tierno mártir. Ahora acaba de salir de mis entrañas, y tú le arrojas contra la dura tierra!

186 NARRACIONES LITERARIAS cuando los feroces verdugos le arrebataban de sus amorosos brazos la mitad de su alma. » Cuantas diligencias empleaba par

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NARRACIONES LITERARIAS

cuando los feroces verdugos le arrebataban de sus amorosos brazos la mitad de su alma. » Cuantas diligencias empleaba para ocultar al tierno infante, otras tantas practicaba el inocente niño para descubrirse. »No sabía callar, porque aún no había.aprendido á temer, y luchaban á brazo partido el verdugo y la madre: ésta por retener y salvar á su querido hijo, aquél por arrancar de su seno al tierno mártir. »¿Por qué apartas de mí al que engendré en mis entrañas? — decía al sayón la triste madre. Mi vientre le dio el ser, mi pecho le alimentó; nueve meses abrigué cuidadosamente al que tú despedazas con mano cruel y sangrienta. ¡Ahora acaba de salir de mis entrañas, y tú le arrojas contra la dura tierra!.... » Otra madre desconsolada, al ver que despedazando á la prenda de su corazón la dejaban con vida, decía á su verdugo: »¿Para qué me dejas sola? Si hay culpa, esa es mía mía ¿M lo oyes? Si no hay delito y es solo por el placer de matarle, entonces junta la sangre mía con la de mi hijo, y líbrame de este modo del dolor que siento.

— —



»Otra, afligida, decía:

-»Á uno ese uno que

buscáis y á muchos destruís, buscáis jamás lo encontraréis.



«Mientras que otra infeliz, apretando contra su dolorido corazón el cuerpo ensangrentado de su hijo, exclamaba, elevando sus llorosos ojos al

cielo

— »¡Ven

ya, Salvador del mundo! Por más que te busquen, á ninguno temes :que te vea el tirano y no quite la vida á nuestros queridos hijos.» Hasta aquí San Agustín La sangre inocente enrojecía la tierra El dolor de algunas madres era tan inmenso, tan terrible, que se sentaban en el suelo con los destrozados cuerpos ele sus hijos en los brazos, y comenzaban á mecerles y á cantarles como para dormirles. Aquellas desgraciadas tenían los ojos sin lágrimas, la sonrisa en los labios, y cantaban porque habían perdido la razón. Otras más varoniles y menos resignadas con su suerte, al ver maltratados á los queridos trozos de sus entrañas, se abalanzaban contra los verdugos como las panteras heridas, y hacían presa con sus dientes en las manos de los sayones, cayendo, después de una lucha desesperada, anegadas en su sangre sobre el cadáver de sus hijos. Más de sesenta belemitas sacrificados al furor de Herodes yacían degollados en el ancho

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El cuadro era horrible, espantoso: la historia lo recuerda con asombro sin ejemplo. La cruel matanza había terminado, y los verdugos se disponían á abandonar aquel inmenso bazar de sangre y dolor, cuando vieron á una mujer que se dirigía hacia aquel sitio con un niño en los brazos. Aquella infeliz, ignorante de lo que la esperaba, se iba acercando hacia el matadero de los inocentes entonando alegres cantares. De vez en cuando elevaba á la altura de su frente los delicados piececitos del infante, haciendo que los apoyara sobre su cara, y los besaba. El niño se reía de las ternezas que le tributaba su cariñosa madre. Cmgo salió al encuentro de aquella mujer, y sin desplegar los labios extendió su callosa mano y se apoderó del niño por una pierna. La inocente criaturilla quedó colgando de la mano del verdugo con la cabeza hacia abajo. La madre lanzó un grito de sorpresa; el niño prorrumpió en un lloro amargo. ¡Ay de ti, miserable esclavo, si tocas un solo cabello de ese niño, exclamó la mujer con las facciones horriblemente contraídas por" el asombro y la rabia, porque ese mño heredero de la corona de Judá, es hijo de revés y esta destinado á ocupar un trono

.

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-

-

*

Aloir estos palabras, en el obscuro semblante de Cingo brilló una alegría feroz. —¡Ah! ¿Conque este niño es el rey de Judá? —le dijo. —Pues á este buscábamos: la sangre derramada podría muy bien haberse evitado. Y haciendo girar al niño como un molinete sobre su cabeza, lo despidió por alto con toda su fuerza Sus compañeros lanzaron una carcajada horrible, y recogieron con sus manos aquel cuerpo que su jefe les enviaba por el aire. Uno de ellos separó con su espada la tierna cabeza del inocente cuerpo, y se la presentó á su jefe doblando una rodilla en el suelo y diciendo con incalculable cinismo : Cingo, yo te presento la cabeza de un rey te no olvides de darme el galardón. La infeliz mujer no pudo resistir aquel sangriento espectáculo, y cayó de espaldas sin sentido. Cingo ató la cabeza del niño á un extremo de su manto, y salió de la piscina, seguido de sus feroces soldados. Las madres se quedaron solas en aquel sitio de horror y sangre. Espantadas, llorosas, sin darse cuenta de lo que les acontecía, permanecieron horas y horas junto á los restos destrozados de sus hijos, como



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una mano poderosa les sujetara á pesar suyo en aquel sitio. si

Llegó la noche, y la luna clara y hermosa derramó lalluvia de plata que brota da su frente

sobre aquel campo de sangre. Diríase que el astro luminoso de las tinieblas, por voluntad suprema, brillaba con más claridad que nunca, para que las almas de los inocentes belemitas llegaran al cielo guiadas por sus tibios y radiantes resplandores. Belén, patria de David, cuna de Dios, fué la madre de los primeros mártires del Cristianismo. Los verdugos de Belén llegaron á la ciudad santa á la caída de la tarde. Más tranquilo que sus satélites, el esclavo favorito se encaminó hacia el palacio de su señor. Como siempre, penetró en el dormitorio de Herodes por la puerta secreta. El idumeo se paseaba con grandes muestras de agitación cuando Cingo entró en su cámara. Una sonrisa feroz apareció en sus labios. -Cingo;,.... ¿eres tú? ¡Ah! gracias á Moloc, vuelves por fin. obedecido — Estás ¿Todos? -Todos - respondió el esclavo con su acos-



Herodes exhaló un profundo suspiro desde el fondo de su corazón Si hemos de dar crédito á una de las rnu— jeres que se quedó llorando en Belén, volvió á decir Cingo con una frialdad cruel, el rey de Judá no debe inspirarte el menor recelo :he aquí su cabeza Y el esclavo, desdoblando la punta de su manto, presentó la cabeza del niño que tan cruelmente había arrebatado de los brazos de la última belemita. Herodes dejó aquel miembro insepulto sobre una mesa, y comenzó á examinarle en silencio. Las vidriosas pupilas del idumeo se fijaban con uña tenacidad extraña en el lívido semblante de aquella cabeza ensangrentada. De vez en cuando se restregaba los ojos, como si algún estorbo le impediera examinar á su placer aquellas facciones inanimadas. ¡Es extraño !—murmuró después de una Se me figura que yo he visto esta cara pausa. antes de ahora. En este momento abrióse el pesado tapiz que cubría la puerta, y una mujer, pálida, ensangrentada y con los ojos hinchados por el llanto, se presentó en la sala. La mujer lanzó un rugido reconociendo á









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volvió la cabeza. —Herodes ¿Tú aquí, Rebeca?— la preguntó el estrañeza! — :S exclamó la mujer con

rey con

ronco y nervioso acento;— yo, que vengo á entregar al rey de Jerusalón el cuerpo de su hijo, para que lo una con la cabeza que tiene entre las

manos

. Y Rebeca arrojó á los pies de Herodes el mutilado tronco de un un niño que llevaba oculto bajo su manto. ¡Ah!— exclamó el idumeo retrocediendo algunos pasos.— ¿Conque esta cabeza ? — Es la de tu hijo; del hijo que encomendaste á mis cuidados, que yo he alimentado con el jugo de mi pecho; tu hijo, que ese infame ha



Cingo Herodes lanzó un grito y dejó caerla cabeza,

que rodo por el suelo, produciendo un ruido nueco y frío. Luego se llevó las manos ala cara para ocultar a sus ojos el cadáver del último fruto de su amor; pero aquellas manos estaban tintas con su propia sangre; y aquelk gangre

El esclavo no desplegó los labios; esperaba su

sentencia, y á través de su negra piel se le vio palidecer,

Rebeca, cual la sombra del remordimiento, terrible, amenazadora, permanecía en medio de la sala, siempre con el brazo extendido en di-

— ¡Dejadme!.... ¡dejadme!.... — gritó el rey

rección al etíope.

con

acento amenazador después de un momento. Pero llevaos ese cuerpo ensangrentado de mi presencia, su vista me quema los ojos y hace arder mi corazón. Rebeca recogió el destrozado cuerpo del niño, envolviéndolo en su falda, y luego, lanzando una mirada amenazadora al esclavo, exclamó con tono profético: — ¡Ay del asesino de los primogénitos de Judá! Su nombre será maldito por los siglos de los siglos, y en la última hora de su muerte las furias del averno se gozarán en destrozarle las entrañas con sus lenguas de fuego.

LAS GOLONDRINAS

golondrina es indudablemente la avecilla más poética entre toda esa ran república alada que puebla el icio y armoniza los bosques. as flores no a,bren el certamen de sus úmes hasta que las golondrinas vienen kotraparte del Estrecho á presidirlo. ni "iiliiinlin n lii iiiiiin i iilni i,, de la primavera, de esa juventud del año; y cuando se las ve revolotear por encima de nuestras cabezas, se las saluda con gozo, enviándoIa s una sonrisa. La golondrina abriga en su diminuto corazoncito las dos grandes virtudes que enaltecen á los hombres: la gratitud y la fidelidad. Guiada por los recuerdos del amor, vuelve de lejanas tierras buscando hospitalidad bajo el mismo techo donde nació, y se enoja y demues-

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tra su mal humor si halla cerrada la ventana ó la puerta por donde entró y salió millones de veces, llevando en el pico la partícula de barro para construir su nido, ó el insecto para alimentar á sus hijos. Cuando cree que ha sonado la hora de la emigración, la golondrina se reúne y emprende la marcha en dirección á sus cuarteles de invierno y de verano, bastándole una hora para atravesar una distancia de 80 leguas. El poder de- sus alas sólo es comparable con las del ave fragata, que, como la golondrina, es la reina del espacio y mira con indiferencia al huracán. Algunos autores aseguran, no sin fundamento, que la golondrina no canta, sino habla; y efectivamente, si queréis verla enojada, gruñona y parlanchína, poneos á clavar un clavo ó hacer algo que á ella le moleste junto al sitio donde se halla colgado su nido. Su algarabía es tal, que parece reprenderos la inoportunidad de vuestra aproximación y no se tranquiliza hasta que ve terminada vuestra faena, dejando libre el paso, porque desde el momento que os honra con su se cree confianza la verdadera dueña de la casa. Cu ando algún peligro amenaza en el nido á sus queridos hijuelos, la golondrina tiene un

grito de guerra, al que

no dejan nunca de acudir todas las compañeras que lo oyen, dispuestas á defenderla mientras les quede un soplo de vida, porque la golondrina no ignora que la unión constituye la fuerza. Por las mañanas, al romper los primeros albores del día, entabla diálogos que la ciencia del hombre no ha podido aún traducir á la palabra, ese verbo divino que lo explica todo. Lo que la golondrina habla con sus compañeras, el himno discordante que dedica á la luz del sol, es un misterio para el hombre; supone, sin embargo, que entre ellas entablan diálogos que deben tener mucha analogía con esa verbosidad matinal que da vida y animación á las casas de vecindad. Nosotros ignoramos lo que se dirán las golondrinas y los gorriones, sus vecinos inmediatos, por las mañanas; pero á juzgar por el estrépito que arman, es de sospechar que la conformidad de pareceres no reina entre ellos; pero desde ahora se puede afirmar que el gorrión será más intencionado y más epigramático en sus apreciaciones, porque el gorrión, que es el pájaro más tunante del reino alado, vive siempre en perpetuo recelo, mientras que la golondrina es tan confiada y tan bonachona, que deja á sus hijos al alcance de la mano del hombre.

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. La primera golondrina que vemos en el espapracticando la increíble gimnasia de sus prodigiosas alas, nos produce una inmensa alegría, porque ella es la anunciadora del buen tiempo; los cazadores, al verla, piensan en las codornices y dirigen una mirada cariñosa á su perro; y los labradores, frotándose las manos, limpian las eras y los graneros, y hacen votos al Santo patrono de su pueblo para que no falten las aguas de Abril y Mayo, fecundadoras de los cio

campos. Dice San Francisco que la golondrina llega a hacerse ama de la morada del hombre, y chas veces hablan tan alto, que preciso mues decirmUküima* golondrinas. ;no podríais adiar un poco? El poeta filósofo Michelet asegura, bajo la honrada fe de su palabra, que el hogar del hombre pertenece á la golondrina. «Donde anida la madre dice -an ida luego la hija y la nieta. Vuelven al mismo sitio todos los anos, y sus generaciones se suceden con mayor regularidad que las nuestras. La familia humana se extingue, se dispersa; la casa pasa á otras manos: las golondrinas siguen y sostienen su derecho de ocupación »Asi ha llegado esta viajera á ser el símbolo de la firmeza y de la fijeza del hogar. Tan ape-

-

volviendo,

gada está á él, que muchas veces, aunque la casa se halle en obra, aunque la derriben en parte para volverla á construir, aunque la perturben durante largo tiempo los albañiles, no por eso dejan de volver á ocuparla estos pájaros fieles de perseverantes recuerdos.» De buena gana escribiríamos un libro dedicado á la golondrina, si tuviéramos el talento analítico de Toussenel, al que sólo nos parecemos por nuestras condiciones de bimanos en el mundo humanal, y la afición á la caza, que, sin modestia, la tenemos tan bien sentada como la tuvo el sabio autor de El mundo de los pájaros, y le pedimos á Dios que no nos llegue en vida la hora del arrepentimiento, como le llegó á Toussenel, que después de haber cazado mucho se cortó la coleta, como decimos en España, y colgando los chismes de matar se dedicó á ser uno de los más furibundos protectores de los animales, después de haber sido uno de sus más

incansables perseguidores. Respetemos, pues, á la golondrina; concedámosle siempre los cariñosos homenajes de la hospitalidad caldea; su consecuencia en visitarnos, su amor á nuestro hogar, la hacen acreedora al título de Benjamín de la familia; dejemos siempre abierta la ventana por donde sale y entra, convirtiéndola en un derecho ele sppfF

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dumbre; no la hagamos nunca el menor daño puesto que confía á nuestra honradez lo que más ama, sus hijos; y no olvidemos que cuenta la tradición que con sus alas arrancó tres espinas de la dolorosa corona de Cristo cuando enclavado en la Cruz exhaló el último suspiro en la cumbre del Gólgota para redimir al hombre Respeto, cariño y gratitud eterna á la modesta avecilla emigradora que viene todos los anos á visitar nuestro hogar, anunciándonos la ñermosa primavera.

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EL TRÉBOL DE JUDEA

esús y los discípulos salieron de Jerusalén por la puerta Doria, y cruzando el torrente Cedrón, tomaron el angosto sendero que conduce al monte de las Olivas. Serían las diez de la noche soplaba frío, impetuoso, como un bronco lamento de la naturaleza, quebrándose en las rocas del valle de los Cedros. Los buhos entonaban su tétrico canto desde el sepulcro de los Profetas. La luna comenzaba á elevar su frente por las espaldas del monte Erego. Espesos nubarrones recorrían por el éter, anunciando una próxima tempestad. El doloroso silencio de Jesús, que caminaba

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delante con la frentre inclinada hacia el suelo, y la tristeza de la noche, oprimían el afligido espíritu de los Apóstoles. Habían caminado como unos cien pasos del torrente Cedrón, cuando Jesús se detuvo delante de una granja llamada Gethsemaní. Aquella granja estaba recostada en la falda oriental del monte de las Olivas. Entonces Jesús dijo á Simón, Bartolomé, Tadeo, Felipe, Tomás, Andrés, Mateo y Santiago el Menor. — Quedaos en este cercado. Yo voy á orai allí. Y extendió el brazo en dirección al monte Después repuso : — Velad y orad á fin de no .caer en la tentación; y vosotros, Pedro, Jaime y Juan, seguidme. Jesús, seguido de sus tres discípulos favoritos, entró por un agujero que había en la tapia de tierra que cercaba el jardín, k Después caminaron como unos setenta pasos. |:; "'- -\u25a0\u25a0'\u25a0\u25a0\u25a0\u25a0\u25a0 h th?i lo Jesús

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Pedro hizo observar á sus amigos la palidez del Maestro. El Galileo volvió á detenerse y dijo-Vosotros que me habéis seguido por todas

EL

TRÉBOL

DE JUDEA

partes, vosotros solos podéis ver mi debilidad sin dudar. Esperadme aquí: estos olivos, los más viejos del monte, os servirán esta noche de tienda. —¡Pues que! ¿Nos dejas, Señor? preguntaron sus discípulos Jesús extendió el brazo en dirección á una gruta cuya entrada se hallaba medio oculta por la maleza. —Yo voy allí — les dijo. Y avanzando algunos pasos, entró en la gruta, con el corazón oprimido. Una vez dentro, arrojóse al suelo, y hundiendo la frente en él, comenzó á orar. Una tradición, antigua como el mundo, refiere que los padres del género humano, cuando fueron arrojados del Paraíso, se refugiaron en aquella gruta. Más tarde, según otra tradición, Adán y Eva fueron á gozar el eterno sueño de la muerte sobre la solitaria cima del monte Gólgota, donde, según se cree, están enterrados sus huesos Jesús oraba con la frente hundida en el polvo, cuando resonó en los ámbitos de la gruta el sonido de una trompeta. Las bóvedas se estremecieron, la tierra tembló, porque aquel sonido tenía el poderoso acento

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del trueno , el eco espantoso del huracán desencadenado A su voz, los muertos deben un día agitarse en sus sepulcros Su acento poderoso llenará el universo, y la tierra, abriendo anchos boquetes, arrojará de su seno millones de esqueletos. Porque la trompeta que aterró á Jesús en la gruta era la que debe convocar á los muertos en el día del Juicio final. Cuando el eco de la trompeta se perdió en los ámbitos obscuros de la gruta, oyóse una voz poderosa que decía: — Hijos de los hombres, escuchad la voz del que tiene la llave de la eternidad; oid la palabra de Aquél que enfrena la furia de los mares y torna en céfiro blando el devastador aliento del huracán; escuchad el acento del que da la luz al sol, fruto á los campos, aroma á las flores; oid la palabra del Ser infinito, que presta poder á la muerte; y si existe bajo la luz que vivifica la inmensidad una criatura que quiera morir por el género humano; si hay un hombre que se atreva á soportar la muerte más dolorosa que sufrió ser alguno, desde el justo Abel hasta ef presente; si hay una criatura que quiera aparecer ante la presencia de Dios, que responda: el Eterno le esi»™

—Señor —exclamó

Jesús —mi cuerpo se halla dispuesto al sacrificio. Perezca yo, rasguen los hombres mi carne en pedazos, si mi dolorosa muerte ha de salvar al género humano. Entonces la bóveda de la gruta se abrió como para dar paso á las palabras del futuro mártir. Un rayo de luz esplendorosa descendió de los cielos. Aquella luz bañó con sus divinos rayos el cuerpo de Jesús, que parmanecía orando, con el rostro pegado á la tierra. Después tornó á juntarse la bóveda, y las tinieblas reinaron por segunda vez en la gruta. Aquel rayo de luz celestial llenó ele valor el corazón de Jesrís. Se puso en pie y dijo con tranquilo acento: — Cúmplase lo que de arriba emana: estoy

dispuesto Entonces se abrió la tierra y apareció en la gruta el arcángel tentador. Llevaba el traje blanco délos arsenios, y la sonrisa irónica de los reprobos brillaba en sus labios. — Heme aquí, dijo el arcángel; por segunda vez vengo á ofrecerte mi protección: Tu hora se aproxima. ¿Estás resuelto á morir por salvar las iniquidades del género humano? — Sí ,— respondió tranquilamente Jesús. — Mi sangre lavará el pecado nefando de la humanidad, mi Cruz será la llave de la Redención.

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— ¿Vas á echar nefando de Caín?

sobre tus hombros el crimen

— Sí.

El arcángel exhaló un rugido de ira La impasibilidad del Nazareno le irritaba Escucha—dijo después de una corta pausa—la sangrienta historia de esa raza que quieres salvar con tu sangre inocente, y dime después si es digna de tan heroico sacrificio. Después del alevoso asesinato de Caín, crucemos sin detenernos por un inmenso mar de sangre que cubren las gigantescas alas del diluvio universal. El castigo de Dios estaba cercano. Los rastros de la cólera divina veíanse aún en la tierra, cuando nació un Nemorod, que fué el ladrón más grande que desde el principio había pisado la tierra de los hombres; porque Nemorod, privando á todos de su libertad, se erigió señor por la fuerza y se hizo adorar como Dios, siendo un miserable asesino. Siguiendo la historia del pueblo elegido por Dios, nos encontramos con la rabia de Esaú para con su hermano Jacob, con la atroz perfidia de Simeón y Leví, con la infame venta del casto Josef. El ruido de las cadenas, los lamentos de dolor, no cesan nunca. Adombecech corta los pies y las manos á cincuenta señores, y los ata debajo de su mesa, que aquellos lamentos le ayudan á hacerdiciendo La di-



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gestión; Abimelech, para ceñírsela corona, degüella sesenta hermanos; y el persa á Artajerjes VIII,por el mismo motivo, asesina ochenta y cinco entre hermanos y parientes. Dalila, modelo de perfidia, vende á su esposo Sansón; Helí pierde á Israel por su torpeza; Saúl es devorado por la envidia; Athalía degüella los primogénitos de Judá; Aman es incestuoso; Absalón traidor y Adonais fratricida; Salomón, su padre, llora amargamente en los últimos años de su vida la maldad de sus hijos. Detrás del rey poeta siguen en Israel diez y nueve tigres con la frente coronada; la tierra se enrojece con la sangre de las víctimas; el pueblo se empobrece con la codicia de sus tiranos, y la virtud huye avergonzada de la nación elegida. Después sigue Asistóbulos, que mato de hambre á su madre. Hircano, que quiere usurpar la corona á su padre, y la guerra civil devasta la Judea. Elestandarte vencedor de Pompeyo recorre las tribus, vagando los indefensos descendientes de Jacob; y por último, Herodes el Grande cae sobre Israel como un azote. Su terrible cuchilla nada respeta; la sangre corre hasta en su mismo palacio, y la de sus mujeres y sus hijos se mezcla con la de los inocentes belemitas y la de su oprimido pueblo. El mismo templo de Sión se mancha con la del justo Zacarías, Con la tuya,

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¡oh Jesús !se manchará en breve la cumbre del Gólgota. ¡Y por esa raza de incestuosos, de fratricidas, de verdugos y asesinos vas á sacrificarte ! Luzbel soltó una terrible carcajada que hizo estremecer las bóvedas de la gruta. En la frente de Jesús brotó una gota de sudor. Aquella gota era roja como la flor del granado El Nazareno sudaba sangre Alzó los ojos llenos de dulce resignación al cielo, y juntando las manos en ademán suplicante, murmuró esta frase : — ¡Dios mío, cúmplase tu voluntad! Luzbel interrumpió su carcajada y exhaló un grito de dolor. \u25a0Ljaunansedunibre de Cristo le despedazaba el corazón. Tomó aliento como el que se dispone á luchar, dijo: y — Ya que para convencerte no te bastan los crímenes célebres que ha perpetrado esa raza maldita que quieres salvar, escucha: Dios me concede sólo tres horas para ponerte á prueba; corto espacio de tiempo. Para recordarte las infamias del hombre se necesitarían mildías con sus noches; pero aprovecharé el tiempo. Ya has oído en extracto la historia criminal del pueblo

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predilecto del Señor. Ahora te iré revelando á la ventura la de otros países. Cambises, ciego por la ambición, sepulta un inmenso ejército en los desiertos arenales de África; Astelano asesina á Jerjes y acusa á Darío, que muere degollado por su hermano Artajerjes; Slatina, mujer cruel, hace matar á su suegra Perisatas :la concubina Aspasia revela á su señor Artajerjes II que uno de sus hijos la solicita, y aquel padre cruel ejecuta una horrible matanza, porque tuvo tres hijos legítimos y ciento doce bastardos. Á este bárbaro le sucedió el asesino Artajerjes III, que extinguió su numerosa familia. Quinto Cúrelo asesina más tarde veintiséis hermanos. El cuchillo se embota en la mano de su eunuco Bogoas, pero el tirano le grita: « ¡Mata! ¡mata!» Algún tiempo después, el veneno de Boagas venga las víctimas de Curcio. El eunuco, aficionado á la muerte, prepara segunda vez el veneno para su nuevo señor ; pero es descubierto, y le obliga á apurar la copa y muere; luego Alejandro, en el Asia, derrota á Darío ;pero el puñal de Beso, su vasallo, corto el hilo de su existencia. Si diriges los ojos á la moderna república de Roma, ¿qué hallarás? Sangre como en todas partes. Rómulo mata á su hermano Remo; Numa Pompilio, siendo un farsante, se hace adorar por su pueblo ;Julio Hostilio, más que hom-

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bre es un lobo carnicero que ensancha las fronteras de Italia. Tarquino Prisco añade doce pueblos á la república, y muere á manos de sus hi-

jos; Julia, la esposa de Tarquino el Soberbio, su marido á que mate á su madre, y después aplasta el cadáver bajo las doradas ruedas de su carroza; Appio Claudio se enamora brutalmente de la casta Virginia, y no pudiendo conseguir una caricia, la manda degollar en una plaza pública en presencia de su padre; Mario y Sylas, con sus tablas de proporción, derraman tanta sangre por las calles de Roma, que el Tíber se desborda de sus márgenes; Julio César muere á manos del más querido de sus amigos, y Augusto, Marco Antonio y Lapido sacrifican á sus parciales, pero reinan juntos y se devoran más tarde; y Tiberio, el señor de Roma, manda crucificar á las madres por el solo delito de haber llorado la muerte de sus hijos. Luzbel se detuvo. Jesús volvió á decir: — Señor, hágase como deseas. Un grito atronador brotó de la inmunda boca del demonio tentador, y dijo: ¿Y no desprecias á esa raza? ~ No Moriró — Por ella, repuso Jesús. En aquel momento una segunda gota de sangre brotó ele la divina frente de Jesús

obliga á



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TRÉBOL

DE JUDEA

¡Jerusalén! ¡Jerusalén! prepárate á presenciar la muerte del Justo. Su dolor será inmenso, su agonía dolorosa, su muerte cruel, pero su sangre purificará al género humano. Y vosotros, Apóstoles de Jesús, cuya fe inquebrantable os lleva en pos de los pasos del divino Maestro, preparaos para el futuro martirio que os espera. Vosotros seréis la semilla cristiana que se extenderá por el campo del, universo; pero vuestra muerte será terrible, cruel, horrorosa. Después resonó un trueno pavoroso. El arcángel había desaparecido. Jesús cayó de rodillas y se puso á orar. Una tercera gota de sangre humedeció su frente La bóveda de la gruta volvió á abrirse La luz del Cielo bañó segunda vez el cuerpo del Mártir y los ángeles entonaron este canto: Tu dolor sublime, tu sangre inocente, dará la paz al universo. ¡Gloria á Jesús en la tierra! ¡ Gloria al Señor en los cielos ! Jesús seguía orando, con la frente hundida en el suelo Dios oía sus súplicas, todas en favor de la



humanidad Sus ruegos fueron atendidos, y la sangre que

ofrecía por el pecado ajeno admitida. Cuando Jesús se levantó, una de las gotas de

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sangre que manchaban su pura frente cayó en el cáliz de una pequeña y modesta flor que se hallaba á sus pies. Iba á salir de la gruta, pues la hora de su prisión se acercaba y quería antes despedirse de sus tres discípulos favoritos, cuando oyó una voz, que hubiera sido imperceptible para otros oídos que los de Jesús, que decía : Señor, inclina tus divinos ojos hacia la tierra y mírame. Tus castos labios han tocado no ha mucho mis hojas inodoras, y la preciosa sangre de tu frente ha caído en mi cáliz sin perfumes. Yo soy la planta más humilde y más modesta de Israel. Nadie me mira, nadie me coge con amor, porque no tengo virtud ninguna; pero Tú puedes hacerme inmortal concediendo á mi familia una gota de sangre en cada una de sus pequeñas y blancas hojas, y un poco del perfume de tus divinas palabras en la semilla que me fecundiza. ¡Señor, Señor, no te vayas sin concederme lo que te pido! Jesús inclinó los ojos hacia el suelo. Aquella voz nacía del cáliz de una flor. Compadecido el Nazareno ante la súplica de aquella débil planta, le dijo: Ya que has presenciado mi amargura, ya que Dios te concede por un momento el don de la palabra, mi sangre esmaltará desde esta no-





che tus blancas hojas, y á esas tres manchas añadiré la corona de espinas que he de ceñirme mañana en la ciudad querida de los Profetas, y el perfume delicado de los lirios clel valle de Zabulón. ¡Señor, Señor, bendito seas! volvió á decir la tierna florecilla. Desde entonces crece en los campos una flor silvestre que ostenta en sus blancas hojas tres manchas de sangre que entrelazan una corona de espinas Esta flor se llama el trébol de Judea



EL LICENCIADO

n la vida real, las pobres criaturas jt^ experimentan á veces ciertas alegrías, momentos de gozo tan inefable, que no es posible describirlas con la pluma; y es, sin duda, porque todas esas grandes expansiones, que brotan del alma, necesitan del alma para expresarse

Recuerdo una vez que presenció un instante la indescriptible felicidad, el efecto de un inmenso placer que sintió una madre. Yo me hallaba cazando en. un monte, y la guardesa de aquel monte tenía un hijo en el servicio del Rey. Aquella buena mujer, enamorada de su hijo, rezaba todas las noches con fervoroso labio ante una estampa de San Rafael, litografiado, con

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abigarrados colores, que colgaba de la cabecera de su cama

Aquella buena madre no se cansaba nunca de hablar de su hijo, que se llamaba Rafael, como el Santo en quien había puesto todas sus esperanzas, á quien ella dirigía todas las noches sus oraciones, sin olvidarse niuna sola, por atareado, por fatigoso que hubiera sido el día ; porque la pobre Rafaela (así se llamaba la guardesa) hubiera creído una ingratitud no acordarse de su hijo al acostarse. ~ Rafaela contaba los días, las horas que le faltaban á su hijo para tomar la licencia; y muchas veces, encorvada junto al fogón, disponiendo la comida de los cazadores, se la sorprendía con las lágrimas en los ojos Su marido, el guarda encargado de la custodia del monte, la reprendía con frecuencia por aquella sensibilidad maternal; pero ella seguía llorando y recordando siempre á su hijo, porque una madre no olvida nunca al adorado ser que llevó en sus entrañas. Era indudable que Rafaela, la guardesa, se acordaba de su hijo hasta en sueños, porque su vida, su alegría, su segunda naturaleza se reducían á tener á su lado á Rafael. Cuando el tiempo se presentaba revuelto, desapacible, entonces la guardosa solía decir:

— El pobre

Rafael puede que se encuentre á estas horas de centinela, mojado como un pez y helado como un carámbano. ¡Pobrecito de mi alma!.... ¡El pasando trabajos, y sus padres aquí, junto á esta hermosa llama de la chimenea. Entonces las lágrimas de Rafaela aumentaban, y el mal humor de su marido subía de punto. Si hacía sol, Rafaela encontraba un motivo para temer que su hijo estuviera expuesto á un tabardillo. Para aquella madre no había tregua, y puede decirse que su vida se reducía á un pretexto para ocuparse de su hijo. Yo confieso que el cariño maternal de Rafaela me inspiraba tanto respeto como admiración, y muchas veces me complacía echando con ella algunos párrafos, procurando tranquilizar su sobresaltado espíritu. Estoy seguro que aquella buena madre me agradecía con toda su alma el interés que me tomaba por tranquilizarla; pero tengo asimismo la seguridad que toda la elocuencia de Platón no hubiera, conseguido borrar los sobresaltos del corazón de Rafaela ni enj ugar las lágrimas de sus ojos

Una tarde me hallaba cazando solo con mi perro por la mano alta de una ladera próxima á la galiana que conducía á la casa.

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De pronto, á mis espaldas, oí una voz sonora y varonil, que cantaba por todo lo alto la siguiente copla: «Es el querer de las hembras un querer que se va y viene; pero el querer de las madres allí donde nace muere.»

Volví la cabeza para ver al cantor que tan

privilegiados pulmones demostraba tener, y me encontró á pocos pasos de distancia á un soldado, con su chaquetilla azul, su gorra de cuartel, su pantalón encarnado, sus polainas grises, su morralillo de lana colgado á la espalda, su cañón de hoja de lata pendiente de una lujosa cinta de seda, y una vara de fresno en la mano. El militar era idudablemente un licenciado, que regresaba á su casa después de haber cumplido con su patria. ¡Hola, paisano! — me dijo ¿Se caza mucho? — No se da mal le contesté — Es un buen monte este de Mata Hermosa, y si no fuera por los dañadores, aún sería mejor. Le conozco mucho; como que he nacido, por decirlo así, entre sus chaparros.







Y el joven militar, que se conoce que tenía mucha gana de conversación, volvió á decir: ¿Usted conocerá, puesto que está cazando aquí, al guarda Sinforiano y á su mujer la señora Rafaela? ¡Ya lo creo !¡como que estoy viviendo en su casa! — Allá voy yo también. le pregunté, ¿Conoce usted á Rafaela? concibiendo una sospecha. ¡Toma !¡ya lo creo! y ella me conoce á mí, porque me ha parido. — ¿Es usted Rafael? Para servir á Dios y á usted. ¿Viene usted con la licencia absoluta? Sí, señor; en este canuto la llevo arrollada como un barquillo. — ¡Que alegría tan grande va á experimentar Rafaela en cuanto le vea á usted asomar por la puerta ! contestó riéndose el mili—¡Ya lo creo! tar ; pero no son pocas las ansias que yo tengo por darle un abrazo de esos á lo bruto y como se lo he ofrecido al hijo de mi madre desde el día en que me dieron un tute en Peñaplata, que por poco las lío; pero con Dios, paisano, que tengo prisa por ver la cara que va á poner Rafaela al ver ante ella á este Rafaelillo.





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— Yo también

voy á la casa le dije; —pues deseaba presenciar el primer encuentro entre la madre y el hijo. Tomamos por el camino de la galiana, mi perro delante, que andaba y desandaba las distancias sin acordarse de la lógica, y Rafael y yo detras, hablando de la guerra que preocupaba por entonces á España. Poco después llegamos á la casa Rafaela se hallaba junto á la puerta del gallinero, tendiendo al sol la ropa que acababa de lavar.

El ruido de nuestros pasos la hizo volver la cabeza, y al ver á su hijo se la cayó la ropa que tema en las manos y sólo tuvo fuerza para decir: — ¡Raí ael!

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EL LICENCIADO

Rafaela miraba á ,su hijo con' una expresión verdaderamente seráfica; se sonreía sin poder hablar, pero de sus ojos caían gota á gota lágrimas que daban á su semblante una expresión de infinita ternura. Aquellas lágrimas, aquel silencio, eran la elocuencia de su inmenso gozo; lo decían todo sin necesidad de palabras; sólo después de un largo rato pudo coordinar esta frase: — ¡Hijo de mi corazón, bendito seas! Las madres sienten el amor maternal mucho antes de haber visto con los ojos del cuerpo á sus hijos; porque la mujer, desde el instante que siente en sus entrañas el estremecimiento del cuerpo que se nutre con su sangre, comienza á ver con los ojos clel alma aquel ser desconocido, y lo reviste de todas las más poéticas formas. Un grito de dolor, una convulsión titánica, un estremecimiento de la naturaleza, que la retuerce con los tormentos de Prometeo, le indican que va á ser madre; una lágrima, un suspiro, una sonrisa de mártir y un beso, le añaden: tienes un hijo, y desde este momento comienza junto á la cuna, para terminar junto al sepulcro, el hermoso, el sublime, el incomparable poema de la maternidad Siempre que veo á una madre enamorada de sus hijos, recuerdo la mía, que desgraciadamente

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ya no existe, que ya no veré más; porque la madre es lo mismo que el honor, el que lo pierde una vez no vuelve á encontrarle nunca, aunque viva cien años en este valle de miserias y pena-

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Rafaela, abrazada al cuello de su hijo, besándole las mejillas y llenándole el rostro de lágrimas, era en aquellos momentos la madre más feliz del Universo. Rafael se reía, y no se hubiera cambiado por el Rey de España. La vuelta del soldado recompensa siempre á la famdia el gran dolor que le causa la partida del quinto. Dios, el eterno nivelador de la humanidad, así lo ha dispuesto.

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%r\ tfe el éielo y lá tiei¥k princesa? ¿Quién es la reina de la casa? ¿Quién es la más hermosa de Valencia? Mi hija, sí, señor, mi hija; el pedacito mi alma, el trocito de mi corazón, como los ángeles y mira >s serafines cuando la boba de . ._re le hace fiestas. Esto decía una robusta aldeana mientras envolvía al mismo tiempo en los pañales de bayeta amarilla á su pequeña hija que apenas contaba cuatro meses de edad. Aquella madre, enamorada de su hija y que, á pesar de su pobreza, todo le parecía poco para el pequeño ser que había nutrido en sus entrañas, se hallaba sentada en una silla en medio de uién es la

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su corral, y tenía junto á ella, extendida en el suelo, una zalea y una pequeña almohada. El marido de la aldeana, que era un fornido joven de treinta años, apoyado de espaldas en la pared, contemplaba con grata y silenciosa satisfacción el grupo de la madre y la hija, fumando al mismo tiempo un cigarrillo de Aquel hombre del campo, aquel hijo del trabajo, no hablaba; pero en sus toscas y bronceadas facciones se adivinaba claramente que estaba en perfecto acuerdo con las exageraciones que su mujer le dedicaba á su hija. La madre, cuando hubo fajado á su pequenuela, la sentó sobre las rodillas, y mirándola con los ojos del alma y acariciándola su pequeña barba con la yema del dedo índice de la mano derecha, añadió: -Pues si, señor, yo lo digo y basta; cuando mi Qmqueta (Francisca) sea mocita, vendrá un principe montado en un caballo blanco, con muchos pajes y criados detrás, y llamará á la puerta de nuestra Masada diciendo- Ave María Purísima; ¿ge puede -Adelante, señor príncipe, le contestaré yo.

papel.

hermosa de todo el Maestrazgo? — Sí, señor, aquí vive. ¿Qué desea?

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— ¡Toma!

pues quiero casarme con ella — me contestará el príncipe y le traigo los regalos de boda; aquí están: una espuerta llena de perlas; otra de diamantes, cadenas y brazaletes de oro; vestidos de seda, camisas de holanda y zapatitos de raso. La niña, sin comprender el razonamiento , se agitaba sobre las rodillas de su madre, obedeciendo á esos impulsos de la sangre que hacen saltar á los pequeñuelos cuando están alegres. Al mismo tiempo la chiquitína se reía, preludiando esas débiles carcajadas que regocijan hasta lo más profundo el corazón de los padres. — ¡Qué tonta eres !hasta la niña se «ríe de ti dijo el'marido mirando á su mujer con esa ruda ternura de los campesinos. Podéis reíros de mí, tú y ella, contestó la madre; pero te aseguro que mi Quiqueta no se ha de casar con un destripaterrones como su padre Vaya, vaya, deja la niña en la zalea y vamos almorzar, porque hoy es día festivo y quiero ver si mato un par de perdices. La madre dio el pecho á la niña, que se quedó al instante dormida; luego la colocó sobre la zalea, á la sombra de la tapia, y dirigiéndola una de esas miradas maternales, que no son

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otra cosa que una caricia del alma, entró en la casa seguida de su marido. La cocina de la masada tenía una ventana grande que recibía la luz del corral. El día era hermoso ;una de esas mañanas del mes de Mayo, en que el cielo del Maestrazgo ostenta su purísimo azul, sin que lo empañe la menor nubécula. Elsol lo embellecía todo, llenándolo de luz y de alegría; las peñas brillaban, despidiendo destellos metálicos, y el fondo del valle presentaba ese verde tranquilo tan grato y consolador á la vista, De pronto el matrimonio, que se hallaba en la cocina disponiendo el almuerzo, vio cruzar por delante del hueco de la ventana una sombra, como si el sol se nublara, y al mismo tiempo oyó ese estrepitoso cacareo que arman las gallinas cuando un perro extraño turba con su presencia la inefable paz de su serrallo. ¿Qué es eso? preguntó la mujer. Eso será el águila que se ha engolosinado con nuestras gallinas; pero, por el Santo de mi nombre, que ya me ha robado dos y no me ha de robar la tercera dijo el marido descolgando la escopeta y asomándose á la ventana. La mujer se asomó también, pero al ver lo que pasaba en el corral dio un grito imposible

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de imitar, uno de esos gritos que no olvida nunca el que lo oye una vez y que sólo formula la garganta y el pecho de una madre cuando ve á su hijo en peligro de muerte. El hombre no gritó, pero su moreno semblante se puso pálido como el de un muerto. — ¡Mihija! ¡Mi Quiqueta! ¡Mialma! — gritó la madre saltando por la ventana, como la pantera que le arrebatan uno de sus cachorros. El hombre saltó también y se puso la escopeta á la cara ¡No tires, no tires! exclamó la mujer; puedes matarla ¡Que Dios y la Virgen Santísima tengan compasión de mi pobre Quiqueta! La infeliz madre cayó de rodillas, juntó las manos, y elevando una mirada al cielo la fijó en un águila real que se balanceaba en el espacio, elevando, cogida por los pañales con sus potentes garras ,á la pobre niña que poco antes dormía en la zalea. Imposible sería describir el espanto de aquella madre, el terror de aquel padre. Mientras tanto el águila, señora del espacio, se remontaba, haciendo caprichosas evoluciones, como si quisiera demostrar el poder de sus inmensas alas y la fuerza de sus duras garras. El cuerpo de la infeliz niña se mecía en el aire, oscilando como el péndulo de un reloj







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