Capítulo VIII. - Esto es ridículo. murmuró la chica, mirando con incredulidad

Capítulo VIII Helga G. Pataki estaba fastidiada. Más allá de cualquier concepto posible. Mucho más fastidiada que aquella vez que su hermana llenó de

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Capítulo VIII

Helga G. Pataki estaba fastidiada. Más allá de cualquier concepto posible. Mucho más fastidiada que aquella vez que su hermana llenó de corazones y cupidos su habitación el día de San Valentín cuando ella tenía 13 años. Muchísimo más. Porque por lo menos en esa ocasión… No tenía nada que ver con Arnold. - Esto es ridículo. –murmuró la chica, mirando con incredulidad. - Dijo la chica que hacía esculturas de goma de mascar. –atacó Gretel, ladeando el rostro- Es… algo lindo. Helga se giró hacia su prima como un huracán y clavó su mirada sobre la de la alemana con tal fuerza que tal vez por primera vez en su vida esta dio un paso hacia atrás. - Tal vez fue una mala idea… -admitió Gretel, regresando a ver al casillero de Arnold. Y no cualquier casillero. Un casillero lleno de pequeños corazones en colores pastel, algunos entrelazados entre si formando el nombre “Arnold”, también había recortes de papel en forma de copos de nieve, caramelos y pelotas de futbol americano. - Creo que son pelotas de futbol americano de Canadá. –se atrevió a decir Will, acercándose a uno de los recortes. - ¿Y cómo sabes que son de Canadá? –preguntó Arnold, por fin abriendo la boca desde que había llegado a la preparatoria y se había dirigido al edificio principal para abrir su casillero y se encontró con… esa obra de arte. Ni siquiera lo había abierto, pues Helga se había puesto iracunda. Y eso que había visto fotografías sobre lo que la estaría esperando. …pero se veía peor a la luz del día y Helga podía jurar que habían agregado cosas. Lo peor es que la culpable había hecho mil veces peor su decorado después de que el grupo de Rhonda retirara los adornos el viernes pasado. - Porque los balones de futbol americano, en Canadá son más grandes, igual que sus canchas tienen más yardas que las de aquí. –explicó el pelirrojo. - ¡Oh gracias a Dios que resolvimos que tipo de balón es! –rugió Helga, encarándolos. Y los tres chicos dieron un paso hacia atrás, tragando en seco¡Porque eso es lo más importante ahora! ¿Verdad? No importa que una… cursi maniaca tenga tan poco aprecio por su integridad física ¡No! ¡Importa qué tipo de balón es el que está en el decorado que hizo! - Dijo la chica que llena poemarios sobre su amor-odio. –no pudo contener Gretel, burlona.

Pero Helga se giró hacia ella una vez más, redirigiendo todo su odio hacia su prima. Absolutamente todo, sin una pizca de amor. Nada de amor-odio para Gretel. Solo… iracundo odio salvaje. - Debo aprender a callarme… -admitió la alemana, mordiéndose la punta de la lengua, porque era ahí donde más le picaba cuando quería fastidiar. - Si puedo opinar… -comentó Arnold, levantando la mano- Esto no me afecta emocionalmente en nada. –aseguró, abriendo los ojos con sorpresa- No entiendo por qué te enoja tanto esto. - ¡Ah! ¡El niño no entiende! –Helga dio una patada al suelo, con fuerza y sonrió perversamente- Oh… eso se sintió bien… -miró a un lado y a otro, hasta clavar su mirada sobre el casillero excesivamente decorado- Y esto se va a sentir mejor. – aseguró, dándole un puñetazo al duro metal. Y hundiéndolo en el acto, apenas un centímetro. - ¿Y se supone que debemos impresionarnos con esto? –preguntó Gretel, cruzándose de brazos- En serio debo aprender a callarme… -masculló, fastidiándose consigo mismo. - Pataki hundió el metal. Yo estoy un poco impresionado. –admitió Will. - Y yo. –acordó Arnold. - Muy impresionado, en realidad. –confesó el pelirrojo y el otro chico asintió. Muy…muy impresionados. Y Helga volvió a darle otro puñetazo al casillero, desahogando su ira en una carcajada. - ¿Por qué entrenamos contra una bolsa de boxeo? Si esto es mucho mejor. – aseguró la chica, volviendo a darle otro puñetazo hasta que el casillero se desencajó y se abrió lentamente. Y una carta cayó al suelo, flotando como una pluma. - Porque si miras tu mano, verás tus nudillos sangrantes. –comentó Will, mientras Arnold recogía la carta y la abría. - ¿Qué dice? –Helga apartó de un manotazo a su prima para que no tocara su mano que carecía de herida alguna- Léelo. –ordenó. No estaba de humor ese día. - Querido Arnold. Te amo, llegaste a mi vida como una esperanza y simplemente fue inevitable amarte ¿Quién no lo haría? El noble chico, con esa sonrisa ladeada que prometía más de lo que siquiera podrías cumplir. –el chico enmarcó una ceja¿Qué sonrisa ladeada? - La que haces cuando disfrutas salvar lo insalvable. –explicó Gretel.

- Si, esa sonrisa de niño travieso que resolvió el significado del universo con los ojos vendados. –completó Will- A las chicas les encanta esa sonrisa. Aunque ellas la explican de forma más simple. - Tu estúpida sonrisa. Mi estúpida sonrisa. –masculló Helga, entrecerrando los ojos- Sigue leyendo, cabeza de balón. Arnold suspiró pesadamente y se recordó que su novia estaba de mal humor. Uno… horrible. - Pero tengo miedo. Mucho miedo. Porque eres mi chico imposible. El chico que nunca se fijaría en un alma tan salvaje como la mía. Tengo miedo de perderte y tengo miedo de que seas tan bueno que al querer salvarme termine lastimándote. Soy un animal herido rogando por tu ayuda, pero soy puro instinto. Sálvame. Tengo miedo, sálvate de mí. –Arnold bajó la carta y observó a Helga- ¿Segura que tú no escribiste esto? - Si, suena muy de ti. –admitió Will, espiando sobre el hombro del rubio- Y dudo que existan dos chicas como tú. Yo puedo asegurar que no es de los años superiores, la hubiese conocido. - Sigue leyendo… -rugió la rubia- Solo-sigue-leyendo. - No queda mucho más… -Arnold se aclaró la garganta- Huye de mí, amor mío. Y quédate para siempre a mi lado. Te amo. –el chico abrió los ojos con sorpresa- Eso fue lindo. Will le arrebató la carta y volvió a leer rápidamente, sonriendo de lado. - Si no la quieres, y asumo que no la quieres, me la pido. –el pelirrojo observó a ambas chicas, a una rubia sorprendida y a una iracunda- ¿Qué? Compleja, misteriosa, salvaje, dulce ¿Qué más podría pedir? - ¿Qué fuese rubia? –preguntó la alemana, sonriendo de lado. - Oh, me encantan las rubias y las pelirrojas… y las rizadas. Pero eso me hace sonar superficial ¿Verdad? Mejor olvidemos eso. –Will habló rápidamente, devolviendo la carta- Después de todo el exterior apenas llama mi atención un par de segundos antes de aburrirme. Pero me la pido, definitivamente. - Toda tuya. –Arnold se encogió de hombros, mirando la carta. Si, era realmente dulce e interesante. En otras circunstancias hubiese despertado su curiosidad por encontrar a la joven misteriosa, llena de dulces palabras pero tan salvaje que le rogaba alejarse. Pero… Arnold le lanzó una mirada a Helga. A esa chica cruzada de brazos, con su pie martilleando el suelo, los labios apretados y la mirada a un lado. Justamente esa chica que en ese momento le recordaba a la niña que fue y no a la adolescente en control total de sí misma que llegó a conocer. Solo ella podía llamar su atención y empujar su interés.

Tal vez sería bueno que Will cortejara a su admiradora. - Creo que olvidamos algo. –Gretel se aclaró la voz- Helga ha estado callada… - …y sin golpear cosas. –los tres chicos regresaron a ver a la chica más imposible del planeta y la encontraron…meditabunda. Helga parecía estar revisando su vestimenta, mientras tenía su puño apoyado contra sus labios. La chica miraba sus botines negros de suela gruesa, tipo militar, con cordones, las medias largas hasta sobre su rodilla con franjas rosadas y púrpuras. La rubia sonrió de costado al ver sus cortos shorts negros de jean que apenas cubrían lo que debían cubrir y lucían desgastados abajo, estaba puesta una playera púrpura con letras mecanografiadas de color rosa “La satisfacción de un momento es la ruina del siguiente”. Si, era exactamente el mensaje que quería dar. Ambas muñecas estaban rodeadas de gruesas pulseras de cuero que tenían como adorno hebillas de metal. La chica metió su mano dentro de su escote, sacando el relicario volvía a cargar consigo debajo de su ropa. Ahí estaba, dorado, con una cadena gruesa y una fotografía de Arnold despeinado, adormilado, recostado en su cama, sonriéndole a la cámara, teniéndola a ella, tranquila y durmiente, en sus brazos. Volvió a guardar el relicario y se ajustó su coleta alta, revisó con sus dedos que el prendedor de plata en forma de calavera, agarrando su inconfundible e inevitable lazo rosa, siguiera donde debía estar. - Estoy lista. –comentó y salió corriendo, dejando a los tres jóvenes atrás de ella. Arnold fue el primero en reaccionar y salió corriendo atrás de ella, seguido por los otros dos. Tal vez ya debía ser costumbre el tener que seguir a Helga sin saber qué hacía. Pero aun así era inevitable hacer las preguntas de rigor. - ¿A dónde va? –preguntó Will, sorprendido de la velocidad que había adquirido el novato. - ¿Cómo rayos vamos a saber? ¡Con ella nunca se sabe! –le recordó Gretel, mascullando algún insulto en ruso. - Pero es Helga, ella salta al vacío y nosotros vamos atrás de ella. –comentó Arnold, alcanzando a verla bajar al sótano del edificio principal, hacia las calderas. - No somos muy listos. –comentó Will. - No, somos suicidas. Amamos las misiones suicidas marca Pataki. –la alemana soltó una risa- ¿Verdad, señor lobito? - Es lo que nos hace una manada. –comentó el chico, regresándola a ver y guiñándole un ojo- Ya sabes a donde va ¿Verdad? - A la base. –comentó esta, asintiendo, poniendo más fuerza a su carrera para estar a la altura de él.

Cuando Industrias Futuro atacó, el abuelo de Arnold le había confesado que existía una serie de túneles por todo el barrio, pero no era así. Los túneles, similares a las catacumbas de Paris, las de Roma o de manera menos artística: Las de New York, recorrían todo Hillwood desde debajo de la tierra. Una red incalculable de túneles construidos como medio de evacuación y antiguo sistema de drenaje que fue secado y aislado cuando las tuberías se desarrollaron. Los túneles habían sido sellados, sus entradas clausuradas y su historia olvidada. Pero a veces, jóvenes intrépidos, descubrían el secreto y hacían sus casas club o pequeños lugares de entretención ahí hasta que crecían y dejaba de parecer tan asombroso y secreto. Los túneles se volvían a olvidar hasta que se tornaban como recuerdos ligeramente difusos o exagerados. Y era el turno de esa generación, de crear su propio e inolvidable mundo. Gretel los guio hasta el cuarto de caleras del edificio principal, donde se encontraba un motor auxiliar por si la luz se iba, un enorme radiador y máquinas que nadie podía descifrar de que iban. El lugar estaba ligeramente oscuro y tenía un ambiente húmedo y sofocante que inmediatamente se pegaba a la piel. - ¿Un lugar así no debería estar cerrado? –consultó Will, apartándose el cabello rojizo que ligeramente se ondulaba en las puntas por la humedad. - Lo estaba hasta que yo llegué. –Gretel enterró sus dedos por atrás de su nuca y sacudió su cabello para que le diera algo de brisa- Hay otras entradas más fáciles, pero ya que estamos aquí… -se dirigió atrás del motor y enseñó a los chicos una trampilla que levantó, mostrando unas gradas empinadas y estrechas. - ¿Hasta que llegaste? –Arnold enmarcó una ceja, sin entender. - Nunca salgo sin mis juguetes “Ábrete Sésamo”. –explicó la alemana, sin querer entrar en detalles de cómo entraba en lugares sin permiso o cómo había ayudado a Nadine tiempo atrás- Así que modifiqué el seguro de la puerta de aquí. Simplemente hay que saber cómo mover la perilla para que ceda. - Eres una pequeña ladrona. –felicitó Will. La chica sonrió encantada, como si le hubiesen dicho el mejor halago y le observó emocionada, mientras sacaba de su bolsillo su celular y lo encendía para que la pantalla los guiara escaleras abajo. - Cierra después de entrar, señor lobito. –le recordó Gretel al justo momento en que el chico hacía dicha acción. - No soy tan despistado. –le recordó mientras bajaban, pero Arnold estaba haciendo cálculos, por la manera en que se refrescaba la piedra de la pared y luego se volvía ligeramente frío el ambiente….- Esto es casi dos pisos bajo tierra. - Así calculé. –aceptó Gretel, llegando abajo, donde una red de luces colgantes ya estaban encendidas.

El lugar literalmente era un camino de túneles que abría otros corredores con arcos de ladrillo. Muy fácilmente la gente podía perderse y era una de las ventajas que tenía el grupo de Big Gino. Sin escolta, los extranjeros no podrían llegar a ellos. Pero Gretel se sabía el camino de memoria. - ¿No se supone que te pierdes con facilidad? –consultó Will, ligeramente preocupado. - Oh, sí, pero esto es trabajo y un reto. Amo trabajar y nadie me gana en los retos. Podría llegar con los ojos cerrados. –explicó la chica, caminando aunque se notaba que estaba contando las entradas y salidas de los túneles. - Aun así, estamos caminando, no corriendo. –notó Arnold, pensando qué tan lejos estaría Helga de ellos. - Oh… cállate. –gruñó la alemana. Pues sí, tampoco estaba tan confiada de llegar al otro lado sin desembocar… en la tumba de Rómulo en plena Italia. El grupo permaneció en silencio hasta que las voces de otras personas llegaron a ellos. Gretel solo entonces se animó a apresurar el paso y terminar corriendo por los pasillos. Por suerte ella no era Helga y fácilmente pudieron seguirla sin perderla en ningún momento. Pero repentinamente ella se detuvo y tuvo que plantar bien sus pies en el suelo para que, cuando los chicos chocaron contra ella, lograse sostener el peso de ellos en su espalda sin caerse. Y Arnold reconoció lo fuerte que era la alemana. Gretel hizo un gesto para que hicieran silencio y señaló al otro lado del corredor, donde estaba una simple sala, con mesas de plástico, computadoras y gente cómodamente dispuesta en viejos sillones. Algunos jugando, otros charlando mientras comían. Y Helga estaba agarrada a la mesa principal, inclinada ligeramente hacia adelante, completamente seria. - Lo que oíste. –dijo ella, ladeando el resto. - Pero Helga… –Big Gino apareció en el campo visual de los chicos, él rodeó la mesa para ponerse junto a la chica. Y él lucía… visiblemente sorprendido. - No te pongas así, -la chica se cruzó de brazos, rodando los ojos- soy yo la que renuncia, no Gretel. Ella es tu compañera principal. Arnold cruzó miradas con la alemana y el pelirrojo. Los tres se observaron con sorpresa. El rubio sintió algo temblando dentro de su vientre: ganas de gritar, de sonreír y de preocupación. Todo al mismo tiempo, pero no dijo nada. Una pequeña bola de fuego se dividió en cada impulso que sentía y la sensación giró en su vientre hasta quemarlo. - Pero tú eres el rostro de la organización. Gretel y yo tenemos… ciertos pasados que nos complican ganarnos a los clientes.

La alemana rodó los ojos, sin poder quitarle el grado de verdad a todo eso. - Bien sabes que… nadie nos tiene en verdadero aprecio… Posiblemente más a él que a Gretel, que por lo menos tenía a su prima, a Arnold y principalmente a Will. Pero sin contar a ellos, si, la alemana se encontraba en el centro de fastidio, odio, desprecio y enojo de muchas personas. Y con justa razón, su personalidad no era del tipo soportable cuando no había un vínculo que la obligara a cuidar sus palabras aunque sea un poco, sin contar su constante prepotencia y manera de ordenar a las personas como si fuesen inferiores a ella. - Tú te has ganado a la gente, Helga, y saben que tú vas a protegerlos. Simplemente no puedes irte y dejarnos con el negocio así. –el chico la tomó de los hombros, visiblemente afectado- Helga… ¿Por qué este repentino cambio? - No es de tu incumbencia. –ella se deshizo del agarre y dio un paso hacia atrás, exasperada- Simplemente no puedo con todo esto. Ahora tengo más responsabilidades y necesito hacerme tiempo. Esto ha sido divertido, pero no me lleva a ninguna parte. Ya probé mi punto, puedo guiar grandes masas de gente a mí objetivo. No hay razón para que siga aquí. No hay nada que me retenga. Gretel, desde su escondite, pudo notar como el corazón de Big Gino se estrujaba con ese último comentario ¿Por qué la gente, a veces, se fijaba en imposibles? Desde el principio había sido obvio que él no tenía esperanzas. - Además, mi prima mantendrá las cosas como ahora, así que estoy tranquila. – sonrió de lado- Así que… si, renuncio. - ¡Pero…! –el chico se recompuso sorpresivamente y se ajustó su corbata, asintiendo- Bien, tienes razón, Helga. Si así te sientes. No puedo hacer nada al respecto. - Exactamente, ya vas entendiendo. Mi manada me necesita ¿Sabes? –se cruzó de brazos, sonriendo de lado- No son nada sin mí. Arnold sintió que le dolían las comisuras de los labios, que le dolían los músculos de sus mejillas. Él estaba sonriendo, con mil mariposas en el estómago. Y solo podía aferrarse a la pared para no ir corriendo hacia Helga y besarla en ese momento. Porque alguien tan terca, empeñada constantemente en aparentar rudeza… dijera todo eso, se merecía todos los emparedados de pastrami del mundo. En el fondo de su ser, Arnold sintió que una vez más, quedaba relegado del asunto… como si se hubiese vuelto lento para actuar ¿No debería ser él quien estuviese haciendo algo? ¿No era parte de su trabajo como novio? ¿Cómo compañero de Helga?... Aunque por lo menos no era el único oculto en la pared. Repentinamente Gretel regresó a ver, sonreía con tal emoción, radiante de orgullo por las palabras de Helga. Bien, obviamente Arnold no había sido el único preocupado sobre Helga y a dónde la llevaría el mundo de decisiones que había tomado. No solo eso, Gretel parecía liberada e inundada de emoción, al punto que

a Arnold no le extrañó que tomara del rostro a Will y le plantara un rápido y efusivo beso en los labios que el chico correspondió con la misma emoción compartida. - Esa es mi chica. –susurró victoriosa la alemana, regresando a ver a Arnold, estirándose para morderle la punta de la nariz como habían acordado meses atrás. El chico no aceptaba besos de emoción de la chica, aunque Helga lo hubiese aprobado, prefería las dolorosas mordidas. Para él, un beso era algo que se compartía con un ser querido. Cursi o no. - ¿Lila te permite seguir con esa tradición tuya? –consultó Arnold, en un murmullo, mientras se tocaba la nariz. - Solo con Will. –admitió la chica, encogiéndose de hombros, aunque visiblemente extrañada que su novia no encontrara extraño que quisiera besar a la gente cuando estaba vibrando de pura emoción y victoria- Pero si soy sincera, es la única boca que quiero besar además de la de ella. El resto me sabe… a nada. Aunque la tuya, señor lobito, me sabría a sangre. –bromeó, guiñándole un ojo. Y el chico sintió un escalofrío instintivo. Ahí estaba Gretel, con su peculiar manera de recordarle que ella solo lo encontraría apetecible como comida para desgarrar con sus propios dientes. No lo vería como un hombre, nunca. Ese era su juramento. Aun lo consideraba una presa, no un depredador y por ende debía quedarse bien lejos de ella, como el noventa y nueve por ciento del mundo. - ¿Quién anda ahí? –la voz de Sid se escuchó clara y fuerte. Los tres chicos se quedaron estáticos en su lugar. Gretel hizo una señal para que estuvieran en silencio, luego levantó su puño cerrado al aire y luego abrió la palma, bajándola hasta la altura de su cadera. Los chicos se miraron entre sí y se encogieron de hombros. Solo la primera instrucción habían entendido. La alemana no les prestó atención y se levantó. - Soy yo. –respondió tranquilamente, apareciendo a la vista de la gente pero dejando su mano en el muro para que los chicos pudieran verla. Aunque no servía de nada, estaba olvidando un factor importante que la diferenciaba de los dos pacifistas chicos. - ¿Qué haces escondida en las sombras? –preguntó Big Gino, enmarcando una ceja. - Oh… Italia… -ronroneó- ¿No puedo dejar que mi prima te rompa el corazón con algo de privacidad? Yo solo estaba siendo amable. –preguntó, burlonamente la chica. El dedo índice de la chica giró en pequeños círculos, como si formara una pista imaginaria.

- ¿Le entiendes tú? –preguntó Will, regresando a ver a Arnold. - No… -susurró el rubio. La mano de la alemana tembló de ira. - ¡Dispérsense! –escucharon la voz de Gretel, alta y fuerte- ¡Dispérsense! Oh… eso quería decir. - ¿Qué? –preguntó Big Gino. ¿Cómo quería que ellos adivinaran que esas señales significaran eso? ¡Ellos no eran militares! - Que se dispersen de mi camino. Me estorban. –respondió la alemana. - ¿Dónde están Arnold y Will? –preguntó Helga y sonaba molesta. El rubio pensó que la chica le tenía muy poca fe para cuidarse por su cuenta… - Los dejé desempapelando el casillero del señor lobito. - Creo que nos vamos. –intervino Will, retrocediendo lentamente junto a ArnoldLas clases ya empezaron. - Oh, bien. –el rubio comenzó a regresar por los túneles, aunque entendía que en ese momento podían ser fácilmente detectados y por eso era mejor irse. Para suerte de ambos, Will era bueno en recoger sus pasos y no tardaron más que… media hora en salir de esos túneles. Para el final de su aventura los chicos decidieron titular los túneles “Las catacumbas de la perdición”. - Bueno, ahora sabemos por qué nunca no contestan los celulares. –intervino Arnold, al estar otra vez al nivel del mar, quitando rápidamente todos los adornos que su enamorada secreta había puesto. - Si, allá abajo no llega nada de señal.–Will se apoyó descuidadamente contra el casillero y cerró los ojos- ¿Estas feliz, no? - Si. –admitió Arnold pero notó algo en la voz del pelirrojo- Tú no ¿Verdad? - Gretel va a seguir trabajando ahí. Ella trabaja en la tarde y los fines de semana son de Lila. Además, trabaja en ese orfanato los sábados. –suspiró resignado- No debería quejarme, Lila y yo pasamos mucho tiempo juntos entre semana, esperándola. Me hace compañía. –aceptó- Pero ella la tiene más tiempo. Y eso está bien, obviamente, es su novia. Cuando salí con Nadine, Gretel entendió que le dedicara tiempo a ella. –levantó las manos con resignación- Ni se porque me quejo. Usualmente no me quejo en frente de la gente… -lo observó sorprendidoGretel tiene razón, tienes un poder para hacer que la gente hable sinceramente. Ahora tengo franca preocupación sobre mis secretos.

- ¿Se lo has dicho a Gretel? –consultó Arnold, dejando caer el último corazón de papel en una pequeña bolsa negra y guardándola con cuidado en su mochila. No sería justo botar todo eso. No sería justo con la chica que se tomó todo ese tiempo. - Aun no. Pero… -Will comenzó a caminar fuera del edificio para ir a clases. Arnold tenía matemática y Will física avanzada, así que podían ir juntos- Tengo una opción temporal para distraerme. –sacó del bolsillo de su pantalón una tarjeta dorada con letra verde y se la extendió a Arnold. El chico no tuvo que leer más allá de la primera línea para entender qué estaba planeando el pelirrojo. - ¿Vas a tener una cita con Charity? –le acusó, deteniéndose de golpe- ¡No puedes! Will abrió los ojos con sorpresa, sin entender cuál era el problema. - ¿Por qué? –consultó, cauteloso, animando a Arnold a seguir caminando. - Porque… -el chico no encontraba la manera de explicarle que no podía hacerlo porque eso podría muy mal a Gretel, a Lila y a Helga- No la conoces. - No conocía a Maria cuando comenzamos a salir, ni a Nadine. –le recordó, francamente sorprendido- Y esto no es salir, es una cita. - ¿Y para qué quieres una cita? ¿No eres feliz con tus chicas? –Arnold respiró hondo, no estaba bien acusar a Will como si estuviese actuando de manera vil. El chico en realidad no estaba haciendo nada malo. Él era soltero y obviamente debía sentirse incómodo al ser el único sin pareja en el grupo. - Claro que soy feliz con ellas. Me encanta estar con las tres. Pero a veces necesito desahogarme, Arnold. –Will notó que el ambiente estaba tenso y rodeó con su brazo los hombros del chico- Oh ya… ya entiendo. –comentó, con una sonrisa. - ¿Si? ¿Por fin? –preguntó el rubio, era bueno que no tuviese él que explicarle que Gretel, Lila y Helga tenían sus niveles de egoísmo y que no querían compartirlo con alguien que implicara tanto reto y competencia como Charity. - Insinúas que podría desahogarme contigo ¿No? –le guiñó el ojo, en completa broma. Pero Arnold solo abrió la boca con completa sorpresa y sintiendo un tic en el ojo que casi le dejó ciego. Ni siquiera se había dado cuenta que estaban parados afuera de una puerta, dentro de un edificio y que Will la había abierto. - Mira, novato. En verdad, eres lindo. –le desordenó el cabello, sonriendo de manera encantadora- Pero no funcionaría, busco algo más salvaje. Sin ofender. – y sin más, el chico se metió al aula de física, cerrando atrás de sí.

Arnold escuchó una carcajada entera dentro de la habitación, mientras él se quedaba bien parado afuera, detenido por completo y analizando todo lo que había pasado. ¡Lo había vuelto a hacer! ¡Will había vuelto a retorcer sus argumentos! ¿Cómo rayos hacía esas cosas siempre? ¡No tenía sentido! El rubio se giró sobre su propio eje y caminó un piso más para ir a su clase. Aunque a diferencia de Will, él tuvo que esperar a que terminara la hora para entrar. Ya que, lamentablemente, no tenía el irresistible encanto del pelirrojo. Por suerte era una clase de tres horas seguidas y él había perdido la parte teórica, así que estaba más tranquilo y con la mente mucho más activa que el resto de sus compañeros cuando llegó el momento de hacer ejercicios. Simplemente se dejó caer en el asiento junto a Gerald y le hizo un gesto en forma de saludo. - Así que… ¿Una admiradora secreta? –consultó el chico, con una sonrisa astutaSinceramente, cuando no llegaste, pensé que Pataki te había golpeado o algo. - No, salió corriendo. –admitió Arnold. - ¿A golpear a la admiradora? - Gerald… si es secreta ¿A quién va a golpear? –consultó ligeramente resignado el chico, mientras apuntaba las notas de su amigo para entender un poco qué estaban aprendiendo en ese momento. Si no tenía notas claras, Helga se iba a enojar mucho a la hora de igualarse. - Oh… verdad. –el chico le dio un codazo a Arnold- ¿Quieres saber que hizo Rhonda para que tu rumor fuese opacado? - ¿Qué? –enmarcó una ceja, le costaba creer que a alguien le pareciera interesante su vida privada, pero desde que salía con Helga, había notado que realmente eran observados. La popularidad de la rubia era algo contagioso. - En la fiesta del viernes, se vio a Nadine con un grupo de chicos del año de Gretel. –explicó Gerald- Y uno de ellos se le declaró a la chica, pero aún no se sabe quién. - ¿Y a Nadine no le molesta que su vida privada sea ventilada? –consultó Arnold, sin poder comprender como era que Rhonda le hacía eso a su mejor amiga. - Fue idea de Nadine. –le hizo ver el otro chico- Hermano… la chica siente que le debe mucho a Helga, sacrificarse un poco no le molesta. –le explicó- Además, no hay nombres, solo una gran apuesta sobre quién podría ser. Yo aún no decido a quien apostarle.

- Ya… -Arnold se encogió de hombros, sin darle importancia, algo le decía que el candidato era Edmund, pero tampoco era de su interés. Solo esperaba no haber causado muchos problemas. Simplemente regresó a ver hacia Nadine y la notó tranquila, charlando animadamente con Rhonda, mientras se turnaban para resolver cada una un ejercicio diferente y así terminar más rápido. - Arny… ¿Ocurre algo? –consultó preocupado Gerald. El rubio abrió los ojos y regresó a ver a su mejor amigo. Ambos habían caído de cabeza en sus respectivas relaciones, en aquellos amores que por años habían durado y habían tenido que vivir cientos de inconvenientes antes de solidificarse. Pero seguían siendo mejores amigos. Muchas personas creían que dependía de cuánto tiempo compartieran los amigos para saber si confiaban mutuamente. Pero Arnold difería mucho de eso. No importaba si Gerald y él compartían poco tiempo juntos últimamente. Ambos sabían que podían contar con el otro, para lo que fuera. La mirada de Gerald expresaba su deseo de ayudar y Arnold dejó salir sus ideas. - La mayoría de la preparatoria no toma en serio mi relación con Helga. Todos creen que ella está jugando conmigo. O que eventualmente le seré tan aburrido que me dejará a un lado. El hecho de que Helga saliera de las sombras y ahora sea… casi el centro del universo para esta gente, la hizo intocable, según ellos. – explicó, intentando ordenar sus pensamientos, sintiendo el malestar en su estómago con fuerza, como si algo estuviese gruñendo desde dentro de él y fuese cada vez más difícil mantenerlo tranquilo- Y sé que no debería molestarme. Pero me molesta y mucho. Porque ocurren cosas como esta admiradora o… Big Gino. Y él solo encabeza la lista de mis dolores de cabeza. - Mira hermano, si te soy sincero, no es solo de lado de Helga. Por ambos lados, hay chicas y chicos esperando que ustedes terminen. –explicó Gerald, dejando su lápiz sobre el escritorio y regresándolo a ver, con seriedad- Tú mismo vuelves a Helga el centro de toda la ecuación y te niegas a ver que tú también eres un elemento importante. No importa cuánto explique a la gente que ustedes funcionan. No sirve. Hay demasiada atención sobre ustedes. - Si, literalmente lo siento. Lo puedo… palpar, como un cosquilleo en mi nuca… admitió Arnold- como si algo estuviese demasiado cerca, a punto de explotar… No van a esperar por siempre. –entrecerró los ojos- No estoy de humor para rumores, para juegos tontos o ver chicos en el hospital porque Helga los ha golpeado por coquetearle. - Es interesante ver que tú no los encuentras como una amenaza. –dijo sorprendido Gerald- ¿No deberían ser parte de tus problemas? - No, no creo en amenazas. Solo quiero evitar una guerra. –explicó Arnold, solemne- No estoy de humor para eso. Solo quiero disfrutar mi tiempo con ella ¿No es lo que todo el mundo querría en mi lugar?

- Seguramente. –Gerald asintió- Entonces ¿Cuál es el plan? - Aun no hay ningún plan. –se resignó Arnold y repentinamente su celular vibró, un mensaje había llegado y le animó- Ya vuelvo. - ¿Es Helga? - Sí, creo que el primer paso de mi plan es hablar con ella. –porque ya era hora. Sin pensarlo demasiado, salió del salón, agradeciendo que nadie se diera cuenta de su rápido movimiento y comenzó a bajar las gradas rápidamente. Helga: Veámonos en el Coliseo. Ahora. Ahí estaba ella, ordenándole otra vez. Por suerte, no le molestaba que hiciera eso. Simplemente apresuró el paso, el deseo de sacarse todo eso de su interior, de quitarse esa terrible sensación del vientre que le hacía sentir como el infierno mismo. Solo quería poner en palabras todo lo que le molestaba y escucharla reírse a su costa para luego encontrar un plan. Porque Helga era buena con los planes alocados. Arnold arribó al coliseo y se arregló ligeramente el cabello mientras se acercaba a la puerta. Pero sorpresivamente una mano se cerró sobre su brazo. El chico regresó a ver y se sorprendió al encontrarse con Maria. Lo cual le pareció curioso, hace apenas unas horas Will la había mencionado. - ¿Si…? –preguntó, un poco extrañado ¿Cómo se hablaba con la ex novia de un amigo y la causante de un gran dolor en su cuñada? Pero Maria parecía comprender la situación, porque sonreía culposa. Arnold recordó cuando la había visto por primera vez, siendo solo un niño. Y realmente le había parecido atractiva, su cabello extravagante y rizado, su piel como el café tostado, sus ojos marrones y largas pestañas, la manera en que sonreía con sus carnosos labios y sabía moverse con seguridad, porque desde su juventud Maria sabía que era atractiva, la líder del grupo femenino. Y tantos años después aun Arnold reconocía su belleza, con su cuerpo muy distinto a la estadounidense promedio, porque Maria tenía un cuerpo latino, lleno de curvas peligrosas y un aura cálida. Su padre solía bromear que las mujeres eran curiosas trampas mortales, pero que entre más del sur fuesen, más letales eran. Y Maria era muy… muy del sur entonces. Arnold entendía porque Will había aceptado salir con ella sin conocerla, la manera en que ella deslizaba sus dedos entre sus cabellos para apartarlos y que volvieran a caer en el exacto mismo lugar, el cómo entrecerraba sus ojos y al respirar parecía robarle el aliento a la tierra, toda ella era aluciante. Pero Maria carecía de misterio, del embrujo salvaje de otras mujeres, su atractivo inicial se perdía cuando se la observaba demasiado tiempo, su mirada parecía ver solo el presente y eso era… lamentable. - Yo también te recuerdo. –le dijo ella, notando la manera en que era observadaAunque tendré que romper mi promesa.

- ¿Promesa? - Te dije que en el futuro habrían muchas chicas que querrían salir contigo y que yo sería una de ellas. Pero creo que esa última parte no será así. –se encogió de hombros- Will me enseñó algo sobre la lealtad, nunca interesarte en las amistades de una ex pareja. –lo decía tranquila, sin ninguna mala intención, pero Arnold pudo percatarse que cuando mencionaba al pelirrojo, aun su mirada se nublaba. Ahí había dolor. - ¿Puedo hacer algo por ti, Maria? Llego tarde. –señaló el coliseo. - Si, puedes hacer algo por mí. –ella se interpuso en su camino- No entres ahí. - ¿Qué? –Arnold abrió los ojos con sorpresa y negó, sin entender. - Ahí está Gino. Y no está solo. Hay chicos del último año ahí, chicos de su negocio, deportistas, porristas… toda una audiencia. –le advirtió- No quieres entrar ahí, él planea humillarte. Gino está muy enojado. –aclaró. - ¿Por qué debería creerte? –aunque debería, porque tenía sentido. Porque era extremadamente posible y él lo sabía, pero aun así debía preguntar. - Buena pregunta. –la chica sonrió, atrapada. Por un momento miró a un lado y a otro, buscando las palabras adecuadas- Helga me ha ayudado mucho con la obra de teatro, en mi actuación y todo. A pesar de mi forma de ser, ella ha sido una buena mentora ¿Sabes? Como si viera que atrás de mi superficial actuar… realmente me preocupa la universidad y mi futuro. –se rio por lo bajo- Tengo que mantener mi imagen, una princesa despreocupada y aprovechada. Pero esa obra me abrirá posibilidades que mis notas no lo harán. –se encogió de hombros- Y no me gusta deber favores. –se cruzó de brazos, altiva- Así que te estoy advirtiendo, ahí solo encontrarás tu perdición. - Entonces debo entrar. –concluyó Arnold, sacándose su camisa a cuadros que usaba como chaqueta, quedándose con una camiseta verde oliva. El chico movió sus brazos y estiró sus piernas, mientras le entregaba la camisa a la joven. - ¿Qué? –Maria lucía como si mirara a un loco- ¿No me oíste acaso? ¡Te van a matar si entras ahí!... Por amor a Dios ¿Qué estás haciendo? ¿Si quiera me estas escuchando? Arnold levantó la mirada, el chico estaba arrodillado en el suelo, amarrándose bien los cordones y doblándose las vastas de sus jeans desgastados. - Helga es algo imprudente al entrar a batalla. Yo tomo mis precauciones. – explicó, culposo- Siempre ha sido así. –recordó Y la rápida memoria de ambos en San Lorenzo, con ella escalando árboles para ubicarse en la frondosa selva y él protegiendo el suministro de agua y haciendo marcas ocultas en la corteza de los árboles para guiarse y no perderse, inundó su memoria. Ambos habían hecho un gran equipo.

- Siempre… -admitió, sonriendo. - Pero Helga no está aquí. Tú estás solo, ridículo chico. –se frustró Maria, arrodillándose frente a él parar mirarlo a los ojos- No me preocupa que te golpeen ¿Entiendes? Eres un buen chico, los buenos chicos sanan rápido. Pero Big Gino te va a humillar públicamente. Y esas heridas no van a ser agradables. No vas a poder curarlas fácilmente. –recalcó. - El show va a empezar conmigo o sin mí. –recalcó Arnold, llevando sus manos a su cabello y enviándolo del todo hacia atrás para que no estorbaran en sus ojosMe gustaría estar en primera fila el día de mi destrucción. –y sonrió, porque había sonado como Helga antes de enfrentarse a lo imposible. - ¡Pero estás solo en esto! –recalcó la chica, golpeando con el tacón de sus zapatos rojos haciendo el sonido mucho más fuerte. Arnold se levantó y sonrió de lado, mirando hacia el edificio de Ciencias Exactas. - ¿Tienes clase de física en este momento, verdad? –consultó. - Si. –ella se cruzó de brazos- ¿Acaso vas a regañarme por no estar ahí? - Mi curso tiene clases de matemáticas. –se encogió de hombros- Helga debe estar ahí, frustrándose con las ecuaciones y todo eso. - ¿Y por qué me dices esto a mí? –Maria le observó extrañada, considerando seriamente que el chico sufría de algún tipo de desorden de la atención. - Porque entonces no estoy solo. Tú estás aquí. –le explicó- Y no estarás aquí dentro de poco. Maria, eres buena chica. –sonrió de costado y entró en el coliseo, dejándola sorprendida. El lugar estaba en completa oscuridad, lo cual tenía sentido. Si era una trampa, debía estar así. Aunque le gustaba más cuando Marie lo tenía a su cargo, el lugar permanecía oscuro excepto el escenario y era un efecto increíble. En cambio, solo había una luz encendida en el centro del escenario. Arnold supo que ahí aparecería Big Gino y se percató de algo más. Otra vez pensaba como Helga, calculadoramente, prediciendo las movidas del enemigo. Y eso le animó otra vez. Por ejemplo, podía notar que dispersos entre las sillas que estaban ahí, apuntando hacia el escenario, porque Marie había convertido el coliseo en una sala de teatro a tiempo completo. Ahí, sabía que había gente, en las sombras, esperando. La audiencia de Big Gino. Todos en silencio, pero algunos se estaban riendo y gracias a que estaba preparado podía escucharlos. Aun así avanzó hasta estar en frente del escenario. Arnold estaba seguro que lo querían exactamente ahí, donde lo pudiesen ver. - ¿Big Gino? Ya puedes salir. –dijo con voz cansada, cruzándose de brazos.

El chico apareció frente a la luz del reflector. Pero de varias partes del escenario y de debajo de este se hicieron presentes diferentes chicos, altos y fornidos. La fuerza bruta de Big Gino, su personal defensa. - ¿Cómo sabías que era yo? –sacó el celular de Helga de su bolsillo y se lo lanzó a Arnold, quien lo atrapó en el aire. - Reconocí tu marca por todo el decorado. –se encogió de hombros- ¿Y bien? - Me quitaste a Helga. –le dijo seriamente Big Gino, metiendo sus manos dentro de sus bolsillos- Arnold… creo que teníamos un trato… Un trato no escrito, pero de caballeros. - ¿Disculpa…? –el chico frunció el ceño, extrañado. - Tú sabes… Helga sería mía en la preparatoria y tú podrías darle un descanso después. –Big Gino se sentó en el borde del escenario, inclinándose hacia ArnoldPero me la quitaste. Eso no es de caballeros. Si querías más tiempo con ella, solo debías decírmelo, podríamos llegar a un acuerdo. - Sinceramente no entiendo. –Arnold sintió el vientre hervirle de todo lo que quería decirle a Gino. El simple hecho de que insinuara que Helga era de ambos, le repugnaba. Pero no iba a humillarse, le haría todo lo más difícil posible. - Helga dejó nuestra organización por tu culpa. –acusó Big Gino, enmarcando una ceja- Porque necesita cuidar del bueno e ingenuo de Arnold. - Me halaga que me atribuyas la destrucción de tu organización como la conoces, Gino. En serio, pero creo que exageras. –respiró hondo, el dolor en su interior, el deseo de tomarlo de la corbata y arrastrarlo era demasiado fuerte. Pero él era un hombre de razón, no podía rebajarse a lo que le estaban provocando. Pero Big Gino no estaba pensando igual, pareció templar de ira y chasqueó los dedos. Los chicos en las sombras se acercaron a Arnold lentamente, tronándose los dedos entre sus puños, muy teatralmente. Bien, esa era la parte en que lo golpeaban ¿No? - Te crees muy listo, Arnold. En serio te crees muy listo. –se lamentó Gino- Pero no es así… Al final del día solo eres un tonto idealista. - ¿Y qué tiene de malo ser un idealista? –Arnold se puso en posición de defensa, revisando cada lado por el que se acercaban a él. Will le había enseñado eso, lo mejor era hacer a la gente hablar, que te contara todo, conocerlos, ver que tan profundos o carentes eran, dejarles creer que eran mejores por no ser los buenos sino los astutos. - Que te metes en problemas. –Big Gino señaló a uno de los muchachos. Este corrió a Arnold, levantando su puño, pero cuando se lo lanzó al rostro, el rubio se inclinó, tomó el brazo y lo catapultó hacia atrás. El karate era un arte de

defensa. Y que lo quemen en la hoguera si es que no era un momento para defenderse. - Yo no me siento en problemas. –miró a todos lados, contando con Maria, con que actuara. Porque él no era un suicida y necesitaba que su plan funcionaraYo solo veo a un chico molesto porque creía que tenía algo con mi novia. Y ella, sin necesidad de que yo ande por ahí repartiendo golpes, demostró que estaba equivocado. Big Gino soltó una suerte de gruñido y señaló a otros dos chicos. Estos avanzaron con más cautela, pero eso ayudó a Arnold. Una patada lateral directo al vientre de uno, con la suficiente fuerza para dejarle sin aire, un golpe directo a la garganta del otro para aturdirlo lo suficiente y barrer el piso para derribarlo. Arnold anotó mentalmente agradecerle a Helga por hacerlo entrenar con ella en las noches, sino estaría oxidado para ese momento y asustado de que le doliese, pero Helga pegaba duro, ella le había quitado el miedo al dolor… a golpes. Big Gino se levantó, mirando a todos lados. - ¡Al primero que lo derribe le deberé un favor! ¡Lo que pida, tendrá lo que desee!– anunció, abriendo sus brazos a los costados y sonriendo ampliamente- ¡Al que logre callarlo le daré el puesto que Helga Pataki dejó libre! La pregunta es ¿Quién desea la gloria? ¿Quién quiere cambiar las reglas y torcerlas a su beneficio? Arnold no se esperó eso, varias personas se levantaron de sus asientos, grupos enteros y algunas chicas se unieron a la idea, con sonrisas peligrosas. Depredadores y lo veían como su presa. Gretel le repetía constantemente que todo era cuestión de con quién te identificabas y cómo deseabas actuar. Y Arnold se juró que ese día él sería un depredador. - ¿Ese es el trato? –el chico sonrió de costado y se puso en posición de defensaSolo les diré una cosa… -inclinó el rostro, su mirada se oscureció y sus entrañas se quemaron por dentro. Arnold sentía el valor empujándolo, pero eso no quitaba que la inquietud y el temor hubiesen desaparecido. Después de todo, el valor era aceptar el miedo y aun así arriesgarse. - ¡Vengan por mí! –gritó. - ¡Alto! –todos regresaron a ver a la puerta, Helga estaba ahí, con Gerald, Gretel y Will. La chica comenzó a caminar a zancadas hacia el gran espectáculo que se había armado a los pies del escenario- ¿Se puede saber qué es todo esto? - Helga… -Big Gino lucía pálido. - ¿Quién está preparando una escena de película noir y no me invitó? –la chica se cruzó de brazos, enmarcando una ceja, parada junto a Arnold- ¿Algo que decir, Gino? –masculló, pero lo suficientemente alto para llamar la atención de todos, regresó a ver a su novio y enmarcó una ceja- Hola.

- Arruinaste mi gran momento. –comentó el chico, tocándose el vientre, la bola de fuego volvía a ser una sola, pesada y constante. - Ya sabes el trato… Solo yo me llevo el estelar. –Helga regresó a ver al escenario¿Y bien? - Helga… Solo tenía unas palabras con Arnold, pero su prepotencia me obligó a darle una lección. Tú entiendes ¿No? Son solo negocios. - ¿Esto es por tu estúpida idea de que podría ser tuya? –la rubia regresó a ver, la gente seguía parada, esperando un momento, tal vez un valiente, para atacar. Una cosa era lanzarse contra Arnold y otra muy diferente tener a Helga Pataki frente a ellos- ¡Por amor a Dios! ¡Nunca te di alas! El rostro de Big Gino se desencajó de la sorpresa. Arnold hubiese sentido pena, pero en su lugar, le dio nauseas. En verdad, unas nauseas muy fuertes… - ¿Acaso te hiciste ideas en tu mentecita? No soy un ángel que vino a enseñarte el buen camino. En realidad, me importa poco y nada qué hagas con tu vida. Me interesaba lo que le hacías a la gente, necesitaba cambiarlo. Tú estabas extorsionándolos y permitiendo que cretinos como estos –señaló a los chicos parados frente a ella- mandaran sobre otros. Pero esto no se trata solo de ti, Gino, esto se trata de toda esta asquerosa pirámide social. Esto es para ustedes… -los miró fijamente, a cada guardaespaldas dispuesto a golpear a Arnold, a cada persona que había asistido a la ejecución de su novio como si fuese un evento divertido- Todos ustedes tienen razones para odiarme. He destruido sus imperios de princesas y matones. Pero solo les digo una cosa. –frunció el ceño- Recuerden la piedra en su camino que puedo llegar a ser y cómo no pudieron vencerme en todo este tiempo. Les tocó adaptarse, a mis reglas. Cuando algunos de ustedes creían que me habían vencido, yo solo me hice a un lado, les dejé ser, pero ya no más. Desde que comencé a devolver los golpes, no he bajado la cabeza. Ni-unasola-vez. Y por eso guardaron sus garras y se arrastraron a mis pies, esperando mis migajas. Ahora, recordando eso ¿Quién va a ser el primero en querer meterse otra vez con esta piedra? Porque si lo quieren a él –señaló a Arnold- pasarán sobre mí. Big Gino maldijo en lo alto y humillado, empujó a la gente a su alrededor y salió del lugar, sin mirar atrás. Al final del día había sido él quien había tenido una lección. Arnold no podía sentir nada más que nauseas por todo eso. No, sinceramente sentía nauseas. Ni siquiera podía constatar si las palabras de Helga habían dado algún efecto. El chico se aferró a su vientre, que le quemaba y se inclinó hacia adelante. Respiró hondo, ligeramente mareado y sintió una fuerte arcada que no pudo controlar. Arnold cayó de rodillas en el suelo y otro doloroso empujón de su vientre le hizo dar una arcada más fuerte, pero solo sentía saliva en su boca. Aun así, las contracciones de su vientre no se detenían y la vista se le nubló, cayendo de cara.

Helga soltó un grito y corrió hasta él, dejándose caer de rodillas a su lado. Pero Arnold no escuchaba nada, solo sentía el dolor de su vientre, el temblor en todo su cuerpo que parecía hacerlo brincar en su lugar y las arcadas que quemaban su garganta hasta desgarrársela. Gerald, Will y Gretel se acercaron, sorprendidos, pero fue esta última la que permaneció distanciada, entrecerrando los ojos. Arnold por un momento se detuvo y cayó desmayado, completamente inconsciente. Pero el aparente alivio se detuvo cuando, en su estado, su cuerpo insistió en las arcadas, cada vez más fuertes. El chico se veía pálido, como si no pudieses respirar entre cada convulsión. - Gastritis… -murmuró la alemana, reconociendo los síntomas y era el momento en que los síntomas se ponían peor. Pero nadie la oyó- Tiene un ataque de gastritis. –repitió, en voz alta, pero el resto de chicos solo intentaban despertar a Arnold, mientras este se ponía ligeramente azul por la falta de aire. La alemana estaba alarmada, sintiendo que regresaba a tiempos de infancia. E igual que en ese entonces, se giró sobre sus propios pies y comenzó a correr a la salida, llamando rápidamente a emergencias. Su padre había sufrido de algo similar años atrás. Cuando el Almirante había estado estresado, su gastritis le había llevado a desmayarse así y había terminado hospitalizado. No era nada grave pero si no se paraban las arcadas podía ahogarse. Años atrás había sido ágil y diestra, los doctores le felicitaron por sus acciones. Pero en ese día había sido demasiado consciente de muchas cosas. Por ejemplo, correr con el cabello tan largo y suelto había sido una mala idea antes y lo era más en ese momento. Los mechones rubios se interponían en su campo de visión y podía sentir como a cada zancada el peso del cabello golpeara su espalda, molestándola, haciéndola demasiado consciente de su cuerpo y haciendo que perdiera su objetivo. Todas esas extensiones pesaban. Así que tenía que ser práctica, Gretel solo pensó en esperar a la ambulancia afuera, explicarles qué pasaba para que atendieran a Arnold rápidamente. Pero el guardia no pensó lo mismo y le flanqueó la salida. La chica le observó con sorpresa pero se recordó respirar. - Mi cuñado está ahogándose en el coliseo. Y nadie está haciendo nada. –deseó gritar contra el mundo entero, pero mantuvo la calma- Llamé a una ambulancia, necesito esperarla afuera. El hombre frunció el ceño y negó con fuerza. - Así no son las cosas, debes avisar a la enfermería y si es necesario que venga una ambulancia, hay que ponerse en contacto con sus padres. –explicó el guardia, considerando la idea de que fuese una broma o una excusa de la chica para fugarse.

- ¿Qué no me oyó? ¡Se está ahogando! ¡Ahogando! –gritó, sintiendo que el corazón se le apretaba en el pecho. Si algo le pasaba…- ¡Si algo malo le pasa a Arnold lo haré responsable! –gritó con fuerza, sin poder creer lo que le ocurría, la emoción que apretó su corazón. Le picaban los ojos… No podía ser, sentía sus ojos picarle y el aire acumularse en su pecho de forma pesada. La angustia le hizo temblar las manos. Gretel estaba a punto de llorar de frustración. Por su poco querido y ligeramente apreciado cuñado… Tal vez debería reevaluar sus afectos. La alemana miró al guardia, que le observó con visible enojo…. No había sido buena idea gritarle. Tal vez debería revaluar sus afectos en otro momento. Estúpidos ataques emocionales de la adolescencia ¡Maldita enfermedad social! La chica gruñó y estuvo a punto de maldecir pero escuchó el sonido de la ambulancia acercarse. - ¡Ahí está! ¡Se lo dije! –lo empujó a un lado. ¿Ciudad pequeña? Mucho más eficiente en casos de emergencia. Bendita fuese esa ciudad perdida de la mano de la humanidad. Gretel empujó toda la puerta de metal para que la ambulancia entrara directamente a la preparatoria. La chica escuchó al guardia gritarle, pero no le importó, corrió en dirección a la ambulancia, para llamar su atención. Pero un carro se atravesó en su camino, Gretel se preparó para esquivarlo, a pesar de la velocidad iba a ser fácil, pero algo la jaló hacia atrás. No, no algo, el guardia, en un intento por detenerla, había cerrado su mano sin querer sobre una de las largas extensiones de cabello de la chica. La alemana sintió como era catapultada hacia atrás y un ardor en la cabeza le indicó que la extensión se había soltado de manera violenta. Un fuerte sonido de un claxon fue lo último que escuchó antes de sentir al mismísimo Infierno golpearla en todo su cuerpo, sin siquiera dejarla tocar el suelo. El auto la había embestido, eso lo sabía y se cubrió el rostro. Pero el impacto la mantuvo pegada al capot unos metros y luego la catapultó hacia adelante para su mala suerte. En el aire, la alemana sintió que rodaba y que le dolía la pierna como si le quemase, al igual que el costado. Su cuerpo atravesó el escaparate de la cafetería que estaba frente a la preparatoria, donde los estudiantes solían detenerse a comer dulces y charlar. Los cristales se rompieron con su cuerpo y gritó con todas sus fuerzas. Le dolían los brazos, las piernas y el vientre. Y solo había pasado unos segundos.

Gretel soltó un grito que la ensordeció a ella misma. No podía ver, el dolor la tenía mareada. Pero cuando su cuerpo se impactó contra el suelo, juró que nunca había sentido tanto dolor en su vida. Y se maldijo por estúpida, maldijo al guardia. Toda su piel se volvió un solo ser palpitante y lacerado que la paralizó por completo. Las piernas le dolían, pero una por encima de todo. Sus brazos quemaban y su vientre parecía haberse roto, había una extraña sensación de vacío entre todo ese dolor que la asustó. Y sintió sus párpados pesados… La voz del Almirante llegó rápidamente a su cabeza, las palabras que él le había aconsejado años atrás pero que en ese momento eran una orden “No cierres los ojos. Mantente consciente. Si algo ocurre y te supera… No-cierres-los-ojos. No parpadees. Si parpadeas, si cierras tus ojos, estas muerta ¿Entiendes? Si cierras los ojos vas a perder. Mantente consciente. Si el dolor te supera, no mueras. Abre los ojos y piensa. Solo usa ese cerebro tuyo y no pierdas la consciencia” Y quiso reír, pero hasta eso le dolió, porque su padre no suavizaba las cosas. Otro grito le contuvo las ganas siquiera de pensar. Pero se obligó a hacerlo. Alguien se movió a su alrededor, escuchó gritos, pero los empujó como ruido de ambiente. No le dio importancia al mundo a su alrededor. Su padre le había dado una misión y tenía que cumplirla. Gretel concentró su energía, solo podía pensar que era una von Bismarck y ellos habían ido a la guerra. Y ¿Qué hacían si eran heridos? ¿Lloraban como bebes? ¿Pensaban en sus pecados y se arrepentían? ¿Esperaban a sus difuntos seres queridos para irse con ellos al más allá? No, revisaban los daños y solo pensaban en eso. Al diablo el llanto, el arrepentimiento y la luz al final del túnel. La alemana reconoció el dolor en su pierna izquierda y las costillas de ese lado. Le ardía el brazo y no lo sentía, así que rogaba habérselo dislocado. Ya casi no sentía el dolor en la cabeza por la extensión de cabello arrancada. Lo cual era malo, significaba que el dolor que le ahogaba era muchísimo peor y sus nervios se olvidaban de las cosas pequeñas. Así que, para su mala suerte, no podía calcular daños menores. Pero para su fortuna, significaba que no tenía golpes en la cabeza. Su piel era el problema, podía sentir el dolor cortante en ella y los objetos externos en esta ¿O era su imaginación? Aunque el dolor de su vientre bajo le indicaba que no estaba soñando y algo lo había atravesado. Muy posiblemente era la misma historia en brazos y piernas por lo que sentía. Bueno, brazo… el otro no le respondía. Más le valía estar dislocado o estaría furiosa.

La chica notó en su campo visual una sombra demasiado cerca y trató de enfocarla. Casi sonrió: Paramédicos… los paramédicos que ella había llamado para Arnold. Y quiso avisarles, señalarles el lugar, decirles lo que ocurría. Pero simplemente cerró los ojos y dejó que la inconciencia le ganara. Ya era problema de ellos salvarla, ella se había mantenido despierta todo lo que podía. Solo logró pensar que si no salvaban a Arnold, aunque sea muerta se vengaría. Maldito chico con cabeza en forma de balón, más le valía vivir y no morirse por algo tan estúpido como falta de oxigeno… Ja… Eso le pasaba por querer ser, por única vez en su vida, una samaritana como él. ¡Saludos Manada! ¿Qué les pareció? Desde el inicio sabía que esta precisa escena pasaría, todo este capítulo estuvo rondando en mi cabeza. Y… aquí esta. Por un gran momento la accidentada iba a ser Helga… pero no podía herirla tan vilmente a ella. Así que… ¡Ni modo Gretel! Al final me dio pena Big Gino… es duro hacerte castillos en el aire. ¿Ahora ven porque Arnold sentía bolas de fuego en el estómago todos estos capítulos? Porque esto estaba por ocurrir. Reglas de la Manada: Un lobo es un cazador. Nunca debe olvidar eso. La manada se apoya mutuamente, se auxilia y se hace fuerte. Pero cada lobo tiene la fuerza para ser un cazador y conseguir sus objetivos. ¡Nos leemos! Nocturna4

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