Todos vosotros sois hermanos

313 Todos vosotros sois hermanos Subsidio de formación permanente sobre el capítulo III de las Constituciones generales, a cargo de la Secretaría gen

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Todos vosotros sois hermanos Subsidio de formación permanente sobre el capítulo III de las Constituciones generales, a cargo de la Secretaría general OFM para la Formación y los Estudios, Roma 2002

PRESENTACIÓN La fraternidad es nuestra forma de ser en el mundo y en la Iglesia. No existe vida franciscana si no es como fraternidad; nuestra vocación es ser hermanos; y nuestra ley fundamental es la del amor (TestS 4). Por otra parte, el fundamento de nuestra vida fraterna consiste en abrirnos, cotejarnos, acogernos y dialogar; ésos son los instrumentos para iluminar, fortalecer y actualizar nuestro proyecto evangélico común; ésa es la condición para que nazcan nuevas motivaciones que estimulen la creatividad y ayuden a recobrar confianza en nosotros mismos y en los demás. Don y tarea, la fraternidad se acoge pero también se construye. Llamada divina y realidad humana. Como llamada divina, la fraternidad se alimenta de la oración, la escucha de la Palabra, la Eucaristía, el perdón y la reconciliación. Como realidad humana, la fraternidad tiene sus propias leyes, exigencias y mediaciones: relaciones auténticas, familiaridad, amistad, jovialidad, cortesía, servicio... Para ayudar a los hermanos a acoger el regalo de la fraternidad y edificarla constantemente, la Secretaría general para la Formación y los Estudios, siguiendo un trabajo iniciado en 1993, ha preparado, con la colaboración de una comisión internacional, este subsidio «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS», que ofrece un material útil para la reflexión, tanto personal como fraterna, sobre el tema de la fraternidad, en la formación permanente y en la formación inicial. A la vez que expreso mi gratitud a la Secretaría general para la Formación y los Estudios por esta iniciativa y a Fr. Joxe-Mari Arregui, Fr. Pierre Brunette, Fr. Johannes Freyer, Fr. Saúl Zamorano, Fr. Cesare Vaiani, Fr. Sebastián Kremer, Fr. José Rodríguez Carballo y Fr. Sebastián López por el trabajo realizado en la elaboración de «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS», invito cordialmente a todos los hermanos de la Orden a servirse de este subsidio a fin de progresar, sin cansarnos nunca, en la acogida del don de los hermanos y en la construcción de la verdadera fraternidad como «familia unida en Cristo» (CCGG 45 §1), de tal modo que alcancen «la plena madurez humana, cristiana y religiosa» (CCGG 39).

FR. GIACOMO BINI, OFM Ministro general

Roma, 16 de enero 2002, memoria de los Protomártires de la Orden Franciscana.

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«TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» (Mt 23, 8; Rnb 22, 23) La Secretaría general para la Formación y los Estudios viene trabajando desde hace varios años en la elaboración de materiales que faciliten la lectura y la asimilación de las Constituciones generales OFM, publicadas en 1987. Con este objetivo publicó en 1993 Nuestra identidad franciscana. Para una lectura de las CC.GG. y en 1996 El espíritu de oración y devoción. Con el mismo objetivo presentamos ahora el volumen «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» (Mt 23, 8; Rnb 22, 23). Con este volumen queremos poner a disposición de los hermanos y de las fraternidades un material que pueda ser un subsidio de formación permanente que, teniendo en cuenta el capítulo III de las Constituciones generales, ayude a profundizar en una de las «prioridades» de nuestro carisma franciscano: la fraternidad, y, de este modo, permita a los hermanos una «continua renovación del espíritu» (EEGG 2 §2). La fraternidad, en efecto, es una de las líneas fundamentales del proyecto de vida franciscano: la vocación de los llamados a esta vida es vocación a la fraternidad, vocación a ser hermanos. La fraternidad franciscana tiene origen y comienzo en el acontecimiento al que se refiere Francisco en su Testarnento, cuando dice: «...después que el Señor me dio hermanos...» (Test 14; 2Cel 15; TC 25-29). Estas palabras revelan y manifiestan algunos de los rasgos que constituyen la originalidad y la característica principal de la fraternidad de los Hermanos Menores. Porque decir «el Señor me dio hermanos», es proclamar que los hermanos los da y regala el Señor. Es subrayar la gratuidad del hermano y la gratuidad de la fraternidad o del conjunto de los hermanos. Es decir que el hermano no es para nada, no es rentable ni productivo, funcional ni negociable. Los hermanos son... para ser familiares entre sí, para nutrir y amar al hermano más que la madre ama al hijo carnal (Rb 6 §7-8). Los hermanos son para dar a luz al hermano. Porque decir que «el Señor me dio hermanos», es proclamar que en el centro de todo está la relación interpersonal de los hermanos entre sí. Es subrayar que los hermanos son hermanos si tienen relaciones entre sí y en la medida que las tengan. Es afirmar que la reciprocidad es el principio constitutivo de la fraternidad, entendida como relación entre los hermanos. Porque decir que «el Señor me dio hermanos», es proclamar la igualdad de los hermanos en el conjunto de los hermanos que forman la fraternidad de los Hermanos Menores. Pero la fraternidad no es sólo uno de los temas nucleares de la «forma vitae», sino que, en coherencia interna de la misma, engloba también los otros temas, condensa el proyecto entero: la fraternidad es la «forma del Santo Evangelio» que el Señor indujo a Francisco a vivir en la Iglesia cuando le «dio hermanos» (Test 14). Ser hermanos y observar el Evangelio equivalen y coinciden. La fraternidad es el estilo práctico de vivir la vida franciscana. Por eso la fraternidad, la relación fraterna, está sobre todo y es el fin de todo en la regla y vida de los Hermanos Menores. Esta centralidad de la fraternidad como relación y, en consecuencia, la del grupo de hermanos como fraternidad, reunidos por el «familiares entre sí», perdió relieve e importancia con la evolución que, pasados los primeros años, sufrió la vida de los hermanos y por lo tanto la visión del conjunto de hermanos como fraternidad, la fraternidad de Hermanos Menores, debido a que, por diversas causas, consiguieron mayor relieve otras dimensiones de la vida de los hermanos: la vida común o de observancia, la acentuación de las relaciones jurídicas entre los hermanos sobre las de la reciprocidad, la concepción de la autoridad más como poder que como servicio, etc. Las actuales Constituciones generales, de 1987, vuelven a recoger y a ofrecer el carismaopción de Francisco por la fraternidad, ya se entienda como relación entre los hermanos de una

315 fraternidad, ya como el grupo de hermanos que forman una fraternidad, ya como vida fraterna en común o vida de fraternidad. Esta recuperación se manifiesta, entre otras cosas, en la prioridad que dan las nuevas CCGG al término fraternidad para nombrar al conjunto de hermanos que forman la Orden, la provincia o una casa, como lo había hecho Francisco (GGGG 1,1; 87). Se manifiesta también, y sobre todo, en la presencia constante del término hermano (CCGG 1 §1-2; 38.39, etc.). Se manifiesta, finalmente, en la prioridad que dan a la relación personal entre los hermanos. Para ello hablan de comunión fraterna (CCGG 1 §2; 42 §2), de unidad fraterna (CCGG 42 §1), de relación espiritual y afectiva (CCGG 50), de unidad fraterna (CCGG 42 §1; 43), de estrecha unión con los hermanos (CCGG 45)... Y hablan también de la vida fraterna en común (CCGG 38) o de la vida de comunión fraterna (CCGG 42 §2), expresada por la unánime observancia de la Regla y de las Constituciones (cf. CCGG 42 §2). Los temas que desarrollan estas fichas, que ofrecemos como apoyo y ayuda de la reflexión y revisión de los hermanos sobre la vida de comunión fraterna, tienen en cuenta estos principales significados que tiene la palabra fraternidad: la fraternidad como relación personal entre los hermanos, la fraternidad como el conjunto de hermanos que forma un convento, una provincia o toda la Orden, y la fraternidad como forma de vida común. Se comprende, pues, la lógica amplitud y complejidad del tema que ahora pretende abordar «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS», de lo que da fe la extensa, plural, fragmentaria y parcial bibliografía existente al respecto. Conscientes de ello, y no obstante la ambigüedad que en este caso entraña la dialéctica ad intra y ad extra, hemos querido centrar aquí nuestra atención en algunos aspectos de la dimensión ad intra de la fraternidad franciscana. «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» no pretende, por tanto, ser un tratado completo sobre la fraternidad, sino que toma en consideración algunos temas que nos han parecido más importantes para la vida de las fraternidades. El material que presentamos en «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» se divide en tres grandes bloques. El primero lleva por título «Introducción». El segundo, «La fraternidad franciscana». El tercero, «Animación de la vida fraterna». Estos tres bloques están seguidos de dos «Apéndices». La «Introducción» se compone de tres temas: Vocabulario franciscano de la comunión fraterna, Origen de la fraternidad y De la vida comunitaria a la vida fraterna en comunidad. El segundo bloque, bajo el título «La fraternidad franciscana: don y tarea», se compone de ocho temas: Construir la fraternidad, Realidad humana de la fraternidad, Igualdad y diversidad, La familiaridad entre los hermanos, La corrección fraterna, Los «preferidos» de la fraternidad, Hermanos Menores, fraternidad evangelizadora. El tercer bloque temático, «La animación de la fraternidad», se compone de los siguientes temas: Vida fraterna y animación de la fraternidad, Vida fraterna y corresponsabilidad, Los ministros y guardianes al servicio de la animación, Vida fraterna y capítulo local, Vida fraterna y formación permanente, Vida fraterna, lugar de comunicación y de diálogo, Vida fraterna y discernimiento. En los dos «Apéndices» con que se cierra «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» se encuentran las indicaciones de nuestra legislación sobre el capítulo local y los guardianes. Los temas han sido preparados por una comisión internacional en plan de fichas para ser utilizadas en los distintos encuentros de fraternidad: capítulos locales, revisiones de vida, sesiones de estudio, retiros, etc. Por este motivo, «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» tiene un objetivo eminentemente práctico, pues pretende situarnos ante la problemática concreta que presenta la fraternidad en nuestras comunidades y ofrecer algunas pistas para potenciarla. Teniendo en cuenta esta practicidad y que de lo que se trata es de que cada uno en particular y todos en fraternidad saquemos las propias consecuencias para la vida práctica, hemos creído conveniente ofrecer después de cada capítulo una serie de textos, pistas para la reflexión y preguntas para ayudar a la interiorización de los contenidos y a la elaboración del proyecto personal de vida y del proyecto de vida fraterna. Creemos que, para el trabajo en grupo, la metodología podría ser la siguiente:

316 Cada hermano lee con anterioridad en particular el tema asignado para la reunión de la fraternidad. El hermano encargado de exponer en común el tema puede tener en cuenta no sólo los materiales que se indican sino también otros apoyos bibliográficos sobre el tema. En todo caso, lo importante es que se centre bien el tema, teniendo en cuenta la situación concreta de la fraternidad. El trabajo comunitario debería llevar a tomar algunas conclusiones operativas. Uno de los hermanos de la fraternidad debería hacer de secretario, para dejar constancia de las ideas que surjan en el diálogo y de las conclusiones. Sería bueno que el tema o los temas estudiados en fraternidad fueran objeto de reflexión orante en el retiro mensual de la fraternidad. «TODOS VOSOTROS SOIS HERMANOS» ¿será un sueño o una tarea? A cada uno de nosotros, a cada fraternidad, el compromiso de dar una respuesta en su vida y la tarea de hacer que lo que hoy pudiera parecer una utopía se convierta mañana en gozosa realidad.

Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Secretario general para la Formación y los Estudios *

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SIGLAS Y ABREVIATURAS SAGRADA ESCRITURA 1Cor Primera carta a los Corintios. Fil Carta a los Filipenses. Gál Carta a los Gálatas. Hch Hechos de los Apóstoles. Is Isaías. Lc Evangelio según San Lucas. Jn Evangelio según San Juan. 1Jn Primera carta de San Juan. Mt Evangelio según San Mateo. Rom Carta a los Romanos. 1Ts Primera Carta a los Tesalonicenses. ESCRITOS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Adm Admoniciones. CtaA Carta a las autoridades de los pueblos. CtaAnt Carta a San Antonio. CtaL Carta a Fr León. CtaM Carta a un Ministro. 1CtaF Carta a todos los fieles, primera redacción. 2CtaF Carta a todos los fieles, segunda redacción. CtaO Carta a toda la Orden. ExCl Exhortación cantada a Santa Clara y sus hermanas. ORSD Oración ante el Crucifijo de San Damián. Rb Regla bulada. Rnb Regla no bulada. SalVir Saludo a las virtudes. Test Testamento. TestS Testamento de Siena. UltVol Última voluntad a Santa Clara.

317 BIOGRAFÍAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS AP Anónimo de Perusa. 1Cel Vida primera, de Tomás de Celano. 2Cel Vida segunda, de Tomás de Celano. LP Leyenda de Perusa. OTRAS SIGLAS CCGG Constituciones generales de la Orden de Frailes Menores, 1987. CIC Código de Derecho canónico, 1983. EEGG Estatutos generales de la Orden de Frailes Menores, 1991. EEPP Estatutos particulares. FP La formación permanente en la Orden de los Hermanos Menores, documento de la Secretaría general para la Formación y los Estudios, 1995. GS Gaudium et Spes, Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. LlTC Llenar la Tierra con el Evangelio de Cristo, Carta de Pentecostés de Fr. Hermann Schalück, ofm, 1996. OH La Orden, hoy. Reflexiones y perspectivas, Carta de Pentecostés de Fr. Giacomo Bini, ofm, 2000. PC Perfectae caritatis, Vaticano II, Decreto sobre la renovación de la Vida Religiosa, 1965. PDV Pastores dabo vobis, Exhortación apostólica de Juan Pablo II, 1992. RFF Ratio formationis franciscanae, 1991. VC Vita consecrata, Exhortación apostólica de Juan Pablo II, 1996. VFC Vida fraterna en comunidad. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, 7ª edc. 1996. TestCl Testamento de Santa Clara de Asís. *

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PRIMERA PARTE INTRODUCCIÓN I

VOCABULARIO FRANCISCANO DE LA COMUNIÓN FRATERNA La relación de amor más que materno de los hermanos entre sí tiene, en los escritos de Francisco, un rico y variado vocabulario. Este vocabulario muestra que la fraternidad es una de las características más importantes de la forma de vida elegida por Francisco. Releyendo sus escritos y prestando atención a su vocabulario, podemos comprender mejor el origen de la fraternidad en la visión de Francisco, el lugar que ocupa en su vida y sus rasgos más esenciales. Se trata de leer los textos partiendo de la palabra «hermano» tomada como término clave, a fin de ver lo que Francisco piensa, vive y nos dice con esta palabra y otros vocablos emparentados con ella. 1. «Todos vosotros sois hermanos» (Rnb 22, 33) Entre el vocabulario que Francisco utiliza para hablar de la comunión fraterna, el primero y principal es el sustantivo hermano. Este término, usado por Francisco 306 veces, es el sustantivo más usado en sus escritos, después de Señor, que aparece 410 veces. Es el nombre que Francisco se da a sí mismo, 15 veces, y es el nombre que emplea, junto con el de fraternidad, que aparece 10 veces en sus escritos, para designar a los que con él optaron por «seguir la vida y pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre» (ÚltVol 1). Para Francisco lo primero y lo que sobre todo somos, desde el Evangelio, es ser hermanos, para ser, desde ahí, todo lo demás que tenemos que ser: hermanos que oran (Rb 3, 1-9), hermanos que van por el mundo (Rb 3, 10-14), hermanos que no reciben dinero (Rb 4), hermanos que trabajan (Rb 5), etc. En la fraternidad menor nada hay anterior ni por encima de la relación fraterna, de la unidad e igualdad de todos bajo el único señorío de Cristo y de su Evangelio (Rnb 1, 1; Rb 1, 1). En la comunión fraterna ser hermano es lo primero de lo primero. Y porque el término hermano es un término esencialmente relativo, ser hermano consiste en las relaciones personales que realmente se tengan con los hermanos. Esto quiere decir que uno solo no puede ser hermano y que lo primero en la fraternidad de Francisco es la relación de hermano a hermano, entre hermano y hermano (Rnb 11). Pero esta relación debe ser interpersonal. Francisco destaca y privilegia esta dimensión con una serie de vocablos y de expresiones presentes en sus escritos. Así, recíprocamente aparece 7 veces; alternativamente, 4 veces; entre sí, 4 veces; deben servirse como quisieran ser servidos, 8 veces; el uno al otro, 4 veces. A estas expresiones se podrían añadir otras, tales como: dondequiera que estén y se encuentren unos con otros (Rnb 7, 15; Rb 6, 7), volver a verse (Rnb 7, 15), como a sí mismo (2CtaF 27. 43; Rnb 4, 5; 6, 2; Rb 6, 9), delante de él (Adm 25), para con ellos (Rb 10, 5), el ministro con sus hermanos (Rnb 18, 1), separarse de sus hermanos (Adm 3, 9; CtaO 3. 14. 17. 20). Todas estas expresiones proclaman hasta qué punto está subrayada en los escritos de Francisco la dimensión interpersonal de la relación de amor más que materno entre los hermanos menores. Francisco destaca, por lo tanto, la ineludible reciprocidad e intersubjetividad que supone la relación personal. En su vida y en sus escritos ha privilegiado la reciprocidad, el ser con, para, en y con el hermano: «Manifieste confiadamente uno al otro su propia necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo proporcione» (Rnb 9, 10). Todos, por ello, son pacientes y agentes del familiares entre sí (Rb 6, 7-9). Todos viviendo cara a cara y cuerpo a cuerpo unos con otros. Responsabilidad de todos hacia todos, don mutuo de unos a otros hasta llegar, como dice Celano de Francisco, «a estar pronto a entregarse por entero a sí mismo hasta agotarse» (2Cel 181) o, como dicen los Tres Compañeros de los primeros hermanos, parecerles «cosa fácil en-

319 tregar su cuerpo a la muerte, no sólo por amor de Cristo, sino también por el bien del alma o del cuerpo de sus hermanos» (TC 41). 2. El Señor me dio hermanos (Test 14) Otra expresión muy significativa en Francisco es: «el Señor me dio hermanos». Cercano a la muerte, resumiendo en su Testamento los pasos y valores más importantes de su vida, Francisco indica el origen de su fraternidad. Con una sencilla frase declara el comienzo de su vida fraterna como un acto de la voluntad de Dios: «Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14). La vocación de Francisco y el don de los primeros hermanos se insertan en un plan evangélico de vida. Esta elección de vida, es decir, vivir el Evangelio con los hermanos, corresponde a la obediencia a la revelación divina. Podemos decir, pues, que la fraternidad franciscana forma parte de un plan vocacional en la vida de Francisco, con el que él responde en obediencia a la voluntad de Dios, asumiendo el Evangelio como forma de vida. Francisco no concebía su vocación como sequela Christi según la forma tradicional de la vida religiosa de su tiempo, sino que concebía la vida fraterna como el núcleo del seguimiento de Cristo en el espíritu del Evangelio. «El Señor me dio hermanos» (Test 14). Para Francisco, el hermano y, por ello, la fraternidad, es don y gracia en el acontecimiento salvífico del santo, amado, agradable, humilde y pacífico Hermano Jesucristo (2CtaF 56). Por eso el hermano es don del Señor en el que Él se da y se hace presente (1Cel 24-25). Por eso el hermano es un buen hermano en el Dios bien, todo bien, sumo bien. Dicho de otra forma: el hermano nos lo da y nos lo hace el Evangelio (TC 28-29). Porque no hay otro Señor que haga y diga todo bien (Adm 7, 4; 8, 3; 12, 2), tampoco hay otro amor que el que el Espíritu del Señor pone en nuestro corazón para servir y obedecer espiritualmente al hermano (Rnb 5, 12-13). Desde aquí se concibe que sea gratuito el hermano y gratuita la fraternidad. Es decir, que el «familiares entre sí», en el que el hermano se revela y se hace, no es para nada, no es rentable ni productivo, ni funcional, ni negociable. Los hermanos son... para ser «familiares entre sí», para amarse con un amor más que materno, para amarse siempre mutuamente (TestS 3). Amarse unos a otros no necesita justificarse, ni razonarse: se justifica por sí mismo. Es suficiente tarea para una vida. Por la plenitud de las personas en su comunión de amor, por hacer presente el amor con que el Señor nos ha amado, por encarnar la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, origen y modelo de toda comunión de amor, revelación de que el amor es lo más excelente (1Cor 13, 13). 3. La forma de vida (Rnb 8, 9) Para Francisco la fraternidad es una forma de vida según el Evangelio, con la finalidad de seguir la doctrina y el ejemplo de Jesucristo (cf. Rnb 1, 1). Teniendo en cuenta sus escritos, no cabe duda que para el Poverello era importante la visión de la fraternidad como forma de vida. Francisco, particularmente en la Regla no bulada, habla con insistencia de la forma de vida. «Cuando alguno, movido por divina inspiración», desea abrazar esta vida (cf. Rnb 2, 1) y formar parte del grupo en torno a Francisco, debe aceptar la forma de vida de los hermanos (cf. Rnb 2, 2). Por este motivo, todos deben elegir servicios concordes con esta forma de vida (cf. Rnb 8, 9). Los mismos ministros que tienen la responsabilidad de buscar siempre el bien para los hermanos a ellos confiados (cf. Rnb 4, 6), en su forma de gobernar la fraternidad no deben ir contra la forma de vida abrazada por los hermanos (cf. Rnb 4, 3). Es importante notar, sin embargo, que esta forma de vida en fraternidad no coincide con un tipo de trabajo o un tipo de vida religiosa o un tipo de relación con el mundo y sus exigencias; la forma de vida, el estilo del ser en fraternidad es algo más. Para Francisco existe algo más que da forma y genera vida; el resto: trabajo, práctica religiosa, modo de relacionarse con el mundo y con la Iglesia, la misma actitud que anima los encuentros entre los hermanos, todo ello debe

320 dejarse formar creativamente por este elemento de vida. Y este elemento de vida que define cada cosa, Francisco lo encuentra en Jesucristo. Jesucristo ha venido para ser nuestro hermano y nos da su vida como hermano. Por eso, Francisco no quiere otra cosa que «seguir la vida y la pobreza del altísimo Señor nuestro Jesucristo» (cf. ÚltVol 1). En las Admoniciones Francisco manifiesta que en Cristo ha encontrado la vida: «El Señor dice: yo soy el camino, la verdad y la vida» (Adm 1, 1); por las mismas palabras de Cristo, comprende «que es el Espíritu el que da la vida» (Adm 1, 6); este Espíritu es quien indica el seguimiento de Cristo para encontrar la vida en todas las situaciones posibles: «Las ovejas del Señor lo han seguido en la tribulación… han recibido en cambio del Señor la vida eterna» (Adm 6, 2). En el fondo Francisco elige la vida tal como la encontró en Cristo mientras obedecía a la revelación divina. Por eso escogió la vida del Evangelio de Jesucristo para sí y sus hermanos: «La regla y vida de los hermanos menores es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (Rb 1, 1; cf. Rnb 2, 1). Y nunca se cansa de recordar esta vida de Jesucristo según el Evangelio, que, como única fuente, debe dar forma a la vida fraterna: «Atengámonos, pues, a las palabras, vida y doctrina y al santo Evangelio de quien se dignó rogar por nosotros a su Padre» (Rnb 22, 41). Así, quienes quieran formar parte de esta fraternidad, «sean recibidos a la obediencia, prometiendo observar siempre esta vida y regla» (Rb 2, 11). Para Francisco vivir en la fraternidad es sinónimo de dejarse formar por la misma vida de Jesucristo tal como se encuentra en el Evangelio. Y esto vale tanto para cada hermano concreto como para la fraternidad entera y abarca todas las formas de ser, de trabajar, de orar, de situarse en el mundo y en la Iglesia. 4. Vivir en la obediencia (CtaO 2) Observando los valores con los que Francisco describe los parámetros de su fraternidad, puede advertirse cómo subraya más la obediencia (21 veces) que la pobreza (6 veces). Así, en la Carta a toda la Orden se dirige a «todos los hermanos sencillos que viven en la obediencia» (CtaO 2). Vivir en la obediencia es una de las características que describen la forma de vida de los hermanos (cf. Rnb 1, 1; Rb 1, 1). El contexto de los escritos de Francisco nos explica qué entiende Francisco con la expresión «vivir en la obediencia». La Admonición tercera, sobre la verdadera obediencia, la interpreta como preferir «padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos» y como un «entregar su alma por los hermanos» (Adm 3, 9). La obediencia expresa aquí una fidelidad a los hermanos que incluye especialmente las situaciones difíciles de la vida: suceda lo que suceda, para Francisco el hermano sigue siendo siempre hermano. Así entendida, la obediencia respeta la hermandad como base de una relación que va más allá de las vicisitudes de la vida, porque, como hemos visto, es don de Dios. Por eso, es hermana de la caridad (cf. SalVir 3), porque ayuda a los hermanos a vivir la caridad incluso en situaciones de discordia. Mantener fielmente la obediencia al hermano equivale para Francisco a obedecer al Espíritu, que da la vida y ayuda a tener el cuerpo mortificado (cf. SalVir 15); por el contrario, vagar fuera de la obediencia es apartarse de los mandatos del Señor (cf. Rnb 5, 16). Por otra parte, Francisco no exige una obediencia ciega, aunque pueda parecerlo alguna vez. De hecho, cuando habla de la obediencia no sólo lo hace en relación con la fraternidad y la forma de vida, sino que tiene también en cuenta el alma del hermano concreto: la obediencia debe favorecer las cosas que se refieren a la salud del alma (cf. Rnb 4, 3). Por eso, ningún ministro puede exigir algo que vaya contra la conciencia de un hermano. Su repetida y seria llamada a la obediencia, hasta el fin de su vida, cuando pide la obediencia total a la forma de vida, a la Regla y al Testamento (cf. Test 25.30-33.38), sólo puede comprenderse si se tiene en cuenta su visión de la fraternidad como don de Dios y como lugar donde los hermanos encuentran la verdadera vida viviendo según el Evangelio de Cristo. La obediencia así entendida es un insertarse en la vida misma de Cristo, nuestro Hermano, y, en este sentido, está a favor del hermano, que vuelve a encontrar la plenitud de la vida fraterna en Cristo. San Francisco no entiende la obediencia en un sentido único, como si afectara sólo a los

321 súbditos, obligados a obedecer a sus superiores, sino en sentido recíproco. Por eso, la incluye también en el concepto de «superior», que es un ministro al servicio de los otros hermanos. De la misma manera, la obediencia recíproca es el modo como los hermanos han de servirse unos a otros; y la obediencia al hermano es el modo como cada uno debe preocuparse de las necesidades del otro. Podría decirse también que la obediencia es el modo franciscano de reflejar la propia atención, el propio afecto al hermano, el modo de estar cerca de los otros. Este sentido fraterno de obediencia, entendida como servicio fraterno, fue cambiando luego poco a poco y convirtiéndose en obediencia a los superiores y a sus decisiones. 5. Sirviendo al Señor (cf. Rnb 9, 11) Como expresión de amor divino, el servir a los hermanos manifiesta un trato muy sugestivo cuando Francisco indica que cada uno debe amar y nutrir a su hermano como la madre ama y nutre a su hijo (cf. Rnb 9, 11). La alusión a amar y a alimentar recuerda la función, propia de la madre, de dar a luz y de nutrir la vida nacida. En este sentido, el cometido del hermano es dar vida, espacio, posibilidad de crecer y de desarrollarse en un ámbito protegido por el amor mutuo. Además, la imagen de la madre que ama y nutre evoca la ayuda del hermano para hacer nacer y vivir la vida del Espíritu en el otro, es decir en la propia fraternidad. Amar y nutrir al hermano cuando está enfermo (cf. Adm 24, 1) o cuando está lejos (Adm 25, 1) son expresiones concretas de este espíritu materno. En un clima fraterno fundado sobre el dar y el sostener, los hermanos podrán también obedecer diligentemente en las cosas que se refieren a la salud del alma (Rnb 4, 3). Comportarse espiritualmente (Rnb 16, 5) La fraternidad franciscana se funda en relaciones espirituales. Ver en el otro al hermano espiritual (cf. Rb 6, 8) crea una unión que para San Francisco supera los lazos de la sangre, porque se basa sobre el Espíritu del Señor. Tener este Espíritu del Señor y su santa operación (Rb 10, 18) es la búsqueda más importante de la fraternidad; toda la vida de la fraternidad y de cada hermano es un caminar según el Espíritu (cf. Rnb 5, 5). Los ministros deben visitar a los hermanos y «exhortarlos y confortarlos espiritualmente» (Rnb 4, 2); todos deben observar espiritualmente la Regla (cf. Rb 10, 4), es decir, vivir según la Regla, como indica el mismo Espíritu del Señor. En todo cuanto hacen: trabajo, estudio o cualquier otra cosa, los hermanos deben tener «el espíritu de la santa oración y devoción» (Rb 5, 2; CtaAnt). Y deben comportarse espiritualmente en su trato con todos, especialmente cuando van entre infieles (cf. Rnb 16, 5). En este caso concreto el «comportarse espiritualmente» tiene un significado muy preciso: «Que no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios y confiesen que con cristianos. Otro, que, cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios…» (Rnb 16, 5). Según este texto, el comportamiento espiritual conlleva tres elementos: no promover controversias ni contiendas, estar sujetos a toda criatura humana por amor a Dios y, cuando agrada al Señor, anunciar la palabra de Dios. Esto vale no sólo para la situación especial de las misiones, sino que es necesario para la vida de la fraternidad en cualquier lugar y situación. Así lo indica la Regla bulada: «Cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan de palabra ni juzguen a otros; sino sean apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes, hablando a todos decorosamente, como conviene» (Rb 3, 10). Este fragmento enumera algunos modos de comportarse que expresan el vivir según el Espíritu en la misma línea que la Sagrada Escritura expresa el justo comportamiento del cristiano. La fraternidad así entendida es un modo de vivir bajo la guía del Espíritu del Señor, que caracteriza tanto la vida interna como las relaciones con el mundo. 7. Llámense todos menores (Rnb 6, 3) En sus cartas Francisco se define como «el más pequeño» (2CtaF 87), «pequeño y despreciable» (CtaA 1), «hombre vil y caduco» (CtaO 3), es decir el menor. Y en la Regla pide: «Todos sin excepción llámense hermanos menores» (Rnb 6, 3). Por eso, la fraternidad, según Fran-

322 cisco, se define como «hermanos menores» y la Regla es la «regla y vida de los hermanos menores» (Rb 1, 1). La minoridad expresa y marca el comportamiento de los hermanos en el seno de la fraternidad –según las palabras del Evangelio: «El primero entre vosotros pórtese como el menor» (cf. Lc 22, 26; Rnb 5, 12)– y en su modo prestar los servicios que se les soliciten fuera de la fraternidad: «Sean menores y estén sujetos a todos los que se hallan en la misma casa» (Rnb 7, 2). La capacidad de comportarse como menor refleja visiblemente si un hermano tiene verdaderamente el Espíritu del Señor (cf. Adm 12). La definición como «menores» nos acerca a la visión de la pobreza y la humildad de san Francisco. Para él, ser pobres y humildes forma parte de la vida como peregrinos y extranjeros en este mundo en seguimiento de Jesús. La minoridad practicada como pobreza y humildad es una condición de este ser extranjeros y peregrinos como signo visible de la participación en la fraternidad en el seguimiento de Jesús (cf. Rb 6, 2). El capítulo noveno de la Regla no bulada expresa más concretamente esta visión del ser peregrinos y extranjeros como menores: «Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener en este mundo, sino que, como dice el Apóstol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos» (Rnb 9, 1). La humildad y la pobreza de Cristo como expresión de la encarnación del Hijo de Dios son para Francisco una nueva forma de existencia. La pobreza expresa externamente la humildad interior; y la pobreza y la humildad, juntas, forman la minoridad. La minoridad, entendida como forma de vida, es para Francisco la misma forma de vida que vivieron Jesucristo, su madre y sus discípulos (cf. Rnb 9, 5). Puesto que Francisco quería que su fraternidad viviera más de cerca la forma de vida de Jesús, alentaba a vivir la pobreza y la humildad a fin de seguir con fidelidad a Cristo. Es importante reconocer este núcleo cristocéntrico que está en la base de la minoridad de la fraternidad franciscana. Esta forma concreta de vida quiere actualizar la vida de Cristo en el contexto religioso, social, político y de la vida cotidiana. No se trata de una mera costumbre piadosa, sino de una verdadera opción social en favor de los más marginados. 8. Sean católicos (Rnb 19, 1) Francisco inserta estrechamente su fraternidad en la Iglesia católica: «Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente» (Rnb 19, 1). Por eso sólo quiere que se acepten nuevos hermanos después de que se les haya examinado sobre la fe católica: «Los ministros examínenlos diligentemente sobre la fe católica y los sacramentos de la Iglesia» (Rb 2, 2). Además, promete obediencia al señor Papa y a la Iglesia romana en nombre propio y en nombre de sus hermanos (cf. Rb 1, 2ss). En la Carta a toda la Orden indica varios aspectos de lo que para él comporta el ser católicos, destaca lo que considera importante y declara que quiere observarlo firmemente (CtaO 40-44). La Regla bulada nos ilustra también sobre lo que quiere decir para él ser católicos: «Firmes en la fe católica, guardemos la pobreza y humildad y el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente prometimos» (Rb 12, 4). Nos encontramos aquí ante el núcleo del ser católicos: guardar la pobreza, la humildad y el santo Evangelio. A diferencia de los movimientos heréticos de su tiempo, Francisco piensa que para vivir según el santo Evangelio, para estar lo más cerca posible de la forma de vida de Cristo pobre y humilde, es necesario ser católicos. La Iglesia es quien pone a nuestra disposición la palabra de vida, el cuerpo y la sangre de Cristo, es decir a Cristo viviente (cf. Test 10.13). Francisco promete obediencia a la Iglesia y vive con piedad la fe católica pues éste es el camino para unirse con Cristo viviendo de su palabra y de los sacramentos. Contemporáneamente, Francisco, sin emitir juicios ni promover contiendas, con su estilo evangélico de vida, toma claramente postura contra la Iglesia feudal contemporánea. Al tiempo que reafirma su estrecho lazo con la Iglesia católica romana, es consciente de todo aquello que, aunque practicado por la misma Iglesia, se opone al Evangelio (como se deduce, por ejemplo, de su visita al sultán durante las cruzadas). Francisco, tan devoto del papado, no acepta acríticamente las decisiones y la política de la Iglesia feudal de su tiempo y sabe confrontar las decisiones de la Iglesia con el Evangelio (cf. la predicación ante el Papa y los cardenales). La finalidad de su obediencia es la vida de Cristo según los sacramentos y según la palabra del Evangelio. A esto quería dirigirse tanto en la Iglesia como en el mundo.

323

SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer Rb 6, 7-8 A la luz de este texto: Reflexionar sobre la confianza que cada uno tiene con sus hermanos. 2 Leer Adm 24 y Adm 25. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre las exigencias que plantean estas Admoniciones en la propia vida. 3. Preguntarse: ¿Qué significan en mi vida expresiones como estas: todos vosotros sois hermanos, padecer persecución antes de separarse de los hermanos, llámense todos menores, sean católicos? ¿Qué exigencias concretas emergen de estas expresiones? ¿Me siento hermano de todos los miembros de mi fraternidad? ¿De quiénes sí y de quiénes no? ¿Hay algo en mis actitudes y en mi conducta que es inexplicable desde una óptica de fraternidad? ¿Qué puedo hacer y qué haré para vivir fraternalmente? ¿Cómo insertar estos aspectos en el proyecto personal de vida? ¿Cómo trabajarlos en la vida personal? Para la reflexión comunitaria 1. Leer Rnb 9, 1. A la luz de este texto: Reflexionar sobre las consecuencias prácticas para nuestra vida que se siguen de este texto. 2. Leer Rnb 11. A la luz de este texto: Reflexionar sobre las relaciones de los hermanos entre sí. 3. Leer Rb 6, 7-8. A la luz de este texto: Reflexionar sobre el grado de confianza que hay en nuestras fraternidades. 4. Leer Test 14. A la luz de este texto: Reflexionar sobre la vivencia de la gratuidad en nuestras fraternidades. 5. Leer VFC 21-28. A la luz de este texto: Reflexionar sobre la vivencia de ciertos valores humanos – reconciliación, perdón, alegría, educación, amabilidad, sinceridad, control de sí, delicadeza, sentido del humor... – en la fraternidad. Reflexionar sobre el sentido de gratuidad en nuestras fraternidades. 6. Preguntarse: ¿Qué lugar ocupan los aspectos anteriormente descritos en el proyecto de vida fraterna? ¿Cómo trabajar estos aspectos en la fraternidad?

324 II

DE LA VIDA COMUNITARIA A LA VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD La vida religiosa ha sido objeto de profundas transformaciones en las últimas décadas. En unos pocos años se han introducido grandes cambios en un estilo de vida que había resistido durante siglos los embates de los acontecimientos. Si consideráramos la evolución histórica de la vida religiosa, encontraríamos ciertamente importantes y verdaderas «rupturas». Por ejemplo, el tránsito de la vida eremítica –que acentuaba la fuga mundi de la persona en cuanto ser individual– a la vida cenobítica, donde adquiere relevancia lo comunitario; el paso del desierto al convento, a los grandes monasterios; más tarde, la salida de los grandes monasterios para abrazar una vida de mendicidad e itinerancia, es decir el paso del monaquismo clásico a las Órdenes mendicantes, entre ellas la de san Francisco de Asís y sus compañeros; etc. No es, pues, de extrañar que el Concilio Vaticano II, en su afán por renovar las estructuras eclesiales y adecuarlas a la nueva sociedad en continua evolución, pidiera a los religiosos una vuelta a las fuentes para recuperar su identidad primigenia y adaptarse a los nuevos tiempos (cf. PC 2). De hecho, antes del Vaticano II, la vida religiosa se caracterizó por su gran semejanza o casi igualdad, fruto de las normas dadas por un único dicasterio y que fijaban unos modelos bien definidos, a los que se amoldaban los Institutos existentes y los que se iban fundando. Con el Concilio Vaticano II surge una nueva concepción de la persona que lleva a acentuar cada vez más la comunidad entendida como vida fraterna, la cual se construye más sobre la calidad de las relaciones interpersonales que sobre determinados aspectos de la llamada «observancia regular». Para entender mejor los fenómenos que hemos vivido en nuestra Orden es, pues, necesario recordar la evolución del estilo de nuestra vida en común. Así se captará más fácilmente el nuevo significado de nuestra vida en fraternidad tal como lo presentan nuestras Constituciones Generales. 1. La vida en comunidad antes del Concilio Vaticano II Antes del Concilio Vaticano II, la vida en comunidad se caracterizaba principalmente por ser el lugar que permitía vivir un conjunto de expresiones religiosas objetivadas, legisladas y transmitidas por la tradición. Los hermanos se reunían precisamente para poder vivir juntos una estructura teologal, un conjunto de ejercicios espirituales. La organización de la vida comunitaria estaba en función de ese cumplimiento. Por eso, su comportamiento se reglamentaba en función de la vida espiritual. Y cuando se hablaba de «vida espiritual», se entendía con ello la práctica de los ejercicios de piedad y de las virtudes religiosas. Normas como la guarda del silencio, el no entrar en la habitación de otro hermano, el mantener separadas las diferentes etapas de la formación (¡un novicio no podía hablar con un profeso temporal!) muestran que lo decisivo en la concepción y en la práctica de la vida comunitaria no era la relación interpersonal, sino la protección del ritmo y del clima espiritual. La finalidad de la vida espiritual era facilitar la práctica de los ejercicios espirituales. Existían dos grandes enemigos de la vida común: la familiaridad entre los hermanos y la mundanidad. La familiaridad se refería a un tipo de relación más personal y cuya principal preocupación no era directamente el fervor espiritual; la mundanidad se refería a una temática ajena a la vida espiritual y que, por tanto, debía quedar excluida del ámbito de nuestras relaciones comunitarias. En esta perspectiva, la vida en común significaba fundamentalmente realizar actos en común, aunque no hubiera ningún tipo de relación personal entre los miembros. De hecho, la mayoría de los actos tenían como único elemento en común la copresencia física, porque se pretendía favorecer únicamente el individualismo. Escasísimos eran los actos comunitarios don-

325 de hubiera alguna participación de los miembros. Los únicos momentos donde era posible esa participación eran los recreos, si bien se hacían con tantas cautelas que resultaba prácticamente imposible el intercambio personal. La relación entre las personas estaba reglamentada: se estipulaba con quién se podía conversar, cómo se debía conversar, qué temas se debían tratar, etc. En definitiva, todo estaba subordinado a vivir «individualmente» la unión con Dios. Por eso, el número no representaba ningún problema; daba lo mismo ser 10 que 50 hermanos en una misma comunidad. 2. La vida fraterna después del Concilio Vaticano II Con el Concilio Vaticano II, la nueva estructura de la vida religiosa cambia de acento; se concentra en la percepción y en la capacidad subjetiva del religioso, como individuo o como grupo, para llegar a la experiencia de Dios, vivir en comunidad y entregarse a una misión apostólica. Existe, por tanto, un desplazamiento que acentúa la experiencia personal y comunitaria del sujeto. De hecho, el Concilio Vaticano II privilegia el «universo de las relaciones personales subjetivas» en la vida comunitaria, al revés de lo que acontecía en el pasado, en el que la vida comunitaria se caracterizaba por ser el «lugar donde se realizaban actos en común». La comunidad se convierte en una estructura de apoyo, en un lugar que favorece la experiencia personal de Dios. Antes, la vida comunitaria aparecía como un elemento ascético de renuncia, de mortificación, de santificación personal a través de los sacrificios que imponía. Así se entiende la frase de san Juan Berchmans, jesuita del siglo XVII: «La vida en común es mi máxima penitencia». Por el contrario, a partir del Vaticano II, la vida en común se concibe como lugar de autorrealización humano-cristiana, de apoyo efectivo para vivir la fidelidad a Dios y el compromiso con el hermano. La vida en común se convierte en una realidad que tiene valor en sí misma, como enriquecedora de la personalidad humana. La soledad, el aislamiento, la ausencia de vida comunitaria aparecen como amenazas. De ahí surgió la necesidad de reducir el número de religiosos en una comunidad, a fin de facilitar la vivencia personalista de las relaciones mutuas. Todo ello generó, así mismo, un verdadero rechazo de los grandes edificios, del anonimato en el seno de las grandes masas de religiosos viviendo juntos. Este paso a una estructura comunitaria compuesta por menos miembros y en espacios más reducidos constituía simplemente el comienzo necesario de un nuevo tipo de relación entre los religiosos. Surge la necesidad de poner en común la propia experiencia de Dios. La liturgia se transforma. Ya no es simplemente el lugar de culto, pues se siente la necesidad de expresar en ella al compañero de comunidad la propia experiencia de Dios. Cambia incluso el lugar físico de las celebraciones litúrgicas, para que también él favorezca la comunicación personal, directa, sin inhibiciones. La vida personal y comunitaria es sometida a evaluaciones periódicas en reuniones comunitarias. Se adopta para ello el mecanismo de revisión de vida utilizado por la Acción Católica. Las reuniones comunitarias se multiplican, a veces simplemente para fomentar la convivencia; son encuentros terapéuticos que sirven para aliviar tensiones. Hay un desplazamiento de lo «teológico» a lo «psicológico». Ya no bastan las motivaciones de tipo teológico; el orientador espiritual es sustituido por el psicólogo. Pero, pese a todo, este desplazamiento de lo teologal a lo psicológico no conlleva necesariamente un debilitamiento del primero. Significa el descubrimiento de una dimensión hasta entonces desconocida. Sin embargo, este descubrimiento fue tan fuerte que el elemento teológico quedó prácticamente sepultado en la avalancha de lo psicológico. Pero finalmente se llega al justo equilibrio: se trata de encontrar una nueva forma de vivir el factor teologal. De esta manera, la vida comunitaria se convierte en el lugar privilegiado de la ayuda fraterna para la asimilación consciente, libre y participativa de los elementos constitutivos de la vida religiosa. Como aspecto irreversible de este descubrimiento se impone el hecho de que ya no se puede

326 prescindir de la importancia de lo personal y de lo intersubjetivo. Por ello, el concepto de autoridad sufre una profunda transformación y a los votos religiosos se les se da una nueva interpretación. En síntesis, hemos asistido al paso de una comprensión y práctica de la vida religiosa centrada en un conjunto de principios espirituales aceptados universalmente y en un conjunto de prácticas religiosas reguladas, a un proyecto de vida de libre aceptación, discutido, asumido de modo personal, consciente y comunitario, en el que adquiere relevancia la subjetividad y la participación comunitaria y en el que todo debe pasar por la mediación de la experiencia. En el aspecto comunitario se produce el mismo desplazamiento hacia la vivencia, la participación, la comunicación, la autorrealización afectiva de la convivencia con los hermanos y la necesidad de experimentar en ella un crecimiento espiritual y coraje apostólico. La importancia de la relación entre los miembros de la comunidad influye de manera determinante en los aspectos estructurales de la vida comunitaria. Del interior de la vida fraterna vivida en común deben surgir el entusiasmo apostólico y la ayuda para la piedad personal. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: PC 2. 3. 5. 6. 12-15 2. Preguntarse: ¿Qué significa en mi vida «La vida en común es mi máxima penitencia»? La vida fraterna, tal como la estás viviendo, ¿te está ayudando a alcanzar la plena madurez humana, cristiana y religiosa o no? ¿Por qué? ¿Qué significa para ti volver a las fuentes para recuperar la identidad primigenia? ¿Qué significa adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos? ¿Qué medios contempla tu proyecto personal de vida para pasar de la vida comunitaria a la vida fraterna en comunidad? ¿Cuáles faltan? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: VFC 5. 67. 68. 69. 70 VC 37. 40. 44. 58. 63. 70 LlTC I 2. A la luz de estos textos preguntarse: ¿Cómo asumimos, en cuanto fraternidad, la llamada de la Iglesia a renovar nuestra vida? ¿Cuáles son los criterios de esta renovación? ¿Cuáles son los signos de los tiempos que más nos retan en esta fase de la historia y en el contexto en que vivimos? ¿Qué repercusiones tienen en nosotros y en nuestras fraternidades? ¿Qué actitud tenemos ante os numerosos retos y exigencias de los múltiples e ineludibles «signos de los tiempos»? ¿Cómo no se sitúan los hermanos de una «cierta edad» frente a los cambios que se produjeron después del Concilio Vaticano II? ¿Cómo comprenden los hermanos más jóvenes la historia vivida por los hermanos más ancianos? ¿Cómo establecer un mejor diálogo que ayude a todos los hermanos a situarse serenamente ante los cambios cada vez más rápidos que se producen a todos los niveles? ¿Qué mediaciones contempla el proyecto de vida fraterna para favorecer el diálogo entre las distintas generaciones?

327 III

ORIGEN DE LA FRATERNIDAD (CCGG 38. 40) 1. Sentido y significado de los artículos 38 y 40 de las Constituciones generales Estos dos artículos de nuestras Constituciones generales se refieren al origen, los fundamentos y la finalidad de la fraternidad franciscana. Además, explican la importancia y el papel que la fraternidad tiene en el carisma franciscano. Art. 38: «Como hijos del Padre celestial y hermanos de Jesucristo en el Espíritu Santo, los hermanos, siguiendo la forma evangélica revelada por el Señor a san Francisco, viven vida fraterna en común y se aman y cuidan recíprocamente con mayor diligencia que una madre ama y cuida a su hijo carnal». Art. 40: «Cada hermano es un don de Dios a la fraternidad; por lo tanto, acéptense los hermanos unos a otros en su propia realidad, tal como son y en plan de igualdad, por encima de la diversidad de caracteres, culturas, costumbres, talentos, facultades y cualidades, de modo que toda la fraternidad resulte lugar privilegiado de encuentro con Dios». Veamos punto por punto cómo los dos artículos desarrollan el sentido y el significado de la fraternidad en la vida franciscana. El artículo 38 coloca la fraternidad en la dimensión trinitaria. La fraternidad tiene su origen en la Trinidad: somos hijos del Padre celestial y hermanos de Jesucristo en el Espíritu Santo. Por otra parte, señala con claridad que la finalidad y la meta de la fraternidad consisten en construir una forma de vida según el Evangelio, tal como el Señor se la reveló a Francisco. De este modo, tanto la fraternidad como la forma de vida según el Evangelio, a la cual mira la vida en fraternidad, tienen su fundamento en el misterio trinitario, tal como le fue revelado a Francisco. Estos rasgos, que aparecen en el art. 38, se completan con el artículo 40. En este artículo se afirma de nuevo que, en su origen, la fraternidad es un don de Dios. Cada hermano es un regalo que Dios hace a los demás hermanos. La existencia de cada hermano, su persona y su originalidad son un don de Dios. De ahí que cada hermano ha de aceptar a los demás en «su propia realidad, tal como son…». La fraternidad se construye a partir de la individualidad de cada uno y de la aceptación de esa individualidad como un don del Señor por parte de todos los miembros de la fraternidad, que comparten el don en la medida en que aceptan la individualidad de cada hermano. De este modo, los fundamentos sobre los que se construye la fraternidad son las diversas capacidades, los diversos carismas, caracteres y talentos de los propios frailes. Sólo en la aceptación de esta diversidad se convierte la fraternidad en lugar privilegiado del encuentro con Dios, que es el origen de dicha diversidad. Además del origen y de los fundamentos de la vida fraterna, estos dos artículos nos hablan de la importancia y del alcance de la fraternidad para la vocación y el carisma franciscano. El artículo 38 describe la fraternidad como un elemento constitutivo de nuestra forma de vida. La vida fraterna es la manera apropiada de poner en práctica la vocación franciscana. El carácter de fraternidad es esencial para el camino de Francisco. También el artículo 40 ve en la fraternidad la originalidad propia del carisma franciscano. Esta fraternidad, como núcleo de la vida franciscana, se construye precisamente con una relación de amor entre los hermanos. Como verdaderas madres espirituales han de nutrirse los hermanos recíprocamente (cf. CCGG 38). Este lenguaje espiritual de amar-nutrir se concreta en el artículo 40: el amor se muestra en la aceptación del hermano concreto con su carácter, su cultura, su historia personal y sus defectos y limitaciones. Y como signo visible de este amarnutrir se crea una igualdad entre los diversos hermanos. Los artículos 38 y 40 de las CCGG nos muestran, pues, los dos puntos de partida para comprender el origen, el fin y la importancia de la fraternidad en la visión franciscana. Mientras el artículo 38 parte de lo alto, es decir, de Dios trino, el artículo 40 parte de abajo, es decir, del hermano en su individualidad, como don de Dios. Y mientras el primero toma en consideración la revelación divina, el segundo desarrolla la importancia que el hermano concreto tiene para la

328 vida en común. Se puede hablar, por tanto, de un origen teológico y de un origen humano de la fraternidad. Las CCGG volverán a hablar en el capítulo III sobre el origen espiritual-teológico de la vida fraterna, recordando que los hermanos son hijos del Padre celestial y hermanos de Jesucristo en el Espíritu Santo. Además, harán referencia a la relación familiar con la Trinidad, relación que está a la base de la llamada a la vida fraterna según el santo Evangelio revelada por el Señor a Francisco. Pero es importante recordar, como hacen los dos artículos de las CCGG que estamos considerando, que en la vida fraterna no sólo se trata de mantener una relación teológicoespiritual, sino que esta familiaridad-fraternidad debe traducirse en una relación humana mutua de amor fraterno-materno y de aceptación mutua, de todos, en la igualdad. De acuerdo con lo dicho, tomemos ahora en consideración estos dos puntos de partida en la visión franciscana de la Fraternidad. 2. Origen teológico de la fraternidad a. La fraternidad, revelación de Dios (Test 14) Describiendo los elementos esenciales de su vocación, Francisco afirma en el Testamento que su proyecto de vida le fue revelado por el Altísimo. Según él mismo confiesa, no tenía la intención de buscar compañeros para fundar una Orden. Fue el Señor quien le dio hermanos. De este modo, el proprio Francisco nos hace ver que la fraternidad, elemento esencial de su vocación evangélica, nace de la voluntad divina: Dios constituyó el primer núcleo franciscano como fraternidad. Por tanto, el núcleo de la Orden de los Hermanos Menores, la fraternidad, no obedece a un proyecto humano, sino a una iniciativa divina. b. La fraternidad, vocación evangélica (Test 14) Recibidos los primeros frailes como don de Dios, Francisco no sabía el modo concreto de vivir con estos hermanos. Como sigue explicando en su Testamento, el Altísimo mismo fue quien le reveló el proyecto evangélico de su vida en comunión fraterna. Por su parte, sus biógrafos nos muestran cómo Francisco y sus primeros compañeros descubrieron el Evangelio como proyecto de vida. A partir de algunos textos del Evangelio, escriben una primera Regla y van a Roma para presentarla al Papa y pedirle que la confirme en nombre de la Iglesia. Consiguientemente, la fraternidad franciscana se desarrolla sobre un proyecto evangélico y se concreta en el seguimiento de Cristo. El estilo franciscano de la vida fraterna es, pues, una forma de vida evangélica. Francisco y sus primeros frailes procuran vivir el seguimiento de Cristo aplicando el Evangelio al contexto real de su vida. La finalidad de la vida fraterna es, en este sentido, vivir el espíritu del Evangelio en el contexto cotidiano de la realidad. Así pues, la propia fraternidad es lugar de evangelización y promueve, como misión propia, el anuncio del Evangelio en el mundo. Pero el Evangelio nos propone a Jesucristo como hermano de la humanidad a través de su encarnación y de su pasión: «¡Oh cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano e hijo agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y deseable más que todas las cosas» (2CtaF 56). Encarnándose y ofreciendo su vida por nosotros, Cristo se ha hecho hermano, uno de nosotros. Y esta cercanía fraterna de Jesucristo al hombre es para Francisco motivo y razón de su opción por la fraternidad. Como Jesús, quiere ser hermano de todos los hombres y de toda la creación. Pero, al mismo tiempo, cuando se acerca como hermano a todos los hombres y a todas las criaturas, vive la hermandad con el propio Cristo. Por eso, la fraternidad, a la vez que encuentra su razón de ser en el hecho de que Cristo se ha hecho hermano de todos, es también la manifestación concreta mediante la cual los hermanos menores expresamos nuestro seguimiento de Cristo «hermano». c. Visión trinitaria de la fraternidad (2CtaF 49-53) Francisco expone su proyecto de fraternidad en un fragmento de la segunda redacción de su Carta a todos los fieles. Efectivamente, en 2CtaF, al explicar la relación del hombre de fe con Dios trino y uno, Francisco utiliza varios términos que indican una relación familiar-fraterna.

329 Los fieles, afirma, son hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Son esposos, cuando el ama fiel se une a nuestro Señor Jesucristo por virtud del Espíritu Santo; son hermanos de Jesucristo, cuando hacen la voluntad del Padre; y son, además, madres de Jesucristo, cuando llevan a Cristo en el corazón y en el cuerpo por medio del divino amor y por la pura y sincera conciencia y lo engendran a través de las obras santas. De este modo, la vida de fe y penitencia crea una doble relación. En primer lugar, crea la relación familiar y fraterna de los fieles con la Trinidad como hijos, esposos, hermanos y madres. En segundo lugar, crea una relación igualmente familiar y fraterna entre los mismos fieles, pues, como tales, todos son hijos del mismo Padre y hermanos en Jesucristo cuando cumplen su voluntad y realizan sus obras. Viviendo así el plan salvífico de Dios, se crea una íntima familiaridad de los fieles con Dios y de los fieles entre ellos. Este modelo de vida familiar entre los creyentes y de éstos con Dios uno y trino, en cierto modo se convierte para Francisco en el modelo de la vida fraterna de los frailes menores. Por eso, en la Regla no bulada propone a los hermanos este modelo de vida fraterna-familiar bajo el aspecto de la maternidad: «Y manifieste confiadamente el uno al otro su propia necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo proporcione. Y cada uno ame y nutra a su hermano, como la madre ama y nutre a su hijo, en las cosas para las que Dios le diere gracia» (RnB 9, 10-11). Francisco vuelve a tomar aquí la relación familiar expuesta en la Carta a los fieles, aplicándola concretamente a la vida de la fraternidad. Para él, el ser hermano se expresa en el amor materno, el amor que hace nacer y crecer la vida y que la nutre. Cada hermano menor, como madre que es para los demás, está llamado a hacer nacer y crecer en ellos la vida del espíritu, la vida de la fe y a nutrirla según el Evangelio. Esta vocación maternal el hermano menor la realiza a través del seguimiento de Cristo y mediante obras concretas de amor fraterno: dando la propia vida por el hermano, como hizo Jesucristo, y dándosela a cada uno según sus propias necesidades. d. Significado de la vida fraterna en común Para san Francisco el ser hermano según el modelo de familiaridad con Dios trino que acabamos de señalar, lleva a cada hermano a una estrecha relación de vida con cuantos han elegido la misma vocación. Todos los hermanos han recibido la llamada de Dios a participar en el mismo proyecto evangélico, en seguimiento de Cristo, como hijos de un mismo Padre celestial y como hermanos de un «hermano e hijo, que ofreció su vida por sus ovejas» (cf. 2CtaF 54-56). Así, en torno a Francisco se crea una fraternidad de convivencia, esto es, de vida en comunión, de vida común con el fin de dar la vida siguiendo las huellas de Jesucristo. De este modo, la vida fraterna, que hunde sus raíces en la Trinidad, se manifiesta y se fortalece compartiendo con los hermanos la realidad de la vida cotidiana, el trabajo, la misión evangélica. La vida fraterna en común era para Francisco y sus primeros frailes un modo de convivencia para favorecer la realización de la misma vocación en el Espíritu del Señor. De este modo la fraternidad en común es el lugar donde se comparten los valores evangélicos, aplicándolos y poniéndolos en práctica en las relaciones entre los mismos hermanos y en las relaciones con la Iglesia y con el mundo, dando así testimonio de la bondad y de las maravillas de Dios: «A quien tanto ha soportado por nosotros, tantos bienes nos ha traído y nos ha de traer en el futuro, toda criatura, del cielo, de la tierra, del mar y de los abismos, rinda como a Dios alabanza, gloria, honor y bendición; porque Él es nuestra fuerza y fortaleza…» (2CtaF 61-62). Así la vida fraterna en común aparece como testimonio de la relación íntima con Dios Creador, Redentor y Salvador (cf. Rnb 23, 10). Pero, al mismo tiempo, teológicamente hablando, se podría decir que la vida fraterna-familiar en común se hace expresión y testimonio de la unidad-amor de Dios, nace de lo alto como don para testimoniar en el mundo la vida interna de amor de la Trinidad. El amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo se hace fraternidad, se hace familiar y visible en la vocación evangélica de los frailes menores, que viven en amor fraterno-materno. 3. Origen humano de la fraternidad a. Valor de cada hermano El artículo 40 de las CCGG recoge, como dijimos, el sentido teológico-espiritual de la fraternidad en cuanto desarrolla el principio de que todo hermano es un don para los demás. Pero,

330 al mismo tiempo, cada hermano, en su individualidad y con sus dotes personales, se convierte en punto humano de partida para la construcción de la vocación fraterna, en origen de la fraternidad. Por eso la fraternidad está constituida por personas concretas, con su carácter, su cultura, talentos y capacidades personales. En este sentido cada miembro es un enriquecimiento de la fraternidad. La fraternidad vive de las diversas riquezas personales con las que cada uno de sus componentes contribuye a la construcción del conjunto y a dar vida a los valores de la vocación franciscana. Pero como la diferencia, aunque sea un enriquecimiento, puede convertirse en un obstáculo para la convivencia fraterna, se exhorta a los frailes a aceptarse mutuamente con respeto y amor. La voluntad de construir, con un comportamiento de tolerancia y de aceptación mutua, una verdadera fraternidad en el espíritu familiar-materno ayuda a privilegiar la fraternidad como lugar de encuentro con Dios, sumo bien, el cual se revela por medio de los dones que los frailes individuales han recibido como característica propia para ponerla a disposición de todos. Por otra parte, la llamada a la igualdad de todos los hermanos recuerda que la fraternidad se construye y se vive a través de la aportación de todos. No debe infravalorarse esta riqueza del hermano concreto como punto de partida para la construcción de la fraternidad. La fraternidad tiene vida en cuanto el individuo encuentra en ella el lugar donde entregarse a sí mismo a los demás. Por eso la fraternidad nace de la acogida de lo humano que el otro ofrece. b. La fraternidad, realidad dialéctica entre gracia y deber Los dos artículos de las CCGG que guían nuestra reflexión reflejan una cierta dialéctica entre gracia y deber. En ellos se expresa claramente la visión de que la fraternidad nace como don de la gracia de Dios, gracia que se da a través del Hijo de Dios, Jesucristo, encarnado por el Espíritu Santo en el hombre que siente la vocación de vivir según el estilo de san Francisco (cf. CCGG 38). Esta gracia divina aparece nuevamente como don en cada uno de los hermanos que llegan a la fraternidad (cf. CCGG 40). Ahora bien, la fraternidad y los hermanos deben responder con su propia vida a esa gracia que Dios les ha dado en la «forma de vida» y en la vida de cada hermano. La gracia se convierte, pues, en compromiso: compromiso de seguir la forma de vida revelada por Dios a san Francisco, compromiso de construir la vida fraterna amando y alimentando al hermano (cf. CCGG 40). Como en una balanza, las CCGG, siguiendo la pista del fundamento teológico-espiritual, unen en el mismo plano el valor de la fraternidad en común que se quiere construir y el valor de cada hermano con sus cualidades originales (cf. CCGG 38). Nos encontramos ante un esfuerzo por establecer un equilibrio entre la inserción en la fraternidad de la persona individual, que contribuirá con todas sus capacidades al fin común, y el respeto-amor a la persona del hermano y de sus necesidades vitales, por parte de la fraternidad. El hermano tiene el deber de insertarse en el contexto de la vocación común, viviendo los valores de la fraternidad con su contribución a la propia misión. A su vez, la fraternidad, creada por cada uno de sus miembros, debe respetar el don recibido de Dios a través de cada persona que la compone. Por eso se debe desarrollar en la fraternidad una sensibilidad de respeto hacia la diversidad de los demás. Y aquí nos encontramos de nuevo ante una realidad dialéctica entre la gracia del don de ser hermanos y el deber de construir la fraternidad a través de ese don. El hermano es un don de Dios al que hay que acoger, tal como es, en la fraternidad; pero, al mismo tiempo, la fraternidad es un empeño de relación que hay que construir y desarrollar, y este cometido afecta a todos por igual. Compartiendo en este sentido la propia vida, los propios dones en el seguimiento de Cristo, actualizando juntos en la relación familiar los valores del Evangelio, la fraternidad se convierte en lugar de encuentro con Dios: «Se posará sobre ellos el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada» (1CtaF 6). 4. Consecuencias y dificultades de esta visión Una primera consecuencia de esa visión es que la vocación de nuestra Orden consiste en construir la fraternidad. La primera finalidad de nuestra vocación no es, por tanto, un empeño

331 espiritual o pastoral o un proyecto: la primera finalidad es la fraternidad misma. Una fraternidad, sin embargo, que nunca se construirá con miras a su propio provecho. La construcción de la fraternidad se hace para crear un lugar de encuentro con Dios. Construyendo la fraternidad, Dios quiere construirse un lugar de presencia entre nosotros y en el mundo. Teológicamente hablando, la construcción de la fraternidad como don de Dios ofrece a Dios la posibilidad de encarnarse en el hoy. Por eso, la construcción de la fraternidad exige la encarnación en el mundo, en el propio ambiente, especialmente entre los pobres y los marginados. En este sentido, la fraternidad necesita abrirse a la revelación divina, teniendo en cuenta los signos de los tiempos y las circunstancias actuales, y al mundo, para estar cerca de las necesidades, peticiones, alegrías y sufrimientos de los hombres. Una segunda consecuencia es el respeto a la diversidad entre los miembros de una misma fraternidad. No puede alcanzarse la unidad si no se respeta la diversidad. En este sentido, la formación en el mismo espíritu y en la misma espiritualidad, sin eliminar las diferencias y respetando la individualidad de cada uno, es una exigencia de nuestra vida fraterna. Los hermanos menores no vivimos juntos por ser amigos. Nuestra relación no se basa en la simpatía natural. Entre nosotros hay caracteres y temperamentos diferentes y muchas veces opuestos. La madurez humana de todos no está siempre al mismo nivel. La diferente formación y educación, los ritmos de vida y las necesidades personales son diferentes. Esto dificulta la construcción de la vida fraterna, pero no debe ser nunca causa de rupturas. Edificar la vida fraterna en común no es tarea fácil. Requiere tiempo y mucha apertura a Aquel que nos ha llamado a esta forma evangélica de vida. Para Él nada hay imposible y su gracia no nos faltará. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN 1. Leer los siguientes textos: Rnb 1, 1-5; 2Cel 17: Hermanos, porque seguidores de la doctrina y huellas de Jesucristo. Rnb 1, 1-5; TC 29: Hermanos, porque oyentes y observantes del Evangelio. 1CtaF 1, 8-13; 2CtaF 48-56: Hermanos, porque hermanos de Jesucristo. Rnb 22, 37; Florecillas c. 14: Hermanos, porque Cristo está en medio de ellos. LP 104: Hermanos, porque creados por el mismo Creador. 2Cel 198-199; LP 110: Hermanos, porque Cristo ha tomado nuestra humanidad. 1CtaF 1, 14-19; 2CtaF 56-60; Rnb 22, 41-55: Hermanos, por y en la unidad de la Trinidad. Rnb 2, 33-34: Hermanos, porque tienen el mismo Padre del cielo. LP 101: Hermanos, porque familia pedida por Cristo al Padre. 2Cel 180: Hermanos, porque hijos de la misma madre, la Orden. 1CtaF 1, 1-13; 2CtaF 48-56; 2Cel 193: Hermanos, porque el Espíritu del Señor nos hace hijos del Padre y hermanos de Jesucristo y porque el Espíritu es el Ministro general de la Orden. Rnb 1, 1; Rb 1, 1; 2Cel 191: Hermanos, porque siguen la misma forma de vida. Rnb pról. 2-3; Rb 1, 2; TC 46; LP 58. 102: Hermanos, porque reunidos por la fe de la Iglesia y por la obediencia a ella. 2Cel 158; LP 112: Hermanos, porque Jesucristo es pastor y superior de los hermanos. Rnb 2, 9; Rb 2, 11: Hermanos, porque recibidos a la obediencia. 2. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre las bases en las que se funda mi opción por la fraternidad. Hacer una revisión de vida sobre la vivencia concreta de la vida fraterna. 3. Preguntarse: ¿Qué significa concretamente en mi vida la invitación de San Francisco a que los hermanos se amen y cuiden recíprocamente con mayor diligencia que una madre ama y nutre a su hijo carnal? ¿Qué significa para mí que «cada hermano es un don de Dios»? ¿Qué exigencias concretas debería tener esta conciencia en mi vida?

332 ¿Cómo insertar estas exigencias en el proyecto personal de vida? ¿Cómo trabajarlas para que sean la fundamentación de la vida fraterna a nivel personal? Para la reflexión en grupo 1. Leer Test 14; Rnb 9. 10. 11; TC 25-34. 2. A la luz de estos textos: Hacer una comunicación fraterna sobre nuestra situación actual y una confrontación con el ideal en lo relativo a las exigencias y dificultades de la vida fraterna. Reflexionar sobre el origen y la finalidad de la fraternidad franciscana. Intercambiar los distintos puntos de vista. Hacer una revisión de vida cotidiana y de los compromisos tomados por la fraternidad como tal y por sus componentes, para ver cómo expresar mejor nuestra identidad como fraternidad y el origen de ésta como don de Dios. Ver el modo concreto de encarnar esta vocación en el propio ambiente, de tal forma que nuestras fraternidades sean evangélicamente significativas. 3. Leer Rnb 5, 13s; Adm 3. 18. 24. 25. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre las «virtudes humanas» que deben caracterizar la vida fraterna; Hacer una revisión de las relaciones fraternas con los demás hermanos de la fraternidad y con todos aquellos con quienes nos relacionamos. 4. Leer CCGG 38. 39. 40. A la luz de estos textos: Analizar las dificultades de la vida fraterna en común; Reflexionar sobre los dones de cada miembro de la fraternidad. Cómo se respetan y desarrollan estos dones en el seno de la fraternidad y, a la vez, cómo contribuyen los dones de cada uno al crecimiento de todos. 5. Leer VC 14-22. A la luz de este texto: Reflexionar sobre la vivencia concreta de la vida fraterna a la luz de la comunión de vida trinitaria. Revisar la concepción de los votos a la luz de la visión trinitaria, cristológica y misionera. 6. Preguntarse: ¿Qué imagen de sí mismas dan nuestras fraternidades? ¿Nuestra fraternidad –su voz, su razón de ser, su mensaje– llega de hecho al pueblo? O, dicho de otro modo, ¿el carisma profético sigue vivo en tu fraternidad? Señala algunos indicios. ¿Qué lugar ocupan en el proyecto de vida fraterna los aspectos que emergen de los textos antes meditados? ¿Cómo trabajar estos aspectos en la formación permanente y en la vida de la fraternidad?

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SEGUNDA PARTE LA FRATERNIDAD FRANCISCANA, DON Y TAREA I

CONSTRUIR LA FRATERNIDAD 1. «Llamados a edificar la fraternidad» Los hermanos menores hemos aprendido y heredado de Francisco de Asís, forma minorum, la sana costumbre de edificar y construir. Francisco comprendió su vocación como un «ve, repara mi Iglesia, que, como ves, amenaza ruina» (cf. 2Cel 10). La vocación de Francisco se fraguó y consolidó, al menos al comienzo, mientras reconstruía iglesias (como se sabe, consta que reconstruyó 3 ó 4 iglesitas), pues es en la Iglesia donde uno escucha la llamada y donde se consolida toda vocación. Más tarde, este «reconstruir la Iglesia» Francisco y sus hermanos lo entendieron como una llamada a vivir el Evangelio y seguir a Jesús. Así fue como reconstruyeron la Iglesia medieval, a fin de devolverle la frescura y la belleza de Jesús, de quien la Iglesia es icono y manifestación viva. Los hermanos menores hemos heredado de Francisco esta llamada a seguir construyendo la Iglesia, edificando la fraternidad de hermanos menores. Sentimos la urgencia de edificar el pueblo de Dios (cf. CCGG 95 §2) y lo hacemos siendo lo que debemos ser: hermanos y menores. La llamada a edificar la fraternidad es una urgencia, pues, aunque la comunión fraterna es ya una realidad por el Espíritu, sentimos con todo el todavía no de nuestra entrega. Entre nosotros la comunión es un hecho que se palpa y se vive, y esto constituye la grandeza de nuestra vocación; pero, por otra parte, sentimos la fragilidad de nuestra comunión, pues mordemos diariamente el amargo manjar de nuestras divisiones y disensiones, de nuestras grandes y pequeñas disputas y rivalidades, y esto constituye la miseria de nuestra vivencia vocacional. Grandeza y miseria, realidad y promesa, gozo y dolor… son las dos caras de nuestra comunión y nos reclaman aunar fuerzas para seguir edificando esta comunión trinitaria que se nos propone como realidad y promesa de nuestras frágiles vidas. La vida fraterna no es algo estático, ya dado, sino algo que se está haciendo o deshaciendo, construyendo o destruyendo, pues es una realidad viva, hecha de personas vivas, fuertes y frágiles al mismo tiempo. 2. A la luz de las Constituciones generales En nuestras CCGG hay un texto clave y claro al respecto: «…esfuércense (los hermanos) por edificar la fraternidad como una familia unida en Cristo» (cf. CCGG 45 §1). Además de esta expresión, las CCGG contienen una serie de detalles, términos y modos de hablar que indican entender lo fraterno en el sentido de crecimiento, como camino, como impulso. Por ejemplo, aparecen por doquier verbos como «construir», «edificar», «fomentar», «promover», «apoyar»… No menos significativa es, quizá, en este sentido, la expresión: «…y con la ayuda de los hermanos», de la fórmula de la profesión (cf. CCGG 5 §2). La profesión de hermano menor no es una meta donde descansar, una vez alcanzada, sino, más bien, el comienzo de un camino que se prolonga hasta la misma muerte y en el que se cuenta con la cercanía y la ayuda de los hermanos para aprender a ser hermano. No se profesa nuestra vida porque ya se es hermano; más bien, se profesa para, entre hermanos y con su ayuda, aprender y llegar a serlo; la vocación de fraternidad requiere, pues, un ir haciéndose, un ir construyendo la respuesta vocacional. Esta lectura de nuestra vocación como un proceso, además de poner a cada hermano y a cada fraternidad en camino, evidencia la necesidad de asumir la tarea de edificar y construir la fraternidad.

334 3. Una amplia tarea La fraternidad franciscana, en su pequeñez y minoridad, es también una vasta tarea, porque nuestra vocación pretende metas que están más allá de lo controlable. Hombres como los demás, pero llamados a ser hermanos; frágiles y débiles como los demás, pero llamados a vivir desde la promesa del «Todopoderoso»; enraizados en esta tierra, pero llamados a la utopía del Reino que es historia y metahistoria; enraizados en una fraternidad concreta y, sin embargo, abiertos a la gran fraternidad constituida por todos los hermanos del mundo entero; viviendo una historia sencilla y, a la vez, abiertos a la historia de la salvación que Dios quiere realizar; limitados como otros pobres, pero complementados por la presencia de tantos hermanos que hacen posible la fraternidad; prestando servicios a veces insignificantes y siendo, al mismo tiempo, luz y fortaleza de Evangelio para cuantos contemplan esta comunión de hermanos; desprovistos y despojados de fuerza, pero con la pretensión de ser fermento de fraternidad en el mundo para los más desfavorecidos; enviados al mundo como hermanos, mansos y pacíficos ante las agresividades y fuerzas contrarias, pero con la pretensión de ser anuncio de la paz mesiánica que el Señor Jesús nos trajo… Y esta profesión es amplia, además, porque ser hermano no es cuestión de aprendizaje ideológico-intelectual, sino cuestión de corazón, de un corazón capaz de «tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (cf. Flp 2, 5), de un corazón capaz de amar hasta entregar la propia vida por los hermanos. Y todos sabemos por experiencia que este aprender es algo que no se acaba nunca, pues cuando pensábamos haber alcanzado la meta, nos sorprendemos, en lenguaje paulino, con experiencias de «hombre viejo», un hombre con el «espíritu de la carne», como repite Francisco tantas veces, egoísta, violento, «mayor», selector, juez del hermano… y, por tanto, hay que volver a empezar. 4. Una tarea de todos El artículo 45 § 1 antes citado subraya el lugar y el papel de todos los hermanos en esta construcción de la fraternidad. Dice, en efecto: «Los Ministros y Guardianes, en estrecha unión con los hermanos a ellos encomendados, esfuércense…». Ciertamente los ministros y los guardianes tienen, dada nuestra identidad, un gran servicio que prestar: son los primeros encargados de edificar la fraternidad. Pero no son los únicos ni, quizá, los más importantes en esta tarea. A todos los hermanos, a cada uno a su manera, corresponde el deber y el gozo de edificar. Si en nuestro proyecto de vida se insiste en la importancia de la corresponsabilidad (no en vano nuestra vocación se define en la «obediencia mutua y caritativa», como voluntad de fidelidad al único proyecto profesado en fraternidad), en el tema de edificar la fraternidad la corresponsabilidad no sólo es vital sino también un punto de partida. De esta forma se evita la bipolaridad entre superiores y súbditos, que ha sido una constante en muchos momentos de nuestra historia. En la edificación de la comunión fraterna no sobra nadie y todos hacen falta: los ministros, como estímulo y ejemplo de comunión; los hermanos, como el lugar donde se verifica dicha comunión. Por ello, ni ministros sin hermanos ni hermanos sin ministros, sino todos, unos y otros, de forma integrada en comunión fraterna y edificante. 5. Edificar, no destruir El objetivo que se busca es edificar, construir. Por tanto, los hermanos hemos de procurar usar verbos afirmativos y positivos: motivar, apoyar, sumar, estimular, proponer, facilitar, empujar… La primera forma de edificar consiste en no destruir, en no echar por tierra lo que ya existe, en no erosionar, en no abrir brechas en la fraternidad. Existen formas sutiles –y también burdas–, de palabra o mediante gestos, por acción u omisión, de destruir la vida fraterna. Por eso, las CCGG 43 recuerdan: «Guárdense los hermanos de toda acción que pueda herir la unión fraterna». Esta llamada a edificar la vida fraterna parece tanto más importante cuanto que en mu-

335 chos lugares los hermanos y las fraternidades sienten la tentación del individualismo, la superficialidad, el materialismo, la inhibición… Nuestro tiempo, tan denso y tan sorprendente en muchas partes de la Orden, requiere de nosotros una serie de actitudes de fondo. Son, en definitiva, las actitudes de todo buen «constructor» de fraternidad. Recordemos algunas: a. Crear vínculos positivos Todos crecemos gracias a los cuidados que nos ofrecemos unos a otros en un ambiente de gratuidad. La pertenencia comunitaria es un derecho y un deber. Y esto significa que es en la comunidad –como hogar y como casa– donde podemos recibir y ofrecer respuestas a nuestras necesidades básicas en la alternancia y la reciprocidad del dar y del recibir. Crear vínculos positivos significa capacidad de cuidar al otro y de darle vida, compartir recíprocamente la fecundidad. Para ello hace falta riqueza en el mundo interior y generosidad. Cuidar al otro es hacer posible que exista equilibrio entre la satisfacción y la frustración de nuestras necesidades. Estos vínculos positivos deben darse en la alternancia –ahora tú, ahora yo–, en la reciprocidad, en la entrega mutua, como repite incansablemente Francisco en sus Escritos. b. Generar esperanza Es la capacidad realista del hombre maduro, que, en vez tomar –dentro o fuera de la fraternidad– posiciones mágicas ante los deseos, inquietudes, alegrías y sufrimientos, o ante la utopía, afronta la vida con entrega diaria, con trabajo asiduo y compromiso generoso, utilizando para ello la razón, el corazón y las ideas, así como la emoción, los recursos y las estructuras adecuadas. El refranero popular expresa genialmente esta idea cuando dice: «Al que algo quiere, algo le cuesta»; y también: «Obras son amores». Desear conocer algo, no es lo mismo que «ponerse en camino para conocerlo verdaderamente». Vivir como hombres, hermanos, religiosos («religados»), ser en el mundo signo y profecía del Reino, generar esperanza entre los pobres, es movilizarse sin atropellar ni avasallar a nadie; salir de la fantasía, del discurso delirante, de la queja y la nostalgia; atravesar el miedo y avanzar con la duda, poniendo en juego los mejores recursos de uno mismo y de los otros, reavivando el sentido de Aquel que nos con-voca y reúne. c. Contener el dolor y acoger la vida Donde hay amor y pasión, siempre hay dolor. El dolor es la pérdida, la sorpresa, la desnudez, lo bueno que ahora no puedo disfrutar porque la vida me va concretando cada día y no puedo tenerlo todo. En la vida de una fraternidad siempre hay pequeños y grandes dolores: unas veces los otros no realizan nuestras expectativas; otras, no sale el proyecto; en otros casos, es la enfermedad o la muerte de un hermano; o, quizás, la salida de un hermano de nuestra Orden… Y nos preguntamos qué sentido tiene ese sufrimiento o cómo podemos superarlo. Pues bien, todo eso puede dar la medida de nuestra capacidad de amor. ¿Cómo afrontará una comunidad el dolor? La madurez de una fraternidad se mide en su capacidad de asumir adulta y correctamente el dolor, la dificultad, la cruz. Construir la fraternidad significa también afrontar las cuestiones que resultan como una espina en nuestra vida, pero que, bien entendidas, nos hacen madurar y caminar, aunque sea a veces a precio de sangre. El sinsentido es causa profunda de sufrimiento. El sufrimiento originado por el dolor nos puede quitar casi todo, pero no la voluntad de sentido, el último reducto de la libertad que dé sentido a la desnuda existencia. Quien tiene un para qué en la vida, encuentra un cómo soportar el dolor. Así lo atestigua el testimonio de tantas personas que han soportado y superado el dolor y hasta el fracaso porque tenían una causa que los motivaba. Puede ocurrir que el dolor se vuelva ansiedad, angustia, resentimiento. Lograr que el sufri-

336 miento no nos desintegre, sólo es posible dando sentido al dolor y aceptando pasar por las fases que supone la asimilación de todo conflicto. Estas son algunas de las propuestas para ir edificando y construyendo nuestra vida fraterna. No son las únicas, pero pueden tener interés en nuestro mutuo crecimiento. 6. Mediaciones para edificar la fraternidad Existen muchas mediaciones para ir construyendo ordenadamente la comunión fraterna. Las CCGG señalan varias, sobre todo en el capítulo III. Destacamos algunas: a. Reciprocidad vital y de servicios No hay comunión fraterna si no hay reciprocidad, pues no nos hemos reunido para estar los unos al lado de los otros, sino los unos volcados hacia los otros, en reciprocidad vital. Muy importante respecto a la reciprocidad es la terminología usada por Francisco, calcada del vocabulario del Nuevo Testamento (alter alterius, invicem inter se…). b. Corresponsabilidad Sólo cuando se asume que la fraternidad es la «casa de todos», pues todos somos iguales aunque nuestra procedencia sea distinta, edificamos la fraternidad. Todos nos sentimos llamados a responder al Señor que nos convoca y nos llama a su seguimiento. Y esta corresponsabilidad ha de concretizarse en los varios ámbitos de la vida de fe, de la vida misma y de la misión. c. Capítulo o encuentro de la fraternidad La fraternidad se edifica, igualmente, en el Capítulo de la fraternidad, esa asamblea –lugar de celebración de la fe, ámbito de encuentro de los hermanos y lugar de formación y de corrección fraterna– en la que «dos o tres están reunidos en el nombre del Señor», intentando discernir su voluntad. d. Proyecto comunitario Las CCGG no citan explícitamente el proyecto comunitario; sin embargo, su línea de pensamiento, su poca concreción, su no dictar normas concretas en muchos casos... dan a entender la necesidad del proyecto comunitario. Éste es una mediación concreta para que la fraternidad clarifique y decida cómo ser fraternidad y cómo edificarla. e. No lesionar la unión fraterna El art. 43, antes citado, señala una forma concreta y realista de edificar la fraternidad. Quizá sea la primera forma de edificarla: no destruirla, no minarla por sus bases, no exponerla a caminos sin salida. Es decir, hay que evitar toda actuación individual y/o grupal que pueda lesionar la unión. f. Prestar los servicios de fraternidad El capítulo III de las Constituciones podría titularse: Cómo edificar la comunión. Y se podría leer su articulado como una enumeración de los servicios que hay que prestar para llevar a cabo esa edificación de la comunión. Las CCGG señalan muchos servicios que los hermanos pueden y deben prestarse recíprocamente: unos son de tipo espiritual, otros «humanos», existenciales…: desde el servicio de dar continuamente incentivos de esperanza, paz y alegría, hasta el de cuidar de manera particular a los ancianos, enfermos y débiles, creando un ámbito de fraternidad que sea «lugar privilegiado de encuentro con Dios» (art. 40). Sólo así, construyendo día a día la comunión en el mutuo estímulo fraterno, podrán ser los hermanos constructores de nuevas fraternidades del pueblo de Dios (cf. CCGG 95 §2).

337 SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: Jn 17, 11. Este texto aparece varias veces en los escritos de Francisco (1CtaF 1, 27-28; 2CtaF 56-60; Rnb 22, 41-55). Con él, Francisco proclama la fuente y el modelo de la relación de amor más que materno entre sus hermanos: el amor del Padre y del Hijo. Jn 15, 12. Este texto se encuentra una vez en los escritos de Francisco (Rnb 11, 5). Francisco proclama con él el carácter cristológico de la relación de amor más que materno de los hermanos. 1Jn 4, 8. 16. El pensamiento se encuentra nueve veces en los escritos de Francisco, aunque el texto de 1Jn nunca se cite a la letra. Francisco proclama con él, de nuevo, el origen del amor en Dios. 1Jn 3, 18. Este texto se encuentra una vez en los escritos de Francisco (Rnb 11, 6). Con él Francisco proclama la necesaria operatividad del amor, tema muy presente en sus escritos con relación a la fraternidad y otras áreas. Mt 5, 44. Este texto se encuentra cuatro veces en los escritos de Francisco (2CtaF 38; Adm 9, 1; Rnb 22, 1; Rb 10, 10). Con este texto Francisco proclama el carácter de radicalidad que tiene la relación de amor más que materno entre sus hermanos y entre éstos y los demás hombres. Mt 7, 12. Este texto se encuentra 10 veces en los escritos de Francisco (Adm 18, 1; 2CtaF 43; CtaM 17; etc.). Con él Francisco proclama el carácter respectivo, recíproco, de la relación de amor más que materno entre los hermanos. Mt 20, 25-28. Se encuentra tres veces en los escritos de Francisco, aunque nunca a la letra. Francisco cita a la letra únicamente la frase [no vino a] ser servido, sino a servir (Adm 4, 1; Rnb 4, 6; 5, 9-12). Francisco, con este texto, proclama el carácter de servicialidad que debe tener la relación de amor más que materno entre sus hermanos. De hecho los vocablos servir, servidor, ministros son abundantísimos en sus escritos, haciendo referencia sin duda a este texto evangélico. Lc 22, 26. El texto se encuentra dos veces en los escritos de Francisco, aunque nunca a la letra (2CtaF 42; Rnb 5, 12). El término menor aparece 16 veces en sus escritos y, sin duda, hace referencia a este texto. 2. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre las exigencias del amor fraterno y las consecuencias concretas en la propia vida y en relación con los demás. 3. Preguntarse: ¿Soy consciente de mi papel insustituible en el proceso de construcción de la fraternidad? ¿Qué cambios está exigiendo en mi vida la vocación a construir fraternidad? ¿Qué actitudes positivas debo potenciar y qué actitudes negativas debo evitar? ¿Qué considero esencial en nuestra vida fraterna? ¿Estoy dispuesto a un diálogo fraterno sobre lo esencial y a dejarme desinstalar por la verdad, venga de quien venga? ¿Considero la oración como el medio por excelencia para construir fraternidad? ¿Qué importancia (en valoración, en tiempo, en constancia y fidelidad) tiene la oración personal en mi vida? ¿Cuáles son las mediaciones concretas que debo poner por obra para edificar fraternidad y qué lugar ocupan en el proyecto personal de vida? ¿Cómo trabajar las exigencias del amor fraterno en mi vida? Para la reflexión comunitaria 1. Leer los siguientes textos: 1Cel 34-36; LP 115. 2. A la luz de estos y otros textos:

338 Identificar y analizar el tipo de relación que se da en la respectiva fraternidad donde uno vive. Recordar, desde los escritos y biografías, formas y modos que tenía Francisco de reconstruir la vida fraterna. Señalar algunas actitudes y conductas constructivas que hemos observado en algunos hermanos de la comunidad. (El decirse las cosas positivas construye). Recordar asimismo formas y modos que, según Francisco, destruyen y lesionan la vida fraterna. Revisar nuestras celebraciones eucarísticas y demás momentos de oración comunitaria para ver si son signo de la vida de la fraternidad o fruto de la rutina. 3. Preguntarse: La fraternidad donde yo vivo, ¿es una agregación de personas? ¿Es una vida conventual de comunidad? ¿Es un grupo de personas que trabajan juntas? ¿Es un grupo de amigos que están juntos? ¿Se construye fraternidad? ¿Qué puede significar en concreto hoy para nosotros el edificar la comunión fraterna? Formas concretas de hacerlo. ¿Qué podría significar para nosotros el salmo que dice: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles…»? ¿Qué podríamos hacer para que la oración comunitaria ayude a construir fraternidad? ¿Qué estamos haciendo actualmente para construir la fraternidad a la que pertenecemos? ¿Qué lugar ocupan estas mediaciones en el proyecto de vida fraterna? ¿Qué medios señalarías para avanzar en la construcción de la fraternidad a la que perteneces?

339 II

REALIDAD HUMANA EN LA FRATERNIDAD 1. Llamados a la madurez trinitaria El art. 38 de nuestras CCGG sitúa la vocación del hermano menor en el contexto de la comunión trinitaria: hemos sido llamados a participar de la comunión de la vida y de la vitalidad existentes en el seno de la Trinidad. El art. 39, como queriendo completar o explicitar la llamada a la comunión, sitúa nuestra vocación como vocación al despliegue antropológico y humano. La llamada a ser hermano menor es también una llamada a vivir y desplegar todas las potencialidades y capacidades «humanas». Y esto no como algo diferente a la llamada teológico-espiritual, sino como su complemento o explicitación: en el despliegue humano y total se percibe la grandeza de nuestra vocación. Se trata de ser y de vivir todos los aspectos de la comunión, que es donación, gracia, despliegue, fiesta, entrega, salir de uno mismo, caminar hacia el otro… El art. 39 señala algunas de esas capacidades o cualidades humanas: la familiaridad de espíritu, la amistad mutua, la cortesía, el espíritu jovial… Y nos llama a cultivar «todas las demás virtudes…» (cf. art. 39). Se trata de la dimensión antropológico-humana de nuestra vocación. Es un aspecto que hay que tener muy en cuenta, ya que desde todas partes se nos pide la madurez humana de nuestra vocación. La Ratio formationis franciscanae, al hablar de los candidatos que quieren compartir nuestra vida, pide continuamente un crecimiento humano, cristiano y franciscano de nuestra vocación (véase RFF 45 y siguientes, sobre todo el núm. 56). De este crecimiento integral habla, igualmente, el Documento sobre la comunión fraterna de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: «Es útil llamar la atención sobre la necesidad de cultivar las cualidades requeridas en toda relación humana: educación, amabilidad, sinceridad, control de sí, delicadeza, sentido del humor y espíritu de participación…» (Congregavit nos in unum Christi amor, n. 27). Otro tanto se dice en el documento Pastores dabo vobis, que, al hablar de las dimensiones de la formación sacerdotal, cita en primer lugar «la formación humana, fundamento de toda formación sacerdotal» (cf. PDV 43). Esta llamada a la madurez humana no es, sin embargo, nueva en nuestra tradición franciscana. Quizá pueda decirse que durante largos períodos de nuestra historia no se le ha prestado suficiente atención, pues se acentuaban otros temas; con todo, siempre ha estado presente. Francisco de Asís era un hombre «humanamente maduro»: los rasgos que lo identifican coinciden con los rasgos que las ciencias modernas consideran propios de una persona humanamente madura. En los escritos de Francisco encontramos multitud de signos que acentúan la necesidad e importancia de la madurez humana. Francisco posibilita y exige a sus hermanos «esta madurez humana». He aquí un pequeño muestreo: alegría («no se muestren hipócritamente ceñudos»); comprensión («no juzguen a nadie»); perdón mutuo y generoso; ecuanimidad («no se aíren…»); amor como el de una madre («porque si una madre ama y cuida…»); disponibilidad hacia los otros; libertad para no quedar atrapados (por dejar un cargo…); encajar las ofensas (Admoniciones, passim…). Un texto significativo es EP 85, donde Francisco resalta, entre los rasgos del «hermano perfecto» (es decir, maduro), cualidades como la cortesía, la delicadeza, la acogida, la servicialidad, etc. Nuestras fraternidades, pues, están llamadas a posibilitar y potenciar los signos de madurez humana, a fin de ser, también por esto, «lugar de encuentro con Dios» (cf. CCGG 40).

340

2. Algunos signos de madurez humana ¿Cuándo podemos decir que un hermano ha alcanzado la madurez o que una fraternidad está formada por hermanos maduros? ¿Cuáles son las señales que nos permiten identificar la madurez de una persona? Son muchos los signos que indican la madurez de un hermano. Sobre todo, hay conductas y comportamientos que hacen crecer a la fraternidad, así como hay, también, conductas que amenazan la comunión fraterna. Los autores no son siempre unánimes en la enumeración de estos signos. Aquí nos limitamos a citar algunos, a modo de muestra. Los sintetizamos en seis. Los hermanos pueden, así, enumerar otros, completando la lista: a. Armonía interior Con convergencia e integración de todas las potencialidades humanas. b. Comunicatividad En una relación profunda y positiva con los demás. c. Transcendencia Contacto personal y comunión con un Ser supremo que da sentido y vida. d. Eficiencia En el campo intelectual, material, social… Es decir, que la persona, esté donde esté, sea capaz de desarrollar sus cualidades y llevar a cabo sus proyectos: profesor, cocinero, intelectual, labrador…, pero eficiente. e. Sentido del humor Es la rara capacidad que tienen algunas personas de amarse profundamente y, precisamente por ello, de saber reírse de ellas mismas; de amar profundamente el mundo sabiendo, al mismo tiempo, reírse de él. Hay que diferenciar a quien tiene sentido del humor del «gracioso» que toma todas las cosas a broma y de cuyas «gracias» «se ríen» los demás. Tiene sentido del humor quien toma en serio las cosas, pero es también capaz de sonreírse de lo que hace y de relativizar sus propios proyectos e intenciones. f. Creatividad Capacidad de crear algo o de tener alguna experiencia original. Podrían, sin duda, describirse otros rasgos de madurez humana (imagen positiva de uno mismo, autoestima, capacidad de encajar las críticas y las adversidades, capacidad de posponer la satisfacción de las propias «necesidades» y de hacerlo con agilidad, capacidad de apertura a los demás…), que figuran entre los rasgos considerados clásicos. Sería un buen ejercicio fraterno el que la misma fraternidad añadiera y comentara otros rasgos. 3. Algunas dificultades Estamos llamados a ser imagen de la comunión trinitaria y, sin embargo, ¡qué solos nos encontramos a veces!; convocados para ser signos y sacramentos de la nueva humanidad de Cristo resucitado y, sin embargo, ¡cuánta herida y cuánta mordedura de muerte en torno a nuestras fraternidades!; llamados a ser signo de la comunión abundante y, sin embargo, ¡cuántas migajas y heridas en torno a nuestras mesas! Llamados por gracia a esta comunión fraterna, a imagen de la vida trinitaria, reconocemos que media una gran distancia entre el ideal y la realidad. En no pocos casos la falta de madurez humana es causa de dificultades y tensiones que convierten nuestra fraternidad en «un lugar terrible» donde quedan a la vista nuestras limitaciones, heridas, «huidas» y hasta nuestra impotencia para convivir serenamente. Es una amenaza para nuestra vocación de comunión y de unidad. A veces estas dificultades para una convivencia serena son dificultades intrínsecas al desarrollo de las personas: «A este hermano hoy no le admitirían en la Orden».

341 «Es una persona muy extraña». «Este hermano está lleno de complejos que se traducen en una gran inhibición o en una notable agresividad». «Un desarrollo insuficiente en la infancia y en la adolescencia han hecho de este hermano una persona difícil». «Una experiencia negativa en otra fraternidad ha hecho de este hermano una persona encerrada en sí misma e insociable». «Es una persona quemada»… Son algunas de las expresiones que se oyen a menudo en nuestras conversaciones de fraternidad. Y todo esto es real, como son reales nuestras «necesidades y deseos» inconfesados e inconfesables, nuestras «heridas» y carencias, nuestros miedos e impotencias, nuestra dificultad para aceptarnos en nuestra verdad, nuestras fantasías irreales… Y hay que contar con ello, porque «no somos héroes llamados a la santidad, sino pobres hombres convocados a la mesa de la misericordia del Señor». Y mientras no aceptemos este estatuto de la humildad y la debilidad humana, no podremos construir una fraternidad real, madura y significativa. 4. Algunas mediaciones para crecer De nada o muy poco sirve el constatar simplemente estos hechos de nuestra inmadurez. Es preciso moverse para posibilitar a todos los hermanos el progresar en el camino de la madurez. a. Llegar a ser «hombres» «Aun antes de llegar a ser hombres, ya quieren ser semejantes a Dios» (Adversus Haereses IV, 328, 4). Esta frase que san Ireneo dirigió a los gnósticos de su tiempo (siglo III), puede servirnos muy bien para hacer la primera puntualización sobre las mediaciones humanas en la vida comunitaria. Para llegar a ser hombres, es preciso ir adquiriendo una serie de convicciones y de actitudes. Aceptarse y amarse en la propia humanidad personal, en el propio cuerpo; desarrollar en uno mismo las dimensiones masculinas o femeninas que forman parte de nuestro ser. En cada persona deben complementarse el aspecto masculino y el femenino: el animus (el espíritu, la inteligencia) y el anima (abierta al misterio) deben completarse y convivir unidos. Aprender a ser autónomos, independientes, capaces de vivir y de decidir solos, sin necesidad de recurrir continuamente a la aprobación o a la opinión de los demás. Con esta autonomía se vincula la capacidad de aceptar los propios límites y los límites de los demás, el saber sobrellevar en silencio las inevitables carencias y frustraciones de la vida. La responsabilidad, la conciencia del deber, la fidelidad a uno mismo y, sobre todo, la acogida de los demás y el estar abiertos a ellos, la posibilidad de vivir y de formar con ellos un proyecto de vida humano y evangélico, son otros tantos rasgos de esa verdadera humanidad que todos debemos buscar. Apertura al mundo en que vivimos y que es el lugar donde se construye nuestro yo. Este mundo del que no hay que huir, al que no hay que adular ni maldecir, sino, al contrario, conocer, amar, usar con discernimiento en toda su complejidad cultural, científica, social, política, etc. Llegar a ser hombres hoy conlleva tener en cuenta nuestro mundo en toda su complejidad. Dominio de lo relacional: se llega a ser yo pronunciando el tú; uno progresa en su itinerario de madurez humana cuando se ofrece al encuentro del otro. El hombre maduro es aquel que sabe abrirse al otro y aceptarlo en su diferencia. Este otro es el prójimo, el hombre, pero también, sin duda y en primer lugar, el Absoluto, Dios. b. Aceptación del otro

342 ¿Qué es la aceptación del otro? Recibir amorosamente a la persona en su singularidad única; disponibilidad para valorar positivamente su modo de proceder, sus sentimientos e intenciones; capacidad de percibir lo que el otro siente en la originalidad de su mundo interior; confiar vivamente en la capacidad de crecer de la persona. ¿Qué no es la aceptación del otro? Estar siempre de acuerdo con el modo de proceder del otro; justificar y aprobar siempre su conducta; estudiar la persona a distancia; tener una curiosidad excesivamente ávida de la intimidad del otro; tener una actitud predominantemente crítica; juzgar al otro según los propios esquemas mentales y afectivos; evitar todo conflicto ocultando los sentimientos negativos. ¿Cómo se facilita la aceptación del otro? Esforzándose por sentir las cosas como las siente el otro; siendo auténtico y franco, pero no a cualquier precio, sino calibrando lo que el otro puede asimilar; reforzando los sentimientos positivos; dando signos de querer aproximarse al otro; mostrando interés por el otro; siendo paciente en la escucha; siendo testigo de la esperanza; interesándose por las cosas del otro, especialmente por sus sentimientos. ¿Cuándo se dificulta la aceptación del otro? Cuando se le valora sólo en función de sus cualidades, eficacia o conducta edificante; cuando hay una tendencia excesivamente evaluativa; cuando existe desconocimiento del otro; cuando se tiene poca esperanza en el otro. Factores estimulantes de la vida comunitaria Encontrar espacios para expresarse libremente; ambiente de cierto calor afectivo; asignar a cada persona tareas y encargos significativos y adecuados a su competencia, dando margen a su creatividad; contar con el estímulo de referencias consistentes; alimentar sin pausa un ideal generosamente vivido; ambiente participativo en proyectos actualizados y significativos. c. Clima comunitario Nada se ha mostrado tan eficaz para que los hermanos logren la madurez como un buen clima comunitario; es el «punto Cero» desde el que se puede hablar de otras muchas cosas, pero sin el cual es imposible progresar en cualquier camino de crecimiento. Un buen clima comunitario incluye, entre otras cosas: un ambiente agradable y de acogida mutua; ausencia de toda murmuración e hipercrítica del grupo fuera del grupo; alegría por el encuentro con los hermanos y por su presencia; disponibilidad para la colaboración; agilidad para comprender y disculpar al hermano; un nivel suficiente de comunicación, incluso de sentimientos; una relación de cierto calado con los hermanos; generosidad para el perdón mutuo;

343 cultivo de la «mística grupal»… Cuando una fraternidad es capaz de crear este ambiente o clima comunitario asertivo, es insospechable hasta dónde se puede llegar. Ahí, en ese clima acogedor que llamamos «punto Cero», todo es posible, hasta la confrontación más real entre los hermanos… Pero sin él es casi imposible caminar e impensable el crecimiento de los hermanos. ¿No es verdad que quienes más nos han querido han sido los que más nos han ayudado en la vida? Ayudar al crecimiento humano mutuo supone esta aceptación mutua que nos lleva a un amor sencillo, pero real, que nos saque de nuestras prisiones y de las «inmadureces» que nos dañan por dentro. Pero antes de llegar a esta aceptación del hermano, algo ideal, cabría pensar en personalizar al menos estas otras actitudes, básicas en una fraternidad: Respeto a los sentimientos del otro. Evitar siempre emitir juicios de valor. Distribución y coordinación de actividades. Valoración de cada persona. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: CCGG 39 VFC 35-38 2. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre la vivencia de las virtudes humanas. 3. Preguntarse: De los signos de madurez humana señalados, ¿cuáles hecho de menos en mi vida y en la vida de los demás hermanos? ¿Cómo crecer en ellos y ayudar a que los demás crezcan? ¿Qué mediaciones utilizo para crecer humanamente? ¿Qué lugar ocupan en el proyecto personal de vida? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Rnb 11; Rb 3, 10-14; Rb 10, 7-12; EP 85. 2. A la luz de estos textos: Intercambiar sentimientos, experiencias y opiniones sobre la madurez humana en mi fraternidad concreta. Señalar algunos signos y rasgos de una persona humanamente madura según la opinión de los miembros de la fraternidad. Indicarlos, comentarlos y enumerarlos por orden de importancia. Enumerar las dificultades que los hermanos de la fraternidad sienten para una convivencia humanamente madura. Describir sus rasgos y síntomas. Indicar mediaciones realistas que pueden contribuir a un crecimiento humano adecuado. 3. Preguntarse: ¿Nuestras fraternidades, llamadas a ser como «espacios verdes» en nuestra sociedad, se van convirtiendo en signo provocador de esperanza donde se respira a Dios, a la humanidad auténtica, y donde se cultiven los valores humanos y evangélicos? ¿Qué virtudes sociales te parecen imprescindibles para vivir en fraternidad? ¿Cuáles faltan en la tuya? ¿Cómo adquirirlas? ¿Cómo avanzar en el camino de madurez humana?

344 ¿Qué mediaciones emplear para acompañar a los hermanos, especialmente a los que les resulta más difícil, a crecer, a caminar y animarse en la comunión fraterna? ¿Qué lugar ocupan los valores humanos en el proyecto de vida fraterna?

345 III

IGUALDAD Y DIVERSIDAD Nuestras fraternidades están formadas por nosotros, que somos iguales y diversos: iguales, porque cada uno es fundamentalmente un hermano que se reconoce en pie de igualdad sustancial con los otros, sobre la base de una Regla común, profesada por todos; pero diversos, porque cada uno tiene sus propias características, sus valores, defectos, oficios y ministerios que lo distinguen de modo inconfundible. De esta igualdad y diversidad nacen muchas de las riquezas y problemas que caracterizan nuestra vida. Es importante, por tanto, que tomemos conciencia de ello para poder asumir con coherencia este aspecto de nuestra vocación. A ello nos invitan también nuestras Constituciones generales, que afirman: Art. 40: «Cada hermano es un don de Dios a la fraternidad; por lo tanto, acéptense los hermanos unos a otros en su propia realidad, tal como son y en plan de igualdad, por encima de la diversidad de caracteres, cultura, costumbres, talentos, facultades y cualidades, de modo que toda la fraternidad resulte un lugar privilegiado de encuentro con Dios». Art. 41: «Todos los miembros de la Orden son, de nombre y de hecho, hermanos menores, aunque en ella desempeñen distintos oficios, cargos y ministerios». 1. La gracia y el don de la diversidad Ante todo, es importante considerar la diversidad que nos distingue como una gracia y un don. Esta diversidad puede abarcar los campos más diversos, desde nuestra constitución física o nuestras condiciones de salud hasta nuestro camino espiritual, tan singular y diverso en cada uno, pasando por aquellos aspectos sutiles e interiores relativos al carácter, las costumbres, las pequeñas manías o las grandes cualidades. Esta diversidad no es una novedad. Basta con echar una ojeada a la historia de la Orden y, en particular, a sus grandes santos, para percatarse de que nunca han existido dos franciscanos iguales. Si comparamos a los grandes santos de la historia franciscana, descubrimos diversidades evidentes y macroscópicas: todos eran franciscanos, todos fueron santos, pero, al mismo tiempo, ¡cada uno fue tan diverso de los otros! Sin duda gran parte de esa diversidad se debió al diferente contexto histórico en que vivieron y que comprende épocas y lugares muy distintos; sin embargo, hay que reconocer que un cierto aprecio de la diversidad parece ser inherente a la naturaleza de la vocación franciscana. Por otra parte, también podemos comprobar notables diferencias entre personajes contemporáneos; basta con pensar, por ejemplo, en san Antonio de Padua, contemporáneo de san Francisco y franciscano ejemplar, pero tan distinto, en muchos aspectos, del Santo de Asís. Si consideramos nuestro tiempo y los hermanos de hoy, resulta imposible ignorar la profunda diversidad que nos distingue; podemos encontrar franciscanos empeñados en las más variadas actividades y en los más diversos contextos: con inmigrantes, con hombres de estudio, con prostitutas, con enfermos, con ricos, con pobres… Y estas diferencias no se refieren sólo al contexto en que cada uno desempeña su actividad, sino también a las motivaciones profundas que sostienen sus diferentes opciones, hasta el punto de que algunos hermanos consideran una obligación moral comprometerse en ciertas actividades o campos que otros hermanos no consideran urgentes. Estas diversidades de sensibilidad y de opción las constatamos en nuestros encuentros, desde los Capítulos locales hasta los Capítulos provinciales, en los que siempre emergen propuestas y pareceres diversos, defendidos con igual sinceridad y pasión por personas profundamente distintas. La riqueza espiritual y la fecundidad apostólica de nuestras fraternidades dependen mucho de esta extraordinaria diferencia de sensibilidades, de caracteres y de opiniones. Se trata, en efecto, de una gracia: la diversa sensibilidad de los hermanos nos permite vislumbrar una amplia gama de perspectivas distintas de las nuestras, a las que nunca habríamos llegado nosotros solos y que se nos revelan muchas veces como válidas y fascinantes.

346 En ocasiones podemos experimentar incluso el peso de esta diversidad. Cuando hay que tomar una decisión en común, las distintas opiniones pueden parecer un obstáculo o un peso; con frecuencia se tiene la impresión de que obstaculizan el camino comunitario. Por otra parte, algunas decisiones deben tomarse con el consentimiento de todos y entonces la diversidad se nos presenta como un peso que obstaculiza un camino más expedito y quizás más profético o más creativo. 2. La gracia y la tarea de la igualdad Junto a la constatación de nuestras diversidades, es necesario observar que nos anima el común conocimiento de un lazo de profunda igualdad que nos hace a todos hermanos de todos, incluso de aquellos que vemos por primera vez pero que se nos presentan como miembros de la misma y gran familia que es nuestra Orden. ¿De dónde nace este sentimiento de igualdad fraterna? Para responder a esta pregunta se podría evocar el sentido de pertenencia que caracteriza a todo grupo humano y que constituye también una característica psicológica de nuestra fraternidad; podríamos referirnos, igualmente, al sentimiento de igualdad que caracteriza las relaciones sociales en nuestro tiempo y que se expresa quizás en una neta preferencia por los métodos democráticos e igualitarios. Pero si queremos llegar hasta el fondo en el análisis de nuestra igualdad fraterna, hemos de afirmar que en la raíz se encuentra la conciencia de que «cada hermano es un don de Dios a la fraternidad» (CCGG 41). Si cada hermano es un don de Dios, no puedo privilegiar a uno en detrimento de otro o pensar que puedo juzgar diversamente los dones del único Señor: esta actitud equivaldría a juzgar a Dios, autor de esos dones y que sabe muy bien qué es lo que hace cuando nos da estos hermanos. Si en el origen de nuestra igualdad fraterna está la convicción de fe de que cada hermano es un don de Dios, entonces comprendemos que la igualdad fraterna se exprese mediante los signos de la pertenencia común a una misma familia, la Orden: la profesión, igual para todos en sus contenidos esenciales; el camino de formación inicial y permanente, que urge y ayuda a todos a ser verdaderos hermanos menores; la igualdad de derechos y de obligaciones; el esfuerzo común de dedicarse plenamente al bien de los hermanos. Se trata, ciertamente, de un camino que, al menos en parte, está todavía por recorrer: es una gracia y una tarea, como sucede frecuentemente con cuanto recibimos del Señor, el cual nos concede dones y gracias para que las hagamos fructificar empleándolas al servicio de los demás. El don de la común vocación, que nos hace reconocer en cada hermano un don especial de Dios, es una gracia que hemos de usar para el bien de la fraternidad. Por otra parte, ésta es la actitud que nos enseñó san Francisco, quien, al comienzo de su vocación, no pensaba reunir hermanos en torno suyo ni, menos aún, fundar una Orden religiosa, pero a quien, como leemos en su Testamento, «el Señor le dio hermanos» y «le reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio». Por tanto, si la igualdad consiste en aceptar a cada hermano como un don de Dios, esta aceptación es una meta que hay que conseguir cada día: así es como se realiza ese gran signo del Reino de Dios que es la comunión fraterna entre hermanos iguales y diversos. 3. Ámbitos de igualdad y camino recorrido (CCGG art. 3) El tema de la igualdad se refiere a las relaciones en el seno de nuestras fraternidades. Uno de sus ámbitos específicos lo constituyen las distintas tareas y ministerios desempeñados por los hermanos. Nuestras CCGG afirman claramente: «Todos los miembros de la Orden son, de nombre y de hecho, hermanos y menores, aunque en ella desempeñen distintos oficios, cargos y ministerios» (art. 41). Esta aserción nos ayuda a enfocar correctamente nuestra reflexión. Cuando se habla de «distintos ministerios» entre nosotros, es evidente la referencia al ministerio sacerdotal, que distingue a los hermanos sacerdotes de los hermanos laicos y que es un punto que afecta a la relación igualdad-diversidad en el seno de la fraternidad. Si echamos una ojeada a nuestra historia, vemos que la distinción entre hermanos clérigos y

347 hermanos laicos ha marcado profundamente el desarrollo de la Orden. En los primeros decenios cambiaron algunos rasgos de la imagen de la Orden querida por Francisco de Asís: una fraternidad abierta a clérigos y laicos sin distinción. La Orden de los Hermanos Menores se convirtió pronto en una Orden clerical: asumió actividades y encargos netamente clericales como la predicación en las iglesias, la administración del sacramento de la penitencia o la cura pastoral y optó por encomendar el servicio de la autoridad, en la organización de la vida interna, sólo a los hermanos sacerdotes. Somos herederos de esa historia y hemos asistido, a lo largo de los siglos, a cambios importantes. En los años posteriores al Concilio Vaticano II, obedeciendo a la invitación conciliar a renovarse volviendo al carisma de los orígenes y siendo fieles, a la vez, a los signos de los tiempos, nuestra Orden descubrió de nuevo el carácter «fraternalmente igualitario» de sus primeros tiempos y nuestra identidad original, que está por encima de la distinción entre clérigos y laicos y que la impulsa a no reconocerse como Orden clerical ni como Orden laical. Se trata, como bien sabemos, de la cuestión ligada al artículo tercero de nuestras Constituciones generales, que dice: §1 «La Orden de Frailes Menores se compone de hermanos clérigos y laicos. Todos los hermanos, en virtud de la profesión, son enteramente iguales por lo que se refiere a derechos y obligaciones religiosas, salvo aquellos que del Orden sagrado se derivan». §2: «La Iglesia incluye a la Orden de Frailes Menores entre los Institutos clericales». El primer párrafo expresa la conciencia que la Orden tiene hoy de sí misma. La Orden ha pedido repetidas veces a la Sede Apostólica poder cambiar la redacción del párrafo segundo, porque no parece reflejar nuestra identidad. Después del Sínodo de los Obispos de 1994 y la posterior exhortación Vita consecrata, se ha iniciado oficialmente un nuevo modo de pensar, ya que, además de los Institutos religiosos clericales y laicales, se reconoce la existencia de los Institutos llamados mixtos, que corresponden mejor a nuestra identidad y en los cuales la Orden espera verse encuadrada cuanto antes. Era útil recordar toda esta cuestión, para afrontar varios aspectos que nos afectan más de cerca. Efectivamente, aunque el debate sobre el art. 3 pueda parecer un asunto meramente jurídico, es importante para todos afrontar su cuestión sustancial, que no es sólo jurídica y que afecta profundamente a nuestra vida, pues nace de la convicción de que nuestra vocación tiene su propia consistencia e identidad prescindiendo del ministerio sacerdotal, que, por lo mismo, no es constitutivo y esencial de la verdadera figura del hermano menor; sin negar por eso que dicho ministerio puede integrarse perfectamente en la vocación de los frailes menores llamados a él y que actualmente son un porcentaje relevante de la Orden. ¡No se trata evidentemente de excluir la perspectiva del sacerdocio ministerial, sino de comprenderla correctamente, de acuerdo con nuestra vocación de hermanos menores! 4. La tentación secular y las nuevas tentaciones de desigualdad En el pasado, la distinción entre clérigos y laicos constituía un elemento objetivo de posible desigualdad y, de hecho, llegó a haber dos «clases» de frailes, en parte debido a la antigua legislación canónica, que imponía noviciados distintos para los hermanos clérigos y para los laicos (incluso con la obligación de repetir el noviciado si uno pedía pasar de uno a otro grupo). Esto no obstante, nuestra Orden no fue de las que insistieron explícitamente en esa distinción; en ella, además, se mantuvieron algunos signos característicos comunes (como el mismo hábito o la misma fórmula de profesión) que custodiaban la memoria de la primera intuición de Francisco de Asís. ¡Debe decirse también que la desigualdad entre clérigos y laicos no impidió que muchos hermanos, clérigos y laicos, alcanzaran la santidad! Quienes pertenecemos a una generación posterior al gran cambio provocado por el Concilio y que, al menos en las intenciones, hemos superado la desigualdad ligada a la distinción entre clérigos y laicos, debemos preguntarnos, no obstante, si en nuestras fraternidades existen nuevas tentaciones de desigualdad y, en caso afirmativo, cuáles son. Sería, en efecto, hipócrita pronunciarnos contra una situación pasada, que nos parece ya superada, e ignorar los nuevos riesgos de desigualdad, que quizás nos afectan más de cerca.

348 ¿No pueden haber formas de discriminación ligadas a las actividades desarrolladas por los hermanos, de modo que unos se dedican a trabajos considerados más «nobles» y otros a trabajos más «despreciables»? ¿No pueden haber formas de desigualdad económica vinculadas con las actividades concretas que cada uno desempeña y con la oportunidad de manejar dinero o con el hecho de tener que pedirlo cada vez, a diferencia de otros hermanos? ¿No puede detectarse, incluso, una división en «clases sociales», que crea obstáculos entre los hermanos que tienen estudios (y que hoy pueden ser tanto sacerdotes como laicos) y los otros hermanos? ¡Con la curiosa comprobación de que a veces los hermanos sin estudios pueden sentirse discriminados y, a su vez, asumir una actitud discriminatoria, considerándose los verdaderos hijos y herederos del Padre san Francisco, «ignorans et idiota»! En resumen, la tentación de la desigualdad es siempre actual y debemos examinarnos y confrontarnos continuamente sobre ella. 5. Formar para la igualdad en la diversidad Como conclusión de esta reflexión, que nos ha ayudado a profundizar nuestra identidad de hermanos tan iguales y tan diversos, hemos de preguntarnos cuáles son los itinerarios formativos que debemos recorrer, tanto en la formación inicial como en la permanente. Pues las convicciones sobre nuestra identidad deben encontrar formas concretas de expresión e impregnar todo el camino formativo. ¿No es cierto que algunas etapas de la formación inicial tienen una orientación que está más enfocada a la formación de sacerdotes que a la de franciscanos? ¿No es cierto que las propuestas e iniciativas de la formación permanente a menudo van dirigidas, de hecho, sólo a los hermanos que poseen una elevada preparación cultural, olvidando a los otros? Si hubiera que tomar un punto de referencia que sintetice este tema, éste sería, sin duda, la imagen de la Santísima Trinidad: en ella contemplamos a las tres divinas personas, tan iguales y tan diversas, viviendo en una unión tan perfecta que son un solo Dios. En efecto, si es verdad que en la Trinidad el Padre no es el Hijo, y una divina Persona no es la otra, también es cierto que cada una de las tres divinas Personas vive esta diversidad en una igualdad y comunión perfecta. El modelo que respeta e incluso resalta la diversidad en la igualdad y unidad perfectas, está en el corazón de nuestra fe, porque es la vida misma de la Trinidad; y, es claro, este modelo aleja de toda tentación de igualitarismo que pretenda nivelarlo todo, anulando las diferencias, preciosas y queridas por el mismo Dios. Nuestras fraternidades, y la Iglesia entera, deben ser imagen de la Trinidad, misterio de la unidad y de la diversidad que manifiesta la vida misma de Dios. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: CCGG 3. 40. 41 2. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre mi actitud hacia los hermanos que considero inferiores. 3. Preguntarse: ¿Qué estoy haciendo y qué puedo hacer para avanzar hacia una mayor igualdad en la diversidad de la fraternidad a la que pertenezco? ¿Cómo me sitúo ante ella? ¿Cómo me sitúo ante la diversidad? ¿Veo realmente que cada hermano, con sus dones particulares, es un don de Dios para mí? «Todos los hermanos, en virtud de su profesión, son enteramente iguales». ¿Cómo vivo este tema? ¿Cómo se refleja en mi proyecto personal de vida?

349 Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Mt 18, 1-8; Gál 6, 2. Rnb 6, 2. Rnb 5, 9-15. 1Cel 31. 2Cel 191. 193; LP 103 LM 3, 5. CtaM 7; 1Cel 102; EP 85. 2. A la luz de estos textos: Intercambiar puntos de vista sobre las desigualdades entre los hermanos que viven en la fraternidad y sobre situaciones de desigualdad que se viven en la Orden. Discernir las actitudes fraternas desde el proyecto de Mateo 18. 3. Preguntarse: ¿Cuáles son las diversidades más evidentes que compruebo en mi fraternidad? ¿Cuáles son las ventajas de ser diversos unos de otros? ¿Cuáles son los obstáculos y las dificultades? ¿Qué comportamientos manifiestan que no se da, en la fraternidad a la que pertenecemos, una verdadera igualdad en la diversidad? ¿Cómo vivimos el significado del lavatorio de los pies y de la fracción del pan en la fraternidad? ¿Puedo recordar algún episodio en el que he experimentado la verdad de esa afirmación? ¿Se vive en nuestras fraternidades una verdadera igualdad fraterna entre clérigos y laicos? ¿Nos parece que se ofrecen oportunidades reales de formación franciscana a todos los hermanos en formación, tanto a los orientados al sacerdocio como a los demás? ¿Cuáles son las formas más actuales de desigualdad en nuestra vida? ¿Y cuáles pueden ser los instrumentos para educarnos en una igualdad fraterna cada vez más evangélica? ¿Qué propuestas podemos formular respecto a la formación inicial para formar en la igualdad? ¿Qué propuestas podemos formular respecto a la formación permanente para formarnos en la igualdad? ¿Cómo plasmar estas propuestas en el proyecto de vida fraterna?

350 IV

LA FAMILIARIDAD ENTRE LOS HERMANOS (cf. Rb 6, 7) (Elementos concretos de vida franciscana) Cuando hablamos de vida fraterna, tenemos a menudo la impresión de que cada uno posee de ella una visión diversa y de que, aunque se usen las mismas palabras, éstas no reflejan los mismos conceptos y puntos de vista. Esta diferencia de opiniones es imposible evitarla. Más aún, es fecunda y enriquecedora. Sin embargo, es igualmente importante que exista consenso en algunos puntos que sean compartidos por todos y que sirvan de base para el diálogo y la reflexión común. Para alcanzar una comprensión común de la vida fraterna podemos basarnos sobre el artículo 42 de nuestras CCGG, que afronta explícitamente este tema: §1: «A fin de promover más y más la unidad fraterna, anticípense los hermanos unos a otros en la mutua caridad, préstense con prontitud de ánimo servicios recíprocos, fomenten las buenas iniciativas y alégrense sinceramente de los felices resultados del trabajo de los demás». §2: «La vida de comunión fraterna exige de los hermanos la unánime observancia de la Regla y Constituciones, un estilo similar de vida, la participación en los actos de la vida de la fraternidad, sobre todo en la oración común, en el apostolado y en los quehaceres domésticos, así como la entrega, para utilidad común, de todas las ganancias percibidas por cualquier título». El primer párrafo da algunas indicaciones «para promover más y más la unidad fraterna»; el segundo exige a todos los hermanos una serie de elementos que son imprescindibles para la vida de comunión fraterna. Obsérvese, ante todo, que la secuencia propuesta parece bastante extraña: primero se habla de lo que hace crecer la unión fraterna y después de lo que la constituye. Aquí se manifiesta claramente que en la vida fraterna lo «dinámico» es más importante que lo «estático»: la vida fraterna no es algo ya fijado o que se da por descontado, sino algo que hay que construir e incrementar incesantemente. En efecto, sólo procurando hacer crecer la unión fraterna, que existe ya previamente, al menos en parte, se ponen en práctica los elementos esenciales que la configuran. Este es también el esquema que vamos a seguir nosotros, ocupándonos, primero, de lo que hace crecer la unión fraterna y, después, de lo que la constituye. 1. Hacer crecer la unión fraterna Para lograr el objetivo de una mayor comunión en la fraternidad esbozamos un itinerario que podemos recorrer en clave temporal a través de un antes, un durante y un después. Por lo que se refiere al antes, se afirma: «Anticípense los hermanos unos a otros en la mutua caridad». «Anticiparse» se refiere precisamente a un antes, es decir, a un adelantarse con el amor del propio corazón al encuentro con cada hermano. Se trata, pues, de cultivar la caridad en nuestro interior, antes incluso de ejercitarla en el encuentro concreto con los hermanos, conscientes de que sólo cuando nos dejamos colmar por el amor de Dios, infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (cf. Rom 5, 5), podremos amar verdaderamente a cuantos encontramos. Es lo que afirma santa Clara cuando escribe en su Testamento: «Y amándoos mutuamente en la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que interiormente os alienta, a fin de que, estimuladas las hermanas con este ejemplo, crezcan continuamente en el amor de Dios y en la caridad recíproca» (TestCl 59-60). Se trata, pues, de tener el amor en el corazón antes incluso de manifestarlo con las obras, conscientes de que la caridad es un don de Dios y no depende sólo de nuestro esfuerzo o de nuestra virtud. En esta invitación a «anticiparse en la caridad» podemos reconocer, por tanto, la necesidad de una dimensión personal, previa al encuentro con los hermanos, que hay que atender (ojalá que mediante la oración personal) para poder hacer crecer en nosotros el amor que se

351 nos infunde sólo por el Espíritu Santo. Inmediatamente después de esta referencia al antes, se esbozan las características que hay que cultivar durante el encuentro con los hermanos: «Préstense con prontitud de ánimo servicios recíprocos, fomenten las buenas iniciativas». Se diseñan así dos actitudes que se desarrollan en direcciones diversas y complementarias: el prestar servicios nace de mi iniciativa (podríamos esquematizarlo diciendo que va de mí hacia los otros), mientras que el fomentar las buenas iniciativas parte del reconocimiento de lo que hacen los otros (podríamos decir que es suscitado por la aceptación y acogida de la actuación de los otros: el movimiento es inverso al precedente y va de los otros hacia mí). Durante el encuentro con los otros se dan siempre estos dos movimientos: de mí hacia ellos y de ellos hacia mí. Sólo cuando se dan estas dos corrientes puede hablarse de verdadero encuentro, que nace del dar y del recibir, del aceptar y del ofrecer, de ambas actitudes, no de una sola. Demasiadas veces encontramos personas capaces de servir a los otros, pero incapaces de aceptar el servicio de los demás, o personas atentísimas a todo lo que hacen los otros, pero perezosas y sin ninguna capacidad para ponerse al servicio del prójimo. El verdadero encuentro fraterno requiere ambas actitudes. Sólo así puede crecer realmente la unión fraterna. El primer párrafo termina con una referencia al después: «Alégrense sinceramente de los felices resultados del trabajo de los demás». Se habla de «feliz resultado» y, por tanto, de conclusión. Esta actitud sólo es posible después de la conclusión del trabajo de los demás, casi como una consideración meditativa (¿una revisión de vida?) que me hace reflexionar sobre el trabajo de los otros y que me produce alegría cuando ha terminado positivamente. Queda claro también que esta actitud es consecuencia de la exhortación precedente: «Fomenten las buenas iniciativas». Fomentar las iniciativas ajenas conlleva, como un efecto espontáneo, el alegrarse por el éxito de las mismas. Queda excluido, especialmente, el riesgo de la envidia, que es la actitud contraria a la alegría fraterna: el envidioso, en vez de gozar, sufre por el éxito del trabajo de los demás. Quizás convenga recordar, a este propósito, lo que dice san Francisco acerca de la envidia en la Admonición 8: «Todo el que envidia a su hermano por el bien que el Señor dice o hace por él, incurre en un pecado de blasfemia, porque envidia al Altísimo mismo, que es quien dice y hace todo bien». Las palabras de Francisco nos llevan al motivo profundo por el que no puede aceptarse la envidia: quien realiza el bien en el hermano es, en última instancia, el Señor. Esta consideración apoya también la actitud positiva de quien se alegra por el éxito del trabajo de los demás: ese éxito, ese feliz resultado remite al Señor, fuente de todo bien, y es una ulterior confirmación de que todo hermano es un don de Dios. Dios mismo, en efecto, es quien está en el origen del éxito del trabajo de los otros y del cual puedo gozarme plenamente porque esa alegría es, ahora y siempre, una alabanza al Dador de todo bien. 2. Qué se pide a una vida de comunión fraterna El segundo párrafo del artículo 42 enumera varios elementos necesarios para la vida de comunión fraterna. Son los siguientes: a) unánime observancia de la Regla y las Constituciones; b) un estilo de vida similar; c) participación en los actos de la vida de la fraternidad, sobre todo en la oración común, en el apostolado y en los quehaceres domésticos; d) entrega a la comunidad de todas las ganancias recibidas por cualquier título. a. La Regla y las Constituciones Podemos observar, en seguida, que se pone como fundamento la Regla, interpretada por las Constituciones; ella es, en efecto, el código fundamental de nuestra fraternidad que contiene las referencias esenciales para todos nosotros. Esto significa que la vida fraterna que se nos exige no es una vida genérica, sino una vida caracterizada por referencias específicas. En otras palabras, no se nos pide simplemente una «vida fraterna genérica», sino una vida fraterna que encarna el proyecto de la Regla y de las Constituciones: ésa es la vida fraterna franciscana. A me-

352 nudo corremos el riesgo de vivir una vida religiosa demasiado genérica, privada de sus connotaciones carismáticas y que nivela a todos los Institutos religiosos en un «estilo medio» que pretende ser válido para todos pero que no expresa la especificidad de cada uno. La referencia a la Regla y a nuestro patrimonio carismático específico, puestos como fundamento de los rasgos necesarios de la vida fraterna, elimina ese riesgo de generalización. b. Un estilo similar de vida La exigencia de un «estilo similar de vida» traza una característica de la vida fraterna: no puede haber en la misma fraternidad estilos de vida demasiado diversos, sobre todo si esta diversidad fomenta privilegios o induce a sospechar que existen. Recordemos lo que dijimos a propósito de la igualdad y la diversidad en nuestra vida: la diversidad es buena y necesaria, pero no puede convertirse en una fácil excusa para gozar de ciertas comodidades ni puede justificar un estilo de vida en abierta disonancia con el de los hermanos. No se trata, pues, de una anacrónica «uniformidad» de vida, al estilo de la que existía en los Institutos de vida religiosa antes del Concilio Vaticano II, ni de miedo a las particularidades de cada uno. Se trata, más bien, de un aspecto importante de la vida fraterna, que impone a cada uno el respeto de ciertos estándares comunes a todos. Si procuramos concretar este «estilo similar de vida», aflorarán probablemente rasgos característicos de cada fraternidad en relación con el ambiente, la actividad, el número y la edad de sus componentes; sin duda, es importante comprender cuál es ese «estilo similar de vida» en mi fraternidad. c. Participación en los actos de la vida de la fraternidad, particularmente en la oración común, la evangelización y los trabajos domésticos Estas afirmaciones descienden a lo concreto: hablan de participación en momentos precisos de la vida de la fraternidad, no sólo en los más «nobles», como la oración o la evangelización, sino también en aquellos más cotidianos y ordinarios, como los quehaceres domésticos. Evidentemente están pensando en una fraternidad protagonista de su propia vida y que coordina y comparte la oración, la evangelización y hasta la organización de los aspectos corrientes de la vida de cada día. Estas indicaciones ofrecen también un criterio para la elección de los trabajos y actividades de los componentes de la fraternidad. Si la participación en estos actos es fundamental para la vida de la fraternidad, hay que preguntarse si es lícito asumir empeños que impiden regularmente participar en ellos. E invitan, igualmente, a revisar la realización de los trabajos domésticos, según indica el art. 80 de las CCGG: «En nuestras fraternidades, las labores domésticas han de realizarlas los hermanos mismos, todos ellos, en cuanto sea posible». d. Entrega a la comunidad de los emolumentos recibidos por cualquier título Hemos subrayado la concreción de estas indicaciones para la vida fraterna. Esta voluntad de concreción se manifiesta ampliamente en la última indicación, relativa a la dimensión económica de nuestra vida. El principio de fondo es que no puede haber verdadera fraternidad si no hay plena coparticipación. Y la verdadera coparticipación abarca también la esfera económica: ¡Si nos limitamos a decir frases hermosas, pero no estamos dispuestos a echar mano a la cartera, no estamos construyendo una verdadera fraternidad! Adviértase que se habla de «ganancias recibidas por cualquier título»: por tanto, estamos ante un principio general que incluye todos los casos: emolumentos, pensiones, gratificaciones, limosnas… Hay que recordar que nuestros Estatutos generales castigan con singular severidad la transgresión de estas normas (cf. EEGG 226), lo cual es una demostración de la importancia que conceden a este tema. ¡No se puede ser fraile y tener caja propia!

353 Como complemento de este tema, sería conveniente preguntarse cómo gestionan los hermanos algunas administraciones; por ejemplo, cómo gestionan los párrocos la administración parroquial o cómo gestionan otros hermanos el dinero de y para las diversas actividades que se les han encomendado. En efecto, aunque todas éstas sean administraciones legítimas y autorizadas, a menudo existe el riesgo de que se conviertan en una «caja privada» a la que se puede recurrir cuando se quiere sin necesidad de dar cuenta a nadie. Si así ocurriera, caminaríamos por caminos contrarios a nuestro espíritu y gozaríamos de privilegios inaceptables en comparación con los otros hermanos. Por último, sería conveniente que los Guardianes y administradores hicieran un examen de conciencia. ¿No puede suceder que usen a veces el dinero sin pedir a nadie el permiso que todos los otros hermanos deben, en cambio, pedir? SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: 1Cel 24; LP 51: Francisco da gracias y se alegra por los hermanos que el Señor le ha regalado. 1Cel 25-26: Francisco se alegra al encontrar a los hermanos. 1Cel 30: Francisco desea ver a sus hermanos. CtaL y 1Cel 49-50: Francisco se preocupa de los problemas de los hermanos. LP 51: Francisco venera a sus hermanos. 2Cel: Francisco se pone al nivel de los hermanos. 2Cel 174-176: La solicitud de Francisco por sus hermanos. 1Cel 49-50: Francisco muestra su compasión con los hermanos pecadores. 2. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre las exigencias a nivel personal de la comunión de vida en fraternidad. 3. Preguntarse: ¿Cuál es mi actitud ante el don de los hermanos? ¿Los veo como un regalo que el Señor ha puesto a mi lado o como un obstáculo para mi propia realización? ¿Cuántas veces doy gracias al Señor por ellos? Ante un hermano que lo está pasando mal, ¿me preocupo por su situación? ¿Deseo estar/compartir con él? ¿Me alegro de estar/compartir con él? ¿Cuál es mi actitud ante un hermano que sobresale más que yo por su vida ejemplar o por sus dotes? ¿Reconozco en el bien que hacen los hermanos una obra de Dios, «a quien pertenece todo bien»? ¿Cuál es mi actitud ante el pecado de un hermano? ¿Veo un nexo entre mi vida personal y mi relación con los hermanos? ¿Cuáles son los medios que pongo por para «anticiparse en la mutua caridad»? ¿Qué prevalece en mis relaciones con los otros, el dar o el recibir? ¿Soy capaz de aceptar los servicios del otro y fomentar las buenas iniciativas de los demás? ¿Me reservo en fraternidad, siguiendo el consejo «en comunidad no muestres tu habilidad»? ¿Me entrego? ¿En qué circunstancia, situaciones y momentos me entrego y en cuáles me reservo? ¿Mi disponibilidad al servicio se manifiesta principalmente hacia fuera de la fraternidad o también dentro de ella? ¿Conozco de verdad a los hermanos de la fraternidad con los que convivo? ¿Creo que me conocen a mí? ¿Cómo progresar en el conocimiento recíproco? ¿Me siento libre de opinar y deseoso de conocer la opinión de los demás? ¿Cómo trabajar este tema de la familiaridad en el proyecto personal de vida?

354 Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Adm 8: Pecado de envidia. 2Cel 178: Francisco se alegra de la vida santa de sus hermanos. 2Cel 180: Francisco comparte lo que tiene con los hermanos. 2Cel 160: Los hermanos rezan unos por otros. TC 42; LP 11: Obediencia mutua. 2Cel 75: Lo que se recibe por el trabajo es de todos. Rnb 9, 10; Rb 6, 8; TC 57-59: Comunicarse y dialogar. CtaM 15; TC 58: No juzgar ni despreciar a ningún hermano. Rb 6, 7-9: Reciprocidad y alteridad entre los hermanos, distintivo de la fraternidad franciscana. Adm 9, 2-3; TC 41; LP 21; EP 51-52: Perdón mutuo. 1Cel 39. 42. 102; TC 40; Adm 18, 1: Paciencia mutua. AP 25. 37; LP 97; Rnb 7, 15: Servirse recíprocamente. Rnb 7, 16; 2Cel 128; LP 120; EP 96: Alegría entre los hermanos. 2. A la luz de estos textos: Reflexionar e intercambiar los diversos puntos de vista sobre las exigencias, a nivel comunitario, de la comunión de vida en fraternidad. Dialogar sobre las distintas formas de concebir nuestra vida: como vida en común, como pertenencia, como coexistencia, como equipo de trabajo, como comunión de vida en fraternidad... 3. Preguntarse: ¿Con cuáles de estas formas te identificas? ¿Has logrado sentirte en tu fraternidad como en un hogar? Es decir, ¿la consideras de verdad como lugar de encuentro, de acogida, de apoyo, de estímulo, de comprensión, de perdón? ¿Te sientes en ella como un miembro querido, acogido y valorado? ¿Por qué? ¿Existe envidia en nuestras relaciones recíprocas? La observancia unánime de la Regla y de las Constituciones presupone que las conocemos. ¿Las conocemos realmente? ¿Y hasta qué punto? ¿Cuáles son los rasgos característicos del «estilo similar de vida» exigido a los componentes de mi fraternidad? ¿Las actividades que realizan los miembros de la fraternidad, ¿les permiten participar en los «actos de la vida de la fraternidad, sobre todo en la oración común, en el apostolado y en los quehaceres domésticos»? ¿Los trabajos domésticos los realizan los hermanos o están encomendados a personal contratado? ¿Participan todos los hermanos, desde el guardián hasta el último llegado, en estos trabajos? ¿O bien se piensa que los trabajos domésticos corresponden sólo a los hermanos laicos, no a los sacerdotes? ¿Qué sugerencias puedo dar acerca de la gestión económica de mi fraternidad? ¿Hay administraciones particulares? ¿Crean desigualdades en la fraternidad? ¿El guardián y el administrador dan cuenta de su gestión del dinero? ¿Cómo se elabora el proyecto de vida fraterna? ¿Con cuáles criterios?

355 V

LA CORRECIÓN FRATERNA 1. Nuestra vocación de fraternidad, entre gracia y pecado En estas últimas décadas vamos comprendiendo que nuestra vocación de fraternidad es una «gracia del Señor», un don que Él nos concede para vivir la comunión con Jesucristo, a quien seguimos. Así y todo, no podemos olvidar nunca que nuestra vocación está también envuelta en «pecados», pues «llevamos este tesoro como en vasijas de barro», en vasos frágiles. Por eso, nuestra identidad de hermanos menores aparece envuelta en gracia y en pecado, como luz y como cruz, como don y como carga. Así lo manifiesta la Regla: mientras que el capítulo primero habla de guardar el Evangelio del Señor, el décimo habla de la «amonestación y corrección de los hermanos» (cf. Rb 1 y 10). Las CCGG, que son la actualización de nuestra forma de vida, dan por supuesto en el art. 43 que puede haber hermanos que caminen «según la carne y no según el espíritu». Y el capítulo 8 lleva por título: «Los ministros amonesten a los hermanos y corríjanlos humilde y caritativamente». Así pues, es preciso que, en la construcción de la comunión y en el comportamiento adulto de nuestra vida fraterna, tengamos en cuenta y recordemos cuál debe ser nuestra actitud, adulta y cristiana, ante la debilidad y el pecado de los hermanos y de la fraternidad. Es preciso no caer en falsos espiritualismos dualistas que «oculten» nuestra realidad, constituida también de debilidad, ni en fáciles desesperanzas que aparten del camino del crecimiento fraterno. 2. Hermanos y fraternidades en crecimiento La corrección fraterna ha de entenderse en un dinamismo de crecimiento y de fidelidad vocacional de todos los hermanos al Señor Jesús, a quien seguimos. El dinamismo de crecimiento supone, por parte de los hermanos y de las fraternidades, la voluntad de caminar, de crecer, de madurar en la comunión. Y desde ahí es desde donde hay que comprender al hermano que «peca» o a la fraternidad que decae en su propósito de fidelidad vocacional. La corrección fraterna es una de las mediaciones de crecimiento vocacional, aunque no la única, y como mediación ha de entenderse y de usarse. No es, pues, un medio de «castigo», ni de venganza, ni un método para imponer los derechos de unos sobre otros, ni cosas por el estilo, aunque haya ocurrido a veces así en el pasado. Los hermanos tenemos que aprender a familiarizarnos con esta mediación que no siempre empleamos adecuadamente. En efecto, se ha pasado de la corrección hecha sólo «desde arriba», verticalmente, del superior al súbdito (con el consiguiente riesgo de autoritarismo), a otra fase en la que los ministros y guardianes se sienten inhibidos y, consiguientemente, no prestan este servicio, o en la que hay incluso hermanos que se han «apropiado» de esta mediación (con el lógico riesgo, entre otros, del individualismo). Es menester superar ambas fases a la luz de las nuevas Constituciones generales y llegar a otra de integración en la que, planteando el tema de manera adecuada, los hermanos asumamos el servicio de la «corrección mutua y caritativa». Esta expresión da a entender claramente que todos los hermanos pueden corregir y que todos pueden ser corregidos, pues la fraternidad se rige por la ley de la reciprocidad, del perdonar y del ser perdonados, del ofrecer y del aceptar, del dar y del recibir. Es preciso recorrer este camino de madurez, a lo largo del cual nos ayudamos con la «corrección mutua y caritativa» a crecer y a madurar. En efecto, la fidelidad del hermano es garantía de la fidelidad de nuestra propia vocación y, por otra parte, también nosotros hemos de saber aceptar la corrección, pues, como leemos en el Evangelio, «el que esté sin pecado que tire la primera piedra». 3. Fidelidad vocacional y corrección fraterna En este contexto de la fidelidad vocacional, personal y comunitaria, es donde cabe situar la

356 mediación de la corrección. La corrección tiene como objetivo el ayudar a los hermanos y a las fraternidades a crecer en su fidelidad vocacional al Señor; se realiza mediante el encuentro, el diálogo y la confrontación fraterna; sus armas son la caridad y la misericordia entrañables, ejercidas desde la autenticidad vocacional. He aquí, por ello, algunos criterios para la corrección en fraternidad: a. La corrección debe realizarse en el contexto del «proyecto comunitario» Los hermanos comprendemos nuestra existencia como un camino de Evangelio en fraternidad; lo que en él está en juego es nuestra autenticidad y felicidad. Por eso, cuanto dificulta esta vida de Evangelio, plasmada en nuestro «proyecto comunitario», no sólo «puede» ser objeto de corrección, sino que «debe ser» objeto de atención, pues de ello depende nuestra fidelidad a nosotros mismos, al proyecto de fraternidad y al Señor. b. La corrección, por ello, ha de hacerse en fraternidad Debe responder a esta inquietud: ¿Qué nos pide el Señor en este momento? ¿Cómo podemos responder mejor a su voluntad? Y, desde esta inquietud, en discernimiento, los hermanos vuelven a ponerse en camino de Evangelio e intentan marcar un nuevo itinerario con nuevas mediaciones. Los «hermanos reunidos en el nombre del Señor» son el lugar habitual y normal de la corrección; cualquier otro lugar, fuera de la fraternidad, corre el riesgo de ser desahogo en vez de corrección fraterna, murmuración y juicio en lugar de misericordia que acoge y salva. Fuera de la fraternidad, la corrección, en vez de construir, destruye. «En fraternidad» significa también una corrección como la que hacen los «hermanos», fraterna, «como la de una madre a su hijo». c. Hecha por la fraternidad Aunque muchas veces son el ministro y el guardián quienes prestan este servicio para ayudar a crecer a los hermanos y a las fraternidades, y sin quitar nada de cuanto a ellos corresponde, la corrección fraterna debe hacerse habitualmente en el encuentro de todos los hermanos. Esta corrección fraterna debe ser «mutua» y «caritativa», como la obediencia, con la que está vinculada en cuanto voluntad de autenticidad al proyecto común evangélico. No existe, pues, el privilegio de algunos de corregir, sino que los hermanos se corrigen y animan mutuamente en la fidelidad vocacional. Por eso, es fundamental educarnos en la «ley de la reciprocidad», donde todos vamos aprendiendo a corregir y a ser corregidos, a perdonar y a ser perdonados… d. Con miras al proyecto evangélico Por ello la corrección no parte habitualmente de las «pequeñas imperfecciones e impotencias» de cada uno, sino de algo más sustancial como es el proyecto evangélico de vida. Francisco de Asís marcó algunos criterios con su actitud hacia quienes vagaban fuera de la Orden, hacia quienes no recitaban el oficio según la Regla, hacia los que cometían pecado de fornicación, etc. (cf. Rnb 8, 7; 13; 19; Test 27-33; CtaO 44-46). Y ese debe ser el criterio de la corrección fraterna: aquellas cuestiones que atañen de fondo al proyecto evangélico que todos hemos prometido y que quedan actualizadas en la identidad escrita en las CCGG. 4. «Arte» y modos de la corrección fraterna Es verdad que mucho del éxito o fracaso de la corrección fraterna suele depender de quien lo haga: si la hace alguien que tiene «autoridad moral» o ascendiente sobre el grupo o la persona, todo suele ir bien, a veces se acepta incluso cuando el tema no ha sido objetivamente bien tratado; en cambio, si la hace alguien que carece de ascendiente sobre el grupo o las personas, puede resultar mal incluso cuando el tema ha sido bien tratado objetivamente… Esto no obstante, al abordar la corrección fraterna conviene tener en cuenta algunas actitudes: a. Buscar lo verdadero desde la verdad A veces el inconsciente nos juega malas pasadas; a menudo, lo que llamamos «verdad» es

357 sólo «mi verdad»; en ocasiones ni eso, pues se entrecruzan sentimientos de rivalidad o de afán de dominio o sed de pequeñas venganzas o necesidad de sentirse alguien dentro de la fraternidad. Hay que buscar, como actitud de base, este ser verdadero, andar en la verdad y buscando siempre la verdad. Cuando se actúa así, uno puede sentirse solo en la comunidad, pero nunca le faltará el gozo que produce siempre lo verdadero buscado con ahínco. b. Con misericordia entrañable Es la actitud del buen pastor, del buen ministro y del buen hermano. Misericordia (= miseria – cor), que significa «poner corazón en la miseria», es la actitud de quien acompaña al hermano, con corazón y cariño, en su crecimiento vocacional, porque lo ama y porque ama a la fraternidad, y no por otras motivaciones. c. Desde el amor al hermano y con amor En la construcción de la fraternidad, y de eso se trata en la corrección del hermano, nada hay tan esencial como el amor. Tan es así que nadie que no ame a su hermano puede osar corregirle. Y cuando se corrige con ese amor, éste es «paciente» y es humilde y, por ello, no es osado. Por ejemplo, no hay que corregir nunca a un hermano de quien no se tiene nada positivo que decir. Dicho con otras palabras, si al hacer la corrección al hermano me doy cuenta de que soy incapaz de reconocer en él algo bueno, esto es señal de que no lo quiero mucho. Y en ese caso es mejor suspender la corrección, porque no es una corrección «desde el amor y con amor». d. En coherencia y autenticidad de vida «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra» es una frase lapidaria que los evangelistas ponen en boca de Jesús. Desde luego, no se trata de que nunca se puede corregir a nadie, porque nadie es perfecto; hemos de avanzar en el camino del mutuo crecimiento aunque tengamos dificultades e incoherencias y contando con ellas. La autenticidad y la coherencia personal son otra cosa. Si uno mismo se siente que está «entrampado», envuelto en medias verdades, viviendo ambiguamente, ¿le queda aliento para poder corregir al hermano? En cambio, quien, aunque tenga imperfecciones, intenta una vida auténtica y coherente, posee altura moral para poder pedir a los hermanos que cambien. e. «Como quisiera que se le tratara si estuviera en caso semejante» Esta norma es una regla de oro que Francisco de Asís hizo suya en su comportamiento habitual, especialmente con los hermanos que pecaban. Al intentar la corrección fraterna es importante saber ponerse en la situación del hermano y, antes de corregirlo, formularse y saberse responder esta pregunta: ¿Cómo me gustaría que me trataran si me hallara en ese mismo caso? La corrección hecha desde esta perspectiva tiene garantías de haber sido hecha desde la verdad y en la verdad. f. En un clima de confianza y constructivo El «punto Cero» de toda construcción de la vida fraterna es el clima, que ha de ser de acogida, positivo, asertivo, comunicativo… Tratándose de fidelidad vocacional y de una fidelidad de hermanos, es importante crear un clima que fomente la buena acogida de la corrección. Si cuando hacemos la corrección mutua no somos capaces de decir lo bueno y positivo que vemos en el hermano, mejor es interrumpirla, porque no es fraterna. La corrección tiene sentido porque existe aprecio mutuo, porque se quiere al hermano, porque a uno le importa su fidelidad vocacional, porque se busca su crecimiento. Es menester, pues, crear habitualmente –no artificial y ocasionalmente para el momento de la corrección– un clima en el que puedan decirse las cosas con sencillez y fraternidad. g. «…los hermanos no lo abochornen» La sabiduría del hermano Francisco tiene en cuenta hasta este detalle: si la fraternidad quiere construir corrigiendo, lo ha de hacer de tal forma que los hermanos no se sientan abochornados.

358 Eso requiere una corrección hecha con elegancia, sabiendo elegir el momento oportuno en que el hermano puede aceptar la corrección, con tono amable, con cortesía y teniendo presente que, por encima de todo, se trata de ayudar a crecer. h. Pocas veces La corrección ha de hacerse, como es lógico, las veces que lo requiere la situación de la fraternidad. Sin embargo, es aconsejable no hacerlo más de un par de veces al año, con ocasión de la revisión del proyecto comunitario, a mitad y a final de curso, durante un retiro de la fraternidad… Una fraternidad con tendencia excesivamente evaluativa corre el riesgo de perder estímulos positivos y de «culpabilizarse». SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1.Leer los siguientes textos: Rb 7, 1-3: Actitud del hermano pecador y ante el pecado del hermano. 2Cel 44. 49. 177: Francisco muestra su compasión con os hermanos pecadores. Adm 11: No alterarse por el pecado ajeno. Adm 18, 1: La compasión del prójimo. Adm 25: Sobre el verdadero amor. Adm 22: Actitud ante la corrección recibida. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre el modo como vivo los conflictos personales y sobre el modo como afronto los conflictos interpersonales. 2. Preguntarse: ¿Estarías dispuesto a escuchar el juicio – aspectos positivos y negativos – que los otros hermanos tienen de ti? ¿Cómo acepto las correcciones que se me hacen? ¿Cuál es mi actitud ante mi propio pecado? ¿Cómo contempla mi proyecto personal de vida la confrontación periódica con otra persona? ¿Tengo un acompañante espiritual y vocacional? Para la reflexión comunitaria 1. Leer los siguientes textos: Rnb 4, 2; 5, 5; Rb 10, 1: El hecho. Rnb 5, 7-10; Rb 10, 1: Oficio del superior. 2Cel 43: Corrección entre los hermanos. A la luz de estos textos: Compartir experiencias positivas y negativas de corrección fraterna. 2. Preguntarse: ¿Cómo se afrontan los conflictos en la fraternidad? ¿Ayudan a los hermanos a crecer o los bloquean? ¿Funciona en la fraternidad la corrección fraterna? ¿Quién ejerce el «ministerio» de la corrección fraterna en mi fraternidad? ¿Cómo se ejerce el «ministerio» de la corrección fraterna en mi fraternidad? ¿Cuántas veces al año está prevista la revisión de vida en el proyecto comunitario?

359 VI

LOS «PREFERIDOS» DE LA FRATERNIDAD En los evangelios Jesús aparece con frecuencia rodeado de personas desvalidas, enfermas, «heridas»… Son los pobres, los nuevos anawim…, a los que Jesús dedica una atención especial: «Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino…» Otro tanto aparece en la vida y actuación de Francisco, quien presta especial atención a los hermanos en dificultad, a los que no pueden con la vida o con la Regla (los enfermos, los que pecan…). Tanto Jesús en los evangelios como Francisco en sus escritos, hacen una «selección», muestran un interés especial por estas personas: son sus «preferidos» y, por tanto, tienen un protagonismo destacado. ¿Quiénes son, hoy, los «preferidos de nuestra fraternidad»? ¿Cómo amarlos y cuidarlos? Clarificar e impulsar este camino es el objetivo de las siguientes notas. 1. «… hermanos débiles, ancianos, enfermos y otros…» La experiencia diaria y gozosa de nuestra vida fraterna habla de la «gracia y don de los hermanos», pues ¿no es cierto que lo mejor que tenemos en las fraternidades son precisamente nuestros hermanos? Más o menos santos, más o menos «integrados», más o menos dotados…, los hermanos son el regalo que el Señor nos hace diariamente para vivir la comunión con Jesús, nuestro Hermano, en su seguimiento. Son una gracia del Señor y ¡cuánto hemos de agradecérsela! Pero eso no es todo. Mirando con realismo algunas de nuestras fraternidades y echando un vistazo a lo que acontece en nuestras Provincias, hemos de reconocer que también existen hermanos y situaciones que constituyen una «dificultad» para la convivencia. Por eso es preciso afirmar que la vida fraterna nos resulta a veces una cruz; los hermanos son, a veces, nuestro tormento. En ocasiones la historia de la fraternidad está teñida de dolor, de sufrimiento, de incomprensiones mutuas, de energías despilfarradas, de luchas y rivalidades internas, de dificultades… ¿Por qué negarlo? El capítulo III de nuestras CCGG, sobre la comunión fraterna, recuerda con realismo esta experiencia de minoridad y desvalimiento, y pide prestar atención especial y cuidado amoroso a las personas que pueden ocasionar alguna dificultad a la convivencia fraterna. Dicen así: «A los hermanos débiles, a los enfermos y a los ancianos, todos los hermanos deben “servirles como querrían ellos ser servidos”» (CCGG 44). Los hermanos ancianos y enfermos son cada vez más numerosos en algunas fraternidades, especialmente en la vieja Europa y en algunos países de América. Basta una somera mirada a las estadísticas de la media de edad de los hermanos de la Orden para convencerse de ello. En general, las fraternidades han tomado conciencia de esta realidad y prestan una atención especial y un esmerado cuidado a los hermanos ancianos y a los hermanos enfermos. Ahí desplegamos también con autenticidad nuestra vocación de fraternidad. Por otra parte, ¡podemos aprender tantas cosas de los «hermanos ancianos»! En la mayoría de los casos son, mediante su testimonio gozoso en el atardecer de su vida, fuente de estabilidad y de aliento y estímulo vocacional. Hay «hermanos enfermos» que son un recuerdo viviente de Jesús Siervo, entregado confiadamente en las manos del Padre. Existen, igualmente, «hermanos débiles» que, con su humildad, son un estímulo y un ejemplo de fortaleza. Por eso, es preciso distinguir entre ancianos y ancianos, entre enfermos y enfermos, entre débiles y débiles. Pero en nuestras fraternidades existen también, precisamente por ser profundamente «humanas», hermanos que, de una u otra forma, resultan un «peso», una dificultad añadida. Son los hermanos a los que calificamos de «raros», de «extraños»; a veces los llamamos, poco frater-

360 nalmente, «indeseables». Se trata de aquellos hermanos que, por motivaciones misteriosas y muy diversas: sufren en sí mismos la «herida de ser hombres», la dificultad de aceptarse, la dificultad de una relación normal con el entorno y con los otros; sienten el «peso de la vida» y la meditan en largas soledades y en duras noches de insomnio; traducen estas dificultades personales en incapacidad para una comunicación normal o en una fuerte e incontrolada agresividad o en un aislamiento que los mata; a veces esto se manifiesta en incapacidad de colaborar en proyectos fraternos de evangelización… Y no es preciso mirar a los demás. Más de una vez, cada uno de nosotros siente la mordedura de la herida y se da cuenta de tener pasta para convertirse en un hermano «raro»: bastaría con que a uno le faltaran ciertos apoyos o se viera abocado a una «situación límite». ¿Qué lugar ocupan estos hermanos en nuestra vida fraterna? ¿Qué actitud fraterna puede crear comunión en estas circunstancias? ¿Cuáles son las actitudes más correctamente fraternas? 2. Los «preferidos» de la fraternidad No es casual que nuestra Regla hable de la fraternidad principalmente con ocasión de los «preferidos»: los que están en necesidad (cf. Rb 6, 7), los enfermos (Rb 6, 9), los culpables (Rb 7), los que no pueden cumplir la Regla (cf. Rb 10, 4-6)… Podríamos decir que son los «pequeños» del Evangelio, a los que es dado, por gracia, el Reino de Dios. Por eso ocupan también un lugar central en nuestra fraternidad evangélica: son los pobres de la fraternidad, imagen del Siervo de Yahvé y lugar de la misericordia de Dios: «Grande era la ternura con que Francisco se compadecía de cuantos se veían afligidos con alguna enfermedad corporal; y si en alguno observaba cualquier penuria, cualquier falta, con sentimiento de dulce piedad se condolía cual si viese padecer al mismo Cristo… De ahí que su alma se derretía de amor a vista de los pobres y de los enfermos, y a los que no podía socorrer con la obra lo hacía con el afecto» (cf. LM 8, 5). Es de sobra conocida la actitud de Francisco hacia estos «pequeños» de la fraternidad; y pide a los demás hermanos que presten una atención especial, exquisita, fraterna a cuantos encuentran dificultad en vivir la Regla. Especialmente impresionante es el texto de Rnb 22, 1-4, donde Francisco dibuja la actitud que los hermanos deben tener hacia quienes les hacen la vida difícil, diríamos hacia los «raros»: «Prestemos atención todos los hermanos a lo que dice el Señor: “Amad a vuestros enemigos y haced bien a los que os odian”, pues nuestro Señor Jesucristo, cuyas huellas debemos seguir, llamó amigo al que lo entregaba y se ofreció espontáneamente a los que lo crucificaron. Son, pues, amigos nuestros todos los que injustamente nos causan tribulaciones y angustias, sonrojos e injurias, dolores y tormentos, martirio y muerte; y los debemos amar mucho, ya que por lo que nos hacen obtenemos la vida eterna» (Rnb 22, 14). Para Francisco, como para el Nuevo Testamento, la ley que rige las relaciones fraternas lleva el sello de la cruz: «Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas» (Gál 6, 2). Francisco recuerda para sí y a los suyos la palabra de Mateo 7, 12: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la Ley y los Profetas». Francisco, además, recuerda dos bienaventuranzas que marcan la pauta de comportamiento en estas situaciones: «Dichoso el que soporta a su prójimo en su fragilidad como querría que se le soportara a él si estuviese en caso semejante» (Adm 18, 1). Y también: «Dichoso el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo y no puede corresponderle como cuando está sano y puede corresponderle» (Adm 25).

361 Los hermanos enfermos fueron una de las mayores preocupaciones de san Francisco. La insistencia excepcional con que se refiere a ellos en la Regla (cf. Rb 2, 15; 3, 12; 4, 2; 6, 9; 10, 8) da a entender la profundidad con que quiso que la fraternidad viva la caridad y, a la vez, el realismo del binomio pobreza-fraternidad, que lleva a veces a «situaciones límite». Estas situaciones exigirán cuidados extremos. La verdad de la fraternidad: los «pequeños» La presencia de hermanos débiles, ancianos, enfermos, «raros y especiales» en nuestras fraternidades es un dato innegable. Especialmente las Provincias donde, por falta de nuevas vocaciones jóvenes, ha crecido tanto la media de edad de los hermanos (es el caso de gran parte de las Provincias de Europa y de USA), tienen hermanos ancianos y enfermos casi por doquier y procuran atenderlos con sumo esmero. En todas las Provincias existen, además, hermanos jóvenes o ancianos que resultan una carga para las fraternidades, hermanos especialmente problematizados y problemáticos. ¿Cuál es la actitud más fraternamente franciscana con que se les debe atender? La respuesta, que debe ser siempre bien pensada y matizada, depende de la situación y circunstancias de cada hermano. En todo caso, habrá que buscar siempre una salida fraterna, pues «la misión franciscana es entregar la vida por los hermanos». La caridad es el precio y el fruto de nuestra vida evangélica; en ella está la cima de la revelación, pues el amor mutuo es el principal testimonio que deben dar los discípulos al mundo, la misión que revela a los hombres el amor de Dios. Por ello, la verdad de nuestra vida fraterna se mide en la capacidad de dar la vida por los hermanos, en el martirio. La culminación de la misión franciscana es «el martirio», el amor fraterno hasta la muerte. Y no sólo eso. Según Francisco, «son amigos nuestros» y «debemos amar mucho» a los que nos persiguen o nos resultan una carga (cf. Rnb 22, 1-4). La gracia y el don de la vida fraterna son tanto más gracia y don cuanto más optan los hermanos por una vida según las bienaventuranzas, cuyo criterio último es la fecundidad del amor. Por eso, el criterio para saber si una fraternidad es verdaderamente franciscana no consiste sólo en que se ore mucho y bien o en que haya un buen ambiente o en que los hermanos se lleven bien o en que se trabaje como se debe… El criterio último es la capacidad y voluntad de entregar la vida por los «últimos», por los difíciles, por los que «no devuelven nada a cambio», por aquellos que exigen continuamente sin apenas dar nunca nada, por aquellos que nos recuerdan que somos pobres y miserables… ¿No es verdad, acaso, que la talla y la calidad de una persona se mide sobre todo en las dificultades? De la misma forma, la talla y la altura espiritual de una fraternidad se miden en las situaciones límite, en la contrariedad y la adversidad, en el comportamiento fraterno con quienes no satisfacen nuestros «deseos» y expectativas. Más aún, todo ello debe considerarse una «gracia». Así se desprende de la respuesta de Francisco al ministro atormentado por sus hermanos: «Todas las cosas que te estorban para amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga estorbo, se trate de hermanos u otros, aunque lleguen a azotarte, debes considerarlo como gracia» (CtaM 2). 4. Actitudes fraternas Basta una rápida ojeada al Evangelio y a nuestra «forma de vida» para deducir una serie de actitudes necesarias para una vida fraterna madura. La vida de «Francisco, pobre y débil, enfermo y pequeñuelo», es un estímulo para nuestra propia vida. Recordemos sólo algunas de las actitudes fraternas necesarias: a. Solícito cuidado El art. 44 de las CCGG afirma:

362 «Por lo tanto… tengan para con ellos solícitos cuidados, visítenlos y provean convenientemente a sus necesidades personales, tanto espirituales como materiales, y muéstrense con ellos agradables». b. «Amarlos y no exigirles más» La citada Carta a un ministro nos da de nuevo la pauta de esta actitud. Dice Francisco al ministro: «Y ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean cristianos mejores» (CtaM 5-6). A veces tenemos la ilusoria pretensión de no aceptar la realidad y de intentar cambiarla compulsivamente… Nos gustaría tener hermanos enfermos, pero «sanos»; hermanos ancianos, pero «jóvenes»; hermanos raros y extraños, pero «normales»; hermanos solitarios, pero «colaboradores»; hermanos que son sorprendidos en trampa, pero «auténticos»… El realismo de la vida fraterna nos exige aceptar la realidad tal como es. ¿Acaso pidió Francisco a los leprosos que cambiaran? ¿No fue más bien Francisco quien cambió de actitud respecto a ellos? Y cuando uno cambia de actitud, entonces el enfermo hasta parece sano y se entabla con él la comunión fraterna, y el raro ya no lo es tanto y el anciano no es un pesado sino un pozo de sabiduría… c. Amor concreto y realista En los períodos de estudio suele pedirse el hacer «experiencias» para progresar en la disciplina que se está estudiando. La fraternidad franciscana es una óptima escuela de evangelio y de amor mutuo, pues en ella se experimenta la verdad de uno mismo y la verdad de cada hermano. Los hermanos que, por la razón que sea, nos causan dificultades deben ser, por tanto, objeto de atención esmerada, de amor, de entrega desinteresada, concreta y realista. Ello requiere paciencia y comprensión, saber situarse en la piel del hermano en dificultad para poder atenderlo «como querría que se hiciera conmigo en caso semejante». d. «Como una madre» Para describir la vida fraterna Francisco no subraya la actitud de la figura paterna, sino la de la materna. El hermano debe amar a su hermano como una madre ama a su hijo… (cf. Rnb 9, 10-11 y Rb 6, 8). La actitud más fraterna es, pues, la «materna», es decir, la actitud dispuesta a «amar y nutrir» al hermano necesitado. e. «Como querría que se hiciera conmigo en caso semejante» Es la palabra con la que Francisco nos ha sellado a los hermanos para siempre. Cuidar del hermano no desde frías consideraciones teóricas, hechas a distancia, desde la lejanía afectiva…, sino «como querríamos que se hiciera con nosotros si nos encontráramos en caso semejante». ¡La realidad aparece muy distinta según se mire desde dentro o desde fuera! 5. Pero quedan los «casos difíciles» No sería realista no abordar en fraternidad el trato que hay que dar a los hermanos de nuestras fraternidades que consideramos «casos difíciles»… Hay tantas formas de serlo… Sobre todo, ¿cómo tratar a los hermanos que dificultan la marcha de la fraternidad, que crean un ambiente incómodo, que rompen la armonía, que son incluso un peligro para la seguridad física…? ¡No basta con decir que no debieran estar en la fraternidad! ¡Cuánto daño se hace cuando una fraternidad cierra sus puertas a un hermano, cuando no se acepta su presencia, cuando se pide a los superiores que no envíen a un hermano a una determinada fraternidad o que lo saquen de una fraternidad porque es raro…! Debe regir siempre, también en estas circunstancias, la ley de la fraternidad, que no es otra que la del amor mutuo. Pero un amor mutuo que ha de saber discernir los casos y ayudar a to-

363 mar decisiones que pueden llegar hasta el internamiento en un centro especializado, terapias y encuentros con profesionales de la psiquiatría… Sería injusto dictar una ley general para todos, pues cada hermano es un caso especial y merece una atención esmerada… De todos modos, debe hacerse siempre con la madurez y la talla humana y espiritual que requerimos de estos hermanos «difíciles». SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: Lc 10, 33-35. Rnb 9; Rb 2; 6, 8; 7, 1; Adm 9, 11: CtaM. 2Cel 22; 69. 175-177; LP 53. 89. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre la parábola del buen samaritano y ver las consecuencias concretas para mi vida. Reflexionar sobre el tiempo que dedico a los necesitados de la fraternidad y de fuera y los medios que pongo a su disposición. 2. Preguntarse: ¿Quiénes son mis preferidos? ¿Con quiénes me relaciono? ¿Quién está necesitado de mi cercanía y de mis cuidados fraternos? ¿Cuáles son mis actitudes hacia los hermanos de la fraternidad necesitados y hacia los necesitados de fuera? ¿Qué necesidades ajenas interpelan mi forma de vida, mis actividades solidarias? ¿La cercanía solidaria con los pobres aporta peculiar vivencia a los consejos evangélicos en mi vocación religiosa? ¿Qué lugar ocupan los «necesitados» en mi proyecto personal de vida? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Mt 11, 4-6; 26, 35ss: Recuperar la profecía desde la solidaridad. Is 58, 5-13; Mt 19, 21; 5, 23-24: Apostarlo todo por los pobres. Lc 10, 33-37: Hacer nuestros los caminos samaritanos. Lc 6, 6-12; 7, 36-50; 15, 25-32: Vivir la misericordia como justicia del Reino. Rnb 9, 2; 10, 1-2; Rb 4, 2; CtaL; ExhCl 5: El principio. Adm 9, 11, 18, 24-25; CtaM 5-6.9-13; Rnb 9, 10-11 y Rb 6, 8: El cuidado que Francisco y la primitiva fraternidad dispensaban a los pobres y pequeños de la fraternidad. TC 59: Francisco padre y médico de sus hermanos. GS 29. 31. 32. 93: Solidaridad y justicia social. VFC 63. 64. 67: Inserción en ambientes populares. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre el modo concreto en que se manifiesta nuestra opción preferencial por los pobres. 2. Preguntarse: ¿Quiénes son, de hecho, los «preferidos de la fraternidad»? ¿Coinciden nuestros criterios con los criterios neo-testamentarios y con los criterios de Francisco? ¿Desde qué relaciones, estructuras y organizaciones trabajan y luchan los hermanos por una sociedad más justa? ¿Existe entre nosotros la sensibilidad por nuevas formas de presencia e inserción entre los pobres, como expresión de nuestro carisma?

364 Intentar clarificar en fraternidad las actitudes y caminos que hay que recorrer cuando existen «casos difíciles», teniendo en cuenta la ley del «como querría que se hiciera conmigo si me encontrara en caso semejante». De las actitudes que Francisco y la primitiva fraternidad dispensaban a los pobres y pequeños, ¿cuáles practica nuestra fraternidad? ¿Cuáles faltan? ¿Qué lugar ocupan los «pequeños» en el proyecto comunitario? Terminar el encuentro con una oración con los «preferidos» y por los «preferidos»…

365 VII

HERMANOS MENORES 1. La identidad expresada por el nombre El nombre de «hermanos menores», que Francisco escogió para sí y sus hermanos, no es algo casual o sin significado. Esta denominación llamó la atención de su primer biógrafo, que explica: «Fue él efectivamente [Francisco] quien fundó la Orden de los Hermanos Menores y quien le impuso ese nombre en las circunstancias que a continuación se refieren: se decía en la Regla: “Y sean menores”; al escuchar estas palabras, en aquel preciso momento exclamó: “Quiero que esta fraternidad se llame Orden de Hermanos Menores”. Y, en verdad, menores quienes, sometidos a todos, buscaban siempre el último puesto y trataban de emplearse en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra, a fin de merecer, fundamentados así en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en orden perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes» (1Cel 38). Este texto ha sido sometido a profundos y agudos análisis históricos (entre los cuales recordamos sobre todo los de T. Desbonnets). Estos estudios advierten que no debemos aceptar con demasiada ingenuidad su terminología «fraternidad-Orden», pero alaban la insistencia de Celano en la connotación ligada al nombre elegido: no sólo hermanos, sino «hermanos menores». Hay que tener presente que las palabras escritas en la Regla (Rnb 7, 2) contienen citas implícitas de varias frases evangélicas de las que Francisco tomó originariamente el término «menor» (cf. Mt 11, 11; 25, 45; Lc 9, 48; 22, 26). El adjetivo «menor» califica profundamente al sustantivo «hermano», dando al vínculo de la fraternidad una cualidad propia y característica: no es lo mismo decir «hermano» que decir «hermano menor». Por eso, al hablar sobre la fraternidad hay que tener bien presente esta característica típica franciscana de la relación fraterna, que exige que sea una relación propia de hermanos «menores». Por otra parte, en la minoridad podemos reconocer un elemento que impresionó profundamente a Francisco en su relación con Dios: el Jesús de Francisco es el Dios que se hace menor en la encarnación. Por eso, la referencia a la minoridad no se basa sobre motivos ascéticos, sino que es la sustancia misma de la experiencia que de Cristo tuvo Francisco. En el seguimiento de Jesús, Francisco se dirige como menor a Dios Padre, buscando siempre su santa voluntad, en obediencia y disponibilidad total. Una de las imágenes evangélicas que expresan con más profundidad esta intuición y que impresionó particularmente a Francisco es la de Cristo lavando los pies de los discípulos en la última cena (cf. Rnb 6, 4; Adm 4, 2): el seguimiento de Cristo-menor consistirá necesariamente en hacerse menor como él, dispuestos a lavar los pies de los hermanos. Las CCGG conectan también esta «vocación de minoridad» con la imagen de Jesús: Art. 64: «Los hermanos, como seguidores de Jesucristo, “que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte”, y fieles a la propia vocación de menores, vayan “con gozo y alegría” por el mundo como siervos y sometidos a todos, pacíficos y humildes de corazón». Art. 66 §1: «Para seguir más de cerca y reflejar con mayor claridad el anonadamiento del Salvador, adopten los hermanos la vida y condición de los pequeños de la sociedad, morando siempre entre ellos como menores; y en esa condición social contribuyan al advenimiento del Reino de Dios». Será preciso recordar, por último, que el adjetivo «menor» es, «gramaticalmente», un comparativo (= más pequeño) y que, por tanto, supone parangón con otra u otras personas: no se es simplemente menor, sino que se es menor que otro u otros. En este sentido, la palabra «menor» es un término de relación, entraña estructuralmente relación con otros. La consecuencia más inmediata de esta observación «gramatical» es que cuando cambian los términos de la comparación cambia también el tipo de minoridad: si somos menores en compa-

366 ración con otros, será distinto ser menores en un contexto de personas socialmente desfavorecidas que serlo en un contexto académico, serlo en un ámbito parroquial que serlo en un ámbito «de frontera». En otras palabras, no existe un modo absoluto de ser menor, sino que se es menor en relación con los que están a nuestro alrededor. 2. Menores entre nosotros El primer ambiente donde hemos de vivir nuestra minoridad es nuestra misma fraternidad: antes incluso de comprometernos a ser menores que los lejanos o que las personas que encontramos por casualidad en nuestra jornada, hemos de ser hermanos menores de aquellos que comparten nuestra vida, de nuestros hermanos de vocación. Pero ¿qué quiere decir ser menores que nuestros cohermanos y respecto a ellos? No cabe duda de que esto puede significar cosas diversas en contextos diferentes y en fraternidades distintas; pero significa, ciertamente, ausencia de todo comportamiento que tenga indicios de «superioridad» respecto a los otros. Varias son las actitudes que revelan un sentido de superioridad: los juicios demasiado fáciles sobre los otros, acompañados quizás de pullas sarcásticas; las expectativas o las peticiones explícitas en relación con los hermanos, pretendiendo como un derecho la ayuda que los otros nos dan o el servicio que nos prestan, en vez de aceptar todo con espíritu de gratitud y reconocimiento… Vivir como menores quiere decir no tener pretensiones respecto a los otros, sino saber aceptar a todas las personas y los diferentes comportamientos con gran libertad interior. Según Francisco de Asís, la ira y la turbación son los signos que revelan un comportamiento negativo hacia los otros y, en particular, una actitud de superioridad. Quien se aíra y se turba con el hermano, demuestra que no es menor, que no vive interiormente «sin nada propio», sino que vive una relación de «apropiación» del otro, lo cual es una relación de superioridad. En diversos textos Francisco pone en guardia contra la ira y la turbación por el pecado del hermano y considera estas actitudes como una propiedad peligrosa: «Nada debe disgustar al siervo de Dios fuera del pecado. Y sea cual fuere el pecado que una persona cometa, si el siervo de Dios se altera o se enoja por ello, y no movido por la caridad, atesora culpas. El siervo de Dios que no se enoja ni se turba por cosa alguna, vive, en verdad, sin nada propio. Y dichoso es quien nada retiene para sí, restituyendo al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Adm 11). Adviértase cómo la imagen usada es la de aquel que «atesora culpas», es decir, la de quien se apropia de algo; en cambio, quien no se aíra ni se turba «vive sin nada propio». Descubrimos así que, para Francisco, ser menor quiere decir cultivar un espíritu de no apropiación en relación con los demás; y este espíritu se manifiesta en la capacidad de no airarse ni turbarse por el pecado del hermano. Procuremos examinar nuestras iras y nuestras turbaciones; quizás son un signo evidente de nuestra incapacidad de ser hermanos menores. Esta actitud de minoridad es particularmente importante en los hermanos encargados de prestar un servicio de autoridad. El modelo ideal de esta actitud nos lo propone la Carta a un ministro, que dibuja la verdadera disposición de quien ejerce la autoridad como menor: «Al hermano N…, ministro. El Señor te bendiga. Te hablo, como mejor puedo, del caso de tu alma: todas las cosas que te estorban para amar al Señor Dios y cualquiera que te ponga obstáculos, se trate de hermanos o de otros, aunque lleguen a azotarte, debes considerarlo como gracia. Y quiérelo así y no otra cosa. Y cúmplelo por verdadera obediencia al Señor Dios y a mí, pues sé firmemente que ésta es verdadera obediencia. Y ama a los que esto te hacen. Y no pretendas de ellos otra cosa, sino cuanto el Señor te dé. Y ámalos precisamente en esto, y tú no exijas que sean mejores cristianos. Y que te valga esto más que vivir en un eremitorio. Y en esto quiero conocer que amas al Señor y me amas a mí, siervo suyo y tuyo: si procedes así: que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se

367 aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia, si es que la busca. Y, si no busca misericordia, pregúntale tú si la quiere. Y, si mil veces volviere a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí, para atraerlo al Señor; y compadécete siempre de los tales. Y, cuando puedas, comunica a los guardianes que por tu parte estás resuelto a comportarte así» (CtaM 1-12). La actitud aquí descrita es la mejor explicación de lo que significa ser menor respecto a los propios hermanos. Y no se refiere sólo a los ministros, sino a todos los hermanos, porque cada uno de nosotros está invitado a una acogida que supera todo límite meramente humano y que no conoce más medida que la evangélica.

3. Menores respecto a los otros La actitud de menores no debe ser vivida sólo en nuestras fraternidades, sino también respecto al mundo y a todos los hombres. ¿Qué quiere decir que debemos ser hermanos menores en relación con el hombre de hoy? Tampoco es posible dar una única respuesta a esta pregunta, pero sin duda también aquí hemos de decir que se tratará de evitar con cuidado toda actitud de superioridad que pueda alejar a los otros. Francisco expresa claramente esta instancia en dos capítulos de la Regla no bulada en los que relaciona la opción de no apropiarse de nada con la acogida benévola de toda persona y hasta con la vida de coparticipación con los más despreciados, con aquellos que son considerados verdaderamente los menores de la sociedad. «Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benignamente» (Rnb 7, 13-14). «Empéñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo y recuerden que nada hemos de tener en este mundo, sino que, como dice el Apóstol, estamos contentos teniendo qué comer y con qué vestirnos. Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, y con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos» (Rnb 9, 1-2). Las palabras de Francisco nos impelen a examinar si nuestras fraternidades, hoy, se gozan en vivir entre personas despreciadas y que cuentan poco, entre pobres y débiles, o si, por el contrario, procuramos situarnos entre los ricos y los que cuentan. Es cierto que debemos acoger a todos, sin excluir a nadie; pero generalmente el riesgo que corremos no es el de excluir a quienes gozan de una situación acomodada, sino el de alejar a las «personas despreciadas y que cuentan poco». Preguntémonos, por ejemplo, a quiénes invitamos normalmente a nuestra mesa: ¿Invitamos también a los pobres? ¿Son siempre personas de un cierto estado social? Tal vez no estaría fuera de lugar hacer, incluso, un breve examen de conciencia sobre nuestro estilo de vida y nuestra coherencia individual: mis gastos, mis vestidos, las cosas que considero necesarias... El tema de la minoridad, en efecto, no se refiere sólo a la fraternidad en su conjunto, sino que afecta personalmente a todos y cada uno de sus componentes. Por otra parte, con frecuencia en nuestras actividades caritativas en favor de los más pobres late el riesgo de colocarnos en un pedestal de superioridad respecto a aquellos a quienes servimos, olvidando que toda ayuda que prestamos a nuestro prójimo es una restitución de lo que hemos recibido, y que no podemos comportarnos como si fuéramos nosotros los dadores. Es muy triste ver a un hermano maltratar a un pobre; ese maltrato significa haber perdido la conciencia de que somos los menores. Es necesario hacer un examen de conciencia para ver si, a las puertas de nuestras casas, tratamos de manera distinta a los pobres que vienen a pedir una ayuda y a quienes vienen, bien vestidos, a entablar una conversación. El respeto y la buena educación, antes incluso que la caridad, nos piden comportarnos con idéntica corrección con todos, pobres y ricos, «ladrones y bandoleros»; pero ¿lo hacemos realmente así?

368 4. Las opciones de una fraternidad de menores De nuestra identidad, que no es sólo la de hermanos (¡lo que ya es algo muy comprometedor!), sino la de hermanos menores, han de nacer opciones consecuentes. Ése es el sentido de las opciones preferentes: no se trata de limitar el ámbito de nuestras actividades y de nuestra misión evangelizadora, sino, más bien, de ver que a nuestra identidad van ligadas opciones preferentes, es decir, opciones que, sin excluir otras, deberían ser las primeras. ¿Qué es lo que creemos que debemos preferir? ¿Cuáles son nuestras opciones? De la respuesta a estas preguntas dependen las opciones pastorales, los «planes de vida» y los programas que cada Provincia debe darse en el Capítulo o en otros momentos en que se toman decisiones. Tales opciones, planes y programas deben responder siempre a nuestra identidad de hermanos menores. Una ayuda para concretar esas opciones podemos encontrarla en las CCGG, que afirman: Art. 53: «Los hermanos están obligados, en testimonio de pobreza y caridad, a socorrer, con los bienes destinados al uso de la fraternidad, las necesidades de la Iglesia, a prestar ayuda a los que se hallan en verdadera necesidad y a hacer partícipes de sus bienes a los pobres, según las normas de los Estatutos particulares». Este artículo indica los objetivos de las opciones preferentes de los hermanos: la ayuda a la Iglesia, la ayuda a quien se encuentra en verdadera necesidad, el compartir los bienes con los pobres. En estas indicaciones se vislumbra una especie de progresión: de la ayuda a la Iglesia local, que es la forma más inmediata y casi descontada de testimonio cristiano, se pasa a la ayuda a los necesitados y se llega, luego, como si fuera un objetivo último, no sólo a la ayuda sino a la coparticipación con los pobres. Compartir es, en efecto, la ayuda que más compromete: para prestar una ayuda, puede bastar con entregar parte de los propios bienes, mientras que en el compartir se pone en juego todo lo que se tiene. En estas normas encontramos indicaciones realistas para un itinerario de mayor minoridad y pobreza: aunque en las condiciones concretas de nuestra vida con frecuencia nos parece imposible privarnos de toda propiedad, quizás sea realista y posible seguir los diversos grados indicados en este artículo de las CCGG: primero, con la Iglesia local; después, ayudando a los pobres; finalmente, compartiendo con ellos nuestros bienes. Se trata de un itinerario más humilde y concreto que algunos grandes programas, pero quizás sea también más factible; el camino hacia una mayor pobreza pasa, para nosotros, por el compartir. Una forma concreta de compartir explícitamente indicada en nuestras CCGG, inmediatamente después del art. 53 antes citado, es la que debe realizarse con los padres, parientes y bienhechores (art. 54). Respecto a los padres en dificultad se prevé expresamente la posibilidad de una ayuda económica como forma concreta de coparticipación. No es necesario subrayar la oportunidad de estas normas. Por último, nuestra minoridad no se relaciona sólo con Dios y los hermanos. Estamos llamados también a cultivar la minoridad respecto a las criaturas inanimadas Nos sentimos menores y siervos incluso respecto a la creación en su conjunto: «La santa obediencia confunde todos los quereres corporales y carnales; y mantiene mortificado su cuerpo para obedecer al espíritu y para obedecer a su hermano, y lo sujeta y somete a todos los hombres que hay en el mundo, y no sólo a los hombres, sino aun a todas las bestias y fieras, para que, en cuanto el Señor se lo permita desde lo alto, puedan hacer de él lo que quieran» (SalVir 16-18). ¿No radica en esta actitud de hermano menor el secreto de la simpatía que Francisco suscita por doquier? SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: LP 102; EP 44: Francisco escogió siempre el último puesto.

369 LP 115: El único privilegio que Francisco quiso tener es el de ser sumiso a todos. CCGG 64: De cómo debemos ir por el mundo. 2. Preguntarse: ¿Qué estoy haciendo y qué puedo hacer para avanzar en la condición de menor y de último no sólo dentro de la fraternidad sino también fuera de la misma? ¿Cómo me sitúo ante circunstancias en las que se me «impone» una condición de minoridad? ¿Me parece correcto relacionar «la ira y la turbación» con la incapacidad de ser menores? ¿Cuáles son para mí las causas de la ira y la turbación? ¿Cuáles de las características descritas en el art. 64 de las CCGG se dan en mí? ¿Cuáles debo seguir incrementando? ¿Cómo viene contemplada la dimensión de minoridad en mi proyecto personal de vida? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Rnb 6, 2; 5, 9-15; 17, 9-16: El hecho. 2Cel 106. 109. 145; LM 6, 5; LP 109: Parábola del capítulo. 1Cel 38; 2Cel 71. 148; LP 101: Explicación del significado del nombre de hermanos menores. 2Cel 146: Porque menores, sumisos a los clérigos. LP 9: La humildad, fundamento de la Orden. 2Cel 145: Francisco pinta en sí mismo lo que es un hermano menor. TC 42: Reverencia que manifestaban los hermanos entre sí. 2. Preguntarse: ¿Cuáles podrían ser las notas concretas que distinguirían nuestra condición de menores como una vocación específica en la Iglesia? ¿Cuáles son los comportamientos que revelan una actitud de superioridad en nuestras relaciones? ¿Me parece que es posible ejercer la autoridad y ser menor? ¿Cuáles son las connotaciones de una autoridad desempeñada como menor? ¿Qué ambiente social suelen frecuentar mis cohermanos? ¿Nuestras actividades en favor de los pobres les hacen sentirse a gusto? ¿Tratamos a los pobres con dureza o con desprecio? ¿Estamos convencidos de que es necesario hacer opciones preferentes por los pobres (teniendo bien presente que si se opta por una cosa es necesario renunciar a otra), o pensamos más bien que nuestra vocación no lo exige porque debemos ser hermanos de todos? ¿A través de qué hechos concretos podemos decir que estamos dando, a nivel de Provincia o de fraternidad local, un verdadero testimonio de minoridad? ¿Qué formas de minoridad podríamos recuperar o inventar a fin de que nuestra vocación de menores ejerza su función testimonial en la ciudad o país en que vivimos? ¿Qué puede significar que debemos ser «menores» en la Iglesia local? ¿Cuáles son los cometidos «como menores» en mi situación eclesial? ¿Cuáles pueden ser las formas concretas de un mayor compartir con los pobres, en la situación de mi fraternidad? ¿Cómo se expresa en el proyecto de vida fraterna la opción de la fraternidad por la minoridad y la pobreza?

370 VIII

FRATERNIDAD Y EVANGELIZACIÓN Cada capítulo de nuestras Constituciones generales lleva por título una frase de la Regla o de los escritos de san Francisco. El título del capítulo V, dedicado a la evangelización («Para esto os envió Dios al mundo entero») está tomado de la Carta a toda la Orden y evoca un texto sumamente significativo en el que Francisco nos explica por qué somos enviados al mundo: «Alabadlo (al Hijo de Dios), porque es bueno, y enaltecedlo en vuestras obras, pues para esto os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay otro omnipotente sino él. Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia y cumplid lo que le prometisteis con bueno y firme propósito. Como a hijos se nos brinda el Señor Dios» (CtaO 8-11). En una breve frase se condensa el significado de nuestra tarea de evangelización: «dar testimonio» de la voz del Hijo de Dios con la palabra y con las obras y dar a conocer a todos que no hay otro omnipotente sino él. Si lo pensamos bien, estas palabras contienen los elementos fundamentales de nuestra vida: ellas nos hablan, al principio, de la «voz de él», pues todo nuestro compromiso va precedido de su Palabra y de su gracia (o, usando otra expresión de Francisco, en el principio de toda vida espiritual está la acción del Espíritu del Señor). De esta «voz de él», «debemos dar testimonio con la palabra y con las obras». Es decir, hay que dar un testimonio que nace de haber visto y oído, de la escucha de su voz y de la fiel aceptación de su Espíritu. Este testimonio se expresa con palabras y con obras, no sólo con palabras ni sólo con obras. Y este testimonio de palabra y de obra dará a conocer a todos que «no hay otro omnipotente sino él». Esta expresión refleja el sentido de nuestra vida y de nuestra opción de vivir como hermanos menores: somos hermanos porque hemos intuido que Cristo es el único a quien vale la pena dedicar toda la vida: en comparación con él palidece cualquier otro valor, cualquier otra realidad, cualquier otro amor, porque «no hay otro omnipotente sino él». 1. Una dimensión de nuestra vida Las palabras de san Francisco nos invitan a comprender que nuestra reflexión sobre la evangelización no es, en primer lugar, un problema de organización, de iniciativas eficaces, de obras o de medios e instrumentos más eficientes (sin excluir la necesidad de ocuparnos de todo ello); la evangelización es, sencillamente, una dimensión de nuestra vida, que si es verdadera vida de hermanos menores es también evangelización. En este sentido la evangelización no es una tarea que nos proponemos, sino más bien la consecuencia natural de la vida evangélica que nos hemos propuesto seguir al modo de Francisco de Asís. El mismo Francisco, en efecto, al comienzo de su aventura no se entregó a la predicación, pues no se había propuesto como meta el predicar sino el seguir al Señor en plenitud. Pero este seguimiento de Jesús le llevó también a la predicación, a fin de seguir en todo al Señor, que anunció a los hombres el evangelio de la salvación. 2. Dejarse evangelizar Si, como dice Francisco, debemos «dar testimonio de la voz del Hijo de Dios», es preciso que comencemos escuchando esa «voz del Hijo de Dios». Es lo que solemos indicar con la expresión dejarnos evangelizar. Esto quiere decir, en primer lugar, que cada uno de nosotros debe sentir el compromiso de escuchar la Palabra de Dios y procurar descubrir lo que ésta le indica para su vida personal y para la vida de la fraternidad. Tal vez no seamos siempre conscientes de que, en la fraternidad, cada uno es responsable del crecimiento evangélico del hermano y de que la Palabra del Señor se dirige no sólo a cada uno de los hermanos individualmente, sino también a todos como fraternidad. Es menester, pues, desarrollar la capacidad de compartir las reflexiones, las meditaciones y, por qué no, las dificultades que nacen de la escucha de la Palabra. En muchas fraterni-

371 dades se está afianzando la costumbre de leer juntos, quizás cada semana, la Palabra de Dios, y, con ella, impulsando la escucha en fraternidad de la Palabra. Pero dejarse evangelizar no se refiere sólo a la escucha del texto bíblico, sino también a la disponibilidad para aprender de la vida y de las personas con quienes nos encontramos: Dios nos habla también a través de ellas. Así lo recoge el artículo 93 de las Constituciones generales: §1. «Esfuércense (los hermanos) en escuchar respetuosamente con caridad no fingida a los demás, aprendan de buen grado de los hombres entre quienes viven, principalmente de los pobres, que son nuestros maestros, y estén prontos a dialogar con todos». §2: «Perciban las “semillas del Verbo” y la secreta presencia de Dios, tanto en el mundo actual como también en muchos elementos de otras religiones y culturas, a cuyo estudio deben dedicarse con gran respeto». El empeño en dejarse evangelizar significa, pues, reconocer que tenemos cosas que aprender tanto de la escucha del Evangelio como de la simple experiencia de la vida y, en particular, de los pobres, «que son nuestros maestros». 3. Una presencia que irradia La presencia de una fraternidad franciscana tiene por sí misma valor de evangelización: el hecho mismo de estar presentes en un determinado lugar y de vivir de una cierta manera es la forma primaria de evangelización, antes incluso de desempeñar una determinada actividad. Esta intuición aparece expresada claramente en el capítulo 16 de la Regla no bulada, donde se habla de los «dos modos de comportarse espiritualmente en medio de los sarracenos y otros infieles»: el primero es la misma presencia y vida como menores, sin promover disputas o controversias y confesando que son cristianos; el segundo prevé el anuncio explícito de la fe cristiana, prontos a dar un testimonio que puede llevar al martirio. Todas las fraternidades están llamadas a vivir, ante todo, la primera forma de evangelización, es decir, están llamadas a vivir «sin provocar disputas o controversias», a «someterse a toda humana criatura por Dios» y a «confesar que son cristianos». ¿La escasa eficacia que a veces tiene nuestra tarea evangelizadora se deberá, acaso, a que nuestro estilo de vida es insuficiente y poco convincente debido a que no «estamos sujetos a toda humana criatura por Dios»? Veamos algunas características de una fraternidad franciscana que quiere evangelizar con su testimonio de vida. 4. Una fraternidad que no se busca a sí misma El cerrarse en sí mismos es un riesgo anejo a la vida de cualquier grupo: cuanto más interesantes son las personas que lo forman, tanto mayor es el riesgo. Este riesgo puede darse también en nuestras fraternidades, sobre todo en aquellas donde se vive una relación fraterna bastante lograda y en las que, por tanto, puede existir la tentación de sobrevalorar el gozo de estar juntos. Nadie niega que la vida fraterna puede –y debe– ser agradable, pero nuestra fidelidad no apunta a agradarnos mutuamente, sino a vivir según el Evangelio. Esto significa que hemos de tener el valor de romper, si hace falta, el clima tranquilo y sosegado para decirnos las verdades del Evangelio, que a veces pueden resultar desagradables o incómodas. Esto significa que, como es evidente, no estamos juntos para sentirnos a gusto, sino para seguir al Señor a la manera de Francisco de Asís. Y significa también que nuestra fraternidad, lejos de ser un club de solteros, ha de estar abierta a nuestros contemporáneos que buscan a Dios. La apertura a las personas que nos rodean es consecuencia de una convicción interior que nace de haber comprendido bien la propia identidad: si la fraternidad coloca en el primer puesto al Señor, es bien acogido todo hombre que busca a Dios, pues nos ayuda a poner a Dios en el primer lugar, nos ayuda a perseguir con fuerza nuestra vocación. Se desarrolla así un importante aspecto de la fuerza evangelizadora de la fraternidad, que se abre y acoge a todo hombre que busca a Dios.

372 Sobre todo, es importante que no nos dejemos arrastrar por la búsqueda de una falsa tranquilidad en nuestras relaciones fraternas. Semejante tranquilidad sería una falsedad o hipocresía, porque significaría dar la prioridad a nuestra propia comodidad, en vez de colocarla en la búsqueda de Dios. 5. Una fraternidad creativa La fraternidad es un organismo vivo, que crece y se desarrolla con la vida de sus componentes. Por eso, una fraternidad que se limitara a repetir siempre los mismos modelos de vida, las mismas actividades, las mismas maneras de orar o de encontrarse, sería una fraternidad muerta, porque no respetaría el crecimiento y el desarrollo, ley fundamental de toda vida. Esta creatividad se expresa también en las formas de evangelización. No por casualidad se habla a menudo, con una expresión tal vez un poco vaga pero ciertamente sugestiva, de «nueva evangelización», acentuando así la dimensión de novedad creativa que debemos desarrollar. Uno de los caminos que quizás puedan recorrerse para hacer crecer la creatividad en la evangelización consiste en prestar atención a las necesidades antiguas y nuevas de quienes están a nuestro alrededor; si conseguimos darnos cuenta de cómo está cambiando el mundo, de cuáles son las expectativas y las peticiones del hombre de hoy, podremos hacer propuestas más significativas y más comprensibles. Conseguiremos así superar esa actitud estéril, pero muy extendida, de quienes se dedican a criticar el mundo actual, fijándose sólo en los aspectos negativos y añorando un pasado idealizado (y que, quizás, nunca existió). Lograremos así hablar del hombre completo, no de un hombre ideal que tenemos en la cabeza pero que no existe en la realidad. Sabremos ver en las características de la sociedad actual, incluso en las que parezcan equívocas, retos y posibilidades positivas, pues seremos capaces de mirar con optimismo el mundo que tenemos delante. Sólo desde una mirada así puede nacer una nueva propuesta de evangelización, que fomente el crecimiento de los gérmenes positivos que laten en nuestra sociedad. 6. Una fraternidad corresponsable y colaboradora La fraternidad debería ser el rasgo típico de la evangelización franciscana. La evangelización no es tarea de una sola persona, por muy brillante y santa que sea, sino de toda la fraternidad, que colabora, desde la unión y la pluriformidad, en la única evangelización. Esto es una consecuencia necesaria de cuanto hemos dicho sobre la evangelización como irradiación de la vida fraterna: si nuestro modo de vivir es la primera y fundamental manera de evangelizar, todos los hermanos están comprometidos en la evangelización, porque todos contribuyen a crear el estilo de vida de la fraternidad. Y esta característica llega incluso a marcar los modos concretos como se realizan las propuestas de la fraternidad y que revelan una mentalidad de corresponsabilidad y de colaboración. Corresponsabilidad quiere decir que, en la fraternidad, todos son y se sienten responsables de la evangelización, sin considerarla una tarea encomendada exclusivamente a algunos «especialistas»; y quiere decir, también, que ningún hermano puede pensar que las actividades de los otros hermanos son ajenas a la evangelización. Si soy corresponsable de la evangelización de la fraternidad, no puedo pensar que los otros no tienen nada que ver con mi compromiso de apostolado. Decir que todos «son y se sienten» corresponsables, significa que no basta con decirlo, sino que es preciso encontrar modos que permitan y faciliten el que todos puedan expresar su corresponsabilidad no sólo teóricamente («me siento» responsable), sino también de hecho («soy responsable»). Este sentido de corresponsabilidad significa, así mismo, que cada uno se siente apoyado por los hermanos en lo que hace y que cada uno da cuenta de su trabajo a la fraternidad. Colaboración quiere decir sentirse capaces de trabajar juntos para llevar a cabo las iniciativas que se ha decidido realizar. Éste es uno de los puntos más difíciles para nosotros, que, con frecuencia, sólo somos capaces de distribuir los trabajos, pero no de hacerlos juntos. La colaboración no quiere decir siempre y sólo división de tareas: debe significar también capacidad de

373 hacer juntos alguna cosa. Sin duda, a menudo, sobre todo en los trabajos pastorales, parece más eficaz que cada uno realice su propia tarea y sin entrometerse en el campo del compañero, de manera que cada uno se ocupa de su propio sector a la vez que procura no pisar al otro y que el otro no le pise a uno. Pero, ¿es este el testimonio franciscano que se nos pide? ¿No se nos pide, más bien, el testimonio de una fraternidad que trabaja unida en el servicio de la evangelización? La colaboración exige también saber proyectar iniciativas en unión con las otras ramas de la Familia Franciscana: OFS, clarisas, hermanas franciscanas, capuchinos, conventuales... También esto es un desafío de la colaboración. 7. Una fraternidad en la Iglesia y en la Orden Cuando se habla de fraternidad, espontáneamente se piensa sólo en el grupito de hermanos que la componen, olvidando que ese grupo forma parte de una fraternidad mayor, la Orden, y que está inserto en la Iglesia. De hecho a veces se corre el riesgo de oponer la fraternidad local a otra más amplia, creando un problema que no debería existir y olvidando que el pequeño grupo alcanza su pleno valor y su peso específico en el seno de la comunidad mayor de la que forma parte. Esto significa, en relación con la Orden, que la fraternidad local ha de tener conciencia de que ha sido la fraternidad mayor, la Provincia, la que la ha «enviado» en misión al contexto concreto en que se encuentra. Todos nosotros formamos parte de la fraternidad concreta en que estamos porque así lo decidió el Capítulo o el gobierno de la Provincia. Es importante tener conciencia de esta pertenencia más amplia, que nos aleja del peligro de encerrarnos o replegarnos sobre nosotros mismos y nos hace más abiertos. Esto, naturalmente, se aplica no sólo a la fraternidad local en relación con la Provincia, sino también a las Provincias en relación con el conjunto de la Orden: se trata de salir de una visión demasiado «provincial» y de tener una perspectiva más abierta y universal. Y para centrar correctamente el compromiso evangelizador de la fraternidad, es igualmente importante tener en cuenta la relación existente con la Iglesia local: no podemos estar separados de la realidad eclesial de nuestra diócesis o de las parroquias en que nos encontramos. La evangelización, para que sea tal, es siempre un hecho de toda la Iglesia. No podemos aceptar que se nos vea como «otra Iglesia», distinta a la diócesis. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: LP 103: La predicación no dispensa de la oración, del trabajo manual, ni de la mendicación. TC 54: Eficacia de la predicación de Francisco. 2. Preguntarse: La primera evangelización comienza por transmitir la experiencia gozosa de mi vocación. ¿Lo hago así como signo de mi amor al Señor y como signo de amor a los hermanos? ¿En todas mis actividades procuro vivir la intención evangelizadora como razón de mi vocación franciscana? ¿Qué quiere decir para mí que «los pobres son nuestros maestros»? ¿Qué supone en mi vida el dejarme evangelizar? ¿Qué aspectos positivos veo en el mundo de hoy? ¿Me siento miembro de una fraternidad en misión en un mundo que cambia? ¿Participo en las tareas de evangelización de mi fraternidad? ¿Qué lugar ocupa la dimensión evangelizadora en mi proyecto personal de vida? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos:

374 Rnb 14-17: Carta magna de la misión franciscana. 1Cel 36; TC 46: La Iglesia envía a Francisco y a sus hermanos a la misión. 2Cel 10: El Crucificado de San Damián envía a la misión a Francisco. 1Cel 24. 29; 2Cel 59; TC 37. 58; AP 19: La paz, una de las misiones de la Orden. 1Cel 36. 65; LM 4, 5: El Reino, tema de predicación. 1Cel 22-23. 29. 33; 2Cel 37; LP 18: La penitencia, tema de predicación. 1Cel 52. 97; 2Cel 207; LP 80: Predicación con el gesto. 2Cel 155; LP 58. 112: Predicación con el ejemplo. LP 103: La misión con medios pobres. LlTC III, 1-3. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre cómo cultivar y rejuvenecer la dimensión evangelizadora del carisma franciscano que Francisco legó a nuestra Orden y a todos los hermanos. Compartir experiencias reales de fraternidad evangelizadora. 2. Preguntarse: ¿Cuál es nuestra situación respecto a la escucha, personal y en fraternidad, de la Palabra de Dios? ¿Nos reunimos para leer el Evangelio? ¿Conseguimos compartir nuestras reflexiones y nuestras dificultades? ¿Con quiénes lo conseguimos más fácilmente, con los hermanos o con miembros de otros grupos? El preferir y amar formas testimoniales de vida evangélica, ¿qué reconversión de estructuras y tareas puede suponer a la fraternidad provincial y local? ¿La urgencia y pluralismo de actividades pastorales dificultan nuestra coherencia de vida evangélica? ¿Por qué a veces los hermanos sienten dificultad en integrar su vida de fraternidad con el compromiso parroquial? ¿Dónde radican esas dificultades? ¿Te sientes franciscanamente identificado con lo que haces? ¿Por qué? ¿Estamos abiertos a las personas que buscan a Dios o parecemos, más bien, un club exclusivista? ¿Tiene mi fraternidad un proyecto de evangelización? ¿Y tu Provincia? ¿Cada cuanto tiempo se revisa dicho proyecto? ¿Consigue mi fraternidad renovarse en sus proyectos de evangelización? ¿Cuáles son las mayores urgencias para una «nueva evangelización»? En mi fraternidad, ¿somos capaces de colaborar o sólo conseguimos distribuirnos las ocupaciones, evitando interferencias recíprocas? ¿Cuál es la relación de mi fraternidad con la Provincia? ¿Cuál es la relación de mi Provincia con la Orden? ¿Cuál es nuestra inserción en la Iglesia local?

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TERCERA PARTE ANIMACIÓN DE LA FRATERNIDAD FRANCISCANA I

VIDA FRATERNA Y ANIMACIÓN DE LA FRATERNIDAD Hoy, más que nunca, es necesario que todos los hermanos tomen conciencia de la necesidad y urgencia de la animación de la vida fraterna. Para ello es necesario no sólo que los ministros y guardianes asuman con gozo su «ministerio» de animación, sino también que todos los miembros de la fraternidad asuman el compromiso de la corresponsabilidad, desarrollen el sentido de pertenencia y potencien la comunión y el diálogo. Sólo así entrarán los hermanos y las fraternidades en un ritmo de crecimiento. 1. La animación, ¿una necesidad? La animación forma desde siempre parte del ejercicio de la vida fraterna. Hoy, sin embargo, se presenta con nuevas exigencias y se revela más importante que nunca en el desarrollo de una comunidad de vida o de trabajo. El concepto de animación, tomado del mundo de las relaciones interpersonales y del ritmo de vida de los grupos, evoca tanto la tarea de crecimiento de los individuos y de los grupos, como el modo de proceder en las decisiones y en las acciones de éstos. Nuestra vida franciscana se inserta en esta línea y subraya la necesidad de la animación interna de todas las fraternidades, sea cual fuere su tamaño. Lo mismo sucede con la animación del gran cuerpo social que es la Orden en la Iglesia y en el mundo. Hemos pasado de un régimen centrado en la aplicación de la obediencia en sentido unívoco, de la referencia a horarios y a costumbres fijas, del ejercicio estrecho del Capítulo local y provincial como lugares de referencia para la fraternidad local y provincial, etc., a un régimen de vida distinto. Los lugares tradicionales, basados en la fidelidad al pasado, tenían el sentido que hoy atribuimos a la animación. Ante la multiplicación de modelos en los que se encarna el carisma franciscano, la cuestión se plantea actualmente en otros términos. ¿Constituye la animación fraterna para nosotros una necesidad o es un duplicado de lo que ya está prescrito? ¿Es una utopía irrealizable, una corriente pasajera o una prioridad para la vida fraterna? La etimología de la palabra (siglo XV, animatio, de anima) nos ayuda a identificar lo que con ella está en juego: un modo de dar vida, de crear movimiento. Añádase la idea de nutrir y alimentar. Es un modo de proceder que reclama, en primer lugar, el alma, la identidad interior de la persona o del grupo. Nuestras técnicas de animación han de responder a esta prioridad. Hablar de animación en la vida fraterna, significa evocar la importancia del crecimiento de un hermano y de su ambiente de vida. La animación se hace arte de vivir y actuar, de modo que los frailes quieran encontrarse, reconocerse en torno a la forma de vida evangélica y compartir lo que la constituye. La animación supone que la fraternidad –local, provincial, universal– no se considera hecha y terminada de una vez para siempre y que, por ello, siente la necesidad de crecer y perfeccionarse. Supone una pregunta repetida sin cesar: ¿Qué hacer para que crezca nuestro proyecto fraterno y se profundice nuestro compromiso evangélico? Esta pregunta se basa en el postulado de que cada hermano ama su propia vida y desea animarla y cultivarla. La animación favorece la búsqueda del Reino y su justicia, en nosotros y entre las personas que Dios nos confía. Se funda en la idea petrina, tan querida por Francisco, de ser peregrinos y extranjeros en la búsqueda y en la práctica evangélica, en el modo de crear lazos entre nosotros y en el modo de insertarnos en el mundo. La animación, ¡una incomodidad! No obstante la eclosión de nuevas formas de vida franciscana, existe un malentendido: para muchos la animación se reduce a la función de los ministros y de los responsables de la comunidad, como si fuera una tarea reservada a quienes ejercen el servicio de la autoridad, algo pro-

376 pio y exclusivo del guardián, discretorio o definitorio. Esta tentación es un residuo del modo como se ejercía antes el servicio de la autoridad. Existe también la tentación sectaria de considerar la animación como un absoluto propio de pequeñas fraternidades que han hecho una opción de vida o inserción, como si la animación fuera algo exclusivo para grupos poco numerosos. Se renuncia a grandes fraternidades, a casas sólidamente estables en favor de referencias menos tradicionales. Semejante actitud supone la oposición a ciertos grupos de edad y de actividad y da a entender que existen frailes de los que ya no se puede esperar nada. Al contrario, todas las fraternidades necesitan animación: la necesita tanto la enfermería provincial como el noviciado, el definitorio o la fraternidad encargada de una parroquia. La necesitan tanto los frailes que viven aislados por razón de su actividad como los que habitan en un gran convento. Otra dificultad deriva de la manera de animar. Algunos hermanos reducen la animación a actos oficiales: la reunión semanal, un tiempo litúrgico fuerte, la difusión de un noticiario… Se termina por tomar el medio por el fin. La animación es algo más que un hecho de crónica o que una de las actividades de la agenda diaria. Entraña una responsabilidad, una condición esencial en la base de nuestro itinerario comunitario. Y existen muchos medios para concretizarla. La falta de animación lleva consigo la dispersión de los hermanos. El exceso de actividades nos separa. Basta con echar una ojeada a ciertas agendas, sobrecargadas. La falta de animación provoca también lo absoluto, tal vez responder a urgencias sociales, pastorales o espirituales. Corre, además, el peligro de limitar a una fraternidad a lo estrictamente necesario, al mínimo de cosas que hay que hacer. Crea un clima de no esperanza: no esperar nada nuevo de la propia fraternidad. El cansancio comunitario se deja sentir aquí y allá. Proviene de un exceso de reuniones, jornadas de estudio, textos que hay que leer. Ese cansancio provoca la indiferencia hacia todo esfuerzo de conjunto, en todos los ámbitos. Una fraternidad sin animación no es una fraternidad en el sentido que la entiende nuestra vocación. No somos una asociación de solteros reunidos con un empeño común, ni, menos aún, un grupo de amigos reunidos con miras a una seguridad material o afectiva. Somos hermanos y tenemos necesidad de relaciones auténticas, a la medida de nuestra profesión de vida. Cada vez que la animación se reduce a la organización de horarios o a la regulación de las relaciones, se resiente y se considera como un lujo, como una incomodidad o como un motivo de mala conciencia. 3. La animación, ¡un deber! Debemos animarnos mutuamente como si se tratara de una responsabilidad pastoral en el sentido fuerte de la palabra. Esto quiere decir: guiarnos, hacernos avanzar, ayudarnos a atravesar la experiencia pascual a la manera de Francisco de Asís. En pocas palabras, hacernos cargo los unos de los otros. Este tipo de animación requiere la plena realización de nuestra vida en común. Queremos ser testigos mejores de vida evangélica en la multiplicidad de los carismas y de las diferencias. La animación no es una distracción, sino una condición básica para perfeccionar nuestra vida de hermanos menores. Donde los frailes se esfuerzan por mejorar la calidad de su vida, la verdad de su oración, la autenticidad de su testimonio, la conveniencia de la misión, están preparando la expresión y la práctica de la vida común. No se improvisan los frailes, ni se puede contar con las seguridades del pasado. Hace falta tiempo para convertir nuestras mentalidades, audacia para arriesgarse con nuevos medios y entrar en la radicalidad de la vocación. En este sentido, animarnos significa tomar una cierta distancia respecto a nosotros mismos, respecto a nuestro modo de vivir, respecto a nuestra acción y misión, respecto a las responsabilidades que tenemos, las funciones que ejercemos y las situaciones precisas en que nos encontramos. Animar una fraternidad presupone crear esta distancia vital para reencontrar la fuente, una revisión constante, fidelidad en la valoración y revisión de nuestra vida. Y todo ello teniendo en cuenta la edad, las condiciones de salud, las diversas mentalidades, las distintas generaciones de formación y de experiencia de vida presentes bajo un mismo techo, en una misma entidad provincial. La animación está siempre in fieri, es decir, se ha de inventar continuamente.

377 Bernardo de Claraval advertía de ello a sus monjes: «El que da de beber, beba también él del mismo pozo». Esto tiene vigencia tanto para los frailes empeñados en los caminos del Evangelio como para los que viven juntos… Debemos tomar tiempo para detenernos, recobrar aliento, beber en nuestro mismo pozo antes de dar agua a quienes están a nuestro lado. Eso es lo que hace la animación en la fraternidad. 4. Escoger el animar juntos la forma de vida En nuestra forma de vida, la animación pasa a través de las conciencias y de las responsabilidades mutuas. Evita caer en un autoritarismo de dirección única o en una anarquía montaraz. Comporta, además, que la autoridad no cargue ella sola con todo el peso y que cada grupo establezca un mínimo de estructuras. Ejerce la función de memoria. Reclama los ejes principales de la forma de vida y hace un llamamiento a la aplicación de las decisiones tomadas en común. Debemos aprender continuamente a vivir juntos, a compartir alegrías y sinsabores, a discernir la voluntad de Dios en el proyecto comunitario. Para poder avanzar, necesitamos no sólo vivir de certezas adquiridas en el curso de la formación inicial, sino también confrontarnos con las referencias seguras de nuestra tradición. Esta elección, asumida conscientemente por cada hermano y por cada fraternidad, se funda sobre una asidua frecuentación de las fuentes. Concierne a la totalidad de la vida: aspecto humano, psicológico, espiritual, social, comunitario… El modelo de animación del tipo «ver, juzgar, actuar» es siempre válido, como sabiduría que está en la base de una práctica. La Regla y el Testamento de San Francisco pueden ofrecer ejemplos de este modelo con vistas a la animación fraterna. Necesitamos leer, interpretar y realizar juntos lo que Dios nos pide a través de nuestros hermanos y a través de lo que el mundo espera de nosotros. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: CCGG 9, 3; 79, 1. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre la responsabilidad que cada uno tiene en la animación de la fraternidad. 2. Preguntarse: ¿Cómo asumo la responsabilidad que me toca en la animación de la fraternidad? ¿Cómo colaboro con aquellos que tienen una responsabilidad especial en la animación de la fraternidad local y provincial? ¿El proyecto personal de vida es una mediación que me empuja a asumir mis responsabilidades en la animación de mi fraternidad? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: 1Cel 35: Un primer discernimiento comunitario. 1Cel 42: La experiencia de Rivotorto. 1Cel 103: Mentalidad del continuo volver a empezar. EP 85: Retrato del verdadero fraile menor, constituido por todos los hermanos. CCGG 45, 1: A todos los hermanos compete edificar la fraternidad. A la luz de estos textos: Dialogar sobre la responsabilidad de todos los hermanos en le edificación de la fraternidad desde todos los ángulos que componen el proyecto fraterno. 2. Preguntarse: ¿De dónde partir para compartir nuestras experiencias personales y nuestros valores, estilo de vida, historia, alegrías y dramas?

378 ¿Qué medios adoptar, además de los prescritos en nuestra legislación, para crecer en el proyecto evangélico? ¿Tiene mi fraternidad acentos propios, por las opciones hechas a la luz de su proyecto de vida evangélica? ¿Es posible revisar en la verdad nuestra manera de vivir como fraternidad local o provincial? ¿Y hacerlo como una «disciplina necesaria»? ¿Cómo discernir juntos la voluntad de Dios sobre mi vida o sobre mi fraternidad? ¿Cómo podemos conseguir que cada uno tenga su puesto en la elaboración del proyecto de vida local y en el proceso de toma de decisiones? ¿Cómo integrar las diferencias de visión y los carismas personales? ¿Qué tipo de animación debemos desarrollar para respetar la variedad del conjunto y de cada fraternidad de una Provincia? ¿Grupos de edad, centros de interés, visitas espontáneas, Capítulos de las esteras, encuentros sobre un tema? ¿Qué importancia da tu fraternidad a la celebración y a la fiesta? ¿Se reservan algunos espacios de gratuidad para vivirla? ¿La fraternidad se reserva tiempos sólo para ella? ¿El proyecto de vida fraterna es una mediación de animación de la fraternidad? ¿Por qué?

379 II

VIDA FRATERNA Y CORRESPONSABILIDAD La corresponsabilidad nace del valor que cada hermano tiene en la fraternidad y del significado que el proyecto fraterno tiene dentro del plan de salvación. Según esto, cada miembro de la fraternidad no sólo debe responder a la llamada que ha recibido, sino también colaborar para que cada uno de los hermanos sea fiel en su respuesta. Esto conlleva el que cada uno de los hermanos se sienta en el deber de hacerse cargo de los otros, que cada hermano se sienta responsable de la construcción de la vida fraterna y que entre todos ellos haya reciprocidad y colaboración en la elaboración del proyecto comunitario. 1. ¿Dónde comienza la corresponsabilidad? Es difícil pretender conseguir la corresponsabilidad fraterna si se carece de sentido de la responsabilidad personal. El período de la formación inicial pone las bases de la práctica relacional. Un fraile puede llevar y construir la fraternidad sólo cuando ya ha empezado a empeñarse en su crecimiento humano personal, en la asunción de su propia vocación y de la vida espiritual, en su desarrollo manual e intelectual; en suma, en su itinerario de formación continua. Cuanto más empeñado esté en este itinerario, tanto más reflejos comunitarios tendrá y tanto más se hará cargo de sus hermanos. Y tanto más forjará su sentido de pertenencia. No se da lo uno sin lo otro; una cosa influye en la otra y viceversa. Cada uno responde con su propia vida de la vocación de la fraternidad local y de la de la gran fraternidad provincial. ¿Hasta dónde se es responsable del otro? Una de las cuestiones cruciales que plantea el libro del Génesis es la de la responsabilidad respecto a los otros. Después de matar a Abel, Caín ha de enfrentarse con Dios. Para defenderse, desde su sentido de culpa y mentira, responde a Dios con una pregunta: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gén 4, 9). Disculpándose, quiere descargarse de su responsabilidad respecto a su hermano. La vida fraterna nos enfrenta más pronto o más tarde con la misma pregunta: «¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?». Los lugares donde se verifica su impacto son tan vastos como las actividades cotidianas, los momentos decisivos, las celebraciones y los dramas, las entradas y salidas, etc. Cada acontecimiento puede ayudar a un fraile a hacerse hermano menor, responsable de su o de sus hermanos. Aunque los hermanos nos hayan sido dados como una gracia o como una prueba o incluso como lugar de evangelización, late siempre en nosotros el reflejo de Caín. A nuestro alcance tenemos todo lo necesario para nutrir o para superar el individualismo, para cerrarnos en nosotros mismos o para hacernos solidarios con los otros. Entrar en comunión con el otro conlleva una conversión de nuestro egoísmo fundamental. Francisco de Asís tenía viva conciencia de los riesgos inherentes al replegarse sobre la propia voluntad. Así lo atestiguan muchas de sus Admoniciones (cf. Adm 2, 3, 4, 8 y 18). La experiencia fraterna es el lugar más inmediato para contradecir el orgullo original y el vagar fuera de la obediencia. Las fuentes nos enseñan que la caridad precede a la obediencia y al vínculo con la comunidad. ¿Hasta dónde se ha de ser responsable del propio hermano? ¡Hasta la caridad al otro y la desapropiación de uno mismo! Pero en la caridad existe también la reciprocidad y el hacerse cargo los unos de los otros. Esta es la otra cara de «mi» responsabilidad. Los otros, a su vez, se hacen cargo de mí. Mis hermanos son responsables de mí. Lo indica claramente el final de la nueva fórmula de la profesión: «A fin de que con la ayuda de mis hermanos pueda llegar yo a la caridad perfecta al servicio de la Iglesia y de los hombres». «Con la ayuda de mis hermanos» significa: con su aportación, con su parte, necesaria para la consecución de mi identidad franciscana.

380 3. La corresponsabilidad, un estilo de vida La fraternidad de vida es nuestro primer terreno de evangelización. Aunque la corresponsabilidad debe encarnarse en proyectos concretos, lo que nos une no son las actividades o un ministerio, ni siquiera un mandato pastoral o un compromiso social. Lo que nos reúne supera cualquier lazo de amistad o de eficacia. En el centro de nuestra vida fraterna está la opción de hacernos juntos discípulos en el seguimiento de Cristo, a la manera de Francisco y de sus hermanos. Lo que justifica nuestras relaciones de reciprocidad y de coparticipación es la fe y la adhesión al Evangelio. El desafío fraterno comporta un largo aprendizaje. Cada uno ha de procurar superar lo que sería una mera coexistencia en el seno de un grupo de extraños para convivir en un conjunto de tipo familiar o doméstico, en la fraternidad, en la que sólo se puede conseguir la unión aceptando las diferencias. Ser corresponsable exige un modo de vivir no replegado sobre uno mismo, sino abierto a los otros, nuestros contemporáneos. Siempre es posible vivir con ellos, aunque no se puede vivir en fraternidad con todos. Un estudio sobre las relaciones de complementariedad y de mutuo apoyo entre los frailes, las clarisas y los cristianos de la penitencia durante los primeros tiempos de nuestra Familia Franciscana, podría ser una buena ilustración de este punto. En la base de la vida fraterna y de las responsabilidades de los unos respecto a los otros, procuramos colocar la obediencia mutua tal como la entiende Francisco y cuyas características son: verdadera, caritativa y perfecta (Admonición 3). Francisco nos señala siempre la necesidad de descubrir la voluntad de Dios junto con los otros y de conservar la comunión. ¿Cómo llegar a ser guardián no sólo de mi hermano más inmediatamente cercano y de la propia fraternidad, sino también de las hermanas clarisas y de la «gente de baja condición y despreciada, de los pobres y débiles, de los enfermos y leprosos, y de los mendigos de los caminos» (cf. Rnb 9, 3)? La corresponsabilidad se vive entre nosotros y con las hermanas y los laicos que se inspiran en Francisco de Asís. Necesita traducirse en gestos y comportamientos, en opciones y actitudes. Ya Fr. Constantino Koser subrayaba, en el lejano 1976, la urgencia de estar atentos a la responsabilidad mutua y de permanecer abiertos a nuevas experiencias. El modelo de las pequeñas fraternidades es, sin duda, más sensible a la imperiosa necesidad de relaciones de corresponsabilidad. Algunas dificultades de relación se hacen rápidamente evidentes: parasitismo, renuncia, liderazgo invasor, aislamiento, ausencias crónicas debidas al activismo, crisis, etc. Pero en todo tipo de fraternidad el buen funcionamiento del grupo y la armonía de relaciones dependen de la aportación de cada uno. ¿Cómo actuar de modo que cada uno sea respetado en sus talentos, carismas y posibilidades de comprensión e incluso en sus zonas de fragilidad? Éste es un desafío para la animación. A la pregunta de un hipotético visitador: «¿Quién es el responsable de vuestro grupo?», lo ideal sería poder responder: «Cada uno es responsable de los otros», sin caer por eso en la anarquía. Algo que presupone un esfuerzo incesante para no dar nunca a los hermanos por descontados, encerrándolos en un comportamiento, en una imagen, en un tipo… ¿Qué comportamientos responsabilizan? Basta con mirar nuestra forma de vida tal como la establece la Regla, que nos propone muchos casos emblemáticos. Citamos algunos: cuidado de los otros y de su alma (Rnb 5, 1.7); atención materna (Rnb 9, 13-14; REr 10); ausencia de poder y de dominio (Rnb 5, 12); respeto y protección del otro en la fragilidad y la enfermedad (Adm 24; Rnb 10, 1; Rb 6, 11); cortesía en las relaciones (Rnb 7, 16); acogerse mutuamente con afecto (Rnb 7, 15-16; 11, 4); servicio y obediencia recíproca (Rnb 5, 14); responsabilidad común respecto al trabajo, el dinero y la limosna (Rnb 7, 8-9); discernimiento de cada situación (es frecuente la expresión «en caso de necesidad» o «cuando ven que agrada al Señor»);

381 recurso a la admonición, la corrección y el apoyo del otro (Rnb 5, 5-6; Adm 18; 22; 23); sentido eclesial y comportamiento católico (Rnb 19); compartir la condición de los pobres (Rnb 9, 3)… Nuestra tradición indica pistas y actitudes que conducen a comportamientos responsables. Podemos constatar cómo la corresponsabilidad supera cualquier cuestión de lugar, horario, tarea que desarrollar, actividad común. Se trata de tener un reflejo fraterno y comunitario tanto en las cosas sencillas como en los momentos decisivos de la vida. Esa manera de vivir requiere un constante discernimiento para valorar su calidad y conveniencia. Es necesario insertar estos comportamientos en los medios que tenemos a nuestra disposición (preparación de los Capítulos y de la Liturgia, compartir los papeles en el campo de la acogida, iniciación en tareas y nuevos trabajos, atención a los frailes enfermos, etc.). Pero la cuestión de fondo sigue en pie: ¿Qué comportamientos responsabilizan? O, dicho de otro modo, ¿qué pasos hay que dar en una fraternidad para alcanzar la madurez de compromiso respecto a los otros? ¿Cómo puede preparar la formación inicial a esta manera de ser? SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: Rnb 5; Rb 10 y Admoniciones: Verificar dónde se expresar la corresponsabilidad. AP 25-30: Género de vida de los primeros frailes. 2. Preguntarse: ¿Cómo asumo la corresponsabilidad en la animación de la fraternidad? ¿Cómo asumo la corresponsabilidad en los trabajos domésticos y en las tareas apostólicas? ¿Cómo fomento la corresponsabilidad de los hermanos en las tareas que se me han encomendado? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Rnb 9, 10-11; Rb 6, 7-8: Los hermanos responsables de sus hermanos. LP 76: Francisco responsable de la Orden. CCGG 82, 1; 181, 4: Sobre la corresponsabilidad. 2. Preguntarse: ¿Cuáles son las expresiones concretas a través de las cuales se manifiesta el sentido de corresponsabilidad en la fraternidad? ¿Cómo se fomenta la corresponsabilidad en nuestra fraternidad? ¿Qué propuestas concretas darías para crecer en corresponsabilidad? ¿Cómo plasmarlas en el proyecto de vida fraterna?

382 III

LOS MINISTROS Y GUARDIANES AL SERVICIO DE LA ANIMACIÓN FRATERNA 1. El servicio de lavar los pies Aquellos a quienes se les ha confiado el servicio de la autoridad disponen de un ejemplo viviente de cómo desempeñarlo: el Cristo humilde del lavatorio de los pies propuesto por el evangelio de Juan. Al aceptar el mandado de prestar el ministerio de la autoridad, encuentran en Cristo una referencia inmediata. Se trata de un punto de apoyo que es importante tener en cuenta a fin de que la función no ahogue al Espíritu. En nuestra Orden los cargos se fundan sobre una espiritualidad y sobre una práctica evangélicas. Las fuentes franciscanas utilizan varios términos para hablar del papel del superior: ministro (minister), custodio (custos), superior (praelatus), guardián (guardianus). El término más usado es «ministro de los frailes», minister fratrum. Francisco lo asocia al modelo bíblico y monástico del siervo, servus Dei. Los frailes ministros sirven a sus hermanos a nivel local, provincial o de toda la Orden. Como si un título reclamase necesariamente al otro, se dice «ministro y servidor». El oficio de superior y la responsabilidad del gobierno hacen referencia al modelo del siervo, humilde y ejemplar. La imagen del lavatorio de los pies revela un cambio de nivel y de valor, un movimiento de bajada hacia el otro, una práctica de desapropiación y de caridad de parte de quien preside, al servicio de la comunión fraterna. En la medida en que los frailes pasaron de una vida itinerante a una vida sedentaria, se impuso la necesidad de nombrar superiores locales. El término custos, es decir, custodio local, añade una nota suplementaria al oficio de ministro, evocando la amplitud de la función: custodiar, proteger, defender a los hermanos. El término guardianus, guardián, aparece más tarde en los escritos de Francisco (1224-1225); deriva del vocabulario latino monástico y tiene la finalidad de especificar la responsabilidad del custodio; este término lo encontramos después de 1221 en Alemania y en Inglaterra. En cambio, en la cuenca mediterránea encontramos antes el término minister loci, es decir, ministro local. Desde el principio de la fraternidad, todas las funciones de autoridad, a cualquier nivel (regional, provincial, de toda la Orden), giran en torno a la idea de un ministerio entendido como cura de almas y servicio desinteresado. La Regla no fija los términos en orden de importancia, sino que se adapta a una realidad fraterna cambiante. Progresivamente, en la Regla y en las Admoniciones, la función del ministro se configura como una forma de presidencia de la obediencia fraterna. 2. Modo franciscano de ejercer la autoridad Para este tipo de oficio no existe otra escuela de formación que la de meternos dentro y ejercerlo. Y no hay otro aprendizaje que el de la convivencia fraterna en lo cotidiano. Lo que se ha dicho en el tema anterior sobre la reciprocidad fraterna y la corresponsabilidad, vale igualmente para los ministros, los guardianes y los formadores, a quienes se exige disposiciones precisas respecto a los hermanos que les han sido encomendados: amor gratuito (Rnb 11, 5; Adm 9); solicitud materna (Rnb 9, 14); cura atenta de las almas (Rnb 4, 6) y vigilancia sobre la vida (Rnb 5); ayuda espiritual (Rnb 5); defensa y protección del proyecto de vida (REr); un comportamiento de mutuo respeto (Rnb 17, 16) y no de dominio (Rnb 5); capacidad de exhortar y corregir con caridad (Rnb 5). La Regla explicita cómo ha de comportarse el ministro respecto a sí mismo y de qué manera debe desempeñar el cargo: no descuidar la cura de la propia alma (Rnb 5); no seguir un estilo de vida mundano (Rnb 5); administrar y servir «lavando los pies» (Adm 4);

383 no apropiarse del cargo y poder desprenderse de él (Adm 4; 19); recurrir a la ley de la necesidad (Rnb 9, 20). Debemos reconocer, sin embargo, que la Regla no habla de algunos aspectos inherentes al servicio de autoridad; por ejemplo: no habla de la soledad que acompaña a esta función, de la crítica que inevitablemente recibe, de cómo debe consultar, del discernimiento espiritual, de las intervenciones en casos urgentes, etc. Pero, como se sabe, la Regla propone un espíritu, no pretende establecer una casuística. 3. Dificultades y desafíos Los ministros encarnan una cierta memoria de nuestra vida evangélica, tienen la misión de recordarnos el alcance de nuestro empeño de seguir a Cristo. Sin nuestra contribución no pueden asirse a los ejes principales del proyecto de vida. ¿Cómo ayudar a los ministros a llevar esta memoria no sólo con palabras, sino también en la manera de actuar? La responsabilidad de la autoridad puede cambiar a una persona, para bien o para mal. Los superiores necesitan interlocutores que los hagan vigilantes de la animación de ellos mismos y del ejercicio del mandato que han recibido. Y esto a fin de evitar las trampas de la adulación y de la «vanagloria», la búsqueda de intereses personales, el endurecimiento del poder, etc. ¿Cómo vivir juntos la aplicación de su papel de modo que sea un camino permanente de conversión? ¿Cómo no perder nunca de vista que son hermanos, y que esto es más importante que la función, el título, el mandato que han recibido? Es necesario evitar que se les confine aislándolos en su papel de autoridad. Necesitan apoyo, aliento y consejo. La ley de la caridad que preside la vida fraterna alcanza toda su importancia en las relaciones entre los frailes y el ministro. ¿Qué hacer para no imponerles una soledad aún mayor que la inherente al ejercicio del cargo? ¿Son responsables los frailes en relación con los ministros y guardianes? Los ministros y los guardianes desempeñan un papel activo en el ejercicio del discernimiento, en particular respecto a los acontecimientos comunitarios decisivos (opciones sobre el estilo de vida, vida de oración, crisis de crecimiento personal y comunitario, acogida y separación…). Desde esta óptica su cometido tiene un alcance pastoral en sentido fuerte: el arte de revelar la presencia de Jesucristo a personas en camino. ¿Qué formación darles a fin de que se hagan hombres de discernimiento y de acompañamiento espiritual? Como parte de su mandato realizan la animación cotidiana y, con su presencia, son signo de fidelidad a nuestra forma de vida. Con frecuencia nuestras expectativas en el ámbito de la animación diaria son inmensas; a veces llegamos incluso a una cierta inhibición y renuncia esperando que intervengan los ministros. El ministerio de la autoridad debe contribuir al sentido de la gratuidad y de la fiesta (tiempos fuertes de liturgia, cumpleaños y aniversarios, profesiones, etc.). ¿Qué precio deben pagar los hermanos para no perder de vista esta gratuidad sin hacer responsables de ella únicamente a los ministros? En cuanto factores de unidad, los ministros presiden la comunión fraterna. Esto requiere audacia y valor para que se haga la verdad y se pongan gestos de reconciliación. ¿Cómo ayudarlos a hacerles responsables del perdón y del diálogo que reconcilia? Los ministros y los guardianes no son sólo administradores, sino también animadores de las relaciones fraternas interiores y exteriores. Si ponen con demasiada fuerza el acento sobre la vida interna, existe el riesgo de que los hermanos se replieguen sobre ellos mismos; si promueven una apertura ilimitada, sacrifican la identidad comunitaria; si lo que cuenta es solamente la respuesta a las urgencias espirituales, sociales y eclesiales, se corren riesgos de activismo o de aliento corto. ¿Cómo favorecer un liderazgo equilibrado y crítico? ¿Qué medios privilegiar para poder evaluar regularmente nuestro nivel de acogida de los extraños, de apertura social, de presencia junto a los pobres, de inserción eclesial, de empeño en favor de la justicia y de la salvaguardia de la creación? Los responsables de comunidad, preocupados con frecuencia por problemas de animación, pueden descuidar el nutrir su propia vida humana y espiritual. ¿Cómo ayudar a los nuevos frailes ministros a entrar en funciones? ¿Cómo tomar en consideración a aquellos que renuevan

384 un mandato? ¿Qué tipo de acompañamiento y de recursos ofrecer a los frailes que cesan en un cargo? ¿Cómo lograr que haya coparticipación de experiencias? ¿Qué tipo de recursos pone la formación permanente a disposición de los ministros, de los guardianes y de los vicarios? 4. Importancia de los testigos Todos los elementos para valorar el cometido de los ministros y siervos convergen en la importancia de un testimonio vivo y verdadero. La única autoridad a la que pueden apelar es la de haber recorrido las etapas de la formación, haber hecho su aprendizaje de vida fraterna y haber procurado responder a su vocación discerniendo la voluntad del Señor sobre ellos y obedeciéndola. Lo que vale no son los conocimientos y la acumulación de cargos, sino la experiencia personal y la voluntad de servir con amor. Todo testimonio exige la verdad de la persona con sus posibilidades y limitaciones, talentos y fragilidades, heridas y dones. El criterio de base en la animación propia y en la de los hermanos es la calidad de la presencia y de la palabra. El decir y el hacer, según Francisco, se hacen un todo. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: 2Cel 151. 186: El superior representa a Cristo. Adm 3: Sobre la verdadera obediencia. Adm 4: Nadie se apropie la prelacía. Adm 19: El prelado humilde. 2. Preguntarse: ¿Cuál es mi actitud ante los hermanos que tienen el «ministerio» de la autoridad? ¿De colaboración fraterna? ¿De oposición sistemática? ¿Por qué? ¿Qué implicaciones concretas tiene en mi vida la «obediencia caritativa»? Si en estos momentos he de ejercer el ministerio de la «autoridad», ¿cómo lo ejerzo en relación con los hermanos que el Señor me ha confiado? ¿Cómo me preparo a nivel de formación para dicho «ministerio»? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos: Rnb 16: discernimiento del ministro para mandar a misiones. Rnb 4 y 18: responsabilidad de los ministros. CtaM: discernimiento en acto y práctica de la misericordia. CtaCus: exigencias en materia de eucaristía, alabanza a Dios y predicación. 1Cel 104; 2 Cel 188: temores, certezas y decepciones de Francisco sobre el tema. 2Cel 151; 214-215; LP 106; EP 46: Francisco sometido al ministro y al guardián. LM 14, 4; TC 46; AP 37: obediencia que Francisco espera de sí mismo. LM 11, 11: un fraile rehusa la autoridad del vicario. 2. Preguntarse: ¿Cómo prepara la fraternidad provincial a los hermanos para asumir responsabilidades de animación a novel local y provincial? ¿Qué criterios se siguen para elegirlos? ¿Cómo ayudan los hermanos, tanto en la fraternidad como en la Provincia, en el ejercicio del ministerio de la autoridad a quienes tienen una responsabilidad directa de animación?

385 IV

VIDA FRATERNA Y CAPÍTULO LOCAL «Todos los hermanos deben cultivar intensamente entre sí un espíritu de familiaridad y de mutua amistad» (CCGG 39). Este espíritu de familiaridad y de mutua amistad que se debe vivir en la existencia cotidiana de la vida en fraternidad, encuentra su expresión privilegiada en el capítulo local. El capítulo local está siendo reconocido cada vez más como un instrumento válido para expresar la vida fraterna y para crecer en ella: los hermanos se reconocen necesitados los unos de los otros y se abren responsablemente a la ayuda recíproca, conscientes de que la vida franciscana tiene su raíz en la solicitud fraterna. 1. El capítulo local, expresión de la vida fraterna Las fuentes franciscanas nos enseñan que los primeros hermanos sintieron pronto la necesidad de formar fraternidades de vida reuniéndose en torno a San Francisco y conservando entre ellos un contacto permanente; compartían sus experiencias cuando volvían de sus viajes apostólicos y se reunían anualmente en capítulo para tratar cómo podían observar mejor la Regla y organizar sus actividades apostólicas (cf. TC 57-59). El capítulo local es el lugar privilegiado donde los hermanos pueden hacer crecer la comunión fraterna, ya que es un instrumento que ayuda a la fraternidad y a cada uno de sus miembros a comprender y vivir mejor la propia vocación. En el capítulo local, los hermanos pueden experimentar hasta qué punto su vida con Dios y con la fraternidad está impregnada de la vocación cristiana y franciscana y hasta qué punto el Espíritu Santo actúa en cada uno de ellos para la construcción de la fraternidad. El capítulo local es el lugar donde cada hermano es invitado a hacer fructificar sus carismas específicos en beneficio de toda la fraternidad, a revelar sus sentimientos, miedos, preocupaciones y dificultades, como quería San Francisco de sus hermanos (cf. Rb 6). Es, pues, importante tomar conciencia de la responsabilidad que tiene cada hermano de crear un ambiente de confianza promoviendo la capacidad de comunicación, de solución de los conflictos y de construcción de la fraternidad (RFF 64). La realización del carisma franciscano necesita estructuras. El capítulo local, aun cuando no es el único modo de expresión del carisma, ofrece una posibilidad privilegiada de que los hermanos se reúnan con el fin de nutrir la solidaridad fraterna en Cristo, la apertura a las inspiraciones del Espíritu y la búsqueda en común de la voluntad de Dios. En efecto, una de las muchas –y principales– tareas que nuestras Constituciones generales atribuyen al capítulo local es precisamente la formación permanente (cf. CCGG 137 § 3). Aunque cada uno de los hermanos tiene la responsabilidad última y decisiva de ocuparse de su propia formación permanente, la fraternidad es el centro primario de esa formación e incumbe a los capítulos, de la clase que sean, estimular y planificar la formación permanente y dotarla de los medios necesarios. El documento La formación permanente en la Orden de Hermanos Menores recuerda a este respecto, en el núm. 64, que la fraternidad debe procurar elaborar, examinar y revisar en el capítulo local un proyecto de vida comunitaria y de formación permanente con objetivos y medios concretos, que vale la pena tener siempre presentes. 2. Celebración del capítulo local Dada la relevancia del Capítulo local en la vida de cada fraternidad, es importante una buena preparación para poder lograr sus fines. A. Algunos presupuestos El éxito del Capítulo local exige algunas condiciones previas.

386 a. Apertura espiritual El capítulo local es un acontecimiento eminentemente «espiritual», puesto que los hermanos se reúnen en la fe de la presencia de Dios y se disponen a escuchar lo que el Espíritu quiera comunicarles a través de ellos mismos. Para Francisco Dios da su Espíritu a todos los hermanos, incluso a los más sencillos; por este motivo, los convoca a menudo para aconsejarse con ellos (cf. 1Cel 30; 39). Francisco reconocía la palabra de Dios en la palabra de cada hermano; por eso solía pedirles consejo en los momentos difíciles o cruciales para la fraternidad y para su vida personal. Esta actitud nos invita a estar, también nosotros, abiertos a la acción del Espíritu. b. Respeto y aceptación mutua El capítulo local presupone el respeto del hermano, conscientes de que en nuestras fraternidades pueden convivir hermanos no sólo de diversa edad, sino también de diversas razas, de diversa formación cultural y teológica o provenientes de diferentes experiencias de vida. Por tanto, es necesario «cultivar el respeto mutuo, con el que se acepta el ritmo lento de los más débiles y, al mismo tiempo, no se ahoga el nacimiento de personalidades más ricas» (VFC 40b). Se debe, pues, tener en cuenta la realidad de cada una de las fraternidades. Cada hermano que participa en el capítulo local, incluso el más joven o menos preparado, es una persona humana con dignidad propia y debe ser valorizado como tal. Cada hermano es, en efecto, una persona humana única, original e irrepetible, con su propia riqueza de dones y talentos que debe desarrollar durante toda la vida. c. Disponibilidad a la donación y acogida mutuas Toda persona humana necesita de la complementariedad de los otros para desarrollarse y realizarse; nadie es autosuficiente. Nuestra fraternidad es una comunidad de donación y de acogida. Cada uno puede aprender del otro, crecer con el otro. La disponibilidad hacia el otro transforma a los hermanos en don y gracia, los unos para con los otros. «Es, pues, necesario para todos querer de verdad el bien del hermano, cultivando la capacidad evangélica de recibir de los otros todo lo que desean dar y comunicar, y, de hecho, comunican con su propia existencia» (VFC 33). d. Diálogo fraterno «Para llegar a ser verdaderamente hermanos es necesario conocerse. Para conocerse es muy importante comunicarse cada vez de forma más amplia y profunda» (VFC 29). «La comunión nace precisamente de la comunicación de los bienes del Espíritu, una comunicación de la fe y en la fe, donde el vínculo de fraternidad se hace tanto más fuerte cuanto más central y vital es lo que se pone en común» (VFC 32). El capítulo local reúne a personas que, en respuesta a una vocación divina, han escogido un mismo estilo de vida. La motivación más profunda para su comunión de vida no reside en las simpatías personales o en las ideas similares que defienden. Lo que es fundamental en el capítulo local no es la discusión de programas ideológicos o personales, sino la búsqueda personal y comunitaria de la voluntad de Dios acerca de la realización del proyecto común de vida de seguir a Cristo a ejemplo de San Francisco. Por lo tanto, el diálogo debe favorecer una mejor identificación de los problemas, conocerse más y buscar juntos los caminos más adecuados para la solución de los problemas o dificultades que puedan encontrarse en el proceso de crecimiento de la fraternidad. B. Elementos estructurales del capítulo local Preparación inmediata del capítulo Una buena preparación del capítulo exige tener en cuenta algunos elementos. La fecha del capítulo debe saberse con suficiente antelación.

387 Es importante consultar previamente a los hermanos acerca de los puntos que se van a tratar y de los temas que se van a estudiar. Comunicar el temario por escrito y con algunos días de anticipación. Poner a disposición de todos los documentos y subsidios necesarios. Prever un lugar adecuado que ayude a crear un clima fraterno y condiciones adecuadas para un diálogo fructífero. Disponer previamente del acta del capítulo precedente y de las decisiones que se hayan tomado. a. Inicio del Capítulo Puesto que el capítulo es un acontecimiento eminentemente «espiritual», conviene que los hermanos tengan conciencia de que se reúnen en torno a la Palabra de Dios y se preguntan personal y comunitariamente qué quiere decir Dios en la situación concreta en que vive la fraternidad en aquel momento. Por tanto, luego de una oración inicial pidiendo el auxilio divino para una colaboración fructífera, activa y constructiva de todos los hermanos, es conveniente hacer una breve lectura de la Palabra de Dios o de las fuentes franciscanas para escuchar juntos lo que Dios quiere. b. Revisión de los capítulos anteriores Después de la lectura del acta del capítulo precedente, se debería responder a la pregunta: ¿Cómo se han puesto en práctica las decisiones y sugerencias de los capítulos anteriores? Quien tuviera un encargo específico, debería informar a los hermanos sobre la realización o no realización de las decisiones y compromisos tomados. Para una convivencia pacífica y sin tensiones, es muy importante que se informe periódicamente a todos los hermanos sobre los acontecimientos y asuntos que conciernen a toda la fraternidad. De esta manera, el vínculo con la fraternidad y de la fraternidad en sí misma se vuelve más fuerte y se fomenta en cada hermano el espíritu de fraternidad y el sentido de pertenencia a una misma familia. En cuanto a las informaciones, el guardián debería informar a la fraternidad sobre las cuestiones y actividades más importantes; el ecónomo de la casa debería informar sobre las entradas y salidas y acerca de los proyectos realizados o por hacer; así mismo, los hermanos que tienen encargos específicos deberían informar sobre ellos. c. Diálogo sobre las nuevas cuestiones y proyectos Los temas del capítulo dependen primariamente de la fraternidad local, de sus necesidades concretas y actuales. A veces podrá suceder que la Orden o la Provincia propongan el estudio de un tema. De todas maneras, es aconsejable que se determine un orden de temas, de forma que se traten los diversos asuntos según su importancia. En general, no deberían aceptarse cuestiones nuevas a menos que sean muy urgentes; y, para tratarlas, se debería pedir el consentimiento de los capitulares. Pero no debe olvidarse que la vida fraterna no consiste primariamente en la construcción y mantenimiento de edificios ni en asuntos financieros, ni consta solamente de actividades pastorales o apostólicas. Es necesario que en el capítulo tengan prioridad los temas espirituales que conciernen a la fidelidad al proyecto personal y comunitario de vida, aun cuando ello no siempre es fácil. d. Conclusiones del capítulo Al final del capítulo sería conveniente hacer una breve síntesis de los temas tratados y de las decisiones tomadas y mencionar las cuestiones que tal vez no hayan sido consideradas. El capítulo debería terminar con el agradecimiento a los hermanos por su participación y colaboración, una oración conclusiva y una celebración festiva, que puede ser un almuerzo, una recreación fraterna, etc.

388 3. Diversos roles en el Capítulo local a. El guardián El cometido pastoral del guardián en el capítulo local es muy importante. 1. El guardián es el presidente del capítulo, en cuanto animador de la fraternidad local y responsable de la fraternidad ante la Provincia; pero esto no impide que pueda delegar la función de coordinación del capítulo, sobre todo en fraternidades numerosas. Cuando existe un moderador, el guardián puede prestar más atención al clima fraterno y a la dimensión espiritual del capítulo, mientras que el moderador estará más atento al procedimiento dinámico y objetivo del capítulo. 2. En cuanto animador «pastoral» de su fraternidad, el guardián tratará de ser el mediador entre las diversas opiniones o grupos, actuando como «catalizador» en el proceso de búsqueda de parte de los hermanos, sin querer imponer su opinión personal ni sus propios intereses. 3. En el momento de decidir o de votar, el guardián debe estar atento a que el capítulo se mantenga en los límites de su competencia: por una parte, en el capítulo se deberían manifestar abiertamente todos los intereses y también la crítica objetiva y constructiva; por otra, el capítulo no puede presionar a la coordinación de la fraternidad. b. El moderador El cometido del moderador del Capítulo local es de vital importancia para el crecimiento y la profundización de un ambiente de confianza mutua entre todos los hermanos. El moderador debe estar convencido de que cada hermano participante tiene algo que dar y que decir a la fraternidad. Debe actuar de manera que los hermanos se abran al diálogo sincero y estén en condiciones de encontrar su propio camino como fraternidad. Por esto estará atento a la diversidad de los hermanos y sabrá dar la palabra a todos sin excepciones, procurando que todos expresen su punto de vista y sus observaciones. c. El secretario del capítulo El cometido del secretario es tomar nota de los temas tratados, de las opiniones sobre las que hay consenso en la fraternidad y de las decisiones capitulares. Redactará oportunamente el acta correspondiente y la dará a conocer a todos los hermanos. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer Adm 25. A la luz de este texto: Reflexionar sobre el grado de comunicación que tengo con los hermanos de mi fraternidad. 2. Preguntarse: ¿Qué comunico de mi vida –ser y hacer– a los hermanos de la fraternidad? ¿Cómo es mi participación en el capítulo local? ¿Cómo me preparo a la participación en el capítulo local? ¿Lo que digo en ausencia de los hermanos soy capaz de decirlo «con caridad» delante de ellos? ¿Cómo es contemplado el aspecto de la comunicación en el proyecto personal de vida? Para la reflexión en grupo 1. Leer los siguientes textos:

389 1Cel 30. 39. VFC 29. 32. 40. 2. Preguntarse: ¿Cada cuánto tiempo se celebra el capítulo en la fraternidad? ¿Cómo se celebra? ¿Qué dinámica se sigue en su preparación y en su celebración? La comunicación no sólo de ideas sino sobre todo de sentimientos, alma y corazón es expresión normal de la «comunidad de vida». ¿Estamos mentalizados para este nuevo esfuerzo urgido por la sociedad, la sicología y la teología de la vida religiosa? ¿Creemos que vale la pena? ¿Cuáles han sido las principales dificultades encontradas en el campo de la comunicación? ¿Te parece que el capítulo local es una buena ocasión de formación permanente? ¿Por qué? ¿Qué iniciativas concretas podrías sugerir para mejorar la calidad del capítulo local? ¿Cómo inserirlas en el proyecto de vida fraterna?

390 V

VIDA FRATERNA Y FORMACIÓN PERMANENTE Quizás nunca como hoy nos damos cuenta de los rápidos cambios de vida que se dan en todos los ámbitos. Los cambios en la cultura y en la vida social, los cambios del mundo, cada vez más intercomunicado, cercano y «global», y los cambios de la Iglesia (por ejemplo en la liturgia y en la teología) nos abren nuevos caminos e ideas, pero, al mismo tiempo, son también un peso, porque el hombre ha de adaptarse continuamente para seguir la vida y el avance sin tregua del tiempo. Nuestra vida de frailes menores también ha experimentado grandes cambios en los últimos años, tanto en el modo de enfocarla como en el modo de actualizar sus valores. Nuestro tiempo está cambiando rápidamente las situaciones de vida y, si no queremos quedarnos atrás, debemos insertarnos en este flujo. Pero avanzar así exige un gran esfuerzo personal y comunitario para adecuarse constantemente a las circunstancias de la vida. Esta adaptación compromete en todos los ámbitos de la vida a cada uno de los hermanos y a la entera fraternidad local, provincial e incluso mundial. Llevar el Evangelio al mundo de hoy nos exige renovarnos y madurar psicológica, profesional, religiosa, teológica y espiritualmente. Este esfuerzo de adaptación y madurez encuentra su marco específico en la formación permanente. Nuestra misma vocación como seguidores de Jesucristo según san Francisco nos pide que maduremos personalmente y como fraternidad, a fin de comprenderla cada vez mejor en el contexto actual en que estamos insertos. Las CCGG nos hablan de la formación permanente como de un camino de desarrollo ininterrumpido del testimonio evangélico y de nuestra opción vocacional en la escuela de Francisco (cf. CCGG 135). Esta formación abraza toda nuestra vida como individuos y como miembros de la comunidad local y provincial (cf. CCGG 137). Las CCGG indican, así mismo, que nuestra formación permanente «ha de fundamentarse en la espiritualidad franciscana» y, teniendo en cuenta la integridad de la vida del hermano menor, promover su desarrollo en todos los aspectos: personal, espiritual, doctrinal, profesional y ministerial (cf. CCGG 136). Además de nuestras Constituciones generales, que son un texto jurídico-espiritual, el documento La formación permanente en la Orden de Hermanos Menores, publicado en 1995 por el Secretariado general para la Formación y los Estudios después del Congreso de los Moderadores para la formación permanente de toda la Orden celebrado en Asís en octubre de 1993, regula, estimula y fomenta la formación permanente a todos los niveles de nuestra Orden. La presente ficha, que sigue este documento, expone el contenido de la formación permanente, invitando a reflexionar sobre las posibilidades concretas de llevarla a cabo en el contexto de cada uno. 1. La formación permanente, un camino de conversión a. La formación permanente es un camino (FP 8) Partiendo de las ciencias naturales, hoy en día se concibe la vida humana, incluso la del adulto, como una existencia en continuo crecimiento, esto es, en un desarrollo constante a lo largo de sus diversas etapas. Por eso, el modo de vivir y de actuar debe adaptarse incesantemente al ritmo de la propia vida. Este ritmo de la persona debe tener en cuenta la dependencia existente entre los cambios humanos y los de la vida cristiana y franciscana, así como la situación profesional y ministerial de cada fraile. Teniendo en cuenta esta situación personal de los hermanos, la fraternidad ofrece a cada uno de ellos los medios adecuados para ayudarles a vivir este dinamismo de la vida y a superar las eventuales dificultades y estorbos que puede conllevar todo desarrollo o nuevo paso. Afrontar el hecho de estar siempre en camino entraña una confrontación continua. Y esta situación, no siempre fácil, debe asumirse con madurez y, a ser posible, con los menos daños posibles. Por eso es necesaria una formación permanente que nos ayude a asumir los cambios de la vida y a ser capaces de ayudar a los otros a caminar madurando en un sentido humano, cristiano y franciscano. Este itinerario de madurez no es sólo una necesidad personal del fraile individual,

391 sino de toda la fraternidad. La fraternidad está formada por todos y cada uno de sus miembros y la convivencia tiene sus propias leyes psicológicas, humanas y cristianas. Por eso, la fraternidad, ámbito donde se comparte la vida, ha de ser un lugar de formación permanente con miras a una convivencia y comunión de vida cada vez más perfectas. La finalidad de la formación permanente es la madurez de la persona en todas sus dimensiones (corporal, psicológica, afectiva, espiritual, intelectual) y la madurez de la fraternidad en todas sus expresiones de convivencia, de vocación franciscana y de servicio misionero. En este sentido la formación permanente no es un curso de puesta al día sino una actitud. b. Una conversión continua (FP 39) El punto de partida de la vocación de Francisco fue su conversión, que lo llevó a vivir el Evangelio con los hermanos entre los marginados (cf. Testamento). Del mismo modo que la conversión, la metanoia bíblica, fue determinante en la vida de Francisco, así también desempeña un papel importante en la realización de toda vocación franciscana. La vida franciscana pide a cada hermano y a cada fraternidad una continua conversión del corazón y de la vida para acercarse cada vez más al mensaje de Dios en Jesucristo. Para comprender qué posibilidades existen de poner en práctica el Evangelio en el contexto en que vivimos, hace falta el Espíritu del Señor. En este sentido, la vida franciscana nos exige un proceso de conversión, un crecimiento en nuestra relación con Cristo que se transforma en metanoia (cf. RFF 57). A través de este proceso de conversión se renueva en cada etapa de la propia vida el sí a la voluntad de Dios y la donación total al Señor. La conversión del corazón al mensaje de la misericordia de Dios forma parte de la penitencia franciscana y reabre el camino a la reconciliación con las palabras y con las obras. La meta y la finalidad de la conversión, a las que debe apuntar la formación permanente, es hacerse realmente menor, vivir la vocación personal y renovar el entusiasmo por la vida evangélica. c. Exigencia de fidelidad (FP 40 y 41) La formación permanente nace de la necesidad de fidelidad. La fidelidad a uno mismo, a los propios valores y riquezas, necesita de una continua preocupación para que éstos, lejos de menguar o de perderse, se desarrollen y adapten a los cambios de la vida. Por otra parte, la fidelidad a Dios exige un empeño para no cansarse ante los desafíos, las desilusiones y los fallos de la vida cotidiana. Por último, nuestra vocación y misión nos piden la fidelidad de renovarnos constantemente. Lo que se nos pide no es una fidelidad estable en el mantener las cosas externas de la vida religiosa, aprendidas de una vez para siempre: en ese caso nos convertiríamos en estalactitas inmóviles. Se nos pide una fidelidad creadora que sepa afrontar los nuevos retos de los nuevos tiempos, que sepa cambiar nuestros comportamientos y nuestras tradiciones de acuerdo con la verdad del Evangelio leído en el contexto concreto de las situaciones que nos rodean. En este sentido la fidelidad entraña flexibilidad. Lo que debe sobrevivir es la verdad de nuestra vocación, nuestros valores humanos, cristianos y franciscanos. Por eso, nuestra fidelidad ha de estar siempre abierta a la guía del Espíritu Santo. La formación permanente debe ayudar a descubrir cada vez mejor la base de nuestra vida franciscana y a desarrollar nuestra flexibilidad y capacidad de vivir estos valores en las diversas etapas y circunstancias de nuestra vida. La formación permanente nos ayuda así a encontrar una vida fructuosa y rica de esperanza. La formación permanente es un proceso vital y necesario para alimentar y cualificar la vida franciscana y para evitar la indiferencia y el cansancio espiritual. Se trata del esfuerzo de cada fraile por desempeñar su papel en la fraternidad, en la Iglesia y en el mundo sabiendo comprender y afrontar los desafíos que se le puedan presentar. Y, para ello, la formación permanente favorecerá también la adquisición de los conocimientos y la competencia que hagan falta. La finalidad de esta fidelidad, ganada a través de la formación permanente, es seguir a Jesucristo como verdadero fraile menor, a ejemplo de Francisco, y llevar una vida radicalmente evangélica.

392 2. La formación permanente, una necesidad vital en la fraternidad a. La formación permanente y la fraternidad (FP 48, 49, 51) La vocación se vive, en concreto, en la fraternidad, donde se da el ámbito de las experiencias. Desde el ángulo de la vida fraterna, la formación permanente no es una técnica, sino el modo como los frailes se preocupan unos de otros. Como un don en corresponsabilidad, la fraternidad en su conjunto es, en sí misma, lugar de formación permanente, en cuanto que en ella se empeñan todos a vivir juntos la vocación común. La educación mutua, el estímulo recíproco, la atención a las situaciones individuales son en sí mismas expresión de la formación permanente. Pero, además de esta preocupación humana, cristiana y franciscana por la vida en común, hace falta una sincera búsqueda en fraternidad para profundizar los conocimientos y la competencia que nuestra vocación y nuestra misión nos exigen. La vocación requiere una preparación comunitaria para poder dar testimonio de fraternidad con la misma convivencia y manera de trabajar. Por eso tanto la vida interna de la fraternidad como las relaciones con el exterior necesitan una preparación por medio de la formación permanente. b. Una fraternidad abierta (FP 51-53) La vida fraterna de los frailes menores está abierta al diálogo con la Iglesia y con la creación y cultiva una apertura especial a los diversos componentes y ramas de la Familia Franciscana: Clarisas, OFS y los otros grupos franciscanos. Pero, por vocación, la fraternidad se abre particularmente a los pobres y marginados de toda clase en el mundo y en la Iglesia. Esta apertura exige un espíritu de hospitalidad, de solidaridad y de caridad para vivir con y para el pueblo de Dios; y nos impulsa al diálogo fraterno, que exige también una cierta preparación: la escucha, la sensibilidad ante las diversas situaciones de dolor y de sufrimiento existentes en el mundo, el respeto a las otras culturas, la estima del otro como persona y como don de Dios, la disponibilidad a ayudar, todo ello requiere preparación. En este amplísimo campo la formación permanente quiere ser un estímulo y dar la preparación necesaria. Desde este ángulo la formación permanente puede llegar a ser un gran estímulo para interesarse cada vez más por la vida de la Iglesia local y mundial, para insertarse mejor en el mundo y en la propia cultura, para proclamar con más fidelidad, oportunidad y eficacia la alegre noticia de la Palabra de Dios. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: CCGG 137, 1; RFF 40. 57-70; FP 8-46. 60. 61. A la luz de estos textos: Reflexiona sobre tu comprensión de la formación permanente y sobre tu actitud frente a esta exigencia. 2. Preguntarse: ¿Cómo asumo en mi vida concreta de cada día el compromiso de «comenzar siempre de nuevo a servir al Señor Dios»? ¿El ritmo de vida que llevo cada día puede decirse que sea realmente formativo? ¿Cuándo he leído el último libro de teología? ¿Con qué frecuencia asisto a cursillos de actualización teológica y profesional? ¿Qué medios contempla el proyecto personal de vida para responder a las exigencias de la formación permanente? ¿Cuáles debería contemplar? ¿Cómo los llevo a la práctica? Para la reflexión comunitaria Leer los siguientes textos: CCGG 135-137; RFF 64; FP 62-71; LlTC III, 127-132; VC 67-71.

393 A la luz de estos textos: Compartir en fraternidad lo que cada uno piensa sobre la necesidad, las exigencias y los medios de formación permanente. 2. Preguntarse: ¿Vive la fraternidad en una mentalidad de continua formación? ¿Cómo habría que enfocar esta mentalidad en la Provincia de forma que la formación inicial se engarce con la formación permanente creando en el sujeto la disposición para dejarse formar durante toda su vida? ¿Es la fraternidad el lugar privilegiado y la vida cotidiana el medio principal de formación permanente de los hermanos? ¿Qué cambios habría que hacer en la vida de la fraternidad para que realmente ésta fuera verdaderamente formativa? ¿Tiene la fraternidad un proyecto de formación permanente? ¿Cómo se contempla la formación permanente en el proyecto de vida fraterna?

394 VI

LA VIDA FRATERNA, LUGAR DE COMUNICACIÓN Y DIÁLOGO 1. El diálogo Nuestra vida fraterna, nutrida de reciprocidad y benevolencia, presupone una triple apertura: a uno mismo, al mundo, a Dios. El mayor don que podemos hacer a nuestros contemporáneos es, sin duda, el de la fraternidad. Tratamos de construirla como un ambiente familiar, libre de competiciones y de violencia y en el que cada uno lleva al otro su acción, sus acciones, sus preocupaciones. En cierto sentido, los hombres, religiosos o laicos, buscarán siempre en nosotros lo que les pertenece: ser tratados como hermanos, amados por Dios en Jesucristo. Y, entre las experiencias más importantes para entrar en comunión con ellos, destacan la necesidad de justicia y de paz, la necesidad de oración y de dimensión espiritual, la defensa radical de sus derechos y la solidaridad en la dificultad. Nuestro desafío de evangelización consiste en dejarnos evangelizar constantemente en el lugar y ambiente donde vivimos. Cada fraile y cada fraternidad han de abrirse a los otros para testimoniar el Reino. Pero todo comienza en la primera forma de apertura: la apertura a uno mismo y de uno mismo. Esto significa partir de la propia pobreza fundamental, e incluso de una aparente «inutilidad», para hacerse disponible a las cosas de Dios y de los otros. La vida fraterna se convierte en el primer sacramento del encuentro con Cristo. Es inseparable del mundo de los pequeños y de los pobres. Puede afirmarse, parafraseando a la mística Ángela de Foligno, que tratamos de «estar grávidos del mundo y de las realidades de Dios». Antes de hablar de técnicas e instrumentos adaptados al comportamiento y solidaridad, debemos partir de la urgencia de un diálogo de fondo. Que cada uno parta de su interioridad, de la habitación secreta del Evangelio donde se encuentran Dios y el mundo. El gran mandamiento bíblico asocia el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a uno mismo. Entre los tres fluye un diálogo, una interrelación vital. ¿Cómo convertir nuestras fraternidades en lugares de apertura a uno mismo, a los otros y a Dios? ¿Cómo hacer de la interioridad y de las relaciones fraternas un espacio de auténtico diálogo? 2. ¡Inventar una palabra! Es necesario encontrar juntos palabras que sean expresión verdadera de nuestra vivencia. No importa si son claras o nebulosas. Cada intento de aclaración hace crecer las relaciones. Lo más importante es tener un punto de referencia desde el que comenzar. ¿Qué expresión podemos aventurar juntos que no sea sólo una información sobre hechos o acontecimientos? ¿Qué necesitamos decirnos para poder compartir verdaderamente la vida? 3. Aprender a comunicar La expresión fraterna va más allá de las estructuras dentro de las cuales los frailes han establecido comunicarse. Abarca todas las facetas de la comunicación. Presupone un aprendizaje de escucha y de expresión recíprocas, hecho de lo dicho y de lo no dicho. Hablar y escuchar. Hay diversos modos de hablar y de callar (o de no hablar). De ahí deriva una atención constante en las relaciones verbales –y no verbales– al silencio, al gesto, al comportamiento… La comunicación fraterna supera con mucho la comunicación verbal. ¿Cómo educarnos mutuamente en el diálogo? ¿Cómo distinguir entre un choque y una fuga, un consenso y un desacuerdo, una conversación ideológica y una confidencia, una lentitud y un entusiasmo, un lugar de conversión y un lugar de resistencia? En definitiva, ¿cómo captar el fondo y la amplitud de lo que se comunica? ¿Cómo hacer de la comunicación una evangelización recíproca? No existe otro camino que el de encontrarnos en situación concreta de coparticipación, con todas sus valencias e intensidades. Debemos aprender a comunicarnos palabras y silencios para construir el modo de expresión de la fraternidad.

395 4. La fraternidad se da la palabra La tarea de la animación fraterna es hacer que afloren el alma y el camino de un grupo. Cada comunidad de vida tiene su propia teoría sobre sus valores y sobre su realización. Para nosotros, frailes menores, esto significa conseguir establecer juntos las referencias a la tradición, a la forma de vida y a nuestro modo de actualizarlas hoy. Nuestro lenguaje revela la visión de Dios y de los otros, las opciones evangélicas, la solidaridad social y eclesial. Por ejemplo, en un grupo no hay nada más significativo que extender la «plantita de las relaciones» para verificar la comunicación y los lazos que uno mantiene con las personas, la Iglesia, el tipo de ministerio o de presencia. La fraternidad tiene una memoria propia: coordenadas históricas, momentos de crisis y de crecimiento, referencias al pasado. Esta memoria, que con frecuencia se define durante el trienio o el sexenio, se inscribe en una memoria mayor, a escala provincial. En nuestra fraternidad, ¿se puede volver sobre el pasado para comprender el presente y ser más activos ante el futuro? ¿Cómo es nuestra capacidad de referirnos a los puntos esenciales de la vida franciscana y religiosa? La fraternidad construye día a día su proyecto a través de la riqueza y la fragilidad de las personas que la forman. Este proyecto tiene sus propios colores, acentos, prioridades y exclusiones. Cada fraternidad tiene algo vital que decir en la interpretación y en la aplicación del proyecto evangélico franciscano. Un grupo que se contenta con la legislación y las prescripciones, corre el riesgo de caer en la tibieza de que habla la Escritura. La expresión fraterna que la vida nos invita a aventurar se inscribe en un lenguaje franciscano secular y en una Palabra de Dios todavía más vasta. Sólo aquí se puede extraer algo de donde inventar una respuesta común al proyecto de vida que hemos profesado. 5. La práctica: unir cabeza y corazón Todas las relaciones carecen de equilibrio si no existe armonía entre la inteligencia y la afectividad. En nuestras relaciones ha de haber complementariedad entre razón y pasión. Aun teniendo en cuenta los diversos tipos psicológicos de una misma entidad fraterna, todos tenemos la responsabilidad de mantener el equilibrio entre la cabeza y el corazón. ¡Las ideas y los valores no deben excluir los sentimientos, al contrario! La revisión de vida permite una evaluación periódica de nuestra comunicación en el seno de la fraternidad y con el mundo. Todos los frailes debemos ser vigilantes en este punto. La vida práctica nos plantea una serie de preguntas surgidas de los encuentros y de los intercambios de ideas: ¿Cómo se mide el bien que nos deseamos mutuamente? ¿Y nuestro sentido social? ¿Qué capacidades de adaptación y de cambio tenemos? ¿Qué capacidades para afrontar lo imprevisto? ¿Hasta qué punto sabemos esperar y tener paciencia unos con otros? ¿Y atravesar juntos un momento difícil? ¿Nuestro diálogo da prioridad a las cosas que hay que hacer, postergando otros asuntos? ¿Cómo se puede medir nuestro sentido de la gratuidad, de la fiesta y de la misericordia? ¿Cómo se puede hacer partícipes de la dimensión verbal a los frailes que tienen dificultad en hablar? ¿Cómo se llaman los frailes unos a otros? ¿Qué nombre se dan? ¿Cómo se corrigen? ¿Cómo bromean? ¿Cómo manifiestan su afecto mutuo? ¿Tienen sentido del humor? ¿Cómo hablan de los demás: de las mujeres, de los extranjeros, de las personas con las que trabajan o a las que sirven? ¿Existen entre nosotros reacciones antifemeninas, sexistas, racistas, anticlericales? ¿Existen entre nosotros o en nuestros ambientes formas de violencia y de poder? ¿Cómo afrontar la cuestión de las amistades (internas, mixtas)? 6. La fuerza de las relaciones Entonces todo puede contribuir a establecer entre nosotros lazos significativos. El diálogo fraterno, unido a una práctica auténtica, posee el don de reforzar las relaciones, curando a unos, enderezando a otros. Los hermanos no se eligen como los amigos, sino que se reciben como un

396 don. Es importante que las palabras nacidas de las relaciones fraternas signifiquen lo esencial de aquello que buscamos. En este sentido los frailes pueden hacerse sacramento del encuentro con Cristo. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer Jn 4, 4-43; 1Cor 12, 7. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre el modo como comparto con los demás los dones del Espíritu a fin de que leguen a ser verdaderamente de todos y sirvan para la edificación de todos. Toma conciencia de aquellas circunstancias de tu vida que son obstáculo para comunicarse en profundidad con los demás. 2. Preguntarse: ¿Qué comunico de mi vida a los demás? ¿Cómo lo comunico? ¿Por qué lo comunico? ¿Hasta qué punto me comprometo con mi comunicación? ¿En qué lugares y con qué personas se me hace más fácil y dónde y con quiénes más difícil? ¿Por qué? ¿Qué pretendo con mi comunicación? ¿Agradar a otro, animar, que se me reconozca, que tomen en consideración lo que digo...? ¿Qué dificultades encuentro a la hora de comunicar mi experiencia vocacional con os hermanos? Si las tengo ¿por qué? ¿Te sientes llamado a potenciar algún aspecto concreto o a tomar alguna medida concreta para comunicarte más y mejor? ¿Cuáles? ¿Cómo trabajar dichos aspectos y medidas? ¿Cómo insertarlos en el proyecto personal de vida? Para la reflexión comunitaria 1. Leer los siguientes textos: Rnb 5-17: Modo de comportarnos entre nosotros y con los demás. 2 Cel 155: Cómo se reconciliaban los frailes. VFC 29-34: Comunicar para crecer juntos. A la luz de estos textos: Reflexionar sobre lo que la comunicación es y significa. Recordar algunos momentos especialmente significativos de comunicación profunda y positiva en la fraternidad. 2. Preguntarse: ¿Cuál es el clima dominante de la fraternidad? Lo que se espera en una fraternidad franciscana es que lleguen a darse unas relaciones existenciales profundas. ¿Somos conscientes de lo que suponen? ¿Se dan realmente en la fraternidad? ¿Cómo valoramos la comunicación en la fraternidad? ¿Es algo que preocupa a los miembros de la fraternidad? ¿Cómo va la comunicación según la percepción de cada hermano de la fraternidad? La comunicación de fe es uno de los ejes de cohesión comunitaria. ¿Cómo es nuestra comunicación de fe? ¿Qué mediaciones utilizamos para ella? ¿Cuáles nos ayudan? ¿Cuáles han caído en la rutina y necesitamos recrear? ¿Sería posible crecer comunitariamente en la comunicación y discernimiento vocacional de los hermanos entre sí? ¿Qué hacer...? ¿Cuáles son los problemas principales que dificultan la comunicación en la fraternidad? ¿Cómo potenciar la comunicación fraterna desde el proyecto de vida fraterna?

397 VII

DISCERNIMIENTO COMUNITARIO 1. Un estilo franciscano A diferencia de otros procedimientos de discernimiento tendentes al cumplimiento de la voluntad de Dios a través de decisiones tomadas a su favor –por ejemplo, la decisión ignaciana–, la tradición franciscana propone radicalizar la vida cristiana en su conjunto. La Admonición 12 habla de un espíritu, de una mentalidad más que de una elección concreta o de un paso adelante: «Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, sino, más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los otros hombres». En este texto se trata de convertir la propia mentalidad y comportamiento, más que de afianzarse en una decisión precisa. Sin indicar métodos, las fuentes esbozan una espiritualidad y una práctica de discernimiento. Es el mismo proyecto evangélico sometido a su radicalidad en la vida de cada uno. La Carta a Fray León y la Carta a un ministro ilustran un discernimiento en el que coinciden la libertad de conciencia y el predominio de las relaciones fraternas. Hablar de discernimiento franciscano en el sentido de la Admonición 12 significa hablar de un reconocimiento de la acción del Señor y, por tanto, de toma de conciencia y de reflexión. Este reconocimiento presupone la disponibilidad a su acción. Significa subrayar la importancia que tiene la práctica del bien para hacer la experiencia de la desapropiación de uno mismo. Significa verificar la calidad de la presencia humilde junto a los otros para evitar la exaltación y cualquier sentimiento de orgullo que pueda acompañarla. Aparecen de repente dos paradojas: imposible evocar la voluntad de Dios en nuestra vida sin hacer un lugar a los otros. Razón y corazón deben coincidir en la experiencia. El ejercicio del discernimiento puede cumplirse a través de un acto preciso, pero abarca mucho más: la autenticidad de la vida y nuestra capacidad de conversión continua. 2. Desafío personal y comunitario La raíz del término discernir revela su función: se trata de trazar un círculo alrededor de la propia realidad para poder captarla bien, aceptarla y, en consecuencia, actuar a partir de ella. En esta óptica, el ingreso en el discernimiento es un acto de obediencia en el sentido fuerte de escucha interior. Nos ponemos a disposición de Dios antes de cumplir su voluntad («aguzad el oído del corazón»). Cuando hablamos de discernimiento, nos viene ante todo a la mente la investigación personal, la búsqueda de la voluntad de Dios sobre nuestra vida. Ningún cristiano está dispensado de este ejercicio, tanto en la reiteración de lo cotidiano como en las grandes ocasiones. Lo mismo vale para el fraile menor. Ya se trate de la intención de mejorar la oración, de cambiar de trabajo, de abrirse a la voluntad de un superior o de atravesar una dura prueba, siempre hay un único deseo de identificar, de comprender y de amar la situación que Dios nos da. Cada uno se mide por su esfuerzo de ser verdadero consigo mismo y con Dios. ¿Hemos hecho ya la experiencia de un discernimiento personal decisivo en nuestra vida? ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué elementos nos han ayudado? ¿El tiempo dedicado? ¿La transformación en la oración? ¿La necesaria distancia respecto a la propia vivencia? ¿La necesidad de consultar y compartir? ¿La recopilación de los signos? ¿El recurso a una forma de acompañamiento? ¿La voluntad de decidir, de cumplir gestos coherentes? Muchas reuniones fraternas son reuniones de discernimiento, aunque se les dé otro nombre. En el encuentro y cotejo de las diferencias existentes entre nosotros podemos descubrir con frecuencia una luz del Señor sobre nuestra vida. Todos pueden garantizar esta experiencia. Cada uno de nosotros, del novicio de un día al fraile anciano y sabio, está llamado a verificar si el Espíritu del Señor actúa en él y en la fraternidad. Se trata, una vez más, no sólo de un procedimiento para tomar una decisión, sino también de una mirada global que quiere conducir a la fraternidad a realizar el designio de Dios. Todo

398 intento de revisión de vida, todo ejercicio fiel de referencia a las fuentes, todo cotejo con la Palabra de Dios, todo diálogo confiado con la autoridad son ocasiones para identificar la voluntad de Dios y tratar de comprender si estamos habitados por su Espíritu. Discernir juntos es una experiencia que exige un precio en encuentros, tiempo, continuidad, escucha recíproca y, necesariamente, puesta en práctica. ¿Hemos hecho un discernimiento en fraternidad? ¿Hemos encontrado en él los mismos elementos que intervienen en el discernimiento personal? ¿Hasta qué punto damos cuenta de nuestra mutua responsabilidad en la búsqueda de la voluntad de Dios? ¿Cómo tener un reflejo comunitario en nuestros encuentros? ¿Podemos encontrar un método, un proyecto, un modo de hacer referencia a las fuentes que sean capaces de favorecer el descubrimiento progresivo de nuestro sentido comunitario? En otros términos, ¿creemos en la importancia de discernir juntos o preferimos limitar la experiencia a un acto privado? ¿Necesitan nuestras comunidades un acompañamiento en este sector? 3. Discernimiento en la fraternidad primitiva Celano y Buenaventura presentan dos experiencias claves de discernimiento que vale la pena releer tanto desde un ángulo espiritual como desde la vida práctica. En ambos relatos hay una seria preocupación por el futuro y se plantea el dilema: ¿Vivir entre los hombres o retirarse a la soledad? En 1 Cel 35, los frailes vuelven de Roma por el camino de Espoleto. Han recibido del Papa la aprobación verbal de su proyecto de vida. El texto los presenta con todo el fervor de los comienzos: «Encontraban placer sólo en las cosas celestiales». Es una especie de noviciado de la vida pobre y despojada. Su dilema se sitúa en un contexto preciso: quieren «empeñarse en vivir sinceramente en santidad». Francisco, líder indiscutible del grupo, resuelve la pregunta de la fraternidad en un contexto de oración. Aunque Celano pone en el centro la santidad de Francisco, resulta claro que el discernimiento de los frailes nace de su nueva puesta en práctica de la desapropiación y de su deseo de radicalizar la perfección cristiana a la que se comprometieron. En hecho relatado en LM 12, 1-2 sucede unos veinte años después. Francisco se plantea, esta vez personalmente, el mismo dilema. Buenaventura precisa que la angustiosa duda atormentaba a Francisco en gran manera y muchos días (cf. LM 12, 1b). Sabemos que el contexto histórico del dilema era la crisis de los espirituales. La oración impulsa a Francisco a confiar su duda a los hermanos. La narración de Buenaventura es implícitamente un elogio de la oración y de sus beneficios. Por otra parte, el diálogo fraterno no resuelve la duda. La cuestión la resuelven dos espirituales elegidos por Francisco: Silvestre y Clara. Uno y otra, que son personas dedicadas a la oración, se expresan claramente a favor de «salir a predicar». En este caso se da también un itinerario de consulta progresiva y un contexto de oración. Y también aquí los sentimientos acompañan a la razón. En los dos casos, no obstante la divergencia de los relatos, la pregunta es vital, viene presentada en un contexto de oración y es examinada en común. Y, una vez obtenida la respuesta, Francisco y los suyos la ponen inmediatamente en práctica. La conclusión es idéntica: la oración solitaria cede el paso a la evangelización de los hombres. El momento de la decisión, por instantáneo que sea, va precedido de una práctica estable y de una larga prueba. Los dos episodios revelan la importancia de someter la vida interior y comunitaria a la prueba de la autenticidad. Y esto tanto en el fervor de los comienzos como después de años de camino y de experiencia. La vida fraterna está siempre en movimiento, nunca se la puede dar por descontada. La sabiduría de estos relatos nos muestra, además, cómo las preguntas de Francisco y de los frailes están estrechamente ligadas a lo que viven. El discernimiento tiene lugar en y a través de la vida. El Espíritu está obrando en ella, actúa a través de inquietudes concretas, de una nueva atención, de un deseo de ir más allá. Toda comunidad fraterna necesita tiempos fijos para verse y evaluarse a la luz del Espíritu del Señor. Sin duda el desafío principal para una comunidad en discernimiento consiste en alcanzar la transparencia necesaria no sólo para leer la situación, sino también para rectificarla y para crecer. Por otra parte, a la escucha recíproca en busca de la verdad debe seguir la valentía de poner en práctica la verdad descubierta. Y la verdad nos hace libres. ¿Es posible para nosotros aprender algo de los discernimientos pasados? ¿Se pueden festejar los discernimientos cumplidos?

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4. Signos y contrasignos Lo que enumeran los escritos de San Francisco en el plano personal, puede muy bien trasladarse al nivel comunitario. Los signos de la acción del Espíritu se miden por el primado del sentido de Dios, a quien debemos atribuir todo. Otro signo es el aumento de la caridad, incluso en un clima de contrariedad, de persecución o de falta de reciprocidad. Francisco hablaría de no abandonar a los otros para vagar fuera de la obediencia. Otro signo es la perseverancia sin perder la paz, es decir, aguantar, afrontar lo que sucede manteniendo la paz interior. Sigue la actitud de humildad y desapropiación que se expresa en el servirse mutuamente y en reconocer al otro. Lo que parece una pérdida de sí o expropiación de la propia voluntad, en las obras se transforma en una mayor disponibilidad a Dios y a los otros. Y el signo es el desprenderse de las pretensiones egoístas, en liberarse del yo en cuanto obstáculo a la vida divina. En fin, la adhesión a Dios y a los otros se prolonga en la adhesión a la Iglesia, a la autoridad, al clero, a pesar de su pecado. En varios lugares de las Admoniciones afloran los contrasignos, opuestos a los signos: apropiarse del bien, el prestigio, la propia voluntad o acción. Es la tentación de distanciarse de la fraternidad. El recurso a palabras negativas, Francisco las llamaría «ociosas y vanas», sin acciones, sin ejemplos de vida. La falta de perseverancia y la pérdida de la paz interior. Los sentimientos de preocupación, de envidia, de cólera, el escandalizarse fácilmente son otros tantos contrasignos. El endurecerse en el propio yo a costa de los otros. La desafección a la Iglesia y a sus representantes. Estos contrasignos son un barómetro para medir la ausencia del Espíritu del Señor en el espíritu fraterno. Estamos llamados a vigilar nuestro modo de vivir, de dialogar, de hacernos cargo los unos de los otros y de encontrar nuestro puesto en el mundo. El famoso dilema de Celano y de Buenaventura se nos dirige hoy a nosotros, tanto en el secreto del corazón como en la fraternidad. Y nos pone frente a lo esencial. ¿Qué es lo que nos hace vivir juntos? ¿Somos capaces de dialogar sobre opciones fundamentales? ¿Tenemos una práctica común de conversión? ¿Cómo es nuestra memoria fraterna del Evangelio? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para mantener el espíritu profético, para lograr que la vida evangélica sea contagiosa para los hombres y mujeres con los que nos encontramos? El discernimiento comunitario tiene sentido sólo si lo tiene nuestra intención de avanzar fielmente en la opción de vida. Las modalidades, los métodos, el desarrollo práctico derivan de esa intención primordial. Volvamos a la confesión de Francisco en el Testamento: el Señor le dio hermanos. El Señor nos da hermanos para actualizar el Evangelio y, entre otras cosas, para aprender a discernir el propio Evangelio en nuestras vidas. SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN Para la reflexión personal 1. Leer los siguientes textos: Hch 2, 15ss. OrSD; Adm 3; 12. A la luz de estos textos: Reflexiona sobre tus actitudes frente a la vocación que has recibido y la respuesta que estás llamado a renovar cotidianamente. 2. Preguntarse: ¿Creo en la capacidad de crecimiento de mi fraternidad y de cada uno de sus miembros? ¿La elaboración y revisión del proyecto de vida personal son momentos de discernimiento personal? Para la reflexión comunitaria 1. Leer los siguientes textos: Mt 16, 4; Hch 15; 1Ts 5, 21.

400 GS 4. 11; VC 37; OH III, 1-3; LlTC III, 3. 2. Preguntarse: ¿Me aferro a ciertas estructuras porque siempre se hizo así? «Si osáramos». ¿Qué nos dice esta expresión? ¿Qué pasos concretos exigiría esta actitud? ¿Estamos dispuestos? ¿Por qué? ¿La elaboración del proyecto de vida fraterna es ocasión de un verdadero discernimiento comunitario de lo que somos, de lo que hacemos y de cómo lo hacemos?

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APÉNDICES I

EL CAPÍTULO LOCAL SEGÚN NUESTRA LEGISLACIÓN Las CCGG afirman que el capítulo local, compuesto por todos los hermanos profesos solemnes de cada casa, constituye el régimen fraterno de la casa (cf. arts. 240 §1; 242). Y hay que subrayar la expresión «régimen fraterno», porque quiere poner en evidencia el papel participativo y consultivo de los hermanos en la organización de la vida de la fraternidad, en unión con el guardián. El cometido del capítulo local es explicitado genéricamente de la siguiente manera: Valorar, principalmente mediante el diálogo, y escoger, con criterio común, las iniciativas que se deben programar; fomentar la concordia y la cooperación activa y responsable de todos; examinar y valorar los compromisos asumidos por la fraternidad o por cada hermano y tratar los asuntos de mayor importancia (cf. CCGG 241). Organizar debidamente la vida doméstica, a fin de ir creando una fraternidad verdadera, real e íntima (cf. CCGG 46). Preocuparse del desarrollo del trabajo, de la evangelización y del cuidado pastoral, y solicitar con interés informes de cada uno de los trabajos, para consolidar y fomentar la comunión fraterna (cf. EEGG 30 §2). De este cometido del capítulo local surgen una serie de competencias concretas: En efecto, el capítulo local interviene: a. En cuanto autoridad de la fraternidad: en la determinación del tiempo y demás circunstancias de la celebración eucarística y de la oración comunitaria (EEGG 8); en la determinación de formas de penitencia acomodadas a las circunstancias de tiempos y lugares (EEGG 16); en todos los casos previstos en los Estatutos particulares o en los Reglamentos (EEGG 209 §2). b. En cuanto organismo que ayuda al guardián en el cumplimento de su cargo: en la organización de la vida doméstica (CCGG 46); en el señalamiento de los límites de la clausura (EEGG 23 §1); en la determinación de la suma de gastos en ciertos casos (EEGG 219 §2); en ciertos casos de enajenación de bienes o de contracción de deudas (EEGG 221); en la determinación de las actividades que los hermanos han de asumir, teniendo en cuenta las necesidades reales de la sociedad, de la Iglesia, de la Orden y de cada hermano (CCGG 112 §2); en la animación y planificación de la formación permanente (CCGG 137 §3).

402 II

EL PAPEL Y LAS COMPETENCIAS DEL GUARDIAN Y DEL CAPITULO LOCAL EN LA LEGISLACION DE LA ORDEN 1. Introducción El tratamiento de este tema nace de la exigencia de profundizar en la comprensión y actuación del papel de los guardianes. Se busca, ante todo, obrar con una mayor claridad que permita disipar incertezas, confusiones y ambigüedades. La presencia de este malestar se debe a algunos factores que tienen su origen en una comprensión unilateral de ciertos valores primarios en la vida consagrada: a. La importancia de la persona, entendida como sujeto primario y principal responsable del propio crecimiento, del propio futuro, de las propias opciones. Este primado de la persona, erróneamente entendido, ha provocado: por una parte, la dificultad de acoger la presencia y la acción del guardián como «mediación» insustituible en la propia experiencia de vida religiosa; por otra parte, la consideración de su intervención como una ingerencia indebida en la esfera privada. b. La importancia de la corresponsabilidad y de la coparticipación en la vida comunitaria, que, falsamente comprendidas, han producido: por una parte, la dificultad de aceptar decisiones tomadas singularmente por el guardián; por otra parte, el vaciamiento del papel del guardián, reducido prevalentemente a un mero custodio del buen orden externo. c. La importancia de una obediencia religiosa, que: por una parte, a menudo es considerada como una disminución de la dignidad personal, como obstáculo a la autodeterminación; por otra parte, es subordinada a la objeción de la conciencia individual, en donde se anida, muchas veces, el egoísmo, el chantaje, el victimismo. De esta manera, se va contraponiendo a la autoridad del guardián la libre iniciativa de cada uno, el «hecho consumado», la autonomía casi total, la reivindicación de una «democracia igualitaria» que anula la diversidad de funciones y de competencias. Todo esto conduce: por una parte, a una conciencia distorsionada de la autoridad del guardián con las consecuencias anejas; por otra parte, a una «renuncia de autoridad» por parte del guardián, ruinosa para la vida fraterna. En esta situación se hace sentir cada vez más la necesidad de profundizar la teología y la espiritualidad, en la experiencia franciscana, de la relación «autoridad y sentido religioso de la dependencia», «autoridad y corresponsabilidad», «autoridad y obediencia». A la luz de esta problemática deberá entenderse el sentido profundo de la normativa relativa al tema en cuestión, que presentan las Constituciones generales y los Estatutos generales. El tratamiento del tema ha sido dividido en dos partes: el papel y competencias del guardián y el papel y competencias del capítulo local, siguiendo simplemente la normativa en un modo un poco sistemático. 2. Papel y competencias del guardián El papel del guardián está claramente determinado en el art. 175 §3 de las CCGG: “El guardián rige la casa con autoridad ordinaria”. El significado de estos términos es evidente: regir quiere decir orientar, guiar, ordenar, rectificar, decidir; la casa es una fraternidad puesta bajo su autoridad (cf. CCGG 232); la autoridad ordinaria es el poder autoritativo anejo al oficio. A este papel del guardián está ligado un derecho-deber: el derecho=exigencia de regir; el deber= cometido de regir. Este derecho-deber no puede eludirse, so pena de infidelidad, por parte del guar-

403 dián, a su papel y so pena de violación de un correlativo derecho-deber de la fraternidad de ser regida por el guardián. La manifestación más clara de este papel la tenemos en el art. 237 de las CCGG: «El principal deber del Guardián es, de acuerdo con las normas del derecho universal y propio, favorecer el bien de la fraternidad y de los hermanos, velar cuidadosamente sobre la vida y la disciplina religiosa, dirigir las actividades y promover la obediencia activa y responsable de los hermanos en un clima de verdadera fraternidad». Obviamente el legislador también se preocupa de señalar el estilo con el que el guardián es llamado a cumplir su papel, y lo encontramos en el art. 185 §1 de las CCGG.: «...los guardianes ejerzan humildemente su servicio de la autoridad, dóciles a la voluntad de Dios en el ejercicio de su función, velen por los hermanos como por hijos de Dios que son y promuevan su obediencia voluntaria, con respeto a la persona humana». Del papel derivan las competencias, que deben ejercerse –según el legislador– en una doble modalidad: «él solo o con el capítulo local» (CCGG 175 §3). A. Él solo Las competencias del guardián, ejercidas por «él solo», se pueden concentrar en tres núcleos: a) con respecto a cada hermano; b) con respecto a la fraternidad; c) con respecto a sujetos externos a la fraternidad. a. Competencias con respecto a cada hermano Favorecer el bien de cada hermano (CCGG 237). Procurar diligentemente que en las fraternidades a cada hermano se le provea de las cosas necesarias, según las condiciones de lugares, tiempos y personas, de suerte que ni se permita lo superfluo ni se niegue lo necesario (EEGG 17). Promover una obediencia que eduque a la responsabilidad y estimule la iniciativa, escuchando la opinión de cada hermano; incluso recabándola y fomentándola, quedando siempre a salvo su autoridad de decidir y de ordenar lo que deba hacerse (CCGG 45 §2; 185 §1). Tener solícitos cuidados con los hermanos débiles, enfermos y ancianos, visitándolos y proveyendo convenientemente a sus necesidades personales, tanto espirituales como materiales; procurarles una fraternal asistencia (CCGG 44; EEGG 18 §3). Vigilar sobre los hermanos que, por razón de convenio, quedan vinculados a ciertos cargos fuera de la fraternidad (EEGG 42 §2). Conceder o no el permiso en el uso del dinero y solicitar la rendición de cuentas del dinero que cada uno recibe o gasta (CCGG 8 §1; 82 §2). Autorizar o no el recurso a los bienhechores, en la forma que mejor pareciere (EEGG 29 §1). Conceder o no licencia para ausentarse de la Casa (EEGG 180 §1). Conceder o no por escrito licencia para viajar, de acuerdo a lo establecido en los EEPP, indicando en las letras obedienciales el tiempo y lugares del viaje (EEGG 34 §4; 35). Organizar las vacaciones que se han de conceder a los hermanos de tal modo que se provea a los oficios de la fraternidad y se respeten los fines y el espíritu de nuestra pobreza (EEGG 36). Esforzarse en prevenir el mal, mediante una prudente vigilancia y amonestaciones fraternas, y confirmar en el bien a los que se encuentran en dificultad (CCGG 252 §1). Procurar que cada hermano tenga un ejemplar de la Regla y Testamento de san Francisco, junto con las Constituciones generales y los Estatutos (EEGG 1 §1). b. Competencias con respecto a la fraternidad Favorecer el bien de la fraternidad (CCGG 237). Esforzarse por construir la fraternidad «como familia unida en Cristo», en la que por encima de todo se busque y se ame a Dios (CCGG 45 §1).

404 Fomentar el amor mutuo en la fraternidad, como un medio para guardar con mayor seguridad la castidad (CCGG 9 §3). Procurar que la vida ordinaria de la fraternidad impulse la formación permanente (CCGG 137 §2). Procurar que se disponga un espacio conveniente para tener, aun en común, lectura espiritual, principalmente de la Sagrada Escritura (EEGG 9 §1). Disponer que, en tiempos oportunos, se lean en la fraternidad las Constituciones generales y se profundice su significado mediante encuentros comunitarios. Velar también para que se lean los documentos que hayan emitido bien el capítulo general o el capítulo provincial para una mejor interpretación y adaptación de la Regla (EEGG 2 §2). Cuidar diligentemente que los acontecimientos de mayor importancia ocurridos en la Orden sean conocidos tanto por la fraternidad como fuera de ella (CCGG 49). Regular el trabajo que se realiza en la casa, teniendo presente que su principal deber es unir y mantener en fraternidad a los hermanos destinados a distintos trabajos (EEGG 27 §1). Cambiar los límites de la clausura e incluso suprimirla en un caso dado y por justa causa (EEGG 20 §2). Visitar frecuentemente las Casas filiales y en cuanto sea posible reunir a los hermanos para fomentar la mutua caridad (EEGG 182 §2). Procurar que, con ocasión del retiro o en otro tiempo oportuno, se tenga capítulo de renovación de vida, en el que los hermanos traten de aquellas cosas que parezcan necesarias y útiles para cultivar la vida religiosa de la casa y para incrementar la caridad fraterna (EEGG 8). Proponer los asuntos que se han de tratar en el capítulo local y comunicarlos previamente a la fraternidad (EEGG 193 §1). Convocar y presidir el capítulo local (CCGG 240 §1; EEGG 192; 208 §2). Presentar y someter a examen en el capítulo local los libros de cuentas de la administración económica (EEGG 208 §2). Vigilar diligentemente la administración de todos los bienes pertenecientes a la casa y cuidar el recto funcionamiento de la administración de los bienes temporales (CCGG 250). Prestar atención a que el ecónomo lleve la administración de los bienes bajo su dirección y dependencia (CCGG 246 §1). Atenerse a lo dispuesto por el capítulo provincial acerca de las enajenaciones y deudas (EEGG 204) y a lo dispuesto por el definitorio provincial acerca de los gastos extraordinarios (EEGG 202 §2). Atenerse a lo dispuesto por los EEPP acerca de la ejecución de trabajos en la casa (EEGG 202 §3). Cuidar de no gravar ni permitir que se grave a la casa con deudas onerosas u obligaciones económicas (EEGG 200). Evitar cuidadosamente toda suerte de acumulación de dinero (CCGG 82 §3). c. Competencias con respecto a sujetos externos a la fraternidad Enviar anualmente al Ministro provincial la relación sobre el estado de la fraternidad (EEGG 157 §2). Presentar al capítulo provincial y al nuevo guardián el inventario de los muebles de la casa y el del mobiliario sagrado de la iglesia, así como el registro de ingresos y gastos, firmada por el capítulo local o por el discretorio (EEGG 222 §1). Prestar ayuda espiritual a los hermanos y hermanas de la Tercera Orden Regular, así como a los Institutos seculares y Asociaciones de vida apostólica de inspiración franciscana, y promover la colaboración en las obras de evangelización (CCGG 59).

405 Prestar ayuda fraterna y caritativa a los hermanos y a las Provincias que, por circunstancias adversas, se encuentren en grave situación (EEGG 19 §2). No perder de vista las necesidades de los pobres (CCGG 82 §3). B. Con el capítulo local Las competencias del guardián, ejercidas con el capítulo local, se llevan a cabo de dos maneras distintas: con el consentimiento o con el consejo (CCGG 176; EEGG 193 §1; CIC 119). a. Competencias con el consentimiento del capítulo local Organizar debidamente la vida doméstica a fin de ir creando una fraternidad verdadera, real e íntima (CCGG 46). Señalar los límites de la clausura a tenor de los EEPP, y con la aprobación del Ministro provincial (EEGG 20 §1). Realizar gastos para los cuales –según determinación del definitorio provincial– se debe requerir el consentimiento del capítulo local (EEGG 202 §2). Enajenar bienes o contraer deudas según las disposiciones del capítulo provincial (EEGG 204). b. Competencias con el consejo del capítulo local Determinar las actividades que han de asumir los hermanos, teniendo en cuenta las necesidades reales de la sociedad, de la Iglesia, de la Orden y de cada uno de los hermanos, salva, empero, la facultad de los Ministros y de los guardianes de decidir y mandar qué obras hayan de escogerse y a qué hermanos hayan de encomendarse (CCGG 112 §2). Estimular y planificar la formación permanente, así como dotarla de los recursos necesarios, a tenor de los Estatutos (CCGG 137 §3). Permitir o no la aceptación de un oficio o cargo a un hermano a desempeñar fuera de la Orden (CCGG 180). N.B.: Más allá del consentimiento o consejo que debe dar el capítulo local, se debe tener siempre presente cuanto establecido en el art. 177 de las CCGG.: «un cuando el derecho no exija el requisito de pedir consentimiento o consejo,... los guardianes, en asuntos concernientes a la fraternidad, escuchen de buen grado a los hermanos y, aunque en estos casos la decisión les competa a ellos, no sean fáciles en desoír el parecer concorde de los hermanos». Para asegurar un fiel cumplimiento del papel del guardián y una rigurosa ejecución de sus competencias, nuestra legislación formula algunas peticiones y prevé también algunas penas en caso de incumplimiento de su cargo. C. Otras cuestiones a. Peticiones Las peticiones se dirigen tanto al Guardián como a cada hermano. Peticiones al Guardián: No asumir cargos que le impidan el debido cumplimiento del oficio, ni los Ministros se los impongan (EEGG 186). Proveer de modo que eventuales ausencias prolongadas, aprobadas por el Ministro provincial, no acarree perjuicio o incomodidad a los hermanos (EEGG 22 §1). En el caso de que deba alejarse de los límites del territorio de su fraternidad, aunque sea por breve tiempo, avise al que por derecho debe hacer sus veces (EEGG 22 §2). Principales peticiones a los hermanos: En estrecha unión con el guardián, esfuércense por construir la fraternidad «como familia unida en Cristo», en la que por encima de todo se busque y se ame a Dios (CCGG 45 §1).

406 Prestar de buena gana su ayuda al guardián, a quien se ha impuesto una carga mayor. Manifestarle sus opiniones y llevar a la práctica sus decisiones con espíritu de fe y generosidad de corazón (CCGG 45 §3). Someter la propia voluntad a la de su guardián «en todo lo que al Señor prometieron guardar» (CCGG 7 §1). b. Penas En cuanto a las penas previstas para los guardianes negligentes, véanse los arts. 208-210 de los EEGG. Por otra parte, también está previsto que el hermano que insultare gravemente a su guardián, o despreciare públicamente sus mandatos o conspirase contra su autoridad, sea castigado con penas proporcionadas a la gravedad de la culpa, no excluida, si el caso lo requiere, la inhabilidad temporal para todos los oficios y cargos en la Orden; y dé una satisfacción condigna (EEGG 207 §2). 3. Papel y competencias del capítulo local El derecho común confía la institución del capítulo local al poder discrecional del derecho propio (CIC 632). Por su parte, las Constituciones generales afirman que el capítulo local – formado exclusivamente por los hermanos solemnemente profesos (CCGG 242) – constituye el gobierno «fraterno» de la casa (CCGG 240 §1: 242). Y se subraya la expresión «gobierno fraterno», porque pone en evidencia un papel que no es estrictamente «jurisdiccional» del capítulo local, sino participativo y consultivo de la potestad ordinaria del guardián (CIC 633). Por lo tanto, al determinar el ámbito de su «autoridad», el derecho propio no podrá nunca confiarle un papel que suplante la potestad ordinaria del guardián. Y en esta óptica debe entenderse la normativa de las CCGG y de los EEGG. El papel del capítulo local, es genéricamente explicitado de la siguiente manera: Sopesar y promover, principalmente mediante el diálogo, lo que de común acuerdo ha de emprenderse, fomentar la concordia y la cooperación activa y responsable de todos, examinar y valorar las obras realizadas por la fraternidad o por cada hermano y tratar los asuntos de mayor importancia (CCGG 241). Organizar debidamente la vida doméstica, a fin de ir creando una fraternidad verdadera, real e íntima (CCGG 46). Tratar las cuestiones referentes al desarrollo del trabajo, de la evangelización y del cuidado pastoral; sobre todo solicitar con interés informes de cada uno de los trabajos, para construir y fomentar la comunión fraterna (EEGG 27 §2). A partir del papel del capítulo local, se desprenden una serie de competencias, en cuya ejecución actúa como autoridad suprema de la casa (raramente) o como organismo de participación –con voto deliberativo o consultivo– en la potestad ordinaria del guardián (en la casi totalidad de los casos). a. Como autoridad suprema, el capítulo local interviene: en la determinación del tiempo y demás circunstancias de la celebración eucarística y de la oración comunitaria, bien se trate de la Liturgia de las Horas o bien de la Palabra de Dios y de otras celebraciones conformes a la índole de la Orden (EEGG 8); en la determinación de las formas de penitencia acomodadas a las circunstancias de tiempos y lugares (EEGG 14); en todos los casos determinados por los Estatutos particulares (EEGG 192 §2). b. Como organismo de participación en la potestad ordinaria del guardián y, por tanto, de apoyo en el cumplimiento de sus competencias, el capítulo local interviene en todas aquellas situaciones ya señaladas anteriormente en el Apéndice I, letra b. N.B.: Los EEGG confían al capítulo local otro cometido a nivel provincial:

407 expresar el propio parecer sobre la admisión a las Órdenes (91); proponer oportunamente al Definitorio provincial algún asunto que estimare digno de estudio en el Capítulo provincial (160 §1). 4. Conclusión A modo de conclusión parece oportuno poner en evidencia algunas anotaciones conclusivas en pro de un correcto y constructivo ejercicio de los roles y competencias del guardián y del capítulo local en la vida de cada fraternidad. a. En primer lugar, no hay que olvidar la profunda relación –a la vez, de distinción y de complementariedad– que existe entre el papel del guardián y el del capítulo local. El guardián es el sujeto individual de la «potestas regiminis» ordinaria y propia (CIC 131 §§1-2) de la casa (CCGG 175 §3; CIC 608). En cambio, el capítulo local es normalmente un organismo de participación y colaboración en el ejercicio de la «potestas regiminis» del guardián (CIC 633; 129 §2). En efecto, el art. 175 §3 de las CCGG afirma: «El guardián rige la casa con potestad ordinaria él solo o con el capítulo local, y, respectivamente, en los casos determinados por el derecho, con el Discretorio, si lo hay, a tenor de estas Constituciones y de los Estatutos». Si el guardián «rige la casa con postestad ordinaria» (CCGG 175 §3), el capítulo local «constituye el gobierno “fraterno” de la casa» (CCGG 240 §1). Aquí encontramos la complementariedad entre el papel del guardián y el papel del capítulo local (como órgano de gobierno, de colaboración o de consulta y ayuda). b. Por otra parte, al guardián se le pide «el coraje de decidir» dentro del ámbito de sus competencias, asumiendo la responsabilidad –aunque sea gravosa– de sus decisiones. La indecisión, las dudas son ruinosas para la vida de la fraternidad. c. Al guardián se le pide también la superación de la tendencia a delegar al Ministro provincial lo que le corresponde por derecho. d. En fin, el guardián no debe olvidar nunca la dimensión franciscana del carisma de la autoridad, entendida como un servicio fraterno. De esta manera, la fidelidad evangélica, franciscana y jurídica del guardián a su papel garantiza el crecimiento espiritual y humano de la fraternidad que le ha sido confiada por el Señor.

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