Story Transcript
“Un pequeño infierno florido”1 Por Hazel Zamora Mendieta
Siete años en dos culos, eso y más vale. Años después no lo encuentra, lo ha perdido, entender esto es como pasar un hielo que recorre toda la espalda; después la sangre hierve, las manos se tensan y se convierten en garras agrías, el pecho se contrae, taquicardia, vacío. Las dos escenas de Pulp Fiction que me vienen a la mente cuando pienso en un reloj, cuando pienso que mi reloj se perdió. Una de ellas es el monólogo que el capitán Koons le da a Butch Coolidge, una épica historia de la procedencia del reloj que está a punto de entregarle a ese niño. Es la herencia más deseada de los Coolidge, es casi un derecho de nacimiento, es el reloj de guerra que ha recorrido los lugares más horrorosos del planeta, las catástrofes más grandes. Conoce el mismo infierno. Ha estado en el lugar más desagradable del cuerpo humano, el ano, ese lugar donde se desprenden los olores y desechos más desagradables que emitimos los seres humanos. Buch lo toma siempre, lo porta, hasta que un día lo pierde. La desesperación lo invade, empieza a golpear y tirar todo como si los muebles fueran los culpables, como si fuera el fin, lo entiendo. Pero no, no tengo una historia tan buena como esa, como las de Tarantino, no la tengo, no la inventaré, no vale la pena. Sólo tengo un reloj perdido, sólo desconozco el tiempo natural, mi ancla que me confirma que estamos en la realidad. Mi muñeca se siente rota, como si me hubieran quitado una venda que cubre mi piel desgarrada y el soporte de mis huesos quebradizos ya no estuviera. Mi muñeca se siente desprotegida. 1 Julio Cortázar en “El Perseguidor”.
Mi mente aún no se acostumbra a su partida y la idea de que un día aparecerá en mi buro no desaparece, no como mi reloj. Mis ojos aún lo buscan entre mis bolsillos, debajo de cada objeto, en el polvo, por el suelo, en alguna esquina, colgado en mi muñeca. La esperanza de escuchar su alarma cada hora aún no se desvanece. Un día iba subiendo un puente y sonó una alarma de reloj, el sonido era el mismo al que yo tenía, me detuve, mire al horizonte, revisé mis muñecas, mis bolsillos, la esperanza floreció y por un momento pensé que había aparecido hasta que una mujer me rodeo y al verla, ella miraba su reloj. Sólo tengo un reloj perdido, un pedazo de mi padre extraviado. Él me lo regaló el 11 de julio del 2013. Así es, para el día en que estoy escribiendo esto, ya cumplió un año. Me lo dio porque se lo había pedido, yo sólo lo quería porque estaba de moda y sé que aún lo está, lo veo en varias muñecas. A él siempre le han gustado los relojes, quizá por ello vio en mi petición algo más que un capricho, quizá me regaló una parte de él, “toma no me olvides”. Quizá él quería que yo conociera esa relación que él siente con su reloj, él también siente como su reloj está latiendo, midiendo, latiendo, midiendo. Ese reloj no era para él una simple máquina que marca la hora; no, era la señal de que su hija había crecido, que la niñez y la juventud habían pasado, que el futuro se veía prometedor, que necesitaría el reloj como amuleto de suerte para los días duros, que lo vestiría el primer día de trabajo, que lo miraría en los minutos más angustiantes y decisivos, que se lo heredaría a mis inexistentes hijos. Entiendo a Butch Coolidge y a su familia, claro que los entiendo: cuando tu reloj desaparece se llevan una parte de tu cuerpo, la esencia de algún recuerdo, tu tótem personal, un pedazo de tu padre.
Como al niño al que le regalan su primer perro, yo no tenía idea de la responsabilidad que me estaban atando. Mi primer reloj, fue un Casio F-‐91w color dorado, si tienes uno de estos apuesto que al igual que yo pasaste horas en descubrir la función de sus tres botones y un segundo después olvidaste cual prendía la luz verde de fondo. Casio Computer Co., es la envidia de las relojerías suizas y relojes atómicos, fue creada en 1957 por Kashio Tadao, quien se dedicaba a arreglar distintas máquinas del aeropuerto de Tokyo, hasta que la pasión japonesa por la miniaturización lo llevó a construir la primera calculadora con el teclado numérico de clave 0-‐9, lo cual fue considerado una solución de alta tecnología. La empresa fue creciendo y para incrementar su rentabilidad en 1974 la firma anuncia su primer reloj digital de pulsera, el CASIOTRON. Desde ese momento los relojes han sido la especialidad de Casio. A partir de los 80s, el F-‐91w se convirtió en el modelo más vendido de la marca debido a su precio tan accesible, vida de siete años, diseño agradable para todo público y su precisión, es la lógica funcionalista llevada al extremo. Aunque se ha mantenido con vida durante todos estos años, regresa a su puesto alrededor del 2010 y se vuelve a convertir en el reloj best seller mundial. Así el reloj que portaba no era tan único. Para unos es un reloj de moda -‐para mí lo fue por un tiempo-‐ y para otros es su fiel compañero que les indica el tiempo. El valor que le demos varia, quizá tú también tengas una de esas historia míticas. Repito, cada quien le da el valor y uso que quiere y ahí tienes a Osama Bin Laden y los miembros de Al-‐Qaeda, ellos utilizan el F-‐91w. Según el periódico inglés de The
Guardian el sitio web Wikileaks encargado de filtrar archivos políticos confidenciales, publicó que en la cárcel de Guantánamo, Estados Unidos, veintiocho reclusos acusados de terrorismo llevaban dicho modelo, entre los argumentos del por qué lo utilizaban se encontraba la resistencia al agua que tienen estos relojes, ya que los musulmanes antes de rezar se lavaban las manos hasta los codos. Sin embargo, la realidad es otra, este dispositivo es utilizado por terroristas para sincronizarlo con otro dispositivo y hacer explotar una bomba. Con ello, este reloj se ganó el nombramiento por los funcionarios estadounidenses de “Señal de Al-‐Qaeda”. Y aunque podría resultar publicidad negativa para el producto, esto más bien llega a hablar de su fiabilidad y hasta lograría alcanzar un estatus de culto. Haber tenido el mismo reloj que Al-‐Qaeda me resulta aterrador y un pequeño resplandor de orgullo surge de mi ego. Y no es que este a favor del terrorismo, no, no me mal interprete, pero saber que el mismo modelo que utilizabas se encuentra en las manos y lugares menos esperados, me resulta cagado. Por otra parte yo no quería perder mi reloj y quizá un terrorista sienta la misma angustia que yo sí llega a perder el suyo. Los fines, la historia y el valor que le damos son totalmente distintos pero perder un reloj puede ser un sentimiento que Butch Coolidge, el terrorista y yo compartamos. Bien decía Julio Cortázar “cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire.” Y si te regalan un Casio F-‐91w te regalan una marca mejor que otras, te regalan un reloj que ha marcado una moda durante veinte años, te regalan una obsesión japonesa, la señal de Al-‐Qaeda, el que te
digan hipster de vez en cuando, y vamos hay que aceptar el porcentaje de ello. Te regalan la manía de arremangar las mangas de tu ropa en caso de que sean largas para que todos lo vean, te dan la obsesión de atender la hora aunque no te interese, te dejan la desconfianza a cualquier otro reloj que no sea el tuyo, te brindan todo un ritual para revisar la hora: te tienes que detener, plantar tus pies en el suelo como las ramas más fuertes de los árboles, sentir como el tiempo nos mueve, tienes que detenerlo, parar todo ese ruido por un momento, mirar la hora, decirla, repetirla en tu mente, procesarla en tu cerebro, regresar a la realidad y seguir con tu vida. Y sí te lo regala tu padre, te da toda su esencia impregnada en un trozo de metal, el recuerdo de que está a tu lado como la cadena del reloj sosteniendo tu mano, te brinda su confianza, un “esto apenas comienza” y como la bendición que dan las madres antes de salir de casa, el reloj se convierte en la bendición del padre, se vuelve el suéter que cubre a sus hijos. Así es, amigo mío, no tengo la historia de Tarantino, pero tengo un reloj perdido, un fragmento de mí en algún lugar que desconozco, un pedazo de mi padre extraviado.