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El primer viaje trans-cultural del Quijote: errores, cambios y omisiones en la traducción inglesa de Thomas Shelton (1612 / 1620) Francisco J. Borge U

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El primer viaje trans-cultural del Quijote: errores, cambios y omisiones en la traducción inglesa de Thomas Shelton (1612 / 1620) Francisco J. Borge Universidad de Oviedo (Oviedo, España) Bajo el sol y el calor propios de la estación, y al volante de uno cuyo atributo más rocinantesco era su falta de aire acondicionado, en el verano del 94 recorrí por vez primera los bellos parajes manchegos. En mi nada errante aventura me acompañaba un ilustre profesor de literatura inglesa de la universidad norteamericana a la que por aquel tiempo asistía. Con Consuegra en el horizonte y sus majestuosos molinos anticipando la tan deseada vista de los de Campo de Criptana, mi animoso acompañante decidió combatir los rigores del estío con la lectura acompasada de una manoseada edición del Quijote en inglés, más concretamente la traducción de Charles Jarvis publicada en Oxford Classics. Al igual que con el paisaje manchego, fue éste mi primer encuentro con la obra de Cervantes en inglés. Nunca antes había sentido la curiosidad de enfrentarme al hidalgo y a su escudero en la lengua de Shakespeare, al igual que nunca la he sentido de leer al de Stratford en castellano. Recuerdo la sensación que la lectura de mi profesor, aderezada con su fuerte acento americano, causó en mí. Aunque reconocía el contenido de los pasajes seleccionados, la forma en la que estos pasajes me llegaban mientras conducía y escudriñaba el paisaje no dejaba de ser, cuando menos, extraña. Los personajes, los escenarios, y las situaciones me eran, sin duda, familiares; pero no lo eran tanto el dinamismo de los diálogos, la fuerza de los chistes, la viveza de las descripciones. El original cervantino estaba ahí, pero no en su totalidad ni con su calidad primigenia. No quiero con esto insinuar que la de Jarvis sea una traducción deficiente, algo que no pienso de ninguna de las traducciones que ahora conozco de la obra de Cervantes al inglés. Sin embargo, como todas, la de Jarvis presenta ciertas limitaciones impuestas no sólo por la calidad del traductor, o por su grado de conocimiento de la lengua castellana, sino por el contexto social, la audiencia, a la que cada traducción, en cada momento, va dirigida. La traducción de cualquier obra representa, en alguna medida, un viaje a lo desconocido, una transferencia cultural cuyo éxito es casi siempre difícil de predecir. Y leídas con la distancia que nos da el tiempo, no siempre es posible apreciar el valor intrínseco de productos literarios que, como defiende John Rutherford en respuesta al célebre artículo de John Jay Allen, son antes creaciones propias que traiciones al original.1 1. El proyecto en el que se enmarca esta investigación ha sido financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de España (Ref. FFI2009-11898), así como por la Universidad de Oviedo (Ref. UNOV-9MA-1).

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El viaje trans-cultural de la obra más universal de la literatura comenzó en el año 1612, cuando un oscuro católico anglo-irlandés, Thomas Shelton, decidió aplicar sus conocimientos de castellano para traducir al inglés una obra española que un querido amigo («a deere friend») deseaba gozar en toda su extensión y complejidad. No es éste lugar para analizar las condiciones de producción de la traducción de Shelton, algo que otros ya han estudiado con todo tipo de detalle aventurando todo tipo de hipótesis.2 Mi intención no es analizar si la de Shelton es una buena o mediocre traducción, o si lo segundo pudiera ser producto de su limitado conocimiento del castellano o de lo apresurado en la ejecución de su empresa. Como cualquier otra traducción posterior (e incluso contemporánea a otras lenguas), en lo referente a sus decisiones de carácter estilístico o a la presencia de errores derivados de una comprensión defectuosa del original, la de Shelton es una traducción claramente mejorable. Aunque, eso sí: difícilmente imitable. Como bien apuntan los defensores de esta pionera traducción, nadie como Shelton ha podido transmitir en otra lengua que no fuera la española la época en la que los acontecimientos narrados por Cervantes tuvieron lugar. Del mismo modo, pocos como Shelton han podido expresar lo narrado con un lenguaje más apropiado, menos afectado, más propio del momento en el que se suceden los episodios de la obra. En mi opinión, y de acuerdo con estudiosos de esta traducción como James FitzmauriceKelly, Sandra Forbes Gerhard, o Carmelo Cunchillos,3 la traducción de Shelton se caracteriza por una literalidad que no necesariamente resta vigor al original, por una naturalidad en su tono que ciertamente respeta la frescura de la obra de Cervantes, por un dinamismo que en nada desmerece las escenas más memorables del Quijote de Cervantes. Discrepo, por otra parte, de los muchos que a lo largo de estos cuatro siglos han criticado esta traducción por ser excesivamente literal, por estar preñada de errores injustificables, o, sobre todo, por ser burlesca o paródica. Tras haber empleado buena parte de un año en la lectura y cotejo, línea a línea, del original y de su traducción, en ningún momento tuve la sensación de que Shelton alterara en lo más mínimo la representación de personajes, lugares, o situaciones. Aún hoy, y librándonos de los prejuicios que cuatro siglos de crítica han vertido sobre la obra de Cervantes, el hidalgo y el escudero de Shelton no son ni más ni menos cómicos, caricaturescos, o paródicos que los del alcalaíno. En mi opinión, la traducción de Shelton, extremadamente fiel al original, en modo alguno adultera la Véase John Rutherford, «Brevísima historia de las traducciones inglesas de Don Quijote», en José Manuel Barrio Marco y María José Crespo Allué (eds.), La huella de Cervantes y del Quijote en la cultura anglosajona, Valladolid, Universidad de Valladolid, 2007, pp. 481-498. En este artículo Rutherford se refiere al ya clásico de John Jay Allen, «Traduttori Traditori: Don Quixote in English», Crítica Hispánica, I (1979), pp. 1-13. 2. El enigma sobre la verdadera identidad de Thomas Shelton quedó definitivamente resuelto tras las investigaciones de Edwin B. Knowles, resumidas en su artículo, «Thomas Shelton: Translator of Don Quixote», Studies in the Renaissance, Vol. 5, 1958, pp. 160-175. 3. James Fitzmaurice-Kelly (ed.), The History of Don Quixote of the Mancha, Translated from the Spanish by Thomas Shelton, Annis 1612, 1620, New York, AMS Press, Inc., 1967 [1896], 4 vols.; Carmelo Cunchillos Jaime, «La primera traducción inglesa del Quijote de Thomas Shelton (1612-1620)», Cuadernos de Investigación Filológica, 9, 1-2, 1983, pp. 63-89; Sandra Forbes Gerhard, Don Quixote and the Shelton Translation: A Stylistic Analysis, Madrid, José Porrúa Turanzas, 1982.

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recepción que de la obra o de sus personajes principales tuvo la Inglaterra del siglo XVII; lo único que sí puede haber hecho que esta recepción fuera diferente a la que la novela tuvo en España fue que en Inglaterra, en contraste a lo que ocurría en la Península, el referente necesario de los libros de caballerías estaba indudablemente menos presente en la mentalidad de la época.4 Este ensayo no es más que una aproximación muy preliminar a la traducción de Shelton y se engloba dentro del proyecto de investigación que ya desde hace algunos años se viene desarrollando desde la Universidad de Oviedo bajo el título genérico «Recepción en interpretación del Quijote (1605-1800)». Lo que se pretende es analizar las razones por las que la obra de Cervantes adquiere la relevancia internacional de la que hoy goza, examinando para ello cómo las decisiones interpretativas adoptadas por el traductor condicionan la recepción de la obra en el espacio y en el tiempo. También se busca establecer la filiación entre las traducciones para comprobar si, de manera no declarada explícitamente, alguna traducción posterior se basó no en el original castellano, sino en traducciones anteriores incluso a otras lenguas. El método utilizado para este estudio emana de la crítica textual y consiste en la localización y posible análisis de los errores separativos, es decir, aquellas divergencias entre la traducción y el original que son producto de un error interpretativo del traductor y que otro traductor no podría cometer de forma mecánica ni tampoco eliminarlo por conjetura. Así, si un cotejo posterior con otras traducciones a la misma lengua meta o a otras muestra la presencia del mismo error, esto permitirá adscribir de manera correcta la filiación entre traducciones. Paralelamente, la localización y clasificación de estos errores separativos podría ser útil para encauzar (si no cerrar definitivamente) polémicas acerca de la autoría de alguna de las traducciones, siendo la de Shelton un claro ejemplo de éste a menudo infructuoso debate. Como bien sabemos, no todos los estudiosos del tema aceptan la autoría de Shelton para las dos partes del Quijote. Las dudas que ya algún contemporáneo del traductor irlandés (caso de Anthony á Wood)5 expresara sobre la autoría de la traducción de la segunda parte en 1620, contestadas por los defensores de Shelton anteriormente citados en base a la reproducción de manerismos claramente sheltonianos en ambas partes, han sido recientemente corroboradas por críticos como Anthony Lo Ré, quien llega a aventurar el nombre de Leonard Digges, traductor, protestante, y también al servicio del impresor Ed Blount (como Shelton), como irrefutable autor de la traducción de la segunda parte.6 �������������������������������������������������������������������������������������������������� . ������������������������������������������������������������������������������������������������ En su reciente aportación al estudio de la traducción de Shelton, «Shelton and the Farcical Perception of Don Quixote in Seventeenth-Century Britain» (en J. A. G. Ardila, ed., The Cervantean Heritage: Reception and Influence of Cervantes in Britain, London, Legenda, 2009, pp. 61-65), Clark Colahan comenta esta diferente actitud hacia los libros de caballerías entre España e Inglaterra. 5. Anthony á Wood, Athenae Oxonienses. An Exact History of All the Writers and Bishops Who Have Had Their Education in the Most Ancient and Famous University of Oxford, London, 1691-2. En sus comentarios sobre la figura del primer traductor de las Novelas Ejemplares a la lengua inglesa, James Mabbe, Wood declara desconocer la verdadera identidad del traductor de la Segunda Parte del Quijote al inglés en 1620. 6. Anthony Lo Ré, «The putative Shelton Quijote Part II, 1620, with Leonard Digges as the likely candidate», en Anthony Lo Ré, Essays on the Periphery of the Quixote, Newark, Juan de la Cuesta, 1991, pp. 28-44. Lo Ré ha llegado incluso a publicar una edición facsimilar de la traducción inglesa de las dos partes

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Lo Ré defiende esta postura en base no sólo a consideraciones estilísticas surgidas del cotejo de la traducción de 1620 con otros ejemplos de la escritura de Digges, sino también debido a la presencia de ciertas expresiones en la segunda parte que habrían sido totalmente inapropiadas en un católico como Shelton. Otros, como James Montgomery, defienden que Shelton sí fue responsable de la traducción de la continuación del Quijote, pero sólo hasta el capítulo 40, siendo otro el responsable de la traducción del resto de la obra. Para esta afirmación, Montgomery se ha basado en la comprobación de que algunos de los manerismos más característicos de Shelton desaparecen o quedan reducidos a la mínima expresión a partir del capítulo cuarenta y uno de la segunda parte.7 No seré yo el que en estas páginas defienda si Shelton o cualquiera de sus contemporáneos fueron o no responsables de traducir la totalidad o sólo una de las dos partes del Quijote (o parte de la segunda parte); tal es así, que a efectos de esta investigación ni siquiera es de especial relevancia determinar la autoría personal de la traducción, ya que ésta no sería crítica a la hora de enjuiciar la recepción de la obra. Sin embargo, en el análisis de los errores separativos en la traducción de ambas partes sí he localizado aspectos que podrían verter alguna luz sobre este debate, o incluso suscitar alguno nuevo. Así, uno de los aspectos más intrigantes de la traducción de Shelton del Prólogo de la primera parte consiste en su flagrante omisión de las referencias a las Sagradas Escrituras como fuente de autoridad para legitimar aquello que se escribe. Carmelo Cunchillos, en su ya mencionado análisis y catalogación de los aspectos estilísticos que caracterizan el método empleado por Shelton, asume que esta omisión intencionada de cualquier referencia al Evangelio no es sino muestra del catolicismo militante del traductor, quien evita «toda alusión a Dios, sobre todo cuando cree que de su mención puede resultar humor o hilaridad».8 Considerando esta interpretación como factible, no deja de sorprender que la Santa Escritura sí aparezca mencionada en el capítulo 33 de la primera parte («Citations of the holy Scripture», vol. II, 33: 67) o incluso en el capítulo 1 de la segunda parte («the holy Scripture, which cannot erre a jot in the truth», vol. III, 1: 23).9 También cabe destacar que, si bien es cierto que tanto en la primera como en la segunda parte el traductor (Shelton u otro) tiende a omitir las referencias a Dios, en muchos casos las mantiene e, incluso, añade alusiones a la divinidad no presentes en el original. No es en absoluto característico de Shelton omitir este tipo de referencias, como tampoco lo es la omisión de estrofas completas en los capítulos 68 y 69 de la segunda parte (omisiones que han llegado a convencer a del Quijote (1612 / 1620) en la que atribuye la traducción de la Segunda Parte directamente a Leonard Digges: A Facsimile Edition of the First English Translation of Miguel de Cervantes Saavedra’s El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha (1605-1615). Thomas Shelton, Part I, London, 1612; Leonard Digges, Part II, London, 1620, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2002. 7. Montgomery, James H., «Was Thomas Shelton the Translator of the ‘Second Part’ (1620) of Don Quixote?», Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America, 26.1, Spring-Fall 2006 [2008], pp. 209-217. 8. Cunchillos, 83. 9. Para las referencias a la traducción de Shelton se ha utilizado la edición de Fitzmaurice-Kelly anteriormente citada, haciendo constar el volumen correspondiente a esta edición. Las referencias al original cervantino provienen de la edición de Francisco Rico para Crítica de 1998.

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muchos de que, en efecto, de ningún modo podría haber sido Shelton el traductor de esta parte).10 ¿Podríamos especular que alguien más pudiera haber intervenido en esta traducción del Prólogo cervantino al inglés? ¿Quizás algún censor no precisamente católico? No podemos olvidar que Shelton, según él mismo confiesa en su dedicatoria, no tradujo la obra cervantina con intención de publicarla. Si el amigo que le encargó la traducción era también católico (tal y como todos los estudiosos de la autoría de la traducción parecen asumir), ¿por qué omitir estas referencias en sí mismas nada dañinas para la fe? Tampoco debemos obviar que la traducción de Shelton se publicó en Londres, lejos de donde el propio Shelton pudiera haber tenido algún tipo de control sobre el producto final. Finalmente, analizando el resto de la traducción, ni en sus omisiones de alusiones a la divinidad, ni en su inclusión de otras no escritas por Cervantes, hace Shelton gala de un catolicismo o ni siquiera de una religiosidad explícitas. Mi análisis de los errores separativos me lleva a una posibilidad que no he visto contemplada hasta ahora y que podría ser alternativa a la señalada por Cunchillos: ¿podría existir otra mano en la traducción del Prólogo? Si lo que Shelton pretendía era que el destinatario de su traducción disfrutara de los entresijos y detalles de la novela, el Prólogo no era fundamental, con lo que podría haber eludido u obviado su traducción. La traducción del Prólogo, además, no presenta muchos de los manerismos característicos de Shelton en los capítulos que siguen. Si bien se dan una literalidad y una fidelidad al original que sí son propios de Shelton, en el Prólogo no se observan los falsos amigos o estructuras arcaizantes que tantas críticas le han granjeado con posterioridad. La traducción de un término en particular puede servir para, por lo menos, considerar esta teoría como digna de análisis: en el Prólogo, Cervantes utiliza en dos ocasiones variaciones del término cifra («cifrar», «cifradas»): «en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia» (Prólogo: 16), y «Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas» (Prólogo: 18-19). El traductor, en ambos casos, opta por el mismo término en la lengua meta: «decipher». A lo largo de ambas partes de la obra, Cervantes usa variaciones del mismo término en 5 ocasiones, y en ninguna de ellas el traductor vuelve a optar por «decipher» como posible traducción (emplea: «pattern» I, 34; «ciphers» II, 22; «in cipher» II, 38; «ciphered» II, 58; «summed up» II, 63). Sin embargo, «decipher», en sus diferentes formas, sí aparece en las dos partes de la traducción, y siempre con el significado castellano de pintar o describir, una acepción nada frecuente en la época. Éste, que por su rareza o escasa incidencia en otras obras podríamos añadir a la lista de manerismos de Shelton, sólo hace acto de presencia en los capítulos de la obra, mientras que en prólogo, donde pintar con sus variantes aparece en al menos tres ocasiones, el traductor escoge «paint» o «express». Que el Prólogo pudiera ser obra de otro traductor diferente a Shelton también podría explicar lo poco característico de la omisión de algunos de los poemas introductorios del original, así como la alteración en el orden de los que 10. «Amor cuando yo pienso / en el mal que me das terrible y fuerte» (II, 68: 1182); «En tanto que en sí vuelve Altisidora, / muerta por la crueldad de don Quijote» (II, 69: 1186-1187).

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sí se incluyen en la traducción, alteraciones ambas que no se justifican por su uso de la edición de Bruselas de 1607. También podría explicar la curiosa traducción «sheets of advantage» (por «pliegos»), que en su momento llevó a algún crítico a defender que la de Shelton no era más que copia de la traducción francesa, aunque ésta no aparecería hasta dos años más tarde. La posibilidad de que Shelton no fuera el traductor del Prólogo y de los versos preliminares dejaría abierta la puerta a que otro traductor, en tiempo más cercano a 1612, hubiera tenido incluso acceso al manuscrito de la traducción francesa de César Oudin. En el cotejo de la traducción de Shelton con las ediciones en castellano de Bruselas en las que se basó aparecen un gran número de divergencias, algunas conscientes y claramente fruto de la decisión del traductor, y otras inconscientes y ocasionadas por limitaciones tanto físicas (premura de tiempo, errores de lectura) como intelectuales (desconocimiento del significado del original castellano). Sería demasiado prolijo hacer aquí una enumeración exhaustiva de todas estas divergencias que, bien consideradas, podrían en su mayoría constituir errores separativos y, como tal, claves para establecer si traducciones posteriores utilizaron la de Shelton como fuente en lugar de recurrir al original castellano. Como muestra cabe mencionar algunos que, por sus peculiaridades, considero de especial relevancia. Tanto en las ediciones de 1612 y 1620 de la traducción de la primera parte, como en la de 1620 de la segunda, se dan varios errores de carácter tipográfico que un lector de la traducción difícilmente podría identificar como errores: «dado» aparece traducido como «die» [dice] (I, 20 y 25), «liaba» (refiriéndose a la larga cadena de uno de los galeotes) se traduce como «tired» [tied] (I, 22), «segadores» como «readers» [reapers] (I, 32), «novela» como «tast(e)» [tale] (I, 32), «pulirte» como «publish» [polish] (I, 41), «caña» como «cave» [cane] (II, 41) (más adelante en el mismo capítulo: «reede»), «libre» como «three» [free] (I, 47), «sutiles» como «five» [fine] (I, 51), «cabellos» como «lookes» [lockes] (II, 44), «luz» como «sight» [light] (II, 69).11 A éstos, y dentro de la misma categoría, podemos añadir errores relacionados con la lectura (que no interpretación) errónea por parte del traductor, lo que necesariamente llevaría a la misma lectura errónea por parte de un lector / traductor posterior. Así, por ejemplo, en el Prólogo de la segunda parte el traductor no lee correctamente la expresión «canas» («no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años» 618) y la traduce como «pens», creyendo haber leído, probablemente, cañas: «it is not so much mens pens which write, as their judgements; and these use to be better’d with yeeres» (vol. III, 5). El traductor de ambas partes se toma importantes licencias a la hora de traducir cifras, medidas y moneda, siendo muy poco sistemático en la transmisión o conversión de muchas de estas cantidades. Sin embargo, la literalidad que caracteriza a Shelton hace que, ante cualquier divergencia importante en la traducción de estos conceptos, podamos considerar ésta como un error separativo que, al menos en potencia, puede reproducirse en alguna otra traducción posterior. Veamos algunos ejemplos: «sesenta mil pesos ensayados» / «seventy thousand Rials of eight, all of good waight» (I, 29); «tengo más ha de veinte años carta de examen» / «[I] have had my writ of 11. Entre corchetes se ofrece el término que debería aparecer en cada caso.

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examination and approbation in that trade more then these thirty yeares» (I, 45); «y lo autorizo con más de veinte y cinco autores» / «and authorize it with at least foure and twenty Writers» (II, 22); o, refiriéndose a la edad del bandolero Roque Guinart, «su capitán, el cual mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro años» / «their Captaine [...], who seemed to bee about thirty yeeres of age» (II, 60). En ocasiones, errores de este tipo llevan a que la lógica del razonamiento de la versión castellana se pierda en la traducción: «es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados» / «it is easier to reward two hundred thousand learned men, then thirty thousand Souldiers» (I, 38). Muchos de los errores de los que adolece la traducción de Shelton son de carácter estructural, y muchos de éstos no son errores en sí mismos, sino decisiones del traductor que caracterizan su estilo y que, de hallarse reproducidas en traducciones posteriores, pueden dar lugar a la sospecha de que esta traducción ha sido la fuente. Shelton suele hacer caso omiso, por ejemplo, a los distintos modos en los que Cervantes engarza los capítulos de la obra, comenzando un capítulo con una referencia sintáctica al final del anterior («La del alba sería» I, 4: 62; «A la entrada del cual, según dice Cide Hamete» II, 73: 1210), algo que soslaya en parte la originalidad narrativa de este artificio. También, en alguna ocasión, Shelton elimina torpemente el efecto proléptico de la narrativa cervantina, haciendo que la anticipación de escenas que tan bien prepara Cervantes queden reveladas para el lector a las primeras de cambio. Esto último ocurre, por ejemplo, en el encuentro entre Don Quijote y en Caballero del Bosque, donde el traductor desde un primer momento se refiere al caballero como «the Knight of the Rock» mientras el original, siguiendo el protocolo de cambio de nombres tan propio de los libros de caballerías, pasa de referirse a él como «el Roto de la Mala Figura» a hacerlo como «Caballero de la Sierra» y «Caballero del Bosque» (I, 23-24). Algo semejante se da en el capítulo 14 de la segunda parte, donde en su encuentro inicial con el Caballero de los Espejos Don Quijote se refiere a sí mismo en tercera persona (evitando, así, revelar su identidad ante el que lo busca para enfrentarse a él en combate) mientras Shelton opta por la primera persona y deshace así la revelación posterior que el hidalgo manchego hace de su identidad. Las divergencias entre el original castellano y su primera traducción al inglés también aparecen en forma de omisiones, conscientes por razones de la dificultad que su traducción a la lengua meta entrañaría o porque el traductor las considera irrelevantes para el desarrollo de la obra (alguna de estas omisiones son explicadas por el propio traductor —de manera más o menos convincente— en notas al margen), o inconscientes, debidas éstas a coincidencias entre antecedentes cercanos en la misma página, o a meros errores interpretativos. En muchos de estos casos, como también en otros en los que se da una alteración significativa de la puntuación de los párrafos, la omisión compromete seriamente la lógica narrativa, al perderse antecedentes absolutamente necesarios para el buen seguimiento de la historia. Son también dignas de mención en este brevísimo compendio las instancias en las que, sobre todo en lo referente a frases de carácter proverbial, el traductor ofrece exactamente la misma traducción en las diferentes partes de la obra (i. e.

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«cada oveja con su pareja» II, 19 y 53; «detrás de la cruz está el diablo» II, 33 y 47; «bien se está San Pedro en Roma» II, 41, 53, 59), mientras que, en otros casos, un mismo proverbio en el original castellano aparece traducido de manera totalmente diferente: «pedir cotufas en el golfo» («goe seeking for Mushrubs in the bottome of the Sea» I, 30; «longed for the forbidden fruit» II, 3); «cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla» («Looke not a given horse in the mouth» II, 4; «he that will not when he may, etc.» II, 41). Estos ejemplos, aparte de ofrecer elementos esenciales para establecer la filiación entre traducciones, también pueden ser relevantes para establecer la autoría de las diferentes partes de la traducción. Finalmente, cabe referirse a otra alteración del original, ésta de carácter claramente intencionado, que es de interés para analizar la recepción que la obra pudo haber tenido entre el público inglés del siglo XVII. Si bien mantengo que la traducción inglesa de 1612 / 1620 en nada quiso ni pudo influir en la recepción de la obra de Cervantes y de sus personajes principales, sí es cierto que, muy al final, el traductor parece tomar partido por uno de los personajes, Sancho, abriendo la puerta para que traductores o adaptadores posteriores caricaturizaran a su amo. Shelton no se ceba en Don Quijote como personaje ridículo; y tampoco lo hace con Sancho, o, al menos, no más de lo que lo hace el propio Cervantes. Es más, en muchos casos, y probablemente evitando meterse en camisa de once varas con traducciones de chistes imposibles, buena parte del componente paródico de Sancho se diluye en la traducción. En las ya mencionadas omisiones totales de los versos bien recitados por el mismo Don Quijote (II, 68), o, en su caso, aplicados a algún aspecto de la historia referente a él (II, 69), se puede empezar a percibir cierto hastío por parte del traductor hacia la figura del melancólico y claramente decadente hidalgo. Esto queda también patente en el capítulo 62 de la segunda parte, cuando en la visita que Don Quijote realiza a la imprenta de Barcelona y en la que el manchego expone ante un autor allí presente sus ideas sobre el arte de la traducción, el traductor opta por resumir la intervención de Don Quijote en lugar de continuar en su línea de traducir literalmente: — Señor, el libro, en toscano, se llama Le bagatele.

— ¿Y qué responde le bagatele en nuestro castellano? —preguntó don Quijote. —Le bagatele —dijo el autor— es como si en castellano dijésemos ‘los juguetes’.12 Sir, it is called Le Bagatele, to wit, in Spanish, The Trifle.13

Sin embargo, el traductor adopta una actitud totalmente opuesta cuando se trata de Sancho: en el capítulo 54 de la segunda parte, el «Sancho» del original se traduce como «the Grand Sancho» en boca del narrador. Y, más adelante, las amplificaciones del original, exagerando o atemperando y dignificando las acciones de Sancho, convierten a éste en el auténtico protagonista del último tercio de la obra de Cervantes. Refiriéndose a la recompensa a percibir de su amo por los azotes para 12. II, 62: 1143. 13. Vol. 4, 195.

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el desencanto de Dulcinea, Sancho dice: «que el amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado» (II, 71: 1199) / «The love of my children and my wife, induceth me to have no regard at all unto the harme or ill, that may thereby come unto me» (vol. IV, 249); Álvaro Tarfe, personaje extraído del Quijote de Avellaneda, se refiere a Sancho de la siguiente manera: «y aunque tenía fama de muy gracioso, nunca le oí decir gracia que la tuviese» (II, 72: 1206) / «And the report went, that this Squire was very blithe, pleasant, and gamesome; but yet I never heard him speak any thing with a good garbe or grace, nor any one word that might cause laughter» (vol. IV, 257); Sancho dice de sí mismo: «que el verdadero Sancho Panza soy yo, que tengo más gracias que llovidas» (II, 72: 1206) / «It is I that am the right Sancho Pansa, that can tell many tales; yea more then there are drops of water when it raineth» (vol. IV, 257). Finalmente, a su regreso a la aldea, Sancho exclama: «Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo» (II, 72: 1209) / «Oh my deare —dearely— beloved, and long desired native countrey, open thy eyes, and behold how thy sonne Sancho returnes at last to thee againe» (vol. IV, 261). 14 Como muchos estudiosos de la obra cervantina no han dudado en señalar, el personaje de Sancho fue siempre tan popular como el propio Don Quijote, y muy probablemente a esta igualdad tantas veces reclamada por el propio Sancho a lo largo de la obra contribuyó de manera importante la actitud que los traductores adoptaron en la manera de presentar los personajes de Cervantes. Shelton no se esforzó en demasía en imponer sobre los héroes cervantinos su propia interpretación de sus respectivos caracteres. Sólo al final, y probablemente cansado o aburrido de las pocas posibilidades de lucimiento que el personaje principal le ofrecía, su traducción muestra cierta inclinación hacia el protagonismo del personaje de Sancho en una medida que no está presente en el original. Las lágrimas del escudero por su ya fenecido amo, sobriamente señaladas en la versión castellana («comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas» II, 74: 1218), adquieren una dimensión casi trágica en la traducción inglesa («began like a mad-man with his owne fists to thump and beate himselfe, and to shed brackish teares» vol. IV, 272). Al menos en su primera traducción al inglés, en el primer viaje trans-cultural de la obra universal de Cervantes, la consigna parece ser que, muerto Don Quijote... ¡Larga vida a Sancho!

Bibliografía Allen, John J., «Traduttori Traditori: Don Quixote in English», Crítica Hispánica, I (1979), pp. 1-13. Ardila, J. A. G., «The Influence and Reception of Cervantes in Britain, 1607-2005», en J. A. G. Ardila, (ed.), The Cervantean Heritage: Reception and Influence of Cervantes in Britain, London, Legenda, 2009, pp. 2-31. Barrio Marco, José Manuel, «La proyección artística y literaria de Cervantes y Don Quijote en la Inglaterra del siglo XVII: los cauces de recepción en el contex14. La cursiva es mía para indicar los lugares en los que la traducción dignifica el personaje del escudero, evitando resaltar su carácter interesado o zafio, o añadiendo aspectos a su personalidad claramente ausentes en el original, tales como su destreza como narrador o su grandiosa autoproclamación como hijo pródigo que regresa del exilio.

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