Animales y humanos a través del cine: Quién es quién? Jesús Gómez Bujedo. Universidad Nacional de Educación a Distancia

Animales y humanos a través del cine: ¿Quién es quién? Jesús Gómez Bujedo Universidad Nacional de Educación a Distancia La “psicología popular” se pu

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Animales y humanos a través del cine: ¿Quién es quién? Jesús Gómez Bujedo Universidad Nacional de Educación a Distancia

La “psicología popular” se puede definir como un conjunto de teorías implícitas que todos realizamos acerca de nuestro comportamiento y del comportamiento de los otros, y que están basadas en nuestras experiencias de cada día y en nuestro contexto cultural, y no en un conocimiento sistemático o científico (Bruner, 1990). Una parte de esas teorías tiene que ver con la percepción de las semejanzas y diferencias entre el comportamiento de los humanos y el resto de los animales, es decir, las comparaciones que se pueden establecer entre las capacidades intelectuales y emocionales del ser humano con respecto a las de otros animales. A lo largo de este capítulo, intentaré esbozar a grandes rasgos el esquema del comportamiento animal y humano que nos ha ido dibujando la ciencia en el último siglo, para compararlo con las creencias más tradicionales que se pueden encontrar fuera del ámbito científico en forma de teorías implícitas sobre el comportamiento animal. Una vez explicitadas estas dos visiones y su evolución, me centraré en algunas de las características que tradicionalmente han marcado la diferencia entre el hombre y el resto de los animales. Con este propósito, utilizaré el cine de dos maneras: en primer lugar, para analizar las situaciones que se proponen en algunas películas como expresión de las creencias populares sobre el tema que nos ocupa, y en segundo lugar, por la gran cantidad de argumentos cinematográficos que reflejan aspectos particulares de la relación entre humanos y otros animales. El cine, además, resulta un medio privilegiado del que tomar ejemplos, porque nos hace llegar con intensidad algunas cuestiones fundamentales sobre nosotros mismos, como nuestra forma de vernos o el porqué de nuestros actos, y también porque tiene una capacidad especial de implicarnos en las situaciones que plantea. El cine ha tratado el problema de la relación entre humanos y otros animales de una manera que no deja indiferente a nadie, en películas como “El planeta de los simios” (1968), “Gorilas en la niebla” (1988), “Congo” (1996), “Instinto” (1999) y muchas otras, o de forma más metafórica en las películas de monstruos como “Nosferatu” (1922) “Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (1920, 1931) y sus sucesoras. También ha llevado hasta nosotros ficciones que nos hacen pensar en nuestras peculiaridades como humanos y nuestra forma de comportarnos con nosotros mismos, con otras

especies o con otras formas de vida. Un caso que me gusta especialmente es el de “Frankenstein, de Mary Shelley” (1994), que es bastante más fiel al libro que la película clásica de 1931. En la película interpretada por Kenneth Branagh, la criatura adquiere todas las características que la psicología popular identificaría sin duda como “humanas”: llega a hacerse consciente, hablar y pensar; y sin embargo no es aceptado de ninguna manera por los humanos como su semejante. ¿Qué le falta a la criatura para que los demás la consideren su igual?. Está hecha con partes de humanos auténticos, ha aprendido de los humanos, habla como ellos y es capaz de mostrar sus mismas emociones, tanto positivas como negativas; pero ni siquiera su propio creador, que lo conoce más allá de su terrible aspecto, llega a considerarle un ser humano. ¿Qué es entonces lo que nos hace humanos? ¿En qué nos diferencia eso de los animales, si es que nos diferencia en algo?

1. El comportamiento animal y humano en la psicología popular: de Descartes al SXX Las creencias más comunes de la psicología popular contrastan con la visión que la ciencia ofrece del comportamiento animal. En el grupo de investigación al que pertenezco estudiamos, ciertos comportamientos complejos en animales. Uno de los tópicos en los que centramos nuestra atención es el origen de la conducta simbólica, uno de los comportamientos que con más frecuencia se consideran exclusivamente humanos. En concreto, intentamos averiguar con palomas como sujetos bajo qué condiciones de aprendizaje un estímulo se puede llegar a convertir en un símbolo, de manera que sea capaz de guiar nuestra conducta de forma creativa y efectiva sustituyendo en cierta medida al estímulo que simboliza. Fuera del laboratorio, la mayoría de la gente con la que he hablado de ello, se muestra como mínimo sorprendida de que este tipo de investigación se pueda llevar a cabo, y si profundizamos algo más en la conversación, con frecuencia acabamos hablando de la comparación entre humanos y otros animales, y de hasta qué punto los experimentos o descubrimientos sobre la conducta animal son aplicables a las personas. Y es que cuando hablamos del comportamiento, poca gente está dispuesta a admitir hasta sus últimas consecuencias que su conducta tenga algo que ver con la de un animal. Por contra, parece que estamos un poco más dispuestos a admitir o incluso a exigir la experimentación animal cuando la investigación es puramente biológica y está destinada a fines médicos o farmacológicos.

La paradoja es que mientras que mucha gente vería como éticamente reprobable que un nuevo fármaco se probase en humanos sin antes haber comprobado en otros animales su eficacia o su ausencia de efectos secundarios, la mayoría de esa misma gente no vería como una garantía de eficacia probar los tratamientos psicológicos en animales distintos del hombre, o basarse en experimentos con animales para desarrollar y potenciar las terapias existentes. La concepción de la psique animal y su comparación con la humana que hoy esta vigente en la psicología popular tiene gran parte de sus raíces en Descartes, que allá por el S. XVI desarrolló un modelo del comportamiento basado en los autómatas hidráulicos que estaban de moda en los jardines franceses de la época. Según este modelo, parte del comportamiento venía provocado directamente por los estímulos del mismo modo que el movimiento de los autómatas era provocado por la acción de algunos resortes ocultos. En los seres humanos estos comportamientos se pueden observar en algunas conductas básicas, como por ejemplo al retirar la mano de un fuego (lo que llamamos reflejos incondicionales), aunque la mayor parte del comportamiento humano según Descartes sería voluntario y guiado por el alma. Pero según él todo el comportamiento animal pertenecería a la categoría de movimiento reflejo, ya que él entendía a los animales como meros autómatas que reaccionaban a los estímulos externos y desprovistos de alma. Sintetizando las ideas presentes en la psicología popular, lo que intuitivamente sabemos es que somos diferentes de los otros animales y que podemos hacer muchas cosas que ellos no pueden. Aceptamos que esas diferencias no están en el funcionamiento de nuestro cuerpo, que es muy parecido al del resto de los seres vivos y que tiene sus mismas necesidades básicas, sino que achacamos la diferencia a una “estructura mental/cerebral” diferente. Los seres humanos tenemos una cultura y somos capaces de realizar obras de arte, puentes, edificios, la Biblia, el David de Miguel Ángel (y por supuesto el cine); podemos cooperar entre nosotros y ser altruistas y solidarios, crear el estado, la política, los tratados de paz y las Naciones Unidas; somos capaces también de aprender mucho y muy rápido, y podemos llegar a una comprensión profunda de la realidad, a través del desarrollo de las ciencias, las matemáticas y entendemos tanto enormemente grande como lo enormemente pequeño. Además, tenemos “algo” que llamamos consciencia y que nos hace ser capaces de vernos a nosotros mismos, de reflexionar sobre nuestra propia existencia, de tomar decisiones éticas y de ser en esencia, diferentes.

Esta visión tradicional de nuestra cultura reconoce los grandes logros que nuestra especie ha llevado a cabo, pero, de un tiempo a esta parte, convive con el reconocimiento, implícito la mayoría de las veces, de que existe también en nosotros una faceta algo más oscura y mucho menos agradable de admitir. Esta parte “tenebrosa” de la naturaleza humana ha sido sin duda la que ha dado mayor juego a la literatura y también al cine para construir sus historias, porque siempre nos resulta inquietante, pero a la vez atrayente, el desvelar los motivos ocultos de nuestra conducta. El final del siglo XIX vio nacer a la vez al cine y al psicoanálisis, y este paradigma ha influido notablemente en la psicología popular actual y en la forma de vernos a nosotros mismos, de situarnos con respecto a otros animales (y consecuentemente, en la forma de presentarnos dentro de la literatura y del cine). Aunque aquí no voy a hacer una interpretación psicoanalítica de las películas de las que hablaremos, si creo que es justo hacer mención al psicoanálisis como la primera corriente psicológica que hizo notar que los motivos de nuestros actos no siempre son los que pensamos que son, y que en muchas ocasiones la razón no es lo que mueve nuestra conducta, sino que el comportamiento egoísta y agresivo puede predominar. En otras palabras, podemos identificar en la psicología popular una doble aproximación al comportamiento humano con respecto al animal: por una parte una diferencia muy grande en el terreno de la razón, la ética y los sentimientos que aceptamos con toda naturalidad porque nos deja en buen lugar, y por otra parte, una semejanza que admitimos con más reservas en lo que se refiere a los instintos y a otras motivaciones menos elevadas.

2.- La ciencia como igualadora entre humanos y otros animales. La ciencia, por su parte, ha ido poco a poco aproximando e integrando estas dos visiones y poniendo de manifiesto cada vez más el lado “animal” de los humanos, a la vez que se han demostrado también capacidades típicamente humanas en otros animales. La mayoría de las veces le ha tocado a la biología el papel de “animalizarnos”, mientras que la psicología comparada es la que en más ocasiones ha “humanizado” a los animales. Veamos primero las aportaciones de la biología. 2.1.- El humano “animalizado”. El primer paso, y sin duda el más importante en este camino lo dio el gran científico Charles Darwin. En “El origen de las especies” (1859) proponía que el mecanismo de la selección

natural era capaz de explicar tanto la aparición y la evolución de las características anatómicas como de las características comportamentales de los organismos vivos. Posteriormente, en “El origen del hombre” (1871) amplió su razonamiento a nuestra especie. Su discípulo Herbert Spencer se encargó de introducir los conceptos evolucionistas en la psicología científica que ya se estaba formando a finales del siglo XIX. Entre los años 20 y 40 del S XX, después de unas décadas inciertas, comenzó la consolidación de lo que hoy se conoce como Teoría Sintética de la Evolución, al conseguir integrar el concepto de selección natural con la genética de Mendel y la biología molecular de manos de científicos como Julian Huxley, Ernst Mayr y Theodosius Dobzhansky, por citar algunos. Éste último fue quien acuñó la famosa frase “nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución”, que aún mantiene toda su vigencia. A mediados del siglo pasado la teoría de la evolución por selección natural estaba sólidamente asentada en el ámbito de la biología científica, y comenzó poco a poco a poner sus miras en el comportamiento animal y también humano. Como culminación del proceso se suele citar el premio Nobel otorgado en 1973 a Konrad Lorenz, Niko Tinbergen y Karl Von Frisch, y que sirvió de reconocimiento de la etología como ciencia. Hay una película, “Volando libre” (1996) que cuenta cómo una niña dirige la migración de un grupo de aves basándose en el principio de la impronta descubierto por Lorenz. Ahondando en esta idea del estudio del comportamiento humano desde un punto de vista biológico, en los últimos años han aparecido algunas publicaciones siempre rodeadas de polémica, como “El mono desnudo” de Desmond Morris (1973), “Sociobiología”, de Edward Wilson (1980) y “El gen egoísta” de Richard Dawkins (1993), que realizan una provocadora interpretación del comportamiento humano en términos puramente biológicos. En "El mono desnudo", que fue llevado al cine en 1973 en clave de humor, se realizaba un análisis etológico del comportamiento humano, interpretando los aspectos más comunes de la vida cotidiana como son las relaciones sociales, el cuidado de los hijos o la elección de pareja de forma muy similar a como se realizan en los estudios etológicos de otros primates. La tesis de la sociobiología de Wilson, por sus implicaciones teóricas, va aún más allá, al proponer un estudio en términos evolucionistas del fundamento de todos los comportamientos sociales humanos, proporcionando mediante la extrapolación teórica una interpretación biológica de manifestaciones culturales tales como la ética, la religión, la guerra, la cooperación, la

competición, el altruismo, etc. Pero posiblemente quien más lejos ha ido en el afán científico por situar al hombre dentro de los presupuestos más crudos de la teoría sintética de la evolución ha sido Richard Dawkins, en su famoso libro "El gen egoísta", donde hacía notar que, en realidad, quienes llevan la voz cantante en la evolución son los genes. Son ellos quienes se han perpetuado desde el origen de la vida, y eligen distintos diseños (distintas especies) para transmitir sus copias y permanecer vivos. Según Dawkins, la verdad desnuda del evolucionismo es que el diseño de los organismos (es decir, cada uno de nosotros) es una mera excusa, un instrumento del que se valen los genes para seguir multiplicándose y competir entre ellos. Samuel Butler (1620 – 1680) lo dijo de forma más poética: “una gallina es el medio que tiene un huevo para fabricar otro huevo” En los círculos puramente científicos, hace tiempo que se ha superado el miedo a ver a la especie humana como una especie más. Estas nociones están empezando a calar en la psicología popular, aunque aún queda un gran camino por recorrer. Un ejemplo lo tenemos en la obra de Stanley Kramer “Heredarás el viento” (1960), basada en hechos reales, donde Spencer Tracy interpreta a un profesor perseguido por enseñar la teoría de la evolución en las aulas. En el cine, como reflejo y agente formador de creencias, podemos observar una evolución de la influencia de los avances de la biología en la forma de presentar películas como las que he comentado, y a las que podríamos añadir la saga de “El planeta de los simios” (1968), “El clan del oso cavernario” (1985) o “En busca del fuego” (1981), que contó con el asesoramiento científico del propio Desmond Morris para representar los comportamientos del hombre prehistórico y también con Anthony Burguess, autor de “La naranja mecánica” y experto en el antiguo idioma indoeuropeo para revisar el uso del lenguaje. Las primeras películas del género (como el clásico “Fuerza bruta” (1914) de D.W. Griffith) carecían de vocación de rigor científico. De hecho, la mayoría de estas películas científicamente documentadas son bastante recientes, y no hay que remontarse muchos años para encontrar “aberraciones” científicas del tipo “Hace un millón de años” (1939, 1966) donde los hombres prehistóricos convivían con los dinosaurios. Por no hablar de “Los picapiedra”. 2.2.- El animal “humanizado”. Retomando ahora la psicología, el estudio del comportamiento animal la ha acompañado desde el inicio en su breve historia como ciencia, y desde los primeros laboratorios de

psicología experimental, siempre ha estado vinculado a una concepción más naturalista, empírica y parsimoniosa de lo que era, por lo general, la investigación psicológica realizada con humanos. En los Estados Unidos, la corriente funcionalista defendía que la inteligencia, la conciencia y el comportamiento en general debían estudiarse como una función adaptativa más, y fueron ellos quienes realizaron los primeros experimentos “serios” sobre comportamiento animal, popularizando el uso de los famosos laberintos. Muy a principios del siglo XX se dieron a conocer también los famosos trabajos de Pavlov sobre reflejos condicionales en perros (1929), que han tenido una importancia capital en el desarrollo posterior de la psicología, extendiendo su influencia hacia la literatura y el cine, en obras como “Un mundo feliz” (Huxley, 1932), “La naranja mecánica” (Burguss, 1962) y también en la novela en la que se basa “El planeta de los simios” (Boulle, 1963). Las ideas del funcionalismo y del reflejo pavloviano fueron recogidas en 1913 por el primer paradigma científico que ha tenido la psicología, el conductismo de Watson. Basándose en gran medida en la investigación en comportamiento animal, Watson revolucionó la psicología al intentar alejarla de toda referencia a estados inferidos y términos subjetivos que por aquel entonces la vinculaban aún a la especulación filosófica y dificultaban en gran medida la investigación rigurosa. El propio Watson no dudó en aplicar su modelo al ser humano, dejando grabado en varias películas sus estudios sobre reflejos incondicionales en bebés o el famoso caso de la adquisición de la primera fobia experimental. A finales de los años 30, los métodos de investigación en psicología animal estaban ya asentados gracias a pioneros como Thorndike y Pavlov y también a las contribuciones de Skinner (Ver Skinner, 1953), que inventó su conocido aparato de condicionamiento (la caja de Skinner) y desarrolló también las herramientas metodológicas y teóricas para diseñar experimentos y analizar los datos. Con algunas variaciones en cuanto al enfoque teórico se refiere, la base para el estudio sistemático del comportamiento animal ya estaba lista. Es curioso pensar que las técnicas de condicionamiento que se emplean (erróneamente) con el protagonista de

“La naranja mecánica”, y que en la película se presentan como un método

innovador en una sociedad futurista (al igual que en “Un mundo feliz” y “El planeta de los simios” de Pierre Boulle), ya habían sido descubiertas en esta época.

Al llegar a la década de los 60 el cuerpo de conocimientos de la psicología animal se había ampliando y sistematizando, hasta convertirse en referente indispensable de la psicología científica humana. De esta forma se empezó a realizar un análisis del comportamiento humano con base en las teorías del aprendizaje desarrolladas con animales, demostrando en múltiples aspectos que los principios del aprendizaje podían ser aplicados a los seres humanos. A partir de esa fecha se dan los primeros pasos hacia una psicología evolutiva y de la educación de corte conductual y al desarrollo de muchas técnicas terapéuticas y educativas que se siguen utilizando hoy en día. Un ejemplo exagerado de esta extrapolación del comportamiento animal al humano se da en la película “Mi tío de América”, protagonizada en 1980 por Gerard Depardieu, donde la conducta de los tres personajes principales es estudiada por un psicólogo animal que les aplica las mismas teorías que a sus ratas de laboratorio. La evolución de las teorías del aprendizaje animal se puede consultar en el completo libro de Boakes (1989) Historia de la psicología animal: De Darwin al Conductismo.

3.- Lo ¿específicamente? humano Sin entrar en detalle sobre el cambio de posturas teóricas que se han dado a lo largo de la historia de la psicología comparada lo cierto es que en ella se han abordado prácticamente todas esas características, cualidades o comportamientos considerados como exclusivamente humanos desde la psicología popular, aunque las hazañas de los psicólogos comparados han sido menos llevadas al cine que las de los etólogos y paleoantropólogos. Entre las características que se destacan como más típicamente humanas en la psicología popular podemos destacar el lenguaje, los sentimientos, la conducta social y la consciencia, aunque todos estos conceptos están en realidad muy interrelacionados entre sí. 3.1.- Lenguaje El lenguaje es la diferencia más llamativa entre el hombre y el resto de los animales. Probablemente porque mientras que en otros aspectos podemos encontrar una cierta graduación, el lenguaje es a primera vista una característica de todo o nada: los humanos hablan y el resto de los animales no. Por eso nos sorprenden películas como “el extravagante Dr. Doolitle” en sus distintas versiones (1967, 1998). A lo largo de la historia de la psicología se han ido encontrando, sin embargo, que el fenómeno del lenguaje de hecho se basa en habilidades y capacidades que ya están presentes en otros animales pero que requieren de un

entrenamiento conjunto muy prolongado para que se puedan dar tal y como lo conocemos en los humanos adultos. Tomando el cine como referente, podemos encontrar una película que nos muestra el efecto transformador del lenguaje como algo fulminante. Se trata de “El milagro de Ana Sullivan” (1962), que está basada en un hecho real. En ella una niña ciega y sorda (Hellen Keller) es tomada por retrasada mental hasta que una maestra con gran determinación (la Ana Sullivan del título) le enseña a hablar mediante el lenguaje de signos. Hay una escena, bastante avanzada la película, donde la niña tiene las manos en una fuente y la maestra le hace el signo del agua, y en ese momento la niña “comprende” que todo el tiempo han estado intentando comunicarse con ella, y descubre casi de golpe todas las posibilidades del lenguaje. Pero por lo que sabemos de psicología evolutiva, y también por nuestra vida cotidiana, los niños tardan en dominar el lenguaje, lo hacen de forma gradual y necesitan un buen tiempo para ello. Una película que refleja de forma magistral este hecho es “El pequeño salvaje”, dirigida en 1969 por Francoisse Truffaut. Cuenta la historia real de un niño salvaje, Victor encontrado a principios de SXIX en la región de Aveyron cuando tenía unos 11 años. Victor fue encomendado a los cuidados de Itard, un ingenioso pedagogo que dejó un diario muy bien documentado de las evoluciones del muchacho (Itard, 1801) y de los intentos que realizó para socializarlo. Por supuesto, al ser encontrado Víctor era completamente mudo, y sus comportamientos recordaban en gran medida a los de los lobos con los que al parecer se había criado. Itard realizó enormes esfuerzos para que el niño llegase a hablar, y consiguió unos progresos sorprendentes, pero a la edad en que había sido encontrado el niño había perdido nada menos que 11 años del entrenamiento que da la interacción social. Porque algo que se pasa por alto con cierta frecuencia a la hora de comparar las capacidades lingüísticas de los humanos con las de otros animales es que nuestra especie tiene una infancia muy prolongada que dedica al aprendizaje de un sinfín de conocimientos, la mayoría de ellos sociales y relacionados con el lenguaje; por el contrario, la mayoría de los experimentos de aprendizaje que se realizan con animales no humanos duran unos pocos meses en el mejor de los casos. Sin embargo, cuando los experimentos de lenguaje en animales se han prolongado lo suficiente, los resultados han sido y están siendo cada vez más sorprendentes a medida que nosotros aprendemos más sobre los prerrequisitos del lenguaje y sobre las técnicas a emplear.

Los primeros intentos por enseñar el lenguaje humano a distintos primates superiores durante la primera mitad del siglo pasado fueron un rotundo fracaso, ya que se ceñían a intentar reproducir el lenguaje vocal, algo para lo que el aparato fonador de los simios no está preparado biológicamente. Como muestra, tras casi 20 años de esfuerzo una pareja de psicólogos, los Hayes, consiguieron que su chimpancé Viki pronunciase tan sólo tres palabras en inglés: “papá, mamá y taza” (Domjan y Burkhard, 1999)1. El panorama cambió cuando se sustituyó el lenguaje vocal por formas de expresión más naturales para los simios, como el lenguaje de signos que usan los sordos o la manipulación de representaciones abstractas de las palabras. Uno de los éxitos más conocidos del uso del lenguaje de signos fue el caso de Washoe, una chimpancé que fue criada por los Gardner y llegó a manejar un vocabulario de unas 150 palabras tras cuatro años de entrenamiento (Domjan y Burkhard, 1999). El caso de Washoe sirvió para demostrar que los simios manejan uno de los requisitos fundamentales del lenguaje, que es la capacidad de realizar asociaciones entre objetos y estímulos arbitrarios, y esta capacidad se ha encontrado también en animales evolutivamente tan alejados de nosotros como la paloma. A partir de entonces, potenciados por el uso de ordenadores y otras tecnologías, otros estudios se han centrado en aspectos cada vez más complejos del lenguaje; Por ejemplo, David Premack pudo estudiar la formación de frases con su chimpancé Sarah, que adquirió unas 130 palabras (Domjan y Burkhard, 1999); Terrace trabajó durante más de tres años con un chimpancé llamado Nim Chimpsky (en alusión al famoso lingüista Noam Chomsky, que niega la posibilidad del lenguaje en animales no humanos). Terrace dedicó su investigación a las capacidades gramáticas de Nim en la construcción de frases (Domjan y Burkhard, 1999). Posteriormente, Sue Savage-Rumbaugh, trabajando con la bonobo Kanzi y otros simios, está investigando sobre la comprensión del leguaje y la integración de las relaciones entre el símbolo, el referente y la conducta asociada a éste, desarrollando un esquema de trabajo muy prometedor en la medida en que se acerca a las propiedades más definitorias del lenguaje, como son el uso de reglas gramaticales y la creatividad en la composición de las frases. En la web http://www.koko.org se puede ver el sorprendente dominio del lenguaje de signos por parte de esta gorila.

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En este manual se puede encontrar una buena recopilación de éstos trabajos con primates y las referencias de los trabajos originales en inglés. Un buen libro de divulgación en español es Fouts R. (1999). Primos Hermanos. Ediciones Grupo Zeta

Tal vez algún día los progresos teóricos y el avance de nuestras capacidades técnicas permitan ver realizado el argumento de la película “Congo” (1995), donde una gorila ha sido entrenada a hablar por signos y un aparato acoplado a su brazo traduce el lenguaje de los signos en lenguaje vocal, y su nivel de comunicación verbal es aproximadamente el de un niño de cuatro o cinco años. Gracias a este procedimiento, la mona guía a una expedición al lugar de África de donde proviene. Igual que en los filmes que mencioné antes, la posibilidad de comunicación cambia muchos aspectos del comportamiento de la gorila, que utiliza el lenguaje no sólo para conseguir lo que necesita, sino que especialmente sirve de vínculo afectivo entre ella y su cuidador, y lo utiliza para rogarle que se quede, para preguntar por él cuando no está y para expresarle afecto. La posibilidad de establecer una comunicación cambia tanto el comportamiento de la gorila protagonista que cuando un grupo de simios ataca a la expedición, ella se alinea con los humanos y no con los de su propia especie. 3.2.- Sentimientos. Los afectos y las emociones también se han identificado con cualidades exclusivamente humanas, hasta el punto en que cuando alguien es cruel y despiadado se suele decir que es “inhumano”. Pero como veíamos en la ficción de “Congo”, la capacidad de sentir emociones está muy relacionada con el lenguaje. Durante años se ha discutido sobre la capacidad emocional de los animales no humanos, y las implicaciones de este hecho con respecto a nuestra actitud ética hacia ellos. Lo que sí parece claro es que los procesos emocionales básicos funcionan de la misma manera en los animales y en los humanos, ligados a regiones evolutivamente muy antiguas del cerebro y relacionados con funciones adaptativas básicas, como la defensa y la agresión, la búsqueda de alimento, y otras más específicas de la especie, como la conducta maternal o la necesidad de contacto social. A este nivel no parece haber muchas diferencias entre el hombre y otros animales, ya que las emociones se basan en relaciones innatas entre estímulos y respuestas y también se pueden ver modificadas por aprendizajes como el condicionamiento clásico de Pavlov. Dicho coloquialmente, lo que nos diferencia de otros animales no es que sintamos dolor o miedo, sino que nosotros “sabemos” que sentimos dolor o miedo (lo que es un hecho psicológico y aprendido) y ellos sólo lo sienten (lo que es un hecho biológico). Mediante un ingenioso experimento, dos psicólogos, Lubinsky y Thompson (1987), lograron que unas ratas

aprendiesen a contarles lo que sentían usando un procedimiento llamado discriminación condicional, y lo hicieron de una forma parecida a como había aprendido el lenguaje la gorila de “Congo”. En primer lugar, utilizaron como emociones dos estados fisiológicos inducidos por dos drogas diferentes, una excitante como la anfetamina y otra depresora como el alcohol. En segundo lugar, colocaron a los animales en un aparato de condicionamiento y les enseñaron a obtener comida presionando una palanca. Cuando estaban activados recibían la comida por presionar la palanca de la derecha, mientras que cuando estaban deprimidos la comida les llegaba por presionar la palanca de la izquierda. Así, poco a poco fueron aprendiendo a discriminar su propio estado interno y a actuar en consecuencia, hasta que llegaron a acertar casi siempre con la palanca correcta. Las ratas comunicaban su estado interno a los experimentadores, y en cierto sentido podemos decir que aprendieron a introspeccionarse gracias a la discriminación que les obligaron a hacer. Lo que las diferenciaba de las ratas “normales” (o del pequeño salvaje de Itard cuando lo encontraron) es que no sólo sentían la emoción, sino que también “sabían que la sentían”, ya que podían comunicarla. Nosotros, como la gorila de “Congo”, hemos recibido un extenso entrenamiento de los que nos rodean hasta que hemos aprendido a identificar nuestras sensaciones y convertirlas en verdaderos sentimientos humanos. El entrenamiento en reconocimiento de emociones se ha utilizado por ejemplo en el tratamiento del autismo. Los niños autistas, además de otras alteraciones, tienen muchos problemas con la comunicación de tipo emocional, que se han corregido con bastante éxito usando también discriminaciones condicionales como la que he descrito. El resultado es que en algunos casos los niños autistas pueden llegar a sentir y expresarse de una forma indistinguible de los niños normales. Por lo tanto, la presencia de sentimientos típicamente humanos no se puede presuponer ni siquiera en los propios humanos, sino que son el fruto de un aprendizaje que tiene que ver mucho con cómo nos ayudan los otros a vernos a nosotros mismos. 3.3.- Conducta social. Tanto los biólogos como los psicólogos han descubierto con sus propios métodos que el papel de la sociedad en la formación de las características propiamente humanas es de una importancia enorme. Nuestra especie es social por naturaleza, y esta característica la compartimos con el resto de los primates y con muchos otros animales. La vida en sociedad mejora las posibilidades de supervivencia de numerosas especies, aumentando las posibilidades

de obtener comida y defenderse de los depredadores. Pero este “contrato social” tiene el efecto de complicar mucho el ambiente en el que vive la especie. Probablemente, muy al principio de nuestra historia como especie, nuestra conducta social era parecida a la de algunos de los grandes simios actuales. En “Gorilas en la niebla” (1988) podemos ver a través de la bióloga Diane Fosie un retrato bastante fiel de las relaciones sociales de un grupo de gorilas en el que el personaje representado por Sigourney Weaver consigue ser aceptada, y donde cada miembro del grupo tiene su lugar en la jerarquía. Un caso similar y más reciente lo encontramos en la película Instinto (1999), protagonizada por Anthony Hopkins, donde su personaje, el antropólogo Ethan Powel poco a poco entra en las reglas de juego un grupo de gorilas hasta que es aceptado como uno más. En las escenas que transcurren en una selva de un verde exuberante, la película muestra con una preciosa música de fondo que el hecho de pertenecer al grupo no es algo que suceda de pronto, sino que requiere un proceso de socialización. En el primer encuentro, el jefe del grupo, el gorila de lomo plateado llega expresando su dominio mediante un comportamiento agresivo, y Ethan pasa esta primera prueba quedándose quieto y bajando la mirada en prueba de sumisión. Luego se va acercando gradualmente más y más, hasta que llega a aprender el resto de las reglas del grupo y pasa a ser uno más. Como probablemente les ocurrió a nuestros antepasados, Ethan encuentra en el grupo protección y tranquilidad, paradójicamente más que en su vida en la sociedad humana, ya que como denuncia la película, la civilización se ha vuelto tan compleja que ya no es un lugar agradable. “Vivís en el caos”, le dice Ethan a su psicólogo. Sin este proceso de socialización, no podríamos ser parte del grupo, es decir, no podríamos ser considerados humanos en un sentido estricto, como no podría serlo el pequeño salvaje Victor al encontrarlo. Cuando la socialización no se da o se interrumpe, se puede perder gran parte de lo que nos califica como humanos. “El señor de las moscas”, de Wiliam Golding ha sido llevada dos veces al cine (1963, 1990), y cuenta la historia de un grupo de niños, apenas adolescentes los mayores, que tras un accidente de avión tienen que sobrevivir en una isla sin adultos, y organizarse para encontrar comida, construir un lugar donde dormir y mantener el fuego encendido para poder ser localizados. Al faltar los adultos como agentes socializadores, los niños se dividen en dos grupos, uno liderado por Ralph, que es civilizado y racional y el otro por Jack, que valora la fuerza bruta, la caza y la satisfacción inmediata de los deseos. La mayoría de los niños acaba por unirse al grupo de Jack y al final de la película podemos ver cómo los

miembros de un inocente coro infantil se convierten en sanguinarios cazadores pintarrajeados que acaban abandonándose a sus instintos más primarios e intentan asesinar a Ralph y a su último seguidor. Parece ser, según indican los etólogos, que la agresión letal dentro de la misma especie es algo relativamente raro en la naturaleza. Sin embargo, se ha visto que cuando se establecen diferencias de grupo los ataques pueden ser bastante feroces. Un ejemplo lo tenemos de nuevo en la película Instinto (Si alguien no ha visto la película, le adelanto que lo que sigue desvela casi todo el argumento): Confirmando los recelos de Ethan hacia los humanos, una partida de cazadores furtivos encuentra al grupo de gorilas y comienzan a exterminarlos. El personaje de Anthony Hopkins reacciona de una manera muy agresiva y desesperada para defender a los gorilas, de la misma forma que el jefe de lomo plateado. De hecho llega a matar y malherir a varios furtivos, y aunque los atacados son animales, la escena está construida para hacernos ver que el comportamiento de Ethan es ético, porque a pesar de las diferencias de especie sabemos está defendiendo a los suyos, a su grupo. La vida en grupos probablemente ha sido una de las claves de la evolución de nuestro comportamiento. Según la teoría de la evolución, las especies no cambian si no hay una presión ambiental que seleccione unos individuos con respecto a otros. Esto implica, entre otras cosas, que en un entorno complicado los animales serán cada vez más complejos, porque sólo sobrevivirían los mejores adaptados a cada uno de los resquicios del ambiente. Mientras que el medio no social es relativamente más estable, las posibilidades de interacción compleja aumentan enormemente cuando hablamos de comportamiento social, y de hecho, las especies que muestran un comportamiento más complicado, como los mamíferos marinos o los primates, tienen una estructura social muy elaborada y llena de matices. Podemos tomar como ejemplo la película “En busca del fuego” (1981), donde tres guerreros neandertales de la tribu de los Ulam viven multitud de aventuras para recuperar el fuego que les ha sido robado. En varias escenas de la película los podemos ver acechando a algunos animales y cazando en grupo, y aquí se puede ver el contraste que hay entre lo simples que son sus estrategias de caza propiamente dichas (perseguir, acosar, encerrar...), similares a las que podría emplear una manada de lobos o de leones y las complejas interacciones verbales que tienen lugar entre ellos para sincronizarse y desempeñar cada uno el rol que tiene asignado. En estas escenas podemos ver un hipotético nacimiento de un lenguaje verbal como refinamiento de las señales sociales ya existentes.

3.4.- Conciencia. Como ya he mencionado antes, el papel del grupo en el conocimiento de uno mismo juega un papel determinante. Sólo dentro de un grupo tienen sentido preguntas del tipo ¿qué haces? ¿cómo te encuentras? ¿por qué hiciste eso?; y esas cuestiones son las que más se relacionan con el concepto de conciencia. He reservado el tema de la conciencia para hablar de él al final, porque a pesar de que la psicología popular la incluye sin falta entre las cualidades humanas, es también uno de los conceptos que están más vagamente definidos tanto desde una aproximación informal como desde la propia psicología. Muchas veces nos aferramos a la conciencia como el último reducto de la diferencia cualitativa entre especies, y nos resultan incluso desagradables las ficciones en las que un ordenador o un robot se hacen conscientes. Pocas escenas hay más inquietantes en la historia del cine que la simple luz roja del ordenador Hal en “2001, una odisea en el espacio” (1968). Desde un punto de vista conductual, se entiende que la conciencia no es una capacidad estructural de nuestro cerebro, sino que es un producto de la interacción social. Ya en 1945 Skinner afirmaba, ”Sólo porque la conducta del individuo es importante para la sociedad, la

sociedad a su vez la hace importante para el individuo . (...) De ahí se sigue, naturalmente, la hipótesis complementaria de que ser consciente, como forma de reaccionar al propio comportamiento, es un producto social” Nosotros creemos que en ese “reaccionar al propio comportamiento” está la clave de ser consciente. Utilizando procedimientos de discriminación condicional parecidos al del experimento de Lubinsky y Thompson (1987) sobre la comunicación de estados internos, se ha descubierto que los animales son capaces de responder a una gran cantidad de aspectos de ellos mismos, además de sus sensaciones internas: pueden discriminar qué conducta estaban realizando, y distintas características de esa conducta, como su intensidad, su rapidez o su duración, y también de qué dependía el que fuese premiada. Con algunas modificaciones del procedimiento pueden incluso llegar a “mentir” sobre su conducta para conseguir un premio mayor (para una revisión, ver Benjumea y Pérez-Acosta (en prensa)). En resumen, cuando se da una discriminación condicional donde el aspecto a discriminar es una dimensión del sujeto o de su conducta, podemos obtener en animales un fenómeno parecido al metaconocimiento en los humanos. Digo parecido, porque el metaconocimiento tal como aparece en los humanos tiene además otras funciones. Hal, o la computadora Skynet en

“Terminator” (1984), no sólo respondían a su propia existencia, sino que también actuaban en consecuencia para preservar su existencia, aunque tuviesen que exterminar a los humanos para ello. Una propiedad de las discriminaciones condicionales puede ser de ayuda para entender esa actuación; se ha descubierto que determinados entrenamientos con este procedimiento pueden hacer surgir comportamientos nuevos no entrenados en el hombre y otros animales (Gómez, García, Pérez, Gutiérrez, y Bohórquez, (En prensa)). Uniendo estas dos propiedades se está desarrollando una interesante línea de investigación que trata de averiguar bajo qué condiciones el conocimiento de uno mismo puede traducirse en acciones adaptativas “espontáneas” (en el sentido de no entrenadas directamente), y de esa forma empezamos a comprender mejor cómo llegamos a ser conscientes y en qué consiste. Es muy posible que haber evolucionado en un contexto donde lo social tiene tanta importancia nos haya preparado biológicamente para responder a este tipo de estímulos, y desde luego nuestro cerebro ha ido creciendo y complicándose para afrontar esta circunstancia. Por los estudios de comportamiento verbal y otras habilidades complejas realizados con animales no humanos, parece más plausible que los procesos generales del aprendizaje, que llevan millones de años evolucionando con las especies, se hayan ido adaptando a las nuevas situaciones y especializándose. Cuanto más conocemos sobre las capacidades de otros animales, y también sobre el origen de nuestro propio comportamiento, aparecen más datos a favor de ésta hipótesis gradual. La vida en la tierra tiene entre 3800 y 3500 millones de años, y los primeros animales complejos unos 550 millones. Nuestros antepasados más remotos, los homínidos tienen entre 5 y 6 millones de años de antigüedad, mientras que los primeros registros duraderos de una inteligencia más desarrollada que la de los grandes simios actuales provienen de hace algo más de dos millones de años. El origen de nuestra especie es mucho más reciente todavía. Si la historia de la tierra hubiese durado un día, los homo sapiens sapiens, no llevaríamos existiendo ni medio minuto. Puede que en estos últimos segundos se hayan alterado las leyes vigentes durante el resto del proceso, pero mientras no se demuestre lo contrario, la explicación más parsimoniosa es la que hay que investigar primero.

4.- Algunas reflexiones finales.

Como conclusiones, me gustaría destacar que ha sido el estudio científico del hombre y otros animales uno de los factores más importantes que nos ha permitido superar la concepción del animal como una máquina bajo nuestra dominación y ha cambiado nuestra forma de relacionarnos con el resto de las especies. Este cambio gradual se ve reflejado a lo largo de la historia del cine en el tratamiento de las películas que de algún modo u otro hablan de la relación entre los animales y los humanos. El planteamiento que sostienen actualmente la mayoría de los científicos entiende que las diferentes especies podemos mantener relaciones agonísticas y no siempre armoniosas, pero que convivimos en un ecosistema global donde la supervivencia de todos depende de que preservemos el hábitat y mantengamos la biodiversidad como patrimonio fundamental de la vida. También ha cambiado nuestra relación ética con otras especies, y por ejemplo se han desarrollado códigos deontológico en todas las disciplinas que investigan con animales a fin de buscar alternativas a la experimentación, utilizarla sólo con un fin justificado y minimizar el daño que se pueda producir cuando experimentar es imprescindible. No olvidemos que la experimentación animal en medicina ha contribuido a mejorar nuestra calidad de vida en el último siglo y medio. Como ejemplo de este cambio de actitud es digno de mención el proyecto Gran Simio (http://www.proyectogransimio.org/), que intenta, con el apoyo de numerosos científicos, que se incluya a nuestros parientes primates más cercanos en la declaración de los derechos humanos. Por otra parte, creo que es muy importante que sigamos investigando acerca de nosotros mismos y de nuestros orígenes. En la última parte de “El planeta de los simios” (1968), el doctor Zaius intenta convencer al protagonista Taylor (un magnífico Charlton Heston) de que no busque la verdad sobre su origen, porque puede que no le guste lo que encuentre. Quizás a algunos les resulte ofensivo bucear en nuestros orígenes animales, o quizás, como el Dr. Zaius prefieran ocultarlos y no pensar siquiera en su existencia. Pero nos gusten o no, siguen estando ahí aunque no conozcamos. La investigación hasta ahora nos ha ido proporcionando herramientas para controlar el comportamiento violento y potenciar las mejores cualidades humanas a través de la educación, la gestión de los recursos humanos o la terapia psicológica. Yo creo, junto con la doctora Zira y Cornelius (los aliados simios de Taylor) que investigar sobre otras especies puede mejorar nuestro conocimiento acerca de nosotros mismos, y creo que eso es lo que hay que seguir haciendo, porque como pensaba Skinner, nuestra mejor

posibilidad de ser libres está en comprender las variables de las que depende nuestra conducta, para poder modificarlas y no ser sus esclavos (Skinner, 1971).

Bibliografía Benjumea, S. y Pérez-Acosta, A. M. (en prensa). De la conciencia animal y la conciencia humana: un análisis conductual. En R. Pellón y A. Huidobro (Eds.) Inteligencia y Aprendizaje. Barcelona: Ariel. Bruner, J. (1990). Actos de Significado. Madrid: Alianza, Psicología Minor. Boakes, R. (1989). Historia de la psicología animal: De Darwin al Conductismo. Madrid: Alianza. Boulle, P. (1977). El planeta de los simios. Barcelona: Plaza y Janes S.A. Burgess, A. (1999). La naranja mecánica. Madrid: Minotauro Dawkins, D. (1993). El gen egoísta. Barcelona: Salvat. Gómez, J., García, A., Pérez, V., Gutiérrez, M.T. y Bohórquez, C. (En prensa). Aportaciones del análisis conductual al estudio de la conducta emergente: algunos fenómenos experimentales. Revista Internacional de Psicología y Terapia Psicológica. Vol 4, nº 2. Huxley, A. (1997). Un mundo feliz. Barcelona: Plaza y Janes. Itard, J. (1801). Mémoire sur les premiers développments de Victor de l'Aveyron. (Traducción española de Alianza Editorial; Madrid, 1932). Lubinski, D. y Thompson, T. (1987). An animal model of the interpersonal communication of

interoceptive (private) states. Journal of the Experimental Analysis of Behavior, 48, 1-15. Morris, D. (1973). El mono desnudo. Barcelona: Plaza y Janes S.A. Pavlov, I. P. (1997). Los reflejos condicionales. Madrid, Ediciones Morata. Skinner, B.F. (1945). El análisis operacional de los términos psicológicos. En B.F. Skinner. Aprendizaje y comportamiento (pp. 159-173). Barcelona, Martínez-Roca, 1985. Skinner, B.F. (1953). Ciencia y conducta humana. Barcelona: Fontanella. Skinner, B. F. (1971). Más allá de la libertad y la dignidad. Nueva York: A. Knopf. Wilson, E. O. (1980). Sociobiología. Barcelona: Omega.

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