Virginie Duchaine
Zambullirse para luego volar Abrirse a sí mismo, el retorno a un equilibrio personal y relacional.
[email protected]
Agradecimientos Agradezco a Pierre-‐Alexandre, Camille y Lucas. Vuestra presencia auténtica en mi vida me confronta a veces pero continuamente me da el coraje para reencontrar y vivir en harmonía con mis verdades personales. Vosotros dais luz a vuestra manera al camino de retorno hacia mi verdadero ser. A todos mis Guías y amigos: gracias por vuestra presencia, vuestro soporte y vuestra compasión. Tener la oportunidad de compartir mis estados de ser, mis estados de alma con vosotros es un privilegio y fuente de pura alegría. Todos estos intercambios son preciosos; crean un espacio donde “se vive bien”. Doy las gracias particularmente a todos los seres que han venido hacia mí, los que están presentes actualmente y aquellos que vendrán. Es con alegría que os acompaño en el camino de retorno hacia vosotros mismos. Vuestra confianza y apertura me tocan profundamente; me permiten continuar aprendiendo sobre mí misma y sobre las vicisitudes de la existencia humana. Recordar que cuando decidís abriros, jamás estáis solos.
Prólogo Hace casi 15 años que acompaño a seres en su búsqueda interior hacia un “mejor estar” y su desarrollo personal. Los acompaño particularmente en sus múltiples tentativas de expresión y de comunicación hacia uno mismo. Animo a todo ser a abrirse y hacerse conocer con el fin de reconocer verdaderamente quien es. Siempre me ha fascinado observar las diferentes manifestaciones de la vida que se expresan a través de actitudes y comportamientos humanos. Mi interés por las dimensiones interiores humanas se manifiesta desde mi adolescencia y desde entonces se concreta día tras día. Observo atentamente mis reacciones de cierre y sus consecuencias en mi sentir afectivo y corporal. He notado también que una actitud de cierre conlleva numerosos cierres en mí misma y en los seres que me rodean. El nacimiento de mi hijo mayor es significativo y determinante en la elección de mi orientación profesional. Cuando observo ese niño, tan abierto y vivo, me doy cuenta que el movimiento espontáneo y natural del ser humano tiende simplemente hacia la apertura. ¿Por qué tantas actitudes de cierre se instalan más tarde en el ser humano? ¿Por qué? y sobretodo ¿cómo ayudar a los seres humanos a que vuelvan a ser lo que son profundamente y realmente; libres y vivos? Empiezo estudios universitarios de psicología en la universidad Laval manifestando un gran interés por la exploración de las profundidades del inconsciente humano. Constato rápidamente que los enfoques tradicionales corrientes, aunque presenten conceptos interesantes, no reflejan la globalidad del ser humano. El descubrimiento de la Bio-‐Energía elaborado por Alexander Lowen (antiguo discípulo de William Reich) suscita en mí un gran entusiasmo. Este tipo de enfoque presenta una comprensión justa y dinámica de la interacción de las dimensiones psicológicas, afectivas, corporales y energéticas del ser humano. Este enfoque psico-‐corporal nos ofrece el medio para comprender los desequilibrios y malestares humanos a través del cuerpo y del proceso energético que se manifiesta. En consecuencia, es una forma de psicoterapia que combina el trabajo del cuerpo y del espíritu, con el fin de ayudar al ser humano a resolver sus problemas psicológicos y afectivos y desarrollar mejor sus potencialidades. Paralelamente a mi formación académica universitaria empiezo una formación de terapia psico-‐corporal además de un camino psicoterapéutico personal que es esencial, en mi opinión, para una integración sana de los conocimientos teóricos y prácticos.
Las nociones de autenticidad, respecto y integridad son primordiales para mí y estoy atenta a que mis actitudes testimonien su presencia en mis experiencias personales, interpersonales y profesionales. Escojo vivir según mis verdades personales aunque estas impliquen renuncias difíciles y duelos importantes. De esta manera, es a través de las diferentes exploraciones de mi ser en todas sus dimensiones y manifestaciones que descubro y re-‐descubro las virtudes de la apertura. Ésta, cabe decir, no me ahorra las experiencias difíciles pero me facilita y me intensifica la experiencia afectiva y energética. La existencia humana nos ofrece múltiples ocasiones en las que nos permite sentir el movimiento continuo de la vida y es a lo largo de esta exploración personal psico-‐corporal que mi cuerpo se vuelve mi mejor guía. Visito profundamente aquello que le hago a mi cuerpo cuando rechazo acoger sus diversas verdades y sus manifestaciones y así, me doy cuenta de las consecuencias nefastas del cierre y de las tentativas de ajuste de la realidad. A lo largo de estos encuentros con mi interior, aprendo a sintonizar mi frecuencia personal y a hacerme conocer al universo exterior. Mi saber “estar en relación” se deriva, por una parte de mis numerosas experiencias personales de cierre y afortunadamente, por otra parte, de la apertura. A lo largo del año 2006 algunos hechos significativos ocurren en mi vida. Me hiero en un accidente de coche y algunos meses más tarde, vivo la muerte de un miembro de mi familia, mi hermano. Estos hechos tienen consecuencias importantes en mi existencia personal. Es en estos momentos donde vivo algunas experiencias fascinantes que me abren a un importante despertar espiritual, viviendo una apertura de consciencia en diferentes planos de consciencia. En el ámbito de mi práctica profesional, constato igualmente el despertar de numerosos seres a lo largo de estos últimos años. Entonces, integro gradualmente en mi práctica una perspectiva psico-‐espiritual que estimula de una manera particular la apertura. La apertura a uno mismo, al otro y al universo entero es para mí, una actitud fundamental que permite vivir intensamente la experiencia humana. La apertura me conecta literalmente con mi ser verdadero. Descubro en mí un espacio sano donde se vive bien. Al mismo tiempo, encuentro la confianza necesaria para el desarrollo de una relación sana con uno mismo.
Es ahora que por fin me siento en mi casa. Cada día me reconozco más a mí misma y es con alegría que realizo mis diferentes mandatos en el papel de madre, de psicóloga y de ser humano. En concreto, actualmente soy madre de tres hijos de 21, 7 y 5 años. En el ejercicio de mi profesión, es con alegría que acompaño a seres que vienen hacia mí con la esperanza de encontrarse. Además, en lo que respecta a mi universo íntimo y personal, profundizo mi conocimiento del vínculo que me une al universo siguiendo diferentes pasos personales psico-‐ espirituales. Los papeles de madre y de psicóloga implican la repetición constante del mismo discurso. Veréis que en este libro esta tendencia aparece en diferentes momentos. Tenéis que saber que si no me canso de repetir numerosas veces las mismas pequeñas y grandes verdades humanas y universales, no es en absoluto para imponéroslas. Deseo esencialmente compartir con vosotros las inmensas posibilidades que se manifiestan de la exploración de la apertura en la vida humana cotidiana. Siempre me maravillo con los beneficios de la apertura que conduce a cada ser humano hacia el camino de retorno a uno mismo. Que la luz ilumine vuestra propia vía de liberación, el camino de retorno hacia vosotros mismos. Con amor, Virginie.
Introducción El miedo a estar plenamente vivo La mayoría de los seres humanos viven con el miedo a estar plenamente vivos. Sin embargo, todos expresan con facilidad sus numerosos deseos y reivindican con ardor su derecho a la felicidad y a la libertad. En los hechos, todavía demasiados individuos se encuentran prisioneros de diversas trampas personales y interpersonales. Demasiados seres reaccionan sin ser conscientes de que en realidad están luchando contra sí mismos. Los problemas psicológicos, afectivos, energéticos y somáticos se multiplican. Las sensaciones de vacío interior y falta de sentido a la vida, la falta de confianza en uno mismo y en el futuro, las eternas frustraciones, el cansancio, las tensiones corporales crónicas y las perturbaciones físicas y energéticas, representan solamente algunos de los síntomas que en la práctica y por desgracia, son considerados como algo normal en la vida cotidiana. Sin embargo, el ser humano invierte muchísimo tiempo, energía y dinero con la esperanza de mejorar su vida. Pero descuida lo más importante: la apertura a su ser verdadero y a sus necesidades reales. A lo largo de su vida, el ser humano va gradualmente a emprender los caminos propuestos por diferentes estructuras exteriores, familiares, sociales, culturales, religiosas y políticas. Se trata de caminos llenos de modelos y mensajes incitando a ir al encuentro de Sí mismo antes que a su propio encuentro. Al identificarse con todas estas proposiciones exteriores, el ser se ata, se encadena a sus deseos, sus miedos, sus creencias y sus ilusiones, alimentando sus numerosas inseguridades. Es así como sale de su propia vía. Un cierre se produce a diferentes niveles de consciencia y a diferentes estados de ser. Se separa de su identidad real, juzga sus pensamientos, bloquea sus emociones y sus sensaciones corporales y energéticas. Adopta actitudes que limitan considerablemente sus poderes de expresión, comunicación, curación y creación. Se abandona. Este abandono de sí mismo, marca el principio de la lucha interna, lucha que genera mucho sufrimiento. Por lo que, el ser, descentrado, consciente o no de sus desequilibrios, sufre. Y a partir de este momento, buscará en el exterior, la Vía de la curación que según él conduce siempre a la felicidad.
Desde hace casi quince años, observo tanto en mi desarrollo personal como en mi práctica profesional, un fenómeno fuerte y simple, que es a la vez la fuente y la consecuencia de los desequilibrios físicos, afectivos y energéticos, así como las dificultades de adaptación tan presentes y frecuentes actualmente. Este fenómeno se llama cierre y se traduce concretamente por un rechazo más o menos consciente de uno o algunos aspectos de la realidad. El cierre está efectivamente presente en una multitud de dinámicas personales y relacionales. Este cierre se expresa a través de diferentes búsquedas de felicidad a lo largo de las cuáles numerosas tentativas de evadirse de la realidad, sea interior o exterior, resultan no solamente vanas sino también destructivas y devastadoras. A partir del momento que aparece un rechazo de la realidad, esto conlleva necesariamente un arreglo o una adaptación, a veces sutil, y a veces incluso desmesurada de la realidad. El individuo se vuelve entonces mucho menos presente a lo que vive interiormente y a lo que ocurre exteriormente. Un arreglo no es y no será nunca la realidad. Además de restringir la autenticidad y la armonía interior, los arreglos alimentan las falsas creencias, los deseos y las ilusiones principalmente en lo que respecta al éxito. En este momento, un gran problema en la Tierra se resume en el hecho de que, a fuerza de querer tener éxito en la vida, el ser humano se olvida de vivirla. Después de años de estar lejos de sí mismo, un paro se hace necesario. Las condiciones de vida actuales nos traicionan, existe una gran incoherencia y una profunda falta de respeto hacia la naturaleza real del ser humano y del universo. Lo que ocurre a nivel de escala planetaria es tan sólo un tímido reflejo de lo que se ha dejado de vivir a escala personal. Efectivamente, existe una falta enorme en el aspecto relacional. De hecho, el individuo ya no se acuerda de quien es realmente, ya no sabe lo que es una relación y mucho menos como estar en relación. Las consecuencias de esta realidad tienen un gran impacto en su vida personal, manteniendo al ser humano en un estado de cierre. Este estado de no-‐ser daña mucho la comprensión y la integración de los errores del camino, o los desvíos que ciertas dificultades interiores o hechos exteriores provocan en la vida. Para paliar los efectos nefastos de este estado de cierre, existe afortunadamente un antídoto accesible a todos: la apertura. Este estado de ser es esencial para la exploración del universo interior y exterior de todo ser humano. La apertura constituye un movimiento universal natural. La apertura resuena en mí desde hace mucho tiempo; pudiendo generar
experiencias fascinantes. La apertura es un fenómeno tan potente, que su observación en el otro, perpetua un movimiento de apertura en uno mismo. He tenido el privilegio de asistir regularmente a la apertura de la consciencia, la apertura de corazón, en los seres que acompaño. No importa el momento y el contexto de esta apertura, este movimiento siempre me conmueve profundamente. En lugar de animar a los seres a continuar esperando o a buscar la luz al final del túnel, más bien les sugiero pararse, centrarse en ellos mismos con el fin de abrirse a lo que son, simplemente y realmente. La apertura genera una luz extraordinaria que ilumina el camino de retorno hacia uno mismo. De esta manera, el ser que es guiado, descubre maravillado toda la belleza y la fuerza de su ser verdadero. El contenido de este libro, fruto de mis experiencias personales y profesionales, es ante todo para compartir. Contiene un resumen de las enseñanzas extraídas de conversaciones, intercambios, encuentros interiores y exteriores con el alma humana. Desde algunos años, aprendo a ser, aprendo sobretodo que Yo Soy. Hoy siento la necesidad de compartir con la mayor cantidad de seres posibles esta verdad universal accesible a cada uno. Muchos se sienten perdidos, desorientados en estos tiempos poco seguros. La integración de mi comprensión de la experiencia humana y de mis vivencias personales, me permite dar un mensaje simple, una buena noticia. Aunque sea muy profunda la inseguridad que subsiste en cada uno, creando el sentimiento de no saber quiénes somos y esta sensación de estar perdido, esto ya no tiene ninguna razón de ser. Estamos siempre aquí. Nuestro ser verdadero permanece, nuestra presencia, Yo Soy, es nuestra casa real. Ser, es abrirse y simplemente habitarse. Os propongo visitar y revisitar algunos conceptos humanos que favorecen el desarrollo de una relación sana consigo mismo. Todavía existen numerosas falsas creencias muy generalizadas, en cuanto al amor, el control y el sentimiento de seguridad, las emociones, la responsabilidad y evidentemente la felicidad. Hay muchas trampas a identificar, falsas creencias a desenmascarar y algunos hechos a restablecer. En más de una ocasión señalo la incoherencia humana que encontramos tan a menudo actualmente. Debo precisar que esto lo hago sin juicio pero con insistencia; mis observaciones cotidianas de actitudes y comportamientos humanos, me confirman que el ser humano manifiesta una gran necesidad de centrarse en sí mismo. Además, es con mucho amor y respecto hacia este, que adopto esta actitud, ya que siento una profunda confianza en él y en sus capacidades de apertura y adaptación.
No elaboro ninguna teoría compleja susceptible de agradar al universo mental, que ya está suficientemente cargado. Utilizo más bien, diferentes ejemplos con el fin de ilustrar de una manera clara y simple como se manifiestan las trampas relacionales en la realidad concreta. Todos estos temas son evidentemente abordados dentro de una perspectiva de apertura. Pienso que la apertura es un concepto fundamental que define y engendra la evolución de nuestra humanidad, en este mundo actual en mutación. Deseo también sensibilizar y favorecer la identificación de numerosos cierres que impiden la experiencia humana en la vida cotidiana. Animo y deseo ayudar a los seres a pensar en términos de apertura, lo que favorece un enfoque mucho más dinámico de la vida.
Capítulo 1 Somos seres de relación El concepto del amor hacia uno mismo es ampliamente reconocido y valorado pero en la práctica, su aplicación o integración genera más lucha, miedo y malestar, que amor y paz. La mayoría de gente que encuentro en psicoterapia dicen que son conscientes de la importancia del amor hacia si mismo, sin embargo, expresan su dificultad a vivir y sentir realmente este estado de ser. Algunos fenómenos intervienen en la experiencia humana creando demasiadas interferencias en la libre circulación del amor. Primero debo precisar que cada día observo hasta que punto la palabra amor es utilizada desapropiadamente. Este sentimiento que describo explícitamente como una energía presente en todos los seres humanos, es confundida por muchos con el deseo, la necesidad de seguridad o de atención. En algunos casos, lo que se describe como amor no es más que inseguridad o incluso tentativa de control. El fenómeno de la sobreprotección es un ejemplo llamativo de este error de interpretación. El único vinculo que existe entre la sobreprotección y el amor se sitúa a nivel del miedo a perder el ser tan amado. El amor no puede ser ofrecido, al igual que no puede ser tomado fuera de sí mismo. Solamente la apertura crea este estado de ser, este espacio donde las vibraciones de amor circulan libremente en un movimiento continuo y fluido. Entonces, el amor no puede ser almacenado con el objetivo de hacer reservas para que nunca falte. La búsqueda de la perfección Igualmente, observo que actualmente, los modelos de control, modelos basados en los resultados y éxito propuestos por la sociedad, colorean en el espíritu de muchos seres la noción de amor. Cuando se trata de amor hacia sí mismo, le pido a mi interlocutor que me describa lo que le hace sentir este amor. Una joven me responde que ella se ama cuando se siente guapa y cuando siente que gusta a los hombres. Un hombre joven describe sus resultados deportivos, mientras que el otro me habla de sus éxitos escolares. Obtengo a menudo respuestas que corresponden a un nivel de energía alto, que permiten hacer todo lo que hay que hacer con el fin de obtener objetivos fijados o de satisfacer lo que se espera exteriormente. En todos estos ejemplos, las nociones de
resultado y éxito parecen íntimamente unidas al amor. Cuando en realidad, estos fenómenos no tienen nada que ver con el amor verdadero. Se trata más bien de un sentimiento de satisfacción que resulta de una evaluación positiva de sí mismo. Sentirse guapo, amable, instruido, organizado o efectivo, no es para nada amarse; es evaluarse positivamente. El sentimiento que resulta de ello, aunque sea agradable sentirlo, es frágil e inestable. El menor evento interior o exterior puede llevar al individuo al otro extremo, o sea, a una evaluación negativa de sí mismo. Si por ejemplo, la persona comete un error, perderá el sentimiento que cree tener del amor. Además, se siente decepcionada, culpable, e incluso a veces, avergonzada. Todo aquello que conduce al logro de una perfección artificial definida por un tercero, de hecho, testimonia una gran falta de confianza y amor hacia uno mismo. Amor y relación En estos momentos en la Tierra, no hay menos amor disponible en cada uno de nosotros y en nuestro entorno. Creo que las numerosas vibraciones de amor están bloqueadas por diversas trampas personales, y sobretodo relacionales, que hacen que la experiencia de amor sea menos accesible a la consciencia. A fuerza de querer responder a lo que se espera de nosotros en el exterior y creer en falsas promesas de felicidad, el individuo invierte su energía en el universo del parecer, hacer y tener. Se separa de su ser interior y se desconecta de la posibilidad de sentir el amor que lleva en sí mismo. Ya no sabe lo que es el amor porque simplemente deja de experimentarlo. El individuo expresa su falta de amor, y es con sabiduría que pretende comprender, que primero tiene que aprender a amarse, para después poder estar en relación. Muchos seres creen en esta afirmación o suposición y a la vez se sorprenden cuando intervengo para señalar el error de interpretación que conlleva. Les preciso que en realidad, es esencial estar en relación para amarse y amar. Somos seres relacionales. El hecho de reconocer y aceptar esta realidad humana universal representa nuestra primera apertura, permitiéndonos así, vivir la experiencia del amor en sus diversas manifestaciones. Sí, somos seres relacionales. Esto implica que sin relación con uno mismo, el individuo se separa de su ser verdadero y pierde así el contacto con importantes elementos de su universo interior. La falta de conocimiento de uno mismo es una causa importante del desarrollo de relaciones inmaduras con el universo exterior, sea en
relación con hechos, eventos u otros seres. El hecho de estar en relación con el universo exterior sin estar primero en relación con el universo interior, expone al individuo a vivir situaciones insatisfactorias. Es solamente con toda consciencia y conocimiento de sí mismo, que adquiere el poder de escoger vivir lo que realmente le conviene. El desarrollo de una relación sana consigo mismo, necesita de una exploración de las diferentes dimensiones humanas. El universo humano se compone de cuatro dimensiones interiores fundamentales; se trata de la dimensión psicológica, afectiva, corporal y energética. Cada una de estas dimensiones contiene diversos elementos tales como pensamientos, emociones, sensaciones, etc. Cada una de estas dimensiones comporta igualmente sus propias necesidades. Todas las necesidades, sean de naturaleza física, psíquica, afectiva o energética, requieren una atención particular con la finalidad de que el ser humano les dé la suficiente importancia para que sean completamente satisfechas. Las necesidades que no son identificadas, reconocidas o simplemente aceptadas no pueden ser satisfechas adecuadamente. La no satisfacción de las necesidades humanas genera desequilibrios que dificultan la creación de una relación sana consigo mismo. La relación constituye este espacio creado por la interacción de numerosas informaciones provenientes de cada una de las dimensiones humanas. El ser humano crea su espacio relacional a través de su apertura e intención. La libre circulación de numerosas informaciones contenidas en estas dimensiones, las sensaciones o pensamientos por ejemplo, crean este movimiento indispensable a la exploración de diferentes aspectos de la realidad interior humana. En consecuencia, la relación es este espacio que acoge la interacción de las dimensiones psicológicas, afectivas, corporales y energéticas. El espacio de relación permite conocerse a si mismo en profundidad, abrirse y tener una mejor comunicación con el universo exterior. ¿Cómo hacer para ser? La pregunta que más a menudo me hacen se resume en: ¿cómo hacer para estar en relación?, ¿cómo hacer para ser? Esta pregunta, aunque sea una paradoja, me hace sonreír una y otra vez. ¿Cuál es la fuente de tal alejamiento? No será el progreso, que nos promete la felicidad junto a una mejora de la calidad de vida, frenando no solamente nuestra evolución, sino también contribuyendo a dar un paso hacia atrás en el conocimiento
de uno mismo. ¿Cómo hacer para ser? O más bien, ¿cómo desaprender a hacer para reaprender a ser lo que somos desde hace mucho tiempo? Regularmente tengo que precisar que estar en relación es antes que nada darse a conocer. No es ni saber, ni comprender y todavía menos hacer. Estar en relación, es acoger nuestro ser en todas sus manifestaciones. Estoy en relación cuando identifico, reconozco, acojo y acepto los diferentes aspectos de mi realidad interior y exterior. A fin de ilustrar este proceso, utilizo el ejemplo del recién nacido que entra espontáneamente en interacción con su mundo interior y exterior. Vemos que expresa sin reservas sus necesidades. Se hace conocer en su ambiente exterior a través de la expresión del movimiento natural de la vida. Está allí, presente, en calma y en harmonía. De pronto, si una tensión aparece, señala la presencia y manifestación de una necesidad. Sea física o afectiva, la necesidad conlleva una reacción. El niño llora, se expresa a su manera; él pide de una manera simple pero verdadera. Si recibe una respuesta adecuada, la satisfacción de la necesidad restablece el equilibrio. El niño se siente entonces de nuevo en harmonía y feliz. Esto es muy simple cuando el movimiento natural se expresa espontáneamente indicando por sí mismo la necesidad real del ser. Y más simple todavía cuando el ambiente exterior ofrece una presencia acogedora y amorosa. En realidad, desafortunadamente, escenarios bastante diferentes a este tienen lugar en la vida de muchas personas. Los principales temas de estos escenarios confusos se relacionan con la falta de acogida, el juicio, el control, el rechazo, el abandono y la sobreprotección. No describiré en detalle cada una de estas heridas ni las trampas relacionales especificas que resultan de ello; numerosos libros interesantes que tratan de este tema están disponibles para el lector que desee profundizar sus conocimientos teóricos. Antes que nada, mi principal objetivo es indicar la trampa común a todas las dinámicas personales y relacionales generadoras de tanto malestar psicológico, afectico, físico y energético. Una comprensión estática de nuestras heridas de infancia no modifica de manera real y duradera nuestras actitudes hacia nosotros mismos y hacia los demás. Deseo entonces favorecer una comprensión más dinámica del proceso relacional, poniendo énfasis en la importancia de abrirse, darse a conocer, para reconocerse y vivir en relación sana consigo mismo y con el universo.
Las consecuencias nefastas de una falta de acogida y de presencia. Para el niño que trata de darse a conocer a sus padres, la falta de acogida amorosa y la ausencia de respuestas adecuadas o peor, la obtención de respuestas inapropiadas o malsanas provocan una herida de “ser”. Todas las situaciones que no permiten al niño reencontrar su estado de harmonía interior, son efectivamente vividas dramáticamente por este ser tan vulnerable, en su interior y en su entorno exterior. Es sumamente esencial darse cuenta que el drama real proviene de estas situaciones, origen de los desequilibrios. El niño confrontado a sentir el desequilibrio y sus consecuencias, permanece en un estado de molestia perpetua a nivel psíquico, afectivo, físico y también energético. Vive en un estado de falta y siente el miedo, las frustraciones, la tristeza y la rabia. El hecho de sentir tantas sensaciones penosas en un estado de incomodidad, se transforma rápidamente en un estado de desamparo. El niño no puede permanecer mucho tiempo en contacto y en relación con este estado interior, dado que representa una amenaza a su integridad personal. Amenaza real, ya que el niño sólo tiene consciencia del momento presente sin tener acceso a una comprensión justa de lo que le pasa. No entiende lo que le pasa, ni las actitudes de los padres, y además, no puede terminar con esta invasión. Un niño no puede comprender lo que está en juego en la dinámica familiar. No dice: “mira mama es impaciente porque hoy esta muy cansada” y todavía menos “no me siento amado ya que mis padres simplemente no están en relación con ellos mimos, es decir, no disponibles para acogerme a pesar de todo el amor que me tienen”. No comprende, pero siente y sufre. No tiene otra elección para sobrevivir que la de cerrarse y separarse de esta realidad dolorosa. Hay que señalar que el niño que no llega a cerrarse se expone a graves secuelas, ya que una invasión demasiado intensa y prolongada afecta al contacto con la realidad. El niño puede caer en la locura o morir de pena. Todo ser humano confrontado con una invasión de sufrimiento psíquico, físico o afectivo, y que por una u otra razón pierda consciencia del carácter temporal de esta realidad, se sumerge en un estado de desamparo y de desespero. Solo espera el fin de su sufrimiento. Es bajo esta perspectiva, que nace el deseo de morir, siendo entonces la muerte el único medio susceptible de acabar con este sufrimiento intolerable. El cierre, reacción de supervivencia.
El niño, al irse contrayendo, irá retirando gradualmente su atención de la o las zonas corporales invadidas y la irá dirigiendo hacia otra zona menos dolorosa. El niño que vive por ejemplo una profunda tristeza en relación con la falta de amor, se retira de la zona del corazón y se refugia en su universo imaginario. Este movimiento de cierre crea entonces una escisión entre la cabeza y el corazón, que impedirá la libre circulación de informaciones tales como las sensaciones y emociones procedentes del corazón. Este cierre constituye el único medio para evitar un penoso sentimiento que es, en definitiva, tan humano. El niño aprende a través de su experiencia que el hecho de darse a conocer no le aporta ni confort, ni satisfacción de sus necesidades reales. En algunos casos, la expresión espontánea de su sentimiento lo lleva hacia un gran problema donde cosecha malestar y dolor. Desaprende a estar en relación consigo mismo. Así es el verdadero drama. Se hace mayor manifestando un reflejo de cierre y desarrolla múltiples mecanismos de defensa. Además, graba el mensaje que su ser y la expresión de éste, molestan al mundo exterior y dañan a su equilibrio interior. Aprende a callarse, y en este momento, se entierra profundamente en sí mismo. El miedo a molestar A medida que se hace mayor, el niño busca por diferentes medios no molestar o no ser molestado, ya que esto es sinónimo de sufrimiento. Él cree que el hecho de evitar las molestias le permiten evitar el sufrimiento en sus relaciones. Pero la realidad difiere mucho de esta falsa creencia; ninguna relación es posible sin molestia, ya que este fenómeno, está en el origen de la vida. Se juzga de una manera importante la molestia humana, considerada negativa. Tomad un minuto y pensad en una persona que no despierte en vosotros ninguna molestia; ¿os sentís atraídos por esta persona? ¿tenéis ganas de establecer relación con esta persona? Se hace difícil acordarse de todos los momentos a lo largo de los cuales no os habéis sentido molestos, ya que éstos dejan pocos recuerdos en vuestra memoria. Es muy diferente para los acontecimientos significativos de vuestra vida; ya sean de felicidad o más difíciles o duros de vivir, están grabados en vuestra memoria. El trabajo de apertura de consciencia, continuamente da testimonio de la presencia, en todo ser humano, de diversas memorias corporales de eventos significativos que han sucedido desde el principio de su existencia terrestre. Observo una gran incoherencia sobre la visión, bastante difundida, de la molestia humana, alimentando el famoso miedo a molestar, que de hecho,
esconde el miedo a ser molestado. La molestia es humana, indica una variación de nuestra vibración interior. No es ni bueno, ni malo. Algunas molestias provocan evidentemente incomodidad pero no son ni más ni menos positivas o negativas. Sólo se trata de un cambio en nuestro estado interior en relación con el universo exterior. En particular, la gran incoherencia se traduce en diversas actitudes muy comunes de hacer todo lo posible para evitar las molestias, a la vez que se espera mantener la armonía en las relaciones personales e inter-‐ personales. El ejemplo de la búsqueda del gran amor es un ejemplo chocante. ¿La noción de gran amor no correspondería a la búsqueda misma de la molestia? En esta perspectiva, esto da la impresión que la mayoría de la gente busca la relación ideal que les permitirá evitar todas las molestias humanas juzgadas negativas. Pero sin molestia, no puede haber relación. En definitiva, la incoherencia se sitúa en el hecho de que buscar la relación ideal equivale a querer evitar vivir en relación consigo mismo y con el otro. Una vez más aquí tenemos el verdadero drama humano. Con el fin de evitar las múltiples perturbaciones inherentes a la experiencia humana, el ser humano intenta controlar lo que siente interiormente cortándose, entre otras cosas, de la consciencia de su cuerpo y particularmente de su corazón, es decir, del amor que vive en él. Si de esta manera consigue protegerse de las mayores molestias, de hecho, se priva del desarrollo de un espacio relacional sano. Ya no construye un puente entre sus orillas. No puede ni habitarse, ni viajar libremente en su interior. En consecuencia, se retira del único espacio donde es humanamente posible sentir y vivir plenamente el amor y la paz. En estas condiciones de supervivencia, la consciencia que tiene de él mismo, de su cuerpo y de su ser verdadero se atrofia; pierde el contacto precioso consigo mismo que le permite la identificación de las necesidades reales y la puesta en marcha del proceso de satisfacción. Perturba sutilmente o considerablemente su contacto con los diferentes aspectos de la realidad. La falta de informaciones pertinentes que derivan de estas actitudes le impide restablecer un equilibrio y acceder a la armonía interior. Limita o pierde la posibilidad de utilizar sus poderes de expresión, comunicación, sanación y creación. Se expone a mantener en sí mismo y en su alrededor, un estado de insatisfacción, decepción y frustración. Las actitudes de cierre crean entonces diversos tipos de falta psicológica, afectiva, física y energética. Las sensaciones de falta son rápidamente asociadas y vividas con sufrimiento. El ser humano
desarrolla entonces varios mecanismos de defensa; está preparado a hacerlo todo para evitar la consciencia del vacío interior creado por esta dinámica basada en la negación o el olvido de sí. Huyendo de esta manera de todos los elementos susceptibles de despertar una molestia interior, desafortunadamente, lo que hace es que el ser humano se aleje cada vez más de sí mismo. Se aleja tanto de su mundo interior, que acaba por no reconocer algunas características que le son propias; ya no se conoce ni íntimamente. Estar en relación, es darse a conocer La reconexión con uno mismo necesariamente debe pasar primero por darse a conocer a sí mismo, y después, a los distintos seres presentes en nuestro universo exterior. Este proceso va acompañado de tomas de consciencia difíciles, pero esenciales, en lo que se refiere a las actitudes paternales inadecuadas. Es evidente que no se trata de buscar el culpable. Es importante observar que en los hechos, la mayor parte de heridas proceden de la inconsciencia e ignorancia. Muy pocos padres hieren de una manera voluntaria a sus hijos por falta de amor hacia éstos. La mayor parte de padres aman a sus hijos, pero pocos están realmente presentes y disponibles para ofrecer una escucha, una acogida amorosa, así como un soporte adecuado. La presencia no depende del deseo o de la voluntad de querer hacerlo bien, todo al contrario, estos fenómenos a menudo dañan más que la creación de una dinámica relacional enriquecedora y plena. La exploración de las heridas de la infancia consiste esencialmente en identificar el impacto de estas heridas en el proceso relacional. Entonces es posible identificar las falsas creencias, los errores de juicio e interpretación, las ilusiones, las inseguridades, los deseos no reconocidos y las emociones reprimidas. Es en este preciso momento cuando los hechos de la realidad se restablecen y esto favorece en gran medida una apertura de consciencia, para posteriormente explorar la relación con uno mismo y con el universo. El desarrollo del espacio de relación puede ser comparado con la construcción de un puente que une las orillas del río. La construcción normalmente debe tener lugar durante los primeros años de vida del individuo. Cuando el niño es acogido y guiado de una manera sana, construye puentes sólidos, uniendo sus dimensiones psicológicas, afectivas, corporales y energéticas. Las informaciones que provienen de
cada una de estas dimensiones viajan entonces libremente y ello favorece en gran medida, un contacto sano con los diferentes aspectos de la realidad interior. La exploración de este espacio de relación estimula en su momento, la construcción de puentes que unen su mundo personal interior con el universo exterior. A medida que el niño crece, aprende a conocerse y a darse a conocer en su entorno exterior; de esta manera desarrolla relaciones significativas y sanas con la gente que le envuelve. La escucha y la acogida constituyen en consecuencia las bases fundamentales de la construcción de estos puentes, de estos espacios de relación. Frecuentemente observo en muchos seres humanos, la existencia de una gran falta de escucha y acogida hacia sí mismo. El estado de los puentes de relación varia de un individuo a otro, pero raros son aquellos que son mantenidos cotidianamente. Las distintas faltas o barreras observadas a este nivel, confirman la presencia de algunas dificultades a la libre circulación de informaciones provenientes de las dimensiones interiores del ser. El olvido de uno mismo, una amnesia temporal La negación de un mundo interior constituye un fenómeno frecuente que perturba totalmente la presencia a sí mismo, deformando el contacto con los diferentes aspectos de la realidad. Sentir las emociones y sensaciones queda completamente bloqueado en el cuerpo e inaccesible a la consciencia. El ser, retirado parcialmente, o casi en su totalidad de su consciencia corporal, invierte en el nivel de su universo mental; se va a su cabeza. La excesiva inversión en la parte mental se efectúa con la perspectiva de cierre y control. Estas actitudes malsanas e irrespectuosas hacia uno mismo, crean una perturbación más o menos importante en relación al contacto con la realidad interior y exterior del individuo. Sin relación consigo mismo, el ser se separa de las manifestaciones de su presencia y del amor que vibra en él. Éste último se aleja a veces tanto del individuo, que la dificultad a amarse proviene en gran medida, del hecho de que ya no se reconoce en su experiencia afectiva, corporal y energética. Se identifica con lo que piensa ser, con lo que hace e incluso con lo que posee, pero ya no reconoce lo que siente y lo vivido en su ser de una manera global. Entonces, ¿cómo hacer para ser? Sugiero a todo el mundo tomarse una pausa; de quince a veinte segundos son suficientes para constatar nuestra presencia. Es el gran secreto del momento. Aquí y ahora estamos siempre
aquí, poco importa lo alejados o olvidados que estemos de nosotros mimos. De quince a veinte segundos más son suficientes para identificar aquello de lo que intentamos huir desde hace mucho tiempo. De quince a veinte segundos son suficientes también para observar los mecanismos de defensa que hemos puesto al servicio de nuestras trampas relacionales. Pues bien, sí, algunos segundos son necesarios para cambiar el curso de nuestra vida. Se trata esencialmente de aprender a centrarse en sí mismo, es decir, a dirigir conscientemente nuestra atención hacia nuestro universo interior con el fin de identificar todas las informaciones que están circulando. El camino de retorno hacia uno mismo La exploración de la escucha y el hecho de acogerse a través del aprendizaje de estar centrado, favorece el retorno hacia uno mismo. Algunos seres se han abandonado desde hace tanto tiempo que buscan y buscan siempre en el exterior el camino que les conducirá al retorno hacia sí mismos. Imaginad una persona que desea entrar en su casa pero que por alguna razón ya no se acuerda donde se encuentra su hogar. La sensación desagradable de sentirse perdido despierta en él un miedo que se transforma rápidamente en pánico. Sin ser consciente, olvidará su necesidad real, que será transformada en un arduo deseo de calmar la inseguridad en la que vive. Ya no está en relación sana, ni consigo mismo, con lo que siente interiormente, ni con la realidad exterior. Este ser buscará en todas partes, pudiendo pedir ayuda e incluso ser acompañado en sus tentativas de rencontrar el camino hacia su hogar, pero corre el riesgo de alejarse e incluso de perderse más, y esto, a pesar de las buenas intenciones de cada uno. Ahora imaginad que su primer reflejo sea pararse y centrarse; a pesar de su malestar y miedo, no pierde de vista jamás su necesidad real. Reflexiona entonces sobre los diferentes medios disponibles que le permitirán rencontrar el camino hacia este espacio personal tan apreciado. Entonces, puede recordar puntos de referencia importantes o simplemente acordarse de que tiene un documento de identidad en el que está escrita su dirección. ¡Ah, que maravilla entrar en su hogar! El estar centrado constituye un medio simple y eficaz que permite mejorar la calidad de nuestra presencia delante de las realidades interiores y exteriores de nuestro universo. Una presencia sana crea y profundiza la relación consigo mismo y con el universo exterior. El hecho
de estar centrado ofrece una posibilidad de salir de las trampas relacionales que encierran al ser en un circulo vicioso. ¿Por qué no cambiar este circulo de sufrimiento por un circulo más luminoso? La escucha y el hecho de acogerse inician la relación consigo mismo, que favorece una mejor escucha interior y una acogida cada vez más amorosa; lo que supone una relación auténtica cada vez más profunda. Paramos de dar vueltas, nos ponemos nosotros mismos en movimiento y también en nuestro alrededor. Comparo este fenómeno con la creación de una espiral que favorece la libre circulación del amor y de sus numerosas emanaciones. Somos seres de relación, y solamente cuando realizamos, aceptamos y vivimos esta realidad, encontramos el recuerdo de nuestra identidad real. Todo está escrito en nosotros. No hay nada que hacer para ser. Pero somos humanos y tenemos necesidades. La apertura a lo que somos realmente, conduce a la apertura de nuestras necesidades y estimula la creación de un espacio de relación sano y harmonioso. Es en este espacio donde recuperamos nuestros poderes reales de expresión, comunicación, sanación y creación.
Capítulo 2 La apertura, signo de aceptación del movimiento de la vida en uno mismo. Algunos segundos son suficientes en todo ser humano, para cambiar el curso de su vida. Esto parece para algunos demasiado bonito para ser verdad pero así es la realidad. La vida es tan sólo movimiento y su fluidez depende de nuestra apertura a sus diferentes manifestaciones. Menciono y repito con júbilo que estar en relación constituye el punto central de la experiencia humana. Todo ser humano lleva en él esta necesidad real de estar en relación pero en la práctica, todavía vive más las complicaciones que los beneficios derivados de la aplicación de este principio humano universal. Me permito afirmar que la fuente y la consecuencia de los desequilibrios y dificultades de adaptación está en el cierre. El ser humano puede escoger conscientemente o no ésta opción, pero en todo caso, se complica la vida ya que el cierre limita y perturba considerablemente el movimiento natural de la vida. Crea dificultades personales e interpersonales; genera malestar y enfermedades que conducen a veces hasta la destrucción del cuerpo. Muchos seres, manteniéndose ausentes temporalmente de su corazón, complican su vida. Algunos irán incluso hasta la privación de su salud psíquica, afectiva o física mientras que otros irán hasta perder brutalmente la vida. Es en el hecho de atreverse a explorar, tan sólo unos segundos, que cada ser descubre y siente plenamente la necesidad de vivir intensamente cada segundo de su existencia terrestre. El cierre es anti-‐relacional ya que estar en relación, lo recuerdo, es en primer lugar y ante todo, abrirse y darse a conocer. El cierre limita o impide completamente esta etapa fundamental y esencial de la vida. Se traduce en un primer momento, por un rechazo a acoger las informaciones personales pertinentes, luego, por un rechazo de la expresión espontánea y auténtica de estas informaciones. El cierre mantiene al individuo en un estado de desequilibrio y desarmonía dañando enormemente el proceso de satisfacción de sus necesidades reales. Además, afecta el contacto con la realidad. En efecto, a partir del momento en que aparece el rechazo a un aspecto de la realidad, esto conlleva inevitablemente un arreglo o apaño de dicha realidad. No hay necesidad de buscar muy lejos para obtener ejemplos claros ilustrando este fenómeno. Solo hay que aceptar mirar y ver ciertas aberraciones muy comunes actualmente. Vivimos en un mundo
en el que una multitud de proposiciones que deforman la realidad, no sólo están presentes, sino que además, son acogidas y compradas. Un modelo de éxito inquietante Muy a menudo hago referencia a modelos de éxito propuestos por la sociedad occidental. Estos modelos están llenos de conceptos totalmente incoherentes y sobretodo irrealistas que pretenden mejorar la calidad de vida. El resultado y éxito personal, relacional, profesional, social y porque no mundial, son según esta visión tributarios de felicidad y plenitud personal. Invertid en el parecer, el hacer y el tener. Pagad con vuestro ser. Dividid los pagos en 25 o 30 años y sobretodo no olvidéis de subscribir seguros. Quizás un día conseguiréis este éxito que lleva a la felicidad garantizada o la devolución del dinero, si vuestra compañía de seguros tiene una cláusula de todo riesgo, está claro, excepto que excluya actos de Dios. Entonces, no perdáis el tiempo, suspended vuestra vida y sed pacientes. Claro! Paciencia, porque vais a evolucionar en un universo donde tenéis todos los números de ser pacientes, o clientes en espera o en búsqueda de un poco de alivio a vuestros males. No se trata de juzgar y todavía menos de condenar esta dinámica ni a sus participantes. Todo al contrario, intento favorecer una mirada lúcida y respetuosa de cada uno. Ya ha llegado el tiempo de ir más lejos que la simple observación de esta realidad mentirosa. Regularmente, tengo conversaciones acerca de este tema con la gente que me rodea, padres, amigos y clientes; estos encuentros me permiten constatar una evidencia inquietante. A pesar de que la gran parte de estas personas sean conscientes de la indecencia de estas proposiciones ilusorias, permanecen prisioneros en distintos grados. Perderse por miedo a perder Encuentro individuos completamente descentrados de su ser; los padres por ejemplo, desbordados y agobiados de todo lo que hay que hacer. Cansados, dispersos, invadidos de culpabilidad, ya no distinguen más sus responsabilidades reales de sus compromisos de todo tipo. La vida va demasiado rápida dicen, pero esto es lo mismo para todo el mundo, no tenemos elección. Esta reflexión ilustra de maravilla como la intervención de la mente sirve a menudo para mantener las trampas malsanas, alimentando las falsas creencias. Tantas personas se encuentran
prisioneras del deseo de agradar y de esta búsqueda a veces desesperada, de una perfección a la vez inhumana e irrealista. ¿Os es posible imaginar el número de personas a las que no les gusta lo que se manifiesta en su cuerpo, ni lo que sienten a nivel afectivo de la experiencia humana? ¿Cuántas personas intentan modificar sus comportamientos, sus actitudes humanas e incluso su apariencia física? ¿Cuántas personas luchan para no caer en la tentación de corresponder a los criterios actuales de éxito? No digo que se tenga que renunciar a todos los principios que dicta nuestra sociedad. Animo a cada uno a permanecer atento con el fin de asegurarse que el parecer, el hacer y el tener están al servicio del ser. La tendencia actual sugiere el proceso inverso que consiste en creer y en invertir en estas dimensiones con la esperanza de ser un día feliz. Es necesario profundizar un poco en el tema para descubrir que bajo estos fenómenos de éxito a toda costa, subsisten numerosos miedos que principalmente se basan en el miedo a la falta de amor o el miedo a perder este amor tan buscado. El individuo adopta modelos propuestos por estructuras exteriores a pesar de las numerosas señales que le envía su cuerpo, advirtiéndole que el ritmo impuesto no le conviene para nada. El deseo de agradar y el miedo a desagradar superan la consciencia de la incoherencia de este concepto de éxito destinado al fracaso. Cada decenio nos aporta su lote de criterios suplementarios que definen el concepto de éxito. Este peso suplementario tiene como consecuencia el aumento del peso a soportar y la intensificación del miedo y sentimiento de no estar a la altura. El individuo, hombre o mujer, debe actualmente rendir a nivel profesional, al mismo tiempo que estar presente a nivel familiar, mantener una apariencia impecable, mejorar su forma física, tener muchos amigos, hacer múltiples actividades interesantes y variadas, poseer lo que él desea, encontrar tiempo y espacio, y mantener este ritmo frenético estando a la vez zen. No hay para menos y me paro aquí… Algunas antiguas huellas… El hecho de señalar las falsas creencias asociadas a esta gran trampa tanto personal como social, permite ver que debajo de estas actitudes y comportamientos persisten antiguas huellas que vienen del pensamiento judeo-‐cristiano. La dinámica del éxito demuestra una paradoja sorprendente; la gran popularidad del éxito y desarrollo del individualismo están en estrecha relación con la presencia de la noción de
egoísmo en el ser humano, del miedo a ser castigado y últimamente del miedo a la soledad. Es cuando se quiere evitar sentir interiormente, que el ser se distancia de sí mismo, acogiéndose a principios que inevitablemente crearán o re-‐crearán esta experiencia humana tan penosa de soportar. Mi objetivo no trata de elaborar un proceso de algunos principios religiosos, pero sí que insisto un poco en señalar el impacto de la aplicación a veces fraudulenta de la religión. Algunos dogmas religiosos son efectivamente presentados como verdades absolutas cuando en realidad, provienen de la interpretación de las leyes universales. En la realidad actual, ya no estamos en la era de la dualidad del bien y del mal. Ya es tiempo para cada uno de nosotros de darnos cuenta que estamos en la era de la apertura a nuestro ser verdadero, poderosa fuente de amor que nos guía en la experiencia humana universal. Ya no hay necesidad de una visión juzgada superior impuesta desde el exterior. Ya no tenemos necesidad de la promesa del paraíso celeste o de la iluminación, a condición de aceptar un camino que no apague el ser en su reconexión con su luz interior. No esperéis a ver, no busquéis más ver la luz al final del túnel. Escogiendo un modo de estar centrado en la apertura, encontraréis el acceso a vuestra esencia verdadera, vuestra propia luz que iluminará el camino de retorno hacia uno mismo, el camino incluso de la experiencia profunda y global de la existencia humana. El principio es simple pero su aplicación pide una presencia sostenida ya que un gran número de prohibiciones colorean siempre de una manera insidiosa la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida. Las nociones de bien y mal evocan un miedo profundo en el ser humano, el de sufrir y ser infeliz. Siempre es en esta perspectiva de evitar el malestar y el sufrimiento que el ser opta por el cierre. Intenta de esta manera y a través de diversos medios, perfeccionar su control, esperando desarrollar una maestría de sí mismo que le proteja de sentir la experiencia humana, juzgada como negativa y demasiado difícil de vivir. El ser vive entonces en un estado de inconsciencia e ignorancia ya que el control, sólo puede matar la relación, aniquilando todas las posibilidades de apertura. El deseo de desarrollar un control eficaz esconde en realidad distintos miedos. La noción de control constituye un tema importante que se ha trabajado mucho en psicoterapia. Se trata incluso de un motivo de consulta bastante popular; bastantes seres buscan soluciones con el fin de perfeccionar su control, sin ser conscientes que a veces intentan desesperadamente mantener un modo de supervivencia. De esta manera, se impiden ellos mismos vivir intensamente la experiencia humana. Es
corriente observar que estos seres están asustados por las sensaciones de vacío interior y falta de sentido a la vida. Demuestran una gran dificultad para pararse e identificar sus necesidades reales. Encuentro a menudo seres que se han perdido completamente e intentan crearse paraísos artificiales, con el fin de no sentir más el miedo a no poder acceder jamás a la felicidad en su vida terrestre actual. Navegar evitando el malestar La trampa es perniciosa ya que el miedo a sufrir se confunde entonces con el sentido profundo de nuestra existencia terrestre. Como he dicho antes, pido regularmente a los seres que encuentro, compartir sus definiciones de diferentes conceptos existenciales tales como la felicidad o el amor, por ejemplo. Remarco una tendencia muy común que consiste en mezclar la noción de presencia y de ausencia. En esta perspectiva, la felicidad es definida por la ausencia de infelicidad, la seguridad por la ausencia de inseguridad, la confianza en sí mismo por la ausencia de miedo, etc. Esta tendencia no tiene en cuenta la realidad, me habla más bien del miedo y del deseo de no sentir más malestar. Es lo mismo en lo que respecta al sentido de la existencia humana. Una falsa creencia, compartida por algunos, consiste en pensar que el objetivo de nuestra presencia en esta Tierra, o la realización personal, se define por el hecho de estar bien, de ser dichoso. La trampa se manifiesta y es grandiosa, ya que siempre nos da testimonio de esta famosa dicotomía entre el bien y el mal. Si para realizarme me tengo que sentir siempre bien, esto significa que no debo sentirme mal y todavía menos tener mal. Si me siento menos bien, entonces la cosa va mal. Como no me encuentro en el buen credo, tengo que hacer todo lo posible por salir. Hacer todo lo posible por salir de la experiencia psíquica, afectiva y corporal; me alejo de mí mismo y evito las situaciones susceptibles de despertar las sensaciones que no están en relación al estado de bienestar tan buscado. Cambio de rumbo. Navego para evitar el malestar en lugar de ir hacia la felicidad. Hago todo lo posible para salir de la experiencia afectiva y corporal humana, cuando sólo basta con penetrar algunos segundos para identificar la necesidad de restablecer la armonía y la paz interior. ¿El objetivo de la experiencia terrestre no será más bien sencillamente ser? Justamente, ¿nuestra presencia no nos permite vivir intensamente cada segundo de nuestra vida? Soy, entonces siento. Siento y manifiesto por el hecho mismo de mi presencia el Yo Soy. Cuando me expreso y comunico mi estado de ser, encuentro el movimiento de vida en mí; encuentro por fin mi alma.
El cierre nos aleja verdaderamente de nuestra fuerza interior y de nuestros poderes reales, porque reduce considerablemente la autenticidad y espontaneidad. Crea y alimenta las falsas creencias, deseos e ilusiones. Para lograr mantener el cierre con el objetivo de protegerse de las molestias juzgadas negativas, el individuo debe utilizar diferentes mecanismos de defensa y estrategias con el fin de controlar lo que él considera una amenaza. El error es flagrante porque nos enseña a desconfiar de la realidad. A partir del momento en que aparece un rechazo de un aspecto de la realidad, esto conlleva necesariamente un arreglo de la realidad. Esta intervención implica una deformación más o menos sutil de los hechos, sin importar la naturaleza y la importancia de los mismos. Es esencial captar el impacto del cierre y sus numerosos arreglos, generando uno de los peores venenos que observo cotidianamente, la mentira. Por cierto, hay que destacar y no olvidar que sólo existe una sola dimensión humana capaz de mentir y por añadidura, capaz de creer sus propias mentiras. Su nombre nos da incluso una pista… La mente rima a su manera con mentir; el corazón, así como su principal residencia, el cuerpo, nunca mienten. La mentira crea una desarmonía importante en el seno del sentir psíquico, afectivo y corporal. Entonces, es importante desenmascarar todas las tentativas mentirosas de cierre y arreglo de la realidad, con el fin de abrirse a sentir realmente la existencia humana. Para captar mejor la dinámica de la mentira, es esencial interesarse en el funcionamiento del principal interesado, la mente. Preciso que cuando utilizo el término mental sólo hago referencia al mental inferior disociado del mental superior, éste último integra toda nuestra consciencia de ser, el Yo Soy. La mente quiere comprenderlo todo y sobretodo gestionar los diferentes aspectos de la realidad. Utiliza el juicio que es muy activo para mantener el cierre. Desarrolla un sistema elaborado de falsas creencias, que limitan el acceso a la realidad, deformándola o negándola simplemente. Genera y mantiene una plaga muy corriente y extremamente contagiosa entre los adeptos del control de uno mismo: el recelo. El recelo apunta en particular, al movimiento natural de las manifestaciones espontáneas de la vida. Daña mucho a todos los intentos de soltar, que juzga demasiado amenazantes. Aunque todos los fenómenos provocados por la mente y el recelo dañan la evolución sana del ser, es inútil juzgarlos o condenarlos. El ser humano debe más bien aprender a acogerlos simplemente sonriendo. La mente cree de verdad que ayuda al ser, pero en general es demasiado controladora y orgullosa. Tiene que aparecer en evidencia con el fin de ponerse al servicio del ser humano, ya que es muy
útil en su capacidad de identificar los diversos aspectos de la realidad. La mente utilizada de una manera sana permite al ser humano aprender a conocerse, reconocerse y analizar adecuadamente los diversos elementos de su universo interior y exterior. La apertura garantiza la apertura Desde hace algunos años, utilizo y aplico en mi vida personal y profesional una ley universal muy simple. Por cierto, la propongo a todas las personas que manifiestan dificultad en abandonar la noción de bien y mal. Estipula sencillamente que el cierre garantiza el cierre, mientras que la apertura garantiza la apertura. El cierre conlleva muy a menudo al cierre en el otro, mientras que la apertura anima a la apertura en el otro. No la puedo garantizar en el otro porque no somos responsables de sus elecciones, pero la mantiene en nosotros, lo que ya es mucho. No importa el contexto, ya no tenéis que pedir si una acción es buena o mala; pediros más bien si esta favorece la apertura o el cierre. El cierre garantiza el cierre, en cuanto a la apertura, ésta abre la vía a infinitas posibilidades. No es una ley basada en un sistema de recompensa o de castigo. No hay condición, ni regla a seguir, ni promesa de felicidad futura. Esta ley anuncia una realidad que describe simplemente el movimiento dinámico de la vida. La exploración de la apertura en mi experiencia personal y profesional me permite verificar cada día la validez de esta ley universal. Guío a numerosos seres en el retorno hacia ellos mismos. Los animo a explorar sus cierres y los acompaño en sus numerosas tentativas de apertura. Entonces, asistimos juntos a estos fenómenos de apertura que generan una expansión extraordinaria de la consciencia de sí mismo, así como manifestaciones en la presencia del ser verdadero. Veo gente que dejan de esperar, paran de buscar la luz al final del túnel y se dan cuenta que tienen el poder de acceder a su propia luz. Así, el impacto de la apertura es mayor en su vida e incluso en los seres que les rodean. Muchos testimonios confirman que la apertura crea un cambio profundo de actitud; el ser ya no utiliza su mente, accede a una consciencia más profunda de su ser que se manifiesta por una gran apertura de espíritu. La apertura crea la relación consigo mismo y con el otro. Permitiendo entonces un encuentro auténtico y precioso: el encuentro con el alma. Animo encarecidamente a todos a modificar la manera de interaccionar con todos los aspectos de la vida interior y exterior. Ya es tiempo de
distanciarse realmente de la noción de bien y mal. El ser humano tiene necesidad de aligerarse. Es tiempo para parar de perderse enganchándose a modelos frustrantes e insatisfactorios. Este proceso de apertura propuesto, no requiere un análisis complejo y fastidioso de las actitudes humanas. Sugiere más bien, un permiso para poner una mirada verdadera y honesta de uno mismo y del universo exterior. El ser tiene realmente necesidad de aligerarse. Lo hace cuando invierte su energía en la creación de un espacio sano en el presente, donde el factor tiempo es muy relativo. Por cierto, recomiendo encarecidamente cambiar la palabra tiempo por el término espacio. El factor tiempo nunca es una razón que valga por no habitarse, sea lo que sea. Si cada uno se reapropiara el derecho de habitar un espacio relacional sano, la apertura humana sólo podría ser amplificada. La noción rígida y limitativa de bien y mal, dará lugar a una perspectiva sana de apertura a todos los niveles de la experiencia humana. La apertura de corazón guiará entonces el encuentro con el alma y espíritu en la experiencia psíquica, afectiva, física y energética de la existencia humana.
Capítulo 3 El miedo y las emociones: de la reacción a la expresión. El ser humano pierde sus poderes de expresión y comunicación cuando es privado de relaciones sanas por falta de apertura hacia su universo interior y exterior. Luego, entra en reacción consigo mismo y con los otros, más que en interacción. Luchando contra su naturaleza humana se libra a toda una batalla y termina evidentemente creyendo que la vida no es más que un combate. No se da cuenta que su principal estrategia consiste en considerarse como su peor enemigo. El ser humano actual tiene miedo a sufrir, condena su vulnerabilidad tratándola como un punto débil ya que la juzga incapaz de defenderse contra el mal. Declara la guerra a las dimensiones afectivas que no están regidas por la mente racional, que según él considera más segura. Lo que sigue entonces es una caza de las emociones desagradables juzgadas como negativas. Las armas utilizadas combinan una buena dosis de juicio y un exceso de control de uno mismo. En la práctica, observo una tendencia constate e incluso una idealización peligrosa, de control del miedo y sus emociones. Con el pretexto de destruir las barreras creadas por el miedo y evitar las perturbaciones asociadas a las emociones, el ser impide la creación de puentes esenciales para la expresión de uno mismo y la comunicación con los otros. Las manifestaciones del miedo y las diferentes emociones humanas son incomprendidas y tan juzgadas, que generan actitudes y comportamientos malsanos generando un profundo sufrimiento en el ser humano. Detrás de esta falta de respeto y de compasión hacia la naturaleza humana, subsiste la noción de bien y de mal. En efecto, la tendencia tan extendida de querer evitar la experiencia de las emociones desagradables, se deriva de la unión del deseo de ser feliz y de la ilusión de que el control de uno mismo, protege contra el mal y ayuda a conseguir la felicidad. Este matrimonio organizado por la mente está destinado al fracaso. El fracaso es inevitable y tan sólo es debido a una falta de conocimientos y de comprensión de los fenómenos afectivos. Aunque los pasos hacia el divorcio despiertan habitualmente emociones difíciles de vivir, su llegada señala el principio de una liberación sin precedentes. No dudemos entonces en abrir los ojos con el fin de identificar las falsas creencias y de restablecer, de esta manera, los hechos de la realidad. Identifico varias creencias muy extendidas y erróneas, que contribuyen en gran medida a perpetuar una comprensión desviada del mundo de las emociones, de su funcionamiento y utilidad real. Cuando el individuo
accede a una comprensión justa de estos fenómenos, comprende mejor los peligros potenciales reales de la opción de control de uno mismo. Propongo una visión y visita clarificadora de temas que se abordan frecuentemente en psicoterapia. El miedo Al fenómeno del miedo se le atribuyen muchos juicios, una de las condenas más frecuentes, es la estrecha colaboración con los bloqueos personales y relacionales. Las sentencias impuestas son severas pudiendo ir hasta la exclusión total de este estado. El miedo es definido de una manera popular como un freno a la evolución del individuo. No es extraño observar que los seres humanos pongan muchos esfuerzos en superar sus miedos que, según ellos, son culpables de limitar su libertad de ser y hacer. Cuando en realidad el miedo es tan sólo un sistema de alarma para detectar la presencia de una amenaza real o imaginaria a nuestra integridad personal. No es el miedo lo que crea el bloqueo, sino más bien, el cierre al miedo, y sobretodo a sentirlo, lo que ocasiona tantas perturbaciones y disgustos en la vida cotidiana. Cuando el miedo se presenta en la consciencia y no es, ni acogido, ni sentido, el ser humano se expone al peligro de perder el contacto con los hechos importantes de las realidades interiores o exteriores. Con el fin de ilustrar de una manera sencilla el concepto del miedo, utilizo regularmente el ejemplo de un detectador de humo. Su uso y buen funcionamiento permite señalar la presencia de humo y éste nos advierte sobre la posibilidad de una amenaza, el incendio. La puesta en marcha de la alarma no garantiza la existencia de un incendio, significa solamente que el sistema detecta una variación de la atmosfera correspondiente al humo. La activación de la alarma debe provocar una reacción en el ser humano, el cual debe proceder a una evaluación rápida de los hechos. Una reacción que conduzca a un estado de pánico daña al buen desarrollo del proceso. Un buen contacto con la realidad favorece mucho la precisión y rapidez de las intervenciones necesarias. El miedo nos indica entonces que hay un hecho de la realidad interior o exterior que ocasiona una inquietud real y que necesita una intervención precisa de la realidad. Un individuo que está en relación sana consigo mismo, acoge el miedo, lo escucha y se pone en contacto con los otros aspectos de la realidad para obtener una visión justa y global.
Vayamos a un ejemplo muy concreto; estoy en mi casa y oigo de repente una alarma. Esta información es prioritaria mientras no conozco la fuente exacta de la activación de la alarma. Mi atención se fija totalmente en la situación actual ya que necesito identificar rápidamente los elementos de la realidad que me permitirán comprender lo que está pasando realmente. Si al levantarme percibo el humo, comprendo instantáneamente que tengo que dejar este espacio sin esperar otras informaciones. Necesito encontrarme en otro sitio donde podré pararme de nuevo, con el fin de evaluar objetivamente la situación. Si por el contrario, me doy cuenta que mi hijo mayor ha quemado el asado, mi reacción y mi plan de evacuación se pararán simplemente en este punto. En lo que respecta a las actitudes que la mayoría de seres humanos mantienen con su sistema de alarma, observo dos tendencias muy comunes procedentes del deseo de controlar las emociones. Estas tendencias son el origen de trampas importantes en las relaciones. La primera actitud consiste en cerrarse a todas las manifestaciones del miedo. El individuo desconfía de su miedo y prefiere ignorarlo antes que caer en su trampa. Pero el miedo no pone ninguna trampa, solamente nos informa, eso es todo! El hecho de considerar el miedo como un freno, una trampa o un bloqueo, contribuye al deseo y voluntad de controlarlo hasta negar su existencia. Negar su presencia y su utilidad real, equivale a sacar las pilas de nuestro detector de humo para no ser molestados… En oposición, pero también a causa de una falta de contacto consigo mismo, viene la reacción de pánico. A partir del momento en que siente una manifestación de miedo, la persona se agita como si se tratara inevitablemente de un drama. No tiene acceso a un espacio sano que le permita evaluar la situación y identificar si el peligro es real. Ya no tiene la posibilidad de ponerse en contacto con la realidad. Visualicemos una vez más el escenario. El detector de humo activa la alarma; si rechazo sentir mi miedo, entro en pánico y me salvo saliendo de la casa. Me agito sin saber que pensar, después al cabo de algunos minutos, me doy cuenta que no hay ni humo, ni otro signo de la presencia de un incendio. La consciencia de esta realidad me permite desdramatizar la situación, volver al interior de la casa e ir hasta el detector para marcar el código que desactivará el sistema. Es relativamente simple a menos que me encuentre en un estado de pánico más intenso. Si me siento demasiado invadido por mi miedo, pierdo todos los medios. Quizás al cabo de un rato, iré a mi casa pero el sonido de la alarma, de nuevo pondrá en marcha el
movimiento de huida. Si rechazo oír este sonido, percibir esta molestia, se hace imposible restablecer la calma y armonía. El cierre a esta experiencia desagradable me mantiene a una cierta distancia. Ya no puedo regresar a mi casa. En lo que concierne a la experiencia humana del pánico, el miedo es en este caso considerado y utilizado como un detector de molestia. Toda molestia es automáticamente interpretada como algo dramático. Esto es frecuente en los seres humanos que ejercen un control importante de sus sensaciones y emociones. A partir del momento en que perciben una pequeñísima manifestación de miedo, ésta es sentida y vivida como una amenaza de perdida de control. La experiencia del pánico nos da testimonio de una falta enorme de relación a uno mismo, ya que la persona rechaza todas las incomodidades susceptibles de despertar su miedo; la persona ya no puede entrar en ella misma. El cierre garantiza el cierre. En esta perspectiva, se hace imposible habitarse realmente y todavía menos abrirse a sentir la experiencia humana cotidiana. Encuentro frecuentemente seres humanos que se han cerrado para evitar encontrarse en un estado de miedo. Tienen que darse cuenta que hasta que no se permitan sentir el miedo durante algunos segundos, se exponen a vivir en un estado de ansiedad casi constante. En algunos momentos, este estado da lugar a un sentimiento de angustia extremamente difícil de vivir. Así es la triste realidad. Para no sentir el miedo durante algunos segundos, algunos seres humanos sufren las consecuencias de este cierre a lo largo de su existencia humana. El miedo en sí no es para nada un bloqueo, es más bien el rechazo a sentirlo a nivel físico, afectivo, corporal y energético que se transforma entonces en bloqueo. El miedo no es la fuente de la molestia; sólo nos da testimonio de su presencia, al igual que el detector de humo no es responsable del incendio. Es cuando el miedo es evitado, negado, puesto a un lado o retenido, que el movimiento de la vida queda suspendido. A partir del momento en que el ser humano le da el derecho de existir y vivir a través de él, encuentra su libertad de ser y continua su camino. Es entonces primordial comprender bien esta distinción fundamental. No es porque tenga miedo a molestar que no tomo la palabra en un encuentro sino más bien para evitar sentir el miedo. Si a lo largo de este encuentro, acepto sentir mi miedo, no sufro ningún bloqueo. Tomo la palabra sin intentar negar la aceleración de los latidos del corazón que tomarán rápidamente su ritmo habitual desde el inicio de mi intervención. El miedo
no daña a la apertura; la colorea a veces y hace que la experiencia sea menos agradable, pero no impide ninguna manifestación del estado de ser. En el proceso de afirmación, sentir el miedo confirma también la apertura real a dimensiones rechazadas o retenidas desde hace tiempo. La aceptación a sentir el miedo permite una desdramatización importante y liberadora, conduciendo a una comprensión mucho más justa de los hechos de la realidad. Sobretodo, el ser humano se da cuenta que el peligro temido y anticipado está relacionado con hechos difíciles vividos en el pasado. Una experiencia actual, pone en marcha un miedo íntimamente relacionado con el despertar de una memoria asociada a antiguos escenarios vividos en un periodo de vulnerabilidad. El ser humano no disponía en la época de medios concretos y eficaces a fin de protegerse adecuadamente. Es muy distinto en el presente de la persona adulta, que dispone de varios medios de afirmarse que favorecen una adaptación sana de la realidad actual. Tiene siempre la posibilidad de rechazar, de decir no a lo que no le conviene, del mismo modo que puede identificar y pedir claramente lo que necesita. La apertura y aceptación a sentir el miedo, nos permite en consecuencia, recuperar nuestros medios de expresión, comunicación, sanación y creación. Las emociones Las emociones no siguen el mismo camino que el miedo porque, aunque algunas sean victimas de un control excesivo, otras son buscadas y esperadas. Las emociones forman parte de estos fenómenos que llevan siempre esta famosa marca del bien y mal. Algunas son consideradas como positivas mientras que otras tienen una connotación negativa. Las emociones no son ni positivas, ni negativas. Es verdad que algunas de ellas como la tristeza o cólera, provocan más incomodidad y malestar que otras, que son más agradables de sentir, pero esto no quiere decir que sean positivas o negativas. El cierre al mundo emocional se efectúa esencialmente con la perspectiva de separarse de las emociones juzgadas negativas, a la vez que se intenta vivir al máximo las emociones positivas. Esta reacción nos da testimonio igualmente de una falta de conocimiento y comprensión de la dimensión afectiva. La opción “emociones desagradables” no se encuentra disponible en el ser humano. Al intentar controlar sus emociones, el ser se cierra y bloquea el acceso del puente que le une a su dimensión afectiva. Es pues esta falta de relación con uno mismo y todo este cierre al mundo interior, que mantiene las múltiples creencias erróneas e irrealistas respecto a las
emociones y su importancia en el proceso relacional. De esta manera, la mente tiende a convencer al individuo que está en seguridad mientras no salga del cuartel general, es decir, su cabeza. Esta estrategia de control provoca desde un abandono hasta una pérdida de consciencia de zonas especificas del cuerpo y sus dimensiones asociadas. Esta retirada se transforma gradualmente en una falta de reconocimiento de uno mismo, que mantiene a la vez un estado de inconsciencia y de ignorancia. El ser, prisionero de su universo mental, ignora lo que vive realmente dentro de él y lo que ocurre en el seno de su cuerpo y sus diferentes territorios. Ya no se atreve a aventurarse demasiado por miedo a cruzar diferentes molestias, tales como el miedo o emociones siempre consideradas como enemigos potencialmente destructores. Desafortunadamente, el ser se priva del encuentro con mensajeros importantes. Las emociones son nuestros más fieles mensajeros. Las emociones se manifiestan en relación a un problema, con un simple hecho o evento que toque nuestras necesidades, su satisfacción o su insatisfacción. Son evidentemente los puentes que construimos entre nuestras dimensiones humanas que permiten a las emociones viajar libremente hasta su destino: la puerta de nuestra consciencia. Simplemente se presentan para librarnos un mensaje. Cuando circulan libremente y éstas son acogidas, comprendidas, identificadas y luego reconocidas, las emociones no son más que agitaciones pasajeras que circulan en nuestro espacio interior. Después, nos abandonan bastante rápido, una vez cumplido su mandato. En la práctica, desafortunadamente, es más corriente observar escenarios marcados por la lucha y el control. El mensajero se presenta a la puerta, llama pero no obtiene respuesta; el ser refugiado en su mente rechaza abrir por miedo a ser molestado. Se activa, va hacia otras ocupaciones deseando que su visitante dé media vuelta. Esto es sobreestimar la fidelidad del mensajero que no se irá mientras no haya remitido su mensaje. Si no obtiene respuesta, dará la vuelta a la casa, llamará a la puerta de detrás y quizás incluso a las ventanas. El ser escondido en su interior se sentirá un poco invadido y al final reaccionará quizás, abriendo la puerta, pero la acogida corre el riesgo de no ser muy agradable: “no vengas a molestarme, no estoy interesado, ¡vete!”. Algunas veces la acogida se parece más a un interrogatorio frío y distante: “¿de dónde vienes? ¿Por qué me molestas en este momento? ¿Quién te ha enviado? ¿Qué significa esto? ¿Quién es culpable de tu visita y tu presencia en mi casa hoy?” El mensajero no puede responder a todas estas preguntas; tan sólo puede librar su misiva, él ignora incluso el contenido.
Así como el detector no es responsable del incendio, la emoción no es responsable del estado interior, sea una alegría o una pena, él solamente testimonia a través de su presencia. Si el ser abre simplemente la puerta acogiendo el mensaje: “¡Buenos días! ¿Tenéis algo que transmitirme?”, el mensajero remite simplemente su misiva y se va. Un rechazo a recibir señala el principio de una lucha, que puede escalonarse por un largo periodo causando daños serios. Volvamos a nuestro mensajero que tropieza con este rechazo; lejos de querer irse sin haber cumplido su tarea, se instala entonces temporalmente en el terreno vecino y hace guardia. Se precipita en el momento que percibe la mínima apertura. No olvidemos que lo hace con el objetivo de entregar su mensaje. Cuanto más huye el ser, más debe el mensajero buscar el fallo o la fisura. Por falta de acogida, termina por infiltrarse de una manera u otra causando evidentemente muchos más estragos o daños. Sin embargo, no es conveniente invitar el mensajero a entrar en la casa e instalarse. No sabe que hacer y para pasar el tiempo y compensar el vacío que siente, reprimirá sus emociones tirando de vuestras reservas energéticas! No podemos estar en contacto perpetuo con nuestras emociones. Constituyen una dimensión importante pero darles todo su lugar en la experiencia humana, equivale a negar la importancia de otras dimensiones humanas interiores y exteriores. El ser humano permitiendo esta invasión, siente que pierde la energía y la conexión con el exterior; el objetivo del mensajero es informar de los hechos de la realidad en relación con el universo interior y exterior. El conocimiento de estos hechos es esencial para que una intervención adecuada pueda ser privilegiada y efectuada. Finalmente, las emociones sostienen los mismos principios que algunas reglas sobre los niños. Cuando no nos ocupamos de ellos, se corre el peligro de que se ocupen de nosotros. Cuando no se oye más a un niño, en algunos casos, es conveniente verificar sus ocupaciones o sus destrozos! Sin embargo, si sobre-‐protegemos o estimulamos demasiado a un niño, esto daña mucho su desarrollo personal. El objetivo es la creación de un equilibrio entre todas las dimensiones humanas. Es suficiente con abrir la puerta y acoger la emoción sin querer comprender y analizarlo todo. El ser debe ofrecer una presencia atenta y amorosa a todos los visitantes que provienen de su dimensión afectiva. La acogida y escucha de una emoción, entonces le informan sencillamente de la presencia de un sentimiento, estado de ser o necesidad que requiere una intervención. Una tristeza por ejemplo, puede significar que me siento sola, una cólera me habla de una situación inaceptable. La presencia de la emoción nos rebela que una necesidad aparece en el horizonte y pide su
momento de ser reconocida y tratada por lo que es. Entonces, la acogida de las emociones, nos permite desarrollar y utilizar de una manera sana, nuestros poderes de expresión, comunicación, sanación y creación. De la reacción a la expresión Los modos de comunicación actuales no favorecen una expresión sana de uno mismo. Vivimos en una sociedad en la cual las dimensiones afectivas y espirituales son rechazadas en beneficio del éxito personal, profesional y social. Esto provoca paradójicamente e inevitablemente una hipersensibilidad emotiva, que intensifica las profundas inseguridades que subsisten en algunos seres humanos. En la gran mayoría de los individuos, se utilizan modos de comunicación basados en la reacción más que en la expresión. Estas reacciones se derivan directamente de miedos no expresados, lo que desafortunadamente hace a los individuos más vulnerables a la manipulación y opresión. Observo una multitud de reacciones que van desde la sumisión, pasando por la pasividad, hasta llegar a reacciones agresivas de rabia y violencia, que en muchos casos, se manifiestan tanto hacia uno mismo, como hacia los otros. Y aquí no nombro necesariamente los dramas de excepción que desafortunadamente, son cada vez más frecuentes actualmente: hago más bien referencia a los hechos que ocurren cotidianamente y que aunque parezcan normales, e incluso banales, son generadores de tantos males. El ritmo de vida desenfrenado, tan de moda actualmente, comporta una multitud de ejemplos impresionantes. El solo hecho de aceptar dejarse atrapar por este ritmo, renunciando a vivir en un espacio de vida sano, constituye la violencia más corriente que se infligen numerosos seres. Adoptando actitudes de conformismo que esconden evidentemente su búsqueda del amor, el ser se aleja tanto de su centro interior, que llega a ser extraño a lo que es realmente. En muchos casos, el ser ya no se conoce, no sabe conocerse y todavía menos hacerse conocer al otro. Su actitud hacia su miedo y emociones me habla de su relación, o a menudo de su falta de relación con él mismo. Pero las trampas relacionales se multiplican cuando este ser reacciona a su entorno, privándose de esta manera de una interacción sana y enriquecedora. Cuando acompaño un ser en psicoterapia, abordamos rápidamente esta dimensión tan importante. Debemos identificar una vez más, numerosas falsas creencias e ilusiones en relación con la expresión de uno mismo.
Debe reaprender a comunicar con su mundo interior, acogiendo y explorando sus miedos y sus emociones, y luego aceptando darse a conocer al universo exterior. Muchos seres todavía creen que el hecho de expresar una emoción no cambia para nada la realidad; ¿De qué manera una dimensión intangible podría modificar la realidad concreta? Esta es una de las falsas creencias frecuentemente expresadas en psicoterapia. Esta falsa impresión deriva de una falta de conocimiento del impacto del cierre y sus numerosos arreglos. Una emoción rechazada o retenida, es decir, no expresada, se imprime en uno mismo y colorea la percepción de los hechos de la realidad. Cuando el ser se abre, modifica su manera de vivir la situación o el evento, y establece un contacto con la realidad que le permitirá identificar los diferentes aspectos de la misma más objetivamente. Expresa lo que vive, lo que piensa y lo que siente, en resumen, lo que es. El ser deja al fin viejos escenarios, rígidos, repetitivos y dolorosos. Deja un modo de supervivencia estéril y descubre un espacio infinitamente más interesante y enriquecedor. Al fin y al cabo, expresarse equivale a crear una vida armoniosa, crear su vida y encontrar el camino de retorno hacia la luz interior, nuestra verdadera esencia. Afirmo alto y claro que merece la pena expresarse, que esto vale mucho más que toda la pena que este proceso puede despertar en nosotros. La apertura a nuestro espacio interior conlleva el redescubrimiento y la exploración de nuestros poderes de expresión, comunicación, sanación y creación. El encuentro con nuestros miedos y la visita a nuestras emociones nos permiten, en consecuencia, profundizar en el conocimiento de nuestras necesidades reales y nuestros estados de ser; esto favorece mucho la relación con uno mismo. La expresión de los miedos y emociones, permite darnos a conocer a los demás, o lo que es lo mismo, profundizar nuestra relación con el universo exterior.
Capítulo 4 El control y sus leyendas urbanas. El control, fenómeno apreciado y constantemente idealizado, es en mi opinión, la peor plaga que en estos momentos contamina nuestra humanidad. Sus múltiples y nefastos efectos o perjuicios afectan enormemente nuestro planeta, tanto a un nivel personal, individual, colectivo, o a escala mundial. Si hoy tengo el coraje de iniciar un proceso contra este fenómeno que genera tanto cierre y tanto sufrimiento, es con mucha alegría, amor y respeto que os presento este alegato, para la apertura de la consciencia y del corazón en cada uno de nosotros. Somos seres de relación. Tenemos una necesidad fundamental y humana de vivir en relación harmoniosa con nosotros mismos, con los otros y con todos los componentes de nuestro universo, poco importa su reino. La apertura intensifica nuestra presencia de manera auténtica y respetuosa. Estando en primer lugar presente en uno mismo, es más fácil identificar los elementos de la realidad que contribuyen a nuestro bienestar, sin perder tanto tiempo y energía en las múltiples tentativas de control, estériles e incluso peligrosas. Ya es tiempo de abrirse a la posibilidad de reapropiarse del derecho de ser y vivir la experiencia humana de una manera simple pero verdadera. Entonces, es esencial examinar la noción de control de sí mismo propuesta por diferentes estructuras exteriores. El control nos es presentado como un instrumento necesario para el buen funcionamiento y dominio de uno mismo. En realidad, la noción de control está totalmente contaminada por el juicio severo, rígido y erróneo de las dimensiones afectivas, energéticas y espirituales del ser humano. El poco espacio e importancia otorgada a estas dimensiones, reduce la posibilidad de ser auténtico y desarrollarse plenamente en nuestro camino personal e inter-‐ personal. La mente En el capitulo 1 he explicado el proceso que lleva al niño a retirarse progresivamente o radicalmente de la experiencia de sus dimensiones físicas, afectivas, corporales y energéticas. Para protegerse del dolor y del sufrimiento, se encierra y se separa literalmente de lo que siente y de su cuerpo. Por mediación de su ego se va a la cabeza, sede de la mente inferior, disociada de su universo más grande, la consciencia de Sí Mismo.
Parece que la mente, halagada por el espacio que le es dado, invierte en un rol diferente del que se le atribuía en un principio. Se toma por un guardián del orden cruelmente establecido. Cruel porque este orden está basado en la negación de uno mismo y genera para el ser humano una lucha incesante y penosa, que pierde en parte o casi totalmente, su derecho de ser. La mente se toma entonces por el guardia de nuestro espacio humano. Incluso rechazará que el miedo y las emociones puedan acceder a nuestra consciencia, cuando su rol tan sólo consiste en señalarnos la presencia de uno o varios mensajes. Evidentemente que debe preguntarse acerca de su identidad, pero no debe juzgar y menos decidir, si su presencia es deseada o no. Sin embargo, la mente nos ofrece un discurso que tiende a juzgar, negar, racionalizar y además, luchar contra los movimientos naturales del ser humano que se expresan a través del miedo, las sensaciones, las emociones y los sentimientos humanos. Teme particularmente las emociones o sensaciones juzgadas irracionales y nos sugiere continuamente ejercer, o al menos intentar ejercer, un control sobre estas dimensiones humanas. Nos impide, de esta manera, acceder a diversas informaciones importantes y esenciales para nuestro equilibrio personal. Recuerdo que no hay que olvidar que la mente no es malintencionada. Aprende a mentir, a mentirse y acaba por creer todas sus propias mentiras, convencida que está al servicio del bien. Teme el mal, intenta proteger al ser de amenazas que no existen realmente y crea inconscientemente un peligro todavía más temido, la incoherencia. Cuanto más un individuo es prisionero de su mente y del control que continuamente le está sugiriendo, más demuestra actitudes y comportamientos incoherentes con las realidades humanas. El control de sí mismo pasa inevitablemente por el cierre a ciertos aspectos de la realidad interior lo que genera habitualmente malestar y falta de confort. Como respuesta a este estado de ser tan desagradable, la mente propone el control de sí mismo como remedio. De esta manera, la lucha se amplifica y lleva al ser a los entresijos del sufrimiento humano. La mente llega como ayuda ofreciendo evidentemente diversas estrategias de control. Busca ayudar al ser humano a liberarse de sus obligaciones personales sin darse cuenta que, de hecho, lo anima a desprenderse de una parte de sí mismo. Los numerosos cierres como consecuencia del control, mantiene al ser humano con las dificultades personales y relacionales, sintiéndose cada vez más perdido y en sufrimiento. La mente interviene como el gran salvador, esta vez proponiendo nada menos que un control intransigente
para que no le pillen con tanta vulnerabilidad y debilidad. Si supiera que sus intervenciones repetidas corren el riesgo de poner en peligro la salud, incluso la vida del ser, modificaría radicalmente sus intervenciones pueriles y destructivas. El ser humano que da valor y busca estrategias de control se asocia voluntariamente a su mente, siendo víctima del aspecto ilusorio del control. Por miedo a ser pillado y por mediación de su mente, prefiere asociarse al deseo de no sufrir más y a la ilusión de que la solución es irse de la dimensión afectiva de la experiencia humana. La incoherencia nace de la interacción y el mantenimiento de la ignorancia, y también, de la inconsciencia de los hechos de la realidad. La mente encerrada en la trampa del control, se encuentra separada de su propio universo que es mucho más vasto, y que abarca todo el espacio de la consciencia de sí mismo. No es ni juzgando, ni condenando esta parte de uno mismo, que es posible justificarlo a la causa humana. Es esencialmente abriéndose y presentando los hechos reales, que la mente y también el ser prisionero de su influencia, toman consciencia de su error. A partir del momento en que su consciencia se abre, ésta se vuelve el aliado que necesitamos para vivir lo más objetivamente posible con los diferentes aspectos de la realidad. Las habilidades mentales, junto con el análisis y comprensión, vuelven al servicio de la creación de espacios de relación sanos. Por tanto, el objetivo presente, es sensibilizar y favorecer una apertura de consciencia para poner luz a evidencias encubiertas por ciertas sombras del presente, que todavía siguen impregnadas de un pasado tumultuoso e hiriente. El control del miedo El control del miedo es dañino ya que el ser se encuentra dotado de un sistema de alarma en el que una mala instalación perturba su buen funcionamiento. El resultado es catastrófico porque su eficacia se ve afectada; la señal de alarma se dispara en situaciones que no son peligrosas, mientras que se mantiene muda en situaciones de amenaza real. A menudo, observo a la gente sentir un miedo intenso a la idea de abrirse al ser amado, por ejemplo, mientras que casi no perciben miedo en situaciones donde no respetan sus limites y necesidades y se agotan manteniendo un ritmo de vida incoherente.
La psicoterapia constituye un espacio donde es frecuente observar los fallos del sistema de alarma de la persona. Es, en este momento, cuando la exploración del miedo permite comprender que sus manifestaciones están a menudo relacionadas con memorias de heridas del pasado. Comprender este fenómeno y clarificar el espíritu no es suficiente para liberarse de su influencia. Es la apertura a sentir el miedo y su expresión auténtica que nos lleva a ajustar el sistema y seguramente a su desaparición completa. Cuando es vivida de una manera sana, el miedo nos informa tanto acerca de nuestra realidad interior como de la realidad del universo exterior que nos envuelve. El control del miedo daña a la hora de captar informaciones importantes en relación con ciertas realidades personales tanto interiores como exteriores. En la práctica, este control protector genera en la persona numerosos miedos y problemáticas, a veces complejas, que nacen de un proceso de creación incoherente. La voluntad de hacer el bien nos rebela una vez más numerosas lagunas. No es porque uno quiera hacer el bien que actúa con madurez. El deseo, que está al origen de esta tendencia, puede ser tan intenso que el ser se deja engañar por proposiciones exteriores incoherentes e ilusorias. El miedo al juicio y rechazo El ser con un gran deseo de controlar y una voluntad de hacerlo bien, tiene tendencia a juzgar los hechos y gestos de los demás, incluyendo como es evidente los suyos. Condena y rechaza fácilmente algunas informaciones importantes y realistas en relación a hechos de su mundo interior y exterior. Este ser humano afirma sin dificultad alguna, que sus mayores miedos están relacionados con el juicio y rechazo, pero es inconsciente del hecho que él mismo genera el origen de estos miedos. El juicio genera el rechazo que en su momento estimula el juico; estos dos fenómenos nacen del cierre y mantienen al ser en un circulo vicioso que perdura a menos que no llegue a la apertura. Una toma de consciencia del carácter efímero del juicio facilita la apertura. El juicio no es la realidad, sino que sale de su interpretación. El juicio no es otra cosa que un pensamiento que cruza el espacio mental de un ser durante algunos segundos. ¿Vale la pena limitarse para evitar este fenómeno tan efímero? Y si dudáis de la veracidad de esta afirmación, es muy probable que seáis prisioneros de vuestro propio juicio. Tomad unos segundos para escuchar el diálogo de un juicio, esto os permitirá
identificar el origen de vuestra tendencia al juicio. La apertura os ayudará seguramente a liberaros ya que os daréis cuenta hasta que punto el juicio no tiene poder real sobre los hechos de la realidad. Sean juzgados o no, los hechos son siempre los mismos, así es la realidad tal cual. El miedo al juicio está impregnado de la noción del bien y mal asociado al deseo de recompensa y al miedo a un castigo. Una vez liberado del miedo al juicio y rechazo, el ser tiende hacia una acción más justa y coherente yendo hacia la armonía interior y exterior. El miedo a perder, el miedo a la carencia y al abandono El hecho de juzgar y cerrarse rechazando informaciones o incluso seres, nos llevará a una falta importante y una pérdida de contacto con los diferentes aspectos de la realidad. El cierre conlleva a que sintamos el amor inaccesible mientras que el ser se cierra justamente por miedo a perder este amor. Y por miedo a que le falte, se priva de poder sentirlo. El ser manifiesta una tendencia evidente a abandonarse a si mismo, en particular, en estas situaciones donde su presencia y atención son requeridas y esenciales para mantener su integridad personal. Este ser afirma espontáneamente que tiene miedo a perderse, a una falta de amor y a ser abandonado sin ser consciente que es cuando utiliza sus múltiples mecanismos de defensa que crea justamente lo que teme. Cuando un ser escoge conscientemente jamás abandonarse llegue lo que llegue, ya no vive este miedo de pérdida y abandono. Cuando un ser se escoge, ya no se priva jamás de lo que necesita y tan sólo conserva un vago recuerdo del miedo a carecer. El miedo a molestar y ser molestado La molestia es humana y es fuente de relación. Cuando nos ocurre o ocurre a nuestro alrededor, estimula la experiencia de la vida abriendo un canal en el que el movimiento natural de la vida circula libremente. La molestia es en consecuencia inherente a la vida. Querer controlar todas las molestias, equivale a intentar frenar el movimiento de la vida. Y sin molestia, no puede haber relación. Somos seres relacionales. El control de la molestia perturba mucho nuestras posibilidades de relación, limitando los intercambios que nos nutren de una manera verdadera. El miedo a molestar o ser molestado, sea interiormente o exteriormente, finalmente no es más que el miedo a crear. ¿El hecho de estar en vida, no permite
explorar esta maravillosa posibilidad de crear y recrear el movimiento fluido de la vida en uno mismo compartiéndolo con los otros? El miedo a perder el control Sin juzgar a la gente que sufre de este miedo de perder el control, me permito poner en relieve el carácter grotesco de este fenómeno de deformación de la realidad. Tener miedo a perder el control de uno mismo o de los hechos exteriores, significa en realidad tener miedo a ver, sentir y finalmente comprobar el carácter ilusorio y erróneo del control. El control de uno mismo no existe. Cuanto más la persona cree que puede realmente controlar sus dimensiones humanas, concretamente sus emociones, más la persona vive en la ilusión. Manteniendo este tipo de ilusiones, alimenta de una manera generosa su miedo a perder el control. Explorando la dinámica que se deriva del fenómeno de control, el ser debe darse cuenta que la voluntad de querer hacerlo bien, aunque sea fuerte, no tiene ningún poder real en nuestros deseos psíquicos, afectivos, corporales y energéticos. Somos seres de relación lo queramos o no. Vivimos sentimientos humanos, sentimos emociones y sensaciones que sólo aspiran a ser expresados y comunicados en una perspectiva de intercambio. Tenemos necesidades que solo piden ser satisfechas. Ninguna dimensión humana no puede ser controlada… En esta perspectiva, todos deberían desear de una manera fuerte, perder este famoso control. Es lo que se vive en gran parte en la famosa búsqueda a dejar hacer. Pero simplifiquemos la tarea; la mejor manera de no sufrir nunca más el miedo a perder el control, es no intentar jamás tomarlo o intentar apropiárselo! El control de las emociones El control de las emociones es tan nocivo y peligroso como el control del miedo. Las emociones constituyen un fenómeno humano que funciona del mismo modo que un termómetro que nos indica personalmente nuestro temperamento interior. Las emociones nos informan además de otras cosas, del estado de satisfacción de nuestras necesidades afectivas. Cerrarse a su universo emocional equivale en consecuencia a separarse de una fuente importante de informaciones relativas a nuestras necesidades. Debido a esta falta de conocimiento de sí mismo, se hace mucho más difícil ajustarse y priorizar las elecciones de apertura favoreciendo la autenticidad y el respeto en la relación con uno mismo y con el universo exterior.
Bajo el deseo y voluntad de controlar las emociones, existe igualmente el miedo a la molestia y el miedo a sufrir. Las emociones son todavía consideradas como una manifestación de vulnerabilidad incluso de debilidad, lo que es erróneo. Lo repito a menudo, tan sólo son agitaciones pasajeras; su control es nefasto ya que consiste a privarse de informaciones importantes en relación a sentimientos más profundos y a necesidades verdaderas. Tomo de la ciencia de la física, una ley que ilustra muy bien la dinámica emocional. Explico regularmente a mis clientes que a nivel emocional, nada se pierde, nada se crea. Una emoción negada, rechazada o retenida en sí mismo no desaparece. Su presencia persiste dentro de nosotros, poco importan los mecanismos de defensa utilizados para alejarse de lo que se siente y de lo vivido en la experiencia emocional. El control de las emociones resulta entonces más que ilusorio ya que es imposible vivir en el estado afectivo de bienestar tan deseado. Cuando observo una persona que trata de utilizar el pensamiento positivo para controlar una emoción juzgada negativa, señalo que el único efecto real y concreto de esta actitud se manifiesta por una pérdida de autenticidad. Las emociones controladas no desaparecen, sino que buscan por otros medios, manifestarse en la consciencia del ser, pues son fieles aliadas que nunca tienen la intención de traicionarnos o abandonarnos sin darnos su mensaje. El control de las emociones juega un papel importante en el desarrollo de la enfermedad, puede conjuntamente con otros fenómenos de negación de sí mismo llevarnos en último término a una muerte precipitada, y en ciertos casos, deliberada. El hecho de racionalizar o intelectualizar una emoción no modifica ni su contenido ni su intensidad. No dejo de estar triste cuando me digo que la situación no podía ser de otra manera y que de todos modos, no hay nada que llegue sin ninguna razón. El azar no existe, es cierto, pero no utilizo este principio universal para controlar mi tristeza. La tristeza, la siento y la expreso simplemente, es de este modo que me abandona hasta la próxima visita. Es importante comprender que un estado de cierre estimula la instauración de múltiples tentativas de control de las emociones. Cuando un ser comprende el vinculo existente entre el cierre y sus falsas creencias en relación al control, va a explorar el único antídoto posible: la apertura. En la exploración de estos movimientos de apertura, profundiza entonces en el conocimiento de sí mismo. Acoger las emociones así como las
frecuentes visitas de nuestra dimensión afectiva, favorece la reconexión consigo mismo para sentir la experiencia humana cotidiana. La expresión de las emociones es necesaria y esencial para crear relaciones personales e interpersonales sanas sin estar vinculadas a las inseguridades que resultan de traumatismos, heridas y carencias del pasado. El control del sufrimiento El control del sufrimiento es un concepto que transmite una falta de comprensión de los fenómenos afectivos y relacionales. No son las emociones que hacen sufrir sino más bien la lucha contra éstas. Llorar no es sufrir, es simplemente triste. En cambio es penoso retener las lágrimas, ahogar los sollozos, esconder la pena o encerrarse. Luchar contra uno mismo es extremadamente doloroso. En realidad, es el control de uno mismo, a través del control de las emociones y sensaciones que genera el sufrimiento humano. Controlar el sufrimiento equivale a impedir la toma de consciencia de la fuente del sufrimiento, de las necesidades actuales y de los medios de satisfacerlos para restablecer un estado de harmonía y de paz interior. Cuando el ser se intenta controlar, de hecho, mantiene un estado de malestar así como un sentimiento de impotencia que hacen sufrir. El control del dolor se basa en una creencia inconsciente que sugiere que es demasiado tarde y que ya no hay posibilidad alguna para el derecho de ser. Tan sólo queda hacer… Hacer todo lo posible para intentar combatir el sufrimiento sin que el ser se dé cuenta que termina por distraerse al máximo. Ya no entiende la llamada de su ser profundo, que va siendo cada vez más insistente. El hecho de no reconocerse es la principal causa de todos los males humanos, sean psíquicos, físicos, afectivos o energéticos. La solución no reside en el hacer. No podemos hacer por ser! Sin embargo, podemos apropiarnos el derecho de ser, desprogramando lo que hemos aprendido a hacer, con el fin de hacer callar nuestro ser. No condeno aquí la utilización de medios exteriores tales como los medicamentos u otros enfoques que apuntan a una disminución del dolor. Intervenciones como éstas, son a veces necesarias, ya que la intensidad del dolor puede poner dificultar al contacto con la realidad y crear perturbaciones importantes en el ser humano. Abordo específicamente el principio del control del sufrimiento, que finalmente tan sólo puede mantener el sufrimiento, porque cuando se elige el control, el ser se cierra a lo que siente, pierde sus medios y renuncia a sus poderes de expresión, comunicación, sanación y creación.
Desde hace mucho tiempo, el sufrimiento es considerado como inherente a la experiencia humana. Incluso es considerado por algunos como inseparable del proceso de sanación. En realidad, afirmo que el sufrimiento está lejos de ser indispensable para la liberación y sanación, así como para la experiencia humana de la vida cotidiana en la Tierra. No os estoy prometiendo la felicidad eterna; tenéis necesidades y vivís emociones. Siendo fieles a lo que sois realmente, expresando y comunicando lo que sentís, os preserváis del sufrimiento. No se trata en ningún caso de cerrarse al sufrimiento sino más bien de abrirse a la vida. El poder y dominio de sí mismo El hecho de no utilizar el control de sí mismo, no significa vivir en un estado de desorganización. La apertura a los diversos aspectos de la realidad mejora en gran medida la percepción de los hechos y favorece una exploración seria y profunda de los diferentes planos de consciencia y estados de ser humanos universales. Una relación verdadera y auténtica con la realidad garantiza la calidad del puente construido para unir la realidad intima y personal con el universo exterior. Este espacio debe estar libre de barreras inútiles, ya que sino el mantenimiento, en términos de energía, cuesta muy caro y no aporta nada constructivo al ser humano. Al contrario, estas barreras o bloqueos de cierre y arreglos de todo tipo, dañan nuestra apertura y evolución. Los bloqueos mantienen las falsas creencias e ilusiones. No es de ninguna manera el deseo y menos la voluntad de hacer, parecer o tener, que nos guían en el camino de retorno hacia sí mismo. Es la inversión de la relación vivida con apertura, que determina en el ser la cualidad y la asiduidad de la presencia a lo que vive y siente. La apertura permite la integración de conocimientos teóricos y prácticos; autentifica e intensifica el contacto con la realidad. Un mejor contacto con la realidad mejora mucho la calidad de discernimiento personal. En consecuencia, la apertura de relación, permite que el ser adquiriera una confianza en sí mismo y una madurez, que le facilitarán vivir la experiencia humana con espontaneidad e integridad. El dominio de sí mismo no necesita de ningún control pero implica la creación de lazos de amor verdaderos, libres de las inseguridades del pasado y de los deseos e ilusiones proyectadas en el futuro. Es la apertura al momento presente y la aceptación incondicional de la existencia humana en todas sus manifestaciones. La apertura a la vida engendra la reconexión con nuestros poderes de expresión, comunicación, sanación y creación y nos conduce progresivamente a vivir
en el dominio de sí mismo, aceptando el movimiento natural de la vida en nosotros y en nuestro alrededor.
Capítulo 5 Hacia una comunicación auténtica Somos seres de relación en una existencia llena de encuentros con un conjunto de seres también de relación. Estos encuentros representan maravillosas oportunidades, permitiendo la experiencia de la expresión de uno mismo y de la comunicación con el otro. El cierre daña a los procesos de relación, afectando particularmente estas dimensiones de expresión y comunicación. Enumero diversas problemáticas directamente relacionadas con una escucha deficiente, perturbada entre otras cosas, por el juicio y las múltiples tentativas ilusorias de control. La mayoría de los individuos no se escuchan y tampoco escuchan a los demás. La acogida El ser vive demasiado en su cabeza y no deja apenas este espacio sobrecargado por demasiados pensamientos, ideas, imágenes, listas de cosas que no hay que olvidar, hacer o no hacer, etc. Los problemas de atención y concentración vienen directamente de una falta de presencia como consecuencia de una sobrecarga mental que afecta progresivamente al contacto con la realidad. El ser dispersado, experimenta dificultad para fijar su atención y movilizarse por una prioridad relacionada con la realidad. Está tan ocupado en otras partes, que aunque oiga el timbre de la puerta de entrada, no toma el tiempo para responder a su huésped. Puede ir a abrir la puerta, en un determinado momento, invitando el recién llegado a entrar, pero abandonará tan pronto se encuentre en la escalinata de su casa, ya que tiene mucho que hacer en otras partes. Sin embargo, una presencia atenta y afectiva cuando se acoge es esencial, ya que determina el tipo de encuentro que se establece después; la comunicación podrá ser mantenida a un nivel superficial o profundizada hasta permitir el encuentro con el alma. Entonces, este encuentro genera un intercambio conmovedor y rico entre los seres, que saborean verdaderamente, la satisfacción de la necesidad de contacto humano. Remarco igualmente que los deseos y las esperas irrealistas perturban enormemente la comunicación. Su presencia falsea la comunicación, ya que el ser utiliza un modelo reactivo más que expresivo. Muchos buscan la relación ideal o la persona que finalmente va a comprenderles de verdad. Aunque todos viven un día u otro la ocasión de tal encuentro, se quedan desorientados, ya que ya no saben como darse a conocer. El amor verdadero no permite adivinar lo que el otro piensa, siente y espera. Así
son los hechos de la realidad que tengo que restablecer regularmente, ya que esta falsa creencia es omnipresente en la búsqueda de relaciones ideales. Esta falsa creencia contribuye en gran medida a mantener una dinámica extremadamente penosa y dolorosa: la espera. La espera mata todas las posibilidades de apertura relacional y dificulta enormemente la circulación y las diversas manifestaciones de amor. Además, crea numerosas frustraciones y retarda considerablemente la satisfacción de las necesidades afectivas. Para salir de este estado de espera, el ser debe aprender a acogerse, reconectándose a su mundo interior, para identificar sus necesidades reales. Después, debe inevitablemente darse a conocer al otro expresando claramente su experiencia personal, particularmente sus emociones y sus necesidades. Si ciertos miedos limitan la expresión de la necesidad, tienen que ser expresados de una manera sencilla. El ser incluso tiene que especificar al otro lo que le gustaría en un momento preciso. No se trata de exigir sino pedir abiertamente, para poner en marcha un proceso orientado hacia la satisfacción sana de la verdadera necesidad. Expresión de uno mismo Recibo diariamente testimonios de experiencias relacionales y afectivas. Recibo efectivamente múltiples confidencias en relación a la vida íntima personal y relacional de varios seres humanos. A pesar de la experiencia, siempre me sorprendo al observar que la mayoría de gente no tienen todavía el reflejo de abrirse y expresar lo que piensan, sienten y viven realmente a sus padres cercanos o incluso amigos. Cuando les motivo a abrirse para darse a conocer, algunos se sorprenden, otros parecen prácticamente ofuscados por este comentario. Muchos creen que es preferible no decir la verdad bajo el pretexto de no herir. La realidad no hiere, el juicio sí. ¿De qué manera la realidad podría herir? La realidad molesta, cierto, pero son las mentiras que hieren y dejan una huella testimoniando su paso: el sentimiento de traición. En la práctica, los seres humanos viven en la inseguridad y confusión y se sienten profundamente heridos cuando los hechos de la realidad que les conciernen les son escondidos. Muchos seres dudan de la pertinencia de dar a conocer ciertos elementos de la realidad bajo el pretexto que esto es inútil y sólo puede inquietar o causar pena al otro. Les animo a pararse algunos segundos para que se imaginen con los roles intercambiados. Les pido ponerse en el lugar del otro para que intenten identificar lo que desearían, y sobretodo, lo que realmente necesitarían. Intentad la
experiencia. Os invito a imaginaros que un ser os disimula hechos de la realidad con el pretexto de protegeros. ¿Es esto lo que desearíais? La respuesta tiene que ser clara y espontánea. Si no expresáis la necesidad de conocer la verdad, esto suscita un cuestionamiento suplementario. ¿Cuáles son los miedos e inseguridades que justificarían la aceptación de una tal falsificación de la realidad? Y sobretodo, ¿cuáles son las consecuencias en el contacto con vosotros mismos, tanto a nivel de relación interna como con el otro? Expresarse, no es estar obligado a decir todo. Abrirse y expresarse es darse a conocer al otro. Es igualmente la única posibilidad de construir nuestra sección del puente que unirá las dos orillas, siendo el otro responsable de su propia sección. Se trata exactamente del mismo principio que a nivel personal, sin puente o espacio relacional, la comunicación no se hace. Entonces, la relación es parcialmente accesible, incluso a veces completamente inexistente y el amor no puede circular. Sugiero que suspendáis todo cuestionamiento para saber si os gusta una persona, interrogaros más bien sobre la presencia y la calidad de relación que mantenéis con el otro. Pero tratemos aquí y ahora la noción de autenticidad. Si algunos de vuestros pensamientos no os parecen fáciles de comunicar, ya que teméis herir al otro, os sugiero que os interroguéis con atención. ¿Vuestros pensamientos testimonian la realidad, o están influenciados por vuestro juicio? Si vuestra respuesta se refiere esta última opción, preguntaros de nuevo, para identificar lo que suscita en vosotros este juicio. Expresar un juicio, no es darse a conocer; es tan sólo perpetuar más y más el cierre. En el caso de que vuestros pensamientos estén en relación con la realidad, ya sea que hablen de vuestra realidad interior o de una realidad exterior, entonces es diferente. Si por ejemplo, sentís la dificultad para expresar una opinión personal, se trata probablemente de vuestro miedo a abriros, a molestar o a no gustar. Si no os atrevéis a mencionar un hecho verídico de la realidad, tenéis probablemente miedo a molestar al otro, despertando en este un malestar. Finalmente, poco importa la situación, a menudo es el miedo que influencia al ser a optar por un arreglo de la realidad o directamente una mentira. Verdad y mentira No hay mentiras piadosas, existe la verdad o la mentira. Y no os diré que la verdad es buena y que la mentira está mal. No, afirmo simplemente que
la mentira es falsa y que genera y mantiene el cierre. La verdad es esencialmente una elección de apertura que favorece la apertura en su momento. No es bueno decir toda la verdad, muchos seres lo creen, pero es un error. Todo se puede decir, pero evidentemente, hay una manera de decirlo, con apertura y respeto. Cuando alguien os plantea una pregunta en la que la respuesta genera en vosotros un miedo a desagradar, absteneros de responder si no sentís que podéis ser auténticos. Esto es lo mejor, tanto para vosotros como por el otro. La mentira crea una dicotomía y una desarmonía que persisten mucho más allá del momento en que se comete. Esta desarmonía se instala en vosotros, tanto en vuestro espacio corporal, como relacional. El cuerpo nunca miente. Vuestro ser profundo es consciente de la falta de autenticidad. Sufre malestar interior, que subsiste en vosotros, de la misma manera que vuestro cuerpo sufre tensiones creadas por los mecanismos de defensa que contribuyen al mantenimiento de la mentira. En su discurso verbal, todos los seres afirman querer establecer una relación verdadera con los seres que evolucionan dentro de su existencia. Sin embargo, en los hechos y gestos, la tendencia a no ser del todo verdadero perdura, como si no se quisiera perder esta relación. La incoherencia siempre está allí cuando se trata del cierre y arreglos que no son en realidad más que mentiras adornadas, ¿no es así? Observaros. Si estáis realmente atentos a vuestro espacio interior, percibiréis rápidamente el malestar que se instala en vosotros cuando utilizáis la mentira. Si os sentís bien, entonces tendríais que preocuparos, ya que no os tratáis de una manera diferente que a los otros. Lo que significa que fácilmente podéis mentiros respecto a vuestras realidades personales. El malestar sentido cuando se está en la mentira es el único aspecto sano de la historia. Si toleráis difícilmente el hecho de mentir, alegraros, ya que esto indica que vuestra consciencia y presencia os permite desarrollar una integridad personal. Sin embargo, si rechazáis y reaccionáis de una manera fuerte cuando alguien miente, o peor os miente, cuestionaros de una manera seria, ya que esta hipersensibilidad a la mentira habla de experiencias personales íntimamente conocidas. Es probable que tengáis tendencia a mentiros hasta el punto de alejaros de ciertas verdades personales importantes y significativas de vuestra experiencia humana. Si este es el caso, el hecho de tomar consciencia de esta hipersensibilidad a la mentira despertará muy probablemente la memoria de experiencias pasadas dolorosas. Un ser no aprende a mentir y todavía menos a mentirse espontáneamente, sin una razón precisa y perturbadora. Existen algunas historias anecdóticas o dramáticas de esta tendencia al arreglo más o menos sutil de la realidad, la mentira.
La mentira no está ni bien ni mal. Cuando un ser se mantiene abierto y auténtico, percibe la mentira del otro no necesariamente como una gran traición, sino como un cierre que le informa del estado real de la relación. La buena acogida y el respeto favorecen mucho la autenticidad tan esencial para el desarrollo de una relación sana. Es importante estar atento para identificar los miedos y malestares susceptibles de frenar nuestra apertura hacia al otro. Entonces, darse a conocer consiste en expresar la vivencia al otro, lo que contribuye en la mayoría de los casos, a desdramatizar la situación. Si sentís un malestar o teméis la reacción del otro, decidle simplemente: “Tengo algo que decirte pero tengo miedo de molestarte, de causarte pena u ofenderte”. Un espacio de relación sano tendría que permitir el intercambio de todas nuestras experiencias personales, incluyendo nuestras reflexiones, emociones, sentimientos, sensaciones, etc. Esto implica evidentemente que el ser humano con el que se comparte, tenga todo el derecho a sentirse molestado. Sin embargo, tiene toda la responsabilidad de expresar su molestia de una manera sana. Si por el contrario, el otro reacciona de una manera fuerte o desagradable, interrogaros entonces sobre el estilo de relación que mantenéis con este ser. Y acordaros que no hay relaciones verdaderas sin apertura. Si vivís experiencias relacionales difíciles que muestran una falta o ausencia de actitudes auténticas y respetuosas, pararos algunos segundos. Ofreceros la inestimable oportunidad de abriros a vuestra realidad, vuestro sentir y acoger vuestra verdad íntima y personal. No tenéis nada que perder cuando renunciáis a soportar situaciones insatisfactorias en las que os perdéis vosotros mismos. De hecho, tenéis todo que ganar… poco importan los desvíos tomados, la apertura siempre da luz al camino de retorno a uno mismo. El movimiento de la expresión Lo repito, todo puede decirse. Todo puede decirse de una manera auténtica y respetuosa pero hay que clarificar un punto importante, se trata de la intención que está en el origen de la expresión. Somos seres de relación y tenemos necesidades. Tenemos necesidad de estar en relación y es dándonos a conocer que nos abrimos a nosotros mismos y a los otros. Darse a conocer representa la única vía que permite la satisfacción de nuestras necesidades verdaderas. Cuando hay necesidad, hay una estimulación de un movimiento en el ser que comunica su necesidad al universo exterior. La primera intención consiste en establecer un estado de calma y harmonía. El ser actúa en función de sus necesidades y vive de
la interacción entre su mundo interior y universo exterior. El movimiento de expresión debe derivarse de la necesidad de darse a conocer y no de un deseo ilusorio o una espera irrealista. Cuando siento la necesidad de expresar una emoción, la escucho atentamente y dejo que mi movimiento interior me guíe hacia la apertura. Si este movimiento despierta dentro de mí un miedo, lo acojo con benevolencia y compasión, siendo consciente de lo que está en juego. Primero, me doy a conocer a mí mismo y luego al otro. Vivo la relación y expreso el Yo Soy; este movimiento es entonces una manifestación fundamental auténtica de mi libertad interior. Expreso lo que siento porque simplemente está presente en mí. El derecho de sentir y estar profundamente conmocionado por su ser verdadero, nos guía de una manera segura hacia una comunicación auténtica. Aunque el proceso nos reconecte con emociones o sensaciones perturbadoras, genera una liberación que favorece el retorno a un estado de calma interior. En la exploración de las trampas relacionales, descubrimos la existencia de numerosos orígenes de movimientos que quieren ser expresivos cuando en realidad son reactivos. Los deseos, las esperas irrealistas, las falsas creencias, y a veces los arreglos de cuentas, constituyen motivaciones malsanas que están en la base de las tentativas de expresión infructuosas. Los seres actúan a menudo inconscientemente bajo la influencia de miedos o emociones reprimidas. Una toma de consciencia de estas trampas relacionales se hace necesaria ,ya que éstas generan una gran cantidad de dificultades personales y relacionales. Las reacciones reactivas Una multitud de reacciones contribuyen a crear y mantener estados de cierre en unos y otros. Los fenómenos de “no expresión” persisten y son el resultado de diferentes fuentes. La no expresión se traduce simplemente en el hecho de callarse elementos importantes de la realidad interior o exterior; callarse para agradar o por miedo a desagradar, callarse para proteger al otro, callarse para evitar molestar, callarse como manera de protestar mediante el enfurruñamiento, etc. Poco importa la intención o la razón que lleva al ser a no expresarse con autenticidad, esta actitud crea un aislamiento y aumenta el nivel de frustración interior y sentimiento de soledad. El cierre garantiza el cierre. Sin olvidar el hecho de que no es ni escondiendo la realidad, ni negándola que es posible modificarla. Esto se
hace incluso imposible ya que, ¿cómo se pude modificar algo cuando la existencia misma es negada? Ahí está la incoherencia. El hecho de callarse, no protege a nadie del sufrimiento. Muy al contrario, de hecho, esto equivale a privar al otro de informaciones o elementos pertinentes para su propia reconexión con su realidad y sus verdades personales. Proteger al otro manteniendo inaccesibles ciertos aspectos de la realidad, es claramente faltarle al respeto. Es presuponer su dificultad, o incluso su incapacidad a estar en relación auténtica con su propio universo interior y exterior. Esto igualmente transmite una profunda falta de confianza hacia el otro. Detrás de esta voluntad de proteger al otro, se esconde en realidad, el miedo a molestar. Intentar evitar la molestia en una relación, es intentar evitar la relación en sí misma. Sin molestia, no hay relación. Las estrategias de control derivan del miedo a perder una relación, que además no es auténtica; aquí está la incoherencia. El arreglo o el control de informaciones juzgadas demasiado molestas, perturbadoras o negativas, no proviene del amor, sino más bien del miedo a molestar, que disimula un miedo profundo y visceral al abandono. Otra actitud malsana que encontramos frecuentemente, consiste en dar opiniones o percepciones personales como si fueran hechos de la realidad o verdades universales, cuando tan sólo traducen una interpretación de percepciones o falsas creencias adoptadas por el ser. Expresar sus propios juicios, no es darse a conocer; es reaccionar intentando controlar. No identifico para nada este fenómeno como una forma de expresión. Se trata más bien de la simple traducción de un discurso mental, fruto de juicios destinados a que uno se aleje de la realidad. Esta manera de imponer su interpretación de la realidad esconde una tentativa de convencer al otro de su propia visión del universo deformado, o transformado al gusto de sus deseos, o de sus miedos personales. Estas actitudes indican un cierre de espíritu considerable y un miedo a perder sus ilusiones y a abrirse a nuevos horizontes. La mayoría de trampas que sesgan la expresión de uno mismo, derivan de una falta de contacto con sí mismo. El ser no transmite las buenas informaciones y las buenas emociones por falta de auto-‐conocimiento. Cuando siente una emoción desagradable, no se da unos segundos para visitar su espacio interior. Esta visita le permitiría identificar correctamente, es decir de manera justa, cuál es la emoción real que se manifiesta en este momento. Reacciona gritando su rabia mientras que está decepcionado y triste o incluso llora y espera consuelo, cuando en realidad sólo tiene necesidad de expresar su miedo y sus numerosas
inseguridades. En muchos casos, el ser es consciente de lo que le habita realmente, pero retiene estas informaciones por miedo a que sean utilizadas en su contra. Por miedo a ser pillado, escoge estrategias que sólo alimentan el miedo, la desconfianza y el cierre. Cuanto mejor le sale, más la relación está destinada al fracaso. Termina por ser pillado en su propia voluntad de controlar, ya que traiciona su ser verdadero ofreciéndole lo que no necesita. Esta actitud reduce la posibilidad de acceder a la satisfacción de sus necesidades reales. Para evitar las molestias o las complicaciones, declara la guerra a todas las manifestaciones de su vulnerabilidad. En consecuencia, rechaza sentir y luego comunicar al otro su interés real, sus miedos y sus emociones, susceptibles de rebelar la presencia en él de viejas heridas reactivas a la situación actual. Para tener paz, renuncia a su derecho de estar en paz consigo mismo. No se da cuenta que al desear tanto esta paz, trata de comprarla y en este momento, entra en lucha contra él mismo. Cuanto más miedo hay a molestar, a ser molestado y a sufrir, más se venera este deseo de paz. Para conseguir la paz, el ser hasta será auto-‐violento. ¿Tengo necesidad de demostrar la incoherencia flagrante de esta actitud destructiva? Además, privándose así de un bienestar con el objetivo de agradar a los otros, alimenta un resentimiento interior. Este estado de frustración y cierre, lejos de favorecer la expresión de sí mismo, aumenta considerablemente el riesgo de reacciones vivas y desmesuradas. En el momento de una decepción, por ejemplo, el ser no se da a conocer de una manera respetuosa; se encierra, refunfuña, o peor, explota y acusa al otro de ser responsable de su experiencia afectiva. Una experiencia afectiva que está de hecho muy intensificada por sentimientos relacionados con experiencias pasadas, mientras que el otro no es de ninguna manera responsable de esta realidad. La comunicación: un encuentro con el alma La expresión de uno mismo en la comunicación con el otro, es el resultado de un movimiento en relación con las verdaderas necesidades, y de hecho, constituye un intercambio de nuestra experiencia psíquica, afectiva, corporal y energética. Darse a conocer al otro consiste en testimoniar nuestro Yo Soy tal como se manifiesta en la experiencia humana. Este intercambio, cuando es acogido por el otro, da lugar a lo que yo llamo el encuentro. Un encuentro, de alma a alma, representa un espacio privilegiado susceptible de intensificar la conexión de cada uno con su ser verdadero. Este encuentro, esta apertura de un espacio de relación sano, permite un intercambio enriquecedor que, en su momento,
favorecerá la satisfacción de las necesidades personales de cada uno. Esta satisfacción sana conlleva el retorno a un estado de equilibrio, paz y harmonía, e intensifica la circulación de vibraciones de placer, amor y alegría. La experiencia de sentir estas vibraciones estimula al ser a seguir y profundizar en su relación consigo mismo y con el otro. Nos encontramos lejos de los círculos viciosos engendrados por las múltiples trampas relacionales. El movimiento de esta dinámica me hace pensar en una espiral que parte de la persona y se va ampliando al ritmo de sus aperturas, permitiéndole ampliar, profundizar e intensificar, su relación con su universo interior y exterior. Salir de un circulo vicioso para visitar un circulo mucho más luminoso, esto vale, una vez más, toda la pena retenida en nosotros desde mucho tiempo. Visitar nuestro universo interior explorando los diferentes modos de expresión y comunicación, nos propulsa hacia nuevos horizontes. Descubrimos que la apertura ilumina el hecho de que estamos todos unidos, de una manera u otra, en esta experiencia humana. Todos podemos acceder a nuestros poderes reales de creación y co-‐creación de nuestro universo. Juntos, abiertos y unidos, podemos crear nuevas perspectivas más luminosas que conducen a una evolución humana verdadera.
Capítulo 6 ¿Qué pasa con el ego? Observo frecuentemente a individuos que intentan corresponder a normas confusas de resultado y éxito social. El ser preso en esta dinámica, despliega muchos esfuerzos con el objetivo de parecer, hacer y evidentemente tener; poseer siempre más materia y más poder sobre la materia. Este periplo/aventura terrestre se deriva del cierre a varios aspectos de la realidad interior, el ser se encuentra a veces completamente separado de su mundo interior y particularmente de sus sensaciones. Alimenta la inconsciencia y expresa una desconfianza hacia los aspectos menos tangibles de la realidad interior y exterior. Puede llegar incluso a rechazar categóricamente toda apertura de consciencia susceptible de poner un poco de luz al hecho de que él mismo es la fuente de su propia luz, que le iluminará y guiará sus pasos en su experiencia humana. En otra dinámica diferente, existe el ser que en su búsqueda de sentido a la vida o simplemente despierto, explora el universo espiritual. Busca comprender, saber o retomar contacto con algunas verdades universales. A menudo tiene tendencia a interpretar el discurso espiritual en función de lo que desea. Se siente un poco desorientado, desprovisto, o francamente impotente, en el momento de regreso a la Tierra. La aplicación de leyes universales no puede hacerse con la perspectiva de separarse a sentir la experiencia humana. Además, acariciando el deseo de vivir la iluminación, se aleja igualmente de su propia luz. Entre estas dos dinámicas personales aparentemente opuestas se sitúan muchas otras que presentan muchas variaciones sobre un mismo tema: todavía el cierre. Este cierre afecta mucho al desarrollo sano, así como al funcionamiento adecuado de una parte importante del ser, llamada de una manera común el Yo o el ego. Me permito afirmar que actualmente, el ego no tiene la vida fácil, ya que vive numerosas actitudes de idealización por una parte, y juicio e incluso desprecio por otra. Las normas elevadas e irrealistas basadas en resultados implican necesariamente una sobreutilización del ego, que entonces debe intentar controlar lo incontrolable. Intentando en vano cumplir este mandato, provoca con ciertas acciones, profundos desequilibrios en el ser, que cada vez sufre más. El ego vive este sufrimiento y desarrolla un sentimiento de fracaso personal y culpabilidad. El individuo, que no llega a ver sus trampas relacionales, siente tarde o temprano, una rabia que dirige hacia sí mismo
o hacia su entorno exterior. Busca a menudo las causas de sus malestares intentando identificar a los culpables, ya se trate de hechos o individuos. Cuanto más intenta comprender, más se aleja de su verdad personal. Además, se expone a sentir un profundo sentimiento de soledad y falta de sentido a su vida. Muchos seres vienen hacia mí expresando estos sentimientos perturbadores. En el momento actual, cada vez más seres viven grandes cuestionamientos. Remarco hasta qué punto el ser humano, tenga éxito o no en su funcionamiento en una sociedad como la nuestra, se siente terriblemente solo, impotente y completamente perdido. Cuanto más un ser se adhiere a principios basados en el resultado y éxito social, más se arriesga a sufrir. Sufre de la incoherencia, de la confusión y particularmente del vacío generado por un modo de vida basado en la negación de la verdadera naturaleza del ser humano, así como de sus necesidades reales. El ser es conducido por un ego contaminado por el deseo de triunfar cueste lo que cueste. Cuanto más cree poder llegar, más tiene la impresión de caer de arriba cuando su vacío interior le recuerda su interior. De hecho, sólo cae de su torre de control. Deja su espacio mental, deja su cabeza, pero como ha olvidado hasta la existencia misma de sus pies, no aterriza en su cuerpo, ni en su realidad personal, sino a menudo en mi despacho. Completamente perdido y con miedo, me pide que le dé un mapa que le indique claramente donde le llevará su vida. Quiere sobretodo saber donde tiene que ir para no vivir más incomodidades humanas, tan desagradables y sufrientes. Insiste en saber y encontrar su camino, pero paradojamente, evita y no parece muy interesado en pararse a identificar donde está en el presente. ¿Cómo queréis, o al menos, cómo podéis llegar al destino sin previamente conocer vuestro punto de partida? Y además, ¿tenéis tanta prisa para llegar a vuestro destino final? Tantos seres parecen hacer de todo para olvidar justamente el carácter temporal de la vida. Cuando el ser es consciente de la eventualidad de su propia muerte, comprende mejor la importancia de vivir cada segundo de su existencia. En lo que concierne a la existencia humana, ¿el destino no será justamente el camino en sí mismo? La incoherencia se manifiesta de manera remarcable en la búsqueda de una sanación que se traduce muy a menudo en una búsqueda de soluciones milagro, instantáneas o incluso definitivas, ¡felicidad garantizada o dinero en mano! Este error de interpretación de lo que es la felicidad viene del ego deformado y agotado de luchar contra él mismo. Cuando esto se hace evidente, su decepción se transforma más o menos rápido en una sensación de alivio. Entonces, el ser comprende que cuando
sufre reacciones diversas y penosas, éstas últimas se derivan de esperas y demandas sobrehumanas. El sufrimiento es una respuesta humana en reacción a una o varias situaciones inhumanas. ¿Qué es el ego? Me parece importante e incluso esencial, definir brevemente y simplemente lo que es el yo, el ego, a fin de distinguir su naturaleza y su rol verdadero. Además, frecuentemente, es victima de juicios severos. El yo representa la parte del ser humano responsable de nuestro contacto y adaptación a la realidad. Permite la unión entre nuestras dimensiones psíquicas, afectivas, corporales y energéticas. Supervisa de una manera estrecha la construcción de diversos puentes o espacios de relación necesarios al conocimiento, expresión de uno mismo y comunicación con relación al universo interior y exterior del individuo. Como un responsable de proyecto, contrata a diferentes personas para asegurar la competencia de cada trabajador, la elección de buenos materiales, el buen funcionamiento de las operaciones y el respeto de normas de seguridad. Cuando el ego está al servicio del ser, es un recurso esencial para el buen funcionamiento en la creación de un espacio sano y harmonioso. Este espacio no está exento de molestia, pero está tan bien arreglado, que sus numerosas conexiones interiores manifiestan una apertura constante de sí mismo. Cuando una molestia aparece, el ego empieza un proceso respetuoso del ser que restablecerá la harmonía interior. La trampa egótica Se me cuestiona regularmente las razones de la presencia de tanto sufrimiento en el ser humano. Las heridas de la infancia son muy a menudo señaladas con el dedo. Sin negar la importancia de estos hechos y su impacto real, es primordial comprender que lo que subsiste siempre, es la presencia actual de un cierre en el ser. Preciso además que el ser humano posee un poder de sanación extraordinario, entonces, ¿cómo es que hay tanto sufrimiento relacionado con heridas no resueltas? Bien, simplemente porque el cierre bloquea este proceso de auto-‐sanación que está esperando una apertura para poder liberarse. El sufrimiento no es indispensable, incluso en situaciones dramáticas. La manifestación y expresión de emociones despertadas por una herida, resultan indispensables y esenciales en el proceso de sanación. Esenciales ya que las emociones nos informan sobre las necesidades reales del ser en
función de la realidad interior y exterior. Es la intervención sana del ego la que permite identificar los diversos aspectos de la realidad en cualquier situación. El ego permite el análisis y la comprensión del origen del malestar, de necesidades insatisfechas y de lo que realmente está en juego en la dinámica relacional. Nos permite igualmente identificar las diversas posibilidades de apertura a la realidad exterior. Puede entonces, proponernos medios simples, concretos y eficaces para restablecer el equilibrio y harmonía. Si a lo largo de su evolución el ser no ha podido desarrollar una unión justa, una relación sana con su ego, este último se encuentra deformado y desviado de su ruta. Se identifica a veces completamente con su ego, que entonces se vuelve esa parte mía que toma proporciones desmesuradas. En reacción a situaciones inhumanas, el ego se separa de la consciencia más vasta del ser, se asocia al mental inferior, se hincha e invade el espacio psíquico y afectivo, bloqueando los puentes que unen las diferentes dimensiones humanas. Está bien porque al no sentirse importante y vivir un sentimiento de inferioridad, intenta ser fuerte y todopoderoso. Quiere probar su superioridad para creer que no sufre y que no sufrirá jamás. La situación es dramática, ya que al cerrarse de esta manera, se priva de sus derechos humanos y poderes reales de expresión, comunicación, creación y sanación. Perpetua el vacío en él y dificulta su evolución de una manera seria, manteniendo un nivel permanente de inmadurez afectiva. El ego se cree fuerte y astuto pero alimenta el inconsciente, el cierre y la desconfianza que existen en él, y que terminan por adormecerle con promesas ilusorias de éxito y felicidad. Se adormece en medio de la representación de su vida, luego, sueña. Sueña, multiplica sus deseos y compra el modelo propuesto por el exterior, que lo tranquiliza y le asegura tener en mano un concepto prometedor, mientras invierta en el parecer, hacer y tener. Idealiza el control, considerado como el medio último de llegar a sus fines y a su dinero. Adopta actitudes mentirosas que multiplican los apegos a sus numerosas inseguridades. Cree liberarse, cuando en realidad se ata y se encadena a sus insatisfacciones y malestares. Para compensar lo que le falta, se pierde visitando diferentes formas de consumo. No se da cuenta o no asume apenas el hecho de que es su alegría de ser, lo que está consumiendo, cuando consume desmesuradamente. Olvida incluso el hecho que interpreta un papel; la obra de teatro se transforma rápidamente en una triste farsa. Las dificultades personales y relacionales, los numerosos problemas de consumo, los sentimientos de frustración, soledad y falta de sentido a la vida, sin olvidar la proliferación de múltiples enfermedades, son sólo los
testimonios de una tal farsa. Cuando un ser es prisionero del ego, sus diversas tentativas de adaptación sólo expresan sus deseos y particularmente su voluntad de hacerlo bien. Quiere hacer el bien porque teme al mal y su sufrimiento. Busca corresponder a criterios de prosperidad pero sobretodo a conseguir la felicidad prometida, tan idealizada. A menudo, este estado es definido como la garantía de ausencia de malestar. A causa de esta asociación del ego y la mente, el ser se describe como racional, realista y adaptado, cuando en realidad adopta actitudes y comportamientos relacionados con el análisis e interpretación de hechos de la realidad, sesgados por sus deseos e inseguridades. Su visión a veces difiere mucho de la realidad. Su visión difiere de la realidad ya que el ser se deja guiar por sus deseos, sin darse cuenta que continuamente, se pone en situación de espera, en la que la posibilidad de satisfacer sus necesidades reales queda completamente suspendida. Y la espera hace sufrir tanto, que debe hacer de todo para no sentir todas la frustraciones y decepciones, consecuencia de este estado de espera tan insatisfactorio. El momento presente se hace difícil de vivir, ya que las sensaciones de falta y de vacío se manifiestan cada vez más regularmente y se intensifican progresivamente. Con el objetivo de oponerse a este sentir intolerable, el ser se proyecta en el futuro como garantía, según él, de un mejor-‐estar. Será más feliz cuando haya encontrado el alma gemela, cuando posea tal bien de consumo, cuando obtenga su seguridad de empleo, etc. Y qué felicidad vivirá cuando por fin se jubile. Sólo son bonitos proyectos para el futuro, pero es esencial no perder nunca de vista, que el futuro no es y no será jamás, otra cosa que una simple proyección de nuestras necesidades y deseos actuales. Se hace muy importante identificar lo que nos habita realmente en el presente y crear un espacio que favorezca la satisfacción de nuestras necesidades verdaderas. La noción del tiempo no es para nada una razón que valga para aplazar nuestro bienestar a un momento posterior. No paro de repetir a todo ser, que hay que aprender a pensar en términos de espacio más que de tiempo. Hacen falta algunos segundos para cambiar el curso de su vida. Hacen falta algunos segundos para visitar su espacio interior y acoger lo que vibra en él. A partir de ahora podéis ofreceros estos pocos segundos para reencontrar el camino de retorno hacia sí mismo, de retorno hacia el bienestar y la harmonía. El ser prisionero de su ego experimenta mucha dificultad para pararse tan sólo unos pocos segundos. El momento presente propone justamente una ocasión donde es siempre posible visitar el espacio interior. Pero el ego teme el contacto con su ser verdadero, se siente vulnerable y
particularmente amenazado por lo que siente respecto a sus necesidades reales. Estos contactos dan informaciones importantes que sacuden necesariamente su visión deformada e ilusoria de la realidad. Entonces, el ser debe darse cuenta que vive en la sombra de sí mismo. Teme la luz, pues su deslumbramiento es molesto, y sobretodo corre el riesgo de oponerse a sus planes de felicidad y sus proyectos de jubilación. La inmadurez afectiva El ser preso de un ego que se cree todopoderoso, demuestra actitudes y comportamientos que testimonian una gran inmadurez afectiva. Los fenómenos en relación a la inmadurez afectiva están tan extendidos que se integran en diversos modos de funcionamiento y son utilizados corrientemente por la mayoría de la gente. Aquí trato los fenómenos más frecuentemente encontrados y trabajados en psicoterapia pero igualmente los observo en todas partes. De hecho, poca gente se escapa a estas trampas personales y relacionales. Todos poseen como denominador común el cierre y el deseo de control. Lo repito una vez más, el control es ilusorio, en la realidad no cambia nada y sus creaciones verdaderas implican la proliferación de cierres adicionales cada vez con más sufrimiento. El cierre garantiza el cierre. Esta ley se manifiesta concretamente en los fenómenos siguientes; la utilización de un escenario, el deseo de agradar, así como los fenómenos de comparación y competición. Cuando estos temas se trabajan en psicoterapia y el carácter inmaduro de estas actitudes es identificado, el ser vive diferentes reacciones según su dinámica personal. A veces rechaza esta realidad diciéndome que todo el mundo actúa de la misma manera y que es impensable abrirse más en un contexto donde los otros están cerrados y son inmaduros. Quizás impensable, pero solamente por una mente convencida de la amenaza de la apertura, y bien decidida a no ser pillada nunca, a equivocarse o estar equivocada. Esta actitud de cierre es paradójica ya que por miedo a ser y a sentirse traicionado, el ser escoge a menudo traicionar su cuerpo y su ser verdadero. A partir del momento en que el ser se concede tan sólo algunos segundos, no para pensar, sino más bien para percibir y sentir lo que le habita realmente, reconoce gradualmente su responsabilidad y se da cuenta de su nivel de inmadurez. Programado para juzgarse severamente, siente una cierta molestia, miedo, culpabilidad, hasta vergüenza de actuar y reaccionar de manera inmadura.
La acogida y la compasión favorecen una comprensión justa de la situación. No es nunca por placer que tales actitudes se producen y reproducen. Ni por placer, ni por mezquindad, y lo preciso regularmente, esto no concierne en ningún caso a la inteligencia del individuo. Muchas personas se acusan de no haber comprendido rápidamente la situación, muchos se reprochan tener tanta dificultad para modificar su actitud, otros se juzgan lentos en la integración de su toma de consciencia y comprensión. La apertura a sí mismo necesita la exploración de fenómenos que no están regidos por la mente lógica y racional, sino que comportan más bien su lógica. La exploración de estos fenómenos, en gran parte afectivos y energéticos, necesita la creación de un espacio donde el ser vivirá la experiencia de la acogida demostrando la paciencia, la tolerancia y la benevolencia hacia él mismo. Son sus propias aperturas que le permitirán sentir al fin las primeras emanaciones de amor verdadero, lo que le ayudará a mirarse, conocerse y reconocerse con respeto y autenticidad. Descubrirá la importancia de darse a conocer a sí mismo y a los otros. La utilización del escenario El encuentro psicoterapéutico es un proceso en el que una parte importante del espacio es consagrado a escuchar, acoger al ser y animarlo a darse a conocer. Cuando un ser intenta compartir su vivencia, lo hace de una manera abundante, contándome ciertas experiencias de su vida. Es durante esta etapa que observo hasta qué punto el discurso mental difiere del lenguaje corporal. Esta desarmonía me indica que los hechos de la realidad que me son contados, todos han sido prácticamente transformados, más o menos sutilmente, como consecuencia de múltiples intervenciones del ego basadas en demasiadas interpretaciones. Los diferentes aspectos de la realidad conciernen el mundo interior, las emociones, las sensaciones, los pensamientos o el ambiente exterior, las actitudes parentales, los comportamientos de las pareja, los eventos de la vida cotidiana o los dramas, accidentes y pérdidas mayores. Son todos aspectos que pueden ser gradualmente o instantáneamente modificados por diversas intervenciones de la mente. Estas intervenciones afectan particularmente a la memoria y el recuerdo de ciertos aspectos de sucesos o situaciones significativas. Es entonces frecuente que un ser que consulta con el objetivo de liberarse de sus miedos, de no estar a la altura, del juicio y rechazo, afirme haber vivido una infancia muy feliz. Inconsciente del impacto de ciertas heridas y de cierres inscritos en él, se siente ahora culpable y lo juzga
como incapacidad o fracaso relacional. Para aprender a estar en relación sana, debe abrirse a sus realidades interiores, con el fin de crear puentes o espacios relacionales adecuados, que le permitan comunicar con los otros. El ser debe esencialmente comprender el lado ilusorio del control que propone tantas versiones mentirosas de la realidad. Algunos seres afirman incluso no haber sentido ninguna falta porque saben que sus padres les amaban y que han hecho todo, hasta sacrificarse por sus hijos. Una tal comprensión, que por cierto no es accesible a la consciencia de un niño de dos o tres años por ejemplo, es sólo una racionalización. Esta intervención mental no modifica en nada el sentir interior del ser. Los padres cometen ciertos errores y transmiten a su hijo un “saber-‐hacer” limitando su “saber-‐estar” en relación. Una comprensión estrictamente racional no disminuye las sensaciones de falta, pena o cólera, tampoco hace desaparecer los sentimientos profundos de injusticia e impotencia. La racionalización sólo tiene por objetivo hacer callar los movimientos afectivos en relación a los malestares humanos. Solamente este mecanismo de defensa omnipresente en algunos seres, produce una cantidad espantosa de mentiras. Raramente se trata de mentiras conscientes, pero la ignorancia y la inconsciencia, o el no reconocimiento de los hechos reales, juegan un papel mayor en el mantenimiento de dinámicas relacionales malsanas, insatisfactorias y dolorosas. La elaboración del escenario consiste en crearse y explicarse una historia que concierne hechos de la realidad pasada o anticipada, añadiendo principalmente una interpretación de las intenciones y sentimientos de los otros. Raramente son los hechos concretos que resumen la historia real de una situación cuando se cuenta un evento cualquiera. Cuando un ser me relata el discurso de otro ser por ejemplo, verifico si se trata de palabras reales que fueron pronunciadas. La mayoría de veces la respuesta se parece a “no exactamente, pero sé lo que el otro quería decir”. Para mí, es bastante revelador esta tendencia a interpretar las intenciones del otro basándose en sus propias reacciones personales. Entonces, la reflexión hecha se traduce más en un temor y juicio de aquél que elabora el escenario. Animo claramente a abandonar esta actitud, ya que no favorece de ninguna manera la apertura y perturba el contacto con la realidad. Cuando una inquietud o incerteza aparece en un intercambio relacional, se trata simplemente de expresarlo y verificar la intención del otro. Esta clarificación de los hechos evita una pérdida de tiempo y energía puesta al servicio de las fabulaciones del ego. Una tal propensión a la imaginación puede ser canalizada de manera mucho más creativa, ¿no es así?
El deseo de agradar y sus monaguillos. El deseo de agradar hace estragos en el seno de la personalidad humana. Está en el origen de una falta de relación con uno mismo, y deriva en una falta de contacto de amor hacia sí mismo. El alejamiento de sí mismo engendra una lucha considerable contra las necesidades reales, lo que impide su plena y entera satisfacción. La intensidad del sufrimiento es directamente proporcional a la intensidad de la lucha. Y es con la esperanza de salir adelante, que el ser cambia los movimientos naturales que vienen de su mundo interior, por actitudes y comportamientos que no tienen otro objetivo que corresponder a criterios juzgados importantes por estructuras exteriores, tales como la familia o las diferentes instituciones escolares, sociales, religiosas o políticas. El ser se niega y vuelve a negarse, con el fin de gustar y desear secretamente, o muy conscientemente, ser finalmente reconocido por el ambiente exterior. Cree de una manera sincera que el reconocimiento le aportará la felicidad y sobretodo el sentimiento de ser amable y amado. Cree verdaderamente que sólo este sentimiento puede liberarlo del sufrimiento engendrado por su propio rechazo de estar en relación verdadera. En este momento, no es consciente que se rechaza a sí mismo este amor. El deseo de gustar constituye en consecuencia una forma de control donde brota toda la incoherencia de un ego deformado puesto al servicio del parecer, hacer y tener. Sus monaguillos, como la seducción, el miedo a desagradar y no estar a la altura y los fenómenos de comparación y competición, obran juntos alejando al ser de su esencia verdadera. Un buen número de estos fenómenos son utilizados por algunos, y esto es cotidiano en su vida amorosa, familiar, profesional y social. La seducción está presente en el seno de algunas actitudes y comportamientos; el ser intenta suscitar en el otro el deseo de un acercamiento relacional, sea de naturaleza afectiva, intelectual o sexual. El ser puede ir hasta modelarse a lo que cree que el otro espera, no atreviéndose a expresar sus opiniones, emociones o sensaciones reales. Intenta cambiarse para gustar, lo que afecta considerablemente la relación consigo mismo. Mientras que intenta gustar por diferentes medios, no expresa ni quién es, ni lo que vive interiormente. No se da a conocer y se prohíbe así, el acceso a lo que tanto desea, una relación verdadera con el otro. El malestar sentido es a menudo interpretado como un signo de fracaso. Esta evaluación negativa de sí mismo alimenta el sentimiento de no estar a la altura. El ser busca puntos de referencia comparándose con los otros seres, pero las comparaciones sólo se efectúan a partir de
imágenes que con frecuencia están falseadas. La comparación incita y provoca los fenómenos de competición tan presentes en nuestra sociedad. La comparación y la competición son anti-‐relacionales y anti-‐ constitucionales. Somos seres de relación. Tenemos necesidades pero la competición no corresponde a una necesidad humana. El ser humano tiene una gran necesidad de intercambios relacionales humanos mientras que la competencia dificulta la satisfacción de tal necesidad. No tenemos ninguna necesidad de una dinámica que dañe la creación de relaciones sanas. La apertura a nuestras necesidades reales y a nuestro ser verdadero ilumina los sentimientos de miedo, envidia y ganas que están subyacentes en los fenómenos de comparación y competición. La reconexión con sí mismo abre la posibilidad de explorar una vía de intercambio y ayuda; la experiencia humana no puede y no debe ser disociada de la experiencia colectiva humana y universal. El florecimiento del ego ¿De qué manera favorecer el florecimiento del ego? Sí, me atrevo a asociar estos dos términos, ya que la concientización de la importancia de la apertura, así como su exploración y su integración, favorecen un reajuste importante a nivel del ego. Cuando el ser identifica sus deseos ilusorios y sus múltiples falsas creencias, comunica estas informaciones pertinentes a su ego, que puede a partir de este momento, reconectarse a sentir las dimensiones interiores. Esta apertura de consciencia provoca cambios mayores en la existencia del ser. El ego retoma su verdadero rol y mejora mucho la calidad de los intercambios que el ser mantiene con su universo interior y exterior. Entonces el ego es responsable de nuestro buen contacto con nuestras verdades personales y realidades exteriores humanas y universales. En estos tiempos inciertos, la consciencia del ser humano debe profundizarse y tomar una cierta expansión; la apertura crea la apertura. Pero la apertura puede parecer penosa, hasta imposible de vivir, por el ser sobrecargado; el ego es un recurso esencial y un soporte que le ayuda a aligerarse. Muchos seres llevan todavía pesos inútiles tales como viejos equipajes pesados que sobrecargan su cuerpo y su espacio de vida. Animo a cada uno a dejar su equipaje y tomar algunos segundos para cambiar el curso de su vida. Algunos segundos son suficientes para abrir una maleta y descubrir que sólo contiene viejas ropas inútiles. No es necesario para liberarse tomar cada trozo, analizarlo todo, acordarse de cada ocasión que fue llevado. Es suficiente pedirse, ¿tengo necesidad? Es muy posible que un
miedo a carecer aparezca bajo la forma de un pensamiento, sugiriendo una falsa necesidad. Plantearos de nuevo la pregunta: “ ¿Tengo necesidad aquí y ahora?”. Acoger el miedo a la carencia, siendo conscientes que, de nuevo, traduce el miedo a sufrir. El hecho de reconocer las carencias vividas en el pasado, intensifica nuestra presencia en la realidad del momento presente. Además de permitir aligerarnos, ayudándonos a liberar de nuestros deseos, creencias e ilusiones, el ego nos ayuda a rencontrar nuestro camino. Nos recordará simplemente que jamás estamos realmente perdidos. Estamos siempre en el aquí y ahora, en el momento presente. Es el único espacio donde es humanamente posible crear su universo, al mismo tiempo que uno se abre al universo entero.
Capítulo 7 Liberarse de la culpabilidad, vivir la experiencia de la responsabilidad Actualmente, el sentimiento de culpabilidad es a ciencia cierta el vestigio más llamativo de la influencia de la religión judeo-‐cristiana. Las nociones del bien y del mal inculcadas en gran parte por la iglesia durante los dos últimos milenios, colorean todavía el pensamiento actual del ser humano a un nivel más o menos consciente. Estas nociones del bien y del mal se asocian a la amenaza de un castigo como consecuencia a la falta de respeto de varios mandamientos dictados por una estructura exterior. Los seres humanos ya no temen necesariamente los meandros del purgatorio. Sus angustias conciernen más específicamente a la espera de la última recompensa, es decir, el acceso al paraíso, ¡la última felicidad! El concepto ha sufrido algunas modificaciones; la noción de paraíso ya no está reservada a la vida después de la muerte, pero tiene más que ver con la espera de la felicidad a lo largo de la existencia humana. En una sociedad como la nuestra, el concepto mismo de paraíso me parece que ha sido trasladado a diferentes niveles de éxito en las esferas personales, interpersonales, familiares, profesionales y sociales. La búsqueda de la felicidad se efectúa, entre otras cosas, a través de las relaciones ideales. Esta incesante búsqueda provoca igualmente una sobreinversión en conceptos prometedores e idealizados, tales como la posesión de riquezas materiales. Es por esta causa, que el ser se fija objetivos de éxito que proyecta en la espera de etapas juzgadas ideales, hasta vivir por último esta famosa jubilación dorada. Sueña a veces con el momento del futuro donde podrá, por fin, pararse para disfrutar de la vida, cuando en realidad tan sólo hacen falta algunos segundos en su vida actual para abrirse y vivir plenamente la experiencia humana. Cuando observo todas las concesiones y privaciones que un ser se impone con la esperanza de un futuro mejor, veo sobretodo un ser que suspende su vida esperando y soñando vivir más adelante. Encuentro a menudo seres que se sienten más responsables de su éxito profesional o de su cuenta en el banco, que de su propia existencia. Y esto es particularmente frágil respecto a su equilibrio psíquico, afectivo, físico o energético. Encuentro a numerosos seres que se dejan guiar por sus inseguridades y su culpabilidad, y abandonan el único camino que les lleva a la apertura, el del retorno a sí mismo. Se alejan de sus verdades personales buscando a veces desesperadamente corresponder a
principios, criterios o valores que no les definen realmente. Encerrados en este círculo vicioso de culpabilidad, incluso terminan por sentirse culpables de no conseguir sus objetivos. La situación puede volverse dramática cuando logran un cierto éxito y se dan cuenta, con amargura o incluso desespero, que no viven la felicidad idealizada y anticipada desde hace mucho tiempo. Es esencial distinguir las nociones de culpabilidad y responsabilidad. Estas nociones son incomprendidas y mal integradas en la experiencia de la vida cotidiana. Ya sea consciente o no, la culpabilidad engendra la adopción de múltiples actitudes y comportamientos que dificultan la libertad de ser y limitan la utilización de poderes humanos de expresión, comunicación, sanación y creación. Sin embargo, sólo hace falta algunos segundos para salir del estado de culpabilidad y tomar la responsabilidad de nuestra existencia, nuestra vida humana tal como se manifiesta en el presente, en el aquí y ahora. La culpabilidad Las nociones del bien y del mal asociadas al concepto de castigo/recompensa, engendran en el ser humano una propensión a sentir la culpabilidad. Esta tendencia tan común y extendida, está determinada por una falta de consciencia, conocimiento y contacto con los diversos aspectos de la realidad interior y exterior del universo humano. Sentir ciertas emociones, tales como la rabia o la cólera hacia una persona amada o deseada, suscita la culpabilidad en numerosos seres. El ser juzga sus emociones inadecuadas y emplea diferentes mecanismos de defensa para evitar sentirlos. Teme particularmente la expresión de emociones juzgadas negativas. Entonces, el ser rechaza por todos los medios darse a conocer a sí mismo y al otro, dificultando una relación sana. Esta trampa personal perturba necesariamente la relación con el otro. A causa de la culpabilidad, el ser no se permite hablar con autenticidad acerca de lo que vive realmente, sus emociones, su culpabilidad y sus necesidades reales. El malestar se amplifica, el ser cada vez menos presente, intentará compensar gustando o complaciendo al otro. Pero es en vano. El cierre garantiza el cierre. Solamente la apertura garantiza la búsqueda de una relación sana que restablece el movimiento natural humano. La expresión auténtica y respetuosa de las emociones, los limites personales y las necesidades, nos hacen profundizar, y además, dan intensidad a la relación de amor entre dos seres.
La culpabilidad se rebela a menudo en el momento en que animo al ser a pararse y centrarse en lo que siente a nivel corporal y afectivo. Ésta se manifiesta a través de la intervención del miedo al egoísmo: “Si pienso demasiado en mí mismo, ¿qué le ocurrirá al otro? ¿Y qué me ocurrirá a mí?” Muchos no han aprendido a conocerse y todavía menos a escucharse. Sólo queda la posibilidad de pensar en uno mismo sabiendo que la mente no constituye para nada la sede de la experiencia humana. Si el ego se alimenta de este universo mental para identificar las diferentes maneras de crearse un sentimiento de importancia y valor personal, los riesgos de error de interpretación se multiplican proporcionalmente al número de falsas creencias e ilusiones presentes en él. Entonces, el ego define lo que está bien y mal en función de lo que ha aprendido en sus múltiples aprendizajes de la vida. Es por buena voluntad que intenta evitar las situaciones desagradables, creando un universo ideal donde la harmonía depende de sus capacidades de hacerlo bien. Hacer el bien con la esperanza de estar bien, tan sólo permite alejarse de sí mismo. Y tarde o temprano el ser se preguntará como hacer para ser. La incoherencia aparece y su acción empieza a expandirse. Animo a cada uno a distinguir la enorme diferencia que existe entre el hecho de estar centrado sobre sí mismo y el estado de estar centrado en sí mismo. Esta toma de consciencia favorece la apertura, y luego la exploración de nuestra principal fuente de información relativa a las verdaderas necesidades humanas: el sentir afectivo, corporal y energético. Un ser que se abre centrándose en sí mismo no se vuelve nunca egoísta, nunca. En la práctica, es lo contrario lo que se produce; la apertura engendra una conexión en el corazón mismo del individuo. Un corazón no es ni egoísta, ni rencoroso, ni miedoso. Un corazón pide solamente abrirse y vibrar con toda intensidad. El cierre del corazón, garantiza el cierre en el corazón del otro. Cuanto más un ser vive la culpabilidad, más tiende a responsabilizarse del estado interior de bienestar o malestar del otro. Más desarrolla una hipersensibilidad a la responsabilidad hacia el otro y más se intensifica su voluntad de protegerlo y evitarle molestias. Su voluntad lo lleva a invadir los espacios que no le pertenecen. El deseo de protegerse o de proteger al otro, engendra fenómenos extremamente invasivos, tales como la sobreprotección y la dependencia afectiva. El fenómeno de la sobreprotección El fenómeno de la sobreprotección consiste, entre otras cosas, en adoptar actitudes y comportamientos con el objetivo de modificar una
experiencia humana juzgada amenazante, penosa o claramente peligrosa. La intención consciente es mejorar una situación para que sea positiva, pero de hecho, los medios utilizados generan cierres, y también, que se evite cualquier molestia juzgada negativa. La intención real implica una toma de control de diferentes aspectos de la realidad. La sobreprotección no se deriva jamás del amor; sus diversas manifestaciones testimonian profundas inseguridades en relación a falsas creencias sobre la existencia humana. La noción misma de complacer al otro o simplificarle la vida, implica muy a menudo, motivaciones inconscientes y esperas irrealistas en el otro. La sobreprotección, como toda tentativa de control, es anti-‐ relacional. Aún queriendo demostrar una voluntad de hacerlo bien, esencialmente busca protegerse o proteger al otro de la experiencia de las realidades de la existencia humana. Daña la conexión o la reconexión del ser con su realidad. La sobreprotección no es útil para nadie, ya que mantiene un clima propicio a la insatisfacción del individuo y a la creación de tensiones y frustraciones susceptibles de producir una gran separación entre dos seres. Cada ser, sintiéndose incomprendido y culpable, se encierra progresivamente. Los dos seres implicados en esta dinámica malsana, rechazarán sistemáticamente la oportunidad de darse a conocer entre ellos de manera auténtica y respetuosa. Para salir de este círculo vicioso, el ser con su actitud sobreprotectora, debe antes que nada, tomar consciencia del carácter malsano de este fenómeno, generador de frustraciones y sentimiento de soledad. El ser debe reaprender a estar presente en sí mismo y abrirse al potencial formador de la experiencia y del sentir humano. Esta nueva presencia le permitirá acompañar y apoyar realmente al otro en sus diversas experiencias de la existencia humana, sin juzgar lo que está bien o mal, y lo que debe ser o no ser. La dependencia afectiva El tema de la dependencia afectiva me es particularmente importante porque observo aquí un gran error de interpretación, que aumenta considerablemente el cierre y el juicio severo de sí mismo. Muchos seres están convencidos que la dependencia afectiva se deriva directamente de la presencia de necesidades afectivas. Muchos seres niegan, rechazan e intentan controlar sus necesidades personales creyendo firmemente desarrollar su independencia. Muchos seres se cierran en ellos mismos generando así una fragilidad interior que contribuye al desarrollo de numerosas dependencias. Muchos seres creen lo que los otros les han
dicho. Muchos seres creen realmente todas las presentaciones o representaciones mentirosas e incluso fraudulentas de sus realidades actuales. Muchos seres se equivocan. Pero todos tienen ahora la posibilidad de abrirse para reconectarse de una manera sencilla a su ser verdadero. Es primordial comprender que el hecho de tener necesidades no constituye para nada una dependencia. Es incluso la capacidad de responder adecuadamente a toda necesidad, sea física, afectiva, corporal, energética o espiritual, que lleva al desarrollo de la autonomía e independencia. El origen de la dependencia afectiva reside esencialmente en el seno del miedo a molestar, a faltar y a la pérdida del amor. Muchos seres se sienten vulnerables cuando sienten necesidades que implican una relación con otros seres humanos. Es en este momento que se sienten dependientes del otro. Pero en realidad, no dependen más que de sus propias reacciones de apertura o cierre a su realidad actual. La consciencia de una responsabilidad personal en la satisfacción de necesidades reales, favorece poder escoger diferentes opciones, permitiendo justamente el retorno a un equilibrio harmonioso. La apertura garantiza la apertura, el principio es siempre tan sencillo y beneficioso, y además, preserva al ser de los efectos nocivos del cierre. Para ilustrar sencillamente el proceso que lleva a la independencia, establezco un paralelismo entre las necesidades físicas y afectivas. Utilizo el ejemplo de la necesidad de alimento; esta necesidad se manifiesta con la aparición del hambre que significa una necesidad de energía disponible y accesible a través de la ingestión y digestión de alimentos. ¿ Quién se atrevería a decidir que a partir de ese día, no tiene más necesidad de alimentarse? Esta necesidad es humana e imprescindible, así como las necesidades de naturaleza afectiva. Una vez la necesidad es identificada, el ser tiene la responsabilidad de llevar a cabo un proceso que le dé la satisfacción de la necesidad. Debe movilizarse y dirigir su acción hacia la búsqueda de alimentos sanos susceptibles de satisfacer su necesidad inicial. Cuando encuentra los alimentos necesarios, debe ingerirlos, lo que implica la intervención de muchos otros procesos que se hacen automáticamente. Si el ser se nutre adecuadamente, entonces su necesidad es satisfecha y se siente saciado, pudiendo, a partir de este momento, dedicarse a otras ocupaciones, sin preocuparse o continuar pensando en la comida hasta la próxima manifestación de este tipo. El ser ya sea se alimente con demasiada abundancia, no lo suficiente, o escoja alimentos de baja calidad, vivirá unas consecuencias físicas y energéticas particulares. Estas consecuencias afectarán de una manera más o menos
pronunciada al estado general del individuo. La falta ocasiona una cierta forma de pensar latente que puede conducir a la obsesión, mientras que un exceso dañara al buen funcionamiento del ser. Pensad en alguna ocasión donde no habéis podido resistir a un plato suculento pero demasiado pesado. Después de este exceso, no os sentíais capaces de correr una maratón. Sabemos que la calidad de la comida es extremamente importante, ya que tiene repercusiones directas sobre la salud del ser. En lo que concierne a las necesidades afectivas, el proceso de satisfacción de la necesidad no difiere de este proceso. Los problemas vienen dados por los cierres que dificultan el movimiento natural del ser y crean diversas trampas personales y relacionales. Cuando una necesidad de contacto se manifiesta, esta despierta miedos y un juicio irrealista de la situación. Veo demasiado a menudo que el ser reacciona, ya sea negando la existencia o la presencia de una necesidad, su autenticidad o su importancia. Oigo regularmente comentarios tales como: “No tendría que tener esta necesidad ya que ya no soy un niño” o también, “no puedo tener esta necesidad ya que estoy sola y no tengo a nadie para satisfacer mi necesidad”, e incluso, “puedo prescindir perfectamente de esta necesidad ya que lo hago desde siempre”. ¡Lo siento! son todo respuestas inadmisibles por su carácter falso, influenciado por antiguas heridas no resueltas. Una necesidad es una necesidad. Y somos seres de relación que tenemos necesidades. La voluntad, así como el control de las necesidades, no modifica esta realidad del ser humano. Cuando el ser se cierra a la consciencia y al reconocimiento de sus necesidades, se vuelve frágil y extremamente dependiente del universo exterior. Dependiente, ya que el más mínimo evento ordinario no previsto, puede despertar en él cualquier manifestación de la necesidad negada y reprimida. Una mujer puede por ejemplo, convencerse de que no tiene necesidad de relación con un hombre, que está muy bien sola, no espera, y deja que las cosas fluyan. Sin embargo, no entiende la tristeza que la habita desde hace algunos días, después de encontrarse fortuitamente con una amiga, que le anuncia la unión con el hombre de su vida. Una palabra sencilla, una imagen o una sensación vienen a remover, contradecir el discurso mental y confrontar al ser con la realidad de la que intenta huir por todos sus medios. Nada se pierde y nada se crea, las necesidades afectivas son reales, a pesar de las numerosas tentativas de control de la mente.
Las trabas al proceso de satisfacción de necesidades aparecen igualmente en etapas posteriores de reconocimiento e identificación de la necesidad. Ciertos seres tienen pocas dificultades para identificar su necesidad, pero adoptan actitudes que no permiten la movilización de sus recursos personales. La presencia de una inconsciencia, ignorancia o rechazo de la responsabilidad personal persiste. La espera o el rechazo a pedir claramente ayuda o soporte al otro, mantiene sentimientos penosos de soledad. Otra actitud frecuentemente observada consiste en exigir una respuesta particular e inmediata. La no disponibilidad del otro suscita entonces fuertes reacciones de cierre. Nunca es demasiado tarde para recibir aquello que necesitamos. No creáis jamás a vuestra mente cuando os anuncia condiciones estrictas y rígidas en lo que concierne a vuestras necesidades reales. Es esencial estar atento a todas las actitudes y comportamientos que perturban lo más mínimo el proceso de satisfacción de necesidades, y por el mismo motivo, la creación de un espacio relacional sano y harmonioso. La responsabilidad La responsabilidad personal de cada uno toma todo su sentido en este movimiento esencial de satisfacción de necesidades. El ser debe ser consciente de su total responsabilidad a lo largo de todo el proceso esencial para el mantenimiento de su equilibrio y salud psíquica, afectiva, física y energética. Sin embargo, muchos seres viven bajo la espera de una relación exterior idealizada, en la cual cada uno tiene la responsabilidad de asegurar la satisfacción de las necesidades del otro. Esta visión es irrealista y anti-‐relacional. Traduce más bien un deseo inconsciente de ser cuidado por un padre responsable y benevolente. Al principio de su vida, el ser tiene la necesidad de ser acogido por tales seres, padres con el rol de asegurar esencialmente los aprendizajes del niño. La madre al inicio, alimentará a su hijo, y a medida que crece y se desarrolla, le enseñará a alimentarse adecuadamente. Es lo mismo en las otras dimensiones presentes en el hijo. Sus padres sólo deben acompañarlo en sus numerosos aprendizajes de la vida; el niño aprende progresivamente a moverse, caminar, hablar, luego a expresarse y comunicar con su ambiente exterior. Sus capacidades para acoger, identificar, manifestar y movilizarse en función de sus necesidades personales y de la realidad exterior, favorecerán el desarrollo de un sentimiento de seguridad y confianza en él. Los padres son responsables de la calidad de la presencia y del soporte ofrecidos al niño. Este último es
el responsable de sus aprendizajes, reacciones y actitudes a lo largo de su crecimiento. A medida que el niño se hace mayor, toma entera responsabilidad de su vida, es decir, de la satisfacción de sus necesidades fundamentales. Es completamente erróneo pensar, o peor, creer, que el otro es responsable de nuestro bienestar. El otro nunca es responsable de acciones que nos lleven a la satisfacción de nuestras necesidades de amor y seguridad. Esta visión equivale a pensar o creer que los alimentos, por ejemplo, deben encontrar y tomar el camino que les conducirá a nuestra boca. La incoherencia aparece súbitamente más claramente. Somos seres de relación, cierto, y tenemos necesidades pero debemos obligatoriamente darnos a conocer al otro. Afirmarse, es tener el coraje de pedir claramente aquello que necesitamos. Esta etapa es esencial ya que crea los movimientos de apertura necesarios a la construcción de los famosos puentes o espacios relacionales, ya tratados anteriormente. Y no, pedir no significa mendigar. Tampoco es más cierta la creencia errónea que propone que una atención o un gesto realizado después de ser pedido, es menos verdadero o menos reparador. Sin embargo, es posible equivocarse en la elección de una relación con un ser particular, así como es posible escoger un alimento que no nos conviene para nada. Se trata de estar atento a lo que se siente corporalmente y afectivamente y mantenerse abierto. Si la respuesta del otro no nos satisface adecuadamente y sanamente, somos responsables de retirarnos sin encerrarnos, y dirigirnos hacia otra fuente de satisfacción posible, en este caso hacia otro ser más presente, abierto y disponible. Si después de una decepción nuestro reflejo es de encerrarnos, no olvidemos que el cierre garantiza el cierre. Seguimos siendo el único ser penalizado, ya que la necesidad persiste mientras no es colmada. La no satisfacción de las necesidades humanas fundamentales conlleva sensaciones muy desagradables e invasivas de falta y soledad. Abiertos, jamás estamos solos. Cerrados, nos podemos encontrar rodeados de varios seres, y sentirnos terriblemente solos y perdidos. Salir del universo de la culpabilidad El mantenimiento de actitudes y comportamientos que alimentan la culpabilidad, representan finalmente, una tentativa para evitar la responsabilidad personal de nuestra existencia humana. La culpabilidad es incompatible con la responsabilidad, ya que mientras un ser se siente
culpable, no tiene el coraje de afirmarse realmente y sanamente. No modifica la situación problemática o conflictiva. La culpabilidad constituye un potente mecanismo de defensa e igualmente engendra múltiples tentativas de control. Entonces, es primordial salir de este universo, pero no quitándose la culpabilidad de encima, sino más bien parándose, abriéndose y escuchando su discurso. Este discurso resulta efectivamente muy revelador de inseguridades, falsas creencias e ilusiones que deforman una visión justa de la realidad. Una vez más, es a través de la acogida amorosa y la escucha atenta que es posible restablecer los hechos. Cuando el fenómeno de la culpabilidad se limpia de todas sus interferencias, se transforma en un sistema sano. Este sistema simplemente nos informa de la presencia de la incoherencia en nuestros actos y gestos cotidianos. Sus interferencias despiertan un malestar mucho menos invasivo que la culpabilidad y nos advierten entre otras cosas, de la falta de respeto de nuestros valores profundos. No funciona según nociones del bien y del mal, pero tiende a mantener y generar la apertura en el ser y al mismo tiempo, la favorece en todos los que le rodean. El sentimiento de responsabilidad no trata exclusivamente la satisfacción de necesidades reales en el ser humano. Nuestra responsabilidad se extiende a todas las manifestaciones de nuestra existencia humana. Somos responsables de nuestra apertura a la vida. Somos seres de relación dotados de una magnifica sensibilidad a la coherencia humana, personal, interpersonal, social y colectiva. La consciencia y aceptación de esta responsabilidad importante, generadora de apertura, propulsa al ser humano en su crecimiento y plenitud personal. La exploración del movimiento natural de la vida favorece la adopción de mecanismos de protección sanos y equilibrados. Esto provoca una experiencia rica, que permite una adaptación más sana del ser a todo su universo. El sentimiento de seguridad y el desapego Es a lo largo de sus diversas experiencias humanas que el ser desarrolla un sentimiento de seguridad que le ayudará a desapegarse de todas las actitudes y comportamientos que mantienen el cierre y sus numerosos arreglos de la realidad. El arreglo habitual y frecuente consiste en creer que el sentimiento de seguridad, equivale a la certeza de que si todo está bajo control, no puede ocurrir nada malo o doloroso. No hay necesidad de buscar el error, o más bien los errores, casi grotescos de esta filosofía tan extendida. Lo que os deseo vivir y sentir se parece más bien a “sea lo que sea que me ocurra, estaré siempre allí. Estaré presente, acogedor,
escuchando a mi ser verdadero y mis necesidades reales”. Este sentimiento de seguridad implica consciencia, conocimiento y el reconocimiento incondicional de uno mismo. Estos estados de ser permiten la experiencia de la autonomía e independencia, junto con el respeto de la responsabilidad personal de cada uno. El sentimiento de seguridad influencia mucho las capacidades y posibilidades del desapego. El ser humano actual está muy apegado a la materialidad y a los escenarios idealizados de felicidad. Quiere poseerlo todo; el poder sobre la materia tangible, el saber, la riqueza material, la juventud, o más bien la apariencia de la juventud, las relaciones ideales, el gran amor, la seguridad, etc. El apego viene de las inseguridades personales, e incluso colectivas, y daña el establecimiento de lazos justos y reales entre los diversos aspectos de la realidad de nuestra dimensión terrestre. Algunos seres, por ejemplo, dan mucho poder al dinero, que pasa a ser tributario de la seguridad, del confort, abundancia y felicidad, claro está. El único poder real del dinero es su poder de comprar. Si el hecho de poseer esta materia os da seguridad, es simplemente porque estáis tan ocupados en ganarlo o contarlo, que así evitáis sentir el miedo de su falta, que perdura a pesar de todo. Este miedo se manifiesta bajo la forma de ciertos pensamientos en relación con ese famoso día en el cuál tendréis suficiente dinero para ya no tener más miedo a que os falte. Soñáis con ese día en el que os sentiréis confiados y seguros, pero olvidáis la importancia del momento presente y sobretodo el carácter no permanente de la existencia humana. El dinero no tiene en absoluto el poder de crear un sentimiento de confianza y seguridad. Solamente la apertura a nuestro ser verdadero genera tales sentimientos y permite la utilización de nuestros poderes humanos universales. En el tipo de sociedad en el que evolucionamos todavía, no es posible evitar el concepto del dinero. Una atención particular destinada a profundizar en el conocimiento de nuestras necesidades reales, puede sin embargo, contribuir a una utilización sana del concepto del dinero. El ser humano tiene necesidad de aligerarse. El desapego contribuye a su evolución para ir hacia un estado de harmonía y paz. El ser no puede negar las dimensiones del hacer, parecer y tener, pero las puede poner al servicio de su ser verdadero. No es tampoco necesario adoptar religiosamente todos los principios de la simplicidad voluntaria. Desapegarse no es privarse. Desapegarse, es aprender a utilizar la materia por lo que es, simplemente, y sobretodo realmente. El dinero es tan sólo un instrumento de intercambio. En cuanto a la existencia terrestre, representa una maravillosa oportunidad de vivir la experiencia humana en
todas sus manifestaciones. Podéis ciertamente aspirar y gozar de un confort material, pero por favor, abriros a vivir plenamente la experiencia de la abundancia. Este derecho de sentir la abundancia disponible en este momento en la Tierra, os ayudará a salir del universo de las inseguridades del pasado con el fin de vivir vuestro derecho a ser, vuestra responsabilidad personal y libertad en la existencia humana actual.
Capítulo 8 Un retorno hacia sí mismo. La mayoría de gente vive efectivamente con el miedo a estar plenamente vivo. Este miedo invade el espacio interior del ser, después de haber vivido experiencias desgraciadas a lo largo de la infancia. El ser se cierra con el fin de protegerse de sentir el dolor de sus heridas de infancia, se cierra refugiándose con mayor frecuencia en su universo mental. Rechaza sentir la experiencia humana intentando controlar el movimiento natural de sus necesidades, sensaciones, emociones y sentimientos profundos que le habitan. Las consecuencias de este cierre a sí mismo, lo llevan inevitable y desgraciadamente, a revivir a lo largo de su vida las mismas experiencias penosas e insatisfechas. Cuanto más lucha contra sí mismo, más sufre. Cuanto más sufre, más lucha de nuevo contra él mismo, buscando en el exterior, soluciones o remedios milagrosos que podrán ayudarle a desprenderse de todos sus males. Es inconsciente del hecho de que en realidad intenta desprenderse de sí mismo. Este cierre, lejos de protegerlo realmente, perturba considerablemente el conocimiento de sí mismo. Daña la construcción fluida de un puente sólido o espacio relacional sano. El ser es de alguna manera extranjero para el mismo. Las intervenciones inapropiadas y exageradas de la mente falsean la realidad y lo llevan a una sobreinversión del ego. El ego, pensando que lo hace bien mantiene, cueste lo que cueste, ciertas trampas personales y relacionales. El ser, cerrado, raramente siente vibraciones de amor y alegría; sufre de múltiples faltas y todavía busca en su exterior, relaciones o posesiones susceptibles de darle más felicidad. Perdiendo el lazo de amor consigo mismo, intenta atarse a todas las experiencias o soluciones exteriores que comportan falsas promesas ilusorias de felicidad, o simplemente, de control garantizado. La buena noticia es que a través de este periplo terrestre el ser jamás se ha perdido. Sólo está alejado de sí mismo. Siempre está ahí, en el momento presente. Sólo ha olvidado quien es realmente. Es por esta razón que ahora busca como hacer para ser, de manera que tan sólo tiene que aprender a no hacer, para simplemente ser lo que ya es. Lo repito regularmente, no existe ninguna solución milagrosa, sino más bien cien mil medios que favorecen la reconexión consigo mismo. Cien mil medios que pueden resumirse en uno solo, la apertura. La apertura a uno mismo permite desaprender a hacer o parecer, con el fin de simplemente
ser. La apertura a uno mismo favorece la apertura al otro. El ser, en esta etapa de reconexión consigo mismo, reaprende a cuidarse tal como necesita. Visita su espacio interior psíquico, afectivo, corporal y energético aprendiendo a conocerse y darse a conocer al universo exterior. No olvidéis que no se trata ni de saber, ni incluso comprender; algunos segundos pueden cambiar el curso de una vida. Es primordial dedicarse y experimentar estos pocos segundos, suficientes para cambiar el curso de su propia vida. Centrarse: reaprender a pararse y escucharse El proceso de centrarse, en realidad tan sencillo, puede parecer complejo y penoso al ser habituado a vivir y a estar en un universo mental sobrecargado. No hay que perder de vista que esta sobrecarga proviene de las consecuencias del cierre a sus dimensiones interiores. Cuando se calma el universo mental, en un primer momento el ser es enfrenta a las sensaciones de miedo y vacío interior. Sentir en ese momento, todavía es percibido como una amenaza real o un signo de peligro inminente. En esta primera etapa de centrarse, es esencial un proceso de desdramatización. Una acogida amorosa, sin juicio, ayuda enormemente al ser a desapegarse progresivamente de nociones enormemente falseadas acerca del bien y el mal. Estar centrado constituye una etapa importante en el proceso de auto-‐ descubrimiento del espacio interior y creación de una relación sana con uno mismo. Centrarse consiste en desarrollar una escucha atenta de sí mismo, a través de la visita del cuerpo y de los procesos psíquicos, afectivos y energéticos que tienen lugar en él. A lo largo de esta etapa, animo al ser a pararse algunos segundos con el fin de dirigir su atención hacia su sentir corporal; el cuerpo no miente jamás, mientras que la mente miente tan fácilmente que cree casi de una manera cándida sus propias mentiras. Es muy frecuente que un ser afirme sentirse bien y relajado mientras que observo en él, la manifestación de numerosas tensiones corporales que señalan un profundo malestar. El ser no miente, al menos conscientemente; de hecho, expresa su voluntad y sus deseos. Desea estar bien y no quiere sentir las inseguridades y malestares presentes en él, en el aquí y ahora. No quiere vivirlas ya que solamente quiere desprenderse de estos estados interiores de sufrimiento. Después de todo, ¡tan sólo desea ser feliz! Entonces, acepta más fácilmente, tratar sus dificultades personales y relacionales con una perspectiva más racional. Me cuenta y me explica, a veces de una manera fácil, su comprensión de los hechos.
Expresa con empeño su deseo de comprender mejor lo que le habita, pero no quiere necesariamente acceder a sentir la experiencia difícil. El hecho de sentir malestar, sensaciones físicas o emociones, es siempre un poco más difícil de aceptar, ya que el ser asocia automáticamente estos estados al hecho de sentir un sufrimiento psíquico o afectivo. Es cierto que el hecho de zambullirse en sí mismo, implica el verdadero y auténtico encuentro con las memorias, y además, sentir todas nuestras experiencias de vida significativas, las más difíciles y penosas, que han dejado trazas importantes. Muchos seres me preguntan sobre las motivaciones u objetivos concretos de un enfoque como éste, algunos dudan de su pertinencia, mientras que otros temen la dependencia. Estas dudas alimentan sus miedos a ser pillados, a equivocarse o peor, a ser engañados. En este momento, preciso ciertos hechos importantes de la realidad en relación al universo interior de todo ser humano. Cuando nos centramos, no creamos nuevos hechos, sino que simplemente acogemos lo que existe en nosotros, lo que vive en nosotros desde hace tiempo. Aunque el origen de los elementos se sitúa en el pasado, éstos están todavía activos, actuales y muy influyentes en el presente del ser, llevándolo continuamente a proyectar sus inseguridades en el futuro, y a anticipar la repetición eterna de este pasado. No nos paseamos en el pasado como si desenterráramos viejos cadáveres en los que cada desentierro nos llevaría a acusar a los culpables. No buscamos, por ejemplo, desacreditar las intenciones y actitudes parentales sino que intentamos reconocer lo que ha sido. No juzgamos de ninguna manera los errores de los padres; intentamos identificar las consecuencias presentes en la vida del ser herido, sufriente o simplemente en búsqueda de una plenitud personal y relacional. Las viejas heridas del pasado sólo se trabajan por el lazo que las une al cierre presente en el ser humano. Entonces, exploramos el presente de una manera sencilla, identificando principalmente las necesidades insatisfechas y que se encuentran en espera de respuestas adecuadas que permitirán el retorno a un equilibrio, harmonía y paz. Vamos al encuentro del ser en su mismo corazón. El conocimiento y reconocimiento, tanto de necesidades, como medios de satisfacción, permite al ser reapropiarse la responsabilidad de su vida, su libertad, su crecimiento personal y felicidad. El principal objetivo es la apertura a sí mismo. Y abrirse equivale a redescubrir las virtudes de la luz. Cuando la luz sale, la sombra desaparece. Cuando un ser se abre, el cierre desaparece y simplemente vuelve a ser lo que es desde siempre.
Vivir la experiencia de la compasión En consecuencia, estar centrado despierta ciertas memorias corporales asociadas a una experiencia afectiva desagradable y a veces muy dolorosa. Aunque sea molesto y perturbador, el recuerdo de experiencias desgraciadas permite una apertura esencial de consciencia para la resolución de viejos conflictos, responsables de trampas personales y relacionales que influencian el presente. Animo al ser a identificar sus heridas, inseguridades y necesidades reales actuales, respetando al mismo tiempo su ritmo personal. Hacen falta tan sólo algunos segundos para tomar consciencia de dinámicas que no nos satisfacen, pero la integración de esta nueva consciencia requiere “algunos segundos” de exploración de estas nuevas vías de expresión y comunicación. Esta exploración favorece el proceso de curación y engendra la creación de un espacio relacional sano consigo mismo y con el universo exterior. Este enfoque requiere adoptar actitudes y comportamientos que generan la apertura necesaria para sentir la compasión. Cuando el ser intenta centrarse, tropieza con algunos estados de cierre y arreglos de la realidad que crean una resistencia a la apertura. El ego y las numerosas intervenciones de la mente tienden a frenar los movimientos naturales de apertura y expresión del ser verdadero. Una de las trampas más importantes consiste en perderse, en cierta manera, en los meandros del análisis mental y de la interpretación de las intenciones de los seres que han participado en la presencia, o persistencia de nuestras faltas afectivas. El ser debe desarrollar una atención particular y mucha paciencia hacia sus propios cierres. Debe recordar que es importante observar y no juzgar el funcionamiento e impacto del cierre, que engendra diversas trampas. La observación de las resistencias encontradas en el momento de centrarse, nos da la información esencial para la comprensión de las trampas personales y para la integración de un saber-‐estar en relación. El ser reaprende a pararse y a desarrollar una escucha atenta de su cuerpo y de todos los fenómenos que se manifiestan en él. Debe incluso reaprender a respirar sin retención, ya que la respiración está directamente afectada por las numerosas resistencias. El ser se corta de su sentir corporal reteniendo su respiración y tomando un ritmo respiratorio mucho más superficial. No es precisamente la mente que colabora en profundizar más en la respiración, más bien al contrario, la mente tiende a ahogar al ser con todas sus exigencias de resultado y éxito. El aprendizaje de una respiración sana pide, una vez más, mucha paciencia, pues el ser debe poner su ego así como la mente a su servicio. Tiene que asegurarse
que estas dimensiones acepten temporalmente ser tan sólo testimonios del encuentro interior. Estas dimensiones igualmente tienen que ser completamente limpiadas y liberadas de los deseos ilusorios, y de falsas creencias, que perturban el contacto sano con los diferentes aspectos de la realidad interior y exterior del universo humano. La experiencia de la compasión hacia sí mismo permite al ser abrirse y profundizar en la visita y exploración de su espacio íntimo y personal. En ese momento, se deja conmover afectivamente por los diferentes mensajeros que llevan informaciones pertinentes para un mejor conocimiento de sí mismo. Estos mensajeros, sensaciones corporales, miedos, emociones y sentimientos esperan a menudo, desde hace numerosos años, ser al fin reconocidos. Sólo esperan el encuentro con el ser. En un contexto de acogida amorosa, estos encuentros generan de nuevo un movimiento de compasión, que motivan entonces, la expresión y comunicación de estos estados de ser. La expresión de las emociones, fuente de liberación. Las emociones son humanas y sus manifestaciones son frecuentes en la experiencia de la existencia humana. No hay que evitarlas, ni provocarlas, sino que solamente piden ser comprendidas, escuchadas y luego expresadas. Su expresión permite la liberación de tensiones rechazadas o mantenidas en uno mismo desde hace mucho tiempo. El ser reapropiándose el derecho a sentir, y luego expresar sus emociones, comprende su importancia fundamental en el proceso relacional. Por ello, escoge mantener buenas relaciones con ellas, considerándolas más como aliadas o amigos sinceros, fieles y auténticos. Vivir las emociones, es vibrar y afirmar nuestro ser en nuestra relación con el universo entero. Contrariamente a lo que el discurso mental nos tiende a hacer creer, la expresión de las emociones no es tan dolorosa y no puede agravar nuestro estado interior afectivo. La expresión de una emoción necesita tan sólo un espacio donde la noción de tiempo sea relativa y esté en función de la liberación y apertura que ésta genera. La lucha contra las emociones hace sufrir mucho y mantiene, desafortunadamente, un estado de desequilibrio afectivo, que se transforma a lo largo de los años, en un desamparo psicológico y afectivo intenso. Sugiero la creación de un espacio sano, consagrado específicamente para la expresión de las emociones. Este espacio no es necesariamente un lugar físico, sino más bien, un movimiento que el ser debe explorar tantas veces como sea necesario. Cuando el sentir de una emoción se manifiesta en el
interior de uno mismo, se trata de tomar algunos segundos para identificar claramente la emoción presente. Si la intensidad es tal que lleva al ser a una confusión, animo entonces a que éste se retire en un sitio tranquilo para dejar ir libremente los movimientos naturales generados por la presencia de esa emoción. La tristeza pide ser llorada, la rabia y la cólera ser vociferada, gritada, pegada, etc. Este proceso que anima a la expresión emocional, no es una tentativa de desprenderse de la emoción sino más bien de escucharla para poder oír el mensaje subyacente. La descarga energética que acompaña esta forma de expresión emocional, facilita el alivio de tensiones generadas por la retención, consciente o no, de una emoción. Animo al ser a mantenerse presente a sí mismo para evitar cualquier forma de reacción malsana. La exploración de movimientos, las palabras expresadas, tienen que tener un sentido y estar en relación con la experiencia, sino es probable que en lugar de liberarse, el ser viva el proceso inverso; que alimente la emoción intensificada y tome a veces proporciones desmesuradas. Si lloráis durante horas y horas, no expresáis libremente toda vuestra tristeza. Abandonarse profundamente a su tristeza tan sólo requiere algunos minutos hasta la toma de consciencia de la necesidad real insatisfecha. Si lleváis rabia desde hace algunos días y la expresáis a varias personas, esto sólo intensifica vuestra reacción, no estáis expresando vuestro estado real de ser. Estáis alimentando la carga afectiva intentando convenceros de que tenéis razón y que el otro está equivocado. Probablemente, sois inconscientes del cierre que mantenéis en esta lucha, este combate contra el mal, el dolor y el sufrimiento. La exploración sana de una carga afectiva, lleva rápidamente a la identificación de miedos profundos e inseguridades personales que explican la intensidad de la rabia que se siente. Cuando una emoción es acogida y luego expresada de una manera sana, este proceso tan sólo requiere algunos minutos. Entonces, vivís la emoción por lo que es: una agitación pasajera. Una vez expresada, la emoción da lugar a otro estado mucho más cómodo y agradable de sentir, el alivio. Las informaciones recogidas en la expresión emocional, son extremamente importantes en el proceso de sanación del ser. La liberación sentida permite la integración del derecho a ser humano, y por lo tanto, el derecho a sentir las diferentes interacciones entre cada una de nuestras dimensiones humanas. La liberación emocional favorece el reconocimiento de nuestra personalidad y una redistribución de la responsabilidad personal de cada ser que evoluciona en nuestra vida. El ser ya no acepta llevar estados afectivos que no le pertenecen e identifica
más claramente sus propias necesidades que le diferencian del otro. El ser puede al final, desapegarse de las inseguridades transmitidas por sus padres, por ejemplo, o incluso desapegarse de la espera irrealista de un o una compañera de vida. La expresión de las necesidades y su satisfacción La expresión emocional nos da igualmente varias informaciones importantes para la identificación de las necesidades reales del ser. Acogerlas sin juzgar, nos conduce a la aceptación de este estado de ser, puesto que la necesidad, así como la emoción, son humanas. No acentúa la vulnerabilidad y no es para nada un signo de debilidad o dependencia. El precio pagado por el control de la manifestación de una necesidad afectiva es el cierre o la renuncia a uno mismo. Este cierre conlleva importantes perturbaciones a nivel del proceso relacional. No hay ninguna necesidad de desconfiar de las necesidades afectivas humanas. No busquéis tampoco satisfacer una necesidad con el objetivo de desprenderos de ella. No podemos satisfacer una necesidad para siempre. Si dudáis un poco de esta afirmación, os propongo retomar el ejemplo de una necesidad física como la alimentación. Aunque ésta sea satisfecha, la necesidad de comida siempre nos vendrá a visitar. La necesidad es una manifestación del movimiento natural continuo que es la vida. Reconectarse a sus necesidades psíquicas, afectivas, corporales, energéticas y espirituales, es reconectarse a la vida. Igualmente es ofrecerse la apertura que conduce a la autonomía e independencia. La expresión de las necesidades humanas consiste esencialmente en darse a conocer a lo que somos verdaderamente. Somos seres relacionales y somos completamente responsables de nuestras necesidades y su satisfacción. Si la respuesta del entorno es inadecuada, tenemos la responsabilidad de permanecer abiertos y dirigirnos hacia otra fuente, para expresar y satisfacer sanamente dichas necesidades. Existen una multitud de espacios que favorecen la exploración de uno mismo. La psicoterapia representa uno de estos espacios privilegiados que permiten al ser aprender a conocerse y darse a conocer. Este reconocimiento de sí mismo es una elección de libertad. En la práctica, cuando un ser aprende a cuidarse realmente, deja un universo atormentado por las eternas frustraciones y decepciones. No alimenta más esperas irrealistas hacia los otros. Entra en relación con una perspectiva de comunicar y compartir.
La exploración de espacios que ofrecen la posibilidad de visitar las diferentes dimensiones humanas es, en consecuencia, una oportunidad de profundizar en la relación con nosotros mismos. Animo a todo ser a abrirse con el fin de considerar su necesidad de recibir una terapia o acompañamiento, viendo esto como una cosa total y perfectamente humana. El proceso de sanación y crecimiento personal El proceso de sanación es de hecho, un proceso de apertura en el que el ser retoma contacto con su naturaleza profunda. Centrándose y escuchándose con atención, el ser crea un diálogo con cada una de sus dimensiones humanas. Este diálogo ayuda a profundizar en la consciencia de las interacciones entre las dimensiones y en toda la información que circula en su interior. La información se vuelve cada vez más accesible, variada y justa. Es esta apertura de consciencia que permite la disolución de falsas creencias y deseos ilusorios. El ser dispone a partir de ese momento, de un espacio relacional sano. Se reapropia el derecho a pensar, percibir, sentir, expresar, comunicar y crear sus propias experiencias según su naturaleza verdadera. Se sana de sus cierres escogiendo y explorando diversos fenómenos relacionados con la apertura. El ser no deja su lucha interior declarando la guerra a sus cierres y resistencias, que se manifiestan muy a menudo a través de intervenciones incesantes de la mente y el ego. Recuerdo que éstos últimos creen que lo hacen bien y quieren solamente vuestro bien. Se equivocan, pero no merecen ningún castigo. Tenemos que cuidar que nuestro ego sea utilizado adecuadamente. Tenemos simplemente que informar a nuestra mente de la realidad y restablecer los hechos de una manera auténtica y respetuosa. Conducirlos constantemente a la realidad, hasta que acepten ayudarnos y responder a nuestras necesidades reales. Una colaboración entre cada una de nuestras dimensiones personales, restablece y favorece los movimientos humanos naturales. No tenemos que destruir nuestros mecanismos de defensa; nuestra apertura permite flexibilizar nuestras reacciones, que se transforman gradualmente en mecanismos de adaptación. Es inútil desconfiar, enfadarse con uno mismo o con ciertas partes de uno mismo. El crecimiento personal no es una hazaña para conseguir un resultado. Cada ser debe aceptar la exploración de su mundo interior con amor, respeto, autenticidad y humildad. Los intentos se multiplican y los
errores son frecuentes y útiles; estos diversifican nuestros aprendizajes. Y sobretodo, no evitéis por todos los medios sentir la decepción, aunque sea desagradable vivirla, ésta siempre valida y confirma nuestras necesidades verdaderas. Vivir el derecho de ser humano, supone eliminar viejos esquemas repetitivos y rígidos para vivir libremente nuestra existencia. Entonces, se trata de salir de un modo de supervivencia, adoptado en la infancia, y abrirse al potencial de desarrollo de la experiencia humana. Igualmente es integrar la consciencia de que la vida es un movimiento continuo, mientras que la existencia humana es temporal. Bajo esta perspectiva, todas las experiencias de vida dolorosas o molestas tienen un sentido profundo, y nuestra apertura permite que nos dejemos ir al movimiento fluido de la vida dentro de nosotros y en nuestro alrededor. La apertura intensifica la experiencia humana y permite la libre circulación de vibraciones y emanaciones harmoniosas de amor, paz y alegría, presentes en cada ser humano.
Conclusión Zambullirse para luego volar Sí, atravesamos un periodo incierto en la historia de nuestra humanidad terrestre. Algunas estructuras exteriores parecen tambalearse y son cada vez menos sólidas. Esta inestabilidad crea en los seres humanos numerosos y frecuentes terremotos interiores. El nivel y el alcance de las perturbaciones socio-‐económicas, políticas y climáticas llegan a un punto álgido, generando inquietudes e incertezas. Pero lo que ocurre actualmente en la Tierra, ¿no es el reflejo de lo que el ser humano crea en función de lo que desea y rechaza vivir interiormente? El ser sufre y busca en el exterior soluciones que siempre lo alejan de sentir este sufrimiento, pero sobretodo, de sentir la experiencia completa y profunda de su existencia humana. Alejándose de su naturaleza y esencia verdadera, pierde contacto con sus verdades humanas y universales. Encerrándose y olvidándose, sólo consigue crear el caos y la incoherencia en sí mismo y en su alrededor. Las perturbaciones de todo tipo afectan al planeta entero y de hecho, representan una ocasión especial para tener el coraje de vivir un profundo y constructivo cuestionamiento interior de los principios rígidos y falsos, que rigen el funcionamiento intrínseco de nuestras sociedades, llamadas evolucionadas. En la práctica, ciertos conocimientos y valores humanos han sido desviados desde hace milenios. Hoy, tenemos una oportunidad inesperada de liberarnos de la influencia de viejas estructuras, tanto interiores como exteriores. En particular, podemos liberarnos de estos conceptos que promulgan el progreso y la mejora de las condiciones de vida, cuando en realidad, someten a los seres y los hacen esclavos del materialismo, del resultado y del éxito. A partir de ahora, podemos abrirnos a la realidad y descubrir las grandes verdades universales. El hecho de no dejarse imponer ciertos conceptos limitativos que intentan influenciar nuestra manera de ver y creer, no implica para nada la presencia de desconfianza o cierre. Muy al contrario, se trata de apostar por la apertura y la utilización de la experiencia verdadera y auténtica, como puntos de referencia justos y exactos de la realidad del ser humano actual. Sólo es necesario zambullirse en la experiencia de la vida cotidiana y abrirse a un compromiso real con uno mismo. Entonces, el compromiso
consiste en habitarse y vivir en uno mismo para lo bueno y para lo malo. Zambullirse en uno mismo para así poder zambullirse en la vida, es entrar en relación con sí mismo a la vez que se permanece en relación con el universo entero. Esta zambullida en uno mismo, engendra la creación de lazos de amor que en su momento preparan al ser para volar hacia nuevos horizontes. Finalmente, se trata de vivir plenamente la existencia humana desde la primera zambullida, el nacimiento, hasta el último vuelo, la muerte, transición que da testimonio a otro estado de ser. Somos seres de relación que nos encontramos en el momento de la creación de un nuevo espacio, libre y generador de paz. Todos poseemos el poder de crear un mundo mejor pero no en el futuro sino en el aquí y ahora. La apertura actual permite el encuentro con el ser, el encuentro entre seres humanos. Estos diversos encuentros con el alma humana, permiten el reconocimiento de lazos que unen a cada ser presente en la Tierra. Unidos, lo estamos, ya que cada uno de nosotros somos seres de relación. Todos somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Todos somos habitantes del mismo maravilloso planeta: la Tierra. Y finalmente, todos poseemos los mismos poderes de expresión, comunicación, sanación, creación y pacificación. La relación sana con uno mismo permite la apertura y reconexión con nuestro verdadero ser. Esta reconexión, abre la puerta al retorno del equilibrio y al restablecimiento del estado de paz interior. Un ser en paz mantiene relaciones que favorecen la paz a su alrededor. Tenemos todos la posibilidad de crear y recrear este estado de paz tan esperado por muchos. Apostando por la apertura relacional, se nos ofrece la oportunidad de restablecer un espacio sano que genere la libre circulación del amor en la Tierra. Por otra parte, no hay que olvidar que detrás de toda esta búsqueda de felicidad, sea rígida, obsesiva, desorganizada o desesperada, sólo subsiste una gran necesidad humana de sentir y vivir este estado de amor incondicional universal, profundo y auténtico Entonces, os propongo un enfoque simple que implica la exploración de infinitas posibilidades y se resume en una sola palabra: la apertura. Solamente la apertura a la realidad permite restablecer los hechos, sean universales, mundiales o simplemente personales y relacionales. Sólo la apertura a uno mismo favorece una integración de quién soy, y además, facilita su aceptación. Esta consciencia profunda de uno mismo permite la exploración de nuevas vías de expresión, comunicación, sanación, creación y pacificación. Solamente la apertura crea la relación con uno mismo, el otro y el universo…
No hay ni solución milagrosa, ni ninguna vía que sea imposible descubrir. Sólo se trata de explorar los diferentes enfoques que favorecen la apertura y la regeneración. Hay abundancia de medios, acompañamientos, terapias, terapeutas y guías. Preciso de nuevo, que el hecho de tener una necesidad, no constituye para nada una dependencia. La capacidad de responder adecuadamente a nuestras necesidades reales, nos conduce a la autonomía e independencia. En consecuencia, propongo que la apertura sea la necesidad más importante que englobe todas las otras necesidades hasta su trascendencia. El desarrollo de una relación de amor auténtica con uno mismo, crea un puente que une las dimensiones psicológicas, afectivas, corporales, energéticas y espirituales del ser humano. Este puente o espacio de relación propone espontáneamente la unión de dimensiones celestes y terrestres. Esta unión es indispensable para la integración harmoniosa de cada dimensión en esta experiencia humana. Es la integración del derecho a ser. Y del derecho a ser, sólo queda una etapa simple; la de abrirse a lo nuevo y descubrir o redescubrir la alegría de ser. Solamente esta apertura, este estado de ser, nos permite navegar de una forma sana en aguas turbulentas con alegría, harmonía, confianza y amor. En un mundo en mutación, la apertura señala el retorno a sí mismo, el retorno hacia una fuente infinita de amor. ¡Y ahí estamos! Verdaderamente os lo digo, ¡pararos algunos segundos, centraros y abriros al amor! Respirad… Sentid… Expresad… Comunicad… Cread… Y sobretodo sed… Sed humanos y veréis… ¡Es divino!