TESTIMONIO DE LAS HIJAS DE MARIA AUXILIADORA SALESIANAS - QUE VIVIERON CON SOR MARIA TRONCATTI

PERLAS ESCONDIDAS TESTIMONIO DE LAS HIJAS DE MARIA AUXILIADORA – SALESIANAS QUE VIVIERON CON SOR MARIA TRONCATTI Sor Carlota Sarvelia Nieto Nieto, FM

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PERLAS ESCONDIDAS TESTIMONIO DE LAS HIJAS DE MARIA AUXILIADORA – SALESIANAS QUE VIVIERON CON SOR MARIA TRONCATTI

Sor Carlota Sarvelia Nieto Nieto, FMA Edad: 86 años Conocí personalmente a Sor María; fue mi primera directora tanto en Macas como en Sevilla y en Sucúa. En Macas entramos juntas en el año 1925, estuve con ella más o menos 17 años y nos unía una fuerte amistad. Tuve la suerte de tener a Sor María Troncatti como directora en la casa de Macas durante los seis primeros años de su fundación, es decir en los años mas difíciles de los comienzos cuando, tanto para Sor María, como para las hermanas que la acompañábamos, todo era desconocido: personas y cosas; pero la virtud de Sor María conquistó bien pronto a los colonos como a los Shuar que, enseguida, descubrieron en ella a la “madrecita buena”, siempre dispuesta a escucharlos, ayudarlos, consolarlos y a rezar por ellos. De la persona de Sor María se desprendía algo especial que atraía: su bondad, su sencillez, su humildad, su entrega y, sobre todo, su caridad. Nadie se acercaba a ella sin sentirse mejor y para ella no había nada que diferenciara a los seres humanos, pues todos eran hermanos, hijos del mismo Padre Dios; por eso su trato era siempre igual para todos, sean ellos blancos o Shuar, ricos o pobres. Para los huérfanos y enfermos tenía delicadezas maternales y para los jóvenes que se hallaban en peligros morales, Sor María desplegaba toda su fuerza moral y espiritual y enérgicamente les ayudaba a salir de su difícil situación, sin escatimar la hospitalidad en la misión durante un tiempo prudencial, con tal de ayudarlas y salvarlas. Muchos serían los nombres que se podrían hacer, de jóvenes que encontraron en Sor María esta clase de ayuda (así Olimpia Polo Maya, las hermanas Mónica y Estorgia Medina, etc.) La providencia fue siempre la aliada más fiel de Sor María: mientras más amaba, más tenía y recibía más; en realidad ella jamás pensaba en sí misma, ni que pudiera faltarle lo necesario cuando tenía que dar de comer o de vestir a más personas de las que había previsto, pues estaba dispuesta a dar todo lo que tenía, con tal de ayudar. Su fe era inquebrantable y granítica, y la demostraba en todas las dificultades de la vida, en las cuales ante todo acudía a Dios para recibir luz y ayuda y luego actuar conforme a lo que había vislumbrado en la oración. Confiaba mucho en Dios como el

“ÚNICO” del que no podía prescindir, porque, para ella, el Señor era su FORTALEZA, GUÍA, DUEÑO de todo su ser, al que todo le debía. Amaba ardientemente a Dios y quería que todos le amen. Su amor se manifestaba en obras, en su ansia de salvar las almas. Ningún enfermo se acercaba a ella, sin que lo exhortara a acercarse a los sacramentos, para vivir una vida de amistad con Dios. Con mayor razón si se trataba de enfermos graves o ancianos. Fue una gran enfermera: ella no se acobardaba por nada, ni de nadie. Confiaba en Dios y en la virgen Santísima y curaba en nombre de Ellos, y eso si que la gente se sanaba ¡casi milagrosamente! Tuvo gran fama de santidad desde Chunchi, en donde todos se recomendaban a la “Madre física”, para que les alcance de Dios las gracias que necesitaban y las curaciones que deseaban. Decían: “¡Rece madrecita!” o bien: “¡Que la madrecita del Tronco rece por mi, para obtener la gracia que necesito!”.

Sor Mercedes María Pesantez Illescas fma Edad: 78 años Conocí a personalmente a Sor María y viví a su lado tres meses en el período que ella fue directora en Guayaquil en la casa “Beneficencia de señoras” En los años 1935-1936 pertenecía a la misma comunidad religiosa. Yo estuve con sor María tres meses en la escuela “San José” de la Beneficencia de señoras, en Guayaquil. Lo que puedo declarar acerca de ella es lo siguiente: cuando se trataba de hacer el bien o de ejercer la caridad, ella posponía siempre su persona. En Guayaquil tenía un baúl en donde recogía todos los regalos y aportaciones que hacían las alumnas y era para ayudar a las misiones; en eso colaboraban también las amigas y otras personas de fuera de casa; personalmente yo también le colaboraba. Como Ecuatoriana, me permito declarar que sor María, una vez que llegó al Ecuador, no hablaba ya de su tierra, sino que amaba y hablaba del Ecuador, en especial del Oriente, como si se tratara de su tierra; así lo demostró en una ocasión cuando nos visitó un Ministro italiano, quien le pidió a Sor María le describiera la realidad del Oriente. Sor María lo hizo en forma tan elocuente y con tanto amor que todos le aplaudimos. Era muy comprensible con la comunidad. En una ocasión nos permitió que preparáramos por la noche un rompope; ella también se sirvió, dándonos luego a entender que lo había hecho sólo por complacernos y por compartir con nosotros. En cuanto a su vida de piedad puedo decir que hablaba a menudo con María Auxiliadora; era siempre la primera que se encontraba en la iglesia. Puedo asegurar que era humilde. Cuando tenía que dirigir alguna carta o comunicación a personas de fuera, me pedía con humildad y confianza a mí, que era hermana profesa, que lo hiciera en su nombre. Algo especial tenía que la distinguía de las demás hermanas: era recogida, algo especial tenía en su manera de andar, las manos las tenía siempre apoyadas al pecho y cogiendo el crucifijo. Pasaba yo unos días de vacaciones en el colegio “Dorila Salas” de la ciudad de Quito. Una hermosa mañana, mientras en unos de los corredores bordaba un pequeño tapete, oí un rumor por las escaleras. Miro hacia allá y, cual mi sorpresa, al ver subir por ellas a sor Troncatti con su delantal blanco, manguitas blancas y un pañuelo también blanco en la cabeza, tal como se encontraba trabajando de enfermera, en su querida misión de Macas en el oriente. Corro hacia ella y le digo: “Sor Troncatito” (así solía llamarla), ¿Cómo así por acá? “¿No sabes quel che passa?, me contestó; ven, acompáñame”. Y sin otras palabras me condujo a la capilla; nos arrodillamos en el centro, abrió sus brazos

invitándome a hacer lo mismo, luego emocionada hizo más o menos, la siguiente oración: “Jesús te amo y quiero amarte siempre (casi lloraba), te doy gracias porque has salvado mi vida. María Auxiliadora, una vez más te has mostrado mi madre, ayúdame a corresponder a tu Hijo y a ser buena misionera; no tengo palabras para agradecer, pero tu lees mi corazón”. Algo más dijo que no recuerdo perfectamente. Rezamos, mientras yo ignoraba lo que acontecía. Cuando salimos de la capilla se acercaron una o dos hermanas y algunas chicas, sorprendidas de verla llegar a la capital con ese vestuario, entonces nos relató lo siguiente: Estaba tranquilamente en mi trabajo (en la casa de Macas), cuando de un momento a otro me llaman para que fuera urgentemente a atender un caso grave en otra misión (no me acuerdo cuál). Tenía que trabajar por las almas, por eso cogí en seguida algunos remedios y fui en busca de la avioneta en la que viajaba una pequeña familia llevando bastante carga. Después de un largo rato de vuelo y, como demorábamos en llegar, pregunté al piloto “que pasaba”. Él me dijo: “Rece Sor María, porque estamos perdidos y, ya mismo se acaba el combustible; ¡boten toda la carga y pidan a Dios que nos salve!”. Así hicimos; después de unos momentos me di cuenta de que volábamos sobre los Andes y el piloto añadió: “Aterrizaremos en Quito, pero con seguridad creo que se incendiará la avioneta, sólo un milagro nos puede salvar. Usted, sor María, rece, pida a Dios y a la Virgencita, porque ya avise a la torre de control lo que nos va a suceder”; al mismo tiempo nos preparamos para morir. Después de unos momentos que volamos sobre Quito, con un esfuerzo máximo del piloto. Llegamos al campo de aviación de esta capital, en donde estaba reunida mucha gente, el cuerpo de bomberos, la Cruz Roja, y no sé cuántos más, para ver el aterrizaje. Y aquí vean el milagro: cayó el avión, abrieron las puertas y, nosotros descendimos sanos y salvos con admiración de todos. Los que habían presenciado referían que el piloto no se cansaba de repetir; “Sólo la oración de sor María nos pudo salvar”. Así fue, el espíritu de la fe de sor María Troncatti y así su eterno agradecimiento a Dios.

Sor Gloria Clemencia Recalde Andrade fma Edad: 53 años Sor María Troncatti solía pasar del hospital a la iglesia todas las tardes hacia las tres. Por aquel tiempo yo estaba preparando a las alumnas a la fiesta de santa María Mazzarello en el corredor de la casa: lo hacía todas las tardes. Sor María pasaba le saludábamos y proseguía su camino. Sin embargo una tarde se detuvo y se puso a conversar conmigo; yo le invité a presenciar las pruebas a que me dijera se parecer. Fue precisamente en ese momento que sobrevino un violento terremoto: 10 de Mayo de 1963; en el lugar preciso de la iglesia en el que Sor María solía arrodillarse, se cayó una columna del templo. Al mismo tiempo, del segundo piso cayó una estatua de la Virgen, la misma que pasó rasgando el delantal de Sor María. Fueron dos circunstancias verdaderamente peligrosas: Dios le libró de una muerte segura. En aquel tiempo era nuestro confesor un sacerdote asignado por los salesianos, el mismo que cambiaba de vez en cuando. Así por ejemplo, por un tiempo fue el P. Formaggio, luego el P. Juan Shutka; Sor María, al igual que todas nosotras se confesaba con el confesor de turno. A pesar de que su actividad le mantenía a veces un poco distraída de la vida de comunidad, sin embargo, toda vez que podía estaba con nosotras y se sentía verdaderamente feliz de participar en la vida de comunidad. Era muy comunicativa; conversaba fácilmente de la vida del hospital y todas nosotras sentíamos que ese trabajo del hospital estaba perfectamente integrado en nuestra vida de comunidad. Sor María era una mujer muy experimentada y esa misma experiencia de vida le permitía solucionar con toda facilidad y sencillez cualquier problema. Era realmente un elemento positivo para la vida de comunidad y si algo añoraba era precisamente el no poder estar en ella por más tiempo. En nuestra vida comunitaria sor María participaba plenamente en nuestras conversaciones y en nuestras bromas y juegos que a veces los realizábamos a costa de ella; nos aceptaba siempre; era persona de confianza. Ella no tenía preferencias y sufrió bastante en el cambio que se realizó en la pastoral del Vicariato, cuando se pidió modalidades diversas en la manera de evangelizar y de tratar al grupo Shuar y al grupo de colonos. Comprendía que este trato preferencial para los shuar producía resentimientos por parte de los colonos. Pero fue tal el respeto que tenía a los sacerdotes y, de una manera particular al P Juan Sutka, que respetó el cambio. Sor María nos escuchaba en todo lo que le decíamos; con ella nos desahogábamos con plena libertad; sin embargo nunca se prestaba para la crítica de las

personas, sino que nos exhortaba siempre a tener paciencia y a acudir a la oración. Era de total confianza para todas nosotras. Lo que puedo declarar es que era admirable siempre en Sor María una especial fuerza moral, fruto de una confianza en Dios sin límites, todo lo cual le daba la posibilidad de salir de cualquier problema con toda serenidad y equilibrio. La invoco a menudo; últimamente le he pedido docilidad de espíritu para someterme a la obediencia: le tengo fe. Me ha llamado siempre la atención de que, a pesar de su edad avanzada, sor María nunca pidió de retirarse, sino que se mantuvo fiel y constante en su trabajo hasta el día de su muerte. Creo que todo esto actuó el gran espíritu de oración que sor María tenía. Además puedo añadir que jamás perdía el tiempo: cuando sus manos no pasaban las cuentas del rosario, las empleaba en trabajos de costura; confeccionó unos hermosos encajes para los manteles del altar. Sor María era una persona forjada en la virtud y en el sacrificio, pues lo hacía con mucha sencillez, como que fuera natural, mientras que a mí me costaba bastante. Se veía que en ella era fruto o consecuencia de una conquista hecha en la brecha de la lucha diaria y de una total entrega a Dios y a los hermanos. La conocí cuando ella era súbdita de madre Josefina Genzone y después de Sor Rosa Pepe, directora joven y de poca experiencia. Sor María Troncatti les obedecía con tanta sencillez que admiraba, ni siquiera se sentía con derecho para dar sugerencias. Muchas de las hermanas jóvenes acudían a ella para recibir consejos, a lo que ella invariablemente contestaba: “Mañana en la Comunión le diré al Señor su dificultad y ¡ya verá cómo se la soluciona!”. La esperanza: - ¡Como su fe también su esperanza era grande! De ella se puede decir que esperó contra toda esperanza. Nada le asustaba, ni nada le turbaba: su esperanza era sin límites. Para Sor María todo era un motivo para esperar en Dios y en el premio que El da a quienes viven entregados a su causa. No le asustaba tampoco la muerte repentina, antes la pedía a Dios y la consideraba como un premio, pues, para ella Dios era un Padre de inmensa bondad y misericordia y en él confiaba plenamente. Su caridad para con Dios y con el prójimo: - El amor a Dios era ¡la razón de su vida! Su vocabulario era muy endiosado, pues, sus exhortaciones y diálogos, así como sus charlas íntimas y comunitarias rebosaban de la presencia de Dios y a él lo atribuían todo. La oración era su aliento diario: amaba estar en la capilla a pesar del poco tiempo que tenía, pero aprovechaba las primeras horas del día, las de la siesta de los enfermos y las de la tarde…, y ¡cómo rezaba! Sin embargo, cuando la llamaban para atender a los enfermos, dejaba enseguida la capilla para acudir a la atención de los necesitados.

Recuerdo la gran caridad con que los atendía: ante todo los escuchaba y luego los atendía directamente o los hacía atender, reservándose siempre para sí la palabra oportuna y eficaz que produce la mirada interior e invita a la confianza de Dios y a la conversión. En la misma forma, hacía todo lo posible para ayudar con medicinas a quienes sabía que eran verdaderamente pobres. Virtudes cardinales.- Era muy prudente: jamás habla con nadie de lo que se le confiaba, de tal forma que todos se le acercaban con toda seguridad, pues era como un sepulcro. ¡Guardaba muy bien el secreto de las almas! Era muy justa, en todo, pero especialmente en las correcciones. Investigaba bien el fondo del problema y luego intervenía con mucha justicia y, a veces, muy fuertemente, de acuerdo a cómo lo requería el caso. Muy frecuentemente le encargaban a Sor María Troncatti los casos más difíciles, pues confiaba plenamente en su prudencia y justicia. Era moralmente fuerte: no tenía prejuicios y tampoco se amilanaba por las dificultades. Obraba con serenidad y fortaleza, de acuerdo a su conciencia. No le gustaban las personas cobardes y ella enfrentaba las situaciones difíciles con mucha valentía y fortaleza, virtud que le ayudó mucho desde los primeros años de sus experiencias misioneras, hasta cuando ofrendó su vida por la paz de Sucúa, alterada por el incendio provocado por los colonos en contra de los misioneros. Respecto a la pobreza era exageradamente pobre y austera consigo misma. Cuidaba hasta los extremos todo cuanto le pertenecía en uso, igual que lo que era de uso común. Llevaba zapatos y medias muy usados y sobre el pobre hábito negro, su infaltable delantal y manguillos blancos. Era un alma completamente desprendida de todo, muy generosa con los demás, siempre lista a ayudar con lo poco o mucho de que podía disponer. En la práctica de la humildad, Sor María era extraordinaria: pareciera que no tuviera amor propio y soberbia, tanto se mortificaba y vencía. En ella parecía ya una cosa natural el ser humilde. No se creía absolutamente nada: Dios y la Virgen lo hacían todo, porque ella era (son sus palabras) una pobre ignorante. Se sometía con mucha sencillez y humildad a las superioras jóvenes, sin criticar jamás, adaptándose y aceptando las nuevas modalidades de cambio con gran ejemplaridad para toda la comunidad. Acataba las órdenes de los Superiores tanto en las cosas agradables como en las desagradables, aunque le causaran gran sufrimiento. Su actitud era siempre la de la sumisión y obediencia. No sé si Sor María Troncatti tuviese el don de curaciones, pero es un hecho que curaba, con fe o con medicinas, ¡pero curaba! Para atender a los enfermos, ante todo rezaba mucho, luego dialogaba pacientemente con el enfermo con una gran capacidad de escucha y esto sí que creo haya sido un gran don que Dios otorgó a sor María.

Junto a la curación del cuerpo, no descuidaba la salud del alma. Para ello, llamaba con tiempo al sacerdote para bautizar o para la unción de los enfermos o para el sacramento de la penitencia, a cuyos actos ella preparaba con sin igual tacto y finura espiritual. Esta fue siempre su primera y principal tarea. La gente consideraba a Sor María Troncatti como una santa, pues la veía siempre con el rosario en la mano, rezando, y además conocía por experiencia todo el bien que hacía. Para mí fue siempre la hermana buena que vivía heroicamente su consagración en el terrible cotidiano. Cuando se supo de su muerte, la gente la proclamó santa sin ambages, comenzando por el doctor Palacios que atendía en el hospital. Todos querían verla una vez más, tocarla o hacer tocar objetos a su despojos mortales. Madre Julia Castaing, inspectora en aquel entonces, quiso trasladar el cadáver a Quito, pero la gente no se lo permitió: quería que quedara en Sucúa, aunque fuera el cadáver, pues la consideraban una santa.

Sor VERÓNICA BAKÁN HORVAT, FMA Edad: 81años He conocido personalmente a Sor María Troncatti en el año 1937-1938, en la casa “Beneficencia de señoras” de Guayaquil por un año y medio en calidad de asistente y profesora (1937-1938). En realidad, debo declarar que en Guayaquil, Sor María se sentía como fuera de puesto; su vocación era la misionera. Lo que recuerdo de ella es que tenía una profunda religiosidad, una fe que vivía a través de una piedad Eucarística y Mariana. No se contentaba ella solamente con las prácticas de piedad comunitarias, sino que buscaba horas extras para la oración y la adoración. Era muy delicada en cuanto a la Caridad. Acompañaba a las hermanas con firmeza, exigiendo el cumplimiento de los propios deberes pero procedía siempre con mucha delicadeza. Termino diciendo que Sor María tuvo para conmigo un profundo cariño y muchas delicadezas: a menudo me escribía y daba muestras de consideración y de verdadero amor. Volví a encontrarme con sor María a lo largo de una semana, aquí en Sucúa, con motivo de la coronación de la Purísima de Macas, y puedo asegurar que la noté siempre ecuánime, cariñosa, tal como la había conocido años antes.

Sor MARÍA TERESA DANTUONO SANGUINETTI, FMA Edad: 66 años Conocí personalmente a Sor María, cuando niña estuve interna en los años 1933-1935; fue la primera directora que conocí. Tuve la oportunidad de conocer y relacionarme con Sor María Troncatti durante los dos años que pasé de alumna en la escuela de la “Beneficencia” de Guayaquil, en donde Sor María era directora, después de haber pasado su primer período de misionera en Macas. Naturalmente la recuerdo en mi calidad de alumna, pues como religiosa tuve sólo la oportunidad de verla y de estar con ella por breves períodos de tiempo, sobre todo con motivo de ejercicios espirituales. Como alumna, recuerdo su bondad y caridad paciente. Apenas la conocí, me quedé prendada de ella y me dije: “¡Yo quiero ser como ella!”. Cuando cometía alguna falta no me perdonaba la corrección, pero luego me mandaba a llamar y trataba de suavizar la corrección que me había dado, ofreciéndome siempre algún regalo para terminar luego diciendo: “¡Pero si vas a hacer religiosa!”. Puedo asegurar que me quería en una forma especial: pues, así lo juzgo yo ahora; pero puedo asegurar que su cariño era espiritual, en ningún momento sentimental. Igualmente que después de la corrección no conservaba ningún rencor y ni recuerdo siquiera de lo que había dicho; se olvidaba de todo. En aquel tiempo el internado era muy severo; nuestros papás nos podían visitar sólo una vez al mes, pero era tal la estima que le tenía a mi mamá que le permitía conversar conmigo y con mi hermana todos los domingos y por todo el tiempo que ella quería. En la primera comunión tuvo un rasgo de delicadeza para conmigo y mi hermana al invitarnos al desayuno en el comedor de las hermanas. Sor María era muy discreta con las confianzas que le hacían: nunca me refirió nada de lo que mi mamá le había contado. Puedo asegurar que mi mamá tenía esa confianza sólo con Sor María y no con otras hermanas; y ella sintió muchísimo cuando le cambiaron a Sor María y le devolvieron a Macas. Sor María influyó muchísimo en mi vocación religiosa. De todas las cartas que le escribí, no contestó, sino a aquellas que le escribí una vez que ya había profesado como religiosa salesiana. La veía solo ocasionalmente, pero puedo asegurar que, en cada ocasión, me manifestaba un cariño extraordinario, lo mismo que me repetía en las cartas que me escribía. Estando yo de alumna en Cuenca donde las hermanas salesianas, y al recibir de vez en cuando algún paquete de mi mamá, al notar ella que allí había algo que podía despertar cierta vanidad me decía: “…No seas vanidosa…”.

La invoco a menudo en mis necesidades. En el caso de una luxación, lo mismo que en el caso del problema que se suscitó con las profesoras de nuestra escuela, no hice más que volver mis ojos a Sor María, y en ambos casos me atendió favorablemente e inmediatamente. Juzgo muy conveniente se siga con el proceso de su beatificación, de una manera particular por la gran caridad que tuvo para con los Shuar. Yo sentía realmente que ella me amaba y en sus correcciones me repetía a menudo: “…María Teresa, eres siempre la misma. Verás que yo te quiero mucho”. La veía rezar mucho con mucho recogimiento y fervor: la consideraba de veras siempre unida a Dios y esto aun cuando no estuviera rezando; pues la presencia de Dios la demostraba en su modo de hablar, de caminar, de tratar con la gente; y a mí también, ya religiosa, me recomendaba tuviera estas actitudes externas que manifiestan en una religiosa la presencia de Dios. Todo esto sobre la base de una profunda humildad.

Sor DELECIDA VICTORIA BALDEÓN NONTOYA FMA. Edad: 57 años Conocí personalmente a sor María, pues viví a su lado por 12 años en Sucúa. Por lo tanto fue primero, directora de la comunidad y luego, hermana en la misma comunidad Tratando de resumir toda la vida de santidad de sor María puedo decir que ha habido en ella un espíritu profundo de piedad, fundamento y base de toda su vida; y luego una caridad sin límites, inspirada y motivada por la fe. Sor María nos insistía a menudo que, después del amor a Dios, tuviéramos un profundo amor y unión entre nosotras. En 1951 me dieron la obediencia de ir a la misión de Sucúa, en donde Sor María Troncatti era directora y enfermera a la vez. Fui recibida con mucho cariño y amor, pues me dijo: “¡Bienvenida, mi querida sor Victoria! Aquí, Ud., también desde la cocina podrá colaborar para hacer tanto bien, con su trabajo sacrificado y escondido, para salvar las almas” En los dos años que fue mi directora, me animaba siempre a seguir adelante en mi vocación, a trabajar únicamente por amor y gloria de Dios y por el bien de las almas. En el coloquio privado siempre fue para mí una verdadera madre. Sor María Troncatti fue para mí un modelo de cumplimiento de sus deberes y, como ella era tan cumplidora, nos exigía a nosotros otro tanto. Practicaba todas las virtudes, pero su caridad, a mi parecer, era heroica. También sobresalió en ella la vida de oración y su profunda humildad. Amaba mucho entretenerse con la oración y para ello aprovechaba todos los minutos libres que tenía. Nos inculca hacer frecuentes visitas a Jesús sacramentado y cuando la hacíamos con ella era con un fervor único, lo mismo el vía crucis que rezaba cada mañana, antes de la meditación comunitaria. Era regular en la frecuencia de los santos sacramentos y asistía a la misa con gran devoción, aunque frecuentemente se sintiera mal. Así mismo trabajaba para que los Shuar que la visitaban se quedaran una noche siquiera en la misión, con el fin de que ella pudiera prepararlos a la confesión y, al día siguiente participen en la la Eucaristía. Para esto se preocupaba para que los atendieran en la comida, diciéndome: “No te dejarás faltar la papa china y la yuca, y tampoco el plátano, ¿verdad?”, y estaba pendiente para que comieran bien y tuviera lo necesario para dormir. Tenía una gran devoción a la Eucaristía, delante de la cual se la veía frecuentemente en oración profunda y devota. Su amor a la Virgen era extraordinario: andaba siempre con el rosario en la mano y lo rezaba comunitariamente, con sus enfermos y en todos los momentos que su trabajo le dejaba un minuto de descanso.

El deseo de propagar la fe entre los Shuar y conservarla mediante una vida auténticamente cristiana era toda su vida. Decía que por ese mismo motivo se había hecho misionera y que su anhelo no era otro que hacer conocer a Dios y salvar muchas almas. Sufría frente a las desgracias, pero era valiente y animaba a que se confiara en Dios, como ella nos daba ejemplo, pues ella rebosaba de fe y esperanza en Dios. Oraba con fervor, pero sin ostentación. Su vida misionera estaba llena de Dios, por eso no tenía ninguna dificultad en hablar de El, antes bien, su conversación era tan espiritual, que reflejaba la bondad del mismo Dios. La gente la oía extasiada y ella aprovechaba para hacer la catequesis ocasional, ya como encargada de la botica, o del hospital, y sabía hacerlo tan bien y en forma tan convincente que lograba verdaderas conversiones, como el caso del Señor Pacheco, cuya esposa aún vive. Siempre manifestaba un ardiente celo por la salvación de las almas: atendía al prójimo en sus necesidades materiales y físicas, con el fin de poder llegar a sus almas y hacerles el bien, pues sufría mucho cuando conocía los desórdenes de ciertos hogares; pero el sufrimiento no la volvía cobarde, antes bien, le daba ánimo, fortaleza y paciencia hasta lograr acercar las almas a Dios. Frente al pobre, al menesteroso, al enfermo, era toda caridad. Parecía que adivinaba las necesidades materiales y espirituales de las personas que se le acercaban, sin hacer jamás distingos entre colonos y Shuar. Recuerdo que a una pobre madre, viuda con 5 hijos pequeñitos, sor María la llamaba frecuentemente para pasarle alimentos con paquetes de harina y granos, reconstituyentes y medicinas y hasta unos palos de madera, para que pueda construirse una chocita donde vivir. Pero –decía yo- a mí me causa mucho pesar también para los salesianos, pues no hay lo indispensable siquiera, para atenderlos, siendo que trabajan tanto. .. _ Es verdad que aquí no hay lo que Ud. desearía, pero ¡paciencia! Ellos también son muy buenos, mortificados y sacrificados. Ya verá: para el almuerzo de mañana no hay carne, pero, vaya al gallinero y traiga los huevos para que haga una tortilla; y si no encuentra, fría unos plátanos. Verá que todos saldremos contentos de la mesa. ‐ ‐ ‐ ‐ ‐ ‐

Y… ¿Qué pan les da para el desayuno…? Aquí nadie le pedirá pan, pero el Señor no nos deja faltar la yuca, el camote y el plátano. Pero, al comer un plátano verde, da la impresión de comer una tusa seca…. Así te parece ahora porque eres nueva en la misión, ¡poco a poco te gustará! Tampoco hay el café para el desayuno… Eso es lo más fácil: tostando el maíz, saldrá esencia para la leche… Al acercarse la Navidad, tenía mucho deseo de tener un poco de pan para ofrecer a la comunidad y sor María me dijo: “Esté tranquila, sor Victoria, el niño Dios nos enviará la harina para que Ud., pueda hacer el pan”. Y así fue,

llegó después de algunos días, aunque muy húmeda, pues venía a lomo de mula, bajo lluvias torrenciales. Con sor María la hicimos secar al sol, sobre manteles y la cuidábamos como si fuese oro en polvo. Se hacía el pan una vez a la semana y podía dar un pedacito en el desayuno. Para comprar de vez en cuando un quintal de harina, en los domingos, vendíamos a los colonos unos 25 ó 30 panes, que ellos consideraban como manjar exquisito. Así pasaron los años de pobreza, pero en la comunidad éramos felices, ya que sor Troncatti, en su caridad, pensaba a todo. Cuando después de algunos años se construyó en Sucúa el hospital y sor María Troncatti termino su período de directora, siguió como enfermera encargada del establecimiento. Ya era bastante anciana y muy cansada por los largos años de trabajo misionero; tenía además, las piernas hinchadas y le dolían mucho; sin embargo hacía lo posible para llegar a la cocina con una libra de harina para decirme que, por favor, le hiciera unos pancitos para sus enfermos. Era tanta la dulzura de su pedido que me conmovía… ¡Cómo y cuántos agradecimientos, al entregarle los panes hechos…! ¡Era su modo de hacer! Desdramatizar las situaciones difíciles y remediar las penurias de la vida con infinita dulzura, bondad y caridad. Su caridad era grandísima. Yo misma la experimenté cuando me dio el paludismo y estuve interna en el hospital. ¡Qué de atenciones y cuidados para que me sanara pronto…! Ya me ponía inyecciones, ya me administraba reconstituyentes y me hacía servir la dieta especial para los enfermos; además me puso en un cuarto individual, con cama ortopédica ¡y con miles de cuidados!... Yo le decía: “sor María, si no fuera por los dolores y el malestar corporal, ¡qué bello sería estar aquí! ¡Lástima que no la reciban cuando uno está sana! ¿Verdad que solo se internan a los enfermos?...”. En este hospital se está bien, decían los enfermos. Sor María nos hace tanto bien ¡material y espiritualmente! La caridad lucía sobre todo en ella. Por medio de lo material, llegaba al espíritu, logrando verdaderas conversaciones con las almas. Sor María era sumamente sencilla. En algunas ocasiones le decíamos : “Sor María, dicen que, con el tiempo, habrá modificaciones en nuestro hábito… ¿Qué dice Ud., al respecto?” “Lo más sencillo, contestaba, basta un terno decente y un cintillo en la cabeza”. Todas sonreíamos y seguíamos las bromas, sin dejar de apreciar que para sor María lo importante en una religiosa era adquirir el hábito de las virtudes.

Yo, en los doce años que pasé con ella, cuántas veces la oía decir esta expresión: “¡Cómo debemos dar gracias al Señor por el don inmenso de la vocación religiosa! ¡Habernos escogido para ser sus esposas, para hacernos santas y ganar muchas almas de estos pobres shuaritos que aún no le conocen!”.

Sor LETICIA DÍAZ PERALTA FMA. Edad: 67 años Conocí a Sor María personalmente, viví a su lado un año y algunos meses en Guayaquil por el año 1936, fue mi directora. Debo decir que sor María, en todo momento, era una religiosa humilde, sincera, fervorosa, sencilla y de un trato siempre muy natural y espontáneo. Fue un alma de oración, viviendo siempre la fe en una continua unión con Dios. Se la veía pasar de un lugar a otro siempre con el rosario en la mano. Con las personas, la vi siempre muy educada, muy culta, muy digna en su comportamiento y en su manera de andar y de hablar. Alma transparente. Fue de temperamento tranquilo; no me recuerdo haberla visto nunca alterada así como tampoco reprochar a nadie con ira o con enojo. Muy observante de la regla; me parecía encontrar en ella muchos rasgos de semejanza con madre Mazzarello. Puedo asegurar no haber visto en ella nunca algún defecto. Si corregía lo hacía con mucha suavidad. Era apreciada por las niñas y por toda la gente. Por mi parte sigo teniendo devoción y fe en sor María, sobre todo después de la gracia que hizo a mi hermano. Yo era hermana profesa y ella me seguía muy de cerca, tanto en lo espiritual como en la las actividades escolares y comunitarias, cumpliendo así lo de las constituciones, es decir, que la directora debía seguir el trabajo de la maestra de novicias. A demás me encomendó a una hermana de probada experiencia, para que me orientara en la asistencia de las internas, en el oratorio y en las clases. Abandono a la voluntad de Dios.- Vivía sor María abandonada en los brazos de Dios, pues en Él creía y de Él lo esperaba todo. Esto nos lo inculcaba también en sus conferencias y buenas-noches, diciendo: “No tenemos por qué temer: estamos en los brazos de Dios y El es nuestro buen Padre”. A mi parecer, se esmeraba en vivir la vida religiosa a la manera de nuestra santa cofundadora, Madre Mazzarello y solía repetir frecuentemente “Trabajamos por un buen Amo: ¡ánimo! Él nos dará cumplida recompensa”. Prudencia.- Nunca le oí a sor María hablar mal de nadie, ni desaprobar a nadie. Era muy gentil y buena con todos. Había conocido a mis padres en unos de sus viajes a las misiones. Ellos la tenían en un muy alto concepto de santidad y ella siempre recordaba a mis padres con gratitud, pues jamás se olvidaba de los favores recibidos.

Virtudes humanas.- Le gustaba que todo fuera bien hecho y, como iba frecuentemente a la capilla y yo era sacristana, ella miraba que todo estuviera muy limpio y ordenado y si encontraba algo de polvo, decía: “Ma guarda (sic) la Casa del Señor debe ser lo más pulita (limpia)”. Era un alma de oración. Se la encontraba casi siempre con el rosario en la mano, desgranando “Ave María”; decía que tenía mucho que rezar. Mortificación.- Sor María Troncatti era mortificada: nunca se quejaba del calor e inclemencias del tiempo y era muy parca en la comida. No tenía sino lo necesario y era generosa con los pobres y necesitados. Como ella vivía abandonada en Dios, Él era para ella el todo; por eso nada le hacía falta. Sor María era muy religiosa y observante de sus votos; a mí me parecía que era la misma madre Mazzarello, en los primeros años del Instituto. Como ella era ejemplo de autentica religiosa, lo exigía también de nosotras mediante frecuentes motivaciones y consideraciones, lo cual nos inducía al cumplimiento gozoso de nuestros deberes de educadoras salesianas. Aunque sor María estuviese corporalmente en Guayaquil, su espíritu estaba siempre en las misiones, con sus Shuar, de quines hablaba con mucho cariño y énfasis. Recuerdo, que a raíz del incendio de Macas, durante la visita del Cónsul italiano a la casa, habló de nuestras misiones durante una hora, entreteniendo a todo el auditorio con su magnífica manera de narrar, pues, era como si estuviese inspirada. Su vida eran las misiones y su más ardiente anhelo volver a trabajar en ellas. Su santidad.-Durante la misma vida de sor María, refiriéndose a ella, muchas veces les oí decir a mis familiares: “Sor Troncatti es una monja santa”. Después de su muerte, oí también a muchas hermanas y a mucha gente del Oriente decir lo mismo.

Sor MARÍA PARÓN VALENTINUZZI FMA. Edad: 72 años Conocí a sor María personalmente pues viví a su lado por 10 años, del año 1949 al 1959 en Sucúa: 4 años ella fue mi superiora y 6 años yo fui su superiora. Lo que puedo decir de Sor María es lo siguiente: fue una persona muy prudente; prefería callar antes que exasperar los ánimos o agravar la situación. Podía ella no estar de acuerdo con alguna opinión de los superiores, pero en ningún momento ella se permitía ninguna palabra de murmuración, ni permitía que otro lo hiciera. En los momentos difíciles era cuando manifestaba su espíritu de fe y confianza en Dios. No tenía preferencias: ayudaba a todos por igual. Sobresalía de una manera particular en la humildad y en la caridad. Si algún defecto pudiera mencionar de ella, sería el haber tenido un carácter fuerte, aunque reconozco que en muchas ocasiones había razón para ello. Era muy celosa en la asistencia y nos exigía que, frente a este deber, dejáramos todo lo demás. Le tengo fe a Sor María y la invoco. Me permito recordar el caso de un cuñado mío enfermo de leucemia, al que recomendé a sor María. Debo certificar que poco a poco fue mejorando hasta que desapareció su enfermedad, según informe dado por los médicos. Algún tiempo después mi cuñado murió, pero no de leucemia, sino de pulmonía y a raíz de una operación. En cuanto a su participación en la vida comunitaria, sor María lo hacía de acuerdo a la disponibilidad que le dejaba su oficio, aunque fue siempre puntual en las prácticas de piedad. Puedo asegurar que apenas disponía de momentos libres de tiempo, corría a la iglesia a rezar. Nunca he tenido que llamarle la atención por alguna falta o transgresión. Sor María Troncatti tenía un carácter fuerte, pero se trabajaba en la práctica de a humildad. El más grade ejemplo de esta virtud que yo he podido presenciar, fue el del caso de una joven shuar, encargada de la limpieza del despacho parroquial, cuando quemo los planos de la iglesia y de los comedores que el revdo. padre director había dejado en el cesto de los papeles, se entiende que fue sin saber que aquellos papeles eran de importancia. Sor María cargó con toda la responsabilidad del hecho y aguantó con imperturbable humildad el fogoso reproche del superior, sin pronunciar una palabra de excusa. Sufría, pero enseguida, con suma sencillez y plena confianza en Dios dijo que rezaría al “Alma solitaria de Roma”, para que interceda cerca del todopoderoso y los haga encontrar. De todos es conocido que, efectivamente, después de ocho días de oración, aparecieron los planos de la iglesia y sólo éstos, en el cajón central del escritorio del director, cajón que siempre se abría y que nunca se dejó ver el rollo de los planos.

Además, ¿Por qué no se encontraron también los de los comedores? Y, ¿Por qué, hasta ahora no se ha podido descubrir el nombre de la persona que pudo haberlos dejado allí…? Sor María estaba convencida que el “Alma solitaria de Roma”, como ella la llamaba, le había hecho el milagro y como agradecimiento, mandó a celebrar una misa. Con este hecho toda la comunidad, como también las internas Shuar, admiraron una vez más la profunda humildad de Sor María que no dejó escapar de sus labios ni una queja, ni una crítica tras el bochornoso enojo del director. Su defensa fue rezar y callar, muy dolida por el disgusto involuntario causado al superior, a quien respetaba en sumo grado. Caridad.- Además Sor María era heroica en la práctica de la caridad. Jamás miraba ni sacrificios, ni riesgos, ni peligros, ni contagios, menos aún se fijaba en los fenómenos atmosféricos que pudieran serle adversos…; bastaba que supiera que alguien sufría, para que ella volara en su auxilio, llevando en el corazón la esperanza de poder hacer el bien, también a sus almas.

Recuerdo dos hechos, entre muchos: 1º.- En el anejo “Madre Mazzarello”, formado de unas 50 familias shuar, más o menos, se desató una terrible epidemia. 2º.- Otro hecho que demuestra su gran caridad es la del envenenamiento del revdo. padre salesiano, Padre Albino Gomezcoello, cuando regreso a Ceipa, acusó fuertes dolores de estómago. Sor María sin saber que lo habían envenenado, pero notando algo anormal en el estado del padre, no lo abandonó ni un momento: lo atendía con todos los remedios que creía mejores para el caso, pero el enfermo no mejoraba. Los shuar que querían muchísimo al Padre Albino, sospecharon que lo habían envenenado y corrieron a la misión, llamando a grandes gritos a madre María para que les permitiera ver al enfermo y, a través de las rayas de la mano del mismo, cerciorarse del estado del padre. Comprobando el envenenamiento, sugirieron a Sor María los remedios naturales que debía suministrarse. Sor María se los aplicó, pero no se movió ni un minuto del lado del enfermo, atenta a las reacciones de los mismos. Sólo los cuidados maternales de Sor María, a la que el padre veía al pie de su lecho de moribundo, pasando las cuentas de su rosario, fueron los que le salvaron de la muerte segura. En la fe y la esperanza Sor María se demostraba también heroica. Creía y confiaba en Dios sobre todas las cosas, siempre y más en los casos difíciles. Recuerdo el hecho del hijo de una madre viuda que el trapiche le molió la mano; en se desesperación la señora acudió a los protestantes, para que trasladaran a su hijo a Quito y así le atiendan mejor, pero no obtuvo cuanto solicitaba por ser fin de semana y por no llegar el avión. Sor María, al saber esto, acudió enseguida, pero se dio cuenta

que, ya había entrado la gangrena… Con todo intentó cuanto pudo y sólo cuando vio inútiles sus esfuerzos, decidió salvar al joven, amputándole el antebrazo. Rezó con gran fervor, hizo rezar a la comunidad y a la familia del enfermo y luego amputó el miembro gangrenado con tanta maestría que el muchacho sanó completamente. Por esto la gente le quería mucho, ya que ella, a más de servirles desinteresadamente, les enseñaba a confiar más en Dios que en los hombres y a recurrir a él en todo momento y dificultad. Solía decir: “en el cielo no tendremos más que sufrir; ¡allí recibiremos la recompensa de todas nuestras buenas acciones!”. A todos inculcaba la esperanza en un futuro más feliz, junto a Dios, para siempre y esto lo hacía especialmente con las personas probadas por alguna desgracia, o junto a los moribundos. Su sí a Dios era muy grande. No daba un paso, sino por Dios y por El no escatimaba sacrificios, pero, en sus relaciones espirituales, su amor a Dios se transparentaba especialmente en su devoción y respeto a la Eucaristía. No se perdía una misa, aunque fuera arrastrándose. Así mismo, su devoción a la Virgen Santísima era ardiente. Todos los días rezaba el rosario entero: con la comunidad la parte que correspondía y las otras en el hospital, con los enfermos, o recorriendo las salas. Ésta era se devoción particular, juntamente con el vía crucis que recorría todos los días, generalmente antes de las prácticas de piedad comunitarias, o al anochecer. A los enfermos les infundía mucha fe y mucha esperanza en Dios, los exhortaba a que se acercaran al sacramento del perdón con tanto fervor, que ningún enfermo salía del hospital sin ponerse en amistad con Dios. Era muy prudente: jamás contó las confianzas que, como enfermera, recibía de los pacientes, ni nunca chismoseó; en cambio, cuando alguien estaba gravemente enfermo, lo comunicaba a toda la comunidad, para que rezara por él. Cuando tuvo casos difíciles en la comunidad, era sumamente prudente en hacer las correcciones y sólo se rendía frente a las evidencias, pues ella era incapaz de pensar mal de nadie. Defendía a brazo partido los derechos de los shuar, especialmente en lo que se refería a terrenos, suelos, compras y ventas. A pesar de su poca preparación en este campo, no se dejaba engañar y nunca permitió atropello de ninguna clase. Era de carácter fuerte, pero se dominaba mucho; sin embargo, cuando creía justo y necesario hacer alguna observación, entonces la hacía muy severamente. En las penalidades y desgracias se veía su gran fortaleza por la valentía con que las afrontaba, confiando siempre en el Señor; por eso se mantenía serena y obraba con todo acierto. Así frente a las epidemias o enfermos graves.

Sor María era muy parca en las comidas, como en las demás cosas. No era rebuscada ni escogedora. Además nunca exigía nada para sí y entre las cosas de su uso, no tenía nada de superfluo. Era muy escrupulosa en la observancia del voto de pobreza: nunca hacía nada, sin el debido permiso de las superioras. En cuanto a pureza era reservadísima. Su porte, sus palabras, sus actitudes respiraban esta virtud. Amaba a las personas y éstas sentían ser amadas por ella; pero su cariño era sobrenatural: por eso era tan apreciada. No hablaba nunca de detalles de enfermedades, a pesar de tener tanto trato con los enfermos. Sor María era ejemplo de obediencia. Bastaba que las superioras expresaran algo, que ella lo hacía en seguida. Cuando no fue ya directora, era un ejemplo de obediencia: pedía los permisos con gran sencillez y lo que decían las superioras eran ley para ella. Era muy adicta a los salesianos y los obedecía como a superiores. Disponibilidad.- En la atención a los enfermos era admirable: la gente prefería ser atendida por ella, pues creían que si Sor María los atendía, era seguro que se curaban. A pesar de curar mucho con medicinas caseras, sugeridas frecuentemente por los mismos shuar, se notaba que mucho influía su fe, porque lograba sanar a muchos enfermos desahuciados… Sor María era muy apreciada, pero su fama se santidad aparece después de su muerte, cuando la gente empieza a encomendarse a ella y obtiene favores y gracias por su intercesión.

SOR MARÍA TRONCATTI Sor Florinda Pesántez FMA. La Misionera y Sierva de Dios Sor María Troncatti, según lo demostró su vida, comprendió y vivió a plenitud la palabra de la “Redemtoris missio”:”La persona que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo debe acercarse a Cristo” Sor María Troncatti a quien conocí siendo yo Neo-Profesa, iluminó mi camino con el testimonio de su vida. Demostraba que veía a Cristo, totalmente entregada a Él en el servicio de cuantos la rodeaban. Se observaba que su única preocupación era buscar el bien para todos: para ella, no había excepción de personas. “Todos somos hijos de Dios, a todos debemos respeto y amor”, decía frecuentemente”. Si hay necesidad de alguna preferencia son los más pobres. Los más necesitados, los menos capacitados ante los demás. Que todos conozcan a Cristo, lo amen y comprendan que vino a la tierra para llevarnos a l Padre, este debe ser nuestro empeño” repetía frecuentemente. Hacía suyas las palabras de S. Juan: “Dios es amor”.”Todo hombre por lo tanto, es invitado a convertirse y a crecer en el amor misericordioso de Dios por él, y el Reino de Dios crecerá en la medida en que cada hombre aprenda a dirigirse a Dios como Padre, en la intimidad de la oración y se esfuerce en cumplir la Voluntad de Dios¨. (RM.cap.2) Ella, no solo lo decía, sino que vivía cuanto decía. La eficiencia de su acción apostólica la sacaba de sus encuentros íntimos con su Jesús. Verla y sentirla rezar era aprender a orar. Con el rosario en la mano, resolvía casos difíciles, tanto materiales como la curación de enfermos, solución de situaciones económicas difíciles, como espirituales: arreglos de hogares destrozados, retorno a la amistad con Dios de quienes de mantuvieron por años lejos de Él. No perdía ocasión de buscar la extensión del Reino, se sentía Iglesia y quería atraer a todos a la misma Iglesia (RM. Cap. 4). “Las dificultades internas y externas no deben hacernos pesimistas o inactivas. Lo que cuenta aquí, como en todo sector de la vida cristiana, es la confianza que brota de la fe, o sea de la certeza de que no somos nosotros los protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu. Nosotros únicamente somos colaboradores y cuando hayamos hecho lo que hemos podido, debemos decir: “Somos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer”.” Esto lo repetí a con frecuencia y decía: “Solo lo que hagamos unidas a Jesús y a María tiene sentido en la vida”. Profundamente humana, con su entrega total en el servicio a los hermanos, a cuantos a ella acudían, llamándola como acostumbraban “Madre María” estos encontraban

acogida cariñosa, que les proporcionaba paz, seguridad y serenidad para continuar – decía- por el camino con la mirada a Cristo.

LA VIDA DE SOR MARÍA TRONCATTI ILUMINADA POR LA SMA. VIRGEN Sor Pierina Rusconi FMA. Cuando yo era Directora en Macas, Sor María Troncatti estaba en Sucúa en el Hospital y ya no era Directora. Venía a visitarme frecuentemente y me ayudaba mucho, con su grande amor a María SMA. El 5 de Agosto de 1969, vino a Macas, al Santuario para participar a la S. Misa solemne en honor a la PURISIMA. La Iglesia estaba repleta de fieles. Yo la acompañe en el banco donde estaba ella. Vi que se escondía el rostro con las manos y lloraba, lloraba delante de la Virgen.Yo creí que estaba conmovida recordando el incendio reciente de la Casa de Sucúa; acontecido el 4 de Julio de aquel año. Pero al término de la Santa Misa, Sor María me tomó de la mano y me llevó al fondo del patio, donde antes había la lavandería, y no había personas y me dijo: “Ahora te digo una cosa, pero tú no la dirás a nadie hasta cuando no se verifique lo que te digo”. Y me hizo una pequeña cruz sobre los labios. Le dije: “¿Por qué está conmovida?¿Por qué llora tanto, Sor María? - “La Virgen, la Purísima me ha hablado”. Yo quedé maravillada al oír esto. “La Virgen me ha dicho que me debe pasar una cosa trágica y solo a mí.” Yo no saldré de la Misión. Mi cuerpo exánime estará a la sombra de la Inmaculada. Nadie me tocará”. Yo me quedé impresionada, pero no dije una sílaba a nadie.

Ella debía viajar, por tierra, a Quito con otras dos Hermanas para los Ejercicios Espirituales, pero aquella noche llovió tanto que impidió el viaje. Entonces Sor María resolvió viajar en TAME (Transporte aéreo misionero) y me dijo: “Los colonos y shuar están enemistados. Aquí hay necesidad de una víctima. Yo me ofrecí al Señor. ¿Qué me dices tú? Le contesté: “Yo no sé, Sor María. Estas cosas consúltelas con el Confesor”. La semana siguiente me llamó por teléfono y me dijo: “Todo está terminado. Ya la víctima es ofrecida y el Señor la ha aceptado” El día 25 de Agosto yo tenía que viajar a Quito, en aquel mismo aéreo en el cual viajó Sor María con otras dos Hermanas, pero cambie de idea, para viajar al siguiente día. En la tarde me llaman de Sucúa y me dicen: “Sor María Troncatti hoy viaja en aéreo, el mismo que transportará la carne a Quito. Viajará a las 3:30 p.m.” Después de pocas horas me llamaron nuevamente y me dijeron muy angustiadas: “Ha caído el aéreo donde viajaba Sor María Troncatti y las Hermanas”. El Doctor Contreras viajó en seguida al lugar del desastre. Los buenos misioneros salesianos viajaron inmediatamente y yo con ellos, junto a Sor Gloria Recalde. Llegamos cuando el Doctor Contreras llevaba a la Casa a Sor María en sus brazos. Sor Blanca Córdova estaba desfigurada. Los pedacitos de vidrio la penetraron en todas partes y su rostro era todo ensangrentado. Sor Imelda Narea había quedado parada y totalmente inconsciente. Sor María Troncatti la llevaron al Hospital y llegando a la puerta exaltó el último respiro. El Doctor me dijo: “Yo me tomo el cuidado de Sor Blanca y de Sor Imelda y Usted busque donde poner a Sor María” Preparamos una mesa donde poner su cuerpo exánime. Toda la gente de Sucúa acudió alrededor del féretro llorando y rezando y los shuar decían: “Ha muerto nuestra mamá. Ha muerto una santa”. El Señor Cosme Cossi, coadjutor Salesiano, decía: “No la podemos dejar así en la Iglesia”.

Y yo le dije: “Sí el Papa estuviese aquí, nos diría de dejarla, porque no tenemos una sala grande para velarla”. Invadida por la tristeza y el dolor, no recordé el dialogo que tuve con Sor María en días anteriores. Llegaban las personas de todas partes y nosotras nos encontrábamos nada para poner a su cabecera. Yo vi una estatua de la Inmaculada, y la puse a su cabecera, toda rodeada de azucenas. Solo entonces me recordé de sus palabras: “Me velarán a la sombra de la Inmaculada”. Y había dicho también: “Nadie me tocará” A la noche vino el Doctor Contreras y me hizo ver la orden recibida del Municipio en la cual le encargaba que él hiciese la autopsia a Sor María y el Doctor dijo:”Yo no la toco. Yo no la toco”. Vino la señora y me dijo llorando: “Si mi marido no hace la autopsia, le quitan el puesto”. Llorando, recé a Sor María que me ilumine y dije al Doctor: “Diga al Doctor del Municipio que venga él a hacer la autopsia”. Era un doctor que había recibido tantos beneficios de parte de Sor María y él también se resistió a la autopsia. Ni el uno ni el otro tuvieron el valor de tocar a Sor María. La llevaron al Hospital y le pusieron un esparadrapo en las sienes para disimular la función de la autopsia. En la hora de la sepultura cayó un diluvio de agua, pero al entrar en el cementerio apareció un arco iris luminosa, como una señal de paz que Sor María anunciaba a las dos razas de shuar y de colonos. Y Sor María no salió de la Misión. Se apagó así aquella vida toda mariana, enamorada de la Virgen. Tal vez también Ella, hoy nos repetiría las palabras que pronunció Monseñor José María Girarda: “No tengáis miedo de amar demasiado a la Santísima Virgen. Por cuanto la améis. Siempre merecerá más amor de lo que la amáis. Nuestro Hermano mayor Jesús irá siempre delante de nosotros en el amor a su MADRE SANTÍSIMA”

NOTA: Cada uno de los testimonios están autenticados con la Firma de la M. Inspectora Firma el Padre Inspector P. Luis Sànchez

Sor Consuelo Cuadra fma



FUENTE:
 
 Positio
 super
 virtutibus
 de
 la
 Sierva
 de
 Dios
 de
 Sor
 María
Troncatti,
Hija
de
María
Auxiliadora.
 Emanado
por
la
Congregación
de
la
Causa
de
los
Santos.


Roma
 1997


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