Virgen de la Misericordia, Valencia. Siglos I a.c.-iii d.c. 1

MIQUEL ROSSELLÓ MESQUIDA; ENRIQUE RUÍZ VAL La necrópolis romana de la C/. Virgen de la Misericordia, Valencia. Siglos I a.C.-III d.C.1 INTRODUCCIÓN

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MIQUEL ROSSELLÓ MESQUIDA; ENRIQUE RUÍZ VAL

La necrópolis romana de la C/. Virgen de la Misericordia, Valencia. Siglos I a.C.-III d.C.1

INTRODUCCIÓN Con motivo de la realización de un sondeo con medios mecánicos en el solar de la C/. Virgen de la Misericordia, n° 4 en Diciembre de 1991, se documentaron al menos dos inhumaciones de cronología romana. A la vista de los resultados de los sondeos y siguiendo la normativa municipal vigente en materia de protección del patrimonio se procedió a la excavación de urgencia de dicho solar. Esta zona de la ciudad era, hasta la fecha y desde un punto de vista arqueológico, bastante desconocida y su excavación ha aportado interesantes datos sobre la evolución de este espacio urbano. Durante los trabajos arqueológicos, finalizados en mayo de 1993, se constataron una serie de niveles que cronológicamente abarcan desde la época romana hasta la contemporánea. De entre ellos cabe destacar la presencia de una necrópolis con una cronología del s. I a.C. al s. III d.C. El registro estratigráfico evidenció que sobre los niveles de la necrópolis se emplazó, en el siglo XI, una almunia islámica de la que se han documentado varios patios, pozos y un completo sistema de canalizaciones hidráulicas. Esta almunia sufrió una serie de remodelaciones en el período almohade (s. XII) y perdurará hasta la conquista cristiana. Por encima de estos niveles islámicos se documentaron una serie de vertederos de época bajo-

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medieval (ss. XIV-XV), que depararon abundante material cerámico y la aparición de crisoles para la elaboración de vidrio y para el trabajo del cobre, lo que parece apuntar la proximidad de una zona artesanal. Los niveles postmediavales fueron escasamente documentados. Los niveles de época islámica y posteriores afectaron, como es lógico, a la necrópolis romana, pese a todo se pudo constatar la existencia de una extensa área cementerial que ocupaba todo el solar y cuyos resultados provisionales presentamos en esta comunicación.

LOCALIZACIÓN DE LA NECRÓPOLIS Se ubica a unos 750 m. al oeste de lo que fue el centro de la antigua ciudad Republicana e Imperial de Valentía que estaría situado en los alrededores de la actual Plaza de la Virgen (RIBERA, 1987: 113-120). Por otra parte su proximidad a la actual calle Quart es un dato de gran interés pues estaría indicando la posible fosilización de la antigua vía occidental (Decumano) de acceso y salida a la ciudad de Valentía en el actual entramado urbano (TARRADELL, 1962: 23; fig. 1), ya que es de sobra conocida la costumbre de ubicar las necrópolis durante época romana en las inmediaciones de las

La parte gráfica de este trabajo se debe a Rosa M" Alcaide y M" Isabel García, a las que agradecemos su colaboración.

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principales vías de la ciudad (ABASCAL, 1991: 223). Se trataría pues, del cementerio occidental, situado extramuros de la urbe y articulado en torno a una vía (Fig. 1). Todas las necrópolis romanas documentadas en la ciudad, a excepción de las paleocristianas, se ubican sistemáticamente al exterior del recinto amurallado, siguiendo la norma común recogida en las leyes de las XII Tablas que prohibía enterrar dentro del perímetro urbano (ABASCAL, 1991: 220). Pero concretamente en la ciudad de Valencia además, se localizan fuera del islote que formaba el Turia, es decir, al otro lado del brazo del río que envolvía a la ciudad ( RIBERA y SORIANO, 1987: 160). En cuanto a la delimitación del área funeraria y su extensión, hay que decir que la excavación se ha visto restringida por los propios límites del solar, problemática inherente a todas las intervenciones urbanas. Sin embargo, sí podemos apuntar que durante el proceso de excavación no se documentaron estructuras de cierre que delimitaran el espacio cementerial. En cuanto a la extensión de la necrópolis, todo parece indicar que ésta sobrepasaría los límites del solar, pues así lo confirman la presencia de enterramientos en los cortes sur, este y oeste. Fuera de este dato, contamos con las evidencias proporcionadas por recientes excavaciones en zonas próximas. Así, al este (C/. Pinzón), al sureste (C/. Carrasquer) y al sur (C/. Aladrers) no han aparecido enterramientos romanos, lo que de alguna manera viene a delimitar la posible extensión de la necrópolis2. Por el oeste es más que probable que los enterramientos se extiendan por el vecino convento de Santa Úrsula, en cambio, hacia el norte, la propia excavación evidenció la escasa densidad de enterramientos lo que permite suponer que el límite de la necrópolis en esta dirección estaría cercano y del mismo modo viene a corroborar que la misma se instalaría siguiendo un eje este-oeste proporcionado por la proximidad de la vía.

RITOS FUNERARIOS Y TIPOLOGÍA DE LAS TUMBAS En esta necrópolis se han documentado los dos ritos funerarios comunes del período romano: la incineración y la inhumación. El rito de la incineración es muy minoritario respecto a la inhumación, pero hay

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Fig. 1: Esquema de la ciudad de Valencia desde época fundacional hasta el siglo XIV. Leyenda: 1) Centro fundacional. 2) C/Caballeros-Quart. 3) C/San Vicente Mártir. 4) Recinto islámico. 5) Antiguo brazo del Turia. 6) Recinto medieval.

que destacar que es la primera vez que se documenta en la ciudad de Valencia. El total de deposiciones cinerarias constatadas es de cuatro, una en urna, dos en fosa y un bustum. El rito de la inhumación es el mayoritario, documentado en algo más de cien tumbas de variada tipología constructiva y que atendiendo al grado de elaboración de las mismas hemos dividido en los siguientes tipos: A) simple fosa cubierta de tierra, con o sin ataúd de madera. B) en contenedor cerámico. C) fosa con cubierta (de tégulas en posición horizon tal con o sin ímbrices; de tégulas a doble vertiente; de losas cerámicas dispuestas horizontalmente).

Trabajos dirigidos, respectivamente, por: Asunción Viñes; Ma Isabel García y Enrique Ruíz; y Albert Ribera, a quienes agradecemos la información.

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D) fosa enlucida de argamasa y cubierta de tégulas a doble vertiente. E) cista de tégulas. F) semi-cista de tégulas y cubierta tumular de opus caementicium. G) de obra de ladrillos con cubierta de tégulas a doble vertiente o losas cerámicas en posición horizontal y segunda cubierta de opus signinum o caementicium. H) en opus caementicium de planta rectangular con cámara abovedada. El tipo A es el más numeroso y cronológicamente el más antiguo, si bien se documenta durante toda la amplitud temporal de la necrópolis. El tipo B solo se ha documentado en un caso, para una inhumación infantil. Las tumbas en fosa y con cubierta (tipo C) presentan la variabilidad constructiva arriba mencionada y se ha podido constatar que las cubier-

tas planas son anteriores a las de doble vertiente, aunque al igual que en el tipo A, perduran durante todo el uso de la necrópolis. Del tipo D, sólo existe un ejemplo y se puede considerar una variante más elaborada del tipo C y tendría una cronología similar a las tumbas de tégulas a doble vertiente. Del tipo E se ha documentado una sola tumba y su localización espacial (área septentrional, de menor densidad de enterramientos) y posición estratigráfica, apuntan que su aparición se produce en un momento avanzado en el uso de la necrópolis. Los tipos F, G y H serían tumbas de proyección vertical y su aparición en la necrópolis parece tardía, (s. II-III d.C.). El tipo F es único y se caracteriza por tener una cubrición dispuesta por sucesivas capas de tierra y opus caementicium formando un prisma de planta rectangular de grandes dimensiones que le daría un aspecto tumular.

Fig. 2: Planta de la Necrópolis.

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Esta estructura de caementicium cubría una inhumación en semicista de tégulas. El tipo G (Fig. 3) está formado por una serie de tumbas que tienen en común el estar construidas mediante múreles de ladrillos enlucidos de argamasa, suelo de tégulas y con una cubierta de opus signinum o caementicium, utilizando como encofrado tégulas a doble vertiente o losas cerámicas puestas horizontalmente que separan la construcción de ladrillos de la obra maciza de signinum o caementicium. El tipo H (Fig. 3) se caracteriza por sus grandes dimensiones. Es de planta rectangular, realizado en opus caementicium. Apareció alterado por construcciones posteriores pero se ha podido reconstruir básicamente su estructura. Su excavación ha evidenciado que estaba formado por un primer cuerpo compuesto por cuatro muros delimitando una estructura en forma de caja donde iría colocado el ataúd. Un segundo cuerpo lo compone una obra maciza de opus caementicium de forma prismática que descansa sobre los muros anteriormente mencionados. Esta estructura prismática presenta un interior abovedado de sección triangular acabado en forma de "media caña" (semicircular cóncavo) y que forma un todo con la caja y a modo de cubierta. En el frente oeste se utilizó una losa cerámica de 67 x 67 x 10 cm. para cerrar el espacio entre la caja y la estructura abovedada, sistema que suponemos se repetiría en el lado opuesto pero que no hemos podido documentar debido al expolio sufrido en época almohade.

No se percibe una preferencia clara en la orientación del esqueleto en los casos en que la tumba está en dirección norte-sur. En las tumbas orientadas este-oeste la cabeza aparece indistintamente en uno u otro extremo. Sin embargo hay algunos datos a destacar; las tumbas con cubierta presentan el esqueleto orientado con la cabeza al oeste, exceptuando el tipo E donde nos encontramos con una inhumación doble y uno de

PRACTICAS FUNERARIAS Dentro de este apartado incluimos variados aspectos como la orientación de las tumbas, posición del esqueleto, presencia o ausencia de ajuares y su disposición, uso de las sepulturas, preparación del cadáver, etc. La orientación predominante de las tumbas es en sentido este-oeste con ligeras desviaciones (Fig. 2). Se ha documentado también la orientación norte-sur, pero ésta es muy minoritaria. Esta orientación predominante de las tumbas aparece ya en la fase más antigua de la necrópolis, siendo la habitual durante todo el período en que está en uso el área cementerial. Las tumbas orientadas norte-sur aparecen sobre todo en los primeros momentos de uso de la necrópolis pero siempre minoritarias con respecto a las de orientación este-oeste. Fig. 3: Alzados tumbas tipos G y H.

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los esqueletos está orientado con la cabeza al oeste y el otro con la cabeza al este, aunque en este caso parece que responde a un claro aprovechamiento del espacio y además hay que apuntar que la primera deposición es la que se orienta con la cabeza al oeste, pues el esqueleto orientado en sentido contrario estaba claramente por encima del anterior. Asimismo, hay que exceptuar dos tumbas del tipo C en las que el muerto aparece también con la cabeza al este, pero también en este caso hay que significar que son las únicas tumbas con cubierta en las que aparece ajuar. Así pues, la orientación general y predominante de las tumbas, ya desde los primeros momentos, es de este a oeste, con la cabecera indistintamente en uno u otro extremo, aunque en las tumbas más antiguas hay un claro predominio de orientar al esqueleto con la cabeza al oeste. Posteriormente a partir de mediados del s. I d. C. la orientación predominante será con la cabeza al este, que perdurará durante todo el siglo siguiente y parece que en el s. III se vuelve a orientar con la cabeza al oeste, al menos para las tumbas con cubierta y con la salvedad ya apuntada arriba de las dos tumbas del tipo C con la cabecera al este y que son las únicas con cubierta que presentan ajuar, datadas a mediados del s. II d.C. Esta evolución en el predominio de la orientación se contradice con la opinión de algunos autores de que la orientación usual en los primeros siglos del imperio es la norte-sur, apareciendo la orientación oeste-este a partir del siglo IV y poniéndola en relación con las costumbres cristianas (PALOL, 1969). Con todo, la orientación no es el único elemento "atípico" de esta necrópolis. Efectivamente, la presencia de inhumaciones en unos momentos tan tempranos (s. I a. C.) y su abrumadora mayoría respecto a las incineraciones (dos de ellas han podido datarse perfectamente por la presencia de ajuar, a mediados del s. I d. C.) también es un hecho poco común ya que generalmente se acepta que el rito incinerador es el predominante desde finales de la República y comienzos del Imperio y sólo a partir del s. II d. C. empieza a extenderse la inhumación que será prácticamente el único rito empleado a partir del s. III-IV d. C. ( TURCAN , 1958; AUDIN , 1960; GAGNIÉRE , 1965; ABASCAL, 1990). La posición de los esqueletos es mayoritariamente de cubito supino con los brazos estirados a lo largo del cuerpo o doblados y con las manos en el pecho,

abdomen o pelvis. Sin embargo, no faltan inhumaciones en posición de cubito lateral y cubito prono. En cuanto a las incineraciones queremos comentar algunos datos interesantes. De los tipos documentados, deposición en urna, deposición en pequeñas fosas excavadas en la tierra y bustum, entendiendo como tal el lugar donde se quema el cadáver y además sirve como tumba, hay que destacar la presencia de ajuar en uno de los dos casos documentados de deposición en fosa. Mezclados con carbones, cenizas y algunos restos óseos, apareció un vasito de paredes finas, una barrita doblada de bronce y una lucerna de pico redondeado con volutas, tipo CARTAGO VD (DENEAUVE, 1974: 155, pl. LXII n° 619) y con marca incisa L-M-G. A esta lucerna le faltaba la casi totalidad de la zona del disco que estaba decorado, conservándose una cabeza femenina lo que ha permitido identificar el motivo decorativo como una escena erótica (n° 619 de Deneauve); lo que queremos destacar es que esta ausencia del disco de la lucerna parece totalmente intencionada. La deposición en bustum consistía en una fosa alargada, de planta más o menos rectangular, donde se recuperaron gran cantidad de carbones y cenizas, capas de tierra rubefacta, restos humanos calcinados y un ajuar, algunas de cuyas piezas presentaban señales inequívocas de haber estado sometidas a la acción del fuego. El ajuar estaba compuesto por varios ungüéntanos de vidrio de la forma ISINGS 8 (ISINGS, 1957: 24), algunos de ellos deformados por el calor de la pira, una lucerna de pico redondeado con volutas, tipo CARTAGO VA (DENEAUVE, 1974: 133, pl. XLVIII n° 453) y dos monedas, una de ellas muy deteriorada, la otra, un as del emperador Nerón, lo que nos sitúa en una cronología de principios de la segunda mitad del s. I d.C. Hay que destacar que durante el proceso de excavación del bustum se pudo constatar la existencia, en la parte superior de la estructura, de un orificio circular de unos diez centímetros de diámetro a modo de conducto que bajaba desde la superficie hasta el interior de la fosa. Esta abertura que comunicaba con el interior ha sido interpretada como un conducto para las libaciones rituales. La presencia de materiales muy afectados por el fuego y de otros apenas alterados, nos está indicando que parte del ajuar utilizado en los ritos de libación se arrojaba a la pira mientras ésta todavía ardía, otra parte, en cambio, se depositaba una vez acabada la combustión. Señalar asimismo que la asociación de lucerna y moneda como compo187

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nentes del ajuar, es un hecho que se repite en la práctica totalidad de las tumbas (busto) del sector norte de la necrópolis de Carmena (BELÉN et al., 1986: 59), lo que parece conferir a estos elementos un marcado carácter simbólico y profiláctico. En cuanto a las tumbas de inhumación, también se ha constatado la presencia de ajuar en algunas de ellas, aunque hay tumbas en las que éste está ausente. Lo normal es la aparición de varias piezas depositadas en la cabecera de la tumba o a los pies de la misma. Ya desde los primeros momentos en el uso de la necrópolis aparecen tumbas con ajuar, consistente en una o más piezas cerámicas. A veces las piezas están colocadas a la altura de los pies; concentradas en un lateral a la altura de la cabeza; a uno y otro lado a la altura de los hombros; o se presentan dispersas, como en la T-10 donde el ajuar consistía en una moneda en la boca del esqueleto, tres platos de sigillata sudgálica (Drag. 18) colocados, dos de ellos sobre el brazo izquierdo y el tercero sobre el derecho, un vasito cerámico a la altura de la pelvis, un ungüentario de vidrio (Isings 8) entre los dos fémures, una olla con asas al lado del pie izquierdo y una lucerna bajo la olla anterior. También se ha documentado la costumbre de introducir una moneda en la boca del difunto. Este rito era comunmente practicado por griegos y romanos. En Grecia se documenta por primera vez en el período helenístico (GARLAND, 1985: 23), pudiendo aparecer una o más piezas por sepultura, aunque lo normal es una única pieza, normalmente depositada en la boca del muerto, pero también pueden aparecer en otros lugares de la tumba o ser sustituidas por otros elementos (QUESADA, 1990: 79). El rito ha sido interpretado como el óbolo destinado a pagar al barquero Caronte. Esta práctica funeraria aparece por primera vez, en la necrópolis de la Virgen de la Misericordia, en época de Augusto. En dos ocasiones la moneda no se encontró en el interior de la boca, hallándose en un caso sobre los dientes del maxilar superior y en otro, a los pies de la fosa. En las deposiciones cinerarias documentadas, sólo aparece en una ocasión y en otra, quizás esté sustituida por una barrita de bronce doblada. En líneas generales se constata una evolución en la presencia de los ajuares, de tal modo que es habitual en los primeros momentos de la necrópolis, siendo normal la aparición la presencia de los ajuares, de tal modo que es habitual en los primeros momentos de la necrópolis, siendo normal la aparición de dos, tres y cuatro piezas por tumba, alcanzando un máximo de 188

ocho piezas en una sepultura de mediados del s. I d.C. y a finales del s. II d.C. Se observa un enrarecimiento en la práctica de colocar ajuar apareciendo, normalmente, una sola pieza por tumba, a veces sólo una moneda en la boca y muy frecuentemente sin nada. En las tumbas datadas en el s. III d.C. prácticamente desaparece esta costumbre. A medida que las tumbas son más elaboradas y complejas disminuye el ajuar depositado en su interior. Como ya hemos comentado anteriormente, las tumbas con cubierta no suelen presentar ajuar o éste es mínimo. Esta evolución en la colocación del ajuar está en función de la cronología de las tumbas y, consecuentemente, en una evolución de las creencias y costumbres. De este modo, en principio no hay una relación directa entre presencia o ausencia de ajuar y riqueza o pobreza del individuo. Esto queda perfectamente reflejado en el ejemplo documentado en la necrópolis donde, en una tumba con cubierta de losas cerámicas (T-53) que no presentaba ajuar, se pudo recuperar, sin embargo, hilos de oro que formarían parte de la vestimenta del difunto, lo que está indicando que el inhumado tendría un poder económico elevado y cierta categoría social. En otro orden de cosas, comentar que se ha constatado el uso de ataúdes de madera, tanto por la presencia de clavos perfectamente alineados y encuadrando al esqueleto, como por la presencia de una línea de coloración más oscura, fruto de la descomposición de la madera, alrededor del mismo. También, se ha documentado la utilización de mortajas o sudarios. Por lo que se refiere a la posible señalización de las tumbas y exceptuando las de proyección vertical que quedarían a la vista, parece que no llevarían ningún elemento de señalización especial, quizás la sepultura estaría indicada por un pequeño túmulo de tierra o sí llevaban algún tipo de señalización, ésta no se ha conservado. El hecho de que algunas tumbas aparezcan cortadas por otras, abonan la idea de que se había perdido la memoria de la localización de las mismas por falta de señalización. Sin embargo, se recuperó en la excavación un cipo de piedra con cartela anepígrafa, colocado en posición horizontal en el interior de una fosa. Puesto que se trata de un cipo, estaría desplazado de su lugar original y aunque no hemos podido relacionarlo con ninguna sepultura en concreto, el hecho de estar perfectamente enterrado podría indicar un cierto carácter ritual.

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En cuanto al uso de las sepulturas, éstas son mayoritariamente individuales, aunque se ha constatado una tumba de cista de tégulas con una doble inhumación realizada al mismo tiempo, y una fosa que contenía tres individuos en posiciones atípicas que denotan un descuido y cierta precipitación en la inhumación. Se ha documentado, asimismo, la deposición de huesos de otros individuos acompañando a la inhumación principal. No nos referimos a restos removidos de otras inhumaciones que frecuentemente aparecen en las tumbas, sino a huesos expresamente depositados junto al cadáver. Así, en una fosa que contenía una inhumación infantil, apareció un cráneo de adulto colocado sobre cantos rodados y orientado en dirección a la inhumación principal. Esta práctica parece responder al carácter apotropaico del cráneo en cuestión. En otro caso, la cabeza de un esqueleto infantil descansaba sobre la pelvis de una inhumación anterior cortada a la altura superior de los fémures al hacer la fosa para sepultar al infante.

OTRAS ESTRUCTURAS Además de las tumbas, se han localizado otro tipo de estructuras en el área de la necrópolis. De entre ellas cabe citar la existencia de depósitos votivos. Se trata de pequeñas fosas excavadas en la tierra conteniendo diverso material. En una de ellas aparecieron, fragmentados, varios vasos, ungüentarios cerámicos fusiformes del Grupo B de Cuadrado (1987: 81-83, fig. 20), así como una copa de campaniense beoide (Lamb. 2), lo que nos remite a una cronología de inicios del s. I a.C. En otra, se recuperaron dos ungüentarios de vidrio, un ungüentario cerámico piriforme, un askos de pasta gris, una moneda, varios clavos de hierro y tres conchas con perforación; datada en el cambio de Era. En una tercera fosa, próxima al bustum, se hallaron restos de dos ánforas fragmentadas y, a pesar de que no aparecieron los bordes, se pudieron identificar como de origen bélico y tarraconense. Esta procedencia permite caracterizarlas como contenedoras de 3

aceite y vino respectivamente, productos utilizados tradicionalmente en los ritos de libación (CUMONT, 1949: 33). Otras estructuras destacables son dos zanjas/trincheras de 7 x 1,30 m. y 7 x 0,95 m. respectivamente, con una orientación este-oeste, una al sur y la otra al norte de la zona excavada. La primera tenía una marcado desnivel descendente en dirección este-oeste, por el contrario la segunda era prácticamente horizontal. Las dos se encontraban colmatadas de tierra y se recuperaron materiales numismáticos, faunísticos y cerámicos muy fragmentados que datan el relleno en el siglo I d.C. Descartamos que ambas trincheras delimitaran el área cementerial, puesto que las inhumaciones se extendían allende de éstas, y por otro lado, cortaban y se les superponían enterramientos, con lo cual tuvieron un único uso. Hasta el momento no hemos encontrado una interpretación satisfactoria para estas estructuras pero nos inclinamos a pensar en el carácter ritual de las mismas. Por último, en la zona más septentrional de la necrópolis se halló una estructura subcircular, excavada en el nivel geológico arcilloso, de la que se documentaron más de las 3/4 partes, ya que estaba cortada en su zona meridional por la fosa de construcción de un pozo contemporáneo (Fig. 4). Con un diámetro superficial conservado de 2,80 m., uno inferior de 2,26 m., y con una profundidad de 1 m., aproximadamente. Desde la superficie, los laterales se excavaron con forma abovedada, descansando en un escalón a modo de banco corrido, con una anchura de 0,30/0,40 m., y con un alzado hasta la base de 0,45/0,50 m., describiendo una sección en forma de hongo. En al menos tres zonas de la superficie del banco corrido y equidistantes entre sí, aparecieron restos de ceniza y pequeños carbones, presentando signos de una fuerte rubefacción que también afectó, en esos lugares, a la zona abovedada. La estructura estaba colmatada de arena, de la que se recuperaron escasísimos fragmentos cerámicos que datan la amortización de la estructura en el siglo I a.C. A falta de un estudio pormenorizado, la identificamos como una estructura (tumba) para contener deposiciones cinerarias, hipótesis que tendrá que contrastarse3.

Se documenta una estructura de incineración en la necrópolis de la Edad del Hierro de Pontecagnano, en la Campania, que tiene puntos en común con la estructura circular de la c/ Virgen de la Misericordia, como la planta, dimensiones, banco corrido y presencia de zonas fuertemente rubefactadas (D'Agostino, 1982: 215-218, figs. 4 y 5). Más cercanas en el tiempo y en el espacio, son las tumbas circulares de incineración n" 54 y 56 aparecidas en la necrópolis de Las Corts en Ampurias (Almagro, 1953: 255-256, figs. 215 y 216 y lám. XV, 3).

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Fig. 4: Planta y secciones estructura circular.

CRONOLOGÍA Y COMENTARIOS El hallazgo de la necrópolis de la C/. Virgen de la Misericordia ha venido a ampliar sustancialmente el conocimiento que se tenía sobre las áreas cementeriales de la Valencia romana, especialmente parco en la etapas Republicana y Altoimperial (RIBERA y SURIANO, 1987: 159-161). Es la primera vez que se ha podido excavar una necrópolis romana en la ciudad de Valencia con la metodología adecuada, lo que ha permitido extraer nuevos y precisos datos que vendrán a paliar las carencias que se tenían sobre el mundo funerario romano en general y sobre este período histórico en particular. Un aspecto a destacar de esta necróplis es el espacio temporal en el uso de la misma. La abundancia de materiales arqueológicos recuperados ha permitido, a pesar de que todavía no se ha realizado un estudio en profundidad, delimitar el uso de la necrópolis desde, por lo menos, comienzos del s. I a.C. hasta finales del

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s. III d.C., lo que permitirá ver la evolución del mundo funerario en la ciudad de Valencia desde época tardo-rrepublicana hasta comienzos del bajo Imperio4. Tanto el inicio como el final de utilización del cementerio se producen en unos siglos en los que acontecen hechos especialmente conflictivos en la historia de la ciudad romana de Valentía, ambos relacionados con episodios de destrucción y cambios profundos; nos referimos a la destrucción de la ciudad por Pompeyo en el año 75 a.C. y la crisis del s. III d.C., respectivamente. Por lo que se refiere a la destrucción de Valentía por las tropas pompeyanas, en los últimos años han salido a la luz una serie de trabajos relacionados con este aspecto o con la problemática, más amplia, de la fundación de Valencia y la existencia de un doble senado municipal (PENA, 1984; 1989. PEREIRA, 1979; 1987; RIBERA, 1989). La arqueología ha venido a corroborar los testimonios de las fuentes literarias, tanto en el aspecto de la fundación en el año 138 a.C. como la posterior des-

Agradecemos a Carmen Marín y a Sabina Asins su colaboración en la datación de algunos de los materiales cerámicos y numismáticos, respectivamente.

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LA NECRÓPOLIS ROMANA DE LA C/. VIRGEN DE LA MISERICORDIA, VALENCIA. SIGLOS 1 A.C.-III D.C.

trucción en el 75 a.C. de Valentía (RIBERA, 1989: 208-210). Asimismo, tanto los datos arqueológicos (RiBE-RA, 1989), epigráficos (PEREIRA, 1979) como numismáticos (PENA, 1986), convergen hacia una serie de conclusiones que resumiendo son las siguientes: - la ciudad de Valentía es una fundación ex novo de soldados licenciados de los ejércitos que lucharon contra Viriato. - el estudio de los nomina de los monetales de la ceca de Valentía, que empezó a emitir poco des pués de su fundación, ha puesto de manifiesto su origen itálico y más concretamente de unas zonas circunscritas al centro de la península itá lica, el territorio osco-umbro. - la presencia de estos monetales y otra serie de datos como que Sertorio encontró sus principa les adeptos en Hispania preferentemente en las ciudades con inmigrados itálicos, abogan hacia el origen itálico de los fundadores de Valentía. - la ciudad fue destruida en el año 75 a.C. como consecuencia de la guerras sertorianas y, en algunos puntos de la ciudad, se documenta un hiatus de al menos medio siglo, lo que parece indicar que se produciría un abandono de la misma hasta la época de Augusto. - existencia de un doble cuerpo de ciudadanos, los valentini veterani y los valentini veteres, y que esta duplicidad responde a la instalación, en momentos distintos, de dos asentamientos dife rentes de población. En cuanto a la cronología y naturaleza de tales asentamientos, la documentación arqueológica no permite suponer la presencia de los dos ordines municipales con anterioridad al s. I d.C. ni con posterioridad al s. III d.C. Mayoritariamente se acepta en identificar a los veteres con los itálicos establecidos por Junio Bruto en el 138 a.C. y a los veterani con una segunda deductio llevada a efecto en el s. I d.C. Sin embargo, ante las evidencias de la destrucción pompeya-na de la ciudad, se ha planteado la posibilidad de que los veteres no fueran los descendientes de los primeros habitantes, pues habrían sido eliminados o dispersados y la ciudad arrasada y abandonada, sino que se trataría de gentes venidas con posterioridad, probablemente en época de Augusto, y que los veterani habría que relacionarlos con la instalación de nuevos habitantes durante la fase expansiva de la ciudad que tiene su inicio a finales del s. I d.C. (RIBERA, 1989: 210).

Tanto en este aspecto de la destrucción de la ciudad como en el del origen de los fundadores de Valencia es donde las excavaciones de la necrópolis de la e/Virgen de la Misericordia han aportado algunos datos de interés. Por una parte, no parece detectarse una ruptura o discontinuidad en el uso de la necrópolis, sin embargo, esto deberá ser contrastado con futuras investigaciones en otras áreas cementeriales de la misma época y por la información proporcionada por las zonas de habitat, que quizá podrán matizar ese hiatus detectado en una parte concreta de la ciudad. En este aspecto, M. J. PENA (1989) cree poco probable un total abandono de la urbe después del episodio sertoriano y que habría que comprobar que el hiatus se da en todas las partes de la ciudad ya que la vida urbana pudo quedar reducida a un sólo barrio y subsistir a niveles mínimos. Asimismo, aduce a la pervivencia del nomen Sertorius, lo cual parece insinuar una continuidad entre las dos fases (PENA, 1989: 314). Pero el aspecto más interesante y en el que queremos incidir especialmente es en la casi exclusividad del rito utilizado en la necrópolis. Efectivamente, a pesar del eclecticismo en el rito funerario de los romanos, se pueden marcar unas tendencias predominantes, según la época, en el uso de uno u otro rito. Hay que destacar que el rito de la inhumación en la historia de Roma se ha puesto en relación con las tradiciones funerarias de las gentes de origen itálico. Sin remontarnos excesivamente en el tiempo y a modo de resumen, se constata que en la época arcaica fue debido a la influencia de los etruscos occidentales y de los sabinos, que se mostraban reacios a la incineración (AuoiN, 1960: 519). Cuando en el siglo V a.C. tomó pujanza ésta, la inhumación no desapareció, debido al apego a esta práctica entre el patriciado sabino y etrusco. Un caso paradigmático es el de la familia Cornelia que continuó con el ritual inhumador hasta Sila, primer miembro de esta familia en en ser incinerado ( TURCAN , 1958: 324; AUDIN , 1960: 520; ABASCAL, 1990: 237). A finales de la República y comienzos del Imperio, el rito incinerador es el más aceptado y casi exclusivo. Tan sólo a mediados/finales del s. I d.C. se produjo una vuelta a las prácticas inhu-madoras de la mano de ciudadanos de origen itálico (Toscana y Umbría) que accedieron al senado y revi-talizaron el viejo rito. Si la vuelta a la práctica inhu-madora en época Flavia se explica por la promoción social de gentes originarias de la Italia central, poste 191

MIQUEL ROSSELLÓ MESQUIDA; ENRIQUE RUÍZ VAL

riormente hay que tener en cuenta el impulso dado por las provincias orientales del Imperio, que tuvo su momento álgido en el reinado de Adriano con la masiva importación de sarcófagos de talleres de la zona microasiática (TURCAN, 1958: 332-334). No hay que olvidar tampoco la influencia, a partir del siglo II d.C., de las religiones orientales y entre ellas el cristianismo. Sólo a partir del siglo IV d.C., al progresar por todo el Imperio el cristianismo, se impondrá con claridad el rito de la inhumación, cuando ya hacía mucho tiempo que éste había sido introducido. Por lo tanto, el cristianismo sólo fue un elemento más y no el desencadenante de esta práctica funeraria, pues ya había una larga tradición inhumadora en el Imperio. Pensamos que lo temprano de la utilización del rito inhumador en la necrópolis de la Virgen de la Misericordia se debe a un factor de tipo "étnico" y tiene que explicarse en relación con el origen de esta población. Hay que descartar una influencia indígena, puesto que los íberos son eminentemente incineradores y, además, tradicionalmente se ha destacado el escaso ambiente indígena de Valencia (FLETCHER, 1963: 198; PENA, 1984: 64; RIBERA, 1989: 208). Asimismo, no cabe pensar que se trata de una moda, pues ya hemos visto que en estos momentos lo común entre los romanos es utilizar el rito de la incineración y así se comprueba en zonas cercanas a la ciudad de Valencia, como Liria (RIVAS et al., 1991), Requena (MARTÍNEZ VALLE, 1991) o algo más alejadas como en la necrópolis de la Albufereta de Alicante (ROSSER, 1990-91), por citar algunos de los escasos ejemplos de cronología altoimperial conocidos y recientemente documentados. Vistos los argumentos expuestos, hay que pensar que la utilización del rito de la inhumación por los primeros pobladores de la ciudad es fruto de las tradiciones de su lugar de origen, esto es, la zona centro-itálica, lo que encajaría perfectamente con los demás datos que hemos mencionado y que convergen en la misma dirección. En cuanto al final de la utilización de la necrópolis contamos con evidencias claras de que éste se produce a finales del s. III d.C. o principios del IVd.C. Las tumbas de la última fase de ocupación del área cementerial, a pesar de que no ofrecen ajuar, se ha podido determinar su construcción durante el s. III d.C. (presencia de sigillata clara C, Hayes 50, en la zanja de construcción de una de las tumbas). Por otro lado, se documentó una extensa fosa que ocupaba una

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buena parte de la zona norte y central del solar y que alteraba los niveles de la necrópolis. La presencia de esta fosa, que ha podido ser datada a principios del s. IV d.C., nos está indicando que la necrópolis ya no está en funcionamiento y ya no se entierra en esta zona de la ciudad. El final de la necrópolis de la el Virgen de la Misericordia, pensamos que debe ponerse en relación con las alteraciones y profundos cambios que se producen en la ciudad en el bajo Imperio y que han podido ser documentados en varias zonas de Valentía (BLASCO et ai, en prensa). En estos momentos se constata una reducción del perímetro urbano, con el abandono de la zona norte de la ciudad y un repliegue hacia el sureste. Este abandono de ciertas zonas de habitat de la ciudad y posterior repliegue o concentración, también tendrá su reflejo en el mundo funerario, produciéndose un abandono de la necrópolis occidental, quizá demasiado alejada ante la nueva restructuración de la ciudad. En estos momentos las necesidades estarían cubiertas, por lo que hasta hoy conocemos, por la necrópolis de La Boatella, que parece que comienza a funcionar a principios del s. III d.C. (SURIANO, 1989: 407) y quizá también por la necrópolis del Portal de Rucafa (LLORCA,1962). La Boatella, situada en una zona próxima a la Vía Augusta (c/ de San Vicente Mártir), se encuentra más cercana a la zona de habitat y orientada hacia ese repliegue urbano. Con todo, a finales del s. IV d.C. o principios del V d.C., y de la mano de la ideología cristiana, el paisaje funerario cambiará radicalmente con la instalación de cementerios en el interior del núcleo urbano (FÉVRIER, 1974; GARCÍA MORENO, 1977-78), claro factor de perturbación del esquema clásico de la ciudad. M. Roselló. E. Ruiz. S.I.A.M. Plaza de Maguncia, 1. 46007-Valencia

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