Turismo y áreas de preservación ambiental: el desarrollo turístico de Península Valdés, Provincia del Chubut

IX Congreso Argentino de Antropología Social. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Misiones, Posadas, 2008. Turismo

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IX Congreso Argentino de Antropología Social. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Misiones, Posadas, 2008.

Turismo y áreas de preservación ambiental: el desarrollo turístico de Península Valdés, Provincia del Chubut. Diego Kuper. Cita: Diego Kuper (2008). Turismo y áreas de preservación ambiental: el desarrollo turístico de Península Valdés, Provincia del Chubut. IX Congreso Argentino de Antropología Social. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Misiones, Posadas.

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“TURISMO Y ÁREAS DE PRESERVACIÓN AMBIENTAL: EL DESARROLLO TURÍSTICO DE PENÍNSULA VALDÉS, PROVINCIA DEL CHUBUT” Diego Kuper∗ INTRODUCCIÓN Península Valdés aparece públicamente como un destino turístico de la Argentina de relevancia internacional creciente tanto por su presencia en el mercado internacional de destinos turísticos como por el volumen de turistas extranjeros que la visitan. Este destino ha adquirido semejante relevancia durante los últimos veinte años a partir del valor que su fauna, especialmente marina, y las áreas de preservación ambiental donde se halla tienen como atractivo turístico. Precisamente, el uso turístico de las áreas de preservación ambiental viene creciendo en las últimas décadas a nivel mundial debido, en gran medida, al interés que la naturaleza despierta en la sociedad en general y entre cierto tipo de turistas en particular. La relación entre el turismo y la preservación ambiental es asumida por gran parte de los estudios del tema y actores involucrados como una relación positiva. En esta relación, las áreas preservadas son consideradas como anteriores a su uso por parte del turismo, al tiempo que su definición como tal es independiente al mismo. El turismo y el negocio turístico, simplemente aprovecharían las áreas de preservación ambiental preexistentes en un lugar transformándolas como atractivo. Este artículo presenta resultados de una investigación realizada con el fin de analizar el proceso de valorización turística de Península Valdés y buscando poner en cuestión lo anterior. Concretamente interesa indagar cómo el turismo, y específicamente los



Profesor de Geografía (Universidad de Buenos Aires). Investigador en formación Proyecto UBACyT F150 “Discursos y prácticas territoriales. La valorización turística del patrimonio histórico-cultural y natural en Argentina” Director: Mg. Rodolfo Bertoncello. Instituto de Geografía, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Correo electrónico: [email protected]/ [email protected].

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intereses económicos involucrados en esta actividad, han tenido un rol activo en la creación misma de aquello que será definido como área de preservación ambiental. Para lograr este objetivo, a continuación se presentan brevemente algunas consideraciones conceptuales sobre el turismo, la preservación ambiental y sus vínculos. Posteriormente se presenta brevemente el lugar y se describe el proceso de construcción de Península Valdés como destino turístico. Finalmente, el trabajo concluye con algunas reflexiones. Palabras claves: turismo, preservación ambiental, patrimonio, Península Valdés ALGUNAS CUESTIONES CONCEPTUALES SOBRE EL TURISMO, LA PRESERVACIÓN AMBIENTAL Y SUS VÍNCULOS El turismo es una práctica social recreativa, por lo tanto constitutiva de la dinámica social general, en donde un actor fundamental, el turista, se desplaza en el espacio desde su lugar de residencia habitual hacia un lugar o destino turístico para satisfacer ciertas necesidades de ocio. Este desplazamiento se ve motivado esencialmente por la presencia, en este lugar de destino, de ciertos atributos o rasgos (atractivos turísticos) que tienen la característica peculiar de ser fijos, es decir, no pueden ser trasladados al lugar de residencia habitual del turista. Es de fundamental importancia para llevar a cabo esta práctica que el turista posea disponibilidad de tiempo libre y condiciones económicas suficientes (una renta superior a la de reproducción simple familiar). Esta práctica social es generadora de actividades económicas lo que habilita a pensar al turismo como un negocio. Para que se efectivice el desplazamiento, la permanencia en el lugar de destino y la realización de distintas prácticas que satisfacen sus necesidades de ocio, el turista requiere de un conjunto de servicios como alojamiento, refrigerio, restauración, desplazamiento, etc. y de infraestructuras características de los espacios urbanos. Estos servicios e infraestructuras constituyen a la vez el soporte y la fuente de atractivos para el turismo (Cruz, 2000). Es decir, están en la base de la atractividad de los lugares para el turismo porque permiten el acceso a otros atractivos y a la vez pueden convertirse en atractivos por sí mismos.

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De esta forma, puede entenderse al turismo como una práctica social donde se consume fundamentalmente espacio. Los estudios tradicionales sobre el turismo han conceptualizado al espacio como mero escenario (lugar donde) de los hechos sociales y por lo tanto con atributos externos a la sociedad. Concretamente, son aquellos estudios fuertemente empíricos y descriptivos donde el turismo es concebido como un sistema, con un área de origen, otra de destino y un corredor por donde se desplazan los flujos (Bertoncello, 2002). Contrariamente, en este trabajo se considera al espacio como un elemento constitutivo de lo social. Precisamente, se concibe, y se intenta demostrar, que los atractivos turísticos son resultado de un proceso social de valorización y no meros atributos preexistentes del lugar y externos a lo social. Estos atributos fueron previamente seleccionados entre un conjunto de atributos del lugar y posteriormente transformados en atractivos para el turismo por un conjunto de actores sociales con un propósito definido. Entrando en juego determinados intereses e intencionalidades, valores e ideas. Consecuentemente, el turismo puede ser visto como una práctica que valoriza la diferenciación y excepcionalidad de los lugares y que resignifica los rasgos “originales” de estos a partir de procesos sociales de construcción de atractividad turística (Bertoncello, Castro y Zusman, 2003). Así, impone una nueva organización socio espacial que implica mudanzas, transformaciones, adaptaciones y nuevos sentidos de vida de los lugareños a sus vidas (Cruz de Cassia, 2000). Como práctica social, el turismo puede asociarse directamente con el surgimiento de la modernidad (ver Bertoncello, 2002 para más detalles) en la medida en que es el momento histórico en que se van constituyendo dos esferas nítidamente diferenciadas de la vida social: una de ocio y otra de trabajo. En una primera instancia fue apareciendo un “turismo de elite” practicado por las clases sociales acomodadas como una forma de acceso y pertenencia a ciertos ámbitos sociales y a la vez como forma de distinción social con respecto a otros grupos sociales. En Argentina este turismo empezó a surgir a fines del siglo XIX y los destinos predominantes fueron aquellos lugares con un clima “sano“(sierras de Córdoba) o que contaban con la posibilidad de realizar “el baño de mar” (Mar del Plata) asociados a la presencia de infraestructura básica (grandes hoteles, villas residenciales y transporte ferroviario). Años más tarde se le sumarían como destinos aquellos lugares que contaban con paisajes “naturales

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monumentales” como los Parques Nacionales en especial el Parque Nacional del Sur (hoy Nahuel Huapi) y el Parque Nacional Iguazú. Paulatinamente, el turismo se fue difundiendo como aspiración y como derecho entre sectores cada vez más amplios de la sociedad en la medida que el tiempo libre aparecía como una conquista social de los trabajadores y como un momento de restauración de la fuerza de trabajo para los empresarios. Este turismo, comúnmente denominado “masivo” y que predominó en gran parte del silgo XX, era un turismo que ofrecía pocos productos estandarizados y disponibles para la mayor cantidad de consumidores-turistas posibles (Bertoncello, 2002). Era practicado generalmente durante los meses vacacionales y tuvo a los destinos de sol y playa como los paradigmáticos. Finalmente, de la mano de las profundas transformaciones de toda índole que sucedieron a nivel mundial desde el último cuarto del siglo XX hasta la actualidad y que en sentido amplio se denomina “globalización”, el turismo masivo fue complementado con el surgimiento y la expansión de un sinnúmero de modalidades turísticas “alternativas” de gran heterogeneidad (cultural, rural, de naturaleza, ecológico, aventura, etc.) que apuntan a demandas puntuales y fragmentadas y que no se circunscriben exclusivamente al período vacacional. Asociado a estas nuevas prácticas del turismo también fueron surgiendo un sinnúmero de nuevos destinos. Esta expansión del turismo fue posible, en gran medida, a partir de su asociación a una serie de valores positivos, especialmente en lo que respecta a sus efectos económicos. La demanda de una diversidad de productos y servicios derivados, la generación de puestos de trabajo, el ingreso de dinero y la redistribución social del ingreso han sido los principales argumentos utilizados para considerar al turismo como una actividad que permite el desarrollo de áreas atrasadas. Esta visión positiva del turismo ,que no es nueva en Argentina sino que tuvo un gran auge en las décadas de 1960 y 1970 a partir de su inclusión como objeto de planificación por parte del Estado, volvió a aparecer con fuerza en la década de 1990 de la mano de la implementación del modelo liberal, en la medida en que el turismo fue visto como una estrategia para superar las estructurales crisis de las distintas economías locales (crisis de las actividades tradicionales, aumento de la desocupación, déficit crónico en las cuentas públicas municipales, etc.).

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Por otro lado, la existencia en determinados lugares de condiciones y elementos naturales que pueden definirse, en términos generales y desde distintos criterios, como excepcionales (por sus cualidades intrínsecas, por su riesgo de extinción o por el carácter “intocado”) son los que justifican la creación de las áreas de preservación ambiental. Las áreas de preservación ambiental, desde las posturas más esencialistas, pueden ser vistas en términos patrimoniales (patrimonio natural preservado), en tanto son reconocidas como “socialmente dignas de conservación independientemente de su interés utilitario” (Prats, 1998:63) y están asociadas con la identidad y herencia compartidas de una sociedad determinada (Almirón, Bertoncello y Troncoso, 2006). Es decir, deben cumplir con ciertos criterios de “legitimación extracultural”. Por ejemplo, la “naturaleza” al ser considerada “salvaje”, “prístina” y “misteriosa”, escapa al control humano, está “más allá del orden social y sus leyes” y merece ser protegida (Prats, 1998:64). A su vez, el carácter público que adquieren las áreas de preservación ambiental a partir de su institución como patrimonio (carácter “extracultural” y “patrimonio de todos”) contribuye a reforzar el valor excepcional que justificó su definición original. Desde el punto de vista del turismo, estás áreas de preservación ambiental convertidas en patrimonio pueden constituirse en atractivos de gran interés por su alto nivel de excepcionalidad y diferenciación con respecto a otros rasgos del lugar o de otros lugares. En un contexto de gran valorización social de lo natural, asociado a una creciente preocupación mundial por los temas ambientales y el cuidado por la naturaleza, sumado al creciente interés por el patrimonio que se refleja en el aumento de bienes patrimoniales,1 estas áreas de preservación ambiental devenidas en patrimonio se convierten en atractivos turísticos de gran jerarquía transformándose en destinos turísticos con enorme poder de atracción de visitantes. Ofreciendo toda una modalidad de turismo en crecimiento conocida como “turismo de naturaleza” que conjuga el conservacionismo y la preservación con la rehabilitación o la restauración (Santana Talavera, 2002; Schiwy 2002). A su vez, como se mencionó anteriormente, esta valorización turística de las áreas de preservación ambiental devenidas en patrimonio es asumida por gran parte de los 1

Choay (1992) define este fenómeno como “inflación patrimonial”. Según ella, se expresa en tres tipos de aumentos: inclusión de nuevos bienes; inclusión de bienes cada vez más contemporáneos; e inclusión de bienes de nuevas áreas geográficas.

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estudios del tema y los actores involucrados como una relación positiva. Esto no implica que se desconozca que el turismo puede producir impactos negativos que deben ser resueltos o evitados. Sin embargo, para los gestores y organismos responsables de administrar estas áreas, la visita de turistas es una oportunidad de mostrar sus cualidades y difundir su importancia en la sociedad, al tiempo que, el turismo significa una fuente de recursos que contribuiría a su mantenimiento y garantizaría su conservación en un contexto de fuerte reducción de presupuestos estatales. Finalmente, para la comunidad local donde se hallan estas áreas, el turismo representa, según lo mencionado anteriormente, la oportunidad de generar nuevas actividades económicas, puestos de trabajo, etc. En fin, la oportunidad de desarrollo económico y superación de la crisis. Así, el turismo aparece como el medio más idóneo para, por un lado, dar a conocer y ayudar a que la sociedad valore aquello que es considerado “patrimonio de todos” y por el otro, para aportar recursos económicos en pos de su protección. Desde esta perspectiva las áreas de preservación ambiental y su patrimonialización aparecen como algo anterior e independiente de su valoración posterior por el turismo. El turismo y el negocio turístico, simplemente aprovecharían las áreas de preservación ambiental preexistente en un lugar transformándolas como atractivo. Con esto se satisface el interés de los turistas, el de los agentes económicos y el de la sociedad en general. PENÍNSULA VALDÉS COMO DESTINO TURÍSTICO Península Valdés es un área continental ubicada en el litoral atlántico de la Patagonia Argentina, más precisamente en el noreste de la provincia del Chubut, delimitada por los golfos San José al norte y Nuevo al sur y el mar Argentino al este. La península está unida al continente a través del istmo Carlos Ameghino. A su vez, Península Valdés es un destino turístico de la Argentina de creciente relevancia internacional a partir del constante aumento de visitantes, principalmente del exterior y por su presencia en el mercado internacional de destinos turísticos a partir del valor que su fauna, especialmente marina, y la “naturaleza prístina” tienen como atractivo turístico. Incluye una serie de sitios donde es posible avistar fauna protegida, observar ecosistemas considerados singulares y realizar actividades tales como buceo, playa, senderismo, etc. Actualmente las especies de fauna más “carismáticas” desde lo turístico son cinco: la ballena franca austral (eubalena

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australis), el pingüino de Magallanes (spheniscus magellanicus), el lobo marino de un pelo (otaria flavescens), el elefante marino del sur (mirounga leonina) y la orca (orcinus orca). A esto se le suma que Península Valdés es un destino turístico incluido en el destino turístico mayor de la Patagonia promocionado internacionalmente como uno de los pocos lugares en el planeta “desolados” y “vírgenes”. Península Valdés es al mismo tiempo un área de preservación ambiental, declarada como “Área Natural Protegida” por la provincia del Chubut (año 2001) y como sitio “Patrimonio Natural de la Humanidad” por UNESCO (año 1999) La “naturaleza” y específicamente la fauna marina, es aquello que se protege. Estas declaraciones han contribuido a posicionar a Península Valdés como un destino de gran jerarquía internacional por su mayor visibilización con respecto al conjunto de destinos turísticos y por el prestigio que significa la consideración de “patrimonio de la humanidad” y el aval de la UNESCO. La actividad turística se caracteriza por tener una doble estacionalidad bien marcada: una en invierno-primavera siendo la principal actividad el avistaje de ballenas especialmente embarcado desde la única localidad de la península, Puerto Pirámide; la otra en verano con sol y playa, actividades náuticas y acuáticas y avistaje del resto de la fauna. Asociado en términos turísticos a Península Valdés se encuentra el principal centro urbano: Puerto Madryn. Además de ser el centro de servicios, ofrecer infraestructura urbana básica (hotelería, gastronomía, aeropuerto, puerto de cruceros, etc.) y ser punto de partida de todos aquellos turistas que desean visitar Península Valdés, Puerto Madryn posee además atractivos turísticos propios como playas, sitios de buceo y de avistaje de fauna, especialmente ballenas. Históricamente toda el área ha estado sujeta a distintos procesos de valorización social: su vegetación fue alimento para la cría de ganado ovino destinado a la producción lanar; la presencia de salinas fue aprovechada por la industria de la sal para la conservación de alimentos antes de la utilización del frío; los yacimientos de guano (excrementos depositados por las aves marinas) han sido explotados como fertilizante agrícola; y sus costas fueron sitio de caza de mamíferos marinos (lobos,

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elefantes, ballenas) para las distintas industrias y sitio de pesca artesanal de mariscos y otras especies. Puerto Madryn se constituyó, a fines del siglo XIX, como el puerto de salida de los productos agrícola ganaderos producidos en toda el área y especialmente en las colonias galesas situadas en el valle inferior del río Chubut, con las cuales estaba conectada a través del Ferrocarril Central Patagónico. Los principales ingresos de la población local provenían de la esquila ganadera, los sueldos pagados por el ferrocarril y la actividad portuaria y aduanera. En la década de 1950 toda el área entró en una fase de crisis asociada al cierre del Ferrocarril, el cese de las franquicias aduaneras y la crisis del mercado internacional de la lana. Como forma de enfrentar esta crisis se implementaron políticas de radicación industrial y comenzó a desarrollarse el turismo. Recién con la instalación en la década de 1970 de la fábrica de transformación del aluminio “Aluar” sumado a la construcción de obras de infraestructura complementarias la situación empezó a revertirse. Actualmente, la base de la economía del área tiene como ejes la industria pesquera, la de la construcción, la metalúrgica, el puerto y, en menor medida, la producción de lana. El turismo es considerado hoy y desde hace veinte años aproximadamente como un factor dinamizador de la economía local. EL PROCESO DE CONSTRUCCIÓN DE PENÍNSULA VALDÉS COMO DESTINO TURÍSTCO Existen indicios de actividad turística en la zona ya desde las primeras décadas del siglo XX con la llegada de visitantes en verano desde el valle inferior del río Chubut para disfrutar de la playa y el mar (Sanabra, s/f; Schlüter 2003). Sin embargo, es en la década de 1950 cuando el turismo aparece como una alternativa de desarrollo ante largos períodos de recesión y estancamiento económico (Torrejón, s/f). Antonio Torrejón es explícito en cuanto a la función que se pensaba podría cumplir el turismo para la economía local: “desde la fundación del Club Náutico Atlántico Sud, (...) los amantes de los deportes acuáticos del noreste del Chubut, vivíamos investigando qué actividades se podrían desarrollar en nuestras costas para ampliar el genuino disfrute y la calidad de vida de los lugareños y de interés para los forasteros” (Sanabra, s/f: 27).

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El turismo que fue apareciendo se vinculó con las actividades náuticas y acuáticas ya que la opción balnearia similar al litoral bonaerense típica del “turismo masivo”, por razones de distancia y logística no era competitiva (Torrejón, s/f). Entre las distintas actividades, aquellas disciplinas subacuáticas, como la caza submarina y el buceo, fueron las que más se destacaron haciendo de Puerto Madryn el principal destino a escala nacional con el rótulo de “capital argentina del buceo”. El turismo se convertía en una actividad económica generadora de otras actividades económicas debido a que durante la realización de los torneos náuticos e incluso los días previos, la ciudad de Puerto Madryn se veía convulsionada con la llegada de los competidores y sus familiares. La capacidad hotelera y gastronómica que ofrecía la ciudad era ocupada casi siempre en su totalidad (Sanabra, s/f). Esta valorización turística del área asociada a los deportes acuáticos y náuticos fue iniciativa de ciertos grupos particulares siendo la participación estatal limitada. Así, en la década de 1950 un grupo de jóvenes creó el Club Social y Deportivo Madryn que “oficializaba los aconteceres pro turísticos de esos años” (Torrejón, 2006), vinculados con actividades náuticas. Posteriormente, miembros del mismo club fundaron el Club Náutico Atlántico Sud (CNAS) especializado en deportes náuticos. Este ordenó de alguna manera las actividades recreativas y turísticas y su presidente fue el responsable de la Comisión Regional del Turismo, considerada la primera entidad intermedia representativa del sector turístico del lugar. El CNAS “prestó el servicio a la provincia del Chubut de cubrir hasta 1964 la mayor parte de las facetas organizativas y promotoras de acontecimientos turísticos” (Torrejón, 2006). Organizó los primeros concursos de pesca de altura del país (como el campeonato patagónico de pesca de altura del salmón de mar) y los campeonatos argentinos de caza submarina. También se encargó de la promoción y difusión turística. En 1957 editó el primer folleto promocionando Puerto Madryn (Sanabra, s/f). Además, entregaba a las delegaciones de selección nacional de las distintas especialidades náuticas documentación y folletería para promocionar Puerto Madryn como destino turístico ideal para este tipo de actividades en las distintas competencias internacionales. Recién en el año 1964 el desarrollo del turismo en el área pasa a ser responsabilidad del estado provincial mediante la aprobación la ley provincial de turismo nº 436 de

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creación de la Dirección Provincial de Turismo como una entidad autárquica.2 Paralelamente, la actividad turística aparece por primera vez estrechamente vinculada con la preservación ambiental como el medio más idóneo para ayudar a la conservación de la “naturaleza” y directamente involucrada en la creación de áreas de preservación ambiental. Esto se refleja claramente en el capítulo III, artículo 8, de esta ley. Establece que la Dirección Provincial de Turismo deberá “conservar las zonas y lugares de turismo declaradas como tales por el Poder Ejecutivo y adoptar medidas que considere necesarias para proteger las bellezas naturales, la flora, la fauna y todo aquello que constituya una fuente de atracción turística, cultural, estética y económica” (Torrejón, s/f: 2). Así, en 1967, con la ley provincial nº 697, se crearon las primeras tres reservas faunísticas del sistema provincial de áreas protegidas: Punta Norte, Isla de los Pájaros y Punta Loma. Fueron administradas por la Dirección Provincial de Turismo y alternativamente aparecieron con el nombre de “Reserva Natural Turística” o de “objetivo específico o definido”. Posteriormente, se crearon nuevas áreas de preservación ambiental que fueron incorporadas al sistema, todas con finalidad turística: en 1974, a través de la ley nº 1.238, se creó el “Parque Marino Provincial Golfo San José”; también en 1974, se creó el “Área Natural Turística de Punta Pirámide”; finalmente en 1977 se crearon el “Área Natural Turística de Caleta Valdés” y el “Área Natural Turística de Punta Delgada”. De esta forma, y por lo menos desde lo institucional, el turismo se iba consolidando como un factor clave de todo aquello que será definido posteriormente como área de preservación ambiental Con la creación de estas áreas, lo que se buscaba preservar eran las especies faunísticas (y sus hábitats) y aprovecharlas turísticamente. Con el tiempo algunas de estas especies se transformaron en las hoy especies “carismáticas del turismo”: Es muy probable que el avance en la conservación de la fauna, estuviera acompañado por una pérdida de rentabilidad en la caza y la comercialización de pieles y aceites como en los casos de los elefantes y lobos marinos, a raíz de su sustitución por productos sintéticos. Pero lo que también es cierto es que recién cuando podían “despertar el interés turístico” (Torrejón, s/f) se empezaron a interrumpir los permisos de caza y la legislación vigente de protección de la fauna marina se empezó a aplicar.

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Es importante aclarar que Chubut obtiene su autonomía como provincia a partir de 1955 a través de la ley nacional Nº 14.408 dejando de ser un Territorio Nacional de jurisdicción federal.

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Este es el caso de la ballena franca austral la cual era cazada por el valor de su carne como alimento humano. Esta ballena estaba preservada a través del “Acuerdo Internacional para la Regulación de la Cacería de Ballenas” en 1937 y del cual participaba Argentina. Mediante este tratado se acordó la prohibición de su caza pero fue constantemente violado hasta la segunda mitad del siglo XX. Su caza comienza recién a disminuir hacia la década de 1970 en coincidencia con los inicios del avistaje embarcado en Península Valdés cuando algunos buzos marisqueros locales notaron el interés que las ballenas despertaban en los escasos turistas que visitaban el área. Comenzaron a realizar excursiones esporádicas en sus embarcaciones durante los meses de octubre y noviembre dado que la cantidad de ballenas que arribaban al área era inferior a la actualidad. En esos primeros años navegaban con lanchas muy chicas y cabían como máximo ocho personas. En la creación de estas áreas de preservación ambiental fue clave el papel de autoridad que ejercieron los distintos discursos científicos provenientes de profesionales especialistas. Estos saberes fueron definiendo cuáles características y elementos naturales de estos sitios deberían ser preservados. Pero fundamentalmente, estos discursos contribuyeron para justificar aquello que posteriormente será reconocido y definido como patrimonio muy estrechamente vinculado a su potencial turístico. En 1964 visitó Península Valdés el entonces Director del Zoológico de Nueva York, Dr William Comway. Sugirió, en ese momento, oportuno cuidar las colonias faunísticas de la zona para poder despertar el interés de visitantes en el contexto de un creciente interés a nivel mundial por los animales silvestres y los ambientes inéditos y poco alterados. Revelando fuertemente la proyección turística de aquello a preservar que reflejaba el gusto y el interés de los potenciales visitantes. Esto mismo se confirma con los relatos de los buzos marisqueros que realizaron los primeros avistajes embarcados de ballenas. Afirmaban que el servicio era principalmente requerido por turistas extranjeros quienes eran los únicos que tenían una “conciencia ecológica” e interés por los animales y que incluso fueron estos turistas los que “nos trasladaron esa conciencia”. El discurso científico suministró, además, información acerca de la manera óptima de aprovechamiento turístico de aquello que se buscaba preservar. Así, tiempo después de la llegada de Comway, que se había convertido en asesor científico para la creación de las áreas protegidas con finalidad principalmente turística(Torrejón, s/f), el

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mismo Zoológico de Nueva York, financió un estudio sobre la ballena franca austral enviando al hoy considerado el mayor especialista en el tema: Roger Payne. Las conclusiones de estos estudios hoy son difundidas como “fortalezas” turísticas del avistaje de esta ballena y ubican a Península Valdés como uno de los lugares más importantes de reproducción y cría del mundo de esta especie (Chubut, Provincia, 2006). Se cita, por ejemplo que pocas especies de ballenas son tan fáciles de observar y sociables como las ballenas francas o que existen pocos lugares en el mundo donde se las puede observar con la facilidad que existe en el golfo Nuevo, tanto embarcado desde Puerto Pirámide como desde la costa. Estas conclusiones se basaron en la constatación de que una parte significativa de la población mundial de estas ballenas arriba cada año, durante el invierno y la primavera, a las aguas “reparadas” y poco profundas de los golfos San José y Nuevo para la reproducción y cría y en menor medida para su alimentación. De estos estudios de Payne fue desarrollado también un “modelo” considerado “científico” de aprovechamiento turístico de la ballena franca conocido como “avistaje patagónico”. Nada más y nada menos que el actual avistaje embarcado regulado por la ley provincial nº 2.381/84 hoy considerado actividad emblemática del turismo de la región y de carácter singular a nivel mundial (Chubut, Provincia, 2006; Schlüter, 1996) y que realizan las empresas operadoras autorizadas por la Secretaría de Turismo provincial desde Puerto Pirámide. Algunas de esas empresas tienen como dueños o representantes a los antiguos buzos marisqueros los cuales adaptaron sus embarcaciones para el traslado formal de mayor cantidad de pasajeros y ampliando la temporada de avistaje a seis meses. El estado, especialmente nacional, también contribuyó con esta “justificación científica” al servicio del desarrollo del turismo. A través de la Administración de Parques Nacionales, brindó asesoramiento enviando funcionarios para la creación de las primeras áreas protegidas con finalidad turística y en la redacción de las primeras leyes y planes de manejo. Por iniciativa de la Secretaría de Turismo provincial que buscaba una “vía científica para utilizar los recursos turísticos en forma responsable”, el Estado Nacional (a través de Presidencia) financió la instalación en 1970 de un Centro de Investigación de Vida Silvestre en Madryn dando origen al hoy Centro Nacional Patagónico (CENPAT) (Torrejón, s/f). Paralelamente se realizaron de manera sistemática reuniones científicas como los “Seminarios Internacionales de Áreas

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Naturales y Turismo”; se realizaron estudios, investigaciones y asesoramientos técnicos para el desarrollo de emprendimientos turísticos generalmente financiados por el Consejo Federal de Inversiones (CFI); se construyeron viviendas para albergar a los especialistas interesados en estudiar las características biológicas del área; y como una forma de brindar opciones educativas y no meramente recreacionales a los turistas que visitaban las distintas áreas, se construyeron, en los sitios de avistaje, instalaciones específicas con información científica básica y orientativa, conocidas como “Centros de Interpretación”. De todas formas, el discurso científico no se restringió solamente a los inicios de la actividad turística y de la preservación ambiental. Las distintas especies y áreas de preservación ambiental fueron recibiendo en los siguientes años nuevos tipos de reglamentaciones y modificaciones en lo que respecta a su preservación con el objetivo simultáneo de un mejor aprovechamiento como atractivo turístico. Estos cambios coinciden justamente con los años en que la actividad turística empieza a consolidarse y adquiere las características actuales de “turismo de naturaleza” con un incremento notable de visitantes extranjeros. Por ejemplo, asociado a una serie de medidas de preservación y patrimonialización específicas, en la década de 1980, la ballena franca austral adquiere el carácter de atractivo turístico “emblemático” de Península Valdés: pasa a estar protegida internacionalmente por el “Tratado Ballenero Internacional” (Comisión Ballenera Internacional), que prohíbe su caza; por la “Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna” (CITES, apéndice I) que prohíbe toda acción de comercio internacional a la cual Argentina adhirió a través de la ley nacional Nº 22.344 de 1980; en 1984 es declarada “Monumento Natural Nacional” a través de la ley nacional Nº 23.094, (Argentina, 2006); finalmente, en 1995 se crea una “Reserva Natural Estricta” específica para su protección en el sector norte del golfo Nuevo a fin de evitar la colisión con embarcaciones. En este período también se sanciona la anteriormente citada ley provincial Nº 2.381/84 que regula la actividad de avistaje embarcado. Las antiguas áreas de preservación ambiental también fueron objeto de distintas modificaciones en lo que respecta a su manejo y administración. Primero en 1983, a través de la ley provincial Nº 2.161 (modificada por ley provincial Nº 2.580) se creó la

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“Reserva Natural Turística de Objetivo Integral Península Valdés” que integraba en un único sistema administrativo las distintas reservas naturales anteriormente creadas en la zona de Península Valdés. En 1999 Península Valdés fue declarada “Patrimonio Natural de la Humanidad” por UNESCO otorgándole al destino un prestigio internacional sin precedentes. De hecho existe, y es reconocido por funcionarios locales, un crecimiento constante de visitantes extranjeros que arriban a Península Valdés con motivo de esta declaración por parte de la UNESCO. Así, el trabajo de promoción turística es encarado de manera más sistemática por parte de los organismos estatales involucrados y las distintas cámaras sectoriales mediante la organización de eventos específicos, la presencia constante en las ferias internacionales y medios de comunicación, la instalación de cartelería y señalización específica, la invitación a conocer el área a personajes públicos relevantes, etc. Posteriormente, en el 2001, a través la ley provincial nº 4.722 y sobre la base de la antigua “Reserva Natural Turística de Objetivo Integral Península Valdés” se creó la actual “Área Natural Protegida Península Valdés” (ANPPV) con el objetivo de: “a) Mantener muestras representativas de los ecosistemas terrestres, costeros y marinos, que aseguren la continuidad de los procesos naturales. b) Proteger el patrimonio paisajístico, natural y cultural. c) Facilitar la investigación y el monitoreo del área en sus aspectos naturales, culturales y sociales. d) Promover actividades sostenibles compatibles con la conservación del área como turismo, pesca, y maricultura artesanal y ganadería. e) Propiciar el conocimiento y el valor del área protegida en los habitantes de la región.” (Chubut, Provincia, 2006.).

En esta nueva área de preservación ambiental las distintas reglamentaciones y restricciones de uso se ajustaron de acuerdo al constante crecimiento de turistas que circulan por Península Valdés y con el objetivo de cumplimentar los requisitos de la declaración como “Patrimonio de la Humanidad” por UNESCO. Los trabajos que se están llevando a cabo actualmente en el ANPPV y los proyectos pensados están generalmente vinculados con la idea de aumentar y mejorar la oferta de atractivos turísticos a partir de la incorporación de nuevas especies, reacondicionar la

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infraestructura de los centros de interpretación o crear más miradores para el avistaje de fauna en la península. Este último fuerte impulso del turismo en el lugar fue posible en gran medida porque durante este período, desde mediados de la década de 1980 pero especialmente durante toda la década de 1990 hasta la actualidad, se reinstala fuertemente la visión positiva del turismo especialmente en lo que respecta a sus efectos económicos como una estrategia para superar las estructurales crisis de las distintas economías locales. REFLEXIONES El caso del desarrollo turístico de Península Valdés permite reflexionar sobre varias cuestiones asociadas a la práctica del turismo. Sin embargo en este trabajo interesa remarcar aquellas cuestiones vinculadas a la relación existente entre el turismo y la preservación ambiental. Más allá de ser Península Valdés un caso exitoso en términos de desarrollo turístico porque permitió reinsertar al área en el circuito productivo nacional e internacional, existen algunos supuestos que se manejan en la literatura específica que pueden ser cuestionados a partir de la evidencia empírica. Por un lado la visión “esencialista” existente sobre la preservación ambiental y su conversión en patrimonio. Lejos de estar “más allá del orden social y sus leyes” el caso de Península Valdés muestra como ambos elementos (preservación ambiental y patrimonio) en realidad forman parte de las leyes sociales como un espacio de “conflicto, lucha, tensión y negociación entre diferentes sectores atendiendo a las relaciones de poder entre los grupos involucrados” (Troncoso y Almirón, 2005:61). Piénsese por ejemplo en el conflicto entre los “cazadores” versus los “preservacionistas” y en las dificultades de implementación de las distintas normas y controles para la protección de la “naturaleza” y las distintas especies animales. Y si se quiere más, preguntarse por cuál naturaleza es la que se protege y se considera patrimonio. ¿La misma que anteriormente fue explotada, cazada y ahora considerada prístina? El caso permite mostrar que las áreas preservadas convertidas en patrimonio no son algo estático ni definido para siempre sino que surgen de un proceso de valorización social que refleja el interés y el gusto de ciertos sectores de la sociedad y que Prats (1998) define como “activación patrimonial”. Es decir, la condición de patrimonio

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natural preservado no es algo neutro ni preexistente a lo social, tampoco exclusivamente inherente al objeto patrimonial. Aquello que las distintas sociedades definen como “indiscutiblemente nuestro” es resultado de un proceso que estas van elaborando a través del tiempo por iniciativa de grupos concretos, responden a distintas concepciones y contienen raíces valorativas e ideológicas. En Península Valdés se manifiesta en la visión positiva de la naturaleza y la fauna y se reconocen en los discursos de los profesionales científicos sobre la naturaleza que adquieren autoridad y legitimación en la sociedad local (Prats, 1998). Por todo lo anterior, puede afirmarse que el patrimonio natural que se preserva es, en última instancia, un patrimonio cultural ya que fue elaborado, valorizado y apropiado por la sociedad (Luchiari, 2005). Por el otro, el caso de Península Valdés aporta un elemento más claro que permite cuestionar la visión esencialista del patrimonio natural que se preserva. La institucionalización y la cumplimentación de las distintas normas de preservación y patrimonialización de la naturaleza han sido posibles de la mano y en simultaneidad a su valorización turística. Es decir, el caso de Península Valdés permite cuestionar la idea de que el patrimonio es preexistente al turismo e independiente a la valorización del turismo (Santana Talavera, 2002) y que el turismo es un mero “usuario” de atractivos preexistentes basados en condiciones naturales excepcionales. En Península Valdés el turismo está directamente involucrado en la creación de las áreas preservadas y su conversión en patrimonio natural. Dada la dimensión económica que posee el turismo, este proceso implicaría una redefinición del carácter de “área preservada” y “patrimonio natural” del destino turístico. Es decir, teniendo en cuenta el potencial económico que la actividad turística puede generar y, por otro lado, el gran valor simbólico y atractivo de las áreas preservadas convertidas en patrimonio natural para el turismo, cabría preguntarse si aquellos sectores de la sociedad interesados en la “activación patrimonial” de condiciones y elementos naturales no son los mismos sectores que al mismo tiempo están interesados en que esas condiciones y elementos se conviertan en un atractivo turístico. De esta forma quedarían bajo cuestionamiento aquellos argumentos utilizados para justificar la preservación ambiental y también, siguiendo los argumentos de Prats, el carácter “indiscutible”, “consensuado” y “compartido” del patrimonio.

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