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30 DE MAYO ANIVERSARIO DELA MUERTE DEL PADRE ANDRÉS COINDRE. PRESENTACIÓN “Nuestro digno Padre Superior acaba de sernos arrebatado el martes 30 de mayo pasado. ¡Ah! ¿Quién podría deplorar suficientemente esta pérdida? ¡Ya no es más nuestro buen Padre! Y les ha sido arrebatado a sus hijos espirituales, en el mismo momento en el que las circunstancias lo hacían más querido a nuestros corazones. Víctima heroica del amor divino (nos lo arrebató el exceso de una tarea toda ella empleada en defensa de nuestra santa religión), lo veremos arder eternamente en aras del mismo amor.” (Declaración del Consejo general tras conocer la muerte del Padre Andrés Coindre) El 30 de mayo celebramos el 185 aniversario de la muerte del Padre Andrés Coindre. Para ayudarnos a guardar la memoria del mismo en esta fecha les presentamos tres documentos: Un artículo del anuario elaborado por el Hermano Jean-Pierre Ribaut y traducido por los Hermanos de la provincia de América Austral; materiales para la animación de laudes, vísperas y eucaristía del hermano Conrad Pelletier; una oración para los alumnos.
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PBRO. ANDRÉ COINDRE 26 de febrero de 1787 30 de mayo de 1826
EN TORNO A LA MUERTE DEL PADRE ANDRÉ COINDRE
HERMANOS DEL SAGRADO CORAZÓN Traducción del ANUARIO N° 90 (1995-1996)
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El año de 1996 está señalado por el 175º aniversario de la fundación de la Congregación. En todas partes se preparan las celebraciones de los festejos jubilares. Probablemente pasará más desapercibido el recuerdo de los 170 años de la desaparición del Padre Andrés Coindre. Menos de cinco años después del inicio de la Congregación, su muerte súbita golpeaba doblemente a las obras que había creado: en primer lugar la brutal desaparición de este gran hombre de acción en la plenitud de la edad, dejando en el desconcierto a sus discípulos y amigos; pero más aún las trágicas circunstancias de su muerte dejaron por algún tiempo un real sentimiento de malestar, de modo tal que esta muerte ha sido evocada casi siempre con reticencia y con figuras estilísticas cargadas de eufemismos, que atenúan su brutalidad. La evolución de las mentalidades, el progreso de la medicina y de las ciencias humanas y la preocupación por la verdad histórica, hoy permiten ahondar de modo más sereno y objetivo este doloroso episodio de nuestra historia que, desde una preocupación de piedad filial, se ha rendido a ocultar. Con este objeto se han reunido un conjunto lo más completo posible de textos que tratan de esta muerte, presentándola en tres instancias. En una primera serie se agrupan los diferentes relatos que se hallan en nuestras obras del Instituto, con el objeto de compararlas después a dos relatos contemporáneos, aún inéditos, que han hecho dos sacerdotes de Blois, cuyo testimonio constituye la segunda parte. La tercera parte quisiera poner de relieve lo que la tradición de las Religiosas de Jesús-María nos aporta de específico a través de los principales textos que conserva su historia, relativos al deceso de nuestro común Fundador. Ignoramos a través de qué conducto llegó a los Hermanos del Sagrado Corazón la noticia de la muerte del Padre Andrés Coindre. La última carta que escribe al Hno. Borgia lleva la fecha del 3 de mayo de 1826 y en ella expresa los sentimientos de un padre atento, siempre activo. Le anuncia una próxima estadía en Lyon con motivo de las vacaciones. Según toda verosimilitud, creemos que es a través del Padre Francisco Coindre que la noticia llegó a la comunidad, ya que éste fue informado por el Arzobispo y por las autoridades del seminario mayor de Blois. El consejo de los Hermanos reunido rápidamente en Lyon, en las fechas del 14 y 15 de junio, se inicia con una dolorosa oración de sumisión a la voluntad divina: “Nosotros, Hnos. Borgia, director general de los Hermanos de los Sagrados Corazones de Jesús y María; Hno. Xavier, primer asistente; Hno Agustín, segundo asistente; Hno. Bernardo procurador general; Hno. Sinforiano, inspector; Hno. Mauricio, ecónomo; Hno. Gonzaga, Hno. Ignacio, Hno. Buenaventura, todos profesos. Débiles mortales, bendecimos los impenetrables decretos de Dios. ¿Quién de nosotros pretendería penetrar en sus designios? Nuestro digno Padre Superior acaba de sernos arrebatado el martes 30 de mayo pasado. ¡Ah! ¿Quién podría deplorar suficientemente esta pérdida? ¡Ya no es más nuestro buen Padre! Y les ha sido arrebatado a sus hijos espirituales, en el mismo momento en el que las circunstancias lo hacían más querido a nuestros corazones. Contábamos... pero en vano.., que el Cielo decidiera de otro modo. Sus días estaban plenos, su término estaba acabado y el escenario de los crímenes (sic: ¿la tierra?), no debía contener más un tesoro tan exquisito. Si hay algo que pueda amenguar nuestro dolor, es que con toda seguridad, no seremos privados de volverlo a ver en la patria celestial. Reunidos un día, lo veremos triunfante, precediéndonos, cantando las alabanzas de Aquél que fue el único objeto de sus deseos, sus trabajos y sus preocupaciones. Víctima heroica del amor divino (nos lo arrebató el exceso de una tarea toda ella empleada en defensa de nuestra santa religión), lo veremos arder eternamente en aras del mismo amor. Nos ha hecho temblar la voz; tratemos de
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practicar exactamente sus santas orientaciones. No desmerezcamos de su espíritu de fe y de celo. El Señor bendecirá nuestros sencillos servicios y recompensará nuestras buenas obras con un céntuplo de gracias.” Retendremos de este texto de animación espiritual de la “Vida del Padre Andrés Coindre” del año 1888, redactada como una circular dirigida a los hermanos para anunciar la muerte de su Fundador que presenta los dos únicos elementos de información: a saber, la fecha de la muerte, “el martes 30 de mayo último” y la simple evocación de su causa, colocada entre paréntesis, “nos lo arrebató el exceso de una tarea toda ella empleada en defensa de nuestra santa religión “. Parece evidente que la tradición oral debía reforzar un relato tan elíptico. El Hno. Xavier, algunos años más tarde, en sus “Memorias” no es mucho más explicito: “Dios que reservaba la mayor prueba a esta comunidad naciente, les retiró su padre en el momento en el que tenían mayor necesidad de él. Fue el 30 de mayo de 1826 cuando murió. Esta muerte hundió a la comunidad en un gran abatimiento.” El Hno. Bernardino en su embrión de historia de la Congregación titulado: “Origen y fundación del Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón”, redactado probablemente en la segunda mitad del siglo XIX, consigna por vez primera “la fiebre cerebral” como causa del deceso: “El piadoso y santo Fundador, a quien devoraba el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas, agotado por los trabajos y fatigas de su ministerio, fue pronto atacado por una fiebre cerebral que, en pocos días, le condujo a la tumba”. Hay que esperar a la publicación de la “Vida del Padre Andrés Coindre” en 1888, para que se redacte en forma una narración de la muerte del fundador, claro que según los criterios biográficos de esa época; es decir apologéticos. A la sobriedad de las evocaciones precedentes, sucede un relato ampliado, en el que los raros elementos de información están diluidos entre los impulsos afectivos y las piadosas consideraciones, inherentes al estilo hagiográfico de la época y al carácter edificante de la obra. Este texto ha servido de referencia durante casi un siglo, a despecho de la aproximación a la realidad: “Debió ponerse en cama como consecuencia de un exceso de trabajo e incesantes preocupaciones”, o de silencios tan inquietantes como elocuentes: “murió en Blois el 30 de mayo de 1826, a la edad de sólo 39 años y tres meses” lo que hace más jugosa aún esta preocupación de precisión relativa a la duración de su existencia. He aquí como relatan los Hermanos Daniel y Eugenio el acontecimiento como obstáculo a la expansión de la Congregación en esa primavera de 1826. “Todo caminaba del mejor modo. La recíproca confianza del Padre hacia sus hijos y de estos hacia su Padre se estaba afianzando; había que descartar toda nube; el porvenir se presentaba risueño; cuando de repente llegó de Blois una noticia que explotó como un trueno en un cielo Padre Andrés Coindre (17871826) En realidad nunca fue sereno. ¡El Padre Coindre estaba enfermo!... ¡El retratado en vida, este cuadro fue realizado en 1986 a partir de un Padre Coindre se hallaba en un estado alarmante! original pintado en 1826 pocos meses después de su muerte.
Esta noticia tenía su justificación. En efecto, el infatigable apóstol se había visto separado de sus conquistas espirituales en la flor de la edad y en la plenitud de su vida. Dios se complace a veces en mostrarnos que no necesita de nadie y que puede prescindir de sus mejores servidores. El Padre
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Coindre tuvo que guardar cama a causa de un exceso de trabajo y de incesantes preocupaciones. No se iba a levantar más. La enfermedad tomó los peores síntomas desde los primeros días; los médicos diagnosticaron que se trataba de una fiebre cerebral. El delirio que le ocasionó esta fiebre puso de manifiesto más que nunca la inmensa pérdida que iban a experimentar las dos instituciones fundadas por él, y para decirlo mejor, el clero de Francia y la Iglesia toda entera. La boca del Padre Coindre no profería más que palabras que indicaban la gran pasión de su vida: La gloria de Dios y la salvación de las almas. Los pensamientos de la fe, los ardores del celo que habían nutrido y modelado su corazón de apóstol, parecían mantenerse aún con fuerza en su alma, ya que con frecuencia se le oía gritar con un acento de amarga tristeza: Sí, Dios es demasiado ofendido... hace falta una víctima... O murmurar las palabras de un cántico muy conocido y que él había hecho cantar con frecuencia: Desafiemos al infierno. Rompamos las cadenas. Salgamos de la esclavitud. ¡Rey Divino! Mi corazón te será fiel. Hasta mi muerte. ¡Sublime abnegación! ¡Generosos sentimientos! Sin duda suspiraba por el sacrificio de su vida para aplacar la cólera de Dios ultrajado por los crímenes de los hombres. Quería romper sus vínculos mortales con el fin de llegar más rápidamente al gran día de la eterna bienaventuranza. Las oraciones ansiosas y fervorosas de los miembros de los dos Institutos para su amado Fundador se elevaban hacia Dios. No se podían imaginar que una carrera tan brillante, tan fecunda, tan llena de promesas no realizadas todavía, pudiera terminar tan rápida y bruscamente. Y además, ¡qué dolor ver a su amado Padre morir tan lejos de sus hijos sin recibir su último adiós! La confianza se mantenía obstinada en sus corazones; se decían a sí mismos que las noticias de Blois eran, quizás, exageradas. ¡Vana esperanza! El obrero evangélico había realizado más obras que las que se pueden realizar en una vida más extensa, en un período que abarca apenas la mitad de una vida ordinaria. Para él, que había soportado el peso y el calor del día, había sonado la hora del descanso. El generoso apóstol, el evangelizador infatigable, había ganado con creces su recompensa; ya era digno de ser recibido en el seno de Dios y gozar la gloria de los elegidos. Murió en Blois el martes 30 de mayo de 1826, a la edad de 39 años solamente”. En el marco de la preparación del primer centenario de la fundación, el Hno. Basilien Couderc (1862 - 1946), escribe la primera historia completa de la Congregación que aparece en 1921 en la casa editora Privat de Toulousse, bajo el título: “1821-1921. Un siglo de vida religiosa y de educación cristiana”, obra que servirá de soporte a todos los cursos de historia del Instituto durante 40 años aproximadamente. El autor, habitualmente tan prolijo, resume en algunas líneas lo que tiene relación con la muerte del Padre Coindre. Las tres páginas de su vida se reducen, bajo su pluma, a un solo párrafo: “De repente una noticia de Blois dejó a los Hermanos del Sagrado Corazón en la mayor consternación: El Padre Coindre estaba afectado de una grave enfermedad, la fiebre cerebral. Se elevaron fervientes oraciones hacia Dios para obtener la conservación de una vida tan querida. El cielo no les escuchó. En su delirio el
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moribundo no hablaba más que de las almas que había que salvar; agitaba su rosario que besaba con unción. El desenlace fatal se produjo el martes 30 de mayo de 1826. El Padre Coindre vivió 39 años y tres meses.” Este párrafo se vuelve a encontrar por otra parte, íntegramente, en el pequeño volumen “Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón” publicado en 1923 en la colección “Las órdenes religiosas” en la editorial parisina Letouzey en la página 28. Por otra parte, el Hno. Basilien, en posesión de nuevos documentos retoma la biografía de los Hnos. Daniel y Eugenio y prepara, en una fecha aproximada a 1930, una nueva edición de la “Vida del Padre Andrés Coindre”. Este trabajo ha permanecido como manuscrito hasta 1983 y ha sido dactilografiado y multicopiado bajo los cuidados del Hno. Julio Martel, sin que haya sido revelada la identidad del “desconocido” que había preparado el manuscrito. De paso, podemos decir que lamentamos que las traducciones inglesa y española realizadas con motivo del bicentenario del nacimiento del Padre Coindre, no hayan tomado ese texto como base en lugar del de 1888 y que en varios lugares completa la edición original notablemente en lo que concierne a los últimos días del Padre Fundador, a los que consagra un capítulo distinto: Muerte del Padre Coindre (30 de mayo de 1826) “El Señor Coindre al mando del gran seminario de Blois, a pesar de sus absorbentes preocupaciones no se olvidaba de su Congregación. En sus frecuentes cartas expresaba hacia los Hermanos los más delicados sentimientos y la dedicación más exquisita. Se había llegado al mes de mayo. Se aproximaban las vacaciones escolares. El Padre Coindre iba a viajar a Lyon en el mes de agosto; se tendría el honor de volverlo a ver, de escuchar sus sabios consejos. Su presencia daría a todos, ánimo para el presente y confianza para el porvenir. Por su parte, el Padre Coindre, se sentía feliz en el seminario; este ambiente respondía a sus aspiraciones. “Me encuentro en mi centro” decía a Monseñor. Todo le sonreía en la santa misión de la que era el amado superior. Una súbita catástrofe sobrevino, la cual destrozó todos los corazones: sus facultades mentales se resquebrajaban. Varias cartas escritas desde Blois y conservadas en los archivos de la sociedad de los cartujos en Lyon, contienen los detalles de esta horrorosa enfermedad. A partir del diez de mayo, se veía al Padre Coindre aislarse en su habitación y no aparecer en los recreos. En la vigilia de Pentecostés en la repetición de la oración, predicó un sublime sermón sobre la voluntad de Dios, la creación del mundo, los coros de los ángeles, el reino del Espíritu Santo. Terminó la exposición en un llanto. El auditorio notó un estado de extraordinaria excitación. No se detuvo. Por la tarde se pidió al Padre Coindre que dirigiera a la comunidad algunas palabras de edificación. Fue lastimoso: las ideas no tenían ninguna ilación. Al día siguiente en la Catedral, durante la misa pontifical, se notaron extraños gestos en su semblante. Monseñor, que se dio cuenta del estado mental del Superior, le aconsejó que hiciera un viaje a Tours para que se distrajera y se le ahuyentaran los pensamientos que le obsesionaban. El lunes en efecto, el Señor Coindre se alejaba de Blois, después de haber dicho a un joven que lo llevó hasta Monistrol: „No se extrañe si pierdo la razón, pero esto no será más que hasta el día 28 de mayo”. En Tours, ante Monseñor Dufêtre (su amigo), se dieron escenas espantosas. El pobre Padre Coindre estaba afectado de alienación mental. Aprovecharon un momento de lucidez para llevarlo a Blois. A su vuelta al seminario, se lo notó más calmado y recuperó por poco tiempo sus facultades, después recayó en la demencia, que fue casi continua. Hubo que internarlo en el hospicio, donde fue confiado al cuidado de cuatro vigorosos custodios.
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Algunos días después, el 28 de mayo, como lo había anunciado, el Señor Coindre recuperó sus facultades mentales. El enfermo fue llevado al seminario. Paseaba por el jardín. Fue instalado en otra habitación, ya que decía que la que él ocupaba le traía desgracias. Esta mejoría duró poco, el pobre sacerdote recayó en la demencia. En la noche del 29 al 30 de mayo, el Señor Coindre pidió a sus guardianes que apagaran la luz y parecía que dormía con profundo sueño. Los dos seminaristas que lo vigilaban creyeron que podían dejado solo sin peligro. Hacia la una y media oyeron un ruido; se dirigieron precipitadamente a la habitación. ¡Desgraciadamente! fue demasiado tarde. El Padre Coindre se había levantado y en la caída había perdido la vida...” Se pregunta el narrador ¿a qué causa se podría atribuir esta horrorosa enfermedad? “Los médicos lo atribuían a un traslado de la gota al cerebro, a los efectos de una vida sedentaria contraria a sus hábitos ya su temperamento, del estudio demasiado intensivo de una filosofía sistemática. Todas estas causas pueden haber contribuido a la conmoción cerebral que le condujo a la pérdida de la razón y a la última catástrofe, pero ¿no se podrían hallar explicaciones en un orden de ideas más altas? En la Congregación de las Damas de Jesús - María la tradición conserva un recuerdo al que se atribuye una interpretación sobrenatural a esta trágica muerte. Durante su vida el Padre Coindre habría dado a entender a la Madre San Ignacio que le pedía a Dios morir en la humillación. Este final, ¿no sería la respuesta del cielo? Existen almas sublimes que se ofrecen en calidad de víctimas. Dios acepta su inmolación. Si nos atenemos a los amigos de Job consideraríamos la prueba como un castigo; en tanto que esta inmolación es a veces el resultado de un ofrecimiento generoso de un alma que por amor se inmola en el altar del sacrificio. El entorno del Padre Coindre se aterró por un fin tan trágico, pero supo darle una interpretación. Esta muerte trágica -escribió un sacerdote del seminario de Bloisno nos deja ningún temor sobre el destino eterno del buen Superior.” La comparación de los dos relatos del mismo autor con algunos años de intervalo, no deja de sorprender. La “fiebre cerebral‟ invocada tradicionalmente cede paso a “la demencia” y la causa de la muerte a la funesta caída, evocada sin que se precisen las circunstancias exactas. El relato se refiere explícitamente al testimonio preciso desconocido hasta entonces: “Dos cartas escritas desde Blois y conservadas en los archivos de la sociedad de los Cartujos, en Lyon, que contenían los detalles de esta horrorosa enfermedad”. Pareciera que fue a raíz de la publicación del volumen: “1821-1921. Un siglo de vida religiosa y educación cristiana” y de las fiestas del centenario en 1921 que se han puesto al día estos nuevos documentos. En julio de 1929 el sacerdote Aubathie, capellán de nuestro colegio San Luis de Lyon, pero al mismo tiempo archivista bibliotecario de los Sacerdotes de San Ireneo, hizo una copia de las dos cartas conservadas en los registros de esta sociedad en los Cartujos de Lyon por encargo nuestro. El Hno. Basilien hace explicita referencia al comienzo de su relato.
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Antes de interesarnos en los testimonios que constituyen el segundo tramo de este corpus, terminemos nuestro recorrido de los distintos relatos, con los escritos del Hno. Stanislas Roux (1898 -1980). En la historia del Instituto que publica en Roma en el año 1956 con el título: “Los Hermanos del Sagrado Corazón - Historia del Instituto (1821-1956)”, consagró menos de diez líneas a los últimos días del Padre Fundador, prosiguiendo la tradición de reserva que rodeaba al acontecimiento durante 130 años: “Lo que nuestros Hermanos no podían suponer era que el Padre Coindre les daba el último adiós y que no lo volverían a ver. En efecto, llegado a Blois al comienzo de febrero, se entregó a la tarea de inmediato. Además de la dirección del seminario y de la predicación de Cuaresma en una de las parroquias de la ciudad, emprendió con gran celo apostólico la refutación de los errores y de los ataques contra la Iglesia que circulaban en esa época en los diarios hostiles a la religión. Puso tanto ardor en todas sus tareas, que en algunos meses arruinó su salud. Murió en efecto el 30 de mayo de 1826, a la edad de tan sólo 39 años.” Por suerte, quince años más tarde, en “Superiores Generales (1821-1859)” aparecido en Roma en 1972 el mismo autor se muestra más explícito; las diez líneas del primer relato dan paso a un desarrollo de seis párrafos. El relato de los hechos, sobrio y preciso, se atiene a la más estricta objetividad, evitando enzarzarse en las consideraciones anexas que rodean al hecho en el desarrollo de los textos anteriores:
Vista de la ciudad de Blois. Al fondo se distingue la Catedral de san Luis, próxima al seminario.
Enfermedad y muerte del Padre Andrés Coindre “Todos esos trabajos, todas esas preocupaciones, concluyen por minar la salud del Padre Coindre y causarle una gran depresión. Al principio se manifestó por la huída de la vida común aislándose en su habitación; después por la incoherencia de sus ideas cuando tenía que hablar en público; finalmente por la pérdida de la razón. Se le envió a descansar algunos días a Tours, a la residencia de su amigo Monseñor Dufêtre un antiguo compañero de los Cartujos; pero el mal no hizo sino empeorar rápidamente. Cayó en una postración y demencia completas. Se lo llevó a Blois para hacerlo tratar en el hospicio de la ciudad. Los seminaristas se sucedían día y noche en la habitación para vigilarlo y prodigarle los cuidados necesarios. El 28 de mayo, fiesta del Corpus, recupera la lucidez casi por completo. Puede salir al parque y conversar con sus compañeros. Se espera la próxima finalización de esta pesadilla. Pero lamentablemente la esperanza dura poco. En la noche del 29 al 30 de mayo vuelve a recaer. Hacia la una y media, mientras sus cuidadores dormitan, se levanta, abre la ventana, y antes que uno de los seminaristas, despertado por el ruido, pudiera detenerlo cae sobre el pavimento del patio interior. Expiró hacia las dos de la mañana del 30 de mayo de 1826, víctima de un celo al que no puso límites. Tenía sólo 39 años. Al día siguiente salían dos cartas desde Blois dirigidas al Arzobispo de Lyon, narrándole con todo detalle las circunstancias de la enfermedad y de la muerte de nuestro Fundador; pero por un pudor comprensible, le pedían que anunciara la muerte sin develar la causa, ni siquiera a su hermano el Padre Francisco. De este modo
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quedó instalada la tradición, tanto entre nosotros como en las Religiosas, que había fallecido por una “fiebre cerebral”. Fue inhumado en el mismo Blois. Más tarde el cementerio será desafectado y todos los restos mortales que allí había, fueron reunidos en una fosa común. Ni siquiera tenemos el consuelo de poder rezar sobre su tumba”. El Hno. Stanislas no indica con precisión las fuentes, pero menciona las dos cartas que el mismo día y al siguiente de su muerte partían de Blois a la dirección del Arzobispado de Lyon, contando en detalle todas las circunstancias de la enfermedad y la muerte de nuestro fundador. El historiador ha tenido en mano la copia de las dos cartas y ha extraído la documentación de material para sus cursos y para sus escritos; pero sin publicar el texto original. Como podrán darse cuenta en su lectura, estos dos correos, piezas fundamentales de nuestra historia, aportan numerosos detalles sobre los últimos días del Padre Coindre y prueban aún más que es ciertamente su celo apostólico la causa directa de su muerte. Con el fin de situar mejor los dos correos que parten de Blois al Arzobispado de Lyon para anunciar el fallecimiento del Padre Andrés Coindre no será inútil recordar la situación canónica del difunto. Ordenado el 14 de junio de 1812, incardinado en la diócesis de Lyon, comienza su ministerio como Primer Vicario de Bourg-en-Bresse desde el mes de marzo de 1813 hasta noviembre de 1815. Siendo vicario de San Bruno forma parte de los misioneros reunidos en el antiguo convento de los Cartujos de Lyon, en la Sociedad de la Cruz de Jesús, fundada por iniciativa del Vicario General Monseñor Bochard (1759 – 1834) Vicario presbítero Bochard, a la benevolencia del cual General de Lyon. Funda la Sociedad de debía la designación en su primer cargo. Deja los la Cruz de Jesús, sociedad de misioneros la que perteneció el Padre A. Coindre Cartujos durante el año 1822, sin haber ahasta 1822. pronunciado votos. En esta época se encuentra con Monseñor de Salamon obispo de Saint-Flour y administrador de la diócesis de Le Puy, quien le propone fundar en Haute-Loire una sociedad de misioneros similar a la que existía en Sallers en Cantal. Acepta realizar este proyecto limitando su compromiso a dos años. Así nacieron los Misioneros del Corazón de Jesús cuya acta de fundación del 20 de septiembre de 1822 anuncia el establecimiento en Monistrol. En junio de 1824, respondiendo a una propuesta del obispo de Pins, administrador de la arquidiócesis, el Padre Coindre elabora los estatutos de una sociedad clerical, destinada por una parte a los estudios superiores y a la educación y, por otra, a las misiones y a la sobras de apostolado, para mayor beneficio de “vuestra diócesis que es también la mía”. Él está dispuesto a asumir la dirección después que pongan fin a sus obligaciones en Monistrol. ¿Será por esta razón que solicita al consejo arzobispal de Lyon, unir su obra de los misioneros de Le Puy con la de los Padres de la Cruz de Lyon y de ir a Tours sin dejar de pertenecer a Lyon? El último punto se le acuerda, nota el registro de la sesión, pero al primero no se accede. Pareciera que por el motivo precedente llega a su fin esta vinculación con su diócesis de origen. En el año 1825 continúa en la dirección de los Misioneros de la Haute-Loire, cuando sobrevienen las dificultades con Monseñor de Bonald, que nombra curas párrocos de las parroquias vecinas a varios de sus colaboradores. Mientras Lyon lo cuenta ya en el número de sus predicadores para el Gran Jubileo de 1826, el Padre se orienta, no hacia Tours donde Monseñor Donnet lo acogería con agrado entre sus Misioneros de San Martín, sino hacia Blois donde
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ambos (él y el Obispo), habían participado en la Misión de 1824. En otoño de 1825 en efecto estimando que su ministerio estaba terminado en la diócesis de Le Puy, con el consentimiento de Monseñor de Bonald, responde al pedido de Monseñor Felipe F. de Sauzin obispo de Blois, quien en el mes de noviembre, el 27 de 1825, lo nombra Superior del seminario mayor, Vicario General y canónigo honorario. Asume su cargo en los primeros días de febrero. Cuando sobreviene su deceso, algunas semanas posteriores a su nombramiento como canónigo titular, convenía avisar en primer lugar al Arzobispo de Lyon en cuya diócesis el difunto aún estaba incardinado. El 30 de mayo, un sacerdote de Lyon, Juan Pablo Lyonnet (1801-1875) profesor del seminario mayor de Blois y suplente de Monseñor Donnet en el cargo de Superior hasta la llegada del Padre Coindre, envía a Lyon un primer anuncio del fallecimiento en una larga carta que dicta a un secretario del obispado de Blois. Le dictó un relato detallado de las últimas semanas de la vida del difunto ateniéndose a poner de relieve las causas que permiten explicar el deceso fatal. La carta está destinada probablemente al Pbro. Juan Cholleton (1788-1852), encargado hasta fin de diciembre de 1825 de las comunidades religiosas y cuya promoción como segundo Vicario General aún no era conocida en Blois. Monseñor Bonald. Asumió el Obispado de Le Puy en 1823 a 1839. Sus diferencias con el P. Coindre llevaron a este último a dejar a sus Padres Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús de Monistrol y a asumir la dirección del seminario mayor de Blois.
Blois 30 de mayo de 1826 “Señor Vicario General. Hace poco tiempo que tenía el placer de conversar de nuestra dicha común. Hoy tengo que anunciarle muy malas noticias. No quisiera dárselas, pero es mi deber hacerles partícipes y al mismo tiempo buscar consuelo acudiendo a ustedes. Monseñor (el Obispo), no puede daros la noticia porque salió esta semana para la visita pastoral. El Señor Coindre desde el diez del corriente ha estado muy raro; no venía ya más al recreo con nosotros, nada más salir de un ejercicio se recluía en su habitación. Hemos pretendido en vano averiguar la causa de un cambio tan repentino. Pensábamos que el Señor Dufêtre1 le habría traído malas noticias de Lyon o bien que preparaba un sermón para el día de Pentecostés. En la víspera de esta festividad, para la repetición de la oración nos hizo un sublime coloquio sobre la voluntad de Dios y la creación del mundo, el coro de los ángeles y el reino del Espíritu Santo; terminó su disertación llorando y apenas pudo oficiar la Santa Misa. Por la tarde, uno de los directores (el profesor de filosofía), ignorando cómo se hallaba, le pidió que dirigiera una pequeña exhortación: en efecto lo hizo, pero no nos habló más que de magnetismo, del iluminismo, del espíritu animal y de las sociedades bíblicas. Al día siguiente asistió a los oficios de la catedral con síntomas de gran enajenación, con raras actitudes. El médico del Obispo que lo observaba le dijo a uno de sus vecinos: He ahí un hombre que no está en su sano juicio. A la salida de la Misa 1
Dominique-Augustin Dufêtre (1796-1860), amigo íntimo del Padre Coindre, predicó muchas misiones con él entre 1819 y 1823. Establecido en Tours desde 1821 con Monseñor Donnet, fue nombrado vicario general en 1824, haciéndose efectivamente cargo de la administración de la Diócesis. Llegó a ser Obispo de Nevers en 1842.
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garabateó no sé cuantas hojas para explicar cómo el sonido de los instrumentos que acababa de escuchar golpeaba a su oído. A la salida de vísperas se acercó a decir a Monseñor, confidencialmente y como delegado de lo Alto: “Monseñor, el Padre Eterno ha reinado cuatro mil años, el Hijo mil ochocientos, ahora va a comenzar el reino del Espíritu Santo, que pronto debe encarnarse”. Monseñor, sorprendido y extrañado, se preocupó por calmarlo y le aconsejó que emprendiera un viaje a Tours para disipar sus ideas. Ese día yo había ido a reemplazar a un sacerdote enfermo. A mi regreso, el Señor Clare2, me solicitó que fuera a ver qué le pasaba al Superior. Fui inmediatamente y le dije: Padre Superior ¿está usted cansado? “No”, me respondió. ¿Hay algo en el seminario que le preocupa? “No”. ¿Le causan algún disgusto sus Congregaciones? “No.” El lunes salió para Tours. Nadie sabía aún el motivo de su viaje, excepto yo y Monseñor, quien me lo dijo hacia las once de la mañana. Cuando salía le dijo al joven que lo había llevado de Monistrol: “No se extrañe si me vuelvo loco, pero eso no durará más que hasta el día 28”. Llegado a Tours le hizo al Señor Dufêtre escenas realmente horrorosas. Pienso que le llegarán los detalles por otros conductos. El Señor Dufêtre aprovechó un momento de lucidez para enviárnoslo el día 18 de este mes. De vuelta a Blois, al entrar en el seminario, parecía con un aspecto más calmo, me abrazó de un modo conmovedor, me manifestó que se hallaba en muy mal estado. Después de algunas horas de tranquilidad recayó en una demencia casi continua. No hablaba más que de los designios divinos, de los grandes ataques a la religión, del magnetismo; de los sacrificios y de las inmolaciones que debemos a Dios. Quería inmolarse él mismo o uno de sus guardianes por la salvación del género humano. Dispuse que se le dieran todos los cuidados posibles. Envié seminaristas para que lo cuidaran día y noche. Durante la semana tuvo algunos momentos de lucidez y me pidió que lo confesara. Lo atendí. En fin, el domingo de Corpus, el 28 tan esperado, volvió a recuperar su razón casi por completo. Me hizo llamar. Fui y le anuncié su salida del hospicio. Me pareció que se sentía cómodo. Durante el día se paseó por el jardín; se lo desató con el consentimiento de los médicos, se le cambió de apartamento, porque él creía que su antigua habitación le traía la maldición. Esta mejoría presagiaba grandes tormentas; la noche siguiente fue tremendamente penosa. Ayer durante todo el día no dijo casi ni una palabra. Hacia las nueve de la noche, pidió agua del Loira, porque decía que la inteligencia divina había descendido en ella. Después de esto hizo apagar todas las luces y simulaba dormir. Los cuatro hombres que lo vigilaban creyeron que dormía. Hacia la una y media de la mañana se levantó suavemente, abrió la ventana y se precipitó al vacío. Un seminarista que se despertó por el ruido que el Padre hizo al abrirla, se levantó rápidamente y lo agarró de la camisa, la que se rasgó. El joven estuvo a punto de ser arrastrado. En dos segundos se ha terminado una vida toda ella consagrada a la gloria de Dios. Monseñor, comprenda nuestra triste situación. Nuestro estado de ánimo es desolador. Realmente necesitamos consuelo en medio de tanta desgracia. No nos 2
El gran seminario de Blois contaba en 1826 con tres directores: Messieurs Lyonnet, Clare et Dormant.
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olvide en esta penosa circunstancia. Esta enorme catástrofe repercutió en Blois y no dudo que pronto se hable de ella en toda Francia. ¿A qué atribuir esta horrorosa enfermedad en este hombre que parecía poseer una gran fuerza de carácter, que había triunfado en las mayores dificultades, que decía a nuestros seminaristas que no tuvieran miedo ya que él había soportado cuanto se puede enfrentar en la vida? Aquí todo le sonreía. Decía a todos que era el hombre más feliz. Hace tres semanas solamente le decía a Monseñor que se hallaba como en su centro Pináculos de San Nicolás, antigua abadía de San Laumer. y en su elemento. Le habíamos Durante la Revolución las antiguas salas conventuales se prometido volver el año próximo convirtieron en hospitales. Allí murió el Padre Andrés con el consentimiento de nuestros Coindre, según consta en el certificado de defunción. superiores3. Monseñor acababa de nombrarlo canónigo titular. Todas sus solicitudes eran escuchadas y sus deseos cumplidos. Dos días después de su nombramiento llega el mal. Los médicos creen que la causa del mal era una gota depositada en el cerebro (sic) o un enclaustramiento demasiado opuesto a su temperamento o un estudio demasiado concentrado de una filosofía sistemática del magnetismo, de la enciclopedia que estaba analizando y en todo lo cual meditaba continuamente, o del “Constitucional”, del que extraía párrafos que nos leía bastante a nuestro pesar en los recreos. Ayer realicé una revisión de los papeles que ha dejado. He encontrado más de doce carillas que había redactado hacía tres meses. No he osado leerlas por temor a perder la cabeza. Profundizaba en los misterios de nuestra santa religión, explicaba tanto como podía los secretos de la naturaleza. Si usted lo deseara yo se las enviaría aunque las distintas hojas tengan poca coherencia entre sí Así llega a afirmar que ha sido castigado en su temeraria curiosidad: „He querido conocer todo y me he perdido”. Gritaba de vez en cuando: “Scrutator divine majestatis oprimentur a Gloria” (El que escruta la divina majestad será aplastado por la Gloria). Se podría agregar a estas causas una especie de fiebre ardiente (sic) que ha afectado al mismo tiempo a varios sacerdotes misioneros en el país, los que se han desviado hacia similares extremismos. Monseñor (el Obispo) se halla en la mayor desolación. He aquí Monseñor Vicario General todo lo que tenía que informarle. Compréndanos, ya que somos muchos los que estamos abatidos. Ayúdenos con caritativas exhortaciones. No sabemos bien lo que debemos hacer. Por favor tenga la bondad de encargar a alguien que dé la noticia a la familia, no nos atrevemos a hacerlo nosotros mismos. Ruegue por el difunto y por nosotros. Tengo el honor Monseñor Vicario General de presentarle mis respetos; su muy humilde y obediente servidor”. Lyonnet, Dir, et. (La firma y lo que sigue a continuación parece ser de un tipo de letra distinto que el texto de la carta) “P. S.: Me he servido de la ayuda del subsecretario del obispado para escribir esta 3
Jean-Paul Lyonnet entra en la Diócesis de Lyon como superior del seminario menor de Saint-Jean de 1828 a 1835. Canónigo titular del primado en 1835, llegó a ser Obispo de Saint-Flour en 1852; trasladado a Vaience cinco años más tarde, muere en Albi donde había llegado a ser Arzobispo en 1865.
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carta, la que le he dictado, porque mi estado de ánimo no me permitía hacerlo. Dejamos a su prudencia el cuidado de no revelar las circunstancias que parecen hacer más horrorosa esta muerte tan lamentable”. 4 A la mañana siguiente, uno de los Vicarios Generales, el Señor Guillois, toma la pluma en nombre de Monseñor de Sauzin para anunciar el acontecimiento al mismo Vicario General Cholleton. El Señor Guillois ignora el trámite anterior del Señor Lyonnet. Su escrito, mucho más sobrio, concuerda perfectamente con el primer relato. Pero más allá de la elegancia de la expresión se palpa la calidad del corazón que aparece más destacadamente en dos párrafos, en los que la narración impersonal da paso a la manifestación de sus sentimientos. “Quisiera poder decirle que el desgraciado suceso no ha tenido por causa más que una de esas enfermedades a la que está expuesta nuestra condición humana”. Y más aún, el espíritu sacerdotal no teme abordar la cuestión de la salvación eterna en circunstancias tan desconcertantes para la época: “iAh! Sin duda alguna este trágico fin no nos deja ningún temor sobre su salvación eterna, pero se agrega a nuestro dolor”. Mientras esta última frase tendría que haber mitigado los temores, el P. S. (Post Scriptun) parece haber animado el clima de reserva mantenido en torno al suceso. Blois, 31 de mayo de 1826 “Señor Vicario General. En ausencia de Monseñor, nuestro Obispo, en visita pastoral de una gran parte de la diócesis, yo estoy encargado del triste y penoso deber de comunicarle la muerte del Padre Coindre, Superior de nuestro seminario mayor, acaecida ayer día 30 a la una de la mañana. Quisiera poder decirle que el desgraciado suceso no ha tenido por causa más que una de esas enfermedades a la que está expuesta nuestra condición humana y a causa de la cual se ve precipitarse a la tumba a hombres de toda edad, pero no es así en realidad: El Padre Coindre ha sucumbido a un mal tan extraño en su causa como horroroso en su resultado. Este venerable sacerdote, se había dedicado a un trabajo extraordinario. Leía los diarios enemigos de la religión y estaba profundamente afectado por los ataques que esas hojas de maldad lanzaban cada día a lo que hay de más sagrado. Escribía continuamente para redactar resúmenes y refutarlos. Esto da pie a pensar que este trabajo desmesurado mas las fuertes y dolorosas emociones que le atormentaban habrían atraído al cerebro la gota, la cual en poco tiempo le ha provocado un violento deceso. Ha caído lamentablemente en una completa alienación mental, que le hacía caer en un tremendo frenesí. No hubo otra solución más que hacerlo tratar en el hospicio. En esta casa ha sido objeto de todos los cuidados y atenciones que exigía su triste situación. Dos días antes de su fallecimiento apareció mejorado, por lo que abrigamos consoladoras esperanzas. Pero le sobrevino una fiebre terriblemente violenta. Se precipitó desgraciadamente de la habitación en que se lo cuidaba, después de haber engañado a los jóvenes seminaristas que lo cuidaban, y ha muerto como consecuencia de la caída. ¡Ah! Sin duda alguna este trágico fin no nos deja ningún temor sobre su salvación eterna, pero se agrega a nuestro dolor, porque en cierto modo es un motivo de satisfacción para aquéllos que miran con ojos llenos de rabia a la religión, a sus ministros y entre ellos a aquéllos que la sirven con más celo y éxito. Pero el defensor de esta causa está en el Cielo. Me atrevo, Señor Vicario General, a rogarle que recomiende este querido difunto al recuerdo de todos los señores eclesiásticos de los que era conocido en Lyon. También le suplico que lo tenga presente en sus oraciones. Tengo el honor de abordarlo con profundo respeto, Señor Vicario General; su muy humilde y obediente servidor. Guillois, sacerdote, vic. gen., teólogo. 4
Del archivo de la Sociedad de Sacerdotes de San Ireneo, Lyon. Registro 8, pieza 30.
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P. S.: Tengo el honor de prevenirle que escribiré al Señor Coindre, su hermano, dentro de dos días, para comunicarle la pérdida que acaba de acaecerle, pero no le hablaré de las deplorables circunstancias que la han acompañado por lo que le pido no hacérselas conocer. A Monseñor Cholleton,
Estampillas
Vicario General de la diócesis de Lyon, al arzobispado de Lyon - Ródano”5
Salida de Blois 40 Llegada 3 de junio de 1826
No se sabe cómo recibieron la noticia de la muerte de su fundador los Misioneros del Sagrado Corazón de Monistrol, ya que esta sociedad no ha dejado casi archivos. En su estudio sobre el seminario menor de Monistrol, escrito alrededor de los años 1870, el sacerdote Hipólito Fraisse (1819-1884) recuerda el rol primordial del Padre Andrés Coindre en la historia de esta institución; consagra una parte a su muerte sin atenerse a las circunstancias, ciñéndose a señalar los principales rasgos de este hombre excepcional, una especie de oración fúnebre que complementa armoniosamente los otros relatos de este corpus. “En este mismo año 1826, el 30 de mayo, el Señor Andrés Coindre murió en Blois, donde estaba predicando una misión (sic). Esta muerte súbita e imprevista parece que provocó un gran contratiempo al establecimiento que acababa de fundar, por lo menos en lo que concierne a la parte de las misiones. No creemos que alguien lo haya reemplazado como Superior General de esas misiones. Los cohermanos pudieron continuar la obra durante algunos meses pero pronto algunos de ellos se unieron a otras congregaciones de misioneros, como el Señor Domingo Dufêtre, nacido en Lyon el 17 de abril de 1796, que desde 1826 fue Vicario General de Blois, después, en 1842, Obispo de Nevers; y Juan María Mioland, nacido en Lyon el 26 de octubre de 1786, el que después de la muerte del Padre Coindre, llegó a ser canónigo y Vicario General de Lyon y en 1837 Obispo de Amiens. Varios pasaron al ministerio parroquial: Los Señores Eynac, Mercier, Avond, Freycenon. Los demás quedaron como profesores bajo la dirección del Señor Romain Montagnac que conservó el cargo de rector principal del Colegio. Mientras que el Señor Vicente Coindre, hermano y heredero del difunto, tomó bajo su dirección y vigilancia especial los dos Institutos de Hermanos y Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, ya establecidos o que no tardaron en establecerse en Le Puy y en Lyon. Aquí cabría hacer el elogio del Señor Andrés Coindre y pagar un justo tributo de reconocimiento a este digno eclesiástico en nombre de la diócesis en la que tanto bien realizó, si los documentos de su región de origen no fueran suficientes, además de la publicación de los detalles de su vida. Hombre completamente entregado a los intereses de la religión, pleno de ardor por la salvación de las almas, infatigable en sus correrías trasladándose de un lugar a otro con gran dinamismo para asegurar el éxito de las misiones que organizaba en varias parroquias a la vez; cautivando a los auditorios instruidos por la solidez de su doctrina y una elocuencia que procedía del corazón; movilizando a las multitudes por sus patéticos y animados gestos y por su vibrante voz. Todos los que lo recuerdan dicen que en él se personificaba la figura de ese tipo de misioneros de Francia que aparecieron en esa época, cuyo celo era incentivado por un gran anhelo de levantar a la patria; y abría los ojos del pueblo en muchas diócesis. Si no alejó del todo el espíritu revolucionario, por lo menos le obligó
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Archivo de los Sacerdotes de San Ireneo. Lyon, registro 8 pieza 20.
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a detenerse y a postergar para algunos años más tarde el segundo ataque que se preparaba contra el trono y el altar (sic). Puede ser que estos misioneros de la Restauración hayan mezclado religión y política. Hemos visto una prueba de ello en una arenga del buen alcalde de Monistrol, que se felicitaba porque en su comuna el Señor Coindre daba a los jóvenes una educación cristiana y monárquica. ¿Habrá que reprochárselo como una falta grave o un escándalo? ¿No estarán eximidos de reproche cuando la religión acababa de librarse de las hordas revolucionarias y lanzar el grito de alarma al ver renovarse esta tormenta por segunda vez bajo el nombre de liberalismo?” 6 A diferencia de los Padres de Monistrol, la tradición y la historia de las Damas de Jesús y María (de acuerdo a la denominación original), conservan el preciado eco del desconcierto que causó en ellas la brusca desaparición de su fundador. Misión de la Guillotière (1818). Cuadro que Claudina Thévenet (1774-1837) recuerda esta memorable Misión en la que el Padre A. Coindre predicó. En el mismo la conservó adhesión y veneración a la memoria colocación de la Cruz. del Padre Coindre, del que recordaba sus enseñanzas, testimonios que más tarde fueron consignados en las “Notas sueltas”, colección manuscrita de pensamientos diversos, editada hacia 1880. Dos textos antiguos relativos a la historia de las Religiosas de Jesús-María, presentan un relato de la muerte del Padre Coindre aportando elementos inéditos. En primer lugar el “Memorial”, redactado en 1854 por una de las primeras compañeras de la Madre San Ignacio, la Madre St-Stanislas (1793-1869). Este primer relato es semejante a los que conservamos nosotros por su carácter alusivo, ausencia de precisiones o la utilización de la hipérbole: “La irreparable pérdida que hemos tenido en ese día 30 de mayo”, para no citar más que este ejemplo. Sólo un elemento nuevo aparece redactado: El presentimiento que Claudina Thévenet tuvo sobre el advenimiento de una desgracia el mismo día del fallecimiento del Fundador y el cuidado de anotar la fecha en su agenda personal. Estos detalles aparecen como una constante en la tradición de su Instituto. 17- EI Padre Andrés Coindre (1787-1826). “Este buen Padre Fundador comenzó a realizar un proyecto que meditaba desde hacía tiempo: era el de fundar una asociación de sacerdotes misioneros para evangelizar las ciudades y la campiña. Varios distinguidos eclesiásticos ingresaron en su proyecto y se había realizado mucho bien en la Haute-Loire. Pero Dios, cuyos designios son impenetrables, no permitió que estos proyectos pudieran concretarse, ya que nuestro buen Padre, joven aún, iba a ser arrebatado de todas sus obras de caridad y de celo.
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Hippolyte Fraisse, Monistrol sur Loire, manuscrito no publicado, copia dactilográfica, Archivos generales, Roma, páginas 98 a 100.
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Nombrado Vicario General de la diócesis de Blois en 1825, fue convocado por el Obispo de la diócesis para dirigir el seminario mayor. Se entregó con todo ardor a esta laboriosa tarea, pero pronto la enfermedad le obligó a suspender sus trabajos. Nos enteramos de esta infausta noticia a mediados del mes de mayo, inmediatamente iniciamos novenas y oraciones para obtener del Señor la prolongación de una vida tan preciosa, pero no fuimos escuchadas. La constitución física de nuestro buen Padre, aunque aparentemente tan fuerte, estaba afectada desde hacía bastante tiempo a causa del exceso de trabajo al que se entregaba sin descanso. Al poco de su llegada a Blois le sobrevino una ardiente fiebre y aparecieron los síntomas de una enfermedad peligrosa que alarmaron a quienes le rodeaban. Algunos jóvenes seminaristas lo cuidaban continuamente. Asiduos cuidados, continuas oraciones, nada se omitió para retenerlo aún en esta tierra. Pero todo fue en vano. Dios nos lo arrebató para recompensarlo en el cielo por todo lo que había realizado y sufrido por su gloria.” 18 - La noticia de la muerte del Padre Coindre llega a Fourvière y a Le Puy.
“Ignorábamos aún en Fourvière la desgracia que acababa de golpeamos. Desde que la noticia de la enfermedad nos había llegado en la casa se notaba un ambiente de tristeza que nada podía disipar. Todas nuestras Madres, todas nuestras hermanas no hallaban consuelo más que en la oración. Nuestra Madre San Ignacio mostraba extrema aflicción. El día 30 este penoso estado se incrementó. “No sé lo que experimento -dijo- pero me parece que tengo el presentimiento de que ha acaecido una desgracia. Voy a anotar este día”. E inmediatamente escribió la fecha en su agenda (diario). Continuamos rezando; tres días más tarde tuvimos la triste certeza que esos presentimientos no eran en vano, ya que una carta de Blois nos anunciaba la irreparable pérdida que habíamos tenido ese mismo día 30 de mayo. ¿Quién podrá expresar el dolor que se apoderó de nuestras almas y la inmensa desolación en la que cayó toda la comunidad? ¡Una familia naciente ya numerosa se
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encontraba privada de su jefe, de su sostén! ¡Cuántas cosas van a ser interrumpidas con esta muerte prematura!... La Sociedad de los Sacerdotes Misioneros no podrá tener continuidad. La redacción de nuestras Reglas en las que este buen Padre trabajaba desde hacía tiempo quedará inconclusa... Señor, ¿nos has abandonado y has retirado sobre nosotras los brazos de tu Providencia? Este pequeño rebaño, reunido a la sombra de vuestro santuario para trabajar a vuestra gloria; ¿va a ser dispersado por la tempestad? No, Señor, no lo permitas. Eres Padre y no golpeas a tus amados hijos más que para tenerlos más cerca y atraerlos. Ahora esperamos sólo en Ti. En nuestras penas sólo a Ti acudiremos... Nuestras Madres se refugiaron por completo en los brazos de la divina Providencia, la que no les falló. Monseñor Cholleton V. G. de la diócesis de Lyon que ya en ausencia del Padre fundador había cumplido el cargo de Superior de la casa por orden de Monseñor de Pins, continuó dirigiendo con bondad a la naciente comunidad. La casa de Le Puy experimentó también de un modo particular la protección del Padre Celestial. Monseñor de Bonald quiso él mismo encargarse de comunicar la triste noticia que iba a destrozar el corazón de la Madre Gonzaga, superiora de la casa. Al mismo tiempo le dio la seguridad que tomaba a la comunidad bajo su protección y que él mismo sería su Superior. Estas muestras de bondad de la autoridad eclesiástica endulzaron nuestras penas sin amenguarlas. Durante más de tres meses la casa madre ofreció el aspecto de una familia en duelo. Religiosas, alumnas del pensionado, niñas de la providencia, todas, no podíamos retomar el valor necesario en tales circunstancias. Se percibía como si la muerte hubiera pasado por allí mismo: No más alegría, no más juegos bullangueros entre nuestras alumnas. Se hubiera dicho que el dolor de sus maestras era el propio de ellas.” El “Memorial” serviría de base al relato más tardío de La Historia de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María, de acuerdo al testimonio de los contemporáneos”, aparecido en Lyon en el año 1896. En lo que respecta a la muerte del Padre Coindre, la autora amplía sensiblemente el texto anterior, a punto tal que lo duplica en extensión. Estaríamos tentados de atribuirlo a una redacción edificante con los nuevos elementos agregados, si nos atuviéramos al siguiente ejemplo, puesto de relieve en la “Positio” de Claudina Thévenet (pág. 456). Memorial Pág. 15 El 30 de mayo este estado afligente se duplicó: „No sé lo que experimento -dijopero me parece que tengo el presentimiento de una desgracia. Voy a anotar este día “, e inmediatamente escribió esta fecha en su agenda (diario). Historia Pág. 80 El fin de mes se aproximaba, era el día 30 y no se tenían noticias recientes. En el recreo, la Madre Thévenet apareció tan abrumada que sus hermanas no podían menos que darse cuenta de la alteración de sus rasgos y le preguntaron cuál era la causa. No sé -le respondió- pero me parece que presiento una gran prueba, voy a anotar este día”; y la anotó con mano temblorosa en su agenda (diario). Por suerte “La Historia” no se limita a estas descripciones de carácter literario, más bien cuestionables. Tiene en cuenta el aporte de la tradición oral recogida por la Madre Aloisia (1824-1907), quien escribe en colaboración con la Madre St-Joachim (1845-1904). Apoyándose en buena documentación y conforme al deseo de sus superioras, las autoras sólo se proponen hacer conocer a las nuevas generaciones de
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religiosas la historia de sus antepasadas. Es por ello que su relato se enriquece con “fioretti” (florecillas) conservadas por las primeras religiosas de la Congregación a las que ellas conocieron. Sin duda hay que ubicar la “fiebre tifoidea” entre los piadosos desvíos, ya que “La Historia” es el único documento que la menciona y esta explicación no se ha tenido en cuenta en los escritos sucesivos. Así Sor Gabriela María, principal artesana de la “Positio” no habla de “Esa noche de Pierres-Plantés” (sic). En la mañana del “delirio” daría a entender que se orienta hacia una redacción más objetiva y tendería a dar crédito al episodio del rosario, retomado por el Hno. Basilien. Las dos citas recogidas: “Déjenme ir a predicar, Dios es ofendido y los hombres se pierden” y las últimas palabras: „No hay más tiempo que perder, tengo que ir a confesar a ese desgraciado que va a morir en desgracia de Dios”, tienen el valor de la verosimilitud. Pero en el mismo pasaje el relato oscila entre la acomodación: “Una mañana..., el enfermero de servicio lo dejó solo para ir a buscar un medicamento...” y la fidelidad a los relatos de Blois en cuanto a las circunstancias del fallecimiento; por lo que es difícil tomarlas por auténticas. De modo tal que nos quedamos con la misma expectativa frente a uno de los elementos esenciales de este largo relato: “El deseo de una muerte ignominiosa”. “En uno de esos momentos de expansión en los que la humildad y la generosidad de su alma se manifestaban casi sin quererlo; se había oído manifestar al Padre Fundador, que había pedido a Dios morir en la humillación “. Se puede notar una vez más que Sor Gabriela María no integra estos elementos en su biografía de Claudina Thévenet, aunque no deja de realizar una aproximación entre la “nueva fase de amargas desolaciones” que siguió a esta brutal pérdida y la noche decisiva en “Pierres Plantés” que marcó con el sello de la angustia los comienzos de la Congregación.
POSITIO DE LA MADRE CLAUDINA THÉVENET Capítulo IX (77) UN SACRIFICIO - PRIMERA SEPARACIÓN - SALIDA DEL SEÑOR COINDRE PARA BLOIS - SU MUERTE 1826 “Sin embargo una gran prueba esperaba a la comunidad de los Santos Corazones. ¡Iba a perder a su venerado Fundador! El presbítero Coindre, desde su gran celo por la gloria de Dios, había buscado y formado una falange de sacerdotes animados con la misma llama sagrada, los que debían dedicarse a la predicación, dar ejercicios, predicar misiones y reanimar la fe y la piedad en las poblaciones abandonadas por tanto tiempo. La Haute-Loire, había tenido el honor de escucharlos. Su vibrante y persuasiva palabra había encendido la llama que estaba apagada bajo la ceniza y produjo hermosos resultados en toda la región. Pero, el Divino Maestro, satisfecho a no dudarlo del trabajo realizado en esta porción de su viña y viendo que podía ser continuada por otros sacerdotes, asignó a su intrépido servidor otros campos de acción. El Obispo de Blois, quien conocía y estimaba al presbítero Coindre deseoso de atraerlo a su diócesis lo eligió como su Vicario General, y al mismo tiempo lo nombró Director de su seminario mayor. La elección era acertada. No era fácil encontrar un hombre más apto para inculcar a los jóvenes levitas el espíritu de celo y de entrega, al mismo tiempo que formarlos en la elocuencia sagrada, que Coindre poseía en tan alto nivel.
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El presbítero Coindre sintió profundamente el sacrificio que se le pedía: dejar a sus queridos colaboradores que había soñado reunir en una Sociedad de Misioneros y dárselos como protectores, sostén y padres a su nueva Congregación de los Sagrados Corazones. Dejaba a esta familia religiosa que tenía tanta necesidad de sus consejos, sus avisos, sus paternales visitas que siempre llevaban la alegría, la paz, la animación y el consuelo a sus queridas Hijas. Pero viendo en el llamado del obispo de Blois la voluntad de Dios, el generoso sacerdote aceptó, no escuchando más que la voz del deber y, se dirigió a su nuevo destino, lleno del deseo de entregarse en cuerpo y alma a la gloria de su Divino Maestro. Sus Hijas espirituales sintieron las consecuencias de este alejamiento y se preocupaban por el trabajo de este nuevo cargo que iba a recaer sobre su Padre; ya que no podría reencontrarse con ellas más que de vez en cuando. Sabían, ciertamente, que nada haría alterar el paternal interés que tenía hacia su Santa Claudina Thévenet (1774-1837) pequeña comunidad, pero de ahora en más, Madre María San Ignacio. Fundadora junto habría que volar con sus propias alas y no al Padre A. Coindre de las Damas de los esperar más que algunas cartas y raras visitas Sagrados Corazones de Jesús y de María en 1818 (hoy Religiosas de Jesús-María). de vez en cuando. Desde Blois recibieron la carta memorable que hemos citado más arriba, verdadero código de desprendimiento, de obediencia y de humildad religiosa.” (79) “Este sacrificio, por otra parte, no era más que el preludio y la preparación para otro aún más grande que no iba a tardar en suceder a la nueva comunidad. En Blois, como lo había hecho en Lyon y en Le Puy, el Padre Coindre desplegó su celo acostumbrado. Con una salud quebrantada, arruinado por de exceso de trabajo de los años precedentes, no pudo sobrellevar el doble cargo que le imponía su alta posición. Una seria enfermedad, le obligó pronto a atenuar su ardor; después de suspender por completo su trabajo. La fiebre tifoidea se agregó a otros graves síntomas y condujo al enfermo en pocos días hasta el último extremo. Desde que la noticia de la enfermedad del venerado Fundador llegó a la comunidad de Fourvière fueron elevadas fervientes súplicas y oraciones a Dios. En el seminario de Blois le fueron prodigados los más diferentes cuidados al venerable enfermo; los enfermeros y los seminaristas se reemplazaban por turnos a su cabecera; eran consultados los mejores médicos; pero el mal se resistía a los atentos cuidados y a los recursos del arte de curar. En su delirio, el antiguo misionero se veía en medio de las multitudes predicando la penitencia y la vuelta a Dios. Otros días, tornando su rosario como en los días de su apostolado, lo mostraba a su auditorio, lo besaba con unción y retomaba la oración que continuaba hasta que el agotamiento y la debilidad lo vencían. A veces se levantaba y parecía querer partir, y decía a quienes lo querían retener: “Déjenme ir a predicar ¡Dios es ofendido y los hombres se pierden!” Una mañana, como al enfermero de servicio le parecía que estaba más calmado se fue para buscar un medicamento que tenía que hacerle tomar; en su ausencia el Señor Coindre, impulsado por la fiebre se levantó y se aproximó a la ventana; a su regreso el enfermero, asustado, se lanzó hacia él para volverlo a su
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cama, pero el enfermo cuya fuerza muscular se había duplicado por el fuego que lo devoraba, se desprendió con violencia exclamando: „No hay más tiempo que perder, ¡tengo que ir a confesar a ese desgraciado que va a morir alejado de Dios!” Y antes que su guardián hubiera podido retenerlo se precipitó afuera. ¡Cuando lo levantaron del pavimento que había ensangrentado por su caída, no respiraba más; su alma había abandonado sus despojos mortales para volver a las regiones eternas! ¡Era el 30 de mayo de 1826! Esta muerte y las lastimosas circunstancias que acabamos de relatar, eran ignoradas aún en la comunidad de Fourvière en la que la noticia de la grave enfermedad del Padre Fundador ya había dejado huellas de desolación. La Reverenda Madre San Ignacio, sobretodo, experimentó una profunda pena con el pensamiento de que el Padre, apoyo y sostén de su naciente Instituto, fuera a serle arrebatado. En esa época no había aparecido la máquina de vapor y no se hallaba aún al servicio del hombre, y la lentitud de las comunicaciones postales era verdaderamente desesperante.” (81) “La Madre Fundadora esperaba con ansiedad el correo de Blois. Se aproximaba el fin del mes de mayo; al día 30 aún no tenían noticias frescas sobre su estado de salud. Durante el recreo la Madre Thévenet tenía el aspecto de hallarse tan abrumada que sus hijas se dieron cuenta de la alteración de su rostro, y le preguntaron cuál era la causa. “No sé -le respondió-, pero me parece que presiento una gran prueba. Voy a anotar este día “. Y lo escribió con manos trémulas en su diario. La Madre San Ignacio hizo redoblar las oraciones. Pasó los días siguientes en gran parte a los pies del tabernáculo y en su habitación frente a una estatua de la Virgen donde se le había visto con frecuencia en los momentos de gran sufrimiento, rodearla con sus brazos y regarla con sus lágrimas. El 2 de junio una carta proveniente de Blois anunciaba a la comunidad una desgracia que la golpeó. ¡Durante mucho tiempo la casa madre presentaba el aspecto de una familia en duelo! . . .Las últimas palabras pronunciadas por el santo misionero en el momento de su funesto delirio, ¿no lo pintan acaso de cuerpo entero? ¿No parecen el eco supremo de esta vida verdaderamente apostólica?; ¡de esta vida de celo y abnegación por la gloria de Dios y el bien de las almas! Esas palabras, ¿no han sido repetidas por los santos ángeles a los pies del Juez Soberano, cuando han escoltado al santo misionero para hacerlo coronar con la gloria eterna? ¿No han sido cantadas por esos privilegiados que encauzados por él hacia el camino del cielo, tuvieron la dicha de morir antes que él como predestinados?” (82) “En uno de esos momentos de expansión en los que la humildad y la generosidad se exteriorizaban a pesar de él, se le había oído expresar que había pedido a Dios morir en la humillación. ¿Se podría analizar el deplorable accidente, provocado por la fiebre, como la respuesta dada por Dios a la oración de su siervo? Sea lo que fuere, es difícil expresar el dolor que experimentó la comunidad al tener conocimiento de esta triste y desoladora noticia. En la amargura de su aflicción y de sus lágrimas, sus hijas se preguntaban si esta muerte, ¿no sería un golpe morral para el futuro de su obra? La pequeña Congregación se hallaba en sus comienzos; no había atravesado aún el primer período de su formación. ¿Cómo asegurar su existencia, su desarrollo, sin la presencia de aquél que había sido su Fundador y su Padre? Las Constituciones, el primer cimiento de toda casa religiosa, ¡apenas si estaban preparadas! La Regla, ese arsenal en el que cada alma enrolada tras el estandarte de la vida de perfección halla sus armas espirituales, ¡aún estaba en
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esbozo! ¿Quién podrá de ahora en más, complementarla, perfeccionarla, adaptarla a las necesidades y a los fines de la obra? Las tres diócesis en las que el valeroso propulsor de la gloria de Dios había transitado sembrando la buena semilla, lamentaban su pérdida de la misma manera. ¡Cuántas obras excelentes acababa de comprometer esta muerte prematura! ¡Cuántos proyectos repletos de esperanza se venían abajo! ¿Qué iba a ser de este colegio fundado recientemente y de esta floreciente Sociedad de Misioneros, cuyo combate contra la ignorancia, el vicio y la impiedad había logrado ya tan hermosas conquistas para Dios? No les faltaron a la Fundadora ya sus Hijas testimonios de simpatía en tan dolorosa circunstancia. El Señor Cholleton, Vicario General de la diócesis de Lyon, delegado anteriormente por Monseñor de Pins para ejercer el cargo de Superior durante la ausencia del Padre Fundador, testimonió a la comunidad un interés especial y una bondad verdaderamente paternal. En Le Puy Monseñor de Bonald se encargó él mismo de comunicar a la Madre Gonzaga, superiora entonces de la comunidad, la noticia de la gran prueba que golpeaba al Instituto. Después de presentarle sus condolencias y de expresar los mayores elogios a la memoria de quien lloraban, su Excelencia agregó: “Madre, usted podrá contar desde ahora más que nunca de mi adhesión. ¡La familia huérfana necesita un padre y un protector; de ahora en más yo seré lo uno lo otro para su casa!” Estos testimonios de benevolencia y simpatía llegados de tan alto, atenuaron ciertamente los lamentos, pero sin debilitarlos. Durante mucho tiempo, ya lo hemos dicho, la casa de Fourvière presentaba el aspecto del más profundo dolor. Las alumnas del pensionado como las niñas de la providencia se asociaron a las penas de la comunidad; todas manifestaban expresivamente el dolor por la pérdida que habían experimentado.” (84) “¡Es que este buen Padre las quería tanto! ¡Se sentía tan feliz dando pruebas de afecto a esas pequeñas huérfanas! Cuando llegaba a Fourvière las pensionistas y las huérfanas se disputaban la primacía del favor de su atención, ya que las primeras sólo disponían de un cuarto de hora de su presencia; el Padre dedicaba más tiempo a las pobrecitas huérfanas. Pasaba sala por sala, taller por taller, dirigiéndoles amables palabras, buenos consejos, bellas recompensas y paternales bendiciones. Cruz de la misión en Monistrol. Conocía por su nombre a todas esas En la foto los Hermanos Manuel Armalé, pequeñas ovejitas para las que su caridad había Daniel Múgica, Vidal López de Uralde y abierto ese hermoso redil ¡Yo conozco a mis Fermín Díaz de Cerio durante una ovejas, podía decir con el Buen Pastor, y ellas peregrinación por los lugares de nuestra me conocen a mí! ¡Sí!, esas niñas conocían al Fundación. buen Padre con el instinto de inocentes corazones que adivinan la santidad y la auténtica abnegación de quien les ama y le tributan el culto del respeto, de la veneración y del amor. Esos sentimientos agregaban un nuevo matiz a la sinceridad de sus lágrimas y de su aflicción.”
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Al final de estos largos relatos y al confrontar los distintos textos, se pueden deducir algunas conclusiones. No se puede dejar de entrada sin saludar la modernidad de los relatos escritos en el año 1896 en el libro de “La Historia de las Religiosas de Jesús-María”. A pesar de algunas imperfecciones, debidas sobre todo a la mentalidad y a los criterios históricos de aquella época; ese es con mucho, el texto más preciso y fiable el que por otra parte confirmará en lo esencial las cartas de Blois, exhumadas de los archivos de los Cartujos en 1929. Este relato confirmaría, si fuera necesario, la preeminencia de los documentos originales sobre las distintas y posteriores versiones. En segundo lugar, el carácter accidental de esta muerte, que ha sido mantenido oculto durante mucho tiempo, por piedad filial ciertamente, pero también porque aparecía como el desenlace inadmisible de una vida toda ella consagrada a Cristo y a la Iglesia. En el transcurso de las numerosas búsquedas que el Hno. Juan Roure hiciera con vistas a la “Cronología e Iconografía del Padre Coindre”, había consultado a Monseñor José Géraud (1987), sulpiciano, doctor en psiquiatría, experto ante la Congregación de los Santos rechazando “el golpe de un rayo en un cielo sereno”, puesto que los trastornos duraron al menos quince días, estimaba que nos hallábamos frente a un fenómeno aislado, ya que no se habían manifestado con anterioridad notables perturbaciones psicológicas. Afirmaba que el brusco cambio de escenario y de modo de vida, el estudio intenso y muy variado de nuevas ciencias, podrían - haber sido las causales de la pérdida del sentido de tiempo y de espacio; sin que se pueda descartar del todo la hipótesis de una psicosis que se remontara hasta la infancia. Monseñor Géraud dice que para él no veía, dadas las circunstancias de esta muerte, ningún tipo de contraindicación para la apertura de un proceso de beatificación que se basa esencialmente en el análisis del grado de la práctica de las virtudes. Queda el tema de la inhumación y la localización de la tumba. Se sabe que la búsqueda con respecto a este tema no ha dado ningún resultado. Una errónea lectura de una carta procedente de Blois hace veinticinco años hacía creer que era conocido el lugar de la sepultura. En efecto, no se tiene ni siquiera la certeza de que los restos del Padre Coindre hayan sido trasladados al nuevo cementerio de Blois en el año 1842, lo que sin embargo es muy probable. Esto no es esencial; el Hno. René Sanctorum que ha recorrido sin éxito las calles de ese cementerio nos alienta, en una nota conservada en los archivos generales, a trascender el hecho material de esta búsqueda, invitándonos a profundizar en el sentido profundo del mensaje de nuestro Fundador: “Nuestro Padre Andrés no estará descontento de ocultarse así a nuestro filial fervor; ello forma parte sin duda de su plan de humildad... Así como un navío navega sin dejar por mucho tiempo su estela, pronto olvidada; del mismo modo el Padre Coindre nos invita a consagrarnos a la obra de Dios y a no dejar huellas en ningún otro lugar que no sea en la memoria del Padre...” Hno. Jean-Pierre Ribaut, S.C.
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LAUDES, VÍSPERAS Y EUCARISTÍA PARA EL 30 DE MAYO HERMANO CONRAD PELLETIER
LAUDES 1. INTRODUCCIÓN
Las circunstancias de su muerte y la mentalidad de la época nos han hecho dejar de lado durante mucho tiempo a nuestro fundador, el Padre Andrés Coindre. Conviene subrayar comunitariamente su acción misionera y su entrega por la juventud más necesitada celebrando su nacimiento en el cielo, un poco como se celebra la fiesta de un santo. Para conformarnos a las directrices de la Iglesia, no podemos invocarle comunitariamente, pero sí podemos dar gracias a Dios por lo que él llevó a cabo. Dejémonos impregnar por su ardor misionero y pensemos que el amor y el cariño que manifestaba a los Hermanos nos alcanza hoy a nosotros. Desde lo alto del cielo, como él mismo decía en otro tiempo a sus Hermanos, podría decirnos a cada uno personalmente: “Cuenta conmigo como con el más entrañable de tus amigos y el padre más interesado por tu felicidad” 2. INVITATORIO Y OFRECIMIENTO DEL DÍA
Hermanos, nuestro día en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. — Amén. Venimos a darte gracias, Señor, por haber suscitado en tu Iglesia un apóstol del temple del Padre Andrés Coindre, nuestro fundador. — Te damos gracias por su acción en favor de los niños y jóvenes más necesitados y por la fundación de dos Institutos, entre ellos el nuestro, para acudir en su ayuda. Inspirándonos en una de sus oraciones, te ofrecemos esta jornada: — «Divino Salvador, nos presentamos ante Ti en nombre de todos nuestros Hermanos, en nombre de toda la cristiandad, de la que nos sentimos como sus delegados». «Te rogamos, amable Salvador, por todas las necesidades de los seres humanos: los pueblos, el Papa, los obispos, nuestros superiores, nuestros alumnos, nuestro Instituto y por todas las intenciones encomendadas». — «Venimos a rogarte por los justos y por los pecadores». «Te rogamos por nuestras familias, por nuestros amigos, y por los difuntos» —Te rogamos que este día y todas nuestras acciones sirvan para tu gloria, el bien de los niños y jóvenes y nuestra propia santificación. Amén. 3. HIMNO (HS 4) 4. SALMODIA A) Monición El elemento impulsor de la acción apostólica del Padre Coindre en favor de los niños y jóvenes fue la constatación de su abandono. Para entrar en los mismos sentimientos del Padre Coindre, metámonos un momento en la piel de un joven abandonado por sus padres y rechazado por todos, y, parafraseando las palabras de Cristo en la cruz, dirijamos nuestra oración al Padre. Salmo 21 (Invocación de un joven abandonado) Dios mío, Dios mío, ¿por qué he sido abandonado? Se diría que la alegría y la felicidad no están hechas para mí. Todo el santo día pido auxilio, pero nadie responde. ¿Estoy condenado a seguir siendo
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uno de esos «chicos sin recursos, sin educación ni principios, expuestos a callejear por muelles y plazas, y a ser testigos de todos los escándalos?». En ciertos momentos tengo la impresión de no ser ni siquiera un humano. Los de mi edad me acusan, los adultos desconfían de mí y me miran mal, «las casas honradas no quieren recibirme de ningún modo». Yo no pedí nacer, mi madre y los míos me han rechazado desde mi nacimiento. Voy de una casa de acogida a otra, paso la noche tirado en la calle. No tengo a nadie que me ayude; pero Tú quédate cerca de mí. Te he llamado y me has respondido, Señor. No puedo gritarlo por las calles, me tomarían por un idiota. Sin embargo, estoy seguro de que me escuchas, incluso cuando tu respuesta se hace esperar. Tú no me juzgas, sabes que «a mi edad se es más superficial que malo y que no hay que desesperar de mi cambio». El único consuelo que me queda, Señor, es la certeza de que me amas, a pesar de lo que soy, a pesar de lo que dicen que soy, a pesar de lo que me sucede. Y me reconforta mucho el poder decírtelo. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. b) Monición Podemos pensar, sin ser tachados de pretenciosos, que la fundación del Instituto y la acción de los Hermanos del Sagrado Corazón, desde el Padre Coindre hasta nuestros días, es una respuesta de Dios a la oración de todos esos «niños y jóvenes pobres y sin esperanza». Parafraseando el salmo 131, demos gracias a Dios por nuestro fundador y recemos por nuestro Instituto. Oración por el Instituto: paráfrasis del salmo 131 Acuérdate, Señor, del Padre Andrés Coindre, nuestro fundador. Él escribía a sus Hermanos: «En esta tierra no existe el descanso, hay que sufrir contigo, Señor, para entrar en la gloria». Él está a tu lado, que descanse en Ti. Recorría Francia anunciando tu Palabra en Monistrol, en Lyon, en Le Puy, en Blois... Hubiera deseado estar en todas partes por Ti. Y él nos vuelve a decir ahora: «Hijos míos, recuperad mi carisma, las enseñanzas que os transmití y así prosperaréis». Que sus Hermanos hoy estemos llenos de su celo, que nos alegremos de tu protección y de la suya. Por el amor con que te sirvió bendice hoy a su Instituto. Tú, Señor, has querido este Instituto y, mediante tu Iglesia, le confías ser testigo de tu amor para la juventud a menudo demasiado desamparada. Haz que seamos compasivos con los niños y jóvenes, y asegura a nuestra comunidad un relevo abundante y de calidad. Así podremos trabajar para tu gloria, educando a niños y jóvenes en la fe,
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enseñándoles a amar a tu Corazón Sagrado, en quien se encuentra el verdadero descanso. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 5. LA PALABRA DE DIOS
La resurrección de la hija de Jairo es una hermosa imagen de la confianza que el Padre Andrés tenía en los niños y jóvenes. Mucha gente creía que los niños y jóvenes delincuentes estaban como muertos, perdidos para siempre; pero el Padre Coindre, como Jesús, sabía despertar en ellos una vida nueva. Evangelio de San Lucas (8, 41-42. 49-55) Llegó un hombre llamado Jairo; era el jefe de la Sinagoga. Postrándose a los pies de Jesús, le suplicaba que fuese a su casa porque tenía una hija única, de unos doce años, que estaba muriéndose. Mientras estaba aún hablando, se presentó alguien de la casa de Jairo para decirle: «Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro». Jesús respondió: «No temas. Cree y ella se salvará». Al llegar a la casa, no permitió que nadie entrara con Él, sino Pedro, Juan y Santiago, así como el padre y la madre de la niña. Todos lloraban su muerte golpeándose el pecho. Pero Jesús dijo: «No lloréis; no está muerta: duerme». Se burlaban de Él, viendo que acababa de morir. Pero Él, agarrándola de la mano, le dijo con fuerte voz: «¡Niña, levántate!» Al instante le volvió la vida, se puso en pie y Jesús mandó que le dieran de comer. 6. PALABRA DEL PADRE COINDRE
«Los otros (niños y jóvenes del Pío Socorro) son prisioneros jóvenes que, tras haber sufrido una reclusión más o menos larga, no encuentran ningún medio para colocarse. Sin embargo, son dignos de un especial interés por el cuidado que se pone desde hace algún tiempo para llevarles de nuevo al cumplimiento de su deber. Culpables a una edad en que se es más superficial que malo, más atolondrado que incorregible, no había que desesperar de su cambio; hacía falta rodearles de ayuda para formarlos en el bien... Pero todos estos cuidados serían pronto infructuosos, si no se prosiguiese la buena obra fuera de la prisión. Se les enseña una profesión honrada; se les inicia progresivamente en el conocimiento y en la práctica de sus deberes religiosos; se hace de ellos buenos cristianos y buenos obreros, que un día llegarán a ser ejemplares padres de familia y fieles ciudadanos». 7. MEDITACIÓN 8. ORACIÓN DE LA COMUNIDAD
Señor, en respuesta a tu amor manifestado a nuestro Instituto, que hiciste nacer del impulso apostólico del Padre Andrés Coindre, que refundaste por el Venerable Hermano Policarpo y salvaste por el Hermano Javier y nuestros primeros Hermanos, yo renuevo hoy mi compromiso de creer en tu amor, vivir de él y difundirlo para ser Hermano del Sagrado Corazón hasta el fondo de mi corazón. — Al contemplar tu Corazón abierto, descubro en él un signo y una manifestación de tu amor trinitario por los hombres. Creo realmente que me amas porque me has hecho nacer a la vida humana y divina, que has sacrificado tu libertad y tu vida para salvarme y que me has llamado por tu Espíritu Santo a consagrarme a Ti en el Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón. — Quiero vivir de tu amor, haciendo de la caridad el todo de mi vida y la inspiración de mi actividad apostólica y misionera.
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Quiero propagar tu amor esforzándome por adquirir la sencillez, la acogida y la fraternidad, siendo el reflejo de tu Corazón manso y humilde. — Me comprometo a cultivar con tanto esmero el espíritu de familia que cada uno de mis Hermanos se sienta amado por lo que es. Siguiendo a nuestro fundador, el Padre Andrés Coindre, quiero contribuir, según mis medios y mi edad, a la evangelización, principalmente por la educación de los jóvenes. — Quiero aplicar preferentemente una pedagogía de la confianza, que se expresará por la acogida al niño y al joven, el respeto por lo que es y la fe en su capacidad de cambio y crecimiento. Amén. 10. BENDICIÓN Y DESEO FINAL
Que el Señor nos bendiga, nos guarde en su amor y nos conduzca a la vida eterna. Amén. «Bendito y amado seas por siempre, Dios mío, porque nos has creado y eres nuestro verdadero Padre» Amén. 11. CANTO A MARÍA (HV 6,3)
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VÍSPERAS 1. SALUDO
El Padre Andrés Coindre «comprometido del todo en el servicio de Dios y siempre dispuesto a ayudar al prójimo en sus necesidades espirituales», constataba la ignorancia y el abandono de la práctica religiosa y quería conmover los corazones para llevarlos al arrepentimiento y a la conversión. El tema de la gloria de Dios y de la grandeza del ser humano en servir a Dios, se repite a menudo en sus labios. Para Andrés Coindre, «servir a Dios es la culminación de todo hombre». Que nuestra oración de esta tarde le devuelva a Dios el homenaje que merece. 2. INTRODUCCIÓN
Señor, Padre nuestro, que tu Espíritu venga en nuestra ayuda. —Para que nuestra oración sea un homenaje agradable a Ti. Tú nos has dado la gracia de percibir tu amor en nuestras tareas de hoy. — Concédenos también encontrarte de forma muy especial en esta oración. Queremos rezar con Jesús sin cesar, vueltos hacia Ti en una oración continua. — Queremos también rezarte con todos nuestros Hermanos que hoy te han dado gracias por nuestro fundador, el Padre Andrés Coindre. Ya que «servir a Dios es la culminación de todo hombre», haz que tu Espíritu transforme e interprete ante Ti nuestra oración a veces tan torpemente formulada. — Que Él nos impulse a la confianza, convencidos de que Tú eres bueno y de que siempre estás dispuesto a escuchar la oración que te presentamos por tu Hijo, Jesús. Gloria sea dada al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. — Ahora y por los siglos de los siglos. Amén. 3. HIMNO Y EXPOSICIÓN EUCARÍSTICA: O Coeur de mon Jésus
O Coeur de mon Jésus, environné de flammes, source de toutes grâces, o Roi de tous les coeurs. Salut du genre humain, doux Sauveur de mon âme, je cède, je me rends à vos attraits vainqueurs. Mon Coeur, o doux Jésus, c’est ma plus chère envie, mon Coeur, o doux Jésus, vous bénira toujours. Du printemps de ma vie, à la fin de mes jours, oui mon âme ravie, vous bénira toujours, toujours, toujours. 4. SALMODIA
Salmo 112 (paráfrasis) Ant/ «¡Gloria sólo a ti, Dios mío! ¡Gloria a Jesucristo, que nos ha enseñado la virtud de la humildad!». Adoradle vosotros, a quienes el Señor llama a su servicio. «¡Adoradle en nombre de todas las criaturas!» Bendecidle hoy y todos los días de vuestra vida. «Para esto os ha puesto Dios en el mundo» Desde la mañana hasta la tarde y desde la tarde hasta la mañana, que toda vuestra vida sea una alabanza a su gloria. «Que todo en vosotros le devuelva amor por amor» Nuestro Dios es el Señor de todos los pueblos, su gloria se extiende sobre el universo. «¿Quién mejor que nuestro Dios?» ¿Quién osaría comparársele? Él reina en el cielo; pero nada de cuanto ocurre en la tierra se escapa a su mirada. «Todo está entre las manos de Dios». 27
Cuando lo invocamos con el deseo sincero de servir a su gloria sirviendo a los demás, Él viene en nuestra ayuda y nos colma de alegría cristiana. Así es como Él actúa con el educador entregado y fervoroso que se esfuerza en «formar y educar bien a la juventud. Él les hace considerarse honrados de participar, por medio de su vocación, en uno de los fines que Jesucristo se propuso al hacerse hombre». ¡Gloria a Ti, Padre, nuestro creador. Gloria a Ti, Jesús, nuestro Redentor. Gloria a Ti, Espíritu Santo, nuestro santificador. Ahora y por los siglos sin fin. Amén! Cántico Ap 4-5 (paráfrasis) Ant/ «Estamos en la tierra para servir al Rey de los reyes, al Creador del cielo y de la tierra». A Ti, Dios Padre, a Ti te pertenecen el honor, el poder y la gloria. «Sólo Tú tienes derecho a llamarte Dios». De hecho, Tú eres quien ha creado los mundos; te bastó con desearlos y existieron. «Los ves todos con una sola mirada». A Ti, Señor Jesucristo, a Ti te corresponde romper los sellos que cierran el Libro de la vida. Porque Tú te inmolaste voluntariamente por la salvación de los hombres. Tú rescataste con el precio de tu sangre a esas gentes de toda tribu, lengua, raza y color. Tú has hecho de nosotros para tu Padre «sacerdotes para ofrecerle la alabanza en nombre de todas las criaturas» y un reino para establecer su reinado sobre la tierra. Sí, Tú, Señor, Cordero inmolado, Tú eres digno de recibir: poder y riqueza, sabiduría y fuerza, honor y amor, gloria y alabanza, por los siglos de los siglos. Amén. 5. PALABRA DE DIOS
Evangelio según San Mateo: 18, 1-5.10 Los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos?» Entonces Jesús llamó a un niño, lo colocó en medio de ellos y dijo: «En verdad os digo: si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. Pero el que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los cielos. Y el que acoja a un niño como éste, a Mí me acoge. Guardaos bien de despreciar a uno solo de estos pequeños, pues, os lo aseguro, sus ángeles en los cielos contemplan sin cesar el rostro de mi Padre que está en los cielos». 6. PALABRA DEL PADRE COINDRE
«¿Queréis ganaros el amor de los niños y jóvenes? Empezad por amar vosotros mismos. Tened para con ellos entrañas de bondad, de mansedumbre y de ternura. Desterrad de vuestros modales la ira, el arrebato y todo exceso que provoque el odio y el desprecio. Reprended sin amargura y sin pena, sed suaves, sin familiaridad excesiva ni complacencia servil, y habréis alcanzado el medio más poderoso de una buena educación: el de ganarse el amor y el temor a la vez» Momento de oración en silencio. 7. ADORACIÓN EN SILENCIO
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8. CÁNTICO DE LA VIRGEN: Magnificat 9. ORACIONES DE ALABANZA Y DE INTERCESIÓN
«Llenos de estas dulces esperanzas, unimos nuestros corazones y nuestras voces para atraer sobre todo el universo las miradas del Padre de las misericordias» y decimos: — «¡Gloria sólo a ti, Dios mío!» «Aunque no podamos añadir nada a la gloria esencial de Aquél que es toda gloria, nuestro Dios recibe hoy de esta institución religiosa honores y alabanzas verdaderamente dignos del Dios del universo». Por esta gracia, decimos: — «¡Gloria sólo a ti, Dios mío!» «Todos los sacramentos que Cristo ha instituido son como los canales por los que hace fluir fuentes de gracias que brotan hasta la vida eterna y que nos dignifican». Por esta gracia, decimos: — «¡Gloria sólo a ti, Dios mío!» «El cargo de superior nos hace a menudo dejar a Dios por Dios. Por más que queramos ajustar todo como se hace en una partitura musical, en la ejecución siempre se desentona algo. Se hace lo que se puede. Cuando uno ha hecho todo lo que estaba a su alcance y lo mejor que ha podido, ha cumplido con su deber». Por aquéllos que ejercen el servicio de la autoridad en nuestro Instituto, decimos: — «¡Gloria sólo a ti, Dios mío!» Por la visión clara de nuestro fundador, el Padre Andrés Coindre, de una necesidad urgente en la sociedad y en la Iglesia; por las iniciativas que emprendió para colmar esas necesidades y por la fundación de tres Institutos, en particular el de los Hermanos del Sagrado Corazón, decimos: — «¡Gloria sólo a ti, Dios mío!» Invitación al Padre nuestro «Dios nos ha amado como un padre y con un amor predilecto». Intentamos devolverle «amor por amor» diciéndole: Padre nuestro... Oración «¡Oh, Corazón de mi divino Jesús, Corazón santuario de la divinidad, que haces las delicias de los santos, Corazón cuyo amor lanza fuegos mil veces más ardientes, más resplandecientes que el sol; oh, tesoro siempre abierto y siempre lleno: haz fluir a raudales en nuestros corazones torrentes de llamas de amor» — Amén. 10. RESERVA DE LA EUCARISTÍA Y BENDICIÓN FINAL: HE 1 (2)
Que el Señor nos guarde en su amor y que nos bendigan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. — Amén. «¡Alabado sea el Sagrado Corazón de Jesús!». — ¡Alabado sea el Corazón Inmaculado de María!
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EUCARISTÍA MONICIÓN DE ENTRADA
Al inicio de esta Eucaristía, no está sin duda de más oír a nuestro Fundador, que nos recuerda el sentido de nuestra presencia aquí. Mucho antes del Concilio Vaticano II, el Padre Coindre tenía la intuición del "sacerdocio de los fieles": "Si en virtud de la ordenación e1 sacerdote está obligado a ofrecer a Dios 1a Santa Misa, en virtud de su bautismo cada fiel, convertido en miembro vivo del Sacerdote eterno que aquí es victima y verdugo, tiene también una especie de sacerdocio que cumplir; es decir que debe ser, como su divino jefe, victima y verdugo: victima, anulando ante Dios su cuerpo, su espíritu y su corazón; verdugo, uniendo la inmolación de su persona a 1a de la victima celestial que los sacerdotes ofrecen en nombre de la Iglesia y por toda la Iglesia. Canto de entrada SALUDO
La misa es a la vez e1 más hermoso presente que e1 ser humano puede ofrecer a su Dios y1a más magnífica recompensa que Dios puede dar a1 ser humano que se lo ofrece". Para que se realice este maravilloso intercambio, que el Señor esté siempre con vosotros. Y con tu espíritu. ORACIÓN
Oh, Corazón divino de mi Jesús, Corazón santuario de la divinidad, que haces las delicias de los santos, Corazón cuyo amor lanza fuegos mil veces más resplandecientes que e1 sol, Corazón ardiente de amor, tesoro siempre abierto y siempre lleno: haz fluir a raudales en nuestros corazones torrentes de llamas de amor. Tú que reinas con el Padre y el Espíritu Santo por 1os siglos de los siglos. Amén. MONICION A LA PRIMERA LECTURA
¡Cómo no leer este extracto de la carta de San Pablo a los Corintios como una alegoría, incluso una profecía, de1 Padre Coindre aplicada a nuestro Instituto! Como San Pablo, el Padre Andrés puso 1as bases de1 Instituto; y otros, comenzando por el Venerable Hermano Policarpo, el Hermano Javier y hasta nuestros días, prosiguen su construcción. Carta de San Pablo a los Corintios (3,9-11,1-2) Nosotros somos colaboradores de Dios; vosotros, labrantío de Dios, edificio de Dios. Según el don que Dios me ha concedido, yo puse los cimientos como buen arquitecto, y otro construye el edificio. Que cada uno mire cómo construye. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está ya puesto, que es Jesucristo. Que la gente nos tenga como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a los administradores es que sean fieles. Palabra de Dios. Aleluya: Si el grano de trigo muere, dice Jesús, da mucho fruto. MONICIÓN AL EVANGELIO
“Los apóstoles mueren, pero su celo no muere con ellos. De sus cenizas saldrán herederos de su celo que continuarán propagando el Evangelio por todo el universo” Evangelio según San Juan y San Mateo (Juan 12,24-26; Mateo 28,18-20) Palabra del Señor. ORACIÓN DE LOS FIELES
”Vengo a rogarte, amable Salvador, por las necesidades de todos 1os seres humanos, 30
"Infunda usted en sus Hermanos la estima de su vocación, recalque e1 más mínimo bien que puedan hacer. Para que cada uno sea para sus Hermanos un apoyo en la fidelidad a su vocación. "Debemos asistir a1 sacrificio de la Misa, porque Dios así lo quiere y nuestros más queridos intereses nos 1o piden. Para que los Hermanos estemos impregnados de esta verdad y la traduzcamos en hechos. “Actúe siempre con una mezcla de mansedumbre v de firmeza que haga. cumplir la Regla y respetar su autoridad”. Para que todos los que ejercen el servicio de 1a autoridad lo hagan en un espíritu de servicio. "Cuando 1a carga sea tan pesada que usted no pueda soportar ni física ni moralmente, yo no dejaré que le aplaste”. Para que cada uno esté atento a la vida de quienes le rodean y sea para ellos un apoyo en la prueba. “Mira nuestros corazones, Señor, Padre nuestro, mira 1o que les falta; que no te dejemos sin que Tú los hayas bendecido" y colmado con toda clase de bienes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Señor, Padre nuestro, haz que "el alimento de nuestros cuerpos se transforme en nuestros altares en alimento para nuestras almas”. Señor, Padre nuestro, haz que "el alimento de nuestros cuerpos se transforme en nuestros altares en alimento para nuestras almas. Que esta Misa, en la que unimos "la ofrenda de nuestras personas al sacrificio de Jesucristo”, se convierta para nosotros en el más saludable de los sacrificios que puedan serte ofrecido. Te lo pedimos por Jesús y en el Espíritu, por los siglos de los siglos. Amén. PLEGARIA EUCARÍSTICA V. Jesús, modelo de caridad. PADRE NUESTRO
"Al querer crearnos, Dios nos ha amado como un padre y más que un padre, pues su amor no comenzó en el instante de nuestro nacimiento, sino que ha sido constante y eterno”; por eso, con confianza, nos atrevemos a decir... Padre nuestro ... Líbranos, Señor, de todos los males y "extiende sobre tu Iglesia el escudo de tu protección; haz brillar sobre nuestro mundo los rayos de la fe; derrama sobre nuestros campos y ciudades el río de la abundancia; concédenos a todos la virtud, la paz y la dicha en este mundo, ábrenos un día las puertas de la feliz eternidad" cuando venga nuestro Salvador Jesucristo. Tuyo es el Reino, tuyos el poder y la gloria por siempre, Señor. INVITACIÓN A LA COMUNIÓN
Dichosos nosotros, los invitados a este "sacrificio verdadero, cuya consumación se hace por la comunión y en el que el corazón humano sirve de altar para recibir la sangre divina" "¡Oh, Jesús mío, mi Salvador: perdón por tantas comuniones tibias, tantas comuniones precipitadas e indignas de las que hemos tenido la desgracia de sentirnos culpables!". Pero una palabra tuya bastará para sanarnos. 31
ACCIÓN DE GRACIAS PERSONAL
"¡Oh, Dios mío, único objeto de mi amor: te amo y te amaré; tu amor estará siempre en mis labios y en mi corazón. Só1o quiero pensar en ti, respirar sólo por ti, vivir y morir por ti, y quiera Dios que me sea posible grabar tu amor en todos los corazones”. ORACIÓN FINAL
"Señor Jesús, desde 1o alto del trono donde estás subido, sostén siempre nuestro ánimo. Envía sobre nosotros una mirada favorable. Como tus apóstoles, sólo esperamos ya al Espíritu Santo. Hazlo descender con toda la plenitud de sus dones. Que Él nos ilumine, nos abrase, nos consuma, a fin de que, contemplándote sin cesar, nos sintamos devorados por el deseo de imitarte para merecer subir un día, como tú, completamente resplandecientes de gloria con todos aquéllos a quienes hayamos ayudado". Te 1o pedimos a Ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén. BENDICIÓN
Que el Señor nos bendiga, É1, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. “Os deseo que nada os desanime ni agobie”. Podéis ir en la paz de Cristo. Demos gracias a Dios,
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REZANDO CON ANDRÉS Oración con los alumnos para el día 30 de mayo Lectura del evangelio de Jesús Andrés marcha a otra ciudad, lejos de Lyon, llamada Blois. Al poco tiempo de llegar se siente muy enfermo y muere cuando sólo tenía 39 años. Allí terminó su vida, allí comenzó una nueva vida junto a Dios, para siempre. Recordando la muerte y resurrección de Jesús, recordamos también la muerte y resurrección de Andrés. Hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta las tres de la tarde. Y Jesús, con fuerte voz, dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Dijo esto y expiró. El oficial, al ver lo que había ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Verdaderamente este hombre era justo». Entraron y no encontraron el cuerpo de Jesús, el Señor. Se presentaron dos varones con vestidos deslumbrantes. Ellas se asustaron y bajaron los ojos; ellos les dijeron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado». (Lucas 23,4447; 24,1-6) Un compañero de trabajo de Andrés nos cuenta… Andrés fue llamado por el obispo de una ciudad llamada Blois para hacerse cargo de la formación de los futuros sacerdotes. Andrés, siempre disponible, se puso de viaje. Tenía mucho trabajo y además estaba triste porque estaba lejos de sus hermanos corazonistas y de sus alumnos, a los que tanto quería. Al poco tiempo de llegar comenzó a sentirse muy enfermo. Tenía una fiebre tan alta que perdía la cabeza y no sabía lo que hacía. Una noche, le vino de nuevo la fiebre, tenía pesadillas y alucinaciones. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo se levantó. Quiso salir de la habitación del hospital porque en su cabeza escuchaba la voz de sus niños pobres queridos pidiendo ayuda. Pero en vez de dirigirse hacia la puerta, fue hacia una ventana. Se cayó y murió. Tenía sólo 39 años. Entonces las oscuridades de su mente fueron iluminadas por una luz y sintió que estaba ya en el cielo y que ese Dios al que tanto había amado le recibía con los brazos y el corazón abierto. Esta vez la voz que escuchó fue la de Dios que le decía: Andrés bienvenido a mi casa… Un consejo para los amigos de Andrés Andrés murió siendo todavía muy joven. Aún le quedaban muchas cosas por hacer. Los corazonistas estamos llamados a continuar aquello que él comenzó. Tú, ¿cómo puedes ayudarle? Entre todos vamos a ver qué podemos hacer para ser unos buenos corazonistas, amigos de Andrés, para siempre. Rezamos con Andrés en su enfermedad y muerte (Salmo 30) De tristeza, Dios mío se me consumen los ojos y el corazón. Mi vida está llena de penas, mis días de dolor. En mi enfermedad, no me abandonas. De tanto sufrir me he quedado sin fuerzas, pero yo confío en ti, Dios mío, En mi enfermedad, no me abandonas. Tienes mi destino en tus manos. En medio de las oscuridades de mi mente, me dejas ver la claridad de tu mirada. Por el amor que me tienes me conduces hasta tu casa. En mi enfermedad, no me abandonas. 33