28. Apuntes para la historia del 25 de septiembre. Relato de un criado, reminiscencias de un caballero y comentarios despreocupados

28. Apuntes para la historia del 25 de septiembre. Relato de un criado, reminiscencias de un caballero y comentarios despreocupados Laureano Carda Ort

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28. Apuntes para la historia del 25 de septiembre. Relato de un criado, reminiscencias de un caballero y comentarios despreocupados Laureano Carda Ortiz

Para el presente volumen seleccionamos el capítulo que García Ortiz incluyó en su obra Estudios histáricos y fisonomías colombianas, serie primera, editada por ABe en 1938 (Nota del editor).

En el año de 1900, en guerra civil declarada desde el anterior, y que debía durar tres luctuosos años, Roberto Suárez Lacroix, José Camacho Carrizosa y quien esto relata, aunque de edades bastante alejadas, pero unidos por una muy grata amistad y por comunes aficiones, quisimos emplear la obligada parcial paralización de nuestras actividades normales y el tiempo que nos dejaran libre nuestras preocupaciones políticas, en recoger cada cual por su lado cuantos materiales históricos de nuestro país pudiéramos allegar. Alguna vez, José Camacho y yo visitamos a las ancianas y virtuosas señoritas doña Manuela y doña Teodolinda Briceño Santander, hijas de doña Josefa Santander de Briceño y sobrinas del Hombre de las Leyes, en busca de datos, recuerdos y papeles relativos al más notable de nuestros gobernantes granadinos. Algún día nos dijeron ellas: "quien puede contarles a ustedes muchas cosas de las que ustedes desean saber, respecto de nuestro tío Santander, es un criado suyo, que aún vive en Bogotá, José Delfín Caballero, muy buena persona, que gozó de su mayor confianza y que lo acompañó por largo tiempo". Al día siguiente ya estábamos en busca de esa persona. Su amigo Concho Rodríguez, portero del Banco de Colombia, nos llevó a casa de Caballero, en el barrio alto de Las Aguas. Una casita baja, muy modesta y muy limpia, con flores. Caballero resultó ser un anciano de unos 85 años, bajo de estatura, delgado y enjuto, todavía erecto y activo, pulcra y decentemente vestido, de ojos pequeños y vivos y barbilla blanca. Se ocupaba aun en vigilar obras por cuenta de las hermanas de la caridad.

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Desde el primer día lo sometimos a duro interrogatorio, haciéndole series de preguntas, algunas capciosas, otras que suponían hechos inexactos, otras en averiguación de sucesos que bien conocíamos, todo con el fin de verificar su veracidad, la frescura de su memoria y la certeza de sus juicios. De tales pruebas salió muy airoso. Llegamos a confiar en él como en un testimonio fidedigno. Creo que Roberto Suárez, José Camacho y yo fuimos los primeros y los últimos que nos ocupamos de individuo tan interesante. José Delfín entró como chino, seguramente para humildes oficios, al servicio del general Santander, desde cuando este ejercía el mando supremo de la Gran Colombia, como vicepresidente en ejercicio; fue de su agrado, y creció y se formó a su lado. Acompañó al general en los años memorables y gloriosos de 1823 a 1829. Lo siguió a la prisión en el castillo de Bocachica, al destierro en Europa y los Estados Unidos, al regreso a Nueva Granada en 1832 y durante la presidencia que finalizó en 1836. Al principio del matrimonio del general Santander, su fiel camarero debía seguir acompañándole, pero para la severa y celosa doña Sixta, José Delfín sabía demasiado de la vida íntima de su marido y había estado demasiado ligado a la bellísima doña XXX, para que le fuera agradable su visita constante. Por ello se vio obligado a dejar el servicio inmediato de su gran señor, pero siguió viéndole casi diariamente hasta su muerte. José Delfín se revelaba incondicionalmente adicto a su amo, pero no por ello se mostraba enconado contra los acérrimos enemigos de Santander. Hablaba de ellos con fría despreocupación, solo apuntaba los enredos chismosos de don Miguel Peña, de don Juan de Francisco Martín y del general O'Leary, y nunca le oímos una palabra inconveniente contra el Libertador, lo que habla muy en favor del ambiente que Santander creaba entre sus domésticos. En otra parte relaté lo que ocurrió en París entre el general y ellos, a propósito de la noticia de la muerte de Bolívar, que algunos han copiado malamente diciendo que eso fue en Roma. Para José Delfín, todas las diferencias surgidas entre el Libertador y el Hombre de las Leyes, que aquel llamaba molestias, solo fueron obra de los chismes interesados de aquellos y de otros enredistas, lo que prueba que el criado no perdió del todo la inocencia y que el amo nunca tuvo empeño en arrebatársela y en envenenarlo contra quienes lo persiguieron

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hasta condenarlo a muerte, encerrarlo en calabozos y proscribirlo de su patria. Lo extraño y desconcertante para nosotros era que, en ocasiones, al hablar con José Delfin, este al responder o explicar cosas de poca monta, incidentalmente y sin prestar a ello mayor importancia, nos descubría algo absolutamente inédito e ignorado por nosotros. Una vez, de paso, se le interrogó sobre la estatura del general Santander, y dijo: "cuando estaban todos reunidos, las dos cabezas que sobresalían siempre en el grupo eran la del general Santander y la de don José Manuel Restrepo"'. Mientras imaginábamos en el sueño de la evocación quiénes serían esos todos, él agregó: "El Libertador no se alcanzaba a ver por encima de la capa extendida y abierta a la altura de los hombros del general Santander". Al no entender nosotros eso, nos explicó: "Días antes del 25 de septiembre del año 28, los conjurados pensaron matar al Libertador en un baile de máscaras en el Coliseo (hoy teatro Colón). El general Santander había estado en cama a causa de sus cólicos; en ese año muy frecuentes sin duda por los tabardillos que le hacían tener. Después de mediodía estuvieron tres señores a visitarle y los recibió en su alcoba, acostado. Cuando se fueron comenzaba a oscurecer. El general me hizo llamar, me pidió el agua caliente para afeitarse y me ordenó arreglara su ropa para levantarse. Yo lo atendí y le ayudé a vestirse. Cerca de las ocho de la noche salimos a la calle. En ese entonces vivíamos transitoriamente en la calle de San Juan de Dios (casa de propiedad del doctor Salvador Camacho, padre del doctor Salvador Camacho Roldán, en la calle 12, la tercera casa a partir de la esquina de la carrera 10, subiendo a mano izquierda). El general sin duda se sentía mal en la noche oscura y fría, se apoyaba fuertemente en mi brazo y se secaba con frecuencia el sudor de la frente. La puerta del Coliseo estaba muy iluminada, se veía bastante gente entrando con traje de disfraz, máscaras o caretas, que debían descubrirse ante don Ventura Ahumada, el jefe de la policía, parado en la puerta. El general iba a entrar embozado en su capa. Don Ventura le preguntó: '¿Quién va?' El respondió: 'Santander', bajando el embozo. Don Ventura, haciéndose a un lado: 'Vuestra excelencia excuse y sírvase seguir'. '-¿Ya llegó el Libertador?' '-Acaba de llegar; está adentro'. "Los palcos ya estaban llenos de familias concurrentes. El escenario, arreglado para las altas autoridades, no estaba todavía ocupado. La 289

orquesta, en su sitio habitual, preludiaba una contradanza. En el patio, despejado para salón de baile, se encontraban numerosos grupos de pie; en uno de ellos, rodeado de ministros, magistrados y diplomáticos, estaba el Libertador hablando con animación. El general me ordenó me situara en lugar no lejano, donde él alcanzara a verme, para lo que ocurriera. Se vio que en el grupo del Libertador la aproximación del general Santander llamó la atención y produjo alguna expectativa. El saludo entre los dos prohombres fue frío y ceremonioso. "Se aumentaba mucho la gente en el patio y no quedaba espacio para bailar. Alcancé a ver que el Libertador y el general Santander hablaban en particular, y luego comenzaron a caminar despacio en dirección a la puerta de salida. Yo me fui aproximando para colocarme detrás. Casi al llegar a la puerta, hubo muchos piches y empujones; entonces el general Santander se puso detrás del Libertador, y abriendo los brazos a la altura de los hombros, con la capa extendida, le formó como una pared al Libertador. Los que íbamos detrás no alcanzábamos a ver a este, porque el general era bastante más alto. Mucha gente no se dio cuenta de la salida del Libertador tan temprano. Al salir a la calle, ellos dos y unos cinco o seis señores siguieron para el próximo palacio de San Carlos. Entre el coliseo y este no había más luces que las de la puerta del teatro y el gran farol del portal de palacio. En la semioscuridad yo no alcancé a distinguir bien las personas del acompañamiento. Creo que entre ellas iban el general Córdova y el edecán Ibarra. El Libertador y el general Santander no atravesaron palabra en el trayecto. En la puerta de palacio se despidieron dándose la mano". Esta relación es el extracto fiel, apenas aclarado y ordenado, deio dicho por José Delfín Caballero. No hay nada que él no dijera: al contrario, se suprime lo difuso y lo inconducente. Ya se ve que José Delfín Caballero, incidentalmente, por referirse solo a la estatura del general Santander, nos relató un suceso de la mayor significación, de que ninguno de nosotros tres teníamos para entonces el menor conocimiento, y del cual los historiadores, como antecedentes de la conspiración del 25 de septiembre y como revelación de la verdadera actitud de Santander en tales eventos, no nos dan claras y precisas noticias. A pesar de la confianza que ya teníamos en los relatos de Caballero, y de su aire y acento de visible e ingenua veracidad, nos pusimos muy dudosos.

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Desde ese día, púseme a investigar si habría medio y camino de llegar a alguna certeza sobre el hecho afirmado de modo tan simple y tan incidental por José Delfín Caballero. Fuime a la fuente más seria, y sin duda excepcionalmente informada, del historiador Restrepo. En el tomo 4, páginas lIS y 116, apenas dice: "Viose a un joven insolente ocupar en un baile público el asiento preeminente destinado a Bolívar, con lo cual pretendía insultarlo; sabíase que tanto aquel como otros de sus compañeros estaban en la fiesta armados de pistolas. Afirmábase que en otro baile de máscaras una pandilla fue al teatro con intenciones dañadas y preparativos contra la vida de Bolívar, quien se retiró antes de lo que se pensaba, evitando así un funesto escándalo". Que había allí materia y lugar para el relato de José Delfín Caballero, no cabe duda; pero Restrepo no precisa sitios ni fechas. En busca de más clara información, la fui a procurar en las Memorias de Posada Gutiérrez yen las de O'Leary; ni en unas ni en otras encontré la menor mención. Don Pepe Groot, en su historia, tomo 5, páginas 248 y 249, menos conciso que Restrepo y con la pasión y la insidia que son de su temperamento, dice: "En el mes de agosto se celebraron fiestas por el aniversario de la batalla de Boyacá. El día 10, último de las fiestas, fue el aniversario de la entrada del Libertador en Bogotá después de esa gloriosa jornada, y se le obsequió por la municipalidad con un baile de disfraces en el teatro. Como la conspiración contra la vida del Libertador fermentaba ya un tanto, pareció oportuna esta ocasión a los asesinos, y llevando las divisas de entrada al teatro, se introdujo una pandilla de ellos con armas ocultas para asesinarle al salir de la función. Eran demasiado conocidos los de la compañía de El Conductor y El Zurriago, que junto con otros, uno de ellos Lopotez, mulato de Mompós, oficial degradado por mala conducta, rodeaban por diversas partes del teatro, con cierto aire misterioso y hablando entre sí, por lo que varias personas llegaron a sospechar, y temerosas se retiraron antes de concluir el baile. El Libertador hizo otro tanto, y por cuyo motivo se evitó no solo la muerte de este sino quién sabe cuántas más de personas inocentes, que habrían sido víctimas del desorden y confusión que tal hecho habría ocasionado en aquel gran concurso. [Esto era mucho patriotismo, mucho liberalismo!". 291

Lo que faltaba en Restrepo se encuentra en Groot: sitio, el teatro; fecha 10 de agosto. Lo demás puede acordarse con lo esencial de la relación de José Delfin Caballero, excepto en cuanto a la intervención del general Santander. Pero, para mí, Groot destruyó el cuento de Caballero, pues el día 10 de agosto de 1828 Santander no estaba en Bogotá, Santander no se hallaba aún en la capital de regreso de Ocaña, según lo tenía yo bien entendido. y todavía más, otros dos testimonios coincidieron con el de Groot: el de Larrazábal y el de don José Caicedo Rojas. El de Larrazábal, romántico lacrimoso que escribió una voluminosa vida de San Bolívar (tomo 2, página 447, 5a• edición) y el de don José Caicedo Rojas, en una especie de recuerdos novelados, con el título de "Cristina: memorias de un antiguo colombiano" en el Repertorio colombiano, tomo 5, página 140. Con un poco de práctica y con algo de hermenéutica, a poco que se examinen estos tres textos, bien se ve que constituyen uno solo, con la misma fuente única, ligera, errada o tendenciosa, de la Gaceta de Colombia a raíz del 25 de septiembre, o los unos se copiaron a los otros: tal apreciación se afianza si el examen se hace extensivo a otros párrafos anteriores y posteriores, y se considera que la primera mención que hace Larrazábal es de 1865; la primera de Groot es de 1869-1870, y la de Caicedo Rojas, de 1880. Para el análisis que adelanto se puede, pues, no considerar sino a Groot. Como queda dicho, la fecha 10 de agosto que Groot asigna al consabido baile en el cual según este, se proyectó matar a Bolívar, da al traste con la versión de José Delfin Caballero; pero la presunción de exactitud y veracidad que este nos infundió, me hizo insistir en la investigación. Ciertamente, el cabildo de Bogotá ofreció al Libertador en tal fecha un baile en el coliseo; pero para decir que fuera en ese baile donde se maquinara suprimir al jefe del Estado, no hay prueba ni fundamento, y la mayoría de los que tal cosa han supuesto han creído y asegurado al propio tiempo que el general Santander fue el promotor y director de tales maquinaciones, cuando está probado en el proceso (página 9 de la causa impresa) que se le siguió a dicho general, que este no llegó a la capital sino el 25 del mismo agosto. Por otra parte, los verdaderos planes organizados y concretos, para dar en tierra con la dictadura, de una manera u otra, fueron posteriores al 292

27 agosto, fecha en la cual apareció el decreto orgánico del gobierno de hecho, dictatorial, que exacerbó los ánimos y dio pie y motivo a las tentativas contra tal gobierno. Naturalmente que la mayoría republicana de la convención de Ocaña, al regresar a sus domicilios y ante la actitud facciosa de la minoría que la disolvió, iba resuelta a trabajar por el restablecimiento del gobierno constitucional; pero la combinación de planes en Bogotá para derrocar la dictadura fue posterior al 27 de agosto. Así fue que tales tentativas se sucedieron entre tal fecha, no antes, y el 25 de septiembre siguiente, como lo demuestra el doctor Florentino González en "Recuerdos de la época de la dictadura", capítulo 7, en el Neogranadino, 11 de febrero de 1853. Allí mismo dice el doctor González que "entre los regocijos públicos hubo varios bailes de máscaras, a los cuales asistió Bolívar desarmado y sin custodia". De tal manera que Groot no está en lo cierto al atribuir al baile del 10 de agosto sucesos que no le corresponden, y Restrepo, a pesar de su indeterminación de fecha, no solo relata hechos ciertos sino que dan pie a admitir la versión de José Delfín Cabaliero, ya con el general Santander en Bogotá. El mismo doctor Florentino González, en el capítulo citado dice: "Es una calumnia el cuento que se inventó después del25 de septiembre, de que algunos enmascarados siguieron alguna noche a Bolívar, al salir del baile de máscaras, hasta la esquina de su palacio, con el objeto de asesinarlo" . Esta rotunda afirmación del doctor González no puede aceptarse hoy Sin reservas. En primer término, cuando apareció en 1853 esa afirmación del doctor González, inmediatamente fue rectificada por testimonio muy serio y honorable, el de don Marcelo Tenorio, en el mismo Neogranadino. Al juzgar hoy, con toda la documentación que el curso del tiempo ha venido revelando y reuniendo relativa al significado del fenómeno político y social, muy complejo, que la historia conoce con el nombre de conjuración contra Bolívar del 25 de septiembre de 1828, se da uno cuenta clara de que en el grupo de conjurados había dos tendencias, o mejor, dos temperamentos diversos. El uno era de jóvenes intelectuales, casi estudiantes, empapados al propio tiempo en historia clásica yen ideología revolucionaria, valientes y caballerescos, que iban tras de un fin arriesga293

do pero generoso, cuyo modus operandi para derribar la dictadura bolivariana, consistía primeramente en una labor de propaganda en los espíritus y un consiguiente movimiento de opinión en pro de las ideas democráticas y republicanas, de retorno por lo pronto a la legalidad, a la constitución de 1821 y a los métodos cívicos del general Santander, contrarios al predominio del militarismo. Movimiento de opinión suficientemente extendido en el país y prácticamente organizado en Bogotá, que con el concurso de ciertos elementos de fuerza que lográranse atraer y mediante una operación bien combinada, redujera a la impotencia, por aprisionamiento o rapto del Libertador, sus ministros y los principales agentes del régimen dictatorial. Esta tendencia juvenil era, por principios, por temperamento y por educación, ajena a los métodos de sangre, y en ella formaban Luis Vargas Tejada, la figura literaria más precoz, más sobresaliente de la época; Pedro Celestino Azuero, alma heroica, casi niño y muy inteligente profesor de filosofía; Florentino González, quien revelaba ya lo que sería; Mariano Ospina Rodríguez, predestinado a ser defensor de la autoridad y jefe del Estado; Ezequiel Rojas, maestro luego de una generación, filósofo y jurisconsulto; Wenceslao Zuláibar, antioqueño del más puro origen y nobilísima persona; Juan Miguel Acevedo, valeroso muchacho menor de 20 años, hijo del Tribuno de 1810, y quizá tres o cuatro más". Sin estar en íntimo contacto con ellos, pues a algunos no los conocía personalmente, el general Santander participaba de sus puntos de vista en cuanto a la eficacia y conveniencia de una propaganda republicana y legalista; pero no aprobó nunca las medidas de hecho ni las combinaciones encaminadas a derrocar el gobierno por la fuerza. Esto se halla hoy absolutamente probado, no solo en su proceso (que la dictadura no quiso nunca publicar) sino en copiosos y fehacientes documentos. La otra tendencia estaba representada por individuos de índole jacobina y de temperamento militar, determinados siempre a las vías de fuerza ya los métodos de imposición. El más característico, definido y peligroso de ellos era el comandante Pedro Carujo, y entre otros, el coronel jefe de estado mayor Ramón N. Guerra, la figura más triste de la conspiración, a quien a última hora le faltó resolución en incertidumbre cobarde, funesta para todos y confinante en la doble traición, pues todos descansaban en él; el comandante de artillería Rudesindo Silva; los capitanes Rafael Mendoza y Emigdio Briceño; los tenientes Juan Hinestrosa, Cayetano 294

Galindo y José Ignacio López (alias Lopotes); el misterioso Arganil, aventurero, charlatán y farsante; el francés Agustín Horment, decidida, resuelta y enigmática personalidad, de quien habla muy bien un escritor tan antiseptembrista como don Estanislao Gómez Barrientos, que parece bien documentado, y no pocos más. Algunos de esta tendencia, sobre todo Carujo y tres o cuatro de sus más próximos, tomaban resoluciones e iniciaban intentos sin acuerdo con los otros. Así Carujo fraguó el asesinato del Libertador en Soacha, el21 de septiembre, plan de que tuvo noticia a última hora y por accidente el general Santander, quien lo desbarató con suprema energía, imponiéndosele a Carujo. Este confesó ese intento con detalles y la intervención decisiva de Santander, como consta en el proceso. Santander no habló de eso ante el consejo de guerra, sino cuando fue interrogado sobre la confesión de Carujo yen el careo con este. De igual modo, Carujo y algunos de sus compañeros, sin saberlo los otros, combinaron el plan que debería realizarse en un baile de disfraz que se celebró después del 27 de agosto y antes del21 de septiembre, plan que el general Santander desbarató también con su sola presencia. Como se ve, paso a paso, adelantaba yo en la búsqueda de alguna certeza sobre el relato de Caballero. Al fin llegué a ella al tropezar, ya casi inesperadamente, con el relato preciso y circunstanciado de don Marcelo Tenorio, de vieja familia oriunda de Popayán, noble y buen caballero, muy bien relacionado en Bogotá, distinguiéndose por la lealtad y consecuencia con sus amigos, muy fiel especialmente al general Córdova, que le correspondió con íntima y cariñosa confianza, "liberal de figuración distinguida", dice Gustavo Arboleda. Por todo ello estuvo en el centro del mundo social y político, en el corazón de la intensa vida colombiana durante más de cuatro décadas. Parece que llegó a escribir con autoridad y lucimiento. Yo apenas conozco de él dos escritos de alguna extensión y de mucho interés. Uno de refutación a los "Recuerdos de la época de la dictadura", del doctor Florentino González, publicado aquel en cinco números del Neogranadino de 1853, y otro tomado de su original manuscrito, perteneciente al fondo Quijano Otero y publicado en tres entregas del Boletín de historia y antigüedades, tomo 4, bajo el título "Confesión de un viejo faccioso arrepentido".

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En el primero de sus escritos citados, yen el número 241 del Neogranadino, no copiando sino lo concerniente al punto que adelanto, dice don Marcelo Tenorio: "El proyecto de asesinar al general Bolívar por unos enmascarados en el tránsito del coliseo al palacio, es ciertamente una solemne mentira como lo dice el doctor González ... ; pero la resolución de asesinarlo en el teatro a las 12 de la noche, es un hecho que, si no puede probarse, no por eso deja de ser cierto. Siento despertar cosas que debieran dormir en el silencio; pero puesto que se desea que la posteridad se instruya de lo pasado, referiré lo que vi y oí en uno de los bailes de máscaras que tuvieron lugar en aquel tiempo. Asistí a él en unión del general Córdova y su primer edecán el capitán Giraldo, acompañando una familia que debía pasar la noche en el palco del presidente; así fue que después de haber paseado el patio un largo rato la condujimos al palco. Desembarazados de aquel comprometimiento, nos separamos, y después de un rato de vagar solo por el patio me encontré con el comandante Carujo, quien me manifestó deseos de cenar; y como yo también los tenía, lo convidé al toldo que la señora Nicolasa Guevara, nuestra amiga, tenía en la plaza. (Había fiestas populares). En la cena estaba Carujo más taciturno y bebedor que de costumbre, y aun le advertí cierto embarazo en la conversación, como que quería decirme algo y no se resolvía. Regresamos al teatro y a la entrada me dio la mano diciéndome: 'Hasta mañana, pues quizá esta noche no nos volveremos a ver'; y así fue, porque en aquella gran concurrencia era muy difícil encontrarse y conocerse, aun los que estaban en su propio traje con solo la careta. Algún tiempo después, como a las 11, quise pasear los corredores de arriba y en la primera escalera encontré un enmascarado que me detuvo con ademán de confianza, llamándome su paisano, vestido a la española antigua, haciendo el papel de viejo con un enorme coto; y como después de las primeras chocarrerías ya yo me amostazase, se acercó y me dijo: 'jQué! ¿No me conoces?' y, levantando la máscara lo bastante para descubrirse, continuó: 'Dentro de media hora, al golpe de las 12, morirá el tirano'; y en seguida me enseñó en el interior de la solapa de la casaca, un sol pintado y el cabo de un puñal que tenía en el bolsillo, y concluyó diciéndome: 'Somos 12 los resueltos: silencio'; y dejándome precipitadamente, se mezcló entre la multitud. Era un joven vigoroso y decidido; yo le seguí apenas con la vista, pues quedé estupefacto y horrorizado, no

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precisamente por el hecho que se iba a ejecutar, sino por las funestas consecuencias que produciría en aquel lugar, con una concurrencia tan numerosa, una respetable guardia y un jefe de policía como el señor Ahumada, tan conocido por su carácter fuerte como por su adhesión a Bolívar. Conocí entonces todo el poder de la opinión, y hasta dónde arrastra a la juventud ardiente e irreflexiva; y recobrado de la sorpresa, corrí a buscar a Córdova, no para denunciarle lo ocurrido, porque primero me habría dejado despedazar que faltar a una confianza de amistad de aquella clase, sino para asegurarle que el general Bolívar peligraba en el coliseo si no lo sacaba a todo trance, sin pérdida de tiempo, bajo cualquier pretexto. Córdova tenía fe en mí, y yo no dudaba que lo haría; mas no lo hallé en ninguna parte, y mi desesperación llegó al extremo cuando comencé a oír en voz baja estas preguntas: '¿Qué se ha hecho el Libertador? ¿Dónde está el presidente? [Ha desaparecido!'. Y efectivamente así era; sin duda unos hacían la pregunta inocentemente, porque notaban su falta repentina; pero otros ... lo solicitaban para llenar su objeto ... El general Córdova, que estaba disfrazado, pero sin máscara, había salido al callejón de la entrada momentáneamente, y al pasar Bolívar junto a él, de quien no fue conocido, le dijo: '[Qué! ¿Se va usted, mi general? -Sí, muy disgustado, acompáñeme usted y le contaré ... '. "Estando Carujo, después de confesionado, preso en el estado mayor, donde lo vi todos los días que allí permaneció, auxiliándolo con más de $300 que la generosidad de algunos patriotas le remitió conmigo, no solamente me confesó la resolución que hubo de matar a Bolívar en aquel baile, lamentando que se hubiese perdido aquella ocasión tan favorable en su concepto, sino que satisfizo mi curiosidad sobre varios pormenores y circunstancias que yo deseaba saber. Algunas personas atribuyen la salvación de Bolívar, en el teatro, a la casualidad de que salió oportunamente, porque tenía convidados para cenar en palacio, pero se equivocan. En la noche de que he hablado no tenía cenas ni compañías, pues si así hubiera sido habría asistido la familia que tenía en su palco y sus amigos más cercanos; esa noche de la cena fue la de otro baile de máscaras en el que no tuvo peligro alguno".

Este relato de don Marcelo Tenorio es un documento histórico de primer orden, cuya autenticidad y veracidad sería inútil ponderar, por

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los requisitos intrínsecos y extrínsecos que lo avaloran y que quien sepa algo de estas cosas puede apreciar. Nada en esa relación se opone ni contradice al relato de José Delfín Caballero; al contrario, este íntegro encuentra su marco en las líneas más extensas de aquella. En cuanto a la materialidad de los disfraces simbólicos o intencionados, algo trasciende en la declaración del doctor Arganil ante el consejo de guerra. Allí dijo tan estrambótico personaje: que vivía en compañía de Agustín Horment, Wenceslao Zuláibar y Benito Santamaría, pagando la casa a prorrata; que para un baile de máscaras se preparaban Horment y otros con unas gorras encarnadas, como con la que se representa la Libertad; que el exponente les manifestó que esto era provocar el desorden, lo que no debía ser y que si persistían en ello, el exponente saldría de la casa, solicitando para ello con la señora Ana de Herrera le proporcionara dónde ir a vivir. Bien se echa de ver la baja sugestión de ese bellaco para salvar el pellejo, haciéndose el inocente y comprometiendo a sus cohabitadores. Volviendo al baile, Tenorio no vio a Santander, pero no vio tampoco a Bolívar, y sin embargo sabía y sentía que ahí estaba el Libertador. La amplitud del local, la aglomeración de las gentes, la cena afuera de Tenorio con Carujo y los cortos instantes que mediaron entre la entrada de Santander y la salida de los dos prohombres, explican que Tenorio no haya visto lo que en el mismo cuadro sí vio Caballero. El edecán Fergusson le dijo después a Tenorio que la causa de la retirada de Bolívar del baile fue que alcanzó a ver allí desgreñada y descompuesta, a doña Manuelita Sáenz, su querida. Esto pudo ser un pretexto, pero no la causa de aquello. Una amable orden, pero perentoria, enviada con ese mismo edecán, habría bastado para retirar la molestia. Pensar otra cosa es no conocer el carácter de Bolívar. El decir Tenorio que el general Córdova había acompañado solo al Libertador hasta el palacio de San Carlos, parece oponerse al acompañamiento de que habla Caballero. Pero Córdova no dijo que él fuera la única compañía, sino que habiendo salido ocasionalmente al callejón, vio que Bolívar se retiraba y salió con él de brazo; pero bien se comprende que el Libertador no podía salir solo por ese callejón cuando Córdova le encontró. Ni la etiqueta, ni el protocolo, ni las circunstancias permitirían aquello. 298

Resta tan solo una dificultad. ¿Por qué Santander no se refirió luego a su intervención salvadora de Bolívar en el tenebroso intento del baile de máscaras? Por las mismas razones que le hicieron guardar silencio sobre un suceso de tanta trascendencia, en su proceso y en su suerte, como el complot del asesinato que debió ejecutarse en Soacha. Al saberlo lo impidió con inexorable energía, mas no habló de ello hasta que la confesión de Carujo y su careo con este no lo obligaron a romper ese silencio. Sin duda Santander supo la conjuración de las máscaras por los tres sujetos que le visitaron aquel día, y esto lo obligó a levantarse ya acudir enfermo al coliseo, sabiendo que por acción de presencia, por su sola presencia, impediría el crimen. Al referir aquella o esta tentativa, necesaria e implícitamente acusaría a Carujo y compañeros, y aparecería él cobrándole a Bolívar un servicio de vida y reclamando su gratitud. Ni una ni otra cosa eran compatibles con la soberana entereza de ese hombre. El, en verdad, no se prestaría nunca a ser cómplice o instigador de crímenes; pero en su altísima prestancia de hombre de Estado y jefe de un partido poderoso, no quería aparecer tampoco como pilar o sostén de la dictadura que estaba combatiendo. Por otra parte, si Bolívar tenía en ocasiones la genial y espontánea indiscreción de César, Santander tenía siempre la firme y prudente reserva de Augusto. Al fin, y en una sola palabra, al través de la imprecisión de Restrepo, de los errores e inexactitudes de Groot y sus copiantes, del silencio voluntario o de la ignorancia de Posada Gutiérrez y O'Leary, de la contradicción rotunda de Florentino González, yo he llegado, solamente por el fidedigno testimonio de Marcelo Tenorio a la plena certeza de la efectividad del relato de José Delfln Caballero, por el carácter del mismo relato y de la persona que lo hizo, pues si no hubiera sido por la fe que me inspiró aquel hombre sencillo, yo habría abandonado la partida ante tantas contradicciones y apariencias al parecer invencibles. Lo que me ha sido dable exponer, que en apariencia reviste tan solo un interés anecdótico, es en realidad un elemento de juicio invaluable para apreciar en justicia el drama del 25 de septiembre.

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Se ha hablado siempre, con justo horror, de la tentativa parricida de esa noche nefanda. Pero el crimen de esa hora luctuosa de nuestra historia, no es tan solo un crimen sacrílego pero simple, de tentativa de asesinato del padre de la patria, es un crimen complejo, o más bien un complejo de crímenes, que se engendraron los unos a los otros. Como dice Macaulay, "el crimen siguió al crimen como la sombra al cuerpo". Primero nos hallamos en presencia de un crimen político, con caracteres muy agravantes. Su muy repetida comparación con los idus de marzo, con la muerte de César, no es forzada ni rebuscada: es la asimilación más natural y legítima de la historia. El crimen político clásico, neto, definido: con César se cumplió en su integridad; con Bolívar quedó reducido, por ventura, a simple tentativa. Mas esa tentativa en el coronel Guerra, en el comandante Silva, en los otros militares en servicio, revestía caracteres precisos de traición, el crimen máximo, el crimen por excelencia. Su castigo con la muerte ante el derecho y la práctica humana universal, era inevitable y se cumplió como debía cumplirse. Horment, al asaltar el palacio, mató a un centinela e hirió a otro; como homicida debió morir y murió. Pero el comandante Carujo, como militar, fue tan traidor como aquellos, y como matador del edecán Fergusson fue tan homicida como Horment y sin embargo se le perdonó la vida. ¿A cambio de qué? A cambio de que denunciara y acusara al general Santander. En sus declaraciones Carujo no pudo formular acusación contra este, porque no había de qué, y del careo entre los dos resultó patente no solo la inocencia de Santander sino que había salvado la vida de Bolívar. La dictadura pretendió entonces ejecutar a Carujo, pero habiendo terceros comprometidos a que se respetaría la promesa de vida mediante la presentación, no se dio muerte al único verdadero temperamento criminal de la conspiración. Mas habiendo ya ejecutado a otros, la liberación de Carujo resultaba un atentado y un baldón para lajusticia. Y entre esos ejecutados estaban Pedro Celestino Azuero y Wenceslao Zuláibar, dos puros idealistas ofuscados, que no habían cometido una sola falta en su corta vida, que no mataron, ni habrían matado nunca y habrían sido honra de la patria, como lo fueron Mariano Ospina Rodríguez y Florentino González, que no hicieron más ni menos que Azuero y Zuláibar. Pero tan mostruosas desigualdades ante el ara de la justicia, vienen a involucrarse con dos crímenes contra Dios y Colombia. El uno 300

fue colgar de una horca a quien se hallaba prisionero y cuya única participación en el atentado del 25 de septiembre fue que los conjurados le quitaran las cadenas en la esperanza de que les ayudara, de lo cual no hubo caso, y esa víctima de muerte infamante fue el único almirante colombiano, el marino granadino heroico, el hazañoso rendidor de las últimas fortalezas españolas en nuestro suelo, el vencedor de Maracaibo, el orgullo de toda una raza abnegada y humilde, el almirante Padilla. El otro crimen irredento fue el explotar la misma conspiración del 25 de septiembre, procurando a todo trance, sin excusar medios, aun el de traficar con la vida y con la sangre, que apareciese como culpable quien no lo era, quien se sabía que no lo era, el general Santander, el dueño de casa, la primera personalidad granadina, el segundo hombre de la independencia, y todo ello con el solo fin de afirmar o de hacer progresar una empresa política que no podía fundamentarse sino sobre el desconocimiento del pacto social y de las constituciones juradas, y cuyo éxito era y fue imposible mientras alentara esa sustantiva e irreductible persona, que necesaria e inevitablemente habría de obtener la victoria final, ya que en definitiva el personalismo esplendente sería vencido por el legalismo austero. Para que el mundo no se diera cuenta de este último crimen, injertado en los otros, de hacer aparecer culpable a un inocente, la dictadura usó de la prensa y de la maquinaria oficial y no quiso nunca publicar el proceso seguido al general Santander. Caído ese régimen tres años después, Santander pidió desde Europa al congreso nacional la publicación de su proceso, lo que vino a lograrse en 1831. Bajo la inspiración de conocidos dictatoriales anidados en Jamaica, entre otros Juan de Francisco Martín, Mariano Montilla y Daniel Florencio O'Leary, que en su despacho de vencidos no cesaban de desacreditar al país, un diario de los Estados Unidos, The Morning Courrier, insultaba todavía a la Nueva Granada y a Santander. Este le envió el proceso con una carta que el diario publicó, declarando allí mismo que había sido mal informado. En esa carta, en diez líneas Santander califica someramente ese proceso: "El cuaderno que tengo la honra de acompañarle, es el célebre proceso que me siguieron en Bogotá, con motivo de la conjuración del 25 de septiembre de 1828. Ruego a usted que lo examine detenidamente para que se persuada de que yo no he sido asesino, ni conspirador, ni pérfido, como su diario lo ha publicado. Examine usted 301

con ojos imparciales dicho papel, busque usted en él las fórmulas protectoras de la vida y del honor de un ciudadano; busque las pruebas del delito que se me acusaba; busque la defensa que se me haya oído; busque el tribunal reunido conforme a la ley; busque la confrontación de todos los testigos; busque, en fin, imparcialidad y justicia, en todo este procedimiento. Usted, en vez de hallar todas esas garantías y formalidades ... El suceso del 25 de septiembre no fue sino el pretexto para saciar anteriores resen timien tos". Con esa fría serenidad hablaba Santander. Al cabo de más de un siglo, hay colombianos que todavía se encuentran como el editor del The Morning Courrier antes de leer el proceso del general Santander, colombianos que tan solo han leído las mismas inspiraciones de los refugiados en Jamaica, o copias renovadas de ellas bajo la firma de seudohistoriadores que se han venido copiando sucesivamente hasta algunos novísimos. Y los que hemos tratado de buscar, donde se halle, toda fuente de certeza, hemos llegado a la conclusión de que entre las víctimas de los victimarios del 25 de septiembre, quizá el más castigado aunque no con la muerte (que no siempre es el mayor castigo), y quizá el único inocente, es el general Santander. Sobre la verdadera actitud de Santander, no diremos en la conjuración, sino ante la conjuración del 25 de septiembre, he hallado una definición sucinta, precisa y verídica, donde menos podía creer que la hallaría. Bien sabido es que las llamadas Memorias del general O'Leary constan de 2 volúmenes de narración, redactados por dicho general; de 29 volúmenes de correspondencia y documentos que constituían el archivo de Bolívar y de recopilaciones ulteriores, y de un volumen llamado tercer tomo de la narración, pero cuya formación no fue del general O'Leary, sino dispuesta por su hijo don Simón B. O'Leary, quien en realidad fue el verdadero editor de toda la obra, bajo los auspicios del gobierno de Venezuela. De ese volumen tercero, que estuvo impreso pero secuestrado mucho años por ese mismo gobierno, quien impidió su circulación, se encuentran hoy tres ediciones: la primitiva secuestrada -Caracas, 1885-; la segunda, hecha en Bogotá, 1914, por don Julio D. Portocarrero sobre los pliegos impresos de la primera, que estaban en poder de don Arturo Malo O'Leary; y la tercera, hecha en España

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-Madrid, 1916- bajo la dirección de don Rufino Blanco Fombona y con el título Ultimas años de la vida pública de Bolivar. El contenido de este volumen 3 o apéndice de la narración es una recopilación de documentos independientes unos de otros y de distinto origen. Entre ellos se encuentra uno sin firma y sin indicación de su autor, bajo el título "Conjuración del 25 de septiembre -relación de un testigo ocular". Desde los primeros párrafos sorprende ese escrito por su estilo correcto, sobrio, frío, imparcial, pero muy lejano de la tendencia y espíritu ultrabolivariano del general O'Leary. No es creíble que este lo hubiera publicado nunca; pero su hijo, el editor, era más caballero que político. Bien se echa de ver que el autor anónimo vio lo que cuenta, más aún, a pesar de la imparcialidad, de la objetividad, como se dice ahora, de su relato, uno comprende que ese autor fue uno de los conjurados. ¿Quién de ellos pudo ser? Entre los hombres de pluma que figuraron en la conjura Vargas Tejada murió huyendo, ahogado en un río oriental; Azuero y Zuláibar murieron inmediatamente en el patíbulo; de los escritores que escaparon vivos, Florentino González y Ezequiel Rojas, conocemos muy bien sus relaciones. Solo queda como autor posible de esa relación anónima en el tomo de O'Leary, el doctor Mariano Ospina Rodríguez, a cuya índole, estilo y circunstancias se adapta asombrosamente esa pieza. A ello se agrega que una sobrina predilecta del doctor Ospina, en cuya casa de Bogotá, vivió en el año de 1878 ó 1879, era la esposa de don Simón B. O'Leary. Este, en su cacería incesante de documentos, memorias y recuerdos de la época bolivariana, para completar e ilustrar las memorias de su padre, no despreciaría la ocasión de tomarle un testimonio a ese testigo de excepción, que siendo una muy alta personalidad en la política de Colombia, no querría darlo sino en carácter privado, velado por el anónim03• Yo, al menos, estoy Íntimamente convencido, porlas consideraciones expuestas y por el conocimiento que tengo del carácter y estilo del doctor Ospina, que nos hallamos en presencia de un papel de su autoría. El tal documento define así la postura del general Santander en los sucesos de septiembre de 1828, al contestarle a Florentino González la formal interrogación que este le hizo en nombre del grupo de conjurados, de que "si en el caso de que se hiciese un movimiento popular para desconocer la autoridad del general Bolívar y restablecer la constitución del año 11º, él se pondría a la cabeza del gobierno". 303

"El general Santander convino en la criminalidad de la conducta del general Bolívar (al desconocer y romper la constitución y establecer una franca dictadura) y en que era necesario hacer toda clase de esfuerzos para salvar la libertad; manifestó cuán sensible le era ver a Colombia esclavizada; pero se negó a cooperar en cualquier movimiento que se intentase hacer, porque lo creía prematuro, a causa de que el pueblo no estaba todavía perfectamente convencido de los pérfidos designios del general Bolívar y del inmenso partido que este tenía entre los militares, interesados todos en sostenerlo, y porque no se dijera que él había trabajado por la libertad, solo por ocupar el puesto por el que se arrojaba al general Bolívar, lo cual mancillaría su reputación y daría un pretexto a individuos revoltosos y enemigos del sosiego público para fomentar rebeliones y mantener la República en una agitación continua, mal que sería de más gravedad que todos los que entonces sufría. Se limitó, pues, a proponer el establecimiento de sociedades republicanas, que observasen la opinión de los pueblos, las cuales, cuando fuese oportuno, convendrían en el modo de restablecer el imperio de la libertad y de las leyes sin los azares de un movimiento a mano armada. Los pueblos -dijoabrirán al fin los ojos y obrarán unánimemente para rescatar sus derechos y nadie se atreverá a desenvainar la espada para contenerlos. Yo para entonces me hallaré fuera de mi patria y mis calumniadores no podrán decir que la revolución es obra de mis intrigas. Ustedes obrarán sin tener más guía que el interés público y yo habré hecho a Colombia un gran servicio con haberme ausentado. Cuando la libertad esté afianzada, sin que yo haya servido de pretexto a sus enemigos para impedir el logro de este fin, puede mi patria contar con mis servicios y nada me será más grato que prestárselos en cualquier destino en que me ocupe. Esta es mi resolución irrevocable y la que puede usted comunicar a los que tengan el mismo designio que usted". En tan solemne y neta declaración está Santander de cuerpo entero. Si se logra el empeño de la dictadura de ajusticiar al Hombre de las Leyes, ya ahorcado el almirante Padilla y muerto a machetazos el año siguiente por orden superior el general Córdova, el héroe de Ayacucho, quedaban suprimidos los tres principales hombres de guerra de la Nueva Granada y su primer estadista; y dominando en Venezuela el general José Antonio Páez, y en el Ecuador el general Juan José Flores, ambos venezolanos, quedaba el campo expedito en Bogotá para el general Rafael 304

Urdaneta, que ya estaba allí colocado, y para el general Mariano Montilla, que ya estaba afianzado en Cartagena, ambos también venezolanos. Quien se fastidió más por la inculpabilidad y liberación del general Santander fue el general Urdaneta, a juzgar por sus propias cartas. Algunos granadinos de antaño y hogaño parece que lo acompañan cordialmente en ese fastidio. y por singular y dolorosa coincidencia el principal causante del final desastrado de Padilla fue el general Montilla, y el jefe aleccionador de O'Leary y por consiguiente de Ruperto Hand, el asesino de Córdova, fue el general Urdaneta. No tengo sugestiones insidiosas, solo registro coincidencias, en todo caso más impresionantes que algunas que les han servido a enemigos de Santander para hacerle a este cargos infundados. Debido a la admirable diligencia de Daniel Samper Ortega, ha reaparecido y se encuentra en seguridad en la Biblioteca Nacional, el proceso original seguido a Ruperto Hand por el asesinato de Córdova. Ello y el estado de ánimo de Urdaneta que revelan las cartas que voy a comentar, respaldan suficientemente mi propia convicción íntima. Jamás en mis lecturas históricas he tropezado con documentos más singulares y extraños que tres cartas del general Rafael Urdaneta, quien dejó el ministerio de guerra para encargarse de la comandancia general y en este carácter constituirse en juez unitario de todos los comprometidos en la conspiración del 25 de septiembre. Esas tres cartas llevan las fechas 21 de octubre, 7 y 14de noviembre de 1828, dirigidas a su paisano, conmilitón y confidente el general Mariano Montilla, comandante general del departamento del Magdalena, con residencia en Cartagena, donde poco después sería el carcelero del general Santander. Esas tres cartas, como se ve, fueron escritas durante la actividad juzgadora de Urdaneta. Singulares y extrañas las llamo; singulares, porque no creo que haya otras ni siquiera parecidas; extrañas, porque no habrá tampoco otras de su índole y porque no es de suponer que haya otro personaje que pueda dar de sí mismo peor idea con tan cínica fanfarronería o inconsciente indiscreción, ya que no es creíble que tan alta personalidad, juez responsable de tantas vidas y de tantas honras, y hasta de la suerte del Estado, pudiera haberlas escrito deliberadamente para su propio daño. Lo cierto es que en tales días oscuros, en esas semanas tenebrosas de 1828, parecen todos los espíritus conturbados y oscurecidos también. El 305 11 Conjurados, t. III

gran Bolívar perdió su noble estilo y la elegancia de sus frases, eminentes ministros suscribieron documentos deplorables, un gran soldado como Urdaneta escribió como un cínico sin rubor. Solo Santander, el acusado, el sentenciado, ante el juez draconiano; en el calabozo, en la capilla, conservó esa entera y firme serenidad que lo cubrió siempre. Veamos, que no exagero, lo que escribió Urdaneta, siendo míos los paréntesis intercalados: En la carta de 21 de octubre: "Estoy de conspiración hasta los ojos, y ahora mismo se está confesionando a Florentino González, quien me parece que irá al palo antes de cuatro días ... (apenas está declarando y ya el juez lo manda al palo). Santander continúa privado de comunicación, quejándose de enfermedad, y aunque nadie duda que él es el alma del negocio ... (juez que prejuzga y por escrito). No dude usted que todos los antioqueños están comprometidos; el que menos, lo sabía. Allá le han mandado a usted algunos, no los juzgue usted inocentes y sóplelos en Providencia". (Juez que continúa prejuzgando y ya condenando al desolado confinamiento en montón por agrupaciones geográficas). En la carta de 7 de noviembre: "Usted habrá visto que he cargado con toda la conspiración, y que si yo no lo hubiera hecho, se habrían quedado impunes todos los más criminales (fanfarronada macabra, por no decir otra cosa, de hacerse él solo responsable de 14 patíbulos, entre ellos el del almirante Padilla). Hoy he pasado al gobierno la causa de Santander sentenciada; el Libertador la ha pasado al consejo de ministros para que le dé su opinión. Yo lo he condenado a muerte arreglándome al proceso (ya se verá lo que fue ese proceso) porque Carujo y Florentino González han declarado cuanto podía ser necesario para probarle su delito (el consejo encontró insuficientes esas pruebas). Sé que el consejo tiene miedo, y hasta que están dispuestos a conmutar la pena ... ¿Cómo he de estar contento alIado de quien no se identifica con mis ideas respecto del gobierno?" (admirable temperamento el de este militar para dictador tropical). En la carta de 14 de noviembre: "En una palabra, he cargado con cuanto tienen de odioso las dos conspiraciones, creyendo que un ejemplar castigo daría la paz a Colombia y que el gobierno actual quedaría vengado y triunfante. (Por Jesucristo, ¿qué idea tenía este general de lo que es y debe ser un juez?). Pero como 306

todo era referente a Carujo y aún quedábamos sin pruebas contra Santander, propuse al gobierno la conveniencia de ofrecer a Carujo un salvoconducto si se presentaba y declaraba la verdad, conforme a las citas que se le hacían en la causa; se aprobó mi indicación, y yo me valí para hallarlo de algunos indicios que me había suministrado el capitán Briceño ... Aparece Carujo, lo confesiono, hace una exposición en que empleamos 48 horas el auditor y yo, y casi nada dice de importancia. Lo amenazo (!) y me contesta que sufrirá la muerte antes que decir más, porque no sabe más. Doy cuenta al Libertador preguntando o pidiendo que se declarase si Carujo había llenado las condiciones bajo las cuales se le concedía el salvoconducto. El Libertador consulta al ministerio y este cuerpo se desata contra Carujo; aconseja que se le interrogue de nuevo y que si no confiesa más, se declare que el gobierno no tiene obligación de cumplir su oferta ... (!). Notifico a Carujo; se obstina, lo encierro en un calabozo con un par de grillos (primero corrupción y cohecho, luego coacción y prevaricato. Me quedo con Carujo como gente decente) y cuando iba a pronunciar sentencia, me manda llamar para decirme que estaba resuelto a confesar lo más que sabía y que había callado porque no se creía obligado a decirlo. Aquí se hallaron las pruebas contra Santander. (Ya sabemos lo que confesó Carujo y lo que valieron esas pruebas ante el criterio de todos los ministros. Pero cualquiera que hubiera sido esa confesión, ante el derecho universal sería nula, por la manera criminal como se obtuvo y que el mismo Urda neta confiesa). Ahora es cuando va usted a asombrarse. Me presento al consejo y cuando Castillo- iba a mandar que se leyese el proceso, pide la palabra un ministro, pero ¿quién? Restrepo; y dice: 'Yo desearía que el señor presidente me dijera cuál es el objeto de esta reunión'. 'La continuación del proceso contra el general Santander', respondió Castillo. 'Pues señor', continuó Restrepo, 'me parece que no debemos ocuparnos de esto -estaba trémulo y las palabras interrumpidasporque ni somos jueces para sentenciar ni somos asesores de la comandancia general; es preciso que en un negocio de la gravedad de este, guardemos la circunspección que nos debe caracterizar; es preciso que procuremos conservar nuestro buen nombre y que evitemos la execración con que han pasado a la posteridad los de algunos ministros de otros gobiernos por haber conocido en causas de Estado. Nosotros daremos nuestra opinión al Libertador cuando el comandante general haya fallado'. (Adelante comentaré esta actitud de Restrepo. 307

Urdaneta continúa su carta, mostrando el mayor despecho porque el consejo hubiese adoptado la actitud de Restrepo y de consiguiente desbaratado su hábil maniobra de que prohijase como suya la sentencia que llevaba al cadalso a Santander, maniobra que explícitamente dice que fue combinada por Bolívar). Su excelencia ha querido que se refundiese en la sentencia contra el general Santander la opinión del consejo, porque ha querido evitar la necesidad de reformar la que yo dictase si ella no es del todo justa ... Di cuenta al Libertador, quien me contestó incomodado y me aseguró que si mi sentencia era justa la aprobaría a pesar del consejo. El Libertador ha estado muy disgustado del negocio y en su primer momento me dijo que yo no debía vivir aquí... Después le ha pasado la rabia; ya le han pasado la mano los señores esos, y ayer tarde me llamó para decirme ... que no había quién me reemplazara, que Córdova no tenía ascendiente, ni aun merecía la confianza -esto muy en reserva(ya principian las intrigas y los chismes contra el héroe de Ayacucho, explotando la fiereza de su carácter, -hasta precipitarlo). No quiero ser más cabrón. Ni aun siquiera tengo el gusto de poder servir a mis amigos en mi puesto, porque el Libertador de cuenta de confianza, me niega todo, al paso que estos ... justa o injustamente hacen todo cuanto les da la gana ... La ocasión (de matar a Santander) se nos vino a las manos y la despreciamos, ¿qué hay más que hacer? Toda la vida no ha de ser un virote. Dejemos este asunto". Quien quiera ahondar este caso de psicología anormal, debe leer en su integridad las tres cartas que acabo de citar, de las que apenas doy muestra de cortos párrafos, siendo la última muy larga. Se encuentran en las Memorias de O'Leary -tomo 6 de los documentos y tomo 3 de la narración-o No fueron dadas a conocer y publicadas esas cartas, pues, por enemigos de Urdaneta, sino por sus confidentes, iba a decir sus cómplices, Montilla y O'Leary. Yo hasta el día que las leí tenía elevado concepto de Urdaneta; lo fundamentaba en su valor, pericia, constancia consecuencia con el Libertador y prestancia personal aparente. Podía chocarme su amistad íntima con aquellos dos personajes; pero pensaba que la aproximación de los hombres no siempre es determinada por afinidades electivas, sino por obra de circunstancias contingentes. Jamás hombre público ha derrumbado así su propio prestigio con sus propias cartas. Ellas ponen en mal predicamento al Libertador y se desatan en

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conceptos deshonorables respecto a los ministros que fueron sus colegas hasta la víspera y que lo siguieron siendo pocos días después. Es triste que en nuestra propia conciencia se achiquen figuras históricas que nos merecieron elevada estima; pero es lo cierto que la revaluación histórica de algunos personajes incondicionales de la dictadura bolivariana no les es favorable. El incondicional es por esencia un cortesano. Y el cortesano está definido desde los tiempos clásicos, pasando por el Renacimiento italiano, hasta el período de las monarquías absolutas europeas, con rasgos que no enaltecen la naturaleza humana: interesados, intrigantes, envidiosos y chismosos. Por otro lado, las figuras sustantivas, disciplinadas pero independientes van creciendo cada día, díganlo Santander y Sucre. Compárense sus cartas íntimas, sobre todo las de Santander, proscrito y desterrado, con sus confidentes y apoderados, que yo cité en el capítulo "Divergencias políticas entre Bolívar y Santander", compárense esas y las nobilísimas de Sucre, con las citadas de Urdaneta. Por eso Bolívar, en los días de su lúcida grandeza, escogió a esos dos hombres, entre todos los demás, como sus excelsos compañeros y cooperadores en la obra libertadora. Por desgracia, los grandes genios dominadores, que llegan a alcanzar la cumbre del predominio, allí necesitan más de los incondicionales que de los independientes; pero en la inevitable decadencia, en el melancólico crepúsculo, vuelven sus ojos con tristeza a sus alejados pero verdaderos amigos. La actitud de Santander fue siempre la misma, siempre lógica y consecuente. Caído ya el Libertador y estando Santander lejos, del otro lado del Atlántico, cuando por esa caída y por ese alejamiento nada podía temer, al contrario, cuando ya era meritorio y popular haber sido septembrista, véase cómo pensaba y hablaba. Desde París, en 4 de julio de 1830 (Archivo Santander, tomo 18, página 270) decia: "Porque júzguese como se quiera al general Bolívar, y repruébese sin misericordia su conducta política, yo jamás convendré en que el asesinato de un hombre sea una acción patriótica, ni que la muerte del que ha servido con gloria a la causa de la independencia fuese meritoria ni justificable delante de la moral pública. Yo salvé entonces al general Bolívar de ser apuñalado en Soacha por un principio de honor y de moralidad, que me conducirá siempre a proceder del mismo modo 309

en cualquier caso en que se trate de llegar a un fin santo por medios reprobados por la moral y la razón". En el mismo documento, refiriéndose al dictamen del consejo de ministros sobre su sentencia de muerte e ignorando la actitud de Restrepo en ese consejo, decía: "En los días de Tiberio no faltó un magistrado recto que se atreviera a hablar la verdad al tirano y reprimiera su arbitrariedad; en los infaustos días de la dictadura del Libertador de Colombia, no hubo entre los suyos quien arriesgara una palabra justa para detener la venganza exterminadora". y todavía allí mismo, sin duda por no conocer lo que sus enemigos se decían y tramaban subterráneamente contra él, según parece de las diversas cartas que ahora citamos, con grandeza de alma que lo dignifica a él ya Colombia, decía: "En fin, a despecho de una sentencia tan inicua, yo vivo por ocultos juicios de la Providencia que sugirió al general Bolívar el deber de no consumar mi asesinato judicial. El general Bolívar ha sido clemente, y sin detenerme a indagar el móvil de su procedimiento, mi gratitud no será menos sincera, ni yo negaré a su excelencia el mérito de haber ahorrado a la patria un grave crimen. Mi antiguo respeto hacia el Libertador, el convencimiento íntimo de sus importantes servicios y el recuerdo de las relaciones que un día existían entre los dos, me hacen desear que su excelencia hubiera sido antes justo que clemente. Justo debió haber sido franqueándome todos los medios de defensa, abriéndome el santuario de la ley para poder llegar a justificarme libremente, nombrando jueces imparciales e impidiendo que se aplicaran leyes contrarias entre sí. Un procedimiento tan franco para con una persona que suponía ser su enemigo o su rival, de quien tenía quejas reales o imaginarias, habría sido eminentemente honroso al general Bolívar, y si realmente yo hubiera resultado culpable, su clemencia entonces hubiera realzado el triunfo de sus pasiones y me habría impuesto eterno silencio. Sí: la justicia en tales circunstancias no solo habría sido un deber sino una acción heroica. Vencer sin recursos y rodeado de obstáculos a los enemigos de su patria, no desesperar jamás del triunfo de su causa, salvar un país entero de la servidumbre, hacer arbolar la bandera tricolor en una inmensa extensión de territorio, son ciertamente acciones brillantes y gloriosas, pero que otros las han ejecutado o que pueden reproducirse. Pero vencer la pasión 310

de la venganza, sofocar el resentimiento y el encono, ser justo pudiendo ser arbitrario, es un triunfo solo de la virtud y tan singular y tan glorioso y tan sublime que la historia ha reservado su página más bella a la magnánima generosidad de Augusto". Ciertamente que en los anales de Colombia no se encuentra otro hombre político de tan firme, constante y magnánima consecuencia. Por ser todo ello palpable y sin tener conocimiento de todos los documentos que el país conoció tarde, es por lo que el noble prebendado Mosqueta. con la excelsitud de su talento y su virtud, en carta dirigida a don Rufino Cuervo, fechada en Popayán el 22 de noviembre de 1831, Y que se encuentra en el tomo 1, página 229, del epistolario de este, dice: "Ya había formado concepto de la injusticia de la sentencia contra Santander desde que la leí en La Gaceta y desde que vi su conmutación; porque estoy persuadido que si se hubiera probado algo de sustancia habría sido fusilado. El se presenta hoy vindicado y mereciendo el aprecio nacional por sus talentos y sus servicios. Estoy por él para la presidencia, por mil y mil razones que usted conoce, y digo que si él no hace algo por ordenarnos, no hay quien pueda hacer nada". La dictadura publicó con profusión la sentencia, pero mantuvo secreto el proceso. Así logró incrustar en el ánimo público la creencia en la culpabilidad de Santander. Solo una penetración como la de quien fue más tarde el egregio arzobispo Mosquera, pudo ver la inocencia del supuesto reo al través de la inicua sentencia. Quiero hablar de la actitud del doctor José Manuel Restrepo, en el consejo de gobierno, a que se refiere el general Urdaneta en su carta al general Montilla de 14 de noviembre de 1828, citada atrás. Tal actitud exacerbó a Urdaneta y la expone y la califica en forma ingrata. Ello se explica, porque solo Restrepo mostró entera y franca oposición a la innoble maniobra encaminada a que el consejo de ministros apareciera como redactor solidario de la sentencia que sin pruebas suficientes pretendía llevar al cadalso al general Santander. Lástima grande que el concepto final que ese consejo hubo de dictar sobre la sentencia de que obligadamente tuvo que hacerse Urdaneta, único responsable, no consagrara la honrada declaración de Restrepo por someterse a las exigencias de la situación ilógica del consejo, de la razón política y de las consideraciones debidas al estado de ánimo del Libertador. Pero aquella declaración de Restrepo -trémula e interrumpida, como dice Urdanetasalvó el 311

decoro del consejo de ministros, salvó la gloria de Bolívary salvó la vida de Santander. Ese triple resultado va en honra y gloria de Restrepo y debió complacerle singularmente; pero quien conozca su carácter se dará cuente de que esa complacencia suya fue tan solo una satisfacción moral, por el simple cumplimiento de una obligación de conciencia. No creo que de ello haya hecho mérito nunca, ni ello le trajo ventaja política y social ninguna. Disgustó a dos de sus colegas, que aunque hubieron de acogerla, hubieran deseado otra solución; disgustó a Urdaneta y al elemento militar y político ultrabolivariano; disgustó al Libertador, y seguramente no fue sabida, ni entendida, ni agradecida por el elemento santanderista. y la verdad es que Restrepo fue un bolivariano firme y leal, en ocasiones exagerado y que en sus actitudes de entonces jamás buscó congraciarse con el general Santander. Nunca se vanaglorió de tan trascendental afirmación de su personalidad, y en su historia no se refiere a ella en forma ninguna. En el relato que hace en esa historia de la conjuración, la condena dura y severamente, lo que a nadie puede sorprender; pero se coloca en la misma insostenible postura del consejo de ministros con respecto a la sentencia del general Santander; saliéndose de ella, sin embargo, en su nota final (tomo 4 página 601), en la cual dice: "Desde aquel tiempo se creyó por muchos, creencia que ha sido confirmada después, que Santander no supo el asesinato que se iba a cometer el 25 de septiembre. Parece que los conjurados no se lo comunicaron, bien para que no se los impidiera, o bien porque no tuvieron tiempo después de juntarse en casa de Vargas Tejada. Nos parece que Santander hubiera impedido la perpetración de un crimen tan execrable". [Qué hubiera dicho Restrepo si hubiera tenido conocimiento de todo lo que hoy sabemos y él jamás supo, por recientes revelaciones de archivos, de todas las maniobras subterráneas que dan la clave de los acontecimientos! El concepto que tenía Restrepo de la vida y del deber, era esencialmente diverso del de Urdaneta, para quien parece que ya no existía la diferencia entre el bien y el mal.

Quizá sea conveniente, ya que las relaciones y comentarios anteriores me han traído a considerar el suceso histórico del 25 de septiembre, resumir y precisar las conclusiones de ese estudio, y contemplar con 312

doloroso respeto el contragolpe sufrido por su causa en el ánimo ya adolorido y conturbado del Libertador. Todo fue irregular, arbitrario y aberrante en el proceso del general Santander: el tribunal militar prescrito por las leyes no fue establecido para el caso, se nombró por la parte agraviada un juez único, discrecional, irresponsable, sin sujeción a ninguna ley tutelar del derecho de los acusados, ni a ninguna regla de procedimiento, acompañado profórmula de un titulado auditor. El juez nombrado con facultades omnímodas fue el general Rafael Urdaneta, hasta el día anterior ministro de guerra del gobierno a que le hacía oposición política el acusado general Santander. El mismo Urdaneta, émulo y rival en la milicia y en la política de Santander, había mostrado en múltiples ocasiones mala voluntad hacia quien se hallaba ahora bajo sujuzgamiento discrecional. El gobierno no tuvo en cuenta esa monstruosidad moral y jurídica, nunca registrada en los anales de los pueblos civilizados y cristianos, de que el juez fuera de antemano el enemigo declarado del acusado; y ese juez no tuvo reato ni escrúpulo para aceptar un cargo que lo deshonraba, ni le pasó en mientes recusarse. Pero aún más, el acusado fue juzgado y sentenciado sin sombra de defensa. Ni por salvar las apariencias se le nombró defensor de oficio, ni se le permitió nombrar defensor de su confianza y conveniencia. En las declaraciones o careos a que era sometido, si el supuesto reo trataba de explicar algo o de llamar la atención a un suceso justificati va o a una circunstancia ilustradora, era reprendido. Pero todavía hay algo más increíble: el alma de la conjuración, en la concepción y en la ejecución, era Carujo, quien había encontrado asilo inviolable. Se encontró manera de hacerle llegar, donde estuviera, la oferta solemne del gobierno de salvarle la vida (esto demuestra a lo vivo la facultad discrecional, la arbitrariedad, la irresponsabilidad del juez, y esto lo confiesa el propio Urda neta en carta a Montilla que publicó O'Leary sin malicia) de salvarle la vida a Carujo siempre que este, diciendo todo 10 que sabía, comprometiera a Santander. Carujo fue suficientemente confiado o valiente para entregarse. Dijo todo, todo lo que sabía; pero ello no comprometía a Santander. Urdaneta, acorde con el consejo de ministros (en la misma carta lo confiesa) amenazó a Carujo con que no resultando lo que el gobierno esperaba, la promesa de este no subsistía y Carujo debía prepararse a la muerte. Carujo cargado de grillos declaró que el general Santander sabía que se conspiraba para derrocar el gobierno, 313

pero que había impedido que se asesinase al Libertador en Soacha el21 de septiembre anterior. Esto era no decir nada o decir mucho. Era no decir nada nuevo, pues siendo Santander notoriamente el jefe de la oposición republicana, que trabajaba por restablecer el orden constitucional y legal, contra un gobierno de hecho, que había sustituido eso por un régimen dictatorial, el general Santander bien sabía, y no lo ocultaba, que se laboraba para ello en todos los municipios de la nación y en todas las plazas y vías públicas. Pero era decir mucho que el general Santander se había opuesto y había impedido que se asesinase al Libertador en Soacha, y en esa y en otras ocasiones se había mostrado resueltamente opuesto a toda medida de fuerza y violencia para alcanzar sus propósitos políticos. Como nada más se conseguía de Carujo ni de Florentino González en contra de Santander, fue preciso sentenciarlo a muerte por el crimen comprobado de que sabía que se conspiraba y de que no se lo había ido a contar a Bolívar, quien lo sabía tanto como Santander; pero en este tal saber merecía la muerte y en aquel merecía la corona. Sobre tal base, que el mismo F ouquier- Thinville habría hallado flaca e insuficiente, aquel juez único sentenció a muerte a Santander. Para confirmar la sentencia, Bolívar quiso oír el concepto del consejo de ministros, y este se halló en uno de los trances más duros y estrechos en que puede hallarse un organismo de gobierno, ello debido a la jurisdicción irregular, anómala, insólita que el mismo gobierno había adoptado para comocer esa causa. El consejo de ministros era una corporación política, era el gobierno mismo, la parte más interesada en el juicio, la parte que se consideraba más amenazada y agraviada por la conspiración; y por la inexorable lógica del yerro inicial, profundamente inmoral y esencialmente antijurídico, le tocaba fallar en última instancia. Con criterio político, conforme a lo llamado razón de Estado, debía confirmar la sentencia de muerte dictada por el juez draconiano y aberrante. Conforme a los dictados de la eterna y trascendental justicia, era imposible ajusticiar a un inocente que, al propio tiempo, ei a la persona más alta del país después del Libertador, que era carne de la carne y hueso de los huesos de la sección central y más poderosa de la Gran Colombia, y cuyo juez fuera de ser su rival y su émulo, era el representante de los adversarios de la Nueva Granada y de los prohombres granadinos. 314

En castigo de aquel error inicial de convertir en jueces al personal de entidades políticas, ese consejo de ministros, en e! cual se hallaban inteligencias y caracteres de primer orden, se vio obligado a dictar el documento oficial más pobre, más ilógico, más inconsistente que registran nuestros anales; allí se reconoce que la sentencia esjusta, pero que no puede o no debe ejecutarse por motivos de conveniencia o de clemencia. Con la primera declaración creyeron esos ministros que satisfacían la razón de Estado, la exigencia política y las consideraciones personales a Bolívar. Decidiendo que no se cumpliese la sentencia, creyeron que se reconocían los servicios y la posición del general Santander y se evitaba la indignación pública en el vasto territorio colombiano. Hay en ese dictamen del consejo de ministros párrafos tan inauditos, que uno piensa en el embarazo que ellos experimentarían al estamparlos y en el rubor que los enrojecería al recordarlos en la soledad de sus gabinetes. Allí tropezamos con este aparte: "Aunque la causa, los antecedentes y la sentencia misma (!) podrían justificar, a los ojos de los imparciales, la pena a que esta le condena; los descontentos, los poco advertidos, los malignos y los que en tales casos juzgan siempre contra el gobierno, mirarían la ejecución como injusta, como excesivamente severa, y tal vez como parcial y vengativa". ¡Lo que quiere decir que el concepto de los malignos, de los poco advertidos y de los descontentos puede estorbar e impedir el cumplimiento de una sentencia trascendental y justa! Pero más adelante hallamos otro párrafo que no pudo ser escrito y firmado por hombres de esa talla sino en instantes de obliteración del sentido, así dice: "Si contra el general Santander existieran las pruebas de su cooperación en la noche del 25, como existen contra el difunto ex general Padilla, el consejo no titubearía en aconsejar al Libertador presidente que mandase ejecutar la sentencia pronunciada en 7 de este mes por el juzgado de la comandancia general; pero no existiendo estas pruebas, teniendo lugar las consideraciones indicadas y no perdiendo de vista que el general Santander ha manifestado (inexacto, quien reveló eso fue Carujo) que impidió e! asesinato del Libertador que se intentó cometer en el pueblo de Soacha en 21 de septiembre, asesinato que consta haberse proyectado y que, en realidad, no se cometió aquel día, es de opinión que e! gobierno obraría mejor conmutando la pena de muerte en la destitución del 315

empleo de general y extrañamiento de la República, con prohibición de volver a pisar su territorio sin que se le permita una gracia especial del supremo gobierno; con calidad de que si contraviniese en cualquier tiempo esta prohibición, será ejecutada la sentencia de muerte por cualquier juez o jefe militar del lugar en que sea aprehendido; y que sus bienes raíces se conserven como en depósito, sin poder ser enajenados, gravados ni hipotecados para que sean una prenda de seguridad de que no se quebrantará la prohibición y un objeto en que pueda ejecutarse la confiscación en el caso contrario ... ". Si no existían pruebas plenas contra el general Santander ¿cómo podía ser justa la sentencia que lo condenaba a muerte? Y ahí mismo se dice que las pruebas contra Santander eran mucho menos probantes que las encontradas contra el general Padilla, que fue ejecutado como hoy se sabe y como lo sostiene el general Posada Gutiérrez, con pruebas endebles, en todo caso insuficientes. Si las pruebas contra Padilla en realidad no justifican su muerte ¿cómo las pruebas aún más inciertas y menos probantes, según el consejo mismo, contra Santander, pueden justificar la sentencia capital contra el Hombre de las Leyes? Bien vio el consejo de ministros que era absolutamente imposible asesinar a Santander como lo pretendía Urda neta; pero entre esa imposibilidad moral y la de desautorizar el gobierno que ellos mismos constituían y la de descontentar a Bolívar, optaron por suscribir ese dictamen absurdo, sacrificando ante el país y ante la historia su reputación de hombres conscientes y responsables. ¿Quién de ellos redactó ese parto infeliz? Castillo era demasiado inteligente, zorro y perezoso. Restrepo demasiado honorable y escrupuloso para ello, y da en qué pensar que ese dictamen del consejo de ministros, publicado en el número 385 (16 de noviembre de 1828) de la Gaceta de Colombia y en la primera colección de documentos relativos a la vida pública del Libertador (Caracas, tomo 17, 1829), aparezca sin la firma del ministro Restrepo. Ciertamente que en un simple aviso en un número posterior de la misma Gaceta (23 noviembre) se dice que por ausencia en el campo del ministro Restrepo no pudo firmar el día 10 de noviembre el referido documento, pero que estuvo de acuerdo. Pero en el número 385 citado de la Gaceta, aparecen decretos firmados en Bogotá por Restrepo en los días 8 y 12 de noviembre. Dados los antecedentes de este asunto, con respecto a Restrepo, estaría uno autorizado para creer que la 316

ausencia tan oportuna y tan corta del ministro del interior, fue uno de tantos expedientes para que un miembro del gabinete, sin provocar crisis ministerial, pueda evitar hacerse solidario en una medida que no aprueba. El aviso oficioso e informal, sin la firma del mismo ministro, nada significa, pero es un hecho que Restrepo no firmó el dictamen. Tanco no era para el caso, Córdova demasiado joven e inexperto, apenas hacía unas semanas que era ministro por primera vez y sin esperarlo, tan solo para llenar el puesto de Urdaneta mientras este se ocupaba en sus bajas obras, y sintió tan hondamente haber estampado su firma, que antes de un año combatía y moría heroicamente contra ese mismo régimen y contra ese mismo Urdaneta. Quien redactó el concepto fue don Estanislao Vergara, lo revela el estilo y el carácter. Pero ese documento lastimoso, a pesar de todo, no alcanzó a desvirtuar la honrada y firme declaración de Restrepo, que impidiendo el sacrificio de Santander, prestóle invaluable servicio a Bolívar. El Libertador exacerbado por la incontrastable firmeza de Santander, embriagado desde Lima por la lisonja de los serviles y envenenado por los chismes de don Miguel Peña, de don Juan de Francisco Martín, del general O'Leary y de otros tantos, vio la clarividencia de su genio anublarse en esos días trágicos. No es grato, ciertamente, observar de cerca algunos de los errores o faltas del Libertador; pero para ello, fuera de la imperativa obligación de todos los que pretenden escribir historia, de no ocultar o disfrazar nunca lo que honradamente consideren verdadero, me animan las multiplicadas pruebas que siempre he dado de mi ingénita y devota admiración y gratitud por el más grande de los americanos, y el concepto tan inteligente como patriota que nos dio el ilustre director de El Repertorio Colombiano, no sospechado jamás de desafecto a Bolívar, en el número 51 (septiembre de 1882) de esa admirable revista, donde anota "la tendencia semidolátrica" de que adolecen "algunos panegiristas colombianos del Libertador", que no tienen de la grandeza "un concepto claro y exacto, y confundiéndola aun más con la santidad, con la impecabilidad, agotan sus conatos en paliar las faltas del héroe predilecto, en negar sus errores, o ver de convertirlos en aciertos. No es la grandeza humana un conjunto de perfecciones sobrenaturales, sino el sello personal, el carácter distintivo de quien reúne extraordinarias cualidades, de quien ha sido capaz de

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nobilísimos sacrificios, pero no sin defectos correlativos, no sin naturales flaquezas". Algunas de las cartas citadas del Libertador pueden verse en algunos de sus epistolarios; pero todas en la completa, auténtica y admirable colección en diez volúmenes, monumento americano alzado en Caracas por don Vicente Lecuna. En carta a Briceño Méndez, de 9 de noviembre de 1828,dice: "además de los 14 que se han fusilado en días pasados ... han sido condenados a muerte seis o siete, entre estos Santander, que ha resultado convicto ... pienso perdonar a todos los demás miserables, si se le conmuta la pena a Santander" . En otra carta para el mismo Briceño Méndez (16 de noviembre de 1828) dice: "mi existencia ha quedado en el aire con este indulto (¿?) y la de Colombia se ha perdido para siempre. Yo no he podido desoír el dictamen del consejo con respecto a un enemigo público, cuyo castigo se habría reputado por venganza cruel. Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por la misma causa; en adelante no habrá justicia para castigar al más atroz asesino, porque la vida de Santander es el pendón de las impunidades más escandalosas". En carta para el general Montilla de 13 de noviembre de 1828, hállase este apotegma aberrante: "El consejo me ha librado de la nota de vengativo y ha perdido a Colombia". En carta para el general Páez -15 de diciembre de 1828- refiriéndose a sus ministros, dice Bolívar: "Hasta el hombre más estólido sería capaz de conocer lo incompatible que es a la tranquilidad, a la seguridad, a la felicidad de Colombia, la existencia de Santander. Decretar su indulto y clavar un puñal en el corazón de la República, ha sido una misma cosa para algunos pensadores". Parece imposible que tal cosa dijera Bolívar dirigiéndose a Páez, cuya rebelión fue la causa eficiente e inmediata de tantos males, y que ya se verá cómo le pagó su impolítica indulgencia y cómo, pocos meses después, desgarrará la venda que le ocultaba al Libertador cuáles eran sus verdaderos amigos y sus verdaderos enemigos. En carta para don Estanislao Vergara -14 de diciembre de 1828dice: "Este acto (la conmutación de la pena de muerte a Santander) nos va a matar, y usted se acordará de lo que le digo. Y como dijo un extranjero el

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día de la gracia a Santander: ya murió Colombia. Guarde usted esta carta y ábrala dentro de un par de años, o antes si fuere preciso". En la misma fecha le escribía al general Urdaneta: "Cada día me parece más imprudente haber salvado a Santander; este hombre será la última ruina de Colombia, el tiempo lo hará ver". El tiempo le hizo ver a Bolívar otra cosa muy distinta de la que preveía. Antes de cumplirse los dos años que le prescribió a don Estanislao Vergara, es decir, el 16 de noviembre de 1830, un mes justo antes de su muerte, cuando ya lo sabía todo el Libertador le escribió de Barranquilla a ese mismo general Urdaneta que a todo trance quiso arrastrarlo a matar a Santander, esta frase con que anuló todas las de esas cartas desgraciadas, frase definitiva de comprensión y de grandeza, que vino a ser el verdadero desenlace del drama del 25 de septiembre: "Yo lo he visto palpablemente ... el no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos". 10 de abril de 1938.

NOTAS 1. "Entre todos descollaba la imponente, al par que simpática figura, del general Santander". José Caicedo Rojas. Recuerdos y apuntamientos. Bogotá, 1891, p. 196.

Alguno de mis inteligentes colegas de la Academia de Historia, ante quienes di lectura a párrafos de este ensayo, observó que Vargas Tejada no debía ser clasificado en esa tendencia sino en la de Carujo , fundándose en la ingeniosa y terrible estrofa que dice:

2.

"Si a Bolívar la letra con que empieza, y aquella con que acaba le quitamos, Oliva, de la paz símbolo, hallamos. Esto quiere decir que la cabeza Al tirano y los pies cortar debemos, Si es que una paz durable apetecemos". No participo de tal concepto, porque cabalmente Vargas Tejada es uno de los exponentes más auténticos del elemento intelectual idealista que concurrió al 25 de septiembre. Si adoptó vías de hecho, fue a última hora, obligado por tremendas circunstancias. Por otra parte, nunca sería acertado juzgar de los hechos y acciones de un hombre, sobre todo si es hombre de letras y especialmente poeta, por la letra de composiciones más o menos artificiosas, y mucho menos por juegos de palabras. Viénese al recuerdo multitud de casos en la historia literaria de composiciones en un todo reñidas con el pensamiento, el corazón y las acciones de quienes las hicieron. 3. Hace muchos años oí contar que en la noche del 25 de septiembre cuando los conjurados reunidos en la casa de Vargas Tejada (la casa alta que sigue del atrio de Santa Bárbara para el sur, carrera 7') se aprestaban para salir a asaltar el palacio de San Carlos, el doctor Mariano Ospina , a quien habían armado con un enorme cuchillo, preguntaba poniéndose-

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lo de punta en el estómago: "Esto, después de meterlo, ¿se hace de para arriba o de para abajo?". Pero don Estanislao Gómez Barrientos, el Eckerman de ese hombre ilustre, en su libro Don Mariano Ospina y su época, cuenta que este siempre le dijo que había ido y entrado a palacio sin arma alguna. Probablemente encontró dificil y complicado el aprendizaje del manejo del cuchillo. El doctor Carlos Martíncz Silva me refirió, yeso lo he visto repetido en la prensa, que alguna vez oyendo el doctor Ospina a ciertos bolivarianos entusiastas anatematizar implacables la conjuración de septiembre, los aplacó diciéndoles: "Ustedes quizá hablarían de otro modo si como granadinos hubieran vivido en Bogotá en los días de la dictad ura " . Don Mariano Ospina, antes cronológicamente que don Miguel Antonio Caro, fue el conductor intelectual más eminente y más eficaz del partido conservador colombiano, el defensor más filosófico del principio de autoridad y de la política católica. Después de la noche septernbrina , envuelto en una estera y a espaldas de un hombre, lo sacaron del centro urbano, llevándolo a una casa desierta de barrio lejano, luego logró salir de la ciudad y al fin encontró asilo seguro en Antioquia. Así providencialmente se escapó del patíbulo, donde la dictadura que lo buscó empeñosarnente, lo habría hecho morir sin falta. ¡Qué altos y nobles destinos los de quienes lograron escapar del cadalso como acusados inocentes o comprometidos en esa conjuración! ¡Qué impresionante y severa lección contra el cadalso político! ¡Cuánto les debe el desarrollo y el pensamiento de Colombia a Santander, a Mariano Ospina, a Florentino González, a Ezequiel Rojas, a Juan Miguel Acevedo! ¡Qué poco a Urdaneta, Montilla, Miguel Peña y otros frescos, satisfechos y despreocupados sicarios de la dictadura, alimentadores de la horca y del banquillo!

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29. La conjuración septembrina Roberto Liévano

Este extenso escrito de Liévano, presentado como lectura en la Academia Colombiana de Historia, ha sido incluido en esta selección por representar una visión ya moderna de los acontecimientos. El texto fue tomado de la recopilación de artículos y ensayos que el Banco Popular publicó en su Biblioteca, Vol. 23, en 1971 (Nota del editor).

Refiere Prevost Paradol, en el prólogo de su famoso Essai sur l'Histoire Universelle, que hallándose Raleigh encerrado en la Torre de Londres, concibió el propósito de escribir una historia del género humano. De pronto el ruido de una querella suscitada en el patio de la prisión, llegó a interrumpir el curso de sus pensamientos. Al punto quiso cerciorarse de lo sucedido, para lo cual interrogó a cuantos presenciaron la disputa, o tomaron parte en ella, pero al través de sus infinitas contradicciones buscó en vano una certidumbre. Luego, convencido de que sería imposible conocer la evidencia de ese pequeño incidente, desarrollado casi bajo sus ojos, pensó que con mayor razón ocurriría lo mismo en el vasto plan de su obra -a la cual daba principio-, y hondamente decepcionado arrojó al fuego las páginas escritas. La sabia admonición que instila este episodio ha obsesionado mi espíritu mientras repasaba toda la multifolia bibliografía que con el rencor pasional de criterios diversos ha traído hasta nosotros las más disímiles interpretaciones de la conjuración septembrina. Bien explicable, por lo demás, este fenómeno. Si ha de buscarse documentación en las fuentes originales, ellas están enturbiadas por el odio político, por un anhelo vindicativo y personal, por la ambición de prematuras justificaciones. Y si se persigue la exégesis a través de los comentadores sucesivos, se encuentra que ellos tampoco lograron libertarse de prejuicios, y que la mayor parte han mantenido como precepto de crítica el ditirambo y la hipérbole. 323

Así, especialmente, en todo cuanto hace relación a Bolívar, en quien los historiadores modernos apenas comienzan a estudiar al hombre, ya quien hasta ahora se nos ha enseñado a contemplar tan solo como a un semidiós, en culto idolátrico. Sobre el collado que a Junín domina. En cambio, para juzgar la conducta de aquellos que por el imperativo de determinadas circunstancias hubieron de interponerse en su camino de vencedor, para contrariar cualesquiera de sus designios omnipotentes, se ha usado y abusado de una acrimonia que apenas halla parangón con la benevolencia que suelen suscitar todas las actuaciones del héroe. y entre ellas -preciso es confesarloexisten muchas que en su tiempo motivaron justificadas resistencias y para las cuales no siempre es posible hallar hoy mismo satisfactoria exculpación. Afortunadamente, la inspirada sentencia (no del cura de Pucará, como hasta ahora venía repitiéndose, sino del alcalde de Azanzaro, señor Choquehuanca)1 , ha tenido cumplimiento. "Vuestra fama crecerá como aumenta el tiempo en el transcurso de los siglos". Hoy, ante la gloria consolidada de Bolívar, no haya temor de que se investiguen sus actos y se puntualicen sus yerros. "A un grande hombre lo constituyen tanto sus defectos como sus cualidades", ha dicho Renán. Y aquel examen es indispensable, además, para la cabal explicación de acontecimientos que -como el que hubo de cumplirse el25 de septiembre de 1828- requieren ser contemplados con fría serenidad, en las múltiples causas que los originaron y con arreglo a incidencias de época y de ambiente. Procurando evitar los errores de distancia, y libre por suerte de las componendas de proximidad que inquietaban al vizconde de las Memorias de ultratumba, no trataré de imponer teorías determinadas, sino de relatar hechos y de exhibir documentos, para que de ellos surja "el acento heroico de la verdad". Al conmemorarse el primer centenario de la conjuración septembrina, escribí un estudio, que más tarde fue recogido con otros en un libro, sobre aquellos hechos controvertidos. No dispuse entonces de toda la documentación que más tarde me ha sido posible consultar. Además en el tiempo corrido desde entonces, han aparecido nuevas obras sobre la materia, como los preciosos Estudios 324

históricos del doctor Laureano García Ortiz; El Libertador presidente, del irreemplazable académico doctor Roberto Botero Saldarriaga; la Biografía del general Rafael Urdaneta, del doctor Carlos Arbeláez Urdaneta; La vida de Castillo y Rada, obra dirigida por el insigne ex presidente de esta Academia, doctor Eduardo Rodríguez Piñeres; las Memorias completas, del doctor Florentino González, editadas en Buenos Aires por la devoción patriótica del lamentado José Camacho Carreño; la tesis doctoral sobre el juicio seguido al general Santander, de don Julio Barriga Alareón; Los septembrinos, de nuestro laborioso compañero el doctor Alberto Miramón; y sobre todo, el Proceso del 25 de septiembre, publicación dirigida por el director del Archivo Histórico, nuestro infatigable colega don Enrique Ortega Ricaurte, cuya erudición y cuya diligencia investigadora apenas corren parejas con su modestia ejemplar. En posesión de ese acervo documental, la tarea del aficionado a esta clase de ensayos, en lugar de simplificarse, se complica, pues la abundancia del material dificulta su selección. Tal mi caso. Porque la relación e interpretación de los acontecimientos septembrinos es materia que requiere más de un volumen. Algún día he de escribirlo, con el favor del editor desconocido. Entre tanto, y sobre la base de mi estudio inicial, complementado con las posteriores adquisiciones, iniciaré el intento.

Antes de rastrear algunos antecedentes de la conjuración septernbrina, necesarios para dar base y fundamento a cualquier juicio sobre ella, debe consignarse, por ser de justicia, que hasta los momentos de la histórica y controvertida conferencia de Guayaquil, alentó en el Libertador un espritu republicano y democrático. También es evidente que hasta entonces deben considerarse sinceras sus repetidas y elocuentes declaraciones de desafecto por el mando supremo, de acatamiento a las normas constitucionales juradas por él solemnemente, apenas dos escasos años antes, el 6 de octubre de 1821, en la villa del Rosario de Cúcuta. En la conferencia iniciada a orillas del Guayas, el 11 de julio del año 23, y en la que Bolívar y San Martín cambiaron ideas sobre la situación de dominio en que habría de quedar aquella provincia, sobre la guerra del Perú y sobre la organización política de los nuevos Estados, el Libertador 325

se declaró adverso al proyecto de monarquía que se le propuso, al menos en lo relativo a la procedencia europea de quien hubiese de ceñir la corona. Pero también es preciso advertir que de ahí en adelante se inicia ese proceso, lento y sutil, que habría de transformar en sucesivas etapas la conciencia del héroe, hasta llevarlo un lustro después al poder personal, absoluto y sin límites. Decepcionado San Martín de sus actividades en la tierra de los incas, abandona el poder, y el gobierno peruano envía repetidos comisionados a Bolívar para que al frente de los ejércitos colombianos salve la situación. Obtenido el permiso del congreso, para entonces reunido en Bogotá, llega a Lima el 1º de septiembre de 1823. y comienza entonces esa lucha admirable en que "el hombre de las dificultades", como él mismo se llama, las ve surgir en torno suyo, por todas partes, amenazantes y casi invencibles, ya en el ejército español, poderoso de 20.000 hombres, a los cuales no tiene casi combatientes que oponer; ora en las odiosas rivalidades de Riva Agüero y Torre Tagle yen la traición del último; o bien en la sublevación de las tropas argentinas que entregaron a los realistas la fortaleza del Callao. Y ante esa conjuración de adversidades, que fueran bastantes a poner desánimo en espíritus menos providentes que el suyo, una sola palabra, la mágica palabra, la inmortal palabra de Pativilca está en sus labios: [triunfar! Para entonces, también, se provoca el primer incidente que ha de iniciar la enemiga con Santander. El Libertador, desde Trujillo, le pide el suministro de nuevos contingentes, que no puede enviar de pronto el vicepresidente, sin faltar a sus deberes constitucionales, estando en receso la legislatura. Es así como contesta a las censuras de Bolívar: "Si en la obediencia de la constitución se encuentra el mal, el mal será, dije ante el congreso el día que tomé posesión de mi destino, y lo he repetido durante mi administración. Los dos estamos colocados en contradicción legal; usted puede hacer todo sin obligación de responder de nada, y yo no puedo hacer sino 10 que me prescribe la constitución, so pena de que de hecho y de derecho me sumerjan en un océano de oprobio y detestación". "Después de esta satisfacción quiero rogarle que cuando me censure o me quiera decir sus llanezas, se acuerde que mi regla es la constitución limpia y pelada". Y después ratifica: "Tampoco tengo ley que me autorice dar auxilios al Perú, ni disponer de las tropas por pedimento de usted. Esto de 326

gobernar con leyes y con un congreso cada año es muy trabajoso; usted no lo sabe porque hasta ahora ha podido hacer lo que le ha parecido mejor". Y más tarde le agrega: "Recuerde usted la enorme diferencia que hay entre los dos para obrar: usted no tiene ley ni responsabilidad alguna; y yo tengo una constitución y mil leyes; el teatro de usted es el de su libre voluntad y miras; el mío es la voluntad de los legisladores. Usted puede hacer lo que quiera, aunque sean exabruptos, con la esperanza de que si el éxito es favorable lo colmarán de bendiciones; pero yo si me aparto de la ley y hago prodigios, seré censurado y maldecido" 2. Luego, cuando el congreso del Perú confiere la dictadura a Bolívar, y este se encarga de ella, el mandatario granadino se ve precisado, también en obediencia a la constitución, a manifestarle que con ese nuevo carácter no puede continuar en el comando de los ejércitos auxiliares de Colombia. Bolívar delega entonces en el general Sucre su autoridad militar, con la que este habría de sellar luego, en las faldas del Cundurcunca, la independencia de América. Entonces, cuando aún resuenan las dianas marciales, Bolívar convoca el congreso peruano y resigna la dictadura. El congreso no acepta la renuncia, le decreta grandes honores y le confirma las facultades dictatoriales, y los diputados del alto Perú, que se reúnen el 10 de julio de 1825 en Chuquisaca, erigen un nuevo Estado con el nombre de República Bolívar -que luego se cambió por el más eufónico de Bolivia-, del cual le ofrecen el mando supremo, que declina en el mariscal Sucre, y para el cual le piden una constitución que él les envía el año siguiente.

y llegamos al momento en que para el epónimo, que ha culminado en todo su esplendor cenital, comienza la hora del descenso irremediable. Ninguno, hasta entonces, ni en los países que constituían la Gran Colombia, ni en la tierra del Sol, había recibido homenajes semejantes a los que a él se prodigan, mayores poderes discrecionales, un culto, en fin, que lindaba con el delirio, y que había de producir el vértigo. Uno de sus adversarios, don Ezequiel Rojas, ha dicho: "Cuando coronó la obra, su poder y su prestigio no tenían límites: si hubiera vivido en Atenas, le hubieran aplicado la ley del ostracismo. Esta ley tenía buenos fundamentos".

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En nuestros países, en cambio se le exaltó, y con justicia, hasta la apoteosis. Los pueblos que su acero había independizado de la dominación española, lo aclaman todos a la primera magistratura; se abren medallas en su honor y se erigen mármoles glorificadores; se le decretan pensiones y se le ofrece $ 1.000.000 que su delicadeza y su desprendimiento le impiden aceptar; los carros en que hace a las ciudades sus entradas victoriosas, son tirados por blancas manos de mujer; y la Iglesia católica manda cantar en su honor, en. todas las iglesias y antes del Evangelio, una oración cuyos son estos versos, recogidos en uno de sus libros encantadores por el doctor Luis Augusto Cuervo: "De Ti viene todo lo bueno, Señor; nos diste a Bolívar, gloria a Ti, gran Dios". ¿Qué hombre es este, cielos, que con tal primor de tan altos dones tu mano adornó? Lo futuro anuncia con tal precisión que parece el tiempo ceñido a su voz. De Ti viene todo lo bueno, Señor nos diste a Bolívar, gloria a Ti, gran Dios" ¡Era la divinización

3.

absoluta!

Pero el espíritu del héroe principiaba a desfallecer. Su organismo físico, por 10 demás, estaba también ya resentido de ese trabajo abrumador, de ese continuo tráfago de los combates; y sentíase debilitado acaso más que por las jornadas campales, por esas otras batallas para las cuales 328

pedía campo de plumas la musa encantadora de don Luis de Góngora y Argote. Hechizado -según su propia palabrapor el ambiente sensual de Lima, reminiscente aún del fausto del coloniaje; encadenado por brazos amorosos en su quinta de La Magdalena, no tenía oídos para escuchar el rumor de tormentas distantes, ni ojos para ver el descontento popular que iba creciendo en torno suyo. Por aquellos días el general Páez envía desde su ínsula de Venezuela a don Antonio Leocadio Guzmán, para proponer a Bolívar que se proclame emperador. Este, adivinando al oculto instigador del proyecto, al consejero de Páez, al nefasto doctor Miguel Peña, le responde negándose y le dice entre otras cosas: "Un trono espantaría tanto por su altura como por su brillo ... ". " ... Creo también que los que lo han sugerido son hombres de aquellos que elevaron a Napoleón y a Iturbide para gozar de su prosperidad y abandonarlos en el peligro". Con todo, enamorado como se halla de su constitución para Bolivia, "código famoso que -según el concepto de don Justo Arosemenaen esencia creaba una monarquía sin el nombre", aprovecha los buenos oficios de Guzmán, a quien acredita, con cartas suyas autógrafas, ante sus amigos los intendentes de Guayaquil, Panamá, Cartagena, Caracas, para que se inicie el desconocimiento de la constitución de Cúcuta, que él ha jurado cumplir y defender con su honor y con su sangre, y que ahora quiere ver reemplazada con la constitución boliviana. He aquí una de esas cartas: "Lima, 6 de agosto de 1826. Señor intendente del departamente del Istmo. La situación actual de Colombia me ha forzado a meditar profundamente sobre los medios de evitar las calamidades que la amenazan. He creído conveniente, mientras emprendo mi viaje hacia allá, enviar al ciudadano Leocadio Guzmán para que comunique las ideas que me han ocurrido. Usted las oirá de su boca. Si usted y las demás personas de influjo se empeñan en apoyarlas, se contendrá el incendio que se asoma por todas partes. Propongo también el código boliviano, que con algunas ligeras modificaciones parece aplicable a todas las situaciones que Colombia puede apetecer. La imprenta servirá con buen suceso para inclinar la opinión pública en favor de este código ... Unidos los buenos ciudadanos a nuestro incorruptible ejército, se sostendrá el edificio levantado a costa de virtudes y de heroísmo ... Yo iré bien pronto a ayudar a un pueblo que no merece perder en un día el

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fruto de tantas victorias y de tantos sacrificios. Yo mismo soy el punto de reunión de cuantos amen la gloria nacional y los derechos del pueblo. Yo tomo a usted por órgano de estas ideas y sentimientos para que los comunique a los amigos y compatriotas ... " 4. Cuáles eran las ideas que habían de transmitir los labios de Guzmán, y que el signatario de la carta no se atrevió a confiar al papel, lo dicen con dolorosa elocuencia las actas que el mensajero fue levantando a su paso, y en todas las cuales, forjadas sobre un idéntico modelo, se pedía una convención que reformara la constitución de Cúcuta, la cual -según uno de sus preceptosera intocable hasta 1831, y se proclamaba abiertamente la dictadura para Bolívar. Este, al escribir la malhadada carta, había puesto en olvido la perentoria declaración de uno de sus mensajes al congreso: "Hecha mi promesa de obedecer la ley fundamental de la República, reitero a los legisladores de Colombia mi promesa de morir con la espada en la mano, a la cabeza del ejército de Colombia, antes de permitir se huelle el pacto de unión que Nueva Granada y Venezuela le han presentado al mundo. La constitución de Colombia es sagrada por diez años; no se violará impunemente mientras mi sangre corra por mis venas y estén a mis órdenes los libertadores". Si más tarde a los conjurados de septiembre se les hubiera permitido siquiera el simulacro de una defensa, en las anteriores palabras hubieran podido hallar su justificación. Precisamente eso mismo fue lo que todos y cada uno de ellos pensaron, dijeron y ejecutaron: "La constitución de Colombia es sagrada por diez años; no se violará impunemente mientras mi sangre corra por mis venas ... ". Y para hacer honor a su palabra, derramaron su sangre en el cadalso.

Entre tanto, graves sucesos ocurrían en Venezuela. El general Páez, a quien la municipalidad de Caracas había acusado ante la cámara de representantes como violador de las leyes, fue suspendido en su cargo de comandante general y recibió orden de comparecer en Bogotá ante el senado, para que explicara su conducta. En vez de imitar el ejemplo eximio de Córdova, quien con los frescos lauros de Ayacucho sobre las sienes y rodeado de un ejército victorioso que lo adora, abandona a Bolivia para ir a su patria a responder en un 330

juicio criminal, el León de Apure oye las insidiosas representaciones de la municipalidad de Valencia, ratificadas por otras de su país, e investido del carácter de jefe civil y militar de Venezuela, se declara en rebeldía. Además, la influencia maléfica del doctor Miguel Peña se había hecho sentir de nuevo. El también estaba acusado, pero por indebido aprovechamiento de caudales públicos. Habiéndosele suspendido transitoriamente en su empleo de ministro de la alta corte de justicia, en relación con la célebre causa del coronel Infante, salió para Venezuela. A su paso por Cartagena jugó con mala suerte en compañía del general Mariano Montilla, y para resarcirlo de sus cuantiosas pérdidas, el propio Montilla, que debía remitir $ 300.000 de la tesorería departamental del Magdalena, destinados conforme a la ley para suplementos a los agricultores de los departamentos de Venezuela y Maturín, confió esa suma, en onzas de oro, a Peña, quien la entregó en las cajas de Caracas en moneda macuquina, con cuya operación hizo un lucro ilícito de $26.000. La cámara de representantes lo acusó por peculado, y entonces él aprovechó a su turno la acusación de Páez, previniendo a este que sería fusilado, como Infante, si se presentaba en Bogotá. Con acerbía se ha criticado a Santander que no hubiera empleado todos los medios a su alcance para debelar la revolución de Valencia. Pero quienes así lo hacen olvidan sin duda que Bolívar había escrito al vicepresidente, desde Lima, con fecha 26 de agosto, que no dictase a ese respecto ninguna medida fuerte o violenta, ni de naturaleza capaz de hacer que lo ocurrido tomase un carácter peligroso, antes de su llegada. Y esta, por tal motivo, hubo de precipitarse 5.

A bordo del vapor Congreso llega Bolívar a Guayaquil el 12 de septiembre. Allí mismo lanza una proclama en la que al referirse a sucesos de tan extraordinaria magnitud como el de Venezuela, se anticipa a cubrirlos con una amplia amnistía. "No he querido saber quiénes son culpados; traigo un ósculo de paz común y dos brazos para estrecharlos a todos". Generosas palabras. Pero traía algo más. Traía el propósito de derogar la constitución de Cúcuta, para reemplazarla por la de Bolivia. Era una idea obsesionante y un pensamiento ambicioso, comoquiera que no se limitaba a la Gran Colombia y al Perú, sino a más de medio continente. 331

En efecto, poco antes había escrito al mariscal Sucre indicándole la conveniencia de trabajar porque los "buenos principios" fueran establecidos también en la provincia de Buenos Aires, y manifestándole su esperanza de que Chile, el Río de la Plata y Guatemala pudieran entrar como aliados en el proyecto 6. En Guayaquil, olvidándose de que aún no se ha encargado del ejercicio del poder ejecutivo, que es apenas un general en servicio, y que no puede ejercer acto alguno de autoridad, comienza a obrar discrecionalmente. Uno de sus primeros actos es premiar al intendente Tomás C. de Mosquera su pronunciamiento en favor de la dictadura, otorgándole un ascenso. En ese pronunciamiento, que tan graves repercusiones tuvo, y que más luego habría de servir de modelo a tantos otros en el país y principalmente al del general Herrán en Bogotá, se le ofrecía a Bolívar la dictadura, más o menos disimulada. El acta correspondiente fue comentada y analizada, patriótica e irónicamente, desde el periódico La bandera tricolor, por la pluma admirable del doctor Rufino Cuervo. Los editores de esa publicación se vieron obligados a anunciar luego que ella iba a desaparecer, porno creer segura su libertad. Por su parte, ante la proliferación de actas dictatoriales, el entonces secretario de lo interior, y más tarde clásico historiador de las primeras décadas de la República, don José Manuel Restrepo, califica de detestable el sistema de las actas, y en nota al intendente del Ecuador, en que las reprueba, le declara que el general Santander, "fiel a sus sentimientos ya las promesas que ha hecho a la nación colombiana y al mundo liberal de sostener el código político que libremente se han dado los pueblos y de arreglarse a él durante su magistratura, sin permitirse desvío alguno, sostendrá la constitución y no se injerirá en reformas y variaciones". Yel mismo Santander escribe a Bolívar: "Mi general: ¿me cree usted su verdadero amigo? ¿Me cree interesado en el bien de mi patria y de la gloria de usted? Pues con toda la efusión de mi corazón leal y sincero le ruego a usted que no apruebe las actas de Guayaquil y de Quito, ni se preste a llamar la gran convención. Hágalo usted por esta patria que tanto le cuesta, por la suerte futura de tantos colombianos que nos sucederán, por el bien de la causa republicana, por su reputación y por su gloria" 7. 332

Lejos de escuchar estas sabias admoniciones, en el curso de su viaje a Bogotá el Libertador venía -según refiere el mismo austero historiador Restrepo"concediendo ascensos y recompensas a los que eran más adictos a su persona, especialmente a los que habían promovido las actas de dictadura; conmutando en otras ocasiones la pena de muerte; él, en fin, mandó pasar por las armas en Pasto a reos cuyo proceso no se había terminado" . Posada Gutiérrez advierte que Bolívar se disculpó de esta última medida afirmando que en Pasto no había guarnición ni cárcel segura, y los reos podían fugarse.

El 14 de noviembre, caballero en un magnífico bayo abreviador de distancias, el héroe arribó a la Sabana. Santander, acompañado de Soublette y Revenga, había ido a encontrarlo a Tocaima. Parece que allí en amplias conferencias, Bolívar logró inspirarles confianza, hablándoles de la pureza de sus propósitos. Pero esas palabras ya estaban en contradicción con los hechos. Hasta Fontibón salieron a recibirlo el intendente de Cundinamarca, entonces coronel José María Ortega, representaciones de los cuerpos colegiados, empleados civiles y militares y un concurso de público numeroso y entusiasta. Ortega, que era además su amigo personal, le dio la bienvenida y se permitió intercalar en su arenga algunas frases alusivas a la constitución ya la ley. Oigamos cómo don José Manuel Groot da cuenta de aquel sucedido: "El intendente no concluyó su discurso, porque el Libertador. .. le interrumpió, inmutado en extremo, diciendo que él esperaba que se le felicitara de otro modo cuando volvía a Colombia con un ejército cargado de laureles, y no hablándole de constitución y leyes que si habían sido violadas consistía en la iniquidad de algunas de ellas. Todos quedaron mustios: algunos de los que habían ido a encontrarlo montaron a caballo y volaron para Bogotá contando lo que había pasado. El Libertador montó y con tres o cuatro personas picó a galope para la ciudad" 8. En esta, sobre las puertas de algunas casas y en las de los cuarteles, se habían colocado letreros de "¡viva la constitución!". El para esa época comandante de un escuadrón de caballería, coronel Pedro Alcántara Herrán, al entrar con su cuerpo al local que se le había destinado para alojamiento, y encontrar allí uno de esos letreros, lo rompió a sablazos. 333

Posada Gutiérrez no acepta esa afirmación, que por entonces fue voz pública, y rectifica que Herrán apenas se limitó a hacer quitar la tabla en donde estaba el letrero, y que fueron los soldados los que la rompieron para convertirla en leña. "La nueva de tan inesperada respuesta (de Bolívar a Ortega), alarmó a los más confiados -dice don Florentino González en sus Memorias:y el vicepresidente Santander participando de esta alarma temió que al recibirlo en el palacio y entregarle el mando repitiese Bolívar la misma impertinente respuesta de Fontibón. Resuelto a no tolerar tal ofensa, ni proporcionar con su aquiescencia este nuevo triunfo a los revoltosos, aguardó a Bolívar con la resolución decidida de repeler con firmeza el ultraje, si se le hacía, y para estar prevenidos contra todas las eventualidades, un gran número de patriotas asistimos a la ceremonia con nuestras pistolas cargadas en los bolsillos. Era nuestra intención secundar al vicepresidente en lo que hiciera, puesto que teniendo la constitución de su lado, desde que Bolívar manifestase que no la tenía en cuenta para nada, estábamos en nuestro derecho uniéndonos al jefe constitucional. Más tarde he sabido por Santander mismo que estaba resuelto a correr todos los azares, hasta el de desconocer a Bolívar, antes que sufrir una respuesta como la que este dio al intendente en Fontibón. "Felizmente, Bolívar fue comedido porque había sabido la mala impresión intendente. Todo pasó en paz pues, por ansiedades sin los sucesos terribles que

en su respuesta probablemente que causó la que había dado al este lado, y terminó este día de muchos temían ... ".

El 23 de noviembre asume el mando y se inviste de las facultades extraordinarias que la constitución en su artículo 128 establecía para casos excepcionales. Dando una interpretación bastante elástica y un poco arbitraria al citado artículo constitucional, determina que el vicepresidente encargado en su ausencia del ejecutivo puede usar de las extraordinarias facultades tan solo en el territorio donde no pueda ejercerlas el propio Bolívar, y parte para Venezuela. Santander y alguno de sus amigos lo acompañaron hasta la hacienda de El Hato, de propiedad del vicepresidente, sita al norte del puente del Común. En ella pernoctaron, y en aquel lugar se desarrolló un incidente cuya relación, hecha por un ameno evocador de recuerdos,

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recojo aquí por la trascendencia que tal episodio pudo tener en acontecimientos próximos. "Después de la comida se establecieron cuartos de tresillo para distraerse, formando en uno de ellos el Libertador y Santander y los doctores Vicente Azuero y Francisco Soto, íntimos del vicepresidente. Ya se habían jugado varias partidas con éxito diverso, cuando Bolívar dio un codillo a Santander quien inmediatamente salió de la pieza con el fin de inspeccionar el cumplimiento de sus órdenes relativas al mayor regalo y comodidad de los ilustres huéspedes. Apenas había salido Santander, cuando el Libertador soltó imprudentemente una sangrienta frase: -Al fin me tocó mi parte del empréstito, dijo, al mismo tiempo que recogía la ganancia en muy buenos escudos" 9. Al pisar territorio venezolano dicta un decreto de amnistía para lo" facciosos, y al entrevistarse con el jefe de ellos, con Páez, el desmembrador de la Gran Colombia, lo restablece en el gobierno de Venezuela, le obsequia su propia espada y llega hasta llamarlo "salvador de la patria". Ante esa escandalosa impunidad que se decretaba, la prensa periódica de Bogotá, adicta a los principios republicanos, recrudeció sus campañas contra los planes dictatoriales. Al frente de esos periódicos se hallaban jóvenes letrados que en los claustros universitarios, en el comercio de los libros y más que todo en el ejemplo de las sucesivas administraciones presididas por Santander, habían aprendido a amar la libertad y la democracia por sobre todas las cosas. Bolívar, prestando oídos a ciertas intrigas y acaso dejándose llevar por un exceso de su propia suspicacia, cree ver en el vicepresidente al instigador de todo cuanto se fragua en su descrédito, y con fecha 19 de marzo de 1827 le escribe para expresarle que le ahorre la molestia de recibir en lo sucesivo sus cartas, y que ya no lo llamará su amigo. Santander, que si bien era adversario de sus proyectos de gobierno, sentía libre su conciencia de inculpaciones, le responde con noble dignidad: " ... Gané la amistad de usted sin bajezas, y solo por una conducta franca, íntegra y desinteresada; la he perdido por chismes y calumnias fulminadas entre el ruido de los partidos y las rivalidades ... Nueve años de estar contribuyendo de cuantos modos me ha sido dable al incremento de su gloria y al brillante éxito de sus empresas patrióticas, como que merecían otro desenlace ... Al terminar nuestra correspondencia, tengo que pedir a usted el favor de que sea indulgente por la libertad que yo he

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empleado en todas mis cartas: tomé el lenguaje en que creía que debía hablarse a un amigo que tan bondadoso se mostraba conmigo, hasta el caso de haberme excitado desde el Perú a que no prolongase la interrupción de mis cartas, que ya había empezado a omitir. No dudo que usted me permitirá esta gracia con la misma bondad con que se la ha impartido a sus enemigos y los de su patria. Yo la merezco más que ellos, porque siquiera he sido antiguo y constante patriota, su compañero y un instrumento eficaz de sus gloriosas empresas. Nada más pido a usted, porque es en lo único en que temo haberme hecho culpable" 10. Entre tanto se dictó el memorable decreto sobre conspiraciones, cuyas disposiciones violaban todos los derechos civiles y todas las garantías; se promulgaron reglamentos llamados de "alta policía", ofensivos de la dignidad ciudadana, y se elevó el pie de fuerza a 40.000 hombres. Ya en el curso de su deplorable viaje a Venezuela, Bolívar continuó la serie de sus actos inconstitucionales, que tanto herían la opinión republicana. En Tunja resolvió el restablecimiento de la odiosa contribución española de la alcabala. En Caracas, dando a Venezuela (dice F. GonzáJez) "una organización diferente de la que tenía conforme a la constitución y las leyes, sancionó con este hecho la revolución que iba a sofocar. No solo hizo alteraciones en el sistema administrativo, civil y militar, sino que dio una nueva legislación de hacienda, que más tarde extendió a toda Colombia. Así, pues, Venezuela quedó sometida al general Bolívar mas no al poder legal, y la rebelión contra la constitución cambió de jefe, pero no terminó".

Ante el congreso de 1827 presentó Bolívar renuncia de la presidencia. Cómo, ante los hechos ya relatados, debían sonar un tanto a hueco las bellas palabras de su mensaje, repetición de las que durante ocho años había venido pronunciando para anunciar su repugnancia del poder y su temor de las dictaduras militares. "Yo gimo -dice ahoraentre las agonías de mis conciudadanos y los fallos que me esperan de la posteridad. Yo mismo no me siento inocente de ambición ... Con tales sentimientos renuncio una, mil y millones de veces la presidencia de la República. El congreso y el pueblo deben ver esta renuncia como irrevocable". 336

y reitera estas expresiones al presidente del senado: " ... Yo no serviré a Colombia como presidente, aunque por ello pereciera entre las ruinas de la República, y aunque me condenara la posteridad ... " 11. Recordemos ahora algunas, apenas, de las anteriores declaraciones similares, ya que en las ideas y aun en las palabras de estas fundamentaron su oposición los adversarios de la dictadura: En 1824 había dicho al congreso peruano: "Legisladores, al restituir al congreso el poder supremo que depositó en mis manos, séame permitido felicitar al pueblo porque se ha librado de cuanto hay de más terrible en el mundo: de la guerra, con la victoria de Ayacucho, y del despotismo, con mi resignación (del mando)". y al congreso de Cúcuta, en 1821, cuando para asumir la presidencia hubo de jurar, por la primera vez, la constitución allí dictada: "Yo soy el hijo de la guerra, el hombre que los combates han elevado a la magistratura: la fortuna me ha sostenido en este rango y la victoria lo ha confirmado. Pero no son estos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha y por la voluntad nacional. La espada no es la balanza de Astrea, es un azote del genio del mal, que algunas veces el cielo deja caer sobre la tierra para castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta no puede servir de nada el día de paz, y este debe ser el último de mi poder, porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber República donde el pueblo no esté seguro del ejercicio de sus propias facultades. Un hombre como yo es un ciudadano peligroso en un gobierno popular, es una amenaza inmediata a la soberanía nacional". y al mismo congreso pocos días antes, cuando ante él renunciaba la primera magistratura: " ... Poniéndome a la cabeza de las empresas militares que han continuado la lucha por más de 12 años, no fue con ánimo de encargarme del gobierno, sino con la firme resolución de no ejercerlo jamás. Yo juré en mi corazón no ser más que un soldado, servir solamente en la guerra y ser en la paz un ciudadano". "Yo no soy el magistrado que Colombia necesita para su dicha: soldado por necesidad y por inclinación, mi destino está señalado en un campo o en los cuarteles". y al propio congreso, en mensaje que envió con el precursor Nariño: "Mi carácter de soldado es incompatible con el de magistrado". Y agrega: " ... Si el congreso soberano persiste, como lo temo, en continuar-

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me aún en la presidencia del Estado, renuncio desde ahora para siempre al glorioso título de ciudadano de Colombia y abandono de hecho las banderas de mi patria". Estos mismos sentimientos los refuerza en cartas a sus amigos del mismo congreso. A don Fernando Peñalver le comunica: "Esté usted bien cierto que jamás seré presidente, aunque se me nombre una y mil veces, terminando al fin por desertar". Y a don Pedro Gual: "Yo conozco lo que puedo hacer, amigo, y sé dónde soy útil; persuádase usted que no sirvo sino para pelear, o por lo menos para andar con soldados ...". Y al mismo Peñalver unos días después: "De todos modos, estoy resuelto a no mandar más que en lo militar: servir mientras dure Colombia o mi vida; pero nada más que en la guerra". "Si ustedes quieren que lleve el nombre de presidente, yo no quiero ser más que un general enjefe del gobierno de Colombia ... " . Y todavía más antes, ante el augusto congreso de Angostura, había dicho en 1819: " ... Una dolorosa experiencia ha demostrado cuán incompatibles son las funciones de magistrado y de defensor de la República: muchos reveses hemos sufrido por estar reunidos el poder militar y el civil" . Pero en este congreso de 1827 las cosas han cambiado un poco, y 24 votos son escrutados por la admisión de la renuncia. Esta, al fin, es rechazada, lo mismo que la de Santander. "Mas una dificultad -dice el ya citado memorialista Gonzálezhabía de ocurrir dentro de pocos días. Bolívar se hallaba en Venezuela, y no podía tomar posesión de la suprema magistratura el día señalado por la constitución; y Santander, llegado aquel día, no podía continuar en el mando, si no prestaba juramento. Llegó el día, y Santander rehusó tomar posesión del destino insistiendo en que le admitieran su renuncia, porque, decía él: 'Yo no puedo mandar a Colombia como vicepresidente, si no es con arreglo a esa constitución, que ha sido vilipendiada y destrozada, y que no tengo medios de restablecer; ¿a qué fin prestar un juramento que no tenga medios de cumplir?'. La República no debía quedar por eso acéfala, porque el presidente del senado podía encargarse del mando, mas ya habían mediado comunicaciones entre el vicepresidente, en que este le instaba para que tomase las riendas del gobierno, y aquel, que se había rehusado a ello. Así es que por una u otra razón, aunque las disposiciones constitucionales ocurrían a la eventualidad del hecho, nos 338

hallábamos en una crisis terrible. Por dos veces una diputación de ambas cámaras anunció sin efecto al vicepresidente que el congreso le aguardaba para que prestase el juramento de posesión; Santander rehusó hacerlo. Al fin una tercera diputación representándole los males que se iban a seguir, y la opinión del congreso que creía inexcusable su resistencia, consiguió conducirlo a la sala de sesiones, y que prestara el juramento. No lo hizo sin embargo, sin expresar que se hallaba lleno de asombro al ver que se le compeliese a jurar una constitución vilipendiada y que no encontraba cooperación para sostener". Para entonces tiene Bolívar conocimiento de la insurrección que las fuerzas colombianas a órdenes de Bustamante han hecho en Lima a favor de la constitución de Cúcuta y noticias de su marcha al norte. Inmediatamente lanza una proclama en la cual manifiesta que nada ha deseado tanto como desprenderse de la fuerza pública, "instrumento de tiranía", pero que cree su deber salvar a Colombia, y que luego, cuando el congreso convoque la gran convención, ante ella depondrá el bastón y la espada que la República le ha dado. Poco después Bolívar llega a Cartagena, al frente de varios batallones, en marcha hacia la capital, para donde había despachado ya, por la vía de Pamplona, a Urdaneta, a la cabeza de sus tropas. Santander pasa un mensaje al congreso en que da cuenta de estos sucesos. y aun cuando la comisión respectiva, a la cual pasó ese documento para que informara, propuso que hicieran alto las tropas en el lugar donde se las intimase con la orden correspondiente, la proposición fue diferida, tras haber suscitado un violento debate. El 7 de agosto se expidió la ley por medio de la cual se convocaba a una gran convención nacional para el 2 de marzo del año 28 en la ciudad de Ocaña. El lunes 10 de septiembre, a las tres de la tarde, entraba Bolívar en la capital. Aquel mismo día prestó nuevamente el juramento de adhesión a la carta fundamental de Cúcuta, y entró en ejercicio del poder ejecutivo.

Pequeñas incidencias, actitudes el foso de sus relaciones personales refiere, ya desde Caracas le había redactado por su amigo Carabeño,

pueriles si se quiere, ahondaban más con Santander. Según este mismo lo enviado un ejemplar de El Meteoro, lleno de afrentosas injurias y atroces 339

denuestos contra el vicepresidente, con esta dedicatoria: "El autor, en homenaje al general Santander", y al pie la rúbrica de Bolívar. En Cerinza y en Rionegro fueron borrados, por consejos suyos y de Urdaneta los letreros de "Calle Santander" con que los vecinos las habían designado. Ya en Bogotá, el consejo de gobierno citaba rara vez al vicepresidente, y apenas cuando los asuntos que habían de discutirse eran poco interesantes. Le hizo el desaire de no invitarlo a los convites oficiales que dio; y habiendo sido invitado a otros que ofrecieron el arzobispo de Bogotá y el cónsul general de Inglatera, en honor de los dos magistrados, no quiso concurrir, dando como razón que asistiría Santander. Luego promovió contra este, y por medio del diputado Aranda -a quien había traído de Caracas sirviendo en su secretaríauna acusación con pretexto de la manera como habían sido distribuidos los dineros del empréstito extranjero.

En noviembre de aquel año se verificaron las votaciones para electores de los diputados a la convención. La de estos, el 31 de diciembre. El nuevo año de 1828 anunció al país que los legalistas habían obtenido mayoría. He de limitarme a anotar, porque ello importa para el desarrollo de mi pensamiento, como se ha dicho que el triunfo en los comicios de los adversarios a la dictadura significa que el gobierno imperante obró imparcialmente, y no quiso hacer uso del poder discrecional de que disponía para sacar victoriosos a sus adeptos. Aun aceptando graciosamente que esto hubiera sido así, siempre quedaría en pie el hecho, que para mí es irrefutable, de la avasalladora fuerza de opinión que rodeaba a Santander ya sus amigos, o mejor dicho a los partidarios de un régimen constitucional. Esto es así, y por eso pudo afirmar un historiador tan responsable como el doctor Laureano García Ortiz, al referirse al Libertador en aquellos días, que "su noble alma entristecida pudo palpar que el pueblo granadino, con Santander a la cabeza, que lo había seguido ebrio de admiración y gratitud en la senda deslumbrante de la Guayana a Bolivia, no lo acompañaría en su gigantesco e irrealizable proyecto de la confederación de los Andes y de la implantación del vitalicio poder de la forma aristocrática de la constitución boliviana, en que él quiso cristalizar su concepto político definiti340

vo ... ". "Tropezó con la franca e irreductible opinión de Santander y de los hombres que comulgaban en sus ideas. Creyendo que tal oposición de principios fuera desamor a su persona, explotado su recelo por almas subalternas e interesadas, enconado por chismes ruines, acostumbrado a la fina lisonja austral y al sometimiento incondicional, quiso imponer su imperial ánimo. Entonces y más tarde llegó a saber que era más dificil domeñar esos granadinos civilistas de la convención de Ocaña, que a los centauros del Pantano de Vargas". Pero es bueno recordar que los gobernantes de entonces no se limitaron a dar garantías en las elecciones, como hubieran debido hacerlo, y a permitir la ordenada y libre expresión de la voluntad popular, como es el deber de los gobiernos democráticos, sino que por todos los medios, aun los menos honestos, procuraron, sin obtenerlo, llevar una mayoría de sus partidarios a la convención. Así aparece a una luz meridiana y de ello es claro testimonio la siguiente comunicación, dirigida por el general Soublette, secretario de guerra del Libertador al general Mariano Montilla, su Régulo en Cartagena, y que nuestro ilustre colega el historiador don Enrique Otero D'Costa trae en su admirable Vida del almirante José Padilla. "Consecuente con lo que te dije el 21, va la orden relevándote de la comandancia general y encargándola a Montes. También va la orden reservada autorizándote para reasumir el mando en el instante mismo en que lo juzgues conveniente. Como el objeto único del Libertador es dejarte libre para que en ese departamento te diputen a la gran convención, he creído que de este modo se consigue, porque de hecho no tienes mando de armas que te impida ser elegido según el decreto de elecciones; autorizándote para reasumir el mando si fuere necesario, te conserva allí como el custodio de ese departamento" 12. Además, no debe olvidarse que el gobierno sí recurrió a cuantos expedientes estuvieron a su alcance para lograr sus propósitos, como los de adelantar indagaciones prolijas para encontrar tachas legales que pudieran oponerse a los diputados legalistas; los de impedir que en las tesorerías provinciales se cubrieran a estos los auxilios pecuniarios asignados por la ley para trasladarse a la distante sede de la convención; y la de rodear a esta de un imponente aparato de fuerzas militares.

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Bolívar mismo, a quien la ley de convocatoria le prohibía permanecer en el lugar de las sesiones, declaró al país -con la sola excepción del cantón de Ocañaen estado de asamblea, esto es, sometido a sus facultades extraordinarias, sin ejecución a la ley. Y dejando en Bogotá un gobierno de su original invención, se trasladó a Bucaramanga, desde donde podía estar más fácilmente en contacto con sus amigos convencionistas. A la vez que todo esto ocurría, y que la convención -que por falta de quórum no pudo instalarse en la fecha fijadase constituía en junta preparatoria para calificar las credenciales de sus miembros, numerosos agentes recorrían la República con instrucciones oficiales, promoviendo actas y representaciones en favor de la continuidad boliviana, que debían ser presentadas a la convención, como luego fueron, dando lugar a escándalos sin término. La identidad de la forma en que estaban concebidas denunciaba su origen. Una de esas actas fue presentada en Cartagena a un grupo de oficiales de marina y del batallón Tiradores, que se negaron a firmarla. Con motivo de esto hubo luego un conato de insubordinación, que quiso ahogar Montilla, quien aunque alejado del mando y retirado a su quinta, hizo uso en tal emergencia de la famosa orden reservada para reasumir la comandancia. Se originó entonces un levantamiento popular, que aclamó como su jefe al almirante Padilla, quien tuvo la debilidad de aceptar, aun cuando luego, convencido de que se había dejado arrastrar incautamente a una celada que Montilla mismo había provocado de manera oculta, desistió de su intento, y temeroso de represalias abandonó la amurallada ciudad. Estos sucesos llegaron a conocimiento de la convención, por una misiva del propio Padilla, quien ofrecía además su persona y su influencia en defensa de la asamblea, para el caso de que esta fuera atacada. La respuesta de agradecimiento por su oferta que le dio la corporación, originó un agrio mensaje de Bolívar, como provocó otro, no menos destemplado, el hecho de que, teniendo causa criminal ante la cámara por motivos que ya quedaron anotados, el doctor Miguel Peña no pudo obtener que se le admitiera a deliberación en su carácter de diputado por la provincia de Carabobo. Entre tanto, el edecán coronel O'Leary había sido enviado a Ocaña, en calidad de observador, para dar cuenta a su jefe y amigo del curso 342

pormenorizado de los debates, y para servir de órgano comunicativo entre este y sus partidarios de la corporación. Por cierto que dio fiel cumplimiento a esas misiones, y también origen a incidentes como uno que él mismo relaciona en carta de 9 de abril: "Hoy, cuando entré a la sala de la convención y tomé una silla, Soto, que todavía ejercía las funciones de director, notó que tenía a mi lado una caña delgada que generalmente llevo en la mano. Al momento me mandó decir con el portero que no se podía entrar con garrote. Francamente, la caña no pesa tres onzas" 13.

Asuntos de mayor entidad preocupan a la convención. El problema de centralismo o federalismo surge de nuevo. Esta última forma es rechazada, y así se apresura a comunicarlo el doctor Castillo y Rada, cabeza del grupo bolivariano, a su jefe: "Los facciosos han perdido la federación, que era su gran cuestión. Después no han ganado sino elecciones, que es triunfo de frailes" 14. En seguida se adopta la fórmula de que la República ha de tener un ejecutivo, un solo poder legislativo y una sola constitución, y para redactar el proyecto relativo a esta es designada una comisión que integran los diputados Aranda, Azuero, Del Real, Márquez, Mosquera Joaquín, Navarrete, Rodríguez y Soto. Se había nombrado también al doctor Castillo y Rada, pero él fundamentó su excusa: "Primero, porque no he querido exponerme a andar a bofetones, por lo menos con Soto; y segundo, porque me propuse reservarme para combatir el proyecto que se presentase en la convención" 15. Con motivo de una escena violenta, no ya entre Castillo y Soto, sino entre don Joaquín Mosquera y don Vicente Azuero, en que solo una oportuna intervención de amigos evitó que los contendores se fueran a las manos, renunciaron los miembros de la comisión, la cual fue reorganizada con los diputados Azuero, Del Real, Liévano , López Aldana y Soto, quienes adoptaron las ideas del primero, decididamente liberales, y presentaron su conocido proyecto de constitución. Cuando este iba a ser considerado en segundo debate, después de que el primero motivó apasionadas discusiones, tras de las cuales fue aprobado, el doctor Castillo y Rada recordó su promesa y presentó como modificación un nuevo proyecto, que fue calificado de monárquico por 343

sus opositores, y en torno al cual se encendió un nuevo debate, que dio margen al retiro de algunos de los minoritarios. Por breves días más, sin embargo, continuó reuniéndose la convención, en busca de un acuerdo que ya se había hecho imposible. Los diputados adictos a Bolívar principiaron a solicitar licencia para retirarse de las sesiones, y sin esperar resolución a sus oficios, comenzaron a salir de Ocaña. Finalmente, en la sesión del 9 de junio, y ante la amenaza de que la convención se disolviera por falta del quórum indispensable, el diputado Liévano hizo aprobar una moción por la que se intimaba a los diputados que habían representado para ausentarse, que no salieran de la ciudad hasta que se resolviera sobre su petición. Pero ya era tarde. Los aludidos protestaron contra la jurisdicción que se pretendía establecer sobre ellos y contra la violencia que envolvía el arraigo, lo mismo que contra todo acto que emanara de la convención, y a la madrugada siguiente abandonaron Ocaña y se dirigieron al vecino pueblo de La Cruz. Este plan, por medio del cual la convención quedó disuelta, no fue desde luego fruto de una inspiración súbita, sino que había sido preparado con morosa antelación. Ya el 5 de mayo decía don Juan de Francisco Martín, exaltado bolivariano, a su jefe: " ... esperamos que pueda obtenerse un partido favorable; pero si, lo que no esperamos, no sucediese así, estamos resueltos a no sancionar la ruina de la República, y nos retiraremos". Al día siguiente, le escribe Castillo y Rada: "Aún trabajan con esfuerzo para organizar la anarquía, elemento de los malvados. No espero que tampoco logren nada en esta parte; pero si consiguieran algo, esto sería por partes, y para ese evento estamos resueltos un número considerable -sin el cual no puede continuar sus trabajos la convención-, a dejar el puesto y marcharnos, y denunciar su crimen a la nación, y perseguirlos de muerte, y buscar el remedio, cualquiera que sea". Por lo demás, ellos no hacían sino seguir inspiraciones de lo alto, ya que con fecha muy anterior, 24 de marzo, decía el mismo Bolívar al general Briceño Méndez: "Dígales usted a los federales que no cuenten con patria si triunfan, pues el ejército y el pueblo están resueltos a oponerse abiertamente. La sanción (bastardilla en el original) nacional está en reserva para impedir lo que no gusta al pueblo. Aquí no hay 344

exageración, y creo que los buenos deben retirarse antes que firmar semejante acta ... " 16. No sobra rememorar que en una de las sesiones del congreso admirable, obligado a rendir cuentas de su conducta política por el Gran Mariscal de Ayacucho, el doctor Castillo y Rada hizo sobre su célebre proyecto de la convención de Ocaña la siguiente confesión, que cierra toda controversia sobre el particular: "Los proyectos de constituciones presentados a la convención por el doctor Azuero y por mí, eran ambos malos e impracticables: al retirarme con la minoría, quise salvar al país de ambos adefesios". A confesión de parte, relevo de prueba. Como en obedecimiento a un plan largamente preparado hasta en sus detalles más nimios, tres días después de que desertaron de Ocaña los diputados de la minoría, Bogotá se pronunciaba por la dictadura absoluta. Corresponde el primer sitio en ese oscuro momento al entonces coronel Pedro Alcántara Herrán, personaje que luego cobró simpático relieve en la política nacional, pero que por aquellos días representaba en la capital lo que Flores y Mosquera en el sur, Montilla en la Ciudad Heroica y Páez en Venezuela 17. Cuando el año anterior Bolívar se había dirigido a Caracas, allá le dirigió Herrán una carta que ojalá pudiésemos borrar de su hoja de servicios. En ella le decía: "Que se confundan en el abominable caos de la ingratitud los desnaturalizados, la hez de los colombianos que han desconocido con tanto descaro al autor de la libertad, de que abusan sin merecerla ... ". "En cualquier momento que considere útiles mis servicios, me hallo dispuesto a volar adonde me lo ordene, bajo el supuesto que, para semejante, caso, yo no tengo familia, no tengo relaciones, no tengo país. Ultimamente le diré, con mi corazón, no conozco otra constitución, ni otra ley que la voluntad de vuestra excelencia" 18. Bolívar premió tan elocuente adhesión nombrando a Herrán intendente de Cundinamarca, con cuyo carácter convocó una junta de notables que hubo de reunirse el 13 de junio en la antigua casa de aduanas, sobre el atrio de la catedral. En ella el doctor Manuel Alvarez Lozano presentó el proyecto de acta, que de antemano había preparado, el cual mereció violentos ataques del señor Juan N. Vargas, a quien pretendió

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silenciar el general José María Córdova, quien látigo en mano quiso tomar parte en las deliberaciones. Llamado al orden por Herrán, la discusión continuó libre, y al cabo de ella se resolvió por la mayoría de los congregados desconocer los actos emanados de la convención; revocar los poderes de los diputados por Bogotá y encargar del poder omnímodo, con facultades ilimitadas en todos los ramos, al Libertador presidente. A este le fue enviada el acta respectiva y el favorable concepto que emitió sobre ella el consejo de ministros, con sus edecanes Wilson y Bolívar: la aceptó inmediatamente desde el Socorro el16 de junio, yel24 de este mes hizo su nueva entrada a la capital en donde declaró en un discurso: "La nación está en peligro. Acudo a su llamamiento listo a sacrificarlo todo por ella, por salvarla. Cada vez que el pueblo quiera retirarme sus poderes y separarme del mando, que lo diga, que yo me someteré gustoso, y sacrificaré ante él mi espada, mi sangre y hasta mi cabeza". Ya ha de verse lo que estas palabras valieron para el gobierno dictatorial cuando sepamos los medios que empleaba para silenciar la voz del pueblo, y cuando veamos quiénes fueron los que llevaron sus cabezas al sacrificio. "César -ha dicho el doctor Ezequiel Rojas- no se contentaba con ejercer el poder absoluto: quería las insignias regias, quería la diadema. El general Bolívar era más modesto: él se contentaba con el poder: antipatizaba con la diadema". El 27 de agosto de 1828 expidió el Libertador su célebre decreto, que se llamó orgánico, por medio del cual abolía de manera implícita la constitución, suprimía la vicepresidencia de la República, y creaba en su lugar la presidencia del consejo de ministros, a la cual fue elevado con plenitud de razones -entre las cuales no era menor la de su inteligenciael doctor José María Castillo y Rada, quien había sido el jefe indiscutible e indiscutido del partido bolivariano, desertor de la reciente convención de Ocaña. El propio día en que, con solemnidad aparatosa y gran despliegue procesional de fuerza pública, se proclamaba por bando aquel decreto -o arreglo provisorio como también se llamó- un grupo de ciudadanos comentaba ese acontecimiento y los a él antecedentes o con él relaciona346

dos, en un almacén de la calle real, del cual era propietario el joven y caballeroso comerciante antioqueño don Wenceslao Zuláibar. Allí mismo se resolvió constituir una junta revolucionaria secreta, que en un principio se denominó "de observación". Aquella misma noche se nombró una junta directiva compuesta de siete vocales, para la cual fueron designados los señores Florentino González, Mariano Escobar, Juan Nepomuceno Vargas, Luis Vargas Tejada, Wenceslao Zuláibar, Juan Francisco Arganil y coronel Ramón Nonato Guerra, jefe del estado mayor de las fuerzas acantonadas en la capital. Más tarde, por renuncia de dos de los directores, entraron a reemplazarlos el ciudadano francés Agustín Horment y el teniente Pedro Carujo, de nacionalidad venezolana. Pero antes, al separarse en Ocaña, los convencionales legalistas habían pactado que seguirían trabajando por sus propósitos en las distintas y distantes provincias de su origen o de su residencia. Los que regresaron a Bogotá constituyeron una sociedad -o al menos algunos formaron parte de ella- que con el nombre aparentemente tranquilizador de filológica, trabajaba porque se volviera al imperio de la constitución. Por lo demás, como una mar montante, la inseguridad y el descontento iban creciendo. Los departamentos del norte estaban sometidos a un régimen terrorista que sus inventores bautizaron de alta policía. Desde el año anterior, las tropelías contra los escritores y los simples ciudadanos adversos a la dictadura, se hacían más frecuentes. De Maracaibo son expatriados los directores de El Liberal del Zulia, y de Caracas el director de El Colibrí, señor Rafael Domínguez; de Panamá exiliado un religioso, el padre Ayazo; desterrado de Cartagena el extranjero Lavignac; expulsado de Bogotá el señor Leidesdorf, apoderado de los prestamistas ingleses, este último por simples desavenencias personales con uno de los ministros. En esta misma capital los atropellos cobran inauditas proporciones. El doctor Vicente Azuero, quien redactaba El Conductor, fue atacado a pleno día en la calle real por el coronel llanero José Bolívar, quien tomándole la mano derecha, a guisa de saludo, pretendió quebrarle los dedos y en seguida lo estropeó a puntapiés. La oportuna intervención del general Córdova, quien casualmente pasaba por allí, y quien levantó y dio el brazo al doctor Azuero, salvó a este de las furias del áulico. 347

"Un día de los del mes de marzo de 1828 -refiere el doctor Florentino Gonzálezpasaba yo a mediodía por la primera calle del comercio, en Bogotá, cuando vi salir de un almacén al coronel Ignacio Luque, que robó después con otros salteadores el correo de Cartagena, quien vomitando injurias y denuestos se dirigió hacia mí con un látigo en la mano. No habiendo agraviado nunca a aquel coronel, ni habiendo escrito para el publicó desde que cesó El Conductor, no sospechaba que fuese yo el objeto contra quien tales injurias se dirigían. Mas él me lo hizo entender cuando estuvo a dos pasos de distancia, y levantando la mano iba a descargarme un latigazo. Desde que había visto que el atentado contra el doctor Azuero había quedado impune, yo sabía que no tenía que esperar protección de las autoridades; y cargaba siempre un par de buenas pistolas entre las faltriqueras. Así, luego que vi a aquel furioso en actitud de descargar, le dije: •Alto ahí, coronel, porque si usted me da un latigazo ...'. Y le mostré una pistola amartillada que tenía ya en mi mano. Volvió Luque la espalda y marchóse diciendo cuantos denuestos se le ocurrían, y yo seguí mi camino". "Provenía la animosidad de Luque de un artículo que se había publicado en El Zurriago contra los militares, y que él me atribuía, o quería atribuirme, aunque yo jamás tuve ninguna parte en aquel periódico. Frustrado el intento de causarme un sonrojo y de dar en mi persona un nuevo golpe a la libertad de imprenta, el coronel marchó al cuartel del batallón Vargas, de que era comandante. Llevó este cuerpo a la plaza de la catedral con tambor batiente y banderas desplegadas; y tomando después, por la fuerza, en la tienda en que se vendía El Zurriago, los números que de él quedaban, los quemó públicamente al frente del batallón. Concluido este ridículo auto de fe, por estos nuevos inquisidores, el mismo Luque, en unión del coronel Fergusson, edecán de Bolívar, pasó a la imprenta de El Zurriago, rompió las prensas, arrojó los tipos a la calle y dio palos a los impresores" 19. El mismo doctor González, en una tertulia y delante de damas, fue insultado groseramente por el general Flórez, uno de los favoritos del régimen; los militares no podían ser juzgados por tribunales ordinarios, sino que estaban sujetos a fuero; la soldadesca llanera, aguardentosa y procaz, irrumpía en las salas de baile. En esa época aciaga se hizo común la frase de que mientras hubiera libertadores no podía haber libertad. "Había, pues, entonces -comenta don Francisco Soto en sus Memoriasuna verdadera distinción entre los libertadores y los liberta348

dos: aquellos eran todos los que vestían uniformes militares, aunque acabaran de pasarse a nuestras filas y hubieran sido verdugos de los patriotas; y los otros eran la población en masa, que no usaba bigotes ni vestido de dos colores" 20. Pero si la arbitrariedad aumentaba, paralelamente crecía el descontento. " ... se celebró el establecimiento del gobierno dicta torial-refiere el ya citado doctor Gonzálezcon corridas de toros y otros regocijos públicos en la plaza de la catedral. Preocupado el pueblo de los sucesos recientes, no se entregó a la alegría como otras veces; antes bien, dio muestras positivas de la aversión con que miraba a Bolívar. Promovió el intendente Herrán una procesión, en que los miembros de la municipalidad y algunos militares debieran conducir el retrato de Bolívar alrededor de la plaza en una de las tardes de toros. Salió la procesión sin otro séquito que el de algunos concejales y militares; esperando los que la dirigían que el pueblo correría en tropel a unirse a ella y saludar con sus vivas y aclamaciones, como en otro tiempo, al hombre a quien entonces veían, engañados, como la personificación de los principios que adoraban. Mas ya el pueblo, lejos de ver en Bolívar la personificación de los principios, veía en él el mayor enemigo de ellos, y no se vio a un solo ciudadano asociarse a aquella demostración, ni secundar los vivas que de cuando en cuando lanzaban los desairados figurantes que cargaban y rodeaban el retrato del dictador. No recorrió la procesión los cuatro frentes de la plaza, porque avergonzado el intendente y sus compañeros del papel que iban representando delante de un pueblo que se burlaba socarronamente del servilismo de aquellos hombres, regresaron a la municipalidad cuando hubieron andado solamente el espacio de unas 100 varas. Yo presenciaba todo esto en una esquina; y recuerdo que allí se me acercó el general José María Córdova, y me manifestó lo extraño que le parecía que nadie gritara un solo viva. Yo le dije: "General, el pueblo tiene un catarro muy fuerte, y solo tiene pulmones para toser".

¿Qué hacían, entretanto, los conspiradores? Parece que en sucesivas reuniones de la junta de que ya se habló, se discutieron y acaso llegaron a acordarse, al menos en principio, algunos métodos de acción que debían ponerse en práctica. Para mediados de 349

septiembre se había logrado interesar al comandante de la artillería, capitán Rudesindo Silva, y a varios oficiales y sargentos, en el movimiento que se proyectaba. El eje de este era, al menos en el concepto de quienes se hallaban comprometidos, el jefe de estado mayor coronel Guerra, quien, por su alto encargo, poseía el medio de dar todas las órdenes necesarias en el momento decisivo. ¿Se engañaron a este respecto los conspiradores? Como algunos de ellos lo manifestaron luego, ¿faltó ánimo al coronel Guerra a la hora última, o bien este no llegó a comprometerse de una manera definitiva, como se empeñan en sostenerlo muchos comentadores? Es este uno de los muchos interrogantes que se alzan en el proceso de la conjuración. Está fuera de toda duda que el coronel Guerra no concurrió a la junta final en que se decidió la muerte de Bolívar, y que si llegó a hablarse de ella antes, tampoco mereció su aprobación. Pero parece también cierto que los conjurados no habrían sido tan incautos de adelantar su aventura hasta donde lograron llevarla antes del atentado, si no hubiesen tenido el convencimiento de su apoyo. También se ha dicho que se adelantaron gestiones de comprometimiento con algunos oficiales del batallón Vargas, el más adicto al Libertador; y que los capitanes Quintero y Lizardi, y algunos suboficiales del mismo cuerpo, estaban de acuerdo para poner este bajo las órdenes del jefe que designaran los conspiradores, quienes habían pensado para el caso en el entonces teniente coronel Tomás Herrera, quien se hallaba preso en el cuartel del mismo batallón. Los sucesos posteriores invalidan ese dicho, que acaso no pasó de ser, como tantos otros en que ingenuamente creyeron los conjurados, o una promesa que no se cumplió, o una esperanza que no tenía fundamento. Tal, verbi gratia, la participación que crédula o malévolamente quiso asignársele al general Santander, con criterio que bajo las mismas especies de malevolencia o de credulidad más o menos bobalicona, aun tiene adeptos desalumbrados. Santander era -yeso nadie puede dudarlo honestamenteel jefe nato y neto de la oposición al régimen dictatorial. Era además, ya pesar del decreto de 27 de agosto, el vicepresidente constitucional de Colombia. Lógico es que en estas circunstancias los conjurados hubieran pensado en él para encargarlo del mando, una vez que, conforme al plan primitivo, 350

se hubieran apoderado de las personas del Libertador y de sus ministros. Para comunicar este pensamiento a Santander comisionaron al doctor González, quien relata que recibió la siguiente respuesta: "Reconozco que ha llegado el caso en que una insurrección es tanto más justa que en 1810. No es posible sancionar con nuestra aquiescencia los atentados que acaban de consumarse, y yo no podré restablecer el gobierno que el pueblo de Colombia se dio y que el general Bolívar ha destruido. Solo tengo que hacer a usted una objeción relativa a mi persona. Si una' revolución tiene lugar hallándome yo en el país y en la ciudad misma en que ella estalle, va a decirse que yo he promovido esta revolución, y que la he promovido por ambición personal, no por el noble deseo de restituir la libertad a mi patria. Yo no quiero, Florentino, que nunca pueda sospecharse ni decirse semejante cosa de mí. "Déjenme ustedes alejarme del país, y dispongan de su suerte sin mi intervención, para que no haya ningún pretexto para contrariar sus esfuerzos" . A este respecto, y en uno de los careos que se le practicaron en el curso del inicuo proceso a que fue sometido, declaró el general Santander con fecha 1Q de noviembre de ese infausto año 28: "oo. que recuerda el exponente haber estado González en su casa una noche, como de las ocho a las nueve, y que estuvieron largo tiempo conversando de materias indiferentes; que casi al tiempo de despedirse le tocó sobre el nuevo régimen establecido, añadiéndole que no faltaban buenos ciudadanos decididos a trabajar eficazmente en restablecer el imperio de la constitución abolida, aunque no recuerda el exponente que le nombrase persona alguna, y que le preguntó si en el caso de verificarse un cambio se pondría nuevamente al frente del gobierno; que el exponente en sustancia le manifestó que no debía nadie pensar en prolongar la penosa situación del país con nuevas conmociones y menos cuando todavía la nación ni aun siquiera había recibido las mejoras benéficas que el nuevo régimen le ofrecía y cuando estaba al frente de la República un hombre de las circunstancias del Libertador; que el que declara de ninguna manera se mezclaría en nada que pudiese llamarse conspiración ni tampoco se colocaría de nuevo en el gobierno, porque de una parte, comprometería su honor y su reputación y daría ocasión a que se encendiese una guerra civil, funesta a Colombia, y de otra estaba bien escarmentado de la vida pública para no apetecerla. Que el que declara no puede sostener que el

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discurso que el señor González dice haber oído, sea precisamente el conjunto de las razones que le presentó para persuadirle de que no debía pensarse en revolución, porque es difícil recordar una conversación" " ... que la especie de que el exponente ofrecía sus servicios al gobierno que reemplazara al actual régimen, es un ofrecimiento fundado en el derecho público, el cual reconoce gobiernos de derecho nacionales y gobiernos de hecho o de privilegio; que con tal que un ciudadano no sea cóm plice en las revoluciones que pueden sustituir un gobierno a otro, su deber es prestar a su país los servicios que de él exigiere el gobierno existente, y por eso el que declara, después de haber servido a Colombia bajo el gobierno que tuvo de 1819 a 1821, Y después bajo el constitucional de 1821 a 1828, admitió ahora la comisión a los Estados Unidos del Norte bajo el régimen actual" . Sea como fuere, cuando en la ocasión ya referida el comisionado ante el general Satander no logró obtener de este una respuesta satisfactoria para los planes que se adelantaban, lo manifestó así a la junta. De todas suertes, a mediados de septiembre se acordó dar el golpe el día 28 del mismo aprovechando la circunstancia de que esa noche daría un baile el encargado de negocios de Méjico, al cual concurrirían Bolívar y sus ministros y al cual estaban invitados muchos de los comprometidos. Estos debían apoderarse allí de los miembros del gobierno, siempre que el jefe de estado mayor pusiera en sus manos los cuerpos de guardia, y retuviera en su casa, con el pretexto de concertar planes y comunicarles órdenes, a los jefes de la fuerza acantonada. Los conjurados que más tarde escribieron sobre estos sucesos sostienen enfátidmente que, al menos por la parte directiva, no se fraguó complot alguno contra la vida de Bolívar, como se ha repetido con tanta insistencia. Con todo, un testigo a quien es preciso oír, don Marcelo Tenorio, para refutar algún incidente de los Recuerdos de la época de la dictadura, de don Florentino González, hizo la siguiente declaración que constituye además un delicioso cuadro de costumbres de la época: "El proyecto de asesinar al general Bolívar por unos enmascarados en el tránsito del coliseo al palacio, es ciertamente una solemne mentira, como lo dice el doctor González, porque Bolívar fue acompañado de un disfrazado sin máscara que era su amigo; pero la resolución de asesinarle en el teatro a las 12 de la noche es un hecho que, si no puede probarse, no por eso deja de ser cierto. Siento despertar cosas que debieran dormir en

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el silencio; pero puesto que se desea que la posteridad se instruya en lo pasado, referiré lo que vi y oí en uno de los bailes de máscaras que tuvieron lugar en aquel tiempo. Asistí a él en unión del general Córdova y su primer edecán el capitán Giraldo, acompañando una familia que debía pasar la noche en el palco del presidente; así fue que después de haber paseado el patio un largo rato, la condujimos al palco. Desembarazados de aquel comprometimiento, nos separamos, y después de un rato de vagar solo por el patio, me encontré con el comandante Carujo, quien me manifestó deseos de cenar, y como yo también los tenía, lo convidé al toldo que la señora Nicolasa Guevara, nuestra amiga, tenía en la plaza. En la cena estaba Carujo más taciturno y bebedor que de costumbre, y aun le advertí cierto embarazo en la conversación, como que quería decirme algo y no se resolvía. Regresamos al teatro, y a la entrada me dio la mano diciéndome: 'Hasta mañana, pues quizá esta noche no nos volveremos a ver'; y así fue, porque en aquella gran concurrencia era muy difícil encontrarse y conocerse, aun los que estaban en su propio traje con solo la careta. Algún tiempo después, como a las 11, quise pasear los corredores de arriba, y en la primera escalera encontré un enmascarado que me detuvo con ademán de confianza llamándome paisano, vestido a la española antigua, haciendo el papel de viejo con un enorme coto; y como después de las primeras chocarrerías yo me amostazase, se acercó y me dijo: '-¡Qué! ¿no me conocéis?', y levantando la máscara lo bastante para descubrirse, continuó: '¡dentro de media hora, al golpe de las 12, morirá el tirano!', y dejándome precipitadamente se mezcló entre la multitud. Era un joven vigoroso y decidido: yo le seguí apenas con la vista pues quedé estupefacto y horrorizado, no precisamente por el hecho que se iba a ejecutar sino por las funestas consecuencias que produciría en aquel lugar , con una concurrencia tan numerosa, una respetable guardia y un jefe de policía como el señor Ahumada, tan conocido por su carácter fuerte como por su adhesión a Bolívar. Conocí entonces todo el poder de la opinión, y hasta d

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