su presencia y su acción: ƒ Convocando, reuniendo y unificando la Iglesia. ƒ Santificándola y animándola permanentemente. ƒ Renovándola incesantemente. “La Iglesia, templo santificado y vivificado por el Espíritu” El Espíritu Santo que es dado a los bautizados vivifica, anima y santifica a toda la Iglesia y a cada uno de sus miembros en cuyo corazón habita como en un templo. “La acción de los colaboradores de Jesús” Evangelizada y enviada por Cristo, la Iglesia, porque es misionera, continua convocando, evangelizando y enviando nuevos evangelizadores. Pone en sus corazones y en sus labios el mensaje de salvación que deben predicar. LA IGLESIA, GERMEN Y PRINCIPIO DEL REINO ETERNO Y UNIVERSAL.

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En virtud de la misión recibida, los apóstoles: 1. Anuncian el Evangelio para edificar el Reino. 2. Proclaman el misterio de Cristo como elemento central del Reino. 3. Convocan a los creyentes para conformar el Reino (1 Tes 2,12). 4. Soportan las dificultades como medio para entrar en el Reino (Hch 14,22) 5. Inician una vida de comunidad caracterizada por: (Hch 4,32-35) ƒ Escuchar las enseñanzas de los apóstoles. ƒ Formar la comunidad de los discípulos de Jesús. ƒ Hacer oración en comunidad y ƒ Participar en la fracción el pan (1 Cor 11,23-26) LA IGLESIA ES UNA REALIDAD HUMANA Y COMUNIDAD DIVINA DE LA NUEVA ALIANZA. “La Iglesia, una realidad humana” La Iglesia, porque está conformada por hombres, se presenta como una comunidad humana. Sin embargo, se diferencia esencialmente de los grupos humanos cuya finalidad es de orden cultural, político, social y económico. Y aunque su vida y su acción tengan repercusiones en lo temporal, su finalidad es de orden espiritual y sobrenatural. Algunos de los aspectos visibles de la Iglesia se manifiestan en la riqueza de sus instituciones caritativas, culturales, artísticas, etc. Y aunque todo el tiempo contribuye a los avances de la civilización o disfruta de ellos, la Iglesia es al mismo tiempo portadora de las llagas y miserias de la vida humana. “La Iglesia, comunidad divina de la Nueva Alianza” El misterio de fe que es la Iglesia se expresa con el mismo nombre que le dio Cristo: Iglesia=asamblea, comunidad. Con este nombre quiso designar Jesús a la comunidad de la Nueva Alianza establecida con su sangre. La Iglesia, en efecto, es la prolongación de la Antigua Alianza establecida por Dios con el pueblo de Israel. NOMBRES DADOS A LA IGLESIA

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Ninguno de estos nombre expresa la totalidad del misterio. Cada uno subraya un aspecto. Lo importante es relacionarlos unos con otros sin limitarse a una sola. “La Iglesia, Cuerpo de Cristo” (1 Cor 12,12-30) La imagen del cuerpo expresa la incorporación de cada miembro de la Iglesia en Cristo, lo cual se realiza por el bautismo y la eucaristía. Por el bautismo nos incorporamos al cuerpo de Cristo y por la eucaristía se establece un vínculo de amor y de unión vital entre quienes compartimos el mismo pan. La imagen el cuerpo y de sus miembros expresa la diversidad de gracias y de responsabilidades existentes en la Iglesia. La imagen de Iglesia, Cuerpo de Cristo, manifiesta de qué manera la Iglesia realiza en el mundo una auténtica presencia de Cristo resucitado: “La Iglesia es el sacramento de Cristo: quien ve la Iglesia ve a Cristo”. “La Iglesia, pueblo de Dios” Esta expresión indica la igual dignidad existente entre todos los bautizados. Indica también que la Iglesia está llamada a vivir entre todos los bautizados de la tierra, en perfecta fidelidad al Evangelio. La Iglesia está constituida por hombres de todas las razas, de todos los lugares y de todas las clases sociales. En la Iglesia se unifican personas de las más diversas procedencias: como Pueblo de Dios, la Iglesia asume las características históricas propias de cada pueblo, llega con el Evangelio hasta las más profundas raíces de las culturas y se arraiga en ellas, en el modo de ser y en las tradiciones propias de cada pueblo. Este arraigo hace que la Iglesia adquiera la fisonomía, la lengua, la herencia cultural, la visión del mundo y el pasado histórico de los pueblos en que se encarna. Hace que la historia de los pueblos, de profana se convierta en historia de salvación. IMÁGENES DE LA IGLESIA “María, Madre y Modelo de la Iglesia”

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Porque María, por ser la madre de Jesucristo y su discípula perfecta, es Madre de la Iglesia. Madre nuestra en el orden de la gracia y nuestro modelo en el seguimiento de Jesús. En Pentecostés, María oró con los apóstoles e imploró para la Iglesia el Espíritu Santo. Siguió acompañando a los apóstoles en la primera comunidad y ahora, con Cristo resucitado, cuida con amor materno a los hermanos de su Hijo que aun peregrinamos sobre la tierra. Ella cuida que el evangelio nos penetre, oriente nuestras vidas y produzca frutos de santidad.

“La Iglesia, campo de cultivo” Estamos invitados a trabajar en este campo. Al terminar la jornada, Cristo recompensará de acuerdo con nuestro esfuerzo y nuestra buena voluntad. La semilla que sembramos es la Palabra de Dios (Mt 13,30) “La Iglesia, edificio” En la Iglesia todos somos piedras vivas unidas estrechamente por el amor para ser la morada de Dios entre los hombres. (1P 2,4-5) ETAPAS DE LA IGLESIA “La Iglesia, obra de Dios y obra de los hombres” La vida de la Iglesia, su historia, como nuestra propia historia: 1. Tiene épocas y momentos de crecimiento, de grandeza, de salvación. Son los momentos en que las personas y los acontecimientos se dejan guiar por el Espíritu Santo. Ej: testimonio de los mártires, vida de los santos, las enseñanzas del Papa, el trabajo de los obispos, sacerdotes, etc. 2. Hay momentos de retroceso, de pecado, en que a pesar de la acción del Espíritu Santo, los hombres actúan mal. Son fuerzas retardatarias que frenan la historia de la salvación, que detienen el crecimiento del Reino de Dios. Ej: la violencia, la injusticia, los odios, etc. “Relaciones entre la Iglesia y el mundo” En relación con el mundo, la Iglesia ha tenido diversas posiciones:

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ƒ Muy unida al mundo hasta contagiarse de sus costumbres, de sus maneras de pensar y juzgar, no según la manera de pensar de Dios sino de los hombres. ƒ Muy alejada al mundo hasta convertirse en una isla respecto al mundo, encerrada dentro de sí misma, sin interesarse por las cosas del mundo, de los hombres. ƒ La posición ideal, es la de estar en el mundo sin ser del mundo, ser entre los hombres luz, sal y fermento transformador pero sin contagiarse con el mundo. (Jn 17,13-19)

ÉPOCAS DE LA IGLESIA I.- Primera época: los tres primeros siglos del cristianismo. 1. Iglesia Primitiva (Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16) 2. Tiempo de clandestinidad y persecución: Los judios y luego los romanos persiguen a los cristianos. La Iglesia naciente se dispersa y lleva el anuncio del Evangelio a los confines del Imperio Romano. 3. Las persecuciones: Los Mártires. Mártir significa testigo. Son testigos valientes de la fe. Fueron un motor en la expansión del cristianismo, su testimonio conmocionó todas las clases sociales del Imperio, que vieron allí no una religión más, sino la fe que salva a todos los hombres. Eran perseguidos porque el Imperio Romano se dio cuenta de su pretensión de universalidad, de que no reconocían a otro Señor que a Cristo y no al César. II. Segunda época: La Iglesia Imperial. En el año 313, el Emperador Constantino se bautiza. El Imperio Romano se transforma en Imperio romano-cristiano. Por esto, el emperador determina: - La institucionalización de la Iglesia, de comunidad espiritual se convierte en una institución pública de carácter oficial. - Identidad entre sociedad política y sociedad religiosa. El emperador se arroga poderes sobre el gobierno de la Iglesia. La Iglesia como Imperio: Después de Constantino, el Imperio Romano se dividió en:

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Imperio de Occidente (Roma): El Papa ocupa el puesto de Emperador. Sobre el clero recaen funciones políticas. El papa gobierna los estados pontificios. Imperio de Oriente (Constantinopla): Las iglesias locales se consideran independientes unas de otras. Por todo esto, la Iglesia crece en número pero decrece en calidad, aunque la influencia de la Iglesia en el Imperio fue positiva: grandes cambios en la legislación y en las costumbres, lucha contra la esclavitud, establece la monogamia, todo esto debido al poder revolucionario del Evangelio con su mensaje salvador. El Monacato: Surgen personas deseosas de mayor fidelidad al Evangelio, huyen al desierto, practicando una vida austera y practicando los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. Padres de la Iglesia: Fueron escritores eclesiásticos que iluminaron doctrinalmente la vida de la Iglesia. Ordenes Mendicantes: Crece en la Iglesia una tendencia hacia la pobreza evangélica, existía en muchas almas el deseo de volver a la pobreza de Cristo. (carmelitas, franciscanos, dominicos) Cismas: Significa ruptura, división. Está el cisma Bizantino (1054) que divide la Iglesia de Constantinopla (Oriente) de la de Roma (Occidente). Cisma de Avignon (1305): El Papa fija se sede en Avignon, Francia y en Roma eligen otro Papa, por varios años hay dos Papas en la Iglesia. “Consecuencias de la Época Imperial para la Iglesia” 1. Se identifica el poder del Estado con el de la Iglesia. 2. Las celebraciones del culto empiezan a admitir elementos no cristianos, grandiosidad en los templos, lujos, liturgias y música sin fuerza evangelizadora. 3. La organización de la Iglesia (estilo sencillo) empieza a semejarse a la del Estado. 4. La autoridad de los primeros siglos (de servicio) se llena de poder. 5. Descuido de la evangelización del pueblo. 6. A la par de estos hechos negativos hay testimonios de verdadero seguimiento de Cristo.

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III. Tercera época: La Iglesia Institución o Sociedad Perfecta (Edad Moderna) 1. Cristiandad: Se lleva el Evangelio a América. 2. Renacimiento: Centra su atención en el hombre y sus valores. Exhala la libertad e independencia del hombre hasta llegar a independizarlo de Dios. 3. La falsa Reforma Protestante: Encabezada por Martín Lutero, buscó la reforma de la Iglesia de los abusos y corrupción reinantes al nacer el renacimiento. Combaten la imagen de la Iglesia Imperial. Proclama la libre interpretación de las Escrituras, afirman que el hombre se salva solo por la fe en Cristo sin importar como actúan. Niegan algunos sacramentos, rechazan la virginidad de María, etc. 4. La verdadera Reforma Católica: Su centro fue el Concilio de Trento en el que se defiende la doctrina católica contra los errores protestantes en lo referente a gracia, sacramentos, etc. Se establecen normas disciplinarias, organizan los seminarios y surge una gran vitalidad espiritual dentro de la Iglesia. 5. Revolución Francesa.: Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, proclamadas por la Revolución Francesa, suscitan un rechazo a la Iglesia Católica. 6. En el siglo XIX: Con la revolución industrial, los obreros son desplazados por las máquinas. Marx proclama la doctrina del proletariado. No faltan en esta época corrientes de pensamiento que se apartan de los principios del Evangelio. IV. Cuarta Época. Concilio Vaticano II. “Actualización de la Iglesia en el siglo XX” La actualización de la Iglesia para que continue iluminando y orientando la vida del hombre actual según las exigencias del siglo XX y del hombre del siglo XXI. El Concilio Vaticano II, no solo reorientó la liturgia, vida pastoral de la Iglesia y su acción en el mundo de nuestro tiempo, sino que actualizó la disciplina de la Iglesia con el nuevo código de Derecho Canónico. Con la renovación promovida por el Concilio Vaticano II y los documentos de Medellín y Puebla crecen los anhelos por una Nueva Evangelización acorde con las exigencias del presente. IGLESIA ¿CÓMO ERES TÚ?

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“La Iglesia es Comunión” ¿Qué significa creer en la comunión de los santos? - Comunión de los santos, es la íntima unión-común (nos une en el bautismo, la eucaristía, el perdón y la unidad en la diversidad) espiritual de los creyentes entre sí por la fe y la caridad fraterna. - Comunión en las cosas santas es la participación (vivir aquí lo mismo que viviremos en el cielo) de cada uno de los miembros de la comunidad en las realidades sagradas: La Sagrada Escritura, los sacramentos y el servicio de la caridad hacia los necesitados. LA VERDADERA IGLESIA DE CRISTO SE DISTINGUE POR SER: Una, Santa, Católica y Apostólica. “La Iglesia es UNA” (Ef 4,4-6) La unidad de la Iglesia se fundamenta en el bautismo que hace que todos los discípulos de Cristo sean un solo cuerpo y se expresa en la profesión de una misma y única fe. La Eucaristía, sacramento de unidad, fortifica, construye y renueva sin cesar la comunión de los creyentes. Unidad en la diversidad. Para la unidad de la Iglesia no constituye obstáculo la existencia de un sano pluralismo en las iglesias particulares que gozan de tradiciones propias. La unidad de la Iglesia se enriquece con la variedad de los carismas que corresponden a la diversidad de dones de Dios. Los carismas son gracias particulares del Espíritu Santo para la edificación del pueblo de Dios. “La Iglesia es SANTA” Santidad no es sinónimo de perfección moral. Santidad es el hecho de haber sido elegidos por Dios, de pertenecer a Dios por el Bautismo. La Iglesia es santa porque: - Procede de Dios que es santo. - Está ligada intimamente a Cristo.

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- Está animada por el Espíritu Santo. En la Iglesia todos estamos llamados a la santidad y somos santos en la medida que seamos fieles a nuestro bautismo: - Perseverando en la oración y en la alabanza a Dios. - Ofreciendo nuestra persona y vida en sacrificio santo y agradable a Dios. - Viviendo la caridad, don de Dios que es Señor. “La Iglesia es CATÓLICA” San Ignacio de Antioquia en el siglo II dijo: “Allí donde está Cristo, allí está la Iglesia Católica”. Católico significa Universal. Esta palabra se emplea para designar a los cristianos que están unidos al Papa. La Iglesia católica por la gracia que posee desde Pentecostés para evangelizar a otro hombre y a todos los hombres de todos los tiempos. La catolicidad de la Iglesia se manifiesta en su capacidad de acoger, en su diversidad, las aspiraciones y las situaciones de todos los hombres, de congregar en la unidad, sin reducir ni destruir la diversidad de las culturas y de las realidades humanas, tanto individuales como sociales. La Iglesia tiene recibida del Espíritu Santo la capacidad de evangelizar todas las culturas. “La Iglesia es APOSTÓLICA” Es apostólica porque procede de la misión confiada por Jesús a sus apóstoles. La fe que la Iglesia profesa proviene de los apóstoles, interpretados y enseñada por el magisterio de la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo, debe ser trasmitida a todos los hombres de todos los tiempos. La Iglesia es apostólica porque está reunida y gobernada por los sucesores de los apóstoles que son los obispos. TEMA VIII. LA IGLESIA ES EL SACRAMENTO DE

CRISTO RESUCITADO. “La misión de la Iglesia proviene de Jesús”

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Jesús tuvo conciencia desde el principio de ser el Enviado de alguien a quien El llama Padre, con la misión concreta de anunciar el Reino (Mc 14,36). El Reino de Dios no es solo una persona sino una realidad, que empieza a ser vivida y realizada por El mismo. (Lc 4,18-19). Jesús demuestra con palabras y con signos que el Reino ha llegado ya. El resultado de toda su actividad mesiánica es la liberación total y definitiva de todos los hombres en nombre del amor de Dios Padre. Los acontecimientos de la Pascua constituyeron para los discípulos de Jesús una experiencia fundamental, solo entonces comprendieron el sentido verdadero de Jesús y de su obra en la perspectiva de toda la historia de salvación. El grupo de discípulos va tomando conciencia de ser la nueva comunidad donde se ha recibido y se ha concretado la salvación de Dios en Jesucristo. Los testigos de la resurrección adquieren plena conciencia de haber sido enviados para extender por todo el mundo la Buena Noticia del Evangelio.(Mt 28,19; Hch 1,8) “La misión de la Iglesia se llama Evangelización” La llegada del Reino de Dios provocará la liberación de los oprimidos y la justicia para los pobres. A la acción de pregonar la Buena Noticia se le llama evangelizar. La evangelización es el proceso total mediante el cual la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia al mundo el evangelio del Reino de Dios; da testimonio entre los hombres de la nueva manera de ser y de vivir que él inaugura; educa en la fe a los que se convierten a él; celebra en la comunidad de los que creen en él –mediante los sacramentos- la presencia del Señor y el don del Espíritu Santo, e impregna y transforma con su fuerza todo el orden temporal. “La Evangelización” ¿Qué significa evangelizar? Consiste en anunciar la Buena Noticia del Evangelio, por medio del testimonio cristiano a los hombres situados históricamente para que se conviertan y sean liberados.

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La Buena Noticia no consiste puramente en un mensaje intelectual, sino que es un acontecimiento salvífico; fuerza de Dios para salvar a todo el que cree. Esta fuerza se manifiesta en Jesús, en sus palabras y signos, en su muerte y resurrección: el evangelio es la persona misma de Jesús. Podemos decir que evangelizar es: - El anuncio de Jesús, de su vida, de su muerte y resurrección. - El anuncio del Evangelio que es gracia y salvación de Dios. - El anuncio del Evangelio que libera de todas las esclavitudes humanas. “Por medio del testimonio cristiano” La comunicación de esta Buena Noticia se realiza no solo mediante explicaciones y conocimientos teóricos, sino por el testimonio de vida transformada por Cristo. El testimonio cristiano tiene las siguientes características: 1. El testigo se reconoce enviado de Dios para testimoniar algo. 2. El testimonio incluye la proclamación de lo que se ha visto y oído: la acción de Dios manifestada en Cristo. 3. El testimonio cristiano se realiza a través de palabras y signos. 4. El testigo se compromete en su testimonio: la vida del testigo es la mejor prueba de lo que se quiere comunicar. “A los hombres situados históricamente” Cada persona, independiente al nivel cultural y al trabajo que realice está rodeada de unas circunstancias diferentes que la configuran como un ser único e irrepetible. De ahí que la evangelización deba tener presente a las personas concretas a las que se dirige, sus necesidades y aspiraciones. Al evangelizar se debe tener presente que el destinatario de la evangelización es un hombre concreto: Solo teniendo en cuenta sus necesidades y aspiraciones, la evangelización podrá ser liberadora y salvífica. “Para que se conviertan y sean liberados” Los objetivos básicos de la evangelización son dos: la conversión y la liberación.

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La conversión Consiste en: - Descubrir al Dios de Jesucristo y creer en Él, rechazando los falsos ídolos esclavizadores. - Adherirse a su proyecto de salvación, aceptando las exigencias radicales del Reino y los valores evangélicos como normas de vida. La conversión suscitada por la evangelización supone un cambio de sentido y dirección a la totalidad de la existencia humana. La conversión no es un mero cambio de mentalidad es algo que afecta al hombre entero. La conversión es una transformación que afecta a la vida de la persona y a las condiciones y estructuras sociales de la convivencia humana, para hacerla más justa y más fraterna. La conversión es real, cuando la acción evangelizadora alcanza y transforma con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los centros de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes de inspiración, las estructuras sociales, los modelos de la humanidad. La conversión cristiana es el resultado de un largo proceso. Para que el cambio sea verdadero, es necesario que la conversión surja de una decisión personal con un cierto grado de reflexión, sea gradual y progresiva y se vaya verificando en compromisos y estilos de vida concretos y reales. “La Liberación” La evangelización anuncia la salvación cristiana, que consta de dos elementos: la filiación divina y la fraternidad humana. El hombre evangelizado se reconoce hijo de Dios y como resultado de esta filiación, acoge y se relaciona con los otros hombres como hermanos. La relación con Dios y con los hermanos ha de llevarse a cabo en las condiciones de esta vida, en el mundo y en la historia; esto quiere decir que todas estas realidades quedan incluidas en el proceso salvífico. Por tanto, la evangelización es inseparable de la liberación integral del hombre, de su mundo y de su historia, e incluye la liberación total y real de todas las dimensiones de la vida humana, incluso la política. De estas afirmaciones se deduce que la evangelización incluye necesariamente la promoción humana, es decir, la creación de unas condiciones sociales que hagan efectiva la convivencia entre los hombres, fundada en la justicia y en el amor.

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Pero la evangelización no se reduce a la promoción humana. La incluye, pero la trasciende. La fe cristiana abre dimensiones nuevas al hombre y a su acción en el mundo, que no pueden agotarse ni identificarse con ningún proyecto humano. La promoción humana y la evangelización no son dos realidades incompatibles porque lo cristiano no es un añadido a lo humano. La liberación cristiana es la misma liberación humana llevada a su plenitud por el don gratuito de Dios que se acoge por la fe. “Una Comunidad Evangelizada y Evangelizadora” Las situaciones cambiantes, los continuos avances de la ciencia, las modernas formas de relación entre las personas, obligan a la Iglesia a perpetuar en sí misma la novedad del Evangelio, la actuación del Espíritu Santo la capacita para responder con su vida y su palabra a los actos que constantemente le presenta nuestra civilización. Esta actuación del Espíritu, que la conduce a la verdad plena (Jn 15,12-14), se realiza a través de diversas mediaciones como: - La acogida valiente de la Palabra de Dios, que al penetrar en los corazones cuestiona las estructuras, actuaciones, comportamientos. - Los signos de los tiempos, es decir, los deseos y aspiraciones profundas de las personas de la sociedad actual, que se ven plasmados en los trabajos que se desarrollan a favor de la paz, la justicia, los derechos humanos, la ecología... - Las voces que se elevan desde la opresión, la marginación, la pobreza extrema: “el clamor de los sin voz”. La Iglesia, por ser evangelizadora, se debe situar con humildad en un proceso de continua conversión a la Palabra de Dios que proclama.

TEMA IX. LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA. LA LITURGIA CRISTIANA. “La Liturgia celebra la fe” Todas las religiones de la tierra tienen su patrimonio litúrgico. En todas se celebra la fe mediante ritos, como expresión del sentimiento religioso vivido y celebrado en comunión con otros hombres.

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Las religiones naturales, por ejemplo, celebran en su culto la grandeza del cosmos, los ciclos de la naturaleza, la pequeñez del hombre ante la bóveda del cielo, etc. Los ritos, en los que se desarrolla el culto de estas religiones, expresan los sentimientos religiosos de gozo, estupor o dependencia que esas realidades naturales provocan en los hombres. La religión judía también celebra su fe, pero con un matiz muy peculiar. Primordialmente, no celebra, como las anteriores, la manifestación divina en las realidades y acontecimientos de la naturaleza. Para Israel, su culto tiene una referencia histórica. Celebra los grandes acontecimientos de su historia viendo en ellos la intervención salvadora de Dios. Una intervención salvífica que se actualiza en la celebración presente del acontecimiento pasado, transformándose así de recuerdo en memorial. Memorial Una acción memorial es aquella que hace referencia a un acontecimiento histórico pasado, lo actualiza en el presente y lo orienta hacia una realización plena en el futuro. Por ello, la Pascua judía es memorial de un acontecimiento sucedido en el pasado, pero que se realiza en la actualidad de la celebración: no sólo fueron liberados los hebreos que salieron de Egipto, sino que Dios libera constantemente a los que celebran la Pascua aguardando al Mesías esperado. Cristo es el cumplimiento realizado en la historia de la salvación y la liturgia cristiana no puede hacer un memorial de alguien distinto de Cristo y de su obra, es decir, la nueva y eterna alianza. Por tanto, el memorial que la acción litúrgica realiza, hace presente la salvación en medio de los hombres de todos los tiempos, en espera de la plenitud definitiva.

La Pascua judía, por ejemplo, es la celebración religiosa más significativa de los judíos. En ella se expresa el gozo del pueblo por haber sido liberado de la tierra de esclavitud, y haber sido conducido “con mano poderosa y brazo extendido” por un inmenso desierto en el que es constituido como pueblo elegido(Ex 12,1-14). Israel, al celebrar la fiesta de la Pascua, afirma que ese mismo Dios que actuó en el pasado a favor suyo, sigue haciéndose presente en su pueblo de forma salvadora. Los escritos el Nuevo Testamento nos presentan a las primeras comunidades reunidas celebrando su experiencia de encuentro con Jesucristo resucitado. Como nos cuenta Hch 2,42-45, en sus asambleas los cristianos escuchan las enseñanzas de los apóstoles, parten el pan, comparten los bienes y elevan a Dios súplicas y oraciones.

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Estas asambleas comunitarias se repiten donde quiera que surge un grupo de creyentes en Jesús Resucitado. En todas ellas se celebra la presencia de Cristo entre los suyos, otorgándoles la victoria sobre todo mal, dolor y muerte, mediante la vida de la resurrección. Con el transcurso del tiempo, estas reuniones han mantenido su sentido fundamental, aun cuando algunas formas se han modificado. Estos encuentros celebrativos de la comunidad cristiana, en los que se agradece a Dios la salvación otorgada en Cristo, son los que constituyen la liturgia. “La liturgia realiza y continúa la obra sacerdotal de Cristo” El culto cristiano dista mucho de ser un conjunto de ritos y rúbricas puntualmente indicados en el ritual. Este concepto de liturgia conlleva unos notables olvidos y asimila la celebración cristiana a cualquier otra conmemoración o espectáculo de talante político, cultural o social. La liturgia cristiana es continuación y actualización del culto perfecto que Cristo tributó al Padre. Un culto que no se limita a un conjunto de acciones piadosas, sino que es un ofrecimiento radical de todo lo que es su vida. Jesús convierte toda su existencia en ofrenda, sacrificio, acción sagrada, al unir su voluntad a la voluntad de su Padre del cielo. Por esto podemos afirmar que en la persona de Jesucristo se unen de manera singular el sacerdocio y la víctima, el mediador y la ofrenda. La comunidad cristiana reconoce a Jesucristo como el único y eterno sacerdote que ofrece como sacrificio su cuerpo entregado y su sangre derramada, y cuya oblación total se actualiza en la liturgia de la Iglesia. “La liturgia es acción de la Iglesia y en la Iglesia” La entrega incondicional y absoluta de Jesús culmina en la Resurrección; por ella, el Padre acepta la vida ofrecida de su Hijo y le glorifica por encima de todo poder y reino. La Iglesia, cuerpo de Cristo, participa de la victoria de su cabeza: el Hijo comunica al nuevo Pueblo de Dios su propia vida, por medio del Espíritu Santo. De esta manera, toda la vida de la Iglesia se transforma por medio de Cristo en ofrenda, en culto.

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Los miembros de la comunidad cristiana, por el bautismo, se integran en el pueblo sacerdotal, participando así del sacerdocio de Cristo y ofreciendo por El, con El y en El su propia vida al Padre. El culto cristiano, pues, no queda reducido a un entramado de actos litúrgicos, sino que abarca toda la vida de la Iglesia que, en Cristo, se ofrece al Padre y que se expresa a través de los símbolos litúrgicos. “La liturgia se expresa a través de signos” La liturgia cristiana se expresa por medio de un conjunto de signos con diferentes naturalezas y significados: personas, gestos, realidades materiales, lugares, tiempos, etc. Signo Las personas expresamos a través de signos nuestros sentimientos: lloramos cuando estamos tristes, sonreímos para expresar alegría, abrazamos para mostrar cariño, etc. Entre el signo que manifiesta el sentimiento y el propio sentimiento hay una relación que se llama significación: la huida significa miedo, o la agresión significa rabia, rechazo, etc. Así mismo, podemos descubrir en todo signo una realidad que llamamos significante y otra llamada significado. El significante es el elemento sensible que nos trasmite el sentimiento o nos evoca una realidad a la que no tenemos acceso inmediato: el llanto, la sonrisa, el abrazo... El significado, por el contrario, es la realidad evocada, el sentimiento o experiencia interior que hace presente el significante: la tristeza, la felicidad, el cariño... En esta relación evidente entre significante y significado se fundamenta el signo que podemos definir como toda realidad que nos lleva al conocimiento de otra. A esta definición de signo de carácter más general, conviene aportarle un par de precisiones: Muchos signos surgen de la convención o el acuerdo entre las personas: los colores que identifican la bandera de una nación, el logotipo de una empresa, señales de circulación. Otros signos, sin embargo, tienen una misma naturaleza una referencia a otra realidad, sentimiento o experiencia: el agua evoca limpieza, la vida... A estos últimos se les llama símbolos.

Todos estos signos expresan la presencia de Dios en la vida del hombre, así como la respuesta que éste da a la acción de Dios en su vida. Son mediaciones del encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Los signos de la liturgia pertenecen a la categoría de los símbolos, pues nos hacen participar de la salvación realizada en Jesucristo.

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No son simples actos mágicos, sino que su celebración carece de sentido cuando no se experimenta en la existencia personal y comunitaria la salvación otorgada por Jesucristo a todos los hombres y que es hecha presente actualmente por la Iglesia. Ahora se comprende la necesidad que tiene todo aquel que quiere celebrar un sacramento de ser iniciado en el lenguaje de los símbolos que celebran y expresan nuestra fe. Símbolo

Es todo gesto, acción humana o realidad que expresa y hace presente una experiencia profunda, un sentimiento, una situación. Su especificidad hace que todo símbolo tenga las siguientes características: - En todo símbolo hay una dimensión que no puede expresarse verbalmente: una mirada de cariño comunica lo que muchas palabras no podrían expresar. - Todo símbolo nos introduce en un ámbito en el que se hace presente la realidad simbolizada. Nunca es fin en sí mismo, sino camino que introduce, velo que se corre. - La expresión simbólica supone una cultura en la que el símbolo se da. Por eso, una misma expresión simbólica puede evocar diferentes ámbitos o realidades. - El símbolo pone en realidad pulsiones inconscientes y su expresión externa y consciente.

Estos símbolos que expresan la vida cristiana tienen cuatro cualidades fundamentales: - Hacen presente el amor inquebrantable de Dios, que se manifiesta de forma salvadora en la historia de los hombres. - Son memorial de Jesús de Nazareth, el Cristo, de sus hechos y palabras, a través de quien el Absoluto se hizo “Dios con nosotros” - Son primicias, esto es, anticipo de la plenitud que nos aguarda, hecha presente en la glorificación de Jesús de Nazareth. - Conducen a cada cristiano y a toda la comunidad a ser coherentes con lo que celebran, viviendo cotidianamente las actitudes del Reino. LOS SACRAMENTOS CRISTIANOS. El término sacramento ha tenido, en el transcurso de la historia de la Iglesia, diferentes acepciones. Esto hace que se haya convertido en un término equívoco que conviene precisar con cuidado. En general, con un sentido muy amplio y abarcante, podemos decir que sacramento incluye toda realidad visible por la que Dios comunica su vida, que es salvación, a los hombres.

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Sin embargo, la Iglesia distingue entre diferentes formas de ser sacramento: no es el mismo sentido el empleado al hablar de Cristo como sacramento del Padre que del Bautismo como sacramento de la iniciación cristiana. Pasamos acto seguido a desarrollar brevemente estas precisiones. Cristo, sacramento del Padre. Conviene recordar que el término sacramento es la traducción de la palabra griega mysterion (misterio). San Pablo emplea este término griego para designar el proyecto salvador de Dios. Un proyecto que va a realizarse primordialmente a través de Cristo, y cuyo desarrollo se mantuvo oculto en Dios durante largo tiempo. (Col 2,2-3,25) Toda la acción de Dios para salvar a los hombres llega a su culminación cuando el Hijo es rechazado y hecho pecado y maldición en el árbol de la cruz. A través de su muerte, el Padre otorga a su Hijo la VIDA, y por él, con él y en él, comunica la salvación a todo el género humano. El momento final será la restauración definitiva del universo, la nueva creación en la que Cristo someterá todo a los pies del Padre, una vez aniquilada la muerte. En Cristo, el Dios invisible e inaccesible se hace cercano: “el que me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14,7-9); es la única realidad que expresa cabalmente lo que Dios es y la que asume en plenitud la experiencia que de Dios puede tener el hombre. De ahí que podamos afirmar que Jesús es el sacramento por excelencia, el sacramento primordial, del que beben todas las demás realidades sacramentales. Consecuentemente, toda otra realidad denominada “sacramento” debe transparentar la salvación que Dios ha realizado por Jesucristo y en todo “sacramento” quien actúa es el mismo Cristo salvando a los hombres y mujeres que lo celebran. La Iglesia, sacramento de Cristo La encarnación del Hijo de Dios es el hecho fundamental que nos desvela el misterio o plan de salvación de Dios y el que nos descubre el significado profundo del sacramento. Cuando Jesús pasa de este mundo al Padre, se hace necesario otro lugar de encuentro con Dios donde el hombre pueda participar de

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su salvación. Ese lugar lo va a ocupar la comunidad, el grupo de los que creen en Él. El se irá, pero nos enviará su Espíritu que nos lo hará presente hasta el final de los tiempos. En el espacio de tiempo comprendido entre la ausencia física de Jesús y su venida al final de los tiempos, la Iglesia continúa haciendo presente entre los hombres la acción salvífica de Dios en Cristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo a quien alcanza en su totalidad la vida divina: todos los bautizados y los que participamos en la misma mesa somos miembros de un cuerpo cuya cabeza es Cristo. Hasta que Jesús vuelva, la Iglesia es, en el mundo, sacramento universal de salvación. Esto hace que lo visible de la Iglesia, es decir, sus estructuras, sus instituciones, su palabra, su presencia en el mundo, etc., han de transparentar la vida de la que es portadora. No puede separarse la sacramentalidad general de la Iglesia, de la sacramentalidad, de los ritos litúrgicos. Cuando esta separación aparece, automáticamente trae consigo el vaciamiento y el desprestigio de los sacramentos. Por otro lado, todo sacramento debe ser comprendido desde la sacramentalidad de la Iglesia. Si la Iglesia es esencialmente un pueblo unido, una comunidad de creyentes, todo sacramento tiene una dimensión comunitaria y su celebración ha de significar una experiencia comunitaria. Esta sacramentalidad, la Iglesia la expresa y comunica de forma privilegiada a través de los siete sacramentos. Su número hace evocación de la plenitud que el número siete representa en la Biblia, manifestando que a través de ellos se hace presente la única historia de la salvación. Jesús anuncia con sus palabras y sus gestos la llegada del Reino de Dios, y así algunas mujeres y hombres de su tiempo perciben en El al Mesías prometido, al Ungido de Dios que trae la salvación a todos los pueblos, “para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar a su pueblo por el camino de la paz”. Estos gestos y estas palabras de Jesús persisten en los sacramentos que la Iglesia celebra, y con los que se nutre y alimenta. Dimensiones de los Sacramentos

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Dimensión cósmico-biológica Los sacramentos cristianos se realizan siempre a través de acciones y gestos, que utilizan realidades materiales: lavarse con agua, comer pan, ungir con aceite, expresar con palabras, etc. Toda realidad material nos remite a la naturaleza de la que ha sido tomada y al trabajo humano que se ha precisado para su elaboración. Así mismo, los gestos nos evocan a la vida privada y social de los hombres que los utilizan en su comunicación. En resumen, que los signos sacramentales están radicados en el orden cósmico-biológico y de él son tomados. Dimensión histórica. La salvación de Dios acontece en la historia humana. Es en la misma historia de los hombres donde Dios ha querido actuar para salvarnos. Los sacramentos, que se desarrollan en el tiempo y en el espacio, actualizan de forma permanente el encuentro salvador del hombre con Dios en Cristo. Dimensión antropológica En los sacramentos, la Iglesia celebra la acción de Cristo resucitado iluminando las situaciones humanas significativas y momentos importantes de la vida del hombre: enfermedad, nacimiento, amor, pecado, etc. El sacramento cristiano confiere así un nuevo sentido a la vida del hombre, para que pueda asumirla y expresarla a la luz de Cristo. Dimensión de fe Las diferentes expresiones que se suceden en una celebración sacramental (palabra, gestos, canto, posición corporal, etc) nos remiten a la fe en la que encuentran los símbolos sacramentales su significación específica. Los sacramentos son siempre sellos de la fe que ha sido educada en el lenguaje de la Iglesia, a través de la evangelización y la catequesis. Expresan la fe de la Iglesia, suponen y exigen la fe de la persona que celebra el sacramento, y alimentan y nutren el crecimiento de la fe de quienes los celebran. Dimensión eclesial y comunitaria

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En la celebración de todo sacramento lo que primero salta a la vista es el grupo de personas que se reúnen en un lugar determinado (ordinariamente, el templo) para formar una comunidad celebrativa. Como todo grupo humano, esta comunidad se siente afectada por la situación coyuntural por la que pasa la sociedad en la que vive. Al mismo tiempo, es un conjunto de personas que ha encontrado en Cristo el fundamento de su vida. Siendo una comunidad plural en sus miembros, éstos se organizan para realizar las diferentes funciones de servicio, que se transparentan en la liturgia: el presidente de la celebración, los diversos ministros y personas que ejercen servicios variados, aquellos que reciben el sacramento. La presencia de Cristo en la celebración sacramental se realiza de diferentes formas. Aquí destacamos dos que atañen directamente a la comunidad constituida como asamblea celebrativa: - La propia asamblea hace presente a Cristo recordando las palabras del Señor: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”. - El sacerdote presidente de la celebración que representa a Jesucristo cabeza de la Iglesia, esposo fiel de la Iglesia, único pastor y sacerdote. Así mismo, toda comunidad que se reúne a celebrar los sacramentos remite a la Iglesia Universal de quien recibe la Tradición y a quien está unida para que estos sacramentos sean lo que representan. Dimensión ético-profética A través de los sacramentos, los cristianos anticipan el nuevo mundo, la Nueva Creación que ha sido inaugurada por Cristo. Esta realidad les hace traducir en toda su vida las actitudes que han celebrado, anticipando de forma efectiva esa plenitud de amor que aguardan en la esperanza. La imposición de manos Este es uno de los gestos más repetidos en la celebración de los sacramentos. Se utiliza en la Eucaristía, Penitencia, Unción de los Enfermos, Confirmación, Matrimonio y Orden, pudiendo utilizarse en el Bautismo en sustitución de la primera unción que se realiza antes de al ablución (unción prebautismal) En el Antiguo Testamento se utiliza con diferentes significados: bendición (Gen 48,14-16; Lev 9,22), consagración para una tarea (Num 27,18-23), identificación del pueblo con el animal que va a ser sacrificado (Lev 16,21-22),etc.

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El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús empleando este gesto para bendecir a los niños (Mt 19,13-15) o a sus discípulos (Lc 24,50). También va a utilizar este gesto en diversas curaciones (Mc 5,23;7,32;8,23-25; Lc 4,40) En la comunidad primitiva, la imposición de manos va a significar el envío para realizar una misión determinada (Hch 6,6; 13,3; 1Tim 4,14), y, en ocasiones, va unido al don del Espíritu Santo, como en Samaría (Hch 8,17) Podemos concluir afirmando que la imposición de manos expresa la toma de posesión por Dios de una persona o cosa, por la que ésta queda santificada, llena del Espíritu Santo.

TEMA X. EL BAUTISMO El hecho del Bautismo El término bautismo procede del texto griego baptizein, que significa sumergir reiteradamente en el agua. Son numerosas las religiones no bíblicas que emplean el rito del baño como signo de purificación, y en el mismo judaísmo contemporáneo a Jesús existían diversas abluciones con carácter penitencial tanto en los movimientos bautistas, como entre los esenios de Qumram. El día de Pentecostés, tras la venida del Espíritu Santo, Pedro predicaba a Jesucristo crucificado como el Mesías y el Señor por su resurrección. Sus oyentes preguntaban: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”. Pedro les contestó: “Convertios y bautizados todos en nombre del Señor Jesucristo”. Por este texto de los Hechos de los Apóstoles podemos ver como la escucha de la Palabra, la conversión y el Bautismo están estrechamente vinculados entre sí. El Bautismo ha sido desde siempre la puerta de entrada de toda vida cristiana, y junto con la Confirmación y la Eucaristía, forman la triada de sacramentos llamados de “iniciación cristiana”. La primitiva Iglesia, al leer el Antiguo Testamento, descubría en él diversos arquetipos y símbolos del bautismo cristiano. La imagen del espíritu aleteando sobre las aguas primordiales (Gn 1,2), así como la del diluvio (Gn 7,17-24; 8,1-22),hacían presente al hombre nuevo que nacía de la fuente bautismal. Los arquetipos de las aguas como camino hacia la libertad, en el Mar Rojo (Ex 14,15-31), o para adquirir la Tierra Prometida, aludiendo al paso del Jordán (Jos 3,14-17), van a ser utilizados por los Padres de la Iglesia de los primeros siglos para ilustrar la experiencia bautismal.

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EL AGUA El agua simboliza cuatro cosas: - El agua da la vida. Donde hay agua, hay vida y donde falta, sobreviene la muerte. Todo ser vivo precisa del agua para ser y el agua está en el origen de toda vida. Por eso, ella es símbolo de fertilidad, de fecundidad, de vida (Is 55,10; Ez 47) - El agua lava, por lo que muchas religiones utilizan lavatorios para representar el perdón de los pecados y la santidad interior. - El agua apaga la sed, la cual ilustra también , el deseo profundo del ser humano de felicidad, amor, libertad, verdad. El evangelio de Juan describe a Jesús como el que da el agua que apacigua la sed (Jn 4,11-14; 6,35) y que genera una fuente en nuestro interior (Jn 7,37-38) - El agua que mata, que destruye, es el simbolismo más frecuente en la Biblia. Los grandes símbolos del agua en el Antiguo Testamento son el diluvio (Gn 7) y el paso por el Mar Rojo (Ex 14), en los que algo muere para dar origen a una nueva historia.

Sin embargo, el hecho más importante para interpretar el Bautismo cristiano es el Bautismo de Jesús. Los cuatro evangelios cuentan el Bautismo que recibió Jesús (Mc 1,9-11; Mt 3,13-17; Lc 3,21-22; Jn 1,32-34) y los cuatro conceden excepcional importancia a este hecho, porque representa el punto de partida y el comienzo del ministerio público de Jesús (Hch 1,22; 10,37; 1 Jn 5,6) .Todos los evangelistas coinciden en narrar dos cosas: el descenso del Espíritu y la proclamación divina asociada a la venida del Espíritu. Según el judaísmo antiguo, la comunicación del Espíritu significa la inspiración profética. La persona que recibe el Espíritu es llamada por Dios para ser su mensajero. Por lo tanto, en el momento del bautismo, Jesús recibió del Padre la vocación y el destino que marcó y orientó su vida. Con ocasión de su bautismo, Jesús experimentó su vocación aceptando la misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Así se explica que las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mc 10,38; Lc 12,50) sea para referirse a su propia muerte. El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto: es el acto y el momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres, especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte.

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Juan bautizaba en vistas al juicio último de Dios; el bautismo cristiano es participación en la muerte y resurrección de Jesucristo; es decir, el bautizado ha muerto de una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no acabará jamás. De esa nueva vida es testigo entre los hombres, y de su comunión con el Padre, serán sus actitudes los mejores signos (Ef 4,2-6) La fuerza del Bautismo cristiano brota de la muerte y resurrección de Jesucristo y del envío del Espíritu Santo, acontecimiento en los que culminó la misión mesiánica de Jesús, iniciada públicamente en su bautismo. La Iglesia bautiza porque así realiza el mandato de Jesús resucitado (Mt 28,18-19), y porque está llena del Espíritu Santo para comunicar la salvación a través de este sacramento. “El significado del bautismo” Perdona los pecados y da una vida nueva. El paso del Mar Rojo fue para los israelitas el paso de la esclavitud a la libertad. Por eso, el bautismo que vinculó a aquellos hombres al destino de Moisés fue el bautismo de la liberación. Así mismo, el Bautismo cristiano comporta una experiencia de liberación: de la misma forma que el paso por el Mar Rojo fue para los israelitas la experiencia fundamental de su liberación, así el paso por el agua bautismal comporta para los cristianos la experiencia de su propia libertad. Por el Bautismo, el cristiano se separa del destino colectivo de una humanidad fatalmente sometida a la esclavitud del pecado, liberándose del pecado original que corrompe y desgarra al hombre y al mundo. Por consiguiente, la experiencia del Bautismo es la experiencia de la libertad más radical, la liberación de la ley en su sentido más profundo, de todo lo que desde afuera se impone al hombre (Rom 13,8-10) Para el bautizado no existe más ley que la del amor; luego, la experiencia fundamental del creyente en el Bautismo es la experiencia del amor, no sólo del amor a Dios, sino también del amor al prójimo: el que ama al prójimo, hasta las últimas consecuencias, cumple la ley plenamente.

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Une al bautizado a la muerte y resurrección de Jesucristo De la misma manera que Jesús pasó por la muerte, para llegar a una vida sin límites, igualmente el cristiano tiene que pasar por una muerte (el Bautismo), para empezar una nueva vida, la vida de la fe, la vida propia del cristiano. (Rom 6,3-5) “Morir con Cristo” significa morir al mundo, al orden establecido, como fundamento de la vida del hombre (Gal 6,14) o a los poderes del mundo que esclavizan (Col 2,20), a la esclavitud de la ley (Rom 7,6) a la vida en pecado (Rom 6,6) o a la vida para sí mismo (2Cor 5,14-15). Todo esto ocurre en el bautismo cristiano. Por eso el verdadero creyente está entregado continuamente a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en su carne mortal (Col 1,24) Hace participar al bautizado de la misión sacerdotal, profética y real de Jesucristo. Quien recibe el Bautismo queda revestido de Jesús el Mesías, lo que significa que la misma vida de Cristo está presente y actúa en el que ha recibido el Bautismo. El bautizado, unido a Cristo en la Iglesia, es, como Cristo, sacerdote, profeta y rey y está llamado a dar testimonio del Señor en este mundo. Esta participación en la misión de Jesús, el cristiano la recibe por el Bautismo a través de la presencia del Espíritu en el bautizado. El bautizado es una persona de Espíritu, una persona animada por una fuerza sobreabundante que se traduce en alegría, en amor y en libertad. Esa fuerza es el Espíritu que empuja a los creyentes a dar testimonio de Jesús hasta el fin del mundo (Hch 1,8) a ofrecer sus cuerpos y sus vidas como ofrenda agradable a Dios, y a trabajar en el mundo por lograr una sociedad más acorde con la voluntad del Padre. Incorpora al bautizado a la Iglesia La Iglesia es la comunidad de los bautizados, pues el efecto fundamental del Bautismo es incorporar al hombre a la comunidad de la Iglesia (1Cor 12,13). El bautismo es el sacramento que configura a la Iglesia, es decir, la Iglesia tiene que ser comunidad que nace del Bautismo, que, por consiguiente, se confiesa de acuerdo con lo que significa el Bautismo.

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La Iglesia es la comunidad de los que libre y conscientemente han asumido como destino en la vida sufrir y morir por los demás, es decir, la Iglesia es la comunidad de los que viven para los demás; es así mismo, la comunidad de los que se han revestido de Cristo (Gal 3,27) reproduciendo en su vida lo que fue la vida de Jesús; la comunidad de los hombres a quienes guía y lleva el Espíritu.

Todo lo que acabamos de decir es el ideal de la Iglesia que determina el horizonte hacia donde ha de caminar. Ese ideal inspira nuestra acción para ir acercando la Iglesia a su verdadera naturaleza de comunidad que viven en libertad el compromiso de su fe en Jesús. BAUTISMO DE NIÑOS Algunos dicen: No bautizo a mi hijo porque él no sabe lo que se le hace; cuando sea mayor que haga lo que él quiera. A este planteamiento hay que responder: los padres hacen todas las cosas buenas a su hijo sin contar con él y hasta en contra de su voluntad: Traerlo al mundo, inscribirlo, vacunarlo, alimentarlo, darle medicinas, mandarlo a la escuela. Y lo hacen porque todo ello es bien para su hijo que no es capaz de comprenderlo en ese momento. Los padres cristianos bautizan a sus hijos pequeños porque están convencidos de que le dan a sus hijos lo que más vale: Ser hijos de Dios. Los padres cristianos, pues, hacen muy bien en bautizar a sus hijos pequeños aunque de momento no se den cuenta del bien inestimable que reciben: la vida de Dios. Más tarde, al crecer, los padres y padrinos deberán cumplir el sagrado compromiso que adquirieron al bautizar a su hijo y ahijado, educarlo como cristiano explicándole la fe cristiana, haciendo que reciba los demás sacramentos y dándole ejemplos de vida cristiana. LITURGIA DEL SACRAMENTO Las principales ceremonias con que se administra el sacramento del Bautismo son: Lectura y explicación de una parte de la Biblia referente al bautismo.

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Unción en el pecho del niño con óleo o aceite pidiendo que sea fortalecido en la fe y sea capaz de llevar a cabo las exigencias de la vida cristiana que va a comenzar. (óleo de los catecúmenos) Bendición del agua que se va a emplear para bautizar. Renuncia al pecado y reafirmación de la fe cristiana por parte de los padres y padrinos en nombre propio y del niño. Bautismo, derramando agua sobre el niño mientras se dice: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Unción con el óleo, llamado crisma, en la cabeza del niño como símbolo de la dignidad de hijo de Dios que acaba de recibir. Imposición de una capa blanca que significa la limpieza y hermosura del alma que acaba de renacer a la vida de Dios y que deberá conservar y desarrollar. Entrega de una vela encendida que significa la luz de la fe cristiana que debe iluminar todos los actos de la vida del cristiano. Recitación del Padrenuestro, con el cual, desde el Bautismo, llamamos a Dios como Padre. Bendición final a los padres y padrinos. Bautismo de urgencia: En peligro de muerte y no habiendo posibilidad o tiempo de llamar a un sacerdote, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar a otra, haciendo lo siguiente: derrama un poco de agua natural sobre la frente y dice: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. En tal caso no es indispensable la presencia de los padrinos. Y si la persona bautizada sobrevive, debe llevarse a la Iglesia para completar los ritos del Bautismo que la incorporan visiblemente a la Comunidad Cristiana.

TEMA XI . LA CONFESIÓN

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Las primeras comunidades cristianas contemplaron con estupor la fuerza sugerente que tenía el espíritu del mundo. Aún después del bautismo, este espíritu tentaba a los hermanos y les hacía separarse del camino cristiano emprendido. Partiendo de esta realidad, la naciente Iglesia se plantea la necesidad de un segundo bautismo laborioso o segunda tabla de salvación, como denominaban los Santos Padres al sacramento de la Penitencia. Esta segunda oportunidad que se ofrecía a los que se habían alejado del proyecto cristiano de una forma notoria, encontraban su apoyo en la actitud de Jesús con los pecadores. (Mc 2,5.17; Jn 8,1-11) La autoridad que Jesús posee para librar del pecado, la va a trasmitir a la Iglesia (Jn 20,22-23), haciéndola portadora de reconciliación: “A continuación sopló sobre ellos y les dijo: Recibíd el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados” Pecado La realidad del mal es algo evidente para todo aquel que no quiera estar ciego ante lo que ocurre cotidianamente. Este mal es visto por el creyente como la expresión de la ruptura que existe entre Dios y el ser humano, esa grieta que nace del corazón de cada persona y que separa a los hombres, oprime a los débiles, olvida a los pequeños e infelices. Esa ruptura es a lo que llamamos pecado. El pecado conlleva a tres dimensiones que están en relación continua, pero que al tiempo pueden diferenciarse: - El pecado como rechazo de sí mismo, como fractura entre lo que realmente soy y lo que estoy llamado a ser, entre lo que realizo y aquello que, en virtud de mi capacidad, podría realizar; - El pecado como rechazo a los demás. Notablemente unida a la anterior, pues mis opciones por acaparar, conservar o utilizar mis cualidades y dones para mi propio beneficio y disfrute, privan a otros de posibilidades y esperanzas. - El pecado como rechazo a Dios: detrás de las dos dimensiones anteriores, más profundo que ellas mismas, está el rechazo de un Hacedor, de un Señor, del que recibo el don y la cualidad. Al afirmarme a mí mismo, niego al otro como humano, pero niego al Otro como Dios. Esta reconciliación o acogida a los que han pecado se ejerce en la comunidad cristiana a través de una praxis curativa. Aquel que se ha alejado del camino de Jesús debe realizar un esfuerzo manifiesto de conversión para que la reconciliación sea efectiva.

El sacramento de la Penitencia tiene un puesto relevante en la vida de la Iglesia. Esta es consciente de que Jesucristo le ha confiado, en los Apóstoles y en

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sus sucesores, el poder de perdonar los pecados. Por consiguiente, ha visto siempre en este sacramento el signo del perdón de Dios confiado a la propia Iglesia. Esta dimensión eclesial de la Penitencia se expresa sobre todo en las palabras de Jesús a Pedro. (Mt 16,19) Las palabras atar y desatar significan: al que excluyáis de vuestra comunión (atar=excomulgar), está también excluido de la comunión con Dios; al que, a su vez aceptéis de nuevo en vuestra comunión (=levantar la excomunión), también Dios le acepta en su comunión. La reconciliación con la Iglesia es el camino de la reconciliación con Dios. Este aspecto se expresaba perfectamente con la penitencia pública de la Iglesia antigua. Por esta razón, la absolución sacramental, obligatoria desde el año 1975, se dice: “Dios Padre misericordioso... te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz”. La celebración de este sacramento ha revestido formas diversas a lo largo de los siglos. Bajo cualquiera de ellas, la Iglesia ha tenido la certeza de que esta acción sacramental es la principal manifestación de que Jesús, le ha confiado el poder de perdonar los pecados cometidos desde el Bautismo. El sacramento de la penitencia consiste en: - Por una parte, en actos humanos de conversión, posibilitados por la gracia: el arrepentimiento, la confesión y la satisfacción; - Y, por otra, en la acción de la Iglesia, o sea, en que la comunión eclesial, bajo la dirección del obispo y del sacerdote, en nombre de Jesucristo, otorga el perdón de los pecados, fija las formas necesarias de la satisfacción, reza por los pecadores y hace penitencia con ello en virtud de su función vicaria, para concederles, finalmente, la plena comunión eclesial y el perdón de los pecados. De este modo, el sacramento de la penitencia es al mismo tiempo un acto totalmente personal, y una celebración eclesial y litúrgica. El fruto de este sacramento consiste en la reconciliación con Dios y con la Iglesia. Frecuentemente produce paz y alegría de conciencia y un gran consuelo del alma.

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El sacramento no queda reducido a la “confesión” de los pecados, sino que ésta es una fase dentro de un proceso de conversión. Se insiste en presentar el sacramento de la penitencia o reconciliación como una celebración eclesial, en la que toda la Iglesia se encuentra afectada. Significado del sacramento de la penitencia El sacramento de la penitencia es un encuentro gozoso de reconciliación. En él intervienen siempre tres sujetos que lo configuran como sacramento:

- Dios, que busca, salva y renueva a la persona; - La Iglesia, que hace visible en su seno el encuentro de reconciliación; - La persona, que acoge en su propia vida el don de la reconciliación. La misericordia entrañable de Dios. La reconciliación es, fundamentalmente, una obra de Dios. Una obra en la que intervienen tal como es: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

- Padre que busca a sus hijos perdidos, que sale a su encuentro constantemente. Este es el significado profundo de toda la Historia de la Salvación: un Padre que busca a sus hijos de formas diversas para otorgarles su propio hogar, su propia alegría, su propia vida. - Hijo que, en su Muerte y Resurrección, manifiesta lo que es la reconciliación: un proceso de lucha contra el mal, una entrega al servicio de los demás, un camino de dolor (via crucis) hacia una situación nueva de amor. - Espíritu que es la misma vida de Dios derramada sobre los creyentes, que nos mueve a la conversión, nos transforma y nos renueva en la fe. La Iglesia, sacramento de reconciliación La Iglesia, familia de los que siguen a Jesús, participan de su Espíritu y se reconocen hijos del mismo Padre, se interesa por la situación de cada uno de sus miembros. No puede quedar indiferente ante el pecado de uno de sus componentes que necesariamente afecta a la comunidad entera. Los asuntos de la familia, que repercuten en toda ella, no pueden ser solucionados individualmente. Por eso la reconciliación no es nunca un asunto privado, sino comunitario, eclesial. Todo esto se manifiesta mediante:

- La presencia de la Iglesia universal, a través de la Palabra de Dios que a todos invita a la conversión, los signos litúrgicos que para todos expresan el perdón y el servicio del sacerdote que simboliza la apostolicidad y el envío de Jesús. - La absolución del ministro ordenado que hace presente a Cristo y a la Iglesia, no es solo expresión de la buena noticia del perdón de los pecados o una mera

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declaración de que Dios los ha perdonado; gracias a ella, somos readmitidos a la plena comunión eclesial. - La ayuda y acompañamiento de la comunidad particular. En esta comunidad la intervención de la Iglesia en el proceso penitencial se concreta en el perdón mutuo y la corrección fraterna, la palabra de ánimo, el ejemplo de vida, el servicio a los demás y la propia celebración del sacramento. El hombre al encuentro del Dios misericordioso. Sin embargo, todo lo hasta aquí dicho no puede realizarse si el hombre no acoge el don que el Padre le ofrece; Dios no puede reconciliar a quien no quiere reconciliarse. El riesgo del Padre es la libertad del hijo.

Por eso, los actos el penitente son importantes y pueden reducirse a tres: - Conversión, que no es un simple remordimiento o malestar. Implica el saberse alejado de Dios a causa del pecado, y el rechazo de esta situación o actitud que obstaculiza las relaciones con Dios y con los demás. - Expresión de esta conversión o confesión. La Iglesia reconoce que hay diferentes maneras de expresar externamente esta conversión. Todas ellas son válidas y suficientes siempre que no se trate de pecados que supongan la ruptura con Dios y la Iglesia. Cuando se trata de un pecado mortal, donde queda comprometida esta relación, la Iglesia estima necesaria la confesión oral de ese pecado. Pecado Mortal El pecado tiene una gradualidad. No todo es igual ni toda opción compromete de igual manera a la persona. Por ello, podemos establecer tres situaciones diferentes. Pecado Mortal es una opción libre, premeditada, consciente, que implica una ruptura radical con Dios y con los demás. Aun cuando puede manifestarse en actos singulares y aislados, se expresa ordinariamente en actitudes o en un conjunto de actos. Toda la vida se orienta en esta dirección opuesta a Cristo. Podemos encontrar, también, situaciones en las que, pese a que la acción es grave en sí misma, las circunstancias que la rodean se orientan a dibujar una realidad en la que no hay pleno consentimiento ni libertad total. Se manifiesta todo ello en la inmediata reacción de la persona para repararlo, para evitar las circunstancias que lo facilitaron, etc. Por fin, podemos hablar de pecado venial, que hace referencia a las faltas cotidianas; son signos de nuestra debilidad y limitación, de nuestra falta de amor a los demás y a Dios.

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Según la doctrina de la Iglesia, la confesión de las culpas es una parte esencial e irrenunciable del sacramento de la penitencia, para someterse al juicio de la gracia de Dios. Por esta razón, es necesario confesar los pecados graves (pecados mortales) que el penitente recuerde después de un diligente examen de su conciencia, de tal modo que se manifieste adecuadamente la situación concreta de los pecados en cuanto al número, especies y circunstancias. La confesión de la culpa, incluso desde el punto de vista humano, tiene un efecto liberador y reconciliador. Por la confesión el hombre se sitúa ante su pasado pecador, acepta su responsabilidad y al mismo tiempo se abre nuevamente a Dios y a la comunión de la Iglesia, obteniendo así un futuro nuevo. - Las obras de conversión y compromiso: satisfacción. Durante mucho tiempo este elemento ha tenido una importancia ridícula en la celebración del sacramento. Se asimilaba al pago de una culpa o al castigo por el pecado. Sin embargo, es una parte necesaria e integrante del proceso de conversión, ya que manifiesta que por el sacramento de la penitencia no huimos de nuestras responsabilidades, sino que la conversión cristiana transforma la vida y procura reparar, en lo posible, el mal causado. Virtud de la penitencia Hoy en día, la virtud de la penitencia ha perdido fuerza en la vida cristiana. Vivimos dentro de una cultura que tiende a suprimir el dolor y el sufrimiento hasta límites obsesivos. Hay quien piensa, además, que puesto que la creación de Dios es buena, la vida cristiana ha de gozar de todas las realidades creadas, de modo que no tiene sentido la renuncia. Se sostiene así que el sentido penitencial de la Iglesia se basa en una concepción negativa del mundo y que el único sufrimiento legítimo es el que nace del amor a los demás o de la lucha por su liberación. Pablo VI decía al respecto: “No se quiere sufrir. Y cuando llegan las contrariedades, el interior las rechaza considerándolas un insulto a la providencia y a nuestro destino. Aun hoy, después del concilio, con frecuencia se presenta la tentación de considerar fácil el cristianismo, de aceptarlo en sus aspectos cómodos, pero sin ningún sacrificio, tratando de hacerlo conformista con todos los aspectos habituales de la vida humana. No es así. No debe ser así. Si es verdad que la nueva disciplina de la Iglesia trata de hacer viable la vida

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cristiana y mostrar sus valores positivos, estemos atentos: el cristianismo no puede quedar desembarazado de la cruz; la vida cristiana ni siquiera se puede imaginar sin el peso fuerte y grande del deber, ni siquiera se puede tener como tal sin el padecimiento, sin el misterio pascual del sacrificio. El que trate de quitar esta realidad de la vida se engaña a sí mismo y desnaturaliza el cristianismo; hace de él una interpretación cómoda de la vida, mientras nuestro Señor dijo a todos que es preciso llevar la cruz, con sus asperezas, sus dolores, su exigencia absoluta y, si es necesario, también trágica”. La creación es buena, pero el pecado habita en nuestro corazón, el cual se apega a las cosas del mundo haciendo ídolos. Es por razón del pecado por lo que la penitencia tiene sentido. Y en ella vemos tres dimensiones fundamentales. 1. La penitencia o sacrificio voluntario tiene sentido pedagógico porque nos prepara para luchar con las malas tendencias del corazón. Pablo hace ver las privaciones de los atletas que buscan una corona humana (cf 1Cor 9,24). ¿Cuánto más nosotros tendremos que imponernos sacrificios para ganar la vida eterna?. Además, con determinados sacrificios, podemos dar limosnas y ayudar al prójimo. 2. La penitencia tiene un sentido satisfactorio, respecto de Dios en primer lugar, a quien nuestro pecado ha ofendido. Por ello tiene un sentido reparador en cuanto que quiere corresponder al amor de Dios ofendido por nuestros pecados. Pero también la penitencia viene a restañar las heridas producidas por nuestros pecados en nosotros mismos, a superar el desequilibrio y el apego a las cosas del mundo que todo pecado deja en nosotros. No basta la conversión: “No es bastante apartarse de las malas obras y venir a las buenas sí, de todo lo malo que se hizo, se olvida satisfacer a Dios por el dolor de la penitencia, el gemido de la humildad, el sacrificio del corazón contrito y las limosnas. 3. El sacrificio voluntario tiene un sentido corredentor. En la actual situación de pecado y de gracia, en virtud de la comunión de los santos, el cristiano puede ofrecerse a sí mismo, por sus ayunos y penitencias, para cooperar por otros y ganar para ellos las gracias que necesitan. De la misma forma que el pecado de uno ofende a toda la comunidad de los santos, la santidad y penitencia de uno ayuda a otros. Decía Pío XII: “Es un misterio tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y de las voluntarias mortificaciones de los miembros del cuerpo místico de Cristo”. Es muy

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poca la penitencia canónica que tenemos asignada (abstinencia los viernes de cuaresma y un par de ayunos), pero es claro que el cristiano no puede limitarse a ello. DISPOSICIONES: Para recibir el perdón de nuestros pecados en el sacramento de la Penitencia debemos acudir a él con estas disposiciones: Examinar nuestra conciencia, es decir, pensar los pecados, sobre todo graves, cometidos desde la última confesión bien hecha. Arrepentirnos de verdad de haberlos cometido, sobre todo, por ser el pecado una ingratitud al amor infinito de Dios hacia nosotros. Luego se acerca al confesor y lo saluda en forma común o diciéndole “Ave María purísima” a lo cual el sacerdote contestará “sin pecado concebida”. Luego le manifiesta al confesor el tiempo aproximado desde la última confesión y los pecados graves que recuerde en forma breve y sencilla. Proponernos y esforzarnos seriamente en no cometerlos de nuevo y reparar los daños causados al prójimo y a la sociedad. Cumplir la obra u oración que el confesor nos indica para fomentar mejor nuestro deseo de reparación del daño del pecado. ACLARACIONES: Un pecado grave involuntariamente olvidado, antes o después de la confesión, quedó perdonado, aunque debe confesarse en la próxima confesión que se haga. Es conveniente, pero no es necesario, confesar los pecados pequeños o leves. No confesar a sabiendas algún pecado grave o confesarse sin arrepentimiento hacen nula la confesión porque Dios no puede perdonar al que no es de corazón sincero.

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El sacerdote está obligado a guardar el más absoluto secreto de lo oído en confesión, por intrascendente que ello sea, aun a costa de su propia vida. El sacerdote no confiesa a otros porque sea mejor que ellos, sino porque fue llamado por Cristo. Alguien debía ser. Pero también el sacerdote si quiere ser perdonado de sus pecados, debe confesarse con otro sacerdote. Uno puede confesarse con cualquier sacerdote, conocido o desconocido, de esta o de cualquier comunidad católica. Nunca preguntarán al penitente, quién es, cómo se llama, dónde vive. No es necesaria ninguna identificación. Los pecados deben decirse de la manera más breve y escueta posible. No debe mencionarse nunca el nombre de otras personas complicadas en el pecado confesado. Arrepentimiento sincero y propósito serio de enmendarse no significan certeza y seguridad absolutas de nunca más cometer el mismo pecado. Los pecados con los que se ha perjudicado al prójimo (robo, difamación, injusticia...) además de confesarlos hay que reparar en lo posible, los daños causados. Para expresar a Dios el arrepentimiento cualquier palabra salida del corazón sirve. Puede utilizarse también alguna oración conocida. FRECUENCIA Esta mandado recibir este sacramento en peligro de muerte y una vez cada año. Pero al aprecio de este sacramento de la misericordia de Dios debería llevarnos a recibirlo con mayor frecuencia, sobre todo, en las grandes celebraciones litúrgicas de Cuaresma, Semana Santa, Navidad y Fiestas Patronales de nuestra comunidad y en ciertas fechas personales como cumpleaños, santo y algunos aniversarios. No es necesario confesar cada vez que se va a comulgar a no ser que se haya cometido algún pecado grave. Si se ha cometido un pecado grave no se puede comulgar sin haberse arrepentido de ese pecado y haberlo confesado previamente.

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Celebración de la penitencia A raíz de las nuevas disposiciones de 1974 se reconocen tres formas de celebración de la penitencia sacramental. Forma A: Celebración de la reconciliación para un solo penitente. También esta forma debe tener una cierta estructura litúrgica: salutación del sacerdote, lectura de un texto de la Escritura, confesión de los pecados e imposición de la penitencia, oración, absolución del sacerdote extendiendo las manos, doxología final y despedida litúrgica con la bendición sacerdotal. En caso de que lo sugieran razones pastorales, el sacerdote puede omitir o abreviar algunas partes del rito. Pero siempre han de conservarse íntegramente las partes siguientes: la confesión oral de los pecados y la aceptación de la imposición de la penitencia, el requisito del arrepentimiento, la fórmula de la absolución y la despedida. En peligro de muerte basta que el sacerdote pronuncie las palabras esenciales de la absolución: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Forma B: Celebración comunitaria de la reconciliación con confesión y absolución individual. En esta forma la confesión y la absolución individual van unidas a una celebración colectiva de la penitencia, para prepararse y dar gracias colectivamente. La confesión individual queda, por tanto, incluida en la liturgia de la palabra con lectura de la Escritura y homilía, examen colectivo de conciencia y confesión individual de los pecados, oración del Padrenuestro y acción de gracias colectiva. Esta celebración comunitaria expresa más claramente el carácter eclesial de la penitencia. Forma C: Celebración comunitaria de la reconciliación sin previa confesión individual y absolución general. Esta forma solo está permitida en casos de grave necesidad, es decir, cuando amenace un peligro de muerte, o cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay bastantes confesores para oír debidamente la confesión de cada uno dentro de un tiempo razonable, de suerte que, sin culpa, por su parte, se verían privados durante mucho tiempo de la gracia del sacramento o de la sagrada comunión. En estos casos, sin embargo, se presupone la voluntad de confesar individualmente los pecados graves lo antes posible. Determinar si se da tal necesidad grave es prerrogativa del obispo de la diócesis asesorado por los restantes miembros de la Conferencia Episcopal.

TEMA XII. LA EUCARISTÍA “El hecho de la Eucaristía” El nombre de este sacramento procede de la palabra griega eujaristein que significa agradecer, expresar agradecimiento. En realidad, este término es el utilizado para traducir el hebreo berakah que manifiesta la alabanza, la bendición que el pueblo dirige a Dios recordando sus intervenciones salvadoras.

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Y es que parece que la comida festiva, el banquete, es un momento privilegiado de reunión, de celebración, de expresión de gozo y de alegría. Los judíos celebran anualmente su liberación de la esclavitud de Egipto en una cena pascual. En ella, el niño más pequeño de la casa sigue preguntando al anciano de cada familia el por qué de la celebración, y éste le narra con detalle las hazañas que Dios ha hecho para sacarlos de la esclavitud. Jesús también compartió su alimento y alegría en comidas de diversos tipos, con diferentes motivos y circunstancias. Tan es así, que el hecho de compartir el pan con otras personas aparece como constitutivo de la experiencia que tuvieron las primeras comunidades de la Eucaristía. Hoy es una opinión generalmente admitida vincular el origen de la celebración de la Eucaristía a las comidas que Jesús celebrara con la gente de su tiempo, a la cena que precedió a su muerte en la cruz y a las comidas del Resucitado evocadas en el Nuevo Testamento. “Las comidas de Jesús” Para un judío, incluso en nuestros días, acoger a una persona e invitarla a la mesa representa una muestra de respeto. Además, significa una oferta de paz, confianza, fraternidad y perdón. La comunión de mesa expresa la comunión de vida. En este horizonte hay que situar las comidas de Jesús que nos narran los evangelios y, también, las parábolas de banquetes y bodas que Jesús utiliza para expresar la realidad del Reino. Jesús, mediante sus comidas, anticipa el Reino definitivo, en el que Dios llama a unirse a El a todos los seres humanos. Sentados en torno a la misma mesa, compartiendo el mismo pan, los comensales se convierten en familia de hermanos, prefigurando la fraternidad a la que la historia está destinada por voluntad de Dios. “La Eucaristía en la vida de la Iglesia” La celebración de la Misa o Eucaristía es el acto céntrico y más importante de la Iglesia, de cada comunidad y de cada cristiano en particular. Aunque lo esencial de la Eucaristía es convertir el pan (bondad de la creación, frutos del trabajo del hombre, pero antes frutos de la tierra y de la vid y los panes ácimos de la salida de Egipto) y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y

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tomarlos como alimentos, la Iglesia ha añadido otros ritos que fomentan nuestra fe y piedad. Los manjares concretos del pan y del vino tienen también un fuerte contenido simbólico: el pan simboliza lo cotidiano de la vida; el vino expresa la alegría y la felicidad. También se le llama a la Eucaristía (Misa): Banquete del Señor, Fracción del pan, Asamblea Eucarística, Santa Misa. Antes de la consagración se mezcla el vino con agua, lo que significa: - La humanidad y la divinidad de Cristo. - Nuestra redención efectuada por la sangre, mezclada con el agua que salió del costado de Cristo. - Nuestra participación en la vida divina, como Jesús participó en nuestra vida humana. - La costumbre de los judíos de mezclar, en sus comidas, el vino con un poco de agua. Hoy se da por probado que la cena de Jesús fue una cena pascual, que en tiempos de Jesús se celebraba de esta manera: Se sacrificaban en el templo los corderos cuya sangre iba a ser derramada sobre el altar y, por la noche, a la hora acostumbrada por los judíos, se cenaba por familias o en pequeños grupos. a) Tras una primera copa de vino, se bendecía a Dios por la fiesta y por la copa. y se servía sin pan el primer plato: legumbres, hierbas amargas y salsa haroset. Se comía entonces lo servido. Luego se presentaba el menú pascual: el cordero sacrificado, pan sin levadura tierno, hierbas amargas y haroset. Se servía una segunda copa de vino. b) Con estos manjares en la mesa, alguien preguntaba: ¿Por qué hacemos esto hoy?. Y el presidente recitaba la explicación o narración de la salida de Egipto (haggadá). Y explicaba el significado de cada manjar: los egipcios nos amargaron la vida, pero Dios nos liberó pasando por las casas de los israelitas. Seguía la recitación de algunos salmos que destacaban la intervención de Dios liberando (Hallel), y se bebía la segunda copa. c) Oración del presidente sobre el pan ácimo. Se partía el pan y se tomaba la comida, recostados en señal de no esclavitud. Era servida una tercera copa de bendición (vino mezclado con agua)

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sobre la que se pronunciaba la acción de gracias por la comida, pasándola de uno a otro para que todos bebieran de ella. d) Se servía la cuarta copa. Se continuaba con los salmos de Hallel. Se recitaba la plegaria de alabanza sobre la cuarta copa. Jesús debió pronunciar la fórmula explicativa del pan en ocasión de la plegaria recitada antes de comer el plato principal (letra c) y la del vino al beber la tercera copa o copa de bendición. Con tales gestos proféticos, Jesús viene a decir: voy a la muerte como verdadera víctima pascual y mi entrega tiene carácter expiatorio y sustitutivo (según el poema del siervo de Isaías). Para vosotros, la pascua tendrá un sentido nuevo: pediréis a Dios que se acuerde de mí, para que llegue a su reino y se cumpla todo. Seguid congregándoos como comunidad salvífica en torno a la mesa y pedid a Dios que se digne realizar pronto la consumación. En resumen, Jesús no sólo sigue el ritual de la cena pascual judía, sino que lo cambia dándole una significación nueva, a estrenar. A diferencia de las costumbres judías, Jesús da de beber de la copa de la bendición a todos los comensales (haciéndoles partícipes de su suerte), y acompaña el ofrecimiento del pan y de la copa con unas palabras explicativas. “Institución de la Eucaristía” (Mt 26,26-29; Mc 14,12-25; Lc 22,14-20; Jn 13,1ss; 1Cor 11,23-26) El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena le lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno “constituyéndolos sacerdotes del Nuevo Testamento” Durante la última cena, Jesús lavó los pies a sus discípulos en señal de servicio, porque: - los pobres eran quienes andaban descalzos - el lavatorio nos remite al bautizo y a la confesión (se unen lazos de misericordia) - ninguna religión da las cosas sagradas sin purificarse.

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Al celebrar la última cena, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y resurrección. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual. La Eucaristía es un sacrificio, y se manifiesta en las palabras mismas de Jesús en la institución de la Eucaristía: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros y esta copa es la Nueva Alianza en mi Sangre, que será derramada por vosotros. Hagan esto en memoria mía”. En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que derramó por muchos para remisión de los pecados” Cristo que murió, resucitó y que está sentado a la derecha de Dios Padre, está presente en múltiples maneras en su Iglesia: - en su Palabra, - en la oración de la Iglesia, “allí donde dos o tres están reunidos en mi nombre”, - en los pobres, los enfermos, los presos, - en los sacramentos de los cuales El es el autor, - en el sacrificio de la Misa - y en la persona el ministro, - pero sobre todo está presente bajo las especies eucarísticas (pan y vino) En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre, junto con el alma y la divinidad de Cristo, por consiguiente, es Cristo entero. Transubstanciación: Por la consagración del pan y del vino, se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo y toda la sustancia del vino en la substancia de su sangre. La presencia de Cristo en la Eucaristía, comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsisten las especies eucarísticas. Sagrario o Tabernáculo:

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Allí se guardan las hostias consagradas que no fueron consumidas en la Misa, estas se utilizan para llevar la comunión a los enfermos, o para adorar a Cristo fuera de las horas de culto litúrgico. El sagrario se pone en el lugar más digno de la Iglesia y nos indica su presencia una luz roja que debe estar encendida día y noche a su lado. Cierto es que Dios está en todas partes. Que donde él está su virtud le acompaña; pero el Cuerpo de Jesucristo no está en todas partes, sino en el cielo y en la Hostia consagrada, y por eso los bienaventurados en el cielo y los no menos venturosos moradores de los sagrarios de la tierra, pueden aspirar y sentir esa singular virtud del sacrosanto Cuerpo de Cristo. La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento “no se conoce por los sentidos, sino solo por la fe”. “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”. No te preguntes si esto es verdad, sino, acoge más bien con fe estas palabras del Señor, porque Él, que es la Verdad, no miente. El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida eterna” (Jn 6,53-59) Para responder a esta invitación debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia y quien tenga conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Confesión o la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Ante la grandeza de este sacramento, el fiel solo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del centurión: ”Señor, no soy digno de que...” (Mt 8,8) Para comulgar debemos estar como mínimo una hora sin tomar alimentos ni bebidas, agua común y cualquier medicina se pueden tomar en cualquier momento. Bebidas alcohólicas como mínimo tres horas. Por la actitud corporal (gestos, vestidos) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped. Frecuencia

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La Iglesia obliga a los fieles a “participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia” y recibir al menos una vez al año la comunión, si es posible, en tiempo pascual, preparados por el sacramento de la confesión. La Iglesia recomienda a todos los fieles recibir la comunión todos los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, todos los días. “Frutos de la comunión” 1. La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. 2. La comunión nos separa del pecado. Lo que recibimos es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, “derramada por muchos para el perdón de sus pecados”, por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos. Como el alimento corporal (comida) sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que en la vida cotidiana tiende a debilitarse. Cuanto más participemos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. 3. La Unidad del Cuerpo Místico. Cristo une a todos los fieles en un solo Cuerpo. La comunión renueva y profundiza esta unidad. 4. La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres. Debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos. La Eucaristía es acción de gracias y alabanza a Dios. Memorial del sacrificio y presencia de Cristo por su palabra y Espíritu. Toda la Iglesia se une a este sacrificio y alabanza. Cumplir las siguientes normas ayuda a participar bien en la celebración de la Eucaristía: 1. Llega al templo antes de iniciarse la celebración. 2. Ocupa en el templo un lugar cercano al Altar y no te quedes en los últimos bancos. 3. No te pongas junto a personas amigas que por demasiada confianza te harán distraer.

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4. Procura poner la mente y el corazón en lo que rezas, cantas y haces. 5. Únete en voz alta a la oración de todos, evitando adelantarte o atrasarte. 6. Participa sin pena en el canto litúrgico que es la expresión mejor de la oración comunitaria. Si desentonas canta bajito, pero canta. 7. Realiza los movimientos del cuerpo y observa tus posturas con dignidad de modo que también, a su modo, tu cuerpo alabe a Dios. 8. No mires como predica el sacerdote ni la elegancia de sus palabras, mira el fruto que puedes sacar para ti. 9. Si comulgaste, habla de corazón a corazón con Cristo con tus propias y espontáneas palabras. Para ello recógete incluso cerrando los ojos e inclinando la cabeza. 10. No salgas antes del canto final. Bueno sería que te quedaras unos momentos en oración personal, sobre todo si comulgaste. LA EUCARISTÍA

I.- CRISTO PRESENTE DE MANERA REAL, VERDADERA Y SUBSTANCIAL EN LA EUCARISTÍA. La palabra Eucaristía proviene de una palabra griega, que significa acción de gracias. La Eucaristía hace referencia a dos realidades diversas, pero relacionadas entre sí: – Al sacramento de la Comunión. – A la Misa. Es lo mismo decir Eucaristía que Comunión, de igual forma significa lo mismo decir: “voy a la Eucaristía”, que decir “voy a la Misa”. La celebración de la Eucaristía tiene su origen en el mismo Jesús. Cinco textos del Nuevo Testamento nos transmiten este dato. El relato de la Institución de la Eucaristía aparece en 1Cor 11, 23-25; Mc 11, 22-26; Mt 26, 26-30 y Lc 22, 1520. Por otra parte, el Evangelista San Juan no nos relata la institución eucarística por Jesús; sin embargo en su lugar nos ofrece un largo discurso (Jn 6, 22-59), en el cual el Señor se proclama el Pan de Vida, pero que en los versículos 51-59 se refiere concretamente a la Eucaristía. Antes de continuar debo hacer la siguiente aclaración: la Iglesia Católica cree que la Revelación Sobrenatural de Dios es trasmitida por dos vías: la Biblia y la Tradición. Las iglesias protestantes sólo admiten la revelación bíblica. La

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Tradición y la Sagrada Escritura “están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente (que es Dios), se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin” (Cfr Catecismo de la Iglesia Católica n. 80). La Tradición llevada a cabo por el Espíritu Santo, conserva por transmisión viva y continua la predicación apostólica, expresada de modo especial en la Biblia. Esta transmisión viva la Iglesia la realiza con su enseñanza, su vida y su culto, y así trasmite a todas las épocas lo que cree. La Iglesia saca de la Biblia y de la Tradición la certeza de todo lo revelado. (Cfr Catecismo de la Iglesia Católica n.n. 74-83) Ahora bien, refiriéndome concretamente a la Eucaristía, debo aplicar a ella lo expuesto en el párrafo anterior: La Iglesia desde sus mismos inicios, leyó, comprendió, oró, celebró en el culto y vivió los textos eucarísticos del Nuevo Testamento, a los cuales hice referencia anteriormente. Así nació la Tradición Eucarística. La Revelación de Dios en cuanto a la Eucaristía se conserva en los textos neotestamentarios ya citados y en la Tradición Eucarística. Abundan los escritos eucarísticos pertenecientes a la Tradición Eucarística. Sin embargo, hay uno muy precioso del año 155, compuesto por el mártir San Justino. La lectura de este texto nos lleva a sentirnos reconocidos en él por la gran semejanza que tiene con el desarrollo de la celebración de nuestra actual Misa. De la revelación eucarística conservada en el Nuevo Testamento y la Tradición, la Iglesia fijó la doctrina de la fe en este sacramento “tan admirable” como lo llama la liturgia. Así pues, la Iglesia cree que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre juntamente con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Cc de Trento: DS 1651) En la Misa, después del canto del “Santo”, cuando el sacerdote extiende las manos sobre el pan y el vino, y pronuncia las mismas palabras de Cristo en la Última Cena, ocurre un cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; y aunque tenga sabor, color, olor y forma de pan; ya no hay pan, sino el Cuerpo de Cristo. De la misma manera, aunque tenga sabor, color, olor y forma de vino; ya no hay vino; sino la Sangre de Cristo. La Iglesia Católica ha llamado a este cambio: transubstanciación.

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“La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1377) De los anteriores elementos doctrinales de la fe católica, se deducen algunos aspectos fundamentales: La Eucaristía no es un símbolo del Cuerpo y la Sangre de Cristo y tampoco es un mero recuerdo de lo que realizó el Señor en la Última Cena, como creen los hermanos pertenecientes a iglesias protestantes. Cristo en la Eucaristía está de manera verdadera y real por excelencia, porque su presencia es substancial; y por esta presencia substancial, Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n. 1374) En la base de todas estas enseñanzas doctrinales respecto a la Eucaristía se halla la noción de memorial. La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo. La Biblia, cuando emplea la palabra memorial no lo hace solamente en el sentido de un recuerdo de acontecimientos pasados (como es el uso que nosotros hoy día hacemos; por ejemplo, al hacer memoria de algún personaje célebre del pasado); sino además, en el sentido de que los acontecimientos del pasado se hacen, en cierta forma, presentes hoy. De esta manera, cuando el pueblo de Israel celebraba anualmente la pascua (liberación de la esclavitud de Egipto); aquellos acontecimientos liberadores del pasado se hacían presentes en ese momento en la vida de cada uno de los miembros del pueblo de Dios. Así, ellos también eran protagonistas en el presente de aquellos hechos pasados, que no habían vivido. En La Eucaristía, por ser ella misma memorial de la Pascua (paso redentor de la muerte a la vida gloriosa) de Cristo, Éste nos da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28). (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n.1365) De la fe en la presencia verdadera, real y substancial de Cristo en la Eucaristía depende el grado en el que los fieles católicos experimenten la recepción de este “sacramento tan admirable”. En mis ya veinte años de sacerdote, he descubierto cómo muchas personas no saben a ciencias ciertas a quién reciben en la Sagrada Comunión. Ello, quizás explica la escasa seriedad y respeto con el que comulgan. En la medida en que se crea profundamente en la presencia real Eucarística de Cristo, se aprovecharán más a nivel personal los frutos espirituales de la Comunión, al mismo tiempo que se perderá el carácter

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rutinario con que muchos de nuestros fieles –ancianos, adultos y jóvenes-, se acercan a comulgar. Tampoco quiero pasar por alto algo que viene en esta misma línea: en el grado que los comulgantes no valoren esa excelente experiencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, crecerán las comuniones sacrílegas, como consecuencia de no haber acudido al sacramento de la Reconciliación para confesar al sacerdote los pecados graves cometidos, que si no son perdonados por Dios a través del confesor, no puede el pecador acercarse a la Comunión. En la misma perspectiva anterior, debemos preguntarnos acerca de nuestra oración a la Eucaristía después de la Comunión, o ante el sagrario, donde habitualmente se encuentra reservada, o cuando se expone solemnemente para la adoración de los fieles. Percibo que en estos últimos años ha disminuido en nuestras comunidades el culto eucarístico, que en tiempos pasados caracterizó –y tan bien-, la piedad de muchos laicos y sacerdotes, como elemento esencial de la identidad católica. ¿Cuál es el problema que subyace en el fondo de estos errores y carencias con relación a la Eucaristía?. No hay que ser muy docto para señalar el mal que se indica insistentemente en nuestras reuniones de cualquier índole: la falta de formación doctrinal y moral de muchos de los laicos que han ido ingresando en nuestras comunidades a los largo de la actual década. Los hemos recibido con cariño, pero no les hemos dado una sólida y profunda formación integral, como ya hace tres años expuso el II ENEC, la catequesis rápida y superficial que se imparte en la mayoría de nuestras comunidades, además de no producir verdaderos cristianos, no puede desarrollar una correcta piedad eucarística, que –repito-, forma parte esencial de la identidad católica. II. “LA EUCARISTÍA ES FUENTE Y CIMA DE TODA LA VIDA CRISTIANA” “La Eucaristía es ‘fuente y cima de toda la vida cristiana’ (LG 11). ‘Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua’ (P.O.5)” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1324).

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La Eucaristía o Misa es el culto que los cristianos tributamos a Dios. Es el culto mayor y mejor. Ningún acto de culto del cristiano (como por ejemplo: celebraciones de la Palabra, procesiones, rosarios, grupos de oración e incluso la exposición del Santísimo Sacramento del Altar) puede igualar y superar a la Misa, porque ésta es la oración que hace el mismo Jesucristo, pues es el memorial de su sacrificio en la cruz por todos, el cual constituyó su mayor oración por la humanidad. En esta línea adquiere toda su significación los que nos dice S. Pablo. “Cristo Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres” (1Tim 2,5), “que en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga” (P.O. 2). A su vez la Carta a los Hebreos nos enseña que Cristo es el “único y eterno sacerdote” (7,23-25). De ahí que el culto tributado a Dios en la Misa no puede igualarse al culto que otras religiones, e iglesias cristianas protestantes también tributan a Dios, por muy hermoso, vivo y espiritual que éste sea. Pero la Misa no sólo es el culto tributado a la Santísima Trinidad, sino que además constituye la fuente y la cima de toda la vida cristiana. La existencia del cristiano está orientada hacia la celebración de la Misa. En ella ofrece a Dios: sus trabajos, desvelos, alegrías, sufrimientos, preocupaciones de su vida personal, familiar y social, que se unen al único sacrificio de Cristo en la cruz, actualizado en la Misa. Por eso decimos que es cima. Pero, a la vez es fuente, porque de ella brota la gracia divina para que el cristiano vuelva a su vida cotidiana a transformar el mundo, según el designio de Dios. Cuando descubrimos esta otra vertiente de la Eucaristía y la integramos a nuestra vida, entonces la participación en la Misa –dominical o diaria- se convierte en una necesidad imperiosa que da sentido a nuestro ser y quehacer. Hace muchos años oí al P. Teodoro Becerril, mi profesor de liturgia en el seminario, citar las siguientes palabras del liturgista Moltimort: “No hay semana sin domingo ni domingo sin Eucaristía”. La reflexión en torno al sacramento de la Eucaristía durante el Año Jubilar debe preguntarnos acerca de cómo vivimos nuestras Eucaristías dominicales. A veces noto que, aunque participamos en la Misa de forma activa, ésta participación está muy lejos de ser la cima y la fuente de nuestra vida, la cual le da un significado orientador para la semana que se inicia.

III. “LA EUCARISTÍA Y LA TRIPLE MISIÓN DE LA IGLESIA”

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La Iglesia tiene una triple misión: cultual, caritativa y profética. La Eucaristía al ser cima y fuente de la vida de los cristianos debe expresar en su celebración esta triple misión de la Iglesia. En la más genuina fe cristiana, el culto no está separado de la caridad y la profecía. Si esta separación ocurriese, el culto fuese un culto vacío. Tal realidad encuentra sus raíces en la predicación profética. Los profetas no se oponían a las acciones cultuales tributadas a Dios; sino a que éstas acciones no viniesen sostenidas por el fiel cumplimiento de la Alianza, por la implantación del derecho, la justicia, la atención de los pobres y la redención de los explotados. Amós, Isaías, Jeremías y Oseas son los exponentes más evidentes de esta predicación profética. Oseas 6,6 sintetiza brillantemente cuanto he explicado, al decir: “Misericordia quiero y no sacrificios”. La predicación profética y caritativa de los profetas, Jesús la hace suya, dándole plenitud. La Iglesia en Cuba no ha descuidado durante estos cinco siglos de vida su misión profética y caritativa. La historia da testimonio de ello. Junto a esta verdad hallamos otra: Ha habido momentos de nuestra historia en los cuales la misión profética ha estado muy disminuida en relación con la misión cultual. Esto es un pecado. Hoy día, como consecuencia de un conjunto de circunstancias políticas, sociales, culturales y eclesiales, la Iglesia en Cuba es una comunidad eminentemente cultual. Ello no significa que la profecía y el culto no estén presentes en nuestra Iglesia. Decir eso sería falso. Cuando digo que nuestra Iglesia es eminentemente cultual, quiero decir que al ponerlas en la balanza, las actividades cultuales tiene un notable peso mayor que las actividades caritativas y por supuesto que las proféticas. Todo el Pueblo de Dios –toda la Iglesia-, por el Bautismo es cultual, caritativo y profético; por lo tanto, todos (laicos, sacerdotes y obispos), en la Iglesia debemos esforzarnos por ser más caritativos y proféticos. Debemos trabajar para que nuestra Iglesia no sea eminentemente cultual, sino que también sea eminentemente caritativa y eminentemente profética. El Espíritu debe estar recordándonos, de modo permanente, esto último, a fin de que nuestras Eucaristías no sean vacías o casi vacías. Si antes dije que nuestra Iglesia es eminentemente cultual, ahora añado que nuestro culto –en caso eucarístico-, es eminentemente individual. Tradicionalmente, por medio de devocionarios, fervorines, triduos, libros de espiritualidad y predicaciones catequéticas, el culto eucarístico ha tenido una orientación individual. Por otra parte, si algo está desprovisto por esencia del

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signo individual, es la Eucaristía, porque ésta expresa el sacrificio de Cristo por toda la humanidad. La Eucaristía es esencialmente comunitaria. Pero, ¿cómo los cristianos cubanos vamos a ser más proféticos y caritativos y a vivir nuestro culto eucarístico de modo comunitario, si no estamos formados para ello. La orientación de nuestras catequesis –no me refiero a las metodologías actuales-, no difieren mucho de las que tuvieron nuestros padres y abuelos. Las notas que distinguen a las catequesis parroquiales son el marcado carácter sacramentalista y cultual. Instruimos –que es diferente de formar-, para que los catequizandos reciban, muchas veces en corto tiempo, un sacramento, sin que antes se opere una integral conversión en la vida de ellos. La mayoría de nuestras catequesis son superficiales. Pensamos que todo esto tiene un precio en el futuro. Si continuamos por este camino, los cristianos del tercer milenio no tendrán el peso específico que configure su identidad cristiana y católica, y poco podrán aportar a la Iglesia y a la Patria. Nota: Recomiendo para profundizar en el estudio sobre la Eucaristía la lectura de los números 1322 al 1419 del “Catecismo de la Iglesia Católica”

VASOS SAGRADOS DE LA MISA. Cáliz: Es una copa donde se contiene la sangre de Cristo. Patena: Plato pequeño, fabricado del mismo metal que el cáliz, donde se pone a Jesús sacramentado. Purificador: Se usa para limpiar y secar el cáliz, los dedos y la boca del sacerdote después de la Comunión. Palia: O cubierta, es una doble pieza de tela en forma de cuadrado. Para darle resistencia se le inserta entre las dos telas un cartón. Se coloca sobre el cáliz para evitar que el polvo o cualquier cosa pueda caer en él.

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Corporal: Pieza cuadrada de tela. El cáliz y las hostias consagrados se colocan sobre el corporal. Su nombre significa “cuerpo” y se le da porque el cuerpo de Cristo, reposa sobre él. ORNAMENTOS DE LA MISA Alba: Túnica blanca que cubre todo el cuerpo. Alba es una palabra latina que significa blanco. Era un vestido exterior común en los climas calurosos y aún en la actualidad en Oriente. O también una túnica blanca de mangas largas que usaban en la antigua Roma los que tenían alguna dignidad o autoridad. Herodes puso a Jesús la túnica de los locos y así lo hizo el hazmerreír de su corte. Estola: Tira de tela del mismo color que la casulla, se usa sobre los hombros. Al principio era una bufanda, más tarde una condecoración de honor para los merecedores de alguna dignidad. Nos recuerda la cruz de Cristo, cargada sobre sus hombros. Casulla: Vestidura externa que cubre casi todos los demás ornamentos. Era una gran capa que protegía todo el cuerpo al salir a la intemperie. Su nombre proviene del latín, que significa “casa pequeña”. Recuerda la túnica que llevaba Cristo y que según la tradición le fue tejida por su madre. En el Calvario, los soldados no queriendo dividirla en pedazos, la jugaron a los dados. COLOR DE LOS ORNAMENTOS Blanco: Símbolo de luz, alegría y pureza. Se usa en fiestas de Jesús, con excepción de las de su Pasión. Se usa en las fiestas de la Virgen y en la de los santos no mártires. Verde: Símbolo de esperanza. Se usa en los domingos después de la Epifanía hasta el domingo anterior al Miércoles de Ceniza y en los domingos después de Pentecostés hasta Adviento.

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Rojo: Símbolo de sangre y fuego. Se usa en las Misas del Espíritu Santo, en la de los mártires y en las de la Pasión de Cristo. Morado: Símbolo de penitencia. Se usa en Adviento, en Cuaresma y en las misas de difuntos. Rosado: Significa alegría en épocas de penitencia. Se usa el tercer domingo de Adviento y el cuarto domingo de Cuaresma. Azul: Se usa en fiestas de la Virgen. Especialmente el 8 de diciembre (Inmaculada Concepción de María)

LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA Los cristianos nos congregamos para celebrar la Eucaristía, presididos por los sacerdotes, es decir, por los obispos o los presbíteros. Los sacerdotes son signo de Cristo, supremo y único sacerdote, que es quien realmente nos preside. La celebración de la Eucaristía consta esencialmente de las siguientes partes: Ritos Iniciales En ellos, presentándonos ante Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, hacemos un acto penitencial –o confesión pública de nuestra condición de pecadores- y elevamos a Dios (también dirigiéndonos a las tres personas) las peticiones de piedad sobre nosotros. Después todos juntos pronunciamos un himno de alabanza a Dios (Gloria). A continuación el sacerdote dice una oración que se llama “Oración Colecta”, en los momentos que la preceden aprovechamos para poner nuestras intenciones. Es el momento de pedir en la Misa. Liturgia de la Palabra La palabra de Dios convoca y redime a la asamblea cristiana. Dios mismo es quien nos habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura; por eso, esta parte de la celebración ha ocupado un lugar principal.

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En la Liturgia de la Palabra se leen los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, seleccionados por la Iglesia, que nos recuerdan las maravillas del Señor a favor de los hombres de todos los tiempos. Con esta proclamación de los textos bíblicos quiere hacer actual el misterio de nuestra salvación que ella conmemora en el transcurso del año litúrgico desde Adviento y Navidad hasta la celebración del Tiempo Pascual. Hoy como ayer, Dios nos habla y nos propone una misión en el mundo. También dentro de la Liturgia de la Palabra está la homilía, momento en que el celebrante explica y actualiza las lecturas de la Sagrada Escritura. Seguidamente se recita el credo para actualizar nuestra fe. El credo se recita los domingos y en las solemnidades. La Liturgia de la Palabra termina con las peticiones a Dios en nombre de Jesucristo. Liturgia Eucarística Terminada la Liturgia de la Palabra, el sacerdote pone sobre el altar el pan y el vino y los presenta a Dios Padre. Las ofrendas o dones de pan y vino son signos de la vida y trabajo del hombre que los cristianos, por gracia de Dios, unen a la entrega total de Jesucristo a su Padre. Junto con estas ofrendas de pan y vino se presentan símbolos para representar, dentro de la liturgia, algún momento o acontecimiento que se quiera resaltar. Al concluir la presentación de las ofrendas, el sacerdote recita una larga oración de acción de gracias y de consagración, que se llama Plegaria Eucarística. La recitación de esta plegaria unida a la comunión del pan y del vino consagrados, constituye el momento culminante de la Eucaristía. La Plegaria Eucarística es una oración de acción de gracias y de alabanza que se dirige a Dios Padre. La Iglesia unida a Jesucristo, agradece a Dios todos los dones que los hombres hemos recibido de él. La Plegaria Eucarística es, también, una oración de consagración por la que el Señor Jesucristo se hace presente en el pan y en el vino eucarísticos. Esta es la parte más importante de la celebración de la Misa. La Comunión Eucarística El Cuerpo de Cristo y su sangre realmente destinados a ser recibidos por los cristianos como comida y bebida espirituales. La comunión personal con Cristo y la relación de amor, que el Señor, glorioso y resucitado establece con sus discípulos al comer éstos el pan de vida es tan profunda, que ni siquiera la muerte podrá romperla.

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La comunión eucarística realiza la unidad de la Iglesia y robustece la comunión fraterna de los creyentes. La comunión eucarística lleva, además, a los cristianos que participan en ella a cumplir la misión de la Iglesia en el mundo. Ritos de despedida La bendición de despedida del sacerdote cierran la celebración eucarística e invitan a los participantes a volver, en actitud de acción de gracias, a su vida cristiana diaria.

TIEMPOS LITÚRGICOS El tiempo de Adviento Cubre las cuatro semanas que preceden a la celebración de la Navidad. El Adviento contiene un mensaje de esperanza en el Señor que viene, así como una llamada a la vigilancia para ir acogiendo el reino de Dios en nuestra vida, en la espera de su plenitud escatológica. Esto se expresa en el morado que tiñe como color litúrgico de estas fechas. El tiempo de Navidad Se extiende desde el 25 de Diciembre (Nacimiento del Señor) hasta el domingo después del 5 de Enero, día en que se celebra la fiesta del Bautismo del Señor. El 6 de Enero se celebra la solemnidad de la Epifanía. Tanto la Navidad como la Epifanía conmemoran el acercamiento decisivo de Dios a los hombres en Jesús. El tiempo de Cuaresma Comprende cuarenta días que preparan la celebración de la Pascua de Resurrección. Comienza el Miércoles de Ceniza. Es un periodo de purificación y rectificación de la conducta que ha de vivirse desde una perspectiva bautismal y un objetivo penitencial. Este tiempo litúrgico termina en la Semana Santa. Al igual que el Adviento, se utiliza el morado como color predominante, aunque el rojo se emplea en el Domingo de Ramos. El Triduo Pascual Es la culminación de todo el año litúrgico. Comienza con la Misa vespertina de Jueves Santo, en que se conmemora la institución de la Eucaristía y del sacerdocio en la Ultima Cena de Jesús. El Viernes Santo,

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la Iglesia celebra la pasión y muerte del Señor. Tras la meditación de estos misterios durante el Sábado Santo junto al sepulcro de Jesús, la Iglesia concluye el Triduo Pascual en al Noche Santa del sábado al domingo, con al celebración de la Vigilia Pascual y la solemnidad del día de la Pascua de Resurrección. Mientas del color rojo es el propio del Viernes Santo, el blanco expresa la alegría del Jueves Santo y el triunfo del Domingo de Resurrección. El tiempo de Pascua Es el período de cincuenta días o cincuentena que comienza con la Octava de Pascua, es decir, toda una semana que celebra solemnemente la resurrección del Señor, y termina el Domingo de Pentecostés, que conmemora el envío del espíritu santo a la Iglesia. Desde antiguo los cristianos celebraron estos cincuenta días como si fuera un gran domingo. Todo ello se expresa mediante el color blanco de los vestidos litúrgicos, así como por la presencia del cirio pascual encendido en todas las celebraciones. En el domingo de Pentecostés el color litúrgico es el rojo. El tiempo Ordinario Cubre el resto del año litúrgico y es el período más largo del mismo. Las semanas de este tiempo se orientan, sobre todo, a la celebración del domingo. La celebración dominical del Resucitado sirve al cristiano para hacerse cargo de que el Señor está con su Iglesia siempre hasta el fin de los tiempos. En el último domingo de este tiempo tiene lugar la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Durante el tiempo ordinario, la Iglesia, en fiestas y memorias especiales, recuerda y venera a los santos, sobre todo, a la santísima Virgen María. A lo largo de este tiempo, el color que predomina es el verde.

RESUMEN “HAGAN ESTO EN MEMORIA MÍA” ƒ Memoria litúrgica del sacrificio del Señor. − La Misa se celebra con carácter de memorial. ƒ Memoria eclesial del mandato de Cristo. − La Eucaristía se celebra en comunidad; es acción de la Iglesia para edificar la Iglesia.

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− La Eucaristía, se celebra como fuente y culminación de la propia identidad cristiana y su misión. − Reunirse todos los domingos es obedecer la voluntad de Cristo, “hagan esto en memoria mía”. − Al celebrar su muerte y resurrección, la Iglesia encuentra su propia vitalidad, descubre su vocación de pueblo de la nueva y eterna alianza, peregrino por los caminos y entre las pruebas del mundo, hacia la comunión con Dios en la Jerusalén celestial. ƒ Memoria hecha vida siguiendo el ejemplo de Jesús. − Hagan esto..., está estrechamente relacionado con el nuevo mandamiento de Jesús. − El lavatorio de los pies a los discípulos... − La Eucaristía nos invita a testimoniar con la vida, la novedad de a Pascua del Señor. “TOMAD Y COMED” ƒ Pan de vida nueva − Alimentarse es indispensable par la vida, y comer juntos es señal de familiaridad. − En la Eucaristía, Jesús se entrega como alimento espiritual. ƒ Un solo pan para formar un solo cuerpo − Todos participamos de un mismo pan. − Unidad en la diversidad de dones y carismas. − La Eucaristía está llamada a la plena comunión y es súplica por el encuentro de todos los bautizados. ƒ Un pan que da fuerza para el camino − “Tomad y comed”, corresponde a la aspiración del corazón humano, necesitado de satisfacer sus múltiples formas de hambre: hambre de alimentos y de bienes esenciales para vivir, hambre de justicia y de libertad, hambre de amor y de esperanza. − La Eucaristía es alimento que renueva al hombre para que nunca le falte este apoyo del cuerpo y el espíritu. − Danos hoy nuestro pan... − La Eucaristía nos fortalece para recuperar la energía necesaria para progresar en el camino hacia la comunión definitiva con Dios. − En los momentos en los que el sufrimiento exige una respuesta de amor, cada uno debe tomar conciencia de las palabras de Cristo: “Tomad y comed”.

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− La Eucaristía es la fuerza de los débiles, el apoyo de los enfermos, el bálsamo que sana las heridas, el vigor de los fieles que trabajan en ambientes y circunstancias en las que su presencia es la única posibilidad de proclamar el Evangelio. “ENTREGADO POR VOSOTROS Y POR TODOS” ƒ Don que vivifica − El amor verdadero lleva consigo el don incondicional de sí mismo; fuera de esta visión, se convierte en amor posesivo, egoísta. − El sacrificio de Cristo, es la perfección de la caridad divina; beneficiando al justo y al pecador. ƒ Don sin límites − No hubo, ni habrá hombre por quien no haya padecido Cristo. − Si hubo en Jesús alguna preferencia fue para los ignorados y marginados. − Con la Eucaristía, se ha derribado el muro que separaba a los hombres, para crear en sí mismo un solo hombre nuevo.

ƒ Don que exige responsabilidad − Por desgracia, es posible recibir indignamente a Jesús sacramentado; acoger a Cristo exige dejar que él viva en nosotros, que hable y obre a través de nuestra voz y de nuestras manos. − El que ha faltado gravemente contra uno de los mandamientos, antes de acercarse a recibir la comunión eucarística debe purificarse del pecado por medio del sacramento de la penitencia. − La Eucaristía es fuente de reconciliación y compromiso de los creyentes a ser promotores eficaces de perdón. − No basta reconciliarse sólo con Dios, hay que reconciliarse con los hermanos y con la comunidad. ƒ Don para el compromiso misionero − La Eucaristía, encierra en sí todo el bien espiritual de la Iglesia; se presenta como fuente y culminación de la evangelización. − Impulsa a los cristianos, a anunciar, con las obras y palabras el misterio celebrado en la fe. − La Eucaristía impulsa a comprometerse en la misión, para que se dé a conocer a todos el evangelio.

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− Del misterio eucarístico brotan, se desarrollan y se alimentan el servicio a los pobres y el testimonio de la caridad, la defensa y la promoción de la vida de cada persona, la lucha por la justicia y la constante búsqueda de la paz. “MISTERIO DE LA FE” ƒ La palabra revela el misterio − La misa consta de dos partes: la liturgia de la Palabra y la Liturgia eucarística, dos partes íntimamente unidas y ordenadas la una hacia la otra: la escucha de la Palabra que el Señor mismo pronuncia para nosotros en la asamblea litúrgica suscita la respuesta de fe que capacita para participar en el convite de la vida. ƒ La presencia viva − La presencia de Cristo en la Eucaristía es real. ƒ La fe abre a la adoración − Al conocer la grandeza de la Eucaristía, es una necesidad, fuera de la misa, de prolongar la actitud orante. − La oración silenciosa dilata la fe, ayuda a vivir en la esperanza y en la caridad. − la oración ante Jesús sacramentado, atestigua que no solo de pan vive el hombre. − la oración contemplativa, ayuda a transfigurar la muerte, que es signo de la ciudad eterna, en un compromiso por la vida y en esperanza de resurrección. − Orar es entrar en la presencia de Dios. − Es ver a Dios con la fe. − Es mirar a Dios y saber, sentir que El nos mira y ama. ƒ Pan de vida eterna, signo de la Pascua del universo. − El hombre de hoy, desea vivir una existencia más allá de las limitaciones del tiempo y del espacio. − Jesús posibilita ser injertados en su misma vida y aspirar a una existencia sin fin. − La Eucaristía es alimento de vida eterna. − En la Eucaristía está encerrada y ya activa la bienaventurada esperanza de toda la Iglesia: “Ven, Señor Jesús”. El se hace presente en las especies eucarísticas. − La Eucaristía afirma la renovación hecha al mundo por su Salvador; compromete a los creyentes a ser responsables.

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− Al creer que el pan y vino (frutos de la tierra y el trabajo del hombre) se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, entrevemos desde ahora la transformación de la creación que, al final de los tiempos, el único Salvador del mundo entregará de nuevo, ya definitivamente redimida, en las manos del Padre.

TEMA XIII. CONFIRMACIÓN, ORDEN SACERDOTAL Y

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS. CONFIRMACIÓN. “El hecho de la Confirmación” El nombre de este sacramento proviene del latín confirmatio, que significa fortalecimiento. Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, explicar a los fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal. En efecto, a los bautizados "el sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras". En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espirítu del Señor reposaría sobre el Mesías esperado (Is 11,2) para realizar su misión salvífica (Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo, fue el signo de que El era el que debía de venir, el Mesías, el Hijo de Dios. Habiendo

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sido concebido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el Padre le da "sin medida" (Jn 3,34). Esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicado a todo el pueblo mesiánico. En repetidas ocasiones, Cristo prometió esta efusión del Espíritu, promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego de manera manifiesta el día de Pentecostés (Hch 2,14). Llenos del Espíritu Santo los apóstoles empiezan a proclamar "las maravillas de Dios". Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez "el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38) El Nuevo Testamento no habla del sacramento de la Confirmación como tal, aunque se ha querido ver unos precedentes en dos textos de los Hechos de los Apóstoles: cuando Pedro y Juan van a imponer las manos a los recién bautizados de Samaría para que reciban Espíritu Santo (Hch 8,14-17) y cuando Pablo bautiza e impone las manos a unas cuantas personas en Efeso, con lo que reciben el Espíritu Santo. (Hch 19,5-7) Desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se administraba el Bautismo, se tenía la costumbre de que el obispo utilizara un gesto o ritual de bendición: la imposición de manos sobre la cabeza del recién bautizado. Igualmente existía la costumbre de ungir con aceite en la cabeza o en el pecho a los recién bautizados. Este aceite había sido previamente bendecido por el obispo. Esta primera unción con el santo crisma, que la daba el sacerdote, quedó unida al rito bautismal; significa la participación del bautizado en las funciones profética, sacerdotal y real de Cristo. Esta costumbre, con ligeras variantes en algunos casos, se mantuvo hasta el siglo V; hasta ese siglo no existió un rito religioso separado del bautismo, para imponer las manos o para ungir a los cristianos, ya que todo lo realizaba el obispo en la misma celebración. Cuando se imponen los bautizos masivos de niños recién nacidos a finales del siglo IV, se ve la necesidad de que los presbíteros y diáconos administren el bautismo, mientras que la unción y la imposición de manos se retardaba para cuando el obispo pudiera. "Los signos y el rito de la Confirmación"

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La unción en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el aceite es signo de abundancia, y de alegría, purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y de los luchadores): es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza. Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida sacramental. - Antes del bautismo con el óleo de los catecúmenos: significa purificación y fortaleza. - Después del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación es el signo de una consagración. - En la Unción de los enfermos, expresa curación y consuelo. Por la confirmación, los cristianos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que toda su vida desprenda "el buen olor de Cristo" (2Cor 2,15). Por medio de esta unción, el confirmado recibe la "marca", el sello del Espíritu Santo, que marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre. “Significado de la Confirmación” Lo primero que conviene reafirmar es que el sacramento por el que recibimos el Espíritu Santo, el sacramento del espíritu, es el Bautismo. Sin embargo, la Confirmación está en relación con el bautismo, como acabamos de ver, desde los inicios de la Iglesia. Si establecemos analogías con el misterio de Cristo y de la Iglesia, podemos decir que si el Bautismo nos asocia a la Pascua del Señor, su muerte y resurrección (Rom 6,3-4), la Confirmación simboliza la vida que recibimos en Pentecostés como fruto de la Pascua. La Confirmación nos vincula a la misión de Cristo de una forma más concreta y efectiva. Los que caracteriza el símbolo de la confirmación es la imposición de las manos y la unción con el crisma.

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La imposición de manos no tiene especial relevancia en el Antiguo Testamento, a veces es mencionada como gesto de bendición (Gen 48,18) y otras como gesto que expresa la transmisión de un poder, un oficio o una tarea (Dt 34,9) La iniciación cristiana es eminentemente eclesial, por lo que el perfeccionarla y sellarla pertenece al obispo, que es el portador de la apostolicidad de la Iglesia y representa su unidad y catolicidad. Con la imposición de manos se hace la inserción plena de las personas bautizadas en la comunidad apostólica por sus representantes cualificados. Esta inserción es una verdadera participación en el profetismo de Cristo, que los cristianos tendrán que realizar asumiendo, anunciando, confesando la fe de Cristo, testimoniando, con palabras y con obras, la verdad evangélica, siendo fermento de santidad en el mundo, que es empeño por establecer la justicia, la libertad y la paz. En el Antiguo Testamento tiene una significación importante el ungir a los reyes. Esta función está estrechamente relacionada con la defensa de la justicia, que es la defensa de los pobres y desvalidos, los huérfanos y las viudas, es decir, la defensa eficáz de los que por sí mismos no podían defenderse. Para el Nuevo Testamento , Jesús es el ungido por excelencia. (Lc 4,18-19). El cristiano, al recibir la confirmación, queda ungido y enviado para la misión de anunciar la fe, testimoniar la verdad, comprometerse en la implantación en el mundo de la justicia, la libertad y la paz, para ser fermento de santidad y edificar la Iglesia por medio de sus carismas y servicios en la caridad. El pueblo de Dios en la celebración de la Confirmación El Obispo: - Convoca y reúne la asamblea. - Coordina la celebración. - Actúa “in persona Christi” Los ministros: - Lectores - Cantores - Acólitos

Todos ellos sirven a la celebración. Expresan el carácter orgánico de la Iglesia.

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El confirmado: - Actualiza la fe bautismal. - Acepta personalmente las exigencias de esa fe. - Invoca el don del Espíritu Santo - Pide ser incorporado más plenamente a la Iglesia. - Se compromete más responsablemente a su acción misionera. Los padrinos: - Salen fiadores ante la comunidad. - Aceptan tomarlos como ahijados. - Se comprometen en la posterior ayuda y educación. El Pueblo de Dios es el que celebra el Misterio de la incorporación del bautizado a Cristo mediante el don del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. La celebración de la Confirmación. En la celebración litúrgica de este sacramento concurren tres elementos: 1. La renovación de las promesas del bautismo, por la que el confirmado hace expresión y compromiso explícito de vivir a la manera de Cristo. Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, la liturgia del sacramento comienza con la renovación de las promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmados. Así aparece claramente que la confirmación constituye una prolongación del Bautismo. 2. La imposición de manos que el obispo hace sobre todos los confirmandos. 3. El momento culminante de la Confirmación por el que el obispo impone su mano sobre la cabeza del confirmando y le unge en la frente con el santo crisma, mientras pronuncia estas palabras: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo". Signos del sacramento de la Confirmación Obispo: - Ungir a los confirmados. - Imponerles las manos. - Sentarles a la mesa eucarística. Confirmados:

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- Profesar la fe bautismal. - Renunciar al pecado. - Aceptar la responsabilidad de la misión de la Iglesia. Padrinos: - Presentar a los confirmados - Salir fiadores de ellos ante la comunidad. Asamblea: - Acoger a los confirmandos. - Ser testigos de su fe. “Efectos de la Confirmación” El efecto del sacramento, es la efusión plena del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés. La Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal: - Nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir: "Abba, Padre". - Nos una más profundamente a Cristo. - Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo. - Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia. - Nos concede una fuerza espiritual del Espíritu Santo para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz. La Confirmación, como el bautismo del que es la plenitud, solo se da una vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una "marca espiritual indeleble", el "carácter", que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu, revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (Lc 24,48-49) “Quien puede recibir este Sacramento” Todo bautizado aun no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación. Puesto que bautismo, Confirmación y Eucaristía forman una unidad, porque sin la Confirmación y la Eucaristía, el sacramento del Bautismo es ciertamente válido y eficáz, pero la iniciación cristiana queda incompleta.

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Para recibir la Confirmación, es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención al don del Espíritu Santo. Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo. Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda espiritual de un padrino o una madrina que estén a su vez confirmados. Conviene que sea el mismo que para el bautismo, a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos. "El ministro de la Confirmación" El ministro del sacramento de la Confirmación es el obispo, que como sucesor de los apóstoles, preside la Iglesia particular y garantiza su unidad. Puede administrar el sacramento de la Confirmación un sacerdote debidamente delegado por el obispo. Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero debe darle al Confirmación. En efecto, la Iglesia no quiere que ninguno de sus hijos, incluso en la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo. LITURGIA DE LA CONFIRMACIÓN Imposición de manos a) La mano, uno de los elementos más expresivos que posee el hombre. b) Signo bíblico: Muy utilizado en las relaciones de Dios con su pueblo, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento . • Significación de la mano: - El poder y el espíritu de Dios. • Significación de la imposición de manos: - Comunicación de algo: bendición (así bendecía Cristo a los niños); liberación (con este gesto realizaba Jesús muchas curaciones); donación del Espíritu Santo (así lo expresaban los apóstoles),

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- Consagración o dedicación para algo: el Espíritu Santo de Dios toma posesión de un ser que El ha escogido y le da la autoridad y aptitud para ejercer una función (Dt 34,9) c) En el sacramento de la Confirmación se significa: Dios da su poder, el Espíritu, gracia y bendición liberadora, que toma posesión del confirmando y le designa para realizar una misión precisa dentro de la misión universal de la Iglesia. Crismación Unción con el crisma (aceite perfumado) en la frente del confirmado. Es el signo esencial, junto con las palabras que le acompañan. a) El aceite penetra profundamente en el cuerpo y le da fuerza, salud, alegría y belleza. b) En el plano religioso significa: • Alegría (Is 61,3), honor (Jn 12,1-8) y curación (Mc 6,13). • Elección y consagración: - por eso, los reyes, sacerdotes y profetas son ungidos, porque han sido elegidos por Dios para ser instrumentos suyos en medio de su pueblo, - de modo especial, el Ungido de Dios es Jesús (Mesías, Cristo: Ungido). Ungido como rey, sacerdote y profeta, - el cristiano confirmado: nuevo Cristo que, por la donación del Espíritu Santo, participa de la triple misión de Jesús. Por ser la crismación con aceite perfumado, despide el olor de Cristo (2 Cor 2,14-17): es su testigo en el mundo en sus diarios contactos con los hombres. Signos de la cruz La crismación con el aceite perfumado se hace mediante el signo de la cruz en la frente del confirmado. a) En general, sellar cosas, animales o personas significa expresar a quién pertenecen. b) La cruz, señal de los cristianos, es la marca de pertenencia de los elegidos de Dios y salvaguardia de la prueba, de la cruz. (Ap 7,2-4; 9,4).

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La imposición de manos, la unción y el sello (con la cruz) son gestos que concurren en el momento culminante de la celebración del sacramento: la crismación. Su sentido conjunto es recogido en esta monición del Ritual de la confirmación: “Hemos llegado al momento culminante de la celebración. El obispo les impondrá la mano y los marcará con al cruz gloriosa de Cristo para significar que son propiedad del Señor. Los ungirá con óleo perfumado. Ser cristiano es lo mismo que ser Cristo, ser Mesías, ser Ungido. Y ser Mesías y Cristo comporta la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad y ser, por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo”.

ORDEN SACERDOTAL “El hecho del sacramento del orden” El término “ordinatio”, ordenación, se utilizaba en el Imperio Romano para designar la entrada en el escalafón de los funcionarios imperiales. A partir de ese momento el funcionario pertenecía a un orden diferente del resto del pueblo. A partir del s III, se comenzó a utilizar en algunos lugares esta expresión para designar una dignidad o estado en la Iglesia. Para encontrar una referencia válida que explique la existencia de unos ministerios ordenados concretos dentro de la comunidad cristiana, es preciso acercarse a Mc 3,13-19. Durante los siglos II y III se va a dar una consolidación del ministerio apostólico bajo las denominaciones de diácono, presbítero y obispo, comenzando a configurarse como ministerio de comunión, gobierno y enseñanza en la comunidad cristiana. El ministerio apostólico tiene una orientación hacia la predicación del Evangelio y la edificación y santificación de la Iglesia. “Grados del Sacramento del Orden” El Sacramento del Orden es único, pero se confiere en tres grados: Obispos:

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Reciben la plenitud del sacerdocio y presiden las iglesias locales. Presbíteros: Participan del sacerdocio de Cristo, cabeza de la Iglesia, cumplen su ministerio como colaboradores de los obispos. Presiden las parroquias y comunidades cristianas. Diáconos: Reciben el sacramento del orden. Aunque estos no son sacerdotes, si son verdaderos ministros de Cristo y de la Iglesia. Son ordenados para cooperar con los obispos y presbíteros en la liturgia, en la predicación de la Palabra de Dios y en la atención a las necesidades materiales de la comunidad. “Sentido del Sacramento del Orden” El Concilio Vaticano II, afirma la común dignidad y la igualdad fundamental de todos los miembros del Pueblo de Dios. Entre estos servicios y ministerios existe uno llamado ministerio ordenado, que no se sitúa por encima ni aparte del Pueblo de Dios, sino dentro de él. Quienes lo reciben participan de la autoridad y misión de Cristo Sacerdote, Cabeza y Señor de la Iglesia, para que puedan servir a todo el Pueblo de Dios. Este ministerio ordenado, que algunos cristianos reciben en el sacramento del Orden se llama también sacerdocio ministerial y es distinto esencialmente y no sólo en grado del sacerdocio común que todos los cristianos reciben en el Bautismo. Los sacramentos hacen presente y actuante a Cristo Glorioso en la Iglesia. Desde este presupuesto ya establecido, se puede percibir como el sacramento del Orden es el símbolo que hace patente a lo largo de la historia la dependencia que tiene la Iglesia de su Señor y como ella sigue siendo convocada y presidida por El. El ministerio apostólico es signo y servidor de esta relación entre Cristo y la Iglesia, situándose frente al Pueblo de Dios, sin dejar de formar parte de él; los ministros ordenados hacen presente a Cristo, Cabeza en el seno de la comunidad, manifestando la dependencia que esta tiene respecto a su Señor, con el fin de que todos los miembros lleguen a realizar su vocación bautismal.

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Características del ministerio ordenado dentro del Pueblo de Dios: 1. El sacramento del Orden es una incorporación al ministerio apostólico, por lo que su misión entra en relación con la misión de Cristo y sus apóstoles. 2. Los cristianos que reciben el sacramento del Orden quedan configurados para siempre a Cristo, con el fin de enseñar, santificar, guiar y servir al Pueblo de Dios; según el grado de orden recibido. 3. El Espíritu Santo el agente principal de la ordenación, siendo la fuente de donde brota el carisma. 4. Lo mismo que el Bautismo y la Confirmación, la participación en el ministerio de Jesús se otorga de una vez para siempre. El sacramento del Orden tiene un carácter imborrable y no puede repetirse. 5. El ministerio ordenado es colegial, es decir, que por el sacramento del Orden quien lo recibe pasa a formar parte de un colegio que está formado por quienes lo recibieron con anterioridad. La celebración del Sacramento del Orden La Preparación: Está integrada por una llamada a los candidatos, presentación al obispo, elección y alocución del obispo, un pequeño diálogo y las letanías de los santos. La imposición de manos y oración consacratoria: Es el momento central del sacramento. El gesto de la imposición de las manos conlleva en toda la tradición bíblica la idea de la transmisión de un oficio. En la consagración episcopal, son todos los obispos presentes (al menos tres) quienes impondrán las manos al candidato; acto seguido se pondrá sobre su cabeza el libro abierto de los evangelios. En la ordenación presbiteral, los presbíteros presentes imponen las manos como gesto de acogida al nuevo ordenado, pero es la imposición de manos del obispo que hace efectiva la ordenación. Para terminar el rito, se han ido introduciendo a lo largo de la historia, diferentes acciones explicativas del ministerio, que va a ejecutarse.

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Así, al obispo se le otorgan el báculo y se le impone el anillo episcopal; también recibe el libro de los evangelios y se sienta en la cátedra, ungiéndosele la cabeza.

Los presbíteros reciben la patena y el cáliz, se le ungen las manos y se les coloca la estola y la casulla. A los diáconos se les entrega el libro de los evangelios, imponiéndoles la estola cruzada por el pecho y la dalmática.

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS "El hecho del sacramento de la Unción" La enfermedad es algo que incide en todo hombre y le afecta en lo más profundo de su ser. El hombre experimenta en ella su limitación y descubre la soledad, el abatimiento, la preocupación, la angustia e incluso la desesperación. Jesús aparece en los evangelios como el gran adversario y el vencedor de la enfermedad. En sus curaciones aparece la proximidad del Reino que hace presente en su persona, y cuya llegada significa la salvación del hombre, su liberación en cuerpo y alma. Debido a esta actuación de Jesús, la Iglesia siempre se ha sentido llamada a una especial solicitud hacia los enfermos, procurándoles el alivio y fortaleza. El medio más excelente es el Sacramento de la Unción que manifiesta que Dios no olvida a las personas gravemente enfermas, ni a los ancianos, ni a aquellos que se encuentran en un momento difícil. Este gesto sacramental que realiza la comunidad cristiana se basa en la conducta de Jesús, insinuándose en el relato de la misión de los apóstoles. (Mc 6,12-13) Más adelante, en la carta de Santiago, se nos testimonia la práctica de la iglesia primitiva (St 5,14-15)

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También Jesús resucitado se acerca hoy al que padece enfermedad a través del sacramento de la unción de los enfermos. Con Jesús, la comunidad cristiana ora por el enfermo y muestra su interés por el que sufre, haciéndole compañía, cuidando de él, confortándole. "El significado de la Unción de los Enfermos" La situación difícil y dolorosa de la enfermedad, es también lugar en el que realiza la salvación de Dios, momento en que Dios manifiesta al hombre su amor y acogida. Jesús, desde su encarnación, su existencia en la fragilidad nos lleva a comprender que, como él, también nosotros debemos aceptar libremente las limitaciones de nuestra existencia. Jesús presentado por Pilatos como el hombre, tras ser azotado, vejado, suspendido en la cruz, nos muestra como se vence el dolor desde la entrega libre y gratuita de la vida a favor de todos, confiando de forma absoluta en la victoria que su Padre le va a otorgar. Todo cristiano participa de la muerte y resurrección de Cristo desde su bautismo, pero este misterio pascual se hace presente de forma especial en el humano enfermo. En el sacramento de la unción de los enfermos se realizan dos gestos o signos que tienen un profundo sentido: la imposición de manos y la unción con aceite. La imposición de las manos y la unción con el óleo santo han sido gestos que aparecen en las Escrituras y que significan la bendición de Dios y la presencia del Espíritu que impregna toda la persona. El mismo Jesús practicó el gesto de la imposición de manos sobre los enfermos (Mc 6,5; Mt 8,3; Lc 4,40) y lo encargó a sus discípulos que lo practicaran habitualmente (Hch 9,12; 28,8) Esta unción con aceite simboliza la unción del Espíritu, que conforta y auxilia en la enfermedad, identificando al cristiano con Jesús resucitado. El sentido fundamental de este sacramento lo podemos concretar en: - Fortalece la fe de quien lo recibe con la gracia del Espíritu Santo.

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- Perdona los pecados. - A veces, llega a sanar al enfermo, si Dios lo dispone así. - Siempre reconforta al enfermo en su enfermedad y al anciano en la debilidad de su vejéz. Durante largo tiempo, la unción de los enfermos se había convertido en la unción que se administraba al moribundo agonizante, oscureciéndose su sentido esencial. De esta práctica derivaría el denominar a este sacramento "Extrema unción". A partir de la renovación litúrgica postconciliar, la unción de los enfermos ya no forma parte normalmente de los "últimos sacramentos" que se recibían únicamente en peligro inmediato de muerte, sino que se ha incluido en el marco de la visita a los enfermos, siguiendo el espíritu del Evangelio y la pastoral de los enfermos. Son receptores del sacramento, los fieles que por enfermedad grave o a causa de su avanzada edad se encuentran en peligro de muerte. El sacramento puede repetirse si el enfermo recupera de nuevo sus fuerzas después de recibir la Unción de los Enfermos o si durante la misma enfermedad se presenta una nueva recaída. El signo sacramental quedó fijado del modo siguiente: "El Sacramento de la Unción de los enfermos se administra a aquellos cuyo estado de salud implica un peligro de muerte, ungiéndoles en la frente y en las manos con aceite de oliva consagrado en la forma reglamentaria... y pronunciando una vez las siguientes palabras: "Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Amén" La doble unción en la cabeza y en las manos expresa que el sacramento conviene al enfermo en su totalidad, como persona que piensa y actúa. En el Sacramento de la Unción de los enfermos se consuma lo que comenzó en el Bautismo: la identificación con la muerte y la resurrección del Señor. Es la consumación no solo de la penitencia, sino de toda la vida cristiana y es también baluarte de la nueva vida.

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TEMA XIV. EL MATRIMONIO “El hecho y el significado del sacramento del matrimonio” En la vida del varón y de la mujer se da un momento en que, normalmente, brota el amor. Llevados de ese amor deciden entrar en una comunión estable de vida y formar una familia. A esta decisión y compromiso de vida y amor se le llama matrimonio. El matrimonio y la familia se cuentan entre los bienes más valiosos de la humanidad. Son la célula fundamental de la comunidad humana: “el bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar.” El matrimonio se ha ido configurando de diversas maneras a lo largo de la historia. Ya en los pueblos antiguos encontramos normas y costumbres que regulan la unión estable del hombre y la mujer para construir una familia. Matrimonio y familia son considerados en estas sociedades como la base de la comunidad humana, no dejándose, por tanto, en manos del capricho o del interés de los hombres. Por ello, aunque a lo largo de los siglos han existido diversas formas de contraer matrimonio, siempre se ha rodeado su celebración de ritos sagrados, de un ambiente festivo y gozoso, que expresa un compromiso público. Este compromiso público que se llama matrimonio, tiene una serie de características que le distinguen de otras formas de relación interpersonales. Pasemos a enumerarlas a continuación: ⇒ El matrimonio es una relación interpersonal que se sitúa en una profundidad diferente a toda otra relación. Esto hace que toda otra comunicación interpersonal anterior quede plenificada por el amor matrimonial y que toda posterior quede necesariamente coloreada por ella. ⇒El amor matrimonial abarca a toda la persona, no siendo sólo sentimiento, ley, obligación, realidad que se da a tiempo parcial. Por el contrario, este amor promueve a toda la persona y su mundo de relaciones y actividades.

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⇒La relación de amor matrimonial es una unión que se abre al futuro con esperanza, radicando en esa tierra la fidelidad. Una fidelidad creativa, abierta enriquecedora, que es ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de la persona. ⇒Es una unión que provoca vida, que es creadora. Si es cierto que no pueden identificarse sin más sexualidad y procreación, sería absolutamente ingenuo negar que ambas están estrechamente unidas. Por otro lado, la fecundidad matrimonial, que se manifiesta normalmente a través de los hijos, puede desarrollarse en otros terrenos como la acogida, la promoción de las personas, el arte, etc. ⇒El matrimonio está llamado a su publicidad, es decir, a que sea expresada públicamente la relación de amor entre las dos personas a las que atañe, lo que implica una cierta institucionalización. La concepción cristiana del matrimonio se nos ha revelado a lo largo del Antiguo y del Nuevo Testamento, perfilándose más detalladamente en las cartas de San Pablo. (Gen 1-2; Os 1-3; Jn 2-3; Mc 10,2-9; Mt 19,3-9; Ef 5,31-33; 1Cor 7,39) Una de las páginas más bellas del Génesis es aquella en que el hombre se encuentra solo en medio de la creación. A pesar de poner nombre a todos los animales y cosas, se siente mudo, incapaz de pronunciar una palabra porque nadie le da respuesta. En esos momentos de soledad existencial y pobreza vital, Dios le presenta a la mujer. A partir de esos momentos se inicia el diálogo y el encuentro de amor en la historia y el matrimonio se perfila poco a poco, hasta quedar plenamente clarificado en la persona de Cristo. A lo largo del Antiguo Testamento la Alianza de amor entre Dios y su pueblo ha sido simbolizada en diferentes ocasiones por el amor matrimonial: Os 1-3; Jer 3; Ez 16 y 23; Is 54. Los libros sapienciales, a su vez, trataron de explicar en diferentes ocasiones el último sentido del matrimonio, en la Alianza (Prov 15; Cantar; Eccl 25,13-26,18) Sin embargo, si los cristianos consideramos a Cristo como revelación plena del Misterio de Dios, es preciso que El sea quien nos desvele también el sentido profundo del matrimonio en el Plan de Salvación.

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Jesús estuvo presente en una boda en Caná de Galilea, reconociendo con su presencia el valor humano del matrimonio. Pero, además, recogiendo la imagen matrimonial de la Alianza que sugieren los profetas, compara al Reino de Dios con un banquete de bodas en el que se identifica con el esposo. Durante este banquete los amigos del novio no ayunan (Mt 9,14-15), son invitados los que están en los caminos mientras que algunos rechazan la llamada (Mt 22,1-4; Lc 14,16-24), y es preciso estar alerta para participar en la fiesta (Mt 25,1-13) En Mateo 19,3-9, Jesús reafirma el ideal originario de la creación (Gen 2,24)al defender la indisolubilidad de la alianza matrimonial. Jesús, en este momento, supera la Ley, manifestando la profunda relación que existe entre el orden de lo creado y la Alianza. Aquí está el origen del sacramento del matrimonio: Jesús le reconoce como instituido desde la creación, cobrando para él una dimensión especial. Esta significación particular será claramente expresada por San Pablo en la carta a los efesios: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos un solo ser. Este símbolo es magnífico; yo lo estoy aplicando a Cristo y a la Iglesia; pero también vosotros, cada uno en particular, debe amar a su mujer como a sí mismo, y la mujer debe respetar al marido” (Ef 5,31-33) Para los cristianos, la mutua entrega de un hombre y una mujer bautizados es sacramento, es decir, un signo que expresa y realiza la Alianza de amor y fidelidad de Cristo con su pueblo, la Iglesia. Todo bautizado está unido con Cristo para siempre. Cuando el varón y la mujer bautizados se unen, es Cristo quien los une, y su mutuo amor es una participación del amor de Cristo. El matrimonio cristiano es alianza por la que un varón y una mujer bautizados se comprometen a unir sus vidas para siempre, es indisoluble comunión de amor fecundo.

“El matrimonio es signo de Cristo”

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Como acabamos de ver la Alianza de Dios con los hombres va a significarse a través del matrimonio en el Antiguo Testamento. Jesucristo es plenitud de esa Alianza; en él Dios pronuncia un sí irrepetible al ser humano, haciéndose carne esa Alianza de Dios con el hombre. El amor matrimonial de los que se unen en el Señor es símbolo que actualiza el amor de Dios aparecido en Jesucristo, siendo el matrimonio una realidad en la que se vive, de forma peculiar, la muerte y resurrección, la Pascua. Así la donación, el perdón, los conflictos, las deficiencias, las culpabilidades, todo lo que es y significa una vida en común, está integrado en el triunfo pascual del amor de Dios, porque “el amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia” “El matrimonio es sacramento de la Iglesia” El matrimonio y la familia son como una Iglesia en pequeño, Iglesia doméstica. Los cónyuges poseen dentro de la comunidad cristiana un carisma que les es propio, una vocación y una misión singular: ser testigos en el mundo del amor de Dios y trasmitir y educar a sus hijos en la fe. “En virtud del sacramento se ayudan mutuamente en al vida conyugal y en la procreación y educación de la prole y por eso tiene su propio don, dentro del pueblo de Dios, en su estado y en su forma de vida”. Las familias, a través de la aceptación y educación de los hijos, por su ejemplo de vida en común, su hospitalidad mediante la apertura de su casa a los que precisan apoyo, acogida o como lugar de reunión eclesial, pueden constituir células vivas en la Iglesia. “El matrimonio es signo escatológico” Desde el mismo carácter festivo de la boda, el matrimonio simboliza la alegría y plenitud de toda la realidad al final de los tiempos (Mc 2,19; Mt 22,1-14; 25,1-13) Sin embargo, no puede ignorarse que para un cristiano, el matrimonio forma parte de este mundo que pasa y ninguna persona, por más querida que ella sea, puede ser y significar un absoluto para quien sigue a Cristo, ni puede prometer la saciedad de todas las inquietudes y la plenitud de todas las expectativas.

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Esto puede llevar a comprender que el carisma del celibato presencializa al hombre y mujer casados el carácter absoluto del Reino, al tiempo que el matrimonio hace presente al célibe la bondad de todo lo creado y la necesidad de no aislarse del mundo, sino de adecuarlo a la voluntad de Dios. “Propiedades del Matrimonio Cristiano” Las propiedades esenciales del matrimonio cristiano son: unidad, fecundidad y fidelidad indisoluble. Unidad El amor de los cónyuges tiende esencialmente a la unidad en una comunidad personal, que abarca todos los sectores de la vida. Como ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6; Gen 2,24), los esposos están llamados a unirse y compenetrarse cada vez más profundamente por la fidelidad con que diariamente cumplen su promesa matrimonial. “La comunión conyugal tiene su raíz en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son”. Esta comunidad humana es sancionada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo, conferida por el sacramento del matrimonio y se hace cada vez más profunda por la oración y por la recepción común de la Eucaristía. “Semejante comunión queda radicalmente contradicha por la poligamia, que se opone directamente al designio de Dios... porque contradice a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se dan con un amor total y, por lo mismo, único y exclusivo”

La Fecundidad La fecundidad es también parte esencial del matrimonio, porque la naturaleza misma del amor matrimonial exige sea fecundo. El hijo que nace de la unión de los casados no es una consecuencia accidental del amor que se profesan, sino su realización y consumación. Es este un servicio a la vida que Dios mismo encargó e

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incluso prescribió a los esposos en la creación: “Y los bendijo Dios, diciéndoles: Creced y multiplicaos” (Gen 1,28). Gracias a la fecundidad, los cónyuges participan del amor creador de Dios; son en cierto modo colaboradores e intérpretes de ese amor creador. Sin embargo, la fecundidad del amor matrimonial no se limita a la procreación; se prolonga y enriquece con los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres trasmiten a sus hijos por medio de la educación. Es más, los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. En este sentido pleno, la tarea fundamental del matrimonio y la familia es servir a la vida. Por esta razón, aquellas personas mayores que, al contraer matrimonio, ya no pueden esperar descendencia, así como los cónyuges a quienes les ha sido negada la bendición de los hijos, pueden aspirar también a un matrimonio humano y cristiano lleno de sentido. Los esposos deben vivir la paternidad responsable con un esfuerzo constante para superar las dificultades que les salgan al paso, con una actitud de disciplina y moderación, con la oración y la recepción frecuente de los sacramentos. Fidelidad Indisoluble Es parte esencial del matrimonio la indisolubilidad del vínculo. Esta fidelidad por encima de toda prueba es consecuencia de la entrega total con que se dan y aceptan mutuamente los consortes. El amor digno de este nombre es siempre definitivo y no puede darse de manera condicionada y en el plan de prueba. Hay que añadir que también el bien de los hijos hace indispensable la fidelidad incondicional y el vínculo indispensable de los esposos. Esta es la voluntad de Dios, expresada en al misma creación: “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10,9) El argumento más profundo en favor de la indisolubilidad del matrimonio se basa en la fidelidad de Dios a su Alianza, especialmente en la fidelidad indisoluble que Cristo profesa a su Iglesia y de la que el sacramento del matrimonio es signo y fruto. La indisolubilidad del vínculo matrimonial adquiere así, por medio de este sacramento, una especial solidez. La celebración del sacramento del matrimonio

La celebración de este sacramento requiere la presencia de la comunidad cristiana que acompaña, testifica y se compromete con la pareja que contrae matrimonio.

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Es preciso señalar que los ministros de este sacramento son los contrayentes, que expresan ante un testigo cualificado de la Iglesia (habitualmente un ministro ordenado) su consentimiento de darse y recibirse mutuamente a través de estas palabras u otras similares: “Yo te quiero y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Tras estas palabras se intercambian los anillos que son símbolo de su amor y fidelidad. Si parece oportuno, pueden entregarse unas monedas a modo de arras, como signo de los bienes que el matrimonio desde ese momento va a compartir.

TEMA XV. LA VIRGEN MARÍA. I.- María en la Biblia A primera vista puede parecer más bien escaso el material que nos ofrece la Biblia sobre María. Sin embargo, después de un detenido examen de los textos, comprobamos que es suficientemente rico y variado para adquirir una buena semblanza de la Virgen María. Antiguo Testamento

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Entre los signos proféticos del Antiguo Testamento, podemos señalar los siguientes: − María aparece insinuada proféticamente como Nueva Eva y como Madre de los vivientes. (Gn 3,15) − María aparece designada proféticamente como Madre del Mesías (Is 7,14) − María aparece proféticamente formando parte de los pobres de Yavé del resto fiel del pueblo elegido, portador de la esperanza mesiánica. − María aparece designada proféticamente como la nueva Hija de Sión, encarnación del nuevo pueblo mesiánico, donde se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía de la salvación. (Miq 4, 10-14; Sof 3,12-18) Nuevo Testamento El Nuevo Testamento describe el cumplimiento de las promesas de Dios en la persona de Jesús y en la Iglesia. En este contexto aparecen descritos diversos momentos de la vida de la Virgen María que deben ser considerados, como expresión de la asociación de la Madre a la obra salvífica y a la persona de Jesús. Dicha asociación se manifiesta “desde la concepción virginal de Cristo hasta su muerte”. Infancia de Jesús. Los capítulos 1 y 2 de los evangelios de Mateo y de Lucas describen los acontecimientos relacionados con el nacimiento y la infancia de Jesús, en los que María aparece en un lugar destacado. La figura de María que se nos descubre a lo largo de estos capítulos podemos sintetizarla en estas cuatro notas fundamentales: − − − −

María, signo de la presencia liberadora de Dios. María, llena de gracia. María, la pobre de Yavé. María, la mujer creyente.

La imagen de María , signo de la presencia liberadora de Dios, en medio de su pueblo, la desarrolla el evangelio de Lucas con dos imágenes: Hija de Sión y Arca de la Alianza.

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La imagen bíblica de la Hija de Sión, a la que se refieren los profetas, especialmente Miqueas (4,10-14; 5,12), Sofonías (3,12-18), Zacarías (2,15), prefigura proféticamente a María porque en ella se cumple la plenitud de los tiempos y con ella se inaugura la nueva economía de la salvación, ya que al ser la Madre del Mesías difundió en el mundo la vida que renueva todas las cosas. La imagen bíblica del Arca evoca la presencia de Dios entre los suyos y el caudillaje de Yavé sobre su pueblo. La aplicación a María de la imagen del Arca significa que ella es el nuevo templo de Dios porque Dios habita y actúa a través de ella, y porque ella es la mujer victoriosa que asegura a su pueblo la victoria definitiva sobre el mal y anticipa la efusión del Espíritu acopañada de alegría. La imagen de María, llena de gracia, encierra todo el misterio de la inserción del hombre en Cristo que el hace semejante a Dios. La introducción de la plenitud de gracia de María en el anuncio de su maternidad hace pensar que Lucas apunta a un carisma gratuitamente concedido por Dios a la Virgen en orden a la realización de su vocación y a la disponibilidad para seguir su llamada. El evangelio sitúa a María entre los pobres de Yavé, como lo pone de manifiesto el Magnificat. En este cántico, María aparece como el final de toda una larga serie de pobres que han esperado el cumplimiento de la palabra fiel de Yavé. Con el “sí” de la anunciación, María acepta una vocación en clave de liberación, como cumplimiento de una promesa. En el Magníficat María reconoce la misericordia de Dios y su pobreza radical ante El y proclama la bondad de Dios a favor de los pobres y los desheredados. El canto de María testimonia la certeza de que llega a través de Dios el cambio decisivo en la historia de los hombres. “Dichosa la que ha creído” es la primera bienaventuranza que se proclama en el Nuevo Testamento. Jesús admira profundamente la fe de su Madre (Lc 11,28). Por la fe, María pone todas sus esperanzas en el poder de Dios. Su maternidad es consecuencia de su fe. Por eso es proclamada dichosa por Isabel y por todas las generaciones futuras. María, por su acogida de la Palabra de Dios, se convierte en prototipo de todos los creyentes. La fe de María es grande en al escucha atenta de los profetas, en la confianza con que acogió al Verbo en su seno, en el nacimiento de su Hijo, en los años de Nazareth, durante la vida pública de Jesús, al pie de la cruz, en la resurrección del Hijo...

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El fundamento de la fe de María es su actitud de pobre de Yavé y por ello se convierte en modelo de la fe de la Iglesia y de todos los creyentes. Vida pública de Jesús Hace ya varios meses que Jesús dejó Nazareth para dedicarse a la predicación. Fue al Jordán a hacerse bautizar por Juan. Luego, se retiró al desierto para ayunar allí durante cuarenta días. Al volver eligió a cinco discípulos. Y, al pasar por Caná de Galilea, asistió a una bodas. María también fue invitada. El apóstol Juan, que presenció el hecho, nos lo cuenta en su evangelio, cap 2,1-12. En la boda se ha acabado el vino. María invoca la acción de su hijo a favor de los esposos. María ejerce una mediación eficaz entre los hombres y Jesús. Otro pasaje interesante de la vida pública de Jesús, se cuenta “entre los que hacen la voluntad de Dios”. María es la madre del Cristo total, es decir, hermana y madre de todos aquellos que cumplen la voluntad de Dios, madre de innumerables multitudes de seres humanos de todos los tiempos y de todos los lugares de la tierra. En Lucas 11,27-28 hay una alabanza en boca de Jesús que confirma el pasaje anterior: “Más bien dichosos los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”. María es bienaventurada porque la acogió desde el principio en fe, confió en esa Palabra de Dios y se entregó a la voluntad de Dios sin cálculos humanos. La Iglesia nunca dudó de que María hubiera sido siempre virgen y Jesús fuera su único hijo. ¿Por qué habla aquí de sus hermanos? (Mc 3,31). Digamos que en hebreo se llama hermano a cualquier pariente (Gn 14,14). Para evitar las confusiones, se usaban varios modismos. Si se tratara aquí de hermanos verdaderos, hijos de María, al nombrarlos junto a ella , el evangelio debía decir: “tu madre y los hijos de tu madre están aquí”. Esta era la única manera correcta de expresarse en aquel tiempo. También en la primera Iglesia, en el tiempo que se escribían los evangelios, había un grupo influyente integrado por la parentela de Jesús y sus paisanos de Nazareth. A estos los llamaban de forma global “los hermanos del Señor”.

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Si María hubiese tenido más hijos, Jesús no habría encargado a Juan, el discípulo, de su protección. Pasión y muerte de Jesús María estuvo en el Calvario compartiendo en su corazón los dolores de la muerte de Jesús. En los últimos momentos de su vida, El nos dio en herencia a su madre (Jn 19,25-27). María estaba en el Calvario de pie, junto a la cruz, sufriendo con el Hijo, llena de fortaleza y amor. En Caná, María enciende con su fe la fe de los discípulos provocando el milagro; al pie de la cruz toma bajo su custodia a la comunidad creyente, representada en el discípulo amado. Jesús revela la maternidad de su madre al discípulo, prototipo de los que siguen a Jesús, y la filiación de éste respecto a aquella. Comunidad apostólica Después de la resurrección de Jesús, a los cuarenta días, se reunieron en el cenáculo los apóstoles con María para implorar la venida del Espíritu Santo. (Hch 2,1-13). . Lucas utiliza los mismos verbos y describe de forma paralela la venida del Espíritu Santo sobre María (Lc 1,35) y sobre la Iglesia (Hch 2,4). El origen de Jesús según la carne y la aparición de la Iglesia son fruto de la acción trascendente del Espíritu. María está presente en las dos ocasiones como modelo de receptividad y se convierte en prototipo de la Iglesia en su relación con el Espíritu para la interiorización de Cristo y su nacimiento en el mundo. En el capítulo 12 del libro del Apocalipsis se habla de la “mujer vestida de sol”. El Apocalipsis surge en un periodo de persecución violenta y tiene como finalidad afianzar la moral de los cristianos frente a ella. La mujer parturienta vestida de sol es, ante todo, un arquetipo de la Iglesia; de la Iglesia histórica contemporánea al autor del Apocalipsis, acosada por los poderes del mundo, y de la Iglesia eterna, perenne, indestructible, que ha de

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sobrevivir a todos los ataques de sus enemigos, sin dejar de cumplir su misión histórica de madre del Cristo místico por el eterno testimonio apostólico. Pero este símbolo se ha hecho concreto en al figura de María, ejemplar del cristiano fiel, madre física de Jesús, partícipe de los sufrimientos redentores de Cristo en la cruz, testigo de la entronización a la derecha de Dios y más tarde testigo también del sufrimiento del resto de sus hijos. II. María en la fe de la Iglesia. Las verdades de fe admitidas por la Iglesia sobre la Virgen María son éstas: − − − − −

María, Madre de Dios. María, Madre Virgen. María, Inmaculada. María, Asunta al cielo en cuerpo y alma. María, Madre de la Iglesia.

María, Madre de Dios A María se le llama “madre” en 25 ocasiones a lo largo del Nuevo Testamento. El relato del nacimiento dice con toda claridad que María llevo en su seno a Jesús durante nueve meses y que le dio a luz cuando llego el momento. (Lc 2,5-7) Todas estas menciones de la maternidad de María no aluden sencillamente a una maternidad física, sino también hacen referencia a la fe de María, a su respuesta a la llamada de Dios. Así, ante la exclamación: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, Jesús destaca la raíz profunda de la felicidad de María: la acogida y el cumplimiento de la Palabra de Dios. (Lc 11,27-28) En el relato de la anunciación, Lucas nos señala como María va a ser inundada por la fuerza del Altísimo, siendo su hijo, el santo que va a nacer, Hijo de Dios (Lc 1,35). Ella va a ser la nueva Tienda de la Alianza por la que el Hijo de Dios habitará entre nosotros. Cuando la Iglesia venera a María como Madre de Dios, recuerda a la mujer pobre y oscura que acogió el Plan de Dios sobre su vida y dio a luz a Jesucristo, mediador único entre Dios y los hombres.

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María, acogiendo la Palabra y dando luz al Verbo, es modelo de la Iglesia que camina por el mundo, cuya misión es ser signo de Cristo vivo en la historia humana.

María, Madre Virgen En el Credo confesamos que Jesucristo “nació de la Virgen María”. Esta afirmación está firmemente asentada en los relatos de la infancia de Jesús según mateo (1,18-25) y Lucas (1,26-38). Estos textos nos hablan del nacimiento virginal como de un prodigio realizado por Dios, manifestando con claridad que el mayor milagro de Dios es su manifestación en carne humana a través de Jesús. Igual que al comienzo, en la creación, el Espíritu de Dios aleteaba sobre la nada (Gn 1,2), va a ser este mismo Espíritu quien va a iniciar en el seno de María la Nueva Creación. La concepción virginal de Jesús nos habla de la radical imposibilidad humana de conseguirse la salvación; ésta es gracia, regalo de Dios a los hombres, que éstos pueden acoger o rechazar. La virginidad de María, además, se encuentra relacionada con el hecho de que sea madre de Dios. El nacimiento virginal expresa inequívocamente que Jesús, como Hijo de Dios, tiene su origen exclusivamente en el Padre que está en los cielos. La virginidad perpetua de María va a ser reconocida como dogma en el Concilio ecuménico de Constantinopla II (a. 553). En él se afirma que María fue virgen no solo antes del parto, sino en el parto y después del parto. Con esta declaración se quiere hacer resaltar que la Vida viene al mundo restaurando al perturbación profunda que el pecado originó en la naturaleza humana. La virginidad después del parto nos habla del sentido auténtico de toda virginidad cristiana, como una expresión total de consagración a Dios por parte del cristiano. Por tanto, la virginidad perpetua de María s una señal de su elección para el servicio de Dios y de su pueblo.

María, Inmaculada

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Al decir esto de María, lo que la Iglesia quiere significar es que María, desde el primer instante de su existencia, estuvo libre de pecado. Es decir, que no fue concebida, como el resto de los humanos, apartada de Dios, sino que su ser estuvo envuelto desde el inicio por el amor y la gracia de Dios. Esto lo expresa el ángel en al Anunciación al declararla “llena de gracia” (Lc 1,28), no por sus méritos sino como consecuencia de la acogida que hace por la fe del designio de Dios. Ella nos dice que cada uno de nosotros tiene su origen en Dios y que desde la eternidad nuestro Padre nos lleva en su pensamiento y nos llama por nuestro nombre. En María, la redención de Jesucristo se anticipa plenamente, siendo ella la totalmente santa, y signo de la gracia que elige, llama y santifica.

María, definitivamente glorificada (La Asunción) Este dogma significa que la Virgen Inmaculada Madre de Dios, terminado el periodo de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste. En esta declaración no se afirma la muerte de María, aunque la mayoría de los teólogos piensan que si Jesús se sometió a la muerte sin haber cometido pecado alguno, María también pasó por este trance antes de ser asumida a la gloria. Este dogma tiene su raíz y fundamento en la enseñanza de la Sagrada Escritura. El mismo Papa Pío XII recoge y comenta los textos y lugares bíblicos que en la tradición de la Iglesia se han propuesto como base de enseñanza, en particular la profecía contenida en Gn 3,15, en la que se anuncia la victoria de la mujer u de su hijo sobre el pecado y sobre la muerte. La Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos: − Ha sido una verdad que ha ido tomando cuerpo poco a poco en el transcurso de la tradición eclesial hasta su definitiva dogmatización por el papa Pío XII en 1950. − Supone la plena e integral glorificación de la persona de María poco después de su vida terrestre sin esperar a la Parusía ni a la resurrección universal de la carne.

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− Significa una prenda dada a la Iglesia peregrina como comunidad escatológica de salvación que alienta su esperanza de una futura glorificación.

María, Madre de la Iglesia María es Madre de la Iglesia: − Por ser Madre de Cristo − porque estuvo íntimamente asociada a la obra de la redención. − Porque mediante su ejemplo educa a los creyentes en la fe y en la praxis cristiana. − Porque desde el cielo sigue influyendo en la vida cristiana de todos los creyentes. El título de Madre de la Iglesia ayuda a comprender mejor el puesto de María dentro de la comunidad de los bautizados. No la saca ni la coloca por encima de los demás miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, pero tampoco permite identificarla en todo con cada uno de ellos. Su vocación excepcional e irrepetible le confiere también un lugar, igualmente excepcional e irrepetible, entre los hermanos de Jesús. III. María en el culto cristiano. El culto a María es una forma del único culto dirigido a Dios: al amar y venerar a María, amamos y glorificamos a Dios en ella. María recibe un culto singular en la Iglesia en correspondencia con el puesto singular que ocupa en el plan salvífico de Dios. La finalidad última del culto a la bienaventurada Virgen María es glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad. Por esta razón, la piedad mariana se traduce en la vida práctica de la fe tanto en una veneración existencial, es decir, en un hacer propias las virtudes de la Virgen, como en una veneración cultual que nos lleva a glorificar a Dios en ella y a confiarle nuestras súplicas.

La veneración existencial

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Las actitudes fundamentales que María encarna son la fe y el cumplimiento de la voluntad de Dios. Estas dos actitudes creyentes de la Virgen María toman forma concreta en cada lugar y en cada época. Sin embargo, los seguidores de Jesús, tanto personalmente o como Iglesia, debemos hacerlas presentes para ser fieles a nuestra condición de bautizados. María, por su confianza y su fidelidad, se toma como modelo de creyente que acoge la Palabra, la medita en su corazón y transforma su vida en fecundidad. La veneración cultual − La piedad mariana debe inspirarse en la Sagrada Escritura, estar en armonía con la liturgia, ser sensible al movimiento para la unidad de las diversas iglesia cristianas y manifestar sin ambigüedades la humanidad de María. − El culto mariano debe tener presente la indisociable relación de la Virgen con Jesucristo, la acción de la Trinidad en su misión de ser madre del Salvador y su condición de modelo de creyente para la Iglesia. La piedad hacia la Madre del Señor, modelo de aquel culto que hace de la propia vida una ofrenda a Dios, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana. El hombre contemporáneo, sometido a múltiples tensiones, desconcertado y dividido por la aparente oposición entre sus deseos y posibilidades y sus limitaciones, puede encontrar en la figura de la Madre del Señor una respuesta adecuada a sus aspiraciones: la profunda fe de María y el “sí” dado al plan de Dios, que determinó su vida, son para todos una invitación a convertir la obediencia al Padre en un camino y un medio de realización personal. El culto mariano se manifiesta tanto en la confesión de fe, maravillosamente expresada en la liturgia de la Iglesia, como en las ricas y múltiples expresiones de la piedad popular. En esta nueva época, marcada por la renovación litúrgica del Vaticano II, la Iglesia busca, a través de una pastoral fiel a la tradición y abierta a las exigencias de los tiempos actuales, la mutua fecundación entre liturgia y religiosidad popular, para cantar de forma adecuada las alabanzas de aquella a la que, según sus palabras proféticas, llamarán bienaventurada todas las generaciones.

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TEMA XVI. LOS SANTOS Y LAS IMÁGENES. Las imágenes. (Ex 20,4; Dt 4,15-20; Lv 19,4; 26,1) La Biblia repetidamente condena las imágenes que son objeto de adoración. La Biblia prohibe tanto las imágenes de Yavé como las de otros dioses, pero por motivos diferentes: Dios es Espíritu. (Jn 4,24; 1,18; 3,37; 6,46; 1 Tim 1,17; 6,10; 1Jn 4,12) Hacer una imagen de Dios es muchas veces, una manera de desfigurarlo: porque Dios es espíritu. Dios es invisible, no porque tenga un cuerpo celestial o transparente, o porque se disimule lejos de nuestra vista, sino porque no tiene cuerpo ni forma, ni rostro. Solamente las criaturas inferiores, ya sean materiales o animadas (como somos nosotros), tienen forma y cuerpo. Tienen cierto peso, se ubican en tal lugar y no en otro, se desgastan con el tiempo y algún día se descomponen. Dios no es pequeño ni grande; sino que no tiene medida. No vive muchos y muchos siglos, sino que para él no corre el tiempo. No está más arriba que abajo; no está cerca ni lejos; Dios está presente a todos en todo lugar, pero no ocupa ningún lugar del espacio.

El que quiera representar a Dios con cara humana o de cualquier otro modo debería primero precisar que esta figura solamente tiene valor de comparación, igual como Jesús en sus parábolas compara a Dios como un padre de la tierra, que recibe al hijo pródigo, lo abraza y le prepara un festín. Si Jesús habla del Padre con comparaciones, también el artista puede hacer algo igual, mediante figuras, pero precisando que Dios no es eso que él pinta. En el tiempo en que escribieron Moisés y los profetas, los israelitas estaban empezando su educación religiosa y no podían captar estos matices. Por eso Jesús no vino en aquel tiempo ni se les enseñaron las parábolas del evangelio.

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Solo les dio una ley tajante por medio de Moisés; no te harás imágenes para darle culto. Más habitualmente, los israelitas hacían imágenes de otros que Yavé, y sobraban motivos para condenar estas imágenes: 1. Porque Dios es el Uno, y ningún otro ser puede sumarse a él. Tener varios dioses es no tener a Dios. 2. Los que tienen varios dioses buscan solamente su interés y se dirigen en cada oportunidad al que les parece más eficaz. Pero la religión verdadera nos pone al servicio de Dios: no trata de ponerlo a nuestro servicio. 3. Junto con tener imágenes de otros dioses, uno conforma su vida al estilo de sus dioses: ya no respeta tanto lo que para Dios es más sagrado, o sea, la verdad y la justicia, pero da mucha importancia a ritos y cosas o personas que acompañan esos ídolos. Así los paganos de tiempos antiguos con sus prostituciones y sus sacrificios humanos; así los hombres de hoy con otras supersticiones y sus fanatismos o sus violencias. Nosotros somos discípulos de Cristo que ha renovado toda la enseñanza de Moisés. En su persona, Dios mismo quiso darse a ver. En Jesús, nuestro hermano, reconocemos a Dios y como ya no estamos en el tiempo de los hebreos, nos conviene tener imágenes de Él. Las sectas que más atacan y calumnian a los católicos por tener imágenes son las que menos entienden que Moisés puso solamente las bases de la fe y dio una religión provisoria, mientras que Jesús y sus apóstoles nos entregan el conocimiento verdadero de Dios. Se sabe que la palabra ídolo viene del griego eidolon, que significa imagen. La idolatría significa propiamente el culto de las imágenes. Es evidente que todo católico debe preguntarse si usa y venera las imágenes de la misma manera que aprueba toda la tradición cristiana o si se porta como los idólatras condenados por la Biblia que no han encontrado al Dios vivo. También tenemos imágenes de María y de los santos, pero no para adorarlos ni a sus imágenes, sino para recordar sus ejemplos y su asistencia. No los ponemos al lado de Dios para hacerle la competencia, como si María fuera más misericordiosa que el Padre, o los santos más capaces de darnos lo que Dios nos niega. María y los santos nos quieren con el amor que Dios les comunica; no nos darán nada que Dios no quiera darnos; y sus ejemplos solamente nos llevarán al perfecto seguimiento de Jesús.

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En otro lugar, sin embargo, ordena colocar en la parte más sagrada del Templo estatuas de Querubines (estos eran personajes celestiales en cuya figura se mezclaban rasgos de hombre y de animales) porque no se daba culto a esos querubines, sino que solamente se consideraban servidores de Dios.

¿Cómo eran los querubines?

(Ez 1,5-24)

Aparecían cuatro seres con cuatro caras y cuatro alas. La visión da a entender la grandeza de Dios por medio de imágenes de ese tiempo. En los palacios de Caldea se veían estatuas grandiosas de seres fantásticos llamados “querubines” en que se mezclaban los rasgos de lo que es más fuerte en la naturaleza: el hombre, el águila, el león y el toro. Aquí pasan a ser seres vivos, impetuosos, que rodean y protegen el misterio de Yavé. Las ruedas entrecruzadas que van en todas direcciones, indican la acción de Yavé a través de todo el universo. En ellas se juntan los ojos, que lo ven todo y la movilidad, que no conoce descanso. El apóstol Juán usará a su manera las imágenes de la presente visión en Ap 4. Sobre los seres, una bóveda preciosa como cristal. El arco iris y la bóveda transparente que soporta el trono, también hablan del misterio de Yavé. Igualmente el fuego donde Yavé solo puede vivir y donde sería destruido todo lo que no es Dios. Una figura semejante a un hombre y, llegado a lo más intimo de Dios, la última imagen será una apariencia de hombre, porque todo el poder de Dios viene de su ser misterioso y personal a cuya imagen fue hecho el hombre. “Los querubines que adornan el Arca” (Ex 25,18-20) “Los grandes querubines del Templo” (1R 6,23-28) “La serpiente de bronce” (Num 21,4-9; Jn 3,14)

LOS SANTOS Santo: En el uso común esta palabra se refiere al buen comportamiento en grado excelso de una persona. Para la Biblia es santo todo aquello (personas, cosas, acciones y lugares), que está especialmente relacionado con Dios.(Ex 30,35; 31,14; Mt 27,52; Hch 21,28). De hecho la santidad es un atributo exclusivo de

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Dios, el Único Santo (Lv 11,44-45; Is 6,3) en virtud del cual se halla infinitamente por encima de las criaturas y “separado” de todo aquello contaminado e imperfecto. En cuanto las personas participan de este atributo divino (lo que en cierta medida equivale a participar del mismo ser de Dios) se les llama también santas.

Las Súplicas. Jesús nos invita a pedir con perseverancia. No para que Dios consienta a nuestros deseos, sino para que entremos mejor en sus pensamientos y deseos. La petición perseverante deja de ser egoista y se vuelve oración, o sea, que nos eleva y acerca a Dios. Jesús no habla de pedir a los santos, porque muy a menudo, el que pide a los santos toma el camino inverso de la oración verdadera. Lo que le interesa no es descubrir la misericordia de Dios, sino conseguir tal o cual favor. Poco le importa a quien se dirige, con tal de que encuentre un distribuidor eficaz y automático de beneficios. Entonces empieza la cacería de los santos, de los santuarios y de las devociones. La Iglesia es una familia. Lo mismo como pedimos a nuestros amigos que recen por nosotros, así también conviene dirigirnos a nuestros hermanos los santos. Nadie podrá criticar si, a veces, demostramos confianza en su intercesión. Esta “súplica” a los santos, sin embargo, no puede confundirse con la oración perseverante que nos hace entrar en el misterio de Dios. María, Madre de Dios es la única criatura que nos puede acompañar en la oración: porque Dios la hizo nuestra Madre, porque depositó en Ella toda la misericordia que nos reservaba, porque la unió a si mismo en forma tal que, mirándola a Ella, siempre encontremos la presencia viva de Dios. Los Santos Mártires La palabra mártir significa testigo; y la usamos para esos testigos de Jesús que sufrieron por El. Mártir no es cualquier cristiano asesinado, sino el que fue consecuente con su fe a sabiendas de los riegos que corría y luego demostró en su muerte los mismos sentimientos que estuvieron en Jesús en su pasión: éste si que fue un testigo.

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Los Ángeles Significa enviado, mensajero. En la Biblia, los ángeles aparecen muchas veces tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento y son presentados como seres superiores a los hombres, puestos incondicionalmente al servicio de Dios (Is 6,2-6; Lc 1,11-38; Heb 1,5-14), por esto se presentan alados para representar la rapidéz en el servicio a Dios. Tal vez el hecho de considerar a Dios infinitamente distante a los hombres y de la tierra, influyó de manera decisiva en sentir la necesidad de estos seres, que por una parte alabaran y sirvieran a Dios de cerca y por otra actuaran como intermediarios entre Dios y los hombres pecadores. De hecho en bastantes ocasiones los ángeles parecen simples representaciones de atributos divinos (el poder, la gloria, la providencia amorosa, la permanente actividad de Dios: Ez 10,1-5; Sal 18,10; Tob 12,15-20; Hch 12,7-11). Y más en concreto la expresión “Angel del Señor”, utilizada con bastante frecuencia en la Biblia para indicar una intervención extraordinaria del mismo Dios. (Gn 16,7-13; Ex 3,2; Jue 6,11-24; Mt 1,20-24) En todo el Nuevo Testamento se ve la intervención de los ángeles: • La Anunciación (Lc 1,11.26) • Gloria a Dios (Lc 2,14) • Protegen la infancia de Jesús. (Mt 1,20; 2,13.19) • Sirven a Jesús en el desierto (Mc 1,12; Mt 4,11) • Lo confortan en su agonía (Lc 22,43) • Son los ángeles los que evangelizan (Lc 2,10) • Anuncian la Buena Noticia de la Encarnación (Lc 2,8-14) • Anuncian la Resurrección (Mc 16,5-7) • En toda la vida de la Iglesia esta se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (Hch 5,18-20; 8,26-29; 10,3-8; 12,6-11; 27,23-25) Desde la infancia (Mt 18,10) a la muerte (Lc 16,22) la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida”. Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos a Dios.

TEMA XVII. LA ETICA CRISTIANA.

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LOS DIEZ MANDAMIENTOS. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA. LOS DIEZ MANDAMIENTOS Exodo 20,2-17

Deuteronomio 5,6-21

Yo soy el Señor, tu Dios que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre

Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto de la servidumbre.

No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna, no de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos.

No habrá para ti otros Amarás a Dios sobre dioses delante de mí... todas las cosas.

No tomarás en falso el nombre del Señor, tu Dios, porque el Señor no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso.

No tomarás en falso el No tomarás el nombre nombre del Señor tu de Dios en vano. Dios

Guardarás el día del Recuerda el día del sábado para sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás santificarlo. todos tus trabajos, pero el séptimo día es día de descanso para el Señor tu Dios, no harás ningún trabajo ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen y el séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado. Honra a tu padre y a tu madre para que prolongues tus días sobre la tierra que el Señor tu Dios, te va a dar.

Santificarás las fiestas.

Honra a tu padre y a tu Honra a tu padre y a tu madre. madre.

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No matarás

No matarás

No matarás

No cometerás adulterio.

No cometerás adulterio.

No cometerás adulterio.

No robarás

No robarás

No robarás

No darás falso testimonio contra tu prójimo

No darás testimonio falso contra tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo.

No darás falso testimonio ni mentirás.

No codiciarás... nada que sea de tu prójimo.

No codiciarás los bienes ajenos

No codiciarás la casa de tu prójimo. No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.

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No consentirás pensamientos ni deseos impuros

EL DECÁLOGO EN LA SAGRADA ESCRITURA. Maestro, ¿qué debo hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna? (Mt 19,16-19). Si quieres ser bueno, vende todo lo que tienes, ven y sígueme (Mt 19,21). El seguimiento de Jesús implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (Mt 5,17) sino que el hombre es invitado a encontrarlo en la Persona de su Maestro que es quien le da la plenitud perfecta. Jesús desarrolló todas las exigencias de los mandamientos. (Mt 5,21-22) (Mt 22,36-40) El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad. (Rom13,9-10) La palabra decálogo significa literalmente “diez palabras” (Ex 34,28). Estas “diez palabras” Dios las reveló a su pueblo en la montaña santa. En el Antiguo Testamento, se habla de las “diez palabras”(Os 4,2; Jr 7,9; Ez 18,5-9); pero su pleno sentido será revelado en la nueva alianza en Jesucristo. El decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el contexto del Exodo, que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la Nueva Alianza. El Decálogo indica las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida. Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros y a los esclavos.

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Las “diez palabras” resumen y proclaman la Ley de Dios (Dt 5,22). Por eso las dos tablas son llamadas “el Testimonio” (Ex 25,16), pues contiene las cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas tablas del testimonio (Ex 31,18) se debían depositar en el “Arca”. (Ex 25,16) EL DECÁLOGO EN LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el decálogo una importancia y una significación primordiales. Desde S. Agustín, los “diez mandamientos” ocupan un lugar predonderante en la catequesis de los futuros bautizados y de los fieles. Los 10 mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del prójimo. Los 3 primeros se refieren más al amor de Dios y los otros 7 más al amor al prójimo. LA UNIDAD DEL DECÁLOGO Cada uno de los mandamientos remite a cada uno de los demás y al conjunto. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. (St 2,10-11). No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios. No se podrá amar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas. El Decálogo significa la vida de Dios y la vida social del hombre. “Su significado” Tal como nosotros lo conocemos por nuestros catecismos, el Decálogo es algo distinto del que presenta la Biblia. En el nuestro falta la prohibición de hacer imágenes de Dios (2do mandamiento) y entonces el número 10 se mantiene gracias al recurso de dividir en dos el precepto relativo a la codicia (último mandamiento). ¿Qué sentido tiene este conjunto de prohibiciones?. Que el Decálogo está intimamente ligado con la Alianza, y quiere decir que Dios se compromete con el pueblo mediante la Alianza, el pueblo por su parte tiene que responder a Dios y el compromiso en el que se expresa la respuesta, es precisamente el Decálogo. El Decálogo recoge y resume lo que debe ser el comportamiento del hombre ante su Dios. El Decálogo tiene que ser comprendido a partir del sentido general del libro del Exodo, el cual plantea que el pueblo de Dios ha de ser un pueblo de hombres

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libres, a fin de que puedan consagrarse al servicio de su Señor. Por eso, el mismo Señor sacó a su pueblo de Egipto de la “casa de la esclavitud”. Pero en realidad, ¿estaba ya todo hecho con esa liberación?. Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta la diferencia entre: Libertad de: Ausencia de trabas externas. Libertad para: Libertad interior que consiste en no estar atado a nada ni a nadie, en tener disponibilidad o en gozar de disponibilidad. Ejemplo: Un borracho puede tener libertad de, porque puede tomar cuando quiera. Pero en realidad ese hombre no es libre porque es un esclavo de la bebida, no tiene libertad para. De la misma manera el pueblo de Israel conquistó su libertad de cuando salió de Egipto. Pero, ¿era ya y por eso solamente un pueblo de hombres libres?. Para que llegara a adquirir esa libertad interior, esa disponibilidad, Dios le dio los 10 mandamientos. Porque, en primer lugar, los hebreos podían consagrarse al culto de otros dioses que no fueran su libertador Yavé y servir a ídolos en cualquier forma que eso se llevara a efecto. (1ero y 2do mandamientos). Podían, además, meterse por el callejón sin salida del pecado y salirse del camino real de la libertad, si no tomaban en serio a su Señor y no le servían a él por encima de todas las cosas (3ero y 4to mandamientos). Podían hacerse daño unos a otros, privar a sus hermanos del derecho de ser ellos mismos, destruir en la comunidad la armonía entre los hermanos, atentar contra la libertad de los demás (5to al 9no mandamiento). Por último, en el corazón de cada individuo existe la codicia, que es la raíz de todos los atentados contra la libertad (10mo mandamiento). Por consiguiente, el Decálogo es la carta magna de la liberación interior del hombre que consiste en al disponibilidad total ante Dios y ante los demás. Su Validéz Actual

(Gal 3,23-25)

Cuando Pablo afirma que el cristiano ha sido liberado de la Ley se refiere al Decálogo, porque ese es el sentido que tiene al ley para Pablo (Rom 13,8-10). Entonces, ¿el cristiano no está obligado a lo que manda el Decálogo?

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La respuesta de Pablo a esta pregunta es muy clara: el que ama de verdad a los demás cumple, por eso mismo, todo lo que manda el Decálogo. En definitiva es lo mismo que dice Jesús en el Evangelio (Mt 7,12). En eso consiste toda la ley y los profetas, es decir, toda la ley del Antiguo Testamento se resume en el amor. Por consiguiente, para el cristiano sigue en pie el Decálogo en cuanto que establece las condiciones mínimas para amar a los demás. Lo que ocurre es que la exigencia del amor cristiano va mucho más lejos, porque no se formula en forma de preceptos negativos, sino de manera positiva, hasta amar a los demás como Jesús mismo nos ha amado a nosotros. (Jn 13,34-35) Por lo demás, no parecen ser obstáculos, contra todo este planteamiento, los textos evangélicos en los que el mismo Jesús habla de la observancia de los mandamientos (Mc 12,28-31; Lc 10,26-27), ya que, en esos casos, se propone tal observancia no a los seguidores de Jesús, sino a individuos que eran judíos, no solo de sangre, sino también de religión. Por eso no quiere decir que tales palabras constituyan una enseñanza específica para los creyentes en Jesús.

TEMA XVIII. PRIMER MANDAMIENTO AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS PRIMER MANDAMIENTO (Ex 20,2-5; Dt 5,6-9) (Mt 4,10) I. “Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás”. Dios se da a conocer recordando su acción todapoderosa, bondadosa y liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: “Yo te saqué del país de Egipto, de la casa de servidumbre”. El hombre tiene la vocación de hacer manifiesto a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad con su condición de criatura hecha a “imagen y semejanza de Dios”. El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. Quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos aceptar sus Palabras y tener en El una fe y una confianza completa.

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La fe Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. Nuestro deber para con Dios es creer en El y dar testimonio de El. Hay diversas formas de pecar contra la fe: Duda: Voluntaria: Rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. Involuntaria: Es la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta.

Incredulidad: Menosprecio de la verdad revelada por Dios. Herejía: Después de bautizado, no cree en alguna verdad revelada. Apostasía: Rechazo total a la fe cristiana. Cisma: Cree en todo, pero con el rechazo de la sujeción al Papa o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos. La Esperanza Cuando Dios se revela y llama al hombre, este no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar a que Dios le de la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos del amor. La esperanza es guardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios. Hay diferentes formas de pecar contra la esperanza: Desesperación: El hombre deja de esperar en Dios su salvación personal o el perdón de sus pecados. Presunción: 1.- Cuando el hombre presume de sus capacidades, esperando poder salvarse sin la ayuda de Dios. 2.- Cuando el hombre presume de la omnipotencia o de la misericordia divina, esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito.

La Caridad:

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Sinónimo de amor. La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. Hay diferentes formas de pecar contra la caridad: Indiferencia: Rechazo al amor divino. Ingratitud: Niega devolver a la caridad divina amor por amor. Tibieza: Vacilación al responder al amor divino. Acedía o Pereza Espiritual: Llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino. Odio a Dios: Tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas. II. “A El solo darás culto” Adoración: Amar a Dios por sobre todo, reconocerlo como Creador y Salvador, con amor infinito. Adorar a Dios es reconocer que somos nada; que solo existimos por Dios. Es alabarlo, exaltarlo. La adoración del Dios Único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo. Oración: Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. Sacrificio: Unir nuestra vida al sacrificio de Jesús en la cruz y así podemos hacer un sacrificio para Dios. Promesas y Votos: En varias circunstancias, el cristiano es llamado a hacer promesas a Dios. El Bautismo y la Confirmación, el Matrimonio y la Ordenación las exigen siempre. Por devoción personal, el cristiano puede también prometer a Dios un acto, una oración, una limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad a las promesas hechas a Dios es una manifestación de respeto a la Majestad Divina y de amor hacia el Dios fiel. El voto es un acto de devoción en el que el cristiano se consagra a Dios o le promete una buena obra. Mediante el cumplimiento de sus votos entrega a Dios lo que le ha prometido o consagrado.

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El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa. Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla. Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive”. Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. En materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente, solo o asociado con otros. Este derecho se funda en la naturaleza misma de la persona humana, cuya dignidad le hace adherirse libremente a la verdad divina. El derecho a la libertad religiosa es un derecho natural de la persona humana. III.- “No habrá para ti otros dioses delante de Mí” Superstición: Es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo, mágica, a ciertas prácticas, por otra parte legítimas o necesarias. Idolatría: La idolatría no se refiere solo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. Adivinación y Magia: Dios puede revelar el porvenir a los profetas, sin embargo, la actitud cristiana es entregarse por completo y con confianza en manos de la providencia. La consulta de horóscopos, espiritistas, tiradores de cartas, leer la mano, terminan creando en el hombre el deseo de granjearse la protección de seres ocultos. Están en contradicción con el respeto y el honor, mezclados de temor amoroso, que le debemos solamente a Dios.

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Aunque sea para procurar la salud de un enfermo, ir a un espiritista es gravemente contrario a la virtud de la religión; y si son acompañados de la intención de dañar a alguien son más condenables. Llevar amuletos también es reprensible. La Irreligión Entre sus principales pecados se encuentran: la acción de tentar a Dios con palabras o con obras, el sacrilegio y la simonía. La acción de tentar a Dios, consiste en poner a prueba, de palabra o de obra su bondad o su omnipotencia. El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder. Sacrilegio: Consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. Es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía. Simonía: Es la compra o venta de cosas espirituales. (Hch 8,20). Es imposible apropiarse de los bienes espirituales o de comportarse respecto a ellos como un poseedor o un dueño, pues tiene su fuente en Dios. Solo es posible recibirlos gratuitamente de El. El Ateismo. Muchos de nuestros contemporáneos no reciben de ninguna manera esta unión interna y vital con Dios o la rechazan explícitamente, hasta tal punto que el ateismo debe ser considerado entre los problemas más graves de esta época. Con frecuencia el ateismo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios. Sin embargo, el reconocimiento de Dios no se opone en ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios. La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta con los deseos más profundos del corazón humano. IV.- “No te harás escultura alguna...”

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El mandamiento divino implica la prohibición de toda representación de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica así: “puesto que no visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayais a prevaricar y os hagais alguna escultura de cualquier representación que sea”. (Dt 4,15-16) Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento, Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado: la serpiente de bronce (Nm 21,4-9), el Arca de la Alianza y los querubines (Ex 25,10-12) El Concilio Ecuménico celebrado en Nicea (787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, las de la Virgen, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios al encarnarse inauguró una nueva “economía” de las imágenes. El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, “el honor dado a una imagen se remonta al modelo original”, “el que venera una imagen, venera en ella la persona que en ella está representada”. El honor tributado a las imágenes sagradas es una “veneración respetuosa”, no una adoración, que solo corresponde a Dios. TEMA XIX. SEGUNDO MANDAMIENTO ¨NO TOMAR EL NOMBRE DE DIOS EN VANO¨ (Ex 20,7; Dt 5,11; Mt 5,33-34) I.- “El nombre del Señor es Santo” Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su nombre. Dios confía su nombre a los que creen en El; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es Santo”. Por eso, el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa. No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo.

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El fiel cristiano debe dar testimonio del Nombre del Señor confesando su fe sin ceder al temor. La predicación y la catequesis deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Debe ser respetadas en justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y en cierta manera, hacer de Dios un mentiroso. Blasfemia: Se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios –interior o exteriormente- palabras de odio, de reproche, de desafio, en injuriar a Dios, faltarle al respeto en la expresiones, en abusar del nombre de Dios. La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbres, torturar o dar muerte. La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. II.- Tomar el Nombre del Señor en vano. El segundo mandamiento prohibe el juramento en falso. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el Nombre del Señor. (Dt 6,13) La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios, como Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está de acuerdo o en oposición con Dios que es la verdad misma. El juramento, cuando es veráz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una mentira. Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención de cumplir, o que después de haber prometido bajo juramento, no mantiene. El perjurio constituye una falta grave de respeto hacia el Señor que es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una obra mala es contrario a la santidad del Nombre Divino.

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III.- “El Nombre Cristiano” Es sacramento del Bautismo es conferido “en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica al hombre y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz “en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén” El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades. Dios llama a cada uno por su nombre (Jn 10,3). El nombre de todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona.

TEMA XX: TERCER MANDAMIENTO. EL DOMINGO: DIA DEL SEÑOR. (Ex 20,8-10; Dt 5,12-15; Mc 2,27-28) I.- El Día del Sábado. El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado. La Escritura hace a este propósito memoria de la creación. (Ex 20,11). La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto (Dt 5,15) Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la Alianza inquebrantable (Ex 31,16). El sábado es para el Señor, santamente reservado a la alianza de Dios, de su obra de creación y de sus acciones salvíficas a favor de Israel. La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios “tomó respiro” el séptimo día (Ex 31,17) también el hombre debe “descansar” y hacer que los demás, sobre todo los pobres, “recobren aliento” (Ex 23,12). El sábado interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta contra las servidumbres del trabajo y el culto al divino. (Neh 13,15-22; 2Cro 36,21)

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El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de quebrantar la Ley del Sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de ese día (Mc 1,21; Jn 9,16), sino, que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: “El sábado ha sido instituido para el hombre, y no el hombre para el sábado”.(Mc 2,27). Con compasión Cristo proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Mc 3,4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (Mt 12,5; Jn 7,23). “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mc 2,28) II.- El Día del Señor. “El día de la Resurrección: la Nueva Creación” Jesús resucitó de entre los muertos “el primer día de la semana”. (Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20,1). En cuanto es el “primer día”, el día de la resurrección de Cristo recuerda la primera creación. Para los cristianos vino a ser el primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor, el domingo. “El domingo, plenitud del sábado” El domingo, realiza plenamente en la Pascua de Cristo la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios. La celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el corazón del hombre, de “dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres”. El culto dominical realiza el precepto moral de la alianza Antigua, cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor de su pueblo. “La Eucaristía Dominical” La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. “El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto”. Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Pedro y Pablo y todos los santos”.

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“La obligación del domingo” El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la Ley del Señor: “El domingo y los demás fiestas de precepto los fieles tienen la obligación de participar en la Misa”. “Cumple el precepto de participar en la Misa quien asiste a ella, donde quiera que se celebre un rito católico, tanto el día de la fiesta como el día anterior por la tarde” La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (enfermedad, cuidado de niños pequeños, etc) o dispensados por su propio pastor. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave. La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo. Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave que hace imposible la participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los fieles participan en la liturgia de la palabra, si esta se celebra en la Iglesia parroquial o en otro lugar sagrado, o permanezcan en oración en familia, o si es oportuno, en grupos familiares. “Día de gracia y de descanso” Así como Dios “cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho” (Gn 2,2), así también la vida humana sigue un ritmo de trabajo y descanso. La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que le permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa. Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo. Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituye excusas legítimas respecto al precepto del descanso

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dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la social. El domingo está tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana. Los cristianos deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana.

El Domingo: Día del Señor. I.

La presencia del resucitado.

“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es la celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos. Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, la muerte y resurrección de Cristo. Los que han recibido la gracia del bautismo no han sido salvados a título personal; sino como miembros el Cuerpo místico, que han pasado a formar parte del Pueblo de Dios. II.

La asamblea eucarística

La Eucaristía nutre y modela a la Iglesia: “Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10,17). Por esta relación vital con el sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor, el misterio de la Iglesia es anunciado, gustado y vivido de manera insuperable en a Eucaristía. La dimensión intrínsecamente eclesial de la Eucaristía se realiza cada vez que se celebra. Pero se expresa particularmente el día en el que toda la comunidad conmemora la resurrección del Señor. “¡Paz a vosotros!”. Al volver Cristo entre ellos “ocho días más tarde” (Jn 20,26), se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad de reunirse

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cada octavo día en el “día el Señor” o domingo, para profesar la fe en su resurrección y recoger los frutos de la bienaventuranza prometida por él: “Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). III.

La Eucaristía dominical.

La Eucaristía dominical no tiene en sí misma un estatuto diverso de la que se celebra cualquier otro día, pero tiene su momento más significativo cuando la comunidad se reúne en oración. La Eucaristía dominical con la obligación de la presencia comunitaria y a especial solemnidad que la caracterizan, precisamente porque se celebra “el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”. Cada comunidad, al reunir a todos sus miembros para la “fracción del pan”, se siente como el lugar en el que se realiza concretamente el misterio de la Iglesia. En la celebración misma la comunidad se abre a la comunión con la Iglesia universal. IV.

El día de la Iglesia.

El domingo, día de la Iglesia se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser destacada a nivel pastoral. Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia “ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía”. La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad. En ella se celebra el sacramento de la unidad que caracteriza profundamente a la Iglesia, pueblo reunido “por” y “en” la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. V.

Pueblo peregrino.

En la perspectiva del camino de la Iglesia en el tiempo, la referencia a la resurrección de Cristo y el ritmo semanal de esta solemne conmemoración ayudan a recordar el carácter peregrino y la dimensión escatológica del pueblo de Dios. De domingo en domingo la Iglesia se encamina hacia el último “día del Señor”, el domingo que no tiene fin. Al reunir a sus hijos en la asamblea eucarística y educarlos para la espera, la Iglesia hace como un “ejercicio del deseo” en el que experimenta el gozo de los nuevos cielos y de la nueva tierra. VI.

Día de la esperanza.

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Si el domingo es el día de la fe, no es menos el día de la esperanza cristiana. Al celebrar el memorial de Cristo, que resucitó y ascendió al cielo, la comunidad cristiana está a la espera de “la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”. Vivida y alimentada con este intenso ritmo semanal: a esperanza cristiana es fermento y luz de la esperanza humana misma. Por este motivo, en la oración “universal” se recuerdan no sólo las necesidades de la comunidad cristiana, sino las de toda la humanidad. La Iglesia, al culminar con el ofrecimiento eucarístico dominical el testimonio que sus hijos, inmersos en el trabajo y los diversos cometidos de la vida, se esfuerzan en dar todos los días de la semana con el anuncio del Evangelio y la práctica de la caridad, manifiesta de manera más evidente que es “como un sacramento o signo e instrumento de la unidad de todo el género humano”. VII. La mesa de la Palabra. El encuentro con el Resucitado se realiza mediante la participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida. Dios al comunicar su Palabra, espera nuestra respuesta; respuesta que Cristo dio ya por nosotros con su “Amén” (cf 2 Co 1,20-22) y que el Espíritu Santo hace resonar en nosotros de modo que lo que se ha escuchado impregne profundamente nuestra vida. VIII. La mesa del Cuerpo de Cristo. La Misa es la viva actualización del sacrificio de la cruz. Bajo las especies de pan y vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del todo singular en las palabras de la consagración, Cristo se ofrece al Padre con el mimo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz. “En este divino sacrificio, que se realiza en la Misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez y de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera incruenta”. A su sacrificio Cristo une el de la Iglesia: “En la Eucaristía el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo”. Esta participación de toda la comunidad asume un particular relieve en el encuentro dominical, que permite llevar al altar la semana transcurrida con las cargas humanas que la han caracterizado. IX.

Banquete pascual y encuentro fraterno.

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Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles participen de él tanto espiritualmente por la fe y la caridad como sacramentalmente por el banquete de la sagrada comunión. Y la participación en la cena del Señor es siempre comunión con Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros. Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar cuando participen en la Eucaristía, con la condición de que estén en las debidas disposiciones y, si fueran conscientes de pecados graves, que hayan recibido el perdón de Dios mediante el Sacramento de la reconciliación. La invitación a la comunión eucarística, como es obvio, es particularmente insistente en ocasión de la Misa del domingo y de los otros días festivos (precepto). Es importante, además, tener conciencia clara de la íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión con los hermanos. La asamblea eucarística dominical es un acontecimiento de fraternidad. El intercambio del signo de la paz, puesto significativamente antes de la comunión eucarística, es un gesto particularmente expresivo, que los fieles son invitados a realizar como manifestación del consentimiento del pueblo de Dios a todo lo que se ha hecho en la celebración y del compromiso de amor mutuo que se asume al participar del único pan en recuerdo de la palabra exigente de Cristo: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). X.

De la Misa a la “misión”.

Al recibir el Pan de vida, los discípulos de Cristo se disponen a afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, los cometidos que les esperan en su vida ordinaria. Para el fiel que ha comprendido el sentido de lo realizado, la celebración eucarística no termina sólo dentro del templo. Como los primeros testigos de la resurrección, los cristianos convocados cada domingo para vivir y confesar la presencia del Resucitado están llamados a ser evangelizadores y testigos en su vida cotidiana. La oración después de la comunión y el rito de conclusión –bendición y despedida- han de ser entendidos y valorados mejor, desde este punto de vista para que quienes han participado en la Eucaristía sientan más profundamente la responsabilidad que se les confía. Después de despedirse la asamblea, el discípulos de Cristo vuelve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios (cf Rm 12,1). Se siente deudor para con los hermanos de lo que ha recibido en la celebración, como los discípulos de Emaús que, tras haber reconocido a Cristo “resucitado” en a fracción del pan (cf Lc 24, 30-32), experimentaron la

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exigencia de ir inmediatamente a compartir con sus hermanos la alegría del encuentro con el Señor (cf Lc 24, 33-35). XI.

El precepto dominical.

Al ser la Eucaristía el verdadero centro del domingo, se comprende por qué desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica. El domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa. Esto se ha entendido normalmente como una obligación grave. Se comprende fácilmente el motivo si se considera la importancia que el domingo tiene para la vida cristiana. XII. Otros momentos del domingo cristiano. Aunque la participación en la Eucaristía es el centro del domingo, sería reductivo limitar solo a ella el deber de “santificarlo”. El día del Señor es bien vivido si todo él está marcado por el recuerdo agradecido y eficaz de las obras salvíficas de Dios. Todo ello lleva a cada discípulos de Cristo a dar también a los otros momentos de la jornada vividos fuera del contexto litúrgico –vida en familia, relaciones sociales, momentos de diversión –un estilo que ayuda a manifestar la paz y la alegría del resucitado en el ámbito ordinario de la vida. XIII. El día del descanso. La alternativa entre trabajo y descanso, propios de la naturaleza humana, es querida por Dios mismo, como se deduce en el pasaje de la creación en el Libro del Génesis (cf 2,2-3; Ex 20, 8-11), el descanso es una cosa “sagrada”, siendo para el hombre la condición para liberarse de la serie, a veces excesivamente absorbente, de las compromisos terrenos y tomar conciencia de que todo es obra de Dios. El poder prodigioso que Dios da al hombre sobre la creación correría el peligro de hacerlo olvidar que Dios es el Creador, del cual depende todo. Es preciso, pues, no perder de vista que, incluso en nuestros días, el trabajo es para muchos una dura servidumbre. Rige aún en nuestro contexto histórico la obligación de empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del descanso y la distensión que son necesarios a la igualdad de los hombres, con las correspondientes exigencias religiosas, familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente pueden ser satisfechos si no es salvaguardado por lo menos un día de descanso semanal en el que gozar juntos de la posibilidad de descansar y de hacer fiesta. Para que el descanso mismo no sea algo vacío o motivos de

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aburrimiento, debe comportar enriquecimiento espiritual, mayor libertad, posibilidad de contemplación y de comunicación fraterna, los fieles han de elegir, entre los medios de la cultura y las diversiones que la sociedad ofrece, los que estén más de acuerdo con una vida conforme a los preceptos del Evangelio. El día del Señor se convierte así también, en el modo más propio, en el día del hombre. XIV. Día de la solidaridad. El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado. La Eucaristía dominical, pues, no sólo no aleja de los deberes de caridad, sino al contrario, compromete más a los fieles “a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, mediante las cuales se manifieste que los cristianos, aunque no son de este mundo, sin embargo, son la luz del mundo y glorifican al Padre ante los hombres. La Eucaristía es acontecimiento y proyecto de fraternidad. Desde la Misa dominical surge una ola de caridad destinada a extenderse a toda la vida de los fieles, comenzando por animar el modo mismo de vivir el resto del domingo. Si este día de alegría, es preciso que el cristiano manifieste con sus actitudes concretas que no se puede ser feliz “solo”. El mira a su alrededor para identificar a las personas que necesitan su solidaridad. Lejos de ser evasión, el domingo cristiano es más bien “profecía” inscrita en el tiempo, profecía que obliga a los creyentes a seguir las huellas de Aquel que vino “para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. ( Lc 4,18-19). XV. Conclusión. El domingo es una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirlo bien. Se comprende, pues, porqué la observancia del día del Señor signifique tanto para la Iglesia y sea una verdadera y precisa obligación dentro de la disciplina eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes que un precepto, debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana. Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical. Si en la Eucaristía se realiza la plenitud de culto que los hombres deben a Dios y que no se puede comparar con ninguna otra experiencia religiosa, esto se manifiesta con eficacia particular

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precisamente en la reunión dominical de toda la comunidad, obediente a la voz de Resucitado que la convoca, para darle la luz de su Palabra y el alimento de su Cuerpo como fuente sacramental perenne de redención. La gracia que mana de esta fuente renueva a los hombres, la vida y la historia. Con esta firme convicción de fe, acompañada por la conciencia del patrimonio de valores incluso humanos insertados en la práctica dominical, es como los cristianos de hoy deben afrontar la atracción de una cultura que ha conquistado favorablemente las exigencias de descanso y el tiempo libre, pero que a menudo las vive superficialmente y a veces es seducida por formas de diversión que son moralmente discutibles. El cristiano se siente en cierto modo solidario con los otros hombres en gozar del día de reposo semanal; pero, al mismo tiempo, tiene viva conciencia de la novedad y originalidad del domingo, día en el que está llamado a celebrar la salvación suya y de toda la humanidad. Si el domingo es día de alegría y de descanso, esto le viene precisamente por el hecho de que es el “día del Señor”, el día del señor resucitado. El domingo, establecido como sostén de la vida cristiana, tiene naturalmente un valor de testimonio y de anuncio. Día de oración, de comunión y de alegría, repercute en la sociedad irradiando energías de vida y motivos de esperanza. Es el anuncio de que el tiempo, habitado por Aquel que es el Resucitado y Señor de la historia, no es la muerte de nuestras ilusiones sino la cuna de un futuro siempre nuevo, la oportunidad que se nos da para transformar los momentos fugaces de esta vida en semillas de eternidad.

TEMA XXI. CUARTO MANDAMIENTO. HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE. (Ex 20,12; Dt 5,16; Lc 2,51; ) El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad. Dios quiso que, después de El, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la vida y que nos han trasmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha envestido de su autoridad.

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El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos con sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige de sí honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados. Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patrones, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran y gobiernan. El cumplimiento de este mandamiento lleva consigo su recompensa. (Dt 20,12; 5,16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas. I.- La familia en el Plan de Dios “Naturaleza de la Familia” La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales. Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes. “La familia cristiana” La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso... puede y debe decirse iglesia doméstica. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad y posee en la Iglesia una gran importancia. (Ef 5,21-6; Col 3,18-21; 1P 3,1-7) La familia humana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Su actividad procreadora y

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educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera. Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. II.- La Familia y la Sociedad. La familia es la “célula original de la vida social”. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el sexo de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida en familia es iniciación a la vida en sociedad. La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos y disminuidos y de los pobres. La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlos y de sostener la institución familiar. El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que por sus orígenes, siempre “próximos” por una razón u otra, merece una atención y respeto singular. III.—Deberes de los Miembros de la Familia “Deberes de los hijos” La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (Ef 3,14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores o

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mayores de edad, hacia sus padres, se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino. El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. (Si 7,27-28) El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. (Pr 6,2022; 13,1). Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este mandamiento también recuerda a los hijos de edad con sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos puedan, deben prestarle ayuda material y moral en los años de vejéz y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud. (Mc 7,10-12; Si 3,2-6) Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de nuestros maestros o amigos. (2 Tim 1,5) “Deberes de los Padres” La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación “tiene tanto peso que cuando falta, difícilmente puede suplirse”. Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la Ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los Cielos.

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Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Este requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad deben iniciarlos en los misterios de la fe. Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva. La educación en la fe, se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tiene la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. Cuando los hijos llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar. IV.- La Familia y el Reino de Dios Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una maduréz y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convercerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús. (Mt 16,25; 10,37)

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Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal. V.- Las Autoridades en la Sociedad Civil El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien han recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la autoridad como los de quienes están sometidos a ella. “Deberes de las Autoridades Civiles” El ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos. Los superiores deben ejercer la justicia distributiva con sabiduría, teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la concordia y la paz. Deben velar porque las normas y disposiciones que establezcan no induzcan a tentación oponiendo el interés personal al de la comunidad. El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de la persona humana. Y a administrar humanamente justicia en el respeto al derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados.

“Deberes de los Ciudadanos” Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política. El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su justificación en la

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distinción entre el servicio a Dios y el servicio de la comunidad política. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. (Hch 5,29)

RESUMEN La familia tiene que: - ayudar a ser persona. - Defender la vida en todo sentido de la palabra. (bienestar afectivo, económico y social) - Formar a la persona para la sociedad. - Formar personas para la Iglesia.

TEMA XXII. EL QUINTO MANDAMIENTO.

NO MATAR. Ex 20,13 Mt 5,21-22 Ética de la vida Ética de la vida (vida humana) que es diferente en esencia y en grado a la vida vegetal o animal. El ser humano es cualitativamente distinto de los demás animales, por la gran complejidad de su aparato nervioso. La moral siempre se apoya en fundamentos. Cuando decimos “no matar” hay que decir “¿por qué no matar?”, toda norma moral o ética tiene que estar fundamentada. Bioética: Propio del médico y de la biología. Fundamentos de la Bioética: 1. ¿Por qué defendemos la vida humana? − Las normas morales o éticas se tienen que fundamentar en la persona humana.

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− La persona es un absoluto (los cuales son la persona humana y Dios) y todo lo demás está en dependencia (función) de esto. 2. “Todo lo que es posible hacer técnicamente, no es posible hacerlo éticamente” − La ética tiene que ir marcando el comportamiento del hombre, de lo contrario, se convierte en un ser relativo y no en absoluto. − Ética de la vida: ƒ El suicidio, ƒ El homicidio, ƒ Experimentación con seres humanos, ƒ Eutanasia, ƒ Fecundación in vitro. 3. Hay que humanizar la vida humana, hay que procurar que la vida humana sea lo más digna posible. Ej: no al aborto, pero procurar que ese niño viva con al mayor dignidad posible. EL RESPETO DE LA VIDA HUMANA. La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Solo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. “El homicidio voluntario” El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo. También este mandamiento prohibe hacer algo con intención de provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohibe exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la asistencia a una persona en peligro. “La Legítima Defensa”

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El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor un golpe mortal. “El Aborto” La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida. (Jr 1,5; jb 10,8-12; Sal 22,1011) Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral. La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiac”, es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito”. Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia: lo que hace es manifiesta la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad. Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano. “Los Anticonceptivos” Para impedir el encuentro del espermatozoide con el óvulo, el hombre ha ideado diferentes artificios. Los preservativos y diafragmas: Colocan barreras para bloquear el camino al espermatozoide, interfiriendo así con el proceso natural de la procreación. Pero éstos, además de que pueden resultar incómodos de manipular, pueden fallar, producir

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alteraciones síquicas, afectar la sensibilidad y causar infecciones, alergias al látex o lesiones locales. La esterilización: Mediante la cirugía se practican diversas técnicas operatorias por las cuales se ligan, queman o cortan los conductos deferentes del hombre (vasectomía) o las trompas de la mujer (salpingectomía), que son los conductos necesarios para el tránsito del espermatozoide al encuentro del óvulo. La esterilización quirúrgica o comúnmente llamada “ligadura” es un método que cierra a la mujer a la procreación, que en dependencia del fin con que se utilice es moralmente aceptada o rechazada por la Iglesia. Si la pareja decide cerrarse a la vida por este método, porque presentan alguna enfermedad crónica, porque los nacimientos tienen que ser por el método de cesárea, porque tienen ya un número de hijos considerables, etc, la Iglesia lo aprueba. Pero si por el contrario, la pareja decide no tener más hijos, porque los afecta económicamente, estéticamente o porque no aman a los hijos, entonces es moralmente inaceptable por la Iglesia. Efectos dañinos: Aunque pueden fallar, son prácticamente irreversibles y esto puede ser causa de futuros desajustes emocionales en la mujer y en la pareja, si se cambia de opinión y se desea luego un embarazo. Además, tienen los riesgo de toda intervención quirúrgica, desde las reacciones anestésicas, hemorrágicas, infecciones y otras, hasta la muerte. Los espermaticidas: También resultan anticonceptivos los espermaticidas que son productos químicos con diferentes formas de presentación, como las jaleas, las cremas y los supositorios, que actúan sobre la vagina y el cuello del útero para impedir el paso del espermatozoide y fundamentalmente, matarlo. Efectos dañinos: Su uso puede causar molestias e inflamaciones o infecciones y puede ocurrir que solo dañen al espermatozoide sin llegar a destruirlo, causando así el nacimiento de niños malformados. “Los falsos anticonceptivos” Los dispositivos intrauterinos (DIU)

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Tales como el ASA, la T de cobre y el Anillo, son cuerpos extraños de diferentes materiales que se introducen en el útero para evitar la procreación. Actúan química y mecánicamente, impidiendo que el óvulo ya fecundado se pueda anidar en el útero. Es decir, no son siempre anticonceptivos, sino a veces antimplantatorios y, por los tanto, abortivos. Efectos abortivos: Aceleran el transporte del óvulo fecundado (o sea de una vida humana recién comenzada) a través de la trompa, por lo que al llegar al útero éste no está capacitado para recibirlo y lo aborta: producen destrucción por lisis del blastocisto (el ser humano en sus primeras etapas de desarrollo); desplazan mecánicamente del endometrio (la capa que recubre internamente al útero) al blastocisto ya implantado; impiden la implantación debido a la respuesta inflamatoria al cuerpo extraño que se produce en el endometrio; y alteran el proceso de maduración y proliferación del endometrio afectando la implantación. Efectos dañinos: Es verdad que a veces los efectos abortivos de los DIUs pueden fallar y el embarazo continúa. Sin embargo, estos dispositivos también tienen efectos secundarios dañinos para la mujer. Pueden causar crisis vagales (desmayos de causa orgánica) al ser introducidos en el útero: pequeñas heridas e infecciones en el cuello del útero cuando se está colocando el DIU: infecciones en el tractus reproductor que pueden llevar al flujo infeccioso, a la obstrucción tubaria y a la esterilidad. En algunas ocasiones estas infecciones pueden ser tan graves que llevan al shock séptico y a la muerte. También pueden causar incrustaciones y perforaciones cervicales, así como perforaciones del útero que llevan a una operación con todos sus riegos y a una posible esterilidad; sangramientos intermenstruales y menstruaciones muy abundantes que pueden causar anemia y déficit de hierro y embarazos ectópicos, que al romperse llevan a la hemorragia interna y a la muerte, si no se interviene quirúrgicamente a tiempo. Los anticonceptivos orales o píldoras Son tabletas que contienen hormonas que pueden tener efectos variados en la mujer, ya sea alterando el ciclo menstrual femenino o impidiendo que se produzca la ovulación. Además, causan cambios en el modo tal que éste ocluye dicho orificio e impide el paso a los espermatozoides, teniendo en ambos casos un efecto anticonceptivo.

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Efectos abortivos: También actúan produciendo cambios en el endometrio uterino que impiden que el óvulo ya fecundado se anide, siendo este efecto antimplantatorio y abortivo. Es imposible determinar cuándo lo hace de una u otra forma en una misma mujer, cosa que puede suceder. Cuando las píldoras tiene dosis menores de 100 mg de estrógenos ya no son capaces de impedir la ovulación, pero la criatura concebida se aborta antes de la implantación con dosis menores de 20 a 25 mg de estrógenos combinada con menos de 1 mg de progesterona, actuando a diferentes niveles. Los estrógenos producen hipermotilidad de la trompa y los progestágenos hipomotilidad, por lo que al llegar el óvulo fecundado (la nueva vida humana) demasiado tarde o demasiado temprano al útero, el endometrio no está preparado adecuadamente para que se implante. Efectos dañinos: Las píldoras y los demás anticonceptivos hormonales pueden causar también embarazos ectópicos, esterilidad por atrofia ovárica, trastornos psíquicos, trastornos circulatorios y de la coagulación de la sangre que causan accidentes trombóticos cerebrovasculares, coronarios, de extremidades, oculares, embolias e infartos en diferentes órganos y que pueden llevar a la muerte. Además, pueden causar manchas oscuras en la piel (cloasma), enfermedades del hígado (hepatopatías), nódulos y cáncer. ¿Qué es la Muerte clínica? Hace 40 años, cuando se detenía el corazón. En los años 60 esto varió, (es la década de los trasplantes, una persona podía estar sin que le latiera el corazón hasta 1½ hora). Esto demostró que el paro del corazón es reversible. Criterio para la muerte: − Dilatación de las pupilas sin respuesta refleja a la luz. − Ausencia total de respiración espontánea. − Descenso continuo de la presión sanguínea. − Trazado de electroencefalograma plano en varios minutos. La eutanasia acelera este proceso. “La Eutanasia” (buena muerte) eu = buena tanasia (tanatos, gr) = muerte.

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La eutanasia es darle muertea un paciente en estado terminal, darle muerte para que no sufra. Esta puede ser activa o pasiva: Activa: Ej. con una inyección. Pasiva: Dejarle de suministrar alimentos, medicamentos, etc. En Holanda, desde el año 1986 está permitido y otros países en la actualidad la piden. ¿Es pecado la eutanasia? Es un pecado clínico, por el paciente porque el paciente autoriza que le apliquen la eutanasia. Esto se encuadra en el quinto mandamiento, pero, ¿para quién no cree en Dios?. ¿Dónde podemos fundamentar el no a la eutanasia para un creyente y para quien no cree? La persona humana es un absoluto. El hombre se compone de 4 niveles (biológico, psicológico, interpersonal y socio-cultural) y la vida humana es parte de la persona humana, sin la vida el hombre no puede vivir estos niveles. Cuando una persona se priva d la vida, está tentando contra el absoluto que prima en las demás acciones. Cuando decimos no a la eutanasia, lo decimos que al encuadrarse dentro del suicidio va en contra de la persona humana y no se puede eliminar a otro ni a uno mismo. En este momento (al atentar contra la vida), la persona deja de ser un absoluto para convertirse en relativo y está frenando el proceso de la vida. Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible. Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable. Una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la

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dignidad de la persona humana. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que siempre se ha de rechazar. “La Distanasia” Dilatar la vida. En Cuba se practica mucho sin saberlo los médicos. Hay amor a la vida viva, no a la vida no nacida. Una causa de esto es la medicina gratis. La vida se prolonga cuando hay posibilidad de vida. No prolongar la vida sin necesidad, porque todos tenemos derecho a morir con dignidad. La moral ante la muerte: Plantea un discernimiento ante una distanacia. La ortotanasia es morir con dignidad. “El Suicidio” ¿Uno no es libre de quitarse la vida? La libertad humana no es un absoluto y la persona humana si. El amor es más que la libertad. Ej: la carne ofrecida a los ídolos en el mercado de Corinto. La libertad tiene límites, el amor no tiene límites. Quitarse la vida es falta de fe en Cristo. Cada cual es responsable de su vida ante Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo.

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Trastornos psíquicos graves, la angustia o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida. No se debe desesperar la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que solo El conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida. EL RESPETO DE LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS. “El respeto del alma del prójimo: el escándalo” El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra a otro deliberadamente a una falta grave. El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes los causan o la debilidad de quienes lo padecen. (Mt 18,6). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. El que usa de los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. (Lc 17,1) “El Respeto de la Salud” Evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguéz, o por afición inmoderada de velocidad, pone en peligro la seguridad de los demás y la suya propia se hacen gravemente culpables. El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripción estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas.

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“El respeto de la persona y la investigación científica” La experimentación en el ser humano no es moralmente legítima si hace correr riesgos desproporcionados o evitables a la vida o a la integridad física del sujeto. La experimentación en seres humanos no es conforme a la dignidad de la persona humana, si por añadidura, se hace sin el consentimiento consciente del sujeto o de quienes tienen derecho sobre él. El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus representantes no han dado su consentimiento consciente. El trasplante de órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y riesgos físicos y psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien que se busca en el destinatario. Es moralmente inadmisible provocar directamente para el ser humano bien la mutilación o la muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otra persona. “El Respeto de la Integridad Corporal” Los secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror, y mediante la amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente ilegítimos. El terrorismo que amenaza, hiere y mata sin discriminación es gravemente contrario a la justicia y la caridad. La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y de la dignidad humana. Exceptuados los casos de prescripciones médicas de orden estrictamente terapéuticos, mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de personas inocentes son contrarios a la ley moral. “El Respeto de los Muertos” A los moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias para ayudarlos a vivir sus últimos momentos en la dignidad y la paz. Deben ser ayudados por la oración de sus parientes, los cuales cuidarán que los enfermos reciban a tiempo los sacramentos que preparan para el encuentro con el Dios vivo.

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Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal, que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo. La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y meritorio. La Iglesia permite la incineración cuando en ella no se cuestiona la fe en la resurrección del cuerpo. “Evitar la guerra” Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras. Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones.

TEMA XXIII. SEXTO MANDAMIENTO

NO COMETER ACCIONES IMPURAS. Ex 20,14 Dt 5,17 Mt 5,27-28 Dimensiones de la sexualidad: Sexo: Está relacionado con la atracción física por otra persona. Es el gusto por los ojos, la piel, la forma de caminar, los besos... Tiene que ver con lo biológicogonádico, es decir, con la función de los órganos sexuales. Las relaciones sexuales son propias de la pareja humana y no se refieren solamente al coito; el coito de be ser la culminación de un proceso de maduración de la pareja en el amor, debe ocurrir cuando el hombre y la mujer han decidido entregarse el uno al otro para siempre en el matrimonio. La relación de una pareja de novios está

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muy marcada por lo sexual, pero éstos pueden y deben vivirla sin el coito. Las relaciones sexuales son fuente de placer, pero no por eso deben estar marcadas por el simple "goce" de la otra persona, no con la "posesión" de la misma. El hombre puede superar la simple necesidad genital. Las personas que libremente se abstienen de las relaciones sexuales (sacerdotes, religiosas, solteros, etc) pueden vivir su sexualidad equilibrando la falta de esa dimensión con la vivencia de las otras tres. La virginidad es una virtud cristiana. Eros: Está relacionado con la forma de ser, con la psicológico, con el equilibrio entre el carácter y el talante. El eros tiene que ver con el deseo de estar con la otra persona, de compartir con ella, de acceder a su forma de pensar, a sus sentimientos, sus sueños, etc. (relación intersubjetiva). Ese "deseo" varía con el grado de intimidad y el cariño que haya entre las personas en dependencia de si son amigos, familiares, esposos, novios, o simples conocidos. Filia: Está relacionado con el sentido de pertenencia mutua entre las personas. Cuando los proyectos éticos de las personas tienen puntos en común y éstas lo realizan poniendo en común sus esfuerzos.

Ágape: Es la mayor expresión de la sexualidad humana. Se refiere al amor que hace que la persona se entregue desinteresadamente en el servicio a la realización de la otra, es el amor oblativo, es decir, el que da de sí por el bien del otro. El ágape es la realización, en la vida de una persona, del Amor de Dios por el hombre. NIVELES DE LA SEXUALIDAD HUMANA. B I O L Ó G I C O La diferencia sexual es un hecho que se impone a nuestros ojos por una serie de caracteres morfológicos en el hombre y en la mujer y que tienen la capacidad de provocar la atracción erótica. La sexualidad humana no se explica únicamente al nivel puramente biológico. Mientras que en el animal su sexualidad queda encerrada en el horizonte

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biológico, el sexo biológico humano está abierto a una instancia superior del hombre. Está abierto a la integración total de la persona. La palabra “cuerpo” suscitaba hace algún tiempo, sentimientos de desconfianza, porque se asociaba al sexo y este era considerado un mal. La ciencia moderna se ha encargado de demostrar que el cuerpo es fundamental para comprender al hombre en su totalidad, como expresión y presencia, como modo fundamental de ser y de realizar la propia vida personal; por lo tanto, el cuerpo es lo que nos posibilita todo lo que somos, hacemos y expresamos como personas humanas. Se trata de la experiencia de nuestro propio cuerpo y ésta es una experiencia no comparable con ninguna otra de las del mundo exterior. Aunque lo parezca, nuestro cuerpo no es un objeto para nosotros como lo son los demás objetos, porque mediante el, soy un ser en el mundo y establezco una relación creadora; también mediante el cuerpo se producen una serie de sensaciones, por medio de las cuales yo tengo una función de conocimiento y de reflexión sobre los objetos del mundo exterior o sobre mi propio cuerpo.

S I C O L Ó G I C O

O

E S P I R I T U A L

También encontramos un carácter afectivo en la experiencia de nuestro cuerpo, y lo percibimos en momentos de alegría o de dolor. Mi cuerpo es la expresión gráfica de mi vida personal, de mi personalidad como individuo único, irrepetible e inconfundible. No podemos dejar de tener en cuenta que el hombre como ser corpóreo existe en el mundo de forma diferenciada, como varón y mujer, esto quiere decir que vive toda su realidad humana como una existencia sexuada. La sexualidad es una manera de ser del hombre entero que se caracteriza desde lo más profundo hasta lo más externo de su ser. No solo tiene sexo, sino que se siente y se sabe totalmente sexuado. Y para realizarse como persona tiene que tener en cuenta el hecho de ser varón o mujer. De ahí se desprende que hay que buscarle un valor y un sentido humano a la sexualidad.

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No puede entenderse el sexo humano como un puro instinto animal o un simple instrumento de reproducción de la especie. La sexualidad ha de pasar por un aprendizaje, una sana información y una educación sexual son factores importantes para hacer maduras esta dimensión humana que se nos da al nacer, pero que se nos encomienda a nuestro aprendizaje y responsabilidad, que no es otra que la de realizarnos como personas integras. El sexo aparece en el mundo personal del hombre, en su modo de pensar, de comportarse, de relacionarse con los otros, de proyectarse hacia el futuro. Se diferencia del animal en este sentido porque es capaz de dominar la pulsión sexual y convertirla en un "deseo" consciente que está en dependencia de la forma de ser, del "eros" personal. La sexualidad humana experimenta el mismo proceso de maduración que la psiquis de la persona (pensamiento, sentimientos, etc) y está presente en todas sus etapas: - En la niñez se aprende a distinguir y dar la primacía necesaria a su región genital sobre las demás partes del cuerpo, se adquiere pudor. Se va tomando el comportamiento sexual de los adultos, sobre todo del padre que tenga su mismo sexo. - En la adolescencia se produce el despertar de la sexualidad genital con el comienzo del desarrollo de dichos órganos. La relación con los demás cambia su sentido, se hace "brusca" y "rebelde", el diálogo es difícil. En esta etapa se profundizan las relaciones con personas del mismo sexo y se produce la distinción del "otro" sexo (proceso de diferenciación). - En la juventud se produce el desarrollo de las relaciones intersubjetivas, el descubrimiento del "tú" en otra persona, ya no abstracta como en la adolescencia, sino concreta. Es el momento del desarrollo del compromiso con otras personas y con la sociedad en general. - La sexualidad madura se adquiere luego de haber transitado estas etapas y puede aparecer aun sin haber culminado los procesos de maduración propios de la juventud. Rasgos de la sexualidad madura: a) La persona vive su sexualidad de una manera escogida o aceptada libremente: el matrimonio, el noviazgo o diálogo prematrimonial, la viudez, la soltería o la virginidad consagrada.

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b) La fuerza sexual se integra en toda la dinámica de la persona y no es "algo aparte", o vivido como un "tabú", o de manera reducida. La persona se relaciona libremente con los demás sean de un sexo u otro y sabe cómo comportarse en cada caso para que dichas relaciones contribuyan realmente a la realización humana de cada parte. c) El impulso sexual es aceptado con tranquilidad y encauzado debidamente, en la pareja, en la vida familiar, social, etc. d) La relación sexual es vivida como entrega al otro, como ágape, no como posesión, simple fuente de placer, o de descarga emocional. e) El comportamiento sexual tiene dimensión social, es decir, aporta al desarrollo de otras personas y las respeta, recibe aportes y contribuye a encausar (controlar) el impulso sexual de otros y el suyo propio. Resumen: - Diferencia entre nosotros y los animales en la vida sexual. - El animal hace el acto sexual en la época de celo. En el hombre lo hace cuando quiere. - Aquí aparece la disponibilidad para el ser humano en el momento de discernir (no adulterio, no fornicación, celibato, virginidad, etc) - Por el nivel psicológico, el hombre puede controlar el nivel biológico, puede controlar la natalidad (planificación familiar). - El hombre experimenta un placer biológico y uno psicológico. - De este nivel surge el arte erótico (poesía, pintura, música en lo positivo), es lo contrario de la pornografía, que surge del nivel biológico, llegando a lo más bajo de este nivel que es lo genital.

I N T E R P E R S O N A L Es la experiencia del amor como afirmación y promoción del otro como persona. Esta forma de relación interpersonal pertenece al modelo de relación yo-tú en sentido privado e intimista y encierra un encuentro afectivo y efectivo en el amor. Para que este amor sea efectivo, necesita ser: • Incondicional: no se ama al otro por lo que tiene sino por lo que es. • Desinteresado: excluye cualquier tipo de explotación, ventaja enriquecimiento a costa del otro.

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• Creativo: intenta promocionar al otro desde las diversas situaciones en las que se encuentra. Para llegar a ser verdadera relación interpersonal, debemos tener en cuenta: El Diálogo: El hombre está volcado a la comunicación, necesita comunicarse y encontrar acogida y respuesta. El diálogo no es sólo un medio fundamental de relación y comunicación interpersonal, sino la manera original de existir el hombre como persona en el mundo. La Palabra: La palabra es la expresión del mismo ser personal del hombre, de lo que es y de lo que hace. ∗ A través de la palabra el hombre se expresa a sí mismo: habla. La palabra de cada uno de nosotros es siempre expresión y manifestación de la propia intimidad. Cuando hablamos nos expresamos a nosotros mismos: nuestra afectividad, nuestros sentimientos, nuestras experiencias. Cuando hablamos, se establece una comunicación entre mi “yo” y el “tú” del otro interlocutor. ∗ A través de la palabra, el hombre comunica algo que sabe: informa. Nuestra palabra es siempre una palabra sobre algo. De ella nos servimos para comunicar una serie de conocimientos que poseemos de la realidad y del mundo en que vivimos. Por ello. La palabra siempre tiene una función lógica e informativa: informa de algo que previamente ha conocido, se objetiva posteriormente en la palabra, y mediante ella se hace participe a otras personas. ∗ A través de la palabra, el hombre reclama la atención de otro hombre: interpela. La palabra nuestra es siempre una palabra dirigida a otra persona. La palabra une, atrae, provoca respuesta, descubre una profunda comunión entre dos personas. De este modo se establece el diálogo, el intercambio, la relación mutua entre las personas. La ética sexual ha de determinarse principalmente desde la persona y en orden de la persona. La sexualidad es personalizante cuando se abre en tres dimensiones o nutrientes: primero, contribuye a edificar el "yo" ; segundo, cuando tiende a realizar la apertura de la persona al mundo del "tú"; y tercero,

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es la apertura al nosotros dentro de un clima de relaciones interpersonales cruzadas. Las relaciones heterosexuales deben ser un lenguaje de amor, donde esto no sea girado por la fuerza del impulso biológico. Ha de ser una relación "personalizada" y personalizante, para esto ha de ser lenguaje y lenguaje humano de amor, o sea expresado y al mismo tiempo realización del amor humano... las relaciones heterosexuales que no se coloquen en esta línea están desvirtuadas y por tanto, es descartable desde el punto de vista moral. No por ser "personalista", el comportamiento sexual se convierte en una "conducta individualista". Hay que añadir más: la sexualidad no es asunto que permanece encerrado entre dos: el comportamiento sexual se abre al "nosotros social". Recibiendo de esta sociedad unos imperativos éticos muy concretos y determinados. Esta es la dimensión interpersonal de la sexualidad. La misma forma parte del lenguaje de las personas, de su forma de comunicar deseos, sentimientos, ideas, etc. Lo sexual "colorea" la apertura de lo personal al "otro", mediante la cual se produce el encuentro con los demás, que es enriquecedor e indispensable. La sexualidad se desarrolla plenamente cuando esa comunicación se convierte en amor desinteresado, en donación de sí mismo. (ágape). La atracción de los sexos es una voz sorda que brota de lo más profundo del hombre. Esa voz se hace "encuentro" y "donación" mediante el diálogo entre las personas. Lo puramente biológico se hace humano. La relación con el sexo contrario (relación heterosexual) comienza a partir de la diferenciación de la adolescencia, es aquí donde por primera vez el hombre se encuentra con el sexo opuesto, aparece la curiosidad por el otro. Esta relación continúa con el enamoramiento en la juventud. El noviazgo es el proceso propicio para ello, éste a su vez culmina en el matrimonio donde se vive plenamente el encuentro con el sexo contrario. Esa plenitud puede vivirse también en el estado de virginidad consagrada o de soltería libremente asumidos. Resumen: - Cuando no existe esta relación se trata a la otra parte como un objeto. - El verdadero amor interpersonal no admite ni el adulterio ni el divorcio. - Debe haber diálogo. - Aquí es donde se sitúa el sacramento.

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- Aquí entran las caricias, precedidas por los dos niveles anteriores. - En este nivel se vive el amor más perfecto, más que el de la madre al hijo y viceversa. S O C I O - C U L T U R A L El sentido del hombre como “ser-en-el-mundo” no se puede deducir solo por la referencia al mundo material. Un mundo así es pobre y no recoge toda la realidad con la que el hombre se relaciona y que constituye su mundo. No se pueden dejar fuera aspectos tan importantes para el hombre como la religión, los resultados de la reflexión filosófica y la expresión literaria, en una palabra, toda la realidad cultural y social de la vida humana. Un concepto completo del mundo tiene que comprender inseparablemente la entera realidad que nace de la comunión y el compromiso con los demás hombres. Hay que entenderla como la inserción responsable del hombre en una comunidad humana, que se encuentra en un determinado nivel de su desarrollo: material y cultural, con el propósito de impulsarla y promoverla a niveles superiores. La familia tiene como función primordial convertirse en escuela del más rico humanismo. El hombre no logra su plenitud de realización humana si no es un medio social y para ello se necesita que la familia sea: - Un lugar natural de convivencia: encuentro entre distintas generaciones. - Escuela de educación de todas las cualidades humanas: carácter, comprensión, respeto, diálogo y sobre todo amor como centro de vida y expansión. - Lugar de encuentro y apertura a la sociedad, a la que ha de llegar por un compromiso y una colaboración. La participación del hombre en la sociedad está muy ligada a su sexualidad. El comportamiento sexual está influido por lo cultural, lo legal y lo moral; de esta manera la participación social sirve para encauzar el excedente impulsivo sexual hacia una finalidad que edifique a la persona. En otras palabras, el hombre no tiene su sexualidad reducida a los "períodos de celo" como sucede en los animales. La sexualidad está siempre presente en la persona y esto hace que haya un "excedente", una parte del impulso sexual que no se satisface en las relaciones sexuales corporales, o en las relaciones interpersonales más intimas. El entorno social aparece entonces como el lugar propicio para encauzar ese excedente. Por ejemplo, la necesidad de encuentro siempre presente en la

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sexualidad humana puede satisfacer con la extensión de las relaciones interpersonales con distintos tipos de personas, la necesidad del placer puede satisfacer mediante el disfrute de los distintos espacios de participación que ofrece la sociedad (arte, deportes, trabajo, recreación, etc), la necesidad de donación de sí puede satisfacer en el compromiso en los distintos ambientes de la sociedad (familia, estudio, trabajo, política, etc), etc. La sociedad actúa también como reguladora del excedente sexual a través de las leyes. Por ejemplo, cuando prohíbe prácticas inmorales como la prostitución, la poligamia o loa abusos sexuales de toda índole. Cuando el hombre no encauza debidamente el excedente sexual, bien sea por causa propia o por impedimento social, se empobrece como persona.

R E L I G I O S O El vivir del hombre es un quehacerse, es decir, que el hombre es libre y moralmente responsable de su proyecto de vida. Ello nos obliga a hablar del futuro con esperanza, viéndolo como el horizonte donde se han de desarrollar todas las posibilidades humanas. Pero el proyecto humano tropieza con la barrera de la muerte, y ante este hecho el hombre se abre a la trascendencia por medio de la esperanza, que le remite a un más allá de la experiencia cotidiana y le conecta con el Dios personal y providente que posibilita la plenitud del ser humano en tanto, ese Dios en el que se espera y se confía, es el que garantiza la inmortalidad personal. De ahí que la esperanza sea una dimensión esencial de la persona por cuanto representa la máxima categoría del proyecto existencial humano, en cuanto que se vincula con la libertad, nos abre a nuevas formas de convivir con los otros, nos pone en presencia de un Dios que plenifica absolutamente nuestro proyecto vital y nos garantiza la inmortalidad. El cristiano comprende que Dios, percibido como misterio es la raíz, el sentido y la meta de nuestra existencia y que por tanto solo en ordenación y marcha hacia El, puede el hombre lograr su plenitud. Es el hombre que a descubierto a Dios, y por ello ha descubierto que: existimos desde un origen amoroso, que el fundamento de la realidad es una trascendencia personal, y que toda nuestra vida se orienta como a su destino en un futuro perfecto, a una vida en la que nuestra condición personal se realizará de forma plena y a la que llamamos salvación.

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CRISTIANISMO Y SEXUALIDAD. La relación entre el cristianismo histórico y la sexualidad es extremadamente compleja, porque no sólo es la relación entre éstas y la doctrina de la Iglesia, sino también su relación con todas las culturas influidas apreciablemente por el cristianismo. Se puede decir que el cristianismo histórico ha sabido vivir en equilibrio entre la exaltación indebida del sexo y el desprecio hacia lo “corporalsexual” La relación entre el cristianismo y la sexualidad ha sido conflictiva; esto se debe a la equivocación de muchos cristianos a la hora de interpretar la vida y las relaciones interpersonales a la luz del evangelio. Una de ellas ha sido el considerar la sexualidad como un mal únicamente justificable por la necesidad de procreación, en este sentido el placer ha sido visto como algo negativo. Otras veces se ha considerado como la primacía del espíritu sobre la carne (para Pablo la carne no es sólo lo sexual, es también el pecado del mundo) significa desprecio por los sentimientos sexuales y por el propio cuerpo. Estos errores se han debido a la influencia en la moral de criterios antropológicos errados en los que la sexualidad no se consideraba como elemento multidimensional inherente al espíritu humano. En este sentido ha existido una visión no personalista en la que no se ha puesto al hombre como ser en relación en el centro del problema. La moral cristiana ha ido superando estos problemas y caminando hacia una visión auténticamente evangélica de lo sexual. Para el cristianismo el sexo es un elemento constitutivo del hombre y la sexualidad su manifestación. Así el sexo se humaniza y se ve como parte de la persona, como un don de Dios que debe contribuir a su realización plena. El cristianismo aporta a la sexualidad la visión comunitaria. El sexo es parte de la relación interpersonal y presupone la igualdad plena entre el hombre y la mujer, está basado en el diálogo de amor entre las personas que está encaminado a la unión de éstas entre sí y con Dios (Gen 1 y 2). De esa manera la relación se hace fecunda, o sea, fuente de nueva vida auténticamente humana, no solamente biológica. La relación sexual humana moralmente vivida contribuye también a que el hombre sea imagen de Dios, fecundo y creador. El amor humano se integra al misterio de Dios, el amor entre las personas es manifestación del Amor divino e instrumento de salvación, porque el amor lleva a los hombres al compromiso por el bien propio y el de los otros. La pareja humana es vista como manifestación de la Alianza de Dios con su pueblo (Cantar de los Cantares; Os 1-

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3; Jer 2; 3; 31). El amor de Dios encuentra su realización plena en Cristo, su enseñanza se centra en querer llevar a realización plena la realidad del amor tal como está dada por el Creador. La Iglesia es la esposa de Cristo. El otro aporte importante del cristianismo es el de la virginidad como valor, como una forma plena de vivir la sexualidad (Mt 19,22 y 1Cor 7). En el amor humano se comparte la intimidad de la persona, por tanto debe guardarse el secreto entre las partes implicadas. El amor implica la fidelidad, la tolerancia, el diálogo constante y la solidaridad.

I. HOMBRE Y MUJER LOS CREÓ... La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro. Cada uno de los sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador. (Gn 2,24) Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar.

II. LA VOCACIÓN A LA CASTIDAD La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.

Cuando se habla de castidad, se asocia inmediatamente a una imagen de sexualidad entendida como genitalidad, negada o frustrada, de modo que una excesiva castidad ha sido considerada por muchos nociva para el amor y la salud. Pero la castidad se refiere también, aunque no sólo, a la genitalidad: para poder comprender su significado debemos partir del análisis de la realidad cotidiana.

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Al hablar de la persona humana hemos dicho que en ella están copresentes una dimensión corpórea y otra espiritual, las cuales son completadas y casi unificadas después por la dimensión psíquica. Estas tres dimensiones, precisamente por estar dotadas de una dinámica intrínseca, no conviven entre sí de modo pacífico, sino que cada una sigue una dirección diferente: podríamos comparar a la persona humana con un saco donde tres conejos (las tres dimensiones) se mueven de manera convulsa, cada uno por su cuenta. Es, pues, tarea de la persona tratar de unificar estas tres dimensiones que, en continua lucha y desacuerdo, lo conducirían a un comportamiento no uniforme. Tal disposición o tendencia a alcanzar la uniformidad es denominada por los estudiosos de la moral “integración”, mientras que lo que se quiere conseguir es el integrum, es decir, una totalidad unificada de las diversas partes, ordenadas entre sí de modo jerárquico. La castidad es, pues, la capacidad de alcanzar tal integración, y esta actitud encuentra una ubicación particular en el ámbito de la sexualidad: en efecto, también para la sexualidad es posible reconocer las tres dimensiones, somática, psíquica y espiritual, con los tres dinamismos correspondientes. La necesidad de esta integración nace del hecho de que la sexualidad “no puede ser solamente una situación subjetiva, en la que se manifiestan las energías de la sensualidad (dimensión física) o la afectividad (dimensión psíquica) despertadas por la tendencia sexual, porque entonces no alcanza su propio nivel personal ni puede unir a las personas. Para que pueda unir verdaderamente al hombre y la mujer y alcanzar el pleno valor personal (dimensión espiritual) es preciso que tenga una sólida base en la afirmación del valor de la persona. La castidad aplicada a la sexualidad ha de entenderse, pues, como el intento de poner orden en un conjunto convulso de instintos y deseos, de pulsiones y racionalidades. No darse cuenta de la necesidad de esta integración y dejarse dominar por las propias y múltiples tendencias constituyen el presupuesto para la concupiscencia, o sea, ese estado de desorden en el que la persona humana ya no es capaz de trascender y dominar sus propias y múltiples tendencias. “La integridad de la persona”

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La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y amor depositadas en ellos. La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana.

La dignidad del hombre, en efecto, que actúe según una relación consciente y libre, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esta esclavitud de las pasiones, prosigue su fin en la libre elección del bien. La castidad es una virtud moral. Es un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo. La castidad conduce, al que la practica, a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios. “Diversos Regímenes de la Castidad” Todos los fieles cristianos son llamados a una vida casta según su estado de vida particular.

La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de su vida: - En la virginidad o en el celibato consagrados, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso. (castidad en la continencia). - Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal. Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver el descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad. “Las Ofensas a la Castidad” La lujuria es un deseo o goce desordenado del placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y unión.

Masturbación

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Es la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. El uso deliberado de las facultades sexuales fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad de procreación y de entrega mutua. Es un acto egoísta, buscando el placer sexual al margen de la relación sexual requeridos por el orden moral. La masturbación es una forma de autoerotismo con estimulación de los órganos genitales con objeto de provocar una excitación sexual sin relaciones genitales. Esta práctica, presente en la edad infantil, es muy frecuente sobre todo en la adolescencia y parece que ha de relacionarse con el aumento de las pulsiones sexuales propias de esta fase del desarrollo, aumento debido a la modificación del asentamiento hormonal. Frente a un rápido desarrollo, para el que con frecuencia no se nos prepara, el muchacho o la muchacha puede vivir de modo conflictivo (curiosidad, vergüenza, placer, encerramiento en sí) la exigencia instintiva de convalidar con la experiencia la propia pertenencia sexual. Si el factor biológico tiene su importancia en el recurso frecuente a la masturbación, no se han de descuidar otros factores, entre ellos el crecer en un ambiente de alta tensión erótica, la labilidad psicológica del adolescente y las carencias educativas. No siempre la masturbación tiene un valor sexual, siendo el síntoma predominante de situaciones muy diversas: desde la defensa inconsciente ante las más diversas formas de ansiedad, frustración y soledad afectiva, hasta la búsqueda de compensaciones por fracasos en la socialización o la reacción a complejos de inferioridad. Precisamente por buscársela como válvula de desahogo, la masturbación es sustituida, a veces, por otra forma de aflojamiento de la tensión. En esta clave ha de leerse, según los psicólogos, el continuo morderse las uñas o la aparición de enfermedades psicosomáticas, entre ellas la cefalea, la gastritis y el balbuceo. Practicada al principio de modo instintivo, la masturbación se transforma sólo en un segundo momento en acto consciente y, cuando el muchacho o la muchacha empiezan a darse cuenta de su significado, nacen las primeras dudas y los sentimientos de culpa, agravados a menudo por la actitud represiva de los adultos. Las reacciones pueden ser diversas: de la depresión y angustia a la

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superación de la masturbación a través de la búsqueda de intereses, ideales y actividades con las que descargar las propias tensiones. En cualquier caso, el muchacho o la muchacha tienen necesidad de ser ayudados a eliminar las causas que los empujan hacia esta forma de autoerotismo. Los educadores deben intervenir de modo inteligente, ilustrando a los jóvenes en las causas de su comportamiento y educándolos en el dominio de los propios impulsos. Es un trabajo sin duda difícil, en cuanto la fácil gratificación ofrecida por la masturbación corre el peligro de cautivar la atención del muchacho, pero en todo caso es necesario. Si el acto aislado se convierte en costumbre, comportamiento, mentalidad y actitud interior, el desarrollo sexual se detiene y disminuye la capacidad de madurar en el camino del amor y de tener, en el día de mañana, una vida conyugal satisfactoria. La actividad masturbatoria prolongada en el tiempo hace, en efecto replegarse al individuo sobre sí mismo, paralizando o haciendo muy lenta la formación de esa capacidad de diálogo y orientación al amor conyugal que es fundamental para la consecución de la madurez sexual. Biológicamente... − Hay que verla desde el punto de vista de lo que dicen las ciencias. − Es un fenómeno casi general, la mayoría de las personas han tenido alguna experiencia de masturbación. Más en los hombres que en las mujeres, pero no mucha (en hombres 90% y 60% las mujeres) − Siempre se trató mal y fuera de la ciencia, tanto en ambientes religiosos como en ateos. En ambos casos se pensaba que el exceso producía locura, es lo contrario, el que se masturba mucho es que tiene algún problema de tipo psicológico, y busca una válvula de escape. − Los sexólogos contemporáneos ven la masturbación como un fallo en el desarrollo sexual de la persona. Hoy día a la masturbación se le da el término de “autoerotismo”, la persona no sale de sí misma, sino que se vuelve sobre sí misma y lo propio, lo normal de la vida sexual es la apertura al otro, porque eso es el amor. ¿Por qué ocurre el autoerotismo en la mayoría de las personas?

− Se debe al impulso sexual. Ocurren una serie de cambios biológicos en los cuales se hace presente la pulsión biológica. En la dimensión psicológica se

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descubre que la familia siempre debe ser el ámbito de la seguridad del adolescente, que nace del afecto que se tengan los miembros de la familia. Cuando el adolescente se abre a los demás en el mundo tiene que estar respaldado por una seguridad familiar. Si el adolescente no encuentra este respaldo, se repliega sobre sí y la sexualidad que tiene que ir hacia fuera se acude a la masturbación, como un mecanismo de defensa. Puede que un adolescente no haya resuelto el Complejo de Edipo, ante un padre que el piensa que es un castrador y una madre autoritaria, también se repliega sobre sí mismo. Hay adolescentes con problemas psicológicos mayores, pueden ser neuróticos y se refugian en la masturbación. Personas con temperamento introvertido también se refugian en la masturbación. El extrovertido y el atlético descargan su energía en otras actividades. Teológicamente...

− La Biblia no habla de masturbación, por eso es que en los primeros siglos del cristianismo no se habla de ello y es extraño, porque en el mundo grecorromano existía mucho la masturbación. − En la Edad Media aparecen los “Libros Penitenciales” (se usaban como un catálogo, donde estaban los pecados y la penitencia que se debía imponer), con grandes penitencias para los que se masturbaban. − Hoy día, independientemente de las personas es un pecado. La Iglesia se fundamenta en lo que dicen los sexólogos, que es un fallo en el desarrollo evolutivo (al no abrirte, te centra). − Hay casos que no son pecados (neuróticos, casados con problemas)(estos son que tienen hábito) en el soltero, se le invita a una educación sexual. Fornicación (Relaciones Prematrimoniales) (1 Cor 6, 13b-20) Es la unión carnal fuera del matrimonio. Es contrario a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana, ordenada al bien de los esposos; así como a la generación y educación de los hijos. Las normas morales son iguales para todas las personas, porque se inscribe en la naturaleza de la persona humana.

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No debe existir una relación entre seres humanos en la cual estos se traten como objetos (se trata a la otra persona por la utilidad que me puede dar), por el interés y no por lo positivo que debe ser. Esto se acrecienta en nuestra cultura. Lo contrario de tratar a los demás como objetos es la gratuidad, la generosidad. Las personas no son medio, sino fin. La inmadurez en las relaciones es cuando el adolescente ve a la pareja como una cosa. El noviazgo es una institución que antecede al matrimonio. El noviazgo es frágil, si no conviene con el, romper. ¿Por qué tener relaciones íntimas en el marco de una estructura frágil? ¿Por qué llegar a lo último si eso no está expresando que entre la pareja haya una relación interpersonal? La relación sexual debe estar fundamentada en la fidelidad e indisolubilidad. ¿Por qué adelantar lo que debe representar la fidelidad e indisolubilidad a una institución tan frágil? Se ha perdido el concepto de noviazgo y el concepto de matrimonio. Pornografía Consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, puesto que queda fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Los que participan en ella (actores, comerciantes, público) vienen a ser para el otro un objeto de placer rudimentario. Prostitución Atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga, peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo. Violación

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Es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño que puede marcar a la víctima para toda la vida. “Castidad y Homosexualidad” Los actos homosexuales son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

Los homosexuales no eligen su condición, ésta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en sus vidas y si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad, mediante virtudes y dominio de sí mismo que edifiquen la libertad interior y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse a la perfección cristiana. No está suficientemente clara la explicación antropológica del homosexualismo. Para unos tiene una causa hormonal, biológica, es decir, es una enfermedad; para otros es una forma de vivir la sexualidad equivalente a la heterosexual. Ninguna de las dos puede tomarse como válida. Si se puede decir que el homosexual es una persona que no realizó convenientemente su proceso de diferenciación, la homosexualidad no es un camino por el que se puede llegar a la vivencia plena de la sexualidad. La persona homosexual vale como persona y no puede ser discriminada por su vivencia de la sexualidad. La tendencia e intuición de la homosexualidad, no es un pecado. El pecado está en la práctica homosexual que daña a la propia persona y a los demás. Tampoco en la homosexualidad se ha localizado nunca la presencia de una alteración orgánica responsable de la aparición de esta desviación, aunque de vez en cuando se indiquen como responsables o un déficit hormonal o una malformación congénita. En cualquier caso, la teoría más autorizada es la socio-

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política, según la cual serían responsables de la aparición de la tendencia homosexual tanto el ambiente educativo familiar como la influencia de los grupos sociales que se frecuentan. “Se trata en concreto o de total ausencia de padres o un estilo educativo excesivamente posesivo o duro por parte de la madre, de una presencia insignificante del padre o de una falta de autonomía del niño; en una palabra, de una relación inexistente o equivocada entre hijo/hija y padres”. Por lo que atañe a la época de la aparición de la homosexualidad, se piensa que ya antes de los diez años es posible detectar alteraciones de la tendencia sexual, pero posiblemente hacia los 17 ó 18 años el individuo toma conciencia de su estado. En el momento en que el homosexual se da cuenta de su desviación, comienza para él un camino evolutivo, a menudo doloroso, en el que se han visto cuatro etapas: 1. toma de conciencia de ser diferentes, con la ansiedad consiguiente que afecta a toda la atmósfera de los sentimientos y las relaciones; 2. acentuación de la depresión psíquica y el sentido de soledad, con una profunda sensación de desprecio y persecución de parte de la misma familia; 3. acercamiento a otros sujetos homosexuales y la integración en un grupo de “diferentes”; 4. desarrollo de reacciones agresivas hacia quien es responsable de su marginación social. El aislamiento en el grupo homosexual, a menudo fruto de la repulsión por parte de la sociedad, tiende, por desgracia, a reforzar y exasperar aún más esta tendencia. Por lo que concierne a los síntomas típicos de la homosexualidad masculina, se registra ansiedad, sobre todo en el adolescentes, por le desagradable descubrimiento de ser diferente, reacción represiva, más frecuente en el adulto, acompañada de un sentimiento de culpa aun sin un comportamiento desviado, tendencia a la agresividad y fuerte apego a la madre. La homosexualidad femenina tiene características análogas, con de presión, ansiedad e inseguridad, aunque falte la agresividad. ¿Cuáles pueden ser las intervenciones que deberían efectuarse para contrastar su aparición o corregir situaciones de homosexualidad?. En primer lugar es necesario prevenir su aparición, asegurando al niño o a la niña una armonía familiar educativa con la participación de ambos progenitores y una precoz

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socialización. Por desdicha, estas dos condiciones son a veces difícilmente realizables en las familias de hoy, sea por la frecuente incapacidad e imposibilidad de los padres de coeducar a los hijos, sea porque el modelo del hijo único no facilita la socialización, a menos que no se la favorezca en ambientes extrafamiliares. Una vez que la tendencia homosexual se ha instaurado, se puede intervenir con la psicoterapia, siempre que el sujeto interesado colabore de modo activo y responsable con el terapeuta, colaboración no siempre fácil de obtener sobre todo en lo tocante a la constancia, a causa de la sensación de inseguridad y desconfianza que el homosexual experimenta. Según los psicoterapeutas, son muchos los casos en los que se logra obtener con la terapia mucho más que el aflojamiento de la tensión y una recuperación en el plano de los valores sociales y morales. La actitud en relación con las personas homosexuales debe ser de comprensión, a fin de que el homosexual se sienta capaz de aceptarse a sí mismo y de superar el estado de desesperación y desolación en que a menudo se encuentra. Comprender las tendencia homosexual no significa, sin embargo, compartir el comportamiento homosexual. Al homosexual se le ha de ayudar ante todo a corregir tales comportamientos, que frecuentemente lo hacen aún más infeliz. RESUMEN DEL HOMOSEXUALISMO: Respecto a la homosexualidad hay dos extremos: 1. Como una desgracia. (si tengo un hijo así, lo mato) 2. Extremo permisivista. (cada día gana más terreno. Por ejemplo, cuando se dice que eso no tiene nada que ver) Una cosa es comprender y la otra es permitir. Hay que distinguir entre el homosexual con comportamiento homosexual y el homosexual que no tenga un comportamiento homosexual. Hay tendencia de que el homosexualismo es de origen psicológico. Freud; 1. Primera etapa, oral. (boca, 1 año) 2. Segunda etapa, anal (heces fecales)

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3. Tercera etapa, fálica (orinar delante de los demás) 4. Cuarta etapa, el varón se identifica con la madre, se enamora de la madre. A los 6-7 años, el varón debe salir de esta etapa y entrar en la etapa de latencia, que va de 811 años. varón Si el varón no resuelve este problema de desenamorarse de la madre, este es el origen de la homosexualidad masculina. Se identificará, será su patrón la madre y no el padre. Son conversaciones y cosas de mujer y va imitando a la madre inconscientemente, por todo esto los varones lo van rechazando y se une a las niñas. Esta tesis se da por los amanerados. Si la homosexualidad es de origen psicológico o biológico, no se sabe, pero el ambiente influye mucho.

Fundamentos teológicos de la homosexualidad. Gn 19,1-11. (Destrucción de Sodoma y Gomorra) No critica la homosexualidad, sino la falta de hospitalidad. 1Pe 2,6-8 Critica la homosexualidad. Jd 6,7 Critica la homosexualidad como lujuria.

Estos textos no aprueban la homosexualidad. La Biblia parte de una cultura heterosexual, por lo tanto, un hombre homosexual en el pueblo hebreo era un pervertido. Para la Biblia, los homosexuales lo eran, porque querían serlos; pero hoy en día, se sabe la biología de la homosexualidad.

III.

EL AMOR DE LOS ESPOSOS

La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del matrimonio están santificados por el sacramento.

La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana.

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Los actos con que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos y realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud. Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia. “La fidelidad Conyugal” El matrimonio constituye una íntima comunidad de vida y amor conyugal fundada en el Creador. Los dos se dan definitiva y totalmente el uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne.

La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada. Dios es fiel. El sacramento del matrimonio hace entrar al hombre y la mujer en el misterio de la fidelidad de Cristo con su Iglesia. Por la castidad conyugal, los esposos dan testimonio de este misterio ante el mundo. “La Fecundidad del Matrimonio” La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo.

Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios. “En el deber de transmitir la vida humana y educarla, han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios y en cierta manera sus intérpretes”. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana. Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a “la regulación de la natalidad”. Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable.

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Es intrínsecamente mala toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación. “El Don del Hijo” Para los padres el hijo no es un derecho, sino un don. El hijo es el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su concepción.

Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación de esperma o de óvulos, préstamo de útero) son deshonestas. Estas técnicas lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Las prácticas de inseminación y fecundidad artificial, practicadas dentro de la pareja, son quizás menos perjudiciales pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. IV.

LAS OFENSAS A LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO

El adulterio, designa la infidelidad conyugal. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Cristo condena incluso el deseo del adulterio. (Mt 5,27-28). Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres. “El Divorcio” Es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente.

El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres.

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Existe una diferencia considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido. “Otras Ofensas a la Dignidad del Matrimonio” Poligamia: Estar unido a varias mujeres. Incesto: Relación carnal entre parientes dentro de los grados en que está prohibido el matrimonio. (1Cor 5,1.4-5) Unión Libre: Cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica la intimidad sexual. La expresión en sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión en la que las personas no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta de confianza en el otro, en sí mismo o en el porvenir? Unión a prueba: Aunque exista la intención de casarse, las relaciones sexuales prematuras no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas. El amor humano no tolera la prueba. Exige un don total y definitivo de las personas entre sí.

TEMA XXIV. SÉPTIMO MANDAMIENTO NO ROBAR Ex 20,15; Dt 5,19; Mt 19,18 El séptimo mandamiento prohibe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes. "El destino universal y la propiedad privada de los bienes".

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Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos. Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida. La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo, o recibida de otro por herencia o por regalo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo primordial aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio. El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no solo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no solo a él, sino también a los demás. La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos. La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad. “El respeto de los bienes ajenos” Este mandamiento prohibe el robo, es decir, la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al destino universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en que el único medio de remediar las necesidades inmediatas y esenciales (alimento, vivienda, vestido...) es disponer y usar de los bienes ajenos. Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio, pagar salarios injustos y elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas.

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Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno; los trabajos mal hechos, los gastos excesivos, el despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o públicas es contrario a la ley moral y exige reparación. Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre el peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia grave. El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una razón u otra, egoista o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancías. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio (Flm 16). “El respeto de la integridad de la creación” El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasados, presente y futura. Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (Gn 2,19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites razonables, son prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas. Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los

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animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos. “La doctrina Social de la Iglesia” La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo bien, nuestro último fin. El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para que todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad. “La actividad económica y la justicia social” El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen y semejanza de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra (Gn 1,28). El trabajo es un deber (2Ts 3,10). El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos. El trabajo puede ser un medio de santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo. En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza. Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana. Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos y para recoger los frutos de sus esfuerzos. El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una grave injusticia. (St 5,4). “Justicia y solidaridad entre las naciones” Las naciones ricas tienen una responsabilidad moral respecto a las que no pueden por sí mismas asegurar los medios de su desarrollo, o han sido impedidas

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de realizarlo por trágicos acontecimientos históricos. Es un deber de solidaridad y de caridad; es también una obligación de justicia si el bienestar de las naciones ricas procede de recursos que no han sido pagados con justicia. La ayuda directa constituye una respuesta apropiada de necesidades inmediatas, extraordinarias, causadas por catástrofes naturales, epidemias, etc. Es preciso sostener el esfuerzo de los países pobres que trabajan por su crecimiento y su liberación. “El amor a los pobres” Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (Hb 13,3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos. Entre otras la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna. Resumen. - La propiedad privada es un derecho que le confiere al hombre su propia naturaleza humana; no es un derecho del Estado, nace con la persona. - La propiedad privada lleva intrínsecamente escrito un límite, para beneficio propio y para el bien de los demás. La propiedad privada debe tener una función social. - El fin del Estado es proveer el bien común en el orden temporal. - El Estado debe proveer los bienes materiales para poder cultivar la virtud. - El Estado debe cuidar los bienes de todos los seres humanos, sobre todo de los pobres y los humildes. TEMA XXV. OCTAVO MANDAMIENTO

NO MENTIR, NI LEVANTAR FALSO TESTIMONIO. Ex 20,16; Mt 5,33 El octavo mandamiento prohibe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigos

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de su Dios, que es y quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios, y en este sentido, socavan las bases de la Alianza. I.

VIVIR EN LA VERDAD

La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía. "Los hombres no podrán vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad". La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido, observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, "un hombre debe honestamente a otro la manifestación d la verdad". El discípulo de Cristo acepta “vivir en la verdad”, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad (1Jn 1,6) II.

DAR TESTIMONIO DE LA VERDAD

El deber de los cristianos es tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad. (Mt 18,16) El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. III.

LAS OFENSAS A LA VERDAD

Falso testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio. Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado, comprometen

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gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces. El respeto de la reputación de las personas prohibe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles daño injusto. Se hace culpable: - De juicio temerario, el que incluso, tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo. Para evitar el juicio temerario, cada uno debe interpretar, en cuanto sea posible, en un sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su prójimo. - De maledicencia; el que sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran. - De calumnia, el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión de juicios falsos respecto a ellos. La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. El honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Debe prohibirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación o complacencia, alienta y confirma a otra en la malicia de sus actos y en la perversidad de su conducta. La adulación es una falta grave si se hace cómplice de vicios o pecados graves. La adulación es un pecado venial cuando solo desea hacerse grato, evitar un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas. La vanagloria o jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo mismo sucede con la ironía que trata de ridiculizar a uno caracterizando de manera malévola tal o cual aspecto de su comportamiento. La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir a error al que tiene derecho a conocerla. La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad deformada, según las circunstancias, las intenciones del que la comete y los daños padecidos por los que resultan perjudicados. Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar el daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto.

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Este deber de reparación se refiere también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia. IV.

EL RESPETO DE LA VERDAD

La caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda petición de información o de comunicación. El bien y la seguridad del prójimo, el respeto a la vida privada, el bien común, son razones suficientes para callar lo que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta discreción. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla. El secreto del sacramento de la Reconciliación es sagrado y no puede ser revelado bajo ningún pretexto. Los secretos profesionales, (que obligan a políticos, militares, médicos, juristas) o las confidencias hechas bajo secreto deben ser guardadas, salvo los casos excepcionales en los que el no revelarlos podría causar al que los ha confiado, al que los ha recibido o a un tercero, daños muy graves y evitables únicamente mediante la divulgación de la verdad. Las informaciones privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido confiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y proporcionada. La ingerencia de la información en la vida privada de personas comprometidas en una actividad política o pública, es condenable en la medida en que atenta contra su intimidad y libertad. V.

EL USO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL

Los responsables de los medios de difusión masiva tienen la obligación, en la difusión de la información, de servir a la verdad y de no ofender la caridad. Han de esforzarse por respetar con una delicadeza igual, la naturaleza de los hechos y los límites y el juicio crítico respecto a las personas. Deben evitar ceder a la difamación. RESUMEN. - Decir la verdad a una persona si es necesaria decirla, mayor debe ser la caridad.

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- Si la verdad no se dice para ayudar a una persona, no se debe decir. - Antes de decir la verdad, estudiar a la persona para ver hasta donde se le puede decir sin herir su reputación. - ¿Siempre hay que decir la verdad? - Mentir o callar. En este caso no decir la verdad a quien no tiene derecho a saberla. - Cuando uno se va a morir decirlo, para que la persona se pueda preparar para la muerte. - Mentir es cuando una persona tiene derecho a saber la verdad y no se la revelan. TEMA XXVI. NOVENO MANDAMIENTO

NO COMETER ADULTERIO. NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS. Ex 20,17; Mt 5,28 “El combate por la pureza” El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia (codicia) de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue: - Mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso. - Mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios (Rom 12,2; Col 1,10). - Mediante la pureza de la mirada exterior e interior, mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos : “la vista despierta la pasión de los insensatos” (Sb 15,5). - Mediante la oración. La pureza exige el pudor. El pudor preserva la intimidad de la persona. El rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad.

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Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas. El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección de la vestimenta. Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en discreción. Existe el pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes. Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia del hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos es respeto de la persona humana. Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad humana; para llegar a su madurez, esta necesita dejarse educar previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables de la educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del hombre.

TEMA XXVII. DECIMO MANDAMIENTO "NO CODICIAR LOS BIENES AJENOS" Ex 20,17; Dt 5,21; Mt 6,21 El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales. Este mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia (2Sam 12,1-4). La envidia manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo

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y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad. "La pobreza de corazón" Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto. En las bienaventuranzas, Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino. (Lc 6,20) Corresponde al pueblo de Dios, luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios. Los cristianos con la ayuda de Dios vencen las seducciones del placer y del poder.

TEMA XXVIII. LOS TRES ASPECTOS DE LA ÉTICA CRISTIANA: PERSONAL, FAMILIAR Y SOCIAL. Para comprender de forma integral lo que es moral, distinguir e integrar tres niveles:

debemos conocer,

Primer Nivel: Es el nivel sociológico de la moral. Expresa la aprobación o desaprobación de actitudes por lo que acepta o desaprueba la sociedad o grupos culturales sin mayor reflexión: el comportamiento que se acepta socialmente o se tolera, es bueno. Todo depende de lo que se acostumbra a hacer. Pero no todas las costumbres son moralmente aceptables, este es el nivel más superficial de la moral. Si la moral se queda en este nivel, se convierte en una serie de costumbres que cambian según el país, la cultura, la moda, la época o la opinión pública. Entonces no se puede hablar de una eticidad sólida y permanente. Segundo Nivel: Este es el nivel jurídico. Es un poco más profundo que el nivel sociológico. No solo considera lo que es costumbre, sino lo que es permitido por la ley. Pero no todo lo legal es bueno.

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Si la moral se queda en este nivel, se convierte en una moral legalista que no ha llegado a la conciencia de la persona. Además, no siempre las leyes son justas. Por eso no podemos considerar criminal o inmoral a una persona condenada por la ley sin antes analizar bien si la ley es justa. Tercer Nivel: Es el nivel antropológico. Este es el nivel de mayor profundidad de la moral. No solo considera lo que se acostumbra a hacer o lo que la ley permite hacer, sino que se pregunta: ¿qué es justo?, ¿qué es lo más humano?. Expresa que lo moral, lo ético, es solamente aquello que no dañe al hombre, que salvaguarde la dignidad de la persona humana y sus derechos, que respete la convivencia social y la ponga en función del desarrollo de la persona humana. Este nivel cuestiona a los dos anteriores: ¿Esta costumbre es justa, humana o por lo contrario es injusta, dañina a la dignidad y los derechos de las personas o de la convivencia social? ¿Esta ley es justa, humana, o por el contrario es dañina a la dignidad y los derechos de la persona o de la convivencia social? Por tanto desmitifica las costumbres y critica la ley. Estas preguntas podemos hacérnosla ante cada actuación de los hombres que queremos evaluar desde el punto de vista ético, porque la verdadera moral es la que tiene el hombre como fundamento, como sujeto, centro y fin. En el centro de la ética social cristiana está la concepción de la dignidad de la persona y de la sociedad como comunidad de personas. El punto de partida de la moral social es siempre la persona, en cuanto principio y fin de toda actividad social. Ella es el sujeto activo y responsable de la acción y de la vida social. Se trata, pues, de mirar a la persona humana en lo que es y debe llegar a ser según su propia naturaleza social. Y se trata también, al mismo tiempo, de mirar a la sociedad, como ámbito de desarrollo y liberación de la persona. En ella ha de ser tutelada su dignidad, reconocidos y respetados sus derechos. Este personalismo comunitario, base y fundamento ético, desencadena la afirmación de un conjunto de principios sociales (solidaridad, subsidiaridad, bien común) y también el reconocimiento de los grandes valores (verdad, justicia, igualdad, libertad, participación).

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El pensamiento liberal entiende el carácter social del individuo como una necesidad eventual; no lo considera algo esencial para la persona. Funda lo social simplemente en la necesidad que el individuo tiene del otro; es decir, en las ventajas y beneficios que recibe al asociarse. Desde esta perspectiva considera al hombre como individuo aislado, y al cuerpo social como una creación artificial surgida del interés. Para la ética social cristiana esta concepción de la socialidad humana es insostenible. La dimensión social no es algo externo al hombre, sino que lo constituye íntimamente: “el hombre crece en todas sus facultades y puede responder a su vocación por las relaciones con los otros, los mutuos deberes, el diálogo con los hermanos”. Fuera de lo social no es concebible la persona humana. No menos que la individualidad, también la sociedad define al hombre. El destino humano individual se articula con el destino de los otros. Desde esta concepción de la persona se entiende la afirmación de su centralidad en la ética social. Y desde esta concepción hemos de entender también la afirmación y reconocimiento de la dignidad de la persona como fundamento ético. En este sentido, la dignidad de la persona constituye no sólo el punto de partida sino también la meta de toda la doctrina social de la Iglesia. Como enseña Juan Pablo II en la “Centesimus annus”, la trama y la guía de la enseñanza social de la Iglesia es cabalmente, “la correcta concepción de la persona humana y de su valor único, en cuanto que el hombre... en la tierra es la sola criatura que Dios ha querido por sí misma” Así pues, defendemos que la dignidad de la persona constituye el fundamento de la ética social. En realidad, es la base de toda moral, porque la persona es el gran valor que debe ser respetado. Como explicó Kant, la persona es un ser absolutamente valioso, un fin en sí misma, y no un medio para otra cosa. Por esto, precisamente, existe la moral: porque hay seres en sí mismo valiosos, existe la obligación moral de respetarlos. Pero entendemos la persona, no sólo como individuo, como un ser singular, insustituible e irrepetible, sino también como un ser relacional, comunitario, llamado y creado para la comunión y el diálogo, como un ser social que se realiza y llega a la plenitud humana en la sociedad, en la relación y comunión con las cosas, con los demás seres humanos y con Dios. Resumen. Ética:

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Se aplica al carácter, porque con el carácter no se nace. El carácter se aprende, se conoce, nadie nace siendo ético, siendo moral o religioso. Ético o Moral: Es todo aquello que se tiene que fundamentar en algo sólido y eso es la persona humana y Dios, pero principalmente el ser humano que es comun a todos y tiene inteligencia y libertad. La moral es para dignificar la persona humana. Para hablar de ética tiene que haber conocimiento y libertad. Costumbres (cambian con la sociedad) Moral (no cambia) Legal (la ley permite cosas que no son morales) Una actitud es moral cuando va a favor de la persona humana, es amoral o inmoral cuando va en contra de la persona humana. Los valores morales no cambian: honestidad, fidelidad, patriotismo, libertad, justicia, verdad, honradez, no cambian porque se enraizan en la naturaleza de la persona humana. La persona moral es aquella que hace cosas buenas con conocimiento y libertad, eso es ser responsable. La moral cristiana no es de mandamiento, sino que tiene que producir actitudes de responsabilidad.

TEMA XXIX. EL MISTERIO PRINCIPAL DEL CRISTIANISMO: LA SANTÍSIMA TRINIDAD. El misterio de la Trinidad. “La enseñanza del Nuevo Testamento”. Toda la Biblia es la afirmación más solemne del monoteísmo: Dios no hay más que uno. Pero junto a esta afirmación de unicidad se hace la trinidad de personas

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en un mismo Dios. Esta es la novedad más radical que el Nuevo Testamento nos aporta en el conocimiento de Dios. El Antiguo Testamento no contiene ninguna enseñanza respecto a este misterio. A lo más, se puede afirmar que, leído e interpretado desde la revelación de Dios hecha por Jesús, es posible identificar algunos atisbos de la existencia de una múltiple personalidad de Dios. Las referencias tan frecuentes en el Antiguo Testamento a la palabra y al espíritu, al menos en ala interpretación que los Santos Padres hacen de muchos textos, aparecen como una velada alusión a la segunda y tercera personas de la Trinidad. La Trinidad de Dios en igualdad de naturaleza y en diversidad de personas es la revelación más radical sobre Dios en el Nuevo Testamento. Esta revelación se hace de un modo gradual, por la simple mención de la diversidad de personas, manifestación en las acciones salvíficas de cada una de ellas. Se habla del Padre y del Espíritu como realidades personales distintas a Jesús. Nunca la Trinidad como tal es objeto de una enseñanza directa. Al comienzo de la vida pública de Jesús, en el bautismo donde se realiza su consagración mesiánica, aparece ya una manifestación de las tres personas: “Jesús, una vez bautizado, salió enseguida del agua. En esto se abrió el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como una paloma y posarse sobre él. Se oyó una voz del cielo: − Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. (Mt 3,16-17) La visión que nos da el Nuevo Testamento de Jesús, a partir de ese momento, manifiesta la confesión implícita y, a veces, explícita de su divinidad: − En Jesús reside la plenitud del Espíritu (Lc 4,18). − Tiene el poder de perdonar los pecados (Mc 2,1-12) − Conoce al Padre por visión directa (Jn 1,18; 6,46) y ese conocimiento establece entre ellos una relación de profunda intimidad (Mt 11,27) − Se siente una cosa con el Padre, de modo que se puede llegar al conocimiento del Padre con sólo verlo a él (Jn 10,30). Las referencias al Espíritu Santo en el Nuevo Testamento también nos hablan directa o indirectamente de su carácter divino:

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− En él está la plenitud salvífica de Dios (Lc 4,18; Tit 3,5s). − Su presencia en Jesús es garantía de que la acción salvífica de Dios ha llegado para los hombres (Mt 12,28). − Un pecado contra el Espíritu es causa de una condenación definitiva (Mt 12,3132). Y ya hemos expuesto anteriormente la acción peculiar del Espíritu en el plan salvífico de Dios. Después del paso de Jesús de este mundo al Padre (Jn 16,7; 14,15-16) el Espíritu viene como inspirador e impulsor de la Iglesia (Hch 2,1-14), como animador de la actividad de los apóstoles y de los miembros más cualificados de la primera comunidad (Hch 4,8-10; 6,3). Su acción se deja sentir en los momentos más decisivos (Hch 5,3-33; 8,14-17). La vitalidad de las comunidades se debe a la acción desbordante del Espíritu: baste recordar a la Iglesia de Corinto (1Cor 12-14). "El espíritu en el Evangelio de Juan". Para el evangelista Juan, la función principal del Espíritu es la de abogado defensor y valedor permanente de los creyentes. El Espíritu les da seguridad (Jn 14,16-17), los impulsa al testimonio de la causa de Jesús (Jn 15,26-27) y los sostiene y anima cuando se ven amenazados por la hostilidad del mundo (Jn 16,7-11). Esta función que atribuye Juan al Espíritu hace pensar que los seguidores de Jesús se van a ver, de forma permanente, en dificultades, adversidades y oposiciones por causa del evangelio. Estas contrariedades van a constituir el destino de los que creen en Jesús. El Espíritu les recuerda y les abre el sentido del Evangelio (Jn 14,26) y su verdad los hace libres (Jn 8,31-32). Y como el mundo odia a Jesús (Jn 7,7) odia a todos los que se comprometen con su causa y los persigue a muerte (Jn 15,18/25; 16,2) como también persiguió a Jesús. Por eso Jesús les promete un valedor permanente que los sostenga en esta batalla. “La experiencia de la Trinidad” Ante este gran misterio que nos presenta el Nuevo Testamento, sólo nos cabe acatar fielmente la revelación que Dios nos ha hecho de sí mismo en la persona de Jesús.

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Con todo, los teólogos de todos los tiempos han intentado explicar algo en torno a este misterio. Pero lo más que han podido conseguir es acercarse al abismo de esta riqueza infinita y atisbar analogías, a partir de la naturaleza del espíritu humano que, siendo uno y simple, admite en sí la pluralidad del conocer y el amar. Entre las muchas reflexiones que la teología ofrece hay una de especial importancia por la incidencia que puede tener en la experiencia de la Trinidad. La exponemos a continuación para que nos ayude a vivenciar este misterio. Los teólogos hablan de la: • Trinidad inmamente: la que se da en el ser mismo de Dios y constituye su esencia. • Trinidad económica: la acción diversificada de Dios en la obra de salvación de los hombres. Hecha esta distinción, nos dice que Dios se ha dado tan totalmente al hombre, tan plenamente y sin reservas, que la Trinidad inmamente es también la económica. Esto quiere decir que llegamos a conocer lo que es Dios en sí mismo, a través de lo que Dios ha hecho con nosotros y por nosotros. El revelarse de Dios hacia fuera en la obra de salvación es lo que nos manifiesta cómo es Dios hacia dentro. Ahora bien, Dios se nos ha revelado como Padre, es decir, como el Ser que da la vida al hombre y está siempre en su favor. Dios se ha revelado como Hijo, es decir, como el amigo cercano y familiar del hombre, que traza con su vida y ejemplo, el camino y el destino que debe seguir todo creyente. Dios también se ha revelado como Espíritu, es decir, como amor absoluto y libertad soberana, que describe cuáles tienen que ser las opciones fundamentales del hombre en la vida. Así se nos ha manifestado Dios, y así es Dios en su intimidad. A partir de esta reflexión teológica comprendemos fácilmente en qué ha de consistir para un creyente la experiencia de la Trinidad, es decir, la auténtica experiencia de Dios. Es una experiencia de seguridad y de confianza total en Dios como Padre; una experiencia de luz y de verdad en el seguimiento de Jesús, como Dios Hijo, por habernos desentrañado en su vida el misterio del hombre; una experiencia de dejarse llevar por el Espíritu hacia el amor generoso y hacia una libertad sin límites frente a todo lo que no son los valores del evangelio. Esta es la auténtica experiencia de Dios.

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TEMA XXX. EXISTE OTRA VIDA Y DIOS NOS LLAMA A ELLA: - RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. - LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO. - EL NUEVO MUNDO. I.

TESTIGOS DE ESPERANZA

“Un mundo sin esperanza” En el mundo actual el hombre tiene una clara conciencia de las inmensas posibilidades que le brinda la ciencia y la técnica y, al mismo tiempo siente la angustia de una posible destrucción que reduzca a ficción y espejismo su capacidad y su destino. Nunca, como hasta ahora, se ha visto el hombre tan claramente enfrentado a la nada y al vacío. Por eso, cuando a logrado dominar con más eficacia a la naturaleza, se siente paradójicamente más acosado por la soledad y el desamparo. Esta situación de incertidumbre e inseguridad está haciendo que proliferen por todas partes falsas esperanzas, sucedáneos de las profundas aspiraciones del hombre: el amor y la inmortalidad. Para el amor se busca el sustitutivo del sexo y al deseo de inmortalidad se le pretende satisfacer con el atractivo de la cienciaficción. Estas dos suplencias no dan resultado. Ni el sexo ni la ciencia-ficción tienen el poder necesario para acallar la voz de la conciencia inquieta. Las dos terminan por hundir a las personas en una situación sin salida. La ciencia, la técnica, el progreso y los logros de las sociedades más avanzadas tampoco ofrecen una solución satisfactoria a las preguntas fundamentales de la vida. De esta manera es normal que el ansia de felicidad perpetua se vea frustrada, y el hombre se sienta sumergido irremediablemente en un mundo sin esperanza. La esperanza es un milagro. Después de tanta derrota, ¿cómo seguir soñando, esperando, que el hombre no se haya vuelto escéptico, desconfiado, amargado, triste. Como la esperanza es un milagro, las corrientes modernas de pensamiento, declaran que para qué vivir de la esperanza. Aceptemos nuestra condición

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limitada y aceptemos las ofertas del mundo. Si no puedo alcanzar la sociedad perfecta, ni podemos construir la civilización del amor, vamos a refugiarnos en nuestra burbuja, en nuestro monte tabor. Burbuja del consumo: Muchos pueden consumir, pero otros viven pendientes de lo que podrán consumir. Burbuja de la diversión: No hay lugar para el aburrimiento. Todo vale con tal de que sea divertido y entretenido. Burbuja del placer: No negamos el placer, pero si cuando se convierte en burbuja, en absoluto, en obsesión (sexo, alcohol, droga) Son refugios ante el vacío y el desamparo, pero no nos salvan del vacio y el desamparo. Son burbujas. Quien nos salva es Jesús, que es Tienda de Dios para el hombre, médico divino, anticipo del hombre nuevo. Jesús que curó nuestras heridas, expulsó nuestros demonios y venció nuestras muertes. En el se anticipa nuestro futuro. “La esperanza cristiana” Frente a todas las evidencias del fracaso y de frustración, la esperanza aparece, en el Nuevo Testamento, como característica esencial del creyente. Tan esencial como la fe y el amor (1Cor 13,13), de tal manera que no puede haber fe o amor sin esperanza. Una fe sin esperanza sería una realidad sin sentido (1 Cor 15,14.17). Es evidente que el creyente es esencialmente un hombre de esperanza. La carta a los colosences expone admirablemente cuál es el fundamento de la esperanza cristiana: Jesús, el Mesías, “es nuestra esperanza” (Col 1,27). La razón es porque Jesucristo venció a la muerte y goza ya de la vida sin límite. Y como su destino es nuestro destino, si él venció a la muerte, también nosotros la hemos vencido en él: “Si de Cristo se proclama que resucitó de la muerte, ¿cómo decís algunos que no hay resurrección de muertos?. Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo ha resucitado, y si Cristo no ha resucitado, entonces nuestra predicación no tiene contenido ni vuestra fe tampoco”(1Cor 15,1214).

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La muerte de Jesús nos enseña, además, que nuestra esperanza tiene su razón de ser allí donde se acaba y fracasa toda esperanza humana. Jesús, el Mesías, muere fracasado como un ajusticiado cualquiera, y reconociendo que Dios le ha abandonado (Mc 15,34). Verdaderamente una situación en la que no era posible la esperanza, y . sin embargo, Jesús la hizo posible, conquistando, de esta manera, la esperanza para todos. Hay, por tanto, lugar para la esperanza aún en aquellas circunstancias en las que se pierde toda posibilidad humana de esperar. Precisamente es en esas circunstancias, cuando la esperanza cristiana se expresa y se manifiesta en su más pura esencia. El contenido de la esperanza cristiana, según el Nuevo Testamento, es la salvación (1Tes5,8), la justicia (Gal 5,5), la resurrección en un cuerpo incorruptible (Hch 24,15), la vida eterna (Tit 1,2), la visión de Dios y hacerse semejante a él (1Jn 3,2s), la gloria de Dios (Rom 5,2). En este contenido se nos enseña que la esperanza cristiana está referida a una plenitud de vida a la que estamos destinados. Por la esperanza sabemos los cristianos que nuestra vida no está condenada al fracaso y la frustración, sino que está destinada a un grado de realización y de plenitud que sólo es comprensible desde Dios. Conviene destacar también el rasgo fundamental que caracteriza a la esperanza cristiana: la certeza y la seguridad de que Dios no falla jamás, ni puede fallar. Abrahán dio muestras de esa seguridad cuando fue capaz de “esperar cuando no había esperanza” (Rom 4,18). La fe, que es la sustancia de la esperanza (Heb 11,1) es la que sustenta esa actitud de seguridad inquebrantable. “Esperanza cristiana y utopías intrahistóricas” La esperanza cristiana no se refiere sólo al más allá. Cuando el Nuevo Testamento nos habla de la salvación, la justicia o la gloria de Dios, como término de la esperanza cristiana, está apuntando a realidades que tienen su consumación plena en el más allá, pero que tienen una expresión anticipada dentro de la historia. Jesús habló de esta esperanza utilizando la categoría de Reinado de Dios. Por consiguiente, el creyente espera no sólo la salvación más allá de la muerte, sino la progresiva implantación del Reinado de Dios en este mundo, es decir, la progresiva implantación de una sociedad digna del hombre.

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Esta utopía del Reinado de Dios, como categoría simbólica, es la que impulsa nuestros deseos y esfuerzos hacia el logro de una sociedad mejor. Respecto a esta utopía cristiana hay que evitar el peligro de interpretarla como proyecto acabado y cerrado que tuviera que implantarse en este mundo tal y como se nos presenta, como una igualdad total, una fraternidad absoluta, una solidaridad entre los hombres inquebrantable, etc. Si interpretáramos de esta manera la utopía, correríamos el riesgo de caer en el totalitarismo más absoluto. Porque la igualdad, la fraternidad, la solidaridad, características del Reinado, en las condiciones de este mundo, no se podrían implantar más que por una imposición represiva. Las categorías como Reino, Amor, Igualdad, Justicia, Fraternidad, Libertad, Paz, etc., son categorías escatológicas que, como tales, se realizan plenamente sólo en el más allá de la historia; pero esto no quiere decir que dejen de influir sobre la historia. Son categorías simbólicas que expresan las aspiraciones, los ideales y los proyectos que los cristianos tienen sobre la convivencia humana y que han de ir realizando en este mundo. Si no fuera así, el cristianismo quedaría estéril al perder la energía que le impulsa a buscar la transformación de esta sociedad. La esperanza cristiana, por tanto, alimenta, estimula e impulsa a todas las utopías intrahistóricas, pero sin agotarse en ninguna de ellas. La esperanza apunta siempre a un más allá, a una realidad siempre mejor, que sabe que no se realizará jamás definitivamente en al historia, sino en las condiciones de otro mundo, que no es el nuestro. El que los cristianos hagamos referencia constante a la nueva sociedad del futuro y trabajemos por recuperar la añoranza por un mundo, un ordenamiento social justo y fraterno, utilizando las categorías evangélicas del Reinado de Dios, no quiere decir que tengamos una visión clara de cómo esa sociedad debería organizarse en nuestra situación histórica concreta. Significa solamente el clamor por una justicia perfecta y acabada que sirve para despertar la imaginación creadora, la urgencia del cambio y la búsqueda de mediaciones. Otra consecuencia de los que venimos diciendo es que el cristiano debe tener una actitud crítica permanente de todo lo que le rodea. Si su esperanza es promesa de futuro que dinamiza el presente, pero sin agotarse en él, necesariamente tiene que relativizar todo proyecto histórico, para el cristiano ningún programa político,

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social o económico es capaz de instaurar la sociedad definitiva, libre de toda injusticia. La esperanza se proyecta siempre a un más allá metahistórico, coronación definitiva del empeño y del compromiso que hemos de mantener con la situación presente, con nuestro mundo y con nuestra sociedad. II. MAS ALLÁ DE LA MUERTE. Si hay algo de lo que el ser humano está seguro es de que un día va a morir. Todos los animales mueren, pero no los saben. La tragedia del hombre radica en que sabe que va a morir. Esto constituye para él una certeza inamovible, de modo que, en muchos casos, lo que pretende hacer es no pensar en ello y tratar de adormecer, en la medida de lo posible, un interrogante que no cesa nunca. La muerte es extraña y enemiga del hombre; lo primero que suprimiría de tener poder para ello. Es el fracaso del hombre. Pero la muerte no es un mero hecho para el futuro del hombre. En cierto modo, es algo que se anticipa en la enfermedad, en la soledad, en el fracaso que tiene que experimentar en muchas ocasiones. Tanto es así que, muchas veces el hombre se pregunta si esta vida tiene sentido. El hombre moderno tiende a desdramatizar la muerte con agencias que le faciliten el enterramiento y cementerios que parecen parques. La muerte es, hoy en día, el gran tabú del que no se habla a los niños, como antaño era tabú la cuestión del sexo. Si se nos acerca a nuestras vidas, tratamos de olvidarla lo antes posible, para que no trastorne el ritmo de nuestras ocupaciones y bienestar. Es vano decir que muere el individuo, pero lo que importa es que subsiste la especie humana. A nadie puede consolar semejante argumentación, pues el problema con la muerte es que muere el yo, mi yo personal. La tendencia del ser humano a la felicidad choca y se trunca ante el pensamiento de su desaparición. La persona no quiere saber de límites y de muerte, de modo que la sentirá siempre como un absurdo y un sin sentido, el absurdo que hace absurda la vida misma, si no hay esperanza de salvación, la misma vida del hombre pierde su sentido. “La certeza del más allá” “La fe es garantía de lo que se espera; prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1). La fe no es apostar, arriesgar, opinar; la fe implica saber. En efecto, la Iglesia sabe del más allá lo suficiente para nuestra salvación, y así lo expresa en

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su liturgia: “Brilla la esperanza de una feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio I de difuntos) “La muerte en el Antiguo Testamento” En el Antiguo Testamento no existe, propiamente hablando, la creencia en la inmortalidad. La muerte, para aquellos autores, es el fin definitivo del hombre: “Todos hemos de morir, somos agua derramada en tierra que no se puede recoger”(2 Sam 14,14; 12,15ss); el hombre, tomado de la tierra se convertirá en polvo (Gen 3,19). Es verdad que se habla del seol como lugar donde el hombre, de alguna manera, pervive después de la muerte. Pero ese seol es el reino de la oscuridad; donde el hombre continúa una existencia que no es vida; está lejos de Dios y ni siquiera puede alabar al Señor (Sal 88; Is 38,11.18). Y es que la muerte produce la separación de Yavé, que es el origen de la vida. La hombre no le queda más salida que aceptar la suerte común de la muerte y el destino del seol, que es habitar en el silencio y en el olvido, ser arrancado de la mano de Yavé y no poder alabarlo. Esta visión del Antiguo Testamento sobre el más allá plantea el problema de la retribución, es decir, dónde, cuándo y cómo premia o castiga Dios al hombre. La primera respuesta que Israel se dio a este problema es que Dios sanciona el bien y el mal, con premios y castigos temporales, en esta vida. Esta es la teología que se contiene de forma implícita en Lev 26 y Dt 28, y más claramente en los salmos 1, 91, 112 y 128. La experiencia, después, se encargó de invalidar dicha respuesta, pues con frecuencia los malos son los que prosperan en esta vida, mientras que los justos sufren las consecuencias del mal que no cometieron. Por eso el autor del libro de Job considera que la respuesta tradicional al problema de la retribución es una falacia (Job 21,34). La reflexión entonces se abre en otra dirección: si Dios es señor de la vida, ha de serlo también de la muerte y de los muertos. Y al revelarse Dios como amor inconmovible y misericordioso, la muerte del amigo no puede dejarlo indiferente. De esta experiencia el justo va a sacar el convencimiento de que Dios no lo va a

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abandonar al seol (Sal 16); como dicen los salmos 49 y 73, el amor y la fidelidad de Dios son más fuertes que la muerte y que el poder del seol. Lentamente llegamos a sí a los últimos tiempos del Antiguo Testamento. La esperanza de que el poder de Dios es capaz de vencer a la muerte , vislumbrada solamente en la antigüedad, se hace luz y se afirma ya como convencimiento claro en Dan12,2 y en 2 Mac 7. Así se prepara la revelación definitiva del Nuevo Testamento. “La muerte en el Nuevo Testamento” La idea central del Nuevo Testamento sobre la muerte es que ésta ha sido superada y vencida mediante la resurrección. En esta visión juega un papel fundamental la muerte de Jesús: él murió “por nosotros”, es decir, en favor nuestro y fue resucitado y exaltado también en nuestro favor. Su muerte venció la ley, la pecado y a nuestra muerte. (Rom 7,4; Gal 2,21). En el capítulo 15 de la primera carta a los corintios es donde Pablo expresa con más claridad su pensamiento en esta materia; lo resume en tres ideas: − El carácter escatológico de la resurrección que nos permite comprender que nuestra resurrección se producirá en la venida de Cristo (v.23). Queda por vencer el último enemigo, que es la muerte (v.26). Por eso, mientras vivimos en este mundo no nos queda otra alternativa que la esperanza confiada y segura en la resurrección: “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos” (v.32). − La índole corporal de la existencia resucitada que hace referencia a una corporeidad “espiritual” (v.44), expresión del Espíritu que da la vida (v.45). En la muerte “todos seremos transformados”(vv.51-52). Por tanto, la fe en la resurrección establece una dialéctica entre continuidad y ruptura, identidad y mutación cualitativa; el sujeto de la existencia resucitada es el mismo de la existencia mortal, pero transformado. Mantendremos nuestro mismo cuerpo, pero renovado. − La dimensión cristológica de la resurrección en la que se pone de relieve que la resurrección de Cristo es el fundamento de la resurrección de los muertos: “Si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos entre vosotros que no hay

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resurrección de los muertos?” (v.12). Y añade: “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó”(vv. 13.15.16). Para Pablo, los muertos resucitan porque Cristo resucitó (vv. 20-23). La razón de este planteamiento es que los creyentes somos miembros del cuerpo de Cristo: “Dios que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros... ¿no sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Cor 6,14-15). Se puede decir, con toda lógica, que Cristo resucitado no está completo hasta que resucitemos todos los que formamos su cuerpo; nuestra resurrección completa lo que aún le falta a la resurrección del Señor. “Credibilidad de la resurrección” La doctrina de la resurrección de los muertos tiene su fundamento en la resurrección de Jesús. Al ser ésta el acto por el que Dios sale en defensa de su Hijo, condenado y muerto injustamente, vemos que la doctrina de la resurrección de los muertos arranca de un gesto reivindicador de Dios: Dios sale en defensa del inocente, haciendo finalmente justicia con el que ha sido injustamente tratado en esta vida. Con frecuencia oímos la queja de lo injusta que es la vida con los inocentes; los vemos, muchas veces, sufrir injusticias, persecuciones y hasta malos tratos, mientras los malvados triunfan. Esta situación nos lleva a preguntarnos si es que no va a haber justicia para ellos. La respuesta que la fe da a esta pregunta es que dios hace justicia a los inocentes mediante la resurrección. Dios, en la vida definitiva, hace la justicia que los hombres no realizan aquí. Afirmar la existencia de esta justicia divina, más allá de la historia, es trascendental. Podemos o no dar crédito a la resurrección, pero si llegamos a descartarla, como un sueño irrealizable, nos veríamos irremediablemente abocados a negar toda clase de justicia y de libertad. Porque, ¿qué tipo de justicia es la que se ejerce con los que mueren injustamente y con los que viven y mueren en estado total de esclavitud?. Si creemos en la justicia no tenemos más remedio que aceptar la reivindicación que Dios hace de los inocentes. De sobre sabemos que en este mundo no se hace justicia con todos. Si creer en la resurrección puede resultar difícil, más difícil resulta aceptar que no haya justicia para los que claman y mueren en la lucha por conquistarla.

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EL CRISTIANO ANTE EL SUFRIMIENTO Ante el misterio del mal y del sufrimiento, el cristiano se ve tan desvalido como los demás, en el sentido de que tampoco puede él dar una “explicación”. No es en el nivel de las soluciones teóricas al problema del mal donde la experiencia de Jesús nos aporta algo. Según la expresión de Claudio, Dios, en Jesús, no ha venido a traer una explicación, sino una presencia: “El Hijo de Dios no ha venido a destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No ha venido a destruir la cruz, sino a tenderse en ella”. Yo no tengo ninguna respuesta al porqué del sufrimiento. Lo que sé es que Jesús pasó también por allí, que vivió de cierta manera su sufrimiento, que le dio un sentido viviéndolo por los demás en la solidaridad y en el servicio a Dios y a los hombres. Y lo que yo creo es que esa manera de vivir el sufrimiento recibió de Dios el sí de la resurrección. “Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda boca proclame que Jesús, el Mesías, es Señor, para gloria de Dios Padre. (Flp 2,9-11). “Entre la muerte y la resurrección” Ante el hecho de la muerte es normal que nos hagamos preguntas como éstas: ¿qué sucede con los que mueren?, ¿cómo se produce la resurrección?. Para responderlas debemos tener presentes los siguientes datos del contenido de nuestra fe: − El principio espiritual del ser humano es inmortal; a este principio se suele llamar alma. − La retribución a las obras es inmediata al hecho de la muerte. − La resurrección es un acontecimiento definitivo y último (escatológico) − La existencia de una posibilidad de purificación después de la muerte; a esta posibilidad se le suele llamar purgatorio. Además de estos datos, y para su mejor comprensión, hay que tener presentes las siguientes observaciones: • La promesa de Dios para después de la muerte se refiere a la pervivencia de la persona y no a una parte de ella. La persona implica necesariamente corporalidad. Por lo tanto su pervivencia no se garantizaría si se afirmara que

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sólo el alma pervive después de la muerte. El alma separada no es una persona. Lo más coherente es afirmar que después de la muerte pervive el hombre entero. Esta afirmación equivale implícitamente a afirmar que la resurrección acontece en el mismo instante de la muerte. • En la muerte hay algo de nosotros que permanece inalterable: el principio espiritual del ser humano; y algo que se corrompe y se transforma radicalmente: la materialidad de nuestro cuerpo. Esta continuidad y ruptura, que observamos en al muerte, hacen que no podamos concebir la pervivencia como algo que se produce en la línea de continuidad con la existencia histórica. • En cuanto a la posibilidad de purificación después de la muerte (purgatorio), está definido, como verdad de fe, su existencia pero no lo está en qué consiste esa posibilidad. En la actualidad muchos teólogos piensan que el purgatorio se puede reducir a un acto de purificación que ocurre en el mismo instante del encuentro con Dios. Entre la muerte y la resurrección no hay por qué introducir un tiempo. Sabemos con certeza que en la muerte hay para la persona una continuidad y una ruptura. No hay razones para pensar que esa ruptura tenga que durar más tiempo que lo necesario para que se produzca la secuencia muerte-resurrección. Como se ha dicho muy bien, no es obligado distender muerte-resurrección en u intervalo cuantitativamente mensurable. Desde este punto de vista se comprende la profunda significación del dicho de Jesús: “Pues sí, os lo aseguro, quien haga caso de mi mensaje no sabrá nunca lo que es morir” (Jn 8,51). “Más allá de la muerte” El cristianismo afirma que el creyente no está condenado al fracaso y a la frustración. La vida presente es sólo un trámite que desemboca en la vida verdadera, en la plenitud de la vida. Según el Nuevo Testamento, la vida nueva, que Cristo nos comunica, no se agota aquí, tiende a superar y vencer a la muerte por su carácter de vida definitiva. Pablo representa el paso de la vida temporal a la eterna como un drama cósmico universal y como una transformación o apoteosis maravillosa (1 Tes 4,13-17). Por medio de alusiones metafóricas nos expresa lo que será la vida futura: − Una vida corporal (1 Cor 15,35ss: 2 Cor 5,1ss), ya que para un judío es

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inconcebible una vida sin cuerpo. − Una contemplación cara a cara del misterio de Dios (1 Cor 13,12; 2 Cor 5,7). − Un compartir la gloria de Dios (Rom 8,17) y sobre todo, un estar para siempre con Cristo (1 Tes 4,17; 2 Cor 5,8; Flp 1,23). El Nuevo Testamento guarda una discreta reserva en las descripciones de la vida futura. Por lo que nos dice de ella sabemos que será una vida sin ninguna limitación. Lo que equivale a decir que será la satisfacción de todas nuestras aspiraciones profundas: amor, libertad, justicia, paz. Debemos ser muy cautos en dar detalles de la vida que nos espera. De ella solo podemos hablar por negaciones, es decir, diciendo lo que no será. No consistirá, por supuesto, en la continuación de la vida terrena en una dirección sin término, ni una vida platónica en el más allá. Se podría afirmar que será la comunión con el Dios que ha vencido a la muerte. Vida eterna “El Cielo” Fue la resurrección y la ascensión de Cristo las que abrieron el cielo. Cristo rompió el tiempo y abrió el cielo, asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. Esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. Vivir en el cielo, dice Pablo, es estar con Cristo (Flp 1,23) Hoy en día se habla poco del cielo. Entregados a las tareas y disfrutes del mundo, al oír hablar del cielo, se pone cara de resignación y de pena. Hemos sido creados para el cielo y ponemos cara de resignación ante lo único que puede llenar al hombre en sus aspiraciones más profundas. Cuando veamos a Dios, el hombre tendrá ante sí la Verdad, la Bondad y la Belleza infinitas, de modo que sólo entonces conseguirá el descanso definitivo para su búsqueda de felicidad. Ante el disfrute de Dios, en la visión beatífica, no necesitará ni deseará jamás otra cosa. Por fin, habrá colmado su anhelo definitivamente. Y no será posible el aburrimiento, dado que este sólo se da cuando el objeto de nuestro disfrute es limitado, porque llega un momento en que ya no hay secretos ni sorpresas. Con Dios, verdad y belleza infinitas, el hombre tendrá la sensación de una plenitud infinita, pero siempre nueva, pues no podrá acabar nunca con su disfrute por lo ilimitado de Dios.

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En el cielo estaremos acompañados de la presencia de todos los bienaventurados compartiendo con ellos el gozo de nuestra salvación. Ahora están los santos, la Iglesia triunfante que intercede constantemente por nosotros. La Escritura emplea, sobre todo, la imagen del banquete de bodas para expresar la alegría del cielo: “Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1Cor 2,9) Aunque el cielo no habrá generación humana ni la exclusividad del amor que tiene aquí el matrimonio, llegaremos a conocer a los nuestros y a gozar de su amistad, tan perfecta y dilatada en Cristo que no tendrá sombra alguna de exclusividad y parcialidad. El amor será profundo e íntimo, universal y completo. La visión de Dios impedirá que nuestro gozo quede empañado por la condenación de algún ser querido. En la contemplación del Infinito no es posible resquicio alguno de tristeza. “Purgatorio” La Iglesia (a partir de 2Mac 12,43ss y 1Cor 3,12-15) ha mantenido y definido la existencia del purgatorio. Según Benedicto XII gozarán de Dios los que hayan purificado lo que tenían que purificar en el purgatorio. Pablo VI lo enseña en el Credo del pueblo de Dios 28. Y se habla también de él en el Catecismo de la Iglesia católica: “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (CIC 1030). La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. Decía el cardenal Ratzinger que, si no existiera el purgatorio habría que inventarlo, “porque hay pocas cosas tan espontáneas, tan humanas, tan universalmente extendidas (en todo tiempo y en toda cultura) como la oración por los propios allegados difuntos”. Pero el purgatorio tiene una clara razón de ser: el pecado deja una serie de huellas que es preciso curar. Esto es justamente, el purgatorio: la oportunidad de reconvertir toda nuestra persona antes del encuentro con Dios. No podemos entender el purgatorio como un infierno en pequeño o un castigo de Dios; es la necesidad misma de purificación de aquellas heridas que el pecado deja en nosotros, a no ser que hayamos muerto ya santos y purificados. Aun arrepentidos de nuestros pecados, necesitamos esta purificación e intercedemos con Cristo por nuestros difuntos. “Infierno” Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (Mt 5,22-29; 13, 42.50; Mc 9,43-18) reservado a los que, hasta el final de su vida, rehúsan creer y convertirse y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (Mt 10,28). Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación: “¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!” (Mt 25,41).

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La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que designa con la palabra “infierno”. El infierno sólo se puede entender como la situación de aquellos que se autoexcluyen del perdón de Dios, aquellos que, en su soberbia, no quieren arrepentirse de sus pecados y no se dejan perdonar por Dios. Dios hace milagros con una persona que se arrepiente, pero no puede salvar al que no quiere arrepentirse. Este es el gran misterio: el modo como Dios respeta la libertad de la persona. Uno no se condena por el mero hecho de tener unos pecados mortales cuanto por la decisión de no querer arrepentirse de ellos. Es su soberbia la que condena al hombre. No se puede dudar de ese Dios que se entregó por nosotros en la cruz, pero tampoco se puede abusar. El que se ríe de ese Dios y del perdón que nace de la cruz, se cierra la única puerta que hay de salvación. Si la Iglesia habla del infierno es porque Cristo hablo de él. Los santos han sido los que, al conocer profundamente la hondura del amor de Dios, han creído más en el infierno porque nadie como ellos ha conocido la seriedad del pecado como ofensa personal a él. Frecuentemente se hacen caricaturas del infierno como si alguien pudiera condenarse simplemente por descuido o por ignorancia. No hemos de entender el fuego en un sentido material, pero junto al sufrimiento por la pérdida de Dios, se añadirá la frustración de haber perdido la finalidad de nuestra existencia, distinción dogmática: en el infierno no sólo se dará una separación de Dios, sino que no se podrá realizar la finalidad natural por la que el hombre, de forma siempre perfectible y continua, puede construir la verdad, el bien y la belleza, al no poder realizarlas, vivirá la frustración total de su existencia. “Juicio final” La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (Lc 16,22) y la palabra de Cristo en la cruz al buen ladrón (Lc 23,43), así como otros textos del Nuevo Testamento (Cf 2Co 5,8; Flp 1,23; Hb 9,27; 12,23) hablan de un último destino del alma (Mt 16,26) que puede ser diferente para unos y para otros.

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Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre. “Cielos nuevos y tierra nueva” La Escritura llama “cielos nuevos y tierra nueva” a esta renovación misteriosa que transformará a los hombres y al mundo en la parusía final del Señor. La persona recuperará su cuerpo, el mismo que ha tenido aquí. Pero en el que no habrá ya huella de sufrimiento o muerte. Y gozará de una felicidad, una paz y una comunión perfecta no sólo con los demás salvados (también los condenados resucitarán al final), sino con el mismo cosmos que, también él, tiene la esperanza de ser liberado de la servidumbre de la corrupción y de ser transformado en la gloria de Cristo (Cf Rom 8,19-23): este mundo no va a ser aniquilado, sino que participará también de la gloria de Cristo. El cielo no será por tanto una realidad física, sino un estado de felicidad para nuestro cuerpo, ahora glorificado, y nuestro espíritu. Allí encontraremos también los frutos buenos de nuestra diligencia, transformados, limpios de toda mancha y purificados, cuando Dios sea todo en todos. (CIC 1050). El cielo no es un sitio, es Dios encontrado por el hombre: Dios es “la realidad última” de la criatura. Como alcanzado es el cielo; como perdido, infierno; como examinante, juicio; como purificante, purgatorio. Es aquel donde lo finito muere y por lo que para él y en él resucita. Será, pues, la consumación de la historia, la victoria definitiva sobre el sufrimiento y la muerte. Ignoramos el momento en que esto sucederá. Sabemos que tendrá lugar con la segunda venida del Señor y que el mundo participará entonces de la gloria de su resurrección: “Y vi un cielo y una tierra nueva” (Ap 21,1). María Santísima, asunta ya en cuerpo y alma a los cielos, es una anticipación de la transformación gloriosa que tendremos también nosotros. Mientras tanto, la Iglesia sigue luchando en el mundo por esa patria feliz y continúa todavía la lucha contra el maligno aunque lo podamos ya vencer en Cristo. El cristiano sueña con el cielo, porque sabe que es la felicidad auténtica para la que hemos sido hechos. Piensa y medita en él deseándolo profundamente, preparándose para él día a día, luchando contra el pecado y viviendo en gracia: “Por los que conocemos aquí nos es fácil imaginar el grado de esplendor de allá arriba. Un rostro, un cuerpo perfecto de mujer, una melodía que electriza las fibras de nuestro ser, un caballo de raza, la embriaguez del esquí, el esplendor de las noches o de los días de sol, la impresión de plenitud física del mal o del desierto, la satisfacción del esfuerzo o de una obra cumplida, una página, un cuadro, una estatua que despierta en nosotros resonancias secretas, un lama de muchacha o de monje, todo lo que constituye la belleza del mundo, nuestra alegría o exaltación, todo lo que podemos amar a través del más minúsculo reflejo de Dios, todo eso no es más que podredumbre frente a la belleza que será nuestra y para la que estamos hechos. ¿Existe la reencarnación?

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Llama la atención el modo como se ha extendido la creencia en la reencarnación que el budismo comparte con el hinduismo. Por reencarnación se entiende la doctrina según la cual el espíritu muerto retorna a la carne según la ley del karma, por la cual se paga en una reencarnación las faltas cometidas hasta que, suficientemente purificado, uno queda ya liberado de la carne. La idea de la reencarnación es incompatible con el cristianismo, pues este enseña que el destino del hombre es morir una sola vez (Heb 9,27) y la doctrina de la resurrección consiste, precisamente, en la salvación de todo el hombre, incluido el cuerpo con el que hemos vivido. Si existiera la reencarnación, cada uno de nosotros recordaría algo de su vida anterior, lo cual va contra la experiencia común. Entonces, ¿en qué se basa la creencia en la reencarnación y el entusiasmo por las religiones del oriente?. Se deben al deseo de seguir creyendo en el más allá, pero evitando el encuentro con un Dios personal que nos puede juzgar. Es una forma de creer sin comprometerse, porque son religiones que carecen propiamente de moral y de un Dios personal.

TEMA XXXI. ¿CÓMO VIVE EL CRISTIANO EL DOLOR? La existencia del mal en el mundo ha aparecido a lo largo de los siglos como un obstáculo para creer en Dios: ¿cómo se puede conciliar la existencia de un Dios creador, todopoderoso y bueno, con el hecho de la existencia del mal en el mundo? Un converso a la fe cristiana, no veía personalmente en la existencia del mal un obstáculo para llegar a la fe en Dios, pero no dejaba de advertir el gran escándalo que era para muchos: “La conciencia racionalista del hombre

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contemporáneo juzga que la existencia del mal y del sufrimiento es el principal obstáculo para la fe en Dios y el argumento más importante a favor del ateísmo. Parece difícil conciliar la existencia de Dios, del dispensador clementísimo y omnipotente, con la existencia del mal, tan temible y poderoso en nuestro mundo. Este argumento, el único serio, se ha hecho clásico. Los hombres pierden la fe en Dios y en el sentido divino del mundo, porque observan que el mal triunfa, porque experimentan sufrimientos carentes de sentido, engendrados por dicho mal” ¿Qué es el mal? Los clásicos definían el mal como privación de un bien debido a un sujeto. Así lo definía santo Tomás y, antes de él, algunos de los grandes padres de la Iglesia. Decía san Agustín: “Alejándome de la verdad, yo pensaba que iba a su encuentro: porque no pensaba que el mal es la privación de un bien”; “el mal no es una sustancia, porque si fuera una sustancia sería bueno”; “el mal no es otra cosa que la privación de un bien”. Siendo una privación, el mal no tiene una entidad autónoma, sino que, como tal privación, es una carencia que padece algo que de suyo es bueno. El mal que escandaliza Muchos males que el hombre padece provienen del mismo hombre: el hambre, la guerra, el frío y muchas enfermedades hoy en día curables, son responsabilidad humana, de modo que sería hipocresía apelar a ellas, para clamar al cielo. Sin embargo, existen males que afectan al hombre y que este no causa de modo alguno. ¿Es esto compatible con la existencia de un Dios omnipotente y bueno?. Y el dilema es tan claro como clásico: o Dios puede evitar este mal y no lo hace (en ese caso no es un Dios bueno), o no puede evitarlo (y ello significa que no es omnipotente) La respuesta de la razón La razón no puede explicar plenamente el misterio del mal, pero sabe al menos una cosa: que la existencia del mal no elimina la necesidad de la existencia de Dios. En efecto, el mal es la privación de un mal debido y se da en un ser que de suyo es bueno.

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Por mucho mal que haya en el mundo, seguirá existiendo el bien y, por mucho desorden que exista, seguirá existiendo el orden. El mal hará que el bien y el orden de este mundo sean menores de lo que nosotros hubiéramos deseado; pero no podrá hacer desaparecer del todo el bien, el orden y la belleza, los cuales seguirán reclamando un Dios creador que explique y dé razón de su existencia. A este respecto: “El mal existe, es cierto; pero la providencia existe también, no es menos cierto; en apariencia son dos cosas que no pueden existir juntas, pero puesto que tú sabes ciertamente que existen, esta apariencia de contradicción no te basta para negar esa existencia. Lo que debes hacer es buscar el modo con que pueda desaparecer esa contradicción y, en caso de que no te sea posible, considerar que esta imposibilidad nace de la debilidad de tus alcances”. Lo que debe hacer una persona razonable es preguntar si Dios en alguna parte ha hablado y nos ha explicado el porqué y el para qué de la existencia del mal. La respuesta de la revelación La revelación cristiana nos dice que Dios no quiso el mal y que lo hizo todo bien, librando al hombre del estigma del dolor y de la muerte. Fue el primer hombre el que, con su pecado, introdujo el mal en el mundo. Aunque no todo dolor actual sea consecuencia del pecado original, sin embargo la enorme miseria que aflige al hombre y que culmina en la muerte es consecuencia del mismo. La revelación de la cruz y la resurrección de Cristo son la respuesta al mismo.

El mal injusto no tiene la última palabra La cruz de Cristo es la respuesta más grande que se haya dado jamás al problema del mal. Dios mismo en persona viene en la cruz a llenar con su presencia el dolor humano. La cruz de Cristo nos enseña en primer lugar que Dios nos ama incluso cuando nos encontramos en una situación dolorosa e insoportable. Ante el Dios de la cruz no se puede dudar, porque nos muestra un Dios que no es ajeno al dolor. Todo dolor humano, cuando se vive desde la fe en Cristo, tiene así el contrapunto de su presencia amorosa. Lo trágico del dolor, lo

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verdaderamente angustioso, es sufrirlo a solas, y lo trágico del dolor queda suprimido cuando se sufre con Cristo y en Cristo. Pero hay más, la cruz de Cristo es la victoria sobre el dolor. Por la resurrección de Cristo, de la que un día participaremos nosotros también, sabemos que no hay dolor injusto que sea definitivo. La resurrección de Cristo proclama la victoria definitiva sobre el dolor y la muerte. Proclama y anuncia a todo el mundo que el mal está definitivamente vencido, que no tiene la última palabra, puesto que la etapa definitiva de nuestra salvación desconocerá el azote del mal y del dolor, ya que nos espera definitivamente el triunfo y el gozo sin límites. En múltiples ocasiones se utiliza la existencia del mal en el mundo como arma contra el cristianismo cuando, según la doctrina cristiana, la finalidad última del hombre no es otra que el gozo eterno en el cielo, y no la instalación perfecta en este mundo. La finalidad del cristianismo es de tipo sobrenatural y trascendente, de tal modo que, si lo despojamos de esta vocación última, lo hacemos ininteligible. El cristianismo no ha pretendido jamás que la finalidad última del hombre sea, instalarse lo más cómodamente posible en este planeta para pasar felizmente el resto de nuestros días en una casita con jardín. Aunque el amor por los demás nos debe llevar a suprimir en la medida de lo posible el mal que el hombre padece, como hizo Cristo con sus curaciones, y así debemos hacer nosotros creando un mundo más justo y habitable. Dios tolera el mal para sacar bienes superiores. El mal no puede ser motivo de escándalo si Dios se sirve de él para sacar bienes superiores. Una vez que el mal apareció en el mundo, Dios podía haberlo suprimido, pero prefirió aprovecharlo para sacar de él bienes mayores: aprovecha el mal para sus planes de bendición y misericordia. Decía san Agustín que ni el mal ni el pecado los habría tolerado Dios si no fuera tan grande su omnipotencia y su bondad que aun del mal pudiera sacar el bien: “Dios ha juzgado que sacar el bien del mal es mejor que no permitir la existencia de algún mal”. Desde la perspectiva del cielo, vemos cómo ciertos acontecimientos, que juzgamos como males, han servido para nuestra salvación. Dios tiene una lógica que a nosotros, hombres de poca fe, nos parece a veces inaceptable.

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¿Por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal? En su poder infinito, Dios podría siempre crear algo mejor. Sin embargo, en su sabiduría y bondad infinitas, Dios quiso crear libremente un mundo “en estado de vía” hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto, lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por lo tanto, con el bien físico también existe el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección. Los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y así fue como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite respetando la libertad de la criatura. Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas: “No fueron ustedes, dice José a sus hermanos, los que me enviaron acá, sino Dios..., aunque ustedes pensaron hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir... un pueblo numeroso” (Gn 45, 8; 50, 20). Del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la sobreabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien. El verdadero mal es el pecado. El verdadero mal para el cristiano es el pecado (mal moral), el oponerse libremente a la amistad paternal de Dios, rechazándola hasta el fin. Pero el pecado es el precio de la libertad. Si Dios es expuso al riesgo del pecado, es porque ha querido darnos el don magnífico de la libertad, porque sólo el amor que nace de la libertad es auténtico amor. Dios quiere que el ser humano se realice en el amor, y el amor responsable y consciente implica necesariamente el ejercicio de nuestra libertad. Donde no hay libertad no hay amor verdadero.

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Posturas frente al mal 1. Una primera sería tratar de ignorarlo. Es la filosofía propia del budismo o de otras corrientes afines, para las cuales el mal nace del deseo y la salvación, consiste en matar el deseo e ignorar el mal. Pero el mal sigue estando ahí y sigue destilando su veneno mortal, de modo que el hombre no puede ignorarlo metiendo la cabeza en las plumas de una ascesis despersonalizante. 2. La otra postura sería la de rebelarse contra él. Evitar el mal a veces por medio del progreso y la ciencia. Pero hay ocasiones en las que choca contra su impotencia y su limitación. Entonces el hombre puede caer en la tentación de la rebelión. El que no cree en Dios, no puede rebelarse contra él y explicará el mal simplemente como consecuencia de la finitud humana y las leyes del mundo. Pero el que cree en Dios se pregunta cómo es posible que permita la existencia del mal. 3. La tercera postura es la del creyente que lucha contra el mal con todos los medios disponibles, pero sabe también que la existencia del mal no anula la providencia de Dios; una providencia que permite el mal pero que lo acompaña siempre con su presencia. El cristiano sabe esto por la respuesta que Dios dio a la muerte de su Hijo. A partir de ese momento el mal ya no tiene la última palabra, porque la tiene la resurrección de Cristo y nuestra resurrección con él. Ningún mal será definitivo para los que creen en Dios. Si Dios sigue permitiendo el mal en el mundo es porque “sabemos que en todas estas cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rom 8,28). Cabe, pues, otra postura ante el mal: ofrecerlo. Ni ignorarlo ni rebelarse contra él conduce a ninguna parte. Por el contrario, ofrecerlo a Dios desde la fe significa completar la pasión de Cristo, interceder por los hombres, colaborar con ellos, redimir al mundo. Un cristiano sabe que los caminos de Dios son inescrutables, pero sabe algo más de él: es un Dios que ha vivido por nosotros la cruz de su Hijo.

TEMA XXXII. LA VOCACIÓN LAICAL. “La misma llamada vivida en la diversidad” “Todos los bautizados son Iglesia”

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La verdad que todos los bautizados son Iglesia ha permanecido olvidada durante mucho tiempo, por lo que se ha tendido a identificar erróneamente a la Iglesia con los presbíteros, los obispos y el papa. Es necesario, pues, renovar la conciencia de que todos los que han recibido la gracia de creer en Cristo y están bautizados, forman parte del nuevo Pueblo de Dios en el que todos tienen la misma dignidad y participan de idéntica libertad de hijos de Dios, el amor se vive como ley suprema, la misión evangelizadora es realizada como tarea común y todos reciben la llamada a la santidad, es decir, a vivir en unión con Dios. Este Pueblo, unido a Jesús, el Mesías, que es su cabeza, ejerce en este mundo sus funciones de profeta, sacerdote y rey. Los cristianos, en virtud de los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, participan de: − La función profética de Jesucristo, cuando anuncian, dan testimonio y proclaman la Palabra de Dios que han acogido en su interior. − El sacerdocio de Cristo, cuando ofrecen toda su vida, con sus alegrías y tristezas, gozos y trabajos, unidos en la oblación de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. − La realeza del Señor Jesús, al promover los valores y actitudes del Reino de Dios, esforzándose por hacer presentes la justicia, la paz y el amor mediante el servicio a los pobres, desvalidos y marginados.

“Diversidad de carismas, servicios y ministerios” El Espíritu derramado sobre todos los cristianos en el sacramento del Bautismo, suscita diferentes estados de vida, múltiples formas de servicio, diversas maneras de realizar la común pertenencia a la Iglesia. Los dones que el Espíritu otorga son para la edificación de la comunidad cristiana, por lo que nadie puede apropiarse de la gracia recibida, sino que debe ponerla al servicio de la Iglesia para que fructifique en ella. Para expresar toda esta realidad comunitaria se emplean tres términos que vamos a tratar de precisar: Carisma

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Es el don gratuito que el Espíritu de Dios otorga a una persona para llevar a cabo una actividad o realizar una forma de vida, que sirva para la edificación de la Iglesia y el bien de la sociedad. Servicio Es la acción que, fundamentada en el carisma recibido, se desarrolla en favor de la comunidad cristiana y de las personas con las que se comparte la vida. Este servicio puede realizarse de forma ocasional, espontáneamente, o de manera más institucionalizada y estable. Ministerio Es el servicio que, debido a su importancia en la vida de la comunidad cristiana, y la estabilidad que requiere su ejercicio, precisa que sea el responsable de la Iglesia particular quien envíe en un acto público a las personas que han de desempeñarlo. Existen dos tipos de ministerios: − los laicales o instituidos, que actualmente se reducen a dos: acolitado y lectorado; − los ordenados, que incluyen el episcopado, presbiterado y diaconado. “Los miembros del Pueblo de Dios” “Los Laicos” La Iglesia, constituida por todos los bautizados, “es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios” y realiza en el tiempo la obra de Cristo, según las tres dimensiones de su mediación: sacerdotal, profética y real. Entre sus miembros y como distintos de quienes han recibido el Orden Sagrado y de los religiosos, están los laicos, a quienes no hay que concebir sólo negativamente -por su distinción respecto a los otros carismas-, sino positivamente como “los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos un pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”.

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La participación en las tres funciones de Cristo es consecuencia del Bautismo. Por consiguiente, el hecho de participar en ellas no es privativo de los laicos, sino común a todos los fieles. En este sentido conviene no perder de vista que cuanto se dice, referido a los laicos, en virtud del hecho de participar de aquellas funciones de Cristo, no es forzosamente algo característico de su condición de laicos, sino de su condición de bautizados. Propiamente laica sólo es lo que se refiere a su manera específica de participar del sacerdocio, profetismo y realeza. De hecho, bastante de cuanto se dice sobre el ejercicio de estas tareas “en la Iglesia” no son aspectos específicamente laicales, sino aspectos de la responsabilidad compartida por todos los miembros de la Iglesia como comunión. El Concilio presentó la inserción de los laicos en las realidades temporale y terrenas, o sea, su secularidad no con un simple dato sociológico, sino como el modo existencial según el cual viven con plenitud su vocación cristiana: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... a los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”. Precisamente por su secularidad, los laicos son los principales artífices e la misión de la Iglesia respecto a las realidades temporales y terrenas (misión que es toda la Iglesia y, por tanto, también de los pastores). El papel de los laicos en este campo es insustituible: “A los laicos corresponde asumir, como obligación propia, la instauración del orden temporal y la actuación directa y concreta en dicho orden, guiados por la luz del Evangelio y la mente de la Iglesia y movidos por la caridad cristiana” En todo el magisterio postconciliar se señala como campo propio de la actividad evangelizadora de los laicos el vasto mundo de la política, lo social, la economía, la cultura, las ciencias y las artes, la vida internacional, los medios de comunicación social, la familia, la educación, el trabajo profesional ordinario, etc. Esta misma doctrina está recogida en el nuevo Código de Derecho Canónico: “Los laicos tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en al realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares”.

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Ciertamente que todos los miembros de la Iglesia viven en el mundo. Pero esta dimensión “secular” de toda la comunidad cristiana se realiza de formas diversas. Los cristianos laicos han recibido una vocación que les capacita para ser testigos de Jesucristo en el ejercicio de sus propias tareas, transformando todos los sectores y ámbitos de la sociedad. Esto significa que Dios les comunica la particular vocación de “buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas a Dios”. Las imágenes evangélicas de la sal, la luz y la levadura, aun cuando se dirigen a todos los discípulos de Jesús, expresan muy bien la particular manera que tienen los laicos de estar y participar en la sociedad. Sin embargo, la peculiar responsabilidad secular de los laicos no excluye su colaboración y corresponsabilidad en la Iglesia. Ya desde los primeros tiempos del cristianismo, algunos cristianos colaboraron con los Apóstoles en la difusión del Evangelio (Hch 18,18.26; Rom 16,3-15). Hoy, los laicos prestan su colaboración en la vida litúrgica de la Iglesia y desempeñan determinados servicios de caridad, evangelización, catequesis y administración de las parroquias e instituciones católicas. Además, hacen presentes en el interior de la comunidad cristiana los problemas, las esperanzas y las expectativas, así como las angustias y las preocupaciones del mundo, tratando de darles respuesta según el espíritu del Evangelio. “La alternativa: una sociedad digna del hombre” “La sociedad enferma” La sociedad en que vivimos está enferma, porque es una sociedad basada en el tener y no en el ser. Cada persona y cada grupo son valorados por lo que tienen y no por lo que son. He ahí la raíz de los males de esta sociedad. Todo el mundo constata el abismo que existe entre lo que los principios universales y las constituciones de los países declaran y lo que de hecho sucede en la vida. Se afirma y se proclama que todos los hombres son iguales y, en la práctica sabemos que eso no es verdad.

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Esta desproporción tan acusada tiene su raíz en el modelo de sociedad y de convivencia que se nos quiere imponer y que está basado, precisamente, no en lo que el hombre es, sino en lo que tiene. Por eso estamos viendo que personas de gran honradez, pasan totalmente inadvertidas en la vida social y, sin embargo, personas, a veces hasta indeseables, por tener riqueza y poder, ejercen una gran influencia en la vida de las naciones. Evidentemente que una sociedad que vive y funciona de esta manera es una sociedad enferma. Analicemos en qué consiste esta enfermedad. La enfermedad económica. Es la enfermedad más relevante. El dinero es un auténtico fetiche de nuestra sociedad, ejerce un poder fascinante que se manifiesta en una serie de síntomas alarmantes: acumulación de capitales, afán de poseer y de consumir, lucro y negocio como leyes pragmáticas que se imponen sin discusión, creación de falsas necesidades mediante el hábil empleo del aparato publicitario, etc. Todos estos hechos están manifestando un desquiciamiento en las relaciones fundamentales del hombre. Hay desquiciamiento en la relación del hombre con la naturaleza, pues ya no la ve como el instrumento de su realización personal, sino como objeto de posesión. La relación del hombre con los demás hombres también se deteriora; el ansia de tener cada vez más induce a los otros como meros competidores a los que me tengo que enfrentar. Y se distorsiona la relación del hombre consigo mismo, ya que se ve abocado a valorarse por lo que es más extrínseco, es decir, por las cosas que tiene o por las que es capaz de tener. Esta situación representa un alienación, un extrañamiento, una enajenación de la naturaleza. Las cosas, el trabajo del hombre, las mismas cualidades de las personas: el talento, las habilidades, la honradez, etc., dejan de ser lo que son y se convierten en puras mercancías con las que se trafica. Todo se compra y se vende en función del dinero, porque lo importante es tener cada día más y con más seguridad. Las consecuencias de esta situación son: − Desigualdad: Unos tienen de sobra y otros carecen de lo necesario. − Dominación: los que más tienen dominan a los que no tienen nada.

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− Represión: Se manipulan las necesidades de la gente en nombre de un falso interés general. Una sociedad modelada según los valores que giran en torno al dinero se ve abocada a situaciones sin solución. Lo que prevalece en ella no es el hombre en sí, sino el interés de los que tienen o la necesidad apremiante de los que no tienen, cuya máxima aspiración es poseer. La enfermedad política. La situación en el orden político también es problemática, porque todo él se centra en el poder. Existe en nuestra sociedad un verdadero culto, una veneración y hasta una fascinación frente al poder. Y la resultante de esto es que en la vida de los pueblos lo que priva no es el bien de los ciudadanos, sino el poder de los que mandan. Es verdad que la política consiste esencialmente en el ejercicio del poder, pero el problema está en determinar cuál es el sujeto de ese poder y el modo de ejercitarlo. En este sentido, es claro que el poder no debe estar concentrado en una sola persona ni de una forma ilimitada; tampoco debe estar en un solo partido, que se erige en conciencia del pueblo, en representante de sus intereses y, en definitiva, en su dominador. La triste experiencia de la burocracia stalinista, y en general de los países del Este, ha demostrado hasta qué punto todo esto es verdad. ¿Quiere esto decir que la democracia es entonces el sistema político ideal?. Es innegable que un sistema democrático es más racional que un sistema totalitario. Además, la delegación del poder, en la que se funda toda democracia, se ve como una necesidad de toda formación política, porque la mayoría de las opciones fundamentales que se han de adoptar en una sociedad no pueden tomarse por el conjunto de todos sus miembros. También así, una situación, dominada por el poder, queda abocada a una situación sin sentido, porque lo que priva no es el hombre y sus derechos fundamentales, sino el poder de los que están situados en la cumbre del sistema. La enfermedad cultural. Tampoco la situación en el orden cultural resulta ejemplar ni envidiable. Si existe un fetichismo del dinero y del poder, existe igualmente un fetichismo del

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prestigio. En la vida y en la sociedad se estudia, se preparan posiciones, se concurre en cursillos de ascenso y en una amplia gama de ofertas para conquistar, por medio de la “cultura”, cotas más altas de prestigio. Al niño se el “educa” para que tenga una posición segura y desahogada, un cargo, unos intereses, unos ingresos, una autoridad y un prestigio. El fallo de este sistema radica en que todo se piensa y se organiza no para que las personas se desarrollen y crezcan en la convivencia pacífica con los demás, sino para que tengan una titulación y un prestigio que les posibilite imponerse a los demás, sobresalir por encima de los otros y, si es posible, dominar a los demás. En nuestra sociedad, además, “la cultura” se convierte en poder. En la actualidad, los políticos no pueden prescindir de los técnicos y, en general de los intelectuales. Esta situación de dependencia acosa como una tentación a los hombres “cultos”. Y la tentación es la de subordinar los intereses de la cultura a los del poder político. Cuando de hecho se da, es la perversión más radical de la cultura. En resumen, podemos afirmar que el balance global de la situación es latamente negativo. Tenemos una sociedad inhumana, agresiva, intolerante e injusta. Su funcionamiento, a base de potenciar el ansia de tener, está generando una convivencia marcada con el signo de la desigualdad, la opresión, la rivalidad y la alienación. Y el peor síntoma es que parecemos asistir a este proceso como convencidos de que la vida no puede ser de otra manera y nos mostramos incapaces de imaginar otro modelo de sociedad y de convivencia. "La alternativa" El proyecto de Jesús era construir una sociedad a la medida del hombre. Este objetivo nos hace comprender que el plan de Jesús no se sitúa en la otra vida. Comienza y se desarrolla aquí, en concreto, en la transformación de la sociedad para aproximarla, cada vez más, al ideal que cuadra con la dignidad del hombre. Es verdad que la consumación plena del proyecto se realizará en el más allá, pero esta seguridad y esperanza no tiene por qué eximirnos del trabajo en el presente de la historia. Por eso, el proyecto de Jesús no lo podemos reducir al ámbito de la interioridad, es decir, a la santidad personal; incide también en la dimensión social y política del hombre.

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El proyecto de Jesús, que ha de animar y orientar este proceso de transformación, se concreta en una sociedad: • En la que los hombres comparten lo que son y lo que tienen como alternativa al ansia de tener. • En la que todos se ayuden y se sirvan en sustitución del ansia de poder. • En la que todas las personas se sitúan en la igualdad que corresponde a los hijos de un mismo Padre, frente al ansia de prestigio, que no hace más que crear diferencias y rivalidades. Semejante proyecto es una auténtica utopía, lo que nos enseña, por una parte, a no esperar jamás su realización plena en esta vida y, por otra parte, a definir nuestra tarea como un proceso encaminado a reducir las distancias que median entre nuestra sociedad y el ideal de Jesús. EL COMPROMISO: LA MEDIACIÓN SOCIOPOLÍTICA “¿Cómo será posible la nueva sociedad?” Ante este programa de acción, es obvio que nos preguntemos cómo será posible el logro de esa nueva sociedad. Para responder a esta pregunta, hay que distinguir tres niveles: el personal, el comunitario y el social. Nivel personal. Ante todo, es necesario que los hombres cambien en su interior, asumiendo como orientación de su vida la escala de valores que forman la alternativa de Jesús; lo que significa compartir lo que se es y se tiene, sentirse y ser servidor de los demás y asumir la igualdad entre los hombres ante un mismo Padre. Sólo a partir de esta profunda conversión, se puede pensar con seriedad en la posibilidad del cambio. Sin ella, toda transformación será un cambio superficial, sin fundamento e inestable. Nivel comunitario. La conversión personal es sólo el punto de partida. Necesariamente tiene que desembocar en una experiencia de vida en común, porque la alternativa de Jesús está pensada en relación a los demás. Para el logro de esa nueva sociedad es imprescindible que se vayan formando comunidades de fe que vivan en

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conformidad con los valores del proyecto de Jesús. Estas comunidades, con su modo de vida, serían para la sociedad llamada y conciencia respecto de esa vida que en la práctica, y para la gran mayoría, no pasa de ser un ideal deseable. Nivel social. La comunidad cristiana no es una realidad aislada, sino que vive y se realiza en la sociedad. No se puede encerrar, por tanto, en sí misma para vivir el gozo de su experiencia de vida en Cristo. Tiene que abrirse al exterior para comprometerse con las luchas que libran los hombres en la sociedad y para influir en las decisiones que determinan el futuro. La comunidad cristiana, por medio de sus miembros, tiene que descender al terreno de la política. Al llegar a esta última conclusión, se nos plantean diversos interrogantes que nos es preciso despejar: ¿no se corre peligro de politizar el mensaje de Jesús? ¿no fue esa la tentación de los zelotes a los que se enfrentó radicalmente Jesús? ¿se deriva de la fe alguna opción política concreta?. Hay que tener en cuenta las siguientes proposiciones para buscar una respuesta adecuada: − El evangelio no contiene ningún mensaje político: por lo tanto, no se puede deducir de él ninguna forma política concreta. − Del evangelio no se puede concluir, directamente, que un de terminado partido político sea preferible a cualquier otro. − Ningún partido político puede apoyarse en el evangelio para el logro de sus pretensiones, ni siquiera aquellos partidos políticos que se denominan cristianos, como la Democracia Cristiana, el Partido Social Cristiano, etc. El evangelio no es neutral, ni puede serlo. La fe cristiana es incompatible con la injusticia y la falta de libertad. Y un cristiano, en consecuencia, no puede permanecer pasivo ante las injusticias que se cometen. Tiene que imitar a Jesús, que en su vida no se mostró indiferente ante el sufrimiento de los pobres y la marginación de los necesitados. “La mediación sociopolítica” ¿Cómo debe ser la colaboración del cristiano en la construcción de una sociedad más justa y libre?

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Lo primero que hay que afirmar es que no basta con que se muestre una persona de buena conciencia y de conducta irreprochable. Esta actitud es importante y necesaria, pero como fundamento de otro tipo de presencia. Respecto a esta participación política de los cristianos, hay que advertir que la pertenencia a los partidos y organizaciones no tiene más límite que la propia conciencia y el fin que se pretende, es decir, la justicia y la libertad. Por lo tanto, un cristiano, quien quiera ser coherente con su fe, buscará militar en aquellas instituciones que, a su juicio, sean más eficaces en la consecución de ese fin. “Exigencias y límites del compromiso” “La causa de los pobres” De lo dicho anteriormente se deduce que el compromiso político-social de un cristiano tiene como exigencia fundamental en la defensa de la causa de los pobres. Para comprender este compromiso en su auténtica dimensión, hacemos las siguientes aclaraciones: • La pobreza no es un hecho natural, sino un hecho social. Con esto queremos indicar que la pobreza no es un fenómeno que se produzca como se suele producir el color, la altura o la inteligencia de las personas. La pobreza procede de la mala organización de la sociedad. Cuando los bienes de este mundo los acaparan unos pocos, se origina necesariamente la pobreza. Esto nos indica que la pobreza tiene solución, si se cambia la organización social. • Dios no quiere que haya pobres, porque es Padre de todos los hombres por igual. Si la actual organización social origina pobreza, podemos afirmar, con toda lógica, que es una organización que no agrada a Dios. • Dios tiene preferencia por los pobres. Ponerse de parte de los hijos más necesitados es una consecuencia del amor del Padre. De hecho, en la Biblia Dios se nos revela como el Dios de los pobres, y Jesús de Nazaret nos confirma esta imagen, al verlo luchar, durante su vida, por la causa de los pobres y marginados.(Lc 4,16-24; 63,20-26; Mt 11,2-6; 11,25-26; 25,31-46). • La solidaridad con los pobres no puede reducirse a un amero “estar con los pobres”. Hay que asumir su “causa” comprometiéndose con ellos en la lucha contra las causas que generan la pobreza. Como ha dicho muy bien Paul Ricoeur: “No se está con los pobres, si no se lucha contra la pobreza”. • Ponerse de parte de los pobres llega consigo una inevitable conflictividad. Los que retienen injustamente las riquezas no están dispuestos a soltarlas ni a renunciar a los derechos que sobre ellas piensan tener adquiridos. Si luchamos

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por una distribución justa de los bienes de esta tierra, no encontraremos inevitablemente con la oposición de los que no quieren esa distribución, que, por otra parte, son los que de ordinario ostentan el poder. “Límites del compromiso” El compromiso cristiano, en lo que se refiere a la actuación política, tiene determinadas limitaciones que formulamos de la siguiente manera: • El cristiano no puede comprometerse incondicionalmente con ningún partido político, sindicato o cualquier otra organización. Lo único absoluto para él es el evangelio. Siempre ha de estar en disposición de criticar al partido o a la organización que esté con contradicción con los presupuestos y exigencias de la fe. • El creyente no sólo debe estar dispuesto a esa crítica, sino que la debe materializar con frecuencia. Los partidos políticos y cualquier otra organización que busca el poder suelen anteponer los intereses de éste a los fines sociales y humanitarios. Un cristiano tiene que denunciar esa situación, porque sus consecuencias van contra los intereses de la justicia. • No le está permitido a un cristiano politizar el evangelio, utilizando su mensaje como instrumento para conseguir los fines de una política partidista. El evangelio, al ser una utopía, es un mensaje trascendente que sobrepasa toda posible política de este mundo.

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LAICOS TEMA XXXIII. LA VOCACIÓN SACERDOTAL Y RELIGIOSA. La exigencia fundamental de Jesús Construir el Ayudar a los orden temporal “Imitación o seguimiento” pastores en la ordenandola construcción según Dios La exigencia fundamental de Espiritualidad Jesús, para los que creen en de él,lala expresa el Evangelio con la idea del seguimiento.Laical Un creyente es la persona que se dedica a comunidad seguir a Jesús. El seguimiento es la clave de la espiritualidad cristiana. cristiana. Familia, Paraamistades, comprender lo que significa el seguimiento, conviene analizar el uso que se hacetrabajo, en el Nuevo Testamento del verbo seguir (gr. Akolouzein). Aparece 90 diversión, veces en todo el Nuevo Testamento: 25 en Mateo, 18 en Marcos, 19 en Juan deporte, (evangelio), 4 en los Hechos de los Apóstoles, 1 en Pablo y 6 en el Apocalipsis. arte, El verbo seguir se emplea fundamentalmente para hablar del seguimiento de Jesús y, sólopolítica. raras veces, para referirse a otras cosas. La casi totalidad de los textos que hablan del seguimiento de Jesús se encuentra los evangelios. Este uso del Cuando en el laico no hace verbo nos permite concluir con toda firmeza queesto, el seguimiento de Jesús es una huye de sus idea fundamental evangélica. responsabilidade El tema de la imitación de Cristo, sin embargo, no es una idea evangélica. El verbo imitar (gr. Mimeomai) no aparece ni una sola vez en los evangelios, y en los otros escritos del Nuevo Testamento se habla sólo dos veces de imitación de Cristo (1Cor 11,1; 1Tes 1,6) y, en una ocasión, se hace referencia a la imitación de Dios. (Ef 5,1). No se puede decir, por tanto, que el concepto de imitación represente una dimensión de la espiritualidad del Nuevo Testamento. En conclusiones podemos afirmar que la relación fundamental del creyente con Jesús se plantea, en los evangelios, a partir de la idea del seguimiento y no de imitación.

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No aparece que la imitación y el seguimiento se puedan situar a un mismo nivel. El evangelio, al menos en el uso de esas expresiones, establece una diferencia notable: habla con frecuencia del seguimiento y ni menciona la imitación. Si tuvieran la misma importancia, lo lógico hubiera sido utilizarlas en una misma proporción. Esta diferencia no se explica negando su importancia, como si de verdad fuera indiferente hablar de seguimiento o de imitación. La diferencia de contenido de ambas expresiones es patente: imitar es copiar un modelo y seguir significa asumir un destino. La imitación se puede dar con un modelo inmóvil, estático y fijo; el seguimiento, sin embargo, supone siempre la presencia de un agente principal que se mueve y avance. La imitación no lleva consigo la idea de acción o de tarea a realizar, mientras que el seguimiento, sí la implica. Además, en el caso del modelo que se copia, el sujeto se orienta hacia ese modelo para retornar sobre sí; en el seguimiento el sujeto sale de sí para orientarse enteramente hacia un destino. En la imitación el centro de interés está en el propio sujeto y en el seguimiento ese centro se sitúa en el destino que se persigue. En este sentido, el espejo es la imagen de la imitación, y el camino la del seguimiento. Y sabemos que mientras el espejo es el exponente de la vanidad, el camino simboliza la tarea, la misión y el objetivo a cumplir. “La llamada de Jesús” Para profundizar en este tema hay que analizar la propuesta que hace Jesús a quienes llama para que le sigan. Así conoceremos la finalidad de esa llamada. Es significativo constatar de entrada que cuando Jesús llama no propone ni explica, al menos en principio, ningún programa. En esa llamada sólo media una palabra: Sígueme (Mt 8,22; 9,9; Mc 2,14; Lc 5,27; Mt 19,21; Mc 10,21; Lc 18,22; Jn 1,43; 21,19). Es una invitación, con carácter de mandato, que compromete a la persona entera y a todo su mundo de relaciones. En virtud de esa palabra, se abandona la familia, el trabajo, la profesión y los propios bienes (Mt 4,20.22; 19,21.27). También se trata, por tanto, de una invitación orientada a conseguir un giro total en la vida el hombre. Sorprende ver a Jesús tan escueto en un tema de tal importancia para el hombre. Porque no da ninguna explicación, no ofrece un programa, ni hace

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alusión a las consecuencias que se puedan derivar e ese momento. Simplemente hace la llamada, dejándola abierta a todas las posibilidades y de alguna manera inabarcable respecto a lo que supone y conlleva. Por estas circunstancias, parece que esta llamada entraña algo muy profundo y hasta misterioso; algo que nos pone en contacto con el mismo misterio de Jesús. En el evangelio, además, se nos dice que Jesús llama a los discípulos para hacerlos “pescadores de hombres” (Mt 1,17; Mt 4,19; Lc 5,10). Con estas palabras Jesús quiere darnos a entender la tarea que han de realizar los que le sigan. La expresión está tomada de los profetas (Jer 16,14-16; Ez 47,8-10; Hab 1,12-17). Significa trabajar en bien del hombre para rescatarlo y liberarlo del mal. Con la explicitación de la tarea no llegamos al fondo del sentido de la llamada. Existen una serie de textos en el evangelio que nos abren una perspectiva más profunda. Se establece en ellos una estrecha relación entre el destino de Jesús y el de los que son llamados a seguirle. Si Jesús tiene como destino la muerte en cruz, éste precisamente va a ser el destino que han de asumir los que quieran escuchar su invitación. Por eso, en el evangelio, seguir a Jesús va a significar cargar con la cruz, como él (Mt 10,38), subir a Jerusalén siguiendo el mismo itinerario e Jesús (Mc 10,32), estar donde está Jesús (Jn 17,24) o, más directamente, “dar la vida” (Jn 13,37). Podemos concluir diciendo que, en resumen: la llamada de Jesús al seguimiento aparece en el evangelio como una llamada absolutamente abierta, incondicional y sin límites, que nos asoma al misterio de Jesús, que está relacionada con la tarea de servir al hombre y se encuentra marcada con el mismo destino que asumió y siguió Jesús. “Más allá de la imitación” Con el seguimiento, la relación que establece Jesús con sus discípulos es radicalmente distinta a la que mantenían los rabinos con los suyos. Para éstos, la relación se basaba en la idea de la imitación: los discípulos debían copiar el modelo que veían en el maestro hasta en los detalles más pequeños. Para Jesús, en cambio, sus discípulos sólo han de asumir su mismo destino hasta la muerte. Por otra parte, los rabinos se dedicaban a inculcar en sus discípulos el estudio y la práctica de la ley en sus mínimos detalles. Y sabemos que Jesús enseña a sus discípulos a ser libres respecto a la ley y a comprometerse en el amor a los demás.

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Y lo que Jesús expresamente no quiere es instituir un rabinato cristiano, es decir, escuelas de maestros a los que tuvieran que someterse los discípulos. La prohibición de Jesús, en este sentido, es clara y tajante: “Vosotros, en cambio, no es dejéis llamar “señor mío”, pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos” (Mt 23,8). Lo importante para Jesús no es el sometimiento de unos hombres a otros, sino la igualdad y la fraternidad entre todos. La conclusión es que el seguimiento no es una imitación. Jesús su sitúa más allá de todos los modelos humanos por acabados y perfectos que sean. Por eso su imitación es imposible y ni siquiera se plantea. Hay que seguirle, y esto significa optar por el bien del hombre con todas sus consecuencias, incluida la muerte, por fidelidad al proyecto del Padre. “La experiencia esencial” “Una situación ambigua” No es extraño observar en los creyentes una especie de dualismo en su comportamiento como cristianos. Por una parte, tienen ideas muy claras sobre los contenidos de la fe y se muestran dispuestos a defenderlas, y de hecho muchas veces las defienden, hasta llegar el enfrentamiento y al insulto de los que, a su juicio, las niegan. Y por otra parte, vemos que, precisamente en esas expresiones de celo por la verdad, manifiestan una notable falta de sensibilidad ante los auténticos valores evangélicos. Pues Jesús, por encima de todo, nos exhorta al amor y a la unión entre los hermanos. Esta ambigüedad nos indica que, con frecuencia, la fe se vive más como un conjunto de ideas que como la experiencia que transforma radicalmente a la persona y modifica en profundidad sus actitudes. Por eso, cuando esto ocurre, junto a ideas doctrinalmente correctas existen inclinaciones que no están centradas en Jesús y que son las que de verdad determinan el comportamiento. En este sentido, la fe cuando se convierte en pura ideología no sirve más que para engañarnos a nosotros mismos, puesto que la rectitud doctrinal es un medio muy apto para ocultar intereses e inclinaciones aún no abiertos a los valores el evangelio.

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“El centro del seguimiento” De las 79 veces que aparece el verbo seguir en los evangelios, 73 veces tiene una relación directa con Jesús. Nunca se habla de seguir una ideología, unos principios teóricos, unas verdades, unas normas, un determinado proyecto. El tema del seguimiento en los evangelios tiene una única referencia: la persona de Jesús. Si el centro el seguimiento es una persona y no una idea o proyecto, el seguimiento no se puede reducir a un convencimiento doctrinal: es una experiencia, fruto el encuentro personal con Jesús. Por tanto, el verdadero seguidor de Jesús no es la persona que le conoce y que se propone seguir su evangelio. Es la persona que se siente seducía por la persona de Jesús y experimenta en esa atracción una fuente de nuevos valores y el impulso para aceptar las preferencias de Jesús y rechazar lo que él aborrece. Se trata de la experiencia esencial de la vida, la el encuentro con “alguien” y no con “algo”. Es la experiencia que me descubre a Jesús como una persona viviente, con quien me puedo relacionar aquí y ahora, de una forma abierta a cualquier posibilidad, a cualquier iniciativa y a cualquier forma de realización y e destino. Cuando el hombre se siente arrastrado por Jesús, hasta el punto de experimentar que puede ser conducido a cualquier sitio, es cuando se encuentra situado en el mismo centro del seguimiento. “Mística y compromiso” “¿Una mística sin compromiso? Según el texto de Marcos 3,14, sabemos que Jesús llamó a los discípulos “para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. Dos actividades: “estar con Jesús” e “ir a predicar”, es decir, una mística y un compromiso. El sentido de la llamada se puede deteriorar por omisión o por mala interpretación de uno de los dos aspectos que lo integran. Hay personas que alimentan sólo la mística del encuentro y de la amistad con Jesús y desatienden la invitación al compromiso o lo interpretan en clave espiritualista, asimilándola de esta manera al aspecto místico de la llamada. Otros ponen el acento en el compromiso, pero destacando y apreciando en él los valores sociales, públicos y políticos que conlleva.

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Estas polarizaciones, en uno y otro sentido, suelen ser fuente de tensión entro de la comunidad cristiana. A los primeros se les tilda de espiritualistas, mientras que a los otros de secularistas, creando de esta manera una problemática en torno al verdadero sentido del compromiso que implica el seguimiento de Jesús. “El mismo destino” La experiencia esencial del seguimiento es el encuentro personal con Jesús, y la realización plena de ese seguimiento está en asumir el mismo destino de Jesús. Ni basta la experiencia esencial del encuentro ni asumir el mismo destino. Ambas cosas son necesarias, porque seguimiento es cercanía y movimiento. Y seguir a alguien es estar cerca de él y también moverse en su misma dirección. Nos interesa conocer, por tanto, el destino hacia el que caminó Jesús para saber dónde nos tenemos que dirigir. En los textos evangélicos que hablan del seguimiento, existe una serie de afirmaciones que establecen una relación entre el hecho de seguir a Jesús y la muerte en la cruz. Los siguientes pasajes son los más claros en este sentido y están referidos a seis contextos diferentes: − − − − − −

El discurso de la misión (Mt 10,38) El primer anuncio de la pasión (Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23) El camino hacia Jerusalén (Mc 10,32) La víspera misma de la pasión (Jn 12,26) El anuncio de la negación de Pedro (Jn 13,36-37) El diálogo con Pedro después de la resurrección (Jn 21,19)

El análisis del contenido de todos estos textos y del contexto en que se encuentran situados dentro del evangelio nos permite deducir algunas ideas aclaratorias sobre el sentido del seguimiento. En el seguimiento de Jesús entra como un elemento esencial aceptar, en el horizonte de la propia vida y como acontecimiento lógico, una muerte semejante a la de Jesús, es decir, una muerte que lleve el sello del odio, del rechazo y de la condena de aquellos que no aceptan los valores del evangelio. Seguir a Jesús es mantener una fidelidad a él y a su evangelio por encima de cualquier otra fidelidad, incluso de aquella que debemos a los seres más queridos

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(Mt 10,37). En este caso, el odio y la muerte nos puede venir de los que ven un peligro en nuestra fidelidad incondicional, que no cede ante ninguna otra. Seguir a Jesús es aceptar su mesianismo de servicio (Mt 16,16-26) y realizarlo en nuestra vida mediante la renuncia al poder y al prestigio, asumiendo el compromiso de atender al hombre en sus necesidades y de defender sus derechos desde un plano de igualdad. Desde esta perspectiva, la muerte nos puede llegar por todos aquellos que se sirven del hombre para su propio provecho. Por último, seguir a Jesús es acompañarlo en la subida a Jerusalén, aun a sabiendas que nos van a matar, por habernos mostrado intransigentes con todas las injusticias y con las esclavitudes que someten al hombre (Mc 2,1-3,6; 7,1-23). La muerte aquí se contempla como al venganza de aquellos que han sido objeto de nuestras denuncias “Sin mística no hay compromiso” De todo lo dicho podemos deducir que el compromiso de Jesús no fue un compromiso por su propia perfección y su realización personal, sino que fue un compromiso de un servicio integral e incondicional al hombre, por amor al Padre, y, de tal forma realizado, que le conduce al rechazo y a la condena a muerte. Nuestro compromiso, por tanto, para ser auténtico deberá asemejarse al de Jesús. Nuestro destino no está en la propia perfección, sino en el desarrollo del amor hasta la muerte. Un compromiso que implica como destino el don de sí mismo no se puede asumir ni llevar adelante sin un amor apasionado por Jesús, fruto de una experiencia personal de amistad, de entrega y de confianza en él. Sin la mística del amor, el creyente no sería capaz de arrostrar las consecuencias de miedo, soledad, fracaso, conflicto, pérdida de la libertad e, incluso, de la vida, a las que su compromiso cristiano le pudiera conducir. El compromiso de Jesús no es posible sin una gran pasión. “Los ministros ordenados: obispos, presbíteros y diáconos” Según el testimonio del Nuevo Testamento, aunque Jesús predicó a todo el pueblo, y fueron bastantes las personas que se integraron en su comunidad, llamó a Doce, para que lo siguieran más de cerca, haciéndoles participar de un modo especial de su misión (Mc 3,13-19; 6,6-13). Por consiguiente, el mismo Jesús

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quiso que, además de la vocación universal y del servicio que incumbe a todos los cristianos, existiese en la Iglesia una especial vocación apostólica y un servicio apostólico específico. Este servicio, inicialmente desempeñado por los apóstoles, fue dando origen a una gran diversidad de estructuras y dominaciones ministeriales como continuación de la actividad apostólica. Sin embargo, pronto algunos ministerios adquieren una importancia esencial, garantizando la unidad de los creyentes y la continuidad con el origen apostólico. Esta evolución llega a su término a finales del siglo I, pudiendo ya escribir Ignacio de Antioquía (110) que hay un triple ministerios: el obispo, que preside la Iglesia particular, los presbíteros, colaboradores inmediatos del obispo y los diáconos, que desempeñan determinadas funciones litúrgicas y se ocupan sobre todo del servicio de la caridad. Los ministerios ordenados confieren una participación especial en el ministerio de Jesucristo, Sumo Sacerdote y Mediador único entre Dios y los hombres (1 Tim 2,5). Por esta razón, al ordenado se le confiere la potestad para actuar, en el ejercicio de su misión, “en la persona de Cristo”, cabeza de la Iglesia. Además, tiene una participación especial en la función sacerdotal, profética y pastoral de Jesucristo. Recibe, por tanto, un triple ministerio: es enviado a predicar y enseñar, a dispensar los sacramentos ya guiar al Pueblo de Dios que le es confiado. El ordenado no está solo, sino que, muy al contrario, se halla incorporado a un colegio. En virtud de su ordenación, los obispos participan de una sola función episcopal, constituyendo el Colegio de los Obispos con y bajo el Romano Pontífice, y los sacerdotes se unen en el presbiterio bajo la dirección del obispo. Los presbíteros sólo pueden ejercer su ministerio dependiendo del obispo y en comunión con él. A ejemplo de Jesús y por encargo suyo, todos los ministerios ordenados se interpretan como servicio. (Mc 10,42-45) Estos ministerios suponen una misión. Del mismo modo que Jesús recibe su misión del Padre, así la trasmite a sus discípulos (Jn 20,21; 17,18), no pudiendo ningún individuo ni comunidad anunciarse a sí mismo el Evangelio y autootorgarse la gracia. De aquí se sigue que el poder del ministerio ordenado no procede del encargo que hace la Iglesia a una persona concreta, sino del mismo

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Jesucristo, que envía a un cristiano para que ejerza el ministerio en su nombre, en su propia persona. Por tanto, a pesar de que, como todos los demás cristianos, el ministro siempre esté necesitado de perdón, de ser sostenido por la fe de la Iglesia y de colaborar con todos los otros carismas y servicios, su misión le sitúa en una posición singular, al ejercer su ministerio en la comunidad y ante la comunidad. Los obispos con los presbíteros y los diáconos constituyen la llamada jerarquía de la Iglesia; que, en nombre de Jesucristo y por la fuerza de su Espíritu, ejercen la misión especial de enseñar, santificar y guiar a todo el Pueblo de Dios. “Los obispos” La plenitud del ministerio ordenado corresponde a los obispos que “por institución divina han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia”. Los obispos representan a Jesucristo -sacerdote, profeta, rey y pastor- ante sus Iglesias particulares y ante todas las comunidades cristianas. Ellos son los pastores de la Iglesia, elegidos para edificar y servir a todo el Pueblo de Dios mediante la predicación de la Palabra y a enseñanza del mensaje revelado, la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, y el ejercicio de la dirección y gobierno de la Iglesia. A cada obispo se le confía una porción del Pueblo de Dios que se llama Iglesia particular o diócesis, que está constituida por diversas comunidades cristianas, denominadas parroquias, y por otras instituciones y asociaciones cristianas. En cada diócesis, el obispo es el principio y fundamento visible de la unidad, entre los miembros del Pueblo de Dios que forman esa Iglesia particular, al tiempo que la mantiene en comunión con la Iglesia universal. Los obispos están unidos entre sí por un especial vínculo de comunión. Así como Pedro y los demás apóstoles formaban un grupo, al que llamamos Colegio Apostólico, de un modo semejante el sucesor de Pedro, el Papa y los demás obispos forman el Colegio Episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles.

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El Papa, sucesor de Pedro, es la cabeza del Colegio Episcopal. Este colegio no tiene autoridad en la Iglesia si actúa separado de su cabeza, sin embargo, unido a ella, asistido por el Espíritu Santo, ejerce su autoridad pastoral sobre toda la Iglesia. Esto ocurre de forma singular cuando todos los obispos se reúnen con el Papa en un Concilio. El Papa tiene su ministerio propio, permaneciendo viva en él la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro: ser roca en la que se apoya el edificio de la Iglesia , portador de las llaves de la misma y pastor de todo su rebaño (Mt 16,18-19; Jn 21,15ss). Su ministerio es un servicio de unidad por razón del cual el Papa es un testigo privilegiado de la única Fe de la Iglesia, llamado a confirmar en la Fe a todos sus hermanos en Cristo. Ejerce el ministerio del Papa el Obispo de Roma, debido a que en esta ciudad ejerció su ministerio el apóstol Pedro, allí fue martirizado, y desde los primeros tiempos del cristianismo se consideró que la Iglesia romana tenía una autoridad especial sobre el resto de las Iglesias. “Los presbíteros” Los presbíteros son colaboradores y consejeros de los obispos con los que participan, en diverso grado, del ministerio de los Apóstoles y del único sacerdote de Jesucristo. Prestan su cooperación a los obispos ayudándoles a predicar la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos y realizar su misión pastoral de gobierno. Todos los presbíteros, a través de su ministerio, tienden a un mismo fin: hacer presente la única Iglesia de Cristo en los diversos campos de la actividad pastoral de una diócesis; de forma particular, en la parroquias. El conjunto de los presbíteros de una diócesis, unidos a su obispo, forman el presbiterio. Ningún presbítero puede cumplir su ministerio aislada o individualmente, sino unido a sus hermanos de presbiterio y bajo la dirección de los obispos. “Los diáconos”

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Los diáconos llevan a cabo ministerios necesarios para el bien de la Iglesia, diferentes del ministerio sacerdotal. Cooperan con los obispos y presbíteros en el ministerio de predicar la Palabra de Dios y en la misión de fomentar la comunión fraterna y la ayuda mutua en los miembros de la comunidad cristiana, cuidando con particular atención a los hermanos más necesitados. Tanto los obispos como los presbíteros y diáconos constituyen en la Iglesia el ministerio jerárquico, que está al servicio de todo el Pueblo de Dios. “Los carismas: la vida religiosa” El Espíritu Santo santifica y dirige al Pueblo de Dios no sólo por el ministerio jerárquico sino mediante gracias y dones muy diversos que distribuye entre los cristianos para el bien común de todo el Cuerpo de Cristo. Por medio de estos dones, que llamamos carismas, el Espíritu Santo inspira y dispone a los creyentes para que, siguiendo caminos muy variados y a través de múltiples acciones, contribuyan a edificar y renovar constantemente la única Iglesia de Cristo. Entre los carismas, destaca el llamamiento especial que el Espíritu Santo hace a algunos cristianos para que imiten a Jesucristo siguiendo los testimonios más expresivos de su amor a los hombres. El Espíritu, en efecto, mueve a algunos discípulos del Señor a confesar su fe cristiana ante los perseguidores hasta derramar la propia sangre: el martirio ha sido considerado siempre por la Iglesia como un carisma supremo y prueba mayor de la caridad. A otros cristianos, el Espíritu Santo les da el carisma de seguir algunos consejos que Jesús y los Apóstoles propusieron a los primeros discípulos, como son, por ejemplo, los consejos de vivir la virginidad; o de decidir voluntariamente vivir en pobreza y en obediencia. Entre todos los miembros del Pueblo de Dios, tanto ministros de la Iglesia como laicos, el Espíritu Santo invita a algunos para que profesen, de un modo oficial y público, los tres consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Esos cristianos, sacerdotes o seglares, dan testimonio, ante la Iglesia, de su especial consagración a Dios. Los religiosos: “Son los miembros del Pueblo de Dios que, por un especial carisma del Espíritu Santo, consagran su vida enteramente a Dios y siguen

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radicalmente a Jesucristo, en la Iglesia, mediante la profesión pública de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia” Los religiosos que, por el Bautismo habían sido ya consagrados a Dios, se consagran más estrechamente al servicio divino comprometiéndose a seguir más de cerca a Jesucristo. Para ello, practican un género peculiar de vida, mediante la oración y abnegación intensas, sirven a todos los hombres. Su vida consagrada ayuda a los demás cristianos que viven su vocación en el mundo y en el ejercicio de las tareas temporales/. De entre los religiosos, algunos se separan materialmente del mundo: son los monjes y las monjas que se retiran a la clausura de los monasterios. Por esta razón, los religiosos son en esta tierra una señal, en cierta manera tangible, de la santidad de Dios y de los bienes futuros del Reino. El testimonio de los religiosos es, en medio de todo el Pueblo de Dios, un estímulo para que todos los demás miembros de la Iglesia cumplan esforzadamente las exigencias de la vocación cristiana y el llamamiento que todos han recibido para buscar la santidad, esto es, la unión con Dios. Por eso, la consagración religiosa pertenece, sin duda alguna, a la vida y santidad de la Iglesia y ocupa en ella un lugar insustituible. Algunos otros cristianos, sacerdotes y seglares, profesan los tres consejos evangélicos -castidad, pobreza y obediencia- pero obligándose a vivirlos en el mundo. Esto los caracteriza y distingue de los religiosos. Dichos cristianos son los miembros de los llamados Institutos Seculares. Su modo propio de consagrarse enteramente a Dios es reconocido por al Iglesia. Los miembros de estos institutos han de permanecer en el mundo y, a partir de su inserción en el mundo, llevan a cabo su apostolado peculiar.

TEMA XXXIV. LA UNIDAD DE LA IGLESIA. “La Iglesia es Comunión” ¿Qué significa creer en la comunión de los santos?

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- Comunión de los santos, es la íntima unión-común (nos une en el bautismo, la eucaristía, el perdón y la unidad en la diversidad) espiritual de los creyentes entre sí por la fe y la caridad fraterna. - Comunión en las cosas santas es la participación (vivir aquí lo mismo que viviremos en el cielo) de cada uno de los miembros de la comunidad en las realidades sagradas: La Sagrada Escritura, los sacramentos y el servicio de la caridad hacia los necesitados. LA VERDADERA IGLESIA DE CRISTO SE DISTINGUE POR SER: Una, Santa, Católica y Apostólica. “La Iglesia es UNA” (Ef 4,4-6) La unidad de la Iglesia se fundamenta en el bautismo que hace que todos los discípulos de Cristo sean un solo cuerpo y se expresa en la profesión de una misma y única fe. La Eucaristía, sacramento de unidad, fortifica, construye y renueva sin cesar la comunión de los creyentes. Unidad en la diversidad. Para la unidad de la Iglesia no constituye obstáculo la existencia de un sano pluralismo en las iglesias particulares que gozan de tradiciones propias. La unidad de la Iglesia se enriquece con la variedad de los carismas que corresponden a la diversidad de dones de Dios. Los carismas son gracias particulares del Espíritu Santo para la edificación del pueblo de Dios.

La comunidad de discípulos "La comunidad, tarea de Jesús" Leyendo los evangelios, enseguida se comprende un hecho que en ellos está muy claro: lo primero que hizo Jesús, en cuanto empezó su ministerio apostólico, fue reunir una comunidad, es decir, un grupo de personas que iban siempre con él y vivían como él. Así aparece tanto en los evangelios sinópticos,(Mt 4,18-25) como en el evangelio de Juan (Jn 1,35-51). Por eso se comprende la frecuencia con que la palabra discípulo aparece en los cuatro evangelios: 73 veces en Mateo, 46 en Marcos, 37 en Lucas y 70 en Juan. Se debe tener en cuenta que

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siempre que se habla de los discípulos, en realidad se está hablando de la comunidad que se formó en torno a Jesús. Esta comunidad era un grupo relativamente amplio. Es decir, no se limitaba sólo a los doce. Así consta expresamente en Mc 4,10. Es más, se puede afirmar que fue un grupo numeroso: setenta y dos de ellos fueron enviados por Jesús a una misión especial (Lc 10,1); en otras ocasiones se habla de un grupo abundante (Lc 6,17; 19,37; Jn 6,60). En el grupo había varones como Leví, el hijo de Alfeo, José y Matías; también había mujeres (Lc 8,1-3; Mc 15,40-41). Los evangelios distinguen entre el grupo de discípulos y la gente en general (Mt 9,10; 14,22). Se trataba, por tanto, de un bloque de personas, diferenciadas del resto de la población, con unos vínculos que les unían muy estrechamente. Jesús comprendió, desde el primer momento de su ministerio, la necesidad urgente que tenía de reunir un grupo, formar una comunidad, para poder expresar y comunicar su mensaje. Esto quiere decir que el mensaje de Jesús está esencialmente relacionado con el hecho comunitario. Es decir, el mensaje se comprende y se vive a partir de la comunidad y en la comunidad. Por eso Jesús habla a su comunidad de manera distinta a como habla al resto de la gente (Mt 13, 10-17; Mc 4, 10-12), porque los miembros de la comunidad son los que comprenden los secretos del Reino de Dios (Mt 13,11). Es más, al pequeño rebaño, que es la comunidad, Dios ha querido entregarle el Reino (Lc 12,32). En la comunidad es donde se empieza a comprender y a vivir el mensaje de Jesús. "Los Doce" De entre los muchos discípulos que le seguían, Jesús llamó a un grupo con quienes mantuvo una relación especial: los Doce (Lc 6,13). Jesús quiso expresamente que estuviera constituido por ese número: “los hizo doce”, los llama para que le acompañasen y para enviarlos con una misión especial. La elección de los doce se destaca en los evangelios de la de los demás discípulos. El número Doce es un número simbólico. En Israel “doce” es un número perfecto. “Doce tribus” equivale a todo el pueblo de Israel. “Doce Apóstoles” equivale, entonces, a todo el nuevo pueblo de Israel. Si Jesús quiso que fueran doce, estaba prefigurando en ellos al nuevo Israel que, más tarde, vendría a ser a Iglesia. La expresión “los Doce” tiene un significado personal: son doce personas con sus nombres propios, los elegidos por el Señor. Cuando Judas Iscariote faltó del

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grupo, se vieron obligados a sustituirle por otro apóstol, que completase los doce. El elegido fue Matías. El grupo de los doce son testigos y apóstoles, es decir, enviados: “A estos doce les envió Jesús con estas instrucciones: - Por el camino proclamen que el Reino de Dios está cerca, curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos echen demonios” (Mt 10, 78). Jesús envía, por tanto, a los doce a realizar su misma misión: anunciar el Reino de Dios y hacer signos que acrediten que ya está presente. El alcance de este envío lo comprenderán después de la resurrección de Jesús, como lo da a entender el final del evangelio de Mateo: “Id y enseñad a todas las gentes”. Este mandato de Jesús les hace ver que el anuncio del Reino no puede quedar reducido a Israel, es para todos los hombres. Dado el carácter simbólico de los Doce, el envío de Cristo se dirige a toda la Iglesia. Los Doce enviados a predicar y hacer signos son el símbolo de toda la comunidad entera. Por eso se afirma que la Iglesia entera es misionera. "Una comunidad, ¿para qué?" ¿Para qué reunió Jesús aquella comunidad?. Esto se ve claro en el pasaje del joven rico (Mt 19,16-29). En efecto, la pregunta del muchacho es: ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? (Mt 19,16). A esa pregunta, la respuesta de Jesús es: “Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos” (Mt 19,17). Es decir, tú eres judío y, según religión, lo que hay que hacer para salvarse es guardar los mandamientos; haz eso y conseguirás la salvación eterna. Hasta ahora, Jesús no le ha dicho nada de entrar en la comunidad. Eso vendrá después, cuando el muchacho diga que quiere algo más. Entonces es cuando Jesús le habla del “seguimiento” (Mt 19, 21). Por consiguiente, la entrada en la comunidad no es para conseguir la vida eterna, sino para otra cosa, de la que hablaremos enseguida.

La vida de la comunidad "La condición de admisión" La condición indispensable para entrar a formar parte de la comunidad de Jesús es la renuncia al dinero y, en general, a todo lo que se posee. Así plantea

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Jesús las cosas desde el primer momento: Pedro y Andrés “dejaron inmediatamente las redes y le siguieron” (Mt 4,20); los hijos de Zebedeo “dejaron inmediatamente la barca y a su padre y le siguieron” (Mt 4,22); a un letrado, que le pidió entrar en el grupo, Jesús le respondió: “las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,19-20); Mateo dejó al momento su negocio de impuestos y le siguió (Mt 9,9). Conviene observar que, en todos estos casos, lo que realmente ocurrió es que aquellos hombres abandonaron todo lo que poseían. Así lo reconoció Pedro, más tarde, en nombre de los demás: “Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27). La misma exigencia de renuncia aparece también cuando Jesús envía a sus discípulos a misionar (Mt 10,5). No deben llevar “ni oro, ni plata, ni calderilla, ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón” (Mt 10,9-10; Lc 10,4). Donde se ve más claramente esta exigencia de renuncia al dinero es en el pasaje del joven rico: el primer paso que exige Jesús, para seguirle y para entrar a formar parte de la comunidad, es que venda todo lo que tiene, que se lo dé a los pobres, y luego podrá entrar a formar parte del grupo (Mt 19,21). Esta exigencia de renuncia al dinero no consistía en el solo hecho de la renuncia por la renuncia, como un valor ascético apreciable por sí mismo. La idea de Jesús se refiere a otra cosa: es el ideal de compartir lo que se tiene con los que no tienen, sean o no del grupo. Por lo demás, sabemos que en la comunidad de Jesús había bolsa común (Jn 12,6) También sabemos que Jesús educó a los discípulos en esta nueva mentalidad. Así se advierte en el relato de la multiplicación de los panes (Mc 6,35): ante una masa de gente hambrienta, la reacción de los discípulos es mandarlos que se vayan a comprar algo para comer (Mc 6,36). Jesús, sin embargo, propone otra cosa: “dadles vosotros de comer” (Mc 6,37). O sea: “compartan con ellos lo poco que tengan”. A partir de eso se produjo el milagro de la abundancia, hasta saciarse todos y sobrar en exceso (Mc 6,42-44). Por lo tanto, la condición indispensable de admisión en el grupo cristiano es a renuncia al dinero y a toda atadura humana, porque la comunidad de Jesús se construye sobre la base del compartir. Solo a partir de esta base se puede

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construir la comunidad cristiana. El proyecto de compartir tiene que sustituir al proyecto humano de poseer. Por eso, Jesús quiere una sociedad nueva y distinta, asentada sobre otras bases. "La actitud básica en la comunidad" En la comunidad de Jesús se exige una actitud fundamental: el servicio a los demás. La afirmación de Jesús es tajante: “Saben que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen. No será así entre ustedes. Al contrario, el que quiera subir, sea el servidor nuestro; y el que quiera ser el primero, sea nuestro esclavo. Igual que este hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida en rescate por todos” (Mt 20,25-28) El tema del servicio aparece aquí en un contexto doblemente polémico: el servicio de Jesús y de sus discípulos se opone a una doble dominación, la política y la religiosa. Es decir, se trata no sólo de rechazar el estilo y la forma de dominación política, sino también la ambición y el autoritarismo de los líderes religiosos. Ambas cosas se daban en el sistema político-religioso del pueblo judío. En contraste con lo que pasaba en la sociedad ambiente y con lo que pasa en nuestros días, Jesús no tolera que nadie se imponga a nadie en la comunidad. Todo lo contrario, en el Reino que predica Jesús es condición básica ponerse el último: “Les aseguro que si no cambian y se hacen como esos niños, no entraran en el Reino de Dios; o sea, cualquiera que se haga tan poca cosa como este niño, ése es el más grande en el Reino de Dios” (Mt 18,3-5). En la sociedad judía del tiempo de Jesús, el niño es el ser que no cuenta, el que no tiene ninguna importancia, de tal manera que se alineaba con los sordomudos y los idiotas. Por lo tanto, Jesús afirma que en la comunidad los primeros tienen que ser los más pequeños y débiles. Ni Jesús se comporta como Señor (Jn 13, 13), llama a los discípulos amigos (Lc 12,4; Jn 15,15) y hermanos (Jn 20,17). Se trata de la igualdad de la que el apóstol Pablo habla en términos elocuentes (1 Cor 3, 21-23; Rom 14, 7-9; Gal 3, 27-29; Col 3,11).

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Con todo esto Jesús pretendió ofrecer una alternativa al modelo de convivencia y de sociedad vigente. Frente a la convivencia y a la sociedad basadas en el tener, el poder y el prestigio, Jesús ofrece la alternativa de la comunidad cristiana, basada en el compartir, el servicio y la solidaridad. Por supuesto, la pequeña comunidad cristiana no puede ser una alternativa al conjunto de la sociedad en cuanto tal, porque para eso hace falta la mediación política. La tarea de Jesús no se redujo a formar el grupo cristiano, la nueva comunidad de salvación. Su actividad fue mucho más lejos. El sabía perfectamente que el enemigo principal de su proyecto, el proyecto del Reino, es el sistema establecido sobre el dinero, el poder y el prestigio. Y sabía también que los dirigentes del sistema son, y tienen que ser, los más encarnizados enemigos de su proyecto y de su comunidad. Por todo ello, los enfrentamientos entre Jesús y los dirigentes no tardaron en venir, se produjeron apenas Jesús empezó a predicar y a poner en marcha su proyecto. La comunidad también tendrá que soportar estos enfrentamientos.

Amor y vida comunitaria "El amor cristiano" El amor es una realidad central en el mensaje cristiano: Dios se define como amor (1 Jn 4,8.16), actúa por amor (Jn 3,16) y, conocido en esta actitud, se constituye en fuente de amor para el hombre (1 Jn 4, 19). Toda la ética cristiana se funda en el amor de Dios y cobra de él su significado (1 Jn 4, 7). El amor es superior a la fe y a la esperanza (1 Cor 13, 13). "¿De qué amor se trata?" Para precisar de qué amor se trata debemos tener presente el vocabulario usado en el Nuevo Testamento. Es significativo que el término griego “éros”, del que se derivan las palabras castellanas erótico y erotismo, no se use ni una sola vez. Con el término éros se hace referencia a un amor humano elemental e interesado que brota como pulsión y revierte sobre el hombre. Este no es el amor del que se habla en el Nuevo Testamento. El término más usado para expresar el amor cristiano es la palabra griega “ágape”. Expresa el amor que procede de Dios, el amor hacia los demás que

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nace de la proximidad de Dios y que asume todas las energías y virtualidades del amor humano. Podemos apreciar la profundidad del significado de “ágape” teniendo en cuenta que el amor a Dios se traduce en imitación: en hacer lo que Dios hace y quiere (Mt 5,44-45; 6,10; 7,21; 12,50). Y lo que Dios hace, precisamente, es amar a los hombres. Por eso, ser fiel a Dios significa, no ofender al prójimo, ser sincero, renunciar a la venganza, hacer el bien a los demás, no condenar. Amar a Dios es, por tanto, amar al prójimo con obras, pues eso es lo que significa la Ley y los Profetas. Finalmente, el amor al prójimo es la condición necesaria y suficiente para heredar la vida eterna. Juan evangelista es el autor que más destaca la importancia del amor a los demás. La razón profunda para él está en que el amor de Dios al hombre (Jn 1,14.17) exige un amor de la misma calidad entre los hombres (Jn 13,34). Para Juan, el mandamiento, que sustituye a todos los otros mandamientos, es el amor a los hermanos, y la voluntad de Jesús para sus discípulos se concreta en el único mandamiento, el mandamiento del amor a los demás.(1 Jn 3,11; Jn 15,12.17; 13,15-16; 1 Jn 2,6; 3,3). Para Juan, quien no ama al prójimo no tiene relación alguna con Dios, no le conoce (1 Jn 4,8). En los escritos apostólicos se insiste también en que el amor mutuo es la expresión necesaria de la fe y el cumplimiento de toda la Ley (Rom 13,10; Gal 5,6; Sant 2,14-17; 1 Pe 1,22). Y a ese amor se le considera cimiento ny raíz de toda comunidad cristiana y, más aún, medida del buen estado de la comunidad. Hay amor a Dios y amor de Dios donde hay amor a los demás. Ay relación con Dios donde hay amor mutuo. Hay cristianismo y comunidad cristiana donde el amor fraterno se hace realidad por medio de las obras. La medida de la fe es el amor. “Amor y Comunidad” El amor cristiano se ve amenazado constantemente, no sólo por la falta de amor, la indiferencia y el odio, sino también por la postura de aquellos cristianos que reducen la práctica del amor fraterno a las buenas relaciones interpersonales y a la beneficencia. El amor cristiano tiene necesariamente que expresarse en estas dos manifestaciones, pero no basta, ni es lo más fundamental.

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Lo que verdaderamente determina y especifica el amor cristiano es el hecho comunitario. Todos los escritos del Nuevo Testamento, si se exceptúan las llamadas cartas pastorales (las dos a Timoteo y la de Tito), se dirigen a comunidades de cristianos. Este hecho nos está indicando que las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la caridad no están pensadas simplemente para los individuos, sino para las comunidades. Es evidente que cada individuo tiene que vivir el amor cristiano desde su propia responsabilidad; pero eso no quiere decir que el amor cristiano se agote en el individuo y en sus relaciones puramente individuales. El amor cristiano engendra comunidad entre los hombres. Una comunidad no es simplemente un grupo de personas que tienen las mismas creencias y asisten a los mismos servicios cultuales. Hay comunidad donde hay tendencia hacia una meta común, donde hay participación activa de todos y solidaridad mutua. La comunidad comporta proyectos comunes, corresponsabilidad y puesta en común de lo que cada uno es y de lo que cada uno tiene. Las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la caridad adquieren su verdadera significación cuando se tiene como punto de referencia la comunidad cristiana. Pues entonces es cuando el amor no se puede reducir a prestar una ayuda, más o menos ocasional, sino que hay que traducirlo a la verdadera igualdad entre todos, a la fraternidad, la solidaridad y el compromiso de unos con los otros. La comunidad cristiana representa la realización del proyecto de Jesús: el Reinado de Dios, la nueva sociedad que Dios quiere instaurar entre los hombres. El amor, desde esta perspectiva, también es una actitud básica de todo cristiano. Todos los que tenemos fe en Jesús hemos de buscar formar una comunidad, aunque sea pequeña, para hacer realidad, de esa manera, el mensaje central de Jesús: el amor.

RESUMEN - Iglesia es semilla y cultivo. En ella se realiza el Reino de Dios y es el instrumento que guía a los hombres hacia el Reino.

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- La Iglesia está al servicio del Reino cuando: 1. Anuncia la Palabra, promueve la fe, celebra los sacramentos 2. Construye comunidades eclesiales 3. Difunde valores evangélicos - La Iglesia es un Misterio: 1. Encarnación; humana y divina 2. Cruz, necesita purificación 3. Jesús resucitado la asiste con los sacramentos. 4. Está llamada a la santidad. - Iglesia, Cuerpo de Cristo, por el Bautismo y la Eucaristía, diversidad de dones y carismas. Cuerpo, presencia de Cristo. - Iglesia, Pueblo de Dios, Igual dignidad. Asume las características históricas propias de cada pueblo.

TEMA XXXV. EL PROGRAMA DE VIDA DELCRISTIANO: LAS BIENAVENTURANZAS. Bienaventuranzas

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Mateo 5, 3-12 Dichosos los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que sufren, porque serán consolados. Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra prometida Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán satisfechos. Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos. Dichosos los de limpio corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo; porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo, pues así también persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes.

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Lucas 6,20-26 − Dichosos ustedes los pobres, pues de ustedes es el reino de Dios. − Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, pues quedarán satisfechos. − Dichosos ustedes los que ahora lloran, pues después reirán. − Dichosos ustedes cuando la gente los odie, cuando los expulsen, cuando los insulten y cuando desprecien su nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre. − Alégrense mucho, llénense de gozo en ese día, porque ustedes recibirán un gran premio en el cielo; pues también así maltrataron los antepasados de esa gente a los profetas. − Pero, ¡ay de ustedes los ricos, pues ya han tenido su alegría! − ¡Ay de ustedes los que ahora están satisfechos, pues tendrán hambre!. − ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, pues van a llorar de tristeza! − ¡Ay de ustedes cuando todo el mundo los alabe, pues así hacían los antepasados de esa gente con los falsos profetas!

El programa de vida Jesús presenta a su comunidad un programa de vida. Se trata de las bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-26). Cuando Jesús las propone, se dirige a su comunidad de discípulos.

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Lo primero que aparece en este programa es que Jesús promete a sus discípulos la felicidad. Una felicidad que no proviene de los valores que el mundo considera necesarios para ser felices, sino exactamente de todo lo contrario. El programa de la comunidad de Jesús comporta un cambio de valores, basado en una alegría desbordante, la alegría del que ha encontrado un tesoro incalculable o una perla maravillosa (Mt 13, 44-46). En este programa lo primero es elegir ser pobres (primera bienaventuranza) (Mt 5,3), para tener de verdad solamente a Dios por rey. Se trata, en la práctica, de no reconocer como absolutos ni al poder, ni al dinero, ni al prestigio, sino solamente a Dios. De este planteamiento de base se van a seguir tres consecuencias: los que sufren van a dejar de sufrir (segunda bienaventuranza) (Mt 5,4), los violentos van a dejar de serlo (tercera bienaventuranza) (Mt 5,5); los que tienen hambre y sed de justicia van a ser saciados (cuarta bienaventuranza) (Mt 5,6). Estas promesas de Jesús expresan la abundancia, que caracteriza al reinado de Dios, y que colma las aspiraciones del hombre hasta rebosar. La razón de esta situación desconcertante se formula en la quinta bienaventuranza: Dichosos los que prestan ayuda, porque esos van a recibir ayuda (Mt 5,7). En la comunidad a nadie le va a faltar nada, porque todo va a estar a disposición de todos. Y más en el fondo, la causa que aduce la sexta bienaventuranza: en el grupo cristiano los hombres serán limpios de corazón (Mt 5,8), es decir, gente sin mala intención, sin ideas torcidas, personas incapaces de traicionar. Por eso ellos van a ver a Dios. Esta expresión, que es netamente cultual, quiere decir que los miembros de la comunidad cristiana van a ser personas que existen para servir a los demás. En la séptima bienaventuranza, Jesús elogia a los miembros de la comunidad porque van a trabajar por la paz (Mt 5,9). El grupo cristiano va a ser una fuente de reconciliación y de armonía entre los hombres, de tal manera que así se va a instaurar un orden nuevo, no basado en la represión y en la competitividad, sino en la igualdad y en la aceptación incondicional del otro. La última bienaventuranza elogia a los que viven perseguidos por su fidelidad (Mt 5,10). La razón de esta persecución está en que el mundo no tolera de ninguna manera el programa de vida y de acción que la comunidad vive. Por eso, vivir ese programa supone una amenaza.

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Las Bienaventuranzas de Jesús Las bienaventuranzas que leemos en Mateo y Lucas son el resultado de una reelaboración de las bienaventuranzas que proclama Jesús. Para acercarnos al núcleo fundamental de estas bienaventuranzas, nos conviene situarnos en el contexto de la vida y predicación de Jesús. En este sentido, es de sumo interés recordar el discurso-programa que pronunció Jesús en su ciudad natal (Lc 4,1621). “Núcleo original de las bienaventuranzas” En este texto, Jesús, siguiendo al profeta Isaías, reproduce en su discurso el tema de la primeras bienaventuranzas: los pobres, los hambrientos y los que lloran. Las bienaventuranzas de Jesús están basadas, sin duda, en el mensaje de Isaías. Por eso, siguiendo a los exegetas, podríamos llegar a una reconstrucción de las bienaventuranzas en boca de Jesús. La versión primitiva no sería muy distinta a ésta: • Bienaventurados los pobres porque tienen a Dios por rey. • Bienaventurados los que sufren, porque serán consolados. • Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados. Estas palabras constituyen el núcleo esencial de la predicación de Jesús sobre las bienaventuranzas. Jesús se dirige a los pobres, a los marginados, a los que sufren, a todos los que tienen el corazón roto y necesitan de la bondad de Dios como lo único importante y decisivo de su vida. Ellos son los destinatarios de la promesa de felicidad. Jesús los llama felices y dichosos. Es una paradoja llena de sentido. Los pobres, los que necesitan a Dios, tienen en él a su velador. Dios es su rey, su protector. Nada habrá que temer, porque Dios está de su parte. Jesús se manifiesta como Mesías. No es un maestro oriental que ofrece técnicas apropiadas para la paz. Es el heraldo de la buena noticia de la salvación de Dios. “Las bienaventuranzas interpretadas por Mateo y Lucas” Mateo y Lucas, partiendo del discurso original de Jesús, han hecho versiones distintas de las bienaventuranzas. Las han adaptado a sus respectivas

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comunidades, añadiéndoles los matices que las hacían más comprensibles a los miembros de las comunidades a las que se dirigían. En la comunidad de Lucas predominan los pobres económica y socialmente. En la de Mateo, cristianos procedentes del judaísmo, sin preocupación por el aspecto económico. Ambos evangelistas intentaron que sus respectivas comunidades comprendieran lo más perfectamente posible el mensaje de Jesús. Las bienaventuranzas de Lucas proclaman felices a los pobres, a los que sufren por causa de la fe cristiana. Lucas habla de un estado real de pobreza, de sufrimiento y persecución, producida como consecuencia de la lucha por hacer realidad la llegada del Reino de Dios sobre los pobres de la tierra. En sus bienaventuranzas, Mateo proclama felices a todos aquellos que viven las actitudes evangélicas, a los que practican la justicia del reino. Mateo aplica la enseñanza de Jesús ampliando las posibilidades de pertenecer al Reino; no sólo son bienaventurados los pobres económicamente, sino todos aquellos que interiormente se sienten pobres y eligen ser pobres. Mateo y Lucas coinciden en señalar que el centro del espíritu cristiano es el compromiso por la llegada del reino. Para que el reino se haga presente son necesarios unos hechos y unas actitudes coherentes.

El contenido de las Bienaventuranzas “Dichosos los pobres” Jesús llama dichosos a los pobres. Estos pobres objeto de la felicidad son: • Los económicamente pobres. Los que carecen de las necesidades primarias. Aquellos que nada poseen pueden estar seguros de que tiene un Padre que vela por ellos. Dios es su rey. • Los que tienen necesidad de Dios. Los que se sienten ante Dios como niños. La pobreza de espíritu es una actitud de pobreza ante Dios, una actitud religiosa de confianza filial ante Dios Padre. Esta actitud es garantía de la misericordia y de la benevolencia divinas. • Los que eligen ser pobres. Una actitud filial lleva al desprendimiento y exige del cristiano renuncia a todo tipo de ambición para poder compartir los bienes con los hermanos.

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“Dichosos los que sufren” Junto a los pobres, hay una gran masa social de personas que sufren: cautivos, oprimidos, perseguidos, enfermos, extranjeros, abandonados, etc. Estas personas reirán y se alegrarán, porque Dios triunfará sobre el mal que los oprime y los librará. La solidaridad les alcanzará algún día. Los que causan estos males sufrirán y llorarán algún día. Su injusticia tendrá un límite y Dios será su juez. “Dichosos los perseguidos” La bienaventuranza hace referencia a las primeras comunidades cristianas y alude a la oposición y persecución que padecieron los discípulos de Jesús después de su muerte. Fueron calumniados, odiados y excluidos por la causa de Jesús. Jesús les invita a saltar de gozo, porque su espíritu está con ellos en el miedo y en la duda (Lc 21, 12-15), porque su recompensa será grande en el cielo. Vale la pena ser perseguido, si se trata de construir la comunidad cristiana. “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia” Para Mateo practicar la justicia equivale a vivir el evangelio; consiste en vivir conforme al ideal evangélico, cumplir en todo la voluntad de Dios, buscar ante todo, el reino de Dios y su justicia, y ser perfectos como es perfecto el Padre celestial (Mt 7,24; 6,6; 6,33; 5,48) Esta justicia es más perfecta que el simple cumplimiento de la ley, porque une el corazón del hombre con el corazón de Dios, y el logro del objetivo está garantizado por Jesús; ésa es su recompensa. “Dichosos los misericordiosos” Es dichoso el que practica la misericordia, el que es compasivo, el que, imitando a Dios, presta ayuda eficaz al que la necesita, ante todo, en los aspectos materiales (Mt 23,35-45). La comunidad cristiana, transformada por la solidaridad de todos sus miembros, y Dios mismo será la recompensa. “Dichosos los no violentos”

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Como Jesús, manso y humilde de corazón (Mt 11,29), es dichoso quien no se irrita, no se enfada y se muestra con paciencia inalterable. Y se muestra así porque confía y está seguro en el Señor. Es incluso, capaz de amar a sus enemigos. No se trata de una virtud estoica, sino del resultado de una fe inquebrantable en Dios. Su dicha está en transformar la tierra y en la seguridad del Espíritu. “Dichosos los que trabajan por la paz” También esta bienaventuranza valora la puesta en práctica del mandamiento del amor: trabajar por la paz entre los semejantes. Se trata de una paz activa y creadora. Esta paz no es el producto de un esfuerzo psicológico, sino fruto del don de Dios y de la reconciliación entre los hombres. Los que así trabajan tendrán a Dios por Padre. “Dichosos los limpios de corazón” La limpieza del corazón en la Biblia hace referencia a una actitud interior que tiene su equivalencia en la integridad, sinceridad, transparencia. En definitiva, un recto proceder que brota de un corazón estrechamente unido al de Dios y fiel a su voluntad. El que se comporta así está en íntima relación con Dios. La contemplación actual se convertirá en su día en plenitud de visión y de encuentro con Dios.

Las bienaventuranzas como tarea. Las bienaventuranzas son una parte importante del mensaje de Jesús. Su importancia les viene de su relación con el Reinado de Dios. Las bienaventuranzas son la condición de pertenencia al Reino, es decir, sólo pueden formar parte del Reinado de Dios los que sigan el programa de vida de las bienaventuranzas. La solidaridad, las disposiciones frente a Dios y a los otros son las condiciones de posibilidad para que el Reino de Dios se haga presente. El programa de las bienaventuranzas es el programa de vida del cristiano. Esto significa que son el estilo de vida de los miembros del reino de Dios. Los cristianos han de vivir así. La comunidad cristiana se ha de distinguir por el

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comportamiento que se deriva de las bienaventuranzas. Cada vez que alguien tiene un gesto de acogida, de solidaridad, etc., está haciendo realidad el Reinado de Dios. Los cristianos que viven el espíritu del evangelio y siguen a Jesús no pueden llevar otro género de vida que el marcado por Jesús y el que él mismo vivió como ejemplar y modelo. Las bienaventuranzas hechas estilo de vida en un grupo humano son el camino de transformación de una comunidad, son instrumento para ir conquistando espacios de realidad para la utopía del Reino de Dios. Son, en definitiva, un don de Dios y una tarea a realizar. Cuando la comunidad cristiana proclama las bienaventuranzas, actualiza la misión de Jesús, llamado a transformar a quienes creen en él. Al mismo tiempo, la comunidad cristiana toma conciencia de que se realiza en ella la promesa de felicidad y de salvación, si supera la justicia de los escribas y fariseos.

BIENAVENTURANZAS Y REINO DE DIOS. El reino de Dios, razón de la felicidad Jesús anuncia la felicidad a una serie de personas y esa felicidad consistirá en la posesión del Reino de Dios, es decir, de esa situación nueva y definitiva en la que reinará la justicia de Dios. Lo que promete Jesús es la benevolencia divina, el amor de Dios Padre que se ha manifestado definitivamente en él. Los pobres, los marginados, los atribulados, los tristes, no tienen por qué temer. Dios es su rey y su Padre. Este es el anuncio primordial. Los ricos, los poderosos, los satisfechos, los seguros de sí mismo, los que se creen perfectos no necesitan de Dios para nada. Ya han encontrado su salvación. El Reino, don presente y esperanza Jesús habla del Reino como de una realidad que está sembrada en la historia como una semilla destinada a crecer (Mt 13,31-32), como una levadura que fermenta la masa (Mt 13,33). Es una

Instituto Catequético Pablo VI. Curso de Fe y Moral

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fuerza que actúa callada y eficazmente hasta el momento de la cosecha. El reinado de Dios ha llegado en Jesús, y en él se ha manifestado a todos los hombres. Pero el reinado de Dios, que se ha hecho presente en Jesús, se irá realizando aquí en la tierra, hasta su plena consumación al final de los tiempos. Dios, a quien ahora poseemos de manera imperfecta, se nos entregará plenamente al final (Lc 22,28-30). El Reino de Dios, por consiguiente, es objeto de esperanza. El Reinado de Dios reclama la fraternidad humana El amor de Dios manifestado al hombre no cumple sus expectativas de manera individualista e intimista. La benevolencia divina se manifiesta al hombre como la fuerza que realiza ese mismo amor y como el modelo o la meta a alcanzar. El amor de Dios al hombre es el modelo de vida del hombre. Así lo hemos comprendido en Jesús, que ha dado su vida y que exige dar la vida a los que le siguen. Este amor proyectado a los demás constituye el modo de vida de los cristianos. No tenemos que hacer prójimos de los necesitados por la misericordia y la compasión (Lc 10,29-37). El amor al prójimo es equiparable al amor a Dios (Lc 10,27). Y ese amor se ha de extender incluso a los enemigos (Lc 6,27.33.35). Los valores del reino de Dios. Se comprende así que el reino de Dios es fundamento de felicidad. No solamente por el don de Dios personal al creyente, sino por el nuevo modo de convivencia y por las relaciones humanas radicalmente nuevas que proceden a la aceptación y puesta en práctica de los valores del Reino de Dios. El reino de Dios no consiste en un sueño, sino en un programa de vida concreto. Aceptar el programa del Reino de Dios equivale a asumir e interiorizar una serie de valores y criterios que determinarán la conducta personal y regularán las relaciones entre los que las aceptan.

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