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TEMA
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2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.
1.
1. LA LÍRICA DEL SIGLO XX
La renovación de la lírica en el fin de siglo. 1.1. El término Modernismo. 1.2. Movimientos influyentes en el Modernismo. 1.3. Características fundamentales del Modernismo.. 1.4. Principales autores: Rubén Darío, Antonio Machado. 1.5. Otros autores modernistas. La poesía entre el Modernismo y la Vanguardia: Juan Ramón Jiménez. Las Vanguardias en España. Los poetas de la Generación del 27: entre la tradición y la Vanguardia. La poesía de Federico García Lorca: 5.1. La poética. 5.2. La evolución (del Libro de poemas a los Sonetos del amor oscuro). La lírica en España desde 1939 hasta los años 50. La poesía de los años 50 a los 70. Las últimas tendencias en la poesía española.
LA RENOVACIÓN DE LA LÍRICA EN EL FIN DE SIGLO. MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98
Tradicionalmente, los autores de finales del siglo XIX y principios del XX han sido divididos en dos grupos: modernistas y noventayochistas. Esta supuesta separación en dos grupos o escuelas se considera hoy superada, y tanto el Modernismo como la Generación del 98 se contemplan como dos aspectos de un mismo movimiento en el que se lleva a cabo una profunda renovación de todos los géneros literarios: la novela, el ensayo, el teatro y la poesía.
1.1.
EL TÉRMINO MODERNISMO
1.2.
MOVIMIENTOS INFLUYENTES EN EL MODERNISMO
Pedro Salinas considera que tanto Modernismo como Generación del 98 son términos indistintos que designan al mismo movimiento cultural. El primero se iniciaría en América y el segundo en España, ambos a finales del siglo XIX. La separación entre ambas denominaciones se ha mantenido a lo largo de los años más por razones didácticas que científicas. No podemos olvidar que algunos autores supuestamente pertenecientes a la Generación del 98 –como Antonio Machado o Ramón María del Valle-Inclán participan igualmente de las preocupaciones, intereses y estilos propios del Modernismo, ya que las circunstancias históricas y ambientales fueron las mismas para todos ellos. El término Modernismo es anterior al de Generación del 98. Desde finales del siglo XIX se llamó modernistas a todos los autores que querían renovar el panorama literario anterior: se oponen al Realismo, agotado, y a la poesía prosaica de finales del siglo XIX (salvo Bécquer y Rosalía de Castro, que serán tomados como modelos). Este movimiento de renovación nace prácticamente a la vez en Europa y en América. De todos modos, podemos afirmar que los primeros fueron los autores hispanoamericanos, representados fundamentalmente por Rubén Darío. En un principio el término modernista era despectivo, es decir, los contrarios a la renovación literaria calificaban de esta manera a los seguidores de Rubén Darío. Con el tiempo, este término ha perdido el matiz peyorativo y se utiliza, como hemos dicho, para designar un gran movimiento de innovación literaria. El Modernismo –considerado en muchos casos un neorromanticismo– busca un nuevo lenguaje basado en una nueva sensibilidad, y rechaza el prosaísmo y la retórica vacía de la literatura anterior. Para ello, vuelve sus ojos a Francia, en concreto hacia dos movimientos literarios de la segunda mitad del siglo XIX: 1
El Parnasianismo, representado por Théophile Gautier, que tiene como lema “el Arte por el Arte”, es decir, la búsqueda de la perfección poética desde un punto de vista formal, olvidando los contenidos más humanizados. Los temas predilectos de este movimiento son los mitológicos, la Edad Media o los ambientes exóticos, que aparecen frecuentemente en la poesía de Rubén Darío y los demás autores modernistas. El Simbolismo, representado por poetas como Verlaine, Rimbaud o Mallarmé, que busca ir más allá de la realidad, de lo sensible. Pretenden los simbolistas encontrar las significaciones profundas u ocultas de la realidad, lo que no vemos, los aspectos correspondientes a los estados de ánimo. Para lograr esta finalidad aparentemente tan complicada, recurren al símbolo (imagen física que sugiere algo no perceptible físicamente). Por ejemplo, el atardecer simbolizaría la muerte, el agua será la vida, el camino se correspondería con el paso del tiempo, etc. Además de en Rubén Darío, estos símbolos aparecen en Antonio Machado y en Juan Ramón Jiménez.
1.3.
CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DEL MODERNISMO
Como corriente literaria, se desarrolla sobre todo en la poesía, pero también en la narrativa y en el teatro. Por primera vez en la literatura española, el impulso inicial viene de Hispanoamérica, gracias a autores como el cubano José Martí, el Mejicano Manuel Gutiérrez Nájera y, ante todo, el nicaragüense Rubén Darío. Si nos centramos en la lírica, las características fundamentales de este movimiento de renovación poética son las siguientes: Culto a la belleza sensorial. Gusto por la estrofa pulcra y cuidada. Pretenden que sus poemas tengan una gran musicalidad, y recurren a ampliar los ritmos y las formas métricas Tono aristocrático y exquisito.
Fachada de la casa Batlló, de A. Gaudí
Siguen usando los metros clásicos (endecasílabo u octosílabo), pero introducen medidas poco usadas hasta entonces: el alejandrino, el dodecasílabo (6+6) o el eneasílabo. Además, utilizan el ritmo de los pies acentuales: dáctilos (óoo), anfíbracos (oóo) o anapestos (ooó). Expresión de lo subjetivo: el mundo de los sentimientos íntimos, el mundo de los ensueños de la fantasía. Aun así, temáticamente podemos distinguir dos polos en el Modernismo: la expresión de lo exterior ajeno al poeta y la intimidad sentimental. En relación con el primer tema, los autores escriben sobre mujeres hermosas, reyes y príncipes, desfiles, paisajes exóticos… De aquí podemos deducir la insatisfacción que sienten hacia el mundo en el que viven, y su afán por escapar y evadirse mediante su poesía. El otro polo temático sería la intimidad sentimental del poeta, una veces vitalista y alegre, y otras triste y melancólica. El paisaje se corresponderá simbólicamente con el sentimiento del poeta. Este segundo tema enlaza directamente el Modernismo con el posromanticismo de Bécquer o Rosalía de Castro. 2
Búsqueda del “Arte por el Arte”, de lo bello como fin fundamental, lo cual, según Juan Ramón Jiménez, significará “el encuentro de nuevo con la belleza, sepultada por un tono general de poesía burguesa”.
1.4.
PRINCIPALES AUTORES: RUBÉN DARÍO Y ANTONIO MACHADO
RUBÉN DARÍO
Como hemos dicho más arriba, el principal representante del Modernismo es el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916). De todos modos, no fue el primero, pero sí fue el autor que fijó definitivamente este movimiento a partir de la publicación, en 1888, de Azul..., obra de gran influencia, compendio de poemas y pequeños cuentos, que refleja todas las características del Modernismo repasadas más arriba. Otras dos obras podemos destacar de Rubén Darío: Prosas profanas (1896), su libro más vitalista y alegre, y Cantos de vida y esperanza (1905), dividido en tres partes. En la primera, titulada como el libro, aparecen los poemas de temática hispánica y política, basados en autores anteriores (Cervantes, Góngora), pintores (Velázquez, Goya) o hechos históricos (pérdida de las colonias en 1898). La segunda parte, titulada “Los cisnes”, recoge poemas contrarios al poder que EE.UU. estaba tomando ya a principios del siglo XX. En la tercera parte del libro se titula “Otros poemas”. La temática es melancólica, triste y amarga. La influencia de este autor sobre los autores españoles de principios de siglo es decisiva, e incluso los autores del 27 lo tenían como uno de sus modelos. ANTONIO MACHADO
Nació en Sevilla, aunque en 1883 toda su familia se trasladó a Madrid. Tuvo una formación liberal ya que estudió en la Institución Libre de Enseñanza. A finales del siglo XIX estuvo en París, ciudad en la que conoció de primera mano las nuevas corrientes literarias del momento: el Simbolismo y el Modernismo. Desde 1907 ejerció como profesor de francés en Soria, donde se casó con Leonor Izquierdo, una muchacha de dieciséis años que murió cinco años después de la boda. Antonio Machado, desesperado, se traslada a Baeza (1912-1919), Segovia y Madrid. Partidario de la República, a medida que las tropas nacionales de Franco avanzaban hacia el este durante la Guerra Civil (1936-1939), vivió sucesivamente en Valencia, Barcelona y, finalmente, en Collioure (Francia), un pueblecito cercano a la frontera española, donde murió. Antonio Machado se educó en la estética modernista y en el empleo de un lenguaje sobrio y antirretórico. En su poesía observamos una doble influencia: Romanticismo (Bécquer, Rosalía) y Simbolismo, lo cual lo sitúa entre los autores modernistas, aunque él no se queda sólo con la poesía como juego estético, sino que la define como una honda palpitación del espíritu, la auténtica emoción humana. Así, Machado encaja dentro del Modernismo, pero también en la Generación del 98, sobre todo a partir de 1912 con la publicación de Campos de Castilla. Por lo tanto, este autor representa la unión e imposible separación de ambos movimientos. Los temas principales de su poesía son: los recuerdos y evocaciones de su propia vida, la preocupación por España (Castilla y el paisaje de Soria como símbolos de la decadencia), el paso del tiempo, la muerte y la búsqueda de Dios. En 1903 publica Soledades, ampliada posteriormente en 1907 con el título Soledades, Galerías y otros poemas. Esta obra es fundamentalmente modernista y, dentro de los temas de este movimiento, intimista y neorromántica. El Simbolismo está omnipresente para representar los estados de ánimo y las obsesiones del autor. Campos de Castilla, representa la segunda etapa en la producción poética de Machado. Publicada en 1912, fue ampliada en 1917. Además de los temas comentados, aparece el tema de Castilla, el sentimiento del poeta asociado al paisaje, la crítica a la “España de charanga y pandereta”, la esperanza en la juventud como elemento impulsor frente al atraso y la pobreza. 3
Además de lo citado, el libro incluye unos cuantos poemas dedicados al recuerdo de Leonor, los “Proverbios y cantares” (composiciones breves de tema popular y seudofilosófico) y el largo romance “La tierra de Alvargonzález”. Campos de Castilla no abandona completamente el Modernismo, a pesar de que incluye los poemas más conocidos de Antonio Machado. Nuevas canciones (1924) recoge poemas escritos en Baeza y Segovia. En este libro adopta los metros cortos populares, la copla tradicional y los recursos expresivos del cante jondo, elementos que retomarán casi inmediatamente autores como Rafael Alberti o Federico García Lorca. Aparecen de nuevo los “Proverbios y cantares”, pero en este caso más depurados, sin elementos descriptivos. La poesía que Antonio Machado escribió posteriormente es escasa y de menor calidad que la anterior. Destacamos “Canciones a Guiomar” (publicadas por la Revista de Occidente en el número de septiembre de 1929) y algunas Poesías de guerra.
1.5.
OTROS AUTORES MODERNISTAS
Muchos otros autores podrían incluirse en este movimiento, aquí tan sólo nombramos a los más representativos. Cabe mencionar, por otro lado, que algunos poetas, como Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez –este último en especial-, que en sus inicios se inscriben en esta corriente, superan este movimiento en su propia evolución poética. MANUEL MACHADO (1874-1947)
Publica Alma en 1902. Enlaza su poesía con la de Rubén Darío y Verlaine. Representa el andalucismo tradicional. Encarna la corriente vagamente intimista y melancólica del Modernismo. Entre sus poemas encontramos temáticas ligeras y desenfadadas, folclóricas, además de una poesía de gran perfección técnica sobre temas pictóricos. Es un maestro en la mezcla de lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno. Otras obras destacadas son El mal poema (1909), Apolo (1911), Cante hondo (1912) y Ars moriendi (1921). FRANCISCO VILLAESPESA (1877-1936)
Es uno de los iniciadores del Modernismo en España. Al ser amigo de Rubén Darío, pudo introducir en nuestro país sus novedades literarias de primera mano. Representa el Modernismo tópico, sistematizado en las principales revistas y en una gran cantidad de obras, entre las que destacamos La musa enferma (1901) y Tristitiae rerum (1906). RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN (1866-1936) Publica su primer libro en verso en 1907, titulado Aromas de leyenda, de influencia modernista, en concreto de Rubén Darío. En La pipa de kif (1919) aparecen temas esperpénticos, con rima estrambótica y deformación caricaturesca, aunque aún bajo los supuestos modernistas. MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936)
No ha sido valorado suficientemente en lo que a su poesía se refiere. El propio Antonio Machado se mostró en deuda con él. Los temas fundamentales de su poesía son los mismos que los de su prosa: la preocupación religiosa, el paisaje castellano, la regeneración nacional. Entre sus obras destacan Poesías (1907), El Cristo de Velázquez (1920), Teresa (1924) y su Cancionero (1928-1929).
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2. LA POESÍA ENTRE EL MODERNISMO Y LA VANGUARDIA: JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Nacido en Moguer (Huelva), se autocalificó como Andaluz Universal, título con el que firmó algunas de sus obras. Estudia en El Puerto de Santa María y comienza a pintar y a escribir poesía desde muy joven. Muestra síntomas de una salud débil, que se agrava con la muerte de su padre. En 1900 fue a Madrid a luchar por el Modernismo. De ahí que sea considerado uno de los iniciadores del Modernismo en España. Poco a poco se convierte en un maestro para los demás poetas, que lo admiran y lo siguen. En 1916 se casa con Zenobia Camprubí. Al comenzar la Guerra Civil, se exiliaron a diversos países hispanoamericanos y Juan Ramón Jiménez impartió clases en diversas universidades. Se establecen en Puerto Rico en 1951. Allí, recibió el premio Nobel de literatura en 1956, pero ese mismo año murió su esposa, lo cual sumió al poeta en una profunda depresión. Murió en 1958. Fue un hombre muy sensible, impresionable, elitista, amante de la belleza y la perfección, que dedicó toda su vida a la poesía. Es difícil clasificar a este autor dentro de un movimiento literario determinado. Muestra en sus obras características neorrománticas, modernistas, novecentistas y vanguardistas. Esta evolución nos hace pensar en un poeta en constante experimentación, con una poesía en creciente dificultad. El propio Juan Ramón distinguía tres etapas: época sensitiva, época intelectual y época suficiente o verdadera. La primera etapa o época sensitiva llegaría hasta 1915. Sus primeras obras beben de la fuente de Bécquer (Ninfeas y Almas de violeta, ambas de 1900) y del Modernismo: Rimas (1902), Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904) y Pastorales (1905). Se trata de una poesía adolescente, cargada de recuerdos, evocaciones, paisajes, jardines y atardeceres. Evoluciona hacia una poesía más claramente modernista en la adjetivación y el uso del alejandrino en Elejías 1 (1907-8) y Poemas májicos y dolientes (1909). De todos modos es el suyo un modernismo intimista, interior. Esta primera etapa termina con Sonetos espirituales (1914-1915). La segunda etapa o época intelectual se inicia con Diario de un poeta recién casado (1917). La poesía se va desnudando, es poesía pura, más intelectual y difícil, en la que el autor elimina los adornos innecesarios, el argumento o el sentimiento. Son poemas cortos y densos. En esta etapa incluimos obras como Eternidades (1916), Piedra y cielo (1917), Poesía (1923) y Belleza (1923). La tercera y última etapa –época suficiente o verdadera- sería la poesía que escribió en el destierro desde 1936. Es cada vez más profunda y metafísica, hermética, donde aparece un dios (con minúscula) que representa, en palabras del poeta, “la conciencia mía de lo hermoso”. En esta etapa destaca En el otro costado (1936-42) y Dios deseado y deseante (1948-1949). Juan Ramón Jiménez representa la cima de la poesía española en el siglo XX, y es el poeta más influyente sobre la conocida como Generación del 27.
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El poeta prefería la grafía j a la g, en casos como este y otros en los que la norma ortográfica recomienda usar la grafía g.
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3. LAS VANGUARDIAS EUROPEAS Y LA POESÍA ESPAÑOLA
En el primer tercio del siglo XX aparecen en Europa una gran cantidad de movimientos culturales (no sólo literarios) y artísticos basados en la provocación, la ruptura con lo anterior y el intento de buscar caminos nuevos al arte. Son las vanguardias, también conocidas como los ismos: Futurismo, Dadaísmo y Surrealismo. En España también encontraremos, además de la influencia más o menos amplia de los movimientos anteriores, el Ultraísmo y el Creacionismo. Las características comunes de todos estos movimientos serían las siguientes: Carácter minoritario y elitista, así como efímero. Oposición a la lógica, a la racionalidad y exaltación de la imaginación creadora sin trabas. Experimentación continua en busca de la originalidad. Defensa del Arte por el Arte, alejado de la realidad.
Muchacha corriendo en una galería (Giacomo Balla)
Futurismo En 1909 el italiano Marinetti publica Manifiesto futurista, obra en la que exalta las máquinas, los avances tecnológicos, la velocidad. Prescinden los futuristas de la sintaxis y la puntuación, y unen palabras al azar para formar poemas. El Futurismo influyó sobre algunos autores del 27, como Pedro Salinas (que dedica poemas a la bombilla o a la máquina de escribir) o Alberti (al fútbol). Dadaísmo Nace en 1916. Su principal representante es el rumano Tristan Tzara. Este ismo lo niega todo, va contra todo. Propone la liberación de la fantasía y el poder creador por medio de un lenguaje incoherente. Su importancia radica, en realidad, en el hecho de que abrió el camino al Surrealismo. En España hubo un autor en estos años que sirvió de impulsor de todos estos movimientos: Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), conocido simplemente como “Ramón”. Gómez de la Serna participó en todos los movimientos renovadores y defendió las nuevas tendencias. Creó la greguería hacia 1910. Las greguerías son frases breves que recogen una idea original o una metáfora insólita a través del humor, el lirismo y el juego verbal. Los poetas de la Generación del 27 fueron los que más rendimiento sacaron de estas nuevas tendencias. En España nació el Ultraísmo (que toma el nombre de la revista Ultra), una mezcla de Futurismo y Dadaísmo. Utilizó el verso libre, las imágenes, las metáforas y los poemas visuales, es decir, poemas que dibujan con sus palabras el objeto del que tratan, procedentes de los caligramas del francés Guillaume Apollinaire. Creacionismo Este movimiento fue fundado en Buenos Aires, en 1916 por el chileno Vicente Huidobro, que en 1918 se instaló en Madrid y dio a conocer este ismo. Se propone crear una nueva realidad en el poema, el gozo de inventar. El principal representante del Creacionismo en España es Gerardo Diego. 6
Surrealismo Nacido en Francia, encuentra su base inicial en el Manifiesto del Surrealismo, publicado en 1924 por André Breton. La teoría del subconsciente como fondo psíquico donde se acumulan los deseos frustrados o los impulsos reprimidos, descubierta por Freud, se añade a las teorías sociales de Marx, y ambos al irracionalismo. De este cóctel nacerá el Surrealismo. Breton habla de automatismo psíquico como “dictado del pensamiento con ausencia de toda vigilancia La persistencia de la memoria, ejercida por la razón, fuera de toda preocupación Salvador Dalí (1931) estética o moral”. Se pretende sacar al exterior todo lo que el poeta guarda en su subconsciente. Para ello, el Surrealismo propugna la escritura automática como principal técnica literaria. Otra técnica es la trascripción de los sueños. Así, encontramos textos absolutamente ilógicos, libres, desprovistos de ataduras formales o sintácticas. En España, el Surrealismo se dio mezclado con otros movimientos de vanguardia, aunque destaca por encima de los demás. Aun así el Surrealismo afectó a la forma de expresión antes que al contenido. Los primeros textos surrealistas aparecen en las revistas literarias principalmente ultraístas, como La Gaceta del Arte (Tenerife, 1932-36), La Gaceta Literaria, L’Amic de les Arts (Cataluña, iniciada en 1926), Hélix. Los poetas españoles más influidos por el Surrealismo son Juan Larrea, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Federico García Lorca.
4. LOS POETAS DEL 27: ENTRE LA TRADICIÓN Y LA VANGUARDIA
El grupo poético del 27 lo integra una abundante nómina de poetas que resultan fundamentales en la lírica de la primera mitad del siglo XX y que constituyen, junto con los escritores modernistas y los de la llamada Generación del 14, la Edad de Plata de la literatura española. Mucho se ha escrito sobre la denominación de este grupo de poetas. Está claro que el acto organizado en 1927 en Sevilla para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora es determinante para agruparlos a todos ellos en torno a un hecho generacional. A esta conmemoración no acudieron todos los autores de primera línea de lo que después se ha llamado Generación del 27, pero se trata de un hecho que los agrupa ideológicamente. Los principales autores que conforman esta Generación son: Pedro Salinas (1892-1951), Jorge Guillén (1893-1984), Gerardo Diego (1896-1987), Federico García Lorca (1898-1936), Vicente Aleixandre (1898-1985), Dámaso Alonso (1898-1990), Luis Cernuda (1902-1963), Rafael Alberti (1902-1999). Miguel Hernández pertenece a la Generación del 36, pero a causa de sus afinidades personales y poéticas con algunos autores del 27, como Federico García Lorca y Vicente Aleixandre, puede ser incluido junto a ellos como hermano menor o genial epígono, según Dámaso Alonso. Miguel Hernández es el primer poeta del siglo XX en España que se ocupa de temas sociales en su poesía. Actúa como puente entre la Generación del 27 y los autores de posguerra y su obra destaca por su apasionamiento, su hermosura y, sobre todo, su sinceridad. Los poetas de la Generación del 27 no rechazan la literatura anterior. Es más, se sentían deudores de muchos maestros anteriores como eran Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez que representaron para ellos al filósofo, al vanguardista y al poeta por antonomasia, respectivamente. Ortega y Gasset influyó en la Generación del 27 por sus ideas y, sobre todo, por la labor editorial que desarrolló al crear la “Revista de Occidente” dando entrada en sus páginas a las primeras composiciones de estos jóvenes poetas y difundiendo, por 7
otra parte, el pensamiento europeo más importante de la época. Ramón Gómez de la Serna, que gozaba de gran prestigio en los años 20, les puso al día de las novedades extranjeras en la creación literaria. Él fue quien fomentó la tertulia del café Pombo donde acudían todos los escritores de la nueva literatura. Juan Ramón Jiménez fue para los poetas de la Generación del 27 el creador por excelencia. Les enseñó el sentido de la poesía pura, sencilla y profunda, perfecta y simple. Su influencia fue grande, no obstante, fue rompiendo los lazos de amistad con casi todos los poetas del grupo, llegando a ser, incluso, enemigo de bastantes. Desde un punto de vista histórico, la trayectoria poética de la Generación del 27 hace referencia a la situación de la poesía española en la época en que los poetas de la Generación del 27 desarrollan su actividad. Estas son: Primera etapa (hasta 1929). Esta etapa de juventud, en la que el grupo se formó como tal, coincidió con el esplendor de las vanguardias, aunque los poetas del 27 nunca rechazaron el pasado literario, logrando un equilibrio entre vanguardismo y tradición. En estos años cultivaron la poesía pura, sobre todo en su rechazo del exceso retórico. Es, por tanto, una época de tanteos en busca de un estilo propio. Segunda etapa (hasta 1936). Todos ellos han publicado ya sus libros más importantes, han acudido a actos colectivos y se han consolidado como generación poética. Algunos, como Lorca, Alberti o Cernuda, han padecido crisis personales y han encontrado en el surrealismo una forma de plasmar sus conflictos. Los nuevos temas produjeron un proceso de rehumanización poética con la exploración del yo y de las emociones humanas Posteriormente, la complicada situación política, junto a la influencia del poeta chileno Pablo Neruda, imponen una “poesía impura”, comprometida, cuyo ideal es el compromiso social. Tercera etapa (desde 1939). La del 27 era una generación republicana y liberal, y por ello no puede extrañarnos que la casi totalidad de sus miembros, al iniciarse la sublevación militar, tomase partido al lado de la República. Al terminar la guerra, con la derrota de la República en 1939 la generación se dispersó de forma dramática: Lorca había sido asesinado al inicio de la guerra; ahora se exiliaron poetas como Cernuda, Alberti, Guillén, Salinas; otros permanecieron en España en el llamado “exilio interior”: Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Aleixandre. Cada componente del grupo siguió su propio camino poético, aunque el tema del compromiso y de la patria perdida fue común, al menos, en los primeros años de la posguerra.
5. LA POESÍA DE FEDERICO GARCÍA LORCA Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, un pueblo andaluz de la vega granadina en 1898. Su madre, Vicenta Lorca Romero, había sido durante un tiempo maestra de escuela, y su padre, Federico García Rodríguez, poseía terrenos en la vega, donde se cultivaba remolacha y tabaco. En 1909, cuando Federico tenía once años, toda la familia —sus padres, su hermano Francisco, él mismo, sus hermanas Conchita e Isabel— se estableció en la ciudad de Granada, aunque seguiría pasando los veranos en el campo, donde Federico escribió gran parte de su obra. Más tarde, aun después de haber viajado mucho y haber vivido durante largos periodos en Madrid, el poeta recordaría cómo afectaba a su obra el ambiente rural de la vega: “Amo a la tierra. Me siento ligado a ella en todas mis emociones. Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor de tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones 8
que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario, no hubiera podido escribir Bodas de sangre.” En 1915 comienza a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. Forma parte de El Rinconcillo, centro de reunión de los artistas granadinos donde conoce a Manuel de Falla. Entre 1916 y 1917 realiza una serie de viajes por España con sus compañeros de estudios y conoce a Antonio Machado. En 1919 se traslada a Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes, donde coincide con numerosos literatos e intelectuales. En 1929 viaja a Nueva York y a Cuba. Las nuevas circunstancias políticas y culturales en la reciente república y un aire de mayor compromiso social en los ambientes artísticos abren nuevos derroteros a la voz estética de Lorca. Durante la Segunda República, gracias al apoyo del ministro Fernández de los Ríos, su amigo, creó y dirigió la compañía de teatro universitario La Barraca, con la que recorrió los pueblos de España difundiendo el mejor teatro clásico, al tiempo que triunfaba en el mundo. Al estallar la Guerra Civil se refugió en casa de su amigo falangista Luis Rosales. De nada le sirvió. Detenido en agosto de 1936, fue fusilado a los pocos días en Víznar. Junto a él murieron un maestro y dos banderilleros anarquistas. Su cuerpo permanece enterrado en una fosa común anónima en algún lugar de esos parajes. Así, en plena madurez estética, se ahogaba la voz española poética y dramática más universal de nuestro tiempo.
5.1. LA POÉTICA DE FEDERICO GARCÍA LORCA
García Lorca, al igual que el resto de los artistas del 27, se mueve entre dos fuerzas opuestas: la vanguardia y la tradición. El arte de vanguardia implica presente y futuro, atención a lo nuevo, invención como actitud enfrentada a la idea del arte como mímesis o copia de la realidad. En el plano de la escritura, el procedimiento privilegiado para reflejar esa voluntad de crear en vez de copiar, el vehículo de la autonomía del objeto estético, es la metáfora, la imagen. Ortega la definió como "célula bella", o unidad mínima de belleza, y para Gerardo Diego, la operación estética básica consiste en extraer la imagen "de la sucia mezcla retórica". A esta nueva voluntad creadora responde que estos jóvenes poetas –Lorca a la cabezadefiendan la poesía de Góngora, el viejo y olvidado poeta barroco, en la celebración del tricentenario de su muerte. El propio García Lorca advertirá que Góngora "inventa por primera vez en el castellano un nuevo método para cazar y plasmar las metáforas y piensa sin decirlo que la eternidad de un poema depende de la calidad y trabazón de sus imágenes". García Lorca sigue, pues, el impulso de esa necesidad de crear, no de imitar, cuando define, por ejemplo, la chumbera como "Laoconte salvaje" y como "múltiple pelotari", aludiendo de modo sorprendente y rápido a la disposición de los tallos: Laoconte salvaje. ¡Qué bien estás bajo la media luna! Múltiple pelotari. ¡Qué bien estás amenazando al viento! Dafne y Atis, saben de tu dolor. Inexplicable
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Pero, tanto para él como para sus compañeros de generación, esta incitación al extrañamiento, a ver las cosas como si fuera la primera vez, que está en el núcleo de las poéticas de la vanguardia europea se canaliza hacia el examen de las cosas mismas de España, tal como les han enseñado los mayores del 98 y del 14 2. Un resultado de ese impulso hacia lo nuevo y hacia lo concreto consiste en una forma nueva de atención hacia el pasado. Así, nuestro poeta mira a la tradición, en sus dos vertientes, popular y culta, con ojos de vanguardista. En esa perspectiva se encuadra el interés de García Lorca por las formas del arte popular y por el romancero, despertado por la obra de Menéndez Pidal (Lorca le ayudó a recoger romances en Granada, en 1920). Y en otro plano quizá más importante, las lecciones de estilización del material proporcionadas por Juan Ramón Jiménez ("No hay arte popular, sino imitación, tradición popular del arte [...] la sencillez sintética es un producto último...de cultura refinada.[...] lo sencillo es "lo conseguido con los menos elementos", el arte, "lo espontáneo sometido a lo consciente") y por Falla, quien daba una importancia capital a la evocación de "la verdad sin la autenticidad, tal como la encontraba en La soirée dans Grenade de Debussy (que no estuvo nunca en la ciudad) frente a los "fabricantes de música española". En esa derecha línea, el musicólogo Adolfo Salazar, muy amigo de Lorca, ponderaba la importancia de "tomar al canto del pueblo formas elementales de expresión que renueven y aumenten el capital cosmopolita. Estos planteamientos nos conducen al principio de que el poeta debe alcanzar la universalidad a través de lo singular. A ello hay que añadir que desde la segunda mitad de los veinte el "estímulo surrealista" pone en crisis todas estas estrategias de tratamiento irónico, distanciado y reflexivo del material estético que caracterizan al arte de vanguardias defendiendo una “rehumanización” del arte. García Lorca responde también a ese estímulo, de modo que “un acento social se incorpora a su obra” (son palabras suyas). En efecto, los poemas de Poeta en Nueva York son desgarrados gritos de dolor y de violenta protesta. Ahora, la soledad, la frustración y la angustia no son sólo las del poeta: su “corazón malherido” ha sintonizado con millones de corazones que sufren. Formalmente, la conmoción espiritual y la protesta encuentran un cauce adecuado en la técnica surrealista. El versículo amplio y la imagen alucinante le sirven para expresar ese mundo ilógico, absurdo, par construir visiones apocalípticas y coléricas. Con Poeta en Nueva York, Lorca consigue renovar su lenguaje, sacándolo de la vía de lo popular andaluz, agotada por él mismo, y alcanza una nueva cima. La metáfora –en todas sus formas- y el símbolo –íntimamente ligado a la poesía tradicional- son los procedimientos retóricos fundamentales de su poesía. Bajo la influencia de Góngora, Lorca maneja metáforas muy arriesgadas: la distancia entre el término real y el imaginario es considerable. En ocasiones, usa directamente la metáfora pura. Sin embargo, a diferencia de Góngora, Lorca es un poeta conceptista, en el sentido de que su poesía se caracteriza por una gran condensación expresiva y de contenidos, además de frecuentes elipsis. Las metáforas lorquianas son extraordinariamente complejas, pues relacionan elementos opuestos de la realidad, transmiten efectos sensoriales entremezclados, etc. Aunque Lorca asimila sin problemas las novedades literarias, su obra está plagada de elementos tradicionales, que, por lo demás, demuestran su inmensa cultura literaria. La música y los cantos tradicionales son presencias constantes en su poesía. No obstante, desde un punto de vista formal no es un poeta que muestre una gran variedad de formas tradicionales; sin embargo, profundiza en las constantes del espíritu tradicional de su tierra y de la gente: el desgarro amoroso, la valentía, la melancolía, la pasión...La admiración por su obra se debe en esencia a la intensidad emocional y brillantez metafórica inherente a ella. Pocos son los poetas que nos transporten de una manera tan directa a lo que Lorca describió como “la oscura raíz Ortega y Gasset, en El espectador matiza la actitud creacionista: "Las cosas no se crean, se inventan en la buena acepción vieja de la palabra: se hallan. Y las cosas nuevas [...] se encuentran no más allá, sino más acá de lo ya conocido y consagrado, más cerca de vuestra intimidad y domesticidad...".
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del grito”, o el territorio del duende”, donde la inspiración nos revela una nueva realidad poética que procede de la herencia cultural surgida en la España musulmana. Tomando del lenguaje popular, flamenco y taurino, la palabra “duende” la transforma en una nueva categoría estética, en una nueva visión de la génesis del arte. Este es, en efecto, otro aspecto que la crítica ha tenido en cuenta a la hora de fijar las líneas esenciales del pensamiento poético de García Lorca. La “teoría del duende” fue definida por el propio poeta en su conferencia de 1933 titulada “Teoría y juego del duende”. En palabras de su autor, la conferencia fue “una sencilla lección sobre el espíritu oculto de la dolorida España”. Gracias a García Lorca sabemos que también lo esencial del arte se nutre y crece estremecido por la certeza de la muerte. Sabemos que la verdad última del arte coincide con la verdad última del hombre, pero esa verdad no es racional ni abstracta, se resiste a ser domesticada en conceptos filosóficos; es pasional, furiosa y abrasadora, nace del dolor y del horror, es hija de la pena. Es la pena del individuo que se asoma con los ojos abiertos al abismo y al vértigo de la fragilidad de su existencia. En ese texto Lorca trazó de manera decisiva el camino a seguir para una reflexión sobre la esencia del arte español y sobre el origen de su emoción estética más profunda.
5.2.
EVOLUCIÓN DE SU POESÍA
En esta poesía conviven la tradición popular y la culta. Aunque es difícil establecer épocas en la poética de Lorca, algunos críticos diferencian dos etapas: una de juventud y otra de plenitud: La época de juventud El primer libro de versos lo publica en 1921: Libro de poemas. Escrito bajo el influjo de Rubén Darío, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez; en este libro Lorca proyecta un amor sin esperanza, abocado a la tristeza. Se confirma en él la crisis juvenil por la que parece haber pasado el poeta: en sus versos son característicos el desencanto y la desilusión, y los temas centrales del Lorca posterior (la frustración, el amor, la muerte, la rebeldía) están ya ampliamente desarrollados en muchos de los textos de este primer poemario. Estilísticamente, se advierten en él tanto la impronta modernista (versos dodecasílabos y alejandrinos, motivos diversos…) como neopopularista (romances, canciones, estructuras paralelísticas…). No falta tampoco algún rasgo de las en ese momento nacientes vanguardias. Impresiones y paisajes, en prosa, muestra sin embargo, los procedimientos característicos de su lenguaje poético. La época de plenitud Entre 1921 y 1924, García Lorca compuso varios libros publicados más tarde: Poema del cante jondo (1931), Suites (editadas parcialmente como Primeras canciones en 1936) y Canciones (1927). Sus títulos revelan ya claramente su relación con la música, constante en la obra lorquiana. Es importantísima, en este sentido, la influencia de Manuel de Falla. Como el músico gaditano, también Lorca pretende consumar la estilización creativa del arte popular. El Poema del cante jondo presenta en trabajada unidad los diversos textos que lo integran: en ellos, los temas del amor y de la muerte, en el ambiente de una Andalucía trágica y legendaria, se expresan con versos cortos, asonantados o sin rima, en los que el ritmo popular y la intensa musicalidad no sirven, como en Alberti, de soporte a la gracia y a la ligereza, sino a la gravedad y a la densidad dramática. Las Suites, en las que predominan también los versos breves, insisten en la idea de la frustración amorosa, pero el tema trasciende ahora la individualidad del poeta y, con notable contención expresiva, se objetiva en diversos personajes que proporcionan a dicha frustración un sentido de desolación existencial más general. Las Canciones, bajo la apariencia a veces del puro juego o de la ingenuidad infantil, esconden un sabio manejo técnico del ritmo popular, la introducción de ciertas innovaciones vanguardistas y el habitual universo 11
lorquiano inquietante y dolorido, expresado a través de motivos y símbolos que reaparecerán en el resto de su obra. Entre 1924 y 1927 escribe Lorca su Romancero gitano, libro con el que alcanzará una enorme fama que acabó por incomodar al poeta, según confiesa él mismo en carta de 1927 a Jorge Guillén:
Me va molestando un poco mi mito de gitanería. Los gitanos son un tema. Y nada más. Yo podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de paisajes hidráulicos. Además, el gitanismo me da un tono de incultura, de falta de educación y de poeta salvaje que tú sabes bien no soy. No quiero que me encasillen. Siento que me va echando cadenas. Antoñito el Camborio, dibujo de García Lorca (1928)
En el Romancero gitano se dan cita la tradición más culta, la audacia vanguardista y, por supuesto, los ritmos y técnicas poéticas más populares. El gitanismo, el andalucismo y un supuesto folclorismo fácil (que acremente le censuraron en la época amigos suyos como Buñuel o Dalí) esconden, en realidad, una visión del mundo y de la vida de los hombres en clave mítica, toda ella marcada por un destino trágico del mejor sabor clásico. Contra este destino trágico se estrellan unos seres que arrastran una frustración de siglos y que sólo esperan una muerte inevitable. La estancia en los Estados Unidos (1929-1930), precisamente en el momento dramático del crack de la bolsa neoyorkina, es un hito crucial en la vida de Lorca. Su contacto con Nueva York —expresión máxima de cierto tipo de civilización— es una sacudida violenta. Poeta en Nueva York presenta un mundo tentacular, que convierte al hombre en una pieza de un gran engranaje en el poeta se ahoga y se rebela. Con dos palabras define el ambiente: «Geometría y angustia.» El poder del dinero, la esclavitud del hombre por la máquina, la injusticia social, la deshumanización, en fin, son los temas del libro. Y una de sus partes está dedicada a los negros, en quienes Lorca ve «lo más espiritual y delicado de aquel mundo». De lo dicho se sigue que «un acento social se incorpora a su obra» (son palabras suyas). En efecto, los poemas son desgarrados gritos de dolor y de violenta protesta. Ahora, la soledad, la frustración y la angustia no son solo las del poeta: su «corazón malherido» ha sintonizado con millones de corazones que sufren. Formalmente, la conmoción espiritual y la protesta encuentran un cauce adecuado en la técnica surrealista (aunque no «ortodoxa»). El versículo amplio y la imagen alucinante le sirven para expresar ese mundo ilógico, absurdo, para construir visiones apocalípticas y coléricas. Con Poeta en Nueva York, Lorca consigue renovar su lenguaje (sacándolo de la vía de lo popular andaluz, agotada por él mismo) y alcanza una nueva cima. Treinta y cinco poemas integran el libro (La aurora, acaso el poema más claro y que sintetiza brevemente toda su visión de Nueva York; también destacamos tres grandiosas odas: Oda al rey de Harlem, Oda a Walt Whitman y Grito hacia Roma). El Diván del Tamarit (1940) es un libro de poemas de atmósfera o sabor oriental, inspirado en las colecciones de la antigua poesía arábigo-andaluza. Diván significa "colección de poemas". El Tamarit es el nombre de una huerta vecina a la de San Vicente y propiedad de unos parientes suyos. De este modo quiso uncir lo próximo y lo remoto, lo perdido y lo presente, la Vega y la ciudad, en un paisaje extraño y familiar al mismo tiempo, análogo al choque con que se 12
presentan los monumentos árabes a los granadinos: próximos desde la infancia y al mismo tiempo inescrutables, definitivamente misteriosos. Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935) es una elegía de incontenible dolor y emoción que actúa de homenaje al torero sevillano que tanto apoyó a los poetas de la Generación del 27. En sus cuatro partes, de ritmos distintos, vuelven a combinarse lo popular y lo culto: el ritmo de romance o de “soleá” alterna con el verso largo, y la expresión directa con las más audaces imágenes surrealistas. La obra poética de Lorca se cierra con Seis poemas gallegos y la serie de once poemas amorosos titulada Sonetos del amor oscuro. La mayor parte de los sonetos se escribió en Valencia, en 1935. El título Sonetos del amor oscuro, aunque es sólo uno entre otros posibles (Sonetos, o Jardín de los sonetos) es el que ha cristalizado. Lo avanzó Aleixandre, para quien eran un "prodigio de pasión, de entusiasmo, de felicidad, de tormento, puro y ardiente monumento al amor", y está en uno de ellos: Ay voz secreta del amor oscuro. Tampoco es automática la identificación "amor oscuro" con "amor homosexual". El propio Aleixandre precisó el sentido de "oscuro": "Para él era el amor de la difícil pasión, de la pasión maltrecha, de la pasión oscura y dolorosa, no Soneto manuscrito de F. García Lorca correspondida o mal vivida... oscuro por el siniestro destino del amor sin destino, sin futuro". Para Mario Hernández (1984) "el amor cantado es oscuro porque se ofrece, indefectiblemente, asociado a la muerte". En todo caso, hay una forma primitiva de la muerte que es la imposibilidad de engendrar, que puede unirse a la "naturaleza no germinativa del amor homosexual", aunque no necesariamente. Lo básico es "la necesidad de engendrar o reengendrarse, la necesidad de no morir". Lo oscuro se liga al tema, diseminado por toda la obra lorquiana, del niño muerto de la propia infancia y del niño no engendrado. Para algunos, oscuro vale por secreto, íntimo, escondido de la mirada pública ("¡Mira que nos acechan todavía!"), y por dionisíaco y trágico. Sin duda, hay una confesionalidad amorosa muy directa. Pero formalmente está contenida en el molde rígido del soneto, que asiste a un renacimiento en los años treinta. Así pues, Lorca vuelve, en este libro, a experimentar con la tradición. Habla en el secular y obligado idioma petrarquista, pero con una violencia nueva, que lleva al extremo las paradojas ("Amor de mis entrañas, viva muerte") y con una inmediatez material, entrañada en el sufrimiento, que presta una urgencia extraordinaria al viejísimo Carpe diem: ¡Pero pronto! Que unidos, enlazados, boca rota de amor y alma mordida, el tiempo nos encuentre destrozados. Durante los años treinta, además de los poemas a los que nos hemos referido, García Lorca se centró preferentemente en el teatro, como veremos en el Tema 2. Su obra dramática raya a una altura pareja a la de su obra poética y constituye una de las cumbres de la dramática española moderna, aparte de ser una obra universalmente admirada.
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6. LA LÍRICA EN ESPAÑA DESDE 1939 HASTA LOS AÑOS 50 Con la guerra de 1936 concluye la llamada Edad de Plata de las letras españolas. El conflicto, que había forzado a muchos poetas a poner su pluma al servicio de uno de los bandos en lucha, propició una poesía caracterizada por la consigna y el esquematismo ideológico. El romance, especialmente en el bando republicano, resultó el cauce métrico que mejor se prestaba a esta poesía que quería ser a toda costa «popular». También abundó el soneto, sobre todo en el bando franquista, y más aún cuando ya se había superado la etapa de las trincheras y comenzaba la de la exaltación de las gestas guerreras y la loa de los héroes y los muertos. Entre 1936 y 1939 murieron Unamuno, Antonio Machado, Lorca, Valle-Inclán... Miguel Hernández lo hacía en 1942, en la cárcel. Numerosos poetas hubieron de salir al exilio, y muchos murieron en él. En España, la nueva situación se caracterizó por la ausencia casi absoluta de contacto con los poetas trasterrados. De estos últimos, sólo quienes ya tenían una obra sólida (Juan Ramón, León Felipe, Guillén, Salinas, Alberti...) pudieron ejercer su influjo, mínimo de todas formas, en la cultura del interior. Los más jóvenes, en cambio, quedaron desconectados del devenir literario de la postguerra, y, en el mejor de los casos, se integraron en la vida literaria de los países que los acogieron. El exilio provocó un empobrecimiento artístico que fue mucho más grave aún en la poesía escrita en lengua no castellana. Quienes, al empezar la década del cuarenta, se iniciaban en la poesía dentro de España, padecieron la ausencia inmediata de maestros, tras romperse un eslabón en la cadena de las generaciones. Los escritores nuevos hubieron de optar entre lo poco que se les ofrecía: en el interior, las voces de Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso (ambas en silencio hasta 1944) o Gerardo Diego; del exterior, se aceptó con reticencias el influjo de Juan Ramón, al que muchos convirtieron en abanderado de una lírica o ensimismada o evasionista, frente a cuya enseña minoritaria se enarbolaría la de Antonio Machado, verdadero santo civil para los escritores de la posguerra.
POESÍA ARRAIGADA
Concluida la guerra, hubo un afán oficialista de normalizar la vida cultural y específicamente poética, fruto del imposible deseo de emular los florecientes años de la República. En noviembre de 1940 apareció la revista Escorial, que se centró en contenidos religiosos e imperiales, y optó por una estética de noble clasicismo. Resulta curiosa la evolución de estos hombres, que terminaron relegados por otros grupos que pretendían alzarse con los intereses de la victoria en la guerra. Su pérdida de influencia y su progresiva autocrítica les hicieron replantearse sus posiciones civiles y, en el terreno artístico, los condujeron a una poesía recluida en el ombligo de lo personal, lo familiar y lo cotidiano. Mayor importancia poética tuvo el nacimiento de la revista Garcilaso en 1943, menos hipotecada por obediencias ideológicas. La revista surgió en torno al grupo que, con el nombre de «Juventud creadora», se reunía en la tertulia del café Gijón. José García Nieto encabezaba este cónclave juvenil, bajo postulados clasicistas que se tradujeron en el imperio del soneto y de los temas heroicos y amorosos, lejos de todo desgarramiento expresivo y de toda innovación formal. El tono literario era acorde, por una parte, con una visión épica de la realidad, y, por otra, con un optimismo en disonancia con la situación del país. Entre estos poetas se encuentran Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo.
POESÍA DESARRAIGADA
La aparición en 1944 de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, fue la primera señal del camino que seguiría la poesía a partir de ese momento. Hijos de la ira es un libro desgarrado que representa la poesía desarraigada , es decir, que no se apoya en una vivencia: religión, patria, política o familia. Su tono conversacional la asocia al existencialsmo de los años 40. 14
En lo formal, Dámaso Alonso optaba por los extensos versículos que exponían angustiosamente un naufragio personal, histórico y aun cósmico. La protesta de Hijos de la ira no era una protesta lineal, sólo dirigida contra la situación social, o contra la impasibilidad de un dios que no se espanta del sufrimiento humano, o contra la causa de su dolor particular. Se trataba de una protesta global, en que el asco existencial se sumaba al circunstancial o histórico. Otro poeta del 27, Vicente Aleixandre, acompañó a Dámaso Alonso en esta vuelta a la escena literaria, con la publicación, también en 1944, de Sombra del paraíso. El libro recreaba un universo de fuerzas elementales, un locus desprendido de la circunstancia contemporánea española (postguerra) o europea (II Guerra Mundial). En Sombra del paraíso, el dolor se expresa desde la perspectiva del paraíso perdido y de la humanidad alejada de su destino. En estas fechas se multiplica la relación de revistas que encauzan las manifestaciones poéticas en que se comienza a diversificar la poesía española a partir de 1944. La revista Espadaña fue la que acogió más visiblemente a los poetas que propugnaban una poesía exasperada, comprometida y testimonialista, en un claro afán de rehumanización lírica. Destacaron dos de sus fundadores: el burgalés Victoriano Crémer (1906) y el leonés Eugenio de Nora (1923). Los dos realizaron una poesía comprometida con la sociedad de su tiempo.
POESÍA SOCIAL La poesía social abarca desde algo antes de 1950 hasta aproximadamente 1965, en que se publica Poesía social, antología recopilada por Leopoldo de Luis. Los asuntos más frecuentes de la poesía social son los siguientes, en distinto grado según la actuación de la censura y las circunstancias temporales y de otra índole: condiciones precarias de la guerra y la postguerra, injusticia y afán solidario entre los pobres y trabajadores, críticas a los poderosos, llamadas a la movilización política, tema de España de calado noventayochista y, en la época final, motivos internacionales. Estos últimos, ya avanzados los años sesenta, acompañan a los anteriores, pues la atenuación de la represión franquista dejó espacio a nuevos motivos de lucha en un ámbito de aplicación más amplio: capitalismo internacional, antibelicismo, Vietnam, figura del guerrillero hispanoamericano («Ché» Guevara)… Títulos importantes de este modo de entender la poesía son, en estos años, Tranquilamente hablando (1947), Las cosas como son (1949) y Las cartas boca arriba (1951), todos ellos de Gabriel Celaya; además, Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero (aunque ya de 1955; otras obras del autor son de la década del sesenta) y Quinta del 42, de José Hierro (1953).
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Blas de Otero
José Hierro
Gabriel Celaya
7. LA POESÍA DE LOS AÑOS 50 A LOS 70 En este periodo se produjo la decadencia del realismo social. La literatura hizo hincapié en la renovación de la estructura, la forma, el lenguaje y el estilo de los textos literarios: ha recibido por ello la denominación de literatura experimental. Se abandona la concepción de la literatura como arma directa de lucha política; las obras literarias tienden ahora a bucear en la memoria, a indagar en la experiencia personal y a reflejar estados de conciencia. Esta idea de la literatura se extendió antes en el ámbito de la poesía y más tardíamente en el del teatro. Pero lo importante es comprender que el cambio estético de esta época es parte de la profunda transformación general de la sociedad española.
LA PROMOCIÓN POÉTICA DEL 60 3
A mediados de los 50, en pleno auge de la poesía social, surge un grupo de poetas nacidos entre 1925 y la Guerra Civil. Prefieren estos poetas la poesía como conocimiento, frente a la poesía como comunicación, que había orientado los años anteriores. Por eso es habitual en sus versos la presencia de lo íntimo, el gusto por el recuerdo, la expresión de la experiencia personal. No falta, sin embargo, la crítica del franquismo, pero esta crítica no se manifiesta de forma desgarrada o patética, sino con ironía y, a veces, con ácido humor. En cuanto al estilo, hay un gran cuidado del lenguaje, con predominio de la lengua coloquial y familiar, que alcanza en estos autores categoría artística. En ellos influyen además poetas de otros ámbitos culturales como el griego Constantino Cavafis. No obstante, la influencia más importante en la mayoría de estos poetas es la de Luis Cernuda, cuya poesía se revalorizó precisamente a partir de la predilección que por ella sintieron escritores como Valente o Gil de Biedma. Entre los escritores de esta corriente, se distingue una escuela poética de Barcelona, representada por Jaime Gil de Biedma (1929-1990), reconocido por muchos como el poeta más influyente del siglo, que recopiló la casi totalidad de su poesía en el volumen Las personas del verbo (1975). Destacan en él sus análisis de situaciones cotidianas y sus deudas con poetas como Luis Cernuda. La crítica social o personal se acompaña de un entrañable sentido del humor y un conocimiento profundo de la tradición poética española y anglosajona. Con él escribieron José Agustín Goytisolo (19281999), poeta de la sencillez y la cordialidad y Carlos Barral (1928-1989), que también analizaron las Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Barral y José María Castellet, posando situaciones individuales sin descuidar la forma poética. El Carlosfrente a los talleres de Seix Barral. segundo destacó, además, como editor de prestigio. Fuera de Barcelona encontramos al ovetense Ángel González (1925), autor de una poesía de base social, recopilada en Palabra sobre palabra (última ed. de 1986), influida por Antonio Machado. José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), enriquece su lírica con una reflexión sobre el paso del tiempo. Francisco Brines (Valencia, 1932) brilla por su capacidad de extraer conclusiones desde 3
También llamada Generación del medio siglo, Grupo poético de los 50 o Segunda generación de posguerra.
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la anécdota. A partir de motivos aparentemente frívolos desemboca en meditaciones sobre la muerte. El zamorano Claudio Rodríguez (1934) exalta el mundo rural y la armonía de la comunidad con tono eufórico desde su poemario inicial Don de la ebriedad (1954), compuesto de endecasílabos y heptasílabos de inspiración machadiana. Félix Grande, extremeño nacido en 1937, ha sabido unir la pasión y la sencillez, añadiendo un toque experimental en libros como Blanco spirituals (1967). Nacido en Orense, José Ángel Valente (1929-2000) representa, probablemente, el punto de inflexión entre esta poesía social y la siguiente promoción: la de los novísimos.
LOS NOVÍSIMOS
Desde finales de los sesenta, surge un grupo de jóvenes poetas que van a conducir la poesía española por rumbos diferentes. Aunque a veces se hace referencia a ellos como Generación de 1968, en clara relación con los sucesos que se producen ese año en Francia y otros países del mundo, la denominación más común de todos estos nuevos poetas es la de los novísimos. Ello se debe a su sonada aparición colectiva en una antología preparada por el crítico José María Castellet y publicada en 1970 con el título de Nueve novísimos poetas españoles. En el libro aparecían poemas de Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina-Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Castellet los presenta como escritores con una decidida voluntad rupturista con toda la literatura previa. En efecto, puede considerarse denominador común de los novísimos su talante provocador muy en la línea de los movimientos vanguardistas de entreguerras. Presentan, en líneas generales, los siguientes rasgos: a) Distanciamiento de los preceptos éticos de la literatura anterior. No obstante, no niegan toda la tradición cultural previa, sino la tradición literaria española, con excepción de algunos poetas del 27 como Cernuda o Aleixandre, y de algún otro de la promoción anterior, como Gil de Biedma. b) Vasto bagaje intelectual, en contacto con las corrientes culturales de vanguardia (los poetas ingleses y franceses del siglo XX y de los hispanoamericanos como Paz, Vallejo o Neruda), para marcar su distancia respecto a la literatura española anterior.
Portada de un libro de Ana María Moix
c) Sociedad de consumo y ambientes decadentes. Su formación se cimienta en la cultura de los medios de comunicación, los mass media. Son continuas las referencias a la sociedad de consumo: el cine, la música pop, el deporte, los tebeos. Esta reelaboración de los clichés de los mass media se realiza desde la frivolidad y con ironía. Aunque pueda resultar paradójico, en otros poemas, de sesgo culturalista, describen ambientes refinados y decadentes (Venecia), defienden el gusto por lo exquisito. De hecho, peyorativamente, se alude en ocasiones a ellos como los venecianos. d) Defienden explícitamente - contra algunos poetas sociales- la ineficacia de la poesía para cambiar el mundo. Es frecuente la poesía como tema, la reflexión metapoética: la poesía como valor absoluto en sí misma, autónoma. También les aglutina la concepción lúdica que tienen de la poesía. Como no existe vínculo entre poesía y
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mundo o realidad, el poeta se centra en el lenguaje, la experimentación lingüística, que termina por ser la única justificación de la creación artística. e) Nuevo vanguardismo. En consonancia con su rechazo a entender el poema como un modo de interpretar el mundo, defienden la libertad absoluta del poeta: utilización de la escritura automática e incorporación de las técnicas de "collage", el verso libre amplio, la disposición visual y tipográfica del poema (poemas visuales), la prosa libre... en línea con su voluntario hermetismo. En fin, todos estos rasgos explican que esta poesía sea en ocasiones elitista, de tendencia culturista y con frecuencia hermética, y por tanto, difícil para la mayoría de los lectores.
8. LAS ÚLTIMAS TENDENCIAS EN LA POESÍA ESPAÑOLA
Hablar de la poesía española más reciente, la publicada a partir de la década de los 80 hasta la actualidad, presenta una serie de problemas iniciales, debido, por un lado, a la abundancia y la diversidad de obras y autores, que impide una observación individual y en profundidad de todos ellos, y, por otro, a la cercanía temporal que mantenemos todavía con el objeto de estudio, que no permite aún sacar conclusiones definitivas.
LA POESÍA DE LOS AÑOS 80
En torno a 1980 se produce un cierto declive de la estética novísima y una nueva promoción entra en escena. Sus representantes son poetas nacidos entre 1954 y 1968. En 1986 son presentados en una nueva antología, Postnovísimos, preparada por Luis Antonio de Villena. Más allá de la pluralidad de tendencias (neosimbolismo, neorromanticismo, neosurrealismo, minimalismo...), podemos señalar como características que definen a la poesía de los ochenta las siguientes: a) Recuperación de los poetas de los sesenta, en especial Gil de Biedma. Los consideran clásicos de la segunda mitad del siglo XX. b) Relectura de la tradición. Se pone énfasis en la experiencia, en la emoción y en la percepción e inteligibilidad del texto. Se recuperan la métrica, la rima y la estrofa. c) Vuelta a la narración y empleo del lenguaje coloquial. Se cuentan historias a partir de una anécdota, se introducen términos cotidianos y del lenguaje publicitario. Se abomina de lo conceptual y lo abstracto. e) Empleo del humor, el pastiche y la parodia. Imitan de forma paródica a autores del Siglo de Oro. La ironía y el distanciamiento son asimismo característicos. Dos corrientes pueden advertirse a mediados de los ochenta en el seno de los poetas postnovísimos: La poesía figurativa, narrativa, proclive a la prosa (Luis Alberto de Cuenca y Luis Antonio de Villena) La poesía elegíaca (Eloy Sánchez Rosillo). Sobresalen también en los 80 importantes poetisas: Juana Castro, Ana Rosetti, Blanca Andreu. Junto a ellas, la vena intimista se acentúa en poetas neorrománticos andaluces: Alejandro Duque Amusco o Francisco Bejarano.
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LA POESÍA DESDE LOS AÑOS 90 HASTA HOY
De todas las tendencias de la poesía de los ochenta hay dos que parecen imponerse en la década de los noventa: a) Poesía del silencio. Una poesía minimalista, que reivindica las vanguardias, compuesta de poemas breves en los que se elimina la anécdota. Se trata también de una poesía reflexiva, filosófica, intelectual. El discurso se interrumpe para hacer oír la voz del silencio. Los adscritos a esta tendencia se caracterizan por un esfuerzo de depuración, de despojamiento, para alcanzar el núcleo esencial de lo que hay, existe, es o nos parece que es. Todos buscan el uso de una palabra que se quiere esencial y tensa, depurada y concisa, en la estela de los presupuestos de la «poesía pura». b) Poesía de la experiencia. Propugnan estos poetas una nueva sentimentalidad. Una poesía realista, que habla de la vida y de la realidad cotidiana de carácter urbano, con una expresión coloquial, y que revaloriza la experiencia, el humor y la emoción. La poesía parecía volver a su condición de relato de una existencia, acotada por la incomunicación, la soledad urbana y el escepticismo filosófico y religioso. El protagonismo del yo de estos poemas no se corresponde con el yo romántico, de tono confesional, sino con un yo recreado, ficticio. El poeta busca transmitir su emoción al lector y que éste le comprenda: existe una vocación clara de comunicación con el lector, por lo que se hace uso de un lenguaje poético accesible, coloquial. En estos poetas, tienen gran importancia modelos de la tradición mediata e inmediata: Manuel Machado, los modernistas, los poetas de los sesenta (Gil de Biedma), Cernuda... Los temas más frecuentes son la vida cotidiana y la estampa costumbrista, tamizados por el humorismo y la distancia. Al finalizar el siglo XX, poesía de la experiencia y poesía del silencio marcaban las tendencias. Progresivamente, se fue manifestando un rechazo al relativismo moral de ambas tendencias en favor de un compromiso social del poeta frente a un mundo injusto e insolidario con el sufrimiento ajeno, una poesía del compromiso civil. El hombre de la calle (2001) es el título de una antología publicada por Fernando Beltrán, que cultiva una poesía “entrometida” en la que se desarrollan temas como la globalización, la ecología, las guerras imperialistas, el subdesarrollo o el neoliberalismo. El poeta de referencia para muchos de ellos es Jorge Riechmann. Se considera la poesía como el espacio de la resistencia, y el realismo como instrumento de indagación, vigilancia y alerta, que pretende la transformación del sujeto y, mediante el circuito de la comunicación, la transformación del mundo. Otras formas de oposición a la poesía de la experiencia surgen en Andalucía: «poesía de la diferencia». No obstante, más allá del rechazo a los mecanismos mediáticos y de propaganda que permiten la omnipresencia en foros y premios a los poetas de la experiencia asentados como canónicos, no se advierte un ideario común en estos poetas. De estas variadas tendencias podemos citar a algunos autores: Luis García Montero (poesía de la experiencia), José Carlos Cataño (poesía del silencio), Andrés Trapiello (neoimpresionismo), Blanca Andreu (neosurrealismo), Antonio Enrique (poesía de la diferencia) o Juan Lamillar (poesía metafísica o lirismo reflexivo).
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