Tomás Yaccino Conector Continental RdC. Juan José Barreda Toscano Coordinador Revista Del Camino

A veces el dicho "mejor tarde que nunca" cobra mucho sentido en la vida. A veces no. Pero en esta ocasión, después de leer el contenido de este No 11

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A veces el dicho "mejor tarde que nunca" cobra mucho sentido en la vida. A veces no. Pero en esta ocasión, después de leer el contenido de este No 11 de la revista electrónica Del Camino creemos que ese dicho tiene todo el sentido del mundo. El contenido es compartido por caminantes, amigos del Camino (RdC) de diversos contextos de nuestra querida América Latina y el Caribe. Ellos profundizan un tema tan importante como lo es la liturgia cristiana, tema que hoy en día eclipsa todo lo que tiene que ver con la iglesia local y su quehacer. Si preguntáramos a una persona que no es evangélica qué es lo que observa de la comunidad evangélica, o le preguntáramos de qué se trata eso de ser iglesia, muy probablemente mencionaría algo acerca de nuestra música, de los gestos simbólicos que tenemos, o inclusive podrían mencionar el "ruido" que hacemos en nuestros templos durante la semana. Para muchos la celebración del culto ha llegado a ser la marca de identidad de nuestras comunidades de fe. Ahora bien, reconocemos que la adoración no es meramente la actitud o la intención interna del corazón del cristiano, sino también es honrarle por la obediencia a Dios en el en el servicio, "hacer su voluntad" en todo momento. Pues, les motivamos a reflexionar sobre los textos presentados en este número para expandir nuestro entendimiento sobre la adoración y seguir trabajando por ser más y más coherentes en nuestra fe en Dios y en la participación en su misión redentora en este mundo. Por parte de la Red reconocemos que hemos fallado más veces de las que quisiéramos admitir en nuestra vida como comunidades de adoradores que honran a Dios en todo momento y circunstancia. Deseamos acompañarnos unos a otros en este caminar en el cual anhelamos rendir honor digno del Cordero en todo lo que somos, decimos y hacemos como su "cuerpo".

Tomás Yaccino Conector Continental RdC

Cada número de la Revista Del Camino es una oportunidad para seguir conociéndonos y aprender unos de los otros. Al oírnos aprendemos muchos más sobre nuestros propios mundos, sobre la realidad que los otros viven y cómo la interpretan. En la Red del Camino practicamos la multiforme gracia de Dios a través de nuestro compromiso a sostenernos, aconsejarnos y acompañarnos. Provenimos de diferentes tradiciones eclesiales, pertenecemos a diversas iglesias e inclusive tenemos puntos de vista diferentes respecto a muchos temas, e inclusive, tenemos diferentes niveles de formación teológica, de experiencia ministerial e inclusive de redacción de escritos. Pero todo esto lo ponemos en las manos de nuestro prójimo para que Dios se manifieste en su gracia y en el deseo compartido que tenemos de oírnos. El "oído atento", el y la lectora sabios observarán estos detalles que hacen a la Revista Del Camino un espacio fresco de diálogo desde las comunidades de fe. Es así que invitamos a leer estos artículos como una reflexión en voz alta que quiere acercarse a nosotros para conversar, como de alguien que quiere sentarse a tomar un café y compartir sus reflexiones de vida cristiana. Estas reflexiones son compartidas con el deseo de tener interlocutores, no simplemente oidores. Por ello es probable que nos encontremos con perspectivas que compartimos, con otras que no compartimos pero que aún así podemos tomar en cuenta porque nos reflejarán las caminatas de otros y otras en la vida de sus iglesias. Aceptar la exhortación es ejercitar una espiritualidad madura que nos permite seguir creciendo. Es hermoso encontrarse con alguien capaz de replantearse el ministerio y gozarse con los testimonios de otros y otras que nos animan a seguir confiando en el Espíritu de vida. Deseamos que este número sea de bendición para nosotros. Les animamos a difundirla electrónicamente y usarla en sus iglesia.

Juan José Barreda Toscano Coordinador Revista Del Camino

Un grito para nuestro tiempo Sin duda, la iglesia en América Latina sabe celebrar en sus cultos. La música, la alabanza, el gozo conmueven y levantan el ánimo. A pesar de los problemas cotidianos que nos abruman sabemos cómo regocijarnos en la gracia de Dios, en la provisión de Dios. ¿Quién no se gozaría, quién no celebrará al escuchar testimonios de vidas transformadas por el evangelio? En verdad son momentos que nos llenan, que nos animan, que nos permiten "dejar los problemas por un lado y entrar en la presencia del Señor". Sin embargo, es precisamente allí donde nace una inquietud: ¿Por qué "dejar" los problemas por un lado al entrar en la presencia de Dios? Resulta que a menudo los momentos de adoración están completamente divorciados de nuestra realidad. Vivo en Guatemala, un país donde la violencia cobra tantas vidas hoy como hizo el conflicto armado de los 80’s. Pastoreo una iglesia pequeña donde los miembros siguen siendo extorsionados por el crimen organizado, y no porque sean ricos. El extorsionado es un dueño de un microbús, o un hermano con deficiencia renal no tiene acceso al tratamiento de diálisis por falta de recursos económicos, o una familia que lucha con la realidad de que su hija fue violada, o lo es aquella familia que hace unos años atrás pagó por el rescate de su hijo secuestrado y que nunca les fue devuelto. ¿Cómo entrar en la presencia de Dios con nuestros dolores, nuestras preguntas, nuestras frustraciones, nuestras inconformidades y nuestros enojos? La Biblia nos ofrece una manera auténtica de expresar esas emociones y de dialogar con Dios mismo. Los Salmos de lamento son una herramienta valiosa para orientar la adoración de nuestros cultos en una manera realista. Lo que estoy aprendiendo es que necesitamos el lamento, el gemir y el llanto como parte de nuestra

experiencia al congregarnos como pueblo de Dios sin dejar los momentos de celebración. David, el hombre según el corazón de Dios, supo llorar. En su Salmo 22 reclama: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? Lejos estás para salvarme, lejos de mis palabras de lamento. Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo. Sociólogos han notado que el sentido de abandono es una característica de nuestro mundo posmoderno. Después del Holocausto en Europa, del genocidio en Ruanda o el de Guatemala, de desastres como los terremotos de Chile o de Japón –sólo para mencionar unos momentos históricos de muchos– la sociedad posmoderna se siente sola. Clamamos y solamente escuchamos un silencio escalofriante. La Biblia no sugiere que nos olvidemos de nuestros problemas, o que finjamos ser más "espirituales" de lo que somos. Al contrario, la Biblia nos invita a dirigir nuestro lamento, nuestro gemir, nuestro llanto a Dios. Como género literario es impresionante ver la cantidad de Salmos de lamento, tanto lamentos personales como los comunitarios, en el salterio del pueblo de Dios. Debemos recuperar esa parte de nuestra herencia bíblica. La experiencia de David en el Salmo 22 es sumamente intensa. Se compara con un gusano (v. 6), compara a sus enemigos como toros salvajes (v. 12), como leones (v. 13), como perros (v. 16). Tanta es la depresión que su corazón se ha vuelto como cera, y se derrite en sus entrañas (v. 14). Se ha hundido en el polvo de la muerte (v. 15). Sin embargo, David sigue clamando: "... no te alejes... ven pronto... libra mi vida... rescátame... sálvame” (vv.19.20). Y lo hace con la firme convicción que Dios "... no desprecia ni

tiene en poco el sufrimiento del pobre; no esconde de él su rostro, sino que lo escucha cuando a él clama" (v. 24). Aprender a orar los Salmos nos ayudaría a responder a nuestra situación con una fe realista, con nuestras rodillas bien plantadas sobre la tierra. Es muy significativo que siglos después que David escribiera el Salmo 22, en las afueras de Jerusalén, el Hijo de David oró las mismas palabras desde una cruz romana, con labios resecos en un momento de abandono total. Jesús, quien tenía una vida emocional sana, una psicología perfecta que en ningún momento conoció el desequilibrio personal por falta de integridad espiritual, llegó a una depresión sumamente profunda; una depresión sin paralelos en la experiencia humana. Sin duda hay una razón teológica por lo que sufrió en la cruz, sin embargo, no podemos minimizar su experiencia emocional y psicológica como persona. El evangelio del lamento de Jesús nos asegura que hay alguien que nos entiende en los momentos de soledad, de abandono. Hay alguien que sabe qué significa entrar en la "noche oscura del alma" como decía San Juan de la Cruz. Hay alguien que ha experimentado la angustia del silencio de Dios en momentos en que más lo necesitamos. Alguien que pasó por ese valle oscuro de la ausencia de Dios. Es precisamente allí que Cristo gritó "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?". Gritó. Jesús había sido exprimido en el Getsemaní, no gritó allí. Aguantó la burla y el látigo de los soldados sin gritar. Cuando lo clavaron a la cruz se sometió sin gritar. ¿Por qué gritar ahora cuando la única cosa que le faltaba era terminar todo y morir? ¿Qué clase de sufrimiento es esa que los evangelistas dejan sus palabras en su idioma

materno? ¿Acaso no les había enseñado a sus discípulos que no tenían que temer a los que podía matar al cuerpo? Aquí en el misterio del Gólgota aprendemos que no tenemos a un Dios que está ajeno del dolor humano, sino que entró en la profundidad de nuestro dolor. Aquí encontramos a un Salvador que, por su propia experiencia se hace solidario con la mujer, con el niño, con el joven que día tras día experimenta el abandono y la soledad. Y cuando uno piensa que ya no puede más de repente ese Hombre de dolores aparece de sorpresa y le extiende la mano, una mano traspasada, por amor solidario. Desde la experiencia de abandono Jesucristo nuestro buen Pastor nos lleva otra vez a los pastos verdes del Salmo 23. Nos asegura que si vamos por valles tenebrosos de la sombra de la muerte no tenemos por qué temer peligro alguno, porque él está a nuestro lado y tenemos la certeza de que es cierto, porque él mismo pasó por ese valle tal como nos explica el Salmo 22. ¡El grito de abandono del viernes santo se convierte en un grito de victoria el domingo de la resurrección! Pero, no podemos cantar el domingo si no hemos aprendido a llorar el viernes. Al aprender a lamentar, a gemir y a llorar nuestra celebración recobrará más sentido en este mundo de dolor. Aún más, podemos compartir el mensaje de una esperanza auténtica porque nace en medio del lamento, del gemir y del llanto.

Carlos Herfst RdC Guatemala Seminario Evangélica Presbiteriano

Prédica Dios: el centro de la adoración Salmo 62 Lo esencial es lo que pertenece a nuestra naturaleza misma como seres humanos. Tal y como lo esencial en un carro es transportar, de una nevera enfriar, de un televisor proyectar imágenes, de un libro comunicar una historia o mensaje, de una vela que alumbre, los seres humanos somos adoradores. Nos define. Fuimos creado, diseñados, fabricados para adorar. La adoración implica un asombro. En la adoración admiramos la gloria de Dios, presentamos delante de él nuestros anhelos, nuestras pasiones supremas, nuestras aspiraciones, aquellas que consideramos las más importantes en la vida. Eso que aprecio de manera suprema, ante lo que me postro, donde mi mente se va, y cuando pienso en ello (medito, contemplo) me transporta, me llena, me asombra, me maravilla. Esa sensación de “wow”. Somos adoradores por naturaleza. Y a lo que adoro, le sirvo y me forma, me moldea. Soy lo que soy y como soy por lo que adoro. Eso me domina, hacia eso proyecto mis sueños y anhelos. Por ejemplo, adoro a mi mujer, casa, trabajo, cuerpo, dinero, familia, a mí mismo, hasta a un animal o planta. Es interesante ver las cosas que llegamos a adorar cuando Dios no está en el centro de la vida. Y eso que adoramos servimos, y a lo que servimos nos moldea. Convertirse en cristiano no es convertirse en adorador, sino que es una transferencia de la adoración. Antes valorábamos como suprema a personas, objetos, sueños o ideales, cosas a las que servíamos, que nos inspiraban y nos dominaban. La conversión es el proceso a través del cual se

abren nuestros ojos para ver que todo eso era sólo sombra de lo que realmente buscamos y necesitamos, que no hacían más que mostrarnos algo más grande y supremo que realmente es Dios. Y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad. Con Moisés tuvimos gracia, con Jesús, gracia sobre gracia (Jn 1:16.17). Porque si lo que se desvanece fue con gloria, mucho más es con gloria lo que permanece... Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu (2 Cor 3:11-18). En los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios (2 Cor 4:4). La adoración cristiana es "la respuesta guiada por el Espíritu a lo que creemos acerca de lo que Dios ha dicho y hecho”. Cuánto más conozco a Dios más aprendo de su persona y sus obras, mi vida se llena de asombro, se maravilla y lo expreso con palabras, canto, arte, movimiento, poesía, etc. Sobre todo con mi estilo de vida. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren (Jn 4:24). Adoración se expresa individual y comunitariamente. La iglesia es una comunidad de adoradores. Todo lo que dice y hace fluye de su adoración al Dios Trino (Padre, Hijo y Espíritu

Santo). En el culto nos reunimos bajo la dirección del Espíritu Santo y somos guiados a expresar de diversas formas el valor que tiene Dios para nosotros, adorándole como nuestro Rey, diseñador, creador y Gobernador de todas las cosas. Un ejemplo de un adorador por excelente es David. Conocemos el lado adorador de David a través de los Salmos. Pero es interesante ver lo esencial que fue la adoración para David no sólo en sus cantos, sino en su gobierno, como Rey. El libro de 1 Crónicas no es sólo un recuento de la monarquía, sino de lo central de la adoración a Dios en el reinado de David que a su vez preparó el camino para Salomón. La centralidad del Templo. Su primera tarea en el mando fue traer el arca al centro de la vida nacional. Su sueño supremo fue construir el templo. No le fue permitido, pero dedicó años haciendo los preparativos para dejar todo listo para que su hijo Salomón lo construya. Los capítulos desde 1 Crón 21 hasta 2 Crón 7 presentan la preparación y la ejecución de la construcción del templo. Entonces el rey David se puso en pie y dijo: Escuchadme, hermanos míos y pueblo mío; había pensado edificar una casa permanente para el arca del pacto del SEÑOR y para estrado de nuestro Dios. Así había hecho arreglos para edificarla. Pero Dios me dijo: "No edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra y has derramado mucha sangre... Y de todos mis hijos (porque el SEÑOR me ha dado muchos hijos), El ha

escogido a mi hijo Salomón para que se siente en el trono del reino del SEÑOR sobre Israel. Y El me dijo: "Tu hijo Salomón es quien edificará mi casa y mis atrios; porque lo he escogido por hijo mío, y yo le seré por padre. En cuanto a ti, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele de todo corazón y con ánimo dispuesto; porque el SEÑOR escudriña todos los corazones, y entiende todo intento de los pensamientos. Si le buscas, El te dejará encontrarle; pero si le abandonas, El te rechazará para siempre. Ahora pues, considera que el SEÑOR te ha escogido para edificar una casa para el santuario; esfuérzate y hazla (1 Crón 28:210). Cuando pensamos en adoración comunitaria ("el culto"), pensamos en tres aspectos: a) La estructura del culto – Cómo se organiza: "Liturgia" además de significar el trabajo del pueblo (de Dios) significa el orden del culto o encuentro entre los seguidores. No hay una estructura u orden mejor que otra. Se trata en buena medida de gustos y tradiciones. Unos dedican más o menos tiempo al canto, otros siguen un calendario anual. Están quienes usan cruces y tienen la mesa de la Cena en el centro, algunos tienen también el púlpito en el medio. Unos celebran la Cena una vez por semana, otros una vez por mes. Unos hacen un programa para cada culto, otros son más espontáneos. b) El Estilo, Ambiente o Atmósfera en el que la estructura de la adoración se lleva a cabo puede ser formal o casual; tradicional o contemporánea. Muchas de las divisiones tienen que ver con estructura y estilo del contexto y de los líderes. c) Lo fundamental es el contenido ("verdad") y la actitud y motivación ("espíritu"). Eso no es negociable (“como nos guste”). La adoración cristiana tiene un contenido claro: Dios, Cristo, como él se ha dado a conocer, de acuerdo a Su Palabra; Sus obras, su creación, su redención, su pacto, sus promesas. Es decir, la adoración se trata primordialmente de

él. Dice un autor: "él es el objeto y sujeto de la adoración". Hay una canción que dice: "no se trata de mi, se trata de ti". O sea, no adoro "para sentirme bien" (aunque es sucede cuando adoro correctamente), sino que la adoración consiste en expresar mi fe en él, lo mucho que lo amo y lo valoro. La idea es que Dios sea reconocido. Y como la adoración alimenta el alma también, es importante tenga sustancia (efecto didáctico). Pero también es fundamental (no negociable), la actitud con la que adoro: confesión, humildad, de corazón (no de boca o por rutina). Por eso nos debemos preparar para entrar en su presencia en adoración, y por eso los ministros de adoración deben preparase bien cuando dirigen al pueblo en adoración (sea canto, música, danza, lectura, enseñanza). *Quiero que veamos un ejemplo con el Salmo 62. Vv.1-7, lo que Dios es para mí y la necesidad que me lleva a Dios. Dios es real para mí. Mi experiencia con Dios. Mi propia vivencia espiritual. Por ejemplo, cuando prepara una prédica o para dirigir la alabanza, medito mucho en esa semana sobre la verdad que estaré comunicando. Me apropio de eso. No es correcto pararse ahí y tocar o cantar algo que no tenga mucho sentido para mí, que no es real en mí. Cantantes: Averigüen más sobre los cantos. Mediten en ellos. Directores: Mediten, adéntrense, pidan la guía del Espíritu. Músicos: Tienen que preparar sus corazones, pedir ser instrumentos de Dios. Se nota. Cuando no tengo nada que decir el canto es vacío de vivencia. Cuando el corazón está ajeno se puede advertir. Jesús hace eco de los profetas cuando denuncia: "Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mi" (Mc.7). Vv.8-10, llamado al publico a la adoración. "Derramar su corazón delante de Dios". Se trata del momento en que ministramos al pueblo, cuando lo invitamos a estar delante de Dios. El ministro de adoración invita a partir de su propia experiencia. A la misma vez exhorta con el canto o la palabra. Aquí invitamos a confiar en Dios y no en ganancias

deshonestas o lo vano del mundo. Como ministros de adoración debemos de reflexionar acerca de qué mensaje queremos comunicar al pueblo con lo que cantamos, a qué lo invitamos realmente. Vv.11-12, el objeto supremo de adoración es Dios mismo. Confesar su grandeza, su poder, su misericordia. Celebrarlo a él. Por eso es tan importante que sea “en espíritu y verdad”. Necesitamos conocer más de él a través de su Palabra. El cantante, el artista, el músico cristianos tienen que estar metidos en la Palabra de Dios. Lamentablemente, estamos muy faltos de ello en estos tiempos. El canto es tan vacío de contenido. O sea, "la avipa" ta bien pa un can, pero por favor. Y "Písale la cabeza al diablo"... Seamos un poco más críticos en nuestra selección en este sentido. De nuevo, contenido y corazón. Hoy muchos artistas buscan que "pegar" un disco y el arte cristiano se ha convertido en un mercado de lucro. No puedo terminar sin un elemento más: el culto sin justicia social es pura hipocresía. "El culto cristiano que no es una expresión de todo un trabajo y de toda una vida de compromiso con el servicio, la compasión y la justicia social, es una acto de hipocresía". Aborrezco, desprecio vuestras fiestas, tampoco me agradan vuestras asambleas solemnes. Aunque me

ofrezcáis holocaustos y vuestras ofrendas de grano, no los aceptaré; ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales cebados. Aparta de mí el ruido de tus cánticos, pues no escucharé siquiera la música de tus arpas. Pero corra el juicio como las aguas y la justicia como una corriente inagotable (Am 5:21-24; cf. Is 1:12-17). Cuando nos reunimos en comunidad como pueblo de Dios para expresar nuestra adoración al Rey es clave que nuestras vidas reflejen el amor y justicia de Dios. Lo que somos, lo que decimos y lo que hacemos comunican nuestra adoración, especialmente con relación a las personas que son marginadas por la sociedad. Si logramos un culto "bomba" con todos los elementos ejecutados a la perfección resultando en una catarsis espiritual de los miembros, pero encontramos evidencias del reinado de Dios revelados por nuestra manera de vivir, de relacionarnos y de servir, para nada sirve. Más allá de poner en orden nuestros encuentros en los cuales expresamos nuestra sincera adoración a Dios colectivamente, debemos amarnos unos a los otros, motivarnos unos a los otros a vivir como seguidores de Jesús. ¡Busquemos que adorar en justicia y verdad!

Robert Guerrero RdC República Dominicana

La conformación de la noción del "Cuerpo de Cristo" en la liturgia Definitivamente en estos días nos encontramos con el desafío de re-imaginar la iglesia. La iglesia es un "sueño" en el buen sentido de la palabra, un andar de relaciones en proceso de entenderse a sí misma. En el Nuevo Testamento encontramos varias alusiones a la iglesia como "el cuerpo de Cristo" (Rom 12,5; 1 Cor 10,16; 12,27; Ef 3,6; 4,12.15-16; 4,23). El sentido que tiene la imagen está relacionada con la comunión --y no simplemente unidad-- e interdependencia de los seguidores de Jesús el Cristo. Detrás de esta imagen está el deseo que los seguidores de Jesús vivan en armonía y consecuentemente con su "cabeza", por lo que esta es una propuesta a transitarse. Se es "cuerpo de Cristo" cuando se vivencia las relaciones de amor, los compromisos y las búsquedas que tuvo y tiene Jesús de Nazaret. No se trata de cualquier "cuerpo" o de cualquier condición de vida comunitaria, es el cuerpo de Jesús, esta afirmación no es una obviedad. A menudo hablamos de Jesús sin preguntarnos si este Jesús es aquel presentado por los

Evangelios u otro Jesús que en muchas maneras está en abierta oposición al Jesús de los Evangelios. Por otro lado, se ha discutido mucho si esta imagen de cuerpo y de Cristo como la "cabeza" refiere a éste último como la máxima autoridad del cuerpo o como la "fuente" de quien procede el cuerpo, pero lo más probable es que se refiera a lo primero. Sin embargo, no se trata de un "motivador elocuente" que nos dice: ¡"vamos adelante"!, pero que no ha transitado los caminos que debemos recorrer, o que no nos acompaña en dicho recorrido. La vida de Jesús atraviesa toda la idea de "cuerpo" por lo que es imprescindible pensar en qué Cristo seguimos al preguntarnos qué iglesia deseamos ser. Si la vida, y no solamente la idea, de Jesús es la que nos atraviesa y da consistencia a nuestra vida como "cuerpo", debemos de pensar en él a partir de sus búsquedas, sus opciones de vida, sus "posiciones", sus enseñanzas, sus acciones... Hay muchos gestos, "lugares", silencios, conflictos y "caminos llanos", con los que Jesús se relaciona y nos comunica su experiencia de lo que es ser su "cuerpo". Su opción por los pobres y excluidos de la tierra es evidente en su vida. Sus enseñanzas vinculadas a un reinado de Dios como relaciones de amor y justicia están presentes en sus sanidades, en su enseñanzas públicas, en la multiplicación de los panes. Pronto Jesús incluye a varios seguidoras y seguidores en su misión, deja de ser la tarea de uno y es la de ellas y ellos, de la comunidad. Así, desde la comunidad de fe y con perspectivas de servicio liberador se acerca al pueblo para comunicarle como cuerpo las buenas nuevas. No es lo mismo concebir el seguimiento de Jesús como individuos a hacerlo como comunidad. Las dinámicas internas, los tiempos, las implicancias que requiere de cada uno, así como las posibilidades en ambos son diferentes. La comunidad de fe no es la suma de individuos. La ilustración de Pablo referente a los dones señala bien esto (1 Cor 12:12-26), se debe pensar en la unidad como una realidad que supera la integración de nuevas personas a un centro ya definido e inamovible. La liturgia del cuerpo de Cristo es un estado, es un "lugar" construido por vidas (cf. Apoc 21 y la nueva Jerusalén).

Liturgia es la vida que responde a la vida de Jesús, y que por ello, lo sigue, lo glorifica y lo anuncia. Pensar que la liturgia es un "tiempo" en el servicio dominical nos conduce a excluir a Dios en el resto de nuestras vidas; no solamente en el sentido de "no querer adorarle en todo", sino también cuando creemos que no lo hacemos en otras acciones de servicio fuera del domingo. Le damos culto con un plato de comida al prójimo. Con un abrazo de reconciliación con quienes estamos peleados. Dios se glorifica con el empeño que le ponemos al ir a trabajar todos los días. La liturgia cristiana es esencialmente social aún cuando podamos desarrollarla personalmente. No dejamos de estar influenciados por nuestros mundos y sus concepciones por el hecho de estar solos en casa. Así, cuando oramos de rodillas lo hacemos porque culturalmente lo hemos aprendido así, y el estar de rodillas tiene un significado de humillación y veneración en nuestra cultura. Por otro lado, la liturgia siempre tiene dimensiones sociales pero no por ello son buenas. Está muy instalado el modelo de un director de culto, y lamentablemente, también que los músicos estén adelante cual banda de rock. Lo que esto evidencia es que muy probablemente no tenemos plena conciencia de lo que comunican las dinámicas grupales, los colores, la disposición de la gente en el culto, y otros. Así como sucedió en un momento que se pensó que la música no importaba y que lo único importante era la letra de las canciones, igualmente hoy se presta poca atención a la disposición de los asientos, a las personas que ocupan un lugar central en los grupos, a las dinámicas en el desarrollo del culto, muchas veces contraponiéndose al mensaje predicado o enseñado, y aún a la misma letra de los temas. Los métodos y las dinámicas de los cultos generan comunidad o la degeneran. Los métodos son también contenidos, hablan tanto o más poderosamente de lo que creemos y somos, no son independientes unos de los otros. Pensando en otros aspectos, la liturgia ha estado disociada del discipulado. Mientras que hablamos de "integralidad" y de un mensaje "contextual" en la música, las dinámicas grupales, la decoración de los lugares y su misma

construcción se ven claramente perspectivas "espiritualizantes", "foráneas", "alienantes y excluyentes" que se contraponen a lo primero. En el estudio bíblico se habla de una misión integral u holística, y en la liturgia se cantan canciones "espiritualizantes", "alienantes del propio contexto", con un fuerte matiz foráneo-imperio, individualista, e incluso "¡¡con acento mexicano!! (imitando a algunos empresarios de la liturgia contemporánea). Difícilmente se podrá hablar de cuerpo de Cristo cuando estamos negándonos a nosotros mismos. Será imposible pensar en comunión cuando incentivamos la esquizofrenia religiosa. Estas situaciones no suceden en todos los casos de forma consciente e intencional. Como nos ha pasado a muchas iglesias, los cambios los hemos ido viviendo a partir de diferentes realidades ministeriales. Hemos ido aprendiendo en el camino y allí el Espíritu santo nos ha venido mostrando su voluntad y nos ha guiado. Mi análisis no apunta a maltratar a quienes se encuentran en estas vicisitudes, más sí a animarnos a fortalecer nuestra fe en el Señor desde un seguimiento leal a su persona y sus enseñanzas. Aquí les

comparto algunos puntos sobre los cuales podremos meditar en la búsqueda de la conformación del cuerpo de Cristo. 1. El "día del Señor" Los seres humanos estamos inmersos en el tiempo y en la historia. No podemos ser a-temporales ni a-históricos aun si nos lo propusiéramos. Por más fantasía que haya del ser humano de controlar las cosas sabemos que las podemos controlar del todo. En los testimonios bíblicos una y otra vez puede percibirse la idea fundamental de Dios como el Señor de la historia. La resurrección de Jesús repercutió también en la comprensión del tiempo. Siguiendo los designios divinos sobre la humanidad, la iglesia celebra el primer día de la semana lo que antes era el shabbat (sábado). El Día del Señor es el día en el que Jesús es resucitado y con el cambio de día la iglesia señala su compromiso radical con la gracia de Dios. Ya no debe descansarse después de seis días de trabajo sino que se debe empezar descansando y celebrando por la soberanía de Dios sobre la historia. La resurrección nos habla de la victoria sobre la injusticia, nos habla de la vida que se sobrepone al asesinato del justo. La iglesia declara que la vida cristiana no es producto del trabajo, sino de la obra de Dios; se trabaja porque Cristo reina y no para que Cristo reine. Así, el descanso en domingo es una práctica ordenada por Dios para permitirse fortalecer la esperanza. Pero también es un precepto que nos lleva a experimentar el señorío de

Jesucristo y hacer a un lado nuestras soberbias. Aun en la obra de Dios, quienes trabajan arduamente pueden cometer el error de creer que los logros en la vida dependen de sus esfuerzos. El Día del Señor nos habla de Jesús como Señor y nos obliga a empezar la semana deteniéndonos a examinar su presencia y su señorío. En este sentido, no hay justificación alguna para el Día del Señor sea un día desgastante para los siervos de Dios quienes deberíamos de dar testimonio de nuestra fe en el Señor a través del descanso, del dejar de hacer, del tiempo de meditar en paz, estar en familia, disfrutar del reinado de Dios en comunión festiva. No hay cuerpo sin tiempo para conocerse, tampoco lo hay sin noción de que se es el cuerpo de Cristo. Así, el culto dominical no es como cualquier otro culto, en él expresamos nuestra sentido de pertenencia a un pueblo separado por Dios, aquel que le sigue. Es por ello que allí nos hermanamos con Dios como nuestro Padre. Es así que orando juntos practicamos la preocupación de unos con los otros, en la ofrenda ejercemos la entrega a Dios y nuestra solidaridad con los más necesitados. 2. Si somos "cuerpo" busquemos que las relaciones de poder se desarrollen como "cuerpo". El poder no es una cosa que se posee. Tiene una naturaleza dinámica y está vinculada a posiciones sociales, a condiciones económicas, pero sobre todo, a relaciones humanas. Una visión paternalista de las relaciones entre los hermanos y hermanas en la iglesia pone mucho peso en la responsabilidad de los pastores, pero también hace que la congregación se vea como "infantes". La imagen del "pastor" y las "ovejas" es sólo eso, una imagen y habla del cuidado de unos por los otros en relaciones pastorales. Pero están quienes lo llevan al plano de sentirse "dueños" de las ovejas y generan relaciones de dependencia tal que concentran gran poder sobre los demás. La noción de la iglesia como el cuerpo de Cristo nos exhorta a pensar en nuestras las relaciones de poder. Estas relaciones de poder se desarrollan fuertemente en las celebraciones litúrgicas (los cultos). Pensemos que uno de las

prácticas fundamentales de la vida de nuestras iglesias es la enseñanza y predicación de las Escrituras. Si advertimos que en la mayoría de nuestras iglesia el culto en el que todos nos reunimos es visto como un momento central donde oramos para que Dios "nos hable", nos daremos cuenta que la persona que predica no solamente tendrá una gran responsabilidad, sino también una posición de mucha influencia debido al poder que se le concede. Así, la noción de cuerpo en la que es Cristo la cabeza precisa no perder de vista que los pastores y pastoras son parte del cuerpo y no la cabeza, que no es suficiente que no se es la cabeza sino que es vital no desarrollar un ministerio en el que lo seamos en la práctica. La predicación e interpretación de la Palabra de Dios le pertenece a la comunidad de fe, por lo que la apertura de diversos espacios y de diversas personas generará una noción de cuerpo cuya unión está en Dios. Así, la iglesia de seguidores de Cristo es su cuerpo y no el cuerpo de uno o unos pocos "líderes" de la iglesia. En la misma línea debemos de considerar la administración de los sacramentos como la Santa Cena y el bautismo. Preguntémonos, ¿por qué bautizan en la iglesia solamente los pastores y pastoras? Pensemos, ¿por qué ministran la Santa Cena solamente algunos pocos, siempre ellos? En esta misma línea habría que preguntarse lo mismo respecto a quienes "lideran" la liturgia los domingos, ¿es el criterio de cantar lindo, de ser extrovertidos, etc., las razones por las cuales no se pueden desarrollar dinámicas de conducción más inclusivas? ¿Cuáles son los criterios por los que nos guiamos para pensar en alguien como guía de la liturgia dominical? ¿Está presente la noción de ejercitar la idea de cuerpo de Cristo en la que todos somos parte y no cabezas?

3. La teología comunicada por las construcciones y disposiciones de los lugares. Las construcciones edilicias hablan de la concepción de iglesia y de liturgia que tenemos. Si el edificio no tuviera importancia no gastaríamos tanto dinero en ellas. Tiene importancia. Los escenarios en alto no están dispuesto así simplemente para que la gente vea al predicador, también señalan la importancia que tiene el oficio de predicar la palabra de Dios. Pero también la altura puede interpretarse como una posición sobre los demás, y más todavía cuando es lugar es ocupado por las mismas personas selectas. Los evangélicos hemos hablado de la iglesia (comunidad de personas que siguen a Jesús) como el cuerpo de Cristo, pero gastamos fortunas en las construcciones edilicias y miserias en bendecir a la verdadera iglesia. Donde están nuestras riquezas allí está nuestro corazón. Los lugares comunican tanto o más que las argumentaciones verbales. La disposición de los asientos en un templo nos dice cómo debemos comportarnos y qué debemos esperar de un culto. Cualquier persona que entra por primera vez a un templo observará que hay un lugar frente a todos y sabrá que de ahí se habla. Observará que las disposiciones de los asientos uno detrás del otro están puestos para que oigan y para seguir, pero no para participar activamente como responsables del culto. Es difícil sentirse cuerpo unido cuando se nos toma como una apéndice prescindible. No es lo mismo ser uno solo al frente y ser muchos más del otro lado observando, oyendo y siguiendo. No es casualidad que el término "líder" se haya infiltrado en nuestras iglesias (contrariamente a términos como "ministro", "siervo", "diácono" usados en el Nuevo Testamento). Conscientes de esto precisamos volver a

analizar nuestras construcciones, las disposiciones de los lugares, etc., porque con ello creamos o distorsionamos la noción de cuerpo de Cristo y de Jesús como cabeza de la iglesia. No quisiera que se piense que estoy desconociendo que hay personas sabías y consagradas a quienes Dios llama especialmente para ciertas tareas de mayor responsabilidad. Pero es precisamente por esto que debemos ser cautelosos en no distorsionar el servicio y llevarlo al liderazgo, debemos de conservar la humildad y advertir que aún los "escenarios" que construimos son leídos teológicamente, y que pueden ser una tentación para posicionarse donde no se debe estar. Esto me hace pensar en la sabiduría o falta de ella que hay en poner a los músicos frente a toda la congregación. ¿De dónde hemos adoptado esos modelos? ¿Qué comunican esas disposiciones en un concierto de rock o una sinfónica y qué comunica en un culto? ¿Qué queremos comunicar al otorgarles tal protagonismo? La disposición de los asientos nos habla también de lo que queremos comunicar en el culto. En la mayoría de los casos neotestamentarios las iglesias surgen y se desarrollan en las casas. El tiempo en que se reunieron en el templo no duró mucho y su salida de allí no fue meramente circunstancial, sino que también es producto de la elaboración de lo que era la iglesia. Mujeres, gentiles, personas con capacidades diferentes, etc., formaban parte del cuerpo de Cristo en un mismo lugar que los demás por lo que la iglesia no podría congregarse en el Templo de Jerusalén si quería ser leal a Jesús. La forma en que disponemos los asientos en asientos unos detrás de otros corresponden a prácticas de naturaleza diferente a la iglesia. La iglesia no celebra el culto como "auditorio". Tampoco como un aula universitaria donde el académico pasa al frente como quien más sabe y los demás son "a-lumnos" (sin luz). No somos oyentes de quien tiene la verdad y es solamente él guiado por el Espíritu. En esa disposición no necesitamos saber a quién tenemos detrás porque todo gira en torno a ese alguien y la noción de cuerpo como comunidad intra-relacionada se pierde. Con esa disposición le decimos a los hermanos que deben de venir a oír

pero no necesariamente a aprender y a compartir del y con el hermano y hermana. Ellos no son "responsables" del culto, sino "seguidores" y "seguidoras" de quienes lideran. Así, la noción de cuerpo se disipa, o peor aún, se distorsiona aún en modelos que se contraponen al mensaje del Nuevo Testamento. Esta disposición de las personas (no debe de decirse de los asientos) correrán el riesgo de ser todavía más alienantes cuando se trate de grupos grandes. Algunos han encontrado una buena manera de generar y enriquecer la noción del cuerpo de Cristo en la disposición semicircular de los asientos y en la organización de culto multiparticipativo y planificado. Es decir, en la que todos pueden mirarse al ubicarse en semicírculos. Otros siguen usando las filas unas detrás de las otras, pero al tener sillas pueden desarrollar en el culto momentos de oración en la que los asientos pueden disponerse en círculos pequeños y compartir tiempos de oración y testimonio. También pueden desarrollarse tiempos de reflexión bíblica en la que intercambian opiniones y disfrutan de la multiforme gracia de Dios al oír al hermano y la hermana. Algunos han hecho a un lado los atrios altos y han bajado los púlpitos disponiéndose a la misma altura que el resto de la gente. También se puede ver

esto en la centralidad de los símbolos de la Santa Cena en el medio de la congregación (y no simplemente delante), aportando la idea de estar reunidos en torno a Jesús y a la comunión de la mesa. Estas prácticas y disposiciones pueden ayudar a ser más horizontales y relacionales, a animar a la participación y responsabilidad compartida de la liturgia de forma programada pero con espacios para la espontaneidad. 4. Podemos ser "cuerpo" si tocamos nuestros "cuerpos". La idea de cuerpo está relacionado con la amistad. La amistad ha sido devaluada, lo sé, pero precisamos recuperar su importancia en la iglesia. En el Evangelio de Juan Jesús les dice a sus discípulos que los llamará amigos. No se los dice de entrada, sino después de un buen tiempo de pasar juntos. Hay obviedades que olvidamos, por ejemplo, ¿cómo llegaron a ser amigos los discípulos y Jesús? ¿No sería compartiendo la vida juntos? Pensando en la actualidad, ¿qué hay más litúrgico que festejar el cumpleaños de alguien agasajándolo como familia en la fe con una rica comida, escuchando música juntos, cantando o, si están de acuerdo como en nuestra iglesia, bailando juntos, abrazándonos por el baile o con la sonrisa? Esto todavía es más poderoso cuando formamos parte de una enorme ciudad en la que las relaciones humanas se deterioran tanto por relaciones impersonales, por el secuestro del tiempo, por el individualismo. No se trata de estar solamente cuando la otra persona sufre, también hay que compartir la alegría, las esperanzas... Quizás no sea igual que cuando estás triste, pero la alegría es tal cuando hay con quien vivirla. ¿Cómo puede ayudar la liturgia en todo esto? Yo creo que hay que resignificar muchas cosas y cambiar radicalmente otras. Reconocer explícita e intencionalmente sagrados nuestras vivencias y prácticas como iglesia. Que

nuestras fiestas de cumpleaños sean declaradas cúlticas. Que nuestros almuerzos dominicales como familia en la fe sean compartidos con aquel que está solo o que no tiene para alimentarse, y que esta práctica sea declarada también litúrgica. Que dejemos por un momento de llamarnos "hermano" y "hermana", y que aprendamos los nombres de quienes son con nosotros el cuerpo de Cristo. En todo caso, que usemos la designación hermano o hermana cuando nos hayamos hermanado realmente. Que nos prohibamos el uso de este nombre si no lo vivimos desde una construcción de relaciones. Yo creo que ayuda mucho las dinámicas en las que podemos concebirnos como un solo cuerpo, en la que tomamos conciencia de la dependencia de unos hacia los otros. Por ejemplo, ayuda tener tiempos de oración en grupos pequeños donde podemos tomarnos de la mano, abrazarnos, disponer un tiempo para oír nuestras historias. Esto es muy distinto a hacer un listado de peticiones sin precisar cómo nos sentimos en ese momento, cómo llegamos a dichas situaciones, sin invitar a los otros a interesarse por nuestros problemas y sueños, etc. El encuentro de los cuerpos, de las historias y de los compromisos de amarse unos a los otros nos hermana. Definitivamente creo que una liturgia que quiera alimentar la vida de la iglesia como cuerpo de Cristo debe de posibilitar y no impedir que el encuentro físico, relacional y espiritual de la comunidad de fe. Lamentablemente hay prácticas litúrgicas heredadas que nos despersonalizan o distorsionan el compromiso histórico con el otro. Por ejemplo, celebrar una Santa Cena con un pedacito de pan y un sorbito de jugo de uvas. No hay tiempo para la comunión, para el compañerismo; ni hay posibilidad para compartir el pan con quien no lo tiene o está sola. La Cena del

Señor es una oportunidad para traer lo que se tiene en comunión con los otros, para encontrarnos en el nombre del Señor, para recordar su sustento de cada día. Un pedacito de pan y un sorbito de jugo de uva no puede generar tales cosas. Por eso, debemos de tratar de instrumentar una Cena del Señor que nos vincule, en la que nuestra comida sea puesta en la mesa para compartirla, en la que pasemos tiempo juntos. Es posible si lo deseamos, no es gran cosa. Si es difícil es porque tenemos otras prioridades o intereses. Habría que preguntarse entonces quién es el centro de nuestro culto y qué comunidad queremos ser. 5. Yo canto al señor como "se me canta la gana". A mí me gustan los himnos. Solamente cuando vine a la Argentina conocí cristianos evangélicos de segunda, tercera o cuarta generación. Me hice miembro de la iglesia en la cual sigo siéndolo hasta hoy e intercambié historias con muchos ancianos porque el grupo estaba conformado en su 60% por personas mayores de 55 años. Los he visto envejecer y quedarse solos en casa, no ser visitados por sus familiares, inclusive, no sentir el amor de su iglesia a la que le dieron mucho a lo largo de su vida. "¡Oh! cantádmelas otra vez, ¡Bellas palabras de vida!", esos himnos que los inspiraron y que ya nadie se los cantaba. Iban a una iglesia que los había olvidado teniéndolos frente a ellos. Elisa de 75 años sonreía a todos mientras intentaba aplaudir al ritmo que el joven director del culto proponía pero que sus viejos huesos no le permitían por su artritis. Había sido maestra de escuela dominical de algunos que todavía podían palmear y moverse a velocidad. Su mirada se dirigía a los demás sonriendo, pero me partía el alma observar que esa música y el ritmo con que se desarrollaba no la tomaba en cuenta. Largos períodos para estar de pie la castigaban y observaba que en ocasiones se sentaba de dolor. Quizás le

dolía más sentirse fuera del grupo que los pies cansados. Quería "estar" con los demás, siempre había sido así, pero al parecer ya no la querían consigo. Ahora el que guiaba la música decía que había que saltarle al Señor y un nuevo género musical la remitía a ese mundo del cual ya no formaba parte. Los asientos en los que se sentaba la congregación eran resultado de la fidelidad de Elisa en el diezmo. Algunos allí habían sido discipulados por ella en sus propias casas a las que ella visitó por meses... pero ahora, no querían llegar a ella, la excluían con su liturgia dominical. Cuando dejó de venir a la iglesia todos notaron que no estaba más su sonrisa en aquel lugar. La fueron a visitar y advirtieron que ella estaba triste y mucho más afectada por la artritis. Una pregunta era recurrente en sus labios: "¿Cómo sigue la iglesia?". Y empezaba a preguntar por uno y por otro, "uno" y "otro" que no la visitaban pero cuyas vidas habían sido impregnadas por el servicio de amor de Elisa. Lo que más lamento, nos dijo, es no poder participar de la iglesia. Lo que yo más lamento hoy, es no haberme dado cuenta que la expulsamos de aquella familia que ella tanto amaba. ¿Vale la pena una vida para elaborar una liturgia? ¿Se puede hablar de la vida humana en términos de "valor"? ¿se puede pensar siquiera que valgan más 300 humanos que 1? Todos los miércoles por los últimos 6 u 8 meses de su vida, la casa de Elisa fue el lugar de los cultos más lindos. La iglesia organizó un culto más en su casa y estuvimos apretujados por un tiempo allí. Algunos jóvenes conocieron allí la historia de su iglesia, el testimonio del obrar de Dios a través de los decenios. Supieron de la fidelidad divina y fortalecieron sus esperanzas en su futuro. Supieron que había gente que los amaba aún antes que ellos nacieran. Porque cuando cantamos viejos himnos recordamos que Elisa las cantó, que inspiraron su vida y que hoy somos bendecidos por su fidelidad. En particular, yo siempre la recuerdo e imagino cuando cantamos

acompañar a los jóvenes, ¿por qué los jóvenes no pueden gozarse acompañando a sus mayores? Por otro lado, ¿qué iglesia seremos sin la noción de historia, sin pasado? Seremos una iglesia huérfana, sin sabiduría, un hervidero de caudillos cuya soberbia los hace pensar que son forjadores de algo nuevo. Pero no sucederá en la iglesia que proponga la comunión, no solo en su presente sino con su pasado. ¡Qué linda comunión se vive como iglesia cuando gente muy joven entona los himnos que cantaron sus mayores en la fe! O cuando alabamos a Dios con el folklore y acompañamos el proceso de identidad de un cristiano que sabe que Dios le habla desde su pueblo. La diversidad en la liturgia puede conducirnos a la inclusión de amor, y con ello a la noción y conformación de lo que sería el cuerpo de Cristo. algunos viejos himnos como aquel que dice: "¡Oh! cantádmelas otra vez, bellas palabras de vida. Hallo en ellas mi gozo y luz, Bellas Palabras de vida". La liturgia no es para entretener o captar gente. Es el momento más sublime para expresar la lealtad a Dios aunque haya a quienes no les guste. "No se puede adorar a dos señores, porque amarás a uno y detestarás al otro". Y al Señor se le adora cuando amamos a nuestro prójimo, en especial a aquellos excluidos y empobrecidos. La liturgia que glorifica a Dios es aquella que sigue las prácticas de Jesús, de nuestro Señor que habiendo nacido en Belén se dio a conocer como nazareno. Ese que optó por los pobres y que nos habló de lealtades, de llevar la cruz y hallar la resurrección en la gracia divina. La música comunica millones de cosas en sí misma. No es la letra, es la historia que hay con ella. La música, la danza, los gestos, la vestimenta se comunican en "transparencia", nos remiten a situaciones, a experiencias de vida, a contextos, tocan fibras muy profundas de nuestro ser. No se puede dividir la letra de la música, es un todo significante. Cuando la miramos en términos teológico podemos advertir que ser iglesia es una expresión de voluntad. Que a Dios le entristece esa idea de "cantico nuevo" como moda. Me pregunto: Si Elisa estaba dispuesta a aprender de nuevos géneros musicales por

6. Género e inclusión. He aquí algunas percepciones que quería compartir. No quiero obviar una realidad en muchas de nuestras iglesias que considero una ofensa a Jesús el Cristo. Se trata de la exclusión de la mujer en la liturgia, aún de aquella camuflada cuando se la pone en un "privilegiado" segundo lugar. ¿Cuántas pastoras principales tenemos en nuestras iglesias? ¿Cuántas predicadoras o maestras de adultos? No es desconocido para nadie la marginación y sufrimiento que vive la mujer en Latinoamérica y el Caribe. La iglesia debiera de ser un espacio de justicia y conformarse como cuerpo de Cristo a partir de prácticas de valoración, justicia y humildad ante las mujeres llamadas por Dios para el ministerio. Precisamos abrirnos a mejores y más honestos métodos de interpretación de los textos bíblicos, así como también, observar que tanto ellas, como los niños, los ancianos y los extranjeros, sufren y vienen haciendo claros reclamos que no son oídos. Si somos medianamente consecuentes con la fe de Jesucristo no podemos seguir sosteniendo prácticas y perspectivas patriarcales y machistas que denigran la mujer. La mujer como el hombre son responsables delante de Dios de la vida de la iglesia, y es así que la postergación de la mujer no hace sino incentivar la injusticia y la degradación del ser humano dentro del pueblo de Dios. Por ello las mujeres deben

levantar prácticas y voces proféticas para señalar el pecado de su postergación y abuso, así como también atreverse en el Espíritu a practicar con firmeza la libertad cristiana. No podemos esperar de los amantes de la injusticia la justicia, pero podemos seguir a Jesús en la conformación de comunidades de fe que se conciban como su cuerpo (lastimosamente para este número de la Revista invitamos a mujeres a escribir pero no llegaron sus escritos. ¡Anhelamos una participación más activa! Así será seguramente). Es una vergüenza que las mujeres no puedan ministrar a la par de los hombres. Es un gesto de abuso que hoy por hoy no se les permita administrar el Bautismo, la Santa Cena y que no se les ordene para el pastorado al igual que los hombres. Sin embargo, como comunidad de fe y partícipes del reinado de Dios podemos anunciar el evangelio de reino desde nuestras estructuras eclesiales y nuestras relaciones de amor y justicia. Precisamos abrirnos, por otro lado, a pensar la masculinidad en perspectiva cristiana. Bajo la guía del Espíritu advertiremos que no se trata de mujeres contra hombres o viceversa, sino de una nueva humanidad según el segundo Adán, Jesús de Nazaret. La ruptura de los patriarcalismos anunciará al resto del mundo que el reino de Dios está en medio nuestro, y que Dios es un Dios vivo que produce cambios significativos en nuestras historias.

Juan José Barreda Toscano RdC Argentina

La Santa Cena y la Misión de la Iglesia Desde su institución en el Aposento Alto los seguidores de Jesús han celebrado la Santa Cena. Si en el siglo XVI el tema de la Santa Cena ocupó un lugar muy importante y provocó divisiones entre la Iglesia, hoy por hoy no parece que tenga tanta importancia. Para muchos en nuestras iglesias la Santa Cena es un acto de conmemoración de los sufrimientos de Jesús y nada más. Algunas personas posiblemente incluyan la perspectiva escatológica expresada en “haced esto en memoria de mí, hasta que venga…”, pero no le dan a la Santa Cena una importancia trascendente. Somos “el pueblo del Libro”, no “el de la mesa” y mucho menos “el del altar”. Posiblemente sea una reacción a la tradición católica romana que nos rodea. Posiblemente sea en parte porque nuestra adoración se ha caracterizado más por alabanza, la oración y el ayuno. No lo sé. Al consultar un diccionario evangélico de unas 1,423 páginas fue una sorpresa ver que no contiene la palabra “liturgia” como una entrada específica. Las entradas rezan así: Lino, Lisanias, Listra, Locura, Lodebar, Logos… nada puntual sobre Liturgia excepto cuando hablan de los Salmos y describen los pensamientos de Gunter Mowinkel y el uso litúrgico de los Salmos en Israel. Se nota una desconexión clásica, se trata de la teología “del balcón” tal como criticaba Juan Mackay. Pensar sobre la Santa Cena y ver la conexión entre ese sacramento que se celebra el domingo a las 10:30 de la mañana y la vida laboral en la oficina o taller el lunes o martes a las 10:30 de la mañana es una actividad poco común. Pareciera no que tuviera ninguna relación, que no hubiera ninguna coherencia. Pensar en la relación entre la liturgia y la misión nos parece aún más rara. De hecho, ¿Existe una relación entre la Santa Cena y la misión de la iglesia? El primer paso para recuperar la relación entre la liturgia y la misión sería rescatar la relación entre la Palabra y el

sacramento. La Palabra y los sacramentos van juntos. La Palabra explica el sacramento, el sacramento confirma la Palabra. Ambos nos llevan al centro de nuestra fe: la persona y ministerio de Jesucristo. La Palabra nos presenta con el evangelio oral mientras que la Santa Cena nos presenta con el evangelio visual. Se trata del mismo tema. Estamos acostumbrados a reconocer la relación entre la Palabra y la misión; de hecho, la Palabra nos impulsa a la misión, nos desafía a cumplir con nuestra comisión como discípulos de Jesús. Lo importante es ver que los sacramentos, tanto el bautismo como la Santa Cena, hacen lo mismo. Es notable que Pablo con una preocupación sumamente pastoral entreteje su enseñanza sobre la Santa Cena con los desafíos de la vida real en su primera carta a los Corintios. En 1 Cor 5, por ejemplo, demuestra que la Iglesia debe expulsar a aquel hermano que vivía en una relación íntima con su madrastra y hace referencia a la práctica del Antiguo Testamento de limpiar la casa de levadura antes de la Pascua, la celebración que conmemoraba la redención de Egipto (1 Cor 5:7.8). La enseñanza es clara: para poder participar en la Cena del Señor se requiere santidad, pureza. Nuestra manera de vivir, hablar, pensar y actuar de lunes a sábado afecta nuestra capacidad de adorar a Dios el domingo, se trata de una adoración que incluye la celebración de la Santa Cena. Y de la misma manera, no podemos salir iguales después de haber experimentado la gracia transformadora de Dios cuyo costo fue la muerte de su

Hijo. La cena nos insta a renovar nuestro compromiso con Dios el Padre de misericordia. Pablo regresa al tema en 1 Cor 10. Aprovecha la oportunidad para subrayar unos aspectos fundamentales que sirven para fortalecer la identidad y la misión de la Iglesia. El tema lo presenta en medio de su discusión sobre el tema de lo sacrificado a los ídolos (8:1-11:1). Dedica tres capítulos a un problema que amenaza con destruir a la Iglesia. Les advierte contra el riesgo de mezclar una liturgia dirigida a Dios con una liturgia dedicada a los demonios. Y notemos bien… está escribiendo a los hermanos. En su argumento apela a la forma en la cual Dios trataba a su pueblo en el Antiguo Testamento. Habla del Éxodo

(un tipo de bautismo, 1 Cor 10:2), de la provisión en el desierto y les narra la manera en la cual Dios bendijo a su pueblo, los antepasados espirituales de los miembros de la Iglesia en Corintio. Todo esto sucedió para servirles de ejemplo a fin de que no se apasionen por lo malo como lo hicieron ellos. El mismo patrón de revelación divina, de desobediencia humana y de juicio divino tal como Israel lo experimentó se reproduce en el Nuevo Testamento. El Dios de la historia sigue caminando

con su pueblo, camina con nosotros también y nos sostiene con nuestro alimento espiritual. Y es precisamente en este contexto que Pablo amplía su enseñanza sobre la cena del Señor. Los que participan en la Santa Cena en este acto litúrgico llegan a ser participantes actuales de Cristo y sus beneficios. Cuatro veces en estos versículos habla de participación, y la raíz de la palabra “participación” es koinonia (comunión). Tal participación es de dos vías, entre los demás miembros de la iglesia (comunión los unos con los otros) y con Dios a quien adoramos. Es el mismo mensaje de la Pascua. Los que participaron en la cena Pascual eran los beneficiarios de la protección del ángel de la muerte y luego de la redención de la casa de servidumbre, de la esclavitud. Participaron en la realidad a la cual la cena apuntaba. Para un cristiano, la Santa Cena es comunión con Cristo mismo. Por eso, dice que el beber de la copa significa que “entramos en comunión con la sangre de Cristo”, en todos las implicancias que trae la muerte de Cristo. Participamos en el pan, es decir, entramos en comunión con el cuerpo de Cristo. Pablo trabaja el tema del cuerpo de Cristo en dos niveles. Habla del cuerpo físico de Jesús y habla de la misma iglesia. Cuando habla de la iglesia da un giro inesperado. Estamos acostumbrados a hablar de la Iglesia como el cuerpo de Cristo. Jesús al instituir la Santa Cena dice que el pan es símbolo de su cuerpo. Lo que no esperábamos es lo que dice luego: “siendo un solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Cor 10:17 RV60). Somos el cuerpo de Cristo y somos el pan a la vez. Aquí es donde encontramos el enfoque misionológico de la Santa Cena. Somos un solo pan. La unidad de la iglesia es un motivo poderoso que da testimonio que Jesús es el enviado del Padre (Jn 17:21.23). En la presencia de Cristo, en su mesa, todos somos iguales. No hay distinciones por razones socio-económicas, raciales o de género. La simplicidad de la cena –pan y vino– es tal que nadie tiene que estar excluido. Si fuera una parrillada argentina o un churrasco guatemalteco, los pobres, los que nunca comen carne, estarían excluidos. Pero

aquí, sentados a la misma mesa, comiendo un trocito de pan, tomando una copita de vino, somos hermanos y hermanas. Todas y todos participamos. El asunto es que no podemos estar juntos en la Santa Cena y luego vivir de manera aislada de lunes a sábado. Si la persona a mi lado es mi hermano o hermana debo preocuparme por su bienestar integral y vivir la realidad de nuestra hermandad. Para Israel, como el pueblo del pacto, Dios le dejó provisiones para suplir las necesidades del pobre, del huérfano y de la viuda. La iglesia redimida por Cristo no puede hacer menos que seguir con este ministerio diaconal. Es notable que muchas iglesias todavía mantengan la práctica antiquísima de recaudar una ofrenda especial para los pobres en la mesa del Señor. ¿Qué tal sería si los miembros visitaran a los necesitados durante la semana siguiente para llevar la ofrenda de forma personal forjando una amistad auténtica? Hay algo más, tal como el pan partido simboliza el cuerpo de Cristo partido para la vida de los demás nosotros somos llamados a dar nuestra vida por los demás. Cristo murió para darnos vida. La iglesia está llamada a morir, a negarse a sí misma, a caminar en pos de su Señor, a entregar su vida por los demás. Somos llamados a encarnar el mensaje y al Mensajero para que otros tengan vida y la tengan en abundancia. Esto significa dar de nosotros mismos, dar de nuestros recursos. Significa llevar un mensaje de vida, de esperanza porque conmemoramos a aquel que venció la muerte, el pecado, la maldad, a los poderes malignos y es quien volverá otra vez para inaugurar la Nueva Creación. Podemos decirles a nuestros vecinos que “otra realidad es posible”. La hemos visto, la hemos degustado. Ésta sería la liturgia después de la liturgia, el culto después del culto, el servicio después del servicio. Vivir así nos ayudará a recuperar la relación entre la Palabra, el sacramento y la misión.

Carlos Herfst RdC Guatemala Seminario Evangélico Presbiteriano de Guatemala

Video:

Una breve pero importante reflexión del Pastor Alberto Castro sobre la "Iglesia y la Adoración" puede verla en este link: http://www.lareddelcamino.net/es/index.php

Noticias RdC Nicaragua Testimonio del pastor Douglas Antonio Valerio Coronado sobre el Encuentro Nacional en el mes de Agosto Es un gusto saber que en medio de tanta corrupción y comercialización del santo evangelio tengamos hombres con un corazón lleno de compasión y gran amor de parte de Dios. De manera desinteresada dejaron su tierra, su familia y su iglesia para estar con nosotros y compartirnos las lindas caminatas que llevan realizando. Me he dado cuenta a través de estos días que compartimos juntos de la urgencia que hay en nuestra nación de evidenciar un evangelio que vivió y enseñó de manera práctica e integral aquel de quien tanto hablábamos y poco conocíamos, Jesús. Estos días trajeron a nuestro

caminar una realidad resumida en las siguientes preguntas: ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué tienes en tu mano? y ¿Quién irá? Después de tanto recibir y ser ministrados por el Espíritu Santo no quedan más palabras que decir. Queremos unirnos y ser parte de algo que creo con todo mi corazón que Dios tenía preparado para este tiempo. Sólo algo maravilloso se mantiene y lo hemos confirmado en estos días, y se llama la iglesia de Jesucristo representada por nosotros acá en la tierra. Sabemos que nuestro galardón es grande. Personalmente como pastor de mi comunidad quiero pedir perdón a mi Rey, no por las cosas que he hecho si no por las que no he hecho. Ahora mis ojos han sido abiertos y puedo ver una realidad plena. Mi nación necesita una revolución del Reino de Dios de manera integral y desinteresada, ya somos Red del Camino en Nicaragua y queremos representar con honor a Jesús y que las ovejas marginadas y excluidas por los

religiosos fariseos de este tiempo puedan darse cuenta que esta es la iglesia que estaban esperando. Vamos a comenzar a dar frutos y no habrá más una higuera verde y linda, con altares profanados por la adoración sin deseo de Sal y Luz. Dios bendiga el mover de la Red del Camino en donde quiera que estén, a los que conozco y los que aún no. Gracias a los pastores Robert Guerrero, Roy Soto, Víctor Quiroz y Alberto Castro por bendecirnos con tan grande impartición teórica y práctica. Los amo mucho queridos hermanos en Cristo, hasta pronto y que se repita esto las veces que sea necesario.

Noticias RdC Honduras Testimonio de los jóvenes en el Encuentro Nacional en Agosto. Por Enrique Martínez La asistencia al encuentro fue de 36 personas y de estos participantes aproximadamente 14 eran menores de 35 años. En la plenaria del sábado se agregaron aproximadamente 30 jóvenes más, de tal forma que la presencia juvenil fue significativa. El 30 de agosto se tuvo una reunión con 9 jóvenes que participaron en el encuentro nacional de la Red del Camino Honduras. Fue una reunión seria pero a la vez informal. Alrededor de la mesa

con café jugo y algunos postres. Había represen tación de 4 iglesias: Sala Evangélica, Betel, Celebración y Nueva Jerusalén. Se les presentó un pequeño cuestionario por escrito y luego la plática fue abierta para conocer sus impresiones, retos y compromisos.

para el Reino de Dios" (Merari Castillo, Iglesia Betel).

Algunos testimonios: "Es la primera vez que asisto a una reunión como esta. Me impresionaron los expositores por la amplia experiencia y conocimiento del tema. Me doy cuenta que somos la presencia de Cristo en la sociedad y debemos proyectarnos con nuestros vecinos. Me interesa tener con jóvenes en el Camino de otros países" (Ruth Noemí Alonzo, Iglesia Nueva Jerusalén).

"Cuando la iglesia vive lo que la comunidad vive es cuando la iglesia no está desconectada de las necesidades. Cuando se toma tiempo para hacer relaciones principalmente para mostrar amor y alcanzar esas personas. Me impresionó que los conferencistas hablaron de lo vivían, no solo de teorías. Me gustaría tener contacto con jóvenes del Camino en otros países porque es una buena forma de aprender de otras experiencias y culturas (Kike Vega, Iglesia Celebración).

"Me impresionó la motivación sobre el trabajo que se puede realizar a través de la iglesia... Aprendí que para alcanzar a otros debemos ser como ellos, debemos primero ver, sentir y actuar. En la iglesia podemos trabajar con lo poco que tengamos antes de llegar a lo mucho. Me definitivamente me interesa poder compartir puntos de vista con jóvenes de otros países… y alcanzar más personas

"Misión integral es ir más allá que simplemente hablar de Jesús y su mensaje, es vivir su mensaje. La iglesia debe hacer lo que Jesús hizo siendo Dios se hizo hombre, así la iglesia debe buscar al mundo desde las necesidades del mismo. Me gustaría tener contacto con jóvenes que tengan la misma visión" (Abel Yair Japás, Iglesia Sala Evangélica).

¡Salió el Manual No 3 de la Serie DEL CAMINO!

Usualmente vemos publicaciones y estrategias de discipulado que apuntan al liderazgo. Como problema nos encontramos con una iglesia que no conoce a profundidad a Jesús, el Señor; y a un liderazgo que concentra un gran poder sobre los demás debido a su concentración del conocimiento de los Evangelios. Este manual fue escrito para un discipulado a partir "de" la iglesia toda y no meramente "hacia" toda la iglesia. Podremos usarlos para estudios comunitarios caseros, discipulados personales, lecturas devocionales familiares; pero lo más importante es que es accesible a todos. Oramos para que este manual sea de bendición del y para el pueblo latinoamericano y caribeño por medio de Jesús del pueblo . Para adquirir este manual contáctese con los Coordinadores y Coordinadoras de las Redes Nacionales o escriba a [email protected]

Jesús del pueblo es un material escrito por Néstor Míguez,

pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina y Doctor en Teología. Se trata de veinticuatro capítulos breves de narraciones sobre episodios en la vida de Jesús desde las perspectivas de las diversas personas que fueron testigos de su ministerio. En este Manual usa un estilo narrativo para la vida de Jesús, ver la teología y aún la ciencia bíblica en una perspectiva que nos acerque más al relato que a la erudición filosófica. En palabras de Néstor: "Voy a ser atrevido. Me pondré en la mente de los autores, inventaré sus cavilaciones, rescataré a los actores innombrados del texto bíblico, aquellos que Jesús amó, curó, les devolvió la dignidad y la esperanza, que aparecen anónimos, mezclados entre la multitud. Intentaré reportajes imposibles, saltos en el tiempo que hagan vivo lo que debe permanecer vivo". Animamos a las iglesias de la Red del Camino a servirse de este material para el discipulado "de" toda la iglesia.

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