VIDA DE RATAS ENTRE EL METRO, EL RÍO Y EL MAR

VIDA DE RATAS ENTRE EL METRO, EL RÍO Y EL MAR Capítulo 1: El collar de Sofía y la traición de la rata Cuenta la historia que antiguamente en verano, c

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VIDA DE RATAS ENTRE EL METRO, EL RÍO Y EL MAR Capítulo 1: El collar de Sofía y la traición de la rata Cuenta la historia que antiguamente en verano, cuando el río arrastraba poca agua, se celebraban las fiestas de la ciudad durante todo un mes. En barcazas de neumáticos viejos o cajas de madera de fruta, subían las más elegantes ratas ataviadas de sus mejores joyas. Ambos lados de la rivera del Mapocho se llenaba con los habitantes de las alcantarillas y subterráneos. Llevaban las mejores comidas recolectadas durante la semana y se dedicaban todas las jornadas a compartir, conversar y celebrar. Al final del mes, votaban para elegir a la reina de las ratas. Durante los últimos años, la reina indiscutida era la rata Sofía. No sólo era la más bella y esbelta. Se decía que era una de las madres más cariñosas con sus hijos y su collar de perlas era el más impresionante de la ciudad. Las perlas usadas en esa época eran de dientes de gato y cada diente era una historia y aventura distinta. Los ratones más valientes se atrevían a lanzarse sobre un gato y luchar hasta arrancarle un diente, otras veces con engaños o expediciones nocturnas, podían robarle algún diente durante el sueño. Los admiradores de Sofía y muchos de sus hijos jóvenes y adultos habían logrado recolectar dientes para ella. En sus camadas de hijos había grandes, fuertes y famosos luchadores. Colmaron a Sofía de dientes de gato hasta que maduraban y se enamoraban de ratas jóvenes; y las nuevas novias pasaban a ser las nuevas receptoras de los siguientes dientes En un día inesperado, una gran noticia y sorpresa recorrió todos los ductos de alcantarilla y estaciones de metro. ¡Había desaparecido el collar de Sofía! El collar daba varias vueltas al cuerpo de Sofía y se acompañaba de un grupo de preciosas pulseras y aros ¡Todo había sido robado! Sofía estaba muy triste, pero nada podía hacer, porque todo el día estaba preocupada de amamantar a sus últimos niños. Simón era uno de los pequeños ratones niños de Sofía que ya podía alimentarse solo e incluso varias veces había salido a buscar su comida por su cuenta. Simón estaba muy inquieto, porque entendía perfectamente la gravedad del robo. Muchas veces había admirado el collar de su madre y hasta había jugado con él. Planeaba, cuando grande, regalarle a su madre por lo menos una vuelta más de dientes. Simón conversó con todo el mundo que pudo, se subió al metro, recorrió todas las estaciones paralelas al río hasta la estación Mapocho. Salió de noche a caminar por Providencia y terminó en la Vega, bajo un puesto de verduras, donde le dieron un dato clave: el que podía tener información vital, era el ratón Juan Pablo. Juan Pablo había nacido como rata de campo, pero por un accidente en su juventud, se había metido en un bolso de viaje a comer galletas y se había quedado dormido. El bolso había entrado en un auto y cuando despertó, Juan Pablo ya estaba en la ciudad. Como no podía adaptarse, durante años participó en un grupo de delincuentes del sector: las Ratas Traicioneras. Pero ahora Juan Pablo era un feliz enamorado y había encontrado un sector aledaño a la ciudad donde vivían varias ratas de campo. Había dejado de ser un rata traicionera, pero era alguien que manejaba mucha información confidencial. El recado que le llegó a Simón de Juan Pablo a través de varios contactos, fue: “encontrémonos mañana a las 6 de la mañana en Los Leones”. Era una buena hora, porque tan temprano circulaban pocos humanos y en la ciudad de ratones, eran pocos los que había visto de verdad a humanos. Desde niño les enseñaban a circular bajo tierra y la historia dice que los pocos ratones que habían visto a los ojos a los humanos,

terminaban muertos o grandes plagas recorrían la ciudad los días después, con varios ratones muertos, al parecer, bajo efectos de alguna enfermedad venenosa. Al otro día, Simón estaba en Providencia con Los Leones, bajo una estatua de piedra con forma de león, junto al antiguo Hospital Militar. Esperó hasta las 6:30 de la mañana. Juan Pablo no llegaba y como ya circulaban muchos vehículos y buses, se puso nervioso y decidió volver a las alcantarillas. Cuando volvió a la Vega para saber que había pasado con el ex rata traicionera, le explicaron que ir a los leones para Juan Pablo, era ir a los “leones de verdad”. Tenía que llegar a un sector muy cerca de su ciudad, pero fuera de ella. Juan Pablo vivía con la comunidad de ratas del Cerro San Cristóbal y en ese cerro hay muchos animales, incluyendo leones. Simón había escuchado varias historias del cerro San Cristóbal, y alguna vez había pensado viajar allá cuando adulto de vacaciones. Pero el momento había llegado. Juan Pablo le dio una nueva cita para la noche a través de sus contactos. En la tarde se subió al techo de un vagón del metro y se bajó en la estación Baquedano. Siguió todas las indicaciones del mapa de alcantarillas para llegar desde ahí hasta el cerro. El barrio era peligroso para salir a superficie, porque día y noche circulaban humanos. Una vez en el cerro, encontró los cables de la subida del funicular y subió por ellos hasta la puerta que daba al zoológico. Estaba muy ansioso de ver animales salvajes que lo pudieran comer, y no entendía mucho lo que todos le habían comentado en la ciudad: que no se preocupara, porque los animales estaban enjaulados. En la puerta había un viejo y gordo ratón guardián que cuidaba una bodega oculta de comida que robaban las ratas de campo de los almacenes del zoológico y le dijo que Juan Pablo ya había dado el aviso y que lo acompañara. La reunión fue junto a la jaula de los leones. ¡Nunca en su vida se había imaginado un animal así! Estaban todos apelotonados durmiendo, eran gigantes y el ruido de sus ronquidos era para asustar a cualquiera. “Por eso me gustan las reuniones aquí”, le dijo Juan Pablo, luego de saludarse, “este ronquido permite que nadie nos escuche y si no me gusta la reunión, de un silbido despierto a estos muchachos y tiro al otro ratón adentro”. Lo dijo en un tono despacio y misterioso que logró que Simón abriera inmensamente los ojos y levantara sus orejas preocupado. Eso le hizo mucha gracia a Juan Pablo, quien en cuanto vio entrar al niño Simón, notó que era un gran valiente y le cayó bien. Y le mostró su amplia sonrisa donde se veía un colmillo gigante a un lado y al otro, uno más pequeño que iluminó la cara de Simón con un reflejo. Simón se quedó paralizado con cara de impacto mirando la sonrisa de Juan Pablo. -“Este es colmillo de perro”-le dijo. -“Puedo encajarlo muy fácil en mi hocico. Perdí muchos dientes en mi vida como rata traicionera. Pero tengo una colección de dientes de gatos y perros para cambiármelos. Los de perro son los mejores para partir comida dura. Pero este otro, es de oro. No lo cambio por nada. Lo encontré un día buscando comida por el Mapocho. Rompe hasta cajas de madera”-, le dijo Juan Pablo que seguía riendo por la cara de sorpresa de Simón -“De eso mismo quería hablar, de los dientes”-“Lo sé todo”-, lo interrumpió Juan Pablo.-“Ese collar de tu madre es el más valioso y famoso en varias ciudades. Algunos de esos dientes se los regalé yo. Yo podría ser tu padre, niño. Traté de conquistar a tu madre como muchos otros que la admiramos. Pero su corazón nunca me respondió”- en ese momento la sonrisa de Juan Pablo se apagaba.-“Y después yo ayudé a varios de tus hermanos a capturar más dientes para ese collar. Porque si hay que pelear contra un gato, yo soy uno de los indicados. ¡Me encanta las peleas contra gatos!”- gritó, recuperando su sonrisa y sacando carcajadas. En ese momento los ronquidos de uno de los leones se transformaron en gruñidos y en un gran bostezo que asustó a Simón

-“No te preocupes. Son mis amigos. De hecho, yo aquí soy el encargado de entrar en sus hocicos y limpiarles los dientes. Por eso no me asustan los dientes de perros ni menos los de gatos”Simón le explicó todo lo que sabía hasta ese momento. Y Juan Pablo le sumó su información. -“El collar está en Viña del Mar”- dijo Juan Pablo -“¿Qué es eso?”-, preguntó Simón -“Viña del Mar es una ciudad muy lejana, muy lejana. Para llegar allá, el viaje es muy peligroso, porque sólo se puede hacer dentro de un vehículo o escondido dentro del maletero de un bus que sale cerca de la Estación de Metro Universidad de Santiago. Pero si tomas el bus equivocado, puedes ir a lugares muy lejanos y son pocos los que han vuelto. Yo creo que todos mueren”-“¿Y cómo sabe que está en Viña del Mar?”- preguntó Simón -“Verás”- le dijo Juan Pablo, -“en esta época del año siempre viene de vacaciones al barrio Providencia una gata terrible, la gata Angélica, que es muy celosa y callejera. Recorre toda nuestra ciudad y durante un mes produce muchos destrozos. Conoce nuestros barrios, es muy ágil y sabe como entrar y salir de las alcantarillas más superficiales. En Viña del Mar es una de las líderes y cuando supo la historia de los collares de dientes de ratón hace años, dicen que fue un periodo terrible. De mucha furia y destrozos”Juan Pablo le contó que por esa causa, los collares de perlas se mantenían escondidos en las alcantarillas más profundas. Nunca iba a llegar por allá Angélica, así que la desaparición era bastante misteriosa. “Pero ya resolví el misterio” le dijo. Él había pertenecido a las Ratas Traicioneras, y dentro de ese grupo, había un clan peor: las Ratas Traicioneras sin Dios ni Ley, que no respetaban ni a padre ni a madre. Cada vez que pillaban a alguna de esas, el pueblo las enjuiciaba y las lanzaban por el río, en la época de deshielos, con la corriente muy fuerte, unos metros antes de las compuertas que quedaban cerca de la Estación Mapocho. Si sobrevivían a la corriente y a los remolinos de la compuerta del río, los traicioneros sin Dios ni Ley eran arrastrados al más allá, y nunca alguien había vuelto de ese viaje. -“La rata traicionera es Hugo”-, le explicó Juan Pablo. Le contó que Hugo era una de las ratas más ambiciosas del grupo y que siempre hablaba de ir a conocer el mar. Que si iba a Viña del Mar, podía conquistar esa zona, robar en puertos, encontrar pescados más frescos e incluso traficárselos a los gatos, que les encantaban. “¡Nunca una rata tiene tratos con los gatos!”, dijo con ira Juan Pablo Hugo le había contado a la gata Angélica sobre el mejor de los collares de perlas de dientes de gato, el collar de la madre de Simón. Y Angélica llegaba a retorcerse y arrastrar su lomo en las paredes diciéndole “lo quiero, lo quiero, tráeme ese collar” Llegaron a un acuerdo. Si Hugo le entregaba el collar, Angélica lo llevaba a Viña del Mar, buscaba a los ratones más poderosos del lugar para eliminarlos y coronaba a Hugo como rey de los ratones. Lo instalaba en el subterráneo de una casa abandonada con treinta lingotes de queso francés robados del Puerto de Valparaíso, suficiente para alimentarse el resto de su vida. Quedaban muy pocos días para terminar las vacaciones de la gata Angélica y Hugo no podía encontrar el collar. - “Hasta que pasó lo que pasó”-, explicó Juan Pablo - “Hugo se robó el collar”-, dijo Simón empuñando de rabias sus garras delanteras. “¿y qué pasó con Viña del Mar?, ¿Hugo ya se fue?”- “Más o menos”-, contestó Juan Pablo -“Acuérdate que toda la información me llega”- “¿Cómo es eso de más o menos?”-

- “Hugo robó el collar, pulseras y aros en el último día de Angélica en la ciudad. Alcanzó a llevarle todo a Angélica justo antes del viaje, así que ambos se subieron al automóvil, en la jaula de transporte para viajes de la gata” - ¿Y que pasó al final?”, preguntó Simón temiendo que ya estaba todo perdido - “Lo que al final le pasa al traicionero de los traicioneros”, contestó Juan Pablo. “Hugo entró en el hocico de la gata para esconderse y para que ambos entraran a la jaula y no lo vieran los dueños de la gata. Angélica llegó con su collar a Viña, pero Hugo nunca llegó a ver el mar”- Esta vez el diente de oro de Juan Pablo brillaba más que nunca mientras sonreía disfrutando el momento - “Se lo comió la gata Angélica”- susurró Simón - “Exacto hijo. La traición a uno de nosotros se paga, se paga”Capítulo 2: Simón, Adrián y el sueño de viajar al mar Simón repitió la historia a sus hermanos y vecinos más cercanos de la madriguera de ratas. Iba a juntar un poco de provisiones y de alguna manera iba a viajar a Viña del Mar. Él sería el que volviera con las perlas de su madre. Todavía no había podido salir a luchar contra gatos, pero su madre sabría que era el más valiente de todos. Cada detalle de la historia lo escuchaba y grababa muy atento Adrián, uno de los hermanos de la camada anterior y su mejor amigo de la madriguera. Adrián era un ratón muy amistoso, un poco pequeño para el tamaño normal, y tenía un problema que le dificultaba una vida igual al resto. Adrián era casi ciego. Sólo veía sombras y luces. Caminaba siempre pegado a uno de los lados de la alcantarilla, pero rápido y muy ágil. Conocía todos los rincones subterráneos y tenía muy desarrollados su audición, el olfato y en especial, sus bigotes. Era el hermano con los bigotes más largos, y la sensibilidad de sus bigotes era tan desarrollada que casi reemplazaban a sus ojos. Cada vez que alguno de los niños de cualquier familia se perdía, Adrián era el indicado para buscarlo. Y siempre llegaba con el niño perdido. - “Mañana salgo de esta ciudad. Voy, tomo el metro y llego al terminal de buses. Me subo a un bus a Viña y rescato el collar”, decía con ímpetu Simón. - “Pero si Viña del Mar es gigante por lo que dicen, creo que tiene varias ciudades adentro”, le decían algunos. Como la ciudad de ellos comprendía sólo el sector entre el metro y el río Mapocho, hasta la antigua estación Mapocho, cualquier salida de ese sector era un riesgo mayor. Pero ir al mar, eran palabras gigantes Todos sabían que Simón saldría, porque pertenecían a una casta de ratas valientes, y nadie impediría ese viaje. Durante la noche siguieron conversando, planificando el viaje y dando datos de familiares que algún día partieron sin retorno, pero que posiblemente estarían en Viña del Mar, hasta que se quedaron dormidos acurrucados unos juntos a otros. Simón salió antes de que todos despertaran y tomó el techo del primer tren de metro de la mañana. Llegó a un sector totalmente desconocido de las ratas de su ciudad: la estación Universidad de Santiago, que quedaba bastante alejada del río. Caminó por varias alcantarillas recordando un mapa que le dibujaron la noche anterior, hasta que se asomó por una de las tapas de cemento del suelo del estacionamiento de buses. Simón casi fue atropellado por un bus en cuanto asomó la cabeza, pero justo antes de que un neumático lo aplastara, sintió un tirón brusco de la cola hacia abajo que lo salvó. Cuando logró ver qué había pasado, se dio cuenta que el tirón se lo había dado su hermano Adrián -“¡Adrián!, ¿Qué haces aquí?”- preguntó Simón - “Cuidándote, ¿cómo no sentiste que venía ese bus? Nos vamos juntos a Viña del Mar”- respondió Adrián, retándolo seriamente.

- “¡Cómo se te ocurre, es muy peligroso para ti! No puedes ir, si casi no ves”- dijo Simón casi gritando. -“Perdón, ¿para quién es peligroso?”- respondió Adrián desafiante –“Esta historia ya se habría acabado si no te saco de las ruedas del bus. Ven conmigo, no podemos tomar un bus. Aquí todo sí que es peligroso, este sector es de muchos gatos y un bus nos puede llevar a cualquier lado del país” -“Pero tenemos que viajar sí o sí”- respondió Simón -“¿Y cuál es tu plan? ¿Elegiste ya un bus?” le preguntó Adrián. Simón se quedó en silencio un buen rato y sin respuesta. -“Ves, no sabes qué hacer. Acompáñame, vamos a la Estación Mapocho, ya tengo la solución” Corrieron por varias alcantarillas que Simón nunca había conocido, saltaron entre vagones de tren de metro en movimiento, siempre Adrián en primer lugar corriendo veloz, hasta que llegaron a la ribera junto al parque de la estación Mapocho. -¡”Esto esta casi fuera de nuestra ciudad!, ¿cómo me encontraste?, ¿cómo te sabes este camino?...”- Simón bombardeaba a su hermano con preguntas Adrián mantenía el silencio hasta que Simón se agotó - “Todos estos lugares los conozco como la palma de mis patas. En cuanto te escuché, me quedó claro que nunca ibas a llegar a Viña del Mar por donde tú dices. Por todo lo que sé, nuestra solución es otra. Sígueme”Por la salida de un ducto al río, pasadas las compuertas, llegaron a un sector seco lleno de bolsas de basura. Sacaron entre los dos unas bolsas y escombros, hasta hacer aparecer del fondo un neumático viejo envuelto en una bolsa de malla de nylon, amarraba en la punta. Dentro del neumático había acumulado una cantidad grande de frutas, nueces y restos de comida. - “Vamos a viajar por agua”- le dijo Adrián.-“Siempre soñé un viaje así. Anoche en cuanto terminaste tu historia vine a preparar esto. Aquí hay comida suficiente para tres días y aunque no lo creas, no soy el único ciego de estas ciudades. Somos varios y siempre nos topamos en lugares que ni te imaginas. Con todo lo que hemos hablado, hemos grabado en nuestra mente todos los mapas de alcantarillas y caminos de nuestra ciudad y varias veces hemos discutido los posibles afluentes del río que pueden llegar hasta el mar”- “Estás loco hermano. Esto lleva al infierno, por aquí se mueren los delincuentes, nunca nos va a llevar al mar”, le respondió Simón. - “Hermano”- le dijo mientras le tomaba un hombro. -”Confía en mi, todo río llega a un mar y este es el camino más seguro a Viña del Mar. Si no vas tú, iré yo solo” - “Vamos”- dijo Simón mientras miraba seriamente los bigotes de su hermano, “¿qué hay que hacer?”. - “Entra entremedio de las redes, está un poco apretado, pero una vez adentro,por más que se mueva, no nos vamos a caer al agua.”Capítulo 3: Juego de perros, gatos y ratones Dos días tardaron en viajar por distintos caminos del río. Varias veces al día arrastraban el neumático a la orilla y lo amarraban a ramas o piedras. Conocieron varias ratas en el camino y se llenaron de datos e historias del campo y de Viña del Mar. Lo que más le gustó a Adrián fue algo que nunca había probado: restos de dulces de Curacaví que les sirvieron la familia donde durmieron la primera noche. Simón lo molestó y se burló de él el resto del viaje por cómo se veía Adrián con los bigotes pegados por el manjar de los dulces. Cuando por fin llegaron a Viña del Mar, les sobraba comida con todo lo que los habían invitado a comer en varios lugares. De alguna manera desconocida, se había

corrido la voz a lo largo del río y hasta Viña del Mar, que dos ratones héroes iban en camino a combatir contra la gata Angélica. En cuanto el neumático iba llegando al mar, los hermanos saltaron de alegría y emoción al ver como se ensanchaba el río y rebotaban las olas. Mientras estaban pensando cuál era el siguiente paso, Adrián le comentó a su hermano que sentía un fuerte olor a ratones en la ribera derecha de la desembocadura del río. Simón puso sus garras sobre la frente para hacer sombra y logró enfocar a una mancha oscura en la tierra, que a medida que se acercaban se transformó en un grupo de más de cien ratones aglomerados, que los estaban esperando con saludos, gritos y hasta con cantos de bienvenida. Esa noche trataron de recordar cómo había sido todo, pero no pudieron recordar bien, después de la recepción y entre tantos ratones, fueron llevados a las guaridas de los ratones viñamarinos. Les explicaron cómo era el ambiente de la zona, las ventajas de vivir junto al mar y los peligros que corrían. Aparentemente el lugar era muy apacible. En las calles circulaban muchos perros en forma libre. Y eso amedrentaba a los gatos. Pero Angélica no sólo era una gata ambiciosa y envidiosa. Era muy inteligente. Llevaba una doble vida. Vivía con una pareja de ancianos humanos que la regaloneaban todo el día. La alimentaban bien con tarros en conserva de lo que ella quisiera y leche chocolatada, dormía en una cama de humanos, con sábanas y cojines y viajaba de vacaciones por todo el mundo con sus dueños. Pero cuando salía a la calle, se transformaba. Como había muchos perros en la ciudad, ella adquirió la habilidad casi única de conocer varios lugares subterráneos de la ciudad. Circulaba casi sin restricción y sus secretos se los enseñaba a sus hijos y varios gatos de Viña del Mar. Era dueña y jefa de la pandilla subterránea, que aterrorizaba a los ratones viñamarinos. Cuando engordaba, no se sabía si estaba embarazada o estaba llena de ratones recién comidos. En los últimos años, sus dueños habían comentado la posibilidad de esterilizarla para que no tuviera más bebés, y lo que Angélica hacía cuando quedaba preñada, era arrancarse unas semanas y tenía sus bebés en un subterráneo acomodado como su segunda casa. Una guardia permanente de gatos de la pandilla cuidaba 24 horas al día a los recién nacidos y ella bajaba varias veces al día para alimentarlos. Simón fue el primero que tuvo la genial idea. Si los gatos bebés estaban cuidados día y noche en un escondite subterráneo, el collar y las joyas debían estar ahí. El lugar del escondite no era un secreto, pero acercarse a ese lugar era imposible. No había ratón ni rata en Viña del Mar que tuviera ese coraje. Simón y Adrián crearon el plan durante la primera noche y al otro día dieron el inicio oficial. Los ratones buscaron a los perros más antiguos que vagaban por las calles y les contaron que al día siguiente a media noche, todos los gatos de la ciudad tendrían una reunión al final del muelle Vergara, para conversar qué harían ante la amenaza de tantos perros vagos que no los dejaban circular por las calles Y bastó con cinco ratas valientes y fuertes que se acercaron a las casas de gatos viejos, casi sin dientes por su edad y por los robos de dientes de ratones que les gustaba regalarlos para collares. Simularon que estos gatos de poco peligro los atrapaban entre sus garras y cuando iban a comérselos, los ratones les dijeron que si los soltaban, les dirían el gran secreto de la semana, traicionando a sus compañeros ratones. A los cinco les dijeron que al otro día, cinco minutos antes de media noche, se iban a juntar todas las ratas y ratones de Viña del Mar al final del muelle Vergara a una gran fiesta. Bastó con ese rumor para que los gatos los soltaran y corrieran donde otros gatos con la noticia sobre el banquete de ratones que podían tener en el muelle Vergara al otro día. Desde las 11:00 de la noche del gran día, Adrián y Simón esperaban en una alcantarilla cercana al escondite de los recién nacidos cachorros de gato de Angélica. La vieron pasar corriendo agitada en dirección al muelle Vergara, tal como lo pensaron. Quedaban quince minutos para las doce y notaron que los gatos de la guardia

permanente de los bebés de Angélica estaban muy nerviosos e intranquilos. Cuando comenzaron a discutir y arañarse entre ellos, supieron que lo único que querían era ir al muelle a comer ratones y no quedar como los únicos sin disfrutar del botín. Cinco minutos después, todos los gatos de la guardia corrían desesperados a la caza de ratones, dejando a los niños solos. El engaño había resultado a la perfección. Todos los gatos y perros de Viña del Mar estaban en el mismo lugar y en el mismo momento. La batalla fue tremenda, los ladridos y aullidos lograron opacar los ruidos de las olas del mar. Durante horas se vieron sombras de gatos y perros que caían al mar. El escándalo fue tan grande, que ningún humano se atrevió a entrar en dos días al muelle por temor a ser atacado, aunque a esas alturas ya no había nada. Durante la batalla, Simón y Adrián entraron a la guarida de los cachorros de gato. No tardaron mucho encontrar las joyas de dientes de gatos. Ya habían cargado el botín cuando Simón sintió que su cola era aplastada por algo y al tratar de moverse, una sombra cubrió su cuerpo y la pared. Con mucho temor se dio vuelta y vio como Adrián acariciaba las orejas del cachorro de gato que aplastaba la cola de Simón. El gato comenzó a jugar con Adrián hasta colocarse boca arriba y le pedía que le rascara el pecho. Cuando se fueron, todos los gatos cachorros siguieron a los ratones, pidiendo jugar y que los acariciaran, saltando unos sobre otros. Simón y Adrián les hacían señas y ruidos para que se alejaran. “Fuera, fuera gatito” les decían, “vayan con su mamá”. Y así estos dos ratones héroes se atrevieron a hacer lo que ningún ratón pudo antes en toda la historia Capítulo 4: Negocios de gatos y ratones Angélica se transformó en una gata triste y apagada. No le importó el robo de sus joyas. La desaparición de sus hijos era lo que más le dolía. Pasaba de su cama a la guarida. Se sentaba en ambos lados a llorar y gemir. Estaba tomando sin ganas algo de su plato de leche chocolatada, cuando un instinto conocido la detuvo. A su derecha sintió el movimiento de un ratón. Sin mirar, casi por costumbre saltó y trató de poner una pata encima del ratón. No supo cómo lo hizo el animal, pero casi desapareció cuando iba a aplastarlo. La pata tocó el suelo, y el ratón estaba un poco más al lado, sin lesiones. Repitió sus mejores movimientos cinco veces, pero el ratón siempre fue más rápido que ella para arrancar. Era Adrián, que levantó su cabeza mirando a la sombra de la cabeza de Angélica. - “Sabes que te voy a comer”- le dijo Angélica, sin sospechar que Adrián casi no la veía - “Nunca lo harás si yo no quiero”- respondió Adrián –“la próxima vez pon tu pata suavemente sobre mi y me podrás atrapar, y me entregaré voluntariamente, para que veas que soy yo el más ágil”Lentamente Angélica levantó su pata delantera, comenzó a bajarla en cámara lenta hasta tocar la cola de Adrián que no se movió ni siquiera un milímetro. Suavemente la aplastó. Acercó su hocico a los bigotes de Adrián y le dijo: - “¿Qué quieres?”- “Tus hijos”- dijo suavemente Adrián. –“Los tengo yo”Angélica sacó sus colmillos y gimió sobre la nariz de Adrián -“Y también quiero la paz”- siguió Adrián -“Y ese es el fin de la historia niños”-“¡Nooo, nooo. Queremos más, abuelo!, ¡No, eso no se acaba con eso!”- gritaba un grupo gigante de ratones niños, mientras el abuelo cerraba el libro de cuentos y

tomaba un bastón junto a él, para guardar el libro en una caja escondida en un orificio en la pared. -“Abuelo, por favor, que pasó, cuéntanos el final”-. - “Mis queridos niños”- dijo el abuelo, -“ese es el final del libro. Les cuento el final de la historia y lo que pasó de verdad, pero por favor después se acuestan”- “Sí, si”- gritaban todos –“nos vamos a acostar”-“La historia termina así: Adrián ya no sabía que hacer con los gatos pequeños que querían jugar con él todo el día. Hizo un trato con Angélica y desde ese momento se acabaron los robos de dientes a los gatos. Angélica nunca más bajó a los subterráneos a cazar o a molestar a los ratones y le dio las mismas instrucciones a su pandilla. Y desde ese año, cada vez que un gato niño se le cae su diente de leche, se les avisa a los ratones de la ciudad, quienes van en la noche, sacan el diente y ponen debajo de la almohada del gato un dulce o un juguete. Los hijos de Angélica volvieron con su madre y las joyas de los ratones hoy se confeccionan con los dientes de leche de los gatos niños”- “¿Y Adrián abuelo?”, “¿Y Simón?”- llovían las preguntas antes de acostarse - “Volvieron a su ciudad con las joyas. Fueron catalogados como héroes. Los primeros en descubrir un nuevo camino a la playa, los más valientes y los que se enfrentaron a la malvada Angélica y la vencieron logrando la paz. Simón se quedó en su ciudad y fue uno de los grandes líderes de las cañerías. Y Adrián volvió a Viña del Mar. Le encantaba el mar y se quedó por estos lados a vivir. Fue un gran jefe de los ratones de la zona y tuvo muchos hijos, nietos y felicidad”Los niños fueron muy tranquilos y felices después a acostarse, después del libro que leía de vez en cuando su abuelo con historias de los ratones de su familia. El Abuelo apoyó su bastón en la pared, se arregló sus bigotes gigantes y se sacó las gafas. El libro, que en verdad estaba en blanco y sin palabras, lo guardó en la caja que estaba escondida en la pared de la cueva. No tenía para qué tener la historia escrita si estaba ciego y se la sabía de memoria. Al abrir la caja, tomó el gran collar de Sofía, su madre, que había guardado muchos años después de la muerte de ella. Lo tocaba, tomaba el olor y pasaba sus bigotes por cada diente de gato. Eso lo hacía recordar sus tiempos de infancia y juventud. Siempre que contaba esas historias cambiaba su nombre real, para que los niños no se dieran cuenta que él era uno de los protagonistas. Esta vez se había puesto el nombre de Adrián. Era tarde y él también tenía que dormir. Se acurrucó en el viejo cojín que le regaló su amiga la gata Angélica y se puso a dormir.

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