Bibliomanía GUSTA VE FLAUBERT LEÓN TROTSKY UMBERTO ECO. U n e u en t o

NÚMERO DOS/MARZO-ABRIL DE 1991 GUSTAVE FLAUBERT Bibliomanía U n e u en t o UMBERTO ECO LEÓN TROTSKY La sobreinterpretación Cartas a Diego

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N U E S T R O M U N D O:
N U E S T R O N U E S T R O S M U N D O: D E R E C H O S Conferencia Mundial de Derechos Humanos (ONU) Viena, 14-25 de junio de 1993 Diciembre de 19

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INFORME DE GESTION 2015 C o n s t r u y e n d o e l f u t u r o h o y Planta Industrial Villeta INC INFORME DE GESTION 2015 3 CONTENIDO 1)

A Y U N T A M I E N T O A Y U N T A M I E N T O
A Y U N T A M I E N T O D E A Y U N T A M I E N T O SANTA CRUZ DEL RETAMAR D o El e d o) (T SANTA CRUZ DEL RETAMAR (T o l e d o) ORDENANZA F I S C

Story Transcript

NÚMERO DOS/MARZO-ABRIL DE 1991

GUSTAVE FLAUBERT

Bibliomanía U

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UMBERTO ECO

LEÓN TROTSKY

La sobreinterpretación

Cartas a Diego y Frida

Eliseo Diego • Virgilio Piñera • Gerardo Deniz José Luis Rivas • José Balza

IBlIOII(A l de c5'Jfexico

NUMERO DOS/MARZO-ABRIL DE 1991

Plazo de lo Ciudadela 4, Centro Histórico de lo Ciudad de México

Tel. 512 09 27

FAX 510 4 1 85

Virgilio Piñera

EJiseo Diego

Isla 2

En la orilla 30

Umberto Eco

José Baila

La sobreinterpretación 3

El libro que no se ha escrito 33

Xavier Guzmán Urbiola

Jesús Semprum

Ocho cartas de León Trotsky 8

Diálogo del día 35

León Trotsky

Jesús E. Valenzuela

Camarada Diego, querida Frida

12

El bibliófilo 38

José Luis Rivas

Gerardo Deniz

Al desportar 17

Mester de maxmordonía 40

Jaime Moreno Villarreal

Patricia Pérez Walters

Flaubert y la copia 18

Una carta de Justo Sierra 41

Gustave Flaubert

Víctor Díaz Arciniega

Bibliomanía 21

Aventuras de Gil Bias en México 44

Héctor Perea

Flaubert en pantalla 28

U

Manuel Porras -

La Relación de Cepeda y Carrillg 46

Con sejo NaCional para la Cu llur a y las Arie s

Presidente Víctor Flores Olea BIBLIOTECA DE MEXICO Director General Jaim e García Terrés Revis ta Biblioteca de México Director: Ja im e García Te rrés Coordinación Editorial: Jaim e Mo reno Vil/arrea l y Ju an Villoro Consejo de Redacción : Fernando Á lvarez del Cas tillo, Gerard o Deniz Julio Huba rd, Manu el Porras, Bern a rdo Ruiz, Rafae l Vargas Diseño. Germán Montalvo / Lourdes Olivares Tipografia . Redacta

No se responde por tex tos no so li citados, n i se e ntabla rá co rrespo nd e ncia al respecto

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Aunque estoy a punto de renacer, no lo proclamaré a los cuatro vientos ni me sentiré un elegido: sólo me tocó en suerte, y lo acepto porque no está en mi mano negarme, y sería por otra parte una descortesía que un hombre distinguido jamás haría. Se me ha anunciado que mañana, a las siete y seis minutos de la tarde, me convertiré en una isla, isla como suelen ser las islas. Mis piernas se irán haciendo tierra y mar, y poco a poco, igual que un andante chopiniano, empezarán a salirme árboles en los brazos, rosas en los ojos y arena en el pecho. En la boca las palabras morirán para que el viento a su deseo pueda ulular. Después, tendido como suelen hacer las islas, miraré fijamente al horizonte, veré salir el sol, la luna, y lejos ya de la inquietud, diré muy bajito: ¿así que era verdad?

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UMBERTO ECO

La sobreinterpretación te respecto al proceso de fe rtili zación . Y dado qu e la relación m ágica debe ser de carácte r fun cional, la analogía no se sostie n e. Si los bulbos posee n una relación de semejanza con los testículos , y los testículos posee n una relación causal con la producción de seme n , no se concl uye de esto qu e los bulbos esté n ca usalm e nte con ectados con la actividad sexual. Pero la cree ncia e n el pode r m ágico de la orquídea se fundaba e n otro principio he rm ético, e n el corto circuito de post hoc ergo ante hoc: una co nsecue n cia es considerada e inte rpre tada como la causa de su propia causa. Que la orquídea debía te n er

El año pasado, Umbe rto Eco fue in vitado a impartir las Tanner Lectures e n la Uni versidad de Cambridge . El artículo que prese nta mos es un a de esas conferencias.

Los seres humanos pe nsamos en términos de identidad y similaridad. En la vida diaria, sin e mbargo, por lo general sabemos distinguir e ntre las sim ilitudes que son rel evantes, significativas, y las qu e son fortuitas, ilusorias. Podemos mirar de lejos a alguien, cuyos rasgos nos recuerden a una pe rsona A, a qui en conocemos, sólo para confirmar después qu e se trata de B, un extraño: ya no dare mos crédito a esa sem ejan za, la considerare mos fortuita . Hace mos esto porque aceptamos que, desde cierto punto de vista, todo mantie ne r elaciones de analogía, contigüidad y semejanza con todo lo demás. Uno puede ll evar esto al límite y afirmar qu e existe una relación e ntre el impe rativo dilo y el sustantivo cocodrilo porque, además de rimar, aparecen ambos e n la oración que acabo de pronunciar. Pero la dife re n cia e ntre la interpretación cuerda y la interpretación paranoica consiste en reconocer que esta relación es mínima. El paranoico no es quie n observa que dilo y cocodrilo aparecen curiosamente dentro del mismo contex to: es quien comi e n za a pregunta rse por el miste rioso motivo qu e m e indujo a reunir esas dos palabras. El paranoico percibe un secreto bajo mi ejemplo, al que estoy aludiendo. La semiosis herm é ti ca va demasiado lejos precisamente en estas prácti cas de inte rpretación sospechosa, siguie ndo principios de procedimiento que a parecen e n todos los tex tos de esa tradición. Antes que nada, un afán de hall ar prodigios conduce a sobreestimar la importancia de coincide ncias que son explicables de otro modo. El herm etismo renacentista iba e n busca de "signaturas", es decir de indicios ostensibles qu e revelaran relaciones ocultas . La tradición había descubi erto, por eje mplo, qu e la planta llamada orquídea tenía dos bulbos esfe roides, y había hallado en eso una notable analogía morfológica con los testículos. Con fund am e nto en este parecido, los he rmetistas del Re n acimie nto procedieron a la "homologación de las relaciones difere ntes": de la analogía morfológi ca pasaron a·la analogía funcional. La orquídea debía te ner propiedades mágicas relacionadas con el aparato re productor (razón por la que también se le conoció como satyrion). De hecho, tal como Bacon lo expli caría m ás ta rd e, la orquídea ti e n e dos bulbos porque cada año form a un nuevo bulbo al lado del viejo; y mi e ntras el prim ero crece, el más recie nte decrece. De ese m odo, los bulbos puede n prestarse a una analogía form al co n los "testículos, pero ti ene n una fun ción difere n-

relación con los testículos se probaba por el hecho de qu e ll evaba el nombre de éstos (orchls = testíc ulo). Desde luego, la e timología e ra res ultado de un falso indi cio. No obstante, el pe nsami e nto he rm é tico hall ó e n ella la evidencia que demostraba la oculta simpa tía . Demostraré más adela nte que pode m os hall ar procedimi entos se mejantes en las contemporáneas prácticas de interpretación textual. Nuestro problema, sin e mbargo, es el sigui e nte: sab em os qu e la an alogía e ntre el satynon y los testículos e ra erró nea porqu e las pru ebas e mpíri cas ha n de mostrado que la planta no tien e influ e ncia sobre nu estro cue rpo. Pero ¿posee mos algún criteri o para señalar qu e una inte rpretación tex tual dada sea un ej e mpl o de sobreinterpretación ? Puede objetarse qu e la única man e ra de de finir una m ala interpretación es establ eciendo los criterios que definan un a buena inte rpre tación . Pero creo, por el co ntrario , qu e pode mos aceptar una especie de principio popperia no según el cual, si no

Biblloteca de

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M éX ICO

rosacruz se ría como sigue : una rosa con una cruz inse rta, bajo la cual aparecería un pelícano qu e, en conco rdancia con la leye nda tradicional, alimenta a su cría de la carn e qu e ésta le arranca de la pe chuga . Enton ces, la tarea de Rossetti es probar qu e ese símbolo aparece tamb ié n e n Dante . (Es cie rto qu e de es te modo corre el riesgo de demostrar únicam e nte que el simbolismo masónico se inspiró en Dante , pero en ese punto podría postularse otra hi pótesis : la de un tercer texto arquetípico.) Si n dificultad, hall a re fer e ncias a la cruz, a la rosa y al pelícano . No puede sorpre ndernos que tarde o temprano aparezcan los símbolos de la Pasión en un poema qu e habla sobre los misterios de la religión cristiana . El pelícano, que supuestamente alimenta a su cría con su propia sangre , se convirtió desde muy pronto e n el símbolo de Cristo e n la tradición cristi a n a - los bestiarios y la poesía religiosa medievales están ll e nos , de refe rencias a él. Por 10 qu e respecta a la rosa, dada su compleja simetría, su suavidad, la variedad de s u coloración, y por el h echo de qu e florece e n primav e ra, aparece en casi todas las tradiciones místicas como símbolo de variadas propiedades deseables . Así, cuando Dante tiene qu e represe ntar la gloria sobrenatural de la Igl esia triunfante en té rminos de esplendor, amor y b ell eza, utili za la imagen de la ro sa sin man cha (" Paraíso", xxxi). Rosa aparece en la Divina Comedia ocho veces en singular y tres e n plural. Croce aparece di ecisiete veces. Pero nun ca aparecen juntas. Rossetti, no obstante, n ecesita tambi é n un pelícano . Y lo e n cuentra, tal cual, e n el "Paraíso", xxxv i (ú nica aparición e n el poema), e n evidente conexión con la cru z, pues el pelícano es el símbolo del sacrificio . Desgraciadamente , la rosa no los acompaña . Entonces, Rossetti va e n busca de otros pe lícanos. Halla uno e n Cecco d'Ascoli (o tro a utor sobre el que los Adeptos del Velo se han devanado el seso, pues el texto de L 'A cerba es tan oscuro). Aun así, un pelícano en Ceceo no es un pelíca no e n Dante, aunque Rossetti trat e de oscure cer ese nimio de tall e co nfundi e ndo las not as de pi e de página. Es verdad qu e Rosse tti c ree haber hall ado otro pelíca no e n el preámbulo del "Pa raíso" xxi ii, donde se lee de un pájaro que, es pe rand o im pacie ntemente el aman ece r, está alerta e ntre las bi enamadas frondas, sobre una ram a tupida presinti e ndo el sol para sali r a buscar la co mida de sus crías. Pe ro este pájaro debe buscar com ida precisame nt e porqu e no es un pe líca no , de otro modo ali m e ntaría a sus crías con la earne arrancada de su se no . Ade más, aparece como símil de Beatriz, y seguramente hubi e ra sido un error poético de Dante re prese ntdr a s u a mada con los desgarbados trazos de un pi cud o pelíca no. Para colmo, e n su deses perada y m ás bi e n patética avicultura, Rosse tti locali za e n el d ivino poema sie te aves de co rral y sie te pájaros, qu e ad scribe a la familia de los pelíca nos : pe ro ninguno aparece ce rca de la rosa

hay reglas que ay ud en a ce rtificar qu é inte rpre taciones son las "m e jores", hay por 10 m e nos un a regla para exp licar c uá les so n "mal as". Pcrmíta nme exa minar un fl agrant e caso de sohreinterpretación a propósito de 10 qu e podríamos llamar wxtos secul a res sagrados. Tan pronto un texto se hace sagrado para una cultura dad a, se convierte en ohjeto de l proceso de lectura sospechosa y, por lo mi smo, de un exceso de interpre tación. Sucedió as í co n la alego ría clásica e n los textos hom é ricos, y por fuerza oc urri ó tambi é n, e n los pe ri odos patrístico y escolást ico, con las Escrituras, y de igual m oc10 e n la cultura judía con la inte rpretación de la Tora h. Sucedió e n el m edioevo con Virgilio ; e n Francia , le tocó a Rab elais; le tocó a Shakespeare (por ejemplo, ba jo los auspic ios de la legión de cazadores de sec retos qu e ha n saqu eado los textos del Bardo para loca lizar anagramas, ac rósticos u otros m e nsaj es ocultos, por medio de los qu e Francis Bacon habría comuni cado que él e ra el ve rdad e ro autor); y hoy le toca a Joyce . Así las cosas , Dante difíci lm e nte hubi e ra podido escapar. Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la fec ha - desde los prim e ros trabajos de l escritor a nglo-itali a no Gabriele Rossetti (padre del pintor), del fran cés Eugén e Aro ux, O del gran poe ta italiano Giova nni Pascoli, hasta Re né Guénon- muchos críticos han leído y releído obsesivame nte el inm e nso opus dantesco e n busca de un mensaj e oculto. Ahora bien, Dante fue el primero e n asegurar qu e s u poesía conllevaba un sentido n o lite ral qu e debía se r dete ctado "sotto 1/ ve /am e delll versl stranl", m ás all á y por debajo del sentido lite ral. Pero no sólo 10 afirmó ex plícitam e nte: tambi é n dio las claves pa ra hall a r esos se ntidos no lite ral es. Aún así, aquellos intérpre tes a qui e nes llamaremos los Adeptos del Velo (Acleptl del \le/ame) locali zan e n Dante un le nguaje sec reto o j e rga , a partir de l cual toda re fe rencia a asunto s e róticos o a gente real deb e se r in te rpretada como un a in vectiva codifi cada e n contra de la Igles ia. Uno pod ría preguntarse con razón por qu é te ndría Dante que haberse tomado tantas mol estias para ocultar sus pasiones gibelinas, cuando explícitame nte la n zó s u invectiva contra la silla papal. Pe ro examinem os un e je mplo co n cre to, e n el que Rosse tti m aneja una de las obsesiones supre m as de los Ad e ptos c1e l Ve lo. De ac ue rdo con éstos, el texto de Dante co ntie ne una ca ntidad de símbolos y prácticas litúrgicas típicas de la tradición masónica y ro sac ru z. Esta es Ulld c uestió n inte resante qu e dese mboca e n prohlclllJ Mientras qu P. hay docum e ntos qu e atestigu a n e l Jd\'cni mi c nto de las id eas rosacru ces haci a el colll ic l1 Z0 elel siglo XV II, y la aparición de las prim eras log ias de la francmasonería simbóli ca hac ia comi('IEOS de l XV III , no hay ninguno qu e los estudiosos serios acepte n co mo prueba de la ex iste ncia previa dc ('SdS ideas y u orga ni zaciones. Por el co ntrari o, (':.:istell docume ntos co nfiabl es qu e atestiguan có mo ('n los siglos XV III y XIX, las logias y sociedades rosauuu's y temp la rias de dive rsas te nd e ncias eligieron ritos \' sí mbo los que se rvirían para establece r un IlIldj(' iJl\'('ntado. De m a ne ra simil ar, el Pa rt ido Fascis(" 1(,1kl1lo adoptó el fasces de I lictor rom a no coIllO signo de que prete ndía co nside ra rse he rede ro de b ,lJl(ig uo1 Roma. Ross('tti parte de la con vicció n de qu e Dante e ra trallcmdsoll, templario y miembro de la Frate rnid ad Ros"cr u /. Da por sentado que un sím bolo mas ón -

PermÍtanme con side ra r a hora un caso e n e l qu e la justeza de la inte rpre tac ión es in c1ecidibl e: cie rta mente, es difícil asegurar qu e sea in co rrec ta He aquí cómo uno de los líd e res de la esc uela de sconstruccionista , ante riorm e nte relacionada co n Yale , 0 coffrey Hartman , exa min a algunos versos de los "Poe mas a Lu cy" de \'\/o rd sworth, ve rsos e n los qu e el poe ta habla explícita m e nte de la mu e rte de una nilla

B,bllO(CUI {le Mc,y,eo

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Un Dante masón y rosacruz.

1 had no human fears

Debe se ñalarse qu e mi e ntras las palabras die (m orir), um (urn a), co rp se (ca dáve r) y tears (l ágrim as ) pue de n se r de algún m odo suge rid as por té rm ino s q ue apa re ce n e n e l te xto de Wo rdswo rth (diurnal, cou rse, fea rs, years y hears) , la pa labra g ra ve (tumb a ) es, por el contrario, suge rida por un a gra v itat10n q ue n o apa rece e n e l te xto pe ro q u e se postul a e n la pa rá frasis de Ha rtman . Por otro la do, tea rs n o es an agram a de trees . "Saco" es a nagram a de "cosa", pero n o de "cos ta"; si se co m ie nza po r descarta r a lgu n as le tra s, e l j uego ya n o vale . A pesa r de esto, la lec tura de Hartm a n sue na , si no del tod o co n vince nte, por lo m e n os a tractiva. Desde lu ego, n o sugie re qu e Wordswo rth pre te n di e ra re alm e n te prod uc ir esas aso ciacion es - la pregu n ta por las in te n cion e s del a u to r n o cabe e n los postu lados críticos de Ha rtma n . El sólo a fi rm a qu e es vá lido q u e un lec to r se n sibl e hall e 10 qu e é l e ncue ntra e n el tex to, po rqu e esas asociacion es - po r lo m en os pote n cialm e nte - está n suge ri das po r e l tex to , y porq ue el poe ta (qu izá de m odo in co nscie nte) p udo h ab e r da do a lgun os "arm óni cos" al te m a p rin cipal. Si n o el autor , digam os q ue el le n gua je es lo qu e ha creado ese e fec to de e co. Por lo qu e res pec ta a Wordswo rth , a un q ue nada de mu es tra q ue e l texto sugie ra e n e fe cto la tumba o las lágrim as, nada demu es tra lo co ntra rio. La lectu ra de Ha rtm a n no co ntra dice ot ros aspectos explícitos del tex to. PoclJia m os ju zgar su inte rp re ta ció n com o de m asia do ge n erosa, pe ro no co m o eco nóm ica m e nte absu rda. La evidencia pu e de se r déb il , pero ti e n e cabi da. La críti ca clásica se pro ponía hall a r e n e l texto (a) lo qu e e l a ut o r q uiso decir, o (b ) 10 qu e el texto dice in de pe nd ie n te m e n te de las inte nciones de su a utor.

She seem ed a thing that could not feel Th e touch of earth ly y ears No m 0t1OJ1 ha s she no w, no fo rce, Sh e neither hears nor sees, Ro lled round in ea rth 's diurn a l co urse W ith rocks and s tones and trees.

(No tu ve te m o r hum a n o: Ell a pare cía ser algo qu e n o podía se n tir El tacto de a ño s te rre n ales . Ningún mo vimi e nto ti e n e a hora, nin gun a fu e rza ; Ni escu ch a n i ve ; Env uelta e n la vu elta de l diurn o cu rso de la tie rra Co n las rocas, las pie dras y los á rb oles. ) Hartman advierte un a se ri e de m otivos fun éreos bajo la s upe rfi cie de este te xto: El pode r reside pre do min a n te m e n te e n e l de splaza mi e nt o místico de la palab ra grave (tu mba) po r un a im age n de gra vitación (Rolled roun d In enrth 's diu rn a l course) . Y aun que no hay aj uste pe rfe cto e n el to n o de esa e st rofa, es claro qu e un a palab ra sub vocal está sie nd o pronun ciada sin q ueda r escri ta . Es un a palab ra qu e rim a con feClrs, yea rs y hea rs, pe ro q u e e stá s up rimi da po r la últ im a síl ab a de l poe m a : trecs . Léase tea rs (lág rim as) y la m e tá fo ra a nimi sta, cósm ica , cobra vida, e l lam e nt o de l poe ta resu e n a e n la naturaleza co m o e n un a elegía pastoril. De cualquie r m a ne ra, tea rs deb '~.;ooxooo::: ooec;.o_:ooc~ocOOOQOOC 0:1 0:1 o o oeaJ:: l:l J:) o: c: &000 0

Encabezado del semanario donde apareció "Bibliomanía", el primer cuen· to publicado por Flaubert.

Biblio teca de México

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- y bien , Giacomo , aquí hay quinientos. ¡Ah, nO I , ¿no queréis vender?, pues lo obtendré, lo obtendré ahora, en este momento, lo necesito, aunque deba vender este anillo rendido en un abrazo de amor, aunque deba vender mi espada ornada de diamantes, mis residencias y palacios, así deba vender mi alma; necesito ese libro, por fuerza, a cualquier precio. Dentro de ocho días sostendré una tesis en Salamanca, ese libro me hace falta para ser doctor , y me hace falta ser doctor para ser arzobispo, y me hace falta la púrpura en los hombros para llevar la tiara en la frente. Giacomo se le acercó y lo miró con admiración y respeto, como al único hombre al que hubiera comprendido. -Escucha, Giacomo, atajó el gentilhombre, voy a decirte un secreto que hará tu fortuna y tu felicidad: hay aquí un hombre que vive en la Puerta de los Árabes; tiene un libro, es El misterio de Saint Michel. - ¿El misterio de Saint Miche/?, preguntó Giacomo soltando un grito de júbilo. ¡Oh, gracias l, me habéis dado la vida. -¡Rápido l, dame la Crónica de Turquia. Giacomo corrió hacia un estante; ahí se detuvo bruscamente, quiso palidecer y dijo con aire sorprendido: - Pero, señor mío, si no lo tengo. -Oh, Giacomo, tus tretas son burdas y tus ojos traicionan tus palabras. -Oh, señor mío, os lo juro, no lo tengo. - Vaya que eres un vejete loco, Giacomo; ten, aquí hay seiscientos doblones. Giacomo tomó el manuscrito y se 10 entregó al joven: -Llevadlo con cuidado, dijo, mientras aquél se retiraba riendo y decía a sus lacayos al montar su mula: -Sabéis que vuestro amo es un insensato, pero acaba de engañar a un imbécil. ¡Idiota monje huraño l, repitió riéndose, ¡creyó que llegaré a Papal y el pobre Giacomo se quedó triste y desespe rado, apoyando la ardiente frente sobre los crista1cs de su tienda, llorando de rabia y mirando con pena y dolor el manuscrito, objeto de sus esmeros y afectos, que se llevaban los burdos lacayos del gentilhombre. - Oh, ¡maldito seas l, ¡hombre del diablo ' , maldito seas, cien veces maldito, me has robado 10 que más amaba. Ay, ¡ya no viviré l Me ha engañado el infame, me ha engañado. Ya que así lo obtuvo, ah, ¡me vengaré l Vayamos rápido a la Puerta de los Árabes. ¿Y si el hombre ese me pide una suma que no tengo ?, ¿qué hace r e ntonces ? Ay, ¡es to es para mo. I nrse. Tomó el dinero que el estudiante había dejado y salió corriendo. Mientras iba por la calle, no miró nada e n de rredor, todo pasaba a su lado como fantasmagoría c uyo e nigma le e ra incompre nsibl e, no oía ni e l paso de los transeúnt es ni el ruido de las ru edas e n e l e mpe drado ; no pensaba, no so ñaba , no veía más qu e una cosa: libros Pe nsaba e n El misterio de Saznt Mlchel, y se lo figuraba , en su imaginación , grande y de lgado , e n pergamino, ornado de le tras de or o, trataba de adivinar el núm e ro de páginas qu e habría de co nt e n e r; s u co razó n batía con viol e n cia , como el de un hombre qu e espe ra su sente ncia de mu ert~. Finalm e nt e, ll egó . ¡El es tudiante no lo había e n ga i1ado ' Sobre una vi eja alfombra pe rsa agujereada habl é

d() él Dios ; m ás tarde les sacrificó lo que los hombres tiene n e n ma yor aprecio después de su Dios: el din('fO ; e n seguida les e ntregó lo que en más aprecio se tle n e despu és del dinero: el alma. Desde h acía algún tiempo, particularmente, sus vigili as e ran más largas ; se veía hasta más tarde arder la lámpara de noche sobre sus libros; es que tení a un nuevo tesoro: un manuscrito. Una mañana entró a su tienda unjoven estudiante el e Salamanca. Parecía rico, pues dos lacayos de a pi e s ujetaban su mula a la puerta de Giacomo; llevaba un bonete de terciopelo rojo, y anillos brillaban e n sus dedos. No te nía, sin embargo, ese aire de suficiencia y nulidad habitual entre las gentes que llevan lacayos ga lon eados, de hermosos vestidos y cabeza hueca; no , es te hombre era un sabio, pero un sabio rico, es decir un hombre de ésos que, en París, escribe sobre una mesa de caoba, tiene un libro de canto dorado, pantuflas bordadas, curiosidades chinas, una bata, un reloj de oro en la pared, un gato que duerme e n la alfombra y dos o tres mujeres que hacen qU(~ les lea sus versos, su prosa y sus cuentos, que le dicen: tenéis chispa, pero que piensan que es un fatuo. Los modales del gentilhombre eran corteses; al entrar saludó al librero, hizo una profunda reverencia, y le dijo con tono afable: - ¿Tenéis manuscritos aquí, señor? Turbóse el librero y respondió balbuciendo: -Pero, señor, ¿quién os lo ha dicho? y depositó sobre el mostrador una bolsa llena de oro, qu e hizo sonar sonriendo, como hombre que ccha mano del dinero que posee. -S61Or, prosiguió Giacomo, es cierto que tengo, pero no los vendo, los protejo. - ¿Por qué?, ¿qué hacéis con ellos? - ¿ Por qué, señor mío? -y enrojeció de cólera-, ,Cjw; hago con ellos? ¡Ah l, ¡ignoráis qué es un manuscrito l - Pe rdón, maestro Giacomo, lo sé, y para dar prueba os diré que te néis aquí la Crónica de Turqu¡'a. - ¿ Yo? Ah, os han engañado, señor. -No Giacomo, respondió el gentilhombre; tranquili zaos, no quiero robarlo sino comprároslo. - ¡Nunca l - ¡Oh ' , m e 10 venderéis, respondió el universitari o, pues 10 te néis aquí, fue vendido en casa de Ricc iami e l día de su muerte. - Bueno, sí, seJ''¡or. Lo tengo. Es mi tesoro, mi vicb. ¡No m e lo arrancaréis l ¡Escuchad l, os confiaré un secreto Baptisto, sabedlo, Baptisto e l librero de la I)laza Rcal, mi ri val y e nemigo, pues resulta que ¡é l no 10 ti e n e y yo sí l - ,:C uánto vale ? C iZlco mo se contuvo un largo momento y re spond ie) co n a ire altivo: - Doscie nt os doblones, señor mío. i\ l iró a l hombre jove n con aire de triunfo , como dlc ¡(;n clole a n dad, marchaos , es de masiado caro, v no 10 eb ré por m e n os . I' no se e n gaí1ó, pu es aquél, seiialando la bolsa , el i I () -¡\LJuí ha v tresc ie ntos . C¡,1Co m o palid eció, estu vo a punto de desmayarse. - ,T rescie n tos doblon es?, repiti ó. Pe ro es t~r é 10( (' . c,ciio r , n o 10 ve nd e ría ni por c uatroci e ntos U l's cud ia nt e se ec h ó a reír mi e ntra s hurgaba e n " ll " ,lUl, ele l qu e ex trajo dos bolsas más. 22

unos diez libros tendidos e n el piso. Giacomo, sin dirigir la palabra al hombre que dormía a un lado, tumbado como sus libros, y que roncaba al sol, se arrodilló, se puso a recorre r con mirada inquieta y a escudriñar el dorso de los libros, después se levantó, pálido y abatido, y despertó al vendedor preguntándol e a gritos: -¡Eh , amigo , ¿ten éis aquí El misterio de Saint ' Michel? -¿Qué?, respondió el m ercader abriendo los ojos, ¿habl áis de uno de mis libros? ¡Miradlos ' -¡Estúpido! , dijo Giacomo pisoteando, ¿no te néis m ás que éstos ? -Ah , sí. Mirad, aquí están . y le mostró un paquetito de volúme n es amarrados con cuerda. Giacomo la cortó y leyó el títul o en un segundo. - ¡Diablos ' , dijo, no es éste. ¿No lo habrás vendido por casualidad? ¡Ay !, si 10 ti e n es, dámelo, dám elo; cie n doblones, doscientos doblones, 10 qu e tú qui eras. El vendedor 10 miraba azorado: -¡Ah l Quizás os referís a un librito que ve ndí ayer, por ocho marave dís , al párroco de la catedral de Oviedo. - ¿T e acuerdas del título del libro? -No . - ¿No era El misterio de Saint Mi chel? -Claro, ése e ra. Giacomo se apartó uno s pasos de ahí y cayó a ti erra como hombre fatigado por una aparición que lo obsediera. Cuando volvió en sí, caía la noch e, el sol qu e enroj ecía e n el horizonte se iba poniendo. Se puso de pie y regresó a casa, e n ferm o y desespe rado. Ocho días m ás tarde, Giacomo n o había olvidado su triste decepción, y la h erida estaba aú n abierta y sangrando; no había dormido desde tres noch es atrás, pues ese día habría de venderse el prim er libro impreso en España, único ej e mpl ar e n todo el reino . Hacía mucho ti e mpo que deseaba posee rl o; por eso fue feliz el día que se le com unicó qu e el propietario había muerto. Pero una inquietud le aprisionaba el alma : Baptisto podría comprarlo; Baptisto qui e n, de un ti e mpo acá, le arrebataba, no los clientes -¡poco le im- Gustave Flaubert a los diez años. portaba - sino todo 10 raro y viejo que aparecía; ' Baptisto, cuya celebridad odiaba con odio de artista. Un autor puede no ser del todo conscienEse individuo se le había convertido en una ca rga, te de la significación plena de su obra, y siempre era él quien se llevaba los manuscritos, e n hubiera podido ocurrir que Flaubert, amlas subastas públi cas era él qui e n encarecía los prebicionando escribir novelas que fueran sólo palabras, libros sin historia, hubiecios y compraba . ¡Ah' ¡Cuántas veces el pobre monje, en sus sueños de ambición y orgullo, cuántas ra contribuido a la novela moderna con veces vio venir hacia él la mano de Baptisto, qu e cruinvenciones que tienen que ver tanto, o zaba a través de la multitud como e n los días de ve nquizá más, con la técnica narrativa -el ta, para arrebatarl e un tesoro con el qu e tanto ti e mmontaie de la historia- que con el uso de la palabra. Me alegra poder probar que po había soñado, que había codiciado con tanto amor no es así; además de ser, en la práctica, y egoísm o Cuántas veces, asimismo, estu vo tenta' un gran contador de historias, Flaubert do a concluir con un crimen lo qu e ni el din ero ni la paciencia pudieron hace r; pe ro ahogaba e n su cofue perfectamente lúcido sobre la función razón esa idea, procuraba at urdirse con el odio qu e de la anécdota en la narrativa y considele tenía a ese hombre, y se dormía sobre sus libros. ró incluso que la eficacia de la prosa (lo que para él quería decir su belleza) deDesde el amanecer estaba ya fre nte a la puerta pendía "exclusivamente" de ella. donde tendría lugar la subasta; llegó antes qu e el comisario , antes que el público, y antes qu e el sol. Tan pronto como las puertas se abrieron, se preMario Vargas Llosa, "Flaubert, cipitó escaleras arriba hasta la sala y pregu ntó por Sartre y la Nueva Novela", revista Postdata, Lima, octubre de 1974. el libro. Se lo mostraron; eso e ra ya feli cidad. ¡Ah!, jamás había visto algo tan he rmo so y que lo Biblioteca de M exico

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David Hockney, Nolul'G/elO muerto cOf.lllbro (Bouvord y Pécuchel de Gustan Flaubert), 1973.

complaciera tanto. Era una Biblia latina, con come ntarios griegos; la examinó y la admiró m ás qu e los demás, la oprimió entre los dedos rie ndo amargamente , como un hombre que mu e re de hambre a la vista del oro . Nunca había deseado tanto. ¡Ah! , cómo deseaba ahora, incluso al precio de todo lo qu e poseía , sus libros, sus manuscritos, sus seiscie ntos doblon es, al precio de su sangre, ¡ah!, ¡cómo deseaba a hora ese libro! Ve nderlo todo, todo, para te n erlo; no posee r más que a sí mismo, pero tene rlo consigo; pode r m ostrárselo a toda España, con una risa de insulto y lástima por el rey, por los príncipes, por los sabios, por Baptisto, y decir: ¡Mío, mío es este libro! - y te n e rl o en sus manos para toda la vida, palparlo como ahora lo toca, olerlo como ah ora lo hu ele, ¡posee rlo co'mo ahora lo ve I Finalmente llegó la hora. Baptisto estaba e n m edio de la gente, el rostro se re no , el aire calm o y a pacible . Tocó el turno al libro . Giacomo ofreció de en trada veinte doblones, Baptisto pe rman eció callado y no miró la Biblia. Ya el monj e alargaba la m a no para tomar el libro que le había costado tan poca pena y angustia, cuando Baptisto se adela ntó a decir: cuare nta. Giacomo vio con horror a su antagonista que se e ntusiasmaba conforme el precio asce ndía. - Cincuenta, gritó con todas sus fu er zas. -Sese nta, respondió Ba ptisto . -Cien . -Cuatrocie ntos . -Quinie ntos, añadió el monj e co n pesar. Y mie ntras él pataleaba de impacie n cia y de cólera, Baptisto fingía una calma irónica y m alvada. Ya la voz aguda y cascada del age nte ve ndedor había repetido tres veces: quini entos ; ya Giacom o recuperaba la felicidad , cuando un soplo escapado de los labios de un hombre lo hi zo desvan ece rse, porque el librero de la Plaza Real, estrechá ndose e ntre la multitud ofreció: seiscie ntos . La voz del age nte repitió seiscie ntos cuatro veces, y ninguna voz re plicó; sólo se veía, a un costado de la m esa, a un hombre con la fre nte pálida, las man os tembl orosas, un hombre que reía a margam e nte con esa ri sa de los condenados del Dante, agachaba la cabeza, con la m ano en el.pecho, y cuando la retiró estaba cali e nte y mojada porque te nía carn e y san gre e n la punta de las uñas. El libro pasó de mano e n mano hasta llegar a Baptisto ; antes pasó fre nte a Giacomo, qui e n pudo ole rlo, y lo vio cruzar un instante fre nte a sus oj os, para después detene rse e n m a nos de un hombre qu e lo abrió rie ndo. Entonces agachó el m onj e la cabeza para ocultar su cara, pues lloraba. De regreso por las calles, su paso e ra le nto y lastimoso , su figura se ve ía extraña y estúpida, su porte grotesco y ridículo; tenía el aire de un hombre e mbriagado, pues se tambaleaba; sus ojos estaban m edi o ce rrados, tenía los párpados rojos y a rdi e ntes; el sudor corría sobre su frente, y balbucía e ntre di e ntes, como qui e n ha bebido dem asiado y comido m ás de la cue nta en el banque te . Su pe nsamie nto no le pe rtenecía ya, e rraba com o su cuerpo, sin objeto y sin inte nción ; su pensami en to se tambal eaba, irresuelto, pesado y escaso; su cabeza le pesaba como plomo, su fre nte 10 qu e m aba como un brasero . Sí, estaba ebr,io de 10 qu e había vivido, estaba fa tigado de sus días, estaba harto de su existe ncia. Ese día -era un domingo- , la ge nte paseaba por

la calle con ve rsando y cantando. El pobre monj e escuch ó sus pláti cas y cantos; recogió por el camino fragm e ntos de frases, palabras, gritos, pe ro le parecía qu e eran siempre el mism o sonido, la misma voz, e ra un a vaga algarabía, con fusa, una música extraña y r ui dosa que zumbaba e n su ce rebro y lo agobiaba . - ¡Hombre l, le decía uno a su vecino , ¿has oído habl ar de la histori a de ese pobre párroco de Oviedo qu e fu e hallado e n su lecho, estrangul ado ? Aqu í, e ra un grupo de muj e res qu e tomaba el fresco de la tarde en el zagúa n ; esto oyó Giacomo al cruzar fre nte a ellas: -Dime e ntonces, Martha, ¿sabes que había e n Salam anca unj ove n rico, don Be rnardo, sabes? Ése que, cuan do vino por aquí hace unos días, te nía una fin a mula negra tan bonita y bien enj aezada, y qu e la hacía piafar sob re el empedrado; pues fíj ate qu e m e han dicho esta m a ñan a, e n la iglesia, qu e se muri ó. -¡Se muri ó!, dij o una muchacha. - Sí, niña, respondi ó la muj e r; muri ó aquí e n el m esó n de San Pedro ; prim e ro se sintió m al de la cabeza, des pués le dio la fi ebre, y a los cuatro días lo e nte rra ron. Giaco mo oyó a ún m ás cosas; todos esos recue rdos 10 hi cie ron te mbl a r, y una so nrisa de fe rocidad e rró por su boca. El m onj e regresó a su casa ago tado y e nfe rmo ; se acostó en el suelo debaj o de su m ostrador , y se durmi ó. Su pecho estaba oprimido, un sonido ron co y ca vern oso salía de su garganta; se despertó con fi ebre; una horrorosa pesadilla había agotado sus fuerzas. Era ya de noche, y las once acababa n de dar e n la iglesia vecina. Giacom o oyó grita r: "¡Fuego l ¡Fuegol " Abrió sus ve ntanas, salió a la calle y vio en efecto lla m as qu e se alzaban por e n cima de los techos; volvió a casa y fue por su lá mpara pa ra internarse e n sus almace nes, cua nd o oyó a un os hombres qu e al pasa r corri e ndo fre nte a su ti e nda decían : "Es e n la Plaza Real, el in ce ndio es e n casa de Ba ptisto." El m onje se estre m eció, una ri sa estall ó del fondo de su corazó n , y se e nca minó con la multitud hacia la casa del libre ro.

Execra la banalidad, la tontería, lo burgués. Pero dedica la mayor parte de su tiempo a coleccionar estupideces, citas imbéciles que agrupa en un diccionario que fue, quizás, su obra predilecta. Es que, tal como el sentido novelesco, el"lugar común" le ofrecía una garantía contra la fluctuación individual. El Dictionnaire des idées refues, según escribió, habrá de servir " para vincular de nueva cuenta al público con la tradición, con el orden, con la convención general. La estupidez consiste en querer concluir." Pero también, ¡qué descanso hay en cerrar con conclusiones, si bien estúpidas, el flotamiento del pensamiento eternamente inquieto! El lugar común es una idea aprisionada, la tontería es un pensamiento petrificado. Pero qué felicidad, hacerse granítico . ..

Biblioteca de México

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Jean-Pierre Richard, Stendha/Flaubert, p. 232.

David Hockney, MI modl'fl ton un loro, 1974. ilustraciones para Un toraz6n simple; aprovechadas después para El loro de Floubert, de Jullan Barnes.

La casa ard ía, las llamas se elevaban, altas y terrib les, y av iva da s por el vie nto, se alargaban hacia el he rmo so cielo azu l de España, qu e dominaba sobre un a Barcelona agitada y tumultosa, como velo sobre lágrimas Ve íase a un hombre medio desnudo qu e desesperaba, se arrancaba los cabellos, se revolcaba e n el suelo blasfe m a nd o de Dios y lan zando gritos de rabia y deses pe ra ción; e ra Baptisto. El monj e contempló su deses pe ración y sus gritos con calm a y fe li cidad, co n esa risa fero z del niño qu e ríe de la tortura de la mariposa a la que le arrancó las alas . Se ve ía , e n una habitación superior, las llamas qu e qu e maba n legajos de papel. Gi acomo tomó una escale ra , la apoyó contra el muro re negrido y vacilante; la escale ra te mbló bajo sus pasos; subió r:o rri e ndo y ll egó a esa ve ntana. ¡Maldi ción l, no e ran más qu e viejos libros de libre ría, sin m é rito ni va lor. ¿.Qué hace r ? Ya estaba ad e ntro , había que internarse en esa at m ósfe ra e n ce ndid a o bajar por la escalera cuya m ade ra co m e n zaba a calentarsc. ¡De n in gún modal Avanzó. Atravesó varias salas, el piso temblaba bajo su paso, las puertas caía n cua ndo se acercaba, las vigas pend ía n sobre su cabeza; co rría e n m edio del ince ndio, jadeante y cmpec inado ¡Neccsitaba ese libro ' , ¡tenerlo o morir l

No sabía hacia dónde, pe ro corría. Finalm ente ll egó fre nte a una pared intacta, la rompió de una patada y se halló fre nte a un cuarto oscuro y estrecho, tanteó, sintió bajo sus dedos algunos libros, tocó uno, lo tomó y lo sacó de ahí. ¡Era ése, ése l ¡El misterio de Sail1t Michel l Volvió sobre sus pasos, como hombre extraviado y delirante, saltó por encima de los agujeros, cruzó las ll amas, pe ro no halló la escale ra que había apoyado contra el muro; ll egó a una ventana y salió colgándose con manos y piernas de las protube rancias, sus ropas com e n zaron a arder y, cuando ll egó a la call e, se revolcó en el arroyo para extinguir las ll am as qu e lo qu e maban Pasaron algunos m eses, y no se oyó hablar más de Giacomo el librero si no como uno de esos hombres singula res y extraños de los qu e se burla la multitud porque no alca n za a comprender sus pasiones y manías. EspaJ''la se ocupaba de as untos más graves y serios . Un genio maligno parecía ce rnirse sobre e ll a; cada día, nu evos asesinatos y nuevos crím e n es, y todo parecía ve nir de una mano in visibl e y oculta; era un puñal suspendido sobre cada techo , sobre cada fami li a; gente qu e desapa recía de r e pe nt e sin qu e hubi era nin guna hue ll a de la sangre de rramada por su h e rida ; un hombre partía de viaj e , no volvía; no sc sabía a qui é n at ribuir esa horribl e plaga -pues

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hay que atribuir la desgracia a alguie n aj e n o, mi e ntras qu e el bie nestar es propio. Efecti vam e nte , hay días ta n nefastos en la vida, é pocas tan fun estas para los homb res que , al no sabe r a qui é n abrumar con m aldiciones, éstas se dirige n al cielo; es e n é pocas así, de desgracia pa ra el puebl o, cuando se cree e n la fa talidad. Una policía dilige nte y afanosa había inte ntado, es cie rto, hallar al autor de todas esas fechorías; el espía a sueldo había e n trado e n todas las casas, había escuchado todas las palabras, oído todos los gritos, m irado todas las miradas, y nada había con seguido. El fi scal había abierto todas las ca rtas, roto todo los sell os , registrado cada rin cón , y nada había e nco ntrado. Pero una m aña na , Barcelona se quitó los traj es de lu to para abarrota r las cortes de J usti cia don de se había de conde n ar a mu e rte a qui e n se su pon ía e ra el autor de esos horribles crím enes. El pueblo escondía sus lágrim as bajo una risa con vulsa, porque cuando se sufre y se llora es una con solación, que será egoísta, es ve rdad , pe ro e n fi n , ve r otros su frimi e ntos y otras lágrimas. El pob re Giacom o, tan calmo y apacible había sido acusado de haber prendido fuego a la casa de Baptisto, de haber robado su Biblia, y de otros mil cargos. Así p ues, estaba a hí, se n tado e n el ba nquill o de los asesinos y los salteadores, él, el hon esto bibli ófilo; el pobre Giacom o, que sólo pe nsaba en sus libros, estaba com prom e tido e n los m iste rios del crime n y el cadalso. La sala rebosaba de ge nte . Fi n alme nte el fi scal se puso de pie y leyó su in fo rm e. Era largo y e mb rollado , ape nas si se podía distingui r e n él la acción principal de los paré n tesis y las re fl exion es. El fiscal decía que había e n con trado e n la casa de Giacom o la Biblia que pe rte necía a Baptisto, puesto que e ra única e n España; por ta nto, e ra posibl e que fue ra Giacomo qui e n pre nd ie ra fu ego a la casa de Ba ptisto para apode ra rse de ese lib ro ra ro y precioso . Se call ó y volvió a se ntarse , sin ali e n to . En cua n to al m onj e , estaba tran quil o y sosegado, y no respo ndió ni con un a mi rada a la mul titud que lo insultaba . Su abogado se p uso de pie, habló po r largo tie mpo, y bie n ; fin alme nte , cua n do pe nsó que había estre m ecido a su a uditorio, levantó su vesti me nta y extrajo un libro; lo abrió y 10 mostró al público. Era otro ej e mpl ar de esa Biblia. Giacom o lan zó un grito y se dejó cae r e n s u ba nca arran cánd ose los cabello s. El mo m e nto e ra crít ico, se es pe raba un a palab ra del acusado, pe ro ni nguna salió de su boca; fi nalm e nte , se se n tó de nu e vo, miró a sus j ueces ya su abogado como hombre qu e despe rta ra . Se le preguntó si e ra cul pable de habe r p re nd ido fuego a la casa de Bapti sto . -No , ¡ay l, res pondió. - ¿No ? - ¿Pe ro vais a conde na rm e? ¡Ay l ¡Conde nad m e , os lo ru ego l La vida m e pesa , m i abogado os ha m e nti do, no le creái s. ¡Ay l, conde nadm e , maté a don Be rna rdo , m a té al párroco, robé el lib ro , el lib ro úni co, pu es no hay dos e n Españ a. Se ñores, dadm e mu e rte, soy un m iserable . Su abogado avan zó hacia él, y m os trá nd ole la Biblia le dijo: - Püedo salva ros, ¡m irad '

Giacom o tom ó el libro y 10 mi ró . - ¡Ay l ¡Yo que creía que e ra único e n España l ¡Oh ' Decidm e , decidm e qu e m e habéis e nga ñado . ¡OS m aldigo ' y cayó desm ayado. Los j ueces reingresaro n y pronun ciaron su se nte n cia de mu e rte . Giacom o la esc uchó sin te mbl a r e incl uso parecía m ás calmado y más tra nquil o. Se le hi zo. sabe r q ue si pidiera gracia al Pa pa qui zás pod ría ob te ne rla; pe ro no qui so, y sólo pidió qu e su biblioteca se e nt regara al hombre que tu vie ra m ás lib ros e n España. Despu és, una vez qu e la ge nte hub o aba ndo nado el lu gar, pidió a su abogado qu e le prestara por favor su libro. Así 10 hi zo aqu él. Giacom o 10 tom ó am orosam e nte , virtió un as lágrim as sob re sus hojas, lo ro mpi ó ll e no de cóle ra , y arroj ó los pedazos cont ra su de fe nsor dicié nd ole: - ¡Habéis m e ntido, se ñor abogado ¡Bie n os d ije ' q ue e ra ún ico e n Es pañ a l Tradu cción de Ja ime Moreno Villa rrea 1

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Lo que Vargas Llosa aprecia del siglo XIX es que esa edad de oro de la novela "es extraordinaria por su extrema libertad: no hay nada que los novelistas no osen hacer decir o hacer a su personaie" (Magazine littéraire , iulio-agosto de 1983). El escritor sudamericano encuentra ahí un territorio de inocencia, ingenuidad y exuberancia. Dirige de ese modo, sobre nuestro siglo XIX, de Balzac a Hugo, pasando por Flaubert, la mirada maravillada élel descubridor, y con esa mirada nueva nos lo vuelve a dar a leer, mientras a nuestros oios cuántas capas de historia y de corrientes literarias lo han ensuciado, empolvado, incluso deslustrado.

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Albert Bensoussa n, Magazine littéraire, febrero de 1988.

Flaubert en pantalla HÉCTOR PEREA

LUis

Buñuel dijo algún día que él, tan cercano a la narrativa al hacer cine -como buena parte de la actual cinematografía- , procuraba inspirarse en una novela y no considerar el resultado de su trabajo como una adaptación de la misma. Pero también Buñuel había dicho, y antes expresado cinematográficamente: a mí lo que me gustaría es cortarle el ojo a alguien. Desde luego que, bajo esta última perspectiva, uno de los proyectos de traslado novelístico a la pantalla que con más razón se quedó en el escritorio del aragonés fue Bajo el volcán, historia de Ma1colm Lowry que bajo la dirección de John Huston no llegaría a la misma altura de la obra escrita. Y es que cortar, desconyuntar la mirada convencional que se tiene de una novela admirada desde siempre resulta la mayoría de las veces, si no un comple to fracaso, sí un logro apenas conseguido - 10 que es peor a final de cuentas-o Y por cierto que Buñuel, adaptador de novelas clásicas de la literatura universal, también sugirió que, para ganar en libertad creativa, la mencionada inspiración literaria debía partir más bien de obras menores. Si uno indaga en la historia de la adaptación de un medio a otro es seguro que descubra una gran cantidad de proyectos que se quedaron en sólo buenas intenciones; y de estos muchos intentos, algunos llamarán la atención por las proporciones de la obra pretendida, por su casi inaudito éxito o rotundo fracaso y, sobre todo, por los nombres que detrás de ella anduvie ron. Visconti y Losey coquetearon con la filmación de En busca del tiempo perdido, de Proust, realizada finalmente por Schlbndorff como sólo podría co ncebirse: fragmentariamente. El presunto traslado no pasaría de Un amor de Swann, un fragmento del prim ero de los sie te volúmenes. En el apartado James Joyce, Joseph Strick filmó con cierto éxito de críti ca El retrato del artista adolescente y, con m enos suerte, el Ulises. Huston consiguió un bell o ejercicio de narrativa ci nematográfica con s u última pe lícula: Los muertos. Por último , la obra imposible de Joyce, Finn egans wake, con tra todas las predicciones, ll egaría a se r una excelente cinta reali zada por Mary Ell e n Bute . De vuelta a la cinta re ferida al inicio de este recue nto mmico-literari o, el caso más curioso de cercanía y alejamiento entre el cine y la BlbllOreca de M eX1CU

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literatura ha sido Bajo el volcán. El libro pasó por las manos de tantos cineastas como algunos títulos de Beckett y Joyce por las de los editores. Pero fue siempre tan rotunda la intuición del fracaso en la adaptación que el proyecto voló sin cesar, naturalmente, de unas manos a otras, hasta que por fin cayó en las de un viejo lobo de mar, seducido siempre y vencido por todo tipo de riesgos. Además de Buñuel, Losey, Resnais, Russell, Skolimowski y Leduc, contando con guiones de Cabrera Infante, Semprún, García Márquez y José Agustín -como se verá, de todos los gustos y niveles-, sintieron ese temor al vacío que se experimenta al descubrir que una obra puede no tener fin. O que su fin último no está en el medio imaginado más allá de su existencia original. Pero también hay obras y autores que uno siempre ha creído ver en la pantalla y que, sin embargo, han pasado casi inadvertidos para la industria del cine. Éste es el caso de Gustave Flaubert y una de las literaturas más sólidas de todos los tiempos. En 1949 el conocido director de comedias Vincent Minnelli llevaba a la pantalla su ve rsión de Madame Bovary - con las actuaciones de J e nnifer Jones y James Mason-, cinta considerada por entonces como un auténtico fracaso que no obstante in cluyó una secuencia de baile memorable. Y mientras La educación sentimen tal, La tentación de San Antonio o la inconclusa Bouvard y Pécuchet continúan inéditos para el arte más característico del siglo )()( , este 1991 podría convertirse en el año de Gustave Flaubert, ya que renace en la pantalla Madame Bovary bajo la mirada de un clásico moderno del cine francés: Claude Chabrol , autor de ci ntas brillantes, ácidas, como El bello Sergio (1958) y Los primos (1959). "He querido ser lo más fiel posible al texto y a su autor. Traté de lograr el filme que él habría hecho de hab er tenido una cámara en vez de una plu ma. La difi cultad ha estado en aceptar, tambi én, algunos sacrificios, tales como la infancia de Charles Bovary, la prese ncia de su primera esposa ... ". La Emma elegida por Chabrol para conseguir un papel fiel a este modelo qu e ha trascendido las fronteras de la literatura , Isabelle Huppert, traerá a la memoria del espectador a la compl eja Viol e tte Noziere pero también a la

dulce y frágil pein adora de Claude Goretta. Esta última referen cia , qu e tanto por el título como por di ve rsos encuadres de la cinta , pa reciera remitir a la pintura de inte riores flam enca , tiende un pu e nte tambié n haci a la image n de la Emma propuesta por Chabrol y descrita e n Lire de octubre pasado: recortada su figura por la iluminación n atural normanda, m ás que actriz de una película, Isabelle-Emma luce como la modelo de una pintura. La escena represe ntada es la de una seductora, una decidida provocadora qu e luce su belleza b ajo los tonos claros y la iluminación campestre que se filtra a través de los visillos del salón . Como reencarnación plásti ca, esta muj er no se rá la ingenua Tejedora, desde luego, sino la astuta Tañedo ra de laúd de Verme e r. Para Isabelle Huppert , Emma ha dejado de ser el personaj e lánguido y hasta cari caturesco de la primera lectura adolescente; hoy resulta una muj er "aguda" y su fragilidad no es de orige n "orgánico". Emma Bovary vivirá de ntro de una categoría dramática única: la tragedia normanda. Esto último -más que n ada una broma de la qu e Huppe rt ríe- se despre nde de una idea de Ch abrol , de te rmin ante para la pu esta e n escen a de la novela. Madame Bovary es "la historia de una postromántica"; pe ro sobre todo , como libro , simboliza una de esas raras tragedias que nada deb e n a los gri egos . La conte nción e n las actitudes de esa "campesina que cree no se rlo ", pero tambi é n laj usteza e n la actuación que permita el traslado puro de las emociones, son el soporte de un lenguaje cinematográfico que inte ntará re producir, como ya se dijo , con fidelidad , el le nguaj e escrito, cincelado obsesivam e nte por Flaubert. El afán por conseguir un re fl ejo objetivo de la obra -qu e el escritor pre tendía extrae r de la vida -, m ás allá de as pectos con cerni e ntes a la trama , como conservar o no pasajes, escenas o capítulos e nteros de Madame Bovary, tendrá que supera r muchas barreras: el le nguaj e ceñ ido , sopesado hasta el cansancio , y el paso del ti e mpo , h an dejado un vasto campo de minas para la adaptación a otro m edio . Lo que hi zo Woody All e n al abordar el pe rsonaje de Emma en su cu ento "The Kugellmass Episode" fu e, desde luego , un juego paródico. Propuesta e n verdad facilona y ya desgastada. Por lo. pronto , el proyecto multi-

Flaubert en El Calro, 1850. Foto de Maxlme du Comp.

millonario qu e alte ró co n su cauda de ruido y lumin osa ext ra vagan cia la vida pausada de un pu ebl ecito normando, pareciera chocar de frente con la lenta m ad uración de Madame Bovary, el proceso crea ti vo qu e daría n acimi e nto a un es til o lite ra rio y a un a forma de vida intelectual. Habrá que ve r si la cinta de Chab rol , más qu e el respeto al le ngu aje coloq uial con o sin anacronism os, o al e ntorno físico, conse rva el Bibltoreca de M éX ICO

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filo del bi sturí co n qu e Gustave Flaube rt -y el mi smo Chab rol en otras cintas- di seccionó la realidad co tidi ana: esa sue rte de elíxir qu e pued e ll egar a narcotizar al espíritu m ás reb elde o, como e n el caso de Emma, a extrae r por contraste la viole n cia y profundidad sin límites de las pas iones hum anas . Ya lo dijo tambi én Buñuel: "El cine es un arma m agnífica y peligrosa, si la m an eja un es píritu libre."

ELISEO DIEGO

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¿quién en eñará al h re qUécc . ~ra desq6és Ide él deb ; o del so17 , Eclesias és, VI-12 . { ~

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El patio al fondo con la--tapia e . . .rninas, :r- .' tres mangos, la pen rubra ' :,' ( de la salvaje floraciÓn de todo :: \ El cobertizo de la herrumbre inRtil, "', ¿adónde su postigo triste entorna? Corre un mágico río ~nt e las h ie baso 1'/ Hora es de entrar, escucha, en el silenctio

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¿Vienes de Soledad o La Amargur:a, de La Mura11a o Mercaderes, ca11es de negra luz? ¿O de :más lejos? ¿Ca11e de la Abundancia, Sacra . i~ quizás, o la Calleja de los Plateros,, 'o quiéIJ.-.. sabe ... / ([ qué pasadizo turbio entre qué hluros de la Gran Urbe Universal? T lÍI v'uelves: has 11egado y estás contigo a solas _ a11í en la ori11a en que se acaba quieto el hogar, y empieza la intefu peri ,.'';-

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Húndete, pues, entre las sombras. A un lado está-tu padre ___ -quizás donde la verj a¡ se resign á y el padre de tu padre, y luego r el que viene detrás, desconocidos .. una infinita procesión de extraños. La mano lívida en tu fr€~ nte, ¿bruñó la cáliga de Dr~ so ? p(

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y cuando el ceño sin motivos fr-uhces, ¿es en la frente del que frío apunta despacio a la pupila de quel f1m/ culpable sólo de ge~ir en qUefh f a? Donde tus pies están, hí estát}" todos.

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Biblioteca de México

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o r t 11a y: al otro lado, trémulos relumbres

del día que se oculta entre el follaje, ~ t s hijos y sus hijos. Pero, ¿quién dará a saber al hombre lo que después sucederá, después de él, sucederá debajo r (- del sol, quieres decirme? Apenas \ Jr- segundo de estar más que en sosiego y el mágico artificio no recoge la risueña blasfemia de los vidrios en el cuarto contiguo, ni los ojos, al cielo raso fijos, siguen, . por la fantástica humedad que es África, el rastro inquieto de la hormiga que llega a Ofir. No importa. ,.. "

El tedio acaba en el reloj. Entre mangos y hierbas, ya de noche; y en infinita procesión, los mudos, tus. queridos extraños transparentes. /

15 Entra por fin, entonces, al silencio del patio abierto a la intemperie donde firmemente entre la fronda atisban { l(!)s mil y un ojos de las fábulas parpadeando en el abismo . Arrora sí estás contigo al fin qué solo. El ~obertizo, _ el cobertizo lúgubre, trist~ ~,:erta para ti no entorna? ero atenclOn, escucha: . ¿no es ése el roce de un pedrusco juri o a la tapia, en la tiniebla? ,, :~lagartq. quizás, una criatura :,l~uiebra lá helada vastedad que cruje. ~, Susurra la quietud; aquí se vive .

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El libro que no se ha escrito

I Autor de numerosos textos críticos, de ensayos, narraciones y poemas casi desconocidos actualmente, Jesús Semprum escribió en 1927 un prólogo que todos hemos leído en Venezuela: el de La tienda de muñecos de Julio Garmendia. Recorrer esos párrafos nos permite adivinarlo sin dificultades. El estilo es conciso y ágil; la red de palabras esconde un pensamiento que, como río entre islas, va tocando conceptos y sugerencias, con una finalidad exacta. Su prosa rodea α los cuentos de Gar­ mendia y mientras los interpreta re­ fleja al cuentista, pero también acoge las indirectas confesiones del prologuista. Presentar un libro es una acción: «la verdad para el Hombre es la acción, y toda acción es diabólica». Si bien esto vale para el diablo de Garmendia, Semprum vive en la escritura, que no pocas veces se cpnvierte en demoníaco conjuro para él. En aquel prólogo hay toda una identidad f o r m a l ; pero las precisiones críticas no se hacen esperar: «Julio Garmendia no tiene antecesores en la literatura venezolana» o «Garmendia no parece un escritor venezolano de hoy en día» o «Lo que ha escrito Garmendia son cuentos fantásticos»: una definición y una ubicación que hemos visto cumplirse cincuenta años después: ejemplo de lucidez máxima expuesta por un hombre α c|uien se consideraba amargo en los últimos años de su eficacia intelectual. ¿Quién puede en forma tan elegante y audaz fijar α otro ese mate­ mático destino literario? ¿Sólo «aquel temperamento más adicto α Ια psicoloaía del paraujano violento» que α Ια hondura, según su desconfiado biógrafo? Tal vez, mejor, alguien que se buscó «en las profundidades de su ser mismo, en los inagotables manantiales de lo conciencia».

Pedro Díaz Seijas, su más fiel compilador y estudioso (publica en 1956 el volumen Crítica literaria con la cooperación de Luis Semprum; y en 1986 Jesús Semprum, Edición de la Academia Venezolana de la Lengua), considera que Semprum nació en 1884 —junto al río Escalante, en San Carlos del Zulia. Desde 1894 su familia se establece en Maracaibo. («El tremendo sol de Maracaibo parecía madurarle el numen temprano con su incubadora violencia» dirá después nuestro ensayista, ante la muerte de un amigo). Allí estudiará Medicina y funda la revista Ariel: «un grupo de mozalbetes llenos de entusiasmo fundamos, en lejana ciudad de Venezuela, una revistica de literatura que bautizamos >lrfe/. No era el alado genio de La tempestad el que influía sobre nosotros entonces, sino el volumen elegante de R o d ó . . . » . Ya escribe poesía, comentarios críticos y la novela (aún inédita) £/ crucifijo. La famosa revista de la época El co¡o ilustrado (1892-1915) publica sus colaboraciones, enviadasdesde Maracaibo. Para 1903 está én Caracas. Dos años después se gradúa de médico en la Universidad Central de Venezuela, con una tesis sobre «La paranoia persecutoria». Aunque α partir de entonces dedicará casi por com­ pleto su tiempo α Ια literatura y al periodismo, α traducir del francés y el inglés, α sus amorosos contactos con los clásicos españoles del siglo de o r o , α Shakespeare, Flaubert, Gorki, Dostoievski, ΖοΙά; α Juan Ra­ món Jiménez, α Unamuno, Azorín, Boroja; α Hugo, Anotóle France, Bau­ delaire, Verfoine, Laforgue; α Poe, Wells, Stevenson, Thackeray, Leopardi, y de este modo abandone la Medicina, sin dudo el método cientí­ fico, la estructura de la anamnesis y lo delicada precisión del diagnósti-

I

co, servirán como referencias form,ales para su rigor analítico. Semprum el ensayista expone un tema como si realizara una táctil incursión en el cuerpo textual. ' También en 1905, debido a cierto conflicto familiar (¡espíritu disidente de Simón Rodríguez!), decide su apellido, eliminando el acento y cambiando la letra final por «m)). De acuerdo con citas de Díaz Seiias, veamos este retrato del escritor: « ... observaba Fernando Paz Castillo en sus Reflexiones de atardecer, que entre 1904 y 1914, la labor literaria del crítico en las páginas de la revista (El cojo ilustra!1o), fue verdaderamente intensa. Esta es la edad de oro de la actividad que, como crítico, eierció en la literatura venezo. lana Jesús Semprum. ¿Cómo era entonces el hombre? Hay varios testimonios de quienes lo conocieron en aquellos días, en los que su fama reclamaba la mirada de los que aspiraban su entrada en el cerrado cenáculo de las letras criollas. Diego Córdoba, quien lo trató y recibió estímulo suyo en sus primeros años de poeta, lo pinta así: «Era Jesús Semprum alto y aparentemente robusto, trigueño, de frente amplia, negro pelo ensortiiado, antiparras' y paso' lento menudo. Tímido hasta el encogimiento y un tanto susceptible)). Se casa en 1912 con Isabel, hermana de .su gran amigo el poeta Luis Correa. Primero Cipriano Castro y luego Gómez imponen un clima de limita. ciones expresivas y políticas a Caracas. Semprum atraviesa esos años, sin embargo, aspirando a «que cada quien contemplara la vida con oios propios y diiera su pensamiento y su emoción con tan completa sinceridad que todos pudiéramos identificarnos con ellos)). De manera genial, José Antonio Ramos Sucre cifra la dolorosa situación del país: «La aspiración de las criaturas al infinito se torna angustiosa baio el peso de la sombra. Adivinan y sienten el cerco de un cautiverio)). Discreto en su vida pública, Semprum cuenta con amigos de diversas generaciones, entre quienes están el famoso Julio Calcaño, Pedro Emilio ColI, César Zumeta, Pedro César Dominici, Manuel Díaz Rodríguez, Rafael Cabrera Malo. Entre abril y ¡ulio de 1911 dirige la revista Sagitario, para la cual escri-

be crónicas internacionales. En opinión de Humberto Cuenca desde ese año hasta 1919 se extiende la actuación crítica más densa de Semprum. Persisten para el interés actual sus páginas sobre Tablada, Lugones, etc. Según Díaz Seiias ya es, entonces, «el árbitro más respetado de las letras venezolanas)). Para 1919 trabaia en El Universal, y parece hacerse más notable el peligro político. En agosto viaia hacia la «impávida)) New York. Allí permanecerá hasta 1926, trabaiando como colaborador de algunos periódicos norteamericanos, traduciendo, publicando en la prensa de La Habana, Maracaibo, Caracas. También se ocupa de cine. Durante su estancia en New York aparecen los primeros trastornos cardíacos. Regresa a Caracas, baio una difícil situación económica. Sus amigos lo ayudan para que sea nombrado profesor de Lenguas Antiguas y su Historia, en la Universidad Central de Venezuela. Se aleia cada vez más del periodismo; vuelve a eiercer la medicina. Su carácter es hosco y rechaza mucho de cuanto la nueva generación de escritores ofrece. Trabaia en una interesante novela, La Nueva Ciudad. Lo hechiza el alcohol. «Exaltación, delirio, impetuosidad en desbordes singulares y a veces extravagantes; su amor a los paisaies lúgubres; la exquisita sensación que sentía frente a las notas de un mundo desconocido que parecía hablarle en palabras de enigmas; ( ... ) la hiel que destilaron a menudo sus sentencias críticas)): todo lo envuelve en un ocaso demoníaco, si seguimos a Humberto Cuenca. Muere el 13 de enero de 1931. Aquella frase de Julio Garmendia sobre Ramos Sucre, pudiera estarle dirigida a Semprum: «se retuerce en el desequilibrio del sentimiento y el raciocinio y se tortura en el conflicto entre la vida que vive y aquella otra que se deseara vivir)). No escribe un libro y sin embargo deia admirables páginas que iluminan un largo proceso. «Verdadero crítico profesional, en una vida muy accidentada y dolorosa, Semprum dispersa una multitud de estudios que con singular fineza de análisis eniuician la obra de los más importantes autores venezola nos)).

BiblIOteca de

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MÓICO

JESÚS SEMPRUM

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El viejo y el mozo habla n sobre lecturas.

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recuenta usted las librerías? -Propiamente hablando , no. ¿Por qué 10 pregunta? -Dicen qu e a un hombre puede juzgá rsele por la clase de libros que lee, como puede deducirse su conducta de la clase de gente que trata. -Sí; pero entre nosotros el gusto por la lectura es vago , inconsciente, salvo, como es natural , exce pciones contadas. De modo qu e le sería difícil juzgar a la m ayoría por su afición como lectores ... -Sin e mbargo, en el mundo mode rno , es raro quien no tiene su autor favorito . Es imposible vivir en este siglo sin leer . -Sí es. Y muchas pe rson as lee n los papeles dia-

rios y los almanaqu es con chistes que su elen regalar los farmacéu ti cos ... - Exagera. T odo el mundo lee sus libros. -Muchas pe rsonas lee n los que le caen a la mano . He con ocido a un caballero cuya biblioteca se componía de cinco libros, a saber: Robinson Cvusoe, Los Girondinos por La martine , Venezuela Heroica, un Nu evo T estam e nto y un volumen de cu e ntos de Bocaccio. El tal e ra hombre prude nte, y antes qu e despe rtársele la curiosidad de conocer nu evas obras y nu evos asuntos se hundió deliberadamente dentro de sus cinco libros, qu e conocía al dedillo . Fue un hombre qu e vivió feliz y sin duda contribuyó no poco a ello su alejami e nto de las lecturas peligrosas.

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David HQckney, Sillón, 1969. Bibl io teca de M éxIco

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David Hockney, Rue de Seine, 1972.

- Usted habla en broma. Para no leer sino cinco libros durante toda la vida se n ecesita ser un imbécil acab~do. - Yo no le digo que el caballero a quien me refiero no fuera un imbécil. Atestiguo dos hechos: leyó cinco libros y fue feliz. - Pero sin leerlos tambi én 10 hubi era sido. - Un poco m enos, porque el haber leído y releído aquellos cinco libros e ré1 para él un elem ento formidabl e de felicidad: tenía cinco vidas m ás , o, para ser más explícito, estaba e nriquecido con cinco mati ces más de vida . - Ya comprendo su idea. -Si usted le hubiera puesto ante los ojos libros llenos de visiones abstrusas, com plicados con erudición, de esos que impon en la n ecesidad de reflexión y estudio , y que nos va n indu ciendo y arrastrando por caminos nu evos, el pobre hombre se hubi era fatigado y a la postre habría aborrecido la lectura. En cambio pasaba un día co n Robinson y otro co n San Marcos, atrav esaba con el corazón lleno de latidos temerosos, por entre las tempestades de sangre y de ira de la revolución; se e nard ecía con las hazañas de los gra nd es patricios nu estros y por último sonre ía con las ave nturas ll enas de gracia y con las picardi hu elas de l gran italiano. Si alguien lo hubi era inducido a apar tarse de sus fie les conocidos para avent urarse por el piélago de los libros ignotos , habría perd ido acaso la sere nid ad que lo aco mpañó en la vida , co mo una ben évola so nri sa perd urable de los destino s. -¿Uno entonces debe limitarse? -¿Y qu é otra cosa hace todo el mundo? Existe n m éd icos, pongo por caso , qu e en su vida han leído más libros que los de m ed icina. Creen ell os y cree n bie n , que toda otra lectura hu elga. Imagínese un m édico qu e le dé por la m e tafísica. Al poco tiempo aborrecerá su propia ciencia co mo cosa baladí, va na y transitoria.

- Pero conozco naturalistas que han ll egado por las gradas de la medicina al es tudi o de los grandes proble mas uni versales . - Eran metafísicos de vocación y no curande ros. - Es que h ay qui en sea excelen te filó sofo y m é dico práctico. -Son cosas inconciliables ... Pero no es ése el caso. Nos apartamos de las lecturas . Cada quien lee cierta clase de libros única y exclusi vame nte, con raras exce pciones. La cultura co nt emporánea, que viene imponiendo 10 que se llama especialización, impide, por estorbosa para la vida práctica, aquella idon eidad e n los asuntos de tod a índole qu e tu vo su arquetipo en el filó sofo de Estagira. Hoy el hombre de cien cia se conforma con ser especialista en tumores sebáceos, en construcciones campestres, en pleitos de divorcio o en cultivos de tártago . Con eso le basta para ser útil a los de más y para ganarse honradamente la vida. ¿Cuántos libros n ecesita conocer a fondo un especialista en quistes sebáceos? -Lo ignoro; p ero veo que usted se burla . ¡La lectura es un campo tan amplio' ... -Amplio y fértil, pero se necesita m étodo ... Si usted se pone a leer cuanto libro le caiga en las manos, sin plan y sin orden, terminará por perder casi todo el ti empo que consagra a la lectura ... Lo sé por propia experiencia. Si alguien me hubiera guiado con pruden cia y lealtad en mis lecturas cuando mozo, hubiera despilfarrado m enos tiempo en inútil es exploraciones. Ahora sé 10 que debo leer. Pero a los 20 años pocos son los que 10 saben. Derraman la atención sobre una porción de libros inútil es o vacíos, y además se dejan arrastrar por la moda . .. -¿Qué moda? - La Moda, amigo, la terrible y fun esta deidad mode rna : la que 10 obliga a usted a cortarse el cabello en esa forma, a usar los bigotes mutilados, a vestir como va vestido, a saludar de tal modo , y a com er tales manjares y a fingirs e dele itado coy; cuál música, y a opinar sobre la guerra europea; la que 10 puso a bailar ayer el tango y m añana 10 obligará a volar por el cielo en aeroplano, la qu e 10 tien e boquiabierto ante las extravagan cias de las costureras; la que recomienda libros frívolos O n ecios o embusteros. ¿No recu erda u sted el auge glorioso de ( Qua Vadis >, no vela sin originalidad ni arte, o de La Grande Ilusión, volumen propio para suscitar las cavilacioGracias a los n es de un agente viaj ero fatigado? . dioses los grandes libros nunca han estado de moda . . . -Sin embargo, suele n ponerse. -No: lo que pasa es que e n ciertos instantes de la vida humana parecen lanzar chispazos nuevos desde las lejanías del tiempo, como las grandes estrell as cuyas fulguracion es ti enen a veces relámpagos cegadores. Cada vez qu e releo a Shakespeare, por ej e mplo, e ncu e ntro alguna fa ceta cuyo bri110 no había notado. Me re focilo entonces golosamente con mi descubrimi e nto. Si acaso, solicito a algún compadre idólatra como yo del gran poeta, a qui en comuni car mi impresión. Ciertos lectores somos como esos pacientes víctimas de e nferm e dad es secre tas, que buscan a sus cofrad es de dol en cia para contarse mutuamente sus cuitas. -Comparación impura. - Pero propia. El lector necesita experiencia que sólo e n cue ntra en la lectura varia y num erosa : al cabo de algún ti empo se orienta y entonces sabe el rumbo que debe tomar. Lo m alo es eso: el experim e nto personal. Si hubi era personas que se co n sa-

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David Hockney, Esbozo poro un retrato de Nick Wilder y Gregory, 1974.

graran excl usivam e nte a la lectura, podrían darnos alguna lu z a ti e mpo . -Me recue rda usted un cue nto de Anatole France. -Sospecho cuál es: el del sabio q ue se propuso compendiar e n las m e nos palabras posibl es la hi storia de los hombres. Después de escribir volúmenes fue desech á ndolos y mutilándolos hasta qu e sólo consignó, e n exiguo trozo de papel, estas tres palabras: na cie ron, sufrieron, muri ero n ... Cosa igual podría hace rse con los libros; pero pe rderíamos muchos mom entos de e moci ón nobl e y de pe nsa r sereno. Para qui e n no posea fecundas fuentes espirituales propias, y ésos somos la mayo ría e norm e de los hombres, cuyo pe nsami e nto no es tan alto ni puro que en su propio ej ercicio e ncu e ntre ocupación magnífica y permane nte, para los hombres vul gares que formamos la humanidad corriente y molie nte, la lectura es n ecesaria porque nos ennobl ece, y nos purifica y nos mejora producié ndose la ilusión de qu e somos buenos. Cuando usted lee e n un libro un pensamiento feliz, se dice muchas veces para sí: esto mi smo hubi era sid o yo capaz de decirlo; y se fragua así la ilu sión de ser usted capaz de nobl es ideas y por ese solo acto se eleva usted e n dignidad hasta co nvertirse en par del autor favorito. Cuando usted lee el Hamlet co n profunda simpatía y sincera emoción , es usted un continuador de Shakespeare; y vale usted tanto como Cervantes cuando se queda pasmado ante las peregrinas aventuras de Don Quijote o ríe con los donaires de Sancho. Autor y lector concluye n por formar una entidad úni ca. A m edida qu e la obra ajena va apareciendo e n la m e nte de ust ed le pertenece tanto como al a utor. -Son sutilezas. -Pues no ha leído usted nun ca co n amor efusivo

y hondo n in gún lib ro. Lo de plorabl e es qu e la e n e rgía de la se nsibilidad y de la im aginación se despilfarra en lect uras necias. ¿No se ha fijado usted e n los libros favoritos de los ch icos de hoy? Creo qu e lee n av e nturas estú pidas de de tectives, y ni siqui era los lib ros originales de Conan Doyle, qu e no carece n de cierto arte, sin o foll etines baratos y sin asomos de inge nio ... Cuando usted e ra mu chach o leía a Julio Verne; noso tros leíamos a Dumas. Ignoro por qu é los chi cos de hoy , e n ve z de lee r a Well s o Stevenson, dos m a ravillosos noveli stas, se empe ñan e n atosigarse el á nim o con las ave nturas estrafalarias de los de tectiv es de nombres ridícu los qu e se amuchi guan e n las lib re rías. ¿Se rá necesario qu e algún humorista mod erno componga otro Quijote contra estos nu evos libros de caball ería? -C ompuesto co n gracia no dejaría de ha ce r fortun a. -¿Y el desdén por la Historia ? Nuestros let rados se ocupan e n cosas de historia co n te nac idad y hasta co ntumacia aguda. Pe ro en ge ne ral los lectores de Hi sto ri a so n raros. Sin e mbargo, la lectura más recom e nd abl e a la juve ntud es la de la Hi storia. -¿C ree usted e n la Hi stori a? -¿Yo? En mi s días. Pe ro el estudio de la Hi storia es a m e no, como de cosa nov elesca al fin, y prepara para la vida de un mod o prácti co. - ¿ Porq ue e nseña la verdad? - Porque e nseña que no hay verdades escritas posibles: que sólo la Vida puede darnos en ciertos mom e ntos refl ejos de la ve¡dad. El m edio más seguro de cae r e n el esce pticismo trascendental es co mpulsar historias.

(Ac tuCllidades, Ca racas, 1918)

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El bibliófilo JESÚS E. VALENZUELA

Valenzuela, en la época de la Revista Moderna.

Este cuento de J esús E. Vale nzu ela acompaña muy bi e n a la Bibliomanla de F1 a ube rt . El escritor m ex ica no re trata una pasión desmedida por los libros, qu e ll eva a su bibliófilo a la mu e rte. Vale nzue la, qui e n fu era fundador y director de la Revis ta Moderna (1898-1911 ) recogi ó su cuento e n el volum e n Miserias humanas, que fuera impreso alrededor de 1900 e n París, por la Viuda de e ll . Bouret. Nuestra Biblioteca co nse rva un ej e mpl ar de di cha obra.

Los

bibliófilos deb e rían ser casi unos magos para justificarse del am or apas ionado qu e ti en e n a los libros; pe ro se explica que no 10 sean porque gen e ralm ente sucede qu e no se dedican a leerl os mucho ni poco, pues a su muerte se e ncue ntran los volúm en es intactos sin estar ni siquie ra cortadas las hojas. Por 10 demás, esto no impide qu e sean pe rsonas muy ente ndidas y sumam ente apreciables como 10 prueba la sigu iente hi stori a qu e pa rece cue nto . Era el buen se ñor un viejecito muy amable qu e te nía dos particu lar idades: la de se r bib liófilo de corazón, por puro gusto, sin interés ninguno, y la de usa r co nstante m e nte en su casa con cierta coqu etería muy n at ural e n é l, un a gra ciosa gorrita griega bordada de oro, con su borlita también de oro y que le caía mu y bi en e n su cabeza ágil y e rguida siempre. T en ía un ca rácte r afable y a la vez muy ex pedito, mirada viva escudriñadora que desplegaba e n 10 que era su ocupación y todo su afán , los libros, a los qu e profesaba U,la ve rd ade ra adoración consagrándose con toda su alma al culto de su bibl ioteca que la había con vertido Po n un ve rdad ero santuario. La otra manía , la de la gorra e ra tal , qu e cuand o po r casualidad se le ol vidaba, todo él se desconcertaba y no at in aba a hacer nada e n regla , com o si eS3 prenda fuera el co mpl emento de su persona y el regulddo r de sus acciones. La

historia de la gorrita abrazaba estando dormido, el despertar una gran parte de su existen- y , no acordándose con exacticia que sería ve rdaderame nte tud de algún dato relativo a sus engorroso referir y bastará sa- libros, ya no podía conciliar el ber que ese adorno o niñe ría sueño viéndose forzado a lee ra e n este señor una reliquia vantarse; y encendía la luz con que idolatraba nada menos mucha calma, se calaba su goque por el rec ue rdo de la ma- rrita y se pasaba toda la noche no cariñosísima que la había en vela revolviendo libros, revisando páginas, consultando, bordado. Como el trato y afición a los notas, abriendo y cerrando arlibros databa en él desde su marios: y parándose en frente mocedad, había tenido sobra- de ellos se ponía a meditar hasdo tiempo para atesorar las ta encontrar lo que buscaba, m ejores joyas literarias qu e hasta esclarecer la duda que la contemplaba con fruición, pa- había de dejar como un cabello, sando días enteros en arreglar sorprendiéndolo en estas faeescrupulosamente tantas obras nas los albores de la mañana. No salía de su casa sino paque poseía, conforme a su antigüedad, por orden cronológi- ra algo que se relacionara con co unas, otras por orden alfa- sus constantes devaneos, de béti co, aquellas por ediciones, manera que sus excursiones y títulos o materias de que tra- visitas eran a las casas editoriataban, según que eran de auto- les, imprentas y librerías para ver a los que comercian con res nacionales o extranje ros, anotando las circunstancias es- libros; siendo de notar que pecial es de cada una, marcan- cuando emprendía esos trabado los ejemplares div ersos, y jos no le arredraba el mal tiemformando extensos catálogos po ni ninguna consideración. en los que apuntaba lo más no- Lloviendo, tronando, nevando table respe cto a la adquisición o haciendo un calor abrasador, de volúm en es escogidos, raros se olvidaba muchas veces de sí o agotados, no descuidando en mismo y se absorbía en las orim edio de estos trabajos el va- llas del Sena por ejemplo, pale rse de substancias antisépti- sando y repasando por donde cas apropiadas para conservar se exhibe n los puestos de lisu vasto acopio de libros sin el bros viejos, buscando cualquiera indicación que le intersara menor deterioro. Con mucho esmero tam- y no cesando en sus correrías bié n procuraba completar co- hasta que la encontraba. lecciones de autores célebres, Por lo demás, el éxito siemhacie ndo gala de poseer ricas pre coronaba sus esfuer zos, 10 edi ciones qu e no se en contra- que era natural dados sus vasban e n archivo alguno, mu seo tos cono cimientos, su experi e ncia, sagacidad y tenacidad o biblioteca del mundo entero, para 10 cual siem pre andaba a para todo lo qu e traía entre caza de todo lo que podía ha- manos . y este bibliómano así, tal lagar su gusto exquisito por los libros. como era, había tenido la fory viendo sus esta n tes y retuna inme n sa de rodearse de corri e ndo con la vista meticu- lo que n ecesitaba, siendo esto losamente a través de los cris- sumamente raro, porque 10 cotal es o del alambrado los com- mún es qu e los hombres estén partimientos de los libre ros, fuera de su lugar, y ese señor recti ficando las anotaciones estaba precisamente en donde que hacía diariamente , bata- debía estar. ¿Quién podía creer ll ando en su imaginación con que basta un cierto número de todo aquel ejé rcito de libros de estantes atestados de libros patodos tipos y tamaños pasaba ra ele va r a un hombre como él el ti empo recreándose plácida- al pináculo de la felicidad? m e nte en el templo de su faPero hay que de cir la ve rnatismo . Era pues un o de tan- dad toda, tanto más cuanto que tos maniáti cos apacibles y su 10 que va mos a referir no venmanía ll egaba al grado de qu e · drá sino a realzar los buenos muchas veces, a la h ora de co- sentimientos de este tipo sinm er, se levantaba reper;tina- gular. m ente de la m esa para emAl bibliófilo qu e vivía tan prende r cualqui era in vestiga- en paz le vino un día una pena muy grand e como si se hución en su biblioteca, en donde se ponía a trabajar inde finida- bi era clavado una espi na allá m ente si n acordarse de que ca- en el fondo del corazón. Quién si no había comido . A media sabe cómo, cuándo, a qué honoche le aco ntecía también, ya ra, por qu é o de qué manera le

BlbllQtew de MexlCO

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aco nteció el descubri r e n uno de sus libre ros un tomo aislado, trunco, de una obra que había sido impresa, editada y publicada e n dos tom os. Aq uel pe rcance le produjo fuerte desagrado, pero creyó qu e el volumen que faltaba se le habría extraviado en tre otros libros y qu e aunque fu e ra con algún trabajo lo e ncontraría. Se puso inmediatame nte e n m ovimiento y buscó y más buscó; todo fu e en vano. Reburujó por todas partes, desocupó todos los libre ros, las alacenas olvidadas e n dond e había muchos trebejos, volteó la biblioteca al revés; desca nsó, m editó , caviló; se quitaba - ya n e rviosola gorrita de bo rlita de oro como si le estorbara para aviva r su me moria, luego se la volvía a e ncasqu e tar y se h acía cruces de cómo se le había pe rdido aqu el libro: no le cab ía e n lo posible tamaña desve ntura. y no se daba por ve n cido: reiteraba sus pesquisas consul tando sus apuntes, sacando y esculcando los cajones, llenaba el suelo de libros, y uno por uno los revisaba casi dele treando los títulos, se pa rando y separando para volve r a e ncajonarlos . Si le cabía alguna duda, e mpezaba de nuevo la misma tarea ponie ndo el m ás escrupuloso cuidado e n que nada se le escapara . Cansado, rendido, aplazaba su investigación para el día siguie nte y así co ntinuó varios días sin conseguir nada, tu rbado, taci turno, moh íno y hasta enferm izo. Pe rdió el apetito, pe rdió el sueñ o, pe rdi ó la tranquilidad . y lo peor de todo e ra qu e el libro qu e buscaba no podía re mpl azarl o, porque esa obra desde hacía mu cho ti e mpo estaba comple tamente agotada. Entonces el pobre hombre , ya perdida la espe ranza de e ncontrarlo, se entristeció profundam e nte, y lo q ue hacía e ra pone rse a co n templar el tom o que te nía e n s u pode r como que riendo pregunta rl e por su compañe ro -con el qu e m ás valía que tambi én se hubie ra extraviado- . y pe n saba, y compadecía al tomo trun co, mutilado , que no servía para nada así incompleto, y se abismaba e n la con side ra ción de qu e así como aq uel tomo suelto no valía nada, los dos juntos ¡qué obra tan completa formaban l Nunca pudo imaginarse el pesar que le había causado la vista de la mitad de un libro

qu e sobrevive a la otra mitad o que a nda por su lado y la otra mitad por el suyo; no le cabía e n su espíritu la pe na qu e le producía la existencia de un tomo solo cuando debe ría n se r dos qu e te nían qu e estar siempre jun tos, unid os sie mpre e l uno al lado del otro, sin separa rse n un ca, co nte mpl ándose y comple tá ndose mutuame nte

Aquell a obra no e ra tal vez una obra maestra, pe ro para él te n ía un valor ina preciable porque ve ía a todos sus libros como si fu e ra n sus hijos, hijos dóciles, sum isos, sosegados, qu e los te nía sie mp re a la m ano y que no le daban guerra en lo absoluto, por lo qu e lo hacían comple tam e nte feliz y esto hacía qu e se aumenta ra s u cariño pa ra ellos. y q ue ri é ndolos a todos igualme nte , porque todos por igual le e ndul zaban la vida, se a fli gía po r e l libro que h abía pe rdid o com o si hubiera sido un o de los m ejo res: todos para él e ran excele ntes. Hi zo el bue n hombre pode-

ríos pa ra e nco ntra rlo, se echó a andar por todas partes co n la raq uítica espe ran za de qu e la sue rte se lo depa ra ría, si bi e n lo desmorali zaba la tris te idea de qu e si acaso encontraba u n ejemplar sería la obra compl eta y sie mpre qu edaría su tom o trun co. ¡Un tom o trun co cua ndo la ob ra hab ía sido hecha en dos tomos l Este pensam ie nto lo hacía s ufri r cru elm e nte qu itánd ole la calm a y n o pod ía conforma rse en e m ejan te fatalidad. En s us paroxismos se decía a sí mismo que si el libro qu e te n ía e n su poder hubie ra sido ca paz de se ntir y de habla r, ¡qué a ma rgame n te debería haberse quejado de su suerte de libro s uelto, incomple to ' Poseído enton ces de un a gran tri steza ya co nvencido de la pé rdida irre pa rable, come nzó s u án im o a decaer rápidam e nte y su fís ico a debi li ta rse y poco ti e mpo desp ués se extin gui ó muy apacibl e men te, pero no sin haber hecho su testam e nto tan original como él lo había sido toda su vida.

La cláusul a pri ncipal del codicilo qu e hi zo en sus últim os días, decía qu e legaba todos s us bienes -fue ra de algunos do na ti vos part ic ul a res qu e designaba- para los gastos qu e se hi cie ra n con el fin de rec upera r el tom o qu e se había perdido . Que de encontra rse di cho tomo se re fund iría la obra e n un solo volum e n pa ra evitar que los dos tom os se volvie ran a se para r y qu e se ría e ntregado, no a la bihlioteca nac ional e n dond e todo e l mu ndo manoseaba los libros, sino a un amigo íntim o qu e él m e ncionaba y que m e recía toda s u confia n za. Que lo qu e sobrara de los gastos impe ndid os para e nco ntra r el li bro e n cuestió n , se le destinaría e xclusivam ente a alguna pob re mujer casada cuyo m a ri do hub ie ra desapa recido sin sabe rse su pa rade ro.

La hi sto ria o cue nto no dice si por fin aq uel tomo qu edó para sie mpre trun co.

Mester de maxmordonía GERARDO DENIZ m ax mordón . (Probablemente de mazamorra.) m . desuso Hombre de poca esti m a, tardo, pasm ado y sin discurso. 11 2. desuso Hombre taimado y sola pado.

U

na palabra obsoleta, pues; tanto com o lo era la propia palabra "obsoleta" hace un cuarto de siglo. Maxm ord ón : palabra simpáti ca, asimismo , qu e desc ubrimos e n el diccionario casualme nte 20 años atrás y qu e en el acto estuvimos de acuerdo e n aplicarle a determinado person aje - uno de nosotros- qu e conocíam os demasiado. Pe ro esa historia la contaré despacio otro día. Por el mome nto m e conformaré con una orientación ge n eral, prelimin ar. El hecho fu e qu e un os cuantos e mpl eados de cie rta importa nte casa editora com e nza m os a e mplear la palabra "maxmordón" e n un a dirección especial , primero para nombrar al susodi cho señ or yen seguida tambi é n para designa r a sus sem ejantes. Yo no tardé en aband onar aq uella editor ial, pero la palabra la h e segu ido usando y qui ero esperar qu e prenda en el uso común. ¿Cuál era pues el tipo de hombre tardo , pasmado y sin di sc urso al cual mi s am igos y yo le ap licam os, hacia 1972, la anticuada denominación "maxm ordón "7 Dicho e n pocas palabras: un m ax mordón es un sabihondo típico de editorial. Situémonos en el ce ntro de gravedad de una casa ed itora. No im porta, al m enos de m om e nto, qu e sea grande o pequ e ña, ant igua o nu eva, dedicada a publicar deli ciosas ediciones de fray Luis de Granada o pa lpitantes revistas con reportajes de "e l cue rpo se e nco ntraba en avan zado estado de desco mposición ". Alce mos la voz, sin hace rla ofen siva, y preg untem os al aire: - ¿"Estados Un idos" o " los Estados Un idos"7 Ah ora es pere mos unos segu ndos. Ya se oye un rum or inde fi nible.

Un se ñor asoma por un a puerta. (Es característi co de los maxmordones que sus puertas nun ca tienen aire importante.) No pertenece a ningún tipo racial , antropológico ni frenológico dete rminado . Y, si ti ende a ser de edad madura, esto no tien e que ver con vocación tardía ni con la estru ctura de su cerebro, qu e evidentemente e ra idénti co -y no podía se r de otro modo- larguísimo ti empo atrás. T ien e que ver sólo con el orden burocrático tradicional, qu e propende a con cede r esta tus maxmordónico sólo a quien ll eva veintitantos años de prácti ca. Lo cual -apresurémonos a recalcarloes un a sup ersti ción, ni más ni m e nos. Aunque la edad tenga lo suy o, la maxmordon ería ta mbi én se be n e fi cia grandem ente con algunas petulancias propias de la ju ve ntud . Pues nos hallamos - ¿habrá que decirl 0 7- fr ente a un ma xmordón . Ante el maxmordón, por antonomasia, de la editorial donde este mos, pues si bie n a m enudo h ay va rios, sie mpre un o es el m áx imo. - ¿ Usted es quie n pregunta si "Estados Un idos" o " los Estados Unidos"7 -el ton o podrá se r melifluo y m alalech e o altanero y pe rdona vidas- ¿es u sted 7 Escúch eme. Los países ti enen nombres. Guatemala. Itali a . India. Estados Unidos. Hace cie n años, por influ encia fran cesa, leía un o, con asco, cosas como "la España" y "e l Méj ico". Ya no , por suerte, pero hay casos d uros de e rradicar: "la India" , "lo s Estados Unidos", " el J apón" . ¡Suprímase de una vez el artículo' ¡Uniformidad .. ' ¡Modernidad .. ' Y lógica . ¿O n ecesita más ejempl os7 Pongéi usted "Estados Unidos" a secas: "Estad os Un idos está e n Am éri ca", "la pobl ac ión de Estados Un idos".

BIblIO teca de M éxico

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Démosle las gracias a este maxmordón y trasladémonos a la editorial más vecina a la suya, a re petir la ex pe ri encia. Saldrá otro: -¿Usted es qui en pregunta si "Estados Unidos" o "los Estados Unidos" 7 ¿es usted 7 Escúcheme. Los países ti enen nombres, establecidos por una larga tradición . España. México. La India, el Japón, los Estados Unidos. Unos ll evan artículo, otros no. Pero en el caso de los Estados Unidos, además, no cabe duda posible : si bien, para nosotros, "Polonia", por ejemplo, no significa sino un nombre propio, en cambio "estados" es plural de "estado", un sustanti vo común bien conocido. Exactamente como decimos "los canarios amarillos", habremos de decir "los Estados Unidos". ¿Quiere más ej emplos7 - Por supuesto -intervendrá otra voz, fem enina y característica-. Y hay un caso absolutamente único: "la Argentina". No hay agrav io al lenguaje y a la ra zó n como ser el de quien es dice n, paradojalm ente, "Ur uguay y Argentina". Debe ser "el Uruguay y la Argentina", por supu esto, pues "el Uruguay" es apócope o abreviación de "Re pública Oriental del Uruguay" -¡ojo: "del Uruguay", no "de"'-, en tanto qu e e l nombre completo es "Repúbli ca Argentina", dond e "arge ntina" va a ubi ca rse como adjetivo, ¿comprende 7, y si se om ite "rep úbli ca" hay qu e guarda r e l artículo : "la Arge ntin a", siempre, o sea "la Repúbli ca Arge ntina ". El maxmordón ha qu edado presen tado. Y a un la maxmordona. La proliferación de maxmordonas es un o de los signos más estimulan tes de liberación de la muj e r.

Una carta de Justo Siena Presentación y notas de Patricia Pérez Walters

A la calva de Éforo



J usto Sierra, Secretario d e Instrucción Pública y Bellas Artes, inicia su carta dirigida al periodista Telésforo García, el 13 de mayo de 1907, poniendo de manifiesta su desagrado por el género epistolar. En desacuerdo con las preferencias del maestro, es e n virtud de este género que se abre la posibilidad de adentramos en sus ideas y sentimientos íntimos. Es también gracias a esta carta, cart proporcionada por el Arquitecto Alfonso Alcocer, q u e quii 4 años después podemos "en84 £ ar de rondón e n [el] despa¬ trai lo" y recrear la relación de cho os entrañables amigos q u e "después de m e s e s e n t e r o s d e no [verse] y, contentos a m b o s de estar juntos, [cogían] el hilo de [su] p e r e n n e conversación interrumpida". Nacido e n 1844, Telésforo arcía era español, originario de Puentenansa, Santander, pero residió gran parte de su vida e n México, donde murió en 1918, Partidario d e las doctrinas de Comte, García fue sociólogo y u n reconocido filántropo, colaboró e n la Revista Positiva, desarrolló u n a gran actividad periodística y publicó varios opiisculos, e n t r e ellos: ¿Garantiza mejor el sistema metafisico que el sistema experimental? (1881), Política aenti'fica y política positiva (1887) y Don Cabina Barreda ij la integradan de la nacionalidad me¬ xicana (\90\)^ Μ La relación entre Justo S i " rra y Telésforo García fue larga y m u y estrecha, tal como se confirma en el cálido tono fraternal de la carta. Su amistad se fue forjando e n el ejercicio de la pluma, la cual corrió entre ambos como vinculo en todo m o m e n t o de su vida, desde la afectuosa b r o m a hasta el más apasionado debate periodístico. Un ejemplo del duelo de ingenios y de sentido del h u m o r que ambos esgrimían e n las r e u n i o n e s celebradas e n casa del maestro, donde todos los asistentes debían charlar e n verso,^ es el soneto burlesco A la calva de Éforo, p s e u d ó n i m o de Telésforo, que fue publicado por Sierra e n El Federalista en 1872:^

Calva q u e espía el zopilote errante c o m o el cimborrio e n q u e su vuelo posa; hemisferio e n c u e r a d o e n q u e la diosa V e n u s dejó su estrella rutilante; A su vez, "Éforo" respondió a aquel soneto con m u c h a gracia, haciendo el siguiente retrato de Don Justo:"*

El todo de Justo Aquella i n m e n s a mole q u e allí veo ¿es u n ídolo asteca barnizado de blanco y de carmín engalanado con levita y sorbete a lo europeo? ¿Es u n m o d e r n o y singular Proteo en t e r n e r a sajona transformado? ¿Es tal vez Carlos cuarto q u e h a dejado su caballo d e b r o n c e e n el Paseo? ¿Es aerolito m o n s t r u o descendiendo acaso de la luna hasta la tierra? ¿O b o m b a q u e del sol ha despedido e n o r m e obús gigantesca guerra? Muévese al fin, se acerca, y confundido y estático m e deja. ¡Es Justo Sierra! La carta reproducida a continuación es u n a v e n t a n a al proverbial sentido del h u m o r de Sierra, de quien h e m o s heredado una errónea imagen estereotipada de educador sol e m n e . Las líneas dirigidas a Telésforo a propósito de u n crédito contraído en España, le dan pie a una sutil ironía acerca del porvenir editorial de su propia obra poética. El sentido del h u m o r no era el único vínculo entre los amigos. Sierra y García foguearon su cercanía en la tribuna de El Precursor, desde 1874, y a partir de 1883 e n La Libertad, del cual Telésforo era el director, d o n d e compartieron convicciones políticas y filosóilcas con Ignacio Ramírez, Guillerm o Prieto, Francisco Sosa e Ignacio Manuel Altamirano.^ A lo largo de los años de militancia periodística prevaleció siempre la m á s cercana con\-ivencía. Es d e este m o d o q u e en 1875, Sierra p e r m a n e c i ó convaleciente e n casa de la familia de Telésforo en Querétaro, al haberse luxado la rodilla, y que e n 1912, García le ofreció hospedarlo en su casa en Madrid.*^

La carta que Don Justo Sierra dirige a su amigo, abre con algunas consideraciones sobre la última obra de Telésforo^ e incluye huellas rutinarias de la cotidianeidad, entre ellas la carga d e su inconcluible obra sobre Juárez. El tono cercano sirve d e pretexto para transitar librem e n t e a varias cuestiones, entre ellas algunas advertencias sobre el n o tan grato Dr. Quevedo y Zubieta, quien a p e n a s había sido nombrado cónsul en Santander. La carta se convierte e n u n testimonio de las ideas de Sierra sobre la situación política en España, el sentido del bagaj e histórico de los pueblos y la necesidad democrática del estado laico. La OTnfianza entre los viejos militantes da pie a que Sierra reflexione sobre la situación política e n México; la inamovilidad del sistema le resulta una "linea negra" e n el horizonte y si bien presiente un cambio, no sabe distinguir entre la "tempestad" o "una tierra nueva". No obstante el "escollo", Sierra se muestra consciente

de la responsabilidad q u e h a adquirido: "acostumbrar a la gente a vivir del trabajo, acost u m b r a r al niño a ir a la escuela". El maestro no elude su misión y la a s u m e tanto públic a m e n t e como e n la charla íntima con el amigo de siempre, con su h e r m a n o , Telésfor García. •La tempestad, efectivamente, llegó. Sierra presenció el final del régimen de Porfirio Díaz y en el m i s m o a ñ o muric su a m a d a hija Luz; en 1912, i Presidente Francisco I. Madero lo n o m b r ó Ministro de México en España. En abril de ese m i s m o año, cuatro m e s e s a n t e s d e morir, Sierra dirigió otra d e s u s muchas cartas a Telésforo, e n la que si bien presagia u n a despedida definitiva, ofrece una muestra contundente de los lazos indisolubles q u e s i e m p r e existieron e n t r e ellos:^ A ti, de ti y para ti nada digo: a sentir tu noble corazón j u n t o del m í o e n m i s horas tristes y difíciles estoy habituado; c u a n d o es me faltara querría decir que te habías muerto. Es así que yo m e tengo que morir primero . . . Muy tuyo: Justo.

Correspondencia Particular del Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes México, M o y o 13 de 1907. Sr. D. Telésforo García. Madrid. Mi querido Telésforo: Bien enojado debes andar conmigo por mi tardanza en contestarte; ni me sirve de disculpa el espantoso vicio de no responder cartas por odio al género epistolar que me impacienta y enerva. La verdad es que recibí tu misiva de

Diciembre, que la leí y releí, la puse ó un lado para escribirte largo y tendida, cuando hubiera conocido tu opúsculo que empecé ó ha¡ear, que acabé par leer forro ó forro, (me gustó mucha por cierta) y que se pasaron las semanas, luego los meses sin vagar, en media de mi traba¡o, de negocios chicos y proyectas grandes, entre la s póginas inacabables de mi incancluíble Juórez, para conversar contigo, pluma en mano, ó pesar del desea, de la necesidad que tenía de hacerlo. ¿Qu ieres, tú que ton bueno fuiste conmigo siempre, que de¡e disculpas a un lado y que sin mascullar mós excusas entre en materia co mo solía entrar de rondón en tu despacho después de meses enteros de no vernos y, contentos ambos de estar ¡untos, cogíamos el hilo de nuestra perenne conversación interrumpida? Mucho me gusta la actitud resuelta, las palabras nuevas, los conceptos desapasionados, profu nda mente racionales y ¡ustos con que te has presentado ante tus coterróneos . urgía darles fe en sí mismos, que alió se empeñan en combatir los pesi mistas, por horror ó lo que engendraró fatalmente el tiempo nuevo, ó por darse una actitud

interesante y siniestra, ó por egoísmo que lleva una especie de odio ó la Patria misma que con razón sobrada tu quisieras ahogar en la garganta de los sacrnegos, con la vi da. Urgía decirles que dentro de las instituciones que representan la Historia de España, España no acertará á arrancarse en medio siglo, sin creer que se arranca el alma; porque ningún pueblo se resigna á creer que nació ayer ó que hoy está naciendo, que dentro de esas instituciones puede llegarse á la libertad, á la democracia, que dé á los grupos traba¡adores, intelectual ó materialmente considerados, la dirección del Estado, pero de un estado totalmente laico, emancipado para siempre de la Iglesia, que también necesita la libertad para renovarse y viv ir, pero á quien su unión con el estado la obliga á tomar esa fisonomía de espectra yeso voz de sepulcro. Y me encanta, cómo no decírtelo, que hayas definido con tanta sobriedad y cordura á nuestro Don Segismund0 9 que tendrá que ser el Presidente de la renovación definitiva, si nuestros amigos los liberales saben disciplinarse al calce de un programa amplísimo de libertad, de educación, de apego

Retrato de Justo Sierra, por Antonio Albanés Gorda.

tenaz é inteligente á las reformas económicos. O¡alá que pronto puedas decir en las Cortes lo que en la prensa predicas; inmediatamente marcarás y causarás honda impresión, irán á tí los que amen, no á o¡os cerrados, sino á o¡os abiertos, el porvenir de España, y la sombra allí flotante de nuestro Castelar 10 estará contenta. Que él te inspire y te aliente. Par acá seguimos con buen viento, y mientras nos viva el Caudillo 11 no cambiará de rumbo. ¿Pero que preparais< me dirás desde allá como acá me decías. En el orden pol ítico, nada, y esta es la línea negra de nuestro horizonte. ¿Es un escollo, es una tempestad ó es una tierra nueva? Lo dirá ei porvenir; entretanto, acostumbrar á la gente á vivir del traba¡o, acos tumbrar al niño ó ir ó la escuela, acostumbrar á todos ó la paz que sólo debe posponerse á la Patria, es nuestro programa; lo conoces bien. Tus proyectos para el Centenario son soberbios. Aquí tenemos otros de que te hablaré en otra carta. En estos días en que se habla del via¡e de Don Carlos de Portugal, al Brasil, mucho he pensado en todo ello; sondea, pues, y si por allá la idea resultase grata, por acá te aseguro, hQrá furor. Un paréntesis financiero: escríbele á Pepe 12 encargóndole, si

puedes hacerlo, que diga á los gachupines que tienen el crédi to de los cinco mil pesos contra mí, que no sean exigentes, que me esperen todo el tiempo que yo necesite para reunir ese pico gordísimo para mí, y que lo mismo puede ser un año que de tres. Que no me frieguen, y que si temen que yo me muera, pues de¡aré un tomo de poesías para que lo ve ndan á peso el e¡emplar; que hagan diez mil libros (y ve nderán diez). En fin, háblales firme; tu sabrás cómo. Par allá te irá á ver, lo habró hecho ya, el Dr. Quevedo y Zubieto, nuevo Cónsul en San tander; por mucho malo que pienses de éste y acaso con ¡usticia, no es Didap 13 (parece que ese Didap existe, yo creí siempre que era la razón social de los granu¡as del Barandismol. Trátalo bien, aunque sin con fianza. Lo que él desea es que tus . paisanos crean que te es persona ingrata; pon en e¡ercicio toda tu diplomacia. No me será posible este año hacer nada que valga la pena por el pariente de nuestro amigo Alta mira 14 -al propésito, qué sucede con el tercer tomo de la admirable " Historia de España " -, mas con ¡eturo que el próximo año escolar me dará oportunidad para hacerlo; si antes puedo, te lo diré . Háblame en tu próxi ma de tus

ch icos, sobre todo de lo s niños, de Luz y de Paz á qu ienes di rás mu -· chísimos cosos cari ñosos de mi po rte, y reci be un fuerte abrazo de tu hermano

J.

Sierro (rúbrica)

completcls del m a es tro Justo Sierra , T om o 1, Poesías y es tud io

ge ne ra l sobre Do n J usto Sierra. Su vida, s us ideas y s u ob ra . (Méx ico: UNAM ., 1948), pág. 320. 4. lbid . 5. Du mas, Cla ude. Jllsto Sierra y el México de su tiempo 1848- 1912, ( México: UNAM ., 1986), voL 1, págs. 129, 212, 280. 6. Yáñez. op . ci t , págs. 3840 , 392. Ca rtas de Sie rra q ue m e ncionan las mu estras de hospitali dad . 7. Probable m e nte sea Don

Cabin o Barreda y la in tegrac ión de la nacio na lidad m exicw ?a

1. Diccionario Porma H istoria, biografía y geogra fía de México, (México: Editori al Porrú a,

1986, 5a . e d .), pág. 1154. 2. Testim onio de la Sra. Lu z Cale ro Sie rra, ni e ta de Don Justo. 3. Yáñe z, Agus tín . Ob ra s

(1901 ). 8. Yáñ ez. op . cit, pág. 5 18. 9. Dum as. op . ci t , voL 1, pág. 527, nota 44 9 y voL 1I , págs. 37-4 5,48. Se tra ta de Segism undo Mo re t ( 1838-19 13), político y orador. Fue Preside nte de l Co nsejo de Ministros e n 1905 y 1909 . Sie rra había parti cipado co n

é l e n e l Congreso Hispa noam e ri ca no celebrado e n Madri d e n 1900. En esa ocasión More t in vitó a Don Justo a dar un a con fe re ncia e n e l Ate neo e n no vie mbre de ese m ism o a ño , in titu lada "Una lección de historia m ej icana" . More t q ue dó tan im presio nad o con las palabras de Si e rra , qu e hizo re fere ncia a ell as e n un d iscu rso que se en cuen tra publicado e n Unión lbero-A m en·cana, 30 de nov ie mbre de 1900, No . 178, pp . 37-40 . A su vez, Sie rra invitó a More t a as istir com o invitado a las celebrac io nes de l Ce n te na ri o de la Ind e pe nd e ncia e n1 910. 10 . !bid., voL 1, págs. 437-38. Sie rra y García profesaba n una gran adm iración por Don Emilio Caste la r. Pru eba de e ll o es s u pa rti cipación e n la ve lada fún ebre e n honor de Caste la r ( mu e rto e l 25 de mayo de 1899) , organi zada e n la Cámara de Diputados de la Ciudad de México e l 17 de j un io. Gar-

Justo Sierra al tomar posesión de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, el 10 de julio de 1905.

cía prestó un re tra to de Castelar, de l pin tor ca ta lá n Ca talá, y Sie rra pro n un ció un m e m orable d isc urso e n e l qu e hi zo hincapié e n qu e la ad mi ración por Caste la r e ra una trad ición e n tre los juri stas mexicanos . En este d isc urso Sie rra re m em ora qu e 30 años a ntes (1869) é l mism o hab ía esc rito en El Renacimiento un artícul o sobre es te coloso de las le tras y de la política española . 11. Ge ne ral Porfi rio Díaz. 12. Probable me nte se re fiere a José Yves Liman tou r , Mini stro de Finan zas. 13. Dum as. op. ci t, voL 11 , pág. 545, nota 527. Se tra ta de J uan Pedro Dida p p qui e n escribi era el polé mico e nsayo Exp lotadores políticos de México: Bu lnes y el partido cien tífi co a nte el derech o aje no, Mé xico, 1904.

14. Se re fi e re a Do n Rafae l Alta m ira y Crevea, catedrá tico de Ovie do, cuya historia de España se publicó e n Barcelon a e n 1900 .

Aventuras de Gil BIas en México ViCTOR DiAZ ARCINIEGA Lesage, El Gil BIas de 'Santillana, Apostill as a la ed ició n espa ñ ola de 1811 .'

Alain René Lesage

A lain Ren é Lesage (16681747) p ublicó e n 171 5 los p rim e ros 2 volúmen es de su obra maestra, Gil Bias de Sa ntilla na; e l tercer volume n apareció en 1724 y, 11 años m ás ta rd e, en 1735, apareció e l cuarto y ú ltim o, El éxito del Gil Bias fue inm ediato y su popularidad se ha prolongado por much os añ os m ás, co m o lo de muestran las 120 edi cion es y reedi cion es comple tas aparecidas desde su primera hasta la preparada por Henri Chavo t para Laro usse en 1928, En 1787-1 788 se publi có la prim e ra tradu cción al españ ol realizada por el leo n és y j esu ita J osé Fra ncisco de Isla , Sin e mbargo, el p, Isla e n su tradu cción hi zo algun as observaciones qu e suscita ron cie rtas con fusion es, m ás tarde aclaradas, En la carátul a de la ve rsión es pañ ola se lee: "Ave nturas / de Gil BIas / de San ti llana, / robadas a España, / y adap tadas en Fra ncia / por Mon sieur Le Sage, / restitui das a su pat ri a / y á su leng ua n ativa / por un es pañol ze loso / q ue no su fre se burlen de s u nación ," Las confusion es surgiero n a partir de un comen tario de Volta ire, qui en in dicó qu e e l Gil BIas e ra un a cop ia del Marcos de Obregón de Espin e!. El p, Isla re produjo la ac usación y la amplió hacia otros a utores y obras; llegó al extre mo de suponer y sugerir qu e el escrito r fran cés había dispuesto de un manuscrito español del qu e se había apro piado para escribir su novela, Como quiera qu e

sea, con el paso de los añ os la fa m a del Gi l BIas continuaba creciendo y la ac usación de plagio continuaba sin resolve rse , sin qu e ésta afectara a aqu ella, En España y los países de lengu a h ispánica la fa m a y popula ri dad de las Aventuras de Gil BIas también crece, aunque n o e n la proporción fra ncesa , Prueba de ell o son las 30 ediciones e n español publi cadas h asta 1923, Adem ás, las observacion es del p, Isla repercuti eron a tal grado que se di o po r h ech o la his panidad de la n ovela, Ta n es así qu e el Gil Bias m e reció en 1835 su publicación dentro de la afam ada Colección de los Mej ores Autores Español es, Estas circu n sta ncias m oti varon qu e algun os histori adores de la li tera tu ra espa ñ ola co nside ra ran a Gil Bias n o uno m ás, sin o, inclusive , u n o de los m ejores p ícaros hispán icos, En 1857 10s alem an es Ast y Fracesso n estu diar on el proble m a de las fu entes e in flu encias del Gil Bias y j unto con E. Lintilhac, en su Lesage (Paris, 1893), resolvieron la cuesti ón . Entre las fu en tes históri cas se en cue ntran Disgracia del Cante d'Oli va res de And ré Felibien (Pa ri s, 1650) , A necdotes du conte-duc d'Olivares, tirées et traduites de l'ita lien du Me rcury-li1y de Valde ry (Pari s, 1722), y la Histoire du conte-duc avec des reflexions politiques et curieuses (Colonia, 1683). Ade m ás de estas fue ntes, Lesage retom ó de la lite ratu ra españ ola gra n cantidad de ele-

BIblIoteca de Mexlco

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m entos qu e refun dió en su afam ada no vela y en much as de sus obras dramáti cas y novelísti cas, com o s u también fam osa com edi a Le Diable boiteux (1707) , b asada en el Diablo cojuelo de Luis Valdés de Guevara. En el Gil Bias hay re mi n isce n cias y episodios comple tos prove ni en tes de las an ónimas Laza ri llo de Tormes y Estebani110 Gonzá lez, de El pícaro Guzm á n de Alfarac he de Ma teo Alem án , El escudero Marcos de Obregó n de Vicente Espinel, El Conde L ucanor de Jua n Manu el, y de algun os cue ntos picarescos de Castill o Solórza n o y com edi as de Fran cisco de Roj as. No obstante, estas alusion es, im itacion es y recreacion es n o restan e n canto ni originalidad a las ave n turas del joven protagoni sta qu e, paulatinam ente , va crecie ndo y m adurando h asta ll egar a un a e dad adulta sen sata y ponderada. En tod o su trayecto descubre y muestra un a b ondad na tural qu e está siempre por en cima de los vicios y m aldades hum an as. El propósito de Lesage, n at uralm ente, era el de ed ucar di virti endo según la m áx ima horacian a. Sin embargo, el escritor qu ería ir m ás lejos de la eje m plari zación moraliza nte. Antes de su Gi l Bias, en su Turcaret, ou le financier (1708) , Lesage h abía inc ursion ado en la sátira con tra los ban que ros y trafi can tes de la é poca . Esto es, en su novela el a uto r prete nd ía reb asa r el ton o didác ti co ejem pla r para incu rsionar en

el de la críti ca, lo cual explica que las ave nturas de su protagonista ocurran fuera de Francia, pues ante sus burlas e n Turcaret, sufri ó las consecue ncias de sabotajes y recon ve nciones. Julio Jimé nez Rueda explica: "La obra es pre texto, adem ás, para ha ce r una crítica de las cos tumbres del ti e mpo, y su traslado a otro país y a otra é poca se expli ca co n el deseo del autor de evitarse dificu ltades con qui e n es gobe rnaban enton ces el re in o de Francia ." La importa ncia de l Gil Bias está ampliame nte reconocida dentro de la literatu ra francesa, se le llama la primera nove la realista y prec ursora de Honoré de Balzac y de la figu ra del Fígaro, y e n la es pañola, un poco sec un dari amente, se le co nsidera un a de las m ejores síntesis de l espí ritu picaresco. Sin emba rgo, la e dición de 1811 publi cada e n Madrid e n la Im pre nta de la Viuda de l Barco ti e ne una ca racte rística que la distin gue sign ifi cativamente de las restantes ed ic iones del Gil Bias, tanto e n su versión o rigi nal co m o e n s u traducción española . En la portada de ésta hay una aclaración desconocida en otras ediciones: "N ueva Edición / Aume ntada co n la con tinu ación de la historia de Gil BIas hasta s u muerte." Con e lla se al ud e a los últimos cinco capítul os, del XV al XX, de l libro XII del tomo 4. Estos capítul os mu es tran principal y su pe rfi c ialme nte cos rarezas. La prim e ra es qu e no existe n e n otras ve rsiones de Las aventuras de Gil Bias y, la seg unda, es que los acontecimientos qu e e n e llos SP. cuentan ocurre n en México. El capítulo XV, intitulado "Continuación de la hi storia de Gil BIas" , co mienza co n estas palabras: "Para com pl e tar todo lo pe rtenecie nte á la hi stori a de nuestro h éroe, añad iré m os lo qu e su fi el criado Scipion re firió ace rca de lo acaec ido hasta la mu e rte de su amo ." Tal añadido dificilme nte se le puede a tribuir a Lesage, pese a que el estil o e n la ve rsión española no mu estra dife re ncias sign ificati vas. T ampoco se le podría a tribuir al P. Isla, pues, enton ces, estos capítulos existirían desde las prime ras hasta las últimas edi ciones españolas atribuidas al traducto r leonés ..Lo m ás probable es que

e l edito r de 1811, quien n o da el cré dito de la trad ucción al P. Isla aunqu e la rep rodu ce fi elmente, haya te nido e n m e nte lo sucedido a Ce rva ntes con El Quijote: para co rregi r la segu nda ro nd a de ave nturas del famoso pe rsonaje, la qu e esc ribe Ave llaneda, Ce rvantes se ve pre cisado a esc ribir la segunda pa rte de s u nove la, la c ual co ncluye con la mu e rte de don Qu ijote. No obstante la previsión de este a nónim o escritor, en la saga de l píca ro Gil BIas se enc ue ntra la historia escrita por Be rn ard o Ga rcía de Calzada , Genealogia de Gil Bias de Santillana, co ntinuación de la vida de este famoso sujeto por su hijo don AlfonSO Bias de Lira ( Madrid, 1792), reeditada fragm e ntadamente por Julio Jiménez Rueda co n e l título Gil Bias de Santillana, en México (UNAM, 1945). La coi ncide ncia e ntre los añad idos al Gil Bias editado e n 1811 y la hi sto ria de García de Calzada es doble . Primero en cuanto indica n qu e las ave nturas de l pícaro ti e ne n una pe rmane ncia qu e rebasa la muerte de l pro tagon ista , pues e llas se re produce n e n los desce ndie n tes del fa m oso protagonista. Después e n c ua nto a qu e a m bos a utores co ncibe n qu e las ave n turas se desarrollen de ntro de un nu evo y distinto a m bie nte, para lo c ua l México les parece el s itio idóneo y natural. En los ca pítulos añad idos por e l desconocido a utor se presentan las últimas ave nturas de un Gil BIas ad ulto, pl eno de ex perie nc ia , pe ro co n la pe na de la mu e rte de su esposa a cuestas; es un Gil BIas q ue ll ega a México co n e l deseo de purgar s u pena e ncerrándose e n su propia soledad de ntro de un a geografía y una sociedad q ue desco n oce y qu e lo desconoce. Aqu í Gil BIas co noce la hi sto ria de l sup ues to n ieto e rmitaño de "Motez um a" y, a tra vés de e lla, mu es tra a los lectores algunos atisbos de lo qu e e ra este país; esta hi stori a se la cue n ta a Scipi on, qu ie n a su vez, la cue n ta al escritor. Los de tall es qu e prese nta de l n uevo mun do provie ne n, evide nte me nte , de conocimie ntos indirectos, pues tal parece q ue es te esc ritor jam ás cr uzó el Atlántico, co mo tampoco lo hizo Lesage, a u nque eso no obstó para hace r come nta ri os como el que a continuación se cita y cuyo valo r se ve rá :

Pero todo esto es nada e n co mparación de los inm e nsos ca udales que saca de las Indias. ¿Sabe V. S. có m o? a hora se lo explicaré. Quando los nav íos de l re i pa rte n de Sev ill a o de Lisboa para Nueva España hace e mba rca r e n e llos vi no, ace ite y todo e l tri go qu e produce e l co ndado de Va ldeo ires, sin qu e le c ueste un m aravedí la conducción . En Indias se ve nde n estos gé ne ros á precio qua tro veces mayor de l qu e se despachan e n España. Co n e l din e ro qu e gan a e n esta ven ta co mpra especias, co lores y ot ras drogas qu e e n Amé ri ca se dan casi de va lde, ye n España se co mpran a precio muy s ubido . Este es un tráfi co qu e le va le mu chos millon es sin de fraud a r al re i ni un solo m a ravedí. Pe ro lo qu e admira rá mucho á V. S. (p ues ha de saber el lecto r qu e co n el e mpleo de secreta rio m e daba se ñoría) es qu e las personas e mpleadas e n manejar este come rc io vue lven tod as á España ca rgadas de riquezas, porque el conde no solo pe rmi te, sino qu e ll eva mui á bi e n qu e ate ndi endo al negocio de S. E. hagan ta m bién e llas el suyo. En los capítulos añad idos es claro que la im portancia de los deta ll es mostrados de México es re lat iva debido a qu e son pocos, vagos y provienen de

Biblioteca de México

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fu e ntes indirectas. En co ntraste, lo qu e in d ica Be rn a rdo María de Calzada en s u Genea logia de Gil Bias de Sa ntil/ana es de mayo r importancia, debido a que s us conocimi e ntos de México son m ás profundos y producto de un a ex pe ri e n cia directa e n nu es tro país. En la Genealogia, pues, e l re trato qu e se hace de México es más nítido y deta ll ado que e l que se intenta ha ce r e n esos cin co capítul os fin ales de las Aventuras del Gi l Bia s atrib uidos a Lesage e n la edi c ió n madri le ña de 18 11 de la Impre nta de la Viuda de l Barco. Finalme nte, la saga de la pi ca resca española y fran cesa trasladada a México ll ega a e nco ntra r e n estas tierras a su mejor y últim o ex pon e nte: J osé J oaq uín Fe rnández de Li za rdi , cuyo Penqwl/o ( 18 16) es un a di gna co ntinu ación y re m a te. UAM-A zca potzalco • El pro feso r Ma rio Federico Real de Azúa donó a la Biblioteca Dani e l Cosío Vi ll egas de El Colegio de Méx ico los 2 últim os de los 4 volúm enes de que co nsta las Aven turas de C'¡ Bias de 5anl1[[an(l de AJa in Re ne Lesage, e n la edición de 1811 ed itada e n la Imprenta de la Viuda del Barco . Esta edición no sólo es va li osa por lo que aquí se indi ca sino, tambié n , po rque según consta en los catá logos y acervos de la s bibliotecas de l Cong reso de Estados Unidos, de l Musco Británi co e n Londres y de la Nacio nal en Paris no ex iste un eje mp la r igual.

El Rincón del bibliómano

Relación Lo de Cepeda y Carrillo La

ciudad de los palacios " , así fue llamado nuestra capital por el barón Alejandro de Humboldt en los albores del siglo XIX. Títu lo que fue ganado o pulso debido o lo entrego yo la capacidad de los antiguos pobladores que, en conjunción con los venidos de ultramar, hicieron posible lo construcción de uno de las más bellos ciudades de América Hispánico. Su majestuosidad ha sido reconoci do por cronistas, historiadores y viajeros o lo largo de nuestra historia. Así como es grandioso, graves han sido los problemas que, desde tiempos prehispánicos, lo ciudad copital de los aztecas y posteriormente el asiento de los poderes virreinales de España, ha afrontado.

MANUEL PORRAS

Uno de los problemas que más la han aquejado es el de

las inundaciones, que se deben o los característicos geográficas de lo región, o los condiciones climáticas y o los fuertes alteraciones del ecosistema en que se localizo. Valga n los líneas anteriores paro presentar uno interesante, hermosa, singular y val ioso obra, legado de lo imprenta mexicana del siglo XV II , que pertenece a las Colecciones Especiales de la Biblioteca de México:

Cepeda, Fernando de y Carrillo, Alfonso Relación Universal Legitima, y Verdadera del Sitio En Qve Esta Fvndada la muy noble, insigne, y muy leal

RELACION

VNIVERSAL LECIrlMA, VNDADA

y VERDADERA DELSITIO EN g,ytESTA

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